Volumen 3 Marzo 2018
CARTAS AL COLIBRĂ? Juan Almendares Bonilla
Dedicatoria ¡A todos los niños y niñas del mundo! A Eduardo Bähr el escritor con corazón de niño. A Isaac Izcano que me enseñó a abrazar la esperanza de la vida. A Hamlet Portillo Mejía (21 nov 1992 - 27 abril 2005) quien iluminaba con la alegría la lucha por un entorno de libertad, justicia y amor de los niños y niñas Down.
Juan Almendares Bonilla Tegucigalpa, Honduras Marzo 2018
Créditos de la imagen de la portada: Luis Méndez Colibrí acrílico sobre manta.
CARTAS AL COLIBRI Corazón de la Nueva Humanidad A los niños y niñas de COHAPAZ, al Movimiento Madre Tierra y a Roan Woltmeijer (dos años de edad); quien viajó desde Holanda. Primer Decenario del Huracán Mitch. Encuentro Mundial de Amigos de la Tierra Internacional. Honduras, noviembre 2008 Bienvenidas hermanas y hermanos al encuentro solidario de las culturas. ¡Mesoamérica os saluda con sus sueños de amaranto, hombres y mujeres de maíz! Bienvenidos a la tierra mojada, con el sudor del trabajo de seres enflaquecidos en los enclaves mineros, en los desiertos solitarios del cultivo bananero. En la industria maquilera y en las plantaciones de palmeras los autos se mueven con el hambre de los niños.
Bienvenidos los sueños de las niñas y los niños; porque cuando sueñan crecen las milpas, los frijolares florecen y el amor humano abraza al planeta
¡Salud colibríes!
El vuelo es fugaz con el aroma de los maizales. En el corazón del cielo los pájaros angelicales al volar dibujan el arco iris entre el dolor y la esperanza.
La guitarra amorosa vibra en el tímpano de la tierra; con el canto de los niños y el alma de los poetas.
Y cuando duerme la calma, la sabía lechuza, con su penetrante mirada desvanece la ira del halcón.
¡Bienvenido “Corazón del cielo” tierra de huracanes y hamaca de los sueños de “Nuestra América”!
¡Bienvenidas todas las sonrisas, el sol, la luna y las estrellas! ¡Bienvenidos los niños y las niñas! ¡Ángeles de paz, en tenebrosos tiempos de guerra!
¡Bienvenida cada lágrima de la Madre Tierra! ¡Bienvenida la ternura, en cada gota de rocío, sístole y diástole del Corazón del Cielo ¡Corazón de la Nueva Humanidad!
El cazador y el colibrí El cazador limpiaba su Winchester y con tono orgulloso decía “Donde pongo el ojo, pongo la bala” El colibrí dirigía su mirada hacia las flore silvestres respondía “donde pongo mis ojos encuentro la ternura del amor”. El rifle brillaba, cuando el sol era más pleno. ¡Precisión! ¡Precisión! esa es la clave expresaba el cazador; mientras acariciaba el Winchester; su pupila se centraba en la mira telescópica para calcular el momento y la distancia correcta del disparo y no fallar en el objetivo. Lo acompañaba su perro; a quien educó para ejercer la cacería. Le llamaba el “furioso” por ser eficiente para capturar a los animales heridos y moribundos a consecuencia de los balazos. Esta madrugada fue exitosa, dijo con el aire soberbio de quien vence al más débil; logré el disparo certero en el corazón del venado, quién se desplomo sin hacer ruido y sin lastimar la hierba. Me encantó como antes de morir cerraba sus grandes ojos. Trazo un círculo alrededor del orificio de entrada de la bala, en el pecho del venado y delimitó en forma meticulosa el área anatómica del corazón del venado. Esta habilidad lo convirtió en profesor de la Escuela de Medicina Veterinaria. Tomó una fotografía del trazado geométrico y con gran júbilo manifestó: ¡Esta foto será parte del álbum histórico del arte cinegético mundial! Mientras suspiraba, continuo su soliloquio, el perro dormía, su pecho silbaba. Estaba ansioso; por lo cual descansó bajo la sombra del roble. Sin embargo, continuaba diciendo: “no soy feliz y lo seré hasta que con este Winchester pueda cazar al colibrí, en el curso de su vuelo; porque así pasaré a la historia como uno de los mejores cazadores. En el curso de su monólogo se quedó casi dormido para entrar en un estado de ensoñación. Su memoria remota, estaba más viva. Recordó que cuando era niño lo llevaron a una cacería de peces mediante el uso de la dinamita. Después de la explosión aparecieron flotando en las aguas centenares de ojos de los peces, que como consecuencia de la detonación habían sido arrancados de las orbitas y eran testigos oculares que contemplaban horrorizados su propia masacre. Su padre, también cazador le había enseñado, desde los doce años de edad a matar los tijules por la negrura de su plumaje y a los zorzales porque despertaban con su canto las mazorcas de maíz.
Luego recordó aquellas ferias con las ruedas luminosas de Chicago, el tiro al blanco contra las figuras de los patos en movimiento. Acompañó a su padre con sus amigos turistas en las matanzas de patos migratorios en la costa Sur y en las masacres de iguanas en las montañas cercanas a la Costa Norte de Honduras. Aprendió que la casa debería estar adornada de animales disecados. Tenía una colección de álbumes de colores muertos porque en la primaria, también le enseñaron a cazar las mariposas. Su padre le decía que una de sus mayores frustraciones era no haber sido cirujano; porque la cacería es una forma de practicar este arte al localizar donde penetró, salió o que órgano perforó la bala. En el curso de este estado onírico aparecieron algunas imágenes de aquellas películas favoritas que relataban los safaris en África y el genocidio de elefantes, tigres y jirafas. Tampoco podía olvidar que fue la mascota del club de cacería. A los quince años asistió a la Escuela de Cacería y era la mascota del club. Admiraba a su profesor, recordaba sus gestos y los rasgos de su personalidad; quien durante la clase gritaba con entusiasmo: ¡Precisión! En cierta ocasión, durante la clase; una hermosa mariposa negra posó en la pared y como llamaba la atención fue aplastada por la mano del profesor porque además de interrumpir, éste creía que era un presagio de muerte. En la Escuela de Cacería le enseñaron a perder el miedo al disparar; a despojarse de todo sentimiento sobre la vida de los animales; a manejar el rifle y la escopeta; a ser preciso en los puntos mortales, a tener espíritu de cuerpo solidario entre los cazadores, respeto a las normas y al código de cacería y a comprender que el buen cazador es un buen soldado de guerra porque aprende a destruir el objetivo sea animal o humano. El canto de las guaras y loras lo despertaron; lágrimas de alegría suscitaron las memorias. Se limpió sus ojos y también los lentes y sintió júbilo porque a diez metros de distancia estaba un colibrí que se movía continuamente de flor en flor y luego se dijo así mismo: “esta vez no podré fallar porque lo tengo tan cerca de mí”. Su ser total se centró en aquel cuerpecito vivo de colores haciendo caso omiso de
todo lo que le rodeada. Sin embargo, estaba nuevamente ansioso, sudaba, porque tenía miedo de fallar. Disparó y luego volvió a ver la mira telescópica y pudo notar los movimientos del colibrí. La cólera, se apoderó de él; a causa de falta de precisión en el disparó; un intenso dolor sintió en su pecho, localizado detrás del esternón que se irradiaba al lado interno del brazo y antebrazo izquierdo y en el dedo meñique. La debilidad lo obligó a dejar caer el rifle. Su cuerpo se desplomó; pensó que había recibido un balazo en el corazón, no obstante, no detectó orificio de bala ni sangre, ni señal alguna de que hubiese sido herido. A poca distancia miró una hermosa mariposa negra que ya no pudo aplastar con su mano. El colibrí alzó su vuelo y manifestó: se puede cazar mis lágrimas, las gotas del rocío, el canto del tijul o del zorzal, los ojos de los peces, la cultura de un pueblo, el planeta tierra o cazar las estrellas a través de la guerra de las galaxias; pero nunca se podrá cazar el vuelo de la imaginación, la libertad, la ternura y la dignidad de amar la naturaleza y la humanidad.
El sutil despertar del colibrí Ser grande o ser pequeño, ser sabio o ignorante, ser bello o feo, ser pobre o ser rico, amar a la naturaleza o explotarla, ser violento o buscar la paz; son los grandes dilemas que confrontan los humanos en la vida cotidiana. Las situaciones contrarias son las que mueven las fuerzas motrices sociales para cambiar, retroceder, evolucionar, involucionar, transformar, renacer o morir. La contradicción encierra el juego de la unidad de los opuestos y es la dinámica del cambio en la naturaleza y en la humanidad. Soñar no es estar dormido o despierto, es la esencia viva de la imaginación que teje con paciencia o con asombro el ritmo musical armónico, que surge de la unidad del caos y el orden. La armonía es el verdadero balance donde el equilibrio es la muerte. No podemos vivir sólo durmiendo; necesitamos la luz de la conciencia. El despertar inicia el camino de los sueños para construir el futuro. En el amanecer, el rocío se confunde con el néctar de los lirios, crisantemos y orquídeas. Mis ojos observaron cómo los diminutos pajarillos, con su pico largo y su lengua tubular, succionaban amorosamente las flores que crecían sobre las rocas y el verdor de la montaña. Se trataba del colibrí, sigiloso, y sutil, que respetaba la quietud de las flores y permanecía silencioso sin alterar el arco iris que despliegan de las mariposas durante su vuelo. En la copa del Ceibón vi posarse, en una de sus ramas, al águila harpía, recordé que este nombre deriva del griego “harpe” que, según la mitología, se refiere
a un
ave de presa monstruosa con afiladas garras, rostro de mujer y cuerpo de buitre atemorizante. Tenía un metro de largo y su longitud contrastaba con la del pequeño colibrí de apenas cinco centímetros. Al ver aquellas dos imágenes, me pregunté: ¿Qué es más hermoso lo pequeño o lo grande? La respuesta era compleja, porque descubrí que lo estético no tiene que ver con el tamaño, ni con la forma; por el contrario, puede ser tan bella la bacteria, una mariposa, un alacrán, o un colibrí; como el águila, el gorila o el elefante. Lo estético está en el sentimiento, en el amor a la vida. Lo que hace despreciable al águila no es la imagen ni el tamaño sino la visión antropomórfica cargada de ideología. Las garras del águila no son las mismas que las garras del imperio. No tiene ninguna justificación la violencia contra pajarillos, venados, elefantes,
indígenas y nativos de los pueblos originarios; porque puedan ser considerados inferiores o salvajes. La belleza es algo inherente al sentimiento, a la espiritualidad y a la cultura del ser humano. Es inspiración, amor y solidaridad planetaria. Ningún gorila, águila o serpiente son símbolos de poder ni el colibrí es despreciable porque es pequeño. Son las falsas ideas incubadas en la red del odio y del poder donde la lógica del capital corroe nuestro corazón y nos guía en las decisiones Sin embargo, me quedé extasiado con el pajarillo más pequeño de mundo. El poder hipnótico de lo pequeño y el aroma del bosque anestesió mi conciencia fisiológica y la ternura fue la luz que me orientó hacia el lugar donde los pájaros eran los rayos del sol y los nidos eran la gran casa del planeta. Me sentí y me transformé en colibrí. Mi conciencia gritó: serás libre como el colibrí que muere al ser prisionero. La voz continuó más tierna y me invito a succionar el néctar de una flor que nace de las entrañas de la tierra. Sentí mi corazón como si fuera el más pequeño en el mundo, que late
quinientas veces por minuto en la
quietud del descanso y mil veces en un minuto de amor en el cuento de las mil y una noches. Mis manos dejaron de temblar, de ser garras, se volvieron tiernas, estreché las manos y abracé a todas y todos
los seres humanos y percibí su ternura; tenían la
vibración sutil de las alas del colibrí. Eran fuertes en su amor solidario; porque no pudieron empuñar el fusil, la metralla, alzar el machete, apretar los botones de las bombas nucleares, detonar los explosivos, fracturar y herir las rocas en las excavaciones y lagunas mineras, mutilar los árboles y los animales y torturar los cuerpos y mentes de los humanos. La ternura inundó la conciencia y dejamos de ser genocidas bélicos: asesinos de la naturaleza y de la humanidad. La paz y el gozo espiritual penetraron en todo mi cuerpo saturado en el balance armónico de la
tierra, fuego, aire, agua y energía. El sentimiento estético fue más
profundo porque la belleza es el entrañable amor a la vida que alimenta la esperanza. Millones de voces de todas las conciencias humanas en forma sutil me hicieron sentir que mis alas eran peinadas con la ternura del viento que nutre el bosque cuando vive extasiado por la belleza de los pequeños colibríes.
El despertar fue el comienzo del sueño más hermoso de mi vida. Empecé a vivir en el nuevo mundo solidario y humanizado del planeta donde el mundo de paz y justicia se llama “colibrí” Tegucigalpa, diciembre de 2017.
El canto a la biodiversidad Al despertar, la estrella del amanecer comenzaba a fugarse. Los rayos del sol besaban las hojas y pintaban de diversos colores la naturaleza. El color de mi piel tampoco escapaba del pincel solar En mi ser y en el entorno prevalecía el silencio musical en aquella inmensidad de diversos colores que rompían de repente aquella pausa para acompañar la danza angelical de las mariposas y el canto de los colibríes cuyo tierno mensaje era la unidad de la vida. La diversidad y la unidad les dieron fuerza a mis palabras. Las frases e ideas brotaban espontáneamente. La pasión por la vida tejía el discurso y el aguijón de la inquietud enhebraba el hilo interminable del amor. Dirigí mi mirada hacia el pequeño espacio que comprendía: los crisantemos, los colibríes y las mariposas; aunque no se puede percibir sin influir en los seres vivos observados; logre sentir que yo también era observado por las flores, el colibríes y las mariposas. Al tratar de captar aquella imagen, de la manera más relajada y espontánea, despojándome del esfuerzo mental que requiere la concentración y las ideas racionales; pude lograr el éxtasis que produce la estética de la imaginación. Éramos en ese instante un conjunto de seres en el inmenso mundo del microcosmos y del macrocosmos de la naturaleza y de la humanidad. El tiempo no tenía comienzo ni fin. El lenguaje estaba formado por infinitas lenguas, jeroglíficos y travesuras juguetonas que se expresaban en cada movimiento de las alas, en la vivacidad de los colores, en la sutil succión del néctar que nutre la esperanza y en la fuerza poética que alimenta el texto de la vida. La percepción de aquel escenario me llevo a tomar conciencia de que los humanos somos extremadamente violentos. Al comer arrancamos la vida a las plantas; cercenamos los cuerpos de las codornices y colibríes, trituramos con nuestros molares la carne y al cultivar la tierra tenemos que matar con plaguicidas las mariposas y ocasionar el terror a nuestros hermanos pájaros en los maizales y los frijolares ¿Será posible celebrar el manjar de nuestra mesa, con la muerte del pavo, la gallina o el cerdo o con el dolor del hambre de millones de seres humanos?
Aquella imagen de mariposas, colibríes y crisantemos me enseño que el conocimiento y el valor de la vida se aprenden al observar el vuelo sutil de un colibrí y al percibir la imagen estética del hermoso poema que ha iluminado la diversidad de la vida.
La unidad de la vida Juan Almendares Al despertar, la estrella del amanecer comenzaba a fugarse. Los rayos del sol besaban las hojas y pintaban de diversos colores la naturaleza. El color de mi piel tampoco escapaba del pincel solar. En mi ser y en el entorno prevalecía el silencio musical en aquella inmensidad de diversos colores que rompían de repente aquella pausa para acompañar la danza angelical de las mariposas y el canto de los colibríes cuyo tierno mensaje era la unidad de la vida. La diversidad y la unidad les dieron fuerza a mis palabras. Las frases e ideas brotaban espontáneamente. La pasión por la vida tejía el discurso y el aguijón de la inquietud enhebraba el hilo interminable del amor. Dirigí mi mirada hacia el pequeño espacio que comprendía: los crisantemos, los colibríes y las mariposas; aunque no se puede percibir sin influir en los seres vivos observados; logré sentir que yo también era observado por las flores, el colibríes y las mariposas. Al tratar de captar aquella imagen, de la manera más relajada y espontánea, despojándome del esfuerzo mental que requiere la concentración y las ideas racionales; pude lograr el éxtasis que produce la estética de la imaginación. Éramos en ese instante un conjunto de seres en el inmenso mundo del microcosmos y del macrocosmos de la naturaleza y de la humanidad. El tiempo no tenía comienzo ni fin. El lenguaje estaba formado por infinitas lenguas, jeroglíficos y travesuras juguetonas que se expresaban en cada movimiento de las alas, en la vivacidad de los colores, en la sutil succión del néctar que nutre la esperanza y en la fuerza poética que alimenta el texto de la vida. La percepción de aquel escenario me llevó a tomar conciencia de que los humanos somos extremadamente violentos para comer arrancamos la vida a las plantas; cercenamos los cuerpos de las codornices y colibríes, trituramos con nuestros molares la carne y
al cultivar la tierra tenemos que matar con plaguicidas las
mariposas y ocasionar el terror a nuestros hermanos pájaros en los maizales y los frijolares.
¿Será posible celebrar el manjar de nuestra mesa, con la muerte del pavo, la gallina o el cerdo o con el dolor del hambre de millones de seres humanos? Aquella imagen de mariposas, colibríes y crisantemos me enseñó que el conocimiento y el valor de la vida se aprenden al observar el vuelo sutil de un colibrí y al percibir la imagen estética del hermoso poema que ha iluminado la diversidad de la vida.
Los sueños tiernos de un colibrí ¿Quién es más fuerte, el que gruñe o el dulce canto en el
amanecer? Durante el
encuentro fraternal de las loras, guaras y zanates en la copa del Guanacaste.; se escuchó el disparo de la escopeta del cazador; una guara cayó cerca de la raíz viviente del árbol, en señal de que la muerte es la compañera eterna de la vida. Las otras aves solidariamente volaron para abrazar el cielo. La vieja lechuza, mientras contemplaba aquel escenario del crimen estuvo quieta meditando sobre si era mejor ser el juez en la inmensa selva de intereses o ser el juez en el pequeño jardín, donde el colibrí, en la quietud de su vuelo saborea el néctar de la verdad. Mientras observaba, respiré tranquilo y el fuelle pulmonar encendió la energía muscular de mi cuerpo. Alimentó mi voz y la luz de mi conciencia. Mis palabras se tornaron más fluidas. Dormí sin los ronquidos que despiertan a los pájaros en la noche. Conversé en silencio. En aquella tranquilidad los latidos de mi corazón fueron el arpa que vibra con el vuelo del colibrí que le canta a las estrellas fugaces y que en forma sigilosa descubre el secreto de que la luna se esconde cuando está enamorada. Seguí mirando al colibrí que amorosamente tejía el hogar de la esperanza con los hilos de la ternura. Luego pensé, los cazadores de planetas, colibríes, guaras, iguanas, venados, leones, elefantes y seres humanos: matan la esperanza. El camino tenía la fuerza de los colores más vivos de la tierra. Así todo lo que tiene color y que se mueve, fluye, corre es el mensaje viviente del planeta tierra. Caminé, sin lastimar la hierba. Acaricie con los pies las piedrecillas y ellas fueron el mejor masaje plantar que he tenido en mi vida. Existía un silencio musical en la inmensa llanura, penetre en el bosque y me despoje del salvajismo de la ciudad, y del
bullicio de los autos; luego experimenté la
algarabía de las guaras que volaban anunciando la lluvia. EL búho seguía en la quietud de la sabiduría. Las hojas al caer vestían mi cuerpo. Me senté bajo la copa del Guanacaste. En el silencio trabajaban los zompopos cargando su comida. La naturaleza me obligo a reflexionar sobre la vida y la fuerza. ¿Quién es más fuerte: el movimiento sutil o el movimiento brusco y ruidoso? ¿Acaso el viento que acaricia las hojas y mece las
ramas tiene más fuerza que aquellos huracanes que arrancan las raíces y quiebran las ramas de los arboles gigantes? ¿Quién es más destructor: la erupción de un volcán o la explotación de la conciencia humana por la
industria minera? No lo sé, dijo el colibrí; al señalar con su pico el
lugar donde se encontraba la zona lacustre del cianuro y el viejo cementerio de los colibríes. Aquí el
bosque es seco y anémico porque también asesinaron las
lágrimas del amanecer. Me alejé de aquel horrendo escenario que dejó el fantasma del dinero.
Durante el
vuelo pedagógico de los sueños, descubrí que “el paraíso de los colibríes” era
el
“paraíso de los niños y niñas” Medité junto a la lechuza quien me enseñó que la fuerza no está en el giro torcido de la palabra que ofende la dignidad, ni tampoco en el latigazo cruel de la infamia o en la violencia del robot que obedece la orden de fusilar la ternura. Ahora comprendo porque hay que celebrar con alegría las victorias y las derrotas y en cada relación con la humanidad y la naturaleza, sean de dolor o felicidad deben ser siempre inspiradas por la ternura y el amor del vuelo sutil del colibrí.
Abrazar la sonrisa del amanecer Cuando la vi por primera vez me pareció conocerla desde antaño; no sé si se trataba de un momento regresivo, o si era el sueño utópico de encontrarme de nuevo con la ternura de ese ser humano y generoso. Tenía la cara de luna enamorada de la vida y del planeta tierra, sus ojos vivos, candentes, simbolizaban la fuerza de la expresión de la savia de los robles. Sentí una gran alegría y al abrazar la sonrisa del amanecer me transformé en aquel feliz colibrí que cada madrugada se nutre con el néctar de la flor del rocío de la esperanza. Al conversar con ella estaba ensimismado y absorto en el silencio de quien se abstrae y se aísla para concentrarse en la persona con quien dialoga en medio de una muchedumbre. Escuché, sentí y vibré con la misma tonalidad suya, para descubrir la armonía del goce espiritual de este nuevo encuentro, aun cuando han pasado varios siglos. Mi memoria era tan lúcida que recordaba cada expresión y gesto, cada palabra de fuego y de ternura. El sentimiento iluminó mi intelecto y aun cuando he vuelto a nacer varias veces, siempre está viva en mis momentos de alegría y de sufrimiento: la imagen, el cuerpo y el espíritu de aquella cara de luna enamorada de la vida y del planeta tierra. Hablamos de la fuerza de las palabras y también del origen de nuestros nombres. Era un hermoso comienzo para iniciar o continuar una nueva o vieja amistad. Me pregunté si éramos familia o si fue una amiga entrañable que conocí en mi vida pasada. No importa, me dije a mi mismo, si en este mundo todos somos originarios de una misma tribu. Lo importante es ser dignos, vivir libres, con la verdad y la historia; hacer y construir mediante el trabajo creativo y estético el enjambre colectivo, justo y solidario para que
el tener sea patrimonio comunitario de toda la
humanidad planetaria. Cada día que me despierto, no puedo olvidar aquella cara de luna que tiene la fuerza de luchar por la salud planetaria. Luego me pregunté cómo me hubiera encantado conocerla antes. De pronto, una voz de mi conciencia sacudió mi espíritu y me dijo: ella ha estado siempre en tus sueños utópicos, de justicia y de amor humano. Ella es la fuerza que alimenta tu conciencia de libertad. Aquel encuentro fue la celebración plena del verdadero amor humano y del sueño pedagógico donde la vida ha dejado de ser una mercancía del odio, la violencia y la guerra.
La nueva sociedad serรก el tejido maravilloso donde el hilo, la red, la mano y el cerebro es el amor.