Segundo Congreso Nacional de Arquitectos

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SEGUNDO

CONGRESO

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ARQUITECTOS

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SEGUNDO

JU ACIONAL DE

CELEBRADO EN EN SEPTIEMBRE DE

1888

BARCELONA

DURANTE I.A EXPOSICIÓN

Ü NI VERSAL

SESIONE::; Y DOCUMENTO~

BARCELONA Esta blecimiento Tip ográfico-Editorial «La cAcademia" 6 -

Ro11da de la Uuiversidad -

1889

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SEGUNDO CONGRESO NACIONAL DE ARQUITECTOS

CONVOCATORIA

Circular

Muy señor nuestro y distinguido compaí1ero: Seis años han transcurrido desde el primer Congreso de Arquitectos, que tuvo lugar en la capital de nuestra patria con ocasión de las solemnes fiestas celebradas en el centenario del gran poeta Calderón de la Barca, ofreciendo aún hoy placenteros recuerdos la espléndida manifestación que de su saber y entusiasmo por el esplendor y progresos de nuestra profesión hicieron en tal Congreso todos nuestros compañeros, tomando unos parte directa en el mismo y apoyándolo otros con el concurso de sus voluntades y medios para realizarlo dignamente. Nueva ocasión para reproducir acto tan importante ofrécenos hoy la Exposición Universal que Barcelona está preparando, para inaugurarla en el próximo mes de Abril, ya que este público y grandioso Certamen ha de ser aliciente que llame hacia si á los hombres de estudio y de saber, tanto científicos como prácticos, para conocer los adelantos de las artes é industrias fruto del incesante trabajo de los pueblos civilizados. Entre estos hombres figurarán, si no todos, la mayor parte de nuestros compañeros, que en las artes bellas y en las industriales tan alto Jugar ocupan. Sobre ser propicia la ocasión, la iniciativa y el material apoyo


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que el Excmo. Ayuntamiento y la Comisión ejecutiva de la Exposición han concedido á la idea de celebrar un Segundo Congreso Nacional de Arquitectos, parece como que nos obligue á corresponder con toda diligencia y esfuerzo á consideración tan distinguida para nuestra clase; que si por una parte la enaltece, por otra le proporciona un adecuado medio para demostrar públicamente, y en momento solemne, su importancia soci8l y la manera como por sus estudios y conocimientos sabe y procura satisfacerla. Además de las razones que se dejan expuestas respecto á la oportunidad para la celebración del Congreso, otro motivo de fondo determina decididamente su conveniencia actual, que formulamos reproduciendo un párrafo de la circular suscrita por los ilustrados iniciadores del anterior Congreso, que dice así: «Que en nuestra profesión existen vacíos de carácter científico, artístico y práctico que pueden ser objeto de actos diversos y deben llamar la atención de nuestros compañeros, ¿quién lo puede negar? Que la clase de arquitectos, por su misión de progreso, debe y puede adelantarse á otras profesiones en la resolución de problemas determinados, es á todas luces evidente. Que nuestra carrera, agente poderoso de la Administración pública, tiene el deber de estudiar disposiciones que mejor regulen sus servicios, hagan más factibles sus obras y den mayores garantías al artista que las ejecuta, es para todos evidente.)) El adjunto Reglamento, que tenemos el gusto de remitirá usted, y formulamos en calidád de Comisión organizadora para la celebración del Segundo Congreso Nacional de Arquitectos, con motivo de la próxima Exposición Unii•ersal, aprobado en todas sus partes por la Comisión ejecutiva de dicha Exposición, dará á usted más perfecto conocimiento, si cabe, de la importancia y trascendencia que se desea revista el Congreso que se anuncia, y le deci• dirá indudablemente á prestarle todo el valioso concurso de su apreciabilísima cooperación, adhiriéndose desde luego al mismo y favoreciéndole con las luces de su saber y experiencia. Rogándole nos haga saber su resolución afirmativa, con el presente motivo tenemos el honor de reiterará usted nuestra consideración más distinguida. Barcelona 1.0 de Enero de 1888. La Comisión organizadora:-PRESIDENTE, José Artigas y- Ramoneda, Presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña.-


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VICEPRESIDl..:NrES, Juan Torras y Modesto Fossas Pi, ex-Presidentes de la misma Asociación.-SECRETAR1os, Antonio M.ª Gallissá y Enrique Fatjó, Arquitectos.-VocALES, Elías Rogent, Director de la Escuela oficial de Arquitectura .-Juan Codina, Arcipreste, Presidente de la Sección de Arquitectura de la Academia de Bellas Artcs.-Francisco de P. del Vil/ar, José O. Mestres y Leandro Serral/ach Mas, ex-Presidentes de la Asociación de Arquitectos.Camilo Oliveras, Arquitecto de la Excma. Diputación provincial. Antonio Rovirax Trías, Arquitecto municipal.-Miguel Garriga y Roca, Arquitecto de la Audiencia.-Cayetano Buigas, Arquitecto.



REGLAMENTO

.formulado por la Comisión organizadora

ARTÍCULO PRIMERO, Con ocasión de celebrarse en Barcelona, en el año 1888, la Exposición Universal anuncia<la, tendrá lugar en la misma ciudad un Congreso Nacional de Arquitectos, de conformidad al acuerdo adoptado á este fin por la Junta Directiva del Consejo de dicha Exposición. ART. 2.º El Congreso se reunirá durante la primera quincena del mes de Julio del expresado año 1888, en los días que oportu• namente se designarán. ART. 3. 0 Las sesiones consagradas á la dilucidación de los te• mas en que ha de ocuparse el Congreso, serán públicas y su número igual al de dichos temas, excepción hecha de la última, que será privada y dirigida á votar las conclusiones que para aquéllos se propongan. ART. 4.º Los temas serán cinco, que se tratarán por el orden siguiente: PRIMERO, Determinar el modo como influyen la naturaleza y condiciones de los materiales en las construcciones arquitectónicas, bajo el triple concepto artístico, científico y económico. SEGUNDO. Influencia que pueden ejercer los arquitectos, en su

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calidad de directores facultativos, para el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las habitaciones, y medios que la administración municipal pueda emplear, sin vulneración del derecho de los propietarios, para que éstos coadyuven á conseguir por su parte tan importante mejora. TERCERO. ¿Cómo podría obtenerse que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica recuperaran, en el concepto artístico, la importancia que tuvieron en otras edades? CuARTO. Naturaleza peculiar de la urbanización, y necesidad de legislar particularmente acerca de la misma. QurnTo. Medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurran en la erección de los edificios, y manera de subvenir al auxilio de tan deplorables accidentes en los obreros que los sufran. ART. 5. 0 La Comisión organizadora dirigirá una invitación personal á todos los arquitectos españoles, para que se adhieran al Congreso, remitiéndoles adjunto un ejemplar del presente Reglamento. ART. 6. 0 Transcurrido el plazo de un mes desde la fecha de la invitación, la misma Comisión organizadora nombrará, de entre los arquitectos adheridos durante dicho plazo, un ponente para cada tema, encargándole la redacción de una Memoria que trate del mismo; sin perjuicio del derecho que asiste á todos los adheridos de tratarlo también por medio de Memoria escrita ó de discurso oral. ART. 7. 0 Las adhesiones de arquitectos al Congreso, asistan ó no al mismo, se admitirán hasta el día de la sesión preparatoria. ART. 8. 0 A todos los arquitectos adheridos se les dará conocimiento de los ponentes, por si gustan remitirles datos, observaciones ó consideraciones que sean pertinentes al tema propio de cada ponencia. ART. 9." Los ponentes remitirán sus respectivos trabajos á la Comisión organizadora dentro del plazo preciso de dos meses, á contar de la fe.::ba de su nombramiento, acompañándoles de un extracto 6 resumen y nota de las soluciones concretas que propongan. ART. ro. La Comisión organizadora dispondrá la impresión de dicho extracto y soluciones, y remitirá, con dos meses de anticipa-


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ción á la fecha de la celebración del Congreso, un ejemplar de aquél á cada uno de los arquitectos adheridos, al objeto de que lo conozcan anticipadamente para los efectos de la discusión. ART. 1 1. Los arquitectos adheridos que, sin tener el carácter de ponentes, se propongan tomar parte en las discusiones del Congreso, deberán anunciarlo á la Comisión organizadora con quince días de anticipación á la sesión preparatoria. AnT. r 2. Todos los arquitectos españoles, estén ó no inscritos ó adheridos al Congreso, podrán dirigir al mismo Memorias ó documentos referentes á la dilucidación de los temas propuestos. ART. r 3. Todos los documentos dirigidos al Congreso, relativos á la dilucidación de los temas, deberán remitirse á la Comisión organizadora quince días antes de la apertura de aquél, para la clasificación previa de los mismos entre los temas propuestos. AnT. 14. Antes de la sesión inaugural tendrá lugar la preparatoria, en la cual se nombrarán, por mayoría de votos de los arquitos adheridos que asistan, la Mesa y las Comisiones de conclusiones, formada aquélla por un presidente, cuatro vicepresidentes y dos secretarios, y compuestas éstas de tres individuos para cada tema, ejerciendo funciones de presidente, vicepresidente y secreta• rio en las sesiones que celebren. AnT. r 5. Para cada uno de los temas propuestos se destinará una sesión, tratándose en la inaugural el primero de aquéllos. En cada sesión se leerá el trabajo de la ponencia respectiva, usando después, la palabra, por escrito ó verbalmente aquellos arquitectos adheridos que la hubiesen pedido con la anticipación señalada en el artículo r I del presente Reglamento. AnT. 16. En los actos del Congreso sólo los adheridos al mis• mo podrán leer sus trabajos por sí ó por medio de representantes también adheridos y por falta de comparecencia ó de delegación , los leerán los secretarios. ART. 17. Los miembros ó individuos del Congreso no podrán hacer uso de la palabra más de dos veces en cada sesión y por tiempo máximo de veinticinco minutos, á no ser que á propuesta de la Mesa, y atendido el estado de la discusión, se acordara por mayoría de votos concedérsela de nuevo. Los ponentes, sin embargo, tendrán la facultad de usarla cuantas veces lo creyeren conveniente ó una sola, si lo estiman preferible. La lectura de los trabajos escritos, hecha excepción del de los ponentes, no excederá tampoco

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de veinticinco minutos, comprendiendo las bases ó conclusiones relativas al tema ó al asunto en que se ocupen. ART. 18. En la sesión inmediata á la en que cada tema sea tratado, después de aprobada el acta, se dará cuenta de las conclusiones definitivas y formuladas en dictamen conciso por la respectiva Comisión respecto de aquél, cuyo dictamen quedará sobre la mesa á disposición de los miembros del Congreso. ART. 19. Las Comisiones de conclusiones celebrarán sesión privada, á la que podrán asistir los miembros del Congreso que lo estimen conveniente, y en ésta podrán hacer uso de la palabra acerca del tema sometido á cada Comisión, al objeto de ilustrar el dictamen de las mismas. ART. 20. La última sesión del Congreso será privada y tendrá por objeto la votación de todas las conclusiones presentadas por las cinco Comisiones, sin discusión previa. Si en la votación no se obtuviera mayoría, mediante proposición con tres firmas, podrán proponer distintas conclusiones los arquitectos que asistan, que serán votadas también sin previa discusión. En el caso de que aun por tal medio no se obtuviese mayoría, se entenderá que el Congreso declara que, á su juicio, el tema no ha recibido conclusión concreta . ART. 2 r. Terminadas las sesiones del Congreso, se reunirán la Mesa, Comisión organizadora y Comisiones de conclusiones, acordando lo que juzguen conveniente acerca de la publicación de los trabajos de aquél y á instar de los poderes públicos la adopción de aquellas conclusiones que, afectando lo actualmente legislado, lo modifiquen en sus bases ó reglamentación. ART. 22. Durante el período de duración del Congreso se organizarán excursiones artísticas, dirigidas á visitar los monumentos de Barcelona y de otros puntos de Cataluña. ART. 23. Cada uno de los arquitectos adheridos recibirá un billete, que les servirá para identificar su persona en las sesiones y demás actos del Congrew. Barcelona I 5 de diciembre de r 887. El PRESIDENTE, José Artigas y Ramoneda, Presidente de la Asociación ele Arquitectos de Cataluña.-Los SECRETARIOS: Antonio María Gallissá.-Enrique Fatjó.


DESIGNACION DE PONENTES

Circular

Muy señor nuestro y distinguido compañero: Esta Comisión tiene el gusto de dirigirse á V. S., en méritos de lo prescrito en el artículo 8. 0 del Reglamento del Congreso, para comunicarle que, en virtud de lo dispuesto en el artículo 6. del propio Reglamento, ha designado á los señores arquitectos D. Joaquín Bassegoda, D. Mariano Be/más, D. José Torres Argullol, D. Lorenz.o Alvare.z. Capra y D. :Miguel Matlzet y Coloma para el cargo de ponentes, tratando, respectivamente, los temas primero, segundo, tercero, cuarto y quinto en que ha de ocuparse el Congreso. A cuyos señores podrá V. S. dirigirse directamente durante d plazo de sesenta días, á contar del de la fecha de la presente Circular, si desea ofrecerles datos, observaciones ó consideraciones pertinentes al tema propio de cada ponencia. Al mismo tiempo, aprovechando la ocasión de dirigirnos á V. S. rogámosle encarecidamente se sirva \caso de no haberlo efectuado) con la premura posible, hacernos conocer su adhesión, devolviéndonos firmada la hoja que al efecto tuvimos el honor de remitirle unida á la Circular que acompañaba el Reglamento del Congreso, y pueda de este modo hallarse el nombre de V. S. entre el de los primeros adheridos. 0


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Reiteramos á V. S., con la presente, nuestra consideración más distinguida. Barcelona I o de Marzo de 1888. El PRESIDENTE, José Artigas y Ramoneda. - Los SECRET.\.n10s: Antonio María Gallissá.-Enrique Fatjó. Domicilio de los señores ponentes: D. Joaquin Bassegoda y Amigó, Baja de San Pedro, 2 bis, 3. 0 -Barcelona. D. Mariano Be/más Estrada, Paseo del Prado, 3o, 2. 0 -Madrid. D. José Torres Argullol, Pasaje del Comercio, , , 3. 0 -Barcelona. D. Loren'{_o A/vare{ Capra, Paseo de Recoletos, , 9, principal.Madrid. D. Miguel Matlzet y Coloma, Cava Baja, 16, 2. 0 -Madrid .


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PRÓRROGA

de la fecha de celebración del Congreso y

CONCLUSIONES

de las Ponencias

Circular

Muy señor nuestro y distinguido compañero: Esta Comisión se ha visto en el caso de suspender la celebración e.le! Congreso en la fecha anunciada accediendo á las repetidas manifestaciones que le han sido dirigidas para que tuviese lugar den• tro del próximo mes de Septiembre. En su consecuencia, y previa consulta con la Comisión Directiva de la Exposición, ha resuelto esta Comisión fijar el día 15 del mes de Septiembre próximo para celebrar la reunión preparatoria del Congreso, y que éste tenga lugar durante los d1as sucesivos siguientes, hasta el 2+ inclusive. Además, y en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 1 2 del Reglamento, esta Comisión traslada á V. las conclusiones de las ponencias, al objeto de q-ue le sean conocidas anticipadamente, para !os efectos de la discusión, y son como siguen:

PRI\IER TEMA

Determinar el modo cómo influyen la naturalez_ay condiciones de los materiales en las construcciones arquitectónicas, bajo el triple concepto artístico, científico y económico.


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CONCLUSIONES DEL DICTAMEN DE LA PONENCIA

La naturaleza y condiciones de los materiales que integran las construcciones arquitectónicas, no son elementos bastantes á determinar en el terreno artístico el principio de la forma, pues éste tiene un origen más elevado, qu~ reside en el ideal que la obra debe realizar, quedando limitada la influencia que la naturaleza de los materiales ejerce sobre la forma á resolver del modo más bello, estático y económico el problema que impone la realización del ideal arquitectónico. En la resolución del problema artístico entran dos factores esenciales, á saber: la idea que la obra arquitectónica ha de expresar, y que constituye el alma de la misma, y las condiciones físicas de los materiales que deben integrarla; de su perfecta armonía nacen el estilo de la obra y el carácter del monumento, cuya expresión constituye la belleza en la Arquitectura. Pero además de estos dos elementos necesarios, la Historia nos revela, en casi todos los pueblos, la existencia de otro que ha influído poderosamente en las formas de su arquitectura, cual es el recuerdo de seculare!l tradiciones, imposibles al hombre de olvidar, y que derivan de una construcción primitiva realizada muchas veces con materiales de distinta naturaleza. Cuando, anteponiendo al influjo de estas tradiciones un criterio lógico y razonado, ha empleado el hombre los materiales según sus cualidades propias dentro del principio de forma, hijo del ideal, entonces ha alcanzado alguno de los más brillantes períodos de la historia de la Arquitectura; tal acontece con el pueblo griego de la Antigüedad (siglo v antes de J. C.), y más principalmente en la arquitectura occidental de Europa durante los siglos x111 y xxv. Por lo que respecta á la época actual, la carencia de ideales en la sociedad, y más que todo las corrientes que siguen los estudios filosóficos, son causa de la excesiva importancia que se concede hoy á las condiciones y naturaleza de los materiales, sosteniéndose por muchos el falso principio de que de su adecuada aplicación deben nacer las formas arquitectónicas peculiares del siglo x1x, siendo así que, como he dicho antes, la naturaleza física del mate-


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rial no puede engendrar por sí sola el principio de la forma, bajo el punto de vista artístico. Concretándonos al hierro, puede afirmarse que en las construcciones arquitectónicas no disfrutará nunca del privilegio de un empleo único, pues se oponen á ello las pésimas condiciones que tiene como aislante, pero en cambio le declaran irreemplazable, hoy por hoy, como material resistente su gran resistencia unida á un laboreo relativamente fácil, por lo cual ha venido á cumplir perfectamente su misión en aquellos programas de la arquitectura contemporánea, que exigen inmensos espacios cubiertos, desconocidos en las épocas anteriores. En estos casos, empleado como contrarresto de esfuerzos verticales y oblicuos, y combinado con los materiales pétreos que sirven de envolvente al edificio, puede dar lugar á construcciones verdaderamente arquitectónicas, que revelen claramente el carácter de nuestra época; pero cuyo principio originario de la forma debe fijar el ideal que el Arquitecto se propone realizar y el programa de las necesidades que el edificio ha de llenar. De este modo quedará justamente limitada la influencia del material por otro elemento de orden más elevado, dándole, empero, toda la importancia que realmente tiene en el concepto científico y aun en el económico. Finalmente, los inmensos adelantos industriales alcanzados por nuestra época, permiten la reproducción á bajo precio de procedimientos constructivos y de exornación que antes eran muy costo• sos, lo cual está dando por resultado una prodigalidad en la decoración de nuestra arquitectura, que si por una parte es hija de las condiciones económicas en que se ha colocado la industria moderna, por otra contribuye poderosamente á revestir las construcciones actuales de una aparente riqueza que caracteriza bien el modo de sentir de la sociedad actual.

Joaquin Bassegoda.

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SEGUNDO TEMA

Influencia que pueden ejercer los arquitectos, en su calidad de directores facultativos, para el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las habitaciones, y medios que la administración municipal puede emplear, sin vulneración del derecho de los propietarios, para que éstos coadyuven á conseguir, por su parte, tan importante mejora. (No se han recibido del señor ponente las conclusiones referentes á este tema; se circularán cuando nos las haya remitido.)

TERCER TEMA

¿Cómo podría obtenerse que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica recupera1·an, en el concepto artístico, la importancia que tuvieron en otras edades?

CONCLUSIONES DEL DICTAMEN DE LA PONENCIA

, .• Que en varias edades, en diferentes pueblos y en diversas civilizaciones, hubo siglos de esplendor artístico en que brillaron de un modo señaladísimo la Arquitectura y sus auxiliares. 2. • Que en cada una de esas épocas el secreto de la brillantez obedeció á la formación de núcleos de gentes de oficios é industrias que, aprovechando la especial constitución del medio social en que vivieron, mantuvieron y transmitieron los pocos ó muchos


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conocimientos técnicos á la sazón especulados, y los aplicaron á la hechura de los productos de estilo arquitectónico. 3 .• Que las lagunas que la historia del Arte en este punto presenta, las han formado constantemente las prácticas de la independencia profesional, la carencia de lazos, la falta de unidad de aspiración y de meta; originada unas veces por las excentricidades del orgullo humano y otras por la inexplicable inercia y marasmo de los tiempos; y +• Que, como natural consecuencia de las premisas que encierran las conclusiones precedentes, podríase, aprovechando para ello los elementos de adelanto y las condiciones especiales de la moderna civilización, obtener que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica recuperasen, en el concepto artístico, la importancia que tuvieron en otras edades. Bastaría facilitar á los oficiales que á las unas y á las otras se dedican, la ocasión y los medios de adquirir nociones suficientes de estética que encauzaran su sentimiento y de historia de las artes que dispertaran la emulación y el deseo, al propio tiempo que se les facili1asen talleres y laboratorios en donde aplicar el difícil arte de dar forma á la materia, los conocimientos adquiridos. En resumen: todo se lograría creando escuelas de artes y oficios, organizadas de un modo conveniente. José Torres Argullol.

CUARTO TE:l!A

Naturale{a peculiar de la urbani{_ación, y necesidad de legislar particularmente acerca de la misma.

CONCLUSIONES DEL DICTAMEN DE LA PONENCIA

De la creación de la familia por el hombre, y de la reunión de varias familias constituyendo sociedad, nace la formación de la ciudad (urbis), del pueblo ó simplemente de la aldea.


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La Arquitectura resuelve el problema social que entraña la urbanización bajo el aspecto técnico. La higiene arquitectónica figura como primer factor en dicho problema. Ambas conclusiones envuelven la imperiosa necesidad de legislar sobre la urbanización, bajo los dos aspectos social y técnico.

Loren:¡_o A/vare{ y Capra.

QUINTO TEMA

Medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias que ocurran en la erección de los edificios, _r manera de subvenir al auxilio de tan deplorables accidentes en los obreros que los sufran. (No se han recibido del señor ponente las conclusiones referentes á este tema; se circularán cuando nos las haya remitido.)

Concluye esta Comisión recomendando á V. Ja adhesión al referido Congreso, caso de no haberlo ya verificado (sirviéndose para esto llenar y remitir la hoja adjunta ), y le suplica al propio tiempo su eficaz cooperación para el buen éxito del mismo, que indudablemente se lograría si, por su parte, se sirviera concurrir perso• nalmente, ilustrando los temas puestos á discusión con su autorizada palabra, ó con la remisión de algún trabajo á ellos referente, dado que no le fuese posible asistir á sus sesiones. Con este motivo tenemos el honor de reiterará V. nuestra consideración más distinguida. Barcelona 1 5 de Julio de 1 888. EL PRESIDENTE, José Artigas y Ramoneda.-Los Antonio María Gallissá.-Enrique Fatjó y Torras.

SECRETARIOS:


CONCLUSIONES

de las Ponencias á los temas segundo y quinto

Circula,.

Muy señor nuestro y distinguido compañero: Esta Comisión se complace en remitirá usted las conclusiones de la ponencia de los temas segundo y quinto al objeto de que le sean conocidas anticipadamente, para los efectos de la discusión, y son como siguen:

SEGUNDO TEMA

Influencia que pueden ejercer los arquitectos, en su calidad de directores facultativos, para el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las habitaciones,y medios que la administración municipal puede emplear, sin vulneración del derecho de los propietarios, para que éstos coadxuven á conseguir, por su parte, tan importante mejora.


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CONCLUSIONES

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DEL DICTAMEN DE LA PONENCIA

Primera

parte

ARTÍCULO

I .0

Debe entenderse por habitación, para los efectos del estudio del buen medio higiénico en que el hombre debe vivir, no sólo la casa propiamente dicha, sino la oficina, el taller, el teatro, la iglesia, la vía pública y cuantos edificios contiene, y en general la población en sí misma, con todo cuanto la constituya en el subsuelo, en el suelo y en el suprasuelo.

ARTÍCULO

2. 0

Siendo el arquitecto el artista destinado en la sociedad á disponer todas estas cosas de suerte que satisfagan, además de las necesidades del espíritu, las materiales, y hallándose en la primera línea de éstas la de que todo concurra á proporcionar al hombre un buen medio higiénico en que vivir, conviene que los arquitectos procuren por sí solos y en colectividad, y por todos los medios que estén á su alcance, llevar sus conocimientos de. higiene de la habitación, en el sentido antes expuesto, á todas partes.

ARTÍCULO

3. 0

En el estado de atraso de nuestro país, es imposible pretender llegar á todo el refinamiento posible, en materia de reformas higiénicas, dentro del campo del arquitecto. Ante esta imposibilidad,


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los esfuerzos deben dirigirse únicamente á lograr las más principa• les, pues obtenidas éstas, vendrá el caso de perseguir las demás .

ARTÍC ULO

4 .0

Las reformas principales que deben predicarse en España para alcanzar el desideratum antes expuesto, han de ser directas é indirectas. Las primeras, que correspondan: unas al subsuelo, otras al suelo y otras al suprasuelo de las poblaciones, y las indirectas, que se dirijan á los arbitrios, contribuciones, transportes y encauza• miento de la opinión pública.

ARTÍCULO

5. 0

Las reformas en el subsuelo de las poblaciones deben consistir: En el establecimiento en toda población de sistemas de 1 .º desagües, por medio de tubos de barro cocido y alcantarillas colecto ras impermeables que conduzcan los residuos fuera de las pobla• ciones, y en el establecimiento de campos de irrigación. 0 En la abolición de los pozos negros fijos y la sustitución de 2. los que sean de imprescindible necesidad por pozos móviles. 3. En el aislamiento entre las conducciones de gas y de desagüe y las de agua. +· º En el establecimiento de redes de saneamiento y drenaje en todos los subsuelos que sean húmedos. 0

ARTÍCULO

6.

0

Las reformas en el suelo de toda población deben consistir: 0 En hacer que toda edificación, los solares y jardines y la:; 1. vías públicas tengan servicio de desagües automáticos é inodoros. En procurar que toda edificación esté asentada sobre un 2.º suelo impermeable. 3.• En hacer que las vías públicas se hallen provistas de pavimentos que no den paso á la humedad . 4. 0 En encauzar y sanear los ríos de las poblaciones.


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ARTÍCULO

7. 0

Las reformas en el suprasuelo de una población deben consistir: 1 .º En que toda edificación tenga dispuestas sus dependencias de 8Uerte que reciban luz directa y estén provistas de un sistema de ventilación en armonía con las condiciones del lugar, destino del edificio, número de personas que hayan de ocuparle y tiempo que residan en él. 2.º En que toda edificación tenga el servicio de desagües, sean de retretes, baños, lavaderos, lavabos, absorbederos de fábricas, talleres, patios, etc., completa y absolutamente inodoros. 3 .• En que además de esto no haya uno solo de estos desagües que no esté provisto de un sistema perfecto de ventilación automática. 4.º En que toda población y todo edificio de ella esté dotado de agua buena para la limpieza y bebida en cantidad sobrada. 5. 0 En que el mayor número posible de tubos de conducción de agua sea de hierro ó de barro cocido. 6. 0 En que aumente la extensión superficial de las edificaciones y disminuya el número de pisos de las casas, no siendo, sin embargo, menor de dos, bajo y principal. í·º En que se aproxime cuanto posible sea al bello ideal de que cada familia habite en casa independiente y con patio y jardín exclusivo de ella.

ARTÍCULO

8. 0

Las reformas indirectas deben consistir: 1. 0 En procurar la baratura de los materiales esenciales para la construcción, estimulando con premios, honores y recursos á los fabricantes. 2-.º En hacer que las contribuciones sobre fincas urbanas estén en razón directa de los pisos de las viviendas; que las pequeñas no paguen contribución, ó que sea moderada, y que á mayor capacidad y precio de una finca la proporcionalidad del subsidio vaya amino• rándose.


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3. En procurar que los recargos y arbitrios municipales sobre fincas urbanas y materiales de construcción sean nulos . ..¡.. En obtener que los transportes de materiales por las vías férreas y pluviales sean de escasa cuantía. 5. En hacer llegará la convicción de todas las clases sociales, hasta que resulte axiomático para ellas, que la habitación higiénica es el medio más poderoso que existe para alargar la existencia y rodearla del mayor bienestar posible físico y moral. 0

0

0

ARTÍCULO

9.

0

Los medios que los arquitectos deben emplear para alcanzar todos estos fines, deben consistir en el empleo de la prensa, ilustraciones, conferencias, discusiones en sociedades, lecturas, experiencias, presentación del natural, utilización de las Exposiciones y representación ante los poderes públicos, ya realizando todo esto por sí, ya ejerciendo su influencia dentro de todo género de sociedades, formando parte de ellas.

ARTÍCULO

10

Para lograr todo esto, los arquitectos deben organizar un trabajo asiduo y fácil de redacción de artículos cortos, prácticos, de grande alcance y en lenguaje vulgnr, que se publiquen en la prensa de toda España. Este trabajo debe realizarlo un Comité de propaganda por medio de una sección redactora y limitar el número de artículos á lo preciso. Estos pequeños artículos deben publicarse además en hojas sueltas y repartirse con profusión por toda la Península, á la manera de cartillas higiénicas. Otra sección del Comité debe tener la misión de hacer ilustraciones y darlas á luz de igual manera que los artículos antes citados. Debe tener por misión, asimismo, hacerse cargo de cuanto se escribe en materia higiénica, que con la arquitectura se relacione, y denunciar por escrito cuanto sea denunciable en este ramo. El Comité de redacción, debe correr además con la misión de redactar todas las representaciones ante los poderes públicos . ./,


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ARTÍCULO

11

Los arquitectos deben emplear el sistema verbal, escogiendo el Comité de propaganda trabajos de higiene nacionales y extranjeros, y dando lecturas públicas de ellos, organizando con estos trabajos escogidas conferencias en círculos, ateneos y sociedades de instrucción, é interviniendo en las discusiones de estos centros. Para dar unidad de acción á todo esto, debe ser dirigido por el Comité de propaganda higiénica, por medio de una sección de conferencias, y realizarlo á la vez en toda la Península con arreglo al plan que el Comité haya dispuesto.

ARTÍCULO

12

También deben emplear los arquitectos el medio de acudirá las Exposiciones con los adelantos en materia de higiene, no ya sólo por sí, sino alcanzando el concurso de los fabricantes é industriales, nacionales y extranjeros, y haciendo Exposiciones é instalaciones aisladas, ya de un solo adelanto, ya de muchos formando colectividad. Estas instalaciones y Exposiciones deben hacerse llegar á toc..los los extremos del país, con preferencia á los grandes centros, pues10 que aquéllos necesitan más del conocimiento de tales mejoras. En esta categoría de medios deben entrar las experiencias prácticas hechas por los arquitectos ó por los fabricantes é industriales, bajo la iniciativa de los arquitectos y las visitas ó ejemplos del natural. Todo esto conviene se realice, asimismo, con plan fijo y determinado, con calma y perseverancia y ocuparse de ello una sección del Comité de saneamiento.


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Segunda ARTÍCULO

parte 13

La administración municipal tiene un deber ineludible de llevar y 8. 0 p.

á cabo lo que indican los artículos 4.º, S.º, 6. 0 , 7.º

( 1) ART, 4.• Las reformas principales que deben predicarse en España para alcanzar el desideratum antes expuesto, han de ser directas é indirectas. Las primeras, que correspondan: unas al subsuelo, otras al suelo y otras al suprasuelo de las poblaciones, y las indirectas, que se dirijan á los arbitrios, contribuciones, transportes y encauzamiento de la opinión pública. ART. S.• Las reformas en el subsuelo de las poblaciones deben consistir: , .• En el establecimiento en toda población de sistemas de desagües por medio de tubos de barro cocido y alcantarillas colectoras impermeables que conduzcan los residuos fuera de las poblaciones, y en el establecimiento de campos de irrigación. 2 • En la abolición de los pozos negros fijos y la sustitución de los quesean de imprescindible necesidad por pozos móviles. 3.• En el aislamiento entre las conducciones de gas y de desagüe y las de agua. 4. En el establecimiento de redes de saneamiento y drenaje en todos los subsuelos que sean húmedos. ART. 6.• Las reformas en el suelo de toda población deben consistir: 1 .• En hacer que toda edificación, los solares y jardines y las vías públicas tengan servicio de desagües automáticos é inodoros. 2.• En procurar que toda edificación esté asentada sobre un suelo impermeable. 3.• En hacer que las vías públicas se hallen provistas de pavimentos que no den paso á la humedad. 4.• En encauzar y sanear los ríos de las poblaciones. ART. 7.• Las reformas en el suprasuelo de una población deben consistir: 1. 0 En que toda edificación tenga dispuestas sus dependencias de suerte que reciban luz directa y este::n provistas de un sistema de ventilación en armonía con las condiciones del lugar, destino del edificio, número de personas que hayan de ocuparle y tiempo que residan en él. 2.• En que toda edifi~ación tenga el servicio de desagües, sean de retretes, baños, lavaderos, lavabos, absorbed eros de fábricas, talleres, patios, etc., completa y absolutamente inodoros. 3.• En que además de esto no haya uno solo de estos desagües que no esté provisto de un sistema perfecto de ventilación automática. 0


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ARTÍCULO 1+

Para realizarlo sin atacar los derechos de la propiedad, debe: , .º Consignar constantemente en sus presupuestos cantidades fijas y determinadas para llevará cabo las reformas y ejecutarlas, aunque sea breve, pero constantemente. 2.º Insertar en sus ordenanzas municipales disposiciones que tiendan á realizar lo que dictan los artículos anteriores, y cuya ejecución sea de la acción exclusiva de los particulares. 3. 0 Tomar medidas para que en las edificaciones ya construídas se realicen las reformas en el transcurso de varios años-no muchos-á fin de conciliar los intereses generales con los recursos particulares. 4.º Establecer oficinas de saneamiento á cuyo frente se hallen arquitectos higienistas. +·• En que toda población y todo edificio de ella esté dotado de agua buena para la limpieza y bebida en cantidad sobrada. 5.• En que el mayor número posible de tubos de conducción de agua sea de hierro ó de barro cocido. 6.• En que aumente la extensión superficial de las edificaciones y disminuya el número de pisos de las casas, no siendo, sin embargo, menor de dos, bajo y p_rincipal. 7.• En que se aproxime cuanto posible sea al bello ideal de que cada familia hab;te en casa independiente con patio y jardín exclusivo de ella. ART. 8.• Las reformas indirectas deben consistir: 1 .• En procurar la baratura de los materiales esenciales para la construcción, estimulando con premios, honores y recursos á los fabricantes. 2.• En hacer que las contribuciones sobre fincas urbanas estén en razón directa de los pisos de la, viviendas; que las pequenas no paguen contribución, ó que sea moderada, y que á mayor capacidad y precio de una finca la proporcionalidad del subsidio vaya aminorándose. 3.• En procurar que los recargos y arbitrios municipales sobre fincas urbanas y materiales de construcción sean nulos. 4.• En obtener que los transportes de materiales por las vías férreas y pluviales sean de escasa cuantía. S.• En hacer llegar á la convicción de todas las clases sociales, hasta que resulte axiomático para ellas, que la habitación higiénica es el medio más poderoso que existe para alargar la existencia y rodearladel mayor bienestar posible, fisico y moral.


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S.º Disponer lecturas públicas sobre materias de higiene, dadas por los empleados de los Municipios que tengan condiciones á propósito. 6.' Publicar y repartir con profusión entre los vecinos de las localidades cartillas higiénicas que, andando el tiempo, infiltren en la opinión los consejos de la higiene.

ARTÍCULO 15

Respecto al inciso 3. 0 del anterior artículo, debe tenerse muy en cuenta que, siendo de la mayor importancia que en toda población se cumplan á la mayor brevedad los incisos 2. 0 y 3. 0 del artículo 7. º ( 1\, por ser la base fundamental sobre la cual descansa lasalubridad de las poblaciones, los Ayuntamientos deben señalar un plazo que no pase de ocho años, ni sea menor de cuatro, para satisfacer la necesidad pública, sin dejar por esto de respetar el derecho de propiedad, durante cuyo plazo todo propietario ejecute paulatinamente las reformas de sus desagües.

ARTÍCULO

16

En cuanto al inciso 4. 0 del art. 14 12), debe establecerse por obligación á las oficinas municipales de saneamiento: r .º Que redacten una Memoria del estado en que se encuentran las respectivas poblaciones respecto á los extremos d~ que tratan los artículos+º al 8. 0 (3 inclusive. 0 Que levanten planos y detalles de las redes de desagües, de 2.

( 1) 2.• En que toda editicación tenga el servicio de desagües, sean de retretes, baños, lavaderos, lavabos, absorbederos de fábricas, talleres, patios, etc., completa y absolntamente inodoros. 3.• En que además de esto no haya uno mio de estos de~agües que no esté provisto de un sistema perfecto de ventilación automática. (2) .¡ .0 Estab'ecer oficinas de saneamiento á cuyo frente se hallen arquitectos higienistas. (31 ART. 4.• Las reformas principales que deben predicarse en E~paña para alcanzar el desiJeratum ant<'s expuesto, han de ser directas ¿ indirectas.


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aguas y demás conducciones que tenga el subsuelo de las respectivas poblaciones. 3.• Que hagan un proyecto de complemento general de las re• des de desagües y de servicio de agua. 4.º Que una vez hechos estos estudios, se pongan en contacto con sociedades constructoras para que, previo acuerdo con las mismas, puedan presentarse proyectos de obras de saneamiento de las respectivas poblaciones, cuyo sistema de pago en tiempo y forma sea compatible con los recursos municipales y con los intereses de las sociedades constructoras. 5.º Las oficinas de saneamiento deben tener el carácter de asesores de todos los vecinos, en materias de su especialidad, y de inspectoras de cuanto se relacione con los asuntos de su competencia. Las primeras, que correspondan: unas al subsuelo, otras al suelo y otras al suprasuelo de las poblaciones, y las indirectas, que se dirijan á los arbitrios, contribuciones, transportes y encauzamiento de la opinión pública. ART. 5.• Las reformas en el subsuelo de las poblaciones deben consistir: 1.0 En el establecimiento en toda población de sistemas de desagües, por medio de tubos de barro cocido y alcantarillas colectoras impermeables que conduzcan los residuos fuera de las poblaciones, y el establecimiento de campos de irrigación. 2.• En la abolición de los pozos negros fijos y la sustitución de los que sean de imprescindible necesidad por pozos móviles. 3.• En el aislamiento entre las conducciones de gas y de desagüe y las de agua. 4. En el establecimiento de redes de saneamiento y drenaje en todos los subsuelos que sean húmedos. ART. 6.• Las reformas en el suelo de toda población deben consistir: 1.• En hacer que toda edificación, los solares y jardines y las vías públicas tengan servicio de desagües automáticos é inodoros. 2.• En procurar que toda edificación esté asentada sobre un suelo impermeable. 3.• En hacer que las vías públicas se hallen provistas de pavimentos que no den paso á la humedad. 4.• En encauzar y sanear los ríos de las poblaciones. ART. 7.• Las reformas en el suprasuelo de una población deben cons1st1r: 1 .• En que toda edificación tenga dispuestas sus dependencias de suerte que reciban luz directa y estén provistas de un sistema de ventilación en armonía con las condiciones del lugar, destino del edificio, número de personas que hayan de ocuparle y tiempo que residan en él. 2.• En que toda edificación tenga el servicio de desagües, sean de retretes, 0


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6.• En su consecuencia, á todo vecino que lo pida debe dársele por estas oficinas instrucciones precisas y detalladas de los medios que debe emplear para el establecimiento del sistema de desagües y saneamiento de la finca. 7.º Todo proyecto de saneamiento y establecimiento de desagües que se estudie por los facultativos al servicio de los particulares, debe ser presentado á las expresadas oficinas para su examen, y no deb-e ser llevado á ejecución sin que haya mediado aprobación previa . 8.0 Toda obra de las indicadas debe ser inspeccionada durante su ejecución por el facultativo de las oficinas de saneamiento, y ninguna edificación debe poderse utilizar cumplido el plazo que las Municipalidades concedan, con arreglo al art. 15, sin que dichas oficinas hayan informado que las obras de saneamiento están bien ejecutadas. bafi os, lavaderos, lavabos, absorbederos de fábricas, talleres, patios, etc., compl eta y absolutamente inodoros. 3.• En que además de esto no haya uno solo de estos desagües que no esté provisto de un sistema perfecto de ventilación automática. 4. • En que toda población y todo edificio de ella esté dotado de agua buena pa ra la limpieza y bebida en cantidad sobrada. S.• En que el mayor número posible de tubos de conducción de agua sea de hierro ó de barro cocido. 6.• En que aumente la extensión superficial de las edificaciones y disminuya el número de pisos de las casas, no siendo, i.in embargo, menor de dos, bajo y principal. 7. • En que se aproxime cuanto posible sea al bello ideal de que cada familia ha bite en casa independiente y con patio y jardin cxclush·o de ella . ART. 8.• Las reformas indirectas deben consistir: 1.• En rrocurar la baratura de los materiales esenciales para la construcción, estimulando con premios, honores y recursos á los fabricantes. 2.• En hacer que las contribuciones sobre fincas urbanas estén en razón directa de los pisos de las viviendas; que las pequeñas no paguen contribución, ó que sea moderada, y que á mayor capacidad y precio de una finca, la proporcionalidad del subsidio vaya aminorándose . 3 • En procurar que los recargos y arbitrios municipales sobre fincas urbanas y materiales de construcción sean nulos. 4.• En obtener que los transportes de materiales por las vías férreas y pluviales s<!an de escasa cuantía. 3. • En hacer llegar á la convicción de todas las clases sociales, hasta que resu :te axiomútico para ellas, que la habitación higiénica es el medio más po• dero30 que existe para alargar la existencia y rodearla del mayor bienestar posible, físico y moral.


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9.º Las oficinas de saneamiento deben tener en sus locales muestrarios y descripciones impresas de sistemas de desagües y de medios de sanear, á fin de que puedan ser examinados y estudiados, los unos, por todo el que quiera y distribuídas las otras con tanta profusión cual sea menester. 10.º Toda petición de licencia para una construcción, cualquiera que sea, debe pasar á informe de las oficinas de saneamiento.

' ARTÍCULO

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Las Municipalidades deben hacer todos estos serv1c10s completamente gratuitos y disponer los trámites de los expedientes, de suerte que se d¿ al público las mayores facilidades posibles para estimular y ayudar á que cambie lo más pronto posible la faz de las poblaciones, en cuanto se refiere al objeto de estos asuntos. Mariano Be/más.

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QUINTO TEMA

Medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurran en la erección de los edificios, y manera de subvenir al auxilio de tan deplorables accidentes en los obreros que los sufran.

CONCLUSIONES DEL DICTAMEN DE LA PONENCIA

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Las disposiciones de policía urbana son insuficientes actualmente para prevenir las desgracias que ocurren en las obras. Es indispensable: 1.º, que el arquitecto tenga mayores garantías en los medios auxiliares de edificación; 2.º, las garantías administrativas son deficientes, si los arquitectos no tienen medios coercí-

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tivos para imponerse á contratistas, destajistas y obreros; 3. 0 , en toda obra, sin perjuicio de lo establecido por las leyes para casos desgraciados, debe formarse semanalmente un fondo de reserva, desde el arquitecto al obrero más modesto, en previsión de esta clase de necesidades. Miguel .i.'víathety Coloma.

Con este motivo, y recomendando nuevamente á usted la adhesión al Congreso y su importante cooperación al mismo, tenemos el honor de reiterarle nuestra consideración más distinguida. Barcelona 3 1 de Agosto de 1888. El Presidente, José Artigas y Ramoneda.-Los Secretarios: Antonio María Gallissá. - Enrique Fatjó y Torras.

s



RELACIÓN

de los Arquitectos adheridos al Congreso

A

Abásolo (D. José Luis de) . Abreu (D. Gabriel). Abril y Guanyabens (D. Juan) . Achúcarro (D. Severiano ). . Aclaro (D. Eduardo de) Aguado de la Sierra D. Miguel\ Aguilar (D. Francisco Javier Aguilar D. José M. ª) Aguirre \D. Javier) . Aladrén (D. Luis) . Albareda (D. Leandro) Almeda (D. Manuel) . Alonso y Gutiérrez (D. Pedro) . Alvarez Capra (Ilmo. Sr. D. Lorenzo) Alvarez Millán D. Francisco) . Amargós (D. José) . Andrés Octavio (D. Francisco). Ansoleaga (D. Florencio). .

Granada. Madrid. Tortosa. Bilbao. Madrid. Madrid. Madrid. Madrid. Oviedo. San Sebastián. Barcelona. Gerona. Córdoba. Madrid. Sevilla. Barcelona. Madrid. Pamplona.


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Aranguren (D. Celestin0). . Arbós y Treman ti (Ilmo. Sr. D. Fernando) . Argentí y Herrera (D. Luis). Arroyo (D. Laureano) . Arteaga (D. J ulián ) . . . . Artigas (D. José). . Asensio Berdiguer (D. José). Astiz (D. José de) . Avila y Bermúdez de Castro (D. Juan N. de). Azemar (D. José) . . . .

Madrid. Madrid. Madrid. Las Palmas G. C. Tudela. Barcelona. Madrid. Madrid. Málaga. Barcelona.

B

Ballespín y Larroyed (D. Elías) Barrio y Canal (D. Nemesio) Bassegoda (D. Buenaventura) Bassegoda (D . Joaquín) . . Belda (D. Joaquín M.ª) . . Belmás y Estrada (D. Mariano) . Beltri (D. Víctor) . . Berrocal (D. Enrique) . . Berrocal (D. Francisco) . Bolomburu y Latu·r (D. Patricio del , Borrás y Soler (D. Francisco) . Borrell (D. Gabriel) . Buigas y Monravá (D. Cayetano) . Brioso y Mapelli (D. Tomás)

Huesca. San Sebastián. Barcelona. Barcelona. Valencia. Madrid. Tortosa. Barcelona. Málaga. Huesca. Reus. Barcelona. Barcelona. Badajoz.

e

Cabañes (D. Emilio) Cabello y Aso (D. Luis) . Cabello y Lapiedra (D. Luis M.ª) . Cachavera (D. Higinio de) Calvo (D. Joaquín M .ª) Calvo (D. José) . Cafleja (D. José). . .

11.

Mataró. Madrid. Madrid. Madrid. Valencia. Valencia. Burgos.


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Cámara \D. Manuel de) . Cámbara y Bisbal (D. Emilio) . Cantalauba (D. Tomás) . Cañellas (D. Francisco de P.) . Capmany y Pellicer (D. Celestino) C asademunt {D. Adriano) Casado y Gómez (D. Francisco\ Cascante (D. Cristóbal) . Castellanos (-D. Santiago\. Castillo (D. Adolfo del) . Cendoya y Busquet (D. Modesto) . Cobreros (D. N emesio) Concha (D. Joaquín de la) . Contreras (D. Mariano) . Costa y Guardiola (D. Antonio) Cuartara (D. Trinidad ) Cuervo y González (D. Jerónimo).

Sta. Cruz Tenerife. Barcelona. Madrid. Madrid. Lérida. Barcelona. Linares (Jaén. ) Barcelona. Madrid. Cádiz. Madrid. Lugo. Madrid. Granada. Barcelona. Almería. Málaga.

CH

Chápuli (D. Manuel) .

Alicante.

D

Delgado y Vargas (D. Isidoro) Domenech y Estapá {D . José) Durán y Ventosa (D. Claudio)

Madrid. Barcelona. Barcelona.

E

Escalera y Amblard (D. Alfredo de la) Esteve y López (D. José) .

Santander. Jerez.


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F

Falqués y Urpí (D. Pedro) . Fatjó y Torras (D. Enrique) . Fernández y Janot (D . Telmo) . Fernández y Menéndez Valdés (D. Joaquín María) . Fernández Rodríguez (D . Eduardo) . Fernáodez de los Rooderos (E xcmo. Señor D . Bruno) . Fernández Casanova (D. Adolfo) Ferreres (D. Luis) . Ferrer (D . Antonio) Ferrer (D. Vicente) . Font y Carreras (D. Augusto) Font y Gumá (D. José) Font y Sangrá (D. Juan) Fort (D. Enrique) . Forteza (D. José) Fossas Pi (D. Modesto) • 1 Florez Llamas (D. Justino:

Barcelona. Barcelona. Barcelona. Madrid . Madrid. Madrid. Sevilla. Valencia. Valencia . Valencia. Barcelona. Barcelona. Barcelona. Madrid. Barcelona. Barcelona . Jaén.

G

Gallego y D íaz (D. José) . Gallissá (D. Antonio M .8 ) García Faria (D. Pedro) . Garriga y Roca (D . Miguel). Goicoa (D. José) . Gómez Otero (D. José). . González Altés (D . Manuel ) . González Perera (D. Antonio) G. Vaamonde (D. Daniel). . Guardia y Ceinos (D. Miguel de la ). Guardiola y Picó (D. José) Guitart (D. General) .

Huelva. Barcelona. Barcelona. Barcelona. San Sebastián. Sevilla. _ Alicante . Habana. Sarria (Lugo. ) Oviedo. Alicante. Barcelona.

I


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Gustá y Bondía (D. Jaime) Gutiérrez (D. Francisco Pablo.

Barcelona. Madrid.

H

H erbás (D. Eduardo) . Hijón (D. Maximiliano)

Cáceres. Logroño.

I ranzo \D . Ubaldo) . l sern y Esteva (D. Ramón)

Barcelona. Barcelona.

J

J areño y Alarcón (Excmo. Sr. D. Francisco}.

Madrid.

K

Kramer y Arnáiz (D. Joaquín) .

Madrid.

L

Lampérez y Romea (D. Vicente) . Lázaro de Diego (D. Juan Bautista) López Altahoja (D. Mariano) López Rull (D. Enrique) . López Sánchez (D. Mariano, Luis y Tomas (D. Francisco' L uque y Lubián (D. Rafael).

Madrid. Madrid. Zaragoza. Almería. Madrid. Logroño. Córdoba.


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M

Cartagena. Avilés (Oviedo. ) Barcelona. Madrid. Toledo. Valencia. Barcelona. Guadalajara. Barcelona. Barcelona. Murcia. Barcelona. Barcelona. Badajoz. Castellón. Granada. Madrid.

Mancha (D. Carlos) . Marcos y Bausá (D. Ricardo) Mariné (D. Francisco). Mathet y Coloma (D. Miguel Martín y Martín \D . Ezquiel' Martorell \D. Antonio/ Martorell (D. Juan). Medarde (D. Mariano\. Mercader y Sacanell (D . Eduardo) Mestres (D. José O .) . Millán (D. Justo). Millás Figuerola (D. Antonio) Miquelerena y Noriega 1D. Pelayo) Morales Hernández (D. Francisco) Montesinos (D . Manuel' . Montserrat ,D. Juan) Muñoz (D. Emilio) .

N

Navarro (D. Félix) . Navascués y Ligués (D. Arturo de)

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Zaragoza. Madrid.

o Segovia. Barcelona. Madrid.

Odriozola (D. Joaquín) . Oliveras y Gensana (D. Camilo) Ortíz y Villajos (D. Agustín)

p

Paredes (D. Vicente) . Pascual y Tintorer (D. Miguel)

Plasencia (Cáceres Barcelona.


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.p

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Pastells y Papell \D. Martíni Peris y Pascual (D Vicente). Pingarrón y Yárritu (D. Francisco) Pollés y Vivó (D. Buenaventura) . Pons y Traval {D. Juan Bautista) . Portusach (D. Ramón) Puente (D. Gerardo de la) Puig y Puig (D. Rafael) .

Zamora. Valencia. Madrid. Barcelona. Barcelona. Zaragoza. Madrid. Barcelona.

Q

Que ralt y Rauret (D. José A. ) Quintana (D. Manuel Felipe)

Orense. Vigo.

R

Ramírez Sesmero (D. Domingo) . Repullés y Vargas (Excmo. Sr. D. Enrique María Rico y Valarino (D. Tomás' . Ríos D . Demetrio de los) Rius (D. Magín ). Rivera y Valentín (D. Manuel' . Rodríguez (D. Atilano) Rodríguez Ayuso (D. Emilio) . Rodríguez Montano (D. Rufino Ernesto) Romanyá (D. Ignacio). Rome u {D. Fernando \. Rogent {D. Elías) . Roge nt {D. Francisco). Ruco ba y Octavio de Toledo { D. Joaquín de). Ruiz de Salazar y Usátegui (D. José Manuel).

Pontevedra. Madrid. Cartagena. León. Barcelona. Málaga. Santander. Madrid. Lérida. Barcelona. Barcelona. Barcelona. Barcelona. Bilbao. Madrid.

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s 1

Saavedra (Excmo. Sr. D. Eduardo) Sala y Blanco (D. Felipe) Sala y Cortés (D. Emilio). Salas y Ricomá (D. Ramón). Sagnier y Villavecchia (D. Enrique) Sansó y Heras (D. Pedro) Santolalla (D. Cayetano) . Sanz y Trompeta (D. Luis) Secall y Asion (D. José) . Semper y Bondía (D. Enrique). Serrallach (D. Antonio) . Serrallach y Mas (D. Leandro). Soriano (D. Trinidad) . Sureda (D. Martín).

Madrid. Barcelona. Barcelona . Tarragona. Barcelona. Manresa. Cádiz. Madrid. Salamanca. Valencia. Barcelona. Barcelona. Huelva. Gerona.

T

Barcelona . Barcelona.

Torras (D. Juan) Torres Argullol (D. José).

u

Urioste y Velada (Excmo. Sr. D. José) .

Madrid.

V

Vaca y Parrilla (D. Ventura) Velasco (D. Carlos). Vila y Palmés (D. Antonio) . Vilaseca (D. José) . Viloria Escarda (D. Segundo¡.

Badajoz. Madrid . Barcelona. Barcelona. Zamora.


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Villar (D. Francisco de P. del) . Villar y Carmona (D. Francisco de P. )

Barcelona . Barcelona.

z

Zavala (D. Daniel)

Madrid.

Sres. Arquitectos adheridos al Congreso,

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SESIÓN PREPARATORIA

celebrada en el Salón del Consistorio nuevo de las Casas Consistoriales el día 1 5 de Septiembre de 1 888

Presidencia de D. José Artigas y Ramon~da

Ocupada la mesa por la Comisión Organizadora, el Sr. Presidente abrió la sesión á las cuatro de la tarde, y dijo: Se abre la sesión preparatoria del segundo Congres-o Nacional de Arquitectos, preparación de las sucesivas que tendrán lugar para la discusión de los temas en que ha de ocuparse.

El Sr. Artigasx Ramoneda: Señores: La Comisión organizadora del segundo Congreso Nacional de Arquitectos, que vamos á inaugurar en la presente sesión preparatoria, tiene el deber de dirigiros la palabra; y siento en verdad que al usarla en su nombre, como á presidente de la misma, no pueda expresar plena y elocuentemente lo que otro cualquiera de sus dignos individuos podría hacer con mayor autoridad personal que la mía y con medios superiores á los de que dispongo; pero bien os haréis cargo de que vengo á cumplir un deber ineludible , y me otorgaréis vuestra indulgencia. Encargada esta Comisión de organizar el Congreso, nada con buen fruto hubiera podido realizar sin vuestra adhesión y apoyo;


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sin vuestro entusiasmo y celo en pro del fin que nos proponíamos. Acogisteis y secundasteis con verdadero interés la idea, y generosos pusisteis vuestra interesante y eficaz cooperación al lado de la nuestra. A la buena voluntad y al apoyo que encontramos se debe, en primer término, que hoy nos hallemos aquí congregados una gran mayoría de arquitectos españoles, dispuestos todos á consagrar nuestro saber y experiencia á la dilucidación de los importantes asuntos que plantean los temas en que ha de ocuparse el Congreso. Temas interesantes para nuestra profesión querida, fructuosos además para el bien público y privado, del que es tan poderoso agente nuestra actividad profesional. Justo es, por tanto, que en nombre de nuestra profesión, en nombre de estos intereses sociales, y en nombre también de esta ciudad de Barcelona que honráis con vuestra presencia aquí, os demos la más cordial bienvenida, saludándoos á todos con el alma llena de gratitud, ya que no sepan hacerlo mis labios con la elocuencia de la palabra. A los compañeros ausentes, á los que circunstancias insuperables han impedido reunirse con nosotros y nos acompañarán con el corazón en la tarea que emprendemos, saludamos igualmente con gratitud y cariño, que unos nos han ilustrado con su consejo, otros con trabajos importantes que tendréis ocasión de apreciar en el curso de nuestras deliberaciones, y todos nos han alentado con el ejemplo de su laboriosidad, constantemente empleada en el enaltecimiento de la profesión que ejercemos, en los progresos de nuestro arte. Particular agradecimiento también debemos á las publicaciones profesionales, y nos hacemos un deber gratísimo de testimoniarlo en esta solemne ocasión; que de éstas recibimos particular y eficaz auxilio para dar cima á nuestra empresa, al encargarse con ahinco y noble desinterés de proclamar y difundir la oportunidad y conveniencia del Congreso y en procurar para su éxito el mayor número de adhesiones. La benemérita Sociedad Central de Arquitectos y las demás Asociaciones locales de nuestra profesión, siempre atentas y celosas en promover el adelanto de la Arquitectura, y de las ciencias, artes y oficios con ella relacionados, cuidadosas también de fomentar incesantemente el espíritu de unión y compañerismo profesional, comprendiendo lo que en pro de tan laudables fines podía conseguirse con la celebración de este Congreso, por ser me-


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dio adecuado á contribuir, no tan solamente ála mutua ilustración de los individuos de la clase, si que también á la de los intereses generales que con la misma se relacionan, acogieron pronta y favorablemente el pensamiento de realizarle, poniendo de su parte cuanto esfuerzo pudieron reunir entre sus individuos para secundar eficazmente los trabajos de esta Comisión. Reciban por ello en este momento la expresión más sentida de nuestra gratitud y el aplauso unánime que sinceramente les tributamos. Indisculpable omisión sería la nuestra, señores, si dejáramos de haceros mérito, y mérito singular, del apoyo material y moral que hemos recibido del Excmo. Ayuntamiento, de la Junta directiva de la Exposición, y particularmente del dignísimo Alcalde Constitucional que preside ambas corporaciones, para que nuestro Congreso pudiera celebrarse con la solemnidad y decoro que va á revestir. A tal punto ha llegado su interés en esta parte, que no sabría encarecéroslo bastante para que de él tuvierais siquiera aproximada idea. Aparte de los cuantiosos recursos pecuniarios que han puesto á nuestra disposición, para subvenir á los gastos materiales que ocurrieran, favorecieron nuestro Certamen consignándolo entre los más importantes actos oficiales que durante la Exposición habían de te1qer lugar; erigieron en el Palacio de Ciencias, salón suntuoso y apropiado donde celebraremos nuestras sesiones; este hermoso Consistorio donde estamos reunidos nos fué galantemente cedido para tener la presente reunión preparatoria, y en el día de mañana tributándonos consideración distinguidísima, presidirá la inaugural en el Salón de Congresos, el Excmo. señor Alcalde D. Francisco de Paula Rius y Taulet. Nobleza obliga entre caballeros: Un recuerdo perenne de consideración y alta estima, sea el tributo que consagremos á las Corporaciones é individuos que con tanto obsequio y deferencia nos han distinguido, consignándolo para perpetua memoria en las actas de este Congreso. U na reseña de lo actuado por esta Comisión, que leerá uno de sus secretarios, os pondrá más al por menor del trabajo que ha llevado á cabo; lo que de deficiente encontréis en él no debéis imputarlo á ninguno de los dignos individuos que la componen, sino á la falta de méritos de su humilde presidente que no supo conducirla por el camino del acierto. He dicho. (Grandes aplausos.)


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El señor Secretario se servirá dar lectura al Congreso de la reseña de los trabajos de la Comisión organizadora.

El S1·. Gallissá: La idea de la celebración de un segundo Congreso nacional de Arquitectos, se impuso por sí misma al verificarse el primero en Mayo de 1881 en la capital de la Nación: la imperiosa necesidad que de aunar sus esfuerzos sentían todos los arquitectos, para dar satisfacción al deseo vivísimo de resolver multitud de problemas de su exclusiva incumbencia, y el no menos intenso de hacer efectiva y sólida la unión y fraternidad de todos los que, de un modo competente, cultivan el campo de la Arquitectura, para poder resistir con energía las intrusiones de elementos extraños ó deficientes; todas estas causas aportaron á aquel primer Congreso tal abundancia de materiales, tales deseos de discusión, tan luminosas ideas, que bien pronto se echó de ver sería insuficiente el tiempo disponible para dejar resueltos todos los temas presentados. Por desgracia es imposible sean de larga duración nuestras reuniones; representamos siempre intereses importantísimos en todas las regiones 9e la nación; sagradas obligaciones nos mantienen separados, y sólo cuando el deber ineludible de rendir culto á las glorias patrias, ó cuando el adelanto de las ciencias 6 de las artes, traducido en todas las manifestaciones de la actividad humana, nos da el espectáculo de su concurso en público certamen, tan sólo entonces nos es dado congregarnos. La celebración del centenario de Calderón de la Barca fué ocasión propicia para convocar el primer Congreso de Arquitectos; la primera Exposición U ni versal española que se celebra en esta ciudad dió pié para pensar en nueva convocatoria. En el seno de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, en Diciembre del año 1886, nuestro compañero D. Modesto Fossas Pi propuso la celebración de un segundo Congreso Nacional de Arquitectos, recordando las indicaciones que había hecho en el de Madrid. Aceptada por la Asociación una idea que tanto respondía á sus aspiraciones, nombró una comisión para que la estudiara, y ésta, en luminoso dictamen, hizo patente la conveniencia de celebrar dicho acto, aplazando, no obstante, la resolución definitiva

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pa ra cuando se tuviese la seguridad absoluta de que la Exposición sería un hecho. El Cabildo municipal, al tomará su cargo la realización del universal Certamen, delegó sus facultades en una Junta Directiva que fo rmuló el programa de las manifestaciones que debían constiturlo. E ntre las intelectuales acordó patrocinar la celebración de congresos qu e viniesen á sintetizar la mayoría de los ramos de la activida d intelectual, y considerando á la Arquitectura como una de sus ma nifestaciones más esplendentes, creyó oportuna la celebración de un Congreso de Arquitectos, rindiendo así un justo homenaje oficial, asaz raro por desgracia, á la clase que representamos. Al efecto de llevará cabo la idea, nombró una Comisión organizadora, for mada por el Presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, por arquitectos que ocupaban ó habían ocupado importantes cargos oficiales, y por todos los individuos de la antes citada Comisión que entendía en el proyectado Congreso por encargo de dic ha Asociación. Fué designado el Director de la Escuela de Arquitectura de la presente ciudad para presidir esta Comisión organizadora. E n atención al modo como se constituyó, y considerando principalmente la significación que alcanzaba un Congreso de Arquitectos celebrado al amparo de una corporación oficial, la Asociación de A rquitectos de Cataluña acordó suspender los Trabajos comenzad os y recomendará todos sus individuos prestaran su eficaz cooperación á la Comisión organizadora del Congreso nombrado por la Junta Directiva de la Exposición Universal. No la falta de entusiasmo por la idea, sino las ocupaciones gravísimas que pesaban sobre el Presidente de esta Comisión le obliga ron á dimitir el cargo, ofreciendo, no obstante, su incondicional apoyo al Congreso, y deseando figurar en la comisión con el carác ter de vocal. N ombróse presidente al que lo es de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, quedando, por tanto, la Comisión co nstituida en esta forma:

Sr. D. José Artigas, presidente de la Asociación de Arquitectos. VrcEPnEs10ENTES. - Sr. D. Juan Torras r Guardiola, ex-presidente de la Asociación de Arquitectos. Sr. D. Modesto Fossas y Pi, ex-presidente de la Asociación de Arquitectos. PRESIDENTE . -

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SECRETARIOS. - Sr. D. Antonio }daría Gallissá, arquitecto. Sr. D. Enrique Fatjó, arquitecto. Voc.lLES. - Sr. D. Elias Rogent, director de la Escuela oficial de Arquitectura. Sr. arcipreste D. Juan Codina, presidente de la Sección de Arquitectura de la Academia de Bellas Artes. Sr. D. José O. Mestres, ex-presidente de la Asociación de Arquitectos. Sr. D. Francisco de P. del Vil/ar, arquitecto diocesano. Sr. D. Lea11dro Serrallach y Más, ex-presidente de la Asociación de Arquitectos. Sr. D. Camilo Oliveras y Gensana, arquitecto de la excelentísima Diputación provincial. Sr. D. Antonio Ro vira y Trías, arquitecto municipal. Sr. D. Miguel Garriga y Roca, arquitecto de la Audiencia. Sr. D. Cayetano Buigas, arquitecto. La primera base que sentó la Comisión organizadora al empe• zar sus trabajos fué la limitación que debía darse al Congreso . Considerando que, fuera de los principios generales de la Arquitectura, tiene ésta aplicaciones variadísimas en los distintos países, y fijándose sobre todo en la diferente extensión que se da á la carrera de arquitecto en las diversas naciones, así como en la poca comunidad de intereses entre los arquitectos de una nación y los de las demás, creyó que debía limitarse el Congreso tan sólo á los arquitectos españoles, y así lo consignó en la cabecera de todos sus documentos, titulando: Segundo Congreso Nacional de Arquitectos al que estaba encargada de organizar. Muchas sesiones dedicó la Comisión á la formulación del Reglamento, y una de sus principales miras fué procurar imprimir seriedad y claridad á la dilucidación de Jos temas, evitando en lo posible la controversia libreé impremeditada y exigiendo garantías de madurez de criterio; á esto responden los artículos 9, 10, 11, , 3, 15 y 17 del Reglamento. No era su ánimo impedir la libre exposición de cuanto pudiesen los señores ar-1uitectos creer pertinente al esclarecimiento de las cuestiones sometidas á su dictamen, antes al contrario, deseando usar de todos los medios de discusión, aun de aquellos que exigen ó permiten el lenguaje íntimo y familiar, las ideas suelta~, los arranques de la improvisación, estableció en los artículos 3, 14, 19, y 20, el funcionamiento de Comisiones de Conclusiones, en cuyos trabajos pudiesen tomar parte todos los adheridos. Con todo, creyó prudente apartar de las miradas del


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público esta parte de las discusiones ocasionadas siempre á accide ntes imprevistos. Espinoso y difícil cometido era la elección de los temas que el Cong reso debiera tratar, no por la falta de material propio para la discusión, antes al contrario, por exceso del mismo y por el equili brio que en su importancia tienen las múltiples cuestiones de verda dero interés para la Arquitectura en general y para la clase de arquitectos en particular. Quizás era deber de la Comisión organizad ora consultar la opinión de los futuros miembros del Congreso so bre tan importante cuestión; mas lo premioso del plazo y el se rle muy conocidas las aspiraciones de la clase de arquitectos, ma nifestadas públicamente en los documentos que circulan entre los diversos centros, agrupaciones y personalidades que la compo• ne n, así como en los periódicos y revistas, fueron razones suficientes p ara elegir los temas consig,1ados en el artículo 4. 0 , sobre cuya im portancia no cree deba insistir esta Comisión, cuando la han ve nido á demostrar las luminosas conclusiones de los señores pone ntes . Estos documentos, alma del Congreso y base sobre la que debe desarrollarse la exposición de variadas y fructíferas ideas, han sido los trabajos más importantes para la realización del mismo. Respecto á la organización de las ponencias, surgieron dudas en la ele cción de hs formas uní ó multipersonal, vi_¡iiendo á adoptar el prim er criterio, en atención á la naturaleza artística de alguno de los temas, que por su generalidad permite puntos de vista muy op uestos y á que esta forma autoriza más vigor y convicción en las opi niones, menos vaguedad en las conclusiones y motiva defensas y rec tificaciones más enérgicas y breves; elementos que todos ellos so n conducentes á la mayor rapidez de la dilucidación, lo que es circ unstancia preciosa, en casos como el presente, en que la cortedad del plazo no queda proporcionada á la importancia de las mate ri as. Por otra parte, según estatuye el artículo 6. 0 del Reglamento, se concede libertad absoluta á todos los arquitectos adheridos pa ra tratar todos los temas con extensión proporcionada al tiempo disponible, en la forma que juzguen más conveniente; y aun más, en el artículo 1 2 se autoriza á todos los arquitectos españoles no ad heridos~ para hacer oir su opinión en el Congreso. Con cuyos artículos creyó la Comisión haber garantido suficientemente la libre exposición de todas las ideas. Alcanzan á más las aspiraciones de la Comisión: desea ver lleva-


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das á la práctica las conclusiones que puedan resultar del Congreso, y en previsión de esto, en el artículo 2 1 del Reglamento determina los medios conducentes á darles publicidad y resultados prácticos. Los artículos 1, 2, 5, 16, 18, 22, y 23, se refieren á la buena marcha de las funciones del Congreso y á las relaciones que deban existir entre sus miembros. Aprobado el citado Reglamento en todas sus partes por la Junta Directiva de la Exposición U ni versal, fué votado por la misma un crédito de 5,ooo pesetas, para hacer efectiva la protección material dispensada al Congreso por el Municipio de Barcelona, con lo que á la Comisión organizadora le fué posible entrar de lleno en los trabajos de propaganda. Al mencionado efecto, acordó la publicación del Reglamento y de una circular de invitación al Congreso, que dirigió á todos los arquitectos españoles de que tenía noticia, y en estos trabajos de propaganda se vió eficazmente auxiliada por los periódicos y revistas de intereses generales y de un modo especialísimo por la Revista de la Sociedad Central, y por la entonces Gaceta del Constructor, hoy Gaceta de Obras públicas, que con anuncios, artículos, circulares, listas de adhesiones y documentos varios insertados en sus columnas, hicieron llegar al conocimiento de todos los arquitectos la noticia del Congreso. No fueron sordos al llamamiento los arquitectos españoles: entusiastas adhesiones vinieron á confirmar la necesidad de la celebración del Congreso, y entre ellas merecen mención especialísima la de la Sociedad Central de Arquitectos y la de los Arquitectos de Valencia. La respetable cifra á que alcanza el total de las adhe• siones comparada con el número de arquitectos españoles que ha llegado á noticia de la Comisión, permite afirmar que en el Congreso existe mayoría absoluta de los que, en activo servicio, se honran con el ejercicio de la carrera. Algunos de ellos han remitido importantes trabajos, y merecen consignarse los de los señores Ríos, Fossas, Pi. Cabello y Aso, y otros han manifestado verbalmente ó por escrito el propósito que tienen de tomar parte en las deliberaciones. Los nombres y antecedentes son garantía de seguro éxito. • Las indicaciones de muchos de los señores adheridos al Con• greso, las de los ponentes y las circunstancias que motivaron el retraso de la Exposición, haciendo que ésta no llegase á perfección


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debida hasta mucho tiempo después de la época prefijada, determinaron á esta Comisión organizadora á aplazar para la segunda quincena del mes de Septiembre la celebración de las sesiones del Congreso, con lo que ha po.:lido disponer del tiempo indispensable para cumplir algunas prescripciones del Reglamento y para c.ircular las conclusiones de los señores ponentes que ha repartido, no tan sólo á los adheridos, sí que también á todos los arquitectos restantes, y seguramente el mérito de estos trabajos ha sido gran parte al aumento del número de adhesiones en este último período. Cree la Comisión haber interpretado los deseos de la mayoría de los miembros del Congreso con este aplazamiento, y haber hecho más fácil la asistencia. Por último, teniendo en cuenta las múltiples atenciones que el digno presidente del Cabildo municipal, que á la vez lo es de la Junta Directiva de la Exposición, ha tenido para con la clase de arquitectos patrocinando el Congrcso 1 y los esfuerzos que ha hecho dentro de los límites de su esfera de acción para que represente esta clase el papel que le corresponde de derecho, creyó la Comisión organizadora ser deber de gratitud ofrecer la presidencia honoraria de la primera sesión del Congreso á dicha autoridad, la que se dignó aceptarla con frases lisonjeras para todos los arquitectos en general y de un modo especialísimo para los arquitectos adheridos al Congreso.

El mismo señor Secretario lee la lista de señores adheridos, y además entusiastas cartas y telegramas de adhesión de varios compañeros, y un oficio del Excmo. Sr. Gobernador civil de la Provincia excusando su asistencia á la sesión inaugural. El Sr. Presidente: El Sr. Secretario se servirá dar conocimiento del programa de la sesión inaugural que tendrá lugar mañana domingo á las tres de la tarde en el Salón de Congresos del Palacio de Ciencias. El Secretario Sr. Fatjó lee el programa. El Sr. Presidente: Procede también la lectura del artículo 14 del Reglamento que trata del nombramiento de los individuos que


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han de componer la Mesa del Congreso y los de las comisiones que han de dictar las conclusiones referentes á los temas. El Sr. Secretario lee. El Sr. Presidente: Si á los seí1ores presentes les parece bien, podría levantarse por breves momentos la sesión para designar los individuos que han de ocupar dichos cargos.

El Sr Belmás: S ?ñores: Creo que sería mucho más sencillo se dejase á la presidencia la elección de las personas que han de componer la Comisión y ocupar aquellos cargos, puesto que todos hemos de estar de acuerdo con lo que hagan nuestros compañeros. Aquí no hay cuestión alguna que pueda molestar nuestra susceptibilidad, ni nada que pueda entorpecer la buena marcha de nuestras tareas, y creo, por lo tanto, que lo propuesto sería mucho más sencillo con-objeto de abreviar tiempo. Señor Presidente: ya que estoy en el uso de la palabra, me permitiré hacerme cargo de algunas de las vertidas en su discurso, en el cual ha estado brillante como siempre, y por las que debo darle las más expresivas gracias en nombre de la prensa profesional. La prensa profesional ha cumplido única y exclusivamente con su deber, y está dispuesta á sacrificarse en aras de los arquitectos y en hacer todo cuanto sea posible en bien de la clase, de esa clase y de todos sus intereses. No quiero decir más por no molestar la atención del Congreso, y á no estar aquí nuestro digno Secretario el Sr. Navascués, me atrevería á manifestar en nombre de todos lus arquitectos de Madrid, el reconocimiento que sentimos por las frases afectuosas que se les han dirigido, pero lo que no expreso verbalmente, lo expresa mi corazón y creo que os haréis cargo de lo que he omitido y concluyo dándoos las gracias por vuestra benevolencia.


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El Sr. Navascués: Seí10res: Por veleidades de la suerte y no por mis propios merecimientos, yo, el último de los individuos de la Junta Directiva de la Sociedad Central Je Arquitectos y el más insignificante de todos los arquitectos españoles, vengo en la representación de dicha Junta, á felicitar de la manera más entusiasta, si bien no tanto como merecen, á todos nuestros compañeros los arquitectos catalanes y muy especialmente á la Comisión organizadora de este Congreso Nacional, que nos proporciona tan brillante espectáculo. Atenciones perentorias y deberes ineludibles, han impedido á mis dignos compañeros de la Junta Directiva de Madrid tomar parte en este Congreso; debo tributar ante vosotros un recuerdo á los señores Fernández de los Ronderos, Cachavera, Arbós, etc., etc., cuyos pensamientos se dirigen á vosotros en la ocasión presente. En nombre de ellos doy la felicitación más expresiva á los individ uos de la Comisión organizadora y á todos los arquitectos aquí reunidos . Recibid el testimonio de amistad y de cariño de los arquitectos de Madrid. Esto como Secretario de la Junta Directiva. Como á particular no acertaría á expresar todo io que siento en estes momentos; sin embargo, diré que mi entusiasmo no tiene ni tuvo límites desde que supe que había el pensamiento de convocar este Congreso. Vengo, pues, dispuesto á prestarle mi concurso, y á él me ofrezco para que utilice mis servicios en todo lo que juzgue que pueda serle útil. (Aplausos.)

El Sr. Pingarrón: Señores: Acaban de oirá la representación de la Sociedad Central de Arquitectos y á la de la prensa profesional, pues bien: yo, el último de la clase, no ostento ninguna en este acto; vengo únicamente á dar un abrazo á mis compañeros de Barcelona, que tan alto han sabido colocar el pabellón del arte con motivo de su Exposición U ni versal, y á honrarme, asistiendo al Congreso de Arquitectos por ellos organizado. Recibid, pues, mis plácemes más


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sinceros por el éxito tan lisongero de la primera, y contad con mi completa adhesión al segundo; y ya que me encuentro en el uso de la palabra, he de dirigiros una súplica en nombre de un compañero, y es que dispenséis al Sr . Mathet y Coloma, ponente de uno de los temas, que no venga á desempeñar su cometido; causas bien ajenas á su voluntad le imposibilitan tener la satisfacción que en ello le cabría, y yo espero de vuestra benovolencia, que así lo haréis. Concluyo, señores, repitiéndoos la admiración que me causa las brillantes muestras que da Barcelona de su cultura é i'ustración, y afirmo que todos tenemos no poco que aprender en ella.

El Sr. García Fa ria: Pido la palabra. El Sr. Presidente: La tiene su señoría.

El Sr. García Faria: Señores: He de comenzar estas breves frases dirigiendo mi felicitación más ardiente á la Comisión organizadora de este Congreso por lo bien que ha llevado á cabo los trabajos preparatorios para celebrar esta sesión y las sucesivas; sin embargo, en su obra, como en todas las humanas, quizás pueda caber algún perfeccionamiento y voy á inclicar una idea que le produciría, si, como espero, se toma en consideración. En mi sentir, lo que se trata de hacer ahora de celebrar un Congreso, sólo de Arquitectos, no es conveniente para el adelantamiento de todos los ramos de la construcción. En mi humilde opinión debía invitarse á que tomasen parte en él otras personas peritas en el asunto que deba tratarse, aun cuando no fuesen de nuestra profesióo, como a í ha sucedido en otros Congresos celebrados en Barcelona, en el Congreso Médico por ejemplo, en el que fuí nombrado Secretario de la sección de higiene. El exclusivismo en las discusiones puede traer consigo la imposibilidad de que se haga luz en ciertos asuntos, y por más que la suficiencia de la clase de arquitectos en los asuntos de los temas puestos á discusión es de todo punto incuestionable, sin embargo, otros elementos y entidades profesionales, como los ingenieros, médicos,

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maestros de obras, etc., podrían aportar un notable caudal de conocimientos útiles á nuestra obra, por más que no procedieran de arquitectos. Entonces sí que de la discusión nacería mayor cantidad de luz, pues hemos de tener en cuenta, señores, que por bueno que sea lo que se diga, si queda en familia, no producirá los efectos que esperamos para el adelantamiento de los ramos de la construcción. Claro está que el Reglamento está aprobado, según se nos dice, aun cuando no ha sido discutido, y por esto aprovecho esta ocasión, ya que es la única en que se nos ha convocado, para proponer esta necesaria ampliación, y pido á la Comisión organizadora que mire si es posible añadir al Reglamento un artículo adicional, según el que se permitiera á cualquier individuo tomar parte en la discusión de los temas propuestos al Congreso en la orden del día de las sesiones sucesivas. Para lograrlo entiendo que sólo hay que vencer algunas dificultades, pero éstas son más administrativas y fáciles de vencer con buena voluntad, pues siendo los temas universales, su resolución interesa á todo el mundo, y por esta razón opino que no hemos de preguntar qué título profesional ostenta cada uno, ni hacer presentar la patente de suficiencia á los que tomen parte en nuestras discusiones, y que, por el contrario, basta que defiendan su tesis con perfecto conocimiento de causa y que sus argumentos nos convenzan; si alguno por desgracia estuviere desacertado, bastante castigado quedará con el veredicto de la opinión pública. Por esto pregunto al Congreso, si podría añadirse al Reglamento un artículo adicional, que permitiera á cualquier persona, como ha sucedido en otros Congresos, tomar parte en las discusiones de nuestros temas y aportar sus luces y conocimientos para el mayor perfeccionamiento de los ramos de la construcción y del Arte arquitectónico.

El Sr. Doménech y Estapá: Pido la palabra. El Sr. Presidente: La tiene su señoría.

El Sr. Domenech y Estapá: El Sr. García Faria está pidiendo aquí una cosa que me parece imposible de realizar dentro de la convocatoria, y hasta dentro de 8


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la esencia misma del Congreso. Se ha convocado para la celebración de un Congreso de Arquitectos á todos los que se honran con este título en España, y los temas que han de discutirse son propios y exclusivos de nuestra carrera, y por consiguiente sería extraño á nuestro objeto admitir otras personas que no pertenecieran á la clase. Además, según el criterio del Sr. García Faria, el número de indivi9uos ó de carreras profesionales que deberían tener derecho á tomar parte en el Congreso sería ilimitado, porque no ha fijado dicho señor ninguna clase de profesión especial, y por tanto, las discusiones resultarían estériles y faltaría la unidad de aspiraciones tan necesaria en estos casos. Aquí lo que debe discutirse, es lo que concierne á los arquitectos en especial y no á las demás profesiones, que si lo creen oportuno pueden celebrar actos análogos; no venimos á constituir una cátedra, celebramos un Coog.-eso para ilustrarnos mutuamente, para emitir nuestras ideas y recoger cada uno las que crea más acertadas y oportunas.

El Sr. Presidente: Permítame el Sr. García Faria que le haga una pequeña observación para que entienda, que acerca de su proposición, la Mesa ha de tolerar una latitud que en rigorismo no debería consentir, refiriéndose á tratar asuntos que, por su índole, desvirtúan esencialmente el pensamiento que nos hemos propuesto. Sólo para el mejor éxito del Congreso, consiente la Mesa que vuelva á hablar el Sr. García Faria, pero le ruega que se haga cargo de estas observaciones, para no alargar demasiado esta discusión. Su pensamiento ha sido comprendido perfectamente por todos, y si alguna palabra ó concepto quiere rectificar, puede hacerlo desde luego .

El Sr. García Faria: Habiendo sido comprendido por todos, únicamente debo decir que no quiero vindicar ni favorecerá carrera alguna. En mi sentir, los conocimientos del Congreso han de divulgarse al público, y sino este Congreso no tiene razón de ser.


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El Sr. Presidente: El Sr. Villar tiene la palabra .

El Sr. del Vil/ar: Señores: Cuando soto voce he pedido la palabra á nuestro dignísimo presidente, me ha guiado un sólo objeto, pero lo que se ha manifestado por los Sres. García Faria y Domenech, me obliga en co nciencia á manifestar una convicción íntima, y cumplo con el de ber de comunicarla. En primer lugar manifiesto que, no sólo en mi calidad de arquite cto residente en Barcelona, sino en mi calidad de sustituto, aunqu e indigno, del dignísimo Sr. Director de la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona, que por sus achaques de salud no puede te ner el gusto de estar aquí presente, y que por razón de edad tengo que sustituirle, en este doble concepto, haciéndome cargo de las palabras del Sr. Secretario de la Sociedad Central de Aquitectos , creo que seré intérprete de los sentimientos de todos, hablando en no mbre de todos, muy particularmente cuando estos sentimientos so n alimentados en la fraternidad que debe exii¡tir, que yo creo que está en vías de existir, sin distinción, ni supremacia, ni altisonancia de residencia, porque la fraternidad encarna, no en el sentido vulgar de la palabra, sino en el sentido racional, en el sentido católic o, en el sentido liberal. En este sentido es que yo creo que puedo hablar en este momento en nombre de los arquitectos de Barcelona, manifestando al Sr . Secretario de la Sociedad Central de Arquitectos de Madrid, que hemos oído gustosísimos la idea que ha ' des arrollado sobre esa fraternidad, y le ruego que haga presente la rec iprocidad de sentimientos, la fraternidad y el amor, en el verdadero sentido de la palabra, que siente la corporación de Arquitectos de Barcelona, lo mismo respecto de los arquitectos residentes en Madrid, que respecto de los arquitectos todos y de los españoles en particular. Cumplido este primer deber, he de hacerme cargo de una insinuación bastante clara del Sr. García Faria y de la objeción del Sr. Domenech Estapá. En primer lugar, señores, yo creo que estamo s en el terreno del derecho constituído y no en el terreno del


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constituyente. Bajo este punto de vista, la observación del Sr. Presidente no puede ser más fundada; pero el mismo señor presidente ha apuntado la idea, que yo aplaudo con todas mis fuerzas, pues nuestro ánimo y nuestro deseo es llegará la mayor perfección posible, de que no ha retirado la palabra al Sr . García Faria, como hubiera podido retirársela en el momento que empezó á insinuarse este asunto, porque el Reglamento está hecho y el Reglamento es la ley del Congreso. Y volviendo á aplaudir la latitud concedida por el Sr. Presidente, he de hacer presente al Congreso, que si de prudentes y de sabios es el mudar de consejo cuando hay por qué, no será demás que manifieste al Congreso, que si encuentra que es fundado el motivo que ha puesto en el caso al Sr. García Faria de hacernos estas observaciones, podrá acaso adoptarse algún temperamento que esté en armonía con sus deseos, pero siempre salvando la cuestión del Reglamento. Yo no voy á entrar en el terreno constituyente, yo no voy á discutir el Re_g lamento, pero sí á hacerme cargo de la conveniencia de que, si es posible, en cuanto el Congreso lo acordare, se hiciera una adición. El temor que el Sr. Domenech tiene, consiste en que, dando la latitud propuesta por el Sr. García Faria, alguien que no tenga la suficiente competencia, tome la palabra y pueda hacernos perder el tiempo. Si eso sucediese, peor para- el atre_vido que lo hiciera, porque el papel que desempeñaría sería muy desairado, y no podría ser duradero. Dice el Sr. Domenech que los temas que han sido objeto de las ponencias y han de ser motivo de discusión, son completamente de competencia del Arquitecto, pero todos nosotros tenemos el criterio que debemos tener respecto de nuestra esfera de acción que se refiere á muchas ramas del saber humano.¿ Pues qué, las ciencias matemáticas y basta las mismas morales, las ciencias físicas, no dan luz al Arquitecto y no contribuyen á la bondad de sus construcciones? Pues siendo así, ¿por qué motivo el médico, el abogado y hasta las personas que no tengan ningún título profesional, pero que pueden tener conocimientos especiales, no han de poder tomar parte en nuestras deliberaciones? Yo confieso, con esa llaneza que acostumbro, que si en el seno de la junta ó comisión organizadora se me hubiese ocurrido esto, lo hubiera defendido. (El Sr. Domenech Estapá: Pido la palabra.) Al menos creo y quiero cumplir con un deber de conciencia, consignando, como consigno, que la Comisión de que formé parte, tuvo un descuido. He dicho.

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El Sr. Bassegoda (D. Buenaventura ) : Pido la palabra para una cuestión de orden. El Sr . Presidente: Tiene la palabra el Sr. Bassegoda.

El Sr. Bassegoda: Señores: Aunque no estoy enterado del Reglamento por el cual de ben regirse las sesiones, me parece que se está discutiendo ya la proposición que ha hecho el Sr. García Faria, siendo así que la discusión no debería tener lugar sino después de tomada en consideración. Por lo tanto, suplicaría que su autor formulara la proposición que viene á encubrir un voto de censura á la Comisión organizadora, y si se toma en consideración, se discutiera y se vota ra. He dicho. •

El Sr. Presidente: Señores: Es preciso que la Presidencia, cumpliendo con su deber, ma nifieste sencilla, pero francamente, lo que cree procedente. No puede permitirse discusión ni proposición ninguna respecto á modificar la constitución del Congreso, tal como ha sido consignada en la convocatoria y en el Reglamento; todo miembro inscrito debe sujetarse á éste y no es lícito alterarlo por medio de proposición alguna. El título del Congreso dice: «Congreso Nacional de Arquite ctos,» y dicho se está que debe ser sólo de arquitec10s. La proposición presentada debía, á mi entender, consentirse por la Mesa, en cuanto se refería por algo á si la Comisión había estado acertada en la organización del Congreso, pero nada más que por este partic ular; segura de que en el ánimo de todos estaba que la idea del Sr. García Faria no era idea viable. (Muy bien.) En este sentido ha permitido la Mesa que se presentase la proposición de que se trata; pero la discusión ha llegado hasta tal punto que el Sr. Bassegoda ha invocado una cuestión de orden, y la Presidencia debe cumplir con su deber y cerrar esta discusión. Yo no


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dudo que otras personas, sin ser arquitectos, podrían usar de la palabra respecto de los temas, de un modo brillante, con mejores dotes, con más saber y elocuencia, si se quiere; esto no lo discuto, ni le está bien discutirlo á una reunión de arquitectos, poniéndose en parangón con hombres de carreras distintas. No se trata de esto. El.Arquitecto español va á dar su parecer, en lo poco ó mucho que valga y entienda, ventilando asuntos de su competencia y especial interés; esto, ni más ni menos, ha de ser y será nuestro Congreso. Por consiguiente queda cerrada la discusión en tal particular. (Gran.fes aplausos. )

El Sr. Iran 1o: Pido la palabra. El Sr. Presidente: ¿Con qué objeto? El Sr. Jran{O: Para hacer una manifesteción al Congreso. El Sr. Presidente: Puede usar de la palabra el Sr. Iranzo.

El Sr. Iran,o: En representación del Ateneo Barcelonés, la Sociedad científica, hoy la más importante de las que cuenta la ciudad de Barcelona, por los valiosos elementos que atesora y por la calidad de los individuos que la constituyen, vengo yo, el más indigno para este caso de todos sus socios, como arquitecto y como delegado especial, á saludar en su nombre al Congreso y particularmente á los arquitectos forasteros que, con sus conocimientos nos vienen á ilustrar, y con su presencia á honrar, reiterando el ofrecimiento ya hecho de poner á su disposición todos los medios con que cuenta la Sociedad para el estudio y para el solaz de sus individuos.

El Sr. Presidente: Después de las varias manifestaciones que se han hecho, por lo mucho que valen y significan, creo que es un deber de la Presiden-


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cia, aunque sea sintetizando, declarar el gusto con que han sido oídas por todos los presentes; y haciéndose cargo de las del represen tante de la Sociedad Central de Arquitectos, asociarse particular mente á las mismas, asegurando al digno Secretario de la Socieda d Central lo dispuesta que se halla la Asociación de Arquitectos de Cataluña á contribuir en la medida de sus fuerzas á todo lo que venga en aumento del brillo de nuestra profesión. Somos her manos todos los arquitectos por el origen y por el fin de nuestros deseos; y no solamente entiendo así expresar los sentimientos de nuestra Asociación, sino que estoy seguro de interpretar fielme nte los que animan á las demás asociaciones locales. El corazón ha de ser uno y uno es en todos los arquitectos españoles. La prensa profesional, con los ofrecimientos que nos ha hecho y gal antes frases que nos ha dirigido, nos ha puesto en el caso de tene rle otro motivo más de agradecimiento. o, no creemos merecer las atenciones y los elogios que nos prodiga;-pasa en esto lo que entre hermanos queridos que recíprocamente suelen verse bellezas que en realidad no existen, pero basta que los ojos las vean para proclamarlas el cariño fraternal,-así ella ha visto en nosotros cualidades y merecimientos que acreditan sólo su bondad y no nuestro m érito. Para el Ateneo de Barcelona, para esta sociedad que por boca de uno de sus representantes acaba de manifestarnos el interés que le merecen nuestras sesiones y la parte principal que desea tomar en nuestra obra, habiendo puesto á nuestra disposición sus salones y biblioteca, debe consignarse en actas el agradecimiento con que :,e han visto tan scñal·a dos obsequios. También propongo al Congreso acuerde que se mande un telegra ma al dignísimo arquitecto de la Coruña D. Juan de Ciórraga, compañero de estudios mío y de algunos más aquí presentes, contestando al que nos ha dirigido, ya que tengo la seguridad de su en tusiasmo, y sé que no hubiera faltado á la cita sin un motivo poderoso, y éste es una grave enfermedad contraída en el ejercicio de la profesión, llegada á tal punto, que le tiene en un estado verdaderamente lamentable, y ha de serle gran consuelo ver que nos co mplacemos de su telegrama y nos dolemos de su estado, dirigiéndole frases halagüeñas que expresen el deseo de su próximo restablecimiento. ( ,\.fu_y bien, muy bien. ) ¿Se acepta la proposición que ha hecho el Sr. Belmás de que la


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elección de cargos se haga por medio de una comisión nominadora? (Sí, sí.) Entonces es preciso designar los individuos que han de componerla. lLa misma lvfesa. ) La Comisión nomin adora, atendido el número de señores aquí presentes, y el de los que deben elegirse, creo, debería estar compuesta de tres individuos, y quizá convendría además que no per• tenecieran á la Comisión organizadora, y en tal sentido, la Mesa propone al Sr . Amargós, al Sr. Belmás y al Sr. Navascués .

El Sr. Navascués: ¡Si nosotros no conocemos los nombres ni las aptitudes para todos los cargos! Todos valen para alguna cosa, pero no todos para todas las cosas, de suerte que los que están aquí en Barcelona conocen ~ cada cual, y por lo tanto yo pediría á la Presidencia que se sirviera excluirme .

El Sr. Presidente: Siento disentir de la opinión del Sr. N avascués; nos conocemos, es verdad, y además es cierto que sin diferencia alguna hay bastante criterio en todos para ejercer los cargos á que se nos destine, como para elegir al que mejores condiciones de entre nosotros tenga. Y ahora me permito añadirá los tres individuos designados, otros dos, el Sr. Luis y Tomás y el Sr. Sagnier. Los cinco seí10res designados tengan la bondad de formar la Comisión nominadora , poniéndose de acuerdo para la elección, ínterin suspendemos la sesión por breves momentos.

Se suspende la sesión. Reanudada y leídos los cargos resulta ron elegidas las siguientes personas:


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MESA

DEL

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CONGRESO

PRESIDENTES HONORARIOS

Excmo Sr. D. Francisco de P. Rizts y Taztlet, Alcalde constitucional de Barcelona y presidente de la Junta Directiva de la Exposición U ni versal. 2,1. litre. Sr. D. Miguel Aguado de la Sierra, director de la Escuela superior de Arquitectura de Madrid. M. litre. Sr. D. Elías Rogent, director de la Escuela superior de Arquitectura de Barcelona.

PRESIDENTE EFECTIVO

litre. Sr. D. José Artigas y Ramoneda, presidente de la Asociación de Arquitectos de Cataluña.

V1CEPRESIDENTES

Ilmo. Sr. D. Loren,o Alvare,t Capra, ex-presidente de la Sociedad Central de Arquitectos. S r. D. Francisco Luis y Tomás, en representación de los Arquitectos provinciales. Excmo. Sr. D. Enrique M.a Repullés y Vargas, ex-presidente de la Sociedad Central deArquitectos. Sr. D. Mariano Be/más, en representación de la prensa profesional.

SECRETAil!OS

S r . D. Arturo de Navascués, secretario de la Sociedad Central de Arquitectos. S1·. D . Antonio M.a Gallissá, secretario de la Asociación de Arquitectos de Cataluña y de la Comisión organizadora del Congreso. 9


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COMISIONES DE CONCLUSIONES

PRIMER TEMA

Presidente.-Sr. D. Francisco de P. del Villar. Vicepresidente.-Sr. D. Camilo Oliveras. Secretario.-Sr. D. Francisco Rogent.

SEGUNDO TEMA

Presidente.-Sr. D. Modesto FossasJ,,. Pi. Vicepresidente.-Sr. D. Ramón Salas y Ricomá. Secretario.-Sr. D. Luis Cabello y Lapiedra.

TERCER TEMA

Presidente.-Sr. D. Leandro Serr.illachy Más. Vicepresidente.-Sr. D. Juan Martorell. Secretario.-S1·. D. José Doménechy Estapá.

CUARTO TEMA

Presidente.-Sr. D. José O. Mestres. Vicepresidente.-Sr. D. José Torres A1·gullol. Secretario.-Sr. D. Pedro García Faria.

QUINTO TEMA

Presidente.-Sr. D. Francisco Pingarrón. Vicepresidente.-Sr. D. Adriano Casademunt. Secretario.--Sr. D. Francisco de P. Villary Carmona.


El Sr. Luisy Tomás: Pido la palabra. El Sr. Presidente: La tiene su señoría. El Sr. Luisy Tomás: Señores: Cual si estuviéramos dominados por un espíritu inquie· to y resueltamente batallador, á diario sostenemos titánica lucha, y no es ciertamente poco constante en su asedio, la que notablemente se entabla entre el corazón y la cabeza. Há ya mes y medio largo que tengo el gusto de encontrarme en esta hermosísima ciudad (á donde me he convencido no puede venirse por pocos días) y tantos son sus atractivos y sus excelencias tantas, que francamente todos quisié ramos hacer de ella nuestro pueblo, pero ya que así no sea, la reconocemos justamente como el mejor florón de España, y al contemplarle, nos sentimos orgullosos como hijos de nación hidalga en la que, si Barcelona siempre ha figurado en primera línea, hoy seguramente le corresponde el puesto de preferencia, por lo mis mo que ha sobresalido en enaltecer y elevará envidiable altura con el honrado trabajo, el nombre y la bandera de nuestra querida patria. Pues bien, en mi lucha interna el corazón venció obligándome á perma necer aquí en el día de hoy, sin otro objeto que el de saludaros; pero por algo se dice que el corazón «á veces vende» y en esta tarde mis compañeros de Comisión nominadora, dejándose llevar tam bién por los afectos del suyo (dispensadme la frase) me han vendido sin que me haya sido posible hacer variar su resolución. Por la inmerecida honra que me han dispensado, les doy las más expresivas gracias; pero me habrán de perdonar que mi ruego, desoído por la Comisión, le eleve como lo hago en respetuosa súplica al Congreso, confiando en que seguramente le atenderá, dándome con ello la mayor prueba de cariño; debiendo por mi parte hacer constar que el sacrificio hecho de múltiples asuntos al prolongar la estancia en esta capital más de lo que debiera, le doy por muy bien empleado al tener la satisfacción en el día de hoy de estrechar la mano de amigos y compañeros, á muchos de los que no se me había presentado ocasión de ofrecerles personalmente, con mi sencera amistad, el testimonio de la más distinguida consideración. Pero me encuentro con lo inesperado, y es que en representación


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de los Arquitectos provinciales me señalan en la mesa nada menos que el sitial de una Vicepresidencia; y el honor es tan grande como inmerecida una distinción que me confunde y contraría al mismo tiempo, y aunque lo sienta, habré de manifestar la imposibilidad en que me veo de aceptar el puesto para que se me indica, por tener precisión absoluta de regresará Logroño pasado mañana lunes. Yo os ruego, pues, encarecidamente, que siendo mi estancia aquí ya tan breve y dado que no puedo tomar parte activa, como deseara, en los trabajos y tareas del Congreso, no admitáis la designación que se hace de mi humilde persona para tan elevado cargo, y este ruego tiene tanta mayor fuerza y base, cuanto que, por lo mismo que son puntos tan importantes los sometidos á las sabias deliberaciones del Congreso, sería muy sensible que un sitial, que todos pojéis ocupar más dignamente que yo, quede desierto. Esperando que, teniendo en cuenta estas consideraciones, atenderéis mi ruego, y que por unanimidad así se acordará, sólo me resta daros las gracias por ello y felicitar á los compañeros catalanes, gloria de nuestra carrera, que tanto han elevado el pabellón del Arte, reiterando á todos los arquitectos de Madrid y de pro vincias el testimonio de mi más alta consideración; y aun á riesgo tal vez de que se me tache de demasiada franqueza, que para disculparla podréis llamarla riojana, permitid me que, para concluir, y dejándome llevar una vez más de los impulsos de mi corazón, os estreche á todos, y uno á uno también, en un fuerte, apretado y cariñoso abrazo. (Aplausos. )

El Sr. Belmás: Como individuo de la Comisión nominadora debo manifestar que, no solamente han vendido al Sr. Luis y Tomás, sino también á mí. Yo creo que puede y debe aceptar la Vicepresidencia, y el día que deba ausentarse se llena la vacante; creo que esto resuelve la cuestión y evita nueva elección y nueva~ molestias para los que han tenido la bondad de designarnos. El Sr. Luis y Tomás: Doy las gracias al Sr. Belmás, quien se pinta solo para buscar fórmulas. El sillón debe estar ocupado y me parece que no debe


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ta mpoco permitirse que tenga todo el honor del cargo el que menos ha co ntribuído á las tareas del Congreso, cargando, como vulgarme n te se dic e, el mochuelo á otra persona que ha contribuído á las tarea s del Congreso con todas sus fuerzas.

El Sr. Presidente:

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Se ñores: Yo creo que debemos conformarnos todos con las propuestas de la Comisión nominadora, y cuidado que lo dice quien neces ita más que nadie conformarse con lo que se ha hecho. La Co mi sión nominadora no me ha vendido á mí, sino que me ha co mprado por un precio que no tengo ni valgo, pero creo que es pre ciso sacrificarnos en aras del compañerismo profesional y acepta r la pesada carga que reconozco, por lo que á mí se refiere, muy sup erior á mis fuerzas. Si algo ha de valer mi ejemplo, deseo que valga para que el Sr. Luis y Tomás se resigne y haga un esfuerzo que le agradecerán todos los compañeros. Unos pocos días más de pro longar su permanencia en Barcelona, y nuestra gratitud será in mensa . Este ruego dirijo también á los demás . Toda discusión so bre este punto me parece que huelga; causas ó motivos todos te ndríamos para recusar un puesto que á la vez es una carga y un ho no r. Por lo tanto debo preguntar al Congreso si aprueba la propuesta de la Comisión nominadora, y después de su contestación, quedarán proclamados para los cargos de que se trata los individuos desig nados. ¿Aprueba el Congreso la propuesta de la Comisión nominadora ? (Sí, sí. ) Quedan elegidos los señores propuestos. C reo, señores, que es preciso nombrar una comisión de obseq uios , principalmente para la primera de las sesiones, inaugural de nues tro Congreso, toda vez que nos veremos favorecidos por la co ncurrencia de personas de alta representación, á las cuales es necesario atender de una manera conveniente, y la Mesa propone para tal Comisión á los Sres. Villar Carmona, Sagnier y Torres Argullol. (Aprobado, aprobado.) Ahora suplico á estos señores se sirvan asistir mañana á las nueve en el salón de Congresos, donde estará la Junta para acordar lo conveniente á dicha sesión inaugural. Queda terminada la ,esión preparatoria, y termina con buenos auspicios, porque atendiendo


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á las grandes distancias que han tenido que salvar muchos de los

miembros de este Congreso para asistir al mismo, es importante el número de los que han concurrido á esta sesión y asistirán á las sucesivas, y grande el testimonio que habéis dado de vuestros bue• nos deseos, de vuestro entusiasmo y celo para el brillo de nuestra clase. Así lo presumíamos, que pruebas evidentes y repetidas tenéis dadas de ello desde que ingresasteis en vuestras respectivas escue• las hasta alcanzar el título que tanto os ennoblece. Cuando esta reunión se encuentra con tan buenas disposiciones, pocos esfuerzos más necesita para salir airosa del presente Congreso. Este s~rá una asamblea de compañeros, de amigos que experimentan las mismas impresiones, que tienden á los mismos fines, para cambiar sus ideas y emitir sus pensamientos sobre asuntos trascendentales de su profesión, sin personalidades que se impon• gan, ni juicios apasionados que prevalezcan, logrando que al final queden satisfechos todos, porque todos habrán contribuído al esclarecimiento de la verdad . Precisamente del choque de las ideas brota la luz, cuando discuten personas de educación y cultura, en asuntos de su competencia, que cuando la discusión se empeña entre personas que care• cen de aquellas dotes, entonces en vez de la luz se produce la oscuridad. (Muy bien, aplausos. )

Se levanta la sesión. Eran las seis.


SESIÓN PRIMERA INAUGURAL

celebrada el día 16 de Septiembre de 1888 en el Salón de Congresos

Presidencia del Excmo. Sr. Alcalde constitucional D . Francisco de P . Rius y Taulet y después

del Sr. D . José Artigas y Ramoneda

Se abrió la sesión á las tres y media de la tarde, con asistencia de representantes de las corporaciones oficiales invitadas al acto. E l Sr . Presidente: El Sr . Secretario se servirá dar lectura del acta de la sesión preparatoria. E l S r . Secretario lee. (Vease el apéndice á esta sesión inaugural. ) E l Sr . Presidente: SírvJse el Sr . S ::c retario dar co nocimiento al Co ng reso de los temas en que éste debe ocuparse y de las comunicaciones recibidas hasta la fecha .

E l Sr. Secretario leyó los temas, varias cartas y telegramas de diferentes arquitectos, manifestando su sentimiento por no poder as istir á las sesiones del Congreso; una atenta comunicación del Exc mo . Sr. Alcalde constituci o nal aceptando la presidencia honora ria del mismo y otra del Sr . Secretario de la Comisión Ejecutiva de la Exposición ofreciendo pases de libre entrada durante los días del Congreso á los señores arquitectos adheridos que residen fue ra de Barcelona.


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El Sr. D . José Artigas: Señores y respetables compañeros: Me hallo en el ineludible debe~, en este momento solemne, de dirigiros la palabra; breves, muy pocas, serán las que pronuncie y exclusivamente dirigidas á manifestar el objeto de nuestro Congreso y la manera como entendemos ha de resultar fructífera la tarea que vamos á emprender. Aquí hemos venido todos á ilustrarnos mutuamente, exponiendo nuestro parecer acerca los importantes y trascendentales asuntos que envuelven los temas sometidos á discusión, y á que éstos reciban las soluciones más acertadas y procedentes. Los arquitectos aquí congregados, no pretendemos, estamos muy lejos de pretender, darnos á la pública espectación para hacer alarde de nuestros conocimientos, ó para procurarnos aplausos en que se complace una pueril vanidad. Nada de esto: somos hombres de buena voluntad que nos interesamos vivamente por nuestra profesión, pero más aún por lo que ésta pueda favorecerá los públicos intereses que están con ella íntimamente relacionados. Así que : dejando, todos, nuestras cuotidianas ocupaciones, y muchos hasta hogar y familia, aquí venimos para cambiar nuestras ideas, con el solo anhelo de alcanzar un acuerdo general para cuestiones tan interesantes, que sea expresión de la verdad en las soluciones que se ofrezcan. Bien sabéis que es la verdad el mayor bien que el hombre pueda apetecer; que todos corremos tras ella anhelantes; que algunos afortunados, la alcanzan prontamente, mientras que otros con dificultad la consiguen; pero que en tal tarea en éstos y aquéllos hay un deseo legítimo y honroso que les dignifica y enaltece. Nosotros aspiramos á la consecución de la verdad; y como por otra parte comprendemos que el mejor servicio que el hombre puede hacer á sus semejantes es difundir, es propagar la verdad, es sostenerla en frente del error; á este doble empeño, á esta aspiración tan noble y honrada nos dirigimos resueltamente. (Muy bien. ) Cooperaremos con la mejor buena fe y voluntad á que nuestra discusión huya de la polémica personal, esclavizando el deseo de hacer prosperar la propia opinión sobre la ajena1 antes bien, nos


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rendiremos á la serena disquisición científica llevando el deseo de que el triunfo sea para lo cierto contra lo dudoso, corroborado y fortalecido por la opinión unánime convenientemente ilustrada; mediante lo cual podremos ofrecer al país y á su representación legítima el fruto maduro y excelente de nuestro trabajo, para que lo beneficie en provecho de los intereses generales. Nada más precisa añadir. Tenéis formado perfecto concepto de lo interesantes que son los temas que van á debatirse y de la trasce ndencia que tienen en la esfera social, para que sobre este particular exponga consideración alguna. Emprendamos, pues, nuestra tarea con la venia de la dignísima autoridad que nos preside; pero antes permitidme deciros de ésta: que en toda ocasión y constantemente ha demostrado un singular cariño por todo cuanto interesa á nuestra querida Barcelona, y á nuestra profesión también; justo es, por tanto, que nosotros todos, po r mi humilde, pero en este momento autorizada palabra, le manifestemos, y me complazco en hacerlo así, nuestra profunda gratitud y aplauso; rogándole, al propio tiempo se sirva declarar inaugurado el segundo Congreso de Arquitectos españoles. (Aplausos. )

El Excmo. Sr . D . Francisco de P. Riusy Tau/et: Seí10res: Barcelona, honrando al trabajo, ha convocado á todas las naciones del mundo á venir á tomar parte en la Exposición U niversal que celebra: Barcelona, honrando á las Ciencias, ha reunido á los Congresos de Jurisprudencia y Ciencias médicas, que aca ban de tener lugar; Barcelona, honrando al Arte, celebra también este Congreso, á cuya solemne inauguración asistimos. Honor, pues, á los iniciadores de esta asamblea; honor á cuantos á ella concurren; honor á cuantos contribuyan con sus luces, y con las ins piraciones del genio, á su brillo y esplendor, haciendo que este Co ng reso sea una de las más gloriosas páginas de la historia de la Arq uitectura española. (Muy bien, aplausos. ) Señores: Antes que deis comienzo á vuestras importantísimas tareas, permitidme que pague una deuda, que estimo por todo extre mo sagrada . La Comisión organizadora de este respetabilísimo Congreso, atendiendo, sin duda alguna, más que á mis méritos personales, de que carezco, al cargo de Alcalde Constitucional Pre10


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sidente del Ayuntamiento de esta ciudad, con que la confianza del Gobierno de S. M. inmerecidamente me ha honrado, se ba dignado elevarme á la presidencia de honor de esta Asamblea. Honra tan señalada no puedo menos de agradecerla con profundo y sincero agradecimiento. Reciba, pues, por ella la expresión de mi más íntima gratitud. Séame lícito recordar en este acto, señores, que nos hallamos reunidos en el recinto de la Exposición; y que el grandioso proyecto de la misma, y que las hermosas construcciones que la decoran y embellecen, obras son de distinguidos arquitectos españoles, que, dando una señalada prueba de su patriotismo y de su amor al arte, han levantado, como por encanto, estas magníficas galerías, estos suntuosos edificios, que son hoy, á la vez que la sorpresa, la admiración de cuantos nos favorecen y nos honran con su visita. A todos ellos me complazco en enviar el cariñoso saludo, que por mi humilde conducto Barcelona les dirige. Yo no puedo olvidar en este momento, señores, que entre los distinguidos arquitectos, en quienes la Comisión organizadora de la Exposición ha encontrado el más leal, decidido y valioso apoyo, merced al que ha podido dejar realizado su patriótico proyecto, se cuenta el dignísimo Director facultativo de las obras, el ilustrado Director de la Escuela de Arquitectura de esta provincia, el señor D. Elías Rogent, á quien siento que poderosos motivos de salud tengan alejado de esta ciudad, privándonos á todos del gusto de verle sentado entre nosotros y á mí del de expresarle la gratitud que le debo por todo cuanto ha hecho en favor de la Exposición. (Aplausos. ) Honor, pues, á él; honor á todos los arquitectos, que trabajando por este U ni versal Certamen, tantas pruebas han dado de amor al arte, á la vez que de amor á Barcelona, á Cataluña y á España. Su gloria es nuestra gloria, ya que ella es la gloria de la nación. \Ruidosos y prolongados aplausos.) Se declara abierto el segundo Congreso Nacional de Arquitectos. Suspendida la sesión por breves momentos y habiéndose retirado el Excmo. Sr. Alcalde constitucional, al reanudarse dijo: Et Sr Presidente D. José Artigas: El Sr. Secretario se servirá


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da r lectura de los artículos 15, 16 y 17 del Reglamento, para los efectos de la discusión del primer tema que va á principiar.

El Sr. Secretario lee. E l Sr. Amargós: Pido la palabra. E l Sr. Presidente: Puede usar de la palabra el Sr. Amargós .

El Sr. Amargós: Creo, señores, que antes de entrar en la discusión de los temas, es muy justo que conste en actas un voto de gracias al excelentísimo Sr. D. Francisco de Paula Rius y Taulet, por haberse dignado ina ug urar nuestro Congreso; otro voto de gracias para la Comisió n ejecutiva de la Exposición, por lo mucho que se ha interesado en el éxito de esta asamblea; y otro voto de gracias á la Comisión o rga nizadora de este Congreso, por el celo, inteligencia y altas miras con que ha desempeñado su cometido. (Aplausos. )

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El Sr. Presidente: Constará así. D. Joaquín Bassegoda y Amigó se se rvirá pasará la tribuna para dar lectura de su trabajo sobre el primer tema, que dice: «Determinar el modo cómo influyen la nat uraleza y condiciones de los materiales en las construcciones arqu itectónicas, bajo el triple concepto artístico, científico y econó mico. »

El Sr. Bassegoda (D. Joaquín Señores: C uando al terminar el prim er tercio del presente si glo la arquitec tura abandonó para siempre las ya bastardeadas formas de la antig üedad romana, apoderóse ávidamente de las que la arqueología ba sacando á luz diariamente de entre seculares ruinas busc ando en ellas el nuevo germen capaz de vivificar un arte que parecía


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aniquilarse entre los impotentes y estériles esfuerzos de sus más afamados cultivadores. Practicado en todo su vigor el falso principio de «El arte por el arte,» creyóse que al trasplantará la Europa occidental los restos de la lozana y nunca marchitada arquitectura del siglo de Pericles, comunicarían toda su belleza y toda su lozanía al decrépito arte de nuestros tiempos; pero bien pronto los arquitectos que marchaban al frente de este pseudo renacimiento, vieron defraudadas las esperanzas que por un momen to habían puesto en el mismo. No obstante, la marcha estaba indicada ya, y bien que cada vez con menos talento, vióse á una multitud de arquitectos de todas las naciones ampararse de un nuevo estilo antiguo recién desenterrado, con el mismo afán que si el empleo por primera vez en nuestros días de una forma antigua, por exótica que fuese, proporcionara á su autor los honores de nuevo restaurador de la Arquitectura . Bajo el influjo de tan perniciosas ideas viéronse las principales ciudades de Europa llenarse de monumentos que eran el reflejo de civilizaciones completamente distintas de la nuestra, además de que ofrecían el grave inconveniente de que la extremada sencillez de los ordenamientos clásicos no podía avenirse con las múltiples necesidades de nuestra civilización. Y como si no bastase ya á este insaciable afán de imitar las pasadas formas, el conocimiento de la mayor parte de las que constituyeron la época antigua, cuarenta veces secular, apareció una nueva corriente e • los estudios arqueológicos que en breve tiempo manifestó en toda su esplendidez la Arquitectura de la Edad Media, incomparable triunfo artístico de que puede enorgullecerse el cristianismo, ·y cuyo estudio, interesantísimo bajo todos conceptos, produjo igualmente la inconsiderada aplicación de sus peculiares disposiciones y formas á las construcciones de nuestros días, y los edificios que poco antes pretendían ser griegos, egipcios, persas ó pompeyanos, se construyeron después románicos, góticos y bizantinos, con mengua cada día mayor del genio artístico del siglo x1x . Tan extremado estado de cosas debía caer por los mismos abusos, y así sucedió: un grupo de arquitectos contemporáneos ha promovido una reacción contra lo que llama servil imitación de los estilos pasados y señalando con el dedo á la arqueología ha exclamado ya: lzé aquí el enemigo de nuestra arquitectura . Fuerza es confesar que en ésta como en todas las

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reac ciones físicas y morales, se ha traspasado el justo límite que deb ía señalar la influencia arqueológica sobre nuestro arte, supuesto que si estéticamente es absurdo pretender hacer revivir un miembro de un cuerpo nuestro, que no otra cosa son los pasados es tilos arquitectónicos con relación á las respectivas civilizaciones que los produjeron, no puede negarse en justicia que los estudios arqueológicos, auxiliados de la crítica artística, han encauzado verdad eramente la marcha que debe seguir el arquitecto de nuestros días . A ellos cabe la gloria, no diré de enseñar, pero sí de recordar una verdad mucho tiempo olvidada, esto es, que el fin moral de la Arq uitectura es la expresión de una idea encarnada en la concep • ció n artística; y como las pasadas civilizaciones, aun cuando han ten ido las mismas ideas primordiales, las han concebido artísticame nte de distinto modo, de aquí que sean distintos los ideales que reve lan los monumentos de las edades pasadas, y siendo distintos los ideales deben necesariamente diferenciarse también entre sí las for mas corpóreas que les sirven de medio de expresión. Háse recono cido igualmente, merced á estos estudios que, el estilo, en su acepción más general, no es más que el perfecto acuerdo que debe exis tir entre la idea madre de la concepción artística y los medios materiales que sirven para realizarla, los cuales, aunque por su nat uraleza se hallan sujetos á las leyes físicas, no debe la primera ocu ltarlos ni desnaturalizarlos sino, al contrario, embellecerlos, pensamiento que un célebre arquitecto ha condensado en la gráfica frase de que «el gusto consiste en el respeto por lo verdadero. n Si es tos principios no son los que en absoluto informan la vida art ística de todos los arquitectos, han por lo menos dirigido las asp iraciones de muchos, y por ello fué oportunísimo el acuerdo de los señores organizadores del primer Congreso nacional de Arq uitectos de colocar al frente de los tema-; en que aquél se ocu pó, el referente á la investigación del ideal arquitectónico de nuestra época, como oportuna ha sido también la resolució n de la Comisión organizadora de este segundo Congreso, de abri r sus discusiones con el que tiene por objeto investigar la influenci a que la naturaleza física de los materiales ejerce en las formas arquitectónicas. Lástima grande ha sido para el feliz éxito de tan loables propósito que la celosa Comisión organizadora no haya ten ido el mismo acierto en escoger la persona que debía usar pri-


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mero la palabra sobre la interesantísima materia que nos ocupa, si bien es verdad, y debo decirlo en su defensa y en la mía propia, que deplorables circunstancias impidieron ocupar hoy este sitio á otros distinguidos compañeros cuyo saber, experiencia y dotes naturales habrían dado á sus palabras un encanto y una persuasión á que de ningún modo puede aspirar el que en este momento honráis con vuestra atención benévola. En verdad y aun prescindiendo de mi insuficiencia, que el tema sometido hoy á nuestra delibera ción entraña tantas y tan complejas cuestiones acerca de la Arquitectura de nuestros días, que puede afirmarse de una manera general, que para resolverlo con perfecto conocimiento de causa, es preciso poner á contribución todos los argumentos serios que de una y otra parte alegrn los por desgracia numerosos bandos en que hoy se hallan divididos los que á cultivar nuestro noble arte se dedican. Porque, determinar el modo como las condiciones de los materiales influyen en las construcciones, es en el terreno artístico, venir á resolver la candente lucha que hoy sostienen entre sí, las escuelas idealista, racionalista y ecléctica; es ademas en el concepto científico, esclarecer los todavía oscuros problemas de los movimientos moleculares de los cuerpos para poder deducir las relaciones que deben existir entre t:llos y los esfuerzos exteriores que los prodcUcen; es por fin, económicamente considerado, pretender hacer aplicación á nuestras construcciones de la influencia que lus principios económico-políticos ejercen en la marcha de la industria contemporánea. Bien se os habrá ya ocurrido, señores, que no es mi ánimo, ni sería oportuno en la solemnidad presente, remontarme á los más originarios principios, tomando la cuestión ab ovo gemino, sino por el contrario, deseo, molestando el menor tiempo posible vuestra atención, exponeros en forma sucinta y concreta los resultados de anteriores y fun damentales razonamientos, apoyándome en especial en las enseñanzas siempre provechosas de la historia de nuestro arte. Si, después de meditar acerca de la Arquitectura de cada una de las civilizaciones que nos han precedido, después de haber com· parado entre sí formas y disposiciones, estableciendo la debida filiación genealógica de unas á otras, después de habernos fijado en los procedimientos constructivos y materiales preferentemente empleados por cada una de dichas civilizaciones, queremos resumir en una gran síntesis el resultado de nuestros estudios, encon•


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tra remos que los pueblos han pasado en el decurso de su historia por tres períodos distintos y sucesivos períodos de separación in definida, pero cuyo carácter artístico es totalmente distinto entre unos y otros. En el primero, ósea en los orígenes, todas las civilizaciones han procedido de idéntica manera; preocupado el hombre, más que en producir una obra bella, en obtener un abrigo seguro y duradero, emplea los materiales tal como los presenta la naturaleza, pero de una manera racional, puesto que no atiende más que á las condiciones que los mismos le imponen, sea este la madera, como entre los primitivos arias, ó sea la arcilla em pleada por los primeros semitas que habitaron la Caldea, pero subordinándola unos y otros á las exi.gencias del clima, ci rcunstancia que produce notables diferencias en la primitiva caba í1a, según sea la latitud del país en que se construye. A pesar de la relativa perfección desplegada por el hombre de los primit ivos tiempos en sus construcciones, es difícil poder atribuirles con diciones estéticas, puesto que no revelan absolutamente más que la idea de utilidad; pero es indudable que lo que á tales obra s les falta en belleza lo tienen en verdadero estilo. Adela ntando el hombre en su marcha incesante por el camino de la civilización, llega un momento en que ya no es solamente la necesidad de guarecerse lo que le obliga á construir, sino que ha enco ntrado formas arquitectónicas que le satisfacen por bellas y des piertan en su alma las ideas más elevadas que son objeto de sus especulaciones filosóficas, siendo la primera de todas, la de la divini dad. Una vez halladas estas formas, en que á veces el símbolo ree mplaza á la belleza, pone todo su empeño en conservarlas á través de los progresivos adelantos que experimenta el arte de la co nstrucción, como si por medio de la inmutabilidad delas formas re ligiosas quisiera expresar la eternidad de los divinos atributos. E n tanto es así, que aun cuando el perfeccionamiento constructivo exige un cambio de los primeros materiales, casi siempre leñosos, po r otros más duraderos, veis á la forma primitiva imitada con el nuev o material conservarse á través de los siglos, hasta el punto de que muchas civilizaciones registra la historia, cuya Arquitec tura ha gozado de dilatada existencia sin que haya pasado de este estado imperfecto y sin que quizás sus razonamientos estéticos se hayan dado cuenta de este error fundamental. El tercer períod o es aquél en que se establece un perfecto equilibrio entre la


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fuerza de la tradición y el raciocmw constructivo; es decir, entre la expresión del ideal que el artista se ha formado de la divinidad y las condiciones que á estas forní.as de expresión impone la naturaleza del material que emplea. Pocos, poquísimos son los pueblos que han alcanzado este desideratum, que es precisamente la realización de la belleza, y solamente en justicia pueden señalarse el pueblo griego y la Europa occiden.tal durante la Edad Media. La Grecia nos ofrece el único ejemplo, en la Antigüedad, de un pueblo cuyos arquitectos, á la vez que mostraban el más profundo respeto por los grandes recuerdos y las sagradas enseñanzas que sus templos debían manifestar, como pueblo esencialmente religioso que era, disponían de una manera lógica y razonada, la pie dra, único material que juzgaban digno de expresar sus ideales . No es posible estudiar la Arquitectura helénica prescindiendo de esta doble condición que constituye su carácter, y por esto no es de extrañar la inutilidad de los esfuerzos de los que han querido ex• plicarla por la sola imitación de formas tradicionales ejecutadas en madera, como los de quien la ha pretendido explicar por la sola influencia del material piedra, convirtiendo así á los arquitectos griegos en precursores de los racionalistas modernos. Los arq uitectos de la época románica y gótica llevaron su respeto á la verdad, en cuanto á la manifestación de su estructura, á mayor altura que los griegos. Estos, puede decirse en cierto modo, que fueron esclavos de la forma bella, puesto que en ella cifraron principalmente su idealidad artística, al paso que en la Edad Media, dando la preferencia, para llegará su ideal, á la expresión, quedó la forma, aunque bella, con la ductilidad necesaria para plegarse á todas las exigencias de una estructura que era el primer elemento expre3ivo de su ideali<lad. Hé aquí como de este ligerísimo bosquejo se desprende ya la marcha sucesivamente progresiva que ha ido experimentando de unas á otras civilizaciones bajo el particular punto de vista que hoy nos ocupa. En rigor podría pretender deducir por las leyes de la lógica, el estado en que debe encontrarse la Arquitectura contemporánea con relación á los materiales que hoy tiene á su disposición, pero como este estudio deductivo daría seguramente un resultado excesivamente optimista, juzgo más prudente atenerme á los hechos prácticos que nos muestre un examen del estado de la construcción moderna.


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Si os fijáis por un momento en el número y calidad de los medios constructivos que tiene á su disposición el arquitecto contemporáneo, convendréis sin dificultad ninguna, en que no ha habido época histórica que en este concepto iguale á la nuestra. Las piedras todas, desde las más deleznables hasta las graníticas más duras, son igualmente extraídas del suelo; la industria cerámica en un grado notable de adelanto cada día creciente; los materiales de u nión para la obtención. de morteros, podemos afirmar que no los ha tenido tan buenos ninguna otra época histórica; los metales está n prontos á auxiliar al arquitecto bajo todas las formas que necesite; los actuales medios de comunicación permiten que los materiales todos sean transportados á bajo precio á los puntos más dista ntes del centro de producción, los medios mecánicos auxiliares so n hoy tan poderosos y perfeccionados, que puede decirse no hallan imposible, y á pesar de tantas y tan preciosas ventajas, ¿tie ne nuestra construcción una estructura propia, aunque no sea nueva, hija del adecuado empleo que haga de cada uno de los materiales según su especial naturaleza? Creo que todos convendréis co nmigo en que la contestación debe ser negativa. Extended la vis ta á donde quiera que se levanten construcciones y veréis en unas el afan de obtener monumentales efectos con medios insuficie ntes cuando no mezquinos, que dan por resultado un completo divorcio entre la forma artística y la estructura constructiva; en otras os asombrará ver empleados materiales voluminosos por medios extraordinarios y costosos, para alcanzar un resultado vulgar. y trivial con menoscabo de la economía, deidad á la que no puede desa irarse impunemente en nuestro siglo. Sensible es confesar seme jante estado de cosas, tanto más cuando bastaba sencillamente co n poner al corriente de las innovaciones modernas Ja mayor pa rte de las prácticas constructivas locales, conservadas tradiciona lmente, para alcanzar todo el progreso moderno sin destruir la un iformidad necesaria en la estructura general, porque la verdad es que en el punto que nos encontramos, no hemos puesto en práctica ningún nuevo principio desconocido en épocas anteriores, por lo que á los materiales pétreos se refiere. Pero si no hemos conquistado nuevos principios, cosa que sería utópica sólo el intentarlo, en cambio hemos resucitado prácticns co nstructivas que después de constituir el elemento más origina l de la Arquitectura romana y el que dió fisonomía propia á su consI J


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trucción, vuelve á reaparecer en nuestra época después de un secular interregno; me refiero á la aplicación del principio concreciona} por medio de los hormigones. Nuestro estado social discrepa extraordinariamente del de la Roma imperial, pero un conjunto de circunstancias hacen que sea hoy de inmensa utilidad un proceder que permitió á los romanos prodigar sus construcciones hasta las provincias más apartadas de la metrópoli. Tenemos hoy los materiales á bajo precio y los adelantos industriales, al par que los perfeccionan, los abaratan, pues no importa que con los hormigones consumamos grandes cantidades de estos materiales que poco cuestan, si en cambio simplificamos hasta la última expresión la mano de obra, que es más costosa hoy que no lo ha sido nunca. Nuestra construcción más común, consistente de muy antiguo en muros de mampostería ó de ladrillo enfoscados y revocados podrá, sin dificultades artísticas, ser sustituida por el hormigón, en época no lejana en que el creciente aumento de coste de la mano de obra, lo hará necesario, y con esta sustitución el arquitecto obtendrá un gran resultado económico, mientras que habrá resuelto el problema científico de la solidez, con tal que pueda contar con la excelente calidad de los morteros hidráulicos. Hay un género de construcción en la comarca de la ciudad en que nos hallamos, y más ó menos extendida por Cataluña, que después de un empleo antiquísimo, lejos de abandonarse ha recibido en nuestros días, gracias á los modernos materiales de unión, nueva sanción científica y económica. Es la bóveda tabicada cuya filiación se pierde en la historia de nuestro arte, pero sus orígenes se vislumbran ya en los remotos tiempos de los imperios caldeo y asirio, patria predilecta de las construcciones de ladrillo. Si no considerase á este elemento más importancia que la puramente local, no lo juzgaría digno de ocupar la atención del Congreso, pero por lo mismo que existe esta facilidad de transporte de los materiales y sobre todo porque su construcción es tan racional científica y económicamente, creo que está destinada á extenderse su empleo y á facilitar extraordinariamente la construcción de otros países; el poder precindir de cimbras al construirse, su gran ligereza y escaso empuje y la docilidad en adaptarse á todas las superficies de más complicada generación, son motivos más que suficientes del alto aprecio que debe mereceros. Sin embargo, este elemento mportantísimo, para todos nosotros (para los de este país, impres-


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cind ible), no ha ejercido en nuestros días la influencia artística que legítimamente le correspondía ejercer; relegada casi siempre á una humilde situación en los edificios, ordinariamente en pisos escasos de altura, se presenta á la vista aplastada y vergonzante, y á pesar de ello , ¡de cuánta gallardía es capaz si tiene altura en que elevarse y cuán dócilmente sigue los más caprichosos pliegues que i magi na un arquitecto que gusta de buscar bellezas en la misma exhibición de la estructura constructiva! Estas consideraciones deb í hacerme á la vista de un bellísimo ejemplo realizado en uno de los edificios de nuestra Exposición U ni versal. • La industria de la fabricación de cementos ha venido, por otro co ncepto además, á ejercer una notable influencia sobre las constru ccio nes arquitectónicas actuales. La facilidad que tienen, conver tido s en mortero, de adaptarse á todas las formas por medio del vaciado, unida á la de endurecerse en poquísimo tiempo, ha vulgarizad o de tal modo su empleo, que nuestra arquitectura privada s quiera Dios que la monumental no se resienta de ello} está ame• nazad a de una plétora de ornamentación que las más de las veces no tiene otro objeto que distraer la vista para que no se fije en la fa lta de armonía y proporción que caracteriza las fachadas en que se prodiga. El procedimiento es no obstante lógico científicamente co nsiderado, como útil bajo el punto de vista económico, pero te mo que no pueda afirmarse otro tanto en absoluto, en el concepto artístico, pudiendo, á mi entender, señalar dos inconvenientes en que tropieza su aplicación , uno la repetición excesiva de los mismos motivos ornamentales y otro la prodigalidad excesiva en e1 nú me ro de los mismos. Por lo demás, sea ó no sea legítima esta influencia, no puede desconocerse que existirá en la Arquitectura contemporánea, porque á mi entender responde enteramente á uno de los puntos flacos de nuestra sociedad, al exagerado deseo del parecer. El artista griego que no supo pintar bella á su Venus, prete ndió hacer olvidar este defecto pintándola rica, nosotros más modestos que él, cuando no sabemos dar belleza á nuestros edifi. ci os, nos contentamos con darles sólo la apariencia de riqueza. Pero dejemos ya la serie que podría alargar muchos más, de los materiales y procedimientos que influyen en la Arquitectura de nuestros días, y que no son más que repetición ó nueva aplicación de principios ya conocidos en otras épocas, para venir á hablar del material que podemos justamente llamar nuevo, en cuanto á su in-


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traducción en la estructura general de los edificios, es decir, el hierro. La conveniencia ó inconveniencia de su introducción en las construcciones no creo que deba ser objeto de controversia en nuestros días, al contrario, es un hecho reconocido la imprescindible necesidad de su empleo, y aun podría añadir que estamos hoy día de acuerdo los arquitectos, en que debe emplearse con formas propias, hijas de las condiciones dd material y acusándose visiblemente su existencia en la estructura del edificio. Pero dentro de esta vaga unanimidad de pareceres, más aparente que real en la práctica, ¡cuán inmensa distancia separa á unos arquitectos de otros al tratar de dar forma corpórea á aquella idea! En un extremo militan los que no conceden al hierro más que un papel secundario y hasta Je niegan el derecho de dar nuevo carácter á nuestras construcciones: en el otro combaten los que pretenden que el estilo arquitectónico del siglo xrx debe nacer del hierro, y que las formas de éste deben ser hijas exclusivamente del cálculo. Ambos extremos son igualmente temibles y de resultados enteramente ne• gativos; los primeros oponen un dique á la marcha progresiva de la Arquitectura, y ésta no puede progresar mientras no tenga en cuenta las influencias que necesariamente deben ejercer las innovaciones constructivas; los segundos llegan á exduir á la Arquitectura del rango de las bellas artes desde el momento que afirman que basta resolver el problema estático para tener formas y disposiciones admisibles bajo el punto de vista artístico. No, no puede aceptarse semejante doctrina emitida antes que algunos arquitectos, por otros constructores que sólo ejercen su arte con un fin pura• mente utilitario. Aun cuando pudiera darse el caso de que las formas hijas del cálculo, coincidieron con las que reputamos por bellas, la experiencia nos demostraría que la marcha natural es precisamente la inversa, es decir, que el cálculo viene siempre á confirmar con sus rigurosas deducciones la bondad ó inconveniencia de las formas que la imaginación del arquitecto había previamente trazado en armonía con el ideal artístico que su obra pretende realizar y con el auxilio de esa me..:ánica intuitiva que le es innata. Se me dirá acaso, que si en otras épocas se ha procedido así, ha sido por falta de conocimientos científicos bastantes á resolver los complicados cálculos y que por fuerza el artista ha debido ser el que marchase delante, pero basta fijarse en lo que hoy sucede para con· vencerse de que las cosas no han variado en este punto, porque la


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imag inac10n, por muy enfrenada que esté por el raciocinio lógico, sie mpre se adelantará á la resolución exacta de los complejos proble mas que continuamente surgen en el ejercicio de la construcción. Hace algunos años que solamente se empleaban las vigas rectas y las triangulares como únicas formas compatibles con la flex ión, puesto que se calculan exactamente, pero muy pronto vieron los mismos ingenieros que este camino era demasiado estrecho para llegará nuevas disposiciones, y abandonándolo en parte, ha n admitido de lleno los arcos metálicos, los cuales constituyen una innovación fecunda en resultados artísticos, bien que los cálculos acerca de su resistencia estén aún muy lejos de satisfacer á todos los que los emplean. Permitidme, señores, que dando una preferente importancia á cua nto al hierro se refiera, vaya concretando más los conceptos artísti co, científico y económico que me merece, porque entiendo que deben tener los congresos científicos como el que estamos celebra ndo, un fin eminentemente práctico, que sólo alcanzaremos med iante una conveniente discusión, tanto más amplia cuanto más aho ndemos la materia del tema. Así pues, empezaré por preguntarme. ¿Cómo y por qué razones se ha introducido el hierro en nues tras construcciones? Antes que en las puramente arquitectónicas, objeto exclusivo del tema que dilucidamos, estaba, como sabéis, muy extendida ya en las ingenieriles, con la circunstancia en éstas, de responder muchas veces á exigencias de carácter económico, cuya base del cálculo era la duración del hierro reconocida como muy inferior á la de la piedra, pero suficiente á los fines puramente econó micos de las entidades que mandaban construir semejante clase de obra. Como los arquitectos, hasta ahora, no tenemos que construir edificios á plazo fijo de duración, no hemos tenido necesidad de recurrir al hierro mientras hemos podido echar mano de otros materiales siempre más económicos en igualdad de circuns • ta ncia, y esta, para mí, es la verdadera causa de que hayamos tardado más que los ingenieros á introducir el nuevo material, tardanza que nos ha valido la consideración injusta de rutinarios por parte de algunos compañeros. Pero ha llegado el momento en que la sociedad actual ha prescrito al arquitecto la resolución de nuevos problemas constructivos, basados unos en la gran amplitud de los espacios á cubrir, otros en la incombustibilidad del edificio, otros en la reducción al límite de los puntos de apoyo, y entonces el ar-


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quitecto ha sabido cumplir su m1s10n en el terreno científico, admitiendo de lleno en sus obras al único material que cumplidamente resolvía tantas dificultades. No obstante, aún en el terreno científico, ¿se ha utilizado el hierro en todos los casos con el raciocinio debido? Yo creo que no, porque unas veces lo ocultamos sin necesidad dentro de las fábricas y otras en cambio, hacemos tan absoluto y exclusivo uso del mismo, que los edificios que pretendemos levantar, dejan de ·ser tales, porque no pueden proporcionar el conveniente abrigo que de todo edificio debemos exigir. El juicioso empleo científico del h.ierro debe, en mi concepto, ser un corolario de las cualidades físicas que reune y que lo diferencian de los demás materiales. Estas cualidades pueden reducirse á cuatro, dos positivas y dos negativas: son las primeras la gran resistencia tanto á la tensión como á la compresión y la facilidad relativa de ensamblarlo ó soldarlo consigo mismo; son las negativas, su· gran conductibilidad calórica y su constante tendencia á la oxidación. De esto se desprenden ya dos reglas de conducta para la práctica; la primera, que siempre que se exijan grandes espacios cubiertos y libres de obstáculos, el empleo del hierro se impone con preferencia á todo otro material, y segunda, que no podemos emplear el hierro como envolvente exterior de los edificios, si queremos que éstos reunan á una larga duración, las debidas condiciones higiénicas. El resultado práctico que deduzco de todo ello, es que debemos emplear los sistemas articulados en el interior de l0s edificios, para contrarrestar los esfuerzos verticales ú oblicuos que se originan, conservando las envolventes pétreas, laterales y supe• rior. Bien sé que este principio no tiene novedad alguna, pero hijo de mi convicción en esta materia, lo he visto sancionado por la eje• cución de algunas obras, en las que distinguidos compañeros, tal vez aquí presentes, los han desarrollado prácticamente con mejor éxito que en otras obras análogas enteramente metálicas. Después de hablar de la influencia del hierro en los conceptos científico y económico, vengamos al que para muchos es la cuestión principal, la que se refiere á las formas artísticas que el hierro debe revestir. Ingenuamente os confesaré, que estoy persuadido que se da á esta cuestión una importancia algo exagerada, al menos por parte de algunos arquitectos. La belleza de la obra arquitectónica es, repitiendo un concepto emitido antes, una belleza relativa que


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nace de la proporción de las partes entre sí y con el todo, del ca• rá cter del edificio, ó sea de su fisonomía moral y de la armonía entre las diversas partes para que sin menoscabo de la variedad que ha de haber entre ellas contribuyan á la unidad de la obra. Siendo así, no hay duda, que dentro del principio que he deducido de la influencia científica del hierro, cabe perfectamente esta triple co ndición, y teniéndola, es indudable que el arquitecto tendrá resuelto el problema estético en su parte más esencial, dejando la for ma del detalle en un lugar secundario, porque hay que reconocer que no puede tener hoy la misma importancia que tenía en las arq uitecturas clásicas. En éstas, las formas son tan sencillas ; que se red ucen exclusivamente á los órdenes, y el perfil del más insignifican te miembro podía contribuirá alterar la belleza de todo el orden , pero hoy las cosas han cambiado; las necesidades de nuestra civilización son tantas y tan variadas: que nuestros edificios han de ser necesariamente complicados si se comparan con los antiguos, y de aquí que la forma del detalle quede algo postergada ante la dis posición del conjunto. No pretendo con esto significar que las fo rmas elementales queden al acaso; al contrario, deben ser objeto de un continuado estudio por parte del arquitecto, pero no extrema rlo hasta el punto de creer que por ser el hierro un material n uevo, debemos buscarle formas que no se parezcan á ninguna de las conocidas. Las formas arquitectónicas no nacen como los hongos. En el mundo intelectual como en el físico, no existe la generac ión espontánea; las más atrevidas ideas han venido á la mente de sus autores por la asociación de otras anteriores; las formas de la Arquitectura han nacido todas de la progresiva transformación de otras más antiguas, creyendo nosotros impropiamente que son originales aquellas cuya filiación no conocemos bastante. Es, pues , imposible hoy sustraerse á esta ley necesaria, y po r consigu iente hay que trabajar sobre el inmenso arsenal de formas de otras épocas, que hoy poseemos, y que no podemos apartarlas de nues tra vista. Bastante habremos conseguido si logramos acomoda rlas á las necesidades técnicas de su elaboración, como hicieron los artistas de la Edad Media y del Renacimiento, que ejecutaron muchas veces un mismo motivo ornamental en piedra, en madera Y en hierro con tal acierto, que Jo primero que aparece á la vista, es la influencia del distinto procedimiento técnico que exige cada ma terial. Por esto juzgo pernicioso en el concepto artístico el uso


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inmoderado de la fundición, cuyo procedimiento del vaciado no permite la libre interpretación de los motivos ornamentales con tanto carácter como el hierro laminado. Con lo dicho creo que basta para llevar al convencimiento de todos, que tenemos medios sobrados para elevar construcciones arquitectónicas basadas en el empleo razonado del hierro tal como lo exigen sus condiciones físicas y las necesidades de la época actual. ¿Es esto decir, como algunos pretenden, que de estas construcciones ha de salir el estilo arquitectónico del siglo x1x? No me atreveré á tanto, porque entiendo que el empleo del hierro constituye sólo un factor del gran problema, siendo el otro el referente á los materiales pétreos, á los cuales, en su carácter de envolvente del edificio, jamás podrá el hierro sustituir. Réstame para terminar con la influencia artística que ejercen los materiales, decir breves palabras acerca del modo como influyen por su color, toda vez que sólo me he ocupado hasta ahora de su forma. Un célebre crítico artístico ha dicho que el dibujo era en las artes plásticas el sexo masculino, y el color, el sexo femenino. Tomando esta idea al pié de la letra, casi podría afirmarse que la policromía era la afeminación de la Arquitectura. Quizá no admitiría esta consecuencia, en absoluto, el autor á que me he referido, pero hay que convenir en que tiene un fondo de verdad: si se aplica á la Arquitectura de nuestros días. Todos los pueblos de la Anti• güedad han policromado sus edificios, de una manera viva y brillante, y la tradición de este arte se ha continuado hasta la mitad de la Edad Media, en que echaron mano de este recurso los bizantinos, como cualidad indispensable, y los románicos cuando los recursos abundantes les permitían semejante lujo. Los arquitectos góticos rompieron los primeros esta tradición, y dejaron su color natural á las piedras; es que estaban demasiado celosos de la estructura que pacientemente habían encontrado para permitir que se disimulara una pequeña parte de ella bajo las capas de pintura. Rota la tradición, continuaron los del Renacimiento construyendo sus edificios sin coloración exterior, aplicando sólo algunas veces, la policromia natural obtenida por el simultáneo empleo de piedras de diversos tonos, procedimiento que habían aprendido estudiando las ruinas romanas. Como entiendo que el tema que nos está ocupando se refiere sólo á esta clase de coloración natural, que es la única producida por los materiales de construcción, me de-


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ten dré un momento en ella. Después de un período de más de seis siglos en que domina la Arquitectura monócroma , casi en absoluto he mos perdido la noción del efecto que produce la armónica colo raci ón de una forma intrínsecamente bella, de tal manera que tal crítico, entusiasta del arte helénico hasta la idolatría, se subleYaría á la sola tentativa que se hiciese de pintar intensamente la límpida superficie del trasparente mármol. No repetiré lo que decía Vio llet-le-Duc, que siempre que se nota divergencia entre los gustos de los a rtistas actuales y lo que hacían los griegos, estaba seguro q ue el error está de nuestra parte, pero diré sí, que el modo de se ntir de !a civilización presente, exige el empleo exclusivo de la policromía natural; es decir, que no consentiría más que la armón ica distribución de los colores naturales propios de cada material. Y he aquí, y dicho sea de paso, otro punto de contacto con los arqui tectos romanos, que en este particular dieron alta idea de su crite rio artístico , á pesar de los exagerados anatemas que les dirigen muc hos arquitectos modernos, para quienes sólo se encuentra el de bido raciocinio en la Arquitectura griega, la cual, para mí, es m uc ho menos racionalista de lo que pretende Viollet-le-Duc. El principio que vengo encomiando ha recibido ya en nuestros días aplicaciones notables y suficientes para juzgar del inmenso pa rt ido que nuestra Arc¡uitectura puede sacar del mismo, y nadie, de ja ndo aparte cuestiones de escuela, podía desconocer sin notoria in justicia el inmenso paso dado en este camino en la nueva Opera de París por Mr. Garnier, uno de los grandes nombres que queda rán en la Arquitectura del presente siglo. Los mármoles de va ria dos matices magistralmente armonizados con el oro y los bro nces, prodigados en la soberbia escalera, ejercen en el alma del es pectador una especie de fascinación que parece prepararla para su entrada en el mundo ideal de la música en que va á sumergirse. A su presencia me he hecho la reflexión de que la forma por sí sola es incapaz de tan profundos efectos . Cito este ejemplo por lo que vale en sí , no por los imitadores que pueda tener, que probablemente serán pocos. Allí ha dado un raro pHéntesis la deidad despótica de nuestros días, la economía, y no es de esperar que lo vuelva á hacer á menudo. Es preciso, pues, aguzar el ingenio para que sin mostrarnos irreverentes con ella, consigamos producir los variados efectos que nuestra sociedad nos exige. Dije antes y repetiré ahora, que fuera de los edificios más esencialmente monumen1 :;¡


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tales, de día en día se procura evitar el empleo exclusivo de las piedras de sillería, tomando mayor aplicación el material que le sigue en impotencia, el ladrillo, el cual por sí sólo constituye ya un elemento de coloración natural que peca generalmente por demasiado triste, defecto que se puede atenuar con el empleo de las tierras cocidas vidriadas que pueden armonizarse perfectamente con el primero y cuya elaboración se encuentra lo bastante adelantada para permitir aplicaciones en grande escala. La mayor ó menor belleza de los tonos obtenidos así como la armonía que debe haber entre ellos, no es asunto que deba ocuparme, sólo haré constar que el arquitecto encuentra en este procedimiento un verdadero regulador del carácter mas ó menos alegre, más ó menos grave que debe tener el edificio, carácter que el ladrillo por sí sólo es incapaz de expresar. A este mismo resultado práctico puede contribuir el empleo de estas tierras cocidas vidriadas, en las cubiertas del edificio, elemento que bien sabéis cuanto contribuye al aspecto general del mismo. Las tierras cocidas sin barniz, que empleamos muy frecuentemente en los pavimentos del interior, deberían dejar sentir su influencia artística en la decoración general de las habitaciones, lo que no sería difícil de lograr aun cuando esta importante cuestión se deja á menudo al acaso. Voy á concluir, no por haber agotado la materia del tema, sino porque juzgo que he abusado demasiado de vuestra benévola atención. Todas las ideas que desmañadamente dejo expuestas se hallan condensadas en las conclusiones que ya habéis tenido ocasión de leer, pero si os pareciesen excesivamente difusas estas conclusiones, aún podría compendiar más mi pensamiento y deciros en síntesis que la influencia que en el terreno artístico han ejercido los materiales, en todas las grandes épocas de la Arquitectura, nunca ha sido bastante á separar al arquitecto de la fiel expresión de sus ideales religiosos, políticos y sociales, sino que por el contra• rio, cualquiera que haya sido la materia, siempre se ha convertido en dócil instrumento de expresión en manos del artista; que en el concepto científico, se ha empleado el material haciendo resal1ar claramente sus cualidades más carac1erísticas, nunca encubriéndolas ni atenuándolas, Y. por fin, bajo el punto de vista económico discrepan unas civilizaciones de otras, puesto que el concepto de eco· nomía depende del estado social de ca.da una. Temo haber defraudado las esperanzas que os hice concebir al


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ace ptar la redacción de este dictamen. Si tal ha sucedido no me culpéis únicamente á mí, culpad á aquellos á quienes ha parecido que era bastante garantía de acierto el vehemente deseo, hijo del ardiente entusiasmo y del entrañable cariño que siento por todo cuanto co ntribuye á aumentar el prestigio de nuestra nobilísima profesió n . (Aplausos. ) l .,

E l Sr. Presidente: El Sr. Cabello y La piedra tiene la palabra. Antes de usarla me permitirá que le indique que tenga la bondad de condensar todo lo que pueda dentro de los veinticinco minutos, que es el tiempo que el Reglamento concede. El Sr. Cabello Lapiedra:

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Señores: Me levanto á tomar parte en las discusiones de nuestro Congreso, agradeciendo en el alma la preferencia que inmerecidame nte me habéis conferido en el uso de la palabra, y felicitando, ta nto á los iniciadores del pensamiento que nos congrega, cuanto á los que directa ó indirectamente han contribuído á que su realizació n sea un hecho, felicitándome que yo por más que mi mente soñara, nunca me hubiese presentado momento tan solemne, ocasión tan principal cual es la de hoy en que tengo la honra de dirigir la palab ra á los que, ya por sus merecimientos, ora por sus obras, bien por su genio, son honra y prez de la noble pléyade de los arquitec tos contemporáneos. E l tema objeto de la discusión de esta tarde es, á mi entender, el de más trascendencia é importancia, porque entraña, por decirlo así, un principio filosófico de la Arquitectura. El noble y bello arte que todos profesamos tiene singular preemi nencia sobre todos los conocimientos humanos, pues, no sólo sig ue paso á paso á la humanidad, sino que íntimamente está ligada con el hombre . Formada como aquél de materia y espíritu, ha de cumplir con un fin altamente civilizador: el ideal del arte. La Arq uitectura es materia, porque dispone de diversos materiales para la realización de su pensamiento, que convenientemente unidos, sati sfaciendo los principios mecánicos y con arreglo á las necesidades de la vida humana, constituyen el edificio . La Arquitectura es espíritu porque concibe una idea primordial, inspira carácter al


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edificio y realiza con estos dos elementos íntimamente unidos, el ideal, la obra de arte. El arquitecto, señores, es creador, y es creador porque tiene que dar forma al pensamiento, para lo cual se vale de los materiales que la naturaleza le proporciona. ¿Puede el arquitecto dar siempre forma á su pensamiento, sea cualquiera los materiales que estén á su alcance? No. La naturaleza y las condiciones de los materiales influyen poderosamente en el carácter artístico del edificio, en las formas que se busquen; y no solo no es secundario, como mi distinguido amigo el Sr. Bassegoda supone, sino que unidos en estre• cho lazo con las condiciones físicas y las condiciones económicas, constituye la verdadera obra del arte arquitectónico. La idea que la obra arquitectónica ha de expresar y las condiciones físicas de los materiales, que otra cosa no son sino su naturaleza misma, no son, á mi modo de ver, cosas distintas, sino que íntimamente caminan sin olvidar nunca la economía, carácter principal del espíritu lucrativo de la moderna sociedad, que impone al arquitecto, cuya libertad de pensamiento coarta por completo. Las condiciones enumeradas unidas entre sí y con arreglo al espíritu y carácter de la época en que se vive, constituye el sello particular de cada Arquitectura, llámese estilo: El Sr. Bassegoda enumera dos etapas notables bajo este punto de vista; la Arquitectura griega y la de los siglos xm y x1v, declarándose partidario de que en el siglo x1x, la Arquitectura no puede tener carácter peculiar, suponiendo que depende de la importancia concedida á la naturaleza y condiciones de los materiales. Efectivamente, desequilibrada por completo la moderna sociedad, camina sin rumbo fijo; pero en cuanto al particular que nos ocupa, influye poderosamente la facilidad que el empleo de ciertos materiales presenta para la realización de un pensamiento y el ahorro de inteligencia por parte de nosotros mis• mos; el principio admito, la consecuencia, no. ¿Pues qué? porque la industria moderna proporciona al arquitecto materiales de excelentes condiciones ¿ha de convertirse la Arquitectura en propagandista suyo y hacer edificios, muestrarios de talleres y obras industriales? La Arquitectura es, antes que nada, verdad, y falsear los elementos que por sí solos pueden dar lugar á formas ar1ísticas, sólo por dejarse llevar de un capricho por favorecerá un conjunto determinado, es completamente censurable y da por resultado la de capitación de la Arquitectura, de la cual quizás somos sus verdugos.


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Si la época es tal que sólo debe emplearse el hierro, el ladrillo, el cemento y mil materiales que la actividad proporciona, empléense con verdad y búsquense formas adecuadas. C onstantemente se ven ejemplos palpables de mi aserto, los cuales no he de citar por no molestar vuestra atención. ¿Son, pues, los ideales de la sociedad, ó es que hemos bastardeado la Arquitectura haciéndola industria moderna? Creo lo segundo. E s preferible copiar bien, que inventar mal; si el arquitecto no guie re emplear los materi!des que la industria moderna le presta, to me modelos de las edades pasadas y aprópielos con buen sentido; ¿qu iere inventar? sólo tiene materiales del día, busque las formas artís ticas en ellos, que existen; elija en igualdad de circunstancias aquellos que presentan condiciones de economía, y satisfaciendo las necesidades del edificio, airoso saldrá de su empresa. Siendo, por lo tanto, nuestra profesión eminentemente práctica, creo que prácticas deben ser las conclusiones del tema, y á mi ente nder son: r .ª la naturaleza y condiciones delos materiales ejercen u na influencia primordial en el concepto artístico del edificio, porque de ellas dependen las diversas formas que el arquitecto pueda eleg ir, las que deben procurarse estén con arreglo á los ideales del edifi cio y á las necesidades que ha de satisfacer, si ha de realizar el objeto que se propone: 2.ª si la naturaleza de los materiales es su mo do de ser y de existir, de ello depende que, elegidos con arreglo á los principios que la ciencia nos enseña, cumplan en la práctica con las condiciones de resistencia y solidez: y 3 .ª dados los productos que la industria moderna nos proporciona, y en igualdad de circ unstancias, debe preferirse siempre, dentro del problema artístico, los materiales que, por su naturaleza, tengan sobre los demás una economía relativamente importante. He terminado. Quizás mi imaginación, virgen todavía de los azares y vaivenes de la práctica, me ha llevado á idealizar demasiado el arte que con vosotros me hermana y por el cual siento especial pred ilección; sumiso espero vuestro fallo, y desde luego acato cua ntas observaciones me hagáis encaminadas que sean á conven• cer me de lo contrario. He dicho. (Aplausos .)

El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Doménech y Estapá.


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El Sr. Doménechy Estapá: Entrando en la discusión del primer tema cuya ponencia ha desarrollado con mucha elocuencia el Sr. Bassegoda, séame permitido hacer algunas observaciones á diversas ideas vertidas en su discurso , porque, aunque creo que en el fondo hemos de estar de acuerdo, no puedo admitir la forma en que se ha desarrollado alguno de los puntos principales del tema que se está discmiendo. Del primero y segundo párrafo nada que tengo que decir, porque realmente todos estamos conformes en que el arte es el ideal unido á la belleza de la forma: Viollet-le-Duc define el arte dicien do que es el ideal unido á la forma de lo, materiales, y que para obtener estilo, es necesario tener en cuenta el ideal ante todo, y el material después. Pues bien, laméntase el Sr. Bassegoda en el cuarto párrafo de su disertación de que en la época actual, la carencia de ideales de nuestra sociedad, unida á la excesiva importancia que se concede á los materiales, sean causa de que la Arquitectura no progrese y de que nos falte estilo propio. Siento no poder estar conforme en este punto, pues la sociedad actual se halla en el caso de resolver grandes problemas constructivos, y más podríamos tachar de sobrado numerosos los ideales á que aspira, y para llegará ellos necesita forzosamente atenderá los materiales que la industria moderna les proporciona. ¿Cuándo se había presentado al arquitecto la necesidad de estas grandes naves de amplitudes colosales que, ya para ser destinadas á E xposiciones, á mercados, á colosales andenes y á otros muchos fines que há menester por precisión la época en que vivimos? Grandiosísimas salas de espectáculos y de Congresos; atrevidos puentes que, sin pilar ninguno intermedio, unen entre sí las opuestas orillas de los más caudalosos ríos; observatorios astronómicos que con suficiente estabilidad puedan sostener al hombre á grandes alturas, ¿no son acaso ideales hermosísimos que podrían dar vida á la moderna Arquitectura? Y, por último, el sentimiento religioso ¿no puede ser la base de la Arquitectura con aquel mismo nombre conocida? Indudablemente que sí, y la satisfacción de todas las necesidades ó ideales ya citados han de ser la base, y lo son ciertamente , sin que nos demos cuenta de ello nosotros mismos en algu-


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nos casos, de los trabajos arquitectónicos que se realizan. No falta n ideales; lo que falta es que el arquitecto dé á los materiales la i mportancia que tienen; es preciso que los estudie y les dé forma apropiada cuando uno nuevo se presenta; que no lo abandone á otros constructores que miran sólo el fin estrictamente utilitario y no tienen en cuenta para nada las proporciones estéticas de sus eleme ntos, y marchando al compás y á la cabeza, si puede, de los ade lantos científicos que se realicen, sea el porta-estandarte de la fo rma del material, de la proporción de los elementos constructivo s y de la cumplida satisfacción de las necesidades de la sociedad en que se encuentra. Si así lo hace el arquitecto, no necesitará ir copiando los estilos arquitectónicos de otras épocas, y no quedará rezagado en el gran movimiento de adelanto que la construcción, en general, ha obtenido en este último cuarto del siglo x1x. No puedo, por tanto, ser de la opinión emitida aquí por el señor Basse goda respecto al caso particular del hierro, uno de los mate• ri ales hoy más importantes y hasta indispensables como elemento sust entante, según mi humilde criterio. Califica el hierro el señor Bassegoda de poco duradero; afirma que no se ha formado, ni podrá formarse estilo arquitectónico con aquel material, y añade que sólo podrá ser utilizado cubriéndole con otros de diversa índole, que hagan desaparecer sus formas á la vista del espectador. Tan dive rsa es mi opinión en este punto, que después de dejar sentado que la resistencia y duración del hierro puede competir con venta ja con casi todos los demás materiales de construcción, creo pode r asegurar, porque los hechos me abonan, que el hierro como á ta l, forma verdadero estilo siempre que se emplea con arreglo á sus propiedades físicas, y que nunca puede aconsejarse su empleo vergo nzante ó escondido por otras formas distintas de las suyas prop ias, porque entonces se falta á la verdad de la construcción, que creo ser una de las condiciones primordiales de un estilo arquitectónico. Y en efecto: limitándome al primer punto, ¿no constituye un verdadero estilo este conjunto de formas que distinguimos en estos gran diosísimos andenes, vastos anfiteatros, atrevidos puentes y demás construcciones completamente propias de la época actual? N uestros venideros ¿dónde creéis que irán á admirar y estudiar las obras de nuestra generación? De seguro que no será en estos edifi-


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cios que hoy, por lo general, levantan los arquitectos siguiendo, ora las leyes del estilo romano, ora las del ojival más ó menos puro, ora las del Renacimiento, que podrán dar una idea de la erudición mayor ó menor que poseamos, pero que nada propio presentarán en sus numerosas obras, y, mal que nos pese, admirarán como peculiares de esta época las que hoy llamamos industriales y que, por tener este exclusivo fin, tardarán en obtener la forma bella que la ciencia, sin ninguna duda, al fin ha de proporcionar, pero que el sentimiento estético del arquitecto podría adivinar, si desechara las preocupaciones que la mala costumbre de copiar exactamente las formas de nuestros antepasados, ha hecho nacer en él, cuando debían aquéllas servirle sólo de base para sus estudios y de enseñanza para que se inspirara en el progresivo adelanto del arte arquitectónico ó. través de las distintas edades. Esta es la causa de que hoy la arquitectura del hierro esté aún en su infancia; pero tan grande es la necesidad del empleo de aquel material que poco á poco, y sin darnos apenas cuenta de ello, hemos de estudiarlo; y estad seguros que haciéndolo así y pensando en la esbeltez y grandiosidad que á los edificios pueden comunicar sus formas con amor buscadas, llegaremos al ideal de la construcción en nuestro siglo . Desea el Sr. Bassegoda que el hierro no constituya por sí solo el elemento primordial de un edificio y sea únicamente un auxiliar para el contrarresto de esfuerzos verticales y oblicuos, combinándolo con materiales pétreos que le sirvan de envolvente. Yo tengo la seguridad de que con este procedimiento no podría existir armonía en las fachadas y faltaría la verdad en las construcciones, que, como antes he dicho y repito ahora, debe siempre ir unida en arquitectura á la bondad y á la belleza, como dice muy bien en su cátedra el Sr. Villar. Siguiendo esta teoría, veríamos á lo mejor un grande arco que se levantaría sin el espesor ó estribos necesarios para que la línea de presiones pudiese estar contenida en él; aparecerían largos dinteles ó techos inmensos de forma plana que falsearían el sentimiento estético del público, y harían dudar al arqui • recto que los viera, hasta que después de algunos trabajos de investigación descubriera la verdad de aquel milagro. ¿Cuál no sería el desengaño al descubrir en la masa de aquel arco ó sobre el citado dintel, ó techo plano, un tirante de hierro, jácenas ó armaduras que misteriosamente los sostenían?


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E sta ocultación del hierro en la masa de otros materiales ó en lo alto de los desvanes, no puede dar otro resultado que falsedad arqu itectónica en las formas aparentes, y es de todo punto necesario rec hazarla. ¡Ojalá, señores, los pueblos de la Edad Media hubieran tenido el hie rro de qué disponer como elemento sustentante, allí donde el obje to del arquitecto era obtener anchurosas naves para contener al p ueblo, con imponentes alturas para dar á aquéllas esta grandiosidad que arrebata y empequeñece al hombre, y al inspirar una mira da á lo alto de sus bóvedas, indica en dónde debe recibir el justo el premio de sus virtudes! En la Edad Media se quería dar ta l ca rácter espiritual á la obra que, si bien es verdad que necesitaba co ntrafuertes exteriores, llegó con el estudio y la perseverancia, á tri turarlos y convertirlos en elementos de decoración; afiligranó sus grandes pilares, formando con ellos haces de columnas; y en do nde la mecánica necesitaba una masa, el escultor la trituraba en su pa ramento y desaparecía aquélla del ojo del observador. P ues bien: ¿qué material mejor que el hierro se presta al ideal del arquitecto del siglo xrv? Con él pueden obtenerse hermosas arcu aciones sin que necesitemos contrafuerte alguno, porque aprovec hamos su doble resistencia á la tensión y compresión, préstase el hierro á la casi desaparición de los elementos sustentantes, es susce ptible de decoración por medio de piezas fundidas con la pla ncha de hierro combinadas; y con simples bóvedas de ladrillo co n ce mento, puede completarse la obra arquitectónica prototipo del arte religioso. Y precisamente, señores, el empleo del hierro hoy en los templos está postergado cual si tuviese la maldición de Dios. ¡Cuidado con presentar un arco ó una jácena de hierro en una igles ia, porque entonces podría parecer un tinglado d·e ferro-carril! Y todo ¿por qué? Por la costumbre de copiar las formas de nuestro s antepasados. Si del hierro tanto auxilio hoy necesitamos, no seam os desagradecidos, estudiémosle con amor, adelantémonos á la ciencia cuando ésta sea impotente, armonicémosla debidamente co n los demás materiales, y si el ingeniero ha obtenido grandes ve nta jas dentro de los cálculos y de la economía, sea el arquitecto quie n complete la resolución del problema dentro de la belleza de la fo rma. Al proyectar una columna de hierro fundido, no dibujemos for~ ma s góticas ni del Renacimiento, para pintarlas quizás después de 13

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color de piedra, observemos el modo de trabajar del material, y si oo la primera vez, pero sí después de algún trabajo, encontraremos su forma propia; procuremos obtener para las jácenas, arcos y armaduras, formas estricta mente indeformables y equilibradas; sea nuestro ideal el de que sufran por igual todas sus fibras, y siguiendo análogo procedimiento para cuantos elementos constructivos se presenten á nuestra mano, obtendremos belleza en los detalles, armonía en la combinación de éstos y grandiosidad y verdadero estilo en el conjunto.-He dicho.- (Grandes aplausos. )

El Sr. Bassegoda: Pido la palabra para rectificar. El Sr. Presidente: Si bien estaría en su perfecto derecho rectificando desde este momento, le ruego, sin embargo, que difiera ha• cerio hasta haber usado de la palabra los demás señores que la tienen pedida. El Sr. Bassegoda: Las indicaciones de la presidencia son para mí mandatos, por lo que accedo gustoso á ello. El Sr. Presidente: El Sr. D. Juan Torras tiene la palabra.

El Sr. Torras: Señores: Es un inconveniente tener que hablar después de los señores que acaban de hacerlo de una manera tal, que si yo quisiera decir algo bueno no tendría más que repetir lo que ellos han dicho. Las dificultades consistirían en que los tres discursos que han pronunciado, todos ellos encierran verdades que yo no sabría como destruir. Tengo otra dificultad: se me ha comprometido á hablar hace cuatro ó cinco días no más, y para que no tome este Congre• so el carácter de Congreso parlamentario, en que generalmente la discusión de sistemas políticos acaban en asuntes de personalidad , he hecho el propósito de no leer nada de lo que se ha escrito sobre el tema. Vengo aquí enteramente nuevo, como el más ajeno á tomar parte en este Congreso. Así soy más libre, y esta libertad me


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da derecho para repetir lo que crea bueno y reconozca como tal. Te mo, sin embargo, molestaros y quizás sería mejor que me retira ra y no hiciera uso de la palabra. ( Voces, no, no.) Vuestra benevolencia me obliga á emplear el tiempo que aun queda disponible. Durante esos tres ó cuatro días me he ocupado del asunto, y á pesar de haber estado leyendo repetidas veces lo que dice el tema, au n no he podido acertar con exactitud su significado. ¿Cómo infl uye n, dice, por sus condiciones los materiales en la construcción arquitectónica bajo el punto de vista artístico, científico y económ ico? Y si trabajo me cuesta concretar la significación del tema, es mucho mayor el esfuerzo que he de hacer para condensar las dos ó tres conclusiones para reducirlas á una sola frase. Este es mi siste ma, señores. ¿Qué efecto producen, qué papel representan los ma teriales en las construcciones? ¿Qué influencias ejercen? Dichos ma teriales sirven para realizar las formas que el arquitecto concibe , y para completar su carácter. Aquí está la frase. Si esta es la co nclusión verdadera he logrado mi objeto. Si no lo es, será la co ntestación á las conclusiones dadas por los ponentes, y, que á mi entender son confusas. Sí, seí10res, ya sabéis que el artista crea las formas teniendo á la vista el ideal. Esto lo he dicho repetidas ve ces. El ideal nace de las necesidades que tiene que satisfacer el programa ó el proyecto; necesidades que se han dividido en físicas y morales, ó espirituales, necesidades que siempre van de compaña, pues aun las que más parecen simplemente materiales, tienen algo que tiende á espiritualizadas, porque la materia y el espíritu es tán siempre en contacto. Jamás se presentan necesidades del cuerpo que no sean la satisfa cción de una aspiración espiritual, de un sentimiento de placer, de una conmoción que experimenta el alma (Aplausos, bien), y en co ntraposición jamás se presenta una necesidad moral que no vaya acompañada de otra material; el puro ideal religioso va acompaña do en la construcción de un templo de las necesidades materiales del culto. ¿Á que se debe principalmente que en el mundo art ístico el sentimiento religioso haya predominado á todos los sentimientos humanos? Cuando el sentimiento no se desarrolla po r una necesidad religiosa se le considera de poca importancia, y que no es ser artista el que no se eleva á las regiones superiores tras cendentales, haciendo palpitar el alma. Y sea cualquiera la


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-causa del ideal, si le falta el sentimiento de lo moral, el artista faltará á su deb:r; podrá ser artista, pero malo, para una sociedad bien constituida. He dicho: c, tiene por objeto realizar la forma y completar su carácter.i, Me permitiréis aquí una pequeña digresión para hacer más evidente lo que han puesto de manifiesto los señores que me han precedido en el uso de la palabra. La forma, señores, por sí sola dice muy poco; yo quisiera que se pudiera hacer la prueba de presentar la forma diseñada simplemente á uno que no tuviera idea de formas presentes ó pasadas pua que expresara sinceramente el efecto que le producía. Se quedaría sin saber qué decir, á lo más diría, por el tamaño, es grande ó peque no, por la figura, es móvil ó rígido, ó uno de los caracteres que tiene la figura. Y si le preguntáramos: ¿Pero qué efecto le causa á V.? de seguro <liria, no,,.lo _é, De modo que un dibujo presentado que acuse nada más que la forma, no puede dar ninguna noción de las proporciones que debe tener aquel edificio. Se dirá; cuando examino yo un proyecto juzgo muy bien del efecto, pero es, senores, porque vosotros sois inteligentes, y cuando se os presenta un plano veis en él la construcción, los materiales con que debe ser construído. Podréis equivocaros si ha de ser de piedra ó ladrillo, pero aun esu equivocación si no la cometéis será porque ya por la forma conocéis los materiales que han de realizarlo. Es decir, que la forma expresa poco, lo que completa la expresión son los materiales; la forma no expresa ca• rácter ninguno determinado y á veces realiza efectos enteramente distintos. ¿Queréis un ejemplo? Los estamos viendo todos los días. Tomad la hi storia del arco de triunfo romano, que se está reproduciendo siempre con motivo de entradas triunfales. El arco de triunfo romano, si alguna vez hab éis pasado por debajo veréis que impone al héroe que pasa por allí, porque sabe que se le respeta y agasaja con una construcción vigorosa de gran coste, duradera, eterna, y no puede prescindir de recibir aquella impresión majestuosa1 grave, ostentación del pueblo que ha levantado el arco. Es de piedra, de mármol ó de granito. No lo olvidéis. Pero viene una fiesta, así como de barrio, en la que se trata de hacer un arco de triunfo porque ha de venir un héroe, ó un personaje cualquiera, y por razón de la premura del tiempo ó por economía, se traza el mismo arco romano y se construye con los materiales que permite el poco tiempo disponible, de madera, de yeso, de hojarasca ,


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y decidme: ¿creéis qué un héroe romano que pasara por debajo de este arco dejaría de echará correr avergonzado ? (Risas.) ¿No diría qué es esto ? ¿Es acaso un juego de niños en que se me está hacie ndo pasar por debajo de un arco de retama? Hé aquí la influencia de los materiales, hé aquí como la forma representa bien poco; hé aq uí como los materiales caracterizan siempre la obra y producen el efecto principal, porque la forma no caracteriza al material, sino que es caracterizada por el material. ¿Qu eréis nuevos ejemplos para entretener un poco más de tiempo y apoy a r el principio que acabo de sentar? Se levanta una colum na monumental para sostener una estatua; queremos presentar al p ueblo á un hombre célebre como modelo de héroes, sabios, etc. ; para elevarlo á aquella altura bastaba hacer un pilar y generalmen te se ha pues to una columna, tipo ya conocido y es muy á propósi to para colocar una estatua. Si esa se la diseírn no dice nada, es ne cesa rio dibujar con qué materiales debe ser consrruída; el que juzgu e por el simple efecto del dibujo diciendo que no tiene necesida d de los materiales, juzga mal aquella columna , porque puede pro du cir efectos muy diferentes por la naturaleza de los materiales y po r el tamaño y elementos que entran en su construcción. Haced la de ladrillo y ante ella diréis quizás: tiene proporciones armó nicas; tiene bastante resistencia para sustentar la estatua, pero esto parece una chimenea de máquina de vapor. ¡Ya se ha perdido toda la importancia del monumento! Y ¿por qu é ? porque pare ciéndose á una chimenea de vapor, que todo el mundo sab e no ofrece dific ultad alguna de construcción y que es de poco coste , nadie concederá á la obra aquella magnificencia de las co sas ricas, grandes, esplendentes. Es necesario para esto que el espectador vea el coste que ha tenido aquella cosa y lo difícil de su ejecución, eleván d o la, moviéndola y transportándola. Si la obra es de ladrillo admira las proporciones, vé que el pensamiento está bien desarrollad o , y nada más. U nos pocos ladrillos no pueden desarrollar la grandiosidad necesaria á un monumento de esta clase . Hé aquí un ejemplo que pone en evidencia claramente la influencia que en toda obra tienen los materiales . He mentado el coste: Esta es otra circunstancia que el artista debe atender muchísimo. Cuando entramos en uno de esos salones cuyas paredes aparecen formadas por grandes piezas de costoso mármol , nuestra imaginación se impresiona de tal suerte que la


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mano se nos va hacia el sombrero y como por instinto nos descubrimos respetuosamente. Pero examinamos de cerca el muro y vemos que todo aquello no es más que aparato, que es un simple estuco de cal que ha costado á cuatro reales el metro, y entra en nosotros una reacción desfavorable de tal manera, que exclamamos: ¡ o vale la pena! ¿Sabéis por qué nos pasa esto? Pues sencillamente porque estamos dotados de una impresionabilidad especial que nos excita la presencia de un objeto costoso, de un material caro. Otro ejemplo que no pertenece al arte de construir pero que constituye un ejemplo práctico. Se presenta un cllballero ostentando en el pecho un alfiler, y los que no somos muy entendidos en piedras preciosas vemos que brilla mucho y creemos que contiene un diamante ó un brillante de gran valor. Parece que aquella persona debe ser tratada con cierto especial respeto porque creemos que la joya poseída por él es una co ;a de mucho valor, de tres ó cuatro mil reales; pero se nos dice que aquello es un simple cristal que imita un brillante, y cuando esto llega á nuestro conocimiento no sólo no consideramos al poseedor como antes, sino que le ridiculizamos; aquel objeto que se había puesto como adorno de su persona se convierte en un objeto qt1e le rebaja y le ridiculiza. No es esto efecto del color, de la forma, del objet0, sino efecto exclusivo de la dificultad, del esfuerzo que ha tenido que hacer para lograr aquel objeto. Hé aquí la influencia que tiene el material. (Muy bien. ) Citaría mil ejemplos, pero creo que basta con los que he citado. En todas las formas de la construcción el ideal arquitectónico ha debido siempre exigir armonía y proporcionalidad entre los materiales. La armonía es una uniformidad, una proporcionalidad de tonos y formas en que los unos no sobrepujan á las otras, lo secundario no excede á lo principal, en que constituyen las partes un todo que se llama armónico. Es, en fin, una cosa que se siente y no se explica. Pitágoras, adelantándose en muchos siglos á su época, ha dicho que la armonía puede representarse por una fórmula matemática, lo cual hoy viene corroborando la ciencia por medio de sus constantes progresos analíticos, probando que todo lo que está sujeto á una ley puede ser expresado por una fórmula más ó menos complicada, pero como la ciencia que la humanidad conoce es tan pequeña que no alcanza á resolver más que los pro-


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ble mas más sencillos, ni es probable que lo resuelva en general jamás; hall amos las formas estéticas, no por cálculo matemático sino po r sentimiento, por esta especie de don divino que se llama genio y que acierta por intuición la solución del problema armónico. Ya be dicho que los hombres científicos a firman que todo está sujeto á una ley, que todo está suj eto á la cantidad y á los guarismos desde el momento en que intervienen cantidades. Pero vuelvo á insistir en ello, no aguardéis soluciones al problema por este camino. La ciencia va avanzando, traza cuadrículas si se quiere, pero dentro de las cuadrículas ha de venir el sentimiento. Hé dich o que la proporción es distinta según los materiales empleados y que exige la armonía; voy á sentar otro principio que chocará. Po r un simple dibujo no se puede conocer si hay proporción en las partes del conjunto, no se puede juzgar si no se indica además el material de que está formada cada una de las partes. Cuando se nos presenta un dibujo exclamamos: aquí hay desproporción; es deci r, aquí no hay mecánica. La mecánica ó la estética nos dicen aqu í no hay un trabajo igual en todas las formas. Las unas están flacas y las otras demasiado robustas, y como juzgamos distintas fo rmas en un conjunto, decimos aquí no hay proporción; si el material es homogéneo, ¿cómo ha sucedido esto? cuando se ha empleado como material la piedra, por la proporción juzgamos del traba jo que hacen todas las partes. Pero cuando el material es heterogé neo han de entrar otros elementos, ha de entrar la resistencia del material, resistencia que á veces influye en ella el color y el aspe cto. El color hace que parezca una materia más ó menos resistente; los colores oscuros son tenidos por más resistentes y los claros por débiles. Por consiguiente, cuando me presentan un diseño no puedo juzgar de la armonía de todas las partes si no se me dice esta forma es de tal material y esta otra es de tal otro. En presencia de un diseño que pertenezca á cualquiera de los estilos defi nidos, juzgamos que toda la obra corresponde á un material; pied ra, madera ó hierro . Pe ro cuando son muchos los materiales que integran una obra, es necesario que exista la armonía correspondiente entre la forma del conjunto, la sección del elemento y su coeficiente de resistencia; de suerte que para que la obra resulte científicamente aceptable Y artísticamente bella, es necesario que todos sus elementos mate-


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riales sufran en igual proporción con respecto á su límite de resistencia, ó mejor dicho, de rotura. ¿Sabéis qué dirían las construcciones inarmónicas si pudieran hablar? Pues algunas de ellas armarían una gritería espantosa, darían chillidos estupendos lanzados por los materiales que trabajarían con ex:ceso. Mientras tanto habría otros que dormirían á pierna suelta porque no ejercen esfuerzo alguno, porque nada hacen. \Aplausos. ) En cambio cuando en un edilicio estuvieran trabajando por igual todos sus elementos constructivos, el canto, si canto podemos llamará sus vibraciones mecánicas, sería tan armónico que no dudo en compararlo á una sinfonía rosiniana. (Aplausos.) ¿Saben ustedes por qué al hierro no se le admite sin tarjeta. (Risas, mux bien, rnu_y bien.) ¿Sabéis por qué no se le admite todavía? Porque la forma griega y la romana nos están diciendo ¡cuidado, no os atreváis con nuestra vida! Citaré ejemplos y tal vez aquí mismo haya testigos de ello. Nuestros antepasados de no muy lejana fecha, cuando empezaron á usar el hierro fundido en lascolumnas, lo hicieron obligados por la necesidad de dejar un sitio despejado, un portal ancho; pero les costaba ver proporción entre la forma de aquellas columnas y la de los restantes machones de piedra, y algunos de ellos les dieron la proporción y el tamaño de las columnas de piedra, porque estaban acostumbrados á la propor• ción, á la armonía del único material que allí se empleaba. El que tenía un poco de práctica y sobre todo los extranjeros que empezaban ya á usar aquel material, al ver aquellas columnas monumentales, decían: Señores: ¡Esto es pesado! ¡Esto es horroroso! ¿Saben Vdes. qué hicieron entonces los constructores? Las pintaron imitando mármol; á una columna de hierro Je dieron las proporciones del m'.irmol. Los mismos dinteles en donde debían colocarse columnas para dejar grandes mostradores ó grandes entradas, se colocaban de hierro fundido, con verdadera repugnancia porque decían: esto es fiaca, esto es endeble. Pero la necesidad les obligaba á tenerlo que aceptar, y entonces lo tapaban, porque estaban como avergonzados, porque creían que aquello no era una proporción, y como el arquitecto es tan dado á la armonía y no la hallaba en su obra, recurría a los estilos anteriores y tomaba de ellos la proporción aunque variara el material. Sin embargo no faltaron valientes que lo dejaron al descubierto y aquel dintel que parecía que desen• tonaba del resto de la fachada fué pareciendo pesado. Y algunos


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llegaron á decirle: mire V. que lo hace con exageración de material, rebaje V. algo, y así rebajando por no chocar con la costumbre de la armonía, ha llegado ya en algunos casos á su verdadera dimensión. Hé aquí una nueva prueba de que la forma necesita del material para caracterizar un estilo. Lo demás se ha dicho. La ley de los trámites que sigue un proyecto, ó un programa, es una concentración ó una formulación de las necesidades materiales y espirituales del proyecto mismo que ya he dicho tenían cierta relación. ¿Qué hace el artista cuando co mbina esto en su mente? Ahí está la gestación, porque ahí pasa el artista desde una idea á su forma. El más débil busca en su memoria un caso, una necesidad, si no igual, parecida. Si la encuentra exclama: ¡Esto va bien! Pero ¿qué ha de ir bien? Lo uno será ancho po r un lado y lo otro por el otro . Pero ¡vaya! puede pasar. Al fin enc uentra un caso que le parece que va bien, y lo aplica como puede. Este es el recurso á que todos apelamos, y una vez por falta de ti empo, otras por holgazanería y otras veces por impotencia, resolvemos el problema allá en nuestra mente acudiendo sólo á la imagin ación, y tomando como consejeros la ciencia y el sentimiento. E l artista crea así formas; pero no se olvide que al crear las formas tiene siempre en cuenta los materiales disponibles, porque la for ma por sí sola ya he dicho que sigo ifica poco; crea formas y las juzga por el criterio de la ciencia, de la razón y del sentimiento. Busca en su mente el efecto que produce, las va rechazando y al fin encuentra una en que parece que se concilia el pensamiento, co n la forma constante y con los materiales disponibles, y entonces, po r lo tanto, exclama: ¡¡He resuelto el problema!!

E l Sr. Presidente: Me permitirá el Sr. Torras que le diga que los veinte y cinco minutos que concede el Reglamento han transcu rrido con exceso. El Sr. Torras: He terminado ya ... (el orador se dispone á abandonar la tribuna pero el aplauso unánime del Congreso le obliga á continuar usando de la palabra). El Sr. Presidente: Lo que el Presidente por sí solo no puede 14,


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hacer: lo puede hacer el Congreso. ¿Concede el Congreso que continúe el Sr. Torras en el uso de la palabra? (Sí, sí, sí; prolongados aplausos.j Puede el Sr. Torras continuar.

El Sr. Torras: Esos aplausos no han de ser galantería hacía mí, porque al fin y al cabo si había de molestar, ó de salirme del asunto del tema, ó decir algún disparate, no es cosa de dar lugar á perder el tiempo, pero en fin se me concede permiso y en todo caso la culpa la tendrán Vdes., si hablo más de lo que debo. Estaba hablando de la gestación del proyecto, de su elaboración en la mente, de la creación de las formas. He ex.plicado las fases distintas que presenta la capacidad del ar• tista. Hemos visto dos, vayamos á la tercera, porque también me conviene decir algo sobre lo que se llama genio. Hay hombres que al tener el bello ideal que se llama fórmula, conciben el programa del proyecto con tal rapidez, que á la primera ojeada encuentran ya la forma completamente en armonía con el pensamiento é ideal del material y la realidad. En esto consiste lo que se llama genio, y tal resultado debe de ser el bello ideal del artista, pero es cosa rarísima. Los mismos poetas confiesan que al crear sus obras distaban mucho de alcanzar tal rapidez de concepción y tal facilidad. Como he dicho, existen pocos genios, por esto son considerados como seres superiores al resto de los mortales. ¿Qué les pasa á los genios cuando hacen esta gestación? Que se encuentran con un problema social, y al buscar las formas propias para realizarlo, no hallan materiales capaces de secundarles á realizar aquellas formas, y se dicen: ¡no puedo! Como hombres les cuestamucbo decir no puedo, tienen muchas necesidades y están muy poco en el mundo para aguardar para más tarde la solución de los problemas. De aquí que sigan adelante y más ó menos acertadamente lo resuelvan. Tomemos como ejemplo un problema que no es de Arquitectura: la navegación aérea. ¿Cuántos esfuerzos se han hecho y se están haciendo aún para dar con la solucion de este problema? Mr. Aragó dijo ya, ¡no os canséis; mientras la humanidad no haya encontrado un motor de una ligereza tal que pueda ponerse en parangón con la fuerza del ave, serán inútiles vuestros trabajos!


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E sto bastó para que yo me dijera: se harán muchos ensayos sin res ultado, porque comparad la fuerza que el ave tiene en sus alas, co n el peso de su cuerpo y veréis que es muy superior á la fuerza de to da máquina eléctrica, ó de vapor hasta ahora conocidas relati~am en te á su peso. Y es claro, la humanidad insiste y llegará á resolverlo cuando la mecánica haya hecho adelantos suficientes pa ra que los moto res hayan l legado al punto de perfeccionamiento sufi cie nte. ¡Entonces el problema quedará resuelto! C itaré otro ejemplo: El trazado de puentes. Es~o, seí10res, tiene muc ho de necesidad material, pero al fin y al cabo un puente tiene una ex presión de ligereza, de valentía, de grandiosidad. ¿Cuántos ríos se han qu edado sin puentes porque no se ha encontrado un medio para trazar un arco de una á otra parte? Se acude á las pilas; pero se presentan graves dificultades para su instalación, sob re todo cuando se encuentran grandes profundidades de agua. Muchísimas cosas que en algún tiempo parecían dificultades insuperables, verda de ras montañas colocadas en el fondo del río que obstruían el paso, quedan hoy resueltas, gracias al arte mecánico que tiene medios para sondear los fondos más inaccesibles y para cimentar en ellos un a pila. Esto ha sido cosa reciente, pero con la solución de las pilas el problema verdaderamente no quedaba resuelto; el problema fin al consiste en lanzarse como una culebra desde una á otra orilla, sin medios auxiliares, sin pilas, sin otra cosa más que el hierro y la cie ncia. Tal es el problema completo digno del genio que convierte la obra co nstructora en una verdadera obra artística que impresiona , que hace sentir. ¡Y como no, llegando cual han llegado ya á +So ó +9 0 metros en los Estados U nidos, y ahora está en estudio otro proye cto de 800 metros en un solo tramo! ¿Qué es e.sto? Es resolve r problemas importantísimos que no podían resolverse. El arquitecto se encuentra con frecuencia con problemas de esta naturaleza que resuelve como puede y no como quiere. E n la Edad Media, cuando se construían nuestras catedrales góticas, no hubiesen nuestros antepasados colocado aquellos pilares que estorban el espectáculo de las ceremonias religiosas, que es torban la vista, que no permiten cumplir con el objeto que es el po de r presenciar el acto de la celebración. ¿Hubieran hecho aquello á haber podido disponer de nuestros materiales y de las formas conocidas hoy? No. No hubieran construído aquellas tres ó cuatro


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naves de poca anchura, porque tenían buen sentido, porque sabían encontrar la forma, pues la forma de nuestras catedrales no es la de los monumentos griegos, ya que no se va á la catedral á contemplar armonía de líneas; todas estorban allí. Y si las paredes pudiesen desaparecer, si pudiesen desaparecer aquellas ojivas, aquellas claves, aquellos capiteles y no quedara más que el cielo con sus estrellas, si no quedara más que el cielo puro, si desapareciera por completo la materia ... el bello ideal del arquitecto cristiano se habría realizado ( Gran .ies aplausos. ) ¡Oh! Nuestra religión es muy distinta de la religión pagana; los griegos, los tan celebrados templos griegos (yo admiro lo griego, pero no me entusiasmo demasiado por ello), consisten en una cerca y un vestíbulo, cuyas paredes presentaban cierta grandiosidad y en las que se inscribían los asuntos históricos. Sensación y sentimiento ¿cuál? la grandiosa magnificencia; respeto, ninguno; todo mundano. No creo que el alma se viese impulsada á salir de este mundo para irá buscar otro; pensaban todos que sus dioses eran sus compañeros, sus amigos, dispuestos á halagarles basta en sus más bajas pasiones. El Dios de los cristianos nada tiene de común con estos dioses . En él todo es dulzura y humildad, todo es sublime, elevado é inmaterial. ¿Y en la casa de ese Dios vais á poner cosas materiales y que exciten los sentidos? No. Cuidado, señores. que esa es la tendencia actual, gracias á la manía de presentar exuberancia de detalles; vamos convirtiendo nuestras iglesias en templos paganos, en cuya religión no se va más que á disfrutar y recrear los sen ti dos, ¡pero en la nuestra! ¡en la cristiana! cuando entramos en nuestras catedrales hemos de dejar aletargados nuestros sentidos, las sensa• ciones que recibe de la forma corporal no han de emanar del espacio. Esa forma inmensa se puede únicamente concebir en medio del desierto en una noche estrellada; pues allí encontraríamos el verdadero templo cristiano, espacio infinito en donde la vista no encuentra límites, el alma se vé ascendida, sentada, montada en un trípode apoyado por la fe , por la esperanza y por la caridad. (Estrepitosos aplausos.) Algo parecido á esto le pasa al cristiano en sus iglesias ojivales. Por el contrario nada siente cuando le presentan formas armoniosas, que le importan muy poco; formas á proposito tan sólo para satisfacer la vanidad del artista y la vanidad de los poderosos que contribuyen con su dinero á la realización del problema .


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Señores, como todo lo demás ya se ha expresado, no he hecho más que exponer estas consideraciones, y doy por terminado mi disc urso. (Grandes aplausos. )

El Sr. Luis y Tomás: Se ñores: Decía el Sr. Torras en el discurso que con tanto agrado hemos oído. «Cuán difícil es hablar después de los tres seí10res que me han precedido en el uso de la palabra,» pero consuélese S. S. que hay algo más difícil, cual es mi situación en este momento al intentar, con atrevimiento que habéis de dispensarme, decir algo después de los elocuentes oradores aludidos, y por añadidura ta mbién después de S. S. Al subir el Sr. Torras á la tribuna pensaba yo, siguiendo el curso de la discusión, que pudiera encontrarse una solución práctica al te ma que se debate; puesto que más que divergencias esenciales y en el fondo son diferencias, aunque de alguna importancia en deta lle las que se han acentuado, cuando le oigo decir c,voy á concret ar la solución en una sol11 palabra ó en las menos palabras posi bles, por lo mismo que sabéis que soy técnico, pero esencialmente práctico también.» Y efectivamente lo ha concretado diciendo: <'Que influye el material realizando la forma.» Q ue influye el material en las construcciones, es cosa clara y evide nte, como que las integra; pero hay que determinar, dada su natu raleza y condiciones, la influencia que ejerce, considerando ésta bajo el triple aspecto artístico, científico y económico que señala el te ma redactado por la Comisión organizadora del Congreso, teniendo muy en cuenta cual es la misión del Arquitecto. Y en verdad, que si prescindimos de uno de estos tres conceptos, no-haremos una obra arquitectónica en condiciones de ser realizada . ¿Podrá creerse acaso que una persona dedicada exclusivamente al es tudio de las ciencias relacionadas con la construcción es, por solo ese hecho, arquitecto si no es artista? ó por ventura ¿el artis ta será arquitecto si no es hombre de ciencia y por tanto sin exactos cálculos que poder aplicar, ni á la erección de la obra, ni á la solidez, ni al coste de la misma? Bien sabéis que el que no reuniese ambas cualidades ó condiciones, sería á lo sumo un arquitecto de gabinete, que proyectaría obras puramente ideales y de fantasía,


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con las que asombraría quizás cuando se expusieran en museos , pero cuyos productos serían irrealizables, si en ellos se prescindía por completo y hasta se divorciaba en absoluto, de cuanto tiende á considerar la obra bajo el aspecto relativamente económico ; por eso, no debe perderse nunca de vista el triple concepto qu e tanto mortifica, y está constituyendo seguramente la gran dificultad de nuestra carrera en el ejercicio de la profesión. Oyendo hablar de los adelantos en la época presente, no podía menos de pensar que siendo tan grandes los realizados en esta era de verdaderos progresos ciendficos, claro está que hemos de ir, no sólo empleando nuevos materiales, sino todos ellos en más ventajosas condiciones, comprendiendo mejor cada vez su naturaleza y resultados, y hasta por esa misma lucha por la existencia que en todos los campos se observa, habremos de aprovechar cuantos elementos sean posibles á fin de obtener más económicos y baratos todos los que á diario se utilizan. Por eso, en mi concepto, creo que pudiera ser ur,a solución al tema, consignar que «influyen los materiales en las construcciones, proporcionando tanta más libertad de expresión á la realización <lel ideal, cuanto con arreglo á sus caracteres, condiciones y naturaleza, es más adecuada y especial su aplicación, y más cuidadosa y esmerada la mano de obra. » Así se comprende perfectamente que un arquitecto en el retiro de su estudio trace en su totalidad la idea que acaricia, y después, pasan do del conjunto á los detalles, va resolviendo los múltiples problemas que la libertad en el manejo del lápiz le ha proporcionado. A este propósito, recuerdo una conversación que tuve días pasados con un distinguidísimo profesor y compañero, á quien todos respetamos tanto como queremos, conviniendo en que en una cátedra de construcción, cabe estudiar con buen resultado primero , la cubierta dd edificio en la que suelen encontrarse las mayores dificultades, para continuar después con el examen de los pisos y soportes; es decir, emplear en el estudio un sistema inverso, al de la erección en obra, y notando las dificultades que se prese ntan, ir venciéndolas hasta conseguir que desaparezcan por completo. Pues hé aquí, que igualmente se puede proponer un arquitecto esencialmente artista, desarrollar su pensamiento con el lápiz en la mano y sin barrera alguna que limite su inspiración; pero á segu i· da del esbozo ó croquis decirse: ce Voy ahora á hacer práctica roi


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idea, á estudir la clase de materiales que estén en armonía con la mis ma, y los que conviene emplear dadas las condiciones del proyecto, teniendo en cuenta también los de la localidad y cuanto la pruden te economía exige.)) Y dicho se está, que los grandes adelantos de la ciencia y de la industria dan mucha libertad al artista; y si hoy, señores, en todos los campos buscamos la libertad ¿cómo no hemo s de desearla para el artista que concibe la idea, y para todos cuantos se dedican á la construcción, que necesariamente tien en que servirse de materiales para ejecutar la obra con arreglo al proyec to? Es to es lo que únicamente se me ocurre en tesis general. Hemos oíJ o también que en la discusión se ha dado importancia particular y especial, como no podía menos, al empleo del hierro, por ser el material dela edad y época presente, de nuestros años y de nuestros días, porde..:irlo así,yque ya usamos, más que con frecuencia, á diario y al minuto; material que ha causado una revolución en las construcciones, em plcándose cada vez en mayor escala, ya sólo, ya aux iliando á otros materiales; no debiendo, en mi concepto, afirmarse que aislado no procede utilizarse en obras de Arte, pues hay alg unas en las cuales es el único á propósito, como sucede en la torre Eiffel que actualmente se está construyendo en París, consiguié ndose á veces dar solución á problemas que ofrecieran gran difi cultad de otra suerte. Co n este mismo material, aunque ofenda la modestia del señor To rras, he de recordar las mi.:chas obras por él realizadas, y muy especial mente, una que la cito por Jo mismo que, dado su objeto, pud iera parecer exhausta de belleza, y no obstante todos se la hemos encontrado; comprenderéis que me refiero al andamio constru ído para colocar la estatua de Cristóbal Colón en el notable monu mento proyectado y dirigido por nuestro querido compañero Sr . Bu igas, y á quien por ello felicito, viéndose aplicado el hierro cual el más exigente pudiera desear, en cuanto á belleza, solidez y eco nomía. Por eso hoy, realmente con el empleo de nuevos materiales han Yariado las condiciones de la construcción y se hace factible la solució n de todos los problemas, la realización de todas las ideas, hasta el punto de poderse decir que las dificultades casi han desapa recido y los arquitectos de esta ciudad están dando palmario eje mplo de que para ellos no existen, sino que hacen del material


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cuanto quieren y todo cuanto les conviene, pues la materia tien e forzosamente que estar sujeta al espíritu al que ha de obedecer, y si el soplo del genio no lo vivificara sería siempre raquítica, pero se engrandece y se anima al integrar las construcciones que representan las ideas nobles y levantadas del artista. Arquitectos catalanes: estáis dando al mundo ejemplo brillante y elocuente de las pocas barreras y escasas vallas que detienen el paso á las ideas, con los valiosos elementos de que hoy dispone la construcción, tanto en materiales como en primorosa ejecución de mano de obra: habéis, como decía al principiar la sesión nuestro dignísimo Presidente honorario, improvisado lo difícil, levantan do, como por encanto, los grandiosos edificios de la Exposición . Habrán de dispensarme todos los individuos de las diversas com isiones á cuya inteligencia, actividad y celo tanto debe este gra n Certamen; todos merecen mi respeto; y á todos les felicito desd e esta tribuna, especialmente al nunca bien ponderado Sr. Alcald e de Barcelona· pero, si he de manifestar todo cuanto siento, deb o decir que los arquitectos han sido el alma de esta grande obra. Y precisamente por honrarnos con ese título, paréceme como qu e tenemos parte en esa gloria justamente adquirida por nuestros qu eridos compañeros, una parte que debe enorgullecerá la clase por lo mismo que de Gloria patria ha de calificarse esta magnífica Exposición Universal, que para realizarse ha sido precisa la mutua cooperación, contribuyendo cada cual en su esfera y con sus talentos al mejor éxito y mayor brillo, por lo cual merecen bien de la P atria, del Arte y de la Ciencia. A todos, pues, envío mi felicitació n; pero, muy especialmente á los Arquitectos mi más sincera y cordial enhorabuena. (Grandes aplausos. )

El Sr. Be/más. No voy á hablar de este tema; no voy más que á hacer una indicación. Después de lo que se ha manifestado referente al asunto que estamos discutiendo, no vamos á volver sobre este particular una vez terminada esta sesión; no vamos á estudiar y discutir nu e• vamente este punto, y es lástima que, habiendo aquí dos person as tan competentísimas, cuyos conocimientos nos son sumamente ne• cesarios para poder redactar con acierto las conclusiones, es lásti •


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roa , digo, que termine esta ses1on, sin que oigamos su autorizada opinión sobre este tan importante asunto; ruego á los que estamos aq uí reunidos que pidamos al Sr. Presidente, que estas dos perso. nas á que me refiero, nos digan algo sobre su modo de pensar en la cuestión; pido que, por aclamación, os unáis á esta petición mía. Es tas dos personas son las que están al lado de nuestro presidente efectivo. Esperamos todos que nos den á conocer su valioso modo de pensar sobre el tema. (Mi!Y bien, muy bien, aplausos.)

E l Sr. Presidente: El Sr. Aguado tiene la palabra.

El Sr. Aguado: Señores y compañeros muy queridos: La excitación del Sr. Belmás, benévola en el fondo, me complazco en reconocerlo así, porque comprendo la intención que la ha dictado, me trae á este sitio, al que no deseaba venir. Lo habéis que rido y obedezco, pero os habéis de arrepentir de haberme obligado á ocuparle. Es toy accidentalmente en Barcelona, y asuntos de índole muy diversa á la de este Congreso distraen mi atención lo bastante para que haya podido meditar sobre los temas sometidos á discusión, ni leer siquiera el notable trabajo de la ponencia que ha llegado á mis oídos fraccionado por largos y frecuentes intervalos. La alusión del Sr. Belmás, que conoce de antiguo mis ideas ar• tíst icas, tiene sin duda alguna por objeto tirarme de la lengua, como vu lgarmente se dice, para que se anime ó caliente la discusión, espera ndo tal vez, que el que tiene la honra de dirigiros la palabra en este momento, pueda traer al debate algún concepto, aun no emitido, cuando el tema está ya, al parecer, agotado. Yo, señores, he profesado siempre y profeso la doctrina de que el estilo arquitectónico es una cosa, y la aplicación de los materiales á la construcción es otra muy distinta. El arquitecto es para mí, ante todo, artista, y en este concepto debe cumplir una elevadísima mis ión en el campo del ideal; y si bien para la realización práctica de lo que su espíritu concibe, ha de acudir por necesidad á los preceptos de la ciencia y á los procedimientos de la industria, hoy 15


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más que nunca, poderosos auxiliares '. de su arte, conviene lo haga sin confundir lo principal con lo accesorio, los medios con el fin. El medio práctico, el procedimiento, lejos de ser el punto de partida de la composición artística, es casi siempre la rémora que la debilita y detiene su vuelo, siendo por este motivo imposible en el día lo que será fácil, corriente y sencillo más adelante. El pueblo romano jamás pudo edificar las fantásticas construcciones representadas en las pinturas murales de Pompeya, hoy sería un verciadero juego darles existencia corpórea. Lo cierto es que ejecutamos, no lo que concebimos, sino lo que los medios prácticos de construcción, siempre deficientes, nos permiten; sucediéndonos en esto lo que al escultor que al componer una estatua, lo primero á qu e atiende es á la expresión, á la actitud y al movimiento de la figura , que es lo esencial en su arte; mas cuando llega el caso de labrarla , se ve obligado á modificar la forma obtenida de este modo, plegándola á las cualidades más ó menos rebeldes del material que emplea, pues en éi reside la posibilidad de ejecución, pero no la de concepción ó pensamiento de su obra. Abundo en las ideas del Sr. Torras, cuando con frase feliz no s dice: «que el material da carácter, pone el sello y termina la obra , que merced á él resulta adecuada al objeto á que se la destina, » pues no cabe duda que la calidad y riqueza del material manifiestan claramente la naturaleza y la importancia del edificio en que se emplea. Concedo que el arquitecto ha de ser habilísimo constructor: pero al propio tiempo afirmo que el estilo es el alma de las con • cepciones elevadas, y las condiciones de estabilidad, de solidez y aun las de economía, el motivo para que manifieste y desarrolle el prodigioso alcance, la inconcebible flexibilidad de su poder que á todo acude, todo lo eleva y ennoblece sacando de lo preciso lo bello, como el moralista de la necesidad virtud. La historia, por otra parte, demuestra con irrecusables hechos la verdad de nuestro aserto. Apenas conocemos un material que no haya sido empleado en antiguos edificios, y en todos ellos afecta siempre las formas características del estilo dominante á la sazón , sean las que quiera su naturaleza ó procedencia. El mismo hierro, de que tanto se ha hablado esta tarde, es de estilo pompeyano en Pompeya; bizantino, en Constantinopla; ára• be en Córdoba, Sevilla y Granada; románico, gótico, y no pocas


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veces barroco, en nuestras antiguas catedrales. Sin ir más lejos, la Exposición retrospectiva nos presenta numerosos ejemplos de cómo el estilo de las antiguas edades comunicó un carácter uniforme y armónico á los materiales más diversos, y en cambio no se encontrará un solo caso en que el material ostente una forma artística que no sea la que corresponde á los demás dentro del mismo estilo. Cada época tiene su espíritu y, cuando éste es vigoroso y profu ndo, se encarna de preferencia en el corazón de los artistas, que lo co munican á sus obras, dando con esto nacimiento á un estilo, qu e en definitiva no es otra cosa sino una manera especial de senti r, comprender y poetizar la naturaleza. En cada edad una idea artís tica se refleja en el material, sea éste ]a piedra, la madera ó el hierro ; pero téngase muy presente que el material es tan sólo el vehículo de aquella idea: no tiene más importancia. (Aplausos. ) Diréis, quizás, al oirme hablar así: <ceste arquitecto es un soñado r que concibe, traza y construye sus edificios sobre el agua; no es ciertamente el arquitecto de nuestros días, obligado á luchar sin descanso con la necesidad cada vez más apremiante de economizar tiempo y dinero. » No tanto. Comprendo perfectamente que de poco sirve una imaginación privilegiada, si no se posee al mismo tiempo la flexibilidad suficiente, para acomodar el ingenio á las exigencias ó necesidades de la vida práctica, en un momento dado; pero sé también que el verdadero artista sabe satisfacerlas en forma expresiva y armoniosa; esto es, ideal, y por lo tanto bella. Opino como algunos compañeros que me han precedido en el uso de la palabra, respecto á la imitación en nuestro arte. ¿Conviene reproducir de nuevo los templos griegos ó remedar los de la Edad Media? ¡Sólo el decirlo repugna al buen sentido; y, sin embargo, no pocos arquitectos de nuestro siglo sueñan con estas descabelladas renovaciones! Tal vez olvidan que la cualidad más preciada del artista es la originalidad, á ]a cual tienden constantemen te sus esfuerzos, las más veces infructuosos. Las obras que se repi te n nacen ya muertas, los estilos que se exhuman son tan sólo cadáveres galvanizados. (Muy bien.) La originalidad ha de ser el distintivo del arquitecto moderno, y para lograrla no hay otro camino que ser de nuestro país y de nuestro tiempo. Nuestra época es razonadora y científica y el arte debe serlo también .. . á su modo .


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Yo quiero que el arquitecto no sea el servidor sumiso del hombre de la fragua, el esclavo del obrero. Yo quiero que en sus obras resplandezcan el fuego sagrado de la inspiración y los destellos del más exquisito y depurado gusto, para que sean inmortales. Si el hombre de ciencia, si el industrial resuelven brutalmente el problema de la forma, poco importa: el arquitecto lo resolverá de un a manera artística. Tal es, señores, mi opinión en este asunto, y 'para terminar condensaré mi pensamiento en estas breves palabras: El arquitecto debe estudiar, conocer y dominar los materiales de construcció n para emplearlos en sus obras con habilidad y acierto; pero sin el propósito de hallar en el procedimiento técnico la forma artística, que sólo brota al calor del sentimiento más elevado del arte, esto es: de la Naturaleza vista, sentida y transfigurada por el espíritu del hombre. Bacon nos <lió la fórmula exacta del arte en su célebre frase: Horno aditus natura?. (Grandes y prolongados aplausos. )

El Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Villar.

El Sr. Vil/ar Lor_ano: Señores: Empiezo por manifestar que siento en el alma , no po r que yo entienda como de seguro entiende cada uno de vosotros que se debe doblegar al peso del compromiso; pero por vosotros siento en el alma que el Sr. Belmás, permitidme la frase, haya tenido la mala idea de comprometerme á hablar después de lo que se ha dicho, que en mi concepto ha iluminado bastante el tema, pues · to que se han manifestado ideas más ó menos afines unas ó contradictorias otras, pero que todas en conjunto creo que determinan bien, ó conducen á determinar bien, de una manera clara con el criterio que es posible esperar que resulte de la discusión del tem a de que hablamos. No vais á oir ni nada nuevo, ni nada bueno, y mucho menos después de la brillante peroración de mi digno predecesor. Pero puesto que ya estoy en el caso de hablar, he de ha cerlo manifestando lisa y llanamente mis convicciones sobre la esencia de lo que yo entienda que debe ser la solución del tem a que discutimos.

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Ya que estoy en el uso de la palabra, antes he de hacerme cargo de una alusión, y más que alusión con la mención que de mi nombre se ha servido hacer nuestro digno compañero el Sr. Doménech Esta pá, toda vez que no sólo ha hecho referencia á mi persona, sino al ejercicio de mi misión como catedrático, recordándome la época en que yo tuve el gusto de contarle entre mis siempre amados discíp ulos. Yo debo manifestar, y creo que el Sr. Doménech recordará, que en el primero y en el último día de clase, es costumbre mía indica r á los alumnos, que la enseñanza oficial no se dirige, porque no se debe dirigir, á inculcará los alumnos teoría alguna personal, ni la man era de ver particular del profesor, con exclusión de otros, si no á enseñar á aquéllos á estudiar; y la escuela en que del mejor modo se consiga este resultado, creo que es la escuela llamada á hacer el ma yor bien para la enseñanza . Yo soy liberal en el buen sent ido de la palabra, y por ello quiero. dejar al alumno en inde' pe ndencia, con su criterio ilustrado convenientemente, sin perjuicio de que conozca el módulo. Así es que yo no estoy conforme con la cita que ha hecho el Sr. Doménech, pues de ella pudiera deducir que dentro de mi profesión tengo teorías absolutas y pretensión de im ponerlas. Conste señores, que nunca me he separado de aquel criteri o; pero también al mismo tiempo debo hacer presente que por mi parte, no recuerdo ni me acusa la conciencia de haber dicho cosa alguna al explicar las dos asignaturas de que estoy encargado, de la cual pueda deducir algo de lo que ha manifestado el Sr . Domé nech, y mucho menos respecto de la calificación del hierro co mo elemento para la arquitectura del siglo x1x , pues creo recordar qu e ha dicho que no hay que buscar forma porque ya están enco ntradas . No he sido nunca en absoluto enemigo de que se emplee el hierro, ni mucho menos, porque creo que no es imposible obtener un carácte r para la arquitectura del siglo xrx empleando este material. Pe ro yo he creído, y afirmo, que así como en lo más elemental de las teo rías del arte y de las prácticas de observación, se debe siempre alentar al artista con el pensamiento científico, también se le debe advertir que el libro abierto que tiene y debe constantemente consultar, es la Naturaleza, y al mismo tiempo comprender que en la época en que vive, sus trabajos en lo que sea posible, han de ser la síntesis de los trabajos anteriores y de los adelantos de su época, á fin de que en el campo del arte arquitectónico le sirva la produc-


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ción de aquellas generaciones, no para copiar lo que hicieron los egipcios, los griegos ó los romanos, ó lo que se hizo en la Edad Media, sino para que estén en condiciones de actualidad los edificios modernos sin solución de continuidad inmotivada respecto de la arquitectura de otras edades. Nunca he creído que con el material mecánico en general, con el hierro en particular, pueda obtenerse en absoluto el carácter arquitectónico ó estilo que en una época dada corresponda ó deba corresponderá una arquitectura. Yo veo en la Naturaleza el suelo, que es sustentáculo de la flora y de la fauna; ese suelo, que es base de la naturaleza orgánica, y en ese suelo, yo veo que es inmensa la masa pétrea y que su existencia en las protuberancias nos lo está manifestando, que los resultados de los cataclismos geológicos, son debidos á las fortificaciones que esa Na tu raleza tiene en las masas metálicas. Yo creo ver en la humanidad, en las edades primitivas una tendencia constante, y por ello creo observar que lo mismo el arquitecto que todo hombre de ciencia, en aquellas edades ha querido un módulo eterno y universal y lo ha expresado en la tendencia al empleo del monolito en las arquitecturas primitivas; empleando el material pétreo, poniéndose en cierto modo si no en competencia, en relación la obra del hombre con la obra de la Naturaleza, la obra del hombre con la obra del Supremo Hacedor. Creo que este fué el criterio que sentaron y se practicó en las primitivas arquitecturas; tal fué el criterio que dominó en las pirámides de Egipto, respecto de las cuales Napoleón dijo á sus tropas: cuarenta siglos nos contemplan, y ese criterio es latente en la arquitectura antiquísima de todas las regiones del globo. El arte cuyas obras han de estar en armonía con la Naturaleza y por ende con el suelo que sustenta estas obras, ¿no ha de encontrar que el material privilegiado es el pétreo? Yo entiendo que sí, y que la conciencia universal de la humanidad así lo ha consignado. Por otra parte, siento mucho discrepar con el Sr. Doménech en cuanto á calificar de monumentos y que puedan durar muchos siglos las obras de hierro en general, y muy en particular esos puentes admirables que representan una dificultad vencida en el campo de la ciencia y un progreso y un adelanto ante el cual yo inclino la cabeza; pero yo no sé, ó mejor dicho, yo proclamo el criterio que tengo sobre el particular, y digo que esos puentes, que esas obras admirables han de servir y sirven para el tráfico, para la tracción


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seg ún el sistema moderno; pues bien, el material férreo sujeto á la acció n de la trepidación determinará por la cristalización efectos de limitada duración relativamente hablando, cosa que como es natural no podrá nunca suceder en los magníficos puentes de piedra construídos sobre el Danubio y en tamos otros puntos de todas las latitudes de la tierra, después de tantos siglos de erigidos por los romanos y por hombres de otras épocas, puentes, así como otras muchas construcciones arquitectónicas que se conservan de un modo admirable después de tantos siglos. Esto confirma mi criterio de que el material pétreo es el natural por excelencia. De nin gún modo proscribo el hierro; yo admiro los adelantos que en las industrias han establecido los progresos de la ciencia, por esos adelantos muy recientemente hemos observado que el arquitecto y el inge niero cogen ópimos frutos para ellos y gloria para su nación ; pero de ahí á proclamar en absoluto que el hierro es el elemento único para determinar el estilo conveniente y el factor prin cipal y la fisonomía única de las obras arquitectónicas del siglo xrx, señores, no soy tan valiente y mucho menos cuando tengo convicciones enteramente contrarias, no por falta de gestación en el pensamiento, sino porque hace muchos años que tengo opinión sobre el particular y cada día me afirmo más y más en lo que he dicho. Dejo antes consignado que estudiando debidamente á la Na tu raleza como objetivo, é investigando como ha :conseguido la hu ma nidad que sus obras arquitectónicas sean armónicas con aquell a, se ha señalado el origen de las cualidades que, según la fil osofía del arte, han de tener los materiales para que sean á pro pósito á fin de que la obra arquitectónica tenga entre dichas cualidades una sin la cual niego que pueda ser obra arquitectónica. El hombre siente la necesidad de hacer que las generaciones futura s tengan noticia de su paso por la tierra por medio de sus obras; y si el hombre, pequeño individuo diferencial dentro del universo, tiene ingénita esta cualidad, claro, ¿no la han de tener las ciudades, las regiones y las nacionalidades que así cumplen con la misión que el Supremo Hacedor les impuso sobre ellas y sobre de los hombres? Pues bien, no nos apresuremos á proclamar un material único cuando tenemos motivos para sospechar que esta aseveración es atrevida, porque las consecuencias que de admitirse podría n sobrevenir serían lamentables, por la importancia que deban


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tener nuestras obras para que sean monumentos que legan las ge neraciones actuales á las generaciones futuras. Aquí se ha dicho y debo hacerme cargo de una aseveración de mi digno compañero el Sr. Aguado, de que la Arquitectura de los siglos medios no es á propósito para resolver los problemas planteados hoy día, que debía buscarse la originaÜdad. Yo debo manifestar que la cuestión está en encontrar esa originalidad. Es necesario que discutamos si es posible obtener esta originalidad. Yo en absoluto no lo niego, pero yo lo que sé, es que en el campo del arte todo es lo mismo en sus múltiples manifestaciones: el poeta en la metrificación de sus estrofas al unísono con la alteza de sus con ceptos y:el objetivo que determina la necesidad de su sentimiento ; el músico con sus melodías y con sus armonías, y en todos los terrenos en que tiene manifestación el arte, en último resultado ¿qué es lo qué se hace? componer, y ¿por qué? porque la originalidad está muy arriba. Si consideramos las grandes etapas de la civilización del hombre, encontramos una cadena no interruO?pida desde las civilizaciones del extremo Oriente allá en la noche de los tiem• pos, hasta nuestros días. Los arqueólogos, los mismos arquitectos que si quieren ilustrarse, es necesario que tengan mucho de arqueó• logos, saben muy bien que cosas que á primera vista parecen ori• ginales, no son más que una copia servil, una reproducción de lo que se hizo en civilizaciones anteriores. Pero tiene, sin embargo , enlace entre esto una de las manifestaciones de la limitación de la potencia de la inteligencia humana, es una manifestación de la obtemperancia á una fuerza superior, la de su conciencia, que aun á su pesar se le impone y obliga al hombre á encontrar la limitació n á su potencialidad, tanto en el sentido intelectual, como en el material ó de acción. Pues bien, ¿qué se ha de hacer, si como yo creo es tan difícil hallar la originalidad que tan en absoluto ha recomendado el señor Aguado? ¿Qué hemos de hacer? Observemos lo que se hace. Se hace, señores, hablando con franqueza, con llaneza, que después de las mutilaciones de los bastardeamientos contra las obras de los siglos medios, la originalidad en muchas regiones, lo mismo en España que en el extranjero, ha consistido en una sola cosa: por huir de lo antiguo, de la Edad Media, se ha caído en los externos perfiles griegos ó romanos más ó menos caricaturizados; por huir de ellos, irse á los siglos pasados; en otras ocasiones, cuando se ha


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querido originalidad, se ha empleado como recurso el influjo de una época muy nutrida de catástrofes y bienandanzas, empezando por plagiar las obras del tiempo en que dominó en cierto modo en la córte de Francia Mad. Pompadour. Por todo esto resulta seguramente que es preferible el sistema de las construcciones de la Edad Media, en los siglos en que la fe animaba la marcha de la humanidad en la mayor parte de Europa; esa fe de un carácter de universalidad que dió fisonomía propia á una civilización definida en el siglo xrn y que se reflejó en la arquitectura religiosa, civil y militar con verdadera originalidad. No creo que vayáis á imaginaros que yo recomiendo en absoluto las obras de la Edad Media, no creo que me hagáis tal injusticia . Yo estoy por el criterio de la Edad Media modificado por lo digno que aliente el arte en la época actual, aprovechándolo de una manera moderada, é introduciendo con decisión, pero con gran discerni miento y sin exclusivismos ni enciclopedismos, los adelantos que en las ciencias y en la industria los estudios modernos vayan proporcionando, sin olvidar que junto el Arts longa, vita brevis, hay un Noii me tangere. (Grandes aplausos.) He dicho .

El S r. Doménech: Pido la palabra. El Sr. Presidente: Puede usarla su señoría.

El Sr. Doménech Estapá: Siento mucho que el Sr. Villar no me haya comprendido, interpretando equivocadamente algunas palabras por mí pronunciadas. Dije que no creía artístico esconder los materiales, porque estaba co nvencido de que la verdad es una de las primeras bases del arte, Y por consiguiente de la Arquitectura, y que esto me lo había enseñado mi digno maestro Sr. Villar. Sigo creyendo lo que se me ha enseñado en <cTeoría del arte» considerando cualidades esenciales de este último, la verdad, la bondad y la belleza, y por esta razón, Y porq ue creo que la verdad es una de las bases del arte, es porque he sostenido que el hierro no debe de ningún modo esconderse para no faltar á ella. Creía honrar á mi antiguo catedrático Sr. Vi16


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llar, recordando alguno de los principios que á sus alumnos nos ha inculcado, y de ninguna manera podía suponer que tales re cuerdos pudieran mortificarle.

El Sr. Presidente: El Sr. D. Joaquín Bassegoda tiene la palabra .

El Sr. Bassegoda (D. Joaquín): /

Señores: No pensaba volver á molestar al Congreso esta tard e, pero el Sr. Doménech, al hacerme el honor de intervenir en el de bate, me ha atribuído algún concepto que yo califico de herejía artística. Empezaré por éste, para poner las cosas en su verdadero lugar prescindiendo de lo que podría decir acerca de los puntos de vista en que se ha colocado, al hablar de los ideales artísticos: esto nos llevaría á dar una definición de lo que es el ideal, pero como esta no es ocasión oportuna para tratarlo, me atendré únicamente á lo que me ha atribuído equivocadamente. Creo haber oído decir al Sr. Doménech que yo era partidario ó cuando menos defendía el sistema de velar ú ocultar las construcciones de hierro bajo otra apariencia, y esto lo aplica precisamente á quien en el dictamen que he tenido el honor de leer esta misma tarde, afirmaba esplícitamente lo contrario; á quien toma como lema de sus obras las palabras de Viollet-Le-Duc, que el gusto consiste en el respeto por lo verdadero. ¿Cómo puedo ser partidario de esconder la estructura del hierro ni de ningún otro material, si empiezo por respetar lo verdadero? En la parte que de su discurso ha dedicado al hierro, el Sr. Doménech Estapá me ha recordado el caso de aquella madre qu e, teniendo un hijo muy bueno pero con la desgracia de ser contrahecho, siempre que hablaba de él, alababa su docilidad, la dul zura de carácter, y después de enumerar todas sus buenas cualidades morales, hasta afirmaba que era guapo y buen mozo. El amor de madre le impedía ver el defecto físico. El gran cariño que el señor Doménech profesa al hierro, le impide ver los pocos defectos qu e tiene este material. Yo creo haberme puesto, en el dictamen de po• nencia, en el terreno de la imparcialidad, y he reconocido, como ha tenido ocasión de oir el Congreso, que el hierro es, no sólo un


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material útil, sino necesario, en las construcciones de la época actual; pero debí tomar acta, á fuer de imparcial, de los pocos, tan pocos como quieran sus partidarios, pero al fin algunos, defectos que lo caracterizan, y de estos defectos he deducido la consecuencia de que debíamos excluirlo de las envolventes exteriores de los edificios, si queremos que sean éstos verdaderas construcciones arquitec tó nicas, únicas de las que se preocupa el tema 1. 0 Yo me admiro, co mo el que más, de esas gigantescas obras que legarán eterna fama á nuestro siglo; la razón parece que se ofusca ante esos puentes co mo el del Duero, del Yorth y de Brooklin, pero todos sus auto• res juntos, y los que vendrán más grandes que ellos, no podrán hacer que el hierro sea mal conductor del calor, y que por consiguie nte, los edificios en que entre este metal como envolvente exterio r, dejen de ser muy fríos en invierno, y extremadamente calurosos en verano. ¿Significa esto que quede relegado y escondido el hie rro dentro de la construcción? De ninguna manera. Lo he dicho ya y lo repito: las en vol ventes podrán ser de piedra en buena hora, pero el armazón interior quede al interior tan acusado y tan visible como se quiera. Ha hablado el Sr. Doménech también de las formas en que debe em plearse el hierro: yo convengo con él (como creo que convenimos todos) en que cada material debe tener una forma apropiada. Pero acordes en esto, tendremos al salir del Congreso, que dilucidar esta cuestión en el terreno más difícil de la práctica, y no será entonces tan fácil el ponernos de acuerdo. Para llegará ~stas formas, que por lo visto son difíciles de encontrar, creo que debemos tomar el camino de adoptar formas conocidas, modificándolas segú n enseña el perfecto conocimiento de la materia y los procedimi entos de elaborarla, porque todo lo que sea desentenderse entera mente de las formas pasadas, me parece irrealizable, ó cuando menos utópico. He dicho.

El Sr. Doménechy Estapá: Pido la palabra para rectificar. El Sr. Presidente: Puede usarla.


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El Sr. Doménech y Estapá: No he querido suponer, ni he supuesto, que el Sr. Bassegoda se oponga al empleo de jácenas en el interior de los edificios, lo que he querido manifestar es que dentro de los mismos, puede aparecer tal como es, sin esconderlo de la vista del observador. Tampoco creo debamos emplear el hierro construyendo muros de hierro, tejas y pavimento del mismo metal, pero sí que puede constituir el elemento sustentante y debidamente completado, pero no escondido por los demás materiales. Los antiguos usaban el hierro, pero sólo como elemento de unión, no bajo el punto de vista constructivo; por tanto , la forma que en aquel entonces se le dió no tiene que ver nada con la que hoy debe afectar. El armazón, la cubierta de este ó aquel edificio no tiene punto de comparación con el empleo del hierro en la antigüedad, y hemos de beber en otras fuentes para encontrar el estilo propio del nuevo arte. Estoy conforme con el Sr. Bassegoda en que hemos de estudiar mucho el empleo del hierro antes de encontrar la forma estética del mismo, pero este estudio debe hacerse con decisión, echando mano de los cono• cimientos que nos suministra la ciencia, completados con la inspiración artística, exponiéndole sin miedo alguno ante la vista crítica del público. (Aplausos. )

El Sr. Presidente: Queda terminada la discusión del primer tema. Creo oportuno hacer presente á los señores congresistas que mañana por la mañana se reunirá en este local la Comisión de conclusiones, compuesta de Presidente, Vicepresidente y Secretario. Esta comisión se ocupará, teniendo á la vista el resumen de la discusión, de propo· ner s<;>-luciones al tema discutido. Tpdos los individuos del Con• greso tienen el derecho de asistir á las sesiones y exponer lo que entiendan conveniente, no perdiendo de vista que el tiempo es limitado, toda vez que en la sesión próxima de mañana, después de aprobada el acta de la anterior, han de leerse las conclusiones.


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El Sr. Doménechy Estapá: Pido la palabra para una cuestión de orden. Desearía que se acordase por el Congreso que no pudieran formar parte de la Comisión de conclusiones personas que hubiesen hablado sobre el tema, porque me parece que una persona cuya opin ión es ya conocida, no puede ser juez en un asunto, sea cual fue re el de que se trate.

El Sr. Presidente: E ntiende la Présidencia que la cuestión suscitada por el Sr. Doménech no es pertinente. Lo que dice puede tenerse en cuenta; pero yo, que he de hacer honor á todos los individuos que componen la Comisión, he de afirmar que ninguno tratará de ser juez excl usivo en el asunto, ni de imponer su opinión á los demás. Por mi pa rte no tendría inconveniente en que quedarán en la Comisión de conclusiones las personas que la constituyen, aunque hayan hablado sobre el tema; y si el Congreso es de la misma opinión se servirá manifestarlo. (Sí, sí.) Terminado este pequeño incidente, y antes de poner punto á la presente sesión, tengo el gusto de manifestará los señores arquitectos forasteros, que de la Junta Directiva de la Exposición pueden obtener un pase para entrar en el recinto de la Exposición, mediante la presentación en las oficinas administrati vas de la tarjeta que les acredita miembros de este Congreso. Los que aun no tengan la tarjeta, podrán recogerla, después de esta sesión, en Secretaría. E n la sesión próxima, que tendrá lugar mañana á las tres de la tard e, se discutirá el segundo tema.

Se levanta la sesión. Eran las siete.



APÉNDICE A LA PRIMERA SESIÓN

Acta de la Sesión preparatoria

En el salón del Consistorio nuevo de las Casas Consistoriales, co n asistencia de la Comisión organizadora del Segundo Congreso nacional de Arquitectos y de muchos de los señores adheridos, cele bróse ayer día 15 del corriente la sesión preparatoria del mismo, con arreglo al artículo décimo cuarto del Reglamento aprobado por la Junta Directiva de la Exposición U ni versal iniciadora y patrocinadora de este Congreso. Ab ierta la sesión á las cuatro de la tarde por el Presidente de la Comisión organizadora D. José Artigas y Ramoneda, en muy senti do discurso saludó á los concurrentes, dió la bienvenida á todos los arquitectos adheridos que han dejado su habitual residencia, para venir á ilustrar con su opinión las sesio,nes del Congreso, d_edicó frases cariñosas á los arquitectos ausentes, que en la imposibilidad de asistir á él, adhiriéndose demuestran cuán simpática les es la idea y apoyan sus actos con tácito asentimiento. Hizo ~ ención especial de las entusiastas adhesiones de la Junta de Gobierno de la Sociedad Central de Arquitectos y de la de Valencia; d1ó las gracias á la prensa profesional por la decidida cooperación prestada á la Comisión organizadora, y en períodos brillantes pate nti_zó el profundo agradecimiento que siente la Comisión y debe sentir la clase de arquitectos por la protección moral y material q?,e al Congreso ha dispensado la Junta Directiva de la Exposic1on,_ como á delegada del Excmo. Ayuntamiento de Barcelona, y t~rm mó su discurso encareciendo el número é importancia de los tl_tulos que al agradecimiento de los arquitectos tiene el excelentísimo Sr. D. Francisco de P. Rius y Taulet, presidente de dicha corp oración.


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Seguidamente el Secretario leyó una reseña de los trabajos de la Comisión organizadora, en la que expuso los que habían precedido á su constitución, llevados á cabo por la Asociación de Arquitectos de Cataluña para la celebración de un Congreso; explicó las razones de la limitación dada al que se verifica, el espíritu del Reglamento, el criterio que presidió á la elección de temas y los me dios de propaganda que ha utilizado; llamó la atención de los miembros del Congreso acerca de la importancia del número de adhesiones comparado con el de arquitectos españoles que ha llegado á noticia de la Comisión, consignando que existe en el Congreso mayoría de los que ejercen la carrera; terminó su reseña con la exposición de las causas que habían retrasado la celebración del Congreso. Dióse cuenta de los nombres y residencia de los arquitectos adheridos y de multitud de cartas y telegramas de adhesión de individuos que no podían asistir. Suscitado un incidente por el Sr. García Faria á causa de la pro puesta que hizo de añadir algún artículo al Reglamento, después de usar de la palabra los Sres. Doménech y Estapá, Villar y Bassegoda (D. Buenaventura), el Presidente, que la había concedido sólo por galantería, mas sin ánimo de permitir modificación alguna en el Reglamento, cortó el debate. Los Sres. Luis y Tomás, Pin garrón, Belmás y N avascués, en nombre propio y en representación de asociaciones y de compañeros de otras provincias, dirigieron á la Comisión organizadora lisonjeras frases que expresaban el entusiasmo que el Congreso ha producido en todos los centros profesionales de España. Habiendo indicado el Sr. Presidente que debía cumplirse el artículo décimocuarto del Reglamento, que exige el nombramiento de la Mesa definitiva del Congreso y de las comisiones de conclusiones, el Sr. Belmás pidió que se encargara á una comisión nominadora la propuesta para las mismas, y que se votase después. Aceptada la proposición, fueron designados los señores Belmás , Luis y Tomás, N avascués, Amargós y Sagnier, para constituir esta Comisión. Suspendida la sesión por breve tiempo para dar lugar al trabaj o de la Comisión citada, volvió á reanudarse, dando cuenta aquélla de la siguiente propuesta: PRESIDENTES IIONORARIOS

Excmo Sr. D. Francisco de P. R.ius y Tau/et, Alcalde constitucional de Barcelona y presidente de la Junta Directiva de la E xposición Universal.-M. litre. Sr. D. Miguel Aguado de la Sierra , director de la Escuela superior de Arquitectura de Madrid. M. litre. Sr. D. Elías Rogent, director de la Escuela superior de Arquitectura de Barcelona. PRESIDENTE EFECTIVO

litre. Sr. D. José Artigas y Ramoneda, presidente de la Aso• ciación de Arquitectos de Cataluña.


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V I CBPR E SIDENTES

Ilmo . Sr. D. Lorenz.o A/vare, Capra, ex-presidente de la Sociedad Ce ntral de Arquitectos.-Sr. D. Francisco Luis y Tomás, en representación de los Arquitectos provinciales.-Excmo. Sr. D. Enrique M.a Repullés y Vargas, ex-presidente de la Sociedad Central de Arq uitectos.-Sr. D. Mariano Be/más, en representación de la pre nsa profesional. SECRKTAitlOS

S r. D . Arturo de Navascués, secretario de la Sociedad Central de Arqu itectos.-Sr. D . Antonio M. 0 Gallissá, secretario de la Asociación de Arquitectos de Cataluña y de la Comisión organizado ra del Congreso.

COMISIONES DE CONCLUSlONES PRIMER TEMA

Presidente: Sr. D. Francisco de P. delVillar. - Vicepresidente: - Sr. D. Camilo Oliveras.-Secretario: Sr. D . Francisco Rogent. SEGUNDO TEMA

Presidente: S,· . D. Modesto Fossas y Pi. - Vicepresidente: Sr. D. Ramón Salas y Ricomá. - Secretario: Sr. D. Luis Cabello y Lapiedra. TERCE!t Ts:MA

Presidente: Sr. D. Leandro Serral/ach y Más. - Vicepresidente: Sr. D . Juan Martorell . - Secretario: Sr. D . José Doménech y E stapá. CUARTO TEMA

Presidente: Sr. D. José O. Mestres.-Vicepresidente: Sr. don José To rr es Argullol .-Secretario: Sr. D. Pedro García Far·ia. Qu1~To

TEMA

Presidente: Sr. D. Francisco Pingarrón. - Vicepresidente : Sr . D. Adriano Casademunt.-Secretario: Sr. D . Francisco de P . Vil/ar y Carmona. ;Aceptada por aclamación esta propuesta 1 se procedió al nombramiento de una Comisión de Obsequios, siendo designados los se17


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ñores Torres Argullol, Sagnier, y Villar y Carmona para constituirla. Se aprobó, finalmente, el programa de la sesión inaugural, y habi éndose cumplido todas las prescripciones reglamentarias se levantó la sesión á las seis de la tarde.

Los Secretarios,

Antonio M.ª Gallissá.-Enrique Fatjó Torras. v.• B. • El Presidente,

José Artigas y Ramoneda.


SESIÓN SEGUNDA

celebrada el día 17 de Septiembre de 1888 en el Salón de Congresos

Presidencia del

Sr,

D. José

Artigas

y

Ramoneda

y después

del Sr. D. Miguel Aguado

Abierta la sesión á las tres y media de la tarde dijo: El Sr. Presidente: El Sr. Secretario se servirá dar lectura del acta de la sesión inaugural. El Sr. Secretado la lee. (Véase el apéndice de esta sesión.) El Sr. Presidente: ¿Se aprueba el acta? Queda aprobada. El Sr. Secretario se servirá dar lectura de las comunicaciones que se han recibido y del dictamen de la Comisión de conclusiones referen tes al primer tema.

El Sr. Secretario lee un telegrama del Sr. Alvarez Capra mani~ festando que un asunto gravísimo le impide asistir al Congreso, y otras comunicaciones. Lee también el dictamen de la Comisión de conclusiones. (Véase el apéndice de esta sesión.)


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El Sr. Presidente: Creo interpretar los deseos de mis queridos compañeros del Congreso cediendo la presidencia de la sesión de esta tarde al dignísimo Sr. Director de la Escuela de Arquitectura de Madrid. ( Un prolongado aplauso resonó al ocupar éste la presidencia. )

El Sr. Presidente (Aguado ): Señores: Al ocupar este puesto que con tanto acierto y autoridad ha desempeñado mi querido compañero Sr. Artigas, tengo la satisfacción de saludar desde él á todos los señores que forman este Congreso, tan superiores á mí por todos conceptos. Creo que, aunque la presidencia ha de ser por breve tiempo, po r la que he de pasar como un meteoro, pues que ha de quedar reducida á la sesión de hoy, sin embargo si no pudiera dirigir con tanto acierto la discusión, como lo ha probado mi compañero, ruego al Congreso que se sirva dispensarme. Aprovecho esta ocasión para daros las gracias por la espontánea manifestación de vuestro cariño y compañerismo, primeramente cuando habéis tenido á bien el nombrarme presidente honorario, y en segundo lugar cuando habéis oído mis palabras con tantas muestras de consideración. Sirva esto como ligera muestra de agradecimiento á tantas y ta n señaladas muestras de cariño. (Aplausos.) Ruego al señor Secretario que dé cuenta del dictamen de la Co· misión de conclusiones al tema que ayer se discutió. El Sr. Secretario lee.-(Véase el apéndice á esta sesión. ) Debiéndose discutir el 2. 0 tema que dice: «Influencia que pueden ejercer los arquitectos, en su calidad de directores facultativos , para el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las habitaciones, y medios que la Administración municipal puede emplear, sin vulneración del derecho de los propietarios, para que éstos coadyuven á conseguir, por su parte, tan importante mejora,» rue go al Sr. Belmás que tenga la bondad de dar lectura al dictamen de su ponencia.


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El Sr. Be/más: Señores: Tanto en el mundo moral como en el físico sabemos que es un hecho la ley de las compensaeiones, como así mismo la de los contrastes. Aquí tenemos una prueba palpable de ello; ayer nos re montábamos á lo ideal y á las grandes alturas; la sesión de ayer era una sesión que sólo era dable tratarla á aquellos individuos de poderosa inteligencia y de grande imaginación que pueden elevarse á las mayores alturas. La sesión de hoy es de un carácter tal que no podemos remontarnos tanto, tenemos que caminar por la superficie y aun bastante por debajo de ella. Y como prueba más palpable todavía de los contrastes, nos hallamos con que ayer ocupaba este sitio persona que hizo un trabajo primoroso y hoy va á ocuparlo quien no puede hacerlo, ni lo hará de esa manera. Si yo hubiese medido la trascendencia de estos momentos, que para vo sotros nada significan, pero que para mí significan mucho, no hub iera aceptado la ponencia del tema que nos ocupa; pero tuve el poco talento de no fijarme en lo que hacía y ahora tengo que pagar la culpa, viniendo á purgar mi imprevisión. Ya en el puesto del peligro no puedo rehusarle, pero cuento con vuestra benévola ate nció n y os suplico que me la otorguéis en la gran medida de vuestras fuerzas. En mi peroración de este día voy á tener en cuenta lo que hacen los pintores cuando tratan de realizar su cuadro; dibujan las .figuras y dan el colorido; hacen lo principal y al mismo tiempo tratan lo accesorio, que es el fondo. A vosotros toca en nuestras sesiones hacer lo principal, y yo, último entre todos, voy á ocuparme de lo acceso rio, que es el fondo del cuadro de nuestro Congreso, aunque llegue á ser un fondo mal ejecutado. Poned, pues, vosotros lo esencial, que yo, como digo, haré lo demás . Y para hacer más fácil y más práctico y también para molestar menos vuestra atención, no voy á hacer otra cosa que parafrasear las co nclusiones. Realmente no es preciso de otro modo, para los que hayáis tenido la bondad de leerlas. Habréis visto que nada tengo que añadir, y con leerlas sería suficiente, porque cada uno de vosotros puede poner lo que falta. Estas conclusiones vienen á


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ser una síntesis sobre la materia que tratan, y todos tenéis conocimiento muy bastante para interpretar aquello que yo quiera expresar, aunque no lo haya dicho. El orden que voy á seguir en mi breve discurso es el siguiente: 1 .º Ver 1~ importancia que tiene este tema y la necesidad de que nos ocupemos de él. 2. º Tratar de estudiar cómo podemos hacer que se lleven á la práctica nuestras conclusiones, considerando que somos arquitec tos y que debemos influir en los municipios á quienes prestam os los servicios de nuestra ciencia y de nuestro arte. 3. Procurar demostrar cómo lo que nosotros vamos á tratar aquí, no son teorías irrealizables, sino que pueden llevarse á la práctica; que no son suenos como los que se predican muchas veces en reuniones y congresos, sino cosas posibles. Esto es importante, porque no hay que negarlo, adolecemos en general en nuestro país de falta de sentido práctico, y yo entiendo que lo que debemos hacer aquí, ha de ser proponer cosas que puedan traducirse en hechos. Por último, aunque de una manera breve, y saliéndome algún tanto del tema, al dirigirme á los arquitectos, dire algunas palabras referentes á la acción que deben ejercer, no ya sólo en los municipios, provincias y en el Estado sino ante el poder legislativo. Yo no sé si seré un poco más extenso de lo que debiera al des• arrollar estos puntos, pero como el Congreso es público, hay reunido aquí un corto número de arquitectos, y es grande el de los que han de analizar cuáles son nuestras ideas, y la prensa ha de llevar nuestra voz por todas partes, debo prescindir de quién es sois y extenderme algo más considerando que no hablamos para nosotros, sino para fuera de aquí. En este supuesto voy á entrar ya en el primer punto. Señores: Muy gratos son los temas que, como el de ayer, deleitan y seducen, y muy grato me es el oir discursos tan elevados como todos los que aquí se han pronunciado, sobre todo uno que se oyó con extraordinario agrado, pero decidme, antes que aque• llas frases elocuentísimas y de tanta elevación, antes que esos idea· les, ¿no estamos en la precisión de vivir? ¿no debemos mirar el proporcionarnos la existencia? Si ni existiésemos, si ni viviésemos, si no tuviésemos medios de que nuestras fu~rzas físicas y morales puedan realizar aquello de que hablábamos ayer, ¿sería posible dar 0


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vi da á nuestros ensueños? Pues natural es que siendo así, aunque el tema de hoy sea muy prosáico, debe merecer nuestra particular atención y la de todo el mundo, más que todos los demás. Ade más, hay otra circunstancia para considerar el tema como muy importante: Si miramos bien la cuestión que nos ocupa, veremos que es una cuestión que encierra un gran problema social, y un problema social de primer orden, porque todos sabemos que la vida de las nacio nes, su riqueza, el porvenir de todas ellas, depende del bienestar de todas las clases, desde la más humilde hasta la más elevada. U na población en donde la mortalidad es grande, una población en donde el número de enfermos es crecido, claro está que tiene que acud ir, primero y antes que todo, á satisfacer las necesidades de es tos enfermos, y al mismo tiempo á que los fallecimientos dismi nuy an para que aumente el contingente de inteligencias, de fuerzas físicas y productoras que son de gran provecho y precisión para la sociedad. Luego el problema higiénico es el primer problema, qu e lo mismo interesa al Estado, que á la provincia, que al munici pio. Así es que cuando veo que antes se trata de la cuestión de ornato y de otra clase de asuntos, y se gastan sumas considerables, y abandonando por otra parte las cuestiones de salubridad que son más importantes, me extraña, me admira, sufro y tengo la seguridad de que todos vosotros sufrís y os admiráis de tan grave fal ta. Yo no puedo olvidar un momento el día de ayer en que pasaba por un a de las calles de Barcelona con nuestro querido presidente, Y por casualidad vimos una alcantarilla que estaba descubierta, refere ncia que no hago para vosotros sino para que traspase estos límites , porque aun cuando esto moleste, mis palabras van dirigidas al bien y pueden ser la base ó motivo de que se ocupe de estas cuestiones tan interesantes para esta población que tanto se merece, el Ayuntamiento de Barcelona; pues bien, vimos esa alcantarilla Y no pudimos contener un movimiento de sorpresa y de dolor, porque para los que procuramos tener algún conocimiento de estas cuestiones, nos bastaba lo visto para deducir que la cifra de mor• talidad de Barcelona debe ser excesiva; y entonces yo me dije, si en una Exposición que tiene lugar á poca distancia hay proyectos, hay modelos que seguir, y esto en la población culta que celebra tan im portante certamen, ¿por qué Jo primero que hiciera no ha-


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bría de ser, tomar como base para esta misma población, esos ejemplos que ve y que ofrece? (Aplausos. ) Así pues, este ejemplo tomado del natural, que acabo de citar de las alcantarillas de Barcelona, debe llamarnos mucho la atención y nos invita á llamar la de los poderes públicos, lo mismo del Estado, de la provincia, que de los municipios, á fin de ver si puede llegar el momento en que la cifra de mortalidad que se registre en España sea menor de lo que real y verdaderamente es. Señores: La inmensa mayoría de españoles han tenido abandonada esta cuestión y no se han fijado en ella. Pero si lo hiciere n, si pensaren en esta cifra, resolverían todas las cuestiones de higi ene antes de ocuparse de otra multitud que están en segundo térm ino. Así es que cuando veo poblaciones como Madrid, por ejemplo, que tiene condiciones tan especiales, condiciones tan primorosas , condiciones que parece que la naturaleza las ha proporcionado para que sea un sitio higiénico, y así debía ser en otras époc as, puesto que se escogió para la base y asiento de la capital de la monarquía, y veo al lado de esa poblaciéín un Londres que tiene el suelo más ingrato que se puede imaginar, y que en Madrid la cifra de mortalidad es de un 40 por r ,ooo y en Londres únicamen te de r 6 ó 20 por 1 ,ooo, y esto debido ni más ni menos que al cu mplimiento de las precauciones higiénicas, no puedo menos que la• mentarme profundamente. ¿Será posible que lo que allí se ha hecho no pueda hacerse en España en algún tanto, máxime cuando no significa dispend ios considerables? Y nuestras autoridades deberían tener muy en cuenta el caso de una ciudad inglesa en donde la cifra de mortalidad era como en muchas de España, de un 40 por r ,ooo. Vino una epidemia y diezmó la ciudad, se juzgó que podría haberse propa• gado la epidemia por causa de los malos sistemas de desagües, y en término de seis meses, un ingeniero militar muy entendido en esta clase de cuestiones, realizó una serie de trabajos. Estos dieron por resultado que allí donde antesla mortalidad era de un 40 por 1,000 descendiese inmediatamente á un 18 por r ,ooo. ¿Y no merece es to tenerse en cuenta? ¿Si pudiéramos hacer que en nuestra Espa ña sucediese lo mismo , no tendríamos el beneficio después con creces? Por esto el tema es interesante y debe merecer la atención del Congreso.


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Per o si es de interés el tema desde el punto de vista social, interesan te lo es también para nosotros, no ya como parte integrante de la sociedad, sino como arquitectos que estamos en el deber de co ntri buir en la medida de nuestras fuerzas á proporcionar á la sociedad todos aquellos bienes que puedan emanar de los conocimien tos especiales que tenemos, y que unidos á los de los médicos puede n ser fuente de mucho bien. Vosotros s~béis que los médicos por sí sólos no pueden realizar estas cosas. Es necesario que vayamos hermanados unos y otros co n el objeto que vosotros comprendéis perfectamente. Ellos sin no sotros no harían nada, así como tampoco nosotros sin ellos. Por esto, cuando hay un Congreso médico deben acudir á él arquitectos y por igual razón también en las sociedades de higiene de todos los países toman parte en su constitución esos dos factores importantes para la resolución de problemas higiénicos; es decir, el médico y el arquitecto. Procede, por lo tanto, que todos ellos marchen de acuerdo y vengan á aportar su contingente de conocimi entos para llegar á la mejor solución de estas cuestiones. Hay otro punto de vista para animarnos á mirar con interés estos asuntos . Creo que de derecho nos corresponde mayor consideración en la sociedad, de la que ella nos rinde; para que así no sea, es necesa rio que la prestemos nuestros servicios, pues haciéndolo así, recibiremos el pago de nuestra obra. De modo, que por egoismo, si queréis llamarlo así, tenemos necesidad de aportar á la sociedad nues tros conocimientos, para que ella nos devuelva la consideració n á que somos acreedores. Mientras no lo hagamos, no esperéis que se porte con nosotros como deseamos. Ahora bién, después de haber dicho algo respecto á la importancia del tema, vamos á ver cómo se pueden realizar las mejoras higiénicas . Estas mejoras encaminadas á que la higiene de nuestras edificacio nes y poblaciones sea un hecho, debemos procurarlas: primera mente efectuándolas por nosotros mismos, y en segundo lugar influy endo cerca de los municipios para que pongan en acción las medidas que les dictemos. Después de esto entremos ya en otro orden de consideraciones, Y ante todo conviene sentar como base una definición: Cuando en el tema se habla de habitación, yo entiendo y creo que así lo entende~éis vosotros, que no se refiere á la habitación 18


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en sí propia, sino que se refiere á todo el medio en que el hombre vive. Por consecuencia, al ·redaGtar estas conclusiones no tuve yo en cuenta solamente la habitación propiamente dicha, sino que lo que hice fué considerar que para estos efectos se entiende por ha bitación todo el medio en que el hombre vive. De modo, que desde este punto de vista, habitación es la población con todos sus edificios, con todo lo que está en el subsuelo, en el suelo y en el supra-suelo; es decir, que nosotros para buscar los medios de hi gienizar debemos atender, no sólo á l.t cuestión de alcantarillado, por ejemplo, no só 1o á la cuestión de pavimento, sino también á la del ámbito urbano; es decir 1 comprender todo aquello en qu e el hombre está, en donde el hombre vive. Por esto habéis vist o que no me limito á la cuestión de habitación en sí propia, sino que hago extensión á todo aquello que acabo de indicar. Claro es que si nosotros fuésemos á resolver ó á tratar de resol ver la cuestión en toda su enorme magnitud, no podríamos hacerlo, porque esto es tan vasto, los horizontes se dilatan tanto, que sería verdaderamente imposible abarcar el todo. Pero como ha y asuntos que son culminantes, por esto digo en el art. 4.º que, dad o el estado de atraso de nuestro país, sólo debemos ocuparnos de las cuestiones más interesantes. ¿Cuáles son éstas? ¿En mi sentir aqu ellas que se refieren al alcantarillado, á los pavimentos y á las edi ficaciones en cuanto se relacionan con la capacidad, ventilación y con algunas otras cuestiones que ya expreso en las conclusiones. Toco también, aunque en segundo término, otras cuestiones que son también interesantes, por más que no lo parezcan. Por ejemplo, la de arbitrios. Parece á primera vista, que la cuestión de arbitrios no habría de relacior.arse con la higiene, y sin embargo, ciertos arbitrios mu nicipales contribuyen á que las habitaciones no sean buenas, por• que se oponen á la economía. Si los municipios fijan cantidades extraordinarias sobre los materiales de construcción, como sucede en alguna parte, entonces lo que se hace es influir parn que se en • carezcan las construcciones, y como para higienizar hace falta ha· cerio y poderlo hacer con economía, por eso entre los medios qu e encuentro de higienizar, es el de procurar que los materiales sea n económicos y que los exhorbitantes arbitrios que hacen pagar los ayuntamientos se aminoren. También os extrañará quizás que recuerde la cuestión de los


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trans portes, y es porque uno de los elementos que viene á encare• cer n uestros materiales de construcción es el transporte; por esto es necesario que procuremos también por todos los medios imaginables que se aminore. Hay quien encuentra razonable los arbitrios municipales sobre los ma teriales de construcción, pero bien mirado no puede admitirse es te criterio, porque luego todos estos materiales de construcción al convertirse en edificaciones ya pagan por las contribucio nes que pesan sobre ellas. En cuanto á las reformas de las poblaciones, las divido en reformas que afectan al sub-suelo, reformas que afectan al suelo y las qu e afectan al supra-suelo, y como todos las habéis leído, no hace fa lta q ue hable de ellas, pero sí quiero llamar la atención sobre un a, porque es importantísima y necesario que contribuyamos aqu í á fijar el criterio sobre esta cuestión, para variar radicalmente el que ex iste en España. Si decís á los ayuntamientos de España qu e de ben establecer sistema de alcantarillado para higienizar sus poblaciones, con seguridad que todos nos contestarán: no puede ser. Y es natural, porque los medios materiales , los recursos de que di sponen, hacen que la cosa sea imposible . ¿Por qué es imposi ble? porque no tienen en cuenta que los sistemas de desagüe en las po blaciones no hace falta que sean por el alcantarillado, puesto qu e puede adoptarse el sistema usado en Berlín, que no tiene más qu e alca ntarillas colectoras en una pequeí1a porción de sus calles, Y las redes restantes no son más que tubos de barro cocido que están es tablecidos por toda la superficie de la población, y cuyo diáme tro varía según las calles y los lugares en que tienen que s ervir. Na turalmente desde el momento en que se ve á Berlín que nos está demostrando que puede establecerse un sistema de desagüe ponie ndo esa serie de tubos que, aunque parezca imposible , no tienen más diámetro que 20, 3o, 40 y á lo más So centímetros de luz, claro está que aquello que á primera vista parecía imposible, viene á convertirse en fácil. Así es, que sobre este particular, me at revo á insistir y llamar la atención mucho, porqu e si llegamos á ser los que la llamen de los municipios de España que pueden establecer este sistema de desagüe, y que estableciéndole, la mortalida d de repente tiene que bajar un So por I oo tal vez, y entonces creo qu e habremos prestado un servicio práctico á todas las poblacio nes de España.


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Impropio podrá aparecer también y no muy grato el que tra te , aunque no sea más que con una palabra, de lo que se estable ce cuando no hay sistema de alcantarillado. Pero como quiera que esto es tan importante, y como quiera que ya hemos convenido desde el primer momento en descender desde las alturas, é ir á este terreno que es tan inferior, no tengo inconveniente, con ob je to de que traspase los límites de este recinto, de llamar la atención sobre los gravísimos inconvenientes que trae el uso, donde no existen probabilidades de hacer redes de desagüe y alcantarillado, de los pozos negros permanentes. Estos sabéis que, tal como se ejecutan, permiten se filtren por los terrenos las materias fecale s y hace que todo el suelo tenga condiciones detestables de salubridad , y tanto es así, que si miramos, por ejemplo, Granada, en donde recordaréis que cuando hubo el cólera, se desarrolló de una man era tan extraordinaria , si examinamos lo sucedido en esa población ,y aquí hay un distinguido arquitecto (alude al Sr. Monserrat ) que podría decir bastante sobre el particular,-observaréis que un a de las causas del mal ha sido que el alcantarillado está de una man era detestable, que la repartición de las aguas está de una manera increíble, y que el suelo se ha ido inficionando de tal modo que todas las aguas están cargadas de micro -organismos, y tanto es así , que en época normal aquellas personas que pueden , lo que hacen es proporcionarse la cantidad de agua que han de beber, de sitios bastante lejanos y que les cuesta á bastante precio. Comprend en bien que todos los sacrificios que se hubieran hecho para esa po blación, habrían tenido la grandísima ventaja de obtener el que no hubiese habido tantas víctimas como hubo durante la epidemia colérica . Cuando no se pueda establecer el sistema de desagües, como he dicho, al menos dispóngase lo que en muchos puntos del extranj e• ro se va introduciendo cuando no hay modo viable, es decir, el sistema de fosas movibles. Otro de los puntos á que me refiero en las conclusiones, es el que llamo el suelo , y está tan íntimamente relacionado con el an te· rior, que más no es posible. En cuanto á este particular, si pud iéramos realizar el bello ideal, todos sabéis que habríamos de ha cer que el de una población fuese impermeable. ¿Qué sucedería? que todas las aguas que caerían sobre una población marcharían á don· de nosotros quisiéramos , y de esta manera todos los focos de in·


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fec ció n, todos los focos de esas enfermedades que tienen por origen, como todos sabéis, el desarrollo de los micro-organismos que se trans miten por el suelo y las aguas, no podría tener lugar . Por eso es de aplaudir que Barcelona haya empezado por establecer el pavimen to tal como debe ser; es decir, completamente impermeable; con lo cual, si fuera extendido por toda la población, quedaría libre de un gran número de enfermedades. Debemos aconsejar que se desarrolle en todas las poblaciones. Como co mplemento de esto, es de desear también que las edifi• caciones tengan el suelo de la planta baja de manera que también sea impermeable, porque todos sabéis que la habitación viene á eje rcer una especie de succión, y todo el aire que circula por el su b-s uelci y que está contaminado, se pasa á las viviendas y luego es respirado por los habitantes. E n el art. 7.º de las conclusiones me refiero al supra-suelo, y de es to no voy á decir nada en general. U nicamente alguna palabra acerc a de un punto interesantísimo y sobre el cual debemos insistir mucho á mi sentir. ¿Qué importa que establezcamos r edes de desa güe en las poblaciones, si no se hace el complemento aislándolas de las habitaciones? Si no hacemos esto último no habremos hecho nada. Debemos insistir en esto, porque es lastimoso que pu die ndo y debiendo establecer un aislamiento seguro entre la habi ta ció n y la red del alcantarillado con un gasto ni más ni menos que de unas cuantas pesetas, para estar al abrigo de muchos males , no se establezca . Donde debemos influir es en el ánimo de los propietarios para que realicen el establecimiento de inodoros y la ventilac ió n. Es de tal importancia que todo esto se llegue á conseguir, que de bemos apelará todos los procedimientos, á la prensa, á las con fe rencias, á los escritos, al lenguaje de la palabra, á las ilustraciones, etc ., etc . Cre o que haríamos un gran bien y gozaríamos de consideración en la sociedad si formásemos un Comité de saneamiento en España, y que ese Comité se encargase de escribir pequeños artículos que se publicasen en todas partes, que se encargase de redactar pe• que ñas cartillas higiénicas que se repartiesen con profusión, qu e pu bli case ilustraciones para aquellas personas que no saben leer ó no tie nen tiempo para ello . Creo que si organizásemos un Comité de saneamiento, y este Comité se encargase poco á poco, pero siempre con constancia, de escribir, de publicar, de hacer ilustraciones,


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de dar conferencias y lecturas en toda España, siempre con arreglo á un plan preconcebido, tened por seguro que al poco tiempo la sociedad nos tributaría la consideracion á que seríamos acreedores, y este trabajo al fin y al cabo sería muy fácil, porque no ofrece grandes dificultades. La higiene de la edificación se puede reducir á muy poco, se puede condensará muy poco, y si ese poco se hace conocer uno y otro día en todas las esferas sociales, por los medios indicados, es seguro que una vez la opinión hubiese llegado á comprender la importancia de la higiene, sería la primera en exigir á nuestros municipios lo que hoy nuestros municipios no quieren hacer porque les falta el apoyo de la opinión. Así es que me atrevo á proponer en estas conclusiones el nombramiento de ese Comité de saneamiento, que vaya trabajando, y que todos los arquitectos de toda España secunden á ese Comité de saneamiento para obtener lo que acabo de manifestar. Esto es en cuanto se refiere á los arquitectos. En cuanto se refiere á los municipios, que es la segunda parte del tema, casi puede decirse que viene á ser una repetición de todo lo que se ha dicho , porque se reduce á procurar que los ayuntamientos hagan tod o aquello que acabo de indicar, y más que no he indicado, porque ya vosotros conocéis. Me diréis tal vez que, sobre todo, el sistema de las lecturas es difícil para los municipios, pero los municipios tienen personal suficiente que pueden encargarle de lecturas semanales ó quincenales, sobre puntos de higiene que interesan á todo el mundo. Me diréis que esas lecturas serían como predicar en desierto porque no asistiría quizás mucho público, pero este sistema, que está establecido en Inglaterra y da buenos resultados, si alguna vez no lo empezamos, jamás ,lo tendremos. Oradores no los hay en todos los municipios para poder llamar la atención de todo el mundo y atraer una gran concurrencia de gente, pero lectores hay muchos, y aunque hubiese muy pocos al principio, se iría creando la costumbre, y por más que fuese poco lo que se hiciese en cada parte de España, llegaría á ser mucho en la totalidad y bastante notable. Si esto lo completásemos con lo que ha hech o la Sociedad de Higiene de Madrid, de publicar cartillas de dos, tres ó cuatro páginas y redactarlas al alcance de todo el mundo, y de una manera que resulte inteligible para todos, y si esas cat tillas fuesen á nombre de los arquitectos españoles y de su Comité y se repartiesen extraordinariamente por todas partes, no lo dudéis, al


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cabo de poco tiempo habríais visto qué fructíferos resultados se ob te ndrían. Otras de las cosas que debiéramos procurar se hicieran es la publicación anual de memorias por los empleados facultativos y admin istrativos de los ayuntamientos, y á propósito de esto, no extra ñéis que repita varias veces y me refiera á Inglaterra, porque es la na ción en donde los conocimientos higiénicos están á mayor altu ra, y Jo que podemos tomar como modelo en esta clase de cuestio nes. En Inglaterra se redacta por todos los municipios,-la orga nización es de otra manera, pero el espíritu es el mismo,-se redactan por las corporaciones memorias anuales, en donde se expresa n los estados estadísticos y todo cuanto se refiere á las respectivas colectividades, y estos estados estadísticos, estas memorias de los trabajos que se han hecho, permiten saber lo que se ha hecho y 10 que debe hacerse, y como se sabe que han de publicarse los trabaj os que se han hecho, todo el mundo procura un poco más, hacer alguna cosa, siquiera para que cuando llegue el fin del año, se vea que se ha trabajado y realizado algo de provecho . Si p udiéramos hacer que se dispusiese por el poder ejecutivo, que tod os l os ayuntamientos de España y todas las juntas de sanidad pu blicasen memorias, aunque fuesen deficientes, aunque contuviesen po co de todos los trabajos que se han hecho y de los que deben ha cerse, es seguro que el conjunto de todos ellos sería de mucha ut ilidad. Por esto, al hablar de las medidas que me atrevo á propo ner y al referirme á la primera de ellas, digo que tratemos de ver si hubiese medio de conseguir que se redactasen estas memorias . E so lo digo también de proyectos de saneamiento y de otra porció n de cosas que están especificadas en las conclusiones. Presci ndo de añadir más sobre estos particulares, porque creo que lo hará cumplidamente al hacer uso de la palabra mi buen amigo el Sr. García Faria, según me ha manifestado, con lo cual se dilucidaría bastante esta cuestión. En lo que insisto mucho, y en lo que todos vosotros debéis insistir bastante, es en el establecimiento de un gran servicio, tan necesario como desconocido, y se halla establecido en todo el mu nd o civilizado menos en España; me refiero á las oficinas de sa nea miento. Senores: las oficinas de saneamiento están en Inglaterra y en otras partes servidas por arquitectos é ingenieros, que se llaman

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allí higienistas, y están encargados de todos estos serv1c10s. Y es verdaderamente deplorable que ni en Madrid ni en Barcelona la · tengan, y más deplorable aun que cuando los arquitectos de la Sociedad central se han acercado á la autoridad municipal de Madrid, haciéndole presente la conveniencia del establecimiento de estas oficinas de saneamiento, haya contestado que ésto no impo rtaba tanto, puesto que ya tenía para ello á los mismos arquitectos municipales. Esta autoridad no tenía en cuenta que es una cuestión tan interesante la de higiene, que es suficiente para ocupar: no á un arquitecto, sino para ocupar toda una oficina destinada á prestar tamaño servicio. En otras partes estas oficinas no tendrían que hacer, pero en España, en donde no hay nada hecho, tendrían que venir á ser una especie de mentores que enseñasen el cami no por donde debe irse, que hasta realizasen en muchas ocasiones los proyectos de los particulares, y sirviesen de asesores de una man e• ra análoga á lo que vienen á ser los médicos de partido, los médicos de los pueblos, que para todas aquellas personas, y para todos aquellos propietarios que no pueden valerse de otros medios , les indicasen la marcha de las disposiciones que debían adoptar para que sus respectivas propiedades adquieran condiciones de sa lubridad. Digo esto porque, á primera vista, choca el que en uno de los artículos diga que el jefe de la oficina de saneamiento de be prestar servicios particulares, y como estamos acostumbrados á ve r que las oficinas de obras no los prestan más que á los municipi os. por esto me he permitido poner en el tema esta adición particular. En las oficinas de saneamiento deben existir modelos de los diversos sistemas que hay, cartillas impresas para que se repartan en todas partes, y en suma, debe ser, en cuestión tan interesante, tan deficiente y de la que hay tanto desconocimiento, los que ilustren y los que enseñen cuanto debe enseñarse é ilustrarse sobre este particular. Respecto al Comité de saneamiento, del que he hablado, quiero añadir que no se contente con dirigir sus mociones á los municipios, sino que, llevando su accion á sitios más elevados, pueda ob · tener el que en esta cuestión de sanidad, sea el poder legislativo el que se ocupe y el que adopte disposiciones que deban seguirse en todas partes; es decir, que si hasta ahora, por el afán de hacer una ley de sanidad completa, no se ha hecho nada, se lleve á cabo la adopción de una ley que, aunque deficiente, contenga lo más pri n·


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ci pa l acerca de esta cuestión de higiene en las poblaciones y de las habi taciones. Co mo veis, en todo mi discurso no he hecho ni más ni menos que seguir las conclusiones, saltando rápidamente de una á otra, á fi n de no molestar mucho vuestra atención. Desde luego á vosotros , en vis ta de lo que he hecho, se os ocurrirán muchas ideas, mas no hagáis caso de lo que he dicho, variad!o, completadlo y de esta ma nera haréis que !as conclusiones sean verdaderamente ímporta ntes, y que lleguemos á lograr que este Congreso haga algo de provechoso, que se pueda decir que tenemos espíritu práctico . De esta manera, cuando volvamos á nuestros hogares, podremos llevar !a conciencia tranquila de no habernos reunido de una manera inútil , y habremos dado ejemplo de que no nos asociamos, co mo decía nuestro presidente, para tratar cuestiones personales, ni para imponernos unos á otros, sino que nos hemos reunido para fi nes más grandes. Aho ra que he concluído, lamento mucho más que al principio el haber tenido el atrevimiento de haber ocupado vuestra atención, porq ue yo , que sé que todos servimos para algo , y que no quiero tener la· modestia de decir que no sirvo para nada, sí puedo asegurar, y lo habéis visto, que no sirvo para expresar mi pensamiento po r medio de la palabra . Por esta razón, yo más que ningún otro , he ne cesitado vuestra benevolencia. Pero ya concluyo, y al menos al terminar, puedo aseguraros que la intención ha sido buena, y que solamente me anima el deseo de que nuestro Congreso llegue á se r todo lo imaginable para el brillo y esplendor nuestro, conta ndo siempre para trabajar en alcanzarlo, á vuestro humilde compaÍlero , que os da gracias por haberos dignado escucharle. He dic ho. (Aplausos. ) E l Sr. Presidente: Tengo entendido que el Sr. D. Leandro Serrallac h pidió la palabra, y, si es así, puede usarla cuando guste. El Sr. Serrallach (D. Leand1·0 ): No tengo pedida la palabra, pero ya que la ocasión se me presenta, expondré algunas •observaciones: si me autorizan el Sr. Pre• sidente y el Congreso . (Sí, sí. )


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Comprenderéis fácilmente que no teniendo pedida la palabra, no estaba en mi ánimo terciar en este debate, para el cual vengo com pletamente desprevenido, y por ello, no me propongo hacer un discurso y sí solo apuntar algunas ideas que se me han ocurrid o durante la discusión. Por otra parte, aunque entrara en mis deseos pronunciar un discurso, no podría satisfacerlos en cuanto carezco de la indispensable facilidad de dicción, mayormente cuando se trata de improvisar el fondo y la forma de la oración, ó sea practicar simultáneamente un doble trabajo, bien superior á mis débiles fuerzas. U na pura casualidad me ha llevado á molestar la atenció n del Congreso, y no dudo que, haciéndoos cargo de mi situación y de las drcunstancias en que me hallo, me otorgaréis vuestra benevolencia, que os pido con verdadera necesidad, y no para cumpli r con una fórmula impuesta en muchos casos por la costumbre y en otros por una exagerada modestia. Las observaciones que pienso presentar, irán principalmente di rigidas á lo expuesto por nuestro dignísimo poneµte Sr. Belmás; observaciones que el Congreso apreciará en lo que valgan, y que el mismo distinguido compañero será juez de ellas; á su ilustrada é imparcial consideración las someto desde este instante. Si no las estima pertinentes, dígalo con franqueza, y téngalas desde luego por no hechas, pues no abrigo la pretensión de que triunfen 1 sin o de que convenzan, entendiendo, como entiendo, que no venimos aquí á ventilar cuestiones de amor propio, sino á llevar nuest ro grano de arena á la obra que á todos interesa, cual es obtener la mejor resolución que se nos alcance para los asuntos contenidos en los temas propuestos. Tal vez cuanto diga no sea digno de to • marse en cuenta, y, en este supuesto, únicamente pesará sobre mi conciencia el tiempo que habréis perdido por mi culpa, si bien procuraré sea el menos posible, concretándome á los límites de la más estricta brevedad. El señor Ponente nos ha presentado un trabajo notable, como suyo; trabajo de gran extensión, que casi podría calificarse de có· 9igo de higiene aplicada á la urbanización, conteniendo, no ta n sólo conceptos generales, sino muchos detalles especificados en un minucioso articulado. No me extraña ciertamente, y es natural qu e de tal suerte lo haya hecho, en cuanto el objeto del tema se amold a perfectamente á sus aficiones, á sus estudios y á sus aptitudes. Es bien público y notorio que el Sr. Belmás desde larga fecha vien e


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oc upándose en periódicos y en conferencias públicas de asuntos de hi giene, ó con ella relacionados; y por consiguiente, ha sabido utiliza r la buena ocasión que se le ofr1:cía para desarrollar sus vastos con ocimientos en la materia. Tengo una singular satisfacción en reconocer y aplaudir públicamente acte el Congreso la competencia de mi distinguido compañero en la especialidad que con fruto ha cu ltivado; pero me asalta una duda que voy á revelar. ¿Corresponde fielmente este meditado y prolijo trabajo al espíritu del tema? Ante esta duda he debido detenerme, y después de reflexionar me ha parecido que, de hallarme en el caso del Sr. Belmás, teniendo su aptitud y para no exponerme á desvíos, no hubiera seguido los ca minos por él recorridos. Au nque inmerecidamente, he formado parte de la Comisión orga nizadora que redactó los temas, y entiendo que el que es objeto de la presente discusión presupone ya resueltos todos los medios y proc edimientos consignados por la ponencia, y todos cuantos la ·ien cia tiene recomendados para obtener la debida salubridad de una urbanización. El objetivo del tema, según mi opinión, tal vez er ró nea, es esencialmente práctico; da por admitidas las conclusiones acordadas acerca del particular por los científicos; desea que no queden en la esfera de las ideas y de lo especulativo, y pide medios eficaces para que sean aplicadas, trasciendan al campo de la real idad y penetr~n en las edificaciones. Por otra parte, se hubieran acred itado de poco prácticos los que redactaron el tema, si en el es píritu de éste estuviera pedir W1 cuerpo de doctrina respecto de la higiene aplicada á la habitación, tomada en su acepción más lata, en cuanto no bastaría la sesión de hoy, única que por Reglamen to podemos dedicarle, ni aun muchas más, pues no hemos de olvidar la multitud de asuntos que caen bajo la jurisdicción de dicha ciencia, el estado de atraso en que se halla todavía, y la falta de da tos estadísticos y experimentales para poder tomar resoluciones concretas y acertadas en muchos casos. Tal es mi opinión acerca de la extensión de la totalidad del asunto que se debate; con lo cual, dicho se está, que estoy discorde con el Sr. Belmás en la apreciación del fin del tema; debiendo manifes(a r, em pero, de una manera clara, terminante y sin ambages, que mi parecer es puramente individual y que al expresar mis ideas lo verifico por mi exclusiva cuenta, pues no tengo, ni ostento, la represe ntación de la Comisión organizadora del Congreso.


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Pero la ponencia ha ido aun más allá. Pareciéndole, sin du • da, poco haber entrado de lleno en la parte doctrinal ó científica de la higiene, no se limitó como, á mi entender debía limitarse, á considerar únicamente la habitación en su acepció n concreta; sino que extendió sus investigaciones á la calle, según lo consigna claramente en el art. 1 .º de sus conclusiones. Tambié n en este concepto creo que el Sr. Belmás ha traspasado los propósitos del tema, á mi juicio, más modestos y más reducidos. Estaría conforme con mi querido compañero, si se tratase de precisar los puntos en los cuales pueden radicar las causas de insalubridad de una urbanización; pues nadie ignora que es posible existan en la vía pública y dentro de los edificios, sea cual fuere su carácter, su denominación y su destino . A mi modo de ver, el tema no comprende á la calle, por la sencilla razón de que el mejoramiento de sus condiciorn, s higiénicas, incumbe exclusivamente á la administración municipal, y no pueden retardar su realización las resiste ncias activas ni pasivas de los propietarios. Donde estas resistenci as se ejercen imperiosamente es en las edificaciones, y para anularl as por convencimiento, podrán siempre más los prudentes é insiste ntes consejos de los arquitectos directores de las obras, que los edi c• tos y las medidas coercitivas de los ayuntamientos. El tema consta de dos partes. En la primera, dice: «Influencia que pueden ejercer los arquitectos en su calidad de directores facultatiYos, para el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las habitaciones .» Es indudable que los arquitectos pueden y deben ejercer dicha influencia. Pueden ejercerla, en cuanto tienen gran ascendiente en el ánimo de los propietarios, siendo, como son, los consultores voluntaria y libremente escogidos por ellos para todo lo concerniente á las edificaciones; y deben ejercerla, para corresponder á la confianza que en sus manos se ha depositado, para satisfacer á los impulsos de su conciencia en pro de la salubridad pública, y finalmente para que las construcciones qu e dirigen no pugnen con los principios científicos que aprendiero n en su larga y difícil carrera. La misión que respecto del particular incumbe al arquitecto, empieza ya en el estudio del proyecto, no debiendo omitir nunca entre las demás condiciones las higiénicas, y luego continúa desempeñándola en todos los períodos de la cons'trucción, hasta que ésta llega á su total terminación. Varios so n los casos en que los propietarios consentirían de buen grado que


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se practicasen muchas mejoras convenientes para la salud de los morado res, si se les explicaban y se les hacían comprender las circunstancias y las ventajas de tales mejoras; pero aun suponiéndoles do minados por el interés y por el deseo de sacar la mayor renta posible, mu cho pueden alcanzar los arquitectos con su insistencia v con sus razonadas observaciones, venciendo las resistencias en el mismo terreno del tanto por ciento y demostrando que las buenas co ndic iones de una habitación coadyuvan á que sea más solicitada y apreciada. De esta suerte considerada la cuestión , y no olvidando los breves conceptos expuestos, los arquitectos son los funcionarios q ue por la índole de su profesión, más se hallan en el caso de infl ui r para que las habitaciones particulares dejen de ser lugares insanos que precipiten prematuramente á la muerte á los que las ocu pen . Sin olvidar lo fundamental, es decir , lo que atañe escencialrnente á su profesión y constituye lo especial de su cometido, juzgo co nve nientes los medios propuestos por el Sr. Bel más en el artículo g.0 de sus conclusiones , que, en su concepto, deben emplear los arq uitec tos para procurar alcanzar los fines expresados en el tema, cuyos medios consisten en artículos en la prensa, conferencias, discusiones, lecturas, experiencias, etc., etc. ~ pues todo lo que tie nda á ilustrar al público es marchar por la vía del progreso , aspiració n constante de la humanidad. E l tema en su segunda parte pide los medios que la administració n municipal puede emplear, sin vulneración del derecho de los propietarios, para que éstos coadyuven á conseguir, por su parte, la mejo ra de las condiciones higiénicas de las habitaciones . Basta 1eer el contenido de esta segunda parte, para convencerse que la pone ncia le ha dado un sentido y un desarrollo , á mi entender, excesi vos, en cuanto se extiende á considerar lo que deberían hacer los ay untamientos para que mejorase lo concerniente á la v ía pública, en la que no intervienen los propietarios, por lo cual dejaré de oc uparme de las conclusiones propuestas, en lo que aprecio co mo una extralimitación. Sin embargo, debo hacer especial menció n de una, que estimo altamente inconveniente por l as funestas co nsec uencias que, sin duda alguna,.sacarían las escuelas demoledoras . Me ha parecido que el Sr. Belmás, en el art. 8. 0 propone que las co ntribuciones sobre fincas urbanas se distribuyan cargando más ó menos según la capacidad y el número de pisos . ( El señor


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Belmás hace signos negativos). ¿No es así? Celebro haberme equivocado . Creía que se proponía el rompimiento de la proporciona lidad entre el impuesto y la renta, base en que se funda actualmenel sistema tributario español. El quebrantamiento de dicha poporcionalidad, aunque se hiciera en nombre de la salubridad pública, abriría un anchuroso boquete por el cual penetraría triunfante la célebre contribución progresiva, sueño dorado de los que la piden en beneficio exclusivo de una clase de la sociedad, con grave detr imento de las restantes. No siendo mi propósito ofreceros un conjunto completo de con testaciones á las preguntas del tema, pues sabéis que una pu ra casualidad me ba llevado á usar de la palabra, encontrándome completamente desprevenido y sin meditación previa, apuntaré únicamente algunas ideas relativas á la segunda parte, que se me ocurren en este instante. No sé si serán utilizables. Las someto á vuest ro ilustrado criterio . Una de ellas es la de que en todos los ayuntamientos de las grandes poblaciones, debería llevarse con toda escrupulosidad por personas dignas é idóneas, una detallada estadística demográfi ca por distritos, barrios, manzanas y casas. Dicha estadística la tien en constantemente formada y al corriente muchas ciudades del extranjero, sirviendo de base fundamental á los administradores munici pales para acordar con acierto las mejoras que deben realizars e y cuales son los puntos de la población que más lo necesitan. De es ta suerte, los fondos comunales se emplean con criterio, y no á ci egas, y, además, publicados los correspondientes resúmenes por meses, trimestres , semestres, anualmente y por quinquenios, los vecinos saben á qué atenerse en cuanto á la salubridad que se di sfruta en las diferentes zonas, y los propietarios para no ver mermadas las rentas, se afanan en mejorar sus fincas. ¿No podría prac· ticarse esto en España? Me parece que sí, pues todo quedaría reducido á hacer unos pocos asientos diarios en los oportunos libros de registro. Otra observación. La propiedad urbana contribuye por distin tos conceptos al sostenimiento de las cargas comunales, siendo un o de los impuestos más cuantiosos el que se satisface en algunas ci udades españolas por derechos de permiso para obras de nueva con strucción y de reparación ó mejora. ¿Qué inconveniente habría en que los ayuntamientos dedicaran anualmente un cinco ó un di ez


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po r ciento del referido impuesto para premiar á los propietarios que durante el mismo período más se hubieran distinguido en dota r de buenas condiciones higiénicas á sus edificios? ¿Acaso la salud pública no ha de ser la primera y preferente de las atenciones de los mu nicipios? Creo que el estímulo moral y material que tan buenos resultados produce en otros casos, los daría abundosos en el prese nte, logrando más por esta vía que por las coercitivas, sin que por ello se entienda que me opongo á que existan éstas, pero sin traspasar ciertos límites justos y razonables. A los mismos fines del tema, otro medio indirecto pueden emplear, en mi concepto, los ayuntamientos, sin vulnerar los derechos de la propiedad. No hace muchos días que pasando por una calle de Barcelona antigua con mi muy querido compañero y amigo D. J uan Torras, nos fijamos, para apartarnos, en la operación de subir los muebles á una habitación. Estuvimos acordes en que, dicha operación en París y en otras capitales no se practica por las fac hadas sino por patios interiores de los edificios, con lo cual no se molesta al vecindario, ni se le expone á graves contingencias, en el caso, bastante frecuente, de caer un mueble durante su ascenso. Co mprendo que sería injusto y poco práctico prohibir que en los edi fic ios actuales que no están dispuestos ni preparados para ello, los muebles suban por la calle, pero sí que los ayuntamientos estaría n plenamente dentro de sus facultades, ordenando dicha prohibició n para las casas que en lo sucesivo se levantaran de nueva pla nta. Con la referida disposición, no tan solamente se evitarían molestias y riesgos á los vecinos, sino que motivaría se dejasen ind ispensablemente en el interior de los edificios anchurosos patios en beneficio de la ventilación é iluminación de las habitacio ne s. Fi nalmente, aunque no viene comprendido en el tema, el Estado pod ría y debería contribuirá la mejora de las condiciones higiéni- cas de los edificios. Pues qué, ¿no le ha de interesar esta cuestión al Estado? Si da premios para el fomento de la raza caballar, no me parece mucho exigir los conceda para evitar la destrucción de la raza humana. Al efecto, sería conveniente que el Gobierno destinara anualmente un modesto tanto por ciento de la contribución de las fincas urbanas, para premiar, á juicio de una Comisión compuesta de personas dignas y entendidas, á los propietarios que dura nte el mismo plazo hubiesen sobresalido en la construcción de


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habitaciones con arreglo á las prescripciones aconsejadas por la ciencia en materia de higiene. Al terminar, debo pediros mil perdones por el tiempo qu.e os he molestado, y rogar al Sr. Belmás no se dé por resentido por la vehemencia del tono y de la frase empleada en las ligeras observaciones que he tenido el honor de hacer á su trabajo. Cuantos meconocen y me han oído otras veces, saben que en mí es natural expresarme como lo he hecho, y sería violentarme, y aun no lo alcanzaría, si me propusiera hacerlo de otro modo. Pero debo especialmente manifestarle que, si alguna palabra dicha en el calor de la improvisación le hubiera ofendido, que la tenga desde luego por retirada, pues nunca me propongo ofenderá nadie y mucho men os tratándose de una persona para mí tan amiga, como lo es el apreciable Sr. Belmás. He dicho. (Grandes aplausos. )

El Sr. Presidente: El Sr. García Fa ria tiene la palabra .

El Sr. García Faria: Sólo pienso distraer vuestra atención por pocos momentos. Y au n porque á ello me obliga la trascendencia del tema que acabáis de oir, cuyo desarrollo y conclusiones son dignas de un higienista de la talla del Sr. Belmás. Este ha tocado multitud de cuestiones, to• das ellas trascendentales y de gran importancia para el arquitecto, puesto que, señores, si nosotros hemos de dedicarnos al estud io del arte y á la conservación de sus más bellas creaciones, ningun o de nuestros objetivos alcanzará en importancia al de conservar la vida del hombre, que es el sér más perfecto que ha salido de la mano de Dios . En mi sentir ha de adelantarse mucho en asuntos de higiene, en los que estamos en España atrasadísimos; para convencerse de ell o no hay más que ver la extraordinaria mortalidad de las poblaci ones españolas y recordar que en Madrid tenemos una mortalid ad de 44 por 100, y en Barcelona, al celebrar la primera Exposición Universal de nuestro país, que da pateme muestra del progreso en todos los ramos, no se tiene en cuenta que aquí muere la gente en proporción crecidísima por falta de condiciones higiénicas; en

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este ra mo estamos á un nivel sumamente bajo, puesto que la mortalida d relativa de las poblaciones importantes es doble y aun á veces mayor que en Londres, que está en peores condiciones naturales que Barcelona, es también mucho mayor que la de París, ciudad que goza de tales condiciones de insalubridad que antiguame nt e se la llamaba Lutecia por lo sucia, por lo sucia que era allá por el siglo xv1. Hoy esas y otras villas extranjeras se han saneado, y no se te me en ellas los tristísimos efectos de las epidemias. En cam bio, en España centenares y millares de hombres sucumben en cualq uie r epidemia, y en cuanto asoma un peligro todo el mundo sue ña en zonas de defensa, en oponer vallas á las epidemias, que se suceden continuamente en nuestras grandes poblaciones, cuando la verda dera defensa debía cons.istir en revestirá la urbe de medios dt combatir , cuidando de evitar lo que sucede ahora en que la endemia diezma las poblaciones, y sólo se intenta sanearlas cuando viene una epidemia. Por esto, señores, yo entiendo que el Sr. Belmás ha estado acertadísi mo al pedir que nos dirijamos á la prensa, porque parte de esta prensa y la opinión pública en general, desconocen ó al parecer olv idan, que los problemas económicos no tienen la trascenden cia del problema higiénico, puesto que aun apreciéndole bajo el punto de vista económico , ninguno le aventaja en interés, asignando á la vida del hombre por término medio el valor de lo que produ ce, y suponiendo que sólo produzca una peseta diaria, cantidad evidentemente reducidísima, vale 7,200 pesetas; ahora bien, tenien do en cuenta que en España mueren por falta de saneamiento má s de den mil personas, y se pierden, por tanto, al año más de 7 20. 0 0 0,000 de pesetas, á cuya cantidad hay que añadir los cuantiosos gastos ocasionados por la enfermedad y la muerte, se verá que desaparecen cada año más de mil millones de pesetas, correspo ndientes á un capital de más de 2,000.000,000 de pesetas; enorme cifra que demuestra hasta la evidencia que el problema higiénico es el más trascendental que existe en nuestra patria, aun cuand o, prescindiendo de consideraciones de humanidad, estudiemos las cosas bajo el punto de vista económico, que es el domina nte en el siglo x1x, siglo de grandes cosas, pero siglo también de gra nd es miserias. Por esto deseo, de acuerdo con lo indicado por la ponencia, que se obtenga de este Congreso un resultado práctico; que se nombre ::10

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desde luego la Comisión de defensa de salud pública, para que en representación de la clase y en bien del país se dirija á los poderes constituídos, y previos los informes, trámites administrativos , etc., reclame con insistencia la sanción de la siguiente propuesta: Que las Juntas provinciales de sanidad lleven una estadística anual de la mortalidad y demás datos demográfico-sanitarios importantes en todas las poblaciones de su respectiva provincia , en la cual se podrían clasificar, por los resultados obtenidos, las poblaciones en salubres é insalubres , comprendiendo entre estas úl timas todas aquellas en que la natalidad es menor que la mortal id ad y también aquellas en que ésta exceda de r 6 por r ,ooo. Respecto á todas las poblaciones insalubres, se llamará la atención de los ayuntamientos, exigiéndoles que en plazo breve nombren una ce• misión, la cual , después de oirá su asesor facultativo, redacte una memoria explicativa de las causas del mal, con expresión al mismo tiempo del modo de evitarle y de las reformas sanitarias que de ben llevarse á cabo para su saneamiento completo. Así se formaría para cada población insalubre un plan de obras de saneamiento , que debería acordarse para cada población, así como se establecen planes de obras para caminos vecinales, para escuelas, etc., y otras obras que son de imperiosa necesidad. Estos planes para sanear las poblaciones deberían estudiarse, clasificando las obras por su im• portancia higiénica y por la trascendencia que podrían tener; una vez redactada esta memoria ó informe, y después de oída la Ju nta provincial de sanidad, el Gobernador ó la Administración cent ral, según la cuantía de los trabajos que deberán realizarse, acord aría cuáles son las medidas que pueden plantearse inmediatamente y fijaría un plazo para la ejecución de las restantes . Yo entiendo , señores, que en época no muy lejana no habrá necesidad de acudirá los gobiernos, porque la opinión pública im• pondrá las reformas; pero hoy la opinión pública está dormi da, para desp ertarla ha debido venir un acicate, una epidemia; enton· ces todo el mundo exige las obras de saneamiento y pretende que el facultativo se multiplique y haga imposibles, es decir, que haga las obras antes de estudiar el proyecto. Pero, señores, ya que por desgracia no podemos lograr que la opinión públ ica reclame lo que necesita, por medio de esta Comisión, cuyo nom· bramiento creo acordará el Congreso, podremos pedir al Go• bierno que se inicie primero y se realice después en cada pobla·


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c1on insalubre el plan completo de las obras necesarias para su saneamiento. (Aplausos. )

E l Sr. Presidente: D. José Torres Argullol tiene la palabra.

El Sr. Torres Argullol: Ruego á la presidencia dignísima del Sr. Aguado me permita, ante todo , rectificar la frase con que me ha concedido el derecho de usar de la palabra, diciendo inexactamente que la tengo; diga su se ñoría que me ha obligado á usarla. Yo creo que el ignorante no de be hacerse de rogar, y esto me ha hecho llegar, en este caso, hasta el atrevimiento de deferir á lo que la presidencia se ha servido suplicarme (aunque me lo podía mandar) por medio de un papel que ha venido misteriosamente á mi pupitre. E n tan breves momentos no puedo haber formado concepto de lo que pudiese decir en un asunto que desconozco en el fondo y en la superficie, porque si bien como á facultativo tengo obligación de poseer conocimientos generales en muchos ramos, no me es exigible poseerlos, tenerlos abundantes en una especialidad como la de que trata el tema. Mi amigo el Sr. Belmás, que es profundo co nocedor de diversos asuntos, lo es particularmente del presente. E n efecto , es un pozo de ciencia; es quien atesora, entre nosotros, más noticias, porque ha cultivado con más afición el grandioso problema de cuidar de la salud ajena, á costa tal vez de la propia . Por lo mismo que sus conocimientos son tan vastos en esta materia, es en él conclusión ó resumen lo que en mí es caudal. Las conclusiones que propone como índice de lo que sabe, son para mí base de lo que desconoía; contienen todo cuanto puede de• cirse en el enunciado de los problemas vastísimos que puede comprender la higiene arquitectónica, porque bajo este punto de vista se co nsidera. Digo, pues, que no me aparto gran cosa de la opinión que ha emitido mi amigo el Sr. Belmás. Entiendo que el Sr. Serra• llach se equivoca al asegurar que el Sr. Belmás ha dado al tema proporciones que en realidad no tiene. Para mí, el tema parte del supuesto de la existencia de leyes, de la existencia de principios científicos ya especulados (de los cuales no debo tratar, ni quiero


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en este momento conocer); supone un caudal inmenso de conocimientos higiénicos, de datos y soluciones admitidas; en una pal abra, trasponiendo los términos del enunciado, leo y supongo qu e se escribió como sigue: « Medios que la administración municipal (que está por e.ncima del arquitecto, como entidad), puede emplear, sin vulneración de los derechos del propietario, para alcanzar el mejoramiento higiénico de las habitaciones, -é influencia que puede ejercer el arquitecto, en su calidad de director facultativo, para cooperar á lo que la Administración se proponga y haya legislado como resultado de conocimientos científicos.» Claro y evidente es, á mi modo de ver, que la administración m unicipal tiene un camino único que seguir para lograr que los p ro • pietarios coadyuven al mejoramiento higiénico de las habitaciones. Cerciórese de las medidas que sea dable adoptar en la práctica por los buenos resultados que comparativamente hayan dado en otros puntos; vea qué principios son aplicables al saneamiento de lap oblación, cuya administración le está encomendada; fíjese en los medios pecuniarios con que cuenta; examine las condiciones de pureza de salud; averigüe los perjuicios que de antiguo menoscaban la localidad; y una vez posea ese conjunto de materiales, redacte las oportunas, convenientes y apropiadas ordenanzas mun icipales, que es el código, que es la ley, el medio exclusivo, el látigo con que puede fustigará sus administrados; procurando cuidado· samente que en el espíritu y en la letra de su articulado haya to do cuanto sea menester para que el propietario considere como un a obligación lo que hasta ahora ha mirado como un deseo de procurarle dificultades ó merma en sus rentas. Cuáles hayan de ser los principios informadores de ese espíritu y de esa letra del articulado de las ordenanzas municipales, viene, á mi juicio, consignado en las conclusiones propuestas por el señor Belmás. Realmente ofrecen mil y mil problemas resueltos, y entre líneas hay otros cien que la letra no dice. Para procurar el acierto en bien de sus administrados, debieran los ayuntamientos reun ir en sus oficinas, procurarse á su lado personas de carácter técnico, lo mismo en los conocimientos primordiales de higiene que corres· ponden de derecho y de hecho al médico, que en los facultativoarquitectónicos que son de la incumbencia del arquitecto, llamado á dar soluciones artísticas á todas las cuestiones; porque en esto, como en rodo, cabe la saludable intervención del arte, ya que la


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Arquitectura no es más que la aplicación de un conjunto de medios capaces de dar existencia sencilla y verdadera á las exigencias de todos los problemas que pueda presentar la humanidad; satisfacie ndo á un tiempo las necesidades del espíritu y las conveniencias de los intereses materiales. (Aplausos.) Digo que los ayuntamientos, oyendo esa junta técnica compuesta de m édicos y arquitectos, podría fácilmente, y con suficientes garantías de acierto, traducir en preceptos autoritarios los medios de precaver la salud pública de sus administrados, librándola de esos enemigos secretos que la combaten sin tregua ni des• canso. U na vez logrado este primer resultado; después de formada la cons titución municipal, si se nos permite la frase, deberían los ayuntamientos establecer una exquisita vigilancia y emplear los medios coercitivos de que dispusieran para imponer á los propietarios la práctica de todas las reglas . En la actualidad, por ejemplo, las leyes les consienten la imposición de determinados castigos pecun iarios (pues los aflictivos por fortuna han desaparecid o) y les auto riza para la creación de arbitrios y todo cuanto no sea vulnerar el derecho de propiedad, siempre sagrado, menos cuando quiere conve rtirse en obstáculo ó barrera de la utilidad pública ó de lasal ud general. Po r estos senderos lograrían en parte que los propietarios, en las co ns trucciones de nueva planta, practicasen todo aquel género de ob ras que tendiese á precaver las enfermedades y á asegurar la sa lu d; pudiendo, además, no expedir los permisos de edifica.::ión sin la seguridad de obtener la práctica de las referidas precauciones . No debiera nunca descuidarse la obligación de su exacto cumplimie nto , porque ante los intereses de la salud no es posible retrocede r jamás . Po r lo que se refiere al mejoramiento de las habitaciones ya cons truídas, respecto á las cuales no es posible imponer el derri bo , tal vez se podría lograr algo sujetándolas á una servidumbre que se podría llamar de salud pública, y que una ley especial podría reglamentar seria é imparcialmente. Falto de preparación como naturalmente he de hallarme para poder discutir ventajosamente ante un concurso como el presente , cesaré de hablar; pero no ha de ser sin dar antes las gracias á la Presidencia porque me ha proporcionado la honra de competir


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con tan buenos amigos y la distinción de ser oído con deferente benevolencia por el entendido auditorio que llena las tribunas. He dicho. \Aplausos. )

El Sr. Montserrat: Pido la palabra. El Sr. Presidente: El Sr. Montserrat tiene la palabra.

El Sr. Montserrat: He pedido la palabra porque he sido aludido para explicar el sistema de alcantarillado existente en Granada. Yo entiendo qu e mis explicaciones no serían pertinentes al tema que estamos discu tiendo, y por lo tanto me permitirá el Congreso que no lo haga en esta ocasión, porque de aceptar yo la alusión del Sr. Belmás, en igual caso se encontrarían la mayor parte de los arquitectos de las diversas ciudades de España aquí presentes, que deberían explica r el sistema de alcantarillado de las mismas. No tengo más que decir.

El Sr. Presidente: D. Juan Torras tiene la palabra.

El Sr. Torras: Señores: Os dije ayer que para prepararme para el tema que se discutió, no tuve más que tres días, y hoy os debo decir que no he tenido más que un minuto para reflexionar acerca del que se discute: el que ha transcurrido desde que ha acabado de hablar el Sr. Presidente. Veo que todos estáis de acuerdo, y esto me satisface. Digo más, creo que no hemos de apurarnos: cuando en una casa se habla mucho de la salud, es que ya el médico se despide, porque termin a la enfermedad. Cuando en un país se habla mucho de un problema en Congresos, Ateneos y demás corporaciones, es que el problema se está ya resolviendo, sin que esto quiera decir que no haya nece-


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sidad de que contribuyamos á la resolución del problema de la hig iene urbana, que, como he dicho, se está resolviendo, y casual• mente, por los mismos intereses que antes produjeron la enferme• dad. ¿Saben ustedes quiénes van á resolver el problema? Los me• dios de comunicación que permiten la creación de nuevos centros: los tranvías. Es cierto que no se hicieron, teniendo por mira la higiene, sino pensando en la especulación, y sin embargo, están resolviendo la cuestión que aquí tanto os preocupa. El tranvía tran sporta, por una módica cantidad, á un vecino á media legua de di stancia de su morada, y el vecino que no sabía separarse del centro de la Rambla, porque el ir más lejos le costaba trabajo, se traslada fácilmente á las inmediaciones de Gracia ó de San Martín de Provensals. El asunto lo está resolviendo lo mismo que produjo el da ño como sucede en todas las enfermedades. El egoismo hizo qu e se construyeran esas habitaciones insalubres: el propio egois• mo ha traído la curación. Una especulación originó la dolen• cia, y una especulación nos proporciona el modo de sanarla. Pero pode mos ayudar á los tranvías, porque sus constructores no han pe ns ado en lo que voy á decir. Propagando por parte de los arquitectos todos los medios opor• tu nos que conducen á la salud, se hará un bien, ha dicho el señor Belmás, y en ello no hay duda alguna; pero esto sólo podrá hacer• lo quien tenga la voluntad del Sr. Belmás, á quien favorece la circu ns tancia de ocupar un lugar distinguido. Los demás tenemos basta nte que hacer ocupándonos de nuestros trabajos particulares. Pe ro en fin, si se hace este comité de propaganda antes indicado, siem pre será un bien, porque no sólo ilustrará al propietario que es el que menos lo necesita, sino que ilustraremos al inquilino, que es á q uien verdaderamente importa. Cuando este sepa que tales ó cuales condiciones pueden perjudicarle la salud, echará sus cuentas; sab rá que por dos duros más puede tener casa buena, que por ahorrar los dos duros se expone á enfermar y, en vista de ello, elegirá entre su salud y su bolsillo. Podrá optar por la buena ó por la mala, lo cual es ya un beneficio, y es fácil que se decida por la bu ena. Esas condiciones de una buena habitación se las puede dar á conocer, no el médico, sino el arquitecto. Aquel hace bastante, y aun á veces demasiado con dar reglas generales, porque, no compre ndiendo, y esto sea dicho sin ofenderlos, la influencia de las


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condiciones físicas de las obras, las califican erróneamente algunas veces. ¡Cuántas veces se ha calificado de húmeda una habitación cuyos muros perfectamente impermeables condensaban en su límpida superficie la ligera humedad que en la atmósfera se encontraba! Creo, por lo tanto, que sería más autorizada la opinión de un arquitecto que la de un médico, porque aquél conoce los materiales , la clase de suelo y de subsuelo, cosa que el médico desconoc e completamente. Es loable, y yo aplaudiré á cuantos se dediquen á esta propaganda, pero viene el Sr. Serrallach y propone otro medio, y tien e razón. Mu chas veces ante nuestra vanidad pensamos más en la de coración de una fachada, que en la distribución interior de un edi • ficio. Sí, señores, sin ofender á nadie, puede decirse esto y puede añadirse que pasa esto, ya porque al propietario le interesa más la fachada que el interior, ya porque si vanidad tiene el director, más vanidad tiene el dueño. ¡Cuántas veces dejamos al simple albañil , por conveniencia propia, la construcción de la cocina! Mas luego resulta ésta de construcción defectuosa; y allí est:ín los escarabajos que todo lo infectan, y allí están los vapores de la cocina que lo llenan todo por no haberse pensado en un buen conducto de chi menea; detalle que parece insignificante, que no llama la atenció n de aquellas vanidades, y que sin embargo, el arquitecto debería estudiar mucho en beneficio de las condiciones higiénicas de la habitación. En el mismo Madrid recuerdo haber visto casa en qu e la cocina y el común se hallaban tan juntos, que desde la cazuel a al asiento no había más que un solo paso. (Risas.) ¿Habían pensado en la higiene aquellos arquitectos? ¡¡No!! Ellos hubieran debid o instar al propietario para que hubiese trasladado esta letrina á otra parte, haciéndole ver que este traslado era beneficioso para él y para su finca, de la cual aumentaba las condiciones higiénicas. H e citado aqui lo que sucedía en Madrid el año 45, época en que estaba muy mal. El arquitecto, con su autoridad, con su saber, porgue sabe más que el propietario, sin perjudicarle, no pensando en adornos ni grandes líneas, puede llegar á resolver el problema higiénico. Hay aquí dos que proponen dos cosas principales. Unos abogan por la influencia del arquitecto, otros reclaman el análisis de la administración. ¿Cuáles son ·sus procederes? Lo ha dicho el seño r Serrallach: El arquitecto tendrá en cuenta todas las condiciones


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nec esarias y pondrá por su parte toda su inteligencia, y no duda que la dificultad se vencería con lo indicado, como lo alcanzaría cualquiera que se ocupase del asunto. Termina aquí la intervención direc ta del urquitecto y viene la administrativa. Señores, en esto hay un gran peligro. Todas pedimos á la Administración que in ter• venga en lo particular (por supuesto sin vulnerar el derecho de propiedad ), cuando la utilidad de la medida higiénica sea tan apre• mia nte y grave que se sobreponga al in•erés de la propiedad. Pero como eso de atender al cuidado de la sal 1d pública es muy elástico, se empieza por poco y se acaba por mucho. Podríamos llegar á tal extremo que me dijera el alcalde, por ejemplo: Sr. Torras, V. no ha de fumar porque esto le perjudica la salud (y tendría razón que me está perjudicando) y no me dejaría fumar. Por el mismo motivo me exigiría que comiese á determinada hora, y bebiese tal ó cual líqu ido: en una palabra, llegaría quizás el caso de ponerme tantas cortapisas, con el deseo de mejorar mi salud, que al fin tendría que moverme con la ayuda de unos andadores administrativos. (Aplausos.) Esta, señores, es la conveniencia de la utilidad pública: toda la cuestión estriba en que dé el primer paso. Antes nadie se acordaba de la higiene; ahora, tales condiciones se exigen por la Adminis tración en las ordenanzas municipales, que el propietario moriría poco menos que estrangulado, si no tuviese la prudente habilidad de burlar todas sus imposiciones. Un célebre capitalista de nuestro pAís ha dicho: « Las leyes de España son de tal naturaleza, que uno no podría hacer absolutamente nada; por fortuna la administración las interpreta.,, (Aplausos.) Es decir, que siguiendo por este camino, la Administración nos ataría de tal modo que desaparecería el derecho de propiedad. Yo aconsejaría á la Administración que procediese de otra suerte; que no se metiese en casa ajena, que cada cual quedase libre en su pred io ; pero que en cambio dijese: «¡¡alto!! yo soy árbitro y dueño en la calle.,, La gente está demasiado amontonada en las ciudades, pero lo está porque la Administración ha limitado á determinados sitios los centros en donde quiere concurrir todo el mundo. Barcelona es de ello un ejemplo patente: hoy que no tiene el circuito de murallas y es mucho más extensa, está en mejores condiciones. La municipalidad había echado en olvido una cosa: no había cuidado de constituir centros lejanos, ni de destruir los únicos focos de concurrencia, ni de evitar que todos los teatros y estableciar


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mientos radicasen en las inmediaciones de la plaza de San Jaim e. Todos esos edificios públicos ¡esparcidlos! exclamó el público. Es lo que yo decía, cuando llega el médico ya va por el buen cam ino la enfermedad , ya Jo van haciendo sin darse cuenta los mis mos municipios. El clamoreo general del vecindario de esta capital ha impulsado la construcción de los mercados de la derecha y de la izquierda del Ensanche, de la Barceloneta y del Borne; cuatro ó cinco mercados de grande capacidad. ¡No sabe el bien que con esto ha hecho! una gran multitud de compradores tenía que acudi r :i los antiguos mercados, y hoy se ha repartido, y se repartirá m~s entre los modernamente construidos. Había una aglomeración de tiendas que, por ejemplo, tenían interés en estar cerca de la Boquería para poder Yender á los concurrentes al mercado, y est,1s tiendas también se desparramaron repartiendo la animación á dife • rentes puntos de la ciudad: lo propio sucede con los cafés, otro de los templos modernos, puntos de mucha concurrencia tambi én; cuyos parroquianos debían ir casi todos por necesidad á la Ram bla del Centro,. cerca del Teatro Principal; hoy no sucederá que al gL· nos se quedarán en los cafés del Ensanche, etc.; conforme se van quedando ya en el café de Pelayo ó en el Continental en la plaza de Cataluírn. Esas aglomeraciones se irán dividiendo en grupos, y entonces ¿qué sucederá? que los edificios públicos serán al públi co indiferentes; que las tiendas tanto producirán en un punto como en otro; no habrá diferencia, porque como en el cosmos cada sol tiene un planeta y cada planeta un satélite, pero siempre hay uno que domina alrededor del cual van girando todos, al paso que están conservando todos constantemente su posición general. Esto es lo que falta. Esto es Jo que ba de ser, descentralizan do lograremos lo que todos deseamos . Habiendo terreno sufici enu: estarán baratos los alquileres, porque con muy poco dinero se ten· drá una grande habitación. Hé aquí cómo se logra la higiene, por medio de ese sistema descentralizador; el principio general de la higiene es el esparcimiento. Con esto dejo demostrado cómo los tranvías, acortando las distancias, proporcionan uno de los pri ncipales medios para que podamos higienizar nuestras habitacio nes, al propio tiempo que nuestras poblaciones. Este es uno de los caminos que conducen á la meta desead a. El Sr. Serral!ach nos ha indicado otro, cuando decía que el propieta• rio, en el mero hecho de serlo, quería y podía en cierto modo,


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hacer en su finca lo que se le antojase; pero que la administración , en uso pleno de sus atribuciones, podría decirle que yo soy dueño de la calle: tú estrecharás las habitaciones, pero yo te obligaré á ensa ncharlas; no consentiré que utilices la calle para ningún servi cio: la carga y descarga de géneros, el subir y bajar muebles no se ha rá en la vía pública , sino que te obligaré á que dispongas espaciosos zaguanes en tu casa para que penetren en ellos los carruaje s. Esto me recuerda una población en donde yo preguntaba ¿en dó nde están los talleres? porque yo no veía ninguno y me los mostra ro n en el interior de las casas.No había ningún carro en la calle , si no en unos grandes patios interiores en donde había multitud de géneros . Si esto se hiciese en nuestras ciudades, no veríamos los talleres de carpintería, por ejemplo, que ahora están en la puerta de la calle sacando las virutas de la madera y las tiran á la acera, no; el industrial se vería obligado á trabajar en estos patios: el tra nsporte de géneros y el <le los muebles, obligaría á tener un grand e patio y un grande ojo de escalera. Esto, no hay duda ninguna , perjudica á la propiedad pequeña que no podría tener semejantes deslunados . Señores, para ser propieta rio se necesita algo más que ser pobre: si no pudiera un propietario solo, porque con cuatro palmos de terreno no se edifica una casa con estas condiciones, se juntarían dos ó tres ó los que fue re n menester. Estas condiciones corregirían el egoísmo particular, y sin embargo , el municipio no entraría en el vedado de la propiedad ajena. Aquí no se hace ningún servicio con promulgar reglamentos y orde nanzas, porque hay la seguridad de que no se cumplirán . Sería in útil que la Administración les dijese: dejarás un patio y levantarás tres pisos de tanta altura. Prueba al canto: ¡lo sucedido en el Ensa nc he de Barcelona!! La ley decía: se ha de edificar dejando la mitad para patio. El modo de eludir esta disposición fué muy sencillo: se pidió permiso para la totalidad del solar; se edificaba dejando la mitad para patio, al propio tiempo instaba concesión para co nstruir en la superficie que dejó libre, cual si fuese única, y resultaba un patio de la cuarta parte. (Risas. ) ¿Qué ha de ser la casa de tres pisos? pues se construirá un piso más que no lo parezca, sino buardilla, y por fuera efectivamente lo parece. ¿Qué viene un gu arda, embarga las obras y pide que se observe la ley? pero casual-


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mente)stamos en tiempo de escasez de trabajo, ¿qué hacer? ¿hemos de procurar que se cumpla estrictamente la ley? Ante estas ci rcunstancias, los mismos vecinos que antes reclamaban, son los primeros en pedir perdón, indulgencia, indulto, ¡¡si hasta para el mayor criminal se pide indulto!! En vista de todo ello, la Adminis• tración dice: ¿Sí? pues volvamos á casa y dejemos hacer . Ya se ha llegado á no disimular la buardilla, y á construir descaradame nte cuatro pisos; hemos llegado á edificar un 60 por I oo: estos medi os coercitivos á nada conducen. Repetimos que todo queda circu ns• crito á que la Administración diga: <l tÚ en tu casa haz lo que te dé la gana, pero ten en cuenta que de la calle soy dueño absoluto yo. n Esto me recuerda el cuento de los dos inquilinos de una casa de París. En uno de los pisos vivía un inquilino que le daba con ti nuamente al trombón y molestaba en gran manera, como es de suponer, al vecino de arriba . Este se quejaba y el músico contesta • ba: yo estoy en mi casa y puedo toca~ todo el día, si así me place. El vecino redamaba auxilio á la autoridad, cuando venía el municipal cesaba el aficionado; pL ~o en cuanto se retiraba, vuelta á empezar. Hasta que por fin el vecino dijo para su capote: tú tien es el derecho, la libertad de hacer en tu casa lo que quieras, pues yo también h aré en la mía lo que me dé la gana. Anegó su piso, y desde aquel momento se dedicó á la pacífica ocupación de pescador de caña. Como era natural el agua corría cual lluvia en el piso del músico: alborotóse éste y quiso impedir que el compadre de San Pedro se dedicase á la pesca; mas alegaba que estaba en su casa , y que pudiendo h ~cer en ella lo que le diese la gana, pescaba ya que su oficio era el de pescador. Al fin cesó la cuestión, porque un d e• recho se opuso á otro derecho. Diga, pues, la administración: haz lo que quieras dentro, pero desde fuera yo te sujetaré. ¿ Habéis visto un rebaño al que se arroja un puñado de yerba? todos se atropellan y empujan y se ahogan para cogerlo. ¿Quiere el pastor poner término á esa colisión? pues coge otro puñado y lo esparce en varias direcciones, y vé en seguida cómo se dividen en otros tantos grupos. ¿Queremos descentralizar? formemos grup os de administración distinta para que no haya intereses en un solo punto. De esta manera la higiene adelantaría mucho más que por los sistemas de los Sres. Belmás y Serrallach. Dispénseme el Con · greso. He dicho . (Aplausos.


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El Sr. Cabello Lapiedra: Señores: Ayer tarde se discutió uno de los temas más importanles de los anunciados, y uno de los oradores se permitió aludirá va rio s señores para que tomasen parte en la discusión, siendo así qu e no se habían inscrito para ello anticipadamente como exige el regla mento establecido por la Comisión organizadora; hoy he visto segu ir el mismo sistema que ayer, y por lo tanto pido que la Presidencia, en uso de sus atribuciones, se concrete á conceder la palabra para consumir turno, á los que estén inscritos para tomar parte en la discusión. De lo contrario, ofrecemos un espectáculo risible pa ra el Congreso y para el público ante el cual celebramos nuestras sesio nes. He dicho.

El Sr. Presidente: A es ta manifestación debo contestar, que en un principio no había ningún congresista que hubiese pedido la palabra con anticipa~ ció n. Si la he concedido á los que la han pedido con perjuicio del Sr. Belmás, que debía contestar, no creo yo que se haya extraviado la dis cusión, ni mucho menos creo que la haya desviado el señor To rras que acaba de hablar, porque ha tratado puntos tan vastos y ta n de ntro del tema, tan concretos á las conclusiones, que han sido un modelo de arte y buen método. Los demás compañeros todos ha n estado también dentro del tema. El Sr. Monserrat ha tocado un punto de poquísimo interés, ha dicho dos palabras y se ha sentado inmediatamente. Si la indicación del Sr. Cabello envuelve un voto de censura para la Presidencia, puede expresarlo francamente, porque entonces se discutiría. Creo que ahora concediendo la palabra al Sr. Belmás estamos dentro de lo que debemos hacer sobre este punto. Tiene la palabra el Sr. Bel más.


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El Sr. Bclmás: Señores: Desde luego empiezo por dar las gracias más sentidas á todos los que han hecho uso de la palabra, porque en medio de la oposición que algunos han hecho al criterio con que he tratado de desarrollar el tema y formular las conclusiones, me parece habe r observado, que, prescindiendo de si estas conclusiones interpreta n ó no interpretan el enunciado del tema, todos están conformes en que debe hacerse lo que expresan éstas. Porque aun aquellos qu e son más refractarios á estas conclusiones, aun ellos mismos, si n querer y movidos naturalmente del buen deseo de hacer todo Jo posible en la cuestión que se discute, han ido poco á poco manifestando lo que harían ó aconsejarían, resultando que harían y acon sejarían más todavía de lo que al principio se proponían. Así es que el mismo Sr. Serrallach, que dice que debe limitarse el arquitecto nada más que á ejercer su influencia sobre el propietario, es el mismo que viene á reconocer que lo demás que propo ngo es bueno. Yo pregunto: quiero suponer desde luego que yo me he equivocado, quiero suponer que no haya interpretado bien el enunciado del tema; pero aun así, ¿había algo de perdido en que se dé más extensión al tema, hasta los medios que yo creo debe n adoptarse? Creo que no. ¿Qué sucedería en este caso? Que dentro de lo más habría lo menos, y efectivamente, entre los medios que be propuesto, están los del Sr. Serrallach y del Sr. Torras. Creo qu e lo que abunda no daña, y que debe hacer cada uno todo aquell o que le sea posible para que sea fructífera la influencia del arquitecto en la sociedad, porque debe entender el Sr. Serrallach, que el espíritu de mi conclusión es, no sólo esto que se manifiesta en ell a, sino que tiene por objeto una misión egoísta hasta cierto punto; ya sabéis que el arquitecto en sociedad es más importante de Jo qu e creen muchos. Creo que á todos nos interesa y debemos procurar que así sea por todos los medios imaginables, es decir, que el arquitecto ejerza toda la influencia que le corresponda sobre el propietario, y decía el Sr. Torras, sobre los inquilinos. Esta es una gran influencia, pues mientras los propietarios son relativamente pocos, aquéllos forman la gran masa de la población. Cuando las familia s han de tomar una casa, el arquitecto les puede decir: ahí tenéis la


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en fe rmedad, la muerte para vosotros y para vuestros hijos, en cambio en esta otra tenéis la vida, el bienestar, la satisfacción de llegar á vie jos para vosotros y para vuestros hijos. Pues bi en, esto se obtie ne llevando nuestra influencia á la gran masa de la población, á los in quilinos que se impondrán á los propietarios, como decía muy bien el Sr. Torras, porque en esta época más que nunca, el interés pe rso nal y el pecuniario se impone al hombre. Acepto en esta parte cuanto ha dicho el Sr. Torras, y creo que no to mará á mal que insista, en que gran mayoría de estas conclusio nes deben aceptarse. Pero el Sr. Torras nos ha dicho otra cosa co n la cual no estoy conforme, con respecto á la influencia que propone se ejerza cerca de la Administración, porque entiendo, y el Sr. To rras debe tener muy en cuenta que soy bastante amigo de la lib ertad de acción, y no quiero decir más para no penetrar en un ter re no qu e no es de este lugar. Pero si la Administración pública no deb e intervenir en los asuntos particulares, creo que debe interve ni r como mentor, diciendo el camino que debe seguirse; de otro modo los pueblos no adelantarían ni se hallarían en el estado de prog reso en que hoy se encuentran. Creo que se debe mirará la gran masa de población como un adolescente, que si bien está en edad de tener algún criterio, hay que obligarle un poco, hay que ligar al mismo tiempo el interés privado con el interés público, y he rm anando uno con otro, es como se puede llegar al bello ideal. P ues qué, si á los pueblos se les dejase en completa libertad, y la Adm inistración pública no interviniese en cierto modo en la esfera pa rtic ular ¿se adelantaría todo aquello que es preciso adelantar? J uzgo que no. El Sr. Torras ha puesto un ejemplo que creo un ta nto falto de base. Respeto mucho al Sr. Torras y sus opiniones, ta nto que, á excepción de esto sólo, he encontrado admirable todo lo que nos decía . Decía el Sr . Torras que podría llegarse á un terreno en que la Administración pública, fundada en que hace daño, quitara el que se fumase Pero e~to es puramente individual y la Administración no intervendría porque el individuo , si quiere hacerse daño, él es sólo el responsable, pero ¿es que las casas, los edificios son sólo y exclusivamente del particular que los manda construir ? No, los edific ios tienen un carácter general; á estos edificios ve ndrán muchas familias, los inquilinos estarán variando continuamente, y notad qu e al mismo tiempo que he dicho casas , me he referido á todo

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lo demás urbanizado, y en este punto debo contestar una observación que hacía el Sr. Serrallach. El Sr. Serrallach nos decía: «El Sr. Belmás, no sólo ha extendido »el tema más de lo que debía ser su contenido, sino que ha exten»dido el sentido de la palabra habitación.>> ¿Es que la habitación consiste exclusivamente en el local donde se pasan unas cuantas horas del día ó por la noche, ó lo es todo? ¿Vamos á ocuparnos exclusivamente de lo que en sentido vulgar se llama habitación, para no ocuparnos de todo lo demás urbanizado, en vez de ir resiguiéndole donde pasa la vida? Porgue habitación en el sentido en que nosotros debemos entenderla, no es el sitio en donde reside la fa. milia, sino en donde se hace la vida durante las veinte y cuatro horas del día; por esto es que al hablar de habitación; no me he referido fuera del casco de las poblaciones, y entiendo que debemos mirarlo todo, entiendo que importa que penetremos en todo, y consideré conveniente, pues que íbamos á celebrar un Congreso de importancia, que debíamos dar la que le corresponde á todo cuanto constituye la cuestión objeto del tema. Respecto de los arbitrios voy á explicar nada más que en dos pa• labras lo que quiero decir, pues creo que tengo la facultad de no hacerme entender por medio de la palabra, y no es extraño que no se me haya comprendido. En primer lugar el tema era largo, los puntos eran muchos, no se sabía exactamente la idea de los que formularon los temas, que tal vez, hay que decirlo con franqueza, procuraron sólo salir del paso. Respecto de los arbitrios, lo que he querido decir, es que hay que procurar que los ayuntamientos, con e~ afán de obtener ingresos, no vayan á cargar impuesros sobre los materiales de construcción, aumentando los precios de éstos, porque entiendo que debemos procurar que los materiales de construcción lleguen á ser lo más económicos posible, para que de esta manera cada particular pue • da construir sus casas con arreglo á ese bello ideal del esparcimien• to. Y la prueba de este inconveniente la tenemos hoy: el Ayuntamiento de Madrid acaba de imponer una peseta más por cada cien kilógramos de hierro, y una peseta por cada cien kilógramos representa una cantidad considerable, atendido sobre todo el aumento que el hierro va teniendo, y lo mismo á todos los demás materiales ha impuesto cargas; por esto decía yo que procurásemos por todos los medios imaginables, abaratar el precio, á cuyo fin se obtuviera


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no se impusieran arbitrios sobre los materiales de construcción y se abarataran los transportes. La prueba de que, como antes decía, los que se oponen á mis co nclusiones se han ido más allá de lo que ellos se proponían y de qu e basta leer el enunciado del tema para que desde luego anime á extenderse, es que el mismo Sr . Serrallach nos ha hablado de registros, una cosa que ya es distinta de la construcción, salvo aquellos que se refieren á los resultados de las casas construídas con peores condiciones higiénicas. Esto lo digo para que se vea que aun los que se han circunscrito á lo poco se extienden á lo más. Admito lo de los registros, y admito, no que se ejerzan, porque ya se efectúan con más perfección, porque naturalmente para tener los datos estadísticos que se ven publicados en la Gaceta, se han de sacar de alguna parte, y estos datos nos los da el registro civil. E l Sr. García Faria ha tenido la bondad de dirigirnos algunas palabras sobre el estado de saneamiento y de las medidas higiénicas, y no es extraño que no haya encontrado dictadas éstas en nuestro país; le ha pasado lo mismo que á mí. Acepto la idea que nos ha ex puesto y aun voy más allá, pues él se ha limitado á afirmar, que á los arquitectos debe hacérseles estudiar los sistemas que existen de desagües : y yo opino que lo que ha venido siendo práctica se ha ga obligación, y que se hagan planos de obras de saneamiento, pues toda ubra debe pasar antes por el trámite del proyecto; y si bien es cierto que España es el país de los proyectos, no deja de ser cierto también que, proyectando en cada sitio las obras que son conve nie ntes, clasificándolas después por el orden de la necesidad de su ejecución, podríamos llegar á tener en cada sitio una especie de norte ó norma que seguir para gastar las cantidades destinadas á tan importante objeto . Aquí debo hacer mención, siquiera brevemente, de una insinuación hecha por el Sr. Salas, que encontrando bien esto, decía: vamos á ver si podríamos obtener que una parte de contribución ó un aume nto de las contribuciones, se pudiera dedicar á las cuestiones de higiene, tan interesantes. No quiero explanar esta idea, me parece muy bien con pequeñas modificaciones, porque desde luego ha ofrecido decirnos lo que piensa sobre el particular. Lo mismo el Sr. Torras que el Sr. Serrallach han dicho una cosa, Y me parece no he dado motivo para que la digan. Han dicho que yo he tratado de dilucidar cuestiones de higiene, cuando esta cien-


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cia todavía está en mantillas. No he dilucidado cuestión alguna de higiene, y por otra parte la higiene no está en mantillas, la higiene está muy adelantada; los que estamos en mantillas somos nosotros . Basta saber lo que se ha hecho en otras naciones en el terreno de la higiene y lo atrasados que estamos, para conocer que no podemos decir que estamos en mantillas, pues los españoles puede decirs e que todavía hemos de nacer en el terreno de la higiene. Por otra parte, yo no he venido á sentar p-rincipios ni á dilucida r cuestiones, yo lo que he hecho es llevar al campo de la ciencia higiénica al arquitecto , y decir: el arquitecto debe hacer esto, y para ello necesita dos cosas: primero que la opinión pública esté de su parte, y segunda que las corporaciones administrativas le den me dios para realizarlo. Yo no podía hacer otra cosa, y esto ¿es llamar al arquitecto á profundizar los conocimientos de la higiene? No, lo que hago es tomar lo que es propio nuestro y exponerlo en este tema que otros desarrollarán con mejor acierto que yo. El Sr. Monserrat indudablemente nos hubiera podido decir algo bueno, y cuando le he aludido pidiéndole nos diga en qué consiste el alcantarillado ó distribución de aguas de Granada, lo que he querido decir es que el Sr. Monserrat podría venir en apoyo de la idea, de lo necesario que es que estas cuestiones se traten, y también que no tratándose ó teniéndose olvidadas, se siguen grandísimos perjuicios, como por ejemplo los sucedidos á Granada, por más que diga el Sr. Monserrat que lo,,.que allí sucede es aplicable á otros municipios, y que todos los de provincias podrían repetir casos iguales. Dispense el Sr . Monserrat que yo crea que no es así. Granada ha tenido y tiene un número excesivo de fallecimientos, po r• que los alcantarillados de aquella ciudad tienen condiciones detestables, y como se ha observado esto en la última epidemia colérica, por esto citaba el ejemplo de Granada. Para terminar voy á hacer una ligera observación al Sr. Torras. Dice que es muy difícil la realización de dos cosas que he propues· to: la primera la podemos realizar por nosotros mismos, es el Comité de saneamiento, al cual el Sr. García Faria ha dado otra denominación, y lo segundo, ciertas cuestiones de higiene interior no son difíciles de realizar. Lo primero, como he dicho, es muy fácil, pues no se necesitan más que pocos individuos, y en un Co n· greso como este donde tantos elementos buenos hay, pueden perfectamente escogerse unos pocos. En cuanto á la segunda parte, lo


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de las medidas higiénicas particulares, hay una de ellas en la que no he querido insistir para no prolongar más mi disertación, tan sencilla y de tal importancia, que con adoptarla obtendríamos inmediatamente que la cifra de mortalidad de población descendiese lo menos en un 20 por 100. Me refiero á los sistemas de ventilación de los inodoros, cosa que es desconocida totalmente en España, que cuesta poquísimo y viene á resolver el problema. No consiste más que en la adopción de tubos de ventilación al lado de los tubos inodoros y en comunicación con ellos, á fin de que los gases vayan por estos tubos de ventilación. Las cañerías ó tubos cuestan muy poco, y esto es muy fácil de adoptar. Como esta hay otras varias medidas de gran importancia práctica y relativamente de poco coste. No quiero prolongar más esta rectificación por no molestaros, y sólo he de decir, lo mismo al Sr. Serrallach que á los demás que han tomado parte en el debate, que lejos de ofenderme con sus observaciones hanme honrado mucho, y siempre aprendo con gusto cuando hablan personas tan ilustradas como dichos señores; al contrario, debo estarles agradecido y pedir á todo el Congreso benevolencia, que agradezco de antemano, por haberme escuchado como lo ha hecho. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Torras tiene la palabra para rectificar .

El S1·. Torras: He de combatir una idea que se ha vertido aquí respecto á la intervención que ha de tener el municipio en las casas, como si el inquilino viniese obligado á habitar las que no tengan condiciones higiénicas. Yo creo que el municipio debe prescindir de toda intervención. Tal vez esas personas que van á habitarlas proceden por puro egoismo; quizá por no andar doscientos pasos más en sentido horizontal viven en un piso mal ventilado y estrecho, ¿por qué ha de meterse en esto la Administración? En esto se ha de ser libre y que cada uno lleve en el pecado la correspondiente penitencia. Ya he dicho bastante. Insisto en todo cuanto ha dicho el Sr. Belmás respecto á la manera que hay para hacer salubres las habitaciones y las casas.


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Aun puede que le conceda mayor extensión. Lo acepto todo como bueno, no tengo inconveniente ninguno en aceptarlo todo, hasta lo de la Junta ó Comité, cuya presidencia desde este instante otorgaría al Sr. Belmás, que cree en la facilidad de dar solución satisfactoria al asunto que hoy se ventila y que trabaja en ello sin descanso. Es mi deseo que sus esfuerzos produzcan muchos de los resultados que espera. Yo desde ahora le doy la enhorabuena. El Sr. Serrallach opina que es el arquitecto el que puede influir en el propie~ario; de modo que entre ésta y la que el Comité propuesto por el Sr. Belmás ejercería en el público, se adelantaría muchísimo en el logro de la mejora que todos deseamos ver realizada. Con lo que no estoy conforme es con todo lo referente á la formación y publicación de estadísticas de la mortalidad de cada casa. ¿Señores. dónde vamos á parar? A arruinará muchos propietarios . Supongo que haya buena fe y que la estadística no mentirá, pero da la casualidad de que á una casa le han tocado 5o enfermos y se han muerto IO, ya puede el dueño de la finca cerrar la puerta; no bastará que diga: si no es culpa mía, es que ya han venido en mal estado de salud. ¿A qué daría lugar esto? A que cuando uno fuese para alquilar una habitación el propietario le preguntaría en seguida: ¿está usted bueno? ¿Sí? A ver, saque usted la lengua. (Risas). Esto sería natural, como que va á desacreditar su casa, su única fortuna la mayor parte de las veces. Vean ustedes á qué extremos pudieran conducir semejantes medidas. Porque, en mi concepto, las estadísticas deben tener algo de absurdo, ya que en virtud de ellas el Ensanche de Barcelona está acusado de mal sano porque hay más mortalidad, porque no hay buenos servicios urbanos. Antes, cuando en Barcelona había murallas, á una persona achacosa se le decía: vaya usted á tomar aguas á tal ó cual punto, y allí se moría y nadie se acordaba de incluir la unidad de su defunción en ningún cuadro. Hoy hay un enfermo en el interior de Barcelona, en una calle estrecha; la primera medida que toman es la de trasladarse al Ensanche, y los mismos médicos se lo ordenan en vez de mandarlos á tomar aguas, y naturalmente allí han de morir, y resulta con esto que la mortalidad de la referida zona de Barcelona es mucho mayor que la correspondiente á Barcelona antigua, que con todas sus faltas es mucho más sana que el Ensanche.


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¿Ven ustedes qué consecuencias sacamos de la estadística? Por lo ta nto abandonemos la idea de su publicación, porque, de lo contrario creo yo que se levantarían contra estas medidas todos los prop ietarios porque se perjudicaría su propiedad. La idea que ha vertido el Sr. Serrallach es una prueba de su buena fe y de su honradez. Pero, señores, formada á macha martillo. Pro po ne que se otorguen premios á las casas que estuviesen en mejores condiciones higiénicas. Satisfecho con el enunciado de su co ncl usión, se queda sin decirnos nada de su distribución, modo de llevarlo á cabo, etc., que en este caso sería lo principal, porque si se encargase la adjudicación de las distinciones á una corporación cualquiera, ya tropezaríamos con el escollo y dificultades que de ordinario ofrece el veredicto en un asunto en que intervengan más de cuatro personas, por el juego de influencias y otras cosas que hoy se estilan. Pero aunque no fuera así, aun siendo rectos, se encontrarían en la duda de cuál es la casa á la que debe n conceder el premio y cuanto debe rebajársele de la contribuci ón. Por esto creo que no puede aceptarse. He dicho .

El Sr . Presidente: El Sr. Serrallach tiene la palabra para rectificar.

El Sr. Serral/ach (D. Leandro): Pocas palabras voy á emplear en contestación á lo manifestado po r el Sr. Torras al tratar de impugnar algunos de los medios que prop us e para dar solución al tema; y serán pocas, porque las mismas exageraciones hechas por tan distinguido compañero dan por sí solas la contestación y se vuelven en contra del que á ellas tuvo que apelar. Cuando los asuntos en vez de tratarlos en serio, conforme corresponde verificarlo ante un Congreso, se acude al ridículo exagerando los conceptos vertidos por el contrincante, de mo mento se puede lograr cierto efecto , el cual queda desvanecido ta n pronto se medita. Por el procedimiento seguido por el Sr. Torras , ¿qué es lo que no cabe ridiculizar, extremando las ideas y las concl usiones? Recuerde el Congreso lo que tuve el honor de exponer al ocu-


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parme del tema, y verá que los medios indicados por mí para el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las habitaciones , los propuse para que se usase de ellos y no entró en mi ánimo entronizar el abuso. El Sr. Torras ha combatido el abuso, mejo r dicho, ha puesto de manifiesto lo ridículo del abuso, y, por consiguiente, dejó intacto el uso, dando grandes y descomunales esto • cadas á un artificio que su imaginación creó y que no es obra mía . Quedan, pues, en pié mis observaciones, y debo insistir en ellas, no porque las estime justas y acertadas, sino porque no han sido combatidas dentro de los límites por mí propuestos, ó aconsejados por la más elemental prudencia.

El Sr. Presidente: El Sr. Bel más tiene la palabra para rectificar.

El Sr. Be/más: Señores no soy el que ha propuesto la idea de que se sepa y diga públicamente el número de defunciones de las casas; pero debo declarar que aunque se hiciese lo encontraría muy bien; lo que nos ha dicho el Sr. Torras cae por su base desde el momento que se dijese qué clase de enfermedades han producido las defunciones. Si son del aparato respiratorio ó digestivo, yo seré el primero qu e fuera á vivir en una casa, aunque hubieran fallecido cincuenta individuos en un sólo día; pero el día en que hubiese un solo indi viduo en una habitación que hubiera fallecido de enfermedad infecciosa, ó sólo se hubiese puesto enfermo, desde aquel momento había dejado de considerarla como higiénica. Por esto creo que el número solo de los fallecidos de una casa no nos dice nada des de el punto de vista higiénico. Respecto de lo que se ha dicho de Barcelona y de su Ensanche , yo no sé si es cierto lo que voy á decir; pero me parece que lo es, toda vez que son datos publicados oficialmente y que hacen cae r por su base lo que nos ha dicho el Sr. Torras. Según los datos estadísticos publicados, la cifra de mortalidad en el Ensanche es de r g, mientras que en el interior es de 36, lo cual prueba que la mortalidad en la ciudad nueva es notablemente inferior por efecto de sus mejores condiciones higiénicas . Creo que cuando se apoya un a


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idea no debe hacerse caso de lo que dice el vulgo; me parece que conviene tomar los datos estadísticos, resultado de hechos comprobados, porque si decimos esto aquí, y cuenta que no lo decimos en fa milia, podría creerse que éramos propagadores de la falsa idea de q ue los barceloneses no deberían marchar al Ensanche. Aquí es necesario decirlo muy alto para que se tenga en cuenta; los datos estad ísticos acusan el 19 fuera y el 36 dentro, lo cual significa tal vez que no sólo hay contra el interior de Barcelona más falta de condiciones higiénicas, sino que acaso provenga el exceso de mortalidad de la sobrada concentración.

El Sr . Luis y Tomás: Creo interpretar los sentimientos del Congreso al pedir que se consigne en acta la satisfacción con que ha visto el acertado uso que de sus atribuciones ha hecho la Presidencia y al propio tiempo el ti no y acertada dirección que ha sabido dará la discusión de los te mas . (Sí, sí. )

El S1·. Presidente : Doy las gracias al Congreso por su manifestación. Estoy verdaderamente agobiado con tantas bondades y pruebas de simpatía, por las cuales quedo verdaderamente deudor de una gran deuda de gratitud, que es una de las deudas más grandes. Habiendo terminado ya el tema que hoy se ha discutido , mañana continuaremos la discusión de los temas pendientes. Se levantó la sesión. Eran las seis y cuarenta y cinco minutos .


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APÉNDICE Á LA SEGUNDA SESIÓN

Acta de la sesión primera inaugural Abierta la sesión á las tres y media de la tarde bajo la presidencia del Excelentísimo señor Alcalde Constitucional, con asistencia de representantes de varias corporaciones oficiales, el Secretario de la Comisión organizadora leyó el acta de la sesión preparatoria. Se dió lectura de una atenta comunicación del Excelentísimo se ñor Alcalde Presidente del Ayuntamiento, aceptando la presidencia honoraria del Congreso, y una nutrida salva de aplausos indicó la satisfacción con que fué escuchada. Así mismo leyéronse varias cartas de arquitectos de Madrid y un telegrama de don Celestino Capmany desde Lérida, manifestando aquéllas y éste, la completa adhesión al Congreso y el sentimiento por no poder asistirá las sesiones. Por último, fué leído un oficio del Secretario de la Comisión Ejecutiva de la Exposición, ofreciendo pases de lib re entrada durante los días del Congreso á los señores arquitectos que residen fuera de Barcelona y que estén adheridos al mis mo. E l Presidente efectivo dió las gracias á todas las entidades y Cor• po ra ciones que han patrocinado la celebración del Congreso, salu dó á los congregados y dedicó entusiastas frases al Excelentísimo señor Alcalde, de quien dijo, esperaba las palabras que habían de a utorizar la apertura del Congreso. Acto seguido el Excmo . Sr. D. Francisco de Paula Rius y Taule t, pronunció un brillante y enérgico discurso ensalzando á la clase de arquitectos y expresando el profundo agradecimiento que por ella sentía, ya que tan importante auxilio le había prestado al co ntribuir con patriotismo é ingenio á la ejecución de los notables ;¡]


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edificios que hoy admiran los visitantes de la Exposición. Se manifestó reconocido á la oferta que de la presidencia del Congreso se le había hecho, y dijo que la aceptaba gustoso, haciendo constar que con ello contraía una deuda hacia la clase, y terminó su discurso declarando abierto el segundo Congreso Nacional de Arquitectos. Suspendida la sesión por breves momentos, reanudóse ocupando la presidencia el Presidente efectivo del Congreso, el cual dispuso que se diera lectura por uno de los señores Secretarios á los artículos r 5, r 6 y r 7 del Reglamento, como se verificó en efecto. El Sr. Aniargós pidió la palabra para rogar al Congreso que su primer acuerdo fuese un expresivo y solemne voto de gracias al Excmo. seí10r Alcalde Constitucional de Barcelona, por haber aceptado la Presidencia del Congreso, otro á la Comisión Ejecutiva de la Exposición por la protección prestada al mismo, y un tercero á la Comisión organizadora del Congreso por sus accrta • das gestiones para la celebración del mismo. Así se acordó po r unanimidad. El señor Bassegoda (D. Joaquín) subió á la tribuna y leyó un luminoso dictamen referente al primer tema de los que estudia el Congreso, el cual fué oído con señaladas muestras de agrado. Concedida la palabra por la Presidencia al señor Cabello y Lapiedra, después de felicitar á la Comisión organizadora y de saludar á todos los asistentes al Congreso, hizo algunas observaciones á la memoria del Sr. Bassegoda, encaminadas á formular conclusiones más prácticas al tema que las propuestas por la ponencia. A continuación usó de la palabra el Sr. Doménech y Estapá, versando principalmente su peroración sobre la defensa del empleo visiblé del hierro en toda clase de construcciones. Habiendo pedi do la palabra el Sr. Bassegoda para rectificar, el señor Presidente, reconociendo su derecho para hacerlo, le rogó que difiriera la contestación hasta haber hecho uso de la palabra los demás señores que la tenían pedida. El Sr. Bassegoda accedió gustoso á las indi caciones de la Presidencia. El Sr. Torras subió á la tribuna y se extendió en consideracio • nes de carácter eminentemente práctico, insistiendo en la importancia que tienen el coste de los materiales, su aspecto y las dificultades de construcción en el carácter de las obras de Arqui• tectura. Habiendo transcurrido el tiempo reglamentario, á propuesta del Presidente, el Congreso acordó que el orador continuase en el uso de la palabra. Terminó éste su discurso, hablando de la gestación de los pro• yectos y del carácter que debe tener en su sentir el verdadero es• piritualismo. El Sr. Luis y Tomás pidió la palabra para felicitará la Comí• sión organizadora del Congreso, por el acierto en la elección del tema que se discutía. Jnsistió sobre la condición de economía qu e tanto influye en la realización de las construcciones. En su opinión merecen el concepto de obras monumentales, las grandes cons• trucciones modernas llevadas á cabo con el empleo del hierro.


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El Sr. Belmás pidió al Congreso se sirviera acordar que tomaran parte en la discusión personas de tan reconocida competencia co mo los señores Aguado y Vi llar, acordándose así unánimemente. Ocupa la tribuna el Sr. Aguado, y en una bellísima improvisación sostiene que el estilo es una cosa y la aplicación de los materia les otra. Dice que el material da carácter y termina la obra, pero la concepción del artista debe estar por encima de aquél, á fin de que los medios no se sobrepongan al pensamiento. Insiste en que la originalidad es la primera condición del artista y en que el arqu itecto no debe ser esclavo del hombre de fragua, sino su director, y dice que aquél debe resolverel problema constructivo, artística y no brutalmente. El Sr. Villar considera el tema bastante dilucidado, pasa á hace rse cargo de una alusión del Sr. Domenech y Estapá. Entiende que el material privilegiado es la piedra, y al hierro lo considera como material impropio para los monumentos que han de llevar á las generaciones venideras la noticia de nuestra actividad social. Cree que el arquitecto por huir de la imitación de épocas clásicas, no debe incurrir en el mal gusto buscando la originalidad. E l Sr. Doménech y Esta pá rectifica el concepto que equivocada mente le atribuye el Sr. Villar. E l Sr. Bassegoda hace uso de la palabra rectificando al Sr. Doménech, al cual considera encariñado con el hierro hasta el punto de no ver sus defectos. Declara que si bien ofrece ventajas dicho ma terial, tiene en cambio algunas condiciones negativas. Después de una breve rectificación del Sr. Doménech y Estapá, po ne término á la discusión del primer tema el señor Presidente, anunciando que el día próximo se reunirá la Comisión de conclusio nes del mismo, y que por la tarde á la hora acostumbrada, se discutiría el segundo tema. Se levanta la sesión á las siete. Aprobada en la sesión del día r7 de Setiembre de 1888.

Los Secretarios,

Antonio de Navascués.-Antonio M.• Gallisá. v.•

B,'

El Preside11te,

José Artigas y Ramoneda.


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Comisión de conclusiones del primer tema Abierta la sesió[l á las once de la maí1ana bajo la presidencia de D. Francisco de P. del Villar, se inició la discusión sobre las conclusiones q ne la Comisión debía proponer en vista de las formuladas por el señor Ponente, y de las observaciones hechas por los señores que tomaron la palabra. Por indicación del señor Presidente, se tomaron como punto de partida las conclusiones del señor Ponente. Se aceptaron los primeros párrafos en su espíritu y letra, proporcionando los restan tes animada discusión en la que terciaron los señores Villar, Bassegoda, Oliveras, Doménech Estapá, Casademunt, Cabello, Guitart, Beltri y el infrascrito Secretario, conviniéndose en las siguientes que conservan en conjunto las ideas del señor Ponente. «La naturaleza y condiciones de los materiales que integran las construcciones arquitectónicas, no son elementos bastantes á determinar en el terreno artístico el principio de la forma, pues éste tiene un origen más elevado que reside en el ideal que la obra deb e realizar, quedando limitada la influencia que la naturaleza de los materiales ejerce sobre la forma, á resolver del modo más bello , estático y económico el problema que impone la realización del ideal arquitectónico. »En la resolución del problema artístico entran dos factores esen ciales, á saber: la idea que la obra arquitectónica ha de expresar y que constituye el alma de la misma, y las condiciones físicas de los materiales que deben integrarla: de su perfecta armonía nace n ~l estiÍo de la obra y el carácter · del · rñonum~nto, cuya expresión constituye la belleza de la Arquitectura. . » Por lo que respecta á la época actual, los nue_ v os idea}es_que acaricia la sociedad, muchos de ellos de carácter exclusivamente utilitario, son causa de la excesiva importancia que se concede hoy á las condiciones y naturaleza de los materiales, sosteniéndose po r muchos el falso principio de que de su exclusiva aplicación, sin atender para nada al ideal, deben nacer las formas arquitectónicas peculiares del siglo x1x. »Entre los materiales que más profundamente influyen en las construcciones arquitectónicas actuales, debe señalarse el hierro


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en primer lugar, de cuyo estudio bajo los aspectos científico y ar• tístico, teniendo en cuenta sus grandes cualidades de resistencia y laboreo relativamente fácil, y procurando al propio tiempo destruir ó atenuar sus cualidades negativas, han de resultar construcciones arquitectónicas que satisfagan las necesidades modernas y que den carácter á la época actual. »Finalmente, los inmensos adelantos industriales alcanzados por nuestra época, permiten la reproducción á bajo precio de procedimie ntos constructivos y de exornación que antes eran muy costo• sos, lo cual está dando por resultado una prodigalidad en la decoració n de nuestra arquitectura, que si por una parte es hija de las condiciones económicas en que se ha colocado la industria moderna , por otra contribuye poderosamente á revestir las construcciones actuales de una aparente riqueza que caracteriza bien el modo de se ntir de la sociedad actual.» Estas son las conclusiones que la Comisión tiene el honor de p rop oner al Congreso, esperando que en su elevado criterio resolverá lo que crea más oportuno . Barcelona 16 Septiembre de 1888 .

El Presidente,

Francisco de P. del Vil/ar . El Secretario,

Francisco Rogent.



SESIÓN TERCERA

celebrada el día 18 de Septiembre de 1888 en el Salón de Congresos

Presidencia de

D.

José Artigas y

Ramoneda

y después

de D. Francisco Luis y Tomás

Abierta la sesión á las tres y media de la tarde dijo : El Sr. Presidente: El Sr . Secretario se servirá dar lectura del acta de la sesión anterior . El S r. Secretario lee. (Véase el apéndice á esta sesión.) El Sr . Presidente: ¿Se aprueba el acta? Queda aprobada . El Vicepresidente de este Congreso, nuestro distinguido compañero D. Fra ncisco Luis y Tomás, digno arquitecto de Logroño se servirá ocupar la presidencia. (Aplausos. )

El Sr . Luis y Tomás : Señores: Estoy abrumado, y no ciertamente por el calor sofo • cante del día de hoy y de ¡os días anteriores, ni tampoco por el material cansancio de recorrer esta extensa y magnífica Exposición desde el Arco de San Juan hasta el mar , sino abrumado por el


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peso de vuestras atenciones, de vuestra consideración y de vuestro cariño. Yo que he dicho y sostenido siempre con la misma convicció n de hoy (tenida igualmente por vosotros) que lo principal é imprescindible en nuestra profesión, como en todas, es conservar si n mancilla la honradez más· acrisolada, no sólo en el fondo de todos nuestros actas, sino hasta en la forma de que estén revestidos, y he sostenido y sostengo que aquel que no es agradecido, ni tiene corazón ·de artista, ni es honrado, me apena en este momento el que quizá, sintiendo tanto como siento, no. pueda expresaros como deseara el profundo agradecimiento de que está poseída mi alm a por tantas como inmerecidas distinciones, que por lo mismo me confunden y anonadan. Yo bien sé que estas no las hacéis á mi humilde personalidad, por más que me consta la consideración que tenéis á todos los compañeros, y que al designarme para la Vicepresidencia de este Congreso, es que habéis querido que eri esta mesá hubiera un representante de los arquitectos de provincias, y poco afortunados en la elección habéis· el~vado á este sitial al c¡ue menos autoridad tiene, al último de todos; pero, si quizá os cabe, y lo siento, censura por ello, á mí no me toca más que agradecéroslo doblemen te; pues aunque hayáis deseado que el que aquí llevase esa distin guida representación hubiese dedicado toda su actividad profesional y toda su energía intelectual en servir honradamente primero al municipio, á la diócesis después, á la provincia actualmente y constantemente al Estado, á la administración de justicia, y ded icado á la construcción particular también, no obstante entre tantos compañeros todos dignísimos como se sientan en esos escaños, los hay quienes además de reunir esas condiciones han demostrado de una manera elocuentísima el genio que inspira las grandes obras de arte en monumentos de la época actual; hubieséis estado más acertados si á esas cualidades se agregase una sien orlada con co· rona de artista. Por tanto, al ser presididos ayer por el eminen te artista D. Miguel Aguado, dignísimo Director de la Escuela de Arquitectura en Madrid, se me ocurre que habéis pasado en el pequeño intervalo que media de un día á otro, de polo á polo. En mi cabeza sólo bailaréis ho~rosas cicatrices adquiridas en el ejercicio de la profesión, y cuyas huellas marcan que también al arquitecto toca con frecuencia reñir batallas en que por la rel i-


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gión del deber expone, arriesga y compromete su vida por salvar la de sus convecinos, y la de los trabajadores siempre. Me anima, sin embargo, para cumplir fielmente mi misión, la del recuerdo de las bellísimas y elocuentes frases del Presidente efectivo de este Congreso, Sr. Artigas, aquellas palabras que debieran escribirse con letras de oro y en que consignaba «que no venimos aquí á una exh ibición que cuadra mal con nuestro carácter, sino sencillamente á cambiar ideas, impresiones y pensamientos, pues el arquitecto pertenece á la sociedad en que vive y por la que, si siempre se desvela y trabaja, hoy más que nunca por lo mismo que, con tando con el poderoso auxilio de la prensa, nuestra voz trasciende de este Palacio á todos los ámbitos de la Península.» Aq uí, pues, me tenéis inspirado en estas palabras, y seguro de que no me ha de faltar vuestra benevolencia; miradme solamente como un individuo de la familia, hijo como vosotros del arte y de la ciencia, hermano vuestro cariñoso, compañero inseparable de armas_ y fatigas. Ni por un momento puedo considerarme más que como un soldado de fila, y como honrado asistente ante sus jefes, y discíp ulo amante de sus maestros, sólo puedo ofreceros en prue• ba de agradecimiento por la inmerecida honra que me otorgáis, mi más respetuosa y distinguida consideración, unida á todo mi cariño del alma. No dispongo más que de un corazón, vuestro es. ( Grandes aplausos. ) E l Sr. Secretario se servirá leer las conclusiones del segundo te ma .

El Sr. Secretario lee. (Véase el apéndice á esta sesión.)

El Sr. Presidente: Va á comenzarse la discusión del tercer tema que dice: «Como podría obtenerse que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica, recuperaran en el concepto artístico la impo rtancia que tuvieron en otras edades.» Yo ruego al ilustrado ponente Sr. Torres Argullol, ocupe la tribuna para dar lectura del dicta men.


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El Sr. Torres Argullol: Señores: El tema á que se refiere la discusión del día de hoy acabáis de oirlo de labios del dignísimo presidente Sr. Luis y T omás; las conclusiones que he llegado á formular ya las conocéi s y son las qu e á la letra tendréis á la vista. Leeré un conjunto de frases encaminadas á probar lo que las conclusiones dicen, y an ticipadamente os pido perdón por el cansacio y molestia que en ello habréis de encontrar. Señores: Para llegar á conclusiones determinadas y concretas, que entrañen la solución del problema propuesto, corresponde é importa, ante todo, analizar los extremos que la pregunta abra za. Asegúrase en ella, en calidad de hecho incontrovertible, que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica tu vieron en otras edades señaladísima importancia. Además supone, por lo que calla y aun por lo que dice, que no disfrutan en la actualidad del esplendor de otros tiempos. Y reclama en consecuencia la propuesta de los medios necesarios para lograr que recuperen ahora aquel briJlo, aquella notoriedad de otras épocas históricas . La premisa, á mi entender es indubitable. Esta circunstancia me exime de pruebas, pero no me libra de examinar y discurrir al gu • na cosa acerca de los fundamentos de ese esplendor, de esa importancia por unanimidad aceptada. Digo , pues, que el Egipto faraónico, la Grecia de Pericles , la imperial Roma y la Europa de la Edad Media constituyen otras tantas civilizaciones, otros tantos momentos sociales, que dieron origen y existencia á sendas manifestaciones de la Arquitectura. Los oficios é industrias que la auxilian, inspirándose en el orde n de ideas y sentimientos á la sazón dominantes, coadyuvaron á la proporcionada armoníay apropiada expresión del carácter esen· cial de las cosas . En la indicada proporción, en la mencionada armonía, en l a referida propiedad de manifestación de ese carácter, en esto resid e el espíritu de las artes bellas, lo propio en las que se fundan en la medida y el número, que en las que dependen del dibujo, que en las que se desarrollan en el espacio. Circunscribiéndonos á la nuestra,


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á la Arquitectura, se verá, á mi entender, claro, evidente, indiscutible el acierto de la definición que antecede y que todos conocéis, cuando menos, si es que no la aceptáis completamente. Por mi parte, á eila me atengo. Así corresponde que lo haga aunque no sea más que en muestra de agradecimiento por las facilidades que á mi discurso ha proporcionado siempre que he tenido que lucubrar en materias de arte. La esencia íntima de la sociedad egipcia la formaban los prejuicios de un gobierno teocrático, la explotada ignorancia de las castas degradadas, las creencias en el viaje de ultratumba, el respetuoso horror á los fenómenos de la naturaleza, un receloso cariño hacia las beneficiosas crecidas del sagrado Nilo, la pompa misteriosa de sus abundantes geroglíficos, y como fondo general de su co nstitución política, la esclavitud erigida en sistema. Faltaban las cost umbres populares, porque los hábitos que las constituyen suponen albedrío para su formación; y éste estaba supeditado por co mpleto á la casta sacerdotal; á no ser que se quiera admitir como tales los usos que á todos imponía la encendida atmósfera que á todos rodeaba. Pero es preciso, como en todos los países, aceptar ese factor co mo uno de los que entran en la formación de ese producto esencial. Religión, constitución política, clima y costumbres son los cuatro elementos principales que informan el carácter esencial de una nación, de un pueblo, de una edad determinada. La raza egipcia , en sus residencias faraónicas, en sus templos y en sus obras pú blicas, supo manifestar la esencia íntima de la cosa pública, y en es te concepto merece aquella civilización el calificativo de esplendorosa. Díganlo, sino, las misteriosas masas de sus edificios religiosos y reales, con sus avanzadas de esfinges y obeliscos, sus muros en reposado talud, la escasez de huecos de luz y vistas, el domi nio absoluto ejercido por la línea recta, la falta de inclinación Yfaldones en sus cubiertas, la abundancia de patios interiores rodeados de soportales. Todo conspira á la expresión proporcionada, armónica y apropiada del carácter esencial del pueblo egipcio. Los oficios é industrias auxiliares, con su adelanto algunos, con su im perfección otros, contribuían al efecto de la manifestación: citaré co mo principales el arte de cortar y aparejar los sillares, la industria de la tala de árboles, el oficio del ca·rpintero de armar, la gramática especial del geroglífico y la habilidad de su grabado,


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unidas á la imperfecta traza de los dibujos con que decoraban los paramentos interiores de sus edificios religiosos y de sus morada s regias.

Las repúblicas griegas, libres de imposiciones sacerdotales, exen tas del yugo de tiranos opresores, encendidas y vivificadas por el acendrado amor á la reducida patria, entregadas en absoluto á la veneración de lo bello, á la excelencia de las lucubraciones filos óficas y al goce y disfrute de la vida por lo que en sí tiene de agradable; desposeídas, sin embargo, de pasiones rastreras; amantes de la defensa de sus acrópolis, enemigas de la invasión y de la co nquista, deseosas de conocer á todas horas y de todas las cosas el porqué de su existencia, enamoradas fidelísimas de la salud y de la belleza corporal, devotas entusiastas de las proporciones del ho mbre; enclavadas en la más templada región de Europa, desde donde podían esparcir la vista en el doble límite azul de cielo y mares, vivían por decirlo así bajo una constitución política libre, apacible, risueña; exenta de turbulencias, odios y rencores, propia enteramente para el uso del inmenso bien de la salud del cuerpo y del transporte cumplido de las emociones del espíritu . .Porque Ja Arquitectura supo manifestar de un modo proporcio• nado, armónico y apropiado ese carácter esencial de su economía social, por eso alcanzó las condiciones de apogeo y brillantez que en ella reconocemos. En la disposición francamente sencilla de sus templos y gimnasios, en la modestia de las dimensiones de sus edificios, en la pulcra elegancia de su delicada ornamentación, ea las condiciones de los pórticos y peristilos (exteriores siempre), en la cariñosa factura de los bajos relieves que interpolaban en las meto· pas de sus frisos, ea la sentida poesía que imprimían á las estatuas desus héroes y semidioses, en todo resaltaba y resurtía ese privilegio de la libertad moralizada y de la disposición del ánimo educado en la escuela de lo bello. También los oficios é industrias auxiliares obtuvieron una im· portancia y perfección notables. Ensamblaban y acoplaban á maravilla las maderas de escuadría; labraban pulidamente los sillares


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paralelepípedos, los tambores y las estrías de sus columnas; amoldaban y cocían con habilidad las arcillas decoradas y p-.intaban con acierto.

Roma la potente, la avasalladora, la insaciable Roma, soñaba solamente victorias y conquistas; constituía sus legiones é instruía sus soldados en las artes del desarrollo corporal, por cuanto por este medio aumentaba, no su belleza, sino su resistencia y su fuer~ za. P oseer y gobernar eran sus miras: para lograr lo primero invadía sin cesar y subyugaba; para alcanzar lo segundo imponía el derecho por ella confeccionado. Pueblo guerrero y legislador por excelencia, curaba principalmente de su engrandecimiento y de su Sena do; y no olvidaba la administración civil en sus múltiples mani fes taciones de policía y de construcciones útiles. Do quiera iba implantaba su régimen, su legislación, sus dioses y costumbres. Amaba en todo lo grandioso, lo abultado; y aun en los detalles de su religión mitológica prefería lo misteriosamente terrible. Sus aficio nes la apartaban del cultivo de lo bello, por lo que es en sí; se satisfacía con la utilidad rodeada de dimensiones colosales. Aun en el ejercicio de la esclavitud amaba la enormidad, porque á semejante condición alcanzaba el número de millones de seres que en esa abyección mantenía. Ahí tenéis, señores, el medio social de la civilización romana. Los arquitectos trasladaron proporcionada, armónica y apropiadamente á las gigantescas masas de sus edificios la ese ncia de ese carácter, y por ende la Arquitectura brilló y formó época señalada. Sus foros, sus circos, sus termas, sus templos á las claras lo manifiestan: piérdese la sencillez de la disposición griega; vese en todos los edificios al pueblo conquistador aprovechando elementos y materiales de las regiones conquistadas para erigir con ellos, y los nuevos que se proporciona, las construcciones colosales que á sus instintos y propósitos corresponden: no cuida del razonamiento, no le interesa lo verosímil; bástale despertar la emoción y el respeto en las muchedumbres por medio de las dimensiones gigantescas. Los oficios é industrias auxiliares que le era n indispensables adquirieron suma importancia en aquella época. Citaré los principales: el cortador de piedras, el cocedor de


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tierras, el sentador de sillares, el amasador de argamasas, el estucador, el artífice que confeccionaba los mosáicos.

Durante los siglos medios, Europa fué un provisto arsenal de armas y guerreras mesnadas. Epoca de luchas por la vida, de disolución y formación de Estados, de transición en la constitución de las nacionalidades, de aspereza en las costumbres cívicas. Selec• ta, sublime, dominante se cernía sobre todo, y ante todo, maj estuosa y divina, la noble aspiración del más allá; la fe cristiana , la consoladora creencia del premio concedido al justo, despu és de su muerte; el desprecio de los bienes y deleites de la tierra, á trueque de la recompensa eterna; la arraigada convicción y amor á las verdades de la sacrosanta religión del Crucificado, unían, concorda ba n en un solo pensamiento la voluntad de los hombres en medio del estruendo de las batallas , á pesar de los vicios de la carne, á despecho de los odios y rencores de los magnates y poderosos . El doble carácter esencial de aquellos tiempos, tras diferentes tentativas de los artistas de aquella época, logró cumplida manifestació n, llena de proporción, armonía y propiedad, en las catedrales y en las fortalezas y residencias señoriales del siglo xm. Y por cuanto eran trascendental lenguaje que todo lo dicho traducía, fué aquella edad de brillante esplendor artístico. Todavía nos deleitamos ante las elevadas naves de nuestras iglesias ojivales; todavía con sólo deponer unos momentos las impertinentes sugestiones y prejuicios del medio social en que vivimos, recomponemos en nuestra mente aquellas generaciones y aquellas costumbres y adoramos á Dios unos instantes con la propia candorosa fe de la Edad Media. Las artes y oficios auxiliares de la construcción arquitectónica siguieron en consonancia á tan importante movimiento . El principio general de toda obra de arte es aplicable á lo gran• de como á lo pequeño; también una verja, una puerta, un capitel corresponden á un carácter esencial de una determinada cosa. Las obras de los oficios que ayudaron á la expresión arquitectón ica, correspondieron con tanto acierto al rigor de ese axioma, que no les faltó ninguna circunstancia para ofrecerse en la plenitud de su esplendor. Nótese bien que bajo los dominios del principio adoptado entran todas las industrias que llegaron al apogeo en cada


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una de las épocas. Este es el momento oportuno para hacer resaltar de un modo preciso que cada edad, cada estilo tuvo diferentes cooperadores: en atención al concepto moderno, los oficios é indu strias auxiliares de la construcción arquitectónica son infinitos, in numerables ó poco menos; debe entenderse, pues, que el tema se re fie re al realce que convendría dar ahora á todos, de un modo parecido al que resultaba antes para algunos.

Apenas una civilización entraba en la era de su pleno dominio artístico, la uniformidad de los convencimientos artísticos lo invadía todo: la fuerza de la ley misteriosa del sentimiento común un ía insensiblemente á los hombres de oficio, que acudían libérri• ma mente á formar núcleo. Obedecían á un impulso misterioso que los atraía y combinaba, y hacía que juntos coadyuvasen al mejoramie nto, al adelanto, al indefinido progreso de su especialidad. Sin estos centros de hábiles maestros y oficiales, que en gran parte el Egip to sacaba de sus libertos, Grecia de sus ciudadanos, Roma de sus esclavos manumitidos y los siglos medios de sus clases pobres, nada hubieran hecho en favor del esplendor del arte las individualidades aisladas. Importa mucho aclarar el concepto que me merecen semejantes agrupaciones, porque es á la prueba de mi tesis muy interesante no confundir las causas con los efectos; lo provech oso con lo inútil ó perjudicial. Entiéndase, pues, que cuanto de las mismas llevo dicho, se refiere á la época de su natural crecimiento, cuando el entusiasmo y amor generoso á su obra les reco mpensaba de toda molestia con la propia satisfacción del ánimo; cuan do ejercían su tarea sin reglamentación; cuando vivían al calor de usos y costumbres prácticamente liberales; en los momentos de la aspiración y de la lucha; mientras germinaba y aparecía la forma expresiva del carácter esencial que al arte ú oficio le cumplía representar. E ntonces y sólo entonces era provechosa la agrupación. Tanto es as í que la aparición de los colegios en Roma coincidió con la decadencia de su grandeza y las manifestaciones de los gremios reglamentados, en la Edad Media, con los años del descarrilamiento ojival. Para afirmar más y más la intención de lo que digo, ya que de todas maneras se ha dado en la resolución de llamar al presente


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tema el tema de los gremios , quiero tener el valor de mis convic ciones y proclamar resueltamente que los gremios ordenados y re glamentados, los gremios en cuanto á cuerpos privilegiados, fue ron efecto desastroso de excelentes causas. Pretender que á ellos se debe la importancia de las artes auxiliares es, en mi opinión suponer que precedió la organización de los mismos y aun presidió á la redacción de estatutos el pensamiento de reunirse para crear ó coadyuvar á la creación de las formas; cuando en realidad lo aco ntecido fué que á consecuencia de los hábitos corporativos adquiridos durante la época de esplendor, decidieron convertir en ordenado monopolio sus industrias: cuando los gremios aparecieron el milagro estaba hecho, el milagro artístico, quiero decir, que en lo demás del orden meramente político, no entro ni salgo, ni cae bajo el dominio del tema. Dicho queda con esto cuanto ha sido menester, á mi juicio, para dejar en su punto la premisa del tema.

Es de mi deber combatir el supuesto que en el enunciado se in terpone entre el inciso y la interrogación. Que en la actualidad las artes y oficios auxiliares no disfrutan del esplendor de otros tiempos, no es una verdad que se deba admitir sin pruebas. Conviene definir cuáles hayan de ser las condiciones que lo constituyen. Es muy frecuente aceptar, por costumbre, como verdad, un aserto propalado y admitido sin examen por la generalidad, que lo oye y acoge como moneda legítima y corriente. Recelo que ese decantado descaecimiento de las industrias cooperadoras es de esa índole. ¿Se refiere la hipótesis al conjunto de procedimientos hábiles Y apropiados para llegar á una perfección de ejecución manual ó me• cánica, de los elementos que á su oficio correspondiese? Si así fu ere, entiéndase que en nada pueden haber aventajado los tiempos pasados al presente en la posesión de un caudal de adelantos y recursos de todo género, para producir ventajosa, pronta y perfectamente cuanto pudieran haber producido las industrias de la antigüedad. Si á esto no se refiere ¿á qué puede achacarse? ¿A la imperfección de las formas en cuanto dependen del dibujo y de la compo•


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sición? ¿Pues qué, llegaráse hasta el punto de admitir que las artes del trazado y del contorno no tienen en la época presente cultivadores afortunados? De ningún modo. · Ni á uno ni á otro concepto miran seguramente, al negar todo brillo á los oficios del siglo x1x. Véase sino, por ejemplo, el caso de la construcción de una iglesia moderna, de estilo ojival, suponiéndola de gran importancia y provista de recursos pecuniarios. Se han construído rejas batidas con la misma exactitud, con la misma riqueza de detalles, que pudiera haberse hecho en pleno siglo xm; se han tallado afiligranadas sillas de coro; se han despezado las tracerías de complicados rosetones y ventanales; se han labrado á maravilla botareles y pináculos, cresterías y espadañas. De modo, que en la ocasión que someramente he indicado, el arquitecto ha tenido á su alrededor maestros y oficiales que han imprimido á los productos de las artes auxiliares la importancia que en el concepto artístico les correspondía y que á lo que parece el enunciado del tema echa de menos. Toda vez que tengo la convicción que acabo de manifestar, no extrañaréis que haga una aclaración capaz de poner en su verdadero terreno el significado y alcance de las conclusiones que sustento. A tenor de su letra fuera lógico creer que fué por mí aceptado el supuesto que acabo de combatir. Lo que á mi modo de ver acontece, es que todos los hombres de buena voluntad que se dedican á oficios y artes mecánicas se agitan, mueven y sienten á la manera obligada por la general incertidumbre de estos tiempos. Luchan y se afanan por saber á qué atenerse, con el objeto de dar satisfacción á sus propias condiciones de aptitud é idoneidad. Abrumados por la profusión de recuerdos referentes á formas consagradas y admitidas por otras civilizaciones, no saben por cuáles decidirse, ni cómo acertar en la expresión artística de sus confecciones. Y así se les ve fluctuar entre la adopción de elementos griegos, ojivales ó románicos, sin fijeza; bien que con lucimiento absoluto en la habilidad y en la bondad del dibujo, sea cualquiera la forma que imiten. En efecto; esta es la palabra que les cuadra: la de meras imitaciones, simples remedos; ripios arquitectónicos, tan desprovistos de valor intrínseco como pudiera serlo un magnífico soneto compuesto de excelentes versos extraídos de diferentes autores clásicos. 2.5


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Convengamos, pues, señores, en que los oficios de auxilio arquitectónico son capaces de revestir la importancia de otros tiempos y en que sólo hace falta encauzarlos y dirigirlos al propósito de que abandonen la imitación, para entrar en el estudio necesario á proporcionarles el convencimiento y á educarlos en la percepción artística. Enséñeseles á discurrir ante los modelos de civilizaciones pasadas; explíqueseles, con frases al alcance de su inteligencia, las razo· nes históricas y filosóficas á que, aun ignorándolo, obedecieron aquéllas; póngaseles en el caso de escudriñar lo íntimo de los procedimientos en virtud de los cuales llegaron á los resultados que se preconizan, y por este medio perderán la costumbre de imitar, para obtener las ventajas del componer . Fundado aparece, pues, que al sentar las conclusiones me abstuviese de modificar la acepción de un verbo determinado porque hubiera tenido necesidad de que precediera el total de la memoria á la publicación de los extremos concluídos. Mas en este momento puedo y debo hacerlo, manifestando que los medios que tengo el honor de proponer en la cuarta de mis conclusiones, son los necesarios para encauzar la importancia de los oficios y artes auxiliares, de modo que recuperen en este particular ó completen, mejor dicho, so sentido artístico. Cierto que la madre común de todas ellas tiene mucho que enmendar todavía. Justo es consignar que ella también juzga y obra muchas veces por tradición é irreflexivamente; pero deja ya entre · ver su futura regeneración; da de vez en cuando potentes muestras de sus opiniones razonadas, y aunque lentamente se encamina á la comprensión exacta del carácter esencial del medio social en qu e vive. Es probable que á no tardar aparezca clara, esplendente y majestuosa, rodeada de importan tes amigas auxiliares, alguna proporcionada, armónica y apropiada manifestación arquitectónica del siglo xrx.

El Sr. Secretario lee algunos párrafos de la siguiente Memoria del Sr. D. Demetrio de los Ríos.


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AL

CONGRESO

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NACIONAL

DE

ARQUITECTOS

CELEBRADO EN BARCELONA - ( I 888)

Tema tercero. ¿Cómo podrá obtenerse que los oficios é industrias a ux iliarcs de la construcción arquitectónica recuperen, en el concepto artístico, la importancia que tuvieron en otras edades ?

Señores: para responder concienzuda y detenidamente á pregunta tan importante y compleja, se necesitan ciertas noticias previas é indispensables. Es preciso comenzar por tener averiguada la importancia de los ofi cios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica en determinadas épocas antiguas, y es muy conveniente fijar el momento y extensión de dichas épocas, para descubrir el camino que se ha de recorrer de nuevo, á fin de recuperar el esplendor perdido en tantas manifestaciones subalternas de la Arquitectura. Las edades á que se refieren los señores arquitectos barceloneses, no pueden ser otras que las postreras de la denominada media, y el nunca bastante celebérrimo siglo xvr. Su pregunta no alude, sin duda, á tiempos anteriores, que ninguna conexión tienen con los nuestros, ni tampoco á los de notoria decadencia artística, alcanzados por nuestros padres y abuelos. Entrando de lleno en la materia histórica, pasemos rapidísima re vista á los oficios del cantero, albañil, carpintero, herrero, vidri ero, etc.; y á las industrias de yesería, azulejería, vidriería y demás de los siglos referidos. Cantería. -Este importante oficio experimentó el más gigantesco impulso, cuando de las basílicas románicas de los siglos xr y x11, pasó en el x111, al primer período de la arquitectura gótica en las sublimes catedrales. · Cuanto majestuoso ensanche alcanzaron éstas en su planta, cuanto osado y soberbio vuelo tomaron, remontándose á inusita-


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das alturas, jamás escaladas por el pensamiento humano en la erección de edificios, refl.ejáronse, sintiéronse inmediatamente en las obras de la cantería, adoptada para realizar tales maravillas, y el oficio del cantero se ennobleció con mucha mayor ciencia y con arte más espiritual y levantado. Bellas son más que sublimes, por lo general, las iglesias románicas; pero las catedrales góticas más sublimes que bellas, en conjunto consideradas. El cantero tuvo en ellas que redoblar el número y la complexidad de sus plantillas, sujetas á más difícil y conceptuosa traza. Las de la montea, traductoras del proyecto, acrecentaron en trabajo y multiplicidad, y los trazos de la misma labra se complicaron á lo infinito. ¡Ah, señores arquitectos! sólo después de ocho años de reproducir diariamente idénticas piedras de sillería moldada, común, exenta ó calada, sólo después de identificarse con las de mainelería y tracería de alguna insigne catedral, se puede adquirir la más práctica idea de lo que fué el cantero en los siglos xm, x1v y xv. Gran conocedor de una teoría hereditaria, hija de los hechos felizmente consumados; gran trazador en el suelo de montea y en los sillares; gran práctico, en fin, con el pico, la escoda, el trinchante, la gradina y el cincel en sus encallecidas manos, de mero artesano podía elevarse á excelente artista, y recabar el venerando renombre de Maestro, tan vilipendiado por nuestro espíritu moderno, asaz pedante y reconocidamente antidemocrático. ¡Cuántos de estos maestros han sido consignados nominalmente en los libros del arte con el título de arquitectos, porque en realilidad fueron los supremos tectores de su época, y á ellos se les confiaron obras soberbias de nuestra mayor admiración! El cantero desde luego pasaba á ser entonces consumado tallista, sin pretensiones de entallador, ni de imaginero, y mucho menos de escultor, como hoy se dice todo el que forma cualquier adorno en la piedra. Por las humildes manos de aquellos pedreros del siglo xm ó del x1v y el xv, están esculpidos esos crochets de los pináculos y frisos góticos, esas cardinas tan caladas y primorosas, y esos remates (fiorones y redientes), con no pocas vichas. follajes y flores, antes que nadie los llamase entalladores, ni imagineros, ni los asentase con tales nombres en cuentas de fábrica. ¿Qué mucho si después de tal aprendizaje puramente artístico,


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algunos se elevaran á verdaderos imagineros; así qué de extraño tiene que por estos pasos se alzasen hasta las plazas de aparejadores y maestos, ó de arquitectos de las catedrales? Nosotros hemos registrado muchos de estos artistas en las nóminas de los oficiales y artesanos que trabajaban á jornal en sus talleres, y después hemos visto en los libros de fábrica á los mismos transformados en maestros de obras tan monumentales. ¿Quien de vosotros> ilustrados compañeros, ignora nada de esto? Y si el esplendor de la cantería fué tal en las postrimerías del arte románico de la Edad Media, en el siglo de oro, lejos de decaer, sostúvose, y se perfeccionó á grande altura. El siglo xv, es grande por la grandísima herencia de sus antecesores más ó menos inmediatos, y por sus grandes descubrimientos de la antigüedad y de lo porvenir. Esta centuria, prospecto colosal y esplendidísimo de nuestra edad presente, sintió pal pitar en su seno todo el corazón estéticamente sensible de la Edad Media, y acometió la irrealizable empresa de dar forma retrospectiva y clásica á una idea y á un sentimiento, que, ó no podía informar plenamente, ó de informarlo de algún modo, había de ser en mengua y desprestigio de la idea manifestada por tales medios de expresión. Pero á pesar de esta lucha en las altas esferas metafísicas, en la realidad aun quedaban catedrales gigantescas que fundar ó reconstruir, é infinitos palacios que sacar de planta, y el cantero varió de trazas, molduras y ornamentos; pero no descendió un ápice su inteligencia en la del aparejo de sus fábricas, ni fué menos asiduo y prolijo en ellas, antes por el contrario, afinó hasta el alambicamiento sus primores de cincel, multiplicándolos mucho más que aprendiera en los modelos clásicos. Nuestro Renacimiento alcanzó tres fases históricas representadas por tres artistas españoles: Berruguete, Covarrubias, Herrera. En todos estos tres períodos, la cantería prosperó; pero siempre con mayores alardes, hasta el último, constructor por excelencia. Sin tantas aspiraciones como el anterior, el oficio del mampostero fué ejercido en las épocas recordadas, con notable conocimiento y no pequeña habilidad. El ambiente estético que aquellos obreros respiraban, los convertía sin saberlo ellos, en artistas; mientras que los nuestros nada


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conseguirán con llamárselo en letras de molde, si no vamos hasta lo pasado, que es el desideratum del tema. Por esto en los muros de mampostería se ensayaban tales rejuntados y primores del paletín, que sin menoscabo de la solidez, pues resisten á pesar de tantos siglos, nos complacen con su armonioso conjunto. En las bóvedas ejecutadas con ligeros sillaretes, verdaderos mampostes cortados con maestría y colocados con acierto inimitable, cien catedrales europeas, y entre ellas nuestras renombradas basílicas, nos enseñan en fuerza de muchos años de observación, lo que en orden á la mampostería debemos hacer. En estos trabajos ponía mucho de su ingenio el oficial, sintiendo la forma, que no estaba servilmente contraída al galápago, sino sujeta al renglón, á la cuerda, á la escoda y sobre todo á la vista práctica, perspicaz é inteligente del operario experto. Albañilería.-Los árabes con sus obras y con su enseñanza mil y mil veces ensayada en los estilos españoles, que reciben nombre de mudéjares, nos legaron una albañilería excelente como construcción y bellísima como arte íntimo de la Arquitectura. La espe• cial fabricación de numerosas especies de ladrillos ahora en su mayor parte desusados, su empleo en obra, su colocación distinta buscando y consiguiendo maravillosos efectos y su corte delicado é ingenioso, produciendo preciosos primores ornamentales de la más característica hermosura, todas estas tareas estimables del alarife, resplandecieron en iglesias y palacios, durante algunos siglos de la época por nosotros señalada. Como muestra de la colocación del ladrillo en labores de albañilería antigua, existen en Sahagún las parroquias de Santiago, San Lorenzo, Santo Tirso y la Peregrina, con los restos de la primitiva iglesia del ex-monasterio famoso de Benedictinos. Modelos de ladrillos cortados, son, en primer término, los que se asentaron con suma perfección y prolijidad en las iglesias de San Marcos, San• ta Catalina, Santa Marina, Omnium Sanctorum, Santa Paula y otras muchas de Sevilla, y como enseñanza de entrambas cosas, esto es, de la colocación y del corte, Toledo, Segovia, Córdoba Y otras ciudades españolas, atesoran acabados ejemplares que nun• ca debieron olvidarse. Aquellos oficiales, no sólo cortaban los ladrillos artísticamente con singular maestría, sino los azulejos con mayor exactitud, pre-


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c1s1on y parsimonia, para producir alicatados vistosísimos de la más plasciente contemplación estética. Este ramo ornamental de la albaóilería, ensenada por los árabes y los mudéjares de Aragón y Castilla á nuestros remotos progenitores con fruto ópimo de su destreza, perseveró poco á causa de la industria azulejera que inmediatamente prosiguió, para figurar por sí sola, ó en combinación con los ladrillos cortados. Alizares barnizados de brillantes colores, azulejos cortados en es trellerías pintorescas, cintas extendidas por el pavimento para guarnecerlo ó distribuirlo en caprichosas figuras geométricas, y hasta redoblones de brillante vidriado, daban á las obras de albañilería, sobre mayor consistencia y perdurabilidad, aspecto artístico de muy subidos quilates y carácter nacional á nuestras artes é industrias. La de la azulejería, estrechamente unida á la fábrica de nuestros re nombrados alarifes, alcanzó muy distintas y variadas transformaciones, usos, tamaóos y ejecución. Comenzando por los zócalos, ornamentó con cercos de dibujos y colores los huecos interiores y exteriores, lo mismo en puertas que en ventanas; otras veces se paramentearon con azulejos las paredes de salones y escaleras, y por último, los mismos azulejos aparecieron por tabla en las techumbres engalanadas con ellos. Puede asegurarse que en el siglo de oro, nada supieron hacer nuestros alarifes en casas y palacios sin el uso predilecto, por no decir hasta abuso de .una industria, que, no contenta con el color de sus dibujos, les prestó á última hora delicadísimos relieves. Y no fueron nuestros antiguos albaóiles sólo hábiles en cortar ladrillos y azulejos, pues tallaron además con singular destreza el yeso, produciendo en las minuciosas obras de ataurique, con las que festoneaban los arrocabes, el arrabá de puertas y agimeces, los sobrezócalos y demás partes de alcobas y salas, bordando con tales recamos los paramentos de sus muros, el íntrados de los arcos y la superficie inferior visible de las bóvedas. No hemos de encomiar aquellos relieves ornamentales de dos fo ndos, ni sus leyendas aljamiadas ó castellanas, ni sus vivísimos colores y dorados. La patria de aquellos alarifes cristianos, que así reprodujeron la fastuosa decoración de los árabes, conserva con orgullo alcázares regios, casas seóoriales y tugurios, cuajados de alharacas tan ricas como pintorescas.


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Pero á la obra á hierro se sobrepuso la reproducción del vaciado, y á estos ornatos mudéjares, los del Renacimiento en frisos, pilastras y remates, alternando con ellos y con los azulejos de relieve, los magníficos tapices y sedería que vestían pomposamente las paredes. Carpintería.-Las techumbres de estas viviendas fastuosas no excedían en primor y esplendidez. La armadura de escaleras, cuadras soberbias y salones, no era una armazón exclusivamente necesaria, sino objeto de arte y de lujo, donde el carpintero de lo blanco acrisolaba su ingenio y exquisito gusto. Sus delicados pares profundamente granulados, sus alfargías y tablazón, sus tirantes pareados y elegantes canes, el harneruelo de calada lacería, las escuadras labradas con el mismo trabajo, y los racimos de estalactitas, todo brillantemente pintado y dorado, forman conjuntos de inapreciable valor artístico, que ojalá no se hubiera olvidado tan profur-ida y tenazmente. Y á esta carpintería majestuosa, más propia de artistas que de artesanos, acompañaba en los edificios la lacería plana de los ostentosos techos, cubiertos de estrellería no menos fileteada, pintada y dorada, viniendo en pos los artesonados y casetones aun mudéjares, y detrás de éstos los ricamente tallados con rosas, follajes y festones del Renacimiento. ¿Hemos de entretener á los entendidos arquitectos del Congreso Nacional en Barcelona, con las descripciones mil y mil veces ensa• yadas por nuestra pluma en las trescientas cubiertas y techumbres de Sevilla y en las innumerables de Toledo, Córdoba, León, el Bierzo y otras poblaciones españolas? Basta su recuerdo, su pasajera cita, para que á nuestra imaginación sobrevenga todo aquel aparato ornamental de nuestros mayores, como un sueño dorado de gloria y basta hacer lo propio con el portaje, digno compañero de tales preseas. Al plano de lacería fileteada y cuajada de menudos relieves en los fondos con dorados y colores, sucedió la peinacería, trocada en marquetería preciosísima, ó en taracea aun más minuciosa y preciada. Ni maderas preciosas, ni la nácar, ni la concha, ni el marfil, ni aun los delgados listelillos de ricos metales, bastaban para incrustar dibujos, las más veces mudéjares, en la cajonería y estantería adosada á los edificios, y la carpintería refinando más y más sus


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l ujosos artefactos, salíase de sí misma para inventar otros cien oficios, oriundos de la majestuosa arte lignaria, dócil instrumento de la Arquitectura. Pintura ornamental.-Oficio sin pretensiones era el de los artesanos, que, ora valiéndose de patrones reproductores, heredados de sus padres y maestros, ya manejando con soltura el pincel en perfi les y trazos de efecto, reanimaban vistosamente tales carpinterías, filet eando de colores vivos las canaladuras y estampando en la tablazón de los fondos, en el arrabá y en los entrepaños de los tirantes, verdaderos arabescos de señalado mudejarismo. Y no era menos detenida, menos paciente la pintura del ataurique, ni su resultado menos esplendoroso y mágico, acabando el ofic io del dorador ejercido p.Jr las mismas manos, los escudos heráldicos, las conchas de los frisos, las estalactitas de los raci mos y todos aquellos puntos, en fin, que semejantes artistas, sin el nombre, sabían realizar con sobria economía y afinado acierto. Vidriería .-Este oficio tenía no poco de industria. A esta última co rrespondía la elaboración del vidrio colorido, su córte según las plantillas y padrones del despiezo, su cocción en las muflas, la confec ción de los plomos, el emplomado, la colocación y el abroche de los paneles en las ochavetas. Es artística la pintura vitrificable, la elección de los colores y tonos, el estudiado efecto según las alturas y distancias, y la armonía de los conjuntos. Intimamente estrechas son ambas cosas, arte é industria, poseídos al par con igual ahinco por los antiguos vidrieros. ¿Dónde llegaron con la alteza de sus miras y la ejecución de sus ma nos? Díganlo las basílicas románicas y catedrales góticas de España y del extranjero, dígalo todavía el siglo xv1 con sus vidrios ensanchados en demasía, y sus pretensiones á identificarse con la pintura de tablas y lienzos, causa de la decadencia y muerte de aq uella afamada y prodigiosa industr-ia artística. Herrería .-Ya es tiempo de abreviar esta primera parte de nuestro razonamiento, recogiendo los postreros datos para la sumaria y harto sucinta reseña, que nos sirve de premisa ( 1). Vamos á ver (1) En nuestra obra inédita, intitulada Las Artes industriales estéticamente consideradas, n os extendemos m ás larga mente.


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de una sola ojeada como nuestros artesanos de otros días elaboraban los metales. El hierro forjado sobre el yunque de aquellos cíclopes del arte, tomaba forma á merced de los mismos, logrando el martillo joyas de sumo valor en verjas, rejas, antepechos y otros trabajos análogos. Los rejeros de entonces eran maestros consumados, que durante los estilos góticos y el del Renacimiento cerraban naves, capillas y huecos de casas y palacios, y defendían sus escaleras y terrados con tanta seguridad como gallardía en la disposición, perfiles y ricos pormenores. Púlpitos, cruces, veletas y otros objetos eran forjados con igual inteligencia y buen gusto, pintando y dorando semejantes labores como las demás cosas antes enunciadas, y si el hierro era de una calidad no alcanzada hoy, y su elaboración le protejía contra las injurias del tiempo, esos últimos complementos expresivos de la belleza, no beneficiaban menos su conservación y diurnidad. Todo entonces corría parejas ea todas las manifestaciones subalternas de la Arquitectura: material, trabajo, forma y colores; todo era superior y digno del mayor encomio. El herraje de puertas, ventanas, canceles y demás cerramientos de esta especie, era tan primoroso, como si se hubiere realizado en plata ó en más rico metal, y aun más valioso por sus formas y carácter que muchas alhajas del platero ó del orebee. U na cerradura, una llave, un aldabón de aquellos días, nos detienen y complacen más que toda la ferretería moderna; pero no adelantemos ideas y acabemos con las otras obras del cincelado en bronces y en latón. Las hojas de las mejores puertas, se forraban con planchas tal vez repujadas tal vez fundidas y cinceladas, mostrando estrellerías ó lacería mudéjares, rellenas de menudos relieves, ornamentos de clásico renacimiento ó composiciones esculturales de figuras. En este postrer caso era el imaginero ó el escultor estatuario el artista fautor de tales encantos; pero en los restantes bastaba un entallador en metales ó un broncista ó latonero cualquiera. No debemos proseguir más allá. Hemos ateado en los limbos del pasado algunas de sus ráfagas brillantes, con la velocidad de la luz. Veamos nuestro presente.


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II

¿Qué nos queda de aquellos oficiales, qué de aquellas industrias? Preciso es saberlo para conocer cuanto hemos perdido y cuanto tenemos que recobrar. La cantería, señores arquitectos, es al servicio de los modernos edificios dócil en verdad, demasiado dócil, puesto que informa el exterior aspecto de construcciones, que más parecen de madera. Los ornatos rehundidos no cuestan gran trabajo á canteros algo tall istas, y los fuertes colores con los cuales se pretenden resaltar, me nos molestia á nadie. La albañilería entre nosotros ha descendido mucho más, no tenien do escrupulosidad ninguna en la elección de las arcillas, molda nd o peor el ladrillo y dándole cualquier cochura . En Madrid, por ejemplo, se cree que se ha logrado algo bueno mezclando la arcilla con arena para hacer quebradizos y deleznables los mal cocidos ladrillos, á pretexto de su porosidad. E n Sevilla, por el contrario, la arcilla es más pura y el ladrillo de contrata ó santo, fuertemente recocho, que suena metálicamente, alcanza dureza de jaspe ó de pedernal, sin cuidado ninguno de la po rosidad. E n la primera parte los morteros son fuertes, en la segunda las me{clas flojas, y el resultado de ambas, que las fábricas de la córte se demuelen sin gran esfuerzo, resultando los ladrillos hechos polvo; y en Sevilla se reputa como el más lisongero provecho levantar los ladrillos con menos esfuerzo aun y tan enteros como el día que se asentaron. E n las demás partes de España fluctúase entre ambos extremos, no abundando por las enunciadas razones las fachadas de ladrillo en limpio . De ahí el olvido de colocar los ladrillos y el abandono de su corte, sólo conservado tradicionalmente en la última población que antes citamos, aunque con más que notable decadencia. E l muro que antes aparecía en todo la desnudez de su verdad , no puede hoy verse , fabricado á la ligera, tosca y pobremente, y hay que cubrirlo con la nada rica, ni bella vestidura del revoque. Q ueda el recurso de fingir sillería, y aun la misma albañilería, pintándola encima; pero este remedio no es de la mayor ingenuidad


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estética, y en orden á la conservación y seguridad de las paredes, la frecuente necesidad de reparaciones, ó los feos desconchados, no deberían recomendar el abuso de tales revocos. Los clásicos de la antigüedad revestían más interior que exteriormente, y en el estucado interior pintaban frescos afamados, que nosotros suprimimos, así como la tapicería, prefiriendo el papel. Su industria nos pertenece de lleno; pero remedo harto mísero de la sedería, no sólo la sustituye, sino que en algunos casos hasta los zócalos de azulejos y alicatados y toda especie de yesería y relieve. La tradición de fabricar azulejos nunca ha faltado de España; mas de decadencia en decadencia, de olvido en olvido, vino esta industria al estado lastimoso que todos le conocimos hace treinta ó cuarenta años, cuando apenas si servían los referidos azulejos, por su tersura y vidriado, para la limpieza de ciertas oficinas y menesteres. Es verdad que siempre se notaron algunas favorables excepciones, y que muy señaladamente en estos postreros tiempos se han hecho y se están haciendo excelentes ensayos de azulejos lisos y de relieve; pero tan loables esfuerzos no constituyen regla, ni mucho menos puede asegurarse que semejante industria ha renacido. N esotros vimos que cierto título de Sevilla trajo de Marruecos alarifes para reproducir en los zócalos de su palacio alicatados antiguos, y la obra de lÓs africanos, reducida ya á tosca industria, no nos satisfizo; mas aunque nos hubiera con razón cautivado, el deseo de aquel ilustrado amigo era tan aislado en España, como el qu e produjo los atauriques de los palacios de Xifré y Anglada en la córte, ú otras obras de yesería realizagas en provincias. Estas últimas, con distinta aspiración y forma, se generalizaron algo más de treinta años há, cuando parecía que iba á imperar entre nosotros el Renacimiento plateresco ; pero aquello fué una llamarada que pasó pronto en Madrid, sin prenderse mucho en el resto de la península, y á tan costosos trabajos de reproducción, sucedió el papel mascado ó el ca1·tón piedra, digno é inseparable compañero del papel estampado. Todas estas importaciones de la Europa moderna nada recomen · dable nos han traído; ni ellos ni nosotros debemos estar muy enor• gullecidos de ostentarlas . Más recientemente nos han imitado ciertos mosáicos de la indus·


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trial Inglaterra, con los cuales tampoco se aumentan grandemente los tesoros de la ornamentación. Consisten éstos en la combinación de piezas asaz grandes y regulares de diversas formas geométricas, obtenidas por el uso de multiplicadas máquinas, no muy fáciles de adquirir. Su masa cerám ica, teñida de colores mates, aunque limpios, alcanza notable dureza, y el mosáico así llamado sirve para suelos y zócalos que todo el mundo conoce. ¿Y semejante industria sustituye art1st1camente al mosaico verdadero en los pavimentos, y puede rivalizar orgullosa con los alica tados y azulejos de los zócalos antiguos? Nosotros aconsejamos á ciertos fabricantes que en vez de tantas máquinas como piezas diferentes, empleasen sólo una para lograr elementos pequeños semejantes á la teselas de los mosáicos romanos, y hasta les ofrecimos gratuitamente, por amor á la industria española, una colección de diseños, aprendidos por nosotros en Itálica y otras ruinas; pero nuestra intención quedó en tal, sin mejores consecuencias. La albañilería coetánea y sus medios decorativos de cubrirla, no so n, pues, como estáis viendo, todo lo florecientes que merecen, y por eso, y por lo que pasa en los demás oficios é industrias, subordinados á la Arquitectura, habéis formulado el tema que perseguimos. Pasando á la Carpintería, la de armadura y techumbres se reduce ahora á la armazón de palos más ó menos convenientes, á veces hasta sin labrar, que llenan de presente el objeto material del modo más económico, y que no pudiéndolos tolerar la vista de nadie, se cubren, como los entramados de las paredes, pero con cielos rasos de la más rasa catadura. Decadencia harto excesiva es la aparición de estos velos encubridores, que así han dado al traste con artesonados, casetones, entabacados y todo aquel conjunto de preciosas maravillas, que cubrían como ostentoso dosel las erguidas cabezas de nuestros progenitores. La cubrición de esos mismas techumbres tan ricamente labradas, pintadas y doradas no es ya· decadencia, )ino vandalismo manifiesto, y el abatir por los suelos la obra maestra de mejores siglos para que el nuestro coloque en las mismas crujías y salones sus desdichados cielos rasos, sobre vandalismo, demencia de• plorable.


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Y todo esto lo hemos visto cien veces, y la burla ha contestado á nuestras justas quejas, cuando hemos tratado de evitarlo. No hemos de recrearnos en los cielos rasos, delicia de nuestros padres y coetáneos; mas si recordaremos algo acerca del portaje, tan raso como esos cielos, pues enrasados son y enrasadas con razón se denominan las hojas de puertas y ventanas de nuestros edificios. La lacería de los ensambles oblicuos, la peinacerfa de los rectos, todo relieve artístico de ejecución deleitosa, toda exornación brillante, ha desaparecido bajo el rasero igualador, con la nada de esos enrases tan pobres como perniciosos, sin advertir que el antiguo trabajo evitaba los alabeos, y proporcionaba portajes perfectamente servibles y hasta lo sumo durables. La pintura de éstos 1 ó se reduce al barniz, si se respeta la tez de la madera, ó al refregado de la brocha, que no há menester de muchas vigilias para aprenderlo. La de los cielos rasos podrá llegar hasta el cuadro; pero no es esto lo común y corriente, ni aunque así suceda, tal aparición no nos indemniza de la pérdida de los artesonados y de la casotenería. ¿Y qué es entre nosotros el oficio del vidriero? Otra supresión económica de trabajos, otro arrasamiento como el de los enrases? Hasta hace tres ó cuatro décadas el cristal incoloro lo hacía todo en nuestras vidrieras, más ó menos bien aseguradas con plomos, reapareciendo el cristal colorido en algunas de nuestras fábricas; pero no hemos querido pasar de cortarlo en piezas geométricas para combinarlas con éste ó el otro acierto en canceles y medios puntos. El éxito cuando se ha recordado algo de la lacería mudéjar, ha sido menos desapacible y seco; mas ¿por qué en esos vidrios no se pinta? porque tal exceso de arte se reserva sólo para los palacios, ó para la restauración de las catedrales . En semejante concepto no hemos de ocultar que existen casas muy respetables en Inglaterra, Alemania, Francia y otros países, existiendo también algunas en España. Los ingleses predominan por elaboración de vidrios coloridos, los alemanes los pintan demasiado bien y los franceses les dan más carácter arqueológico. ¿Qué hemos de decir de las casas catalanas, cuando del mejor grado haríamos nosotros cualquier sacrificio, porque triunfasen en el


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ce rtamen internacional de la ocasión más brillante, que á tal fabricación se le puede ofrecer en este siglo? ( 1) El resultado es que en punto á esta última industria a , tística much~ se hace por restaurarla ; pero aun le falta no poco para imperar y vulgarizarse. La del pizarrero se mantiene fuera de España á mayor altura; pues nosotros preferimos la teja; pero también ha decaído en todas partes á causa del plomo y del zinc, usados en planchas, sin que ag reguemos nada sobre lo que éstas influyen en el aspecto del edifi cio . Más esencial es la comparación de nuestra herrería con la antigua. Esta, que como hemos visto se labraba todo á martillo entre rejeros y cerrajeros, ahora sólo se elabora así entre los últimos . La fundición ha reemplazado tan por completo á las apreciadas fo rjas de nuestros antepasados, que ni se encuentra hoy en toda E uropa quien labre á mano una verja, ni su coste sería soportable por ninguna especie de potentados ó corporaciones. Semejante transformación obrada en obsequio de la tiránica economía, no ha redundado ciertamente en el del arte, bajo ningún concepto. De los moldes sale el predilecto metal de las construcciones , tan quebradizo como el cristal, y tan comprimido y torturado por el encarcelamiento, que en tales prisiones ha dejado la fo rma y la decoración de otros días toda su libertad, con los accide ntes más expresivos d.'! su belleza. Los puntos de contacto, necesarios al desenvolvimiento de la co mposición, y los escapes impuestos necesariamente por la fundició n, sacan el ornato contrahecho, careciendo además de oscuros Y otros pormenores de la ejecución manual, que tanta vida prestaban á todo linaje de tallas y cincelados. Hasta el hierro de hoy se da en el comercio en condiciones desve ntajosas para su trabajo artístico; mas semejantes consideraciones ya se apartan algo de nuestro designio, y no queremos dejar sin elogios cierta cerrajería española ostentando en cancelas de hierro dulce en fleje, concebidas con el mayor gusto y realizadas co n pulcritud y solidez (2). (1) Aludimos á las vidrieras de la Catedral <le León. (2) T ales so n las cancelas sevillanas .


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La ferretería de herrajes y cerraduras, siendo ya cosa de comercio, dicho queda lo que puede prometer bajo el aspecto artístico. Hemos terminado esta enojosa tarea como sobre ascuas; porque nos duele en verdad enumerar vicios, donde sólo quisiéramos loar virtudes. Consuelo triste es que dichos lunares no sean sólo producto de nuestro decantado atraso; por el contrario, nuestro mayor defecto ha sido dejarnos influir por modas extrañas para olvidar ]os oficios é industrias tradicionales. Ahora cúmplenos compendiar en pocas frases esos vicios, esos defectos de los actuales artefactos y productos anexos á la construcción arquitectónica, en el concepto estético , para poner, si nos es posible, los puntos á la cuestión. Las tendencias de todos nuestros oficios é industrias son dos, á saber: la de reproducir mucho y barato, y la de eliminar trabajo de exquisitos pormenores, enrasando cuanto es materialmente susceptible de tan funesta anulación. Todo esto reconoce por base única la economía, y mejor que esto la inopia, que es la verdadera palabra. La conveniencia no, la furia de reproducir acabará para siempre con la individualidad de las obras, y con la personalidad de cada artesano ó artista, empeñados en ella. El barro, el yeso, las pastas, los metales y sus aleaciones, salen de los moldes como pueden, no como deben, para la ilusión estética. En nuestro libro del Arte en todas sus manifestaciones, página 363, decimos: « La necesidad de darse á muchos por poco precio, la precisión de someterse á la dura ley de la reproducción incesante é ilimitada, encajona, aprieta y atrofia los abortos industriales, hi• jos del molde, del troquel, del torno, de la prensa, de la máquin a en suma, que ciegamente los arroja al mundo con prodigalidad fe. cundísima. » Este escollo artístico amenaza muy seriamente á nuestra Arquitectura, sin el menor provecho de los oficios é industrias que acoge bajo su manto. En el num. 57 r de nuestra citada obra, pág. 361, hemos dicho: «Ninguna obra artística, producto de otras industrias adquirid as en el ordinario comercio, merece nombre de tal. »Aquí puede asegurarse que lo que es de los sumandos eslo tam· bién de la suma; y en vano intentará inmortalizarse el arquitecto,


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que, con elementos adquiridos en el mercado público, improvise un palacio ... » ¡Y ay si el género de contrabando estético, decimos ahora, entra en otra clase de edificios públicos y mucho más en los religiosos! Si dañoso es para la Arquitectura y sus oficios subalternos el exceso de mercantilismo industrial, empleado con inconsciente ó fanático abuso, respecto de los vaciados y fundiciones , ¿qué diremos de la incontinente propensión á /o raso y á los enrases? ¿Qué diremos en términos generales de esos 1-evocos rasos, de esos cielos rasos, de ese empapelamiento arrasador universal, de esas hojas de puertas enrasadas y de tanto rasero arrasador? Al ver esta fatal tendencia al plano desprovisto de todo, á la nada art ística, al cero estético, ¿no hemos de exclamar que los oficios, que las industrias, que la Arquitectura, en fin, van al precipicio de la nulidad, á la muerte de toda esencia artística? No exageramos, no. El cuadro es feo, muy feo; pero es idéntico á sí mismo, esto es, al de los hechos consumados . Y si no, ¿para qué han meditado los arquitectos barceloneses la pregunta, objeto de nuestro lema? ¿Si no tuvieran conciencia de lo mismo que nosotros albergamos en lo profundo de nuestra alma, tra tarían de que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica recuperaran en el concepto artístico la importancia que tuvieron en otras edades? Vimos en la remota lontananza de lo pasado el punto de apogeo; acabamos de poner el dedo sobre el de la actualidad, que son los de arrivo y partida: unámoslos ahora con el trayecto que es preciso recorrer para orillar el problema propuesto. La palabra que se desea es una nada más, un solo concepto, un pe nsamiento totalmente comprensivo. Los oficios é industrias sumisos á la Arquitectura de otros días, brotaron espontáneamente con ella y para ella, en sus respectivos momentos históricos. Es evidente que estudiando cómo la Arquitectura llegó á tener pe rsonalidad característica en cada cual de ellos , conoceríamos aho ra cómo obtendríamos la Arquitectura propia de nuestro siglo Y sus propios oficios é industrias. E s más evidente, si cabe, que hasta que no llegue ese momento. hi stórico, con su Arquitectura distintiva, no llegará tampoco el día que supone la pregunta de los arquitectos barceloneses .

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Luego la palabra que piden más comprensiva y fundamental, que el infalible medio de hacer tornar los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica á su esplendor perdido, es, que la Arquitectura lo alcance necesariamente. Con el tronco en tierra y podrido no hay árbol cuyas ramas florezcan, ¿y de qué nos serviría á nosotros, los arquitectos, de qué le aprovecharía á nadie, la prosperidad de aquellos oficios é industrias estéticamente considerados, si la Arquitectura, para quien nace, se desarrollan y fecundan, permanece estacionaria, inexpresiva, muerta en el concepto artístico? Esperemos el triunfo de nuestra Arte magna y suprema, y el de sus oficios é industrias es seguro. Vayamos todos los arquitectos del mundo recta y denodadamente á ese triunfo, y esas industrias auxiliares inmediatas, y otras muchas á que no alude el tema, pero que también son derivadas del Arte arquitectónico, se asentarán en el trono del trabajo y de la inteligencia obrera. ¿ Mas cómo ir, cómo llegar al término feliz de tan azarosa meta? El terreno está sembrado de escollos y se cierne y vacila bajo nuestros piés con las convulsiones de los volcanes. Apenas intenta una fisonomía el primer embrión de su indeciso esbozo, la esponja sangrienta de las sañudas pasiones políticas lo borra : todo se disputa, de todo se duda y de todo se reniega. ¿Cómo se ha de afirmar nada, cuando jamás se dará caso en nuestra sociedad presente de verse tres hombres juntos con unánimes ideas? ¿Y sin idea, sin afirmación, sin principios predominantes y leyes seguras á que atenerse en la sociedad, se puede concebir que eche raíces en parte alguna ningun género de Arquitectura? Ya lo hemos dicho otras veces: la Música, la Poesía, la Pintura, que nos preceden, podrán expresarse en momentos dados por el orden expuesto de su mayor dificultad en hallar su expresión propia, como lo hemos visto en lo que llevamos de siglo; pero la Escultura tarda hasta hallar una epopeya, y la Arquitectura no aparece sublime, llena de sí misma, y absolutamente serena y segura hasta que una sociedad no se consolide plenamente en toda la plenitud de todas sus esferas. Cincuenta años de período constituyente en España, ochenta en la coetánea Europa, nada han sabido fundar, y la Arquitectura no


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se cimenta sobre la nada, sino sobre lo más solido de la idea y de los sentimientos. Cada siglo tiene la suya y los suyos exclusivamente predominantes, bajo los cuales todo pensamiento, toda volución, todo hecho se subordinan y someten. Ayer fué la idea y sentimiento religiosos, más tarde imperó la comezón filosófica, hoy nos atormenta lapolítica, y ya apunta para el día de mañana la hidra devoradora de la cuestión social. ¿Cuál de estas cosas va á informarse en la Arquitectura venidera, ni cuál va á caracterizarla? Motivo sería éste para un especial estudio asaz metafísico y no poco nutrido de conocimientos históricos; pero en este instante nos alejaría demasiado de nuestro propósito, que es, ¡oh señores arquitectos! la satisfacción de vuestra pregunta. Y la contestación ya está dada; pues consta que cualquiera que sea el momento de la consolidación universal, de la constitución religiosa, filosófica, política y social en que la Arquitectura se determine, saliendo de su arcano con fisonomía propia, y triunfando en el Arte y para el Arte, sus oficios é industrias reaparecerán esplendorosas con ella, por la virtualidad misma y por los medios mismos que se ensayen para crearla. No me digáis, señores, que el carácter de la Arquitectura presente es no tener ninguno; porque á esto os responderemos que entonces ha sido ocioso el tercer tema; porque ni los pasados oficios é industrias volverán; ni de volver, ó de parecer otras industrias ú oficios completamente nuevos, pero sin carácter, porque quien se los ha de dar no lo tiene, esas artes subalternas jamás alcanzarán el esplendor de las anteriores, tan colmadas de expresión y de originalidad. Llenos de fe en fuerza de una larga vida de martirios, sufridos por el Arte, esperamos en lo porvenir su Arquitectura representante con el séquito de sus oficios é industrias necesarias, sean ó no las pasadas, ó las que con más propiedad surjan á última hora. Entre tanto es preciso prever, preparar, entretener, fomentar esas artes auxiliares, para mantener encendido perennemente el fuego del arte arquitectónico. Si un instante se extinguiera en cualquiera de las manifestaciones aludidas, si se apagara en todas ellas, mal, muy mal prevendríamos el advenimiento de la Arquitectura venidera, damnificando de seguro la presente.


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Por el contrario: avivando la llama, resucitando el esplendor de las industrias y oficios, coadunados á la Arquitectura, conspiramos á su triunfo futuro, aunque indirecta y parcialmente. A esto aspira el propuesto tema y á su solución vamos, ofreciendo los siguientes recursos, que sólo pueden aconsejarse de presente. III Primer medio. -El impulso de las restauracio11es

No hay la menor duda que restaurando los monumentos de nuestra patria, é identificándose plena y absolutamente con ellos, al restaurarlos, lo mismo en el conjunto que en todos sus más mínimos pormenores, aprendemos todos los modos de hacer de lo pasado, todos los oficios que á esos monumentos concurrieron, todas las industrias que en ellos dejaron sus huellas indelebles. Y como esas magníficas preseas nacionales abarcan toda la antigüedad artístico-arqueológica más brillante, en todas sus manifestaciones, estilos, gustos é individuales maneras; la absorción que de todo esto hace el restaurador en su erudita sabiduría para obtenerlo, apoderándose de ello en toda la integridad de su esencia, le obliga á ensenar oficiales destrísimos de cuantas artes coadyuvaron á la realización acabadísima de los monumentos encomendados á su amor. Por esto en los románicos ó góticos no queda ni el pos• trer, ni más recóndito secreto de la cantería, rejería ó vidriería, que no resulte reconocido y dominado por los hábiles canteros, rejeros ó vidrieros. saliendo de los talleres de restauración maestros consumados en cada uno de estos importantes oficios. En los monumentos mudéjares, coetáneos ó posteriores á los acabados de citar, no tiene más remedio el restaurador arquit.ecto que adoctrinar numerosos obreros en la albañilería de corte, en el ataurique, en el alicatado, en los azulejos y en la carpintería afamada de armaduras de lazo, artesonados, casetonería y portaje de estrellería, apeinazado, ó como quiera que la antigüedad nos los haya legado. Por último; en el Renacimiento, preciso es alicionar oficiales de talla rica, pomposa, exuberante, exaltando su amor artístico y acrisolándolos en el trabajo diario de la piedra, de la madera, del hierro, hasta donde más nos sea posible.


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¿ Podrá dudar de esta palmaria verdad quien ha consagrado doce años consecutivos á este último estilo, ocho al gótico y no pocos días á otros, incluso el del gusto churrigueresco? ¿Estará convencido de la eficacia del medio que propone en primer lugar el que ha pisado veinte años, cuando menos, los talleres de restauración con esos oficiales, con esos artistas hasta asociarlos íntimamente en su propósito de evocar por entero el arte antiguo en todas sus faces históricas y ea todas sus manifestaciones ejecutivas? No es posible dudar de que las restauraciones, como escuelas prá cticas de abundante y utilísima doctrina, salen peritos en todas las artes auxiliares los obreros, constituyendo un plantel numeroso é ilustrado, que ha de influir necesariamente en la regeneración ansiada. E s innegable que en estos ejercicios de aplicación inmediata, su perior, extrema, esos obreros se consuman hasta llenar cumplida mente los deseos del más escrupuloso. Diráse acaso que esos obreros son pocos, que al entrar en las fáb ricas ordinarias, construídas al tráfago del diario comercio, olvida n lo que aprendieron, y que medio tao excelente tórnasc ineficaz. Las restauraciones han ido acrecentando de día en día, los monume ntos de la patria son muchos y han estado abandonados á sí mismos siglos enteros. Si • o nos apresuramos á preferir los obreros de las restauraciones para ensayar su aprendizaje en las obras n uevas, la culpa no será del medio, ni de los obreros, sino nuestra, porque así dejamos desapercibida tan buena coyuntura . El mal de este remedio consiste en que las restauraciones no lo sean, y que, trocándose los papeles entre ellas y la conservación ordinaria de todos los días, se quiera imponer como medio único de legar íntegros á nuestros posteros los monumentos de piedra, la adopción del yeso, del estuco, del cimento Portland y otros paliativos postizos ó emplastos de este género, que encubran todos los desperfectos de los siglos, los quebrantos peligrosos de las estructuras y hasta las ruinosas catástrofes más inminentes y manifiestas. Ni estos edificios se rehabilitarán así para lo futuro, ni sus mal ad heridos pegotes son durables, ni nadie, arquitectos ú obreros, ha brán aprendido nada con ellos, ni nada será necesario saber para untar por la corteza muros en mil partes rotos, pilas despedazada s, arcos desvencijados, bóvedas hendidas, y todos los demás


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miembros arquitectónicos derruídos, ó deshechos en barro ó tierra . ¡Ay de los monumentos nacionales abandonados á los que prefieren verlos yacer caídos, á que se restau ren en debida entereza, propiedad artístico-arqueológica, y real y positiva eficacia! ¡Siempre lo mismo ! En la Arquitectura presente ya habéis visto, respetables compañeros, las artes auxiliares suplantadas por tapamentos y trampantojos que ocultan lo que no se quiere, ó no se puede hacer, como en días mejores. Ya habéis reparado en los enrases, y abusos de todo lo raso. Pues en las restauraciones también se nos quieren imponer tales procedimientos, tapándolo y cnrasándolo todo para aventurar la ilusión terrible de que con estos enrases exteriores los monumentos han de vivir ... y sino para eso no son inmortales! ... Por de pronto, conste para nuestra presente cuestión, que el medio eficacísimo de aprender en el edificio antiguo, salvándolo, se invalida, y que la aspiración de sacar buenos planteles de canteros, carpinteros, albañiles, herreros, vidrieros, etc. se ahoga, cerrando esta puerta á nuestros deseos y pretensiones. Mas como el supuesto de que las restauraciones se han de trocar por necesidad en meras conservaciones, cualquiera que sea el estado del edificio, es un supuesto visiblemente erróneo, pues unas y otras tienen que subsistir, alternarse y sucederse, según sus respectivos casos y relativa necesidad, las restauraciones proseguirán sin perjuicio de todos los procedimientos de conservación aceptables, y su medio de producir obreros hábiles y conocedores de Jo antiguo, quedará en pié, ó ¡ay! volvemos á repetir ... ¡ay de los monumentos de la patria, ay de la Arquitectura y de sus oficios é industrias auxiliares! La enseñanza adquirida al pié del modelo, y de la cual depende el pan de los obreros y el de sus hijos, es la más profunda, la que menos se olvida y la más extensa y eficaz en todos los conceptos ; pero por numerosos que se supongan los talleres de las restauraciones, y aunque éstas crezcan como antes apuntamos, el contingente total de obreros así conseguidos no cubre las necesidades, ni templa la impaciencia de los que en toda España necesitan oficiales é industriales aventajados en las labores más delicadas. Para esta difusión y la que debería ser más expansiva de los conocimientos perdidos; para el aprovechamiento de aptitudes, qu e


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en todos los confines de nuestra patria abundan, se necesita de este otro medio general, que no sorprenderá á nadie por cierto. Segundo.-La enseñan,ra del artesano é industrial de las obras

Desde hace muchos años el Estado ó las sociedades económicas vienen ocupándose en la instrucción del obrero; existiendo de antiguo en Madrid el Conservatorio de Artes y Oficios y otras escuelas de provincias con análogo instituto. Ahora mismo, esto es, por decreto del ministerio actual de Fomento se ha ampliado, difundiéndola á considerable número de localidades españolas, con escuelas de artes y oficios, que no dudamos sean fructuosas. Sus exposiciones recientes se elogian mu cho y de ello debemos congratularnos. Pero algo echarán de menos nuestros sabios arquitectos barceloneses, cuando, siendo tan excelentes conocedores del alcance y trascendencia de esas escuelas, desean abarcar otros recursos para rehabilitar los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica en el concepto artístico. El de la propagación de sn enseñanza á la altura de lo presente co n relación á los países más cultos, no la pueden desconocer, ni rechazar; lo que anhelan, sin duda, es algún paso más en ella en el sentido preciso de su prefijada cuestión, en el sentido concreto de que los oficios y artes auxiliares recobren estéticamente su importa ncia perdida. Para esto conviene que sin adulterar el plan general presente de la enseñanza industrial y manufacturera, se complemente con otro, que obedezca al concepto preconcebido de la cuestión propuesta, que tenga su fin directo y largamente extensivo, y que se excogiten en él los medios teórico-prácticos más eficaces para alcanzar semejante fin. En nuestro libro precitado anunciábamos algo de nuestra idea al estampar en la pág. 3 54 las siguientes palabras ... «Si los gobierno s hubieran conocido claramente esta sencilla clasificación, si co mprendieran su esencial trascendencia en la enseñanza industrial, no ensayarían sin éxito multitud de planes para educar en sus distintos oficios al artesano, que confunden muchas veces con el mecánico artífice ó con el maquinal obrero.» ¿Y qué clasificación es esa, á qué entonces nos referíamos? La de

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todas las artes industriales en general, sometidas según su uso, construcción y formas, necesaria é infaliblemente á una de las tres Artes Bellas gráfico-plásticas, hijas del diseño. Según esa clasificación, que con gusto reproducimos, pertenecen á la Pintura, Escultura y Arquitectura las artes, oficios é industrias que en sus respectivos cuadros aparecen, y son como sfgue:

Pintura.Primera sección. j Pintura ornamental. Pintura escenográfica.

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Grabado ornamental. Nielado. Segunda sección... Incrustaciones, embutidos, taraceas. Musivaria.

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Pintura cerámica. Tercera sección.•.. Vidrieras pintadas. Esmaltes, etc.

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Calcografía. Cuarta sección ..... Cromo-litografía, etc. Fotografía e_n placa, cristal, papel, etc., etc.

' E p1gra . f'ia. Quinta sección..... Caligrafía. Códices y miniaturas. Tipografía. Encuadernación. 1

Escultura.-

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Talla. Modelado.

Primera sección... Forja. Cincelado. Troquelado . Vaciado. Calco. Fundición.

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Orfebrería civil y religiosa. Segunda sección... Platería idem idem. Joyería.

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( Herrería. Cerrajería. Tercera sección .... Bisutería en bronce, latón, peltres, calamina , · plata Roulz, etc., etc ., etc.

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'L ap1'd aria. .

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Lignaria. Cuarta sección ..... , Evoraria. Y otras industrias análogas en las demás sustandas naturales ó artificiales. 1 Quinta sección Indumentaria civil y religiosa. Sexta sección ....... Armas y armaduras, etc.

Arquitectura.Hojalatería. Primera sección .. ·( Latonería, etc. Cartonería, etc. Tornería, etc. Marmoraria ó lapidaria arquitectónica. Segunda sección ... Cerámica propia de los edificios. ) Herrería. Carpintería de edificios, etc., etc. \ Mueblaje civil y religioso. Tercera sección ... ) Carruajes. Buques ó sus accesorios.

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Alfarería en todos sus ramos. Cuarta sección..... Porcelana en general. Vidrios y cristales. Objetos de cristal.

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Indumentaria del mueblaje. Quinta sección ..... Indumentaria del edificio. Tapicería. Colocación en los salones de su mueblaje, indumentaria, etc., etc. Todo lo que no sea el establecimiento de esos tres grupos de enseñanza de artesanos é industriales, que muy bien pueden llegar á artistas, en nuestro sentir no colma la medida, ni tampoco en la opinión de los arquitectos barceloneses, autores del tema tercero. Entre los expuestos se hallan inclusos los oficios é industrias auxiliares de la Arquitectura, que se quieren restablecer; pero no es hacedera, ni aun conveniente, la creación de una escuela especial para estos últimos; asociados en armónico consorcio con todos los demás oficios y artes industriales de nuestro programa, pueden 28


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desarrollarse sabiamente en el común aprendizaje de las escuelas de artes y oficios. Toda manufactura obedece á tres móviles fundamentales, el del uso y comodidad, el de su construcción y solidez y el de su belleza en más pequeño ó mediano grado estético; po,que todas, aun las que menos lo parecen, sirven para algo, están confeccionadas de algún modo, ó placen más ó menos en su contemplación artística. La enseñanza de todos los grupos, sección por sección, debe extenderse á los tres conceptos teórica, gráfica y prácticamente, aprendiendo de la explicación oral, ejercitando con dibujos lo oído y visto, componiendo con ellos todo lo ejecutable, y realizando en talleres composiciones de todo lo incluído en nuestra vasta clasificación . Es preciso que pintores, escultores, y sobre todo arquitectos, amantes de los oficios é industrias, conduzcan á los alumnos de las nuevas escuelas á los lugares propios donde radiquen las mejores muestras de otros tiempos, y á su vista las analicen, las comenten y expliquen en todos sus pormenores, no dejando nada olvidado de su utilidad y cómodo uso, no omitiendo el menor detalle de su hechura ó construcción ligera ó sólida, y despertando á la presencia de sus formas y pormenores artísticos todo el amor que el objeto examinado merezca. Es conveniente que los profesores, necesariamente arquitectos, hagan medir, acotar y diseñar esos mismos objetos á sus alumnos, para que obtengan éstos la posición gráfica de los modelos, que en lo sucesivo hayan de reemplazará los grabados y litografías de las cartillas extranjeras, promulgadas las más veces por el mal gusto de la más inconsciente y caprichosa moda. Apremia que nuestros artesanos, siempre bajo la influencia de sus naturales profesores, compongan mejores hojas de puertas, más elegantes muebles, más lindos dechados de tapicería, más bonitos vasos ce• rámicos, estampaciones que al menos signifiquen algo, y que en suma, acaben objetos de industria ú obras cualesquiera con más intención, más noción histórica, más carácter artístico-nacional y más quilates de belleza, que toda esa porción de trebejos y baratijas que nos abordan por el mar ó por los Pirineos, atestando nuestros bazares, ó multiplicándose en nuestras construcciones. Nuestra rara habilidad de imitar á los extranjeros, según reciente opinión de los mismos, debería comenzar por conocerá nuestros antepasados.


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Por último, es indispensable que en los talleres de las futuras escuelas se realicen las composiciones de antemano discutidas, y que, dándoles cuerpo y forma, los obreros se convenzan por sí mismos de su suficiencia y progresos, y emulando entre sí, con los extraños y compatriotas de otros tiempos, produzcan algo más que hasta ahora en progreso incesante y ascendente hasta lograr, si no la obtención absoluta del apogeo _por nosotros bosquejado al principio de este escrito, al menos la aproximación más factible y aun oportuna, dadas las circunstancias de la economía que se impone y la de las nuevas exigencias que nuestra sumisión reclama. Si así lo hicieren las escuelas modernas, modificadas ó sin modifi car, para ellas será toda la honra; pero siempre se habrán de tardar algunos años en educar obreros y artesanos, que sean recibidos co n los brazos abiertos en las restauraciones arqueológicas, ó en las construcciones de nueva planta, dóciles á la voz del arquitecto á quien ya sabrán obedecer; así penetrarán sin dificultad ninguna en los grandes talleres fabriles y manufactureros para rejuvenecer con sus trabajos el de los respetables veteranos del mismo, cambiándose armónicamente entre sí práctica por fecunda noción, novedad razonada y floreciente por notorios procedimientos de reconocida utilidad práctica; y así finalmente, los obreros, los artesanos, los verdaderos maestros, porque han aprendido y saben, podrán abrir sus propios obradores y talleres, fundando casas de artefactos y manufacturas útiles, perfectamente elaboradas y rebosa ndo gracia y elegancia, para regocijo y confianza de compradores, que ya no tendrán que rendir tributo á los almacenes extranjeros, contrarrestándose la perniciosa monomanía de .nuestros hombres acaudalados, que no saben vestir, morar, ni yacer más que á usanza extraña, con trajes, muebles y en edificios extraños. ¿Pero de qué Je aprovecharían á nuestros infortunados menestrales y manufactureros su aplicación y vigilias, robadas por la noche al descanso de las fatigas cuotidianas, si después de tanto afanarse, la sociedad que tienen á su alrededor no camina á su compás, y los arroja al vado, sin campo á su reputación honrada y sin pan para sus amados hijos? Por esto hemos meditado en el medio siguiente, que ofrecemos á la consideración del Congreso.


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T ere ero. -Fácil y segura aplicación de la enseñanza apre11dida Armonía del capital con el trabajo

La de las restauraciones, que colocamos en primer término y la de las escuelas y sus talleres, que acabamos de significar, son enseñanzas en efecto estériles para la realidad del trabajo diario, si no hallamos la segura salida del obrero á su trabajo, que es el destino final de todas sus aspiraciones. Dar trabajo á los artesanos es más difícil que enseñarles; porque para esto último sólo basta un gobierno previsor, arquitectos espe• ciales y alumnos que se ofrezcan espontáneamente al sacrificio de honrarse y honrar el trabajo; mientras que para encontrar éste, urge que los arquitectos tengan muchas obras, que en ellas proyecten y ejecuten cosas que requieran la cooperación de artesanos bien instruídos; que los dueños, los patronos, las sociedades, las corporaciones y el mismo Estado no se duelan, ni escandalicen de acabar obras dignas de algún merecimiento, y que para esto esos mismos particulares propietarios, esas mismas colectividades administrativas, esos mismos representantes del gobierno, estén tan instruídos ó más que los propios obreros, lo mismo que el público, que ha de juzgar, y que el periodismo que se abroga la fiscalización de todo. Para vulgariz.m· la idea del Arte en todas sus manifestaciones es· cribimos este libro, y aun no hemos realizado la primera edición. ¿Cuántas se hubieran tirado en el propio tiempo de novelas picantes y verdes hasta enrojecerse un guardacantón, y cuántas de historias patibularias de bandidos astutos, ó de sanguinarios facinerosos? Esta triste comparación nos explica la inmensa dificultad de educar la masa general de hombres y mujeres, que constituyen nuestro pueblo; en orden á lo que tratamos ahora, no tan atrasado relativamente á los demás de Europa, como algunos europeos suponen. Y medio tan comprensivo, complejo é interminable se nos escapa de la posibilidad, si á la muchedumbre, si al conjunto de todos los espaííóles se extiende, por lo que fuerza nos es concretarlo á lo verosímil y cumplidero en plazo no muy lejano. Para esto no podemos pasar de nosotros mismos, ni de los po· deres que con nosotros se entienden para la erección de los nuevos edificios, ó conservación y restauración de los antiguos.

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No es lógico que nosotros los arquitectos preparemos los obreros con una selecta enseÍlaoza, para no tenerles dispuesto á su te rminación trabajo donde ejercitarla. No es justo exigirles tanto para no darles después lo suficiente. Y en vista de este serio compromiso, obligados quedamos á verter en los proyectos todo el tesoro de las buenas y antiguas fábricas, toda la po:npa de su ostentosa decoración. ¿Pero quién de vosotros, ilustres compañeros, se atrevería á tanto? ¿Quién se expondría á arrostrar las reconvenciones y repulsas de los dueños de obras, quién la dura negativa de las alborotadas co rporaciones, quién la prohibición del enojado Gobierno? El que tal abnegación tuviese sería tachado de iluso visionario por todos sus émulos, imprudente inoportuno por los interesados en los desembolsos, inconsiderado y ciego por el público, raras veces indulgente. La clientela del más favorecido correría riesgo de perderse, la re putación de amenguarse, y los medros de malograrse, sin que le quedase al temerario emprendedor; ni aun la gratitud de aquellos por quien se sacrificase. ¿Y en tales antecedentes y consecuentes nos atrevemos nosotros á proponeros semejante medio de fomentar las industrias y oficios auxiliares de nuestra profesión? Difícil es en verdad, y sin embargo no hay otro, ni más eficaz, ni de resultados más funestas, si á él se renuncia. Sin hacer algo en Arquitectura, que á ella misma se parezca, sin realizarla como arte, según fué, jamás será nada, ni en lo presente, ni en lo porvenir. O con la Arquitectura ó sin la Arquitectura: no hay otro dilema. Si con ella vamos á los limbos de lo futuro, persiguiendo el fantasma sublime de su alta regeneración, sosteniendo en lo presente su progreso, sin vergonzosos tropiezos y perniciosas caídas, el séquito de artesanos é industriales nos rodeará sin separarse de nosotros y el medio propuesto ahora de la aplicación de sus mayores co nocimientos en el debido trabajo, no será una promesa vana, sino resultado tan provechoso como infalible. Si de los adelantos y prosperidad creciente de la Arquitectura prescindimos, si renunciamos á su triunfo, el medio es ilusorio y más aun contraproducente y expuesto. Ilusorio; porque no prevalecerá ... contraproducente; porque le-


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jos de atraer bienes, acarreará males sin cuento para las industrias auxiliares, para los obreros y para nosotros mismos; peligroso y expuesto, porque sobre la reconv<!nción constante y hasta justa c!e los obligados á saber más en el trabajo, que no se les concede ó facilita, recaerá el escarnio, viendo que ellos saben, porque nos• otros los hemos ense1íado, más de lo que nosotros hacemos y exhibimos. ¿Necesitaréis, oh prudentes compañeros, algún ejemplo? ... Y vueltos ahora á esos poderes á quien tanto respetáis y á los cuales con tanto comedimiento os inclináis, temerosos de excitar su animadversión, permitan ellos que así los apostrofemos. ¿No queréis coadyuvar al sostén, fomento, prosperidad y triunfo de la Arquitectura; os juzgáis ajenos á las exigencias que su comodidad, utilidad y necesidad imprescindibles os imponen ; creéis que no ofrece riesgo alguno prescindir de su mayor ó menor solidez, aunque con tan absurda y temeraria exposición peligráis vosotros y vuestra amada familia; reputáis como superpuestos perifollos de un lujo estéril é improductivo los exornas de su hermosa decoración¡ tenéis tan encallecida el alma amante de lo bello, tan embotado el sentimiento de sus desinteresadas y puras emociones, que á nada os obligue la reproducción de cuanto hicieron todas las edades florecientes de nuestros mayores; os horripila la decorosa fabricación de meritorias viviendas, ó la erección de bellos palacios y otros grandes y pretenciosos edificios de costo exhorbitante y renta escasa ó nula, con desventaja manifiesta del tanto por ciento, que cosecháis á manos llenas en otras más pingües y arriesgadas empresas? Pues proseguid si os place por semejante vía ... la historia en lo porvenir os aplicará el dictado que merecéis, si es que vuestros ignorados nombres con vuestros edificios pasan á la historia. Mas en previsión, no de este anatema que á sus merecedores los tiene sin cuidado, sino para prevenir efectos reales y tangibles mucho más perniciosos, urge á todo trance que propietarios, arqui tectos y artesanos se confederen muy seriamente para armonizar el trabajo con el capital, esto es, el coste de la mano de obra, con el sacrificio que el capital debe imponerse para lograrla; pues no de otro modo se adelantará el más mínimo paso, ni nadie se entende· rá á orillas del conflicto. Urge infinito que la vida modesta del artesano se haga más lle-


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vadera y viable para que trabajando mejor no aumente el precio justísimo de sus manos, sino por el contrario, para que haciendo de su parte algún esfuerzo en aras de la salvación nacional, abarate cuanto pueda su obra; urge por todo extremo que el propietario, el patrono, el capitalista se convenza de que lo barato es caro, y que ganan mucho más labrando á conciencia bellamente sus obras, que saliendo de cualquier manera del compromiso para estrujar más y más su capital, á fin de que destile mayor tanto por ciento. Urge, en fin, que los arquitectos sean vínculo estrecho, é inteligencia haciente de estos dos extremos al parecer contradictorios, que hay que adunar; porque de sus esfuerzos titánicos, colosales, ha de surgir precisamente la Arquitectura de lo porvenir, y toda la pléyade de oficios y artes sus auxiliares, rejuvenecidas y hermoseadas. Si este milagro del amor al arte, si este prodigio de la armonía entre los coaligados, propietarios 1 arquitectos y artesanos, no brota de sus esfuerzos unidos, vano es cuanto hemos dicho de la enseñanza, del necesario trabajo, de la resurrección de la Arquitectura y de sus oficios coordinados, é inútil cuanto después añadiremos sobre las exposiciones, certámenes, premios, asociaciones, gremios, propaganda y cambio de conocimientos. Todo el edificio de vuestro buen deseo, señores arquitectos, to do el empeño que ahora mostramos nosotros, todo sucumbe, y no hay más remedio que esperar el nebuloso, oscuro porvenir. Cuarta.-La exhibición, el certamen, los premios

Para que el trabajo aumente aun faltan otrO!i estímulos, según las tendencias de nuestros días. Conviene que sus productos se vean con aprecio en parajes públicos, y que de todo el mundo sean reconocidos y encomiados. Conviene la exhibición; pero no solo internacional y periódica, como la que ahora se está celebrando en Barcelona, sino la de todas las capitales de provincia, ó ciudades más importantes de España por su comercio, actividad y tradiciones. A este fin deben los gobiernos, deben las corporaciones, los hombres ilustrados y hasta los obreros mismos elevar ligeros y anchurosos palacios, donde se alojen con holgura y elegancia miríadas de manufacturas y artefactos.


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Firmes nosotros en esta idea, trazamos hace muchos años en Sevilla uno de esos tinglados monumentales, movidos de nuestro desinteresado amor, y aquel dibujo se grabó y estampó; pero no pasó de eso. Es indispensable que estos laudables impulsos no se malogren, que esos palacios de hierro y de cristal, ligeros como el vapor y diáfanos como las estaciones de los ferro-carriles, no queden en estampa como el nuestro. En ellos se ha de ilustrar, más que nadie, el público, que es el más difícil de educar y de redimir. Por su mediación esa enseñanza universal, que tanto echamos de menos, será en breve un hecho consumado. Un museo enseña en una hora más que cien libros en un año, y esos palacios artístico-industriales serán museos perennes del trabajo artístico, obrero y fabril, que pondrán de relieve ante nuestros ojos todas las cosas necesarias á nuestra vida, y á los goces del alma, con sus respectivos progresos y ventajas. La curiosidad llevará primero á tales localidades no pocos ociosos de ambos sexos; pero ociosamente se ilustrarán sin advertirlo, y nadie habrá perdido el tiempo. Después irán los interesados en proveerse por mayor ó por menor de objetos industriales, ó los aficionados á primores de arte y tampoco saldrán descontentos de sus visitas; y en todo caso los mismos obreros ó artesanos concurrirán allí para aprender, ó quizá para criticar lo que hagan los demás, pero siempre saldrán con más idea que cuando entraron. El Certamen quedará desde luego establecido en cuantos objetos de arte ó de la misma clase de industria, pero de distintas manos, se coloquen allí los uno junto á los otros. La comparación resultará á la vista, el público juzgará y elegirá, y su preferencia, justa ó injusta, avivará las manos de los productores. De aquí el estímulo, la emulación laudable y los esfuerzos individuales para triunfar en tan provechosa contienda. Si ese público caprichoso, y no pocas veces ni consecuente, al terciar en el certamen, se inclinara á lo peor, cosa que no es extraña, porque jamás ha sido infalible; para eso puede servir el periodismo; pero no el omnisapiente porque sí; sino el de los doctos y autorizados inteligentes, encanecidos en el e~LUciio.


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Verificado el certamen, procede el triunfo en la lucha, ó lo que es lo mismo el premio. El mejor sin duda es, que el público interesado compre mucho, que el propietario adopte lo mejor para sus obras, y que el arquitecto, ó directores de las mismas, elijan entre los trabajadores más idóneos del certamen, con preferencia á otras recomendaciones. Si los gobiernos, si las corporaciones populares y económicas, después de visitar las exposiciones, acordasen premios oficiales para adjudicarlos en concienciá, y además de los diplomas conferidos en público, resonase la noticia de tal acto por los pregones del periodismo, resultaría un gran premio de doble lucidez; pero que excite amargas envidias. Mejor fuera que los mismos compañeros en el trabajo, premiasen ni obrero; porque su espontánea comunidad, no daría eco á la voz de los envidiosos. Con exhibición permanente, certamen constante, premios de continua oportunidad, esos palacios de las Artes Bellas y de la Industria se alimentarán, subsistiendo gracias á sus efectos; y á multitud de pormenores administrativos de su interior establecimiento que no son del caso, ni de nuestra incumbencia (1). Apresurémonos todos á su planteamiento y elevación, previniendo así imposiciones violentas de ciertas masas y sus rencillas y quejas; pues saliéndoles al camino para colmar á manos llenas todas sus justas satisfacciones, ninguna razón ni derecho les quedará á mostrarse ofendidos en las venganzas. Apresurémonos á erigir palacios á las Bellas Artes, á la I ndustria, al Trabajo. ¡Quizá en el pendón de lo porvenir se lea el nombre de éste último escrito tras los excelsos del Amor y de la Armonía, como eureka humano de la palabra divina del Dios hombre, Redentor del Mundo! Quinto.-La asociación. Los g,·emios. La propaga11ia

Vamos á finalizar esta ímproba tarea, proponiendo los postreros recursos que pueden devolverles acaso á las industrias y oficios, anexos á la Arquitectura, todo su esplendor pasado. (I} En efecto: toJos cuantos medios proponemos se pueden traducir en bases, reglamentos y proyectos de pormenores infinitos, variables en cada localidad; y por tanto de un imposible agregaci ón á estas indicaci o nes.


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La asociación, se ha dicho entre los modernos, que es la palanca de Arquímedes; pues dado un punto, con ella se levanta el mundo. El .:1mor al trabajo estrechará á sus cultivadores en común amor, sin,..reparar en procedencias, y de esta unidad en la variedad, que es la única posible manifestación universal de toda esencia en lo real y absoluto, resultará la armonía, pacífica, creadora, inconmensu_rable, casi infinita; fuente de todo bien, foco de toda verdad, y campo de toda hermosura. Los verdaderos hermanos de la verdadera fraternidad, fundada por el amor con la armonía, se constituirá en asociaciones del trabajo moral, intelectual y material; fíjense bien los obreros en estos tres conceptos. Al congregarse, nada de inmiscuidades filosóficas, políticas, ni socialistas que puedan distraerles del logro de su trabajo y de su ensalzamiento. Cada cual en su fuero interno piense y conspire, respetando siempre la ley y á los demás; pero en la asociación del trabajo honrado , todos deben deponer la saña de sectas y banderías, y abrazarse como verdaderos hermanos de la verdaderafraternidad en el trabajo. Unidos armónicamente por él y para él, honrándolo y honrándose con él, triunfen los artesanos é industriales de la naturaleza, transformándola en mil modos á merced de la ciencia y del arte, en beneficio humano; que la asociación les da"rá recursos pecuniarios para todo; para premiará sus más alentados compañeros, para formar valiosas bibliotecas, allegar periódicos, estampas y diseños, adquirir instrumentos, máquinas, herramientas, etc., y proveerse de materiales, talleres, utensilios y cuantos recursos sean indíspen· sables para la consecución de su laudable fin. La asociación les proporcionará todos los medios de atender á sus mismas personas y á las de su familia en las necesidades y desgracias, como en muchas partes de España ya se practica, pudiéndose ampliar y mejorar sus usuales procedimientos. La asociación les prestará también centros de recreo tan bones· tos como útiles, si con los periódicos facultativos, los libros periciales, los instrumentos, las herramientas y los talleres, adunan las dhtracciones y goces á que son tan acreedores los que se fatigan en el trabajo, para su debido solaz y descanso, cosa que en verdad, no desatienden en algunas localidades, aunque como dijimos antes, también se pueda reorganizar en más dilatadas y fructíferas condiciones.


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Pero para que los hijos del trabajo no divaguen, ni vacilen en medio de tantas asociaciones cooperativas, ó de recreo; para que no se extravíen á través de tantas federaciones industriales, círculos de artesanos y de todo ese lujo de agrupamientos con los -cuales hoy se aturden, preferible es la asociación con todas las ventajas del presente, conocimiento del pasado y esperanza del porvenir, volviendo los ojos á la admirable y seria organización de los gremios, resucitándolos prácticamente con instalación de otros, no precisamente copiados con demasiado servilismo al pié de la letra, sino acomodándolos sabia y prudentemente á nuestras necesidades, á nuestra vida, á nuestro pensar y sentir, para que florezcan hoy como antaño, y renueven el trabajo rejuvenecido de nuestros antepasados. Que esta manera de agrupar la honrada multitud de nuestros obreros es la legítima y eficaz, pruébalo una sencillísima consideración. ¿No tienen casinos, círculos, centros mil de asociación en Barcelona, y toda España? ¿Cuándo se ha publicado más en orden á todas las artes y oficios subalternos de la Arquitectura? ¿Berlín, Londres, París, Lieja, el mundo entero no nos abruma con libros, cartillas, láminas y cuanto del presente y del pasado se pudiera codiciar en punto á modelos de oficios é industrias? ¿No sobra todo esto en los círculos y casas de recreo, donde se congregan los artesanos? ¿Y por último: los mismos artefactos y manufacturas no se nos remiten de todas partes á millares con profusión gue nos ahoga? Pues á pesar de todo eso, el lema de los señores arquitectos barceloneses es oportunísimo y conveniente á todas luces. Es preciso la sociedad agremiada, consciente, dirigida, deliberante é intencional sobre la fluctuación de ese inmenso mar social donde todo bulle, todo se discute, todo se quiere imponer, y nada sobresale perfecto. Es preciso que dentro de esos gremios los obreros inteligentes se ciñan el mandil, para trabajar raciocinando sobre el trabajo, y quilatar los grados del aprendizaje y de la maestría. La asociación agremiada no les quitará ninguna ventaja material cooperativa, ni ninguna expansión de actualidad, 6 goce moderno, guiándolos á la . legítima conquista de la respetable personalidad haciente, y abriéndoles todas las vías de la propaganda conveniente á sus intereses combinados. Es recurso propagandista el perió:iico propio, esto es, el de los re-


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dactores y suscritores de la misma asociación gremialmente constituída. Propaganda se hace con la remisión y cambio de los objetos elaborados en todos los confines de la tierra, y propaganda es la que se transmite con la misma persona del obrero, viajando más por dentro que por fuera de España, ó si en el extranjero, después de conocernos bien á nosotros mismos y á nuestras propias obras. Id todos á todas partes, pero sin las manos vacías; id ochocientos carpinteros catalanes, como pudieran ir otros mil albañiles andaluces, ó canteros gallegos al corazón de una de las naciones más trabajadoras del mundo, para hacer bizarra ostentación de la agilidad, destreza é ingenio del artesano español ¡pero cuánto más admirado no sería entre nuestros vecinos, si sus manos ejecutasen tanto y tan bello como supieron nuestros abuelos, y desean los arquitectos del Congreso barcelonés! Mucho pudiéramos elevarnos en loor del cambio intelectual que de estos viajes y demás recursos propagandistas proviniesen ; pero acaso nos alejaríamos demasiado de la cuestión, y es tiempo de cerrar el campo harto anchuroso del tema. Crezcan las restauraciones, aumente la enseñanza, asegúrese el trabajo, exhíbase, discútase en certámenes sin cuento, y prémiese. Por él y sólo para él, asóciense todos los obreros en gremios propios de nuestros días, propaguen entre sí cuanto sepan; pero sin olvidar el propósito de emular con los tiempos pasados, aventajándolos si nos es posible. Para honrar el Arte, decimos en nuestro libro tantas veces citado, formemos todos los hombres una cadena continua de polo á poco, dándonos las manos en amorosa fraternidad ... » Hemos concluido: que lo dicho os plazca, señores arquitectos, es nuestro mejor deseo y nuestro mayor regocijo. León 2 de Junio de 1888. El A. rquitecto

Demetrio de los Ríos

El Sr. Presidente: Conocidos son de todos el talento y condiciones que adornan al distinguido arquitecto de la catedral de Córdoba. Lo que se ha leído de él nos hace sentir que el Reglamento se imponga inexora-


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ble, obligándonos á mutilar un trabajo que con gusto habríamos saboreado. Creo que todos habréis oído con satisfacción los párrafos que se aca~an de leer, y ya que no podamos tener la honra de estrechar la mano á nuestro compañero D. Demetrio de los Ríos, la Presidencia cree que el Congreso podría acordar que se lemanifestase el íntimo agrado con que se ha oído su notable trabajo. (Grandes aplausos. ) Queda aprobado. Tiene la palabra el señor Bassegoda.

El Sr. Bassegoda (D. Joaquín ): Señores: Después de haber oído el profundo y elocuente dictamen de la ponencia, después de escuchar gustosísimos el luminoso trabajo que ha tenido la galantería de remitir nuestro compañero D. Demetrio de los Ríos, bien comprenderéis que no es ocasión oportuna de terciar en este debate, para el que, como yo, no venga aq uí con Ja preparación necesaria. Al anunciarse los temas de que debía ocuparse este Congreso, me encariñé de un modo especia por el de este día, pero el compromiso que contraje con la Comisión organizadora de redactar la ponencia de otro tema, hizo que empleara en el del primer día un tiempo que hubiese deseado com• partir con el que discutimos hoy. Por lo tanto, no voy á hacer un discurso, del modo que lo ha hecho la ponencia; me limitaré tan sólo á exponer sencillamente, ya que otra cosa no podría, algunas ideas que tenía en mi imaginación, como base de más extenso traba jo, si hubiese tenido tiempo para ello. Dice el enunciado del tema que debemos discutir hoy: ce ¿Cómo )) podría obtenerse que los oficios é industrias auxiliares de la cons »trucción arquitectónica recuperaran, en el concepto artístico, la »importancia que tuvieron en otras edades?» De este enunciado se desprende, efectivamente, que es un hecho la inferioridad en el co ncepto artístico de las industrias auxiliares y dependientes de la co nstrucción, con relación á lo que fueron en otras épocas históricas. Y realmente, si por un momento nos detenemos á contemplar los descubrimientos arqueológicos de que con justicia se envanece el presente siglo, nos admiramos, nos quedamos extasiados ante l0s modelos que sobre el particular nos han legado los pasados si glos. En toda manifestación, en toda transformación de la mate-


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ria por la mano del hombre, se ve la idea fundamental del arte, la expresión del ideal. En este momento no puedo menos de recordar las elocuentes frases que pronunció el Sr. Aguado, en la sesión primera, haciéndonos ver la subordinación en que debe encontrarse la materia, sea ésta la que fuere, respecto de la idea que el artista trata de expresar, y por esto serán siempre la admira~ión de los artistas, cualesquiera que sean sus gustos y aficiones, la gallardía de formas de esos mil utensilios domésticos provinientes de la civilización helénica ; la variedad de perfiles y colores de los vasos etruscos, las primorosas muestras de la orfebrería del período románico, las obras de cerrajería de nuestras catedrales góticas, los delicados muebles de la época plateresca. Todas estas obras revelan un perfecto conocimiento de la materia íntimamente . unido á la feliz expresión del concepto artístico, y por esto, al compararlas hoy con los productos similares de la industria moderna, nos encontramos con una inferioridad notable que tratamos de ver si puede remediarse, ó hablando más exactamente, de ver si andamos acertados por los caminos tiempo há emprendidos para remediarse . Para constituir cada uno de esos brillantes períodos que han formado época en la historia del Arte ha sido preciso el concurso de tres elementos: en primer lugar el genio creador del artista; luego el artífice que, sintiendo la idea expresada por el primero, doblega fácilmente la materia hasta hacerla dócil instrumento de expresión de aquélla, y por fin, el público, la sociedad, cuyo criterio artístico debe hallarse á la altura de los dos primeros, si debe apreciar debidamente la belleza. Si en todos los grandes períodos del Arte se han encontrado reunidos estos tres elementos, es indudable que su reunión es aún más necesaria cuando se trata de las obras del arquitecto, supuesto que su arte es eminentemente social, y por lo tanto deben ser sus obras la fiel expresión de todos los elementos que constituyen la sociedad en medio de la cual vive, y ésta, por su parte, ha de leer como en un libro abierto las ideas elevadas que expresa la obra ar · quitectónica. En la época actual entiendo yo que faltan dos de los tres elementos que vengo considerando, supuesto que ni el artífice ejecutor de la obra artística siente hoy (por regla general la belleza de la forma, sentimiento que sólo se adquiere con la prolongad a contemplación de los buenos modelos, ni el público, que debe ser el juez en la materia, está poseído del verdadero sentido artístico ,


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indispensable para apreciar las bellezas de proyecto y de ejecución. Pero como la consideración de este tercer factor podría dar lugar á réplicas y nos llevaría más allá de lo que pretendo, dejaré por sentado que hoy día se nota una fuerte reacción en el sentido de extenderse los conocimientos artísticos, que nuestra sociedad va gustando cada día más de las bellezas, y no está lejano el día en que se vea enteramente reflejado entre todas las clases sociales el verdadero concepto artístico. De consiguiente, me limitaré sólo á desarrollar ante vuestra consideración lo que tiene de deficiente el segundo factor, es decir, el encargado de ejecutar en la materia plástica la concepción del arquitecto. Reconocido ya por la Comisión organizadora, y creo que todos nosotros convenimos con ella, que los conocimientos artísticos que reunen los operarios que intervienen en estas industrias auxiliares de la construcción, son deficientes, veamos de analizar las causas y el alcance de semejante deficiencia. No viene precisamente de nuestros días el grave mal que lamentamos; al contrario, viene de mucho más allá. La época del Renacimiento, que bajo muchos conceptos fué fatal á la marcha progresiva de nuestro arte, creo que no merece nuestro anatema bajo el particular punto de vista que hoy nos ocupa, puesto que si en muchas cosas dejó que desear, no así en lo que constituye la factura material, la ejecución, de la cual dejó magníficos ejemplos que prueban que á una habilidad extre • mada se unía casi siempre un vivo sentimiento de las formas, como que no se había perdido aún la tradición de las adelantadas artes industriales de la Edad Media. Debemos venir más hacia acá para encontrar la falta, debemos llegar al siglo pasado para presenciar cómo los conocimientos artísticos van desertando de los talleres de los artífices para refugiarse exclusivamente entre las clases elevadas de la sociedad, convirtiendo al Arte en un artículo de lujo, marcha fatal que se acentúa más aún durante la primera mitad del siglo x1x. ¿Y cómo no había de suceder así, cuando había llegado á la práctica la idea de que podía haber construcciones bellas y construcciones útiles que podían prescindir enteramente de toda noción de belleza? Si en lo principal, en el gran Arte, se partía de tan falso principio ¿cómo habían de salvarse del naufragio artístico las artes auxiliares? Viene, por fin, una especie de reacción, gracias al conocimiento del Arte de otras edades y mediante su estudio, no para copiarlo servilmente, sino para entender cómo en las buenas


ép~cas encarnaban su ideal hasta en los más insignificantes detalles de la forma, podremos llegar á averiguar si es posible que el sentimiento artístico de nuestra época se extienda á todas las industrias auxiliares de la construcción. Si pretendo hacer un resumen de las causas que á mi entender han contribuído al fenómeno que lamentamos, las podré reducirá tres, y al señalar estas causas de la deficiencia artística de nuestras industrias alfxiliares, debo lealmente señalar en primer lugar la que entiendo que nos corresponde directamente á nosotros los arquitectos. Sí, señores, creo que una de las causas del mal, y la coloco en primer lugar, es la culpa que en este estado de cosas nos alcanza á los arquitectos. Las ideas imperantes en la segunda mitad del pasado siglo y comienzos Jel presente dieron por resultado que el arquitecto, preocupado solamente con la grandiosidad de los órdenes clásicos y ofuscado quizás por el lugar que ocupaba en la sociedad de aquella época, relegara desdeóosamente á segundo término todas las cuestiones referentes á la ejecución material, dando lugar á una especie de divorcio entre el artista y el aparejador, único encargado de realizar materialmente las obras del primero. Falta completamente en estas obras el amor al detalle, que no deja nada al azar y que sólo es propio de las grandes épocas, y si tal acontecía con la misma construcción arquitectónica, claro es que con mayor motivo debía acontecer con esta variedad de industrias que sin tener la importancia de aquella, reciben vida artística del arquitecto. Otra influencia han tenido estas industrias que ha contribuído á bajarlas al nivel que codos lamentamos, y es la naturaleza mism a de la industria moderna; la industria moderna, que parece no tener más que dos ideales, si ideales pueden llamarse la utilidad y la economía, ha segado en flor las esperanzas que el verdadero artista podía sentir al concebir sus obras. Ya sé yo que la industria no ha llegado ni llegará nunca á matar el arte complelamente. No ha y más que ver el Certamen Universal de Barcelona para convencerse de que algunas industrias, particularmente la del hierro, han alean· zado en nuestro país un adelanto tal, que algunos objetos expuestos nada dejan que desear y difícilmente pudieran ser superados. Pero señores, porque veamos alguna muestra en una Exposición Universal, ¿podemos decir que poseemos una industria perfecta· mente artística? No, el sentimiento artístico debe llenar toda la so/


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ciedad, por decirlo así, y por consiguiente, el arte que no penetre en todas las capas sociales, que no entre en todas las habitaciones, que no informe el modo de ser de todas estas industrias auxiliares, no merece el nombre de arte, porque deja de ser social. Hay actualmente en la mayor parte de las industrias un divorcio completo entre el arte y la utilidad, parece que lo común es producir barato, prescindiendo de toda idea de belleza; los ricos son los únicos que pueden permitirse el lujo de contemplar las formas bellas que revis!en los más triviales objetos de su habitación, cuando esta belle• za debería ser un carácter propio de todas las manifestaciones in• dustriales. La consecuencia precisa de semejante anomalía ha sido que el artífice, como se llamaba en otras edades, el artesano, que pone algo de su sentimiento artístico en la forma que elabora, ha descendido al bajo nivel de rudo obrero, el obrero que tiene hoy día que ejecutar mil objetos iguales con procedimientos puramente mecánicos, y que por lo tanto ha de dejar todo sentimiento artístico, que quizás naturalmente tiene, á la puerta del taller. En tercer lugar debo hacer entrar como concausa del estado actual de estas industrias á la misma clase obrera. En su seno se han vertido ideas sociales y políticas de todas clases. bajo pretexto de instruir debidamente á sus individuos; pero á pesar de las innegables ventajas materiales que de algunos años á esta parte han alcanzado, hay que confesar que poco ó nada han hecho los obreros para entrar realmente por el camino de una sólida y progresiva instrucción, á pesar de ser ésta uno de los factores del bienestar relativo á que puede llegar y por el cual tanto se trabaja. Poco han hecho los gobiernos para difundir la instrucción entre los obreros, pero menos han hecho éstos para adquirirla. Y si os pareciere exagerada mi afirmación, visitad una noche las clases de nuestra Escuela de Artes y Oficios y os convenceréis de que están poco menos que desiertas si comparáis el número de sus alumnos con el de obreros jóvenes que llenan los talleres_de todas clases. Enunciados ya brevemente los tres elementos originarios de la decadencia artística en las artes auxiliares de la construcción, voy á proponer los remedios que á mi entender deberían oponerse á cada uno de ellos. El primero de todos, el que para mí sería más influyente, es la marcha que debemos seguir en adelante los arquitectos con respecto á este particular. Hagan lo que deban los gobernantes, estableciendo escuelas de artes y oficios, instalando muJo


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seos, abriendo bibliotecas, y cuantos medios de propagar la instrucción entre los obreros crean necesarios, pero no olvidemos que el primer maestro del artífice ha de ser el arquitecto, y esto mismo lo ha dicho ya, con mejor autoridad que la mía, el Sr. D. Demetrio de los Ríos en la memoria que acaba de leerse. No hay ninguna duda en que las restauraciones que se están llevando á cabo de algunos monumentos de otras edades contribuyen á que renazca el esplendor artístico, difundiendo entre los obreros el verdadero sentimiento de la forma, y en este sentido podemos decir que cada restauración constituye una excelente escuela práctica, ya que en ellas el arquitecto tiene buen cuidado al tiempo mismo de devolver la forma pristina al monumento, de resucitar procedimientos de ejecución injustamente olvidados y que contribuyeron eficazmente á obtener resultados que hoy queremos asimismo obtener. Naturalmente que la misión principal del arquitecto de nuestros días no es la de restaurar, sino la de elevar edificios propios de nuestra civilización; pero aun así, tiene el obrero grandísima ventaja en pasar un aprendizaje entre las obras de otras épocas, porque en muchas de ellas se encuentra la íntima unión entre el sentimiento de la forma artística y el conocimiento de los medios industriales más apropiados para obtener aquélla. No puedo dejar de recordar en este momento el ejemplo del primer arquitecto restaurador de nuestra época, el eminente Viollet-le-Duc, que á pesar de los graves defectos que como á arquitecto algunos le señalan, ha creado en Francia un cuerpo de artífices, de obreros- inteligentes en todas las industrias que de la .:onstrucción dependen, que son hoy día una gloria de su país. Imitando este ejemplo, estudiando las obras hasta sus menores detalles, dirigiendo el arquitecto personalmente la ejecución de muchos objetos é instruyendo á los obreros acerca de los medios de ejecución más apropiados á la forma que debe obtenerse, se ejercerá una benéfica influencia sobre estos obreros dotados por regla general de viva inteligencia. A la invasión incesante de esta industria mecánica que todo lo invJde bajo pretexto de economía, debemos también los arquitectos oponer un poderoso dique, en nombre del Arte, desconocido enteramente de esta industria. Ya se dijo en la sesión de ayer algo de lo que nosotros podemos influir en el ánimo de la Administración ó de los propietarios, y que la economía muchas veces no consiste en dejar de gastar algunos céntimos, sino que debe antepo-


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nerse á la cuestión de dinero, la de la higiene. Pues de la misma manera, añado yo ahora, debemos por encima de la cuestión económica, ver la _cuestión artística y el arquitecto para no desatenderla debe ejercer toda su legítima influencia delante del propietario y de la Administración. No pretendo con esto anatematizar á la industria moderna por su insaciable afán de adelanto ni prescindir de la verdadera economía en las construcciones, pero entiendo que se ha llegado á establecer cierta incompatibilidad entre la economía mal entendida y el ideal artístico tomado en absoluto : alcanzar el justo medio en esta materia constituirá un triunfo, al que debemos aspirar. Para neutralizar la tercera influencia de que he hablado, se hace preciso facilitar todo lo posible la difusión de los conocimientos artísticos entre los obreros, y para ello viene de la mano tratar de la cuestión de si es conveniente ó no la creación de escuelas de artes y oficios. Esperarlo todo de esta institución es para mí esperar de masiado, pero no puede negarse que bien establecidas han de infl uir también para obtener el resultado apetecido . La base de su enseñanza debiera ser el dibujo, y el estudio de sus aplicaciones debería hacerse sobre ejemplos corpóreos del arre de todas épocas, para lo cual sería menester museos de arte industrial. La acertada creación de tales museos ha bastado para desarrollar el gusto en las industrias de la Gran Bretaí1a, siendo universalmente reconocido la decisiva influencia que en este punto ha tenido el incomparable Museo de South Kensington de Londres. Pero si, como dije antes, los ensayos hechos hasta ahora en Espaí1a por este camino no han dado el resultado que era de esperar, á causa del poco celo que han despertado entre los mismos obreros, se hace necesario fomentar con toda clase de estímulos la asid ua concurrencia á las aulas de estas escuelas, y por ello juzgo indispensable que deberían establecerse recompensas á favor de los obreros que demostrasen mayor aplicación y aprovechamiento, disponiendo al efecto que todas las plazas dependientes directamente de la Administración y referentes á alguna de las industrias auxiliares de la construcción fuesen exclusivamente desempeñadas por alumnos de las escuelas de artes y oficios que se hubiesen distinguido por su aplicación y estuviesen provistos de diplomas que lo acreditasen. Podría, á mi entender, fomentar la concurrencia á di-


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chas escuelas alguna ligera modificación que podría introducirse en la Ley de Obras públicas.

El Sr. Presidente: He de advertir que se ha pasado el tiempo reglamenta1~-io. El Sr. Bassegoda (D. Joaquín ): Sólo -me falta un momento para concluir: El Sr. Presidente: Si desea terminar brevemente, preguntaré al Congreso si autoriza esta pequeña próroga. (Sí, sí. )

El Sr. Bassegoda (D. Joaquín ) : Doy las gracias al Congreso por su condescendencia, y corresponderé siendo muy breve. Decía que á mi entender debería modificarse la vigente Ley de Obras públicas en su artículo que trata de las adjudicaciones, introduciendo una pequeña adición. Hay casos en que en las subastas resulta empate entre dos ó más licitadores, y la adjudición se resuelve entonces por una licitación á la llana, de la cual resulta muchas veces una pequeñísima rebaja del tipo presentado. Como á la Administración no le aprovechan estas rebajas insignificantes, podría disponerse que estos empates se resolvieren siempre á favor del licitador que hubiese cursado aprovechadamente en alguna escuela de artes y oficios. Algo más debiera hacer la Administración en este sentido, y á fin de que la aplicación é inteligencia unidas á la honradez acreditada, fuesen colocadas en el lugar que les corresponde y no se confundieran bajo el mismo rasero con la ignorancia y la mala fe, como desgraciadamente acontece á causa de nuestra deficiente legislación sobre obras públicas, pero contentémonos con pedir poco, por ahora, para que sea más fácil obtenerlo. Para concluir repetiré lo que dije al principio, que no deseo en modo alguno que estas ligeras observaciones se pongan en frente de las luminosas conclusiones de la ponencia, deseo únicamente presentarlas á la Comisión de conclusiones de este tema y al mismo ponente, por si las juzgan pertinentes para la redacción definí-


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tiva de las conclusiones. Tales son los medios más sencillos, má5 prácticos y más factibles que en mi concepto contribuirían á elevar al artífice al lugar que le corresponde, convirtiéndolo de rudo obrero, en verdadero colaborador del arquitecto. (Grandes aplausos. )

El Sr. Presidente: El Sr. Rogent (D. Francisco) tiene la palabra.

El Sr. Rogent (D. Francisco ): Señores: Mucho os ha de extrañar que siendo seguramente el más joven , y por lo mismo el más inexperto de todos los aquí reunidos y que os considero más que compañeros, profesores, me levante para molestar vuestra atención exponiéndoos unas cuantas ideas, hijas tal vez de mis escasos conocimientos. Os ruego que no les deis más importancia de lo que significar puede un atrevimiento juvenil, impulsado más en el deseo de ilustrarme, que en el de ense ñar. Anticipándoos las gracias por la benevolencia que espero me dispensaréis, entraré en materia. El tema que se discute desarrollado por mi distinguido amigo y co mpañero, está enunciado en los siguientes términos: cr¿Cómo podría obtenerse que los oficios é industrias auxiliares de la constru cción arquitectónica, recuperliran en el concepto artístico la importancia que tuvieron en otras edades?» De la simple enunciación se desprende la gran importancia que re viste y lo mucho que se presta á razonada y amplia discusión, por ser tan extenso el campo que abarca, y tan diversos como importantes los factores que lo componen. En mi concepto puede agruparse se parando así los puramente artísticos, de los de procedimiento ó mecánicos; me limitaré sólo á algunas ligeras consideraciones sobre los primeros. Del texto del tema se deduce que las artes ú oficios auxiliares de la construcción arquitectónica, no tienen ó han perdido, el carácter artístico de otras edades. Valor se necesita, señores, para hablar de decadencia en el siglo llamado del progreso; hoy que todo son inventos y aplicaciones, que se conocen las civilizaciones é historia de los antiguos pueblos


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con la misma perfección y detalle que cualquier hecho reciente; cuando parece que se suprime de todos los diccionarios la palabra imposible, valor repito, se necesita en medio de tantos adelantos, hablar de un retroceso que por más anacrónico que parezca, realmente existe. Porque en Egipto, Grecia, Roma y todos los demás pueblos, al llegar al apogeo de su civilización alcanzaron también el apogeo de sus artes, llegando al extremo que, hoy que los superamos en todos conceptos, nos consideramos, y realmente somos, inferiores á ellos bajo el punto de vista artístico. Imposible es atribuirlo á atraso material, pues á más de todos los medios por ellos conocidos, poseemos el contingente poderoso de los elementos modernos, acrecentado con el concurso de los materiales no empleados en aquellas edades, y que permiten realizar las más atrevidas concepciones, ya lo sean por dificultad de procedimientos ó magnitud de proporciones, ya por ambas causas simultáneamente. Si considerado el asunto bajo este punto de vista no se hallarazón admisible, hemos de recurrir al fundamento de la cosa, es decir , á su creación: irracional sería suponer que los hombres de aquellas edades, fueron superiores á los de nuestro siglo; partamos, pues, del supuesto de la igualdad de capacidad, y encontramos en seguida como innegable, el que ahora se poseen mayores conocimientos, pues en los siglos transcurridos la humanidad ba progresado, y de consiguiente nos correspondería también estará mayor altura , y sin embargo los resultados demuestran lo contrario. ¿Estos razonamientos, qué demuestran? Que el arte no depende exclusivamente de la ciencia y del raciocinio; pueden ser puntos de apoyo para resolver los problemas artísticos, pero no su principio; esto es patrimonio exclusivo del sentimiento. Lo que llevamos dicho para el arte en general, comprende de lleno á la Arquitectura que es el arte madre y al que prestan su concurso todos los demás, y que por consiguiente están bajo su dominio. Prescindiendo de la escultura y pintura cuando obran como artes independientes, al hablar de los auxiliares de la construcción arquitectónica las comprenderé todas, pues todas por igual participan de las influencias materialistas del siglo x1x, que tan poco favorecen el desarrollo del verdadero Arte . Las obras arquitectónicas existentes de pasadas edades, nos demuestran que las artes auxilia· res de la construcción han estado siempre á la altura que les ha


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ex igido el desarrollo de la Arquitectura. Al levantarse el prototipo del arte griego, el Partenón, todas las artes auxiliares alcanzaron su apogeo, y desde Fidias con sus espléndidos bajo relieves cuya prodigiosa ejecución no ha sido superada, hasta el más humilde de los canteros que labre las sentidas curvaturas que en sus lineamentos admiramos, todos contribuyeron á la ejecución perfecta de la obra del insigne Ictinus. Otro tanto sucede con los monumentos de los siglos medios, pero en condiciones muy diversas y bajo puntos de vista distintos. El arte arquitectónico griego exigió de sus auxiliares perfección material, reservándose para sí el imprimir carácter y sentimiento á la ob ra. El arquitecto cristiano de los siglos medios concibe la traza ge neral y conjunto de la obra, deslinda los campos que á cada arte auxiliar corresponde, y multitud de artistas, no obreros, que sin desdeñar la forma la posponen siempre al sentimiento, completan la obra dando por resultado esos conjuntos artísticos que ningún ot ro pueblo ha igualado, y qu e mfa que obra de determinado artista, son el reflejo fiel de todo un pueblo . ¿Nos hallamos en las mismas condiciones, hoy existe esa unidad de criterio entre el arquitecto y los demás artistas, y entre éstos y la sociedad? no es cuestión de probarlo con palabras , los resultados lo demuestran. El arquitecto de la Edad Media se hallaba en el caso de un director de orquesta cuando dispone para cada instrumento de especialidades artísticas, y á los actuales se nos obliga á realizar lo mi s mo, pero no por medio de una orquesta de artistas, sino por una serie de instrumentos de música mecánica. Con esto no quiero dec ir, señores, que procuremos sustituir las artes modernas por las antiguas; aquellos que hicieron prodigios en pasados siglos, no son bastantes hoy á resolver las necesidades que la civilización actual presenta, y por ello han aparecido otros que cumplen y satisfacen los problemas que aquellos motivan. ¿Les falta carácter artístico? No . Luego en absoluto no hay decadencia de las artes respecto la civilización actual, pues satisfacen sus necesidades y aspiraciones, y son aceptadas por el espíritu dominante de la época. Esto no obsta pa ra que los hombres que se dedican á profundizar en estudios artísticos, que prescindiendo de los ideales positivistas de la sociedad, las encuentren decaídas y faltas de la inspiración que debe caracterizar toda obra artística, pretendiendo por ello su renacimiento, no es dentro de ellas donde buscan su remedio; el mal viene de


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más lejos, y para lograr el resultado apetecido, precisa primero mejorar el terreno donde tienen su vida y desarrollo, que una vez lo• grado esto, ellas mismas sin esfuerzo- alguno alcanzarán el resultado propuesto. Difícil es lograr lo primero, pues las causas son varias y tan infiltrados están los principios artísticos del Arte moderno de falsas teorías que, reglamentando el Arte, lo han ido aniquilando hasta hacerle caer del elevado pedestal desde donde dominaba la sociedad. Seguramente que la época moderna es la que más alardes de arte ha hecho, en ningún período se ha hablado tanto de estética y de principios artísticos, y sin embargo el Arte no tiene el esplendor de otras edades, ¿á qué es debido? á que en medio de tanto arte son raros los artistas. Nuestros antecesores que lo fueron, trabajaron solamente bajo su inspiración regulada por el espíritu de la época y las enseñanzas recibidas, y á buen seguro que no se consideraban tan artistas los humildes artesanos, que trabajando el hierro ó la madera, hicieron prodigios en la Edad Media, como hoy día se envanece de serlo el más vulgar y materialista industrial. Sucede actualmente lo que no registra ningún período histórico; el arte, no pudiendo dominar la sociedad imponiéndole una forma única que la satisfaga, ha caído en el extremo opuesto, y le proporciona todo lo que en otras edades cumplió dignamente, y con más propiedad, necesidades que desaparecieron con la civilización que las sentía. Imitar ó remedar los estilo¡; de otras épocas, no es ser artista, pues el Arte ha de expresar algo, y la copia si algo alcanza expresar, es la carencia de medios que obliga á pedir prestado á otras épocas lo que el artista no ha tenido vigor bastante para concebir. No quiero decir con esto, que si ahora cualquiera de los estilos antiguos se adaptase á las necesidades modernas y se adop· tara para las construcciones de este siglo, fuese imitarlo; en mi con• cepto el seguir ese estilo si las condiciones objetivas y subjetivas de su desarrollo son las mismas, no es imitarlo; á nadie se le ocurrirá decir que el siglo de Pericles en Grecia, imitó los monumentos levantados por sus antecesores, ni diremos tampoco que el siglo x1v remedó las bellas concepciones del xm; ambos siguieron el des· arrollo respectivo de su arte, y los arquitectos de ambas épocas, al concebir sus obras, adoptaron aquellas formas, no por copia, sino que obrando con entera libertad dentro de l~s límites que su época les imponía, las aceptaron para sus manifestaciones por sentimiento


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propio, hijo de la civilización que lás informaba y de las enseñanzas de sus antepasados. ¿Sucede lo propio en las modernas obras al adoptar para ellas una forma ú otra de pasadas edades? seguramente no, pues al escoger cualquier estilo sin más norma que las inclinaciones artísticas del compositor, prescindiendo de las circunstancias fundamentales que caracterizan la Arquitectura, dan lugar á esas imitaciones híbridas en las que sólo resplandece el dualismo de su forma con su fin. Mientras el Arte siga por estos senderos que, prescindiendo de los fundamentos lógicos, adopte para sus manifestaciones formas de otras edades sin más norma que el capricho ó la imaginación del artista, será imposible que las artes auxiliares recobren el carácter artístico que les falta, por no poder satisfacer al eclecticismo personal, que es la nota dominante de este siglo. Imposible es hoy obtener, como en la Edad Media, unidad de estilo con las variantes hijas de los accidentes locales; pero ya que esto no podemos alcanzarlo, intentemos al menos reducir el eclecticismo á agrupaciones, y obtener un resultado análogo al que ofreció la pintura al sustituir las formas góticas por las esplendorosas y exuberantes del Renacimiento clásico; procuremos formar escuelas que, basadas en las condiciones propias de cada comarca, desarrollen los principios arquitectónicos con unidad de miras y pensamientos, y alrededor de las cuales se acogieran las demás artes para salir de la confusión en (iUe se hallan. Procuremos encauzar el Arte arquitectónico, no obligarlo á esta universalidad que lo aniquila; que una vez esro logrado, las artes auxiliares seguirán á la Arquitectura y satisfarán sus exigencias como en todos tiempos las han satisfecho. Para lograr esto, es preciso preparar la sociedad, difundir los verdaderos principios artísticos ofuscados hoy completamente, hacer perder el espíritu de imitación que todo lo invade, y procurar que se obre por inspiración auxiliada por la ciencia; descentralícense los Estados que obligan á pasar por el mismo rasero naturalezas de índole tan distinta, dese mayor independencia á las agrupaciones que separan diferencias esenciales, y de este modo cada una marchará conforme á su carácter, tradiciones y medios . Reducida así la esfera de acción será más fácil obtener resultado, pues son más estrechos los lazos de amor entre los individuos de una comarca que en la de un::i nación, y por consiguiente con más 3T


facilidad se impondrían las conquistas que el genio de inspirac10n potente aportase al Arte, coadyuvando á ello la igualdad de religión, lenguaje, sentimientos y tradiciones. Si esto se logra, si se puede unificar el criterio artístico aunque sólo sea en fracciones, como podríamos llamar, pues dentro de cada región las artes industriales tendrían la guía que hoy les falta, y si bien esto no contrarrestaría la influencia que las máquinas y los procedimientos de reproducción ejercen, quedaría al menos limitada y adquiriría una cierta independencia que vendría á constituir su sello particular en cada comarca. No quiero molestar más vuestra atención, las ideas que he tenido el atrevimiento de exponer, son el reflejo de mi pensamiento, segu• ramente mal trazadas y peor dichas; contra esto no puedo decir más sino que me perdonéis por haberos elegido como auditorio en mi primer ensayo. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Belmás tiene la palabra.

El Sr. Be/más: Señores: Ni el tiempo que lleváis oyendo la lectura de hermosos trabajos, ni el tema tan magistralmente desarrollado, tanto en la forma como en el fondo, por D. Demetrio de los Ríos, ni cuanto nos ha dado á conocer el Sr. Torres, y que lo ha hecho como lo hace todo, perfectamente, me permiten que moleste vuestra atención por mucho tiempo; voy pura y exclusivamente siguiendo las ideas del mismo Sr. Torres Argullol, á añadir sólo dos palabras referentes á las últimas suyas sobre las escuelas de artes y oficios, y lo haré, porque yo que no vuelo tan alto como el Sr. Torres, yo que por carácter gusto de irá la realidad de las cosas y dar espíritu práctico á todas las que puedo, he querido ver si el Congreso añadía algunas palabras que viniesen á completar la idea que el Sr. Torres ha querido manifestar. Al tratar de las escuelas de artes y oficios, creo que lo poco que voy á proponer merecerá su aprobación, y si no que la modifique ó que la cambie, que de seguro modificándolo el Sr. Torres, saldrá una buena idea.


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Pero antes permitidme que con motivo de las manifestaciones hechas por el Sr. Bassegoda, diga alguna que otra palabra en oposición á las que nuestro di~tinguido compañero ha manifestado, con las cuales no estoy conforme. El Sr. Bassegoda nos ha dicho, que si ideal existía en la época moderna, era de utilidad y de economía; creo que no hay tal cosa; creo que efectivamente son ideales de nuestros días, la utilidad y la economía, pero eso hasta cierto punto. Pues qué ¿el Sr. Bassegoda mismo no nos ha dicho que existía en Londres el Kengsinton Museum? ¿Pues qué el Sr. Bassegoda no recuerda el palacio que hemos tenido el gusto de ver en Bruselas, en que se han gastado millones, en que se ha echado el dinero en cantidades fabulosas? Si esto es economía y utilidad solamente, dígalo el mismo Sr. Bassegoda. No; á mi juicio no es así ; creo que el ideal de nuestra época es hallar la utilidad y la economía en donde sea posible, y en nues• tros días se ha probado que el siglo x1x sabe gastar fabulosas cantidades cuando es necesario, y si no, á no gran distancia de este museo que nos citaba el Sr. B1:1ssegoda, tiene el palacio del Parlamento inglés; ¿ha habido economía en él? De ninguna manera; se puede hacer un viaje sólo para admirarle , y se puede ver que allí no ha existido tal economía. Pero aun suponiendo que el bello ideal de hoy día fuera la economía y la utilidad, yo pregunto, ¿pues qué , con la utilidad y la economía no se pueden hacer obras bellas y magistrales? No hace mucho recorrí el palacio de Bellas Artes, y cuando he visto aquellos techos que el Sr. Font ha pensado y dispuesto, me he quedado admirado exclamando: hé aquí la utilidad y la economía y hé aquí la belleza también. (Muy bien, muy bien. ) Así, pues, yo creo que cuando alguien se extraña de que la economía sea uno de los objetivos de nuestra época, se exagera si se dice que es el único, y si se quiere decir que en las obras hay ó se procura que haya economía; que el espíritu de economía predomina en nuestro siglo, yo lo encuentro bien y lo aplaudo, si este espíritu nos reporta la ventaja de que vivan nuestras clases obreras de una manera completamente distinta de la que vivían en otros siglos. En efecto, si recordáis cómo vivían estas clases y aun las clases medias, por no decir las clases elevadas, comparadas con nuestras clases de hoy, decid si hoy que hay mucha economía, si no se vive con mucho más confort.


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Creo que el bello ideal moderno será la utilidad y la economía, pero con la condición que puedan realizar belleza; y creo que pueden aporta(mucho bueno la economía y la utilidad por más que se truene contra ellas. Nos indicaba el Sr Bassegoda una idea en la parte referente á los medios que conviene adoptar, que se refiere á las contratas cuando habían de ejecutarse las obras por subasta, y respecto de esto debo decir desde_luego qu( un poco práctico ya en esta clase de asuntos, creo que no es posible su propósito. Cuando se sacan obras á subasta y cuando=se admiten contratistas, es necesario dejarles en absoluta libertad de que hagan uso ó echen mano de los obreros que·crean convenientes; y como quiera que esto nos lo dice la realidad de las cosas, tratar de poner remedio para que no suceda de este modo, creo que es tratar de una cosa que no es posible en la práctica. Hasta aquí.)o que debía manifestar respecto de lo expuesto por nuestro querido amigo el Sr. Bassegoda; pero hago constar también, que su trabajo me ha admirado, porque ha sido patente prueba de que es uno de los jóvenes de_Barcelona de más brillante porvenir y de los que más lustre han de dará nuestra profesión. Para terminar voy á expresar, según al principio decía, nada más que una pequeña idea qu( someto á la consideración del Sr. Torres, y á la de este ilustrado Congreso. Se habla de la creación de escuelas de artes y oficios, y claro está que este sería nuestro deseo ; pero ¿puede ser nuestro deseo que se creen escuelas de artes y oficios como las que tenemos en España? No, y debo hacerlo constar así, porque de otro modo se creería fuera de este recinto que estamos conformes con las escuelas de artes y oficios que hoy existen. Sostengo que éstas no son prácticas, sostengo que no remedian las exigencias de la construcción; las escuelas de artes y oficios tal como están hoy día, como sabéis perfectamente, no son más que unas cuantas enseñanzas elementales de aritmética, geometría y dibujo, pero esto no es hacer obreros inteligentes, esto no es dar una base de instrucción obrera. Pues bien, cuando decimos que deben crearse escuelas de artes y oficios prácticos, queremos decir, sin que lo expresemos, que el Estado, la provincia, el municipio y si puede ser los particulares, creen estas escuelas para aprender prácticamente, para que el obrero después de adquiridos esos conocimientos preliminares que hoy


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se enseñan, vaya allí á coger el material y se familiarice con él, y aprenda á darle forma. Pero como esto significa dinero y gastos, es muy difícil realizarlo en la medida y extensión que nosotros desearíamos. Por esto que me atrevo á proponer un sencillo medio. ¿No tenemos en Madrid, por ejemplo, la Biblioteca Nacional que es un edificio importante que se construye por cuenta del Estado? ¿No tenemos la catedral que dirige el marqués de Cubas? ¿No tenemos en Ávila una obra que se está construyendo y dirige un dignísimo compañero nuestro, el distinguido arquitecto Sr. Repullés? ¿No tenemos en Toledo una restauración dirigida por el señor MéJida? ¿No tenemos aquí el palacio de justicia, la cárcel y otra porción de edificios que se están realizando? ¿No hay en Sevilla la catedral, no hay la catedral de León, cuya restauración se está verificando? En mi sentir todas podrían ser verdaderas escuelas de artes y oficios. Creo que si allí Sf llevara un contingente pequeño de obreros, de seis ó diez solamente, á cada obra, escogiéndolos de entre los más despejados y aprovechados de las actuales escuelas de artes y oficios, y que se les pagara el sueldo de oficial en premio de su aplicación, que dirigiesen su enseñanza práctica los arquitectos ó directores de las obras, y que los distribuyeran en cada uno de los trabajos que quisieran, sería el medio de que tuviéramos escuelas accidentales de artes y oficios. que realizarían la idea de tener generaciones de jóvenes que serían, por su inteligencia y habilidad, de gran provecho para la patria. El gasto, como podéis juzgar, sería insignificante, porque las obras del Estado se hacen por administración y por subasta, pero muchas, las más importantes y dificultosas, se hacen por administración, y allí no habría dificultad alguna. Aun en las obras dadas á subasta, fácilmente se podría arreglar la diferencia que podría resultar del jornal suyo con el de los demás obreros. En cuanto á las obras particulares de gran importancia, en estas no quiero decir que fácilmente se pudiera obtener el mismo resultado. Voy, sin embargo, á citar una que tiene al cabo y al fin el carácter de obra pública, me refiero al palacio que se va á comenzar por cuenta del monarca en San Sebastián, pues que creo que si acudimos al monarca pidiéndole que todo el tiempo que duren las obras vaya variándose este contingente de muchachos aprovechados, al momento accedería con gusto á la petición. El Banco de España es también obra particular, pero tengo la seguridad de que fácil-


mente podrían ponerse unos cuantos jóvenes en aquella obra, y en último resultado, si no lo quisieran hacer, ya se sabe dónde llega el presupuesto del Estado para pagará unos cuantos jóvenes á fin de que pudieran aprender allí. Este medio, que me parece práctico y de una realización bastante sencilla, creo que viene á satisfacer en algún tanto los deseos de mi amigo el distinguido arquitecto Sr. Torres Argullol, que consiste en resumen en la creación de escuelas de artes y oficios como institución altamente conveniente. He dicho. (Grandes y prolongados aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Guitart tiene la palabra.

El Sr. Guitart: Señores: A su debido tiempo manifesté el cariño que sentía por estas asambleas, y seguramente, teniéndolo en cuenta, no hace muchos días fuí invitado con alguno de mis compañeros, por el Vicepresidente de la Comisión organizadora, para que nos interesáramos en tomar parte en la discusión de los temas, y particularmente en éste, en vista de que no se habían recibido todavía los trabajos que debían ilustrarle. Pero toda vez que éstos han venido y superado á nuestras aspiraciones, me levanto ante vosotros al ser llamado, suplicándoos, que, si el mío ha de ser impertinente, dejaré de leerlo, aparte de que, siendo la hora muy adelantada y habiendo otros señores que han pedido la palabra, y que con seguridad harán aprovechar mejor el tiempo al Congreso, es por que lo dejo á la consideración de mis compañeros. (Sí, si, que lea. ) Señores: Difícil debe ser para mí la tarea impuesta de decir algo referente al tema que hoy nos ocupa, pero el amor y el entusiasmo por todo lo que al bien y á los adelantos se refiere, y muy particularmente, si de la educación artística de nuestros obreros se trata, es lo suficiente para que, contando con la benevolencia de tan res pe• table auditorio, se presenta el último de todos vosotros á deciros lo que, hijo de mis pocas fuerzas, pueda contribuir en algo á la cimentación de las conclusiones, de cuya solidez dependerá el éxito de su desarrollo en el terreno de la práctica.


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Ante todo, permítaseme que dirija un cordial y afectuoso saludo á todos los compañeros que, procedentes de otros centros han venido á reunírsenos, no sólo para coadyuvar, con su elevado criterio, á la brillantez del segundo Congreso de Arquitectos españoles que, con ocasión de celebrarse el primero universal del Arte y de la Industria en nuestra ciudad, estamos llevando á cabo, sino á demostrar con su presencia, que la clase de arquitectos no es indiferente á la resolución de los problemos más trascendentales para dar el sello á las obras arquitectónicas del presente siglo. Saludo asimismo á todos los compañeros, que si no han podido asistir personalmente á este acto, no han titubeado en adherirse á tan laudables propósitos. Por fin, doy el parabién á la Comisión organizadora, por su activo y acertado proceder, desvelándose para que la clase á que pertenecemos pudiera ofrecer á todos en general y á los poderes públicos en particular, una serie de concretas manifestaciones destinadas al mejoramiento de aquellos principios y aplicaciones que constituyen la base de nuestra carrera profesional. Al entrar de lleno á tratar el tercero de los temas que nos han sido propuestos para ser discutidos en este Congreso, no puedo menos que llamar la atención respecto á la importancia y trascendencia de las deliberaciones, pues de ellas dependerá que nuestros esfuerzos sean ó no fructuosos. No significa ese tema, como otros, modificar ó aclarar los conceptos que acaso pudiéramos tener formados de lo que sólo á nosotros nos incumbe, hijos de la diversidad de pareceres y apreciaciones, sino que significa la dificilísima empresa, por parte de la clase, de acordar los medios de regenerar en cada una de las artes industriales auxiliares de la construcción, aquella educación artística que en otros tiempos fué patrimonio de de los que las ejercían, cuyo testimonio tenemos en los innume• rables ejemplos que aun contemplamos esparcidos por todos los pueblos en donde las civilizaciones pasadas tuvieron ocasión de levantarlos y en los museos que de arqueología se han cons.tituído, particularmente en las principales capitales del extranjero. Lo primero que se ocurre, señores, es indagar cómo y de qué manera lograron tanta perfección y belleza en sus obras, durante aquellos tiempos que nos consta carecían de muchos de los medios prácticos que hoy contamos, á favor de las artes industriales y auxiliares de la construcción de los edificios y monumentos arquitec-


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tónicos. Pues bien, recurramos á la historia de los mismos y veremos que, desde la más remota antigüedad, los conocimientos científicos y artísticos imperan entre los constructores, y además que en todas las obras que constituyen una época de la Arquitectura en cada uno de los pueblos y en cada una de sus civilizaciones, se observa una unidad en el procedimiento y en el sentimiento; que nos indica de una manera convincente que su educación partía de los mismos principios, y que los conocimientos todos debían ser transmitidos de unos á otros, hasta que cultivados por las sociedades constructoras antiguas, se encargaron éstas de llevarlo á cabo, no sabemos si con expresas enseñanzas á la ma_nera de nuestros días, pero sí de modo que no dejaron notables vacíos en sus realizaciones. El origen de estas sociedades constructoras ó masónicas, data de lejanos siglos, pues las vemos establecidas en Roma por medio del Colegio Fabrón, basadas en los principios oriundos del poder sa• cerdotal de la Asiria, Persia, India y Grecia, cuyas sociedades son reformadas; más tarde por Numa Pompilio; y en el siglo m, el emperador Adriano Trajano se honra con su dirección, dándoles Constantino otra forma en el siglo siguiente por medio de un edicto, si bien todas ellas obedecen á iguales fines, ó sea constituir verdaderos artistas y socorrerse mutuamente en las necesidades del trabajo, de modo que, cuando la invasión de los bárbaros, los aliados encuentran hospitalidad al tener que emigrar á países extranjeros, aparte de que algunas veces son llamados exprofeso á otros lugares, como sucede en la construcción de Santa Sofía en Bizan · cio. Debilitada su organización por aquellas contrariedades, permanecen estacionadas, hasta que en el siglo vn, época en que el cristianismo había ya logrado abrirse paso para la propagación de su doctrina, vuelven á reaparecer, si cabe, con más bríos y fuerzas que antes, recibiendo los nombres de Masones en las Galias, Colegio de Constructores en Italia, Francomasones en Bretaña. En el siglo vm, cuando la arquitectura árabe en España, construye sus edificios, las Hermandades de Bagdad, siendo uno de sus ejemplos la catedral de Córdoba. Las de Francia y Alemania, propagan durante el siglo rx el estilo románico á España, que, como sabemos, se desarrolla tomando una fisonomía local muy marcada, sin separarse de la unidad oriunda de las sociedades correligionarias, y de esta maner'a, por un período de transición, lle•


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gar á constituir el estilo ojival, expresión genuina de las creencias y prácticas religiosas dominantes en los siglos en que se desarrolla. Pues bien, todas estas sociedades tuvieron su asiento en los monasterios, donde encontraron apoyo y dirección, cuando precisamente los pueblos no gozaban aún de la seguridad requerida para instalarse libremente y con independencia, allí donde les hubiera podido convenir. Pero les faltaba un elemento para ello de carácter vital, que era la libertad, toda vez que en estos lugares debían permanecer bajo la disciplina monacal, de manera que en el preciso momento que los reyes tomaban bajo su protección las ciudades denominadas de realengo, se separan de sus protectores después de haber permanecido á su lado con tan laudable propósito y con tan excelentes resultados desde el siglo v111. A pesar de este proceder, no por ello dejaron de continuar asociados para la realización de las obras que en la Edad Media con tan feliz éxito llevaron á cabo, cuya demostración tenemos en los innumerables distintivos esparcidos por los sillares que de las mismas forman parte Estas asociaciones, como es lógico y natural, corren parejas con la constitución de cada uno de los pueblos, y por ello desaparecen las relaciones que directamente habían sostenido con sus análogas de todos los centros civilizados, siendo los gobiernos de cada uno los encargados de legislar con más ó menos protección respecto de este particular, y así es como en nuestro país la autoridad real los toma bajo su potestad en el siglo x111 con el carácter nacional, dando lugar á los gremios que continúan con cierto carácter de oficialidad, hasta el reinado de Fernando VII, y digo con cierto carácter de oficialidad, porque siguen hasta nuestros días, aunque tradicionalmente. Estos gremios están reglamentados en ciertas épocas hasta el estremo de fijar, no solamente el número de años de aprendizaje, sino las condiciones que consideran necesarias para ser admitidos en los talleres, los procedimientos que deben emplearse en el trabajo, las materias que deben entrar en la obra y la proporción con que deben ser aplicados, todo lo que contribuye al mejoramiento de sus principios, sin dificultar por ello el progreso de sus conocimientos. Pero tanto en Francia, como aquí en España, se inicia en el siglo pasado una tendencia muy marcada para que desaparezcan estas sujeciones contrarias al espíritu de la época, como lo de3:J


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muestran los decretos de 26 y 1. º de Marzo de 1790 y 1798 respec tivamente, disponiendo que todos pudieran trabajar en su oficio con la sola condición de probar su pericia ; mas las Córtes de Cádiz, en r813, entienden no ser conveniente estas trabas de examen, y dictaron libres los oficios por medio del decreto de 8 de Junio del mismo año, aunque en Diciembre del año 3ó se regeneran algún tanto aquellos principios, si bien con restricciones muy limitadas. Lo que de esto se deduce es, que empiezan las artes industriales y muy particularmente las que auxilian las construcciones arquitectónicas á desarrollarse en las civilizaciones antiguas, basta la altura de producir verdaderas obras de arte, demostrándonos el estado de adelanto de los que las erigen, y por ello la educación científica y artística de los mismos, que hemos de suponer trabajosa, atendidos los medios que en aquellos tiempos poseían, tanto para la enseñanza como para sus aplicaciones. Se deduce asimismo, el porqué de la perfección en todos los ramos auxiliares de la construcción durante los siglos medios, pues congregados por grupos, como se ha dicho, y puestos en relación unos con otros, se comunican sus teorías, experiencias y sus resultados, de manera que obrando todos á una y robustecidos por la fe de sus principios religiosos, llegaron á la solución del problema que durante tantos siglos patrocinaron los cristianos, como era la de ofrecer monumentos que demostrasen como así es la verdadera expresión de sus sentimientos. Una vez abandonadas estas organizaciones, olvidados muchos de los sanos principios y poseídos acaso de una mal entendida libertad, dirigen sus miradas á la Arquitectura clásica para ofrecer un renacimiento de la misma, y digo esto, no por despreciar lo que hoy constituye uno de nuestros más venerados libros abiertos para nuestros estudios, sino porque, así como hasta entonces habían logrado la unidad en la variedad de las producciones, se crearon un gran número de escuelas particulares que tuvieron sus imitadores y secuaces, pero con el intento luego de constituir cada uno de ellos otra nueva, cuyo proceder les conduce á la decanden· cia del Arte, decadencia que se circunscribe al sentimiento de la composición, puesto que en la ejecución de los detalles de la misma nos ofrecen admirables ejemplares, como sucede en la misma Arquitectura barroca.


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La índole de este reducido trabajo no permite demostraros detalladamente lo que sólo creo poder apuntar, pero vuestra ilustración llenará este vacío, completando el concepto que debemos tener de los resultados á que dió lugar el anarquismo que reina en todas partes al desaparecer la unidad de miras, ó por mejor decir, la unidad de sentimiento. Llegamos á la época moderna y con todos sus adelantos cientícos no se logra, porque el espíritu de la civilización no lo requiere, regenerar convenientemente los conocimientos de verdad y de bondad, ó atributos de la belleza, que en otros tiempos imperan en los centros de construcción, y las obras producidas se convierten, si así podemos llamarle, en juguete de la moda, que acaso una sola entidad ha tenido á bien admitir, como sucede en las épocas de Luis XIV, XV y XVI y muy particularmente en la segunda. Durante las mismas desaparece la idea de lo bello para dar cabida á lo rico y á lo fausto, únicos principios que satisfacen á aquella sociedad; y esto que pasa en la vecina nación encuentra sus ecos en la nuestra y en otras, que como ella se abandonaron á la aplicación de iguales principios, sola y exclusivamente para dar cumplimiento á la exigencia de aquella sociedad. De esta manera, sin notable diferencia, hemos continuado hasta hace poco tiempo, y da lástima tener que confesar por medio de la discusión del tema que nos ocupa, la indiferencia con que son mirados en nuestros talleres, los conocimientos que en otros tiempos fueron considerados como sagrados para el ejercicio de las profesiones, entonces sentidas con verdadero pasión por el Arte, y actualmente convertidas en simples negocios, y esto es mucho más sensible hoy día, que han desaparecido toda clase de restricciones y qu~ tanto las comunicaciones como los adelantos científicos nos proporcionan los medios más económicos para la obtención y elaboración de las materias, pero si bien la falta no es de medios ni de habilidad de ejecución, es de sentimiento ó filosofía del Arte y también de protección. Antes que nosotros, comprendieron los franceses este estado, y todos sus esfuerzos van dirigidos á subsanar tales males sin necesidad de abdícar de su sistema liberal, creando al objeto un Conservatorio de Artes para el estudio de sus obreros, y además obteniendo resultados altamente satisfactorios cuando, con ocasión de celebrarse en Londres la Exposición U ni versal del 5 r, se presentan


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en competencia, aventajando á los mismos ingleses, quienes, comprendiendo el origen de aquel adelanto, adoptaron inmediatamente iguales procedimientos, convencidos que el camino por ellos emprendido es la única manera de que las artes industriales vuelvan en su día á ~er lo que en sus mayores apogeos fueron en otros tiempos. A pesar de ello, estos adelantos en materia de conocimientos artísticos y científicos por parte de nuestros obreros son deficientes, y muy particularmente entre los que deben servirnos de auxiliares para llevar á cabo toda clase de construcciones, que es de lo que se resiente la asociación de que formamos parte, desde el momento que considera, como así es, de suma importancia deducir los medios de obtener en adelante que dichos oficios é industrias recuperen en el concepto artístico la que tuvieron en otras edades, y que en el transcurso de este trabajo he apuntado en sus principales períodos. Como diré luego, no es debido este estado á la falta completa de centros á propósito de enseñanza, desde el momento que poseemos escuelas de artes y oficios en todas nuestras más importantes ciudades, y en algunas de ellas museos, donde hay mucho que aprender, sino á las causas que ocasionan la inconstancia de su asistencia á las mismas y al número relativamente inferior al que le es imprescindible asistir cuando de la aplicación del arte á la industria se trata, y de lo que mucho podría deciros si no fuera, como ya os he dicho, muy limitado el trabajo que he emprendido. Fijémonos en el modo de lograr resultados, y en mi concepto debemos hacerlo una vez convencidos de nuestras soluciones aplicando el esfuerzo individual, pues me temo, que si confiamos so lamente con el éxito corporativo proponiendo medios de carácter radical, sucederá como otras tantas veces, que tropezamos con su aplicación, quedando abandonado á seguir los derroteros que traen las civilizaciones que se atraviesan, con los cuales, históricamente está demostrado, deben correr siempre paralelamente. Y no titubearía un momento, si así no fuera, proponer la reorganización absoluta de aquellas corporaciones de industriales, que por su instrucción llegaron un día en esta misma ciudad á formar parte del Cabildo municipal, contribuyendo poderosamente á la brillantez de las artes y oficios, con las circunstancias de que estos sencillos menestrales, ennoblecidos por el trabajo, cautivan la


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amistad de los señores feudales, quienes á su vez quisieron ennoblecerse abdicando de sus poderíos y solicitando cooperar con ellos en la dirección de sus destinos; pero esto, señores, era hijo de un estado de creencias que hoy no tenemos, y por ello considero inabordable este cometido, bajo este punto de vista, pero sí que lo considero realizable siempre y cuando planteemos el mismo problema y lo resolvamos con procedimientos modernos. En aquella época el industrial veía en el Arte algo que le inspiraba respeto, como lo prueba el articulado de sus estatutos, pero también como es justo, patrocinaba y deseaba el lucro en el ejercicio de su profesión, de lo que son testimonio los privilegios que anhelaban y se concedían á los gue se hacían acreedores á ello, por lograr mayores ventajas en sus procedimientos y resultados. Hoy día, el arte industrial para nosotros, se ha convertido en un comercio, basado, como hemos dicho al tratar de otras épocas, en la moda, venida casi siempre de otras países, y de la misma manera que la ciencia ha proporcionado el modo de adulterar las primeras materias para hacerlas económicas, el industrial que progresa en habilidad de ejecución, ha encontrado el medio, adulterando la parte artística que desconoce, y proporcionando conjuntos de aparente riqueza y de economía, en nuestro concepto negativa, imitando aquello que es más codiciado del gusto de las gentes, por exigirlo así las condiciones en que nos hallamos. Esto nos dice, sencillamente, gue el industrial obedece al estímulo más que á otra cosa, y por ello opino, que no basta la creación de perfeccionadas escuelas de artes y oficios, ni museos, si no se procura ante todo imponer, de una manera indirecta, la concurrencia de los industriales á estos centros de instrucción artística, porque sabemos que las obras que á nosotros competen, deben agradar porque son bellas, y no deben considerarse bellas porque agraden, de lo que se infiere que únicamente la estética puede lograr este resultado, complementada por algunos conocimientos científicos y los ejercicios del dibujo propios de cada rama. Mas ¿queda con lo apuntado resuelto el problema? De ninguna manera. Dos conclusiones he dejado traslucir para lograr lo propuesto, pero las dos son insuficientes si no se añade una tercera, y en esta únicamente fundo la esperanza de llegar á resultados positivos, pues considero infructuosa ó poco menos nuestra empresa, con sólo ofrecer á los industriales, completos centros para su ins-


- ~s4trucción, puesto que ellos son esencialmente prácticos, y continuarían mirándolo con desidia siempre y cuando no vieran una recompensa inmediata. Y ya que de esto se trata, voy á manifestaros que hoy día conceden los industriales, en general se entiende, tan poca importa~cia para su porvenir de la asistencia á las clases ya establecidas, que he tenido ocasión de observar personalmente, que la inmensa mayoría de los alumnos se dirige á ellas pura y exclusivamente por tradición, pues, con raras excepciones, abandonan los estudios que sólo han vislumbrado, si es que equivocadamente ya no se han dirigido á determinadas aplicaciones sin la suficiente preparación, y sin que la relación con su acaso ya elegido oficio, sea la que le corresponde, á pesar de los repetidos consejos de los respectivos profesores; pero no son estas solamente las causas de su deserción, sino que, según ellos, tienen otra más poderosa, y es que una vez considerados oficiales por su habilidad de ejecución, no suelen ser distinguidos en su remuneración unos de otros, puesto que, como llevo dicho, su objeto es imitar continuamente modelos que, ya oriundos del extranjero los más, ya oriundos de nuestro país los menos, tienen más salida en el comercio de los mismos. Pues bien, claro está que si lo que nace de la moda naciera del gus• to artístico, esto no sucedería, y los industriales se verían obligados á instruirse convenientemente, y en este caso, como debió suceder en los tiempos de más esplendor, serían más solicitados y por tanto más remunerados aquellos cuyo conocimiento de los principios del Arte fuera más sólido. Por consiguiente, como que en definitiva todos los industriales y particularmente los que nos dedicamos sin excepción de clase á las bellas artes, debemos hacerlo para las clases pudientes, de aquí el secreto, según mi juicio, de la necesidad de adecuar, ó mejor dicho, proponer los medios de educación artística de estas clases, y veréis como no será esta moda la que impere, sino el gusto hijo del sentimiento estético y de la razón de ser de cada una de las cosas, y entonces los que se dedican á los oficios y á las industrias por necesidad se educarán, pues al industrial de nuestro país nada le arredra cuando ve inmediato el fruto de su trabajo. Por el solo amor al Arte poco podemos esperar de ellos, pues las circunstancias económicas de los mismos se lo impiden, y si recurren al extranjero en busca de modelos, no es por falta de patriotismo, sino por necesidad, ó mejor dicho, por exigencia de


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la sociedad actual, y en prueba de ello recordad todas sus luchas de independencia y veréis como no sólo ha sacrificado sus intereses, sino su amor á la familias y sus vidas. El industrial actual posee un germen para su educación artística, de tan buena especie como el que se desarrolló en los de los tiempos más esplendorosos del Arte arquitectónico, ó sino ponedle en condiciones y lo veréis. Afortunadamente para nosotros está ya comenzada la educación de que os estoy hablando, y esto ha sido debido á la organización de asociaciones destinadas á la formación de colecciones arqueológicas que, no obstante ser de propiedad particular, podemos entre otras hoy contemplar reunidas en la sección correspondiente del Palacio de Bellas Artes, dando lugar á un grandioso conjunto digno de sus coleccionadores, y orgullo de los que han contribuído á tan importante manifestación retrospectiva. Se ha iniciado asimismo, con la creación de las asociaciones de excursionistas, ó mejor dicho, de indagadores, ó coleccionistas de los conjuntos y elementos que en otras épocas dieron el sello á la Arquitectura en general y al arte industrial en particular. Yo ya sé que entre tantas ilustres personalidades, se cuenta un gran número que no necesitan de ello para demostrar sus conocimientos y amor por el Arte, pero no ignoro, como vosotros tampoco desconocéis, que forman parte de estas asociaciones, una mayoría de individuos precisamente de las clases más acomodadas, que sin poseer ninguna carrera especial para ello, y con sólo su afición particular, han llegado á adquirir ante los ejemplares y las discusiones á que sus reuniones dan lugar, un verdadero cúmulo de datos y conocimientos suficientes para desarrollar en ellos su cariño por las obras de verdadero gusto artístico. Pues bien, estas individualidades así constituídas, son las que al necesitar de los artistas, no les duelen prendas con tal de que al poseer una obra, desde el edificio hasta el último de sus muebles, pueda manifestarla como producto de los principios más razonados del arte. Pero esto, conforme estamos indicando, sólo se halla en embrión y la relación de número entre dichos aficionados y los industriales, no es la que se necesita para lograr el resultado propuesto. Largo y acaso pesado se haría mi trabajo, si quisiera extenderme en más consideraciones, pero con lo dicho creo suficiente para presentará vuestra deliberación sus conclusiones al tema que discutimos.


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Primera. Es necesario é imprescindible que en la segunda en señanza, base de todas las carreras, se introduzca el estudio obligatorio de las bellas artes en aquellos rudimientos de estética y dibujo que sean capaces y suficientes á despertar el amor por las obras bellas, toda vez que esta segunda enseñanza se halla hoy día generalizada para la educación de todas las clases y muy especialmente de las acomodadas, que son las que en definitiva han de dar impulso y estímulo á los que las ejercitan. Segunda. Solicitar con decidido empeño de las autoridades competentes, el fomento en mayor escala de museos industriales, para el complemento de la enseñanza que hoy tenemos ya establecida en nuestras escuelas de artes y oficios, procurando mayor ampliación en la concesión de premios pecuniarios, como recompensa y estímulo de la aplicación y talento de los alumnos, creando el mayor número posible de aquéllas en los grandes centros industriales, distribuídas por distritos, con el fin de facilitar la con• currencia de obreros que por razón de distancia se ven privados en la actualidad de importantes estudios; y Tercera. Que sin oponerse al principio de poder ejercer libremente las artes y oficios, que con relación á nuestro modo de ser actual se regeneren las asocf"aciones antiguas, siendo en ellas admitidos los que por su probada pericia puedan confiárseles los trabajos á que se dediquen, concediéndoles determinados privilegios en sus respectivos ramos, á la manera como se nos conceden á nosotros, formulando al efecto reglamentos con la intervención del gobierno y la dirección inmediata de las academias de bellas artes respectivas. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Serrallach tiene la palabra.

El Sr. Serrallach (D. Leandro): Señores: A la altura á que ha llegado la discusión, comprendo perfectamente que está agotándose, ó mejor dicho, está agotada; y por ello, sólo me propongo hacer breves indicaciones que serán, quizás, complemento de algunas de las luminosas ideas que se han


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vertido. Y no extrañéis que formando parte de la Comisión de conclusiones de este tema tercie en el debate, pues, en primer lugar, no existe incompatibilidad alguna, toda vez que en la sesión primera se ofreció un caso igual al presente, y luego debiendo ser, en mi concepto, las referidas conclusiones, en cierto modo, como la síntesis de lo que aquí en público se haya dicho, y considerado por la generalidad más acertado, parecería un tanto anómalo, si alguna de mis observaciones mereciese el honor de ser adoptada por la Comisión, no tuvieseis anticipadamente conocimiento de ella y no hubiese pasado, como es regular y procedente, por la censura de vuestro ilustrado criterio. El ocuparme en el día de hoy del tema, no será obstáculo para que mañana cumpla mi deber en la Comisión, en cuanto los dignos compañeros que en la misma figuran, gozando, como gozan, de completa libertad é indepenJencia en el modo de pensar, no han de admitir por pura deferencia lo que yo proponga si no lo estiman acertado, y aunque lo hicieran, quedaría todavía el medio reglamentario de presentar otras conclusiones distintas, que el Congreso podría adoptar. La Comisión organizadora al redactar el tema, dió por sentado que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica tuvieron en otras edades más importancia que en la actual. El texto del tema lo dice claramente, y estoy conforme con tal supuesto, principalmente bajo el concepto artístico, y aun, en ciertos casos, en el de la ejecución material. Bastante se ha dicho respecto del particular; pero si quedara alguna duda á los que deslumbrados por el esplendor de la industria moderna se resisten á reconocerlo, olvidando que el perfeccionamiento de los procedimientos mecánicos, según opina el eminente Viollet-le-Duc, induce poco á poco al hombre á sentir desvío por ese útil superior á los demás que se llama la mano, que tantos prodigios ha realizado en todas épocas guiada por inteligencias cultivadas, no tengo más que citar las célebres visagras de la puerta de San Marcelo de la catedral de Nuestra Señora de París. Son dichas visagras un trabajo de cerrajería tan admirable, que de ellas se han ocupado en todos tiempos los sabios para indagar el genio que las concibió y la mano experta que convirtió el rústico metal en obra artística notabilísima, aunque no sea más que considerando la ejecución material, cuyos procedimientos se ignoran todavía, por no haberlo podido descubrir los m1s hábiles industriales de la

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especialidad de que se trata; reconociendo, sin embargo, ser fruto de un conjunto de soldaduras cuya realización asombra por Jo prolijo é ímprobo de la tarea. Este es un hecho; si deseáis otro, no tenemos más que abrir el tomo sexto del celebrado diccionario de Viollet-le-Duc, que figura en lugar distinguido en la biblioteca de todo arquitecto . Y lo cito precisamente, por ser el autor persona peritísima en la materia, dotado de preclaro talento, analizador profundo de la Arquitectura de la Edad Media, amante de su siglo, gran conocedor y entusiasta admirador de los progresos modernos, y animado de espíritu recto para poder apreciar imparcialmente los hechos y sus causas. En la página 78 del mencionado tomo , al lamentar.se de que en esta época las uniones en los cruces de las barras de hierro de las rejas se verifiquen á caja y espiga, como si fueran de madera, expresa que de hecho, no sabiendo actualmente soldar los hierros, los unimos por ensambladura, lo cual es impropio de la cerrajería y, sin embargo, estamos en la creencia de que sabemos emplear los metales apropiados para las edificaciones bastante mejor que los cerrajeros que nos precedieron de algunos siglos; y añade que, si la gran fabricación se ha desarrollado en nuestro tiempo de una manera notabilísima, en cambio la labor manual en lo que concierne al trabajo del hierro ha decaído mucho. Admitida la certeza del supuesto de que parte el tema ¿puede al arquitecto serle indiferente que los oficios y las industrias que tan poderoso auxilio le han de prestar en la realización de sus concepciones, permanezcan en relativo atraso, siquiera sea en el concepto artístico? ¿Ha de cruzarse de brazos contemplando impasible el hecho, y contentarse con pronunciar ]a fatídica frase Lasciate ogni speran{_a que Dante supone esculpida en el dintel de la puerta del infierno? La contestación afirmativa equivaldría á renunciar la noble aspiración al mejoramiento y al progreso, que tanto enaltece al hombre . Por ello, considero muy oportuno el asunto de la presente discusión, y digno de qu e lleguemos á conclusiones verdaderamente prácticas. Ahora bien. ¿Cuáles son las entidades que deben contribuirá que se vean satisfechos los dese os del tema? A mi entender, son: el público, los arquitectos y los que ejercen dichas industrias. El público, ó sea la sociedad, debe contribuir con su cultura é ilustración. Sin ellas no tendría lugar la ley de la demanda y de ]a


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oferta, indispensable en todo trabajo humano. Para que se produzcan obras de arte, para que las materias más pobres é insignificantes de la naturaleza se transformen por poder mágico del genio en objetos preciosos, es necesario una sociedad que sienta la belleza y se aparte de lo vulgar. El artista, aunque sea á la vez industrial, necesita para formarse y desarrollarse una atmósfera apropiada en la que encuentre quien le comprenda, quien le estimule, y quien le aplauda, si lo merece. Cuando no existe el estímulo y en vez del aplauso se obtiene una desdeñosa indiferencia, el arte, sea cual fuere su esfera, perece, ó arrastra una vida precursora de la agonía. Bajo este punto de vista, forzoso es confesar que la actual sociedad está un poco desviada del buen camino, comparándola con la de otras épocas de esplendor en las artes bellas. La gran preocupación del siglo es el positivismo y el industrialismo llevados hasta la exageración; y de ello todo se resiente, especialmente las producciones artísticas, que son debidas al mérito y habilidad personal, y no al inconsciente movimiento de una máquina. Pero aunque esto sea cierto, como lo es, creo que algo, y aun mucho, puede hacerse, y se hace, en pro de la ilustración general; sintiendo por mi parte una verdadera satisfacción en declarar que, desde hace algún tiempo se nota una favorable reacción en este punto. La Asociación de Arquitectos de Cataluña, con las excursiones artísticas que periódicamente celebra, produce gran bien en tal sentido. No tan solamente se ilustran sus individuos estudiando y contemplando los monumentos, sino que su presencia colectiva llama la atención de los vecinos de la localidad y les hace estimar la joya artística que poseen; conviniéndose en los más decididos y :valiosos defensores de su conservación, mayormente luego que las memorias que se publican les hacen comprender las bellezas, por ellos ignoradas, contenidas en aquéllas. Un pueblo de esta suerte preparado y convencido, podrá más para impedir la destrucción de tal edificio, que cien decretos del Ministerio de Fomento declarándolo monumento nacional. Al propio fin de procurar la ilustración general, convendría la formación de un inventario de las obras artísticas españolas, clasificado por provincias, regiones y pueblos; cuyo inventario, dicho sea de paso, poseen de las suyas algunas naciones, comprendiendo que para estudiar y apreciar una cosa, lo primero que hace falta es tener noticia de su existencia.


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La creación de museos de las industrias artísticas relacionadas con la construcción arquitectónica tendería al mismo pensamiento; y al tener el honor de proponerlo, no entra en mi ánimo se despojen los monumentos de los objetos artístico-industriales que contengan, pues esto carecería de buen sentido. Dichos objetos en ninguna parte están mejor que en el mismo punto para el cual se hicieron, en cuyo caso ofrecen el atractivo de poderse estudiar, cual corresponde, su aplicación y el servicio que desempeñan. Los museos, á mi entender, deben servir únicamente como puertos de refugio donde hallen acogida los preciosos restos artísticos que los ciclones destructores obligaron á dispersarse y abandonar la propia morada; pero no á arrancar de ella á los que afortunadamente la tienen todavía. La prensa digna y bien dirigida puede ser también un elemento apropiado para alcanzar la ilustración general en materia artística; y llenaría más, en mi concepto, su misión publicando artículos meditados sobre los abundantes temas que ofrece el campo de las Bellas Artes, que llenando sus páginas con asuntos tri viales ó de ningún interés. Utilizando los medios establecidos modernamente para hacer propaganda, convendría igualmente promover y fomentar las conferencias y discusiones en Ateneos y otros centros, las cuales servirían para instruirá los que tienen la costumbre de no leer, y carecen de todo otro modo para enterarse de lo que fueron, lo que son y lo que debieran ser las producciones artísticas. Contribuyen poderosamente á los fines de que me ocupo, los excursionistas y los coleccionistas. Son los primeros, jóvenes entusiastas por las obras de arte de nuestra tierra, verdaderos amateurs, que reunidos en sociedad recorren sin desalentarse ante las fatigas de largos y escabrosos viajes, las ciudades, pueblos y lugares en descubrimiento de objetos interesantes, llenándose de satisfacción inmensa cuando lo alcanzan, lo cual sucede con frecuencia. Cada excursionista en el círculo de sus relaciones es un foco que irradia luz, y, sobre toao, amor á todo lo bueno, á todo lo útil y á todo lo bello. En cuanto á los segundos, el tipo del verdadero coleccionista se puede decir que es del presente siglo. Han destruído tanto los rigores del tiempo y las pasiones é ignorancia de los hombres, que no es de extrañar haya quien tenga una especie de monomanía, si tal nombre mereciera, de recoger los restos disper-


sos de reconocido mérito artístico ó arqueológico. Dotados de insaciable carácter investigador, adquieren en los lugares más recónditos cuanto hallan digno de estima; constituyen su colección particular, que al cabo de más ó menos tiempo en una ú otra forma pasa á ser propiedad pública, evitando á la patria la vergüenza y la ignominia de que traspasen la frontera preciosas joyas artísticas realizadas por el talento de nuestros antepasados. Reconocida la utilidad que reportan los excursionistas y los coleccionistas, ¿no sería justo y conveniente estimularles con premios, cuando se conceden á manos llenas para fines muy distintos, algunas veces, de los que ellos persiguen. Las exposiciones retrospectivas de las artes industriales merecen así mismo las tengamos muy presentes por el gran bien que repor• tan, no tan sólo para el estudio y enseñanza de los que átales trabajos se dedican, si que también para la formación del buen gusto del público. En ninguna otra ocasión se ofrece la oportunidad de ver reunidos y poder examinar sin dificultades tantos objetos similares hechos en varias épocas, á la vista de los cuales por comparación se adquiere noción de formas, medios y procedimientos, ignorados por la generalidad. Y ya que de este particular me ocupo ¿qué inconveniente habría que en las exposiciones generales de Bellas Artes figuraran en salas aparte, si se quiere, objetos de aplicación del arte á la industria? ¿Perderían algo de su noble alcurnia los cuadros, las estatuas y los proyectos arquitectónicos, en cobijarse debajo el mismo techo juntamente con trabajos más modestos, pero que como ellos son producto del genio? ¿No pertenecen, acaso, á la misma familia? Hasta aquí he tratado de lo que concierne á la educación artística del público . Pasemos á tratar de lo que podemos y debemos hacer los arquitectos para ver satisfechos los deseos expresados en el tema. El cometido del arquitecto en la construcción de un edificio, sea cual fuere su categoría é importancia : no termina con el estudio y la formulación del proyecto; él es quien dirige la obra hasta su total terminación, quien traza los detalles, y nada se hace sin su inteligente intervención. Siendo esto verdad, como lo es, y poseyendo la omnímoda confianza del propietario, mucho puede influir en su calidad de director facultativo en que tanto en el conjunto, como en los más insignificantes pormenores, impere el buen gusto y se huya de lo vulgar y de la mediocridad, que se en-


cuentra casi siempre en los productos industriales que se venden por docenas, gruesas ó centenares, en cuya fabricación no se tiene otro Norte que la baratura á todo trance; cuando el objetivo del arquitecto, sin olvidar en su justa medida la parte económica, debe ser conciliar la utilidad, la bondad y la belleza. Interesa se entienda bien que, por ello, los arquitectos no son enemigos de los maravillosos progresos de la industria moderna; al contrario, son los primeros en aplaudirlos y utilizarlos, siempre que se concretan á su propio terreno y no invaden el campo del Arte, que tiene su misión especial bien distinta. Hacerlo de otro modo, equivaldría declarar profeta á Víctor Hugo por habérsele ocurrido la absurda frase: Cecí tuera cela. Ya que de los arquitectos me ocupo en cuanto se refiere al tema, justo es seña'ar el divorcio existente entre ellos y los artistas industriales que tanto auxilio deben prestarles. Dicho divorcio, cuyas consecuencias estamos todavía tocando, no es de hoy; data de más lejos. Durante la Edad Media y la primera época del Renacimiento, la Arquitectura, la Pintura y la Escultura con las industrias artísticas, formaban una sola y gran familia. Conociendo que el Arte es uno, y que ellas no son más que distintas manifestaciones de esta misma unidad, no se desdeñaban de estar juntas y hacer vida común; obteniendo con el feliz concurso de todas el sin número de maravillas que en aquella época nos legaron nuestros antepasados. Pero como la dicha no suele ser eterna, en el siglo xv11 los arquitectos, los pintores y escultores empezaron á sentir desvío y á mirar de soslayo á los pequeños artistas, á los artistas industriales. De momento, si bien se experimentó cierto malestar entre los que debían contribuir á la formación de una misma obra, no produjo graves inconvenientes, en cuanto no desaparecen en breve tiempo las costumbres creadas por los siglos. Fueron siguiendo más ó menos cordiales las relaciones entre unos y otros hasta el advenimiento de la revolución francesa, en que fundada la Academia, penetraron en ella los arquitectos, los pintores y los escultores cerrando en pos de sí las puertas y quedando los demás exduídos; de lo cual resultó que, las industrias artísticas viéndose abandonadas por las otras artes, especialmente por la Arquitectura en cuyo regazo nacieron y á cuya sombra se desarrollaron, miraron á su alrededor y se entregaron al primero que pasó. Este fué el in· dustrialismo. Desde aquel instante se olvidaron del Arte y sólo im-


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peró en ellas el utilitarismo escueto. Urje hacer cesar tan anómalo estado, y para lograrlo, mucho podemos contribuir los arquitectos alentando á los que revelen afición y aptitud para> las diversas especialidades, y, sobre todo, no desdeñándonos de descender al taller á comunicar nuestra manera de pensar y de sentir. No lo dudemos; las industrias artísticas no recuperarán la importancia alcanzada en otras edades, hasta reanudarse íntima y cordialmente las relaciones entre los que, sea cual fuere su jerarquía, rinden culto al Arte. Para alcanzar dicha importancia, no basta, á mi juicio, cuanto llevo expuesto hasta aquí. Falta considerar un tercer elemento: el de los que ejercen en diferentes grados las mencionadas industrias artísticas. ¿ P-0seen todos ellos, ó siquiera la mayoría, los debidos conocimientos? A mi juicio, para ser fiel á la verdad, esta pregunta debe contestarse negativamente; sin que por ello se entienda, que niegue en absoluto la existencia de algunos pocos individuos que rayan á gran altura en el ejercicio de su profesión. Pero esos individuos constituyen una excepción y no la regla general; y precisamente su misma idoneidad pone más de manifiesto la deficiencia de los demás. De éstos voy á ocuparme y no de los otros. La Ponencia, para remediar el mal que lamentamos, propone la creación de escuelas de artes y oficios organizadas de un modo conveniente. Siendo tan genérica esta conclusión, no hallo dificultad en admitirla, si bien preferiría que el nombre de escuela se sustituyera por los más modestos de clases ó enseñanzas. Mi deseo es que se instruyan realmente los oficiales y los aprendices, pero que no se envanezcan con nombres pomposos.

El Sr. Presidente: Debo advertir al Sr. Serra\lach que han transcurrido con exceso los veinticinco minutos que concede el reglamento para hacer uso de la palabra; y con el objeto de que pueda continuar usándola hasta dejar completamente desarrollado su pensamiento, la Presidencia se cree en el deber de consultar al Congreso si concede autorización para continuar el orador. ¿Le autoriza el Congreso? (Si, sí.) Puede, pues el Sr. Serrallach proseguir cuando guste.


El Sr. Serrallach: Doy las más expresivas gracias al Congreso por su benevolencia, y corresponderé á ella limitándome cuanto me sea dable. Estamos conformes, pues, en que debe haber enseñanzas, prescindiendo de cómo se han de calificar. No sé si existirá la misma conformidad en cuanto á la designación de la entidad que deba fundarlas y sostenerlas. Mi parecer es que no sean el Estado ni las Diputaciones, ni los Municipios; nada de intervención oficial, pues considero que bajo la tutela de dichas colectividades, las referidas enseñanzas se desviarían de su fin esencial y no se concretarían á cada especialidad, que es á lo que debe aspirarse, si algo práctico se quiere obtener. El Sr. Ponente, mi querido amigo Sr. Torres Argullol: en las conclusiones manifiesta que en cada una de las épocas de esplendor artístico en que brillaron de un modo señaladísimo la Arquitectura y sus auxiliares, el secreto de la brillantez obedeció á la formación de núcleos de gentes de oficios é industrias que, aprovechando la especial constitución del medio social en que vivieron, mantuvieron y transmitieron los pocos ó muchos conocimientos técnicos á la sazón especulados y los aplicaron á la hechura de los productos de auxilio arquitectónico. Estoy completamente de acuerdo con la afirmación del Sr. Torres, en cuanto se ajusta por entero á la verdad histórica. Dichos núcleos de gentes, llámense corporaciones, llámense gremios, contribuyeron poderosamente al desarrollo y grado de adelanto á que llegaron las industrias artísticas inspirando amor á la profesión. ¡ Amor á la profesión! El que lo siente, tiene mucho adelantado para ser persona digna, alcanza el aprecio de sus compañeros, es objeto de distinción por sus méritos y su conducta, y no considera el trabajo como un aborrecible modus vivendi, ni como una degradante esclavitud, sino una ocupación honrosa que le enaltece y dignifica. Al cesar los gremios, desapareció la vida corporativa y con ella se extinguió el amor á la profesión que á tanta altura había elevado _el nivel moral del obrero, quedando éste desde entonces reducido á un simple medio material, inconsciente instrumento de voluntad ajena. Al morir los gremios sucumbió el aprendizaje, con lo cual la producción que


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necesita la habilidad y la práctica personal, irreemplazable por máquina alguna, recibió, á mi enten.ler, el más rudo golpe que pudiera asestársele. No entra en mi propósito, por ser perfectamente impertinente hacerlo en la presente ocasión en este sitio, discutir si de los privilegios é inmunidades que las monarquías absolutas concedieron con largueza á los gremios, para atraérselos, y con su apoyo poder abatir los fueros de la nobleza, se hizo buen ó mal uso y si se abusó ó no de tales preeminencias en perjuicio de la libertad del trabajo. La abolición de los gremios en la nación vecina, que fué la primera en decretarla, data del año 179,, y en España quedó definitivamente acordada en el de 1836. Sería una verdadera quimera pretender nuevamente su existencia tal como fueron antes de la supresión, pues aunque de un severo é imparcial examen resultara ser útil y beneficiosa la reaparición, ésta no tendría lugar por ser muy diferentes las circunstancias del presente estado social, y porque, conforme ha dicho con gran acierto un ilustre escritor, la humanidad nunca pasa dos veces por el mismo sendero. Pero los gremios, ó las corporaciones profesionales, si á alguien le molestara oir aquel nombre, su existencia sin privilegios ni inmunidades cabe perfectamente dentro de la legalidad vigente, en cuanto ésta ha reconocido y reglamentado el derecho de asociación, del cual voluntariamente hacen uso casi todos los españoles reuniéndose para diversos fines. A mi entender, las asociaciones ó corporaciones deberían organizarse libremente en todas las profesiones; y, con estricta sujeción á la ley y sin tratar de imponerse, podrían contribuirá mejorar la condición moral del obrero y suplir la deficiencia de instrucción existente en el aprendizaje, tal cual hoy día éste se practica. Dichas corporaciones ó asociaciones profesionales son las que mejor podrían crear y sostener con verdadero éxito las escuelas, clases ó enseírnnzas antes mencionadas, según lo está haciendo en esta ciudad para honra suya el gremio de plateros, y con ello darían el ejemplo de que no debe exigirse ni esperarse todo del Gobierno, ni de las Corporaciones oficiales. El esfuerzo particular puede mucho cuando hay buena voluntad y se aunan las energías dispersas. A lo tuyo tú, dice el refrán; y ciertamente, nadie enseñaría mejor y con menos pretensiones que los mismos industriales de cada especialidad, los cuales podrían completar la instrucción de los oficiales y aprendices organizando sus J .¡.


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museos y su biblioteca, promoviendo la celebración de conferencias, exposiciones y concursos, y utilizando los demás medios usados por la civilización moderna para el fomento de la ilustración. Tales son sucintamente las ideas que se me han ocurrido para satisfacer los deseos expresados en el tema, y terminaré rogando al Congreso me dispense por la molestia que le habré causado. He dicho. (Aplausos. )

El Sr. Presidente: El Sr. Pingarrón tiene la palabra.

El Sr. Pinga1-rón: Ya que el señor Presidente me ha concedido la palabra, haré uso de la misma aun cuando esté ya agotada completamente la materia; así es, que ya sea por esto, ya también porque es bastante tarde y el Congreso está cansado, diré breves, brevísimas palabras, que van á ser la repetición de lo que han dicho, mejor que yo lo he de decir, los señores que me han precedido en el uso de la misma. Decía el Sr. Torres, mi digno compañero, de la Ponencia, que este tema podía llamarse el tema de los gremios. Efectivamente, por lo que he visto en la discusión que aquí ha tenido lugar, puede llamarse así este tema, pero á estos gremios no les da mi querido compañero el Sr. Torres la importancia que yo creo tuvieron en la época á que h1ce referencia en su discurso, puesto que fueron más bien una necesidad, mejor dicho, una consecuencia de las obras de aquella época. Yo entiendo que si los gremios no hubiesen existido organizados en la forma que lo estaban entonces, hubiese sido difícil, casi imposible, el que se hubiese llevado á cabo la erección de tan suntuosos monumentos de que es tan rica nuestra España. Si en la actualidad dijéramos á nuestros queridos compañeros que están al frente de obras tan importantes como las que se llevan á cabo en Sevilla, en León, en Toledo y en Ávila, el de este último punto aquí presente en este momento, qué preferirían: si encontrarse los obreros organizados como entonces se hallaban ó desor-


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ganizados como hoy existen, creo que la elección ó respuesta no sería dudosa. A este objeto recuerdo que cuando un compañero nuestro fué encargado de una obra esencialmente artística, de una restauración de gran importancia, se le exigió, como es costumbre, que presentase proyecto, memoria, presupuesto y demás necesario en esta clase de obras. Este señor tuvo el valor de acompañar al proyecto una exposición diciendo, que era imposible que obras de la importancia de la que se acometía, se ejecutasen por el sistema general por el que se llevan á cabo las obras públicas en España. Esto ocasionó disgusto, porque al pasar el proyecto por las informaciones que son consiguientes en esta clase de obras, resistíanse á que se hicieran en la forma que pretendía el arquitecto: añadió éste que necesitaba, no sólo esto, sino que se llevara á cabo la obra en la forma que se encargaban de ella los arquitectos de la época en que se construyó el monumento que se trataba de restaurar, esto es, no tener sol~mente la dirección en la forma hoy usual, sino la de los talleres, crear los artistas y ser, como antiguamente, el maestro de la obra. Señores, para esto, para dirigirse á los poderes públicos en esta forma, que fué la primera vez, que yo sepa, que se hubiera verificado, para esto, se necesita un valor grande, que no tiene nadie más que una persona como nuestro compañero el señor Mélida. Así es, que yo entiendo que sobre lo que está ya consignado en la historia, no cabe discusión posible; esto es, que la época de mayor esplendor artístico ha coincidido con la existencia de los gremios. Si me preguntáis ahora si es posible que hoy, en la situación actual, con las nuevas ideas, con los vientos reinantes, vuelta otra vez por completo la organización de estos gremios al modo de ser que tenían en la Edad Media, á esto ya, señores, sería difícil responder; yo creo que desgraciadamente no, por razones que no es pertinente exponer aquí. Pero á la verdad no me negaréis que era muy cómodo para los arquitectos de aquella época tener la seguridad, como tenían, de que lo(oficiales de cantero de sus obras eran oficiales de cantero, porque tenían un título dado por personas competentes, acreditándoles como á tales, y estos oficiales no podían ser maestros sin tener otro título que les acreditase su suficiencia para desempeñar cumplidamente su nuevo cargo, pasando lo propio en los demás oficios. Pero hoy, yo pre-


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gHnto á todos mis compañeros: ¿qué garantía tenéis de que vuestros oficiales son tales oficiales y de que vuestros maestros son tales maestros? Ninguna. Algunos, y aun muchos, pasarán por tales oficiales y maestros, y sin embargo, no tendrán ninguno de los conocimientos, ni la práctica indispensable para desempeñar satisfactoriamente aquellos cargos. La solución que propone el señor ponente es la creación de escuelas de artes y oficios. Yo no soy opuesto á esta idea, á la creación de estas escuelas: yo creo que estas escuelas han de dar·muy buen resultado, y si alguna duda pudiera caber sobre esto, aquí, á pocos pasos, tenéis en esos salones de la Exposición Universal los trabajos expuestos por la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, por los que felicito á alumnos y profesores, algunos de estos compañeros nuestros. Pero yo os pregunto: ¿esos trabajos tan bien hechos os extrañaría verlos firmados por alumnos de nuestra carrera? Ciertamente que no, pues hay algunos tan bien ejecutados como se pudieran hacer en las Escuelas de Arquitectura de Madrid y Barcelona; y ¿eréis que la realización de estos trabajos es la misión de las escuelas de artes y oficios? Yo creo que no; yo creo que esas escuelas han de ser sumamente prácticas. Bueno es que dibujen sus alumnos, pero no hay necesidad de llegará la perfección que acusan los trabajos citados. El Sr. Serrallach ha dicho también algo de esto, ha indicado que estas escuelas de artes y oficios deberían organizarse de tal manera que fuesen sumamente prácticas. Yo insisto, señores, en que al obrero lo que le hace falta es aprender los medios materiales de ejecución, familiarizarse con todo aquello en que hoy, por desgracia, está poco perito: al ejecutar una obra, por ejemplo, de cantería, á más de dar el arquitecto al obrero los estudios á una escala no pequeña, hay casos, y estos son, por desgracia, los más frecuentes, en que han de dárseles también las plantillas al tamaño natural, y yo entiendo que este trazado debieran aprenderlo los obreros en las escuelas de artes y oficios. Así pues, al resumir lo brevemente expuesto, concluiré diciendo que sería lo mejor y más cómodo para los arquitectos, que los oficios estuvieran hoy organizados como en la Edad Media; esto es, con la agremiación; que de no ser esto posible, creo convenientes las escuelas de artes y oficios, dándoles un carácter esencialmente práctico; y por fin, entiendo, que en ciertas obras de importancia y

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sobre todo en la restauración de monumentos artísticos, se debiera dar completa y absoluta libertad al arquitecto para que organizase los trabajos como mejor le pareciere, creando sus artistas y obreros y constituyéndose él en maestro de la obra; además creo que todas las de esta clase se deben llevará cabo por el sistema de administración, y de este modo adelantaría mucho la generación artística contemporánea y se daría cima con menos dificultades á esta clase de obras. He dicho. (Aplausos. )

El Sr. Presidente: El Sr. Doménech Estapá tiene la palabra.

El Sr. Domenech y Estapá: Señores: Poquísimas y breves serán las palabras que voy á pronunciar, pues únicamente deseo hacer varias observaciones acerca de algunos conceptos aquí emitidos y de los que expresan las conclusiones del dictamen de la Ponencia. El Sr. Serrallach nos ha dicho que las artes industriales están más atrasadas que en siglos anteriores, y uno de los ejemplos citados por dicho señor es el de que algunos cerrajeros á quienes se enseñaron u nas visagras de las puertas de la catedral de Nuestra Señora de París, declararon que no sabrían hoy co-nstruirlas, y que muchas de las antiguas rejas que admiramos en las iglesias de la Edad Media, no podrían ser reproducidas por nuestras operarios. Yo comprendo la declaración de los cerrajeros precitados, pero no autoriza á deducir de ella que las artes industriales auxiliares de la Arquitectura se hallen hoy en notable atraso. Hoy se realizan trabajos de cerrajería de verdadero mérito, que antes tampoco se hubiesen obtenido fácilmente á causa de ser distinto el procedimiento, diferente también el gusto de la época, y no poseer los elementos de que hoy puede disponerse, y como el hombre práctico llega sólo. por la costumbre á obtener sus conocimientos, claro está que la dificultad que á primera vista encuentra nuestro cerrajero en obras antiguas, no nace del grado de adelanto de su arte, sino del género distinto de labrar en que se manifiesta. Tampoco puedo yo creer que una de las causas del atraso artístico de algunos ramos de la construcción, sea el poco gusto estético de la sociedad actual. La


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sociedad es como un buque que necesita de su timón, para tomar una dirección determinada, y á la falta de este aparato debe &tribuirse la indecisión en sus movimientos. Yo creo , pues, que para encaminarla al sentimiento de lo bello, los arquitectos, pintores, escultores y artistas en general deben ser los primeros en dar el ejemplo, ellos deben ser quienes han de encaminar á la sociedad hacia un gusto verdaderamente estético y con sus obras acostumbrar al pueblo á sentir las formas bellas. La Arquitectura que, comprende á las demás bellas artes, ha de ser la primera en encauzarse, y si para aprender necesita la sociedad admirar nuestras obras y éstas son sus verdaderos libros, procuremos que en ellos lea la verdad y la belleza en las formas de los materiales, y aprenderá á sentir lo que hoy no siente, y lograremos que admire lo betlo y rechace lo insulso y lo barroco. Entrando ahora á ocuparnos algo de la manera como podría obtenerse que los oficios é industrias auxiliares de la construcción arquitectónica recuperaran en el concepto artístico la importancia que tuvieron en otras edades, que es el tema propuesto, aparte de mi creencia que el principal factor para lograrlo debe ser el arquitecto con sus creaciones, estoy también conforme en que algo puede influir la educación artística del obrero, y al tratar de los mejores medios de obtenerla, no creo que los gremios pudieran constituir uno de los principales, dado el organismo de la sociedad actual. Daban resultado los gremios cuando el arquitecto y el obrero formaban, por decirlo así, una misma familia, y con igualdad de aspiraciones y creencias constituían un núcleo en donde el primero educaba al segundo con la teoría , y éste suministraba á aquél el tesoro de observaciones recogidas en la práctica. U no solo era el ideal de la Arquitectura en la Edad Media: el arte religioso; y el pintor, el escultor, el carpintero , el cerrajero y el arquitecto, todos á una deseaban perfeccionar aquel Arte por excelencia, y unos á otros se completaban, y unidos por la fe del cristiano y el amor á lo bello, nos legaron el precioso arte ojival, imagen pétrea de nuestra religión católica en todos los países Hoy día, señores, la sociedad vive en atmósfera muy distinta: las modernas ideas filosóficas, la multitud de ideales á que aspiramos, el divorcio completo entre el obrero y el arquitecto, la poca solidez de las creencias y otras mil con-causas que todos conocéis, impiden la formación de aquellos núcleos de artífices y artistas que


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daban unidad y carácter peculiar á sus construcciones, y por tanto, no podemos esperar que hoy vuelvan á formarse los gremios fundados en bases sólidas y en beneficio del Arte arquitectónico. Poco aprende el obrero en las Exposiciones, no siempre frecuentes; tampoco en conferencias científicas ó artísticas, porque en general carece aquél de los conocimientos necesarios para entender lo que en ellas se dice; algún resultado pueden producir los museos retrospectivos al enseñarles dónde llegaron sus antecesores, pero sin sacar de ellos los datos que necesitan para la construcción de nuestra época; y acerca de las escuelas de artes y oficios, cuya creación recomienda el Sr. Torres Argullol, no negaré que, bien organizadas y con asistencia constante por parte del obrero, podrían darnos buenos resultados para el fin que apetecemos, pero ¡es tan difícil obtener aquella asistencia del que está cansado por el trabajo cotidiano! ¡ Resultan tan poco prácticos los conocimientos que en estas escuelas se obtienen! Yo, señores, estoy en la creencia que la enseñanza del obrero debe ser teórico-práctica, yo creo que la más fructífiera sería aquella que se diera en la misma obra, ante los elementos constructivos que ha de manejar; explicar allí al obrero el porqué de ciertas formas y de movimientos que acaso se observaren, y conocida que fuese la causa de aquéllos y éstos, el obrero sabría por qué trabaja y adquiriría amor á lo que realiza. En los edificios públicos levantados por el Estado, sería el punto más á propósito para realizar estas enseñanzas, porque en estas obras se podría obligará ello, de seguro el ejemplo sería seguido por otros celosísimos arquitectos; y unas cuantas horas semanales que dedicara el director de una obra á esta especie de clases teórico-prácticas, explicando el fundamento de ciertas teorías, la razón mecánica de algunas formas y las pro• piedades de los materiales constructivos, obtendríamos dentro de poco, obreros inteligentes que adquirirían amor al arte y por ende auxiliarían notablemente al arquitecto en su tarea, comprendiendo con facilidad sus disposiciones y dibujos, y si esta misma relación se estableciera entre el arquitecto y los demás artífices auxiliares, obtendríamos la unidad de pensamiento de todos los elementos que integran una construcción arquitectónica. Por este medio tan sencillo y que yo expongo á la consideración del Congreso, creo lograríamos mucho en lo que el tema que es. tamos discutiendo se propone, y sería un elemento valiosísimo


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para obtener un estilo propio de nuestra época, fin al que todos nosotros hemos de dirigir nuestros esfuerzos. He dicho. (Aplausos,)

El Sr. Presidente: El Sr. Pons tiene la palabra.

El Sr. Pons: Señores: Ante todo, debo pediros benevolencia. Nadie tan indicado como yo para suplicar esta gracia, ya que soy quien más la necesita de entre vosotros y por ser la primera vez que tomo la palabra ante un público tan ilustrado como el que constituye este Congreso. Me había propuesto, por lo mismo que he dicho, no intervenir en la discusión de ninguna de las tareas que debieran ocupar al Congreso, ya que me reconozco incapaz de hacerlo cual todos vosotros os merecéis, pero ante la importancia del tema que hoy se debate y después de haber oído la autorizada palabra de los dignos compañeros que me han precedido, me decido á quebrantar mi propósito. Analizando y repasando los conceptos que en el transcurso de esta sesión se han vertido, debo decir que estoy completamente de acuerdo; pero francamente me falta estarlo en una parte, y no es porque ésta se haya iniciado, sino precisamente por que no ha sido indicada y yo la encuentro á faltar. Se ha dicho por mi dign0 y estimado compañero el Sr. ,Torres Argullol, ilustrado ponente del tema que hoy se debate, que la solución está en la creación de escuelas de artes y o6cios. Estoy del todo conforme, y según creo, lo están también los demás compañeros que han hecho uso de la palabra, salvo que estas escuelas sean más ó menos perfectas ó estudiadas, lo cual también opino. Pero yo creo, señores, que no solamente es necesario que el obrero, que el industrial aprenda en la escuela de artes y oficios, sino que es preciso que tenga conocimientos previos antes de ser obrero ó industrial. Todos mis compañeros han encaminado sus propósitos á buscar el modo de instruir al obrero, y hasta mi amigo el Sr. Guitart ha indicado 1-a conveniencia de que se exija el estudio de la estética en la segunda enseñanza.


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Yo creo que la instrucción del obrero debe empezar cuando se empieza á ser hombre, y si á mano viene, antes; es decir cuando es niño, y en esta ocasión debiera enseñársele, aunque fuese rudimentariamente, la historia del Arte . .~No vemos todos que en las escuelas de instrucción primaria se enseña la urbanidad, elementos de arimética y de historia de España, con modelos prácticos y hasta en verso? Pónganse también, pues, elementos de estética. Si no se puede ó no se sabe leer, hágase por medio de modelos, figuras, objetos de relieve; es decir, inculquen en el individuo las nociones del Arte y de su historia, y así llegará á comprender desde luego, aunque de un modo rudimentario, la idea de lo bello . Yo entiendo que así podría obtenerse que el niño al empezar su instrucción encontrase en ella ese amor, ese atractivo del Arte, y de ello nacería sin duda su aspiración, porque este niño que mañana debe ser un hombre, se vería probablemente encaminado á un arte ú oficio, mientras de otro modo, le vemos salir de la escuela á los ocho ó diez años, por ejemplo, porque su padre le dice: «te necesito para que me ayudes á sostenernos y por lo mismo te mando á trabajar. » Al niño que no ha recibido más nociones que las indispensables de leer, escribir y amará Dios, le falta otra cosa que no conoce todavía. El padre le dice: te i•as al taller taló cual, y como su hijo no ha tenido ocasión de aficionarse á nada, no sabe si es aquella su vocación, mientras que si se hubiera visto atraído por algunos ejemplos ó modelos prácticos, diría sin duda, quiero dedicarme á tal ó cual arte ó industria, y lo diría aun cuando fuese muy joven. En este concepto, pues, soy partidario de que no se busque para el obrero el estudio de la estética ni de las bellas artes en la esfera superior de la enseñanza, sino que sea á raíz de los primeros cononocimienros que se dan á la juventud. Pasando á otra parte, debo manifestaros que cuando el joven obrero tiene algunos de estos conocimientos y se dedica ya á un oficio ó industria, es muy conveniente que se le asocie á otros que tengan conocimientos del arte ú oficio á que se dedican. No creo que por de pronto deba ingresarse en la escuela de artes y oficios, sino que juzgo más útiles los centros de instrucción de los ramos A B C, lo que sea, en los cuales, ya por barrios, por distritos ó por agrupaciones especiales, se dedicasen al estudio de las especialidades de ebanistería, cerrajería, joyería, etc .; concretétdamente destinad os á cada uno de estos ofici os. Allí es donde creo yo que los jó,·e35


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nes que sienten ya su vocación, podrían perfeccionarse durante lo que podríamos llamar aprendizaje de su oficio, para llegar con lucimiento á su término. Entonces es cuando juzgo yo acertado que para perfeccionarse vaya el obrero á la escuela de artes y oficios, á fin de que se hallen, ya con conocimientos previos adquiridos metódica y paulatinamente. A mi modo de entender, sucedería con la marcha que dejo apuntada, que los obreros aprenderían los conocimientos que les corresponderían adquirir en los centros de instrucción, en la escuela de artes y oficios ó en la de bellas artes, según fuese su decidida vocación á un arte ó industria determinada. Repartida de este modo la enseñanza del obrero, creo yo que podrían obtenerse muy buenos resultados. Procúrese también que por medio de las corporaciones provinciales y municipales, ó por el Estado, se subvencione la creación de estos centros de instrucción, cuyas agrupaciones no hay duda tienden á la ilustración del obrero, y logrado esto, no hay duda que se lograría también el caso honroso de pensionar á distinguidos obreros para que vayan á estudiar en exposiciones nacionales ó extranjeras los adelantos modernos, como hoy lo vemos en nuestra Exposición Universal. Señores, este es mi sistema ó método que para la instrucción del obrero debiera seguirse, y desde Juego me atrevo á proponerlo á la Ponencia del tema que hoy se debate, por si se digna tomarlo en consideración, retirándolo también desde luego si no lo encuentra aceptable. Sin embargo, yo opino y debo insistir mucho sobre este punto, que la enseñanza obligatoria desde un principio de la historia del Arte, es indispensable para que de los jóvenes obreros podamos llegar á obtener verdaderos maestros en cada arte ú oficio. En cuanto á los gremios, quizás tenga razón mi querido compañero, que ha dicho que no serían aceptados en nuestra época y creo también que iríamos á caer en. los mismos abusos en que se cayó entonces. Por lo dicho anteriormente, creo que de los centros de instrucción podrían salir obreros premiados con diploma ó certificados que acreditaran sus conocimientos y adelantos ó suficiencia demostrada; de todo lo cual no cabe duda que sacaríamos gran ventaja todos nosotros, pues sabríamos muchas veces á quién en-


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cargar ciertos trabajos. Quedaríamos algo más descansados ó cuando menos más tranquilos en el ejercicio de nuestra profesión, y probablemente no se daría el caso que ha citado nuestro distinguido compañero el Sr. Pingarrón, de tener que dar al tamaño natural una simple plantilla y su despiece. Si se lograsen los resultados que llevo indicados, con seguridad, repito, estaríamos más tranquilos y la sociedad satisfecha. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Torres Argullol puede usar de la palabra para rectificar.

El Sr. Torres Argullol: Señores: La atención que me merece el cansancio natural que ha de sentir e1 Congreso después de tantos discursos como aquí se han pronunciado, me ha de obligar á faltar á las consideraciones de deferencia que debo á los compañeros y amig-os que me han distinguido en la discusión del tema; combatiendo unos, apoyando otros los extremos que he tenido la honra de proponer como conclusiones. Si de todos los incidentes del debate, si de todas las conclusiones ó enmiendas propuestas á las mías tuviera que hacerme cargo, probablemente no terminaría hasta hora muy avanzada de la noche. Para poner término al conflicto en que me veo, entiendo que será mejor hacer gracia del detalle particular de cada una de ellas, y contestarlas en general, _manifestando que, á pesar de cuanto han dicho y cuantos argumentos han opuesto á los míos los que los han combatido, en el fondo no han destruído las conclusiones que he tenido el honor de proponer. En último resultado, los que no admiten (ó dicen no admitir) la solución de la Escuela de Artes y Oficios, prefiriendo lo que se fué para no volver (porque la sociedad en sus circunstancias varía y no se reproduce ni en sus bondades, ni en sus virtudes, ni en sus vicios), ni aun esos se atrevieron á decir: «prescíndase por completo de la Escuela, prescíndase de la práctica del Arte oficialmente establecida ó particularmente por cuantos tengan medios hábiles de hacerlo en la forma que tengan


por conveniente.» La intervención del Estado es, en mi concepto, inevitable y se impone por sí misma, no para esclavizar, sino para encauzar, no para marcar la pauta, sino para facilitar el movimiento y el logro de aspiraciones. En el caso presente creo que podría ser provechosa para dirigir las corrientes á la obtención, por ejemplo, de objetos de arte auxiliares de la Arquitectura, no como los produjo la antigüedad griega ó romana, ó de la Edad Media, sino tal como debieran ser ahora. Bueno que se aprenda la manera, el procedimiento que se siguió en otras épocas; que se estudie, en lo que sea dable, para que la industria moderna progrese, mas que no copie. Bueno que se aproveche del estudio de lo antiguo, ya que tiene una manera particular de ser: apréndalo, pero no resucitando los gremios, sino en los talleres, ya que no se les quiere dar el nom bre de Escuelas. Los productos presentados como manifestaciones nacidas de la teoría, completada por la práctica que los obreros pudiesen obtener en las obras, vendrían á ser lo que corresponde; lazo de unión entre el estudio del pasado y las necesidades del presente. Haciendo gracia de lo demás que se ha dicho, en atención á lo avanzado de la hora, ruego me dispensen no me haga cargo de las explicaciones hechas, y consientan que en la Comisión de conclusiones acabe de debatirse y depurarse la verdad, y dispénsenme que me siente suplicando mil perdones por las faltas que hayan podido deslizárseme en las conclusiones que he tenido que presentar á vuestra deliberación. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Pr.esidente: El Sr. Bassegoda (D. Joaquín) tiene la palabra para rectificar.

El Sr. Bassegoda (D. Joaquín ): Señores: Permitidme una sola palabra, pues véame obligado, á pesar mío, { rectificar un concepto que se me ha atribuído muy equivocadamente. Se ha dicho por el Sr. Belmás, en su brillante peroración, que me había puesto en contradicción con lo manifestado en la sesión primera, al decir hoy que no hay más ideal que la economía, afirmación sobrado absoluta, y que no sólo no he sen-

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tadu, sino que debo rebatirla. Después de haber acordado el Congreso, con ocasión del primer tema, que hoy existen en la sociedad ideales artísticos á los que debe dar expresión el arquitecto, no podía yo, en manera alguna, referirme al ideal artístico en general al pronunciar las palabras que han merecido la refutación del señor Belmás, sino que, por el contrario, me he concretado á la industria moderna, entre la cual hay una parte considerable, que no es posible desconocer, que sólo se preocupa de producir barato, aun cuando las formas que obtiene por procedimientos mecánicos estén faltos enteramente de expresión artística. Esta industria es á la que me he referido al decir que no tenía más.ideal que la economía, y á ella debe oponerse el arquitecto con todas sus fuerzas y con toda la influencia que tiene en la sociedad. Por lo demás, celebro mucho que se reconozca aquí, que la principal enseñanza que ha de recibir el obrero debe darla el arquitecto, en lo cual conviene así mismo el Sr. Belmás, como abundo también en las id~as emitidas por los que han sostenido que el arquitecto debe desempeñar cerca del obrero un papel análogo al del maestro con el niño, por cuyo camino no dudo que se elevaría la ilustración de la clase obrera, oponiéndose así un dique á ciertas utopías que se le están predicando. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Bassegoda (D. Bue12m1entura): Pido la palabra. El Sr. Presidente: El Sr. Bassegoda tiene la palabra.

El Sr. Bassegoda .D. Buenavertura): Me atrevo á levantarme ante este escogido Congreso, por<]_ue sé que lo que voy á decir merecerá vuestro atención, y es de esperar que merecerá también vuestra aprobación. Propongo que se consigne en acta la profunda satisfacción y el agradecimiento con que hemos visto la acertada dirección dada á nuestras discusiones por la presidencia dignísima del Sr. Luis y Tomás, dirigiendo con singular acierto discusión tan laboriosa como la de esta tarde. (Grandes aplausos y muestras de aprobación. )


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El Sr. Presidente (Luis y Tomás ): i

Señores: Os decía al comenzar la sesión, que estaba abrumado por el peso de vuestras atenciones para conmigo, y que me apenaba, al tratar de cumplir el más elemental de los deberes manifestándoos mi sincero agradecimiento, no poder expresaros todo el que mi alma sentía; pero ahora, al terminar una sesión en que, por espacio de varias horas, y con un interés siempre creciente, se ha sostenido brillante discusión por el dignísimo ponente Sr. Torres Argullol, y por cuantos habéis tomado parte en ella, de -una manera tan elocuente como elevada, y en la que me habéis prodigado á raudales vuestra indulgencia, en vano buscaría palabras que en el diccionario de nuestra rica lengua no existen, tan expre sivas como yo deseara, para demostrar á cada uno de vosotros mi entrañable afecto y á todos por igual mi gratitud profunda; pero á falta de ellas, hablen por mí estos latidos que denuncian la emoción que siento, y aquestas lágrimas que se deslizan y que inútilmente me propondría ocultaros. Vosotros que tenéis corazón de artista, y como tal sois grandes, nobles, generosos y descolláis sobre todo en el más puro y delicado sentimiento, comprendéis lo difícil de mi situación en este instante, que aprovecho, sin embargo, para unirme por siempre á vosotros íntimamente y con mi vida entera, como expresión del más vivo reconocimiento, y pagaros con el más verdadero de los afectos, la sagrada deuda que me habéis hecho contraer. Creed firmemente, que si la sesión de esta tarde va á terminar en este momento, lo que nunca jamás terminará para mí es su recuerdo, en el que vivirán siempre mis queridísimos compañeros, á quienes felicito por sus notables trabajos, deseando para todos, en el ejercicio de la noble profesión de la Arquitectura, que al dar días venturosos á nuestra querida patria, os otorgue agradecida una corona inmortal de gloria. (Aplausos.) Orden del gía para mañana: Lectura de las conclusiones.-Discusión inmediata del tema 4.º Se levanta la sesión. Eran las siete y treinta minutos.

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APÉNDICE Á LA TERCERA SESIÓN

Acta de la Sesión segunda . Abierta la sesión á las tres y media de la tarde, bajo la presidencia del Sr. Artigas, se dió lectura al acta de la sesión anterior, que fué aprobada. Se dió cuenta de un telegrama del Sr. Alvarez Capra, de Madrid, excusando su asistencia al Congreso por causa de ocupaciones perentorias, y manifestando su adhesión á aquél. El Sr. Presidente, declarando que creía interpretar los deseos del Congreso, ofreció la presidencia al Sr. Aguado, que la aceptó, asegurando que se consideraba una vez más obligado á los arquitect0s reunidos por las atenciones de que era objeto. Seguidamente se dió lectura á las conclusiones del primer tema, formuladas por la Comisión respectiva. El Presidente lee el enunciado del segundo tema, é insta al Sr. Belmás á ocupar la tribuna para desarrollar su trabajo. Después de algunas frases, encaminadas á encarecer las dificultades con que tiene que luchar para tratar del segundo tema descendiendo de las alturas del primero, demuestra la importancia y trascendencia del asunto, y se ocupa en parafrasear las conclusiones de las dos partes de su trabajo, referente la primera á particulares y arquitectos, y la segunda á la Administración. El Sr. Serrallach hace uso de la palabra, y declara que el trabajo del Sr. Belmás es un verdadero código de hi~iene articulado, pero cree que se aparta algo del objeto que se hab1a propuesto la Comisión organizadora al redactar el tema. En su concepto, el pensamiento que á la Comisión guió, se refiere únicamente á lo que de una manera directa pueda hacer el arquitecto cerca del propietario de una casa para mejorar las condiciones higiénicas de la misma,


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lo cual es fácil en la práctica. La Administración debe intervenir de una manera indirecta por medio de estadísticas demográficas, por medio de premios consistentes en la rebaja de contribución, el 5, el JO, el 20 por 100 á las habitaciones higiénicas, é impidiendo el uso de la vía pública para servicios internos. Habla el Sr. García Faria, y opina que debe conservarse la generalidad dada por el Sr. Belmás al tema; se declara partidario de la influencia directa de la Administración y de la formación del Comité de saneamiento propuesto por aquél, si bien con el nombre de Comisión de defensa de la salud pública. Dice que deberían redactarse Memorias con estados de mortalidad, estudiando las causas del mal y proponiendo el remedio. El Sr. Torres Argullol, habla de la mancomunada influencia del arquitecto y del médico cerca de los municipios, á fin de que éstos dicten disposiciones encaminadas á mejorar la higiene de las habitaciones, imponiendo una verdadera servidumbre de salubridad, como hay la de acueducto y otras. El Sr. Bel más pide la palabra para rectificar, pero á ruego de la Presidencia, aplaza hacer uso de ella hasta que hayan terminado los seí10res que han de hablar. El Sr. Monserrat, que había sido aludido por el Sr. Belmás para que manifestase lo ocurrido en Granada en la última epidemia á causa del pésimo servicio de desa$ües en dicha población, se excusó de tomar parte en dicha discusión por creer que no era pertinente. El Sr. Torras se declaró partidario de la descentralización iniciada ya por los medios de transporte en las poblaciones, de la multiplicación de los centros de reunión, con lo cual se mejoraran las condiciones de higiene. No opina por las medidas coercitivas que atacan la propiedad y no dan resultado. El Sr. Cabello y Lapiedra propone que no se concedan más tur nos de los pedidos, y que los oradores no se aparten del tema que se discute, á lo cual el Sr. Presidente contesta que, á su juicio, no ha habido extralimitación, ni en cuanto al número de oradores, ni en cuanto al desarrollo dado á la discusión del tema, siendo conveniente haber oído todo lo dicho para llegar á las conclusiones. Así se acordó unánimemente. Concedida la palabra al Sr. Belmás para rectificar, se felicita de las impugnaciones de que ha sido objeto su dictamen, porque han excedido sus aspiraciones respecto á los medios que han de adoptarse para dar higiene á la habitación. Se muestra partidario de la libertad de acción, pero insiste en la necesidad de aminorar ó suprimir los arbitrios sobre materiales de construcción, acepta los registros, si se perfeccionan, y la idea del Sr. García Fa ria relativa á los planes de obras; declara que no ha venido á exponer doctrinas, sino á aplicará la Arquitectura los preceptos de la higiene, y explica la alusión que hizo al Sr. Monserrat. El Sr. Torras pide la palabra para rectificar brevemente, y declara que no es partidario de las estadísticas de mortalidad relativas á las casas, ni de los premios propuestos por el Sr. Serrallach. Tras breves rectiticaciones de los Sres. Serrallach y Bclmás, el Sr. Casademunt pide la palabra para proponer un voto de gracias


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á la Presidencia por el acierto que ha mostrado en la dirección del debate. El Presidente dá las gracias, y declara terminada la sesión á las seis y cuarenta y cinco minutos. Aprobada por unanimidad en la sesión del día 18 de Septiembre

Los Secretarios,

Arturo de Navascués .-Antonio M.a Gallissá. v.• B.• El Presidente,

José Artigas y Ramoneda.

Comisión de conclusiones del segundo tema Reunida la Comisión de conclusiones del segundo tema, y abierta la sesión á las diez y media de la mañana, bajo la presidencia del Sr. Fossas Pi, y con asistencia de los Sres. Salas , Belmás, Fatjó, Torras, García Faria y Cabello y Lapiedra, después de tomar en cuenta las diversas opiniones que acerca del tema propuesto se emitieron en la sesión del Congreso, en la tarde del día 17, y después de oídas atinadas observaciones de los individuos que anteriormente se expresan, la Comisión formuló las siguientes conclusiones: r. • La excesiva mortalidad que se nota en todas las poblaciones de España, exige imperiosamente que en las construcciones urbanas de toda clase, se empleen los medios más adecuados para que, contribuyendo á la higiene pública, pueda obtenerse la deseada reducción de aquélla. »2.• Las obras que en las urbes se ejecuten, para su completo saneamiento, deberán practicarse en el subsuelo, en el suelo y en ce

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el suprasuelo, encaminadas las primeras al rápido alejamiento de los poblados de toda clase de materias inmundas, las segundas á evitar los efectos de la permeabilidad del suelo, y la tercera á imposibilitar la penetración en los edificios de los gases del subsuelo, dotándolos de todas las demás condiciones que la higiene exige, todo con arreglo á losarts. 5. 0 , 6. º y7.ºdeldictamendela Ponencia. ~3. 0 Siendo el arquitecto el que por su misión en la sociedad está llamado á llevar á cabo estas mejoras, á ello contribuirá, 1.º, dirigiendo é instruyendo la opinión pública; 2. º, influyendo en el ánimo de los propietarios, de cuyas obras sea director facultativo, y 3. 0 , asesorando la administración municipal. »Para conseguir el primer medio es necesario que el Congreso de Arquitectos nombre un Comité de propaganda, que empleará á este fin los medios que indica el ponente en el art. ro de sus conclusiones. »Con objeto de obtener lo segundo, deben los arquitectos descender, así en la confección del proyecto, como durante la ejecución de las obras, hasta los más pequeños detalles que puedan contribuirá este fin, aconsejando á los propietarios que en interés propio, sin necesidad de disposiciones que la Administración dicte, tengan en cuenta de los preceptos enumerados, aquellos que especialmente les atañen. ,, Asesorando á la Administración debe emplear dos clases de medios, unos encaminados á que los propil!tarios, sin necesidad de prescripciones reglamentarias, contribuyan al mantenimiento de la higiene, á cuyo fin podría estimulárseles por medio de premios concedidos á las habitaciones que reunieran mejores condiciones de salubridad, estableciendo estadísticas que revelaran la cifra comparativa de mortalidad producida por enfermedades infecciosas y otros para demostrará los Ayuntamientos la urgente necesidad: Primero de ejecutar, con arreglo á planes pr~concebidos, las obras de saneamiento en la vía pública, que ·detalladas quedan anteriormente; segundo, de insertar en sus respectivas ordenanzas municipales disposiciones que tiendan á igual fin; tercero, de tomar medidas para que en las edificaciones ya construídas se realicen las reformas higiénicas en el más breve plazo posible; cuarto, de procurar que la población esté surtida del suficiente caudal de aguas para poder atender con holgura á los diferentes servicios; quinto, de crear centros de población para evitar la excesiva condensación de edificios, y sex-

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to, de establecer oficinas de saneamiento á cargo de arquitectos, cuya misión se detalla en el art. 16 del dictamen de la Ponencia.» A pesar .de lo propuesto en este Dictamen, el Congreso, en su elevado criterio, acordará lo que crea más conveniente. Barcelona 18 Septiembre de 1 888.

El Vicepreside11te,

El Preside11te,

Ramón Salas.

Modesto Fossas Pi. .

El Seuetario,

Luis M.• Cabello y Lapiedra.



SESIÓN CUARTA

Celebrada el día

19 de Septiembre de 1888

en el Salón de Congresos

Presidencia del

Sr,

D. José

Artigas

y

Ramoneda

y después

del Excmo. Sr. D. Enrique M.• Repullés y Vargas

Abierta la sesión á las tres y treinta minutos de la tarde, dijo: El Sr. Presidente: El Sr. Secretario se servirá dar lectura del acta de la sesión anterior. El Sr. Secretario: lee. (Véase el apéndice á esta sesión).

El Sr Fa/qués: Pido la palabra. El Sr. Presidente: El Sr. Falqués tiene la palabra.

El Sr. Falqués: Señores: Al proponerse el tema que se discutió ayer, estaba en duda de si podía traer ó no consecuencias prácticas á la Asociación. De la discusión de las conclusiones de la Ponencia, resultó un concepto distinto del que yo esperaba. El tema decía: «Como podría obtenerse, etc.» (Lee el tema).


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Esperaba que con los discursos de los señores que ilustraron tan bien la discusión, y sus conclusiones definitivas, que hoy por motivos que ignoro no han podido estar á la vista, resultaría más ó menos demostrada la necesidad de que hoy día las artes auxiliares de la construcción, recuperaran una cosa que en mi concepto no se ha perdido. En la indicada imposibilidad de ver las conclusiones de la Comisión, no sé si se demostrará esta pérdida de lo que queremos recuperar y que en mi humilde concepto no existe. Suplico al Congreso, que aplace para otro día la continuación de la discusión del tema de ayer, y en caso de no poder alterar los turnos de otros temas, reuna la Comisión de conclusiones antes de la formalización de éstas. Si no se acepta mi proposición en cualquiera de estos dos conceptos, hago constar solemne, pero humildemente, mi voto contrario. En mi opinión, no debemos procurar que las artes auxiliares de la Arquitectura recuperen nada, debemos procurar que conserven: no han perdido nada que tengan que recuperar. He dicho.

El Sr. Presidente:

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Perdóneme el Sr. Falqués. Al pedir la palabra y al concedérsela, había yo creído que se concretaría al acta que acababa de leerse, exponiendo alguna inexactitud ó falta de expresión en la misma. Veo que no ha renido que ver nada con el acta lo manifestado por el Sr. Falqués, y en su virtud debo preguntar nuevamente. ¿Se aprueba el acta? ¿hay algún individuo que desee hacer alguna observación respecto al acta? Queda aprobada. Ahora podré hacerme cargo de lo que ha dicho el Sr. Falqués. No pueden ser admitidas ni tampoGo constar las palabras del señor Falqués, que yo considero y respeto en cuanto valen, y que hubieran estado dentro <le su oportunidad en la sesión de ayer, si por los motivos que ha expresado, en cuya apreciación no entraré, hubiesen sido dichas en la última sesión; entonces, hubieran constado en acta; mas dichas hoy, cúmpleme manifestar que no pueden constar. Lo siento mucho, pero me he de quedar con el sentimiento. Sin embargo; como que las conclusiones de la sesión de ayer no

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se imponen á nadie, porque han de ser votadas en sesión privada, el Sr. Falqués podrá dar su voto negativo, si no le parecieren convenientes. Queda así, subsanado este punto y creo que se ha terminado el íncidente. Réstame decir á los señores del Congreso, que no ha sido posible dar conocimiento hoy del dictamen de la Comisión de concluciones, acerca el tema discutido en la sesión de ayer, porque la discusión en el seno de la misma fué muy laboriosa y larga, y no ha quedado tiempo para formularlo. Es falta reglamentaria, pero no trascendente, en cuanto esas conclusiones no deben ser aprobadas hasta el fin- de todas las sesiones. Además, podremos hacernos cargo de ellas con anticipación, en cuanto mañana vendrán á nuestro conocimiento, y el público las conocerá también, por medio de la lectura que de ellas se hará al principio de la sesión. Por esto creo que no merezca ninguna censura la Comisión, que es celosa en el cumplimiento de su deber, quedando cubierta su responsabilidad con la naturaleza del asunto, que ha dado lugar á discusión muy larga, imposibilitando las conclusiones. Es cuanto debía manifestar en descargo de la Comisión. Procede ahora entrar en la discusión del tema cuarto, de cuya ponencia se encargó el compaí1ero Sr. Alvarez Capra; pero antes paréceme muy justo, que habiendo nombrado el Congreso vicepresidente á una persona tan distinguida y apreciable como lo es nuestro compañero D. Enrique Repullés y Vargas, que tengo á mi lado, le verá con gusto ocupar este sitial. (Aplausos. )

El Sr. Presidente (Repullés ): Señores: Al ocupar este sitial, en que me han precedido tantas eminencias del arte y de la ciencia, el convencimiento de la escasez de mis merecimientos, me anonada hasta el extremo de no acertar á expresaros mi gratitud. Sin embargo la con ideración de que, al enaltecerme, habéis querido honrará nuestros compañeros de l\Iadrid, me da fuerzas para llevar, aunque indignamente, una representación de que me envanezco. En su nombre, pues, en nombre de mis compañeros de Madrid que no han podido venir á causa de sus ocupaciones, os saludo


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afectuosa y cordialmente, como saludo también y felicito á Cataluña, por el grandioso espectáculo que está dando al mundo entero con esta hermosa fiesta de la paz; y felicito muy particularmente á mis compañeros d¡ Barcelona, por la gallarda muestra que de -su talento artístico nos hao dado en tantas obras como esmaltan esta ciudad. Sólo me resta expresaros mi agradecimiento por la valiosa distinción que de mi humilde persona habéis hecho, no por mis méritos sino por los de aquellos cuya representación llevo, y á quienes prometo comunicar esta muestra de simpatía que nos iguala; pero, no encontrando palabras con que hacerlo, sólo os diré, para que podáis medirlo, que está á la misma escala y es tan grande como la benevolencia que habéis tenido necesidad de desplegar para elevarme á sitio tan preeminente. (Aplausos.) El Sr. Secretario se servirá dar lectura del tema cuarto.

El Sr. Secretario: Tema cuarto. «Naturaleza peculiar de la urbanización, y necesidad de legislar particularmente acerca de la misma.» El Sr. Presidente: No habiendo podido venir á dar lectura del dictamen de la Ponencia el Sr. Álvarez Capra, en nombre del Congreso debo expresar el vivo sentimiento que experimentamos por su ausencia.

El Sr. Navascués: Pido la palabra. El Sr. Presidente: El Sr. Navascués tiene la palabra.

El Sr. Navascués: Mi objeto principal al pedir la palabra, era hacer las manifestaciones que habéis oído de nuestro digno presidente. Muy breves son las que tengo de añadir. Un deber de amistad y de compañerismo me impulsa á pedir al Congreso que se sirva acordar el sentimiento que le produce la ausencia en este recinto del seí10r

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Alvarez Capra, distinguido arquitecto y académico de Bellas Artes de San Fernando.

El Sr. Presidente: Constará. El Sr. Fossas y Pi tiene lapalabra.

El Sr. Fossas Pi: Compañeros queridos: La forzosa y sentida ausencia de nuestro dignísimo compañero el Sr. Alvarez Capra, defrauda por completo la esperanza que todos abrigábamos de poderle oir hoy en este sitio, en donde sin duda hubiera desarrollado, de la brillante manera que él sabe hacerlo, las conclusiones que en calidad de ponente del tema cuarto presentó. Esto os obliga á oir lo poco mediano ó lo mucho malo que yo diga, en sustitución de lo mucho bueno que él hubiera dicho. Y no es que al empezará usar la palabra, entienda que voy á ocupar el puesto de ponente; no, de ningún modo; no 111,~ creo autorizado para ello, pues que fué regla sentada por la Comisión organizadora, la de que ninguno de los individuos de los que formamos parte de ella, se encargaría de ponencia alguna. Habéis oído las conclusiones formuladas acerca del tema, por el Sr. Álvarez Capra. Excuso deciros que estoy completamente conforme co.n todas ellas; nada diré, por tanto en mi discurso en contra de las mismas. He redactado, sin embargo, otras conclusiones que conocéis, las cuales considero como el complemento de las presentadas por el ponente, y en este solo concepto, paso á desarrollarlas. La vida social, la vida de relación tiene exigencias, en cuanto á sus intereses materiales atañe, que es fuerza sean satisfechas en to• do país civilizado. El hombre que no vive la vida del anacoreta, aquel que por el contrario pasa su existencia acá en la tierra rodeado de sus semejantes, y que 110 limita el fin de aquélla á su propio y exclusivo bien, si no que atiende 110 menos al de los demás trabajando con éstos para el bien general, necesita en la localidad donde tiene su morada, disfrutar de medios que permitan y faciliten el cumplimiento de la reciprocidad de derechos y deberes en:i¡


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tre sus consocios de la sociedad humana, reciprocidad que constituye la condición primordial é ineludible de toda civilización. Puede, pues, afirmarse que el instinto de sociabilidad, dando lugar á que gruyos más ó menos crecidos de hombres se cobijasen, si no bajo un mismo techo, bajo techos amparados por un mismo cielo, bajo el cielo de una área de dimensiones limitadas, produjo la urbanización, la cual ha sido poderosísimo medio para la creación de elementos civilizadores. No es necesario remontarse al origen, ni hacer la historia de los agrupamientos humanos, ósea de las urbes en que han tenido sus albergues,· partiendo de los primitivos pobladores de nuestro globo y siguiéndoles en sus sucesivas emigraciones á los diversos países, para dejar demostrado que la urbanización cobija desde su infancia á la familia y á la propiedad, estos dos grandes y sólidos cimientos de la organización social. La familia necesita en las urbes de los edificios donde tiene su hogar, y estos albergues constituyen la propiedad particular. El fin útil de la formación de los centros poblados, llámense ciudades, villas, pueblos ó aldeas, consiste en el emplazamiento de dichos edificios, de tal manera dispuesto, que presten aquéllos adecuadamente el servicio á que vienen destinados. Mas en las urbes, aparte de la familia, juega un papel importantísimo otra entidad con la cual es preciso contar en cuanto á ella se refiere: tal es el público. Esta colectividad, de la que todos formamos parte y de cuyos actos nadie en particular es responsable; este sér, de cuya opinión tanto se abusa en los tiempos presentes; el público, en contraposición á las individualidades á quienes pertenece la propiedad privada, es hoy el legal poseedor de los bienes inmuebles que en las urbes á todos en general interesan y á ninguno en especial pertenecen, pues que han pasado ya las edades en que el señor feudal se juzgaba dueño absoluto de tales bienes en las agrupaciones urbanas adjudicadas á su dominio, del mismo modo que al rey pertenecían en las que eran de realengo. Son, pues, elementos constitutivos de los poblados: de una parte los edificios de particulares que tienen por objeto albergará los moradores de aquéllos, y de otra, los edificios públicos y demás bienes raíce(de comun aprovechamiento que vienen á llenar necesidades generales de los mismos; y tie¡1e por objeto la urbanización, el cambio~de servicios entre los inmuebles de ambas clases, Y

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por tanto el de derechos y deberes de aquellos moradores en cuanto con tales inmuebles se relaciona. Del conocimiento del objeto de la urbanización, se deduce el de la naturaleza de ésta, que el tema que estoy tratando pretende averiguar. Esta naturaleza exige que los servicios todos á que las urbes están destinadas, se presten en ellas del modo más perfecto po· sible en bien de la comodidad y de la higiene de cuantos en las mismas moran, ya temporal, ya permanentemente, sin detrimento de los intereses privados de quienes tienen en la propiedad urbana invertidos sus capitales como medio de obtener de éstos la debida renta, ni tampoco de los intereses generales de la colectividad en todo lo que se relacione con el género de vida de cada uno de los que de la misma forman parte. Decir urbanización, es decir obras y construcciones; de dominio y uso privados unas, y de dominio y uso públicos; otras. Que el interés de las primeras no prevalezca sobre el de las segundas, y que tampoco el de éstas avasalle al de aquéllas, hé aquí el objetivo de una buena organización urbana. El establecimiento y la conservación de este equilibrio originan la naturaleza peculiar de la urbanización, ó sea, del modo de ser y estar de las construcciones propias de los inmuebles que la constituyen; naturaleza distinta por consiguiente de otras clases de construcciones ú obras destinadas á servicios y usos diferentes de aquéllas de que me estoy ocupando. Poco habré de esforzarme en demostrar esta tesis. Las obras ó construcciones que el estado de civilización ha hecho necesarias, pueden considerarse divididas en tres grandes grupos. Pertenecen al primero aquellas que deben su existencia única y exclusivamente al interés público ó de todos, sin que en ellas se tome para nada en cuenta el interés privado. Son estas obras las propias de los ramos de caminos, canales y puertos, todas las cuales llenan la expresada condición, pues que para el bien general se construyen, funcionando independientemente de ellas el interés particular. Son de dominio público, pasando en todo caso á serlo, cuando, ejecutadas por concesionarios, termina el plazo de la concesión. Denomínanse obras públicas, cuya frase expresa bien la naturaleza de estas construcciones. Comprende el segundo grupo obras de dominio público ó de común aprovechamiento unas, y de dominio y propiedad privados otras; mas que, no pudiendo subshtir uquéllas sin éstas, ni tampoco


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las segundas sin las primeras, se hace necesario que medien entre ambas relaciones armónicas que unifiquen el interés general con el interés privado. Estas obras son todas las de urbanización, las cuales se han designado con el nombre de construcciones civiles, cuya denominación tan sólo juzgo aceptable en el supuesto de que se entienda dar á la palabra civil la primera acepción que le asigna el diccionario de la Academia, esto es, lo perteneciente á la ciudad y á sus moradores, en cuya acepción, civil es sinónimo de urbano. Por último, el tercero de los grupos de obras abraza aquellas en todas las cuales se nota la ausencia del interés colectivo, afectando únicamente al privado, y que siendo construidas y costeadas por particulares, importa evitar que al hacerlo ó al usar de ellas se creen derechos indebidos de unas á favor de otras, ó que se respeten los creados á este fin, cuya misión es propia de los Tribunales ordinarios, siendo ajena á ella la Administración pública. Empezando por descartar de mi propósito el tercer grupo de los · rnnsiderados, para abandonar luego el primero, haré antes notar la esencial diferencia que existe entre las obras en éste comprendidas y las que lo son en el segundo, diferencia que resulta de su respectiva definición y consiguiente modo de ser. En las obras públicas el objetivo único es el interés general; en las llamadas construcciones civiles resulta este objetivo, como queda expuesto, del consorcio del interés público con el interés privado. Los caminos ordinarios en sus varias categorías, los ferrocarriles, los canales de navegación, los puertos y los faros son evidente demostración de lo primero, no mediando más relación de estas obras con la propiedad privada, que el uso que de ésta se hace para emplazarlas por medio de la aplicación de la ley de expropiación forzosa por causa de utilidad pública, y las numerosas servidumbres que aquéllas la imponen, sin compensación alguna en su beneficio. A Jo más la carretera se utilizará en algunos casos para la entrada á las propiedades rústicas vecinas, y el ferrocarril consentirá algún paso á nivel al través de sus vías, que cuando se trata de edificaciones en el linde de estas obras ya se obliga á retirarlas un determinado espacio para evitar la creación de derechos sobre aquellas. En cambio, en los centros urbanos es condición esencial de su existencia la dualidad de intereses. De más estarían las calles en las urbes si no se levantaran casas en sus lindes, como tampoco, recíprocamente, las casas podrían prestar el servicio á que se hallan


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destinadas sin calles que á ellas condujeran. Por otra parte, estas calles á la vez que sirven para la vialidad general, se utilizan para la satisfacción de las necesidades externas de los edificios que las bordean, como estos edificios tampoco pueden ser erigidos según cuadre á la libre voluntad de sus dueños, sino que por el contrario deben sujetarse á determinadas restricciones reclamadas por el bien general. De aquí que en la legislación de la urbanización deba brillar corno á primera condición, el justo equilibrio entre el interés colectivo y el particular, el cambio recíproco de derechos y deberes entre uno y otro; equilibrio y reciprocidad que para nada deben tomarse en cuenta en la legislación de obras públicas. Esto aparte de otra diferencia esencial que distingue ambos grupos, diferencia motivada por la intervención del elemento artístico en uno de ellos y su ausencia en el otro. Las obras públicas basta con que sean útiles, al paso que las ap~llidadas civiles, además han de ser bellas, por cual razón se conocen también aquéllas con la denominación de utilitarias. Entre los dos elementos de la constitución urbana varían las opi• niones acerca cual de ellos es el predominante. Una persona tan ilustrada como lo era el ingeniero D. Ildefonso Cerdá, de grata me• moría, en su Teoría general de la urbani,ación dice, para dar idea de ésta en-el terreno de la ciencia, que sus elementos constitutivos son los albergues; su objeto, la reciprocidad de los servicios, y sus medios, las vías comunes; es decir, de común aprovechamiento. Esta definición acaba de fijar concretamente la diferencia esencial que existe entre la naturaleza peculiar de las obras propias de las urbes y la de las otras obras de que queda hecho mérito: en las unas las vías de comunicación, ó sean las calles, son el medio y los albergues, ó sean los edificios, que en su inmensa mayoría pertenecen á la propiedad privada, son los elementos constitutivos; al paso que en las otras forman el elemento esencial las vías de comunicación, ya sea terrestre, férrea, fluvial ó marítima, sirviendo de medios, en la mayoría de los casos, la propiedad privada que para su emplazamiento ó para su servicio se utiliza. Mas, ya se consideren las vías de comunicación urbanas como medios para facilitar los servicios de las casas que radican en los poblados, ya se las reconozca más elevada categoría, apreciándolas, al igual que aquéllas, como elementos constitutivos, es de todo punto evidente que entre una y otra clase de tales obras han de


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mediar estudiadas relaciones, más difíciles de establecer y de conservar por aparecer en ellas en contra posición dos intereses opuestos, de donde se deduce cuál es y en qué consiste la naturaleza peculiar de la urbanización. He dicho que la frase obras públicas, expresa bien el modo de ser de aquéllas á las cuales se aplica, pues si bien tienen asimismo el carácter de tales obras las calles, las plazas, los paseos, no menos que los edificios públicos, son, sin embargo, de naturaleza distinta de las primeras, según dejo demostrado, y como por otra parte no pueden las mismas considerarse independientemente de las construcciones particulares que con aquéllas forman las urbes, de aquí que, constituyendo, como constituyen, grupo aparte, deban conocerse con nombre también distinto, que, á mi juicio, habría de ser el de construcciones urbanas, aceptando, no obstante, el de construcciones civiles entendido en la acepción antes expresada. Mas, si n9 formulo serias objecciones á la denominación, no puedo prescindir de expresar una sentida queja, porque habiéndose desconocido por nuestra Administración, á la par que por nuestros legisladores, no sólo la importancia, sino hasta el carácter peculiar de los inmuebles y de las obras urbanas, se ha creído equivocadamente que la legislación de obras públicas era perfectamente aplicable á ellas y tan sólo escasas disposiciones especiales se han dictado para las mismas; habiéndose mirado, por otra parte, con indiferencia, que los ayuntamientos, al formular sus códigos municipales, sentaran en muchos casos principios que son verdaderos absurdos. No basta no, para el fomento de los intereses materiales del país, que se abran carreteras, se establezcan ferrocarriles, se canalicen ríos y se mejoren puertos; es necesario, además, que nuestras ciudades, no menos que nuestras ·v illas, salgan del atraso en que, en general se hallan, y ofrezcan así á sus moradores como á quienes las visiten, todas las comodidades y todos los atractivos de la vida moderna, no menos que todas las garantías de salubridad que los adelantos de la ciencia hacen hoy posibles, y esto no se alcanza con las pocas disposiciones que, relativas á la materia, po• seemos, ni dejando al criterio de las municipalidades las bases fundamentales de sus ordenanzas. Es preciso que se estudien los problemas de urbanización, cuya complexidad está muy lejos de corresponder á la sencillez de los que se resuelven en obras públicas, para así conseguir el fin deseado, respetando el derecho de todos,


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Administración y particulares, pero sin favorecer el de éstos en perjuicio del de la otra, ni recíprocamente, y esto con el menor gravamen del erario público. Si no fuera mi propósito abondar más en la materia, podría dar ya por contestado con toda generalidad el tema, puesto que he definido la naturaleza peculiar de la urbanización, y dejo indicada la necesidad de legislar particularmente acerca de ella. Sin embargo, creo necesario seguir desarrollando esta segunda parte, hasta haber plenamente demostrado esta necesidad. Las crecientes exigencias de la vida contemporánea, tan diferente en usos y costumbres de la de otras edades, la trascendencia que hoy alcanzan entre nosotros las cuestiones económicas, el elevado valor que por consecuencia han adquirido los bienes inmuebles en las urbes, el mejor conocimiento y el mayor aprecio en que se tienen los respectivos derechos que á cada cual y en todo asunto corresponden, obtenidos ésros por virtud del espíritu liberal infiltrado en el modo de gobernar los pueblos modernos, son otros tantos acicates de la necesidad sentida de ocuparse en el estudio de materias comprendidas en cuanto constituye la urbanización y que en lo antiguo, ó se desconocían completamente, quizás porque carecían de la importancia que hoy afectan, ó se fiaba al azar su resolución, cuando no al derecho del más fuerte, ó bien al poder absoluto del señor de la comarca, del delegado del poder central y hasta de un alcalde, creyéndose erroneámente ser ley su arbitraria voluntad y dándose el caso, aun en tiempos próximos á los nuestros, de tolerar y consentir disposiciones de carácter administrativo que, juzgadas con el criterio del derecho común, se hubieran calificado de penables.

El Sr. Presidente (interrumpiendo al orador): En virtud de haber transcurrido ya con exceso el tiempo reglamentario, durante el cual ha estado en el uso de la palabra el Sr. Fossas Pi, me veo en el deber de tener que preguntarle si desea que se consulte al Congreso si le concede autorización para continuar usándola. ( Voces sí, sí, que continúe. Aplausos. ) Puede el Sr. Fossas continuar.


El Sr. Fossas: Si no debiera concretar mis observaciones al tema de que me estoy ocupando, y pudiera por el contrario tratar en general de la totalidad de las obras que al público interesan, abogaría por la promulgación de una ley que á todas las comprendiera, cual ley dividiese la policía de las construcciones en dos grandes grupos, á manera de como estaba establecido entre los romanos, comprendiendo en el primero las rústicas, y las urbanas en el segundo, ó sea, en uno aquéllas para las cuales he admtido el calificativo de obras públicas, y en otro las de urbanización, ó construcciones civiles. Planteado el problema en este terreno, examinaría la ley llamada general de Obras públicas, vi gen te desde el aí10 1877, en la cual sólo .por excepción se citan las construcciones civiles, y esto solamente en cuanto á algunas de ellas, y procuraría demostrar su deficiencia en este punto, y la necesidad de dotar á la misma de una segunda parte para tratar de todas las obras urbanas. Analizaría la ley también vigente de expropiación promulgada en 1879, haciendo notar que parece dictada con la mira puesta únicamente en determinada clase de obras, si bien lleve mal zurcida una sección consagrada á las de reforma de poblaciones. Y pondría en evidencia la confirmación de lo expuesto con la cita de los reglamentos de estas leyes y de los pliegos generales de condiciones para contratas, deduciendo de todo ello la inconveniencia de aplicará las obras urbanas los preceptos de tales leyes y reglamentos, á las cuales se aplican, sin embargo, mejor ó peor, á falta de disposiciones especiales que concuerden con su idiosincrasia. Mas siendo otro el derrotero que debo seguir como más expedito, y renunciando al ideal expresado, he de pedir á la Administra-' ción española que renuncie también á comprender, en poco ni en mucho, las construcciones urbanas en las disposiciones legales que para obras públicas dicte, y que legisle particularmente parn aquéJlas, pues que su importancia exige que no se las obligue á vivir de prestado, como hoy acontece en gran número de casos, que no se las incluya, así como vergonzosamente, en leyes cuyas disposiciones, dada su especial naturaleza, no pueden serles aplicables. Bórrese, pues, de la ley de Obras públicas lo poco de ella que á construc-

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ciones civiles se refiere; suprímase de la de expropiación lo que á obras urbanas atañe, y del mismo modo que se ha dictado una ley especial de expropiación para el ramo de guerra, reconózcase la necesidad de otra especial también para las obras de urbanización . (Aplausos.) Quede así establecida la completa separación entre una y otra clase de obras, y veamos dentro la órbita particular de las que á la especialidad arquitectónica interesan, cuáles son las disposiciones legales en nuestro país existentes y cuáles las lagunas que en ellas deben llenarse, poniendo, sin embargo, antes á la vista el extenso cuadro que la urbanización abarca. Las obras de urbanización tienen por objetivos la vialidad, la higiene, el abastecimiento, el esparcimiento, el ornato ó embellecimiento, la habitación y la industria, y los servicios administrativos y del culto que se prestan en los edificios públicos. Son de uso y dominio públicos las que realizan los primeros objetos; pertenecen al uso y á la propiedad privada las destinadas á la habitación y á la industria, obligadas unas y otras á prestar servidumbres de utilidad colectiva; y son de las respectivas pertenencias del Estado, la Iglesia, la Provincia y el Municipio los edificios públicos, correspondiendo su disfrute más ó menos, á la generalidad de vecinos, según los servicios á que están consagrados. Entre los inmuebles del primero de los tres grupos se cuentan las calles y las plazas, cuyo suelo y cuyo espacio prestan el servicio de vialidad, así pedestre como rodada, igualmente que el de entrada, luz y vista de las casas que las bordean, y cual subsuelo ha de prestar el higiénico de drenaje y de evacuación de sustancias nocivas y aguas pluviales, á la par que el de abastecimiento por medio de conducciones de todas clases; y figuran también en el mismo los paseos, parques y jardines públicos, así como los mercados, las fuentes y asimismo los monumentos que en las vías se alcen para conmemorar hechos gloriosos de la patria. Las obras necesarias para obtener tales inmuebles, ó cuya ejecución se requiere en ellos, vienen unas comprendidas en la reforma y en el ensanche de poblaciones con las expropiaciones precisas á estos fines, ó al de emplazamiento de las demás en el grupo incluídas, y consisten otras en la construcción de alcantarillados y de todo género de conducciones, en el afirmado de calles, en el alumbrado y arbolado de toda clase de vías, y en la erección de mercados, fuentes y monumentos. 38


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Las casas destinadas á habitación, así como los establemientos industriales, constituyen el segundo grupo, cuyas obras deben ser reglamentadas en cuanto se refiere á las servidumbres de interés público, que son las que, en beneficio de la colectividad de vecinos y transeuntes de las urbes, se hace preciso imponer á los edificios de propiedad privada que en ellas se levantan, al objeto de contribuir, si no directa, indirectamente á los objetivos que en una buena urbanización deben perseguirse y quedan indicados; cuyas servidumbres, expresión viva del enlace é intimidad de relaciones en• tre el interés público y el privado, han de consagrar la armonía entre ambos intereses. Los bienes inmuebles sujetos á ella( son, como queda dicho, las casas y establecimientos de particulares, y los preceptos que han de regirlas, que unas veces tienen el carácter de prohibitivos de determinadas obras, y otros el de limitación ó regulación de las mismas, se refieren principalmente á las aceras que recorren las vías públicas, á la solidez de los edificios para conseguir la seguridad general, á la alineación de fachadas, á impedir en bien de la higiene, la demasiada altura de las casas, así como el exceso de condensación de construcción en ellas, y á re· glamentar igualmente cuanto concierne al alejamiento de aguas é inmundicias y á establecimientos incómodos, insalubres y peligrosos para prevenir los males que podrían originarse si no se guardaran en estas delicadas materias las debidas precauciones. Por último, los edificios públicos de todas clases y afectos á servicios diversos, exigen disposiciones propias de la urbanización, ya relativas al estudio de sus proyectos, ya á su emplazamiento, ya fi. nalmente á sus obras de construcción y de conservación, impor• tantes estas últimas cuando se trata de monumentos históricos y artísticos. Marcados los horizontes que la urbanización abarca, ha llegado la ocasión de examinar, aunque sea brevemente, cuál es la legislación española dictada hasta el día para atender al cúmulo de necesidades originadas por los inmuebles y por sus obras enumerados . Empezando por la Novísima Recopilación, por no traspasar la fecha del presente siglo, aparecen entre las leyes que la constituyen, varios preceptos y encargos diversos hechos á los Corregidores, Ayuntamientos y Justicias del Reino, los más de carácter vago é


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indeterminado, pero que acusan el deseo de procurar por el saneamiento, la seguridad y el ornato de las urbes, así como de atender á servicios que dependen de la Administración, y de conseguir que los edificios públicos fueran lo que es justo sean bajo el punto de vista artístico y constructivo, á cual fin se ponen bajo la tutela de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando. Ya en dichas leyes se ordenó que los cementerios se establecieran fuera de poblado, que se construyeran casas de ayuntamiento, hospitales, hospicios y cárceles, fijando condiciones aunque poco explícitas para estos establecimientos; que se cuide de la conservación de los monumentos; que se derriben ó reparen las casas ruinosas; que se procure la mayor anchura y el más recto trazado de las calles; y que tengan los pueblos ordenanzas municipales. Aun hoy, en poblaciones de escasa edificación, se exige el cumplimiento de la ley referente á solares yermos, y en todas se consideran vigentes las dictadas sobre saledizos, sobre pago de la acera por los propietatarios colindantes, y acerca de la prohibición de establecer dentro de poblado determinadas industrias. Mas, á pesar de todo, la Novísima Recopilación dista mucho de responder á los adelantos y necesidades de la época actual. Durante el reinado del régimen constitucional se ha venido legislando en urbanización parcialmente, con _muy contadas excepciones, sin jamás haber abrazado la materia en su conjunto, y resolviendo muchas veces las cuestiones por incidentes á medida que se han presentado, dictando para ello disposiciones que, si servían para dar solución de momento al caso, no respondían á otro que de aquél en algo se separase. La creación en 1852 de la Junta consultiva de policía urbana y construcciones civiles hubiera podido ser la base para llegará poseer un código general de urbanización adecuado á las exigencias modernas, en cuyo camino algo se adelantó durante su existencia; mas todos sabemos que esta J un.ta fué suprimida en 1865 por razones que á nadie satisficieron. En 186r fué presentado al Senado por D. José de Posada Herrera un proyecto de ley de gran trascendencia para la reforma, saneamiento, ensanche y otras mejoras de las poblaciones, el cual sin embargo no prosperó; estando reducida hoy la legislación de este importantísimo asunto á la Real orden de 1846, que dispuso el levantamiento de los planos de población y la rectificación de ali-


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neaciones en los mismos, (cuya disposición está todavía por cumplir en la mayoría de los cascos urbanos); la vigente ley de ensanche de 1876; que modifica la de 1864; y la sección quinta de la de e-xpropiación de 1879 referente á reforma de poblaciones, inoportunamente y con escaso estudio introducida en ella. La-primer(_ley de expropiación dictada en 1836 gozaba de un carácter'" de generalidad que la hacía aplicable á obras de utilidad pública de toda clase; mas en su reglamento, que no vió la luz hasta 1853, ya se concretan sus preceptos á las de caminos, canales y puertos. Lo propio debo decir de la Instrucción de 1845 para promover y ejecutar obras públicas, y de otras disposiciones dictadas hasta 1876, en que la_ley de Bases de lade Obras públicas hacía presumir con fundamento que la que se promulgase con sujeción á ellas había de responder al desideratum que antes he expresado, pues :que :dice en su artículo 1 .º que: ose entenderán por obras públicas para los efectos de la ley, las que sean de general uso y aprovechamiento, y las construcciones destinadas á servicios que se hallan á cargo del Estado, de la provincia, ó de los pueblos.» Mas la ley definitiva de 1877 desvaneció aquella esperanza, ya que, si bien el artículo r. º, en su primera parte define las obras públicas en iguales términos, al especificará continuación las que se hallan comprendidas en cada uno de los dos grupos que abraza, deja de mencionar en el primero todas las urbanas (como si no las hubiera entre éstas, de general uso y aprovechamiento) y en el segundo comprende solamente los edificios públicos destinados á servicios que dependan del Ministerio de Fomento, prescindiendo por completo de los de otros Ministerios, á quienes dice corresponde entender en los que presten servicios que respectivamente les atañen. Alguna reglamentación existe para edificios públicos de diversas clases, tales como: iglesias, cementerios, establecimientos penales y de beneficencia, escuelas y teatros; mas donde su falta es grande, es en todo~lo relativo á las servidumbres de interés público, respecto á las cuales tan sólo pueden citarse: la Real orden del año 1863 modificada en 1878 sobre obras de reforma de edificios, alguna sobre la extensión que debe darse á la servidumbre de acera, otra sobre pago de alcantarillado de Madrid, muy poco sobre edificios ruinosos, algo concerniente á los ensanches de Madrid y de Barcelona y escasas reglas sobre determinados establecimientos incómodos, insalubres y peligrosos.


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Por último; no todos los Ayuntamientos poseen ordenanzas municipales, en las cuales se establecen preceptos referentes á servidumbres de pública utilidad que carecen de la uniformidad que en su fundamento, á mi juicio, debería existir. Se deduce de lo que hasta aquí llevo expuesto la deficiencia de las disposiciones legales dictadas hasta al presente en urbanización, y la necesidad de legislar especialmente para ella, á cuyo fin habría de promulgarse una ley que abrazase todas las obras que la misma comprende. Sin ánimo de presentar formulado el proyecto de esta ley, ni siquiera ordenadas sus bases, no puedo resistir al deseo de hacer algunas indicaciones acerca de los principios que habrían de informar estas bases, aunque no sea más que para llevar por completo la convicción á mis oyentes en cuanto á la, para mí, imperiosa necesidad de su promulgación . Esta ley habría de dividirse en tres secciones: La r .º comprendería los inmuebles de general uso y aprovechamiento en las urbes. La 2. • los inmuebles de uso y propiedad privados sujetos á servidumbres de interés público. La 3.ª los edificios públicos. Las obras propias de los inmuebles comprendidos en la 1. ª sección, se prestan á ser agrupadas en tres clases ó divisiones que abracen: r .º Las obras que por la Administración se ejecuten en los expresados bienes inmuebles de general uso y aprovechamiento. 2. 0 Las que en los propios bienes se practiquen por concesionarios; las cuales se subdividen á su vez en obras de interés general, y obras de interés particular. 3. 0 Aquellas para las cuales se necesita adquirir por expropiación bienes de propiedad privada. Corresponden al 1.º de estos tres grupos: Los afirmados de calles y plazas y cuantas otras obras ejecute la Administración en el suelo de las vías públicas de todas clases, en bien de la comodidad del tránsito, de la higiene, del abastecimiento y del embellecimien to de las urbes; los alcantarillados y toda clase de conducciones en el subsuelo de las propias vías, llevadas á cabo para los mismos fines. Al 2. º Las obras realizadas mediante toda clase de concesiones á


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empresas y particulares en suelo y subsuelo de tales vías, ya tengan por objeto el establecimiento de tranvías, de mercados, de kioskos para usos diversos, de conducciones de agua, gas, vapor y cables eléctricos para atender al servicio público que tales obras prestan, ya consistan en acometimientos al alcantarillado general, ya en ramales de conducciones parciales para el servicio especial de casas de particulares. Y en el 3. 0 han de incluirse principalmente las obras de reforma y ensanche de poblaciones, así como los emplazamientos de construcciones destinadas á los fines que son objeto de esta sección. Con el epígrafe que para esta r .• sección de la ley propongo, con la enumeración de inmuebles en ella comprendidos; así como de las obras de que los mismos son susceptibles, y con el agrupamiento de aquéllos y de:éstas que establl!zco, quedan iniciados porción de principios que jamás se han presentado en nuestras leyes estudiados cual fuera de desear, y que por faltar su sanción legal y justificada, han sido resueltas hasta hoy de soslayo, siempre por casos particulares, y no en todas ocasiones con igual criterio, cuestiones trascendentales que afectan á derechos de la Administración unas veces, y de particulares otras, todos ellos dignos de respeto. Lejos está de mi propósito que la ley descienda á detalles impropios de la'generalidad_ que para ella deseo, ni imponga trabas al genuino desarrollo de las urbes debido á condiciones especiales de localidad; mas de esto á la anarquía que, en muchos puntos de la materia que trato, reina en nuestro país, media un abismo que una sabia Administración debe llenar, mediante la adopción en derecho constituyente de principios de reconocida justicia que á tod os obliguen, y en cuya órbita puedan amplia y desembarazadamente moverse las aspiraciones propias de cada comarca , acordes con el clima, naturaleza y costumbres de la misma, y con sujeción á las cuales, á la par que con aquellos principios, se redacten las respectivas ordenanzas municipales, de tal manera que sobre la base de la justicia se funde en cada localidad lo que la conveniencia reclame . El epígrafe ,de)nmuebles de general uso y aprovechamiento corresponde á la definición q_ue con toda generalidad da la vigente ley de Obras públicas, si bien en nuestro caso añado la frase en las urbes para limitar esta generalidad, como es debido. Mas, apar• te de esto, justo es convenir en que á los inmuebles urbanos co•


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rresponde perfectamente tal denominación, pues en efecto; las caHes y las plazas, los parques y los paseos, las fuentes y los mercados sirven al uso de todos, y pertenecen, por tanto, al dominio público, por iguales títulos que las carreteras generales y las provinciales. No media más diferencia entre estas diversas clases de inmuebles, que la de que, siendo uno mismo el dueño de todos ellos, existen entidades distintas á las cuales tiene aquél encargada la administración de dichos inmuebles, que lo son los Ayuntamientos en el primer caso, el Estado en el segundo y las Diputaciones en el tercero, obrando todas de conformidad á las reglas dictadas por el poder legislativo , que en España lo constituyen las Córtes con el Rey. Esta es, á mi juicio, la teoría que hoy debe prevalecer si deseamos que los poderes absolutos de tiempos pasados no sean sustituí dos por el poder absorbente de una exagerada centralización que constituya al Estado en único administrador de los bienes todos de dominio público. Para fundar otros principios que en la materia conviene dejar establecidos, importa ante todo apreciar la naturaleza, no menos que los servicios, que en urbanización prestan las calles, y más en general, las vías públicas urbanas. Calle, significa un espacio limitado y encajonado por dos límites de casas, destinado, no únicamente á la vialidad pública, sino en parte muy principal, para facilitar las entradas y salidas, el aire, el sol, la luz y las vistas á los moradores de aquellas casas, las cuales además apoyan su cimentación en las tierras que constituyen el subsuelo del área del expresado espacio, por cuyo subsuelo discurren también las conducciones de servicio de las mismas. En esta definición aparecen los dos intereses, el general y el privado prestándose mutuamente servidumbres, y dejando para más adelante, aunque ligeramente, por• que conozco que voy cansando (no, no ), las que el segundo presta al primero, es fuerza tener en cuenta las que el mismo, ósea el in terés particular, recibe del predio público, para así poder justificar la repartición de derechos y de cargas entre ambas entidades. He usado mal la frase servidumbre , aplicada en su acepción forense al segundo de los casos aludidos, pues que nuestras leyes declaran que los bienes de dominio público no las admiten, por lo que no constituyendo verdaderas servidumbres los servicios que la calle presta á la casa, se hace preciso buscar su explicación en distinto fundamento. Ahora bien , considerando que el uso público de las


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calles quedaría atendido aun cuando en los lindes laterales de ellas se alzaran, á toda la altura que miden los edificios, muros que por tales lindes las cerraren, sin vano alguno en ellos, y teniendo presente aquel precepto legal que prohibe mirar sobre el predio ajeno sin antes mirar en el propio, así como el que obliga á que nadie use de lo que no le pertenece sin haber adquirido derecho para ello, habremos de deducir forzosamente que los edificios necesitan espacios en las vías urbanas para los servicios que les son propios y quedan enumerados, y que estos espacios han de ser proceden• tes de los solares de aquéllos, si bien el área de los mismos deba estar sujeta á la servidumbre de tránsito público; ó en otros términos, que no ha de autorizarse edificación alguna en las urbes sin que el dueño de ella posea disponible la extensión de terreno pre• cisa para la parte de vía pública afecta al servicio externo de la misma, cuya extensión habría de fijar la ley en cuanto á su ancho, ya que con respecto á la longitud viene determinada por la que mida la fachada del edificio; quedando así establecido un principio, á mi juicio, el más fundamental y de mayor transcendencia de la urbanización. En las antiguas urbes la necesidad y más tarde esta misma necesidad sancionada por una ley de Partidas, dieron por resultado que al edificar, cada uno dejara delante de su casa un espacio del terreno de su propiedad, que no sería otra cosa que el sendero ó arroyo, más ó menos ensanchado, que dividía el suelo rural, destinado á manera de patio abierto á prestará dicha casa los relatados servicios, cual espacio se utilizó por mutua conveniencia para el paso necesario de unas casas á otras, paso indispensable á la vida exterior y comunicativa del hogar doméstico. Ese estrecho sendero así constituído, que á la vez que satisfacía las necesidades externas de las casas, re.,pondía también á las de la vialidad general pedestre, antes de llegada la época en que fué conocida la rodada, no ha podido en manera alguna atender posteriormente al creciente desarrollo de esta última, y de aquí que en las urbes modernas las vías reclamen una mayor dimensión en su latitud, en la que desaparece el interés particular, reinando tan sólo en ella el de la colectividad. Da esto lugar á la necesidad, mirada la cuestión bajo el punto de vista de una buena administración, de considerar el área de las ca• les dividida, en cuanto á su ancho, en tres zonas; al servicio exclusivo del público la central, y al mixto de éste y de los edificios


- 3o5 colindantes las laterales, cuyas zonas habrían de reducirse á las dos últimas en las calles en que la dimensión que fije la ley á cada una de estas zonas, no permita la existencia de la tercera. Este principio, más lógico que el consignado en la vigente ley de ensanche, que obliga á los que edifiquen á contribuir para vía con la quinta parte del área del solar, y muchísimo más respetuoso con el derecho de propiedad, que el establecido por la sección 5 .• de la ley de expropiación, que autoriza la de las zonas laterales á la vía nuevamente abierta, habría de ser de fructíferos resultados en su desarrollo y en sus aplicaciones, así en los casos de expropiación forzosa ó de traspaso voluntario de terrenos por causa de utilidad publica urbana, en expedientes de reforma y de ensanche de poblaciones, como en los de rectificación de alineaciones en calles existentes, y también en el modo y forma de ejecutar y de costear toda clase de obras en el suelo y subsuelo de vías públicas, cuyas obras pueden ser respectivamente de sP.rvicio general, de servicio privado y de servicio mixto, ó sea público y particular á la vez. Impropios de la presente ocasión fueran aquel desarrollo y la exposición de las aplicaciones del relatado principio á los múltiples casos que en estas materias en urbanización se ofrecen, por más que con ello haría evidente la tesis que he sentado; basta por hoy á mi propósito poner en descubierto el espíritu de estricta justicia en que aquel principio se funda, ya que otra cosa no consiente el tema en que me ocupo. Las servidumbres de interés ó de utilidad pública, constituyen una rama de trascendental importancia de la legislación urbana, por cuya razón no puede menos de consagrarse una sección de ella á tratar de los inmuebles de uso y propiedad privados sujetos á prestarles, cuya servidumbres se imponen á dichos inmuebles, siendo de ellas predios sirvientes, en nombre de la vialidad, de la higiene, de la seguridad y de la comodidad de todos, así vecinos como transeuntes de las urbes. lnteres:m á la vialidad las servidumbres de alineación, de acera y de limitación de vuelo ó salidas en fachada. Exige la higiene limitaciones á disponer en absoluto de cielo y suelo de los solares edificables; ya consistan estas limitaciones en señalar un máximo á la altura de las casas, lo propio que al número de sus pisos, ya tiendan á evitar la excesiva condensación de las

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construcciones fijando límites al área que respectivamente ocupen;

y reclama también la salubridad general, que ;;e someta el interés privado á la adopción de las medidas que se juzguen más adecuadas en el importante asunto de la evacuación de inmundicias, así como el interés industrial á las que haga necesarias la fabricación en cuanto se repute insalubre. En nombre de la seguridad debe gravarse la propiedad privada con la obligación de cercar, cuando menos, los solares yermos, de construir con solidez y reparar y, en su caso, derribar las edificaciones ruinosas, y de observar determinadas reglas en el emplazamiento, construcción y modo de funcionar de establecimientos calificados de peligrosos. Y por último, en beneficio de la comodidad hay lugar á otras servidumbres, tales como, las impuestas á las industrias cuyos procedimientos causen molestias, y las que gravitan sobre la edificación en general, relativamente á bajadas de aguas pluviales, salidas de humos, apoyos de faroles del alumbrado y cables eléctricos, numeración de casas, rotulación de calles y otros servicios de análoga especie. El derecho de la ley á la imposición de tales servidumbres tiene igual fundamento que el que utiliza para decretar la expropiación forzosa, con la diferencia esencial, sin embargo, de que siendo una misma la causa de utilidad pública que motiva ambas imposiciones y atacando las dos al derecho de propiedad, no llegan las servidumbres hasta la desposesión cual la expropiación lo hace, siendo por otra parte aquéllas consecuencia legítima del equilibrio y de la reciprocidad de derechos y deberes entre el interés general y el privado, cediendo en este cambio mutuo, el primero al segundo las apreciables ventajas que para los fines de la habitación resultan de edificar en las urbes, y aceptando éste en compensación las limitaciones que en bien de todos aquél le impone, limitaciones que, si pueden contrariar las exigencias de un refinado egoismo, no perjudican, sin embargo, al interés individual cuando no traspasa los límites de lo razonable, y aun de lo conveniente á este mismo interés bien entendido. A la misma ley corresponde distinguir los casos en que á la imposición del gravamen ha de preceder el abono de indemnización de aquéllos en que no procede este abono; distinción que habría de fundarse en los principios constituyentes de que llevo hecho méri-


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to anteriormente, y muy particularmente en el modo como la servidumbre grave á las respectivas propiedades privadas; es decir, si lo hace de un modo especial á alguna de ellas, ó de la manera general que por igual pese sobre todas las que en parecido caso se hallen. No es ésta ocasión oportuna de entrar en detalles acerca de cada una de las servidumbres enumeradas, ni tampoco de señalar el límite que al tratar de ellas debe fijarse entre lo que es propio de los principios generales que la ley establezca, y las particularidades peculiares de cada localidad, cuyo oportuno lugar está en las respectivas ordenanzas municipales; me permitiré tan sólo llamar ligeramente la atención acerca de lo que en la materia goza de mayor interés, y cuya reglamentación más poderosamente habría de contribuir al mejoramiento de nuestras urbes. En primero y principal lugar ha de colocarse cuanto se refiere al importante ramo de alineaciones, el que más suele ocupará la Administración pública, respecto al cual, después de dar fuerza de ley al principio en que se funda la Real orden de 1863, reformada en 1878, convendría exigir de los Ayuntamientos, que dentro un determinado plazo tuvieran levantado el plano geométrico de la población que cada uno de ellos administra y en disposición de ser llevado á la práctica el proyecto de nuevas líneas, en cuya ejecución debiera ofrecerse á los propietarios interesados, la garantía de que aquél se realizaría en todas sus partes y no sufrirá alteración sin su previo consentimiento durante un largo espacio de tiempo que la ley fije. No es menos conveniente dictar preceptos generales que eviten la excesiva condensación de las construcciones y faciliten la libre circulación del aire y la penetración de los rayos solares, así en las vías públicas, como en el interior de las manzanas y de los edificios que las forman, á cual fin convendría relacionar la altura de las casas con el ancho de las calles, así como con el área de los solares, con cuya área habrían también de relacionarse los espacios huecos que en dichos solares han de quedar. Todo ello se impone en beneficio de la higiene, á favor de la cual importa muy mucho, por otra parte, pensar que exige un pronto y saludable remedio, que sólo de la sabiduría de la ley puede esperarse, el abandono y la anarquía generalmente imperantes en nuestro país, en lo relativo á los medios empleados para la evacuación de inmundicias; abandono y anarquía que son causas poderosas á que, en buena parte,


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ha de atribuirse la excesiva mortalidad que registran nuestras estadísticas, á cuyo remedio puede contribuir así mismo una buena clasificación de establecimientos incómodos, insalubres y peligrosos, con las reglas á éstos aplicables en cada caso, que sin crear indebidos obstáculos al interés privado, atiendan, cual lo reclama, el de la generalidad. La obligación en que están cuantos pretendan edificar en las urbes, de solicitar para ello el competente permiso de sus municipios, y el derecho de éstos á intervenir en las obras que ejecuten los particulares, han de ser consignados de un modo explícito en la ley, lo propio que los requisitos que en general y en cada caso deben llenarse, así en la petición de licencia como en su concesión, atendiendo eR esto al respectivo derecho de cada uno, sin poner trabas inútiles al particular, ni tampoco consentir que éste infrinja las reglas y preceptos establecidos, á cual fin debe dejarse en estas reglas mucho espacio al espíritu de localidad. Por último, la propia ley de urbanización en su sección 2.• podría también condensar entre las servidumbres, objeto de ella, las que tienen impuestas á la edificación privada las leyes de carreteras, de ferro-carriles, del ramo de guerra y de aguas, así como debería establecer la que prohiba que se levanten edificios destinados á habitación en la proximidad de los cementerios. Las dos necesidades capitales de la ley de urbanización quedarían satisfechas mediante el consiguiente desarrollo de sus dos secciones, comprensivas respectivamente de los inmuebles de general uso y aprovechamiento en las urbes, y de los de uso y propiedad privados sujetos á servidumbres de interés público; mas resta un complemento interesante que podría constituir su sección 3.•, y debería abrazar los edificios públicos de todas clases. Diferentes disposiciones existen dictadas acerca varias clases de ellos; su cita en lo menester, su confirmación en cuanto de ello sea digno, su modificación en lo necesario y su complemento en lo que aparezca deficiente, constituiría la materia objeto de esta parte, última de la ley, acerca de la cual no creo necesario decir una palabra más para dejar plenamente expuesto mi pensamiento. Las conclusiones que resumen las ideas que he tenido el honor de exponer ante el Congreso son las siguientes:


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1 .• Son elementos constitutivos de las urbes, de una parte los edificios de particulares que sirven para albergar á los moradores de aquéllas, y de orra los edificios públicos y demás bienes raíces de común aprovechamiento que llenan necesidades generales de las mismas; y tiene por objeto la urbanización la reciprocidad de servicios entre los inmuebles de ambas clases. 2.• El establecimiento y la conservación del equilibrio entre el interés de las obras de dominio y uso privado, y el de las de dominio y uso público, origina la naturaleza peculiar de la urbanización, la cual es distinta de la de otras clases de obras ó construcciones destinadas á servicios y usos diferentes. 3.a Las obras consideradas en general se dividen en tres gru• pos: 1 . 0 Las que deben su existencia exclusivamente al interés público, sin que se tome en ellas en cuenta el particular. (Caminos, canales y puertos. ) 2.º Las que d.eben su existencia unas al interés público y otras al privado, pero que no pueden subsistir las primeras sin las segundas. (Obras de urbanización. ) 3. 0 Las que interesan únicamente á los particulares. Está justificada la denominación de Obras públicas para las del primer grupo . Es admisible para las del segundo la frase Construcciones cii•iles, si bien fuera preferible la de Construcciones urbanas. 4.ª Es inconveniente aplicará las obras urbanas leyes dictadas para obras públicas; en su consecuencia, debe suprimirse de éstas lo poco que se refiere á construcciones civiles, y legislar especialmente para urbanización, quedando así establecida la completa separación entre ambas clases de obras. S.• Las obras de urbanización tienen por objetivos: la vialidad, la higiene, el abastecimiento, el esparcimiento, el ornato ó embellecimiento, los servicios administrativos y del culto, la habitación y la industria. 6.• La legislación española de urbanización es deficiente. 7.ª Se hace necesario promulgar una ley de urbanización que habría de comprender las tres secciones siguientes: 1 .º Inmuebles de general uso y aprovechamiento en las urbes; 2. • Inmuebles de uso y propiedad privados sujetos á servidumbres de interés público; 3.• Edificios públicos. 8.• La denominación de inmuebles de general uso y aprovechamiento, tomada de la vigente ley de Obras públicas, es perfectamente aplicable á los inmuebles urbanos.


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g. ª A todo edificio urbano ha de corresponder en la vía pública un espacio destinado á los servicios externos de aquél. El área de este espacio ha de proceder del solar del edificio y venir obligado á prestar la servidumbre del tránsito público. 1 o. El ancho de las calles debe considerarse dividido en tres zonas, de servicio público la central y de servicio mixto, ósea público y privado las laterales. Estas zonas se reducen á las dos últimas en calles en las qu e la dimensión que fije la ley á cada una de aquéllas no perm.ita la existencia de la otra. 11. De los principios precedentes ha de deducirse el criterio á que obedezcan las expropiaciones urbanas y el pago de las obras que se ejecuten en el suelo y subsuelo de las vías públicas en interés general de particulares, ó mixto. 12. Las servidumbres de interés público , de las cuales son predios sirvientes los inmuebles de propiedad privada, se imponen en nombre de la vialidad, de la higiene, de la seguridad y de la comodidad de vecinos y transeuntes de las urbes. 13. La imposición de estas servidumbres tiene por fundamento la naturaleza peculiar de la urbanización, cu ya base es la armonía entre el interés público y el privado. 14. Respecto á edificios públicos importa revisar las disposiciones vigentes; confirmándolas, modificándolas ó ampliándolas.

Abrigo el convencimiento de haber contestado el tema definiendo la naturaleza peculiar de la urbanización y de haber demostrado, mejoró peor, la imperiosa necesidad que en España sentimos de legislar especialmente acerca de ella, necesidad en la cual espero que el Congreso se apoyará en sus conclusiones, pues no dudo que todos os inspiráis en el deseo de que, alcanzando la Administración pública en este importante ramo de la civilización de los pueblos, la altura que le corresponde, se logren asimismo el progreso y la mejora de las urbes todas, donde radica el estimado hogar doméstico en cuyo seno transcurre nuestra existencia entre el cariño de nuestras familias y el aliento que nos inspira el interés del bien de la patria española. (Grandes y prolongados aplausos. )

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El Sr. Presidente: El Sr. N avascués tiene la palabra.

El Sr. Navascués: Señores: Al tener el honor de dirigiros la palabra en nuestra sesión preparatoria, hube de deciros, tanto como secretario de 1~ Sociedad Central de Arguitectos como en mi propio nombre particular, que los arquitectos de Madrid nos sentíamos animados de los mejores deseos, y os enviábamos nuestro saludo ofreciéndoos de paso nuestra amistad y cariño. Paréceme, por consiguiente, que si han de estar de acuerdo mis palabras de entonces con mis actos, estoy casi en la obligación de venir, no diré á reemplazar, porque es irreemplazable, pero sí á hacerme cargo por deferencia, de alguna de las conclusiones presentadas por nuestro querido amigo y compañero el Sr. Alvarez Capra, porque me parece que no miraríais bien á los arquitectos que de Madrid hemos venido, si, dada la fatalidad y la circunstancia que todos lamentamos de no verse aquél entre nosotros, alguno de nosotros no tomara la palabra sobre este punto por vosotros elegido. Me diréis que cualquiera de los otros compañeros que de Madrid han venido, podría encargarse de esta misión; es cierto y lo haría mejor que yo; pero unos deben encontrarse ya fatigados por haber tomado parte en discusiones precedentes, algunos de ellos se encuentran ocupando un sitio que los imposibilita en cierto modo para hacerlo y yo he tomado la palabra siguiera parezca oficiosidad, por respeto á todos vosotros, y en ho• nor de la clase, porque otra cosa no podría ser. He leído las conclusiones que os ha remitido oportunamente el ponente para este tema, y declaro que estoy enteramente de acuerdo con él. Acabáis de escuchar, con la satisfacción que á mí me ha producido, el sorprendente trabajo de nuestro respetable amigo y compañero Sr. Fossas Pi, quien, aunque abrumado por el tiempo, nos ha trazado de modo magistral, lo que debe hacerse en el concepto de la urbanización. Por esta misma causa de la premura del tiempo y porque he considerado que ya se había discutido el tema segundo suficientemente, he de ser parco en mi peroración que se refiere á una sola de las conclusiones de este tema, la que dice: ((La


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higiene arquitectónica figura como un factor en dicho problema.» Acertado y feliz estimo yo que ha estado el Sr. Alvarez Capra, al consignar tal conclusión. Es materia, señores, de tanta trascendencia, que debiera ser tratada por labios más autorizados que los míos en la sesión de hoy; efectivamente, la higiene arquitectónica, debe considerarse siempre que se trate de urbanizar, es más, no creo que se pueda prescindir de ella cuando de tal materia se trata. ¿Queréis (indudablemente, que queréis ) tener artistas eminentes que os fascinen con sus producciones, queréis sabios legisladores, queréis tener obreros inteligentes y activos, queréis tener soldados heróicos y valerosos, ya que por desgracia de la humanidad hemos de vivir en perpetua guerra los hombres con los hombres? pues bien, empezad por tener higiene; sin ésta, será todo aquello impo• si ble. U na máxima antigua lo ha dicho: mens sana in corpore sano. ¡ Qué razón tenían mis dignos amigos y compañeros los señores Belmás y García Faria, verdaderos especialistas en esta clase de cuestiones, al pintarnos anteayer la importancia de la higiene en la vida actual de las naciones! ¡Qué razón tenían al asegurarnos que los españoles en este punto estábamos atrasadísimos, por triste que sea el confesarlo! Nos encontramos, señores, á mi juicio, poco más adelantados que hace un siglo, nos hallamos en una situación muy parecida á la en que se encontraba la nación espaúola cuando era gobernada por Carlos III, aquel preclaro monarca á quien tanto debe España, y especialmente Madrid, el cual, cuando se iniciaron las primeras obras de saneamiento para la capital de la monarquía, ante el clamoreo del vecindario de Madrid, decía de una manera benévola pero gráfica: «los españoles, ó más bien, los madrileños, se parecen á los niños, lloran cuando se les limpia.» Necesario es, señores, urge, es de la mayor precisión el que pronto se dicten medidas encaminadas á dar higiene á las ciudades. Yo considero tan homicida al que hace uso del hierro y del proyectil, que al que emplea los tóxicos para privar de la vida al sér humano, y en este concepto, os pregunto: ¿No es cierto que son homicidas, si bien á veces inconscientemente, pero que nunca debieran estar exentos de responsabilidad, no es verdad que son verdaderamente homicidas los propietarios que hacen ó conservan casas sin todas las condiciones de higiene que son verdaderamente necesarias, indispensables para el sostenimiento de la vida? Si nuestra legislación obliga á que se aparten de las poblaciones los establecimientos lla•


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mados insalubres, ¿por qué no ha de tener la misma lógica para las casas que son ó se convierten en verdaderas fábricas de muertos por faltar en ellas las condiciones de higiene? Me diréis quizás, y lo ha dicho persona autorizada por cierto, que lo he oído con sorpresa; se replicará que nos encontramos en seguida cuando queremos llegar á este caso con que vulneramos el derecho de la propiedad. Señores, yo os ruego que me digáis francamente, ¿qué es primero, el sagrado derecho de propiedad, que yo respeto, porque no tengo nada de socialista, ó la vida de un sér humano? Pongamos en el platillo de una balanza toda la fortuna de un Roschild, la de un Vanderbitt, sumadlas ambas, y en el otro poned la vida de un hombre, el sér privilegiado de la creación, la imagen de Dios, ¿á qué debe darse la preferencia! Decía que las casas en malas condiciones de higiene, son verdaderas fábricas de muertos y están en el interior de las poblaciones, mientras que una fábrica de curtidos ó de bujías esteáricas que se consideran insalubres, se arrojan fuera, y ya veis que éstas al fin sirven para algo útil á la humanidad, mientras que las otras ¿de qué sirven? de nada más que para hacer que las generaciones vayan proporcionando seres cada vez más raquíticos, más impropios para el fin con que han venido á este mundo. Urge, por consiguiente, legislar de una manera enérgica respecto á urbanización higiénica, y la conclusión del Sr. Alvarez Capra, juzgo que está perfectamente encajada en este tema. Es necesario procurar que las casas actuales, cuando haya llegado el caso de su demolición y reconstrucción, nos ofrezcan condiciones muy diferentes de las que tienen en el día. Particularmente hay un punto que considerar, sobre todo en Madrid, porque Barcelona no me es conocida; me refiero á los patios de las habitaciones. ¡ Qué patios, señores, los de la mayor parte de las casas de Madrid! deberían llamarse chimeneas en vez de patios . Allí se desarrollan todo género de gérmenes infecciosos, allí encuentran condiciones de vitalidad esas criptógamas que tan perjudiciales son para la salud, allí no hay aire respirable, allí se reunen las emanaciones de los retretes con los humos de las cocinas, y en estos patios se hace la vida de muchas familias, puesto que hay habitaciones que no pueden dará la calle porque no se permite levantar sino hasta cierta altura, mientras en el interior no existe la limitación ó no es tan ex tremada. Recuerdo haber oído .j. l)

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aquí que convendría se adoptasen medios indirectos para lograr que los patios fuesen más capaces; yo acepto este medio, y todos los que sean encaminados á este fin; pero paréceme que no debe abandonarse lo principal por Jo accesorio; creo que sería más radical la reforma, regulando por las ordenanzas municipales ó por medio de disposiciones especiales, la cabida, la magnitud que deberían tener los patios. Mi ideal respecto á la población sería que la superficie ocupada por las habitaciones no excediera de la libre que quedara entre calles y patios interiores. Me diréis que esto es muy difícil de realizar; lo comprendo, no habiendo muchos hombres en el mundo como el baron de Hausmann, á quien tanto debe París. ¿No sería más franco, más radical y más económico tal vez, venir á formar poblaciones nuevas al lado de las antiguas, hacer que los ensanches magnos, verdaderos, inspirados en un criterio amplio, sustituyeran á las viejas urbes? Y á propósito, debo declarar que me ha agradado Jo que he visto del Ensanche de Barcelona, superior, en mi concepto, al que tenemos en Madrid. Sería también mi ideal, aparte lo dicho, reservar grandes espacios proporcionados á la parte edificada, donde hubiese un elemento que apenas debería citar porque todos lo conocéis, un elemento favorable á la salubridad y vida de las poblaciones, elemento que viene á hacer necesaria precisamente esa proporción de superficies de que os hablaba para una población; debería haber á lo menos un árbol para cada habitante, grandes plazas, grandes jardines, anchas avenidas, á la vez que plantaciones exteriores para defensa contra los vientos reinantes y por otras causas que recomienda la higiene. Respecto á los obstáculos que, como antes decía, se pueden opo • ner por creerse que se vulnera el derecho de propiedad, no os he de recordar más que un caso; todos vosotros sabéis las dificultades inmensas con que se luchó para la construcción de cementerios en las poblaciones. Advertid que hubo de tropezarse nada menos que con la preocupación religiosa, acos tumbrada á verificar las inhumaciones al lado y aun dentro de las iglesias. ¿Queréis decirme qué población de España carece hoy de cementerio? Esto prueba que con constancia y tesón, se consiguen estas reformas. Lo que hace falta es una verdadera voluntad y no oponerse constantemente á lo que es una necesidad de los pueblos modernos, que si antiguamen• te la higiene estuvo en mantillas, y sin embargo la gente vivía, como

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se dice, eso sería debido á que Ja rnza era más vigorosa que la nuestra, ó sería debido no sé á qué circustancias, pero es lo cierto que no había verdadera higiene, y hoy por lo menos se han hecho grandes estudios y nos consta, la experiencia nos ha enseñado, la necesidad en que estamos de vol ver por la higiene de las babi taciones. Cuando llegue á hacerse una buena ley de urbanización, como nosotros deseamos, señores, no se debería mezclar asunto tan definido y peculiar de la Arquitectura con otras ramas de la construcción, sino que la verdadera urbanización sería una rama de la Arquitectura. Es preciso que llegue el día en que deslindemos los campos, que haya Arquitectura y urbanización de arquitectura, con su legislación especial y unificada, como hay ingeniería y otras profesiones perfectamente independientes entre sí. Cuando llegue á formularse la ley de urbanización y Arquitectura, se ha de tener en cuenta la higiene al dictar disposiciones tales que puedan asegurar, que puedan garantizar, la vida de todos los ciudadanos. Señores, creo que tendiendo á_este resultado habremos dado una prueba de verdadero patriotismo; creo que habremos enseñado al país, que no solamente nos ocupamos en cuestiones artísticas , en idealizar, en decorar fachadas, en adornar las ciudades con preciosos monumentos, sino que vamos más allá, penetramos más hondo, tenemos un fin elevadísimo, el de velar por la salud del sér más importante de la creación. He dicho. (Grandes aplausos. )

El Sr. Presidente: El Sr. Doménech tiene la palabra.

El Sr. Doménech y Estapá: Señores: Pocas palabras podré decir después de haber oído los elocuentes discursos de los Sres. Fossas Pi y Navascués. Mi objeto es únicamente hacer algunas observaciones á loque se ha manifestado sobre la urbanización en general y á indicar el modo y forma como podría darse al Gobierno una pauta, aunque fuese en borrador, para servir de base á la legislación acerca de la misma, y obtener con ello el mejor resultado posible para cuantos trabajos de esta clase se presentaran á la aprobación de la Superioridad.


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Ante todo, creo que no debe ser la propiedad privada el factor más importante de toda urbanización, pues sin dotará aquélla de los edificios públicos que necesita para dedicarlos al uso religioso, al administrativo, al de la enseñanza, etc .; no podría nunca constituir una urbe propiamente dicha. Mi parecer en este punto, es que todas las obras públicas, (y creo aquí que no es necesaria la subdivisión que de las mismas ha hecho el Sr. Fossas Pi), deben ser los mojones que fijen los vértices principales de toda urbanización, y que hasta después de determinados aquéllos no procede tener en cuenta la propiedad particular, cuyo valor depende indudablemente de la acomodada relación que tenga con la pública. Ha indicado también el Sr. Fossas, en uno de sus apartados, que la amplitud de las vías de comunicación debía ser función de la de las fachadas de las c.asas que de aquéllas formasen parte. (El Sr. Fossas Pi, hace signos negativos). Creía haberlo oído ó me parecía deducirlo de su discurso, y por esta razón deseaba manifestar que á mi entender era una idea errónea que no podía sostenerse bajo ningún punto de vista. En cuanto al servicio de las calles, se ha dividido en tres partes: de""uso público una de ellas, mixto la segunda, y otra de uso particular. No puedo comprender esta última parte que creo ha de incluirse en la primera, pues de uso público son las aceras y el arroyo, porciones únicas que pueden distinguirse en una ca• lle, y que ambas son destinadas al servicio del público sin distinción. El Estado no puede nunca des poseer á un propietario de la calle por medio de la cual puede llegar á su finca y de la que recibe el aire y la luz que necesita, y por tanto ha de considerarse la calle como de uso público en su totalidad. En cuanto á la parte que se considera de uso mixto y que se supone constituída por las construcciones del subsuelo de la calle, no tengo difultad en admitirla, pero no creo deba ser objeto del tema que se discute. Entrando á ocuparme de lo que creo ser más necesario para este Congreso, ó sea de la legislación acerca de la urbanización, creo, como los señores que me han precedido en el uso de la palabra, que hoy es excesiva la que tenemos, y que sobre todo, habiendo sido otorgada en épocas y circunstancias distintas, resultan contradicciones á cada paso, y nos encontramos en una verdadera confusión cuando se presenta un problema de esta clase y se trata de armonizar el interés público con el privado.

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Bajo tres aspectos distintos puede presentarse aquel poblema: primero, cuando se trata de la modificación de un barrio ya urbanizado de una población; segundo, cuando se ha de estudiar la urbanización de una porción anexa á un centro de urbanización, y tercero, cuando el problema es el más general que puede presentarse, y se trata del estudio de una nueva población, ó de urbanizar una barriada que no tenga relación algunac on el centro poblado del distrito municipal á que pertenezca. Para todos los casos antedichos podíamos encontrar leyes generales y comunes á que debieran satisfacer las urbanizaciones todas, y luego bases de legislación especial para cada uno de los casos, modificando también la ley de expropiación forzosa, según á cual de ellos conviniera aplicarla. Así por ejemplo, en el primero de los casos, al tratar de la reforma de una población ó de uno de sus barrios, la ley de expropiación no debería ser tan rigurosa como es la vigente, por cuanto la propiedad urbana, encontrándose por lo general muy subdividida, no podría ser justa la valoración, pues mientras muchos propieta• rios quedan completamente desprovistos de lo que consti~uye su morada y su patrimonio, otros que la casualidad favorece, obtienen pingües beneficios con la apertura de determinadas vías. También sería de necesidad que se fijara una zona proporcional á la amplitud é importancia de la calle que se abriese, dentro de la cual se modificara el ancho de las vías á aquélla confluentes, y establecer una ley espe.::ial para los casos á que pudiese dar lugar el problema presentado. Al tratar de la urbanización de terrenos anexos á un centro de población, cabría indicar qué clase de edificios públicos deben establecerse ó proyectarse, ·para lo cual bastaría calcular la superficie editicada que se proyectara, dulcificar algo las condiciones de expropiación para las fincas afectadas por la prolongación de las principales vías del poblado á que se uniese la urbanización e.n proyecto, y por fin atender en esta última á la magnitud que convenga dará las manzanas y calles que las limiten. Por último, en el tercer caso, poco frecuente por cierto, pero el más hermoso que puede presentarse al arquitecto, cual es el de proyectar una población en su origen, deberían existir determinadas disposiciones legislativas, que á la par que exigieran los espacios necesarios para satisfacer por medio de templos y palacios los servicios religiosos y ad-


min1strativos, dispusieran algo acerca de la relación que las calles deben tener con las vías públicas que sirven de comunicación entre el punto de establecimiento con las poblaciones colindantes. Si á todas estas reglas se añadieran otras acerca la necesidad de grandes plazas que á manera de pulmones sirvieran para la fácil renovación del aire, obligando á que su número fuese proporcional á la relación existente entre la porción viable y edificada de una extensión determinada de poblado, y además se exigiera que la orientación fuese estudiada de forma que el sol pudiera ejercer su acción benéfica sobre el mayor número de viviendas, de seguro no se cometerían esta multitud de errores que el interés particular engendra en casi todas las urbanizaciones que se proyectan. Hoy mismo en Barcelona, nos encontramos con un Ensanche sin plaza alguna, y hasta la que se imponía como punto de enlace del antiguo casco, debe desaparecer; no existe ya solar de capaci• dad suficiente (dentro del gran perímetro ya edificado), en quepo· der elevar un templo parroquial, y dentro de poco será difícil encontrar uno que permita levantar en él un edificio público, necesidades todas que pronto van á sentirse. Se podrá contestar que con dinero se puede siempre hallar un punto á propósito para emplazar aquellos edificios, pero creo que los servicios públicos en que todos estamos interesados, no deben sujetarse á los altos precios á que los solares hoy se cotizan, y que desde un principio debió haberse fijado el emplazamiento y ordenada distribución de aquellos edificios dentro de la zona de la urbanización proyectada. Para terminar, permítaseme que diga, que estoy en la seguridad de la conveniencia de que por el Congreso de Arquitectos se acuerde elevar una comunicación á las Córtes españolas ó al Gobierno de S. M., exponiéndole la necesidad de unificar y completar la legislación que acerca del punto que estamos discutiendo existe, presentando nosotros á su consideración aquellos conceptos ó aquellas bases que puedan ser sólido fundamento de las leyes que después se otorguen, y creo que por este medio habremos contribuído á dar un gran paso en el camino que nos ha de conducir más tarde á obtener el orden é higiene en la edificación y reforma de las po• blaciones. He -dicho. (Aplausos).


El Sr. Presidente: El Sr. Falqués tiene la palabra.

El Sr. Falqués:

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Después de lo que nos ha manifestado nuestro maestro de policía urbana, el Sr. Fossas, y después de lo que ha dicho el Sr. Navascués, y mi amigo el Sr. Doménech Estapá, poco podría yo deciros si no me limitara al sentido práctico . No puedo, ni sé filosofar sobre urbanización, voy á daros algunos datos recogidos en la experiencia, para ver si dan alguna luz al tema que se está discutiendo. Las conclusiones del tema parece envuelven la imperiosa necesidad de nuevas leyes sobre urbanización. El Sr. Fossas y Pi, recogiendo las conclusiones del Sr. Álvarez Capra, separa las obras públicas de las civiles, deslindando luego las obras referentes á la propiedad privada y al servicio público, y dice que debe legislarse sobre urbanización: en esto no estamos del todo conformes. Creo que más que legislar, debe armonizarse la abundante legislación que tenemos sobre urbanización. En urbanización, en nuestro país pasa lo mismo que en la mayoría de las manifestaciones del saber y actividad. Cuando se redacta algún informe basado sobre la legislación vigente, tiene que estar uno á la mira de la Gaceta, para ver si ha habido algo nuevo desde la víspera; aquí nos encontramos en confusa abundancia legislativa y sin vigilancia ó inspección que haga efectivas las disposiciones que más ó menos contradictorias existen. Así, yo creo, que con más aplicación de las leyes, y más vigilancia para que se observen, tendríamos más positivos resultados que legislando nuevamente. La prueba _la tenemos en el servicio que presta el distinguido cuerpo de Ingenieros de caminos . Di• rigíos á cualquier pueblo de España atravesado por una carretera de primer orden; encontraréis casas alineadas á todos los lados de la carretera, formando verdadera calle provista de aceras, alcanta• rillado y arbolado; no dobléis ninguna esquina, porque saliendo de la zona de jurisdicción de aquel cuerpo, os encontraréis con la calle Mayor de cuatro metros y la plaza de ocho. ¿Sabéis por qué sucede esto? Porque la calle por donde pasa la carretera tiene una


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inspección facultativa que obliga ó la observancia de una pequeñaparte de nuestra legislación de policía urbana. Muchas disposiciones existen para las demás calles, tantas ó más que para la carretera, pero esta tiene vigilancia que hace cumplir la legislación de obras públicas, mientras que en lo restante del pueblo, apenas se tiene noticia de lo mucho que en su mejora tienen ya de tiempo dispuesto nuestras leyes. Lo que creo que deberíamos procurar, es la práctica, la aplicación de las leyes existentes. No entiendo que no deba legislarse en absoluto, antes al contrario, creo que deberá legislarse, mas no de pronto, sino procurando llenar los huecos realmente modificables. Sobre todo, lo que convendría, es que el cuerpo de arquitectas extendiera más sus dominios, coadyuvando con sus consejos é intervención en la mejora material de los centros poblados que se atendieran formalmente nuestras actua• les leyes. Bajo este sentido, suplico que fijen mis compañeros la atención en lo conveniente que pudiera ser, pedir al Gobierno una nueva reorganización de la junta de policía urbana; ella sería la que vendría á completar en este punto la junta consultiva de caminos, canales y puertos, y quizá aplicando lo que tenemos legislado, llegaría á no ser tan urgente un nuevo acopio de legislación. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Villar tiene la palabra.

El Sr. Vi/lar y Loz.ano: Señores: Ni vengo á decir cosa nueva, ni vengo á prefehder mo• dificar en lo más mínimo ni las conclusiones de nuestro digno amigo el Sr. Alvarez Capra, ni las aseveraciones de los señores que me han precedido en el uso de la palabra. Mi intención no va más allá de manifestar mi criterio sobre lo que entiendo que debe ser el ascendiente que, por nuestros conocimientos técnicos y consiguientes atribuciones, tenemos para obtener un resultado práctico aceptable, y como consecuencia de la discusión de esta tarde. No · es lo gue voy á decir acusar ni á las conclusiones ni á los que han propuesto lo que el Congreso ha oído, no pretendo acusarles de


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soñadores, sino manifestar mi deseo de que, lo que voy á exponer, no se considere como adición por hallar yo deficiencia en lo que se ha propuesto y en lo que aquí se ha expuesto verbalmente, sino que como expresión de mi convencimiento, lo que voy á decir, es resultado de un criterio particular mío; que como mío puede ser erróneo, y someto desde luego á la rectificación que queráis hacer en él; pero debo advertiros que es también resultado de la experiencia que hemos adquirido los que contamos la edad, tomando necesariamente por unidad de tiempo el cuarto de siglo: de algo creo que ha de servir lo que voy á exponer, y seguramente los hechos que voy á citar han de pesar en vuestro ánimo. No es el mío hacer historia, pero sí calendar hechos históricos para prevenir, y ¿por qué no he de decirlo alto? para rectificar ciertos criterios, á consecuencia de las enseñanzas que da la experiencia de los hechos y el estudio de ellos. Pero ante todo debo manifestar que mi parecer sobre este particular, es que el tema se dirige en puridad al tratamiento de la policía urbana aplicada á la urbanización, y acto seguido os digo que tengo el convencimiento de que la policía urbana, especialmente en las condiciones que debe tener en la época actual, no existe, porque no puede existir sola; está enlazada, mejor dicho, debe estarlo, con la policía rural, y ambas en la doble relación con los principios fundamentales de ellas, deducidos de las ciencias que las integran, y las condiciones especiales de la comarca correspondiente á cada población; es decir, que abraza el casco urbano de la misma, suburbios y un territorio contiguo mayor ó menor, según los casos. Imaginemos el casco urbano de una población, el mejor trazado; hasta que sus suburbios no sean definitivamente buenos, encaminados á dar vida á la población, no puede decirse que esté en vía de ser buena; pero si al lado de aquel casco urbano imaginamos una comarca debidamente roturada con el trabajo de la agricultura, ó de la selvicultura, según los casos, entonces cambia de aspecto, pues si esta comarca no está en las condiciones debidas para fa. cilitar elementos en cantidad y calidad aceptables, aire que no sea húmedo, que sea oxigenado, y cantidad bastante de agua potable, de seguro que las condiciones higiénicas que con tanto brío se han ensalzado, no existirán, ó existirán muy mermadas en aquel casco de población. De aquí deduzco yo que, cuando no están enlazadas la policía .¡,1


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rural y la policía urbana, están en deficiencia las condiciones del poblado en que tal cosa suceda. Me convenzo más y más de ello, y creed que no hago más que sintetizar lo que todos sJbemos ha sucedido, desde los tiempos en que la policía urbana ha sido objeto del estudio de la Administración y de los hombres técnicos. Tenemos como objeto de estudio la ciudad de Granada, de la cual se ha dicho lo que todos sabemos, y también de los reinos antiguos de Murcia, de Valencia, de una parte de Galicia, algunos puntos de Castilla la Nueva y de la misma Barcelona. Respecto de Granada, desde los tiempos de los Reyes Católicos en que se dieron las reales ordenanzas, en los reinos de Valencia y Murcia en los reinados de Carlos IIT, los antiguos usages, basados en las constituciones de Santa Cilia, que así se llamad código más usual en Cataluña, en todas se observa que simultáneamente se ha tratado la cuestión de policía urbana y la cuestión de policía rural. De manera que, como he dicho antes, no hago otra cosa que sintetizar. En último resultado, tenemos que la cuestión de policía urbana ó de urbanización, entraña dos cuestiones, que si no son armónicas, que si no van á un mismo fin, desde luego han de producir resultados muy deficientes. Traduciendo la dilucidación técnica del asunto en hechos de realidad en las construcciones públicas y particulares, y en todo lo que atañe á lo que ha de ser de uso del público, es ineludible la aplicación de las reglas que la higiene y sus ordinaciones en una previsora y económica administración debe dictar ~obre el particular. Yo estoy muy conforme con lo que han dicho los Sres. Doménech y Falqués, en cuanto creo recordar que han manifestado, que tal vez respecto á legislación sobre el particular, no falta, sino que en cierto modo sobra; pero dicho se está, señores, que cuando hay sobradas disposiciones sobre un ramo especial, hay necesidad de ordenar, siquiera sea para evitar confusiones; hay necesidad de concretar, de depurar, de fijar una regla de conducta para la Administración y para la ciencia, ósea para el hombre de administra• ción y para el hombre técnico. A un orden de hechos he aludido al principio, que debían ser objeto de discusión esta tarde, para deducir consecuencias; estos hechos naturalmente se han de referir al asunto de que tratamos. Aunque no soy hijo de este país, hace bastantes años que estoy en él, y he tenido ocasión de tener conocimiento completo y detallado


de interioridades ocurridas en el Ensanche de Barcelona, en ese Ensanche, señores, del cual se ha dicho aquí, y se ha dicho con justicia, que tiene en cierta manera cosas mejores que el ensanche de la capital del reino. Yo lo siento mucho, pero estoy en el caso de decir la verdad; siento mucho que al lado de estas cualid_a des tan ensalzadas, deba decir que hay deficiencias que son, en mi pobre opinión, una amenaza constante contra la salud. ¿Qué me diríais de un individuo ó de un alojamiento que tuviese el poco aseo de retener en la mesa de noche cierto util sin cuidar de él, sin que diariamente lo hiciese vaciar y limpiar, y si además, esto sucediera habiendo en la casa un enfermo? Los vasos de aguas inmundas que abundan en el Ensanche, se encuentran respecto de la ciudad, en el mismo caso que aquel vaso de noche respecto de los habitantes del piso. Yo no vengo á acusar, pero tengo obligación de declarar la verdad. ¿Qué me diríais de la persona que, presentándose muy pulida al exterior, su piérais que interiormente es sumamente descuidada? Pues, señores, es preciso decirlo, y no culpo á la administración municipal, culpo al régimen, y de esto no es responsable el Municipio, somos responsables todos; porque yo proclamo el principio, y no es mío, sino de sentido común, de que cada pueblo tiene lo que quiere tener en todos y cada uno de los terrenos en que el fin del hombre se cumple. Si ciertas cosas suceden, nosotros tenemos la culpa. Pues bien, estas calles anchas que véis en el ensanche de Barcelona, tal vez por el modo como se han edificado, lejos de ser beneficiosas son perjudiciales, simultáneamente á la economía y á la higiene; á la economía, porque no hay área posible de un munici• pio para mantener en el estado debido el su_pra-suelo y para poder establecer en condiciones necesarias lo que es de exigir en el subsuelo. Y tocando la cuestión más en concreto; yo sé la historia del Ensanche de Barcelona. Empezó en el año 1854, cuando merced al pronunciamiento de aquel año fueron derribadas las murallas. ¿Qué sucedió en aquel caso? Lo que su..:ede por desgracia siempre en nuestro país, en que las cosas buenas no se hacen más que improvisadas. Los pasos) el perímetro poligonal de la ciudad, sirven para determinar ciertas corrientes de aire, mas aquí nos afectaron de un modo negativo. Cito como una explicación del hecho nota-


ble de que, derribadas las murallas, las afecciones del corazón, las infecciones de todo género, y especialmente el tifus, se ceban de una manera horrible en la población, debo haceros observar que, mientras la mortalidad en el Ensanche es de diez y nueve por mil, es de treinta y seis por mil en el interior, según he oído decir. Acusa un beneficio en favor del Ensanche, pero llamo la atención sobre la densidad de Barcelona, que es mucho mayor que la del Ensanche, y esta densidad influye mucho para apreciar estos dos coeficientes. El caso es que, mientras, no yo, sino todos los que hemos estudiado el asunto, hemos estado conformes en que, dadas las condiciones que tenía el perímetro de la ciudad, debíase estudiar un ensanche radial, el Ensanche tal como se había trazado en el proyecto que, en concurso público, fué calificado adjudicando al autor d primer premio de los ofrecidos, no fué dicho proyecto el que se aplicó al Ensanche, ni proyecto alguno de los numerosos que fueron presentados noblemente al concurso, y fueron juzgados por un tribunal de numerosos y competentes jueces, cuyo fallo fué admitido, aprobado y encomiado por el Ayuntamiento. Fué impuesto á Barcelona el proyecto con arreglo al cual se ha realizado el Ensanche de esta ciudad, y ahí tenéis el resultado: en las ofi. cinas del Archivo municipal podéis ver el proyecto que fué premiado como el mejor de los concurrentes: el tribunal que los juzgó no lo hizo con ese proyecto realizado, porque él no fué presentado al concurso, fué sencillamente impuesto á Barcelona: esta es la historia resumida de los hechos. No cito el proyecto Cerdá para condenarle; lo que á mí me parece el proyecto realizado, lo he dicho ya en donde procedía hace bastantes años. Si el sistema radial, combinado con el cuadrangular, conforme á lo que dictan los principios aceptables de una urbanización, se hubiese aplicado á Barcelona, según se trazó en el proyecto premiado, ya que con dificultad se puede encontrar un casco más indicado para ello, se vería que las varias arterias principales de la ciudad nueva, estarían enlazadas convenientemente con las arterias principales de Barcelona antigua, y para ensanchar sólo se hubiera hecho á medida que la ciudad lo hubiese reclamado en su crecimien• to, facilitándose así las mejoras, tanto en el terreno económico como en el técnico. Pues bien, yo no quiero molestar más vuestra atención, ruego que toméis acta de lo que he dicho, y creo que comprenderéis que,

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si callo algo, es por prudencia, limitándome á consignar, como consigno, que estoy muy de acuerdo con las conclusiones de nuestro buen amigo y compaÍ1ero Sr. Alvarez Capra, á quien rogaría, si estuviera presente, y ruego á los seí10res que de continuo letratan, que así se lo manifiesten, que vea en lo que he dicho, no una rectificación, ni adición siquiera para perfeccionar sus acertadas y aceptables conclusiones, sino el deseo de que, si lo cree aceptable y el Congreso lo acuerda, que se agregue á las conclusiones la siguiente: Que se acuerde por el Congreso pedir, en la forma que proceda, que se estudie una ley de Policía urbana que-abarque los dos extremos, el técnico y el económico, para preparar el enlace, el equilibrio y las conveniencias que de este enlace y equilibrio han de resultar entre la dicha policía urbana la policía rural; á fin de que la com¡rca dominante ó rural, ya sea agrícola, forestal ó industriál, en la urbanización se encuentre regulada por una legislación que, en relación á las circunstancias de las diversas regiones existentes en España, pueda desde luego con ella, tenerse la base para que, organizado el servicio técnico por los únicos que son competentes, los arquitectos, entre de una vez este servicio en la senda de la cual no debía separarse, y de la cual se ha separado. ¿Por qué no he de decirlo? por falta de la Administración y por sobra de la imposición de cierto cuerpo facultativo que ejerce una influencia por los puestos oficiales que ocupa, y por la moda vulgar de un nombre, cuya significación verdadera es la de_ una parte respecto de un todo que el vulgo, más numeroso de lo que parece, relega á segundo término porque sí, que es la suprema razón de L1 ignorancia; y que en buena y correcta administración, vinien,do sólo los arquitectos á encargarse de un servicio, como el de que se trata, que trasciende á la vida y existencia de nuestros semejantes, y á lo más trascendente y fundamental de la alta Arquitectura, estén estos asuntos dentro de su órbita propia ... y empiece d(uoa vez el restablecimiento de la lógica, que exige ineludiblemente que los asuntos técnicos sean estudiados y resueltos sólo por las personas competentes, no por el nombre más ó menos favorecido por la vulgar moda, si que por los conocimientos adquiridos y probados debidamente . He dicho. (Grandes aplausos. )

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El Sr. Presidente: El Sr. Borrell tiene la palabra.


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El Sr. Borrell: Señores: He de suplicaros que uséis conmigo vuestra notoria benevolencia, pero muy superior, en cuanto más que otro alguno la necesito. Solamente el deseo de emitir una humilde opinión que me ha sugerido el debate, me ha impulsado á pedir la palabra. Suplico, pues, que se me conceda por breves momentos y quedaréme muy satisfecho si logro dar á conocer la idea que deseo ex• poner. (Lee el tema.) Por lo que indica el tema, indudablemente que los señores que componen la Comisión encargada, al fomularlo habrán tenido motivos muy poderosos para dar por sentado que no se ha legislado lo suficiente, ó con la claridad necesaria en lo que á urb~nización se refiere. El tema habla de obras públicas, pero sin mencionará qué clase de obras se refiere; podemos, ·p ues, partir de la base de lo que se entiende por obras públicas y para ello hay que definirlas. Según la ley son todas las que están destinadas al uso del público. Indudablemente que hay obras á que el público en general tiene derecho; pero hay otras que no siempre el público usa de ellas. Los caminos, los canales y los puertos se hallan en el caso de las obras que el público sin distinción de clases puede disfrutar. Pero, como he dicho, hay otras obrns; los edificios públicos, los hospitales, los asilos de beneficencia, las audiencias, etc., que por más que las llamemos públicas no todo el público puede usarlas. Y hay una diferencia esencial entre las primeras y las segundas que consiste en que las unas están en despoblado, mientras que las otras tienen su asiento en los poblados. Las condiciones de higiene, por más que á todas interesan, á las de los poblados interesan mucho más, porque los gérmenes de muerte se desarrollan con más facilidad, y existen en mayor número las causas de infección. Actualmente todo lo que se refiere á obras públicas, se rige por la ley de obras de carácter público en general, y pregunto: ¿Es justo que estos edificios que están emplazados dentro del casco urbano, se rijan por las mismas leyes que se rige un canal, un camino ó un puente? Es más. ¿Quién es el que está más en condiciones de saber lo que conviene, lo que puede influir en la salubridad de las pobla-


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dones, las disposiciones que á este fin deben dictarse? ¿Quién debe ilustrar el criterio de la superioridad; los que están dentro de las construcciones todos los días, los que por carácter ó por deber han de estudiar constantemente las cuestiones que de ellas surjan, ó los que por naturaleza especial de su carrera solamente están destinados al servicio de las vías públicas en despoblado? Me parece que el arquitecto, que hoy día ejerce alguna influencia en este asunto, debería ejercerla mucho mayor; y hoy en cierto modo se halla excluído por las leyes, pues apenas se le conrnlta. No es esto negar el interés que se toma por la higiene de las poblaciones, el cuerpo facultativo que ha de cuidar de las obras públicas en despoblado. Soy el primero en reconocer el elevado criterio, el amor con que mira por el bien de los pueblos ese cuerpo facultativo, que constituyen los ingenieros civiles. Aquí están presentes individuos del mismo, que no dudo rectificarán todos los concep• tos equivocados que sobre este particular haya podido emitir. El interés que muestra por esta parte de la cosa pública el cuerpo de ingenieros es notorio, es innegable, es evidente; pero yo sólo me refiero á que el tema, cuando trata de la necesidad de legislar, prueba que es dejadez lo que existe en España sobre esta materia. Los cascos de las poblaciones hoy día sufren reformas importantes y en gran número de ellas hay que atender á sus ensanches. Tanto en éstos como en aquéllas debe resolverse el problema bajo el triple. concepto: científico, económico y artístico. Científico ea cuanto determina por medio de las vías públicas y las manzanas, la urbanización más conveniente y adecuada á las necesidades de la población, clasificando las primeras por categorías según su importancia, y orientando las segundas para la salubridad de las habitaciones. Hay calles que sólo discurren por ellas los vecinos que viven en las mismas, otras que están destinadas al paso de peatones y en muchas además del paso de peatones, hay el movimiento rodado que en determinados casos es de suma importancia, sobre todo en las grandes capitales. No es, pues, lógico ni natural que una calle que, por su longitud, por los puntos que enlaza y las condiciones de posición y empla • zamiento que reune, ha de verse frecuentada por millares de personas, se presente enteramente igual á aquella en que por tener casas destinadas sólo á la vivienda, en ella su movimiento es apenas perceptible.


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Bajo el punto de vista económico, es innegable que la mayoría de los proyectos en España dejan de ser un hecho por las dificultades económicas que ofrece su realización. La economía que hoy día tanto se busca en esta cuestión, debe ser la base principal sobre la que ha de fundarse. Tratándose de problemas tan vastos y com• plicados como la reforma y ensanche de las poblaciones, y todos los que nacen del enlace de nuevas vías con las antiguas, es de primera necesidad conocer bien si las ventajas que se obtienen y las mejoras que resulten, compensan debidamente los sacrificios que imponen y los dispendios que exige- el llevarlos á cabo. Y si esto supone la expropiadón de solares y por consiguiente la valoración de terrenos y fincas urbanas, ¿quiénes se hallarán en el caso de apreciar estas condiciones económicas, sino aquellos que por la naturaleza misma de su carrera están construyendo y edificando den• tro de los poblados, y dando valor á sus construcciones? Entra también el concepto artístico; bajo este concepto, creo que nadie negará la competencia que los arquitectos deben tener sobre el particular, y el que no la tenga, peor para él. En los poblados además, es bien sabido que no basta la vida vegetativa, hay que buscar la satisfacción moral y la elevación del espíritu. Cuan· do un hombre visita una población, si su aspecto es triste, sus edi• ficios ruinosos y no observa la menor sombra de gusto en ninguna de sus partes, naturalmente huye de ella en busca de sitios más amenos y agradables. El sentimiento de lo bello, que tan natural es en el hombre, ha de verle reflejado en el carácter artístico de las poblaciones, pues con· tribuye no poco á su bienestar por la satisfacción moral que produce en su ánimo. ¿Y estas condiciones de belleza, quién está en el caso de darlas? Los puntos de visra que hay que buscar para la perspectiva de las grandes calles y la situación de los monumentos en puntos de fácil afluencia, ¿quién puede determinarlos? Me parece que está en la conciencia de todos. Nada más tengo que decir, solamente, que me parece deberíase proponer, que al legislar fuese oído el parecer de personas peritas dentro de nuestra carrera como las más indicadas á resolver esta clase de problemas, á fin de estar acertados en su resolución y dar un gran paso en la urbanización de las poblaciones. He dicho .

(Grandes aplausos.)


El Sr. Presidente: El Sr. García Faria tiene la palabra.

El Sr. Gm·cía Faria: Me levanto, señores, para manifestar la satisfacción con que h~ escuchado á los oradores que me han precedido en el uso de la palabra, y para hacer constar al propio tiempo que estoy conforme con la inmensa mayoría de las ideas vertidas. Sin embargo, como tengo alguna observación que exponer, y además he sido aludido por mi querido amigo el Sr. Borrell, me es forzoso examinar sucintamente lo que aquí se ha expuesto, y al efecto, empezaré haciendo referencia á lo que ha dicho S. S. A mi entender ha estado acertadísimo el Sr. Borrell al pedir que se complemente la legislación de obras públicas, sobre todo en lo concerniente á las construcciones civiles; sin embargo, al tocar algunos otros extremos relacionados con el mismo asunto, ha incurrido en alguna inexactitud que deseo rectificar, para que no trascienda al público un concepto equivocado. Ha dicho el Sr. Borrell que las obras que están á cargo del cuerpo de Ingenieros de caminos, canales y puertos son todas de uso público, y eso es inexacto, pues entre ellas hay una porción de obras que son de dominio público, pero no de uso público; porque, señores, hay mucha diferencia entre lo que pertenece al común y al disfrute que puede hacer cualquier individuo de una cosa común; por ejemplo, así como no puede usar cualquiera de un hospital sin estar enfermo, ni puede usar cualquiera de un establecimiento de beneficencia, de igual suerte tampoco puede cualquiera usar de un faro, ni de todas las dependencias de una estación de ferro-carril, y sin embargo, todas esas son obras públicas; hay, pues, una infinidad de obras de dominio público, pero que no son de uso público. También ha hecho constar el Sr. Borrell que las construcciones que están á cargo del referido Cuerpo están en despoblado; es inexacto también. Para no citar más que algunos ejemplos, diré que en Barcelona tenemos un faro, un puerto, las estaciones de ferro-carriles que están c:isi siempre en poblaciones, y lo propio .¡. 2


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podríamos decir de los mismos caminos que ha citado, que atraviesan las poblaciones por su corazón, por su seno. En cuanto á lo que ha manifestado el Sr. Fossas Pi, he de admirar la lógica irrebatible de sus conceptos, lo ordenado de su peroración, la manera incontestable como ha demostrado que la legislación actual es deficiente y la lógica deducción de que es preciso que acerca del ramo de policía urbana se legisle; sin embargo, al hacerlo el Sr. Fossas y Pi ha emitido dos criterios distintos, y yo estoy conforme con uno de ellos, el que ha sentado el Sr. Fossas y Pi al decir que quería ver armonizadas todas las obras públicas y el ramo de obras civiles como todas las que no pertenecen á él, pero querría verlas armonizadas en una legislación única; esta es la verdadera solución del problema; unifíquese y complétese todo lo que en España se ha dispuesto acerca de las obras públicas, formando una legislación única y buena, anulando las disposiciones incompletas y contradictorias que hoy rigen, pero no pretendamos que cada ministerio tenga la legislación especial, como la tienen, por ejemplo, en punto á subastas. Pidamos unidad de legislación, pues no conviene por ningún concepto que cada una de las entidades administrativas y facultativas tengs un código por el cual regirse. La necesidad social en punto á construcciones es general, y por esto debe ser general y única la ley, aunque luego abarque tantos capítulos, deslindando cada uno todos y cada uno de los ramos de la construcción. También ha manifestado el Sr. Fossas y Pi que en la calle debían considerarse tres zonas, y al interpretar el concepto el Sr. Doménech, me parece que lo ha equivocado, puesto que ha creído ver una zona de dominio privado. A mi entender, la zona que ha aludido el Sr. Fossas y Pi es de servidumbre privada. Ha manifestado además el Sr. Doménech y Estapá, que la legislación debería disponer lo referente á la orientación de las calles, y al proponerlo ha tocado un punto sumamente difícil, porque en mi sentir no puede haber legislación que reglamente la orientación de las habitaciones, porque no pueden compararse las condiciones de orientación y emplazamiento de una población con las de otra, ni puede pretenderse jamás que en un código se comprendan las múltiples causas que influyen en la orientación, pues podría ser fatal para Madrid, por ejem;,lo, la que es beneficiosa para Bar-


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celona. Creo, pues, peligrosísimo que se tome resolución alguna respecto de este punto. El Sr. Falqués ha indicado que conviene mayor vigilancia en el cumplimiento de la ley, y creo que esto es completamente necesario. U no de los extremos que deberían abarcar las conclusiones, debería ser éste, puesto que, señores, de nada sirven las leyes si no se aplican, y es por demás lamentable el abandono que en la mayor pane de las localidades se observa acerca de este punto. Dicho señor nos ha manifestado también el enlace que hay entre las obras pertenecientes á la construcción arquitectónica y las que pertene~en á caminos, canales y puertos. Sabido es que queriendo hacer caminos se hace urbanización, en testimonio de lo cual debo consignar que en la Escuela de Arquitectura he aprendido el aforismo que del camino nace la población. Para comprobarlo basta que recordéis lo que ocurr!é! en la costa de Levante donde el camino se prolonga á lo largo de las poblaciones, y teniendo éstas dos kilómetros de longitud, apenas tienen de cien á quinientos metros de ancho. En cuanto á lo manifestado por mi querido profesor el Sr. Villar, estoy conforme en que es muy deficiente la situación del Ensanche de Barcelona. No hace muchos días, y precisamente en el Congreso Médico celebrado en este mismo sitio, censuré cual lo merece la referida zona urbana, citando sus deficiencias en punto á ventilación, en punto á la existencia de habitaciones sin luz y húmedas, y en lo concerniente á multitud de servicios que brillan por su ausencia en las calles del Ensanche, las que carecen de los elementos más rudimentarios de la verdadera urbanización. En sus calles el pavimento es afirmado de Macadam. El subsuelo del Ensanche carece de una red de saneamiento, y de un buen abastecimiento de aguas. Si el Ensanche estuviese urbanizado como debiera, la mortalidad que hoy es de treinta y dos y medio por mil, descendería al dieciséis ó al veinte por mil, y como he dicho antes, la culpa es de todos nosotros, porque todos lo hemos tolerado. Además, también estoy conforme con el Sr. Villar en que lapolicía rural y la policía urbana no pueden divorciarse, porque están íntimamente enlazadas, así como están enlazadas lu propiedud común con la propiedad privada. La policía rural es interesante y debe tenerse en cuenta, puesto que sin ella no podemos lograr buena policía urbana, ni que se establezca el imperio de la higiene, con tanta elocuencia reclamada por el Sr. Navascu0s, quien nos ha


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descrito admirablemente ese ideal realizable que todos anhelamos. Si no saneamos los campos inmediatos á Barcelona, ésta carecerá de las condiciones apetecidas. Se ha tratado el tema del paludismo en el Ll;bregat, y con una nutrida serie de datos se ha demostrado la absoluta necesidad de hacer inertes los miasmas que despiden los pantanos y los de terrenos insanos del delta del río, los cuales despiden organismos infecciosos que son transportados por el viento hasta Barcelona, en la que se han observado casos de paludismo, en los cuales el paciente ha muerto en pocas horas. Y esto que se observa en el mismo Ensanche, señores, que no está bastante defendido '"todavía por Montjuich, los gérmenes maláricos proceden del llano del Llobregat, por lo cual se desea que se saneara por el Ayuntamiento de la ciudad, y que la misma corporación municipal hiciera aquella obra tan importante. Finalmente, respecto á lo que ha dicho con tan-ta erudición el Sr. Navascués, con quien por punto general estoy conforme, disiento únicamente en lo relativo á la promulgación de una ley de arquitectos; no debe de haber leyes especiales. La ley ha de ser general, pues la Arquitectura y todos los demás ramos del saber humano, estan íntimamente enlazados entre sí, como que todos no forman más que los distintos aspectos bajo los cuales el hombre considera la verdad absoluta que sólo vislumbra; pero todos ellos entre sí están encadenados por este eje, la verdad absoluta, en torno de la cual giramos. La urbanización es el enlace que liga á las profesiones distintas, no similares en el ramo de la construcción. Para legislar sobre urbanización, es necesario el concurso de todos los que tienen conocimientos en esta materia; por esto se llama al abogado, al médico, al arquitecto, al publicista, pero no debemos pedir que el día de mañana que se trate de urbanizar una gran población se haga s0lo llamando á individuos de una sola clase. No, señores, hay otras entidades que también son competentes en este ramo; yo creo que están los dos ramos de la construcción íntimamente unidos; así como Jo están los sis te mas arterial y venoso por intermedio del corazón. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Doménech y Estapá: Pido la palabra. El Sr . P/esidente: El Sr. Doméncch tiene la palabra para rectificar.

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El Sr. Doménechy Estapá: Debo manifestar que, hablando de la urbanización, he indicado la necesidad de que se tuviera en cuenta la orientación al realizar un estudio de aquella clase, y no he dicho que la orientación debiera ser uniforme, como ha pensado el Sr. Ga-rcía Faria; Jo que deseo es que al legislar acerca de este particular, se exija siempre una orientación con forme con las condiciones higiénicas de la localidad. He dicho.

El Sr. Fossasy Pi: Pido la palabra para rectificar. El Sr. Presidente: El Sr. Fossas tiene la palabra.

El Sr. Fossas y Pi: Señores: Soy poco amigo de usar de la palabra por segunda vez; yo entiendo que venimos aquí cada cual á expresar nuestras ideas, y que para aprovecharlas y sacar de ellas las debidas consecuencias, está la Comisión de conclusiones. Me levanto, pues, únicamente, para rectificar lo más preciso de los conceptos que se me ban atribuído por algunos de los señores que me han seguido en el uso de la palabra, tal vez porque no los he expresado con bastante claridad. El Sr. Doménech ha partido de un supuesto equivocado en lo que se refiere á la clasificación que en tres grupos he hecho de toda clase de obras. En el primero he comprendido exclusivamente las llamadas oficialmente obras públicas, ósea las de los ramos de caminos, canales y puertos; mas en el segundo grupo, he comprendido todas las obras de urbanización, así públicas como particulares; y éstas últimas, como se ha podido comprender, en cuanto se relacionan con el interés público. Y he dejado únicamente en el tercer grupo, aquellas obras de exclusivo uso y propiedad particular que ninguna relación tienen con dicho interés público. Por consiguiente, me parece que queda rectificado este concepto. También he de rectificar lo que me han atribuído los Sres. Do-


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ménech y García Faria cuando he hablado de las tres zonas en que yo entiendo que, bajo el punto de vista del derecho, deben considerarse divididas las calles, no que materialmente se dividiesen en tres zonas, sino que se consideren así divididas para los solos efectos legales, y he dicho que, de estas tres zonas, la central estaba destinada exclusivamente al servicio público, y las laterales al servicio mixto, ó sea público y privado; pero todas con la servidumbre del tránsito público. Es decir, he expuesto esta idea, para expresar que la casa necesita de la calle para ciertos servicios externos suyos, tales como aire, luz, sol, entrada, salida; todo esto lo toma la casa de la calle, la cual en este concepto presta un servicio de interés particular, por cuya razón llamo á estas dos zonas laterales, d~servicio mixto; no digo, por tan to, que sean de dominio particular. El terreno constitutivo de estas zonas, es un terreno que ha pasado del dominio particular al servicio del público, que en cuanto se desprende de él el propietario, sufre desde aquel momento la servidumbre de tránsito público, sin dejar de prestar los indicados servicios ex.ternos de la casa. Y he hecho estas consideraciones para llegar á la conclusión demostrativa de que, cuando un propietario pretende edificar en una urbe, es necesario que deje parte de su terreno para calle. Este principio creo que daría grandes resultados en la práctica; por ejemplo, supongamos que se fijen cinco metros de amplitud á esta zona, y que la calle debiera tener veinte metros de ancho; en este caso, en vez de expropiar la Administración pública una amplitud de veinte metros, debería concretarse á expropiar diez metros, porque cada propietario de ambos lados cedería cinco metros de aquella amplitud. ¿Es lógico que venga la Administración pública indemnizando á los propietarios los veinte metros de vía, y luego éstos, sin haber contribuído con parte alguna de su· terreno, disfruten de este espacio de calle en beneficio de los servicios externos de sus casas? Si la calle, siguiendo el mismo símil que he usado en mi peroración, si la calle de verdadero servicio público, fuera sólo de diez metros y se levantaran muros que limitasen esta latitud, para poder las casas tener entrada, luz, vista, etc., ¿no hubieran de retirar sus fachadas determinado espacio? Hé aquí el principio fundamental que debería adoptarse en punto á urbanización. No fijo la latitud de las zonas, porque creo que merece un. estudio detenido, y mi objeto no ha sido sino indicar una base que debería tener en cuenta la ley.

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El Sr. García Faria dice que he expresado dos criterios en punto á legislación, efectivamente, he expuesto el criterio que constituye el desideratwn de una ley sola, la de obras públicas de todas clases. Yo creí cándidamente, que el año 1876 íbamos á llegará esta solución, pero desgraciadamente vino la ley de obras públicas de 1877, y no sé por qué, por razones que no se me alcanzan, la ley fué exclusiva, y solamente citó, por excepción, de un modo desdeñoso, las construcciones civiles. Y por esto, como yo ante todo deseo ser práctico, como quisiera que, de la discusión de hoy, saliera una resolución del Congreso para que se pidiera á la Superioridad el estudio de una ley en los términos que he propuesto, por esto, siguiendo colocándome en el terreno práctico, he dicho: toda vez que no podemos unificar, hemos de dividir, hemos de separar de la ley de obras públicas lo que á construcciones urbanas se refiere; hemos de pedir, pues, una ley de urbanización. Ya ve el Sr. Garc;ía Faria en qué se fundan los dos criterios, el criterio ideal y el criterio práctico; ideal, porque no creo que tengamos bastante influencia en las esferas del poder para hacer triunfar el principio unitario. También debo aclarar otra idea, que al hablar de los terrenos que obedecen única y exclusivamente al interés público, me ha rectificado el Sr. García Faria, fundándose en que á uno y otro lado de los caminos, también hay edificios, olvidando sin duda que igualmente he hablado de éstos. Lo que yo he querido decir, es que el motivo por el cual se abre el camino,. no es para que en sus lindes se construyan casas, el motivo es exclusivamente de in1erés público, para comunicar una población con otra; nunca se abren caminos con el objeto de que se construyan edificios, porque en este caso, no se abren caminos, sino que se abren calles, vías públicas urbanas. He dicho más, he dicho que á las propiedades lindantes, e les imponían servidumbres en beneficio del camino, sin compensación ninguna, lo cual no sucede en las calles de las urbes, y la prueba de esto, está en que, cuando se edifica en los caminos, se hace algo de lo que yo quisiera que se hiciese en las ciudades; se obliga á los propietarios á situar las fachadas de sus edificaciones á determinada distancia de la cuneta, tres ó cuatro metros, ó lo que sea; es decir, el espacio necesario para los servicios externos de la casa, de los cuales llevo hecho mérito. Queda, pues, demostrado, que el camino se abre por el interés público, no por esta reciprocidad de


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intereses que reina en las urbes, y forma la naturaleza esencial del modo de ser de las mismas. Algunas apreciaciones se han hecho relativas al tema que se discute que difieren de las por mí emitidas, mas como no he desempeñado el cargo de ponente, creo que no me hallo en el caso de contestarlas, y por ello es que me he concretado únicamente á rectificar los conceptos concretos que se me han atribuído. He dicho.

El Sr. Navascués: Pido la palabra para rectificar. El Sr. Presidente: El Sr. Navascués tiene la palabra.

El Sr. Navascués: Señores: Al seguir paso á paso el brillante, enérgico y bien pensado discurso de mi reciente, pero no por esto menos amigo señor Faria, y al ver que iba repartiendo pequeños varapalos á diestro y siniestro, dicho sea sin querer ofender á nadie en lo más mínimo, llegué á temer si me alcanzaría alguno. Ya iba tranquilizándome, cuando al final estalló la bomba, es verdad que venía envuelta en frases doradas, pero aún así y todo, era difícil de traga,- la píldora. Tengo, pues , que hacerme cargo de lo que ha dicho en oposición á lo que yo había manifestado respecto á la legislación patria llamada arquitectónica. No me ha convencido la argumentación de S. S., sigo creyendo en la necesidad de legislar, y de legislar especialmente para Arquitectura. Cierto es, que hay mucho legislado; es verdad que en España se ha abusado de dictar leyes; pero si la legislación que tenemos no es buena, si es confusa, si hay mezclas y variedades tales, que no se sabe por dónde marchar, ¿qué es lo que hemos de hacer sino reformarla? Ha dicho muy bien el Sr. García Faria, que en España existe la legislación para obras, y no sólo una, sino varias, existe una por Fomento, otra por Gobernación, otra por Gracia y Justicia; es verdad, precisamente por esto es por lo que buscamos la unificación . Así, yo busco una legislación que, derogando lo malo antiguo y tomando como bueno lo que deba conservarse, venga á marcarnos la norma por donde hemos de marchar .

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Yo extraño, y casi me parece no haber oído bien, que una persona de las dotes del Sr. García Faria; que una persona que posee tantos conocimientos científicos, y que ha hecho tan profundos estudios; que una persona que reune dos carreras brillantes, se alarme, y aún se oponga á la idea de hacer legislaciones especiales. Pero el Sr. García Faria, por lo mismo que es persona ilustradísima, no será contrario, porque no cabe serlo en el último tercio del siglo x1x, no se opondrá, de seguro, á la idea de la subdivisión del trabajo; vendrá á colocarse á mi lado si acepta la idea de la subdivisión del trabajo, y no podrá menos de ver que es convenien· te que exis1a una legislación particular para cada ramo. Me dirá sin duda, que todo es construir en la rama arquitectónica y en la de ingeniería, es cierto; pero es construir en esferas tan diversas, que cada una de las ramas puede marchar con su legislación, aun cuando las dos e-aminen guiadas por el ideal del bien común de los ciudadanos y comprendiendo ambas en la Administración el ramo de la construcción. Pues qué, ¿si aceptamos el criterio de que todos son constructores, arquitectos é ingenieros, y todos deben incluirse en una sola legislación, no vendremos á mezclar análogamente las disposiciones referentes á Arquitectura con las disposiciones referentes á los médicos en todo aquello que se relaciona con la medicina legal? ¿No tienen que intervenir, no hay cuestiones en que intervienen el arquitecto y el médico? ¿No lo habéis visto en estas discusiones que se han venido sosteniendo? Yo continúo siendo partidario de la subdivisión del trabajo; yo creo que cabe perfectamente establecerla entre estas dos ramas, porque tienen una manera de ser distinta, comprendiendo el servicio de Arquitectura todo lo que se llama Construcciones ci,,iles, y el servicio de Ingeniería todo lo referente á caminos, canales y puertos. No hay por qué mezclar carreras distintas; tal vez el Sr. García Faria se inclina á considerar como una misma á ambas, poI-que tiene las dos; pero no todos los arquitectos son ingenieros, ni todos éstos son arquitectos, por más que haya individuos tan ilustrados, como el Sr. García Faria, que reunen con perfección una y otra. De conformidad, pues, con lo que ha manifestado el Sr. Fossas Pi y con lo que se establece también en las conclusiones del tema, y por mi propia cuenta, sigo creyendo y proponiendo al Congreso, se sirva acordar que se pida se dicte una serie de disposiciones que podrían llamarse Ley de Ar.:¡uitectura, en la cual estaría compren.¡. 3


dida toda la urbanización y todo lo que constituye la construcción arquitectónica. (Aplausos. )

El Sr. García Faria: Pido la palabra. El Sr. Presidente: El Sr. García Faria tiene la palabra.

El Sr. García Fa ria: Seré breve al rectificar, porque la hora es ya avanzada. El señor Navascués dice que extraña que no sea partidario de la división del trabajo; precisamente por esto deseo que exista en cada uno de los ramos de la construcción el mayor número de especialidades posible. Yo no me opongo á que en cada uno de los ramos se vaya perfeccionando el arte de construir; al contrario, dentro de cada uno de los ramos nacerían especialidades: así, por ejemplo, habrá ingenieros higienistas, ingenieros que se dediquen á obras hidráulicas, ingenieros de ferrocarriles, de minas, montes, agrónomos, industriales, etc. No en vano es el presente el siglo de las especialidades; pero ha de ser una ley que las rija, como la variedad debe estar comprendida dentro de la unidad. Además no veo estas necesidades distintas; por esto pido que la legislación sea única. Y á propósito, he de hacer constar, que no hubiera hecho oir mi voz, si no hubiese entendido que se pretendía que imperase algo de exclusivismo respecto á las construcciones civiles; exclusivismo que está reñido con las ideas de p-rogreso y de libertad que dominan en el presente siglo. He dicho.

El Sr. Torres: Visto que la discusión ha terminado y mirando á todos los concurrentes, veo que la satisfacción de los semblantes está diciendo lo agradecidos que estamos todos los presentes, al dignísimo arquitecto que ha presidido; ya que nadie lo pide, me veo en el caso de ser yo quien suplique y proponga al Congreso, se sirva acordar que conste en acta, un voto de gracias por el exquisito


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tacto y acierto con que ha dirigido la discusión la Presiden-

cia. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: En contestación á algunas indicaciones hechas á la Mesa, el señor Secretario se servirá leer el artículo 2 1 d&l Reglamento.

El Sr. Secretario lee.

El Sr. Presidente. Terminando las sesiones del Congreso destinadas á la discusión de temas, con la discusión del quinto, que tendrá lugar en la de mañana, con el objeto de dar lectura mañana mismo de las conclusiones del tema de hoy, la Comisión de conclusiones se reunirá mañana á las nueve. Se levanta la sesión.

Eran las seis y veinticinco minutos de la tarde.


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APÉNDICE Á LA CUARTA SESIÓN

Acta de la Sesión tercera Abierta la sesión á las tres y media de la tarde, bajo la presidencia del Sr. Artigas, se dió lectura por uno de los señores Secretarios, al acta de la anterior, que fué aprobada. El señor Presidente cedió el puesto al Sr. Luis y Tomás, el cual, después de ocuparlo, <lió las gracias al Congreso por las muchas deferencias de que había sido objeto, y por esta última especialmente, dedicando frases laudato· rias á los Sres. Artigas y Aguado, y ofreciéndose á los arquitectos reunidos. A excitación suya, se leyeron las conclusiones del segundo tema, que la Comisión correspondiente redactó en la mañana del mismo día. Instado el ponente del tercer tema, Sr. Torres Argullol, á desarrollar su trabajo, sube á la tribuna y lee un erudito y concienzudo escrito, encaminado á demostrar que no es tan grande como se supone la decadencia de las artes industriales auxiliares de la cons• trucción, y que para alcanzar su perfeccionamiento, son necesarias las escuelas de artes y oficios debidamente organizadas. El Presidente propuso la lectura de un trabajo relacionado con el tema, y remitido al Congreso por D. Demetrio de los Ríos, arquitecto de la Catedral de León; atendiendo á la prioridad en la presentación y por deferencia al ausente. El autor propone, como resumen de su trabajo, para llegar al estado de perfeccionamiento que tuvieron las artes industriales en el siglo xv,, dar impulso á la restauración de las obras monumentales de épocas pasadas, la enseñanza del artesano y del industrial, la aplicación de la enseñanza aprendida, armonizando el capital con el trabajo, la exhibición en los certámenes y los premios, la asociación, los gremios y la pro-


paganda. Cumpliendo las prescripciones reglamentarias, el Presidente suspende la lectura del escrito, anuncia que se halla á disposición de los señores arquitectos reunidos para su examen, y propuso que se manifestase al autor, la satisfacción con que el Congreso ha visto su trabajo. Así se acordó por unanimidad. El señor Presidente concede la palabra al Sr. Bassegoda, quien se extiende en consideraciones acerca de la decadencia de las artes, y propone como remedios las restauraciones, la resistencia del arquitecto á todo lo que lleva consigo una mal entendida economía en las construcciones, la instrucción de los artesanos, la creación de museos de objetos de arte industrial, los premios á los obreros distinguidos y la admisión preferente de los mismos en las obras real izadas por subasta. El Sr. Rogent y Pedrosa subió á la tribuna, y leyó un trabajo pertinente al tema, buscando la cau~a de la decadencia de las artes en la falta actual de unidad de criterio y de un estilo único y fijo, y dice que el medio de poder recuperar las artes su pasado esplendor, sería la enseñanza práctica por regiones, formándose artífices al lado de los maestros de cada arte, y creando escuelas al modo de las que han existido para la pintura. El Sr. Belrnás, se opone á algunas de las conclusiones del señor Bassegoda, y declara que la economía no está reñida con el Arte. Opina que las obras públicas serían excelentes escuelas de artífices industriales, y aun algunas particulares. El Sr. Guitart propone establecer en la segunda enseñanza como obligatorio, el estudio de la estética, el fomento de museos industriales como complemento de las escuelas de artes y oficios, el fraccionamiento ó multiplicación de dichas escuelas en todos los centros obreros, el renacimiento de las antiguas asociaciones de los mismos dentro del espíritu de libertad moderna. El Sr. Serrallach, después de explicar su intervención en el debate, á pesar de formar parte de la Comisión de conclusiones, hace constar la decadencia de las artes industriales, y propone varios medios para evitarla; el inventario de nuestras obras artísticas, los museos con carácter general para toda clase de objetos de las artes industriales, las conferencias, los premios á los obreros y á los coleccionistas, las exposiciones y la actividad del arquitecto en las obras públicas y en las monumentales para los detalles, no surtiéndose de los pequeños objetos que ofrece la industria. Termina después de una observación de la Presidencia respecto al tiempo transcurrido, declarando c¡ue las escuelas de artes y oficios debieran correr á cargo de los mismos gremios, aun subsistentes en ciertos puntos como Barcelona, encomendándoles la formación de museos y la celebración de los concursos. El Sr. Pingarrón opina que el esplendor de las artes coincidió con la existencia de los gremios, y hoy sería un medio de renacimiento el de las escuelas de artes y oficios dándoles un carácter eminentemente práctico. El Sr. Doménech y Estapá no admite la mayor parte de los medios propuestos para resucitar las artes industriales, y cree que la escuela debe ser la obra misma, explicando el arquitecto como profesor.


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El Sr. Pons pretende que la instrucción primaria debe abarcar el dibujo y ligeros conocimientos de artes industriales, mediante modelos gráficos y de relieve, con centros de enseñanza especiales para los distintos ramos de la construcción y escuelas de artes y oficios perfeccionadas . El Sr. Torres Argullol rectifica con brevedad, congratulándose de que no hayan sido realmente rechazadas sus conclusiones. El Sr. Bassegoda (D. J.) rectifica un concepto que le ha atribuído el Sr. Belmás, referente á la economía en las obras. El Sr. Bassegoda (D. B.), pide se consigne en el acta la profunda satisfacción con que ha visto el Congreso, la acertada presidencia del Sr. Luis y Tomás en la sesión, acordándose así por unanimidad. Da las gracias el Presidente y levanta la sesión á las siete y treinta minutos, después de anunciar la orden del día para la siguiente. Aprobada en la sesión del día rg de Septiembre de r888 .

Los Secretarios,

Arturo de Navascués.-Antonio M. a Gallissá. v.•

B.º

El Presidente,

José Artigas y Ramoneda. 1,

1,



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SESIÓN QUINTA

Celebrada el día

20

de Septiembre de 1888

en el Salón de Congresos

Presidencia de D. José Artigas y Ramoneda

Abierta la sesión á las tres y treinta minutos de la tarde, dijo: El Sr. Presidente: El Sr. Secretario se servirá dar lectura del acta de la sesión anterior. El Sr. Secretario lee. (Véase el apéndice á esta sesión ). El Sr. Presidente: ¿ Se aprueba el acta? Queda aprobada. El señor Secretario se servirá dar lectura de las con el usiones de los temas tercero y cuarto, formuladas por las respectivas Comisiones. El Sr. Secretario lee. (Véase el apénciicc á esta sesión). Lee además una carta del Sr. Sansó y Heras, de Manresa. El Sr. Presidente: En la sesión de hoy, el Congreso va á ocuparse en discutir el tema quinto, último de los anunciados y del cual se servirá dar lectura uno de los señores Secretarios . ..¡,.¡.

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El Sr. Secretario, (/l!)"endo ): Quinto tema.-:c Medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgra· cias personales que ocurren en la erección de los edificios, y manera de subvenir al auxilio de tan deplorables acddentes en los obreros que los sufren.»

El Sr. Presidente: Antes de entrar en ia discusión de este tema, la Presidencia cree ju'sto que se consigne lo que voy á tener el honor de manifestar. Este Congreso, en justo tributo de consideración, al M. T. Director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, reservóle una de las tres presidencias honorarias; el estado delicado de su salud, según tengo entendido, nos ha privado del gusto de tenerle entre nosotros, pero le representa accidentalmente nuestro dignísimo compañero D. Francisco de Paula del Villar, y con este carácter ha ven.ido formando parte de la Mesa. Creyendo interpretar los deseos del Congreso, roguéle á este señor que nos dispensara otro obsequio, cual es el de servirse ocupar la Presidencia en la sesión de este día; pero, á última hora, con dolor, he sabido por su señor hijo, que el Sr. Villar se había .sentido repentinamente indispuesto, privándonos de dos gustos: de tener la representación del Sr. Rogent y de ver ocupada la Presidencia personalmente por nuestro amigo el Sr. Villar. (Muestras de asentimiento y aprobación.) Después de lo que acabo de consignar, rueg_o al Sr. Secretario que por faltar la personalidad del Sr. Ponente, se sirva dar lectura de las conclu;iones, debiéndome lamentar también, que circunstancias insup~rables hayan impedido á D. Miguel Mathet y Coloma de bailarse entre nosotros. El Sr. Secretario se servirá leerlas.

El Sr. Secretario las lee.

El Sr. Presidente: El Sr. Bassegoda (D. Buenavent1.1ra), que tiene pedida la palabra en primer lugar para tratar este tema, puede usarla desde luego.


El Sr. Bassegoda (D. Buenaventura): Señores: La lamentable ausencia de nuestro distinguido campanero el Sr. D. Miguel Mathet y Coloma, creo que debe ser más fatal pata vosotros que para mí mismo. Esta ausencia, á mí no me librará del desastre que debía sufrir, al mezclar mi voz en el armonioso concierto de las vuestras tan autorizadas: vosotros saldréis perdiendó, porque en vez del trabajo notabilísimo por todos conceptos que hacían concebir las magníficas conclusiones del dictamen de la Ponencia, tendré ocasión de leer el mío insustancial y desautorizado.

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Señores: Al emprender la difícil tarea, que urr exceso de juvenil entusiasmo por todo lo que á nuestra profesión se refiere, me ha inducido á acometer, aun á trueque de salir maltrecho en esta mi primera tentativa, séame lícito (siquiera brevemente) haceros parte de la emoción grandísima que siento y de la profunda simpatía y respetuosa admiración que en mí ha despertado este escogido concurso de arquitectos, en medio del cual me siento, á la vez, orgulloso del puesto que n1e habéis concedido y humillado y mezquino en la comparación de nuestros respectivos méritos. Sí, señores; satisfacción inmensa experimento al saludaros á todos, á los de esta ciudad y á' los que de apartadas regiones habéis venido á honrar este Congreso. A todos os confundo en fraternal abrazo, y os suplico que me permitáis unir mi voz humilde, á las que en estos días, tan alto han proclamado la singular importancia del noble Arte á que pertenecemos. No abusaré de vuestra atención con largos razonamientos de falsa modestia, encaminados á demostrar mi insuficiencia; esta, á pesar mío, es tan notoria y manifiesta, que creo no deber insistir sobre ella. Ya os convenceréis palpablemente de mis afirmaciones en el curso de es te trabajo. Por este motivo que acabo de exponer, estad seguros de que no me siento capaz de producir una disertación académica mediana, ni mucho menos una pieza oratoria de regular mérito, contribuyendo además á ello, en primer lugar, mi falta de perfecta expresión en el idioma adoptado oficialmente, y en segundo y


principal, los escasos conocimientos prácticos que, para el desarrollo del quinto tema de este Congreso, poseo. Así pues, mi discurso será una serie de consideraciones de carácter, si así puedo llamarlo, íntimo, hechas en virtud del asunto que se está discutiendo. Voy á entrar, pues, en materia, y feliz yo mil veces, si no salgo desairado en esta dura prueba por que me obliga á pasar mi ardiente afición al Arte arquitectónico. Cuando un orador siente palpitar, en el fondo de su alma, sentimientos idénticos á los que su escogido audit0rio alberga de consuno, halla resuelto el punto más difícil de la cuestión que trata, pues le bastan poquísimos esfuerzos para llevar el convencimiento al ánimo de quien le atiende. Tal acontece conmigo, y permitidme que de orador, inmerecida y presuntuosamente me califique, por• que mejoró peor, tan elevado lugar ocupo. Sé que todos vosotros participáis de la compasión que me inspiran las víctimas del trabajo; que anheláis como yo mismo, encontrar medios para pre.:aver las desgracias y subvenir sus necesidades, y por lo tanto, poco he de molestaros insistiendo en la trascendencia del tema que desarrollo, de la cual estáis, sin duda alguna, plenamente convencidos. Que este quinto tema es de los más importantes que podían someterse á discusión, en este segundo Congreso Nacional de Arquitectos, no me esforzaré en probarlo, porque, como acabo de manifestar estoy convencido de la uniformidad de pareceres en que nos hallamos. En efecto, y aun en el caso de que tratáramos concretamente de las obras que erigimos. ¿Cómo no hallar transcendental, la tarea de disputar con denuedo á la muerte y á la miseria á seres humanos, hermanos nuestros, que se encuentran expuestos á trope· zar en cada instante, con el fin desastroso de su empeírnda lucha por la existencia? ¿Y con cuánto mayor motivo, no debemos dedicar nuestros desvelos y nuestros esfuerzos, al objeto en tan alto grado humanitario y acept0 á Dios, de librará nuestros obreros, á los seres que por nosotros viven honradamente, de desgracias y peligros que truncan en un punto funesto, su vida á veces, la alegría y felicidad en otras y en todas la paz y el sosiego doméstico. Felicidad y sosiego, por los que suspira constantemente el hombre, pertenezca á la clase social que pertenezca, ya entorne sus perezosos párpados bajo el lujoso pabellón de su lecho, ya amolde fatigosamente su cuerpo bafaado en sudor, en las pajas de un jergón miserable.


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¡Ah, señores! y esta lucha titánica y desesperada del trabajo por la vida, produce en el mundo obrero considerables bajas. Las estadísticas que por tal concepto se forman, causan al examinarlas profunda pena. Todos los días_leeréis en los periódicos, la relación de desgraciados accidentes ocurridos en el trabajo, y de fijo que al leerlos, extraña congoja oprimirá vuestro corazón y al momento os representaréis en vuestra mente el cuadro triste de miseria y orfandad que forzosamente acompaña con sus negras tintas al lamentable suceso. Y estos mismos compasivos sentimientos, que despiertan tales desgracias, en los que tenemos la dicha de poseer un corazón honrado y benéfico, suben de punto al tratarse de los trabajadores de las obras que erigimos al ejercer nuestro artístico ministerio, de los auxiliares y ejecutores de nuestras fantasías, de los que se acogen confiadamente á nuestra ciencia, para suministrar por medio del trabajo el sustento á sus familias. Debe, por consiguiente, el arquitecto cuidar de ellos, con preferente y paternal solicitud y por ellos debe velar en todas ocasiones. Porque el arquitecto, señores, aunque de más elevada misión que el patrono que asalaria á los obreros, no está menos desligado de ellos, como muchos creen: en efecto, el arquitecto reune en su Arte una hermosa trinidad de cualidades que se complementan, se funden, se unen entre sí y le conducen á la meta de la perfección rodeándole de gloria. Autor de sus bosquejos en planta y alzado, es artista; científico, al disponer la estructura material y trabazón del edificio; es, finalmente artífice, no al ejecutar de un modo material sus creaciones, sino al concebirlas en su mente, del mismo modo, con la propia disposición, con los mismos procedimientos que les caben en la práctica. Pues bien, en este concepto ¡con cuánto afán, con qué palpitante interés no seguirá las huellas del obrero en la ejecución de la obra! Verá en él un destello de su misma razón que le ilumina la diestra; verá en él á una mano que al compás de los latidos de su corazón, da forma, agrupa y colora los materiales á su completo arbitrio.

Ved sino, al arquitecto director de una obra , contemplando el animado aspecto que los trabajos ofrecen. La innumerable y armónica serie de los distintos rumores que de aquel lugar emanan vibrarán á su oído cual música incomparable; su vista se explayará


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con fruición, al contemplar el hormiguero de seres humanos que dan forma corpórea á lo que él concibió en noches de insomnio; todo, por desordenado que parezca, marchará al compás de su razón y percibirá perfectamente rítmicos los desordenados choques de las herramientas y el monótono gemido de las cuerdas en los aparejos; y el conjunto le parecerá zumbido de abejas laboriosas. Su corazón se ensanchará entonces, y además de la satisfacción de ver realizada su obra, probará la inmensa, de ser el árbitro y autor de todo aquel animado movimiento; se sentirá artífice, si antes se sintiera científico y artista. Tengo para mí, que el arquitecto que no construye al esbozar con el lápiz y al calcular con las fórmulas, es incompleto y se expone á quedar esclavo de los caprichos de sus dibujos ó de la inexactitud de sus c.l.lculos. Al trazar una línea debe saber ya el material que representa y los procedimientos de que se valdrá para ejecutarla. De esta manera se logra ser buen arquitecto, y sólo así se experimenta el goce inefable de realizar una concepción propia. El arquitecto que no se emocione ni goce en la ejecución de sus obras y que por el contrario abandone su alta dirección á bajas manos, es señores, (y permitidme la comparnción), como la encopetada dama que por no renunciará los usos viciosos del gran mundo, se excusa de lactar á los hijos de sus entrañas y va á colgarlos de los abundantes pechos de lejana campesina. Por todo lo manifestado, ¿es posible afirmar que el arquitecto y el obrero no están en relaciones directas, íntimas? De ninguna manera, y si en absoluto sucede aparentemente lo contrario, es que gracias á las conveniencias sociales en este siglo llamado de libertad en que el hombre es esclavo de la convención, de la moda y de la futilidad, no comprenden ciertos espíritus timoratos que el !>Uperior alterne con el de más bajo nivel, mas entonces no hay que ver al artista y al artesano, sino al arquitecto y al hombre y aun al arquitecto superficial y sin sentimiento artístico, que no visita la obra por temor á sus muchas incomodidades, atentatorias constan• temente d e la corrección é integridad del aristocrático vestido. ¡Contraste singular con los buenos maestros mayores de nuestras catedrales d e la Edad Media, que no se consideraban ellos misn~os 11

más que sencillos obreros! Yo que puedo aseguraros que casi he nacido en medio de las obras y en ellas he crecido, creo y declaro, que las relaciones entre


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el arquitecto y el obrero son más íntimas moralmente de lo que pueda suponerse. Por lo tanto, es trascendentalísimo que el arquitecto se interese por 11 vida, la tranquilidad y la familia de su protegido, del que realiza sus inspiraciones y que al mismo tiempo no olvide la responsabilidad que en los accidentes pueda caberle y tratrate de sacudir su peso cuando injustamente pretenda hacérsele sentir. Rechace la mala fe y la ignorancia, y busque el punto de donde ha partido la causa del funesto accidente, para tranquilizar, soc~rrer ó castigar severamente á unos y otros según los casos. Al examinar los medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurren en las obras, es preciso, ante todo, averiguar acertadamente el origen del mal; la causa de esta serie interminable y no interrumpida de catástrofes que siembran el luto y la desolación en las honradas familias de nuestros obreros y constituyen con sus funestísimas consecuencias la verdadera corona del martirio de los hijos del trabajo. Busquemos los motivos que proJucen los accidentes, en los accidentes mismos. Es preciso, señores, examinar el mal de cerca, en su mismo origen; en la persona que lo sufre; en el obrero. En este mismo obrero, y notad que no trato de prejuzgar ya la cuestión, ni de eludir responsabilidades que más tarde he de asumir, en el mismo obrero, digo, radica el germen del mal que deploramos y tratamos todos de evitar ó disminuir. Es un hecho innegable, que el obrero en general, presenta diferencias notabilísimas de carácter en cada una de las distintas regiones de nuestra patria, y es también innegable, que las diferencias más notables, son hijas de los diversos sistemas constructivos de cada país. No puedo hacer alardes de experiencia, pues escasos son los años que han trascurrido desde que estos compañores míos, me han hecho un lugar admitiéndome á su lado, pero así y todo, y con mi falta de experiencia constructiva como á arquitecto, puedo aseguraros que en Cataluña y concretamente en Barcelona, el obrero presenta carac~eres esenciales en consonancia con los medios y los procedimientos de ejecución de las obras. · El suelo catalán, rico en materiales de todas clases y de inmejorable calidad, es un elemento poderoso para el desarrollo progresi• vo de la ci~ncia constructiva en Cataluña. Sus inmejorables y abun• dantísimas arcillas, sus vastos yacimientos de piedra de cal, yeso y cemento, que pueden obtenerse á precios, en su mayoría exiguos,


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y que compiten ventajosamente con los similares del extranjero, pregonados en Revistas, Anales y Gacetas, y consagrados por el uso tradicional, son causa principalísima de los adelantos de la construcción. Los materiales de Gerona, Ripoll, San Juan de las Abadesas, San Celoni, Mongat, Vellirana y Sarreal hacen buena mi afirmación y contribuyen á que, la construcción catalana, con su elemento principal, ó sea la bóveda tabicada y las soleras planas para terrados, ocupe un distinguido y típico lugar entre las demás de Europa. He hablado de la construcción catalana porque me complazco, á fuer de buen regionalista, en conceder á nuestro suelo lo que le corresponde, y siento en el alma que, así como tiene lengua propia y sistema de construcción, no posea hoy por hoy un arte regional característico, mostrándose refractario á las invasiones de los exóticos arcaismos egipcios, indios y otros, y conserve la parquedad de líneas de la Arquitectura que un día fué para ella la nacional. Hecha esta digresión, que espero me perdonéis en gracia á mi amor patrio, continúo haciendo hincapié en nuestra característica construcción. La buena calidad de los terrenos permite simplificar á menudo el sistema de cimentación y los gruesos de los muros en los cimientos; además (Y esto no es solamente por la bondad del ladrillo ni de los morteros, sino por la mezquindad y espíritu del tanto por ciento, que domina á nuestros propietarios), se levantan á alturas de más de veinte metros, paredes de gruesos inverosímiles, á fuer de exiguos. Se cuelgan las bóvedas de las escaleras, confiando en la adherencia del material de unión, y por esta misma causa se construyen Yoladizos y grandes soleras sin necesidad de latas intermedias. Estos atrevimientos, estos alardes de construcción influyen poderosamente en el ánimo del obrero catalán, ya de sí sereno é impasible ante el peligro; de carácter meridional empieza desde su niñez á despreciarlo y á templar su ánimo en las peripecias y accidentes del trabajo, y acaba por prescindir de él y por cometer á cada paso y siempre que obra irreflexivamente por sí y ante sí, verdaderas imprudencias que no siempre quedan, por desgracia, sin resultado. Por otra parte el sistema de andamiajes de Barcelona, en que priva el andamio colgante reducido á su mínima expresión, es parte, y parte principal, para que el obrero se halle expuesto y no cuide


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del peligro que le amaga. Ya veremos después que no es esto imputable solamente al obrero sino á los malos contratistas. Otra consideración creo del caso, tratándose del obrero, y es la edad del mismo. La intervención de menores y de ancianos en las obras, es fuente abundante de desgraciados accidentes. Tanto el niño como el sexagenario, se hallan sujetos á su debilidad, no sólo respecto á las fuerzas físicas, si que también á las intelectuales. La retozona inteligencia del niño no produce ideas sosegadas ni tampoco raciocina sus actos. Los ancianos albergan en su cabeza una débil claridad, producida por la luz de su razón que lentamente se apaga. El trabajo prematuro en unos casos y el extemporáneo en otros, son dignos de atención, y nuestras leyes deberían evitarlos en nombre de la humanidad. He apartado con horror la vista de los trabajos en muchas ocasiones, al contemplar tiernos niños, de pálido semblante, demacrado por la fatiga, ocupados en tareas rudísimas para sus años Cómo podremos lograr que tengan seguridad en el trabajo, si todos sus esfuerzos y precauciones deben servir tan sólo para no dar con su cuerpo en tierra al luchar con los enormes pesos que se les confían? Un pequeño desequilibrio bastará para precipitarlos desde donde se hallen. Lo propio podemos decir de los ancianos. Concretándonos, pues, al obrero en nuestro país, puedo asegurar, como lo hago plenamente convencido, que su despreocupación y su impasibilidad ante el peligro, así como la tenacidad que presen• ta, en mostrarse refractario á las observaciones de capataces y directores, respecto al objeto de que se trata, y el afán de alardear de agilidad y firmeza en el trabajo, son, sin duda alguna, la primera y principal causa de los accidentes en nuestras obras. Ahora bien, como el obrero no siempre marcha á su arbitrio, sino que recibe las órdenes para la distribución y norma del trabajo, del capataz ó contramaestre, tenemos ya otra causa de desgracias en el caso de que este capataz, como sucede en ocasiones, sea inepto para el cargo que desempeña, y además, imprudente y te• merado. Este da disposiciones desacertadas, y aunque el obrero así lo comprendiese y las hallara además peligrosas, por un alarde de valor personal, no se negaría á ejecutarlas por temor de que se calificaran de pueriles sus recelos. La imprudencia en el capataz, nace .¡.5


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de que pertenece á la misma escuela del obrero, como que de él ha nacido y en sus mismas prácticas ha logrado elevarse al lugar que ocupa. Pero, señores, sobre el capataz hay en las obras otra entidad que determina también causas de accidentes; me refiero al contratista. El contratista, en general, ha llegado á serlo pasando por la gradación sucesiva de operario y capataz, y entonces, dicho se está, que en estos casos participa de los vicios y defectos de todos ellos y da disposiciones imprudentes. Hay más; hay otra causa más temible, y es que de él depende directamente la ejecución, y en algunos casos, la disposición de los andamios que ha ideado el director de la obra; y he dicho en algunos casos, porque no siempre hay director. No son, por desgracia nuestra, escasas las ocasiones en que el contratista, que tal vez ni albañil ha sido, dirige y ejecuta construcciones á su capricho, bastándole para ello trazarse tan perfectamente, como se lo permite su limitada inteligencia artística, el proyecto que después va á legalizar con la firma de un mal facultativo que, por un modesto puñado de pesetas, vende su reputación y su dignidad. La ignorancia y mala fe de algún contratista determinan, pues, otra causa. Y la mala fe, lo mismo consiste en burlar las disposiciones del director, que en suprimir ó ejecutar incompletamente, y sin seguridad, los andamiajes por el mezquino ahorro de piezas de madera ó de hierro con que á veces no cuenta en aquel momento, y que no quiere procurarse para no mermarla pingüe ganancia que sabe ya de antemano debe producirle su contrata. Y observJd, señores, que no señalo con el dedo. Todo lo que acabo de manifestar, como habréis comprendido, es en lo que se refiere á obras particulares . No sucede en tan grande escala en obras públicas, donde la ley fija al contratista la obligación de poner por su cuenta al frente de la obra á un facultativo, pero tanto en públicas, como en particulares, los accidentes producidos son muy pocas veces culpa del arquitecto director. Cuando lo son, es por ignorancia ó por debilidad de carácter en no hacer cumplir al contratista, ó por negiigencia. Y no toméis esto como á razonamiento irreflexivo y encubridor de culpas propiqs_ El arquitecto tiene una gran ventaja, además de las cualidades científicas y artísticas sobre el contratista, y es que no tiene interpuesto


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entre él y los operarios el interés y el afán de lucro á toda costa, que le ciega y le hace incurrir en graves responsabilidades. Como á conclusión de esta investigación de los orígenes de las desgracias, se deduce que proceden: 1.º De la imprudencia y temeridad innatas en el obrero y de su edad é incapacidad. 2.º De ineptitud y temeridad de capataces. '.1. 0 De ignorancia, mezquindad ó mala fe de algunos contratistas. 4.º De desacierto, flojedad ó negligencia, muy poco frecuentes, en la dirección. ¿Cómo podríamos encontrar un medio de disminu_ir estos accidentes, atacando las causas? En el primer caso, ó sea tratándose del obrero, por más doloroso que sea consignarlo, lo creo, si no imposible, difícil en alto grado. La instrucción no bastaría á desarraigar en él esta osadía y arrojo ante el peligro. Instruid al obrero, es decir, á un hombre de edad casi madura, y os aprenderá con lentitud y dificultad cuanto tratéis de enseñarle, pero no lograréis destruir ese afán en desafiar el riesgo, que constituye una de las principales componentes de su carácter. En las mismas obras, llamad su atención sobre la facilidad de un accidente, recomendadle prudencia, y os contestará con la sonrisa en los labios agradeciendo vuestro interés, pero procurando tranquilizar vu.estro ánimo, que él calificar(t de pueril y meticuloso. Los medios coercitivos, las amenazas, estimo que tampoco pueden dar gran resultado, porgue desde el momento de recibir órdenes severísimas, se fomentan secretos antagonismos que germinan en el obrero, y que le inducen á rebelarse contra ellas en su fuero interno. Más provecho sacaremos de la persuasión, del estímulo; promesas de pequeños obsequios en el caso de terminar una obra sin haber ocurrido accidente alguno, incitan al obrero á ser más prudente, como he podido observarlo, y halagan su amor propio. Además, y ya que no puede sacarse gran provecho de las órdenes de los capataces, es preciso de todo punto obligarles á trabajar rodeados de seguridades. Hacer algo de lo que practicamos cuando empiezan á dar los niños sus primeros pasos. Rodeémosles de medios auxiliares, tan perfeccionados como podamos, buenos andamiajes, vallas, tablados; en una palabra, de todo lo que haría un padre por un hijo, que sin reflexión ni concien-


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cia de sus actos, pretendiera constantemente despeñarse desde gran altura. Pero esto no puede hacerlo directamente el arquitecto; debe ordenarlo el contratista. Obliguemos en primer lugar á éste, y la ley con nosotros á que sea una personalidad idónea. Hasta que no se obligue al contratista á tener en obras particulares, la responsabilidad que i;e Je exige en las públicas, y á obedecer ciegamente al director, secundado por el propietario, y á que en la confección de los andamios y otros medios auxiliares no se empleen, como generalmente sucede, _simples peones, sino buenos oficiales especialistas, bajo la dirección inmediata del capataz y superior del arquitecto, no habremos hecho desaparecer ni disminuir notablemente el número é importancia de las desgracias. Todo esto es preciso, y mucho más, y deberíamos reunir nuestros esfuerzos para que la autoridad nos secundara en este asunto, estableciendo en las Ordenanzas municipales disposiciones encaminadas á garantir, de un modo eficaz, la seguridad personal. Las leyes que regulan el trabajo de los menores deberían regir en todo su vigor y firmeza, y entonces, creed que habría desaparecido un factor muy atendible del resultado que estudiamos. Pero no sucede así; apenas puede el niño consigo mismo, se le manda á una obra, á un taller, á un trabajo brutal que aniquila sus fuerzas y va minando lentamente su existencia. De esta manera se explica la abundancia de estos seres, que no pueden desarrollarse gracias al exceso de fatiga, que acaba con ellos, y que interín no, Jes hace crecer endebles, encanijados y raquíticos. Unamos nuestros esfuerzos para que sea un hecho el cumplimiento de la ley sobre el trabajo de los niños, y entre tanto suprimamos de nuestras obras los menores de 13 á r 5 años, y losancianos de más de 60 que, por las miserias de su larga vida, deben ganarse todavía el sustento por medio del trabajo corporal, en cuya lucha hallan á menudo una muerte horrorosa y triste, cuando podrían haberla aguardado en el lecho benéfico de un asilo al lado de una tierna Hermana de la caridad; porque el suprimir los viejos de las obras no es abandonarlos. Una solución para el problema que tratamos, sería, señores, el de aplicará las obras particulares la disposición de la ley de obras públicas, que fija un facultativo á cargo del contratista, para cada obra. Esto sería muy bello, muy bien pensado en mi concepto,


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mas desgraciadamente no sería práctico. El propietario, y sobre todo el de esta ciudad, es muy refractario al pago de honorarios facultativos; si se resiste en muchos casos á tener director en sus obras y se vale del socorrido medio del albañil y de la firma del consabido mercachifle, ¿cómo convendrá en pagar á otro facultativo, al del contratista? porque aunque lo deba pagar éste, ya comprenderá el propietario que su sueldo se le acumularía con creces, al valor total de su contrata. Muy difícil sería llevar tal idea á la práctica, cuanto más en nuestro país en que las leyes son letra muerta al día siguiente de publicadas. Lo que necesitamos nosotros, y los clientes que nos confían sus intereses, es encomendarlos á personas inteligentes y dignas, desterrar á los malos contratistas de nuestras obras, y eliminar de ellas á los que, en su afán insaciable de beneficios ilí ito , exponen la seguridad y la vida del operario, y por lo tanto, la subsistencia de una familia. Cuando habremos logrado esto, no sólo habrán disminuíJo los accidentes, si que también en el desgraciado caso en que ocurran, no quedará el obrero sin indemnización ni socorro por el daño que recibe en su trabajo. Es preciso, por lo tanto, que los contratistas á quienes confiemos nuestras obras sean dignos, probos y honrados en cuanto á sus antecedentes, y que los arquitectos no nos dejemos llevar por un exceso de bondad ó negligencia. Hemos llegado ya, señores. a la segunda parte del tema que pretendo desarrollar, y antes de entrar en el estudio de los medios de auxilio y socorro, permitidme que examine los hechos tales como se pasan en la práctica. Ocurre en una obra una desgracia. Muchos contratistas honrados, sin dar parte á la autoridad, hacen conducir por su cuenta, y con todas las precauciones, al herido á su domicilio, y allí le suministran la asistencia médica y alimenticia correspondiente, abonándole íntegro el jornal hasta que puede volver á trabajar en la obra. Así se logra ejercer la caridad, bienquistarse con los subordinados y ocultará los compañeros la desgracia, p0r el mal efecto que les puede causar. Otros, empero, hacen todo lo contrario. El accidente ocurre; lo primero es dar parte á la autoridad, que dispone la conducción del herido á la casa de socorro, donde curan gratuitamente. Luego después desvanecerá la familia con ofrecimientos y promesas, á fin de que renuncit n á la acción judicial. El herido se cura, y no se le


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admite de nuevo en el trabajo para que no Yuelva á comprometer su tranquilidad. ¿Que no se cura y muere? ¡pues séale la tierra ligera! Y entre tanto, las promesas de socorro han sido olvidadas, y ahora se paga con amenazas de que todavía puede la justicia pública castigará los que pidieran indemnización. Y supongamos que llega este caso y se demanda al contratista. Han pasado ya meses, y tal vez más de un año, y el juzgado, tardo y lento siempre en España, trata de reconstituir el accidente para buscar el origen y la culpabilidad; nombra peritos que no pueden dictaminar sobre lo que se les pregunta, porque si cuando ocurrió el fracaso la obra estaba en curso de ejecución, ahora se halla terminada y habitada además. Sucede, finalmente, que no há lugar á la demanda, y que la familia del muerto ó del herido, ve con lágrimas de amargura en los ojos que, mucho peor que la desgracia, es el irritante cinismo del que de ella vive y la explota indignamente. Y no creáis que este cuadro, que tan sombríamente acabo de pintaros, sea ficción, no; es realidad, y triste realidad que demuestra la ineficacia del procedimiento judicial en estos casos, en que los solos testigos del hecho son los obreros, que, si bien son compañeros del herido, están á sueldo del contratista, y por lo tanto, le es muy fácil á éste evadir la culpabilidad. Es, pues, necesario encarecer altamente la oportunidad de la solución fundamental de este problema del socorro, que es, en mi concepto, la indemnización al inútil y el seguro sobre la vida. En nuestra ciudad, y seguramente también en las demás de España, existen monte-píos ó asociaciones mutuas de obreros, bajo la advocación de distintos santos, destinadas á socorrerles en caso de enfermedad, y disponer el entierro de sus restos en el desgraciado caso de muerte. Pues la organización de estas sociedades ha servido de base para la formación de las distintas que se han creado en la mayor parte de las naciones, si bien dándoles carácter oficial, destinadas al seguro mutuo entre patronos y obreros, cuyas organizaciones pueden examinarse en rápida ojeada en el apéndice que acompaña á este trabajo. En nuestra España, lo único que hay legislado actualmente en materia de tan vital cuestión, se reduce al artículo 16 del Capítulo II del pliego de condiciones generales para la contratación de obras públicas aprobado por Real Decreto de 1 1 de Junio de 1886, que no copio á la letra por no molestar vuestra ya fatigada atención,


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y que dispone que el contratista asegure la vida al obrero de la cual es responsable, exceptuando el caso de accidente imputable al lesio• nado. Deja en libertad al patrono para hacer el seguro en la forma que quiere y le fija las indemnizaciones para él y su familia. Esto es todo ·10 legislado, y, como veis, se refiere únicamente á obras públicas; pero como en medio del concierto de las naciones europeas fomentando el seguro, no se concibe que un Gobierno abandone abiertamente el patronato de los obreros que no intervienen en los trabajos públicos, en 5 de Abril de 1888 un Real Decreto autorizó al Ministro de la Gobernación, D. José Luis de Albareda, para presentará las Córtes un proyecto de ley sobre indemnización de obreros que se inutilicen en el trabajo, cuyas disposiciones no estracto porque su excesi_va extensión aumentaría considerablemente la aridez de este trabajo, ya de suyo largo y enojoso. Esta ley, junto á todas las demás de Europa, referentes al seguro, son las disposiciones más importantes encaminadas á socorrer el mal que tan frecuentemente lamentamos. Con esta ley se habría dado un paso adelante; pero ya habéis oído que sólo se trataba de un proyecto, y que mientras las Córtes no la discutan y aprueben y sancionen, los infelices mártires del trabajo se hallar~n expuestos á los azares de sus peligrosas tareas. Importa, pues, que la ley rija cuanto antes, para proteger con sus rigores al débil explotado por el malvado, cosa que sucede con harta frecuencia. ¿Pues qué? aun suponiendo que se hallara en todo su vigor ya esta ley, no habéis oído que tanto ella como la vigente de obras públicas niegan toda indemnización á los obreros que sufren accidentes por su culpa aun en el caso de muerte. ¿Y no os he mostrado por ventura, cuán fácil le era al coutratista de mala fe evadir el peso de la ley? Importa, pues, no solamente que rija ésta, sino que en las obras no se admitan saltatumbas de baja ralea que sin conciencia ni responsabilidad explotan inhumanamente á los pobres seres que viven honradamente de su trabajo, y además importa fomentar la creación de monte-píos. A evitar esto, tendería la solución que entiendo es admisible de que el arquitecto en las contratas particulares en que intervenga, disponza que el valor de los plazos que de la misma deba ir pagando escalonadamente el propietario al contratista, responda siempre de la seguridad de los obreros por accidentes imputables


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al contratista. Esto daría lugar á que mientras no haya establecido el seguro, pueda el obrero tener derecho á indemnización. Además, estimo que sin fundar ni imponer á la administración un asilo para inválidos y huérfanos, puede lograrse análogo fin, por el medio de cubrir las plazas de porteros, vigilantes, ordenanzas y demás cargos de poca fatiga, en oficinas de obras públicas y en las particulares en que intervengamos, con inválidos por efecto del trabajo y huérfanos de los víctimas que hayan sucumbido en el sagrado cumplimiento del deber. Así se constituiría de hecho un asilo que no gravaría al Erario público y estaría á cargo de un cierto número de individualidades que se impondrían voluntariamente su insignificante reglamento. Por otra parte opino que de una mala causa podemos sacar excelente efecto si logramos que las rebajas que del presupuesto hacen los contratistas de obras públicas se destine depositada al efecto para la creación de un fondo de socorros á las víctimas del trabajo. ¡Cuánto más moral y benéfico sería esto que no suscitar y aprovecharse de la competencia en las subastas lográndose por tal medio que se emprendan obras por precios mucho menores que el presupuesto, por el afán de trabajos, aunque se ejecuten éstos mal y burlando en todos instantes la oficial inspección! He terminado, señores, mi trabajo, que puede condensarse en las conclusiones que paso á formular: Para disminuir y evitar los accidentes, radicando el mal en los obreros, es preciso rodearles en el trabajo de toda clase de precauciones, ya que no es posible prescindir de su imprudencia y temeridad innatas. Exigir al contratista perfección en los medios auxiliares que em • plee en la obra y adopción de los últimos adelantos del arte de construir en andamiajes y transportes. No admitir menores de r3 años, ni ancianos de más de 60. Exigir la idoneidad de ca pata ces y contratistas. E:dgir garantías, á fin de asegurar la responsabilidad del contra· tista. Para socorrerlas creo que debe procurarse: Activar la legislación sobre el particular, á semejanza de Alemania y Francia. Fomento y fundación de sociedades mutuas de seguros entre obreros, contratistas y arquitectos.

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Hacer que en las contratas particulares los plazos que el propietario deba abonar al contratista, respondan siempre de las indemnizaciones que pueda ser preciso abonar por desgracias hijas de su ineptitud ó mala fe. Echar mano para los trabajos de oficina de nuestro arte tanto en obras públicas como particulares, de los inválidos del trabajo y huérfanos de las víctimas, con lo cual se creará de hecho una especie de asilo subdividido. Destinar las rebajas de los precios de presupuesto en las subastas de obras públicas, para un fondo de indemnizaciones de accidentes. Hé aquí, señores, la síntesis de mi enoJosa tarea. No me cabe duda de que he dejado imperfecta y lamentablemente desarrollado el tema que me propuse; mas qué importa si á más de estar convencido de ello anticipadamente he logrado, no sólo convenceros con mis ciébiles argumentos de lo que ya sentíais perfectamente, sí que también (y lo digo con orgullo), he logrado cumplir con uno de los más hermosos deberes morales del hombre, con la caridad para con nuestros hermanos; y yo termino, señores, preguntando: ¿Hay por ventura satisfacción mayor que la que siente el hombre cuando ha cumplido con su deber y con su conciencia? He dich o.

{Grandes aplausos. \

' Apéndice á la memoria del Sr. B,tssegod,t

LEGISLACIÓN DE LAS PRINCIPALES NACIONES E UROPEA

Inglaterra, que es sin duda alguna la nación que cuenta ·on más obreros, tiene presentado un proyecto de ley que i e apru ba empezará á regir en 1.º de Enero de 1889 y que se resume n lo siguiente: Los patronos son responsables de los accidente que se produzcan por su ignorancia. No puede ningún obrero renunciar á la ley de que se trata, pero el patrono puede asegurar al obrero pagándole las primas que se descontarán, en cuyo caso la indemnización que le corresponde por la ley se deducirá de la su• ma total que le deba el patrono, si el seguro no llega á cubrir la responsabilidad civil del mismo. El obrero no puede recibir doble indemnización por un mismo daño. .¡. 6


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La acción para reclarn_arla prescribe á los seis meses en caso de herida y de un año en caso de fallecimiento, debiendo darse parte dentro de los tres meses en que ocurrió. La demanda se presentará ante los tribunales inferiores y la sentencia de éstos es apelable. El importe no puede exceder de los jornales de tres años y en ningún caso de 3,7So pesetas. En caso de fallecimiento el importe de la indemnización se distribuirá á juicio del tribunal entre la viuda ó viudo, padre é hijos del fallecido. En Alemania se parte de la base de la reparación pecuniaria hecha inmediatamente y por medio del seguro mutuo obligatorio. Rigen dos leyes distintas, pero que se enlazan y complementan. Una de r5 de Junio de 1883, que crea las ca¡as de seguros obligatorios contra las enfermedades para los cuales abonan dos tercios los patronos y uno los obreros. La otra es de 6 de Julio de 1884, para el seguro mutuo obligatorio contra los accidentes del trabajo á cargo exclusivo de los patronos. Para cada caso la ley tija las indemnizaciones ó rentas que deben pagarse á la víctima ó sus derecho-habientes, evitando entorpecimientos entre el patrono y el obrero y salvando la responsabilidad personal del jefe de la industria salvo el caso de proceso criminal. La indemnización se abona, durante las trece primeras semanas, por la caja de seguros contra las enfermedades y á partir de la décima cuarta de la de seguros contra accidentes. Respecto á la caja de seguros contra enfermedades, la ley deja en libertad al obrero de escoger la que prefiere y para las de acci • dentes, los industriales tienen obligación de agruparse en gremios profesionales y se extienden á una ó varias provincias. Cada uno de estos gremios organiza el segnt o mutuo de sus miembros bajo la inspección y dirección de la Oficina Imperial de seguros, colocada al frente de esta organización. Todo industrial está obligado á pertenecerá estas corporaciones cuando ocurre un accidente, el gremio se subroga al jefe de la casa para acordar las indemnizaciones conforme á la ley. El gremio publica instrucciones y prescribe las precauciones que deben adoptar sus miembros, bajo la pena de aumento de primas hasta el doble. El pago de las indemnizaciones y rentas es un servicio público, que se practica por el correo, el cual hace anticipos al gremio, que tienen obligación de devolverlos en un término de tres meses. En Francia se ha discutido un proyecto de ley bastante favorable al obrero. En caso de incapacidad absoluta, la indemnización varía del tercio á los dos tercios del salario medio, sin que pueda ser inferior de 400 francos para los hombres y 250 para las mujeres la renta anual que deben percibir. En caso de fallecimiento, la indemnización se concede, aunque el accidente sea culpa del interfecto y se compone de los gastos de funerales calculados en veinte jornales y de rentas anuales á la viuda é hijos y en ciertos casos á sus ascendientes. En caso de inutilización temporal para el trabajo, la indemnización diaria será la mitad del salario sin que pueda exceder de 2'50 francos. En todos los casos, los gastos de enfermedad, hasta la suma de 100 francos, correrán á cargo del patrono.


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Las indemnizaciones se aplican á todos los casos de accidentes, salvo aquellos que den lugar á proceso criminal y en que recaiga sentencia condenatoria contra el patrono. En estos casos, el juez es el que fija la indemnización, pero ésta no se acumula á la que por el concepto anterior le correspondería. El contratista debe av-isar á las veinticuatro horas, al alcalde ó juez de paz, quien á las veinticuatro siguientes, con un médico y si fuera preciso con más, empezarán las diligencias que deben estar terminadas á los ocho días. Concluídas éstas, el tribunal trata de conciliar las dos partes y si no se avienen, el obrero pleitea como á pobre y las sentencias son ejecutorias provisionalmente, no obstante apelación. El seguro no es obligat0rio, pero se recomienda á los industriales que formen entre ellos sociedades de seguros, para lo cual el Gobierno ofrece la Caja Nacional de Ahorros y la de Retiros para administrar las primas y las pensiones respectivamente. En Austria ha empezado á regir desde r .º de Abril de 1888 una ley que se condensa en las siguientes disposiciones: Se asegurarán todos los obreros, y el seguro tiene por objeto compensar los perjuicios que causen las heridas ó la muerte del asegurado. En caso de heridas, éste tiene el derecho desde el comienzo de la quinta semana después del día del accidente, á una renta del 60 por roo de su salario medio anual, si la herida Je inutiliza completamente para el trabajo y proporcionalmente menor, pero en todo caso inferior á So por roo, si la inutilidad no es más que parcial. Si el accidente ocasiona la muerte del asegurado, se cumple la cláusula anterior hasta el día del fallecimiento. Además la sociedad aseguradora paga los gastos de entierro que no pueden pasar de 20 florines y una renta á la familia en la siguiente disposición: A la viuda hasta su muerte ó hasta nuevas nupcias, 20 por 100 del sueldo anual. Al viudo inútil para el trabajo, 20 por 100. A cada hijo legítimo hasta 1 5 años, r 5 por roo. A cada hijo natural, 10 por roo. A los padres y abuelos juntos si el fallecido les sostenía únicamente, 20 por I oo. Todas estas rentas sumadas no pueden exceder del So por 100, de lo contrario se disminuyen proporcionalmente. Si la viuda vuelve á casarse recibe en dote una suma igual al 1riplo de su renta. Los seguros se hacen por sociedades especiales domiciliadas en 1~ capital de cada provincia y vigiladas por el Estado. Las administra un consejo de 3, 6 ó 9 miembros, pues que debe esta: forma_do este consejo por terceras partes de representantes de rndustna• les, representantes de los obreros asegurados y delegados del Estado que nombra el ministro del Interior. A los tres días del accidente, debe darse parte á la autoridad prov~ncial, la cual avisa á la socie?ad de ~e~uros. ~a autorida? provincial con un perito y el conseio mun1ctpal, fiJ~n la c_anudad que debe pagar la sociedad aseguradora, pero s1 el rndustnal es culpable está obligado á devolverá la caja social las sumas que le haya satisfecho.

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Los industriales que no cumplan con la ley incurrirán en una multa de 10,000 pesetas ó en la pena de tres meses de prisión en caso de insolvencia. La correspondencia para estos casos goza de franquía postal. En Sui:{a la ley federal de 1881 hace al patrono responsable de toda desgracia que se produzca en su industria, así como también de las enfermedades de que sea causa, aun cuan_do no sea culpable el jefe; á menos que se pruebe que la desgracia ó la enfermedad han tenido por causa una fuerza mayor, hechos criminales ó la propia falta de la víctima. Esta ley fija el máximo de las indemnizaciones en seis veces el salario anual de la víctima, sin que pueda exceder de 6,000 francos, salvo el caso en que el patrono sea sometido á un proceso criminal y los tribunales le condenen. En España, lo único que hay legislado, actualmente en materia de tan vital interés se reduce al artículo 16 del capítulo II del Pliego de condiciones generales para la contratación de obras públicas aprobadas por Real Decreto de 11 Junio 1886. Pero como se refiere á obras públicas y no se concibe que un gobierno abandone abiertamente el patronato de los obreros que no intervienen en los trabajos á su cargo, en 5 de Abril de 1888, un Real Decreto autorizó al ministro de la Gobernación para presentar á las Córtes un proyecto de ley sobre indemnización de obreros que se inutilicen en el trabajo, en cuyo capítulo III se contienen las más substanciosas disposiciones. En la 1 ·ª del artículo 4.• se fija que el patrono abonará al obrero herido el salalario hasta el alta y le facilitará medicación y demás gastos de la cura con arreglo á las costumbres de la localidad para individuos de su clase. En la 2.• cita el caso de inutilización absoluta. Hasta que ésta sea declarada por el médico, el patrono abonará una indemnización que no excederá de 1 ,ooo jornales ni bajará de 600 además de los gastos. Si fuere inutilización parcial, el número de jornales varía de 300 á 500. En caso de muerte dejando viuda é hijos menores, aquélla percibirá además de los gastos de enfermedad y funerales una indemnización entre T ,ooo y 600 jornales. Si no hay madre, pasa á los menores. Si no tiene hijos menores, de 300 á 500 jornales para la viuda, y en defecto de ésta, el padreó padres del difunto que pasen de 60 años y no tengan recursos, siempre que no haya hijas solteras, aunque sean mayores de edad, pues entonces se reparte la indemnización. Si el trabajador deja hijas solteras, percibirán el importe de 150 á 250 jornales.

El Sr. Presidente: El Sr. Vila tienela palabra.


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El Sr. Vi/a: Señores: Aunque yo no pagara tributo á la costumbre, habría de pagarlo siempre á la verdad de los hechos, confesando la emoción que experimento al hacer uso de la palabra, en este sitio donde tantos me han precedido con mayor elocuenciaysaber; mas ya que me be empeñado en pasar por este trance, quisiera merecer la benévola atención que sin duda estáis dispuestos á dispensarme, para exponer mi humilde concepto acerca el tema que es objeto de la sesión de hoy y que viene expresado en las siguientes palabras: «Medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurren en la erección de los edificios y manera de ~ubvenir al auxilio de tan deplorables accidentes en los obreros que las sufran. » No es mi ánimo tratarlo en todas sus partes después de la manera brillantísima como lo ha hecho la Ponencia, pues ni el tiempo de que puedo disponer me lo permite, ni entiendo que en su primera parte, pueda decirse ni proponerse más que lo que la misma propone. Además las mayores garantías en los medios auxiliares de construcción ni la superior autoridad que pueda ejercer el arquitecto, consignado todo en ordenanzas municipales de ineludible cumplimiento, en consonancia á lo que por la Ponencia se indica, si bien serán medios para precaver en lo humano el número é impot>tancia de las desgracias que ocurran en la erección de los edificios, nunca será bastante para asegurar la vida del que confiadamente se entrega á su trabajo y del que muy á menudo por desgracia suele ser víctima, ya por torpeza ó descuido, ya por temeridad ó incumplimiento de las prescripciones señaladas para dar garantía al obrero. Por esto, considerando este mal necesario como otros hay en la vida y en la sociedad, quisiera yo que se asegurasen los medios de posterior subsistencia y consuelo á los que hubieran sido víctimas en el noble ejercicio de su profesión: y en tanto en nuestra patria no sea objeto de legislación la manera como deba acudirse á la inde.mnización de los accidentes desgraciados que ocurran y por quien deba hacerse efectiva, como así lo consignan los códigos de otros Estados que tienen debidamente atendida esta materia, me permitiré indicaros mi opinión sobre el particular que, aunque no original,


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pues otras entidades y corporaciones lo practican con resultados ópimos, no obstante ello es garantía de éxito por la experiencia que señala. Sin perjuicio, pues, de emprender una cruzada por nuestra parte para recabar de la Administración una vigorosidad y celo respecto de los' medios de precaver las desgracias, al propio tiempo que una legislación particular para el caso de indemnización, propongo al Congreso, porlo que atañe á la segunda parte del enunciado del tema de hoy ó sea: «Manera de subvenir al auxilio de tan deplorables accidentes en los obreros que los sufran, n que se solicite establecer la creación de un timbre móvil, que deberá unirse indistintamente á todos los planos antes de su ejecución, cuyo precio no exceda de 5 pesetas y cuyo producto, en la forma y modo que determine una Junta de arquitectos al efecto nombrada, será base para subvenir al fin que se propone y clave futura de la previsión de nuestras necesidades. (Bien, bien. )

El Sr. Presidente: El Sr. Buig?s tiene la palabra.

El Sr. Buigas: Señores: Porque sé que entre vosotros todas las ideas son respetadas y disimulados todos los defectos, me atrevo á tomar parte en el debate del presente tema, exponiendo del mejor modo que sepa los medios que en mi opinión podrían adoptarse , á más de los ya manifestados, para disminuir en número é importancia las desgracias personales que suelen ocurrir en la erección de edificios , primera parte del tema objeto de discusión. No obstante, no he pedido la palabra para discutir las conclusiones presentadas por nuestro distinguido comprofesor D. Miguel Mathet y Coloma , á quien no tenemos hoy el gusto de ver entre nosotros por causas ajenas á su voluntad , ni las manifestadas por el Sr. Bassegoda (D . Buenaventura)en el brillante trabajo que acaba de leer, como tampoco las expuestas por el Sr. Vila que me ha precedido en el uso de la palabra: no, no voy á discutirlas, porque opino, de conformidad con el Sr. Fossas y Pi, que nuestra misión es sólo contribuir á dilucidar los extremos que son objeto de este


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Congreso, aportando cada uno la mayor suma de material posible para lograrlo, Voy, en su consecuencia, á exponer á vuestra consideración y en especial á la de los señores que componen la Junta de conclusiones, mi opinión respecto á la primera parte del importantísimo é interesante tema que nos ocupa. Nadie puede desconocer el interés y la importancia del mismo: pruébalo el haberlo escogido la Junta organizadora, entre otros muy interesantes, á causa del fin altamente humanitario que entrafrn, por lo que me permitiré calificar con tal nombre á este tema, como otros calificaron al primero y al tercero con el del bello ideal y el de los gremios, respectivamente. Como ya he dicho anteriormente, sólo me ocuparé, y eso muy brevemente, de la primera parte de las dos en que está dividido el tema, enunciando las conclusiones, y procurando demostrar á continuación la conveniencia de que figuren entre el número de las que consideréis de utilidad y aplicación al mismo; propongo, pues, al Congreso consigne que uno de los medios que deberían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurren en la construcción de edificios es, en primer término, exigir por quien corresponda el riguroso y estricto cumplimiento de la ley en lo referente á las atribuciones profesionales para la dirección de toda clase de obras. Esta conclusión se impone: lo demuestra el que la solidez y seguridad de una obra y de los operarios que la construyen, depende principalmente de su dirección facultativa, y por ello la ley clasifica á los facultativos por la aptitud que les conceden sus títulos profesionales, ya que éstos dependen de la cantidad y calidad de los conocimientos exigidos para obtenerlos; disponiendo terminantemente en conformidad á la entidad y naturaleza de las obras, la clase de facultativo que deba dirigirlas. Probándose que la ley se infringe, queda, á mi entender, probado que una de las causas del número é importancia de las desgracias personales que ocurren al erigirse un edificio, depende de la falta de aptitud legal en su director facultativo. Y que la ley se infringe, no hay duda alguna ni tengo necesidad de probároslo: todos los que ejercéis la profesión en estas provincias lo sabéis perfectamente; tanto es así, que no tendría que esforzarme mucho para señalar más del cincuenta por ciento de obras de carácter público, proyectadas, realizadas y dirigidas por personas


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legalmente incapacitadas; alguna de cuyas infracciones ha sid0 objeto de discusión en las juntas de nuestra Asociación. Por ello es que considero justificada la inclusión en el número de las conclusiones, de la que se refiera á las infracciones de las fa. cultades profesionales, con objeto de evitarlas en lo sucesivo, considerándola como uno de los medios que podrían adoptarse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurren en las obras. Otra de las conclusiones, que tienden el mismo objeto y de que voy á ocuparme, es la gran necesidad de reducir al menor número los casos en que se adjudique por subasta pública la realización de las obras que se ejecutan con fondos del Estado, Provincias ó Municipio, ó bien que la licitación no recaiga sobre el valor de la cosa; y desterrar en lo posible la adjudicación por nota de precios ó precio alzado en pliego cerrado, cuando sean obras de carácter particular. Estos sistemas de adjudicar obras, tienen, cuando son usados por la Administración pública, su justificación en la imparcialidad que los distingue, y en que apartan toda idea que pudiera imputársela de inmoralidad ó cohecho; pero son expuestos en cambio á resultados contraproducentes, pues son causa á menudo de las desgracias personales que ocurren en aquéllas; por tanto debe reducirse en las obras públicas y proscribirse en absoluto al tratarse de las particulares la adjudicación en aquella forma, especialmente en este último caso en que ni aquélla justificación de imparcialidad deben tener. En efecto, al aceptar la Administración pública ó un particular una proposición inferior al presupuesto formado por el facultativo que es, ó habría de ser, la verdadera guía económica de la obra y el único documento que señalare el verdadero coste de la construcción, saben que el contratista se compromete á realizar una cosa que honradamente no puede cumplir sin perjuicio de sus propios intereses: no desconocen que le colocan en condiciones de obrar sin escrúpulos, ó, cuando menos, á estudiar el modo de e.:ono• mizar material y mano de obra en calidad y en cantidad, y, lo peor, á escatimar miserablemente los medios auxiliares de construcción, vigilancia y dirección práctica, de los cuales depende, como sabéis, la vida del obrero. Estoy firmamente persuadido, y es íntima mi convicción, de que


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si pudieran realizarse todas las obras por administración) disminuirían en gran número los accidentes desgraciados que llevan el luto y la miseria á la familia obrera: mas lo estoy también de que no en todos los casos es práctico este medio para conseguir su adopción en absoluto: por esto propondré un medio conciliatorio, consisten• te en que, en obras de carácter público ó pagadas con fondos que tienen este carácter, y en las particulares cuando se exige la presentación de proposiciones bajo pliego cerrado, no recaiga la licitación sobre el valor de la cosa, y sí sobre otras ventajas, como la duración de las obras, el tiempo de conservación de las mismas, ú otras circunstancias que no hagan posibles, ó dificulten al menos, deplorables consecuencias. Comprendo que al usar de la palabra, os robo un tiempo precioso, que la naturaleza del tema exige á más de la simpatía y cariño que todos sentimos por él, un caudal de conocimientos más -que teóricos, f)rácticos, de que yo carezco y que sólo se adquieren en el continuado ejercicio, siendo por lo general patrimonio exclusivo tan sólo de los que han encanecido en el honroso ejercicio de la profesión: por esto no abusaré en mi atrevimiento de la benevolencia con que me oís, ni del tiempo de que puedo disponer; pero no terminaré sin llamaros la atención respecto lo conveniente que fuera la existencia en todas las obras de un director práctico de responsabilidad legal, y la urgente necesidad de obtener para las construcciones idóneos oficiales y capataces. Opina mi estimado compañero el Sr. Bassegoda, si no he en ten• dido mal, que no es práctica la presencia en la obra de un director con responsabilidad legal en representación del contratista. No dudo que pueda esto ofrecer alguna dificultad, aunque no sea más que por el aumento de gasto que su haber significa; pero fundo mi petición en que, ya que para ser contratista no se necesita más que aptitud para contratar, y esto no implica idoneidad en el arte de construir, bueno es que haya en todas las obras un director práctico, de responsabilidad legal, é inteligente en todos los ramos que integran la construcción de un edificio: y habiendo sido objeto de otro tema la necesidad de que tanto oficiales como capataces acrediten su idoneidad en los respectivos ramos á que se dedican, no insistiré en ello nuevamente. Réstame, antes de sentarme, daros las gracias por la benévola atención con que me habéis escuchado. He dicho .


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El Sr. Presidente: El Sr. Martorell tiene la palabra.

El Sr. Martorell: Señores: Después de las brillantes peroraciones que hemos tenido la satisfacción de oir, muy enojoso será el escuchar por breves instantes mis pobres palabras; solamente un impulso de humanidad rasga mis labios, á los que había impuesto silencio mi ignorancia y la dificultad en expresarme: y lo hago sabiendo que he de quedar con el rostro lleno de rubor. Tengo presente en este momento, y no se me olvidará nunca más, las lastimosas palabras del padre de una de las sangrientas víctimas del trabajo, que decía: «Al señor propietario, este edificic:1 le costará unos cuantos miles de duros, á mí me ha costado un hijo.» El propietario del capital invertido, obtuvo el resultado que se propuso, y al pobre padre la vista de aquel edificio le evoca continuamente recuerdos acerbísimos. Es cierto que, cuando en nuestras manos se nos ponen cuantiosas sumas para realizar una obra, estamos obligados á poner de nuestra parte toda nuestra pericia y la asidua vigilancia á que nos obliga nuestra profesión, pero seguramente no tiene nada que ver el compromiso de dar buena inversión á los intereses del que nos ha dispensado su confianza, con el de vigilar por la conservación de la vida de aquellos seres que se ponen en nuestras manos, fiados en nuestra solicitud para servir de medio, para realizar nuestras obras . Yo amo entrañablemente á mi profesión, y la amo con ardor y con ternura, pero hoy, y siempre que pienso en el asunto que nos ocupa, se me presenta con una faz terrible, porque me liga á compromisos formidables, y en verdad ¿no es dolorosísimo el tener que presenciar tan frecuentemente este lú· gubre espectáculo? ¿No es muy triste que hayamos de ser testigos tan á menudo de lúgubres escenas, de los estragos que la muerte causa en los infelices que la padecen, y en las familias que deja envueltas en el luto y entregadas al desamparo? ¿No es todavía mayor la desgracia, si con ojos cristianos la observáis, que á causa del fallecimiento de un hombre, de improviso, no ha tenido un minuto de tiempo para prepararse para entrar en sus destinos eternos?


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Yo felicito con toda mi alma á la Comisión organizadora de este Congreso y á los que me han precedido en el uso de la palabra, por el grande interés que se han tomado por la vida de los infelices obreros: son males tan imponderables, como imponderable es la preciosidad de la vida, la vida de un sér que es de raza divina, y que hemos de tratar como cosa sagrada. Yo aquí, solamente me propongo decir algunas vulgaridades, alguna cosita que me ha enseúado la práctica, con el deseo de que se haga más vulgar todavía y que tenga más práctica si cabe. U no de los orígenes de muchas desgracias, está en la grande elevación de los edificios. Estos edificios que cierran grandes vanos, desprovistos de techos intermedios; ¿pues por qué no se ha de hacer como se practica en muchas partes, de hacerles poner en circunstancias que no tengan más dificultad que los edificios ordinarios? Esto se logra haciendo andrimios ó tablados intermedios, de toda la extensión de su superficie, separados á la distancia de diez ó doce metros. En la generalidad de los edificios, uno sólo basta. Y entonces con esto se logra que los operario5 que trabajan en la parte superior, estén con tranquila seguridad, y que los que no están acostumbrados á ver estos abismos que se abren á sus piés, no tiemblen ante el peligro, y que los que están habituados en él no sean, como ha sucedido muchas veces, víctimas de una inadvertencia, porque el que trabaja diez horas en un día, le basta un momento de descuido y aquel momento es fatal para su existencia. Estos tablados prirnn igualmente que los que trabajan debajo, se vean libres de la continua lluvia de materiales que caen de grandes alturas y que ocasiona numerosas desgracias. Esto por otra parte no es costoso; yo sé varios ejemplos, y me ha sucedido á mí que el importe de estos andamios ó tablados, no aumenta el presupuesto en un medio por ciento. Dando, por otra parte, tanta facilidad para el trabajo, para la colocación de las cimbras en los arcos, la- fabricación de bóvedas y para colocación de las cubiertas y evitando tantas desgracias, ¿no vale la pena de que lo consignemos siempre en nuestras contratas, que procuremos difundir la práctica de estos andamios y cerrar enteramente el espacio en el interior? A la distancia de diez ó doce metros todas las dificultades, todos los peligros son fáciles de conjurar. Así es que basta poner en práctica este sencillo sistema, y se evitarán los deplorables accidentes á

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que dan tanta ocasión estas obras. Esto está en nuestras manos. Al redactar los pliegos de condiciones podemos preceptuarlo, y de seguro que merecerá buena acogida de propietarios y empresarios, y de todas las personas que se interesen por el bien de la humanidad. Lo mismo que digo de la parte interior podría hacerse en las altas fachadas, en las elevadas torres, haciendo también andamios espaciosos y muy resistentes, guarnecidos de barandillas que permitieran el emplazamiento de nuevos andamios, ofreciéndoles la misma seguridad que tendrían si arrancaran del mismo suelo, garantiendo la seguridad, tanto de los que trabajan en la parte superior, como de los que transitan por debajo. Cuando los ttabajos fuesen transitorios, y hubiera grande dificultad en practicar, ó tuviesen poca importancia y mucho peligro, en lugar de estos tablados podríamos servirnos de fuertes redes, de las que convendría tener un depósito para todas las obras que podría proporcionar buenos réditos al empresario que lo explotara, prestándolas mediante un módico alquiler. Estos son medios que están á nuestro alcance. Si foese posible que se introdujeran en las ordenanzas municipales estas condiciones, tanto mejor, porque entonces su uso sería más general siendo forzoso. En cuanto al modo de subvenir á las necesidades ocasionadas por las desgracias, estoy conforme con lo que se ha dicho aquí, pero creo que además de obligará los empresarios á contribuir, cuando la culpa les fuese imputable, á remediar estos males, sería muy conveniente buscar otros recursos; porque en muchos casos, son verdaderas desgracias que no se pueden prever, y por consiguiente á nadie puede alcanzar la responsabilidad, y entonces los pobres operarios se quedan desatendidos si no se adoptaran otros medios. Me parece que un monte-pío, una asociación de todos los individuos que se dedican á las construcciones, que mensualmente dejasen una cantidad, una cuota establecida, podría dar un fondo, que bien administrado, remediaría muchas de las necesidades que padecen las víctimas de los accidentes desgraciados. E:stos mismos monte-píos podrían ser, á semejanza de muchas asociaciones, centros de ilustración para el trabajador, ilustración completa, moral y material que perfeccione enteramente al hombre aprovechando todas sus aptitudes para el bien, para que pueda conocerse en la elevación que le corresponde y así apreciarse justamente y merecer


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el respeto y aprecio de los demás, para que juntos velen para la conservación de su preciosa existencia. Así, haciendo todo lo que el hombre puede y está en su mano, con el buen deseo de subvenir á todas las necesidades y de precaver todas las desgracias, siempre le quedará tranquila la conciencia. Mas como los peligros son infinit0s y el hombre muchas veces mira y no sabe ver, cuando nos anima este buen deseo, y cuando nos proponemos hacer este bien, podemos confiar en los vigilantes ojos de la Providencia y descansar en sus paternales brazos. He dicho. (Grandes aplausos).

El Sr. Presidente: El Sr. Repullés tiene la palabra .

El Sr. Repullés: Señores: La simpatía que de antiguo me inspira el tema objeto del debate de hoy, me ha impulsado á pedir la palabra, pues habiéndome yo ocupado en tal cuestión varias veces y en distintos artículos publicados en periódicos, me he creído moralmente obligado á tomar parte en la discusión. Poco realmente tengo que añadirá lo mucho y bueno que aquí se ha dicho, y como lo mío, además de poco, ha de ser malo, vais á experimentar una decepción, si bien con vuestra acostumbrada benevolencia dispensaréis lo segundo en gracia á lo primero. Hace pocos aí10s, en época en que la construcción en Madrid tomó gran increment0, eran frecuentes las desgracias en las obras, y apenas se pasaba una semana sin registrar alguna. Pero ¿qué mucho que así sucediera, si el número de operarios en ellas empleado, era tan considerable? Sin embargo, no atendiendo á esto, sin investigará qúé causas eran debidas las tales desgracias, elevóse, acrecentándose paulatinamente, un clamoreo en los periódicos ajenos á la profesión, quienes querían hacer responsables á los directores de las obras de tan lamentables accidentes. Entonces yo escribí un artículo exponiendo las causas á que principalmente se debían las desgracias, demostrando que, si, como casi siempre sucede, no eran á consecuencia de roturas de andamios ó insuficiencia de apeos, los directores de las obras eran irresponsa-


bles, dada la organización de las mismas; y no siendo posible, en la mayor parte de los casos, emplear los medios de defensa propuestos á granel por personas imperitas, por estorbar casi todos; en la práctica apenas podía hacerse más, después de lo que se hace y se manda, que lamentarlas y tratar de subvenir á las necesidades causadas por las dichas desgracias. El artículo, por ser aquella cuestión palpitante, obtuvo el honor de ser reproducido· en parte y comentado por varios periódicos políticos, y alguno hubo que le combatió, obligándome á una contestación y á ampliar mi pensamiento en otros artículos, publicados todos en la Revista de la Sociedad Central de Ar-

quitectos. Muchos de vosotros conoceréis, pues, aquellas ideas; pero para recordároslas y exponerlas á los que no las sepan, voy á indicarlas á grandes rasgos. El director de una obra es el primer interesado en que ésta se realice sin desgracia alguna; primero, por deber de humanidad; segundo, por evitar responsabilidades. Por tanto, siempre procura que todos los medios auxiliares sean lo suficientemente sólidos y adecuados á su objeto principal, que ofrezcan la conveniente seguguridad. Pero esto no basta; las desgracias ocurridas á los operarios, sensibles siempre, son las más de las veces inevitables; la Ín· dole misma de los trabajos las explica, y, en muchas ocasiones, son debidas, ó á desobediencia de las órdenes superiores, ó á temeridad de los mismos trabajadores, que, por evitarse una pequeña molestia, ó por desconocimiento del peligro, emplean en un momento determinado, y cuando nadie puede corregirlos, un medio auxiliar peligroso ó efectúan una operación arriesgada. A veces también, la desgracia ocurre por no hallarse el operario en el pleno uso de sus facultades; y hasta por el placer de contravenir á las órdenes que se les da, achaque común á gentes de cortos alcances y escasísima educación moral. Ahora bien, en todos estos casos, ¿pueden ser el arquitecto, el maestro, ni aún el capataz ó sobrestante, responsables de los accidentes? ¿Es fácil evitarlos? ¿Es práctico que todos los operarios estén siempre y al mismo tiempo completamente vigilados y atendidos? ¿ Habrá de sujetárseles, dos veces por día, al entrar á trabajar, á un reconocimiento médico? Nada de esto puede hacerse, todos lo sabéis, y casi siempre, hablo de las obras por contrata, el arqui-


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tecto ni conoce á los operarios, ni sabe quiénes son, ni tiene autoridad administrativa sobre ellos. Por otra parte, ¿qué profesión, qué oficio ú ocupación desde el humilde al más elevado, no tiene iguales contingencias? Desde el más activo al más sedentario, todo trabajo lleva en sí una exposición mayor ó menor, si no á perder la vida, á inutilizar al menos las fuerzas ó á contraer una enfermedad, constituyendo su corona de martirio, gloriosa muchas veces. Lo mismo el cultivador del campo sufriendo los rigores del clima ó los miasmas deletéreos de la localidad, el pintor en su oficio, el minero en las profundidades de la tierra, el mnrino rn1vegando, el militar en la guerra, el médico combatiendo una epidemia, el abogado en la vida sedentaria del bufete y todos los que trabajan corporal é intelectualmente, están expuestos á la insolación ó á la fiebre, á la intoxicación, á la explosión, al naufragio, á la bala, al contagio y á la congestión, accidentes todos hijos de la índole del trabajo en que se ocupan, por los cuales muchos sucumben sin que á nadie le ocurra hacer responsable de la desgracia, ni al dueño de las tierras, ni al capitán del barco, ni al general que manda el ejército, pues son contingencias de cada profesión y los que á ella se dedican saben á lo que se exponen. Es evidente que el número de estas desgracias puede disminuir usando de las debidas precauciones; y, concretando las ideas al punto que hoy se debate, creo que el primer medio que debe adoptarse, además de la seguridad en los andamios y apeos, que doy por sentada, y no es objeto de este desaliñado discurso, es el del conocimiento del personal afecto á la obra, su examen antes de su admisión, y la vigilancia del mismo por medio de un capata á esto sólo dedicado. En la~ obras por contrata, considero muy eficaz para disminuir las desgracias, hacer recaer toda la responsabilidad de ellas sobre el contratista, empleando al efecto los medios de que el director puede disponer en el pliego de condiciones, en el libro de órdenes, etc.; pues, si aquél ha de tener, como generalmente tiene, completa libertad para usar de los medios auxiliares que quiera y para admitir el personal que le parezca y retribuirle como tenga por conveniente, en cambio, debe salir responsable de estos actos dependientes sólo de su voluntad, y es claro que, bajo el peso de tal responsabilidad, cuidará de proporcionar seguridad á sus operarios.


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Y dejando esto de que, compañeros más autorizados que yo han tratado tan lucidamente, vengamos al socorro de estas desgracias, que si, como hemos visto, no pueden evitarse en su totalidad, pueden, sí, ser todas socorridas acudiendo, como es justo, no sólo al auxilio de las víctimas, sino al de sus familias, para que éstas no carezcan del sustento durante el tiempo en que se halle el operario imposibilitado para el trabajo. Bien sé yo que, cuando una desgracia acontece, no queda la víctima ni su familia abandonadas por el momento; el arquitecto y el propietario le socorren en la medida de sus fuerzas, pero esto no basta por ser de poca duración, haciéndose necesario recurrirá los medios que la caridad nos ofrece al objeto, tales como pensiones, asilos, hospitales, patronatos; y entre ellos, necesario es elegir los que mejor satisfagan, sin alentar la vagancia ni herir la suspicacia del artesano honrado. Mi pensamiento en este punto era, y sigue siendo, el mismo que el Sr. Mathet adopta en su tercera conclusión; pues nada me parece mejor ni más hermoso, que ver á los operarios socorriéndose mutuamente, verificando un ahorro para sus ne'cesidades futuras. Yo creo, en efecto, (y entro ya en algo referente á organización del pensamiento), que del jornal que cada uno gane, y en la debida proporción, puede descontarse una pequeñísima cantidad que quede en fondo y bajo la custodia de una especie de tribunal ó comité, formado, por ejemplo, en cada obra por el arquitecto, el propietario y el contratista. De este fondo, aumentado con los donativos de estos últimos, se dispondría en casos de desgracia para proporcionará la familia, á que aquélla afecte, los auxilios necesarios. La idea no es nueva entre vosotros los catalanes, que la tenéis planteada con éxito en muchas obras, en fábricas y talleres; pero, por lo mismo, debe difundirse á toda España, y sobre todo á Madrid, donde por algunos se cree inconveniente, pues se dice que, ganando el operario un mezquino jornal, aún se trata de someterle á un descuento. En primer lugar, al entrar cada operario en la obra, sabe con qué condiciones es admitido; y en segundo, podría no ser obligatorio para todos sino sólo para el que lo quisiera; pero en cambio de lo que este sistema pueda tener de molesto, y, además de acostumbrarlos insensiblemente al ahorro, fuente de bienestar y de riqueza, ¡cuán hermoso no será ver, como antes dije, al obrero socorrido


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por el obrero! ¡Cuánto se modificarán las ideas de esa parte de la sociedad que se cree desheredada, al ver que no se la deja en el abandono! Me diréis que ese descuento no bastará en ocasiones al objeto; así puede ser; pero, como quiera que no en todas las obras, sino en muy pocas, suceden las desgracias, es indispensable que con los fondos recaudados en aquéllas pueda atenderse á éstas, lo cual obliga al establecimiento de una vasta asociación, á semejanza, por ejemplo, de la de salvamento de náufragos, de la geográfica, ó de otras análogas. Y si éstas tienen suscritores ¡ de cuantos más no constaría la que pudiera llamarse protectora del trabajo! Desde el Monarca hasta el último peón de la más insignificante obra, todos contribuirían al socorro del desgraciado y de su familia, y habría medios sobrados para la creación de asilos para los inválidos del trabajo ó para los huérfanos de las víctimas, de hospitales, de cocinas económicas, patronatos, escuelas, y cunas que deberían su existencia á la iniciativa particular movida por la poderosísima palanca de la caridad . En Madrid hay un principio: existe una asociación de la cual soy indigno secretario, cuyo objeto es sostener un asilo para los hijos de los operarios que fallecen ó se inutilizan á consecuencia de accidentes desgraciados ocurridos en la construcción de edificios, dando, además, socorro á sus familias. El instituto, aunque modesto ahora, nació mucho más modesto aún; y patrocinado por casi todos los arquitectos establecidos en la córte, por muchos maestros y propietarios, adquirió vida, y hoy cuenta con casa propia y recursos para mantener á buen número de asilados y darles oficio; queda todavía mucho que perfeccionar; pero en ello se ocupa la Junta directiva en estos momentos. Además, no son solas las desgracias en las obras las que necesitan auxilio; hay momentos en que el operario, aunque quiera tra• bajar no puede; tal acontece en ocasión de las lluvias persistentes. Para este caso también, podría recurrirse al fondo de la sociedad, no para dar los jornales enteros, sino para evitar que el operario gaste sus ahorros ó recurra al préstamo, proveyéndole de bonos de alimentos y tal vez de ropas. No hago más que apuntar ideas; pues, os ofendería si intentara desarrollarlas queriendo llevará vuestro ánimo un convencimiento que ya poseéis. Todos estáis, como yo, animados de los mejores .¡.8


deseos hacia vuestros semejantes; todos consideráis á vuestros operarios cual si fueran vuestros hiios, y así Jo habéis demostrado en la discusión del tema tercero y en la presente; por tanto, todos supliréis con vuestro talento la deficiencia del mío, y contribuiréis calurosamente á la realización de esta obra de caridad. Resumiendo, pues, estos desaliñados conceptos, habré de deciros: Que me hallo completamente conforme con las conclusiones del ilustrado ponente, si bien desconfío de los medios coercitivos allí apuntados; y que, prescindiendo de lo que el Estado pueda hacer en favor de los inválidos del trabajo, que, por laudable que sea, siempre resultará frío por lo oficial, y tardío por lo oficinesco, confiemos más en la acción particular, siendo nosotros los primeros en iniciarla, pues á ello estamos obligados principalmente por nuestro carácter en las obras, y por el inmediato contacto con los individuos más expuestos á contingencias desgraciadas, debiendo empezar por educar convenientemente al obrero, no sólo en los conocimientos técnicos y artísticos, en cuanto sean auxiliares de los procedimientos en cada caso empleados, sino en los principios morales que los hagan distinguir el bien del mal. No nos arredre la empresa, que otras más difíciles se han llevado á cabo, y procuremos vencer, con constancia y fe en los resultados, los obstáculos que surgirán por todas partes, seguros siempre de obtener una hermosa recompensa: la bendición del pobre. He dicho. (Aplausos. )

El Sr. Presidente: El Sr. Belmás tiene la palabra.

El Sr. Belinás: Señores: Después de lo expresado tan admirablemente por el señor Repullés, lo cual era de esperar, realmente nada tengo que decir, porque hemos aprendido en la misma escuela y habría de repetir cuanto él ha dicho. No obstante, ya que había pedido la palabra, voy á decir algo siquiera sea para que no resulte el primero que se siente sin demostraros el más profundo reconocimiento por la atención que á todos los compañeros de Madrid nos dispensáis. Además de todo cuanto aquí se ha dicho, de todos los medios


-379 que se han manifestado con objeto de aminorar las desgracias en las obras, entiendo que se ha indicado uno de ellos en el cual es necesario que nos fijemos algo más, y que hagamos fijar la atención de todos cuantos se interesan por el bien público, y me refiero á la responsabilidad que debe exigirse al director de las obras. No es nada nuevo, porque ya se ha hablado de ello. Sabido es, que si cada cual fuese responsable de sus actos 1 sería más fácil que todo el mundo tuviese cuidado en lo que cae bajo su jurisdicción. Y si vosotros recordáis que hay un artículo en el Código civil que debemos tener en cuenta, donde viene á decirse, y todos los jueces se acogen á él en contra del arquitecto, que éste es el responsable de todo, comprenderéis que si esta doctrina prevalece, resulta que lo mismo los contratistas que los oficiales y demás que intervienen en las obras, no tienen cuidado alguno, les importa menos que haya alguna desgracia al ver que la responsabilidad no es suya, sino del arquitecto. Porque no basta que en su pliego de condiciones pongamos que la responsabilidad será de los contratistas ó de los aparejadores; nosotros podremos decirlo, pero lo cierto es que vienela aplicación del Código, que está por encima de todo, a decir que la responsabilidad es nuestra. Y ¿cómo hemos de ser responsables de todo lo que ocurre en las obras? entiendo que lo que debiéramos pedir es la división de la responsabilidad. Hé ahí una base poderosísima para que se aminoren las desgracias de las obras. Como ejemplo de esto que os digo de aplicaciones del Código, permitidme refiera un caso, aunque parezca que salgo de la cuestión, pues lo creo pertinente al asunto, toda vez que se trata de cómo se aplica el Código en lo relativo á la responsabilidad. Este caso ha tenido Jugar en Sevilla, con motivo de una desgracia ocurrida en una obra. En aquella obra se colocaron las vallas á la distancia conveniente, y sin embargo, un operario trabajando en la fachada, dejó caer una maceta que cayó á la calle y produjo la muerte de una per ona que acertaba á pasar. ¿Comprendéis que el arquitecto pudiera tener responsabilidad alguna? ¿Comprendéis siquiera que pudiera tenerla el contratista ó empresario de la obra? Sin embargo, ¿sab¿is lo que sucedió? pues se condenó al arquitecto á doce años de presidio y al pago de una cantidad considerable, considerando e_l hecho como imprudencia temeraria.


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Pues esto mismo tendría aplicación, y tendrá aplicación mientras no se modifique el Código criminal, y ahora podemos aprovechar una ocasión magnífica para que pueda tratarse de la división de la responsabilidad, porque sabéis perfectamente que está en estudio el Código . Aprovechando la oportunidad podemos pedir, y creo que podríamos obtenerlo, que esta división de responsabilidad tuviese lugar, con lo cual, vuelvo á repetir, se aminorarían las desgracias en las obras, porque todo el mundo andaría con más cuidado. Si vosotros estuvieséis en Madrid, de seguro que aunque alguno encuentre estas palabras excesivas, las encontraría leves. Porque yo me maravillo cuando atravieso por estas calles de Barcelona y veo el peligro en que se encuentran los operarios y observo que los periódicos local es no dicen ni una sola palabra; en cambio en Madrid, todos los periódicos, todos gritan contra el arquitecto é invocan la responsabilidad que sobre él pesa. Entiendo que está de nuestra parte la obligación de procurar que la responsabilidad se divida. Porque allá no sucede lo que aquí. Por lo visto, en Barcelona suce de, según el Sr. Bassegoda nos decía, que seda largas á esta clase de asuntos, y allí no hay tal cosa. En Madrid parece que se está preparando todo, y poniéndolo todo á propósito, para poder inmediatamente, perdóneseme la frase, empapelar al arquitecto. Y ¿para qué? para obtener del arquitecto lo que tal vez no puede obtenerse de otras personas, que pague; como se exigen ciertas cantidades, naturalmente el arquitecto tiene más medios que los obreros y á él se dirigen todos los tiros, por decirlo así. Insisto, pues, en esta división de responsabilidad, y únicamente para terminar voy á hacerme cargo de una pequeña observación acerca de lo que nos ha dicho el Sr. Buigas, «que no era partidario del sistema de las obras por subasta y sí sólo del sistema por administración, y que se podría desde luego procurar que las cantidades procedentes de las rebajas de los presupuestos se des1inaran al socorro de los obreros víctimas de algún accidente.» Ha dicho esto ó una cosa parecida. Pero, señores, esto es muy bonito en teoría, pero es un imposible en el terreno de la práctica. Creer q~e porque algún constructor ó contratista haga alguna rebaja de la obra, éste va á ser más espléndido para proporcionar cantidades que se destinen al socorro de los obreros, eso es no conocer á los contratistas y constructores . Como sabéis perfectamente, el contratista mira mucho por sus intereses, como es natural, y si en lugar de


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disponer de una cantidad se le hace dedicar algo más al socorro de los obreros, él se cobraría directa ó indirectamente la cantidad que se le exigiese. Entiendo, pues, que eso no ha de ser muy práctico. Para terminar, diré, que como medios indirectos, debe aconsejarse que los arquitectos procuremos en lo posible, ya que no pueden evitarse todas las desgracias, aminorar al menos las consecuencias de las mismas. A tal propósito os iba á hablar del asilo que existe en Madrid, pero lo ha hecho el Sr. Repullés, y si me permito vol ver á insistir en la existencia de este asilo, es porque lo creo muy importante, porque permanece desconocido el bien que nosotros hacemos á la clase trabajadora, á la que queremos mucho. Y si bien es verdad que estos beneficios, por modestia, deben callarse, creo que en algunas ocasiones conviene que se sepa la existencia de ese asilo en Madrid, sostenido en inmensa parte por los arquitectos, cuya junta directiva está formada casi toda de arquitectos, y el Sr. Repullés es uno de sus individuos. En ese asilo tienen entrada los hijos de los obreros que fallecen en las obras. Por este camino, creo que podemos desde luego demostrará la sociedad, para que nos ayude, que procuramos hacer el bien posible, y poniendo, como ponemos en la mayoría de nuestras obras de Madrid, cepillos donde se recogen cantidades para el asilo, habremos dotado á la sociedad de uno de los medios más eficaces para remediar las consecuencias de las obras. He dicho. (Aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Bassegoda (D. Joaquín) tiene lapalabra.

El Sr. Bassegoda (D. Joaquín): Señores: He tenido una verdadera satisfacción en oir á los señores que han tomado parte en esta discusión, pero muy especialmente por haber usado de la palabra los Sres. Repullés y Belmás. En la cuestión que se debate hoy, deberían haber hablado algunos arquitectos de todas las provincias aquí representadas, para que se describieran los medios constructivos distintos en cada una, y como de estos medioi¡ constructivos se deducen las causas de las desgracias, á consentirlo el Reglamento, hubiera deseado que continuase


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este debate en otra sesión)'- se hubiera oído los pareceres de arquitectos de muchas regiones españolas, para después poder elevarnos á la debidá generalidad que debe regir para todos. Ya que no sea posible esto, me concretaré á decir cuatro palabras basadas en la experiencia de las obras. Sería muy conveniente, que todas y cada una de nuestras asocia• ciones locales llevaran una estadística de los accidentes ocurridos, para que al cabo de algún tiempo pudiésemos conocer las causas que las ocasionan, porque conocidas las causas son más fáciles de aplicar los remedios. Por lo que atañe á Barcelona para las obser• vaciones que pienso hacer, podemos dividir las causas producentes de las desgracias personales en las obras, á cuatro principales; primera, malas disposiciones en la marcha de los trabajos; segunda, deficiencia de los medios auxiliares de la CQnstrucción; tercera, desplome de la obra mal ejecutada; cuarta, imprudencia de las mismas víctimas. En concepto general podemos desde luego ya señalar cuáles son las causa, más dominantes; pero haré una observación, y es, que si os fijáis en la mayor parte de accidentes ocurridos, observaréis que C'1si siempre tienen lugar donde no había motivo ninguno para que se t mieran; tened presentes las obras más difíciles que:! se han e¡ecutado, recordad lo ocurrido en nuestras grandes consrruciones. ca~i nurica encontraréis desgracias; en general encontraréis que un pequeño descuido, un detalle insignificante, un hecho fortuito es lo que las ha producido. He dicho que, á mi entender, es la primera causa la mala dispo• sición y marcha de los trabajos, disposición que muy á menudo deja abandonados los trabajadores al contratista. Entiendo que aun cuando cumpla éste la contrata, al director no debe serle indiferente la manera como se desarrollan los trabajos, y citaré un ejemplo. Se empiezan generalmente las casas en Barcelona, por el desmonte para los sótanos, y en .estas aberturas que se practican muchas veces en terreno de mala calidad, no se tiene la suficiente precaución de abrir pequeños trozos, sino que por el contrario, se abren grandes extensiones, dejando los cortes del terreno verticales, ¿y sabéis por qué? porque subcontratan la tierra á un segundo contratista, y para sacarla es preciso que haya mucha de una vez, pues sacándola de otra manera no podría obtener provecho. Esto como ejemplo debe servirnos para evitar en todas las obras particulares la subcontrata; con estos destajos que un contratista pasa á otro,

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á medida que se va subdividiendo el trabajo se aleja la responsabilidad. La deficiencia en los medios auxiliares de la construcción, es la causa de que nos hemos ocupado con más extensión en esta misma tarde, y entiendo que la consideración que para la anterior he hecho, es aplicable á ésta. Las subcontratas, los destajos, que muchas veces se dan á los mismos operarios de las obras, hace que hagan de contratistas personas que no disponen de medios: el primer contratista por haber dado la obra á destajo, elude moralmente la responsabilidad, y así acontecen las desgracias por la deficiencia, que no deberían acontecerá no existir estas subcontratas. La tercera causa es el caso fortuito, el desplome por mala clase de las obras; creo que es el que produce menos víctin as. Y finalmente, hay la imprudencia de las víctimas; no es raro el ejemplo de alardes de valor mal entendidos. Creo que hemos estado conformes en el día de hoy, en que dan el mayor contingente de desgracias personales la desobedienci!i á las órdenes del director, la distracción debida á la poca edad del operario, cierta emulación que se establece entre el:los son causas que producen estos resultados, y aun podría añadir, las que se refieren á la vida privada, como alimentación del mismo operario, casos en los cuales no cabe entrar, pero que considero que tienen una legítima influencia; y en tanto es así, que algunas desgracias acaecidas quizá tuvieran íntima conexión con el sistema alimenti• cio, de que se valen para desayunarse los más de los operarios. Manifestadas estas causas, los remedios para evitarlas se desprenden por sí mismos: trace el arquitecto á los contratistas la marcha sucesiva de los trabajos sin coartarles, empero, su libertad en lo accesorio; evite estas subcontratas, siempre peligrosas, por lo mismo que he dicho antes. En segundo lugar, exija de los contra• tistas antes de empezar las obras, los medios auxiliares necesarios, y proscriba así mismo de las adjudicaciones á todos aquellos de quienes se sepa ciertamente que no los poseen. Y en tercer lugar prohibir en absoluto el trabajo de los nií10s. He visto en las conclusiones de la Ponencia, presentadas por nuestro distinguido compañero el Sr. Mathety Coloma, que se manifiesta la necesidad de dar al arquitecto, director de las obras, cierto medios coercitivos para imponerse; siento mucho que no haya podido estar aquí, en primer lugar, porque habría tenido la satisfac-


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ción de conocerle personalmente, y en segundo lugar, para dirigirle algunas preguntas. No pudiendo contestarme me queda la duda de cómo se emplearían estos medios coercitivos, que yo considero bastante incompatibles con nuestro sistema político. Y dichos ya, aunque brevemente, algunos casos particulares en que pueden evitarse las desgracias, os diré dos palabras sobre los medios de subvenir al auxilio de las víctimas, sobre lo cual estamos perfectamente de acuerdo con los señores que me han precedido en el uso de la palabra, y todo cuanto dijera sería alargar la discusión, y estaría demás. A mi entender hay que subvenir á dos necesidades algo distintas entre sí, hay que subvenir á la curación y alimentación del obrero, sea momentánea ó definitivamente inválido, y hay que subvenir á la subsistencia de la familia de la cual el obrero, á veces es la cabeza, el único que gana el pan de la misma. En Barcelona hay que reco- nocer, como en la mayor parte de las grandes poblaciones de España, que el sistema de beneficencia en hospitales está bien montado; pero hay que atender á la familia, y es un consuelo para la misma poder cuidar al enfermo, durante su curación. Toda la tendencia, pues, debe ser el socorrer domiciliariamente á este individuo; ya se ha dicho aquí, por algunos de los compañeros, que responden á este fin los innumerables monte-píos, verdaderas hermandades en que se auxilian los individuos enfermos. Entiendo que estas hermandades, á pesar de que están perfectamente organizadas, como lo prueba el mismo número de ellas que funcionan en Barcelona desde tiempo inmemorial, no responde del todo á lo que nosotros necesitamos, porque desatienden la segunda condición que he dicho de auxiliar la familia de la víctima. Así es, que á semejanza de estos monte-píos se impone la absoluta necesidad de la creaciq_n de uno especial para subvenir á todas estas necesidades. Y no entiendo, como dice el Sr. Mathet en su conclusión, que deba hacerse en cada obra, porque aquí en Barcelona (y en todas partes sucederá lo propio), se construyen obras muy pequeñas, que con lo que se recaudara no habría con que subvenir á un solo necesitado. En estos casos, en la unión está la fuerza; debe ser grande, de toda la ciudad ó de toda España, como me ha parecido indicaba el señor Re pullés. En cuanto á la beneficiencia oficial, la que se da en los grandes hospitales, el obrero se desentiende cada día más de esta be-


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ne.licencia oficial. Trabajemos, pues, para que el primer resultado práctico de este Congreso sea la creación de un monte-pío de auxi• lios á los obreros de la edificación, y una vez planteado, las primeras lágrimas por él enjugadas, constituirán el más bello monumento que podemos elevar á la memoria de este segundo Congreso Nacional. (Prolongados aplausos.)

El Sr. Presidente: El Sr. Luis y Tomás tiene la palabra.

El Sr. Luisy Tomás: Señores: Si os molesto una vez más con mi pobre palabra, no me echéis la culpa en esta ocasión; echádsela más bien á nuestros queridos compañeros los hermanos Bassegoda. El primero, ilustrado ponente en el tema de esta tarde, haciéndome vibrar las fi. bras del sentimiento lo mismo que á todos vosotros', ha preparado el terreno; y el segundo, aludiendo á los arquitectos de provincias, á los que, aunque indignamente, tengo el honor de representar en la mesa, ha hecho que me crea en la precisión ineludible de tomar puesto en el campo. Es triste, tristísimo ciertamente, que el artista que dice á la materia síguem~, y le sigue, y no se anima hasta que ese mismo artista con su inteligencia é inspiración no la da, por decirlo así, el soplo de la vida; es muy sensible, que al mismo que sostiene luchas á diario generalmente con buen éxito, no le sea éste siempre favorable cuando esgrime las armas por el objeto más caro de sus amores. El dice al propietario «sé económico, enhorabuena, pero hasta cierto punto; no traspases jamás el límite prudencial, porque la economía y la miseria están reñidas; y si simpática puede ser la primera, no habrá quien deje de vituperar la segunda. Si por colocar el capital ganado honradamente con tu trabajo, emprendes una edificación urbana, conténtate con rédito moderado; pero de todas suertes, no has de olvidar que los que ocupen las habitaciones son hermanos nuestros, y es absolutamente preciso, por consiguiente, que reunan las viviendas condiciones higiénicas y de salubridad.» Recuerda así mismo á las corporaciones populares, en repetidos

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informes facultativos, la obligación imperiosa en que están de velar por todo cuanto las ciencias, en su constante progreso, aconsejan y reclaman en materia de construcciones civiles; y finalmente, trata de 111tluir uno y otro día cerca de los poderes públicos, haciendo ver palpablemente la deficiencia de las leyes, en materia de urbanización, y la necesidad que existe de legislar en asunto tan importante. Pero señores, bien sabéis que, donde el arquitecto fija su mayor atención con todo ahinco, es en salvar al más querido de su corazón, al que pudiera llamar más que hermano, su hijo predilecto; á ese pobre obrero con el que está en constante comunicación, y al que mira con particular afecto, y distingue con singular carií10; y sin embargo, es horrible pensar que el honrado trabajador, que acude á una obra para ganar el pan con el sudor de su rostro, encuentre quiza en la misma su sepultura, y esto por más precauciones que se tomen. Así, pues, por lo mismo que soy práctico en obras, y aunque con suerte en este sentido, he de reconocer como vosotros, que en ellas hay desgracias, muchas veces, inevitables; podemos ciertamente, y debemos por obligación sagrada, hacer mucho para aminorarlas en número como en consecuencias, y todos procuramos de igual manera, y procuraremos siempre, hacer cuanto sea humanamente posible, para no cargar con un remordimiento de conciencia que nos obligaría á romper en cíen mil pedazos el título que hemos honrado hasta ahora; pero habéis oído las mil y mil causas que con tanta elocuencia como sentimiento, aquí se han manifestado, no sólo como existentes, sino con el profundo dolor y la abrumadora pena de ver cierta imposibilidad material de que desaparezcan en absoluto, como deseáramos; pues, señores, mientras existan las causas, forzosamente uno ú otro día producirán sus efectos; tratemos, por lo tanto, de aminorar éstos, y ya que siempre sean muy sensibles, aliviemos en algo las funestas consecuen• cias. Sabemos, y por cierto con complacencia, que esta nunca bien ponderada ciudad 1 marchando siempre á la cabeza del progreso, es admirada también en el sentido moral que perseguimos en esta discusión. Aquí tenéis asociaciones elevadas á mayor altura que en otras partes; y sin embargo, ha dicho el Sr. Bassegoda, «aun falta mucho que hacer,» y es claro; ¿en el terreno de la caridad, cuándo


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se llega al límite? ¿cuándo el artista con su sentimiento delicado, se considera satisfecho? Al auxiliar y socorrer á un hermano todo le parece poco, siempre está ansiando más y más cada vez, nunca se sacia su hermoso corazón, y señores, cual si fuera providencial, en un Congreso en que no se han tratado asuntos bajo el pequeño prisma particular, sino que todas las discusiones han tenido por objeto un interés general, por último, y cual para completar la obra, vamos á ocuparnos de los intereses especiales del obrero, que consideramos comunes á la humanidad entera; á procurar, que á una desgracia no siga otra tan grande ó mayor; á evitar, que no quede en triste soledad una pobre madre; en cruel desamparo, una amante esposa; en horrible orfandad, unos tiernos hijos. Decía el Sr. Bassegoda, dirigiéndose á los arquitectos de provincias, «¿qué ocurre en vuestras provincias respect~ á desgracias por las obras?J) pues ocurre exactamente lo mismo que aquí se ha dicho; porque donde hay peligro, no puede evitarse en absoluto alguna desgracia; y hay que confesar que siempre algún peligro hay en las obras. En verdad, que en la provincia de Logroí10 en que yo resido, no son frecuentes; quizá consista en que seamos menos arrojados ó en que las construcciones, á la par que más modesrns, sean menos atrevidas; hay la costumbre de forjar las bovedillas á medida que se arman los pisos, que por la bondad del material no sufren aunque el edificio esté sin cubierta, y con toda comodidad se hace el servicio interior de obra; y en cuanto á los andamiajes exteriores se forman de almas generales, de ordinario de una gran pieza y con enlaces al muro para asientos de tablones que permiten, con el enlistonado en baranda, circular por las alturas sin que sean frecuentes los contratiempos, á pesar de que el obrero, siempre jovial y alegre, ni conoce el miedo, ni le arredra el peligro. Para aminorar las funestas consecuencias de un descuido, estoy, no sólo completamente de acuerdo con el Sr. Martorell y los demás señores que se han expresado en análogo sentido, sino que acaso vaya más allá en ese terreno. ¿Hablábase de un monee pío? pues yo, á mi vez, tengo el honor de proponer que esa Caja, aunque sea con una pequeña cantidad por base, se constituya inmediatamente. Nos hemos propuesto ser prácticos en las soluciones, ¿no es verdad? pues resolvamos de lleno este asunto planteándole desde luego; y así como las diversas comisiones pasan la mañana trabajando


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una hora tras otra, constitúyase el Congreso en sesión permanente para discutir con amplitud el pensamiento y ponerle en ejecución acto continuo. ¿Dónde debe establecerse esa caja, ese fondo de reserva, ese mónte-pío? ¿en qué punto de España? En Barcelona, sin género de duda. Y ¿por qué en Barcelona? porque aquí estamos tratando precisamente de ello, y no hay razón para ir más allá en busca de lo que ya tenemos; porque estamos congregados en el Palacio de Ciencias, enclavado en la misma Exposición Universal, y hemos de dejar un pequeño recuerdo de nuestra estancia; porque en esta población tiene hoy fijos los ojus la España entera, y concuerda esto muy bien con la extensión nacional que ha de darse al montepío; porque asistimos á un certamen universal, y por todos los países civilizados del mundo ha de ser siempre acariciada la idea de protejer al desvalido; y finalmente, porque en esta capital están ya adelantados, pues el contar con asociaciones de análoga índole, equivale á tener el estudio hecho; y dado el carácter esencialmente trabajador y práctico de sus habitantes y su amor constante á la vida de familia, recibirá, no lo dudéis, una vez creada tan notable impulso, que llegará á ser en breve el tipo que armonice con nuestro ideal ó, como si dijéramos, el ultimatum en este género de asuntos. ¿Y quiénes serán los fundadores de esa caja? ¿Quiénes? Los arquitectos españoles miembros de este Congreso. Y ¿con qué recursos ern pezará á funcionar? Paréceme haber oído en las con el usiones de la Ponencia al tema que se discute «convendrá que haya un fondo de reserva particular en cada obra, y á cuyo aumento contribuyan, desde el arquitecto hasta el último operario.» Pues bien, señores arquitectos, ¿dónde hacemos nuestros trabajos profesionales en esta semana? ¿dónde? En Barcelona; pues aquí debemos dejar el primer óbolo semanal. Yo, que contaré como una señalada honra en mi vida el levantar mi débil voz esta tarde en pro del interesante asunto que ocupa la atención del Congreso, deseo depositar aquí, como seguramente desearéis todos vosotros, la cantidad que me corresponda; y esto no es sólo por simpatía á la idea, sino por el cumplimiento de un deber; porque es claro, que mientras asistimos á estas sesiones, no vemos las obras que á nuestra dirección están encomendadas en las respectivas provincias; suponemos que seguirán la marcha que


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las imprimimos antes de la expedición, creemos que continuarán el curso que las trazamos á nuestra salida; pero la verdad es, que en estos días no las visitamos; dedicados sólo vivimos á cambiar entre compañeros ideas é impresiones en este recinto. Pues bien, al depositar hoy nuestro pequeño óbolo, y como las cosas por poco se empiezan, hagamos de él la base para el fondo de reserva, y aunando la suscrición anual á que nos comprometamos desde luego, fundemos en un benéfico asilo de inválidos del trabajo ese monte-pío, fondo de reserva, ó caja especial, que el nombre poco importa, pues lo único esencial estriba, en saber que tiene el destino de enjugar muchas lágrimas, por lo mismo que se establece para dar amparo, auxilio y protección, ¿á quién? al honrado obrero que se dedica constantemente al trabajo especial de las construcciones civiles, cuando sufre una desgracia en las misma ; y al pobre trabajador, cuando por cualquier causa ajena á su voluntad, y sin mezclarnos nunca en cuestiones políticas, necesita nuestros auxilios. ¿Cómo no tratar de librarles de angustiosas situaciones ayudándoles y socorriendo también á sus familias? ¿cómo no mirar con la misma predilección que á un hijo, al inválido en el honrado trabajo? No desmayemos, señores, un solo momento, por dificultades que pudieran presentársenos; con voluntad decidida y buena causa, todo se vence; y ya que hemos tenido el gusto de ir siguiendo paso á paso las animadas discusiones en los diferentes temas sometidos á la deliberación de este Congreso, ya que con tanto agrado se ha escuchado á todos los oradores que, á excepción mía, han expuesto sus ideas con tanta elocuencia, ya que, con sentimiento de todos, van á darse por terminadas las sesiones, antes de dar por acabada nuestra misión y finalizadas las tareas que aquí nos congregaron. antes de separarnos para regresar á nuestros respectivos hogares, antes de darnos con un cariñoso á Dios el fraternal abrazo de despedida que estreche más y más los vínculos sagrados del compañerismo, de esos lazos que jamás han de romperse; en nombre de la santa caridad, dejemos establecida sobre base sólida, la fundación en esta ciudad de Barcelona, del asilo de inválidos del trabajo y de la caja especial, que al mismo tiempo que ha de servir para socorrerá nuestros hermanos los obreros, sirva también como resumen glorioso, como honrosa coronación, como monumento español de imperecedero recuerdo, como nota final en este Congreso Nacional de Arquitectos. He dicho . (Grandes aplausos )


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El Sr. Presidente: Queda terminada la discusión de este tema, último de los que el Congreso se había propuesto tratar. Se levanta el Sr. Artigas, siendo saludado con una prolongada sal va de aplausos.

El Sr. Artigas: Señores: Os agradezco el aplauso que acabáis de tributarme, y puedo aseguraros que ha producido en mí, emoción tan singular, que du<lu si podré dirigiros las palabras de agradecimiento que os debo. La benevolencia que acabáis de manifestarme, ha herido mi corazón por modo tan poderoso, que no me siento dueño de mí mismo; perdonadme, compañeros míos, si no sé corresponderos como merecéis (aplausos); perdonadme si no sé expresar mis conceptos como es deber de la Presidencia. El Congreso ha terminado sus trabajos públicos con esta sesión, pero no ha ultimado todo su trabajo, que aun queda por hacer bastante, y ha de tratarse en dos sesiones sucesivas de carácter puramente privado. Bien lo sabéis por el Reglamento. De lo que se resuelv·a en estas dos sesiones, tendrá conocimiento el público por medio de la prensa; de ella nos serviremos para dar á conocer, como deseamos, las resoluciones del Congreso. La prensa ha tenido aquí su delegación constante é ilustrada, tomando nota de nuestras sesiones, y fuera de aquí las ha difundido por medio de sus publicaciones diarias, avalorándolas con altos y trascendentales conceptos, demostrándonos un cariño, una predilección que no podríamos pagar como se merece. Justo y debido es, por lo tanto, que en nombre del Congreso y en lugar preferente, me dirija á ella, respetuoso y agradecido, otorgándole el testimonio de nuestro más profundo agradecimiento. A todas las demás personas, á todo el auditorio que nos ha favorecido con su asistencia á las sesiones, les estamos llenos de agradecimiento, porque ha sido consideración grande hacia nosotros, la de dejar sus quehaceres ordinarios y ve1=1irse aquí, con el sentimiento y el corazón, ya que por Reglamento no podían ha-

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cerlo con la palabra, á compartir nuestras tareas, asedándose, en cierto modo, á las mismas, y contribuyendo con su presencia á dar mayor brillo y solemnidad al Congreso. Ahora bien; cumplidos estos deberes de atención y cortesía, ¿qué debo decir á vosotros, queridísimos compañeros, que tan brillante muestra habéis dado de vuestros conocimientos y aptitudes? ¿Qué debo decir del resultado de vuestros debates? Seríame imposible, señores, que yo tratara de hacer un atinado resumen de todas las sesiones, y es fortuna grande la mía que el Reglamento no imponga al Presidente el cumplimiento de tal obligación. Es una fortuna para mí, porque sería empresa superior á mis fuerzas resumir tanto bueno como aquí se ha dicho, salido de vuestros elocuentes labios; y no se tome á lisonja, y permítaseme la calificación, aunque refiriéndome á compañeros míos, pueda parecer interesado el aplauso que les prodigo, pues lo hago con la sinceridad del corazón, sin que haya en ello adulación alguna, que desde este sitial debo apreciar el debate con imparcialidad exenta de aficiones. Yo no puedo olvidar cómo palpitaban vuestras almas de artistas cuando tratábais el primer tema, para determinar la influencia que debían tener los materiales de la construcción en · 1as obras arquitectónicas, bajo el punto de vista artístico, bajo el punto de vista científico y bajo el aspecto económico, deseosos todos de llevarlas á la cima de la perfección, á la cumbre de la belleza, á la inmorta• lidad de los siglos. Cómo olvidar tampoco, con respecto al segundo tema tratado, la manera como se os veía dispuestos á ejercer vuestra influencia de arquitectos para conseguir con eficacia, en vuestra calidad de directores facultativos de las obras, que nuestras habitaciones, nuestros edificios, nuestras urbes, todo cuanto constituye la vida urbana de los pueblos contribuya debidamente al mejoramiento de las costumbres, al bienestar de los pueblos, á la salud perfecta del individuo, comunicándole esa fuerza, ese vigor y robustez, sin la cual no pueden acometerse las grandes empresas, y de aco~eterlas quedan rotas y quebrantadas antes del término ordinario en que deben fructificar. Y cuando el debate versó acerca el tercero de los temas, ¿he de echar en el olvido la eficacia con que os aplicasteis á dilucidarle, el noble y vivísimo interés que despertó en vosotros la averigua-


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ción de aquellos medios que podrían adoptarse para que las industrias que cooperan á nuestras construcciones, recuperaran en los tiempos presentes el alto lugar que en los pasados alcanzaron, en propio beneficio, y en el del noble arte al que auxilian con sus excelentes ptoducciones. Pudisteis hallaros discordes en el supuesto que entraña la redacción del tema, pero á todos impulsaba igual deseo, todos caminabais dirigidos al mismo objeto llevados por común anhelo; y era éste: que si aquel alto lugar no se había alcanzado, se alcanzaría, y de poseerlo ya, se superaría mejorándolo. Aun resuenan en este recinto vuestras elocuentes palabras, los hermosos conceptos que en la lucha sustentasteis unos y otros, y las atinadas soluciones que todos disteis á problema tan trascendental. Dirigisteis luego vuestra incansable investigación, con saber profundo, con una intención leal, á dilucidar el cuarto tema sometido á vuestras deliberaciones, tema importantísimo también, relativo á legislación urbana, pretendiendo el mejoramiento de las leyes que rigen parte tan importante para el desenvolvimiento y riqueza de las naciones, procurándolas para España de un modo tal, que ya en razón de ellas, como por su efecto práctico, á cuyo beneficio se desenvuelven las urbes, pudiera nuestra nación presentarse, como en otro tiempo la antigua Grecia, que, quien extranjero pisaba su suelo, reconocía desde luego hallarse en país culto y civilizado: tanto era el orden y aseo que veía en sus ciudades y campos, en sus bellos monumentos, en sus vías de comunicación, en sus edificios y calles, en aquella tierra brillante y atractiva por el esplendor de su policía y por el bienestar de sus moradores. Tan hermoso estado para nuestra España, pretendisteis todos, al abordar llenos de amor y de conocimiento profundo el debate y conclusiones del tema á que me refiero. De lo que se ha dicho en la sesión de hoy no debo hablar; que todavía no se ha apagado el eco de las ardorosas palabras que han salido de vuestros labios, manifestando el supremo interés que os inspira una clase á la que habéis demostrado amar mucho; á la que yo no debo amar menos, pues de ella procedo, y en ella han pasado los primeros días de mi vida. Yo no fui, por las economías de mis padres, sometido al penoso y duro trabajo manual, pero gran• de también, del obrero; sin embargo he vivido entre los obreros como vosotros, y más que algunos de vosotros nacidos en buena cuna, habiendo conocido de cerca sus necesidades y aflicciones.


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Desde niño empecé á vivir con el obrero en mi casa, en mi familia, y á conocerle frecuentando las obras que mi padre construía; siempre admirando su abnegación y siempre viéndole amasar con sudores de alma y cuerpo el honrado pan con que sustenta á su familia. ¡Si le he de tener cariño á la clase obrera! y he de manifestarlo en todas ocasiones, cual hoy me complazco en hacerlo. Además; los obreros, hermanos nuestros son y muy merecedores de que cuantos no se encuentran en su triste situación les tributen el testimonio de su cariño y el apoyo que necesitan; así lo quiere la humanidad; así nos lo manda quién es de todos los hombres Padre y Señor; así nos lo impuso Aquél que á todos nos llama hijos; así lo quiere Dios. Así lo habéis hecho vosotros, en esta sesión, rindiendo un justo tributo de amor y consideración á esta clase obrera que tanto merece y que tanto nos favorece además . ¿Qué sería el mundo sin obreros? No los consideréis, no, como un factor de poca monta en el trabajo social; el dinero no sirve para todo, y sino decid, ¿quién podría levantar los grandes monumentos sin el auxilio de aquéllos brazos humildes? Vuestra es la gloria de la concepción, pero el hecho práctico, la realidad de su existencia, creedlo, es de esta sufrida clase obrera, de estas multitudes de seres que pasan oscu recidos por el mundo y que son como dijo en momento solemne el difunto rey de España D. Alfonso XII, el héroe anónimo de la sociedad actual. Vosotros, queridos compañeros, habéis reconocido toda su im• portancia, y la deuda que con ellos tenemos contraída se la habéis fielmente pagado en la presente ocasión; de todos los labios, de todos los corazones han salido las sentidas palabras con que les habéis enaltecido y considerado. No quiero molestaros más, porque la sesión se ha hecho muy larga; por otra parte no me encuentro con fortaleza bastante para prolongar más mis palabras abusando de vuestra benévola atención. Termino repitiendo lo que os dije, cuando por primera vez nos reunimos en la sesión preparatoria, al daros la bienvenida: gracias porque abandonando vuestras ocupaciones y familias vinisteis aquí á ocuparos de interesantes problemas relacionados íntimamente con el ejercicio de nuestra profesión; añadiendo ahora, un aplauso, un aplauso leal y entusiasta, porque habéis acreditado que sois dignos del título que lleváis, y habéis demostrado que el arquitecto 5o


tiene méritos suficientes, conocimientos bastantes para ser oído, para ser consultado y atendido por los poderes públicos, cuando por éstos se trate de resolver los grandes intereses sociales que entrañan los temas dilucidados, en la seguridad de que vuestro concurso podrá favorecerles en alto grado. Me siento, pues, y declaro: que mía es la culpa si no he correspondido á vuestras esperanzas poniendo la Presidencia á la altura en que vosotros habéis puesto al Congreso. He dicho. (Grandes y

prolongados aplausos. )

El Sr. Cabello Lapiedra: Pido la palabra.

/

El Sr. Presidente: El Sr. Cabello Lapiedra tiene la palabra.

' El Sr. Cabello Lapiedra: Fuera mi deseo, señores, y con esto creo interpretar fielmente los deseos de los congresistas, mis queridos é inolvidables amigos, que constara antes de separarnos, en el acta de la sesión de clausura, un voto de gracias cariñoso y expresivo para nuestro digoísimo Presidente, que no sólo ha presidido con buen acierto las sesiones que ha tenido á su cargo, sino que con buen criterio, con rara habilidad y tacto especial ha alcanzado, principalmente, interpretar todos los pensamientos de los congresistas y de la Comisión organizadora del Congreso. Que conste también otro voto de gracias á todos los individuos de la misma Comisión, que ha hecho ver á los ojos de todos el buen nombre de la profesión de arquitecto y el pa· pel altamente civilizador que desempeña en la sociedad; permitidme, pues, que como conclusión de nuestras tareas) así como á la muerte de un rey se propone y se repite un viva á la monarquía en la persona del nuevo rey, ya que· el Congreso ha concluído, demos un viva de gloria eterna á la Arquitectura española. He dicho.

(Aplausos.) El Sr. Presidente: Se levanta la sesión, 1

Eran las seis y cuarenta y cinco minutos.


11

APÉNDICE " LA QUINTA SESIÓN

Acta de la sesión cuarta Abierta la sesión á las tres y media de la tarde bajo la presiden• cia del Sr. Artigas, se lee el acta de la anterior. Habiendo preguntado el Sr. Presidente si se aprobaba el Sr. Falqués pide lapalabra con objeto de proponer al Congreso que acordara ampliar la discusión del tema tercero insuficientemente debatido en su concepto; el Sr. Presidente manifestó que no procedía la proposición del Sr. Falqués puesto que no se encaminaba á modificar el acta, ni estaba ajustada al Reglamento. Quedó aquélla aprobada. El Sr. Presidente hace saber al Congreso t:¡ue, por causas ajenas á la Yoluntad de la Comisión de conclusiones del tema tercero, extensamente debatido en la sesión del día anterior, no había sido posible á aquélla tener formuladas sus conclusiones, de las cuales ofrecía dar cuenta en la sesión inmediata. Acto seguido cedió la presidencia al Excmo. Sr. D. Enrique María Repullés y Vargas, y éste, habiéndola ocupado, expresó su agradecimiento al Congreso por el honor que le dispensaba; dijo que al aceptarla lo bacía en representación de los arquitectos de M I d, y felicitó á los de Barcelona por sus brillantes trabajos con mouvo de la Exposición. Leído el enunciado del cuarto tema por el Sr. Presidente, dispuso que por uno de los seí10res Secretarios se diese cuenta de las conclusiones formuladas por el Sr. Alvarez Capra, ponente del mismo, y ponunció breves frases explicando el motivo de la ausencia de dicho señor ponente. El Sr. Navascués pide la palabra para asodarse á las manifestaciones de la Presidencia y rogar al Congreso se sirva acordar el


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pesar que le produce no ver entre los presentes al Sr. Alvarez Capra. El Sr. Presidente concede la palabra al Sr. F ossas y Pi, el cual con reposada y elocuente frase pronuncia un meditado discurso referente á la urbanización y á la necesidad de legislar acerca de la misma, haciendo la división de las obras en general en tres grandes grupos; de interés público las comprendidas en el primero, de interés público y privado á la vez, las del segundo, y de conveniencia exclusiva de los particulares el tercero. Dada la importancia del asunto y el acierto con que lo trata el señor disertante, el Congreso, á propuesta de la Presidencia, acuerda por unanimidad que continúe en el uso de la palabra á pesar de haber transcurrido el tiempo reglamentario. A continuación habla el Sr. N avascués apoyando las conclusiones propuestas por el Sr. Alvarez Capra, para hacer algunas consideraciones acerca de la importancia de la higiene, é insiste en la necesidad de legislar respecto á este punto, estableciendo la debida separación del servicio de Arquitectura respecto á otro cualquiera. El Sr. Doménech y Estapá hace algunas observaciones contrarias á lo expuesto por el Sr. Fossas y pide que se dicten preceptos legales acerca de la orientación que deben tener las hab11aciones. El Sr. Falqués no opina por legislar nuevamente, sino por organizar lo ya legislado. El Sr. Villar ensalza la unión que debe existir entre la policía urbana y la rural en beneficio de las poblaciones; señala los defectos de que adolece el ensanche de Barcelona, y pide que se estudie una ley de expropiación abarcando los dos conceptos, técnico y económico. El Sr. Borrell distingue las obras públicas según estén en poblado ó despoblado. Habla de los tres conceptos: científico, artístico y económico que deben tenerse en cuenta para la reforma de las poblaciones, y opina que antes de legislar se oiga el parecer de los arquitectos. El Sr. García Faria se opone á alguno de los conceptos emitidos por los que le han precedido en el uso de la palabra; considera la legislación deficiente en algunos puntos, se muestra partidario de una sola legislación en materia de obras públicas, y coincide en alguno de los extremos de los discursos de los Sr. Falqués y Villar. El Sr. Doménech y Estapá rectifica brevemente. El Sr. Fossas Pi rectifica explicando los conceptos expresados respecto á la división de las obras públicas y á las tres zonas en que divide las calles, y termina insistiendo en la necesidad de una ley de urbanización. El Sr. ravascués contesta brevemente al Sr. García Faria, y fundándose en la conveniencia de la división del trabajo, pide la sepa· ración de secciones en la administración con legislación especial para cada rama. Tras breves palabras del Sr . García Faria, el Sr. Torres Argullol pide al Congreso un voto de aprobación para la Presidencia por el acierto con que ha dirigido la discusión. El Presidente dió las gracias con tal motivo, dispone que se dé lectura al artículo 21 del Reglamento, anuncia la orden del día


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para la ses1on inmediata, ruega á la Comisión respectiva que presente con oportunidad las conclusiones del cuarto tema, y declara terminada la sesión á las seis y veinticinco minutos de la tarde. Aprobada en la sesión del día

20

de Septiembre de 1888.

Los Secretarios

Arturo de Navascués.-Antonio M. 4 Gallissá. V.• B.'

El P1·eside11te

José Artigas y Ramoneda.

Comisión de conclusiones del tercer tema 1.º Que aunque las artes industriales se hallan hoy día en notable grado de adelanto, no sucede así con la educación artística de los obreros de oficios é industrias auxiliares de la construcción verdaderamente arquitectónica, y por tanto es de necesidad que aquellos obreros sientan amor al Arte para coadyuvará completar la obra del arquitecto. 2. º Que este atraso proviene de muy diversas causas, pues los obreros actuales no se reunen en una ú otra forma para enseñarse mutuamente, como en la Edad Media y época del Renacimiento sucedía, y falta, por tanto, el estímulo y unidad de trabajo que exigen las construcciones; otra causa puede hallarse en carecer la época actual de un estilo único, pues la variedad de éstos no permite al obrero adiestrarse con determinadas formas, y por fin, influye también en aquella decadencia la falta de gusto estético en la sociedad, que si hoy va desarrollándose, ha sido por completo nulo en épocas recientes. Si este gusto existiera en todo su esplendor, el arquitecto podría con más libertad traducir en sus obras su especial modo de sentir, del que se aprovecharían sin duda todas las artes auxiliares. Esta educación estética de la sociedad podría obtenerse instituyendo clases de dibujo en la primera y segunda enseñanza, para que se generalizase el conocimiento del mismo, útil siempre al hombre, y que sería base para que más tarde sintiese aquél la belleza arquitectónica, auxiliándole para ello las excursio-


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nes artísticas con sus premios correspondientes, los museos, las exposiciones de arte retrospectivo, los concursos para obras artístico-industriales y admitiendo trabajos artísticos industriales en las exposiciones de Bellas Artes. 3. 0 La educación del obrero, que es lo que se necesita con más urgencia, podría obtenerse por medio de la institución de escuelas de artes y oficios perfectamente organizadas, subdivididas en distritos en las grandes poblaciones, y cuyos alumnos, á una edad determinada, pudiesen asistir como aprendices con sueldo á las obras que se juzgara oportuno, y allí bajo la dirección del arquitecto hicieran la práctica necesaria. 4.º También sería de conveniencia que los arquitectos, valiéndose de la natural influencia que ejercen sobre los individuos que se dedican á los oficios é industrias auxiliares ya indicados, procuraran fomentar las asociaciones libres y voluntarias entre nuestros oficiales y aprendices, cuyas asociaciones tuvieran -por objetivo hacer renacer y avivar el amor á las respectivas profesiones. Sin embargo, en casos en que fuere imposible seguir los dos criterios antes expuestos, el ideal del Congreso es, que se autorice al arquitecto para establecer en las mismas obras talleres, ya de labrado de piedra, ya de carpintería, cerrajería y demás artes que admitiera aquella construcción, en las cuales aquel facultativo fuere el profesor de la enseñanza del Arte, y de los principios estéticos más precisos para todos los obreros que en aquella construcción estuvieren empleados. De esta forma habría familiaridad entre el director y el artista, no existiría aislamiento entre uno y otro, y todo sería en beneficio del Arte bello. Sin embargo, como no siempre sería fácil en todo género de construcción y tendría ciertos inconvenientes legales en obras de contratas, creemos que debería autorizarse desde luego á realizar este ideal al arquitecto encargado de obras monumentales, restauración de obras antiguas y demás que pudieran realizarse por administración, estableciéndose entonces además de los talleres 011tes indicados, concursos entre los mismos obreros para la mejor ejecución de determinadas partes de la obra, dentro de una misma profesión; y de seguro con estos medios que proporcionarían enseñanzas teóricas y prácticas, y notable estímulo que haría resollar la personalidad y mérito propio del obrero, alcanzaríamos también de éste el gusto artístico y que comprendiera con mayor facilidad las formas que el arquitecto traza en sus dibujos.

El Secretar·io de l,i Comisión

José Doménech y Estapá. V.' B.'

El Presidente

Leandro Serrallach y Mas.

·,


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Comisión de conclusiones del cuarto tema

,

.

Bajo la prei¡idencia del vice-presidente y con asistencia de los Sres. Fossas Pi, Navascués, Borrell, Doménech Estapá, García Faria, Aml!rgós, Serrallach, Iranzo, Rogent (hijo) y Romeu, se celebró la sesión, en la que cada uno de los asistentes manifestó cuanto juzgó oportuno respecto á las conclusiones del tema, allegando numerosos datos é interesantísimas noticias que revelan el pleno conocimiento que poseen de la Arquitectura y en especial en cuanto concierne al tema cuarto, del que se estaba tratando. Después de una amplia discusión en la que se reveló la mayor elevación de ideas y armonía entre los defensores de tendencias distintas, se aprobaron por unanimidad las siguientes conclusiones: 1. • El principio originario de la urbanización emana de la creación de la familia por el hombre: De la reunión de varias fa. milias constituyendo sociedad, nace la formación de la ciudad (urbis), del pueblo, ó simplemente de la aldea . . 2.• Los elementos constitutivos de las urbes son: de una parte los albergues particulares, y de otra los inmuebles de dominio ó uso público. 3.ª De la naturaleza peculiar de la urbanización se deduce que la calle presta, además de los servicios públicos que está llamada á satisfacer, otros que interesan sólo al propietario y prestan los servicios externos de la casa, y recíprocamente la casa debe sufrir determinadas restricciones que le imponen las correspondientes servidumbres en beneficio del interés general. 4-• La Arquitectura resuelve el problema social que entraña la urbanización bajo el aspecto técnico. S.• Es inconveniente la aplicación de la ley general de Obras públicas vigente para lo que concierne á las construcciones civiles, siendo también deficiente lo legislado acerca de policía urbana. 6.• De lo expuesto se deduce la imprescindible necesidad de legislar acerca de todo lo que á la policía urbana se refiere, ya sea englobando lo referente á los distintos ramos de la construcción en una ley general de Obras públicas con la separación debida para cada uno de ellos, ó bien por medio de disposiciones especiales, lo cual tal vez fuera preferible. Barcelona

20

Septiembre 1888. El Secreta1·io de la Comisión

V.• B.' El Vicep1·eside11te

P. García 1'aria.

José Torres Argullol.

.


.

1


SESIÓN DE CONCLUSIONES

celebrada el día

2

r

de Septiembre de r 888

en el Salón de Congresos .

Presidencia de D. José Artigas y Ramoneda

ACTA

Abierta la sesión á las tres y media de la tarde, fué leída el acta de la anterior, que se aprobó, y el dictamen de la Comisión de conclusiones del tema quinto. (Véase el apéndice á esta sesión. \ El señor Presidente expone al Congreso la marcha reglamentaria y la forma que cree conv.!niente adoptar para las votaciones. Preguntado el Congreso si cree debe votarse el conjunto de las conclusiones formuladas para cada tema, ó bien una á una respectivamente. El Sr. Pollés pide la palabra para manifestar su deseo de que la votación se verifique del último modo indicado, y por unanimidad se acuerda así. Habiendo manifestado el señor Presidente que la votación debía ser nominal, el Sr. Fossas pide la palabra para decir que en su concepto podría votarse por levantados y sentados. El Sr. Borrell, que debe verificarse la votación haciéndolo por totalidad de conclusiones, y se funda en la confianza que tiene de verlas aprobadas todas por unanimidad. El señor Presidente manifestó que no puede entrarse en el terreno de las suposiciones, y que por lo tanto la votación debe ser nominal sobre cada una de las conclusiones de los distintos temas. Sr


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Votadas una á una todas las conclusiones de los distintos temas, resultan aprobadas por unanimidad: todas las del primer tema; las 1 .ª, 2.•, 3.ª, 5.ª y 6. 0 del segundo, y por mayoría la 4.ª Todas las conclusiones del tema tercero se aprueban por mayoría, y recae aprobación por unanimidad en las de los temas cuarto y quinto. El Sr. Torres Argullol pide la palabra para explicar su proceder en las votaciones del tercer tema. El señor Presidente manifiesta que el Reglamento no expresa si pueden ó no exponerse los motivos de abstención, y suplica al Sr. Torres que no insista aunque reconoce la necesidad que pueda tener de ello. El Sr. Torres Argullol declara que, deferente siempre con los deseos de la Presidencia, renuncia á explicar su abstención, pero pide conste en acta su súplica y la contestación de la Presidencia. El señor Presidente dice que así constará. El se~or Presidente manifiesta que el objeto de la sesión queda cumplimentado con la aprobación de las conclusiones formuladas por las comisiones respectivas, y participa que los Sres. Cabello y Aso, y Navascués habían presentado á la Mesa dos importantísimos trabajos; el del Sr. Cabello referente á la propiedad artística, y el del Sr. Navascués sobre creación de un cuerpo de arquitectos del Estado con su reglamento orgánico; dice que la Mesa acordó su impresión y reparto atendida la importancia de los asuntos, y propone al Congreso encargar el dictamen sobre estos trabajos á la Junta que debe entender en los medios de dar publicidad y trascendencia á las decisiones del Congreso, ya que éste ha terminado su mandato y no tiene atribuciones para más. El Sr. Fossas entiende importante el asunto, y se conforma con la opinión de la presidencia. El Sr. Cabello Lapiedra declara que su principal objeto es ver prosperar el proyecto del Sr. Navascués, y cree debe discutirse por el Congreso en sesión extraordinaria. El Sr. Serrallach entiende que puede pasar el asunto á la Junta de trabajos) dando posterior cuenta á los adheridos al Congreso y aun á las Asociaciones de arquitectos. El Sr. Cabello insiste en que el Congreso podría ocuparse en el asunto. El Sr. Presidente manifiesta que no es posible, en cuanto el Congreso había terminado ya. El Sr. Navascués da las gracias á todos los señores que Je han


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tributado elogios por su trabajo, dice que sólo le movió á emprenderlo el inmenso amor que á la clase de arquitectos tiene, y deferente con la Mesa deja á su elección la forma propia para dar cuenta de él, y declara que sólo el hallarse congregados tantos arquitectos le movió á su presentación. El señor Presidente dice que en las publicaciones del Congreso constarán los dos trabajos mencionados y el porqué no han sido objeto de deliberación. Se procede á votación por levantados y sentados acerca de la propuesta de la Presidencia y queda aprobado por unanimidad el pase del asunto á la Junta de trabajos próxima á reunirse. El Sr. Presidente cita á los individuos que deben formarla para el día siguiente, propone un voto de -gracias á los arquitectos que han venido al Congreso desde otras poblaciones; igualmente propone que de oficio se manifieste á la prensa la gratitud que el Congreso siente por su deferencia y asiduidad, y así se acuerda, y por último expone su agradecimiento al Congreso por las atenciones que le ha dispensado, y hace votos para la celebración de un tercer Congreso de arquitectos. El Sr. Fossas Pi propone un expresivo voto de gracias á los Secretarios de la Mesa del Congreso por sus trabajos, y así se acuerda, por unanimidad. El Sr. Repullés da las gracias en nombre del Sr. Navascué~ y participa que el haberse ausentado del salón dicho señor, se debía á una sensible desgracia de familia que había llegado á su noticia. El Congreso acuerda nombrar una comisión que pase á visitar al Sr. Navascués para darle el testimonio de las simpatías del mismo y ofrecerle los servicios de todos sus individuos, y nombrada in.mediatamente á propuesta del Sr. Gallisá, el Sr. Presidente levantó la sesión á las seis de la tarde.

Los Se,retarios,

Arturo de Navascués.-Antonio M.ª Gallissá. v.• B.•

El P,·esidente,

José Artigas y Ramoneda.



APltNDICE A LA SESIÓN DE CONCLUSIONES

Acta de la quinta sesión A las tres y media de la tarde abrióse la sesión bajo la presidencia del Sr. Artigas. Leída el acta de la anterior, fué aprobada. Se dió lectura de las conclusiones presentadas por las comisiones respectivas á los temas tercero y cuarto, y de una carta del Sr. Sansó, de Manresa, manifestando el sentimiento por no poder asistir al Congreso y adhiriéndose á sus acuerdos. El señor Presidente, después de disponer la lectura del enunciado del tema quinto, pronunció breves palabras para manifestar su deseo de haber ofrecido la Presidencia de la sesión del día al seí10r Villar, en representación de la Escuela de Arquitectura, ya que su digno Director Sr. Rogent se veía privado de asistir por causa del mal estado de su salud, pero habiéndose tenido conocimiento á última hora de que una repentina indisposición impedía al señor Villar asistir al Congreso, no era posible dar cumplimiento á aquel deseo, que era el de todos los asistentes. Acto seguido se dió lectura de las conclusiones propuestas por el ponente Sr. Mathet y Coloma respecto al tema quinto. El Sr. Bassegoda (D. Buenaventura) pasa á la tribuna y lee un filantrópico y bien pensado trabajo acerca del tema propuesto. Atribuye las desgracias ocurridas en las obras, á la incompleta unión entre el director de aquéllas y los obreros, á la valentía, rayando en temeridad de los mismos, á la admisión de niños y de ancianos, operarios débiles y más expuestos que otros á accidentes, y finalmente á la avaricia y mala fe de algunos contratistas. De estas causas deduce los remedios que deberían adoptarse.


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El Sr. Vila y Palmés se extendió también en consideraciones pertinentes al tema, y propuso como remedio principal el establecimiento de un timbre en los planos de obras aprobadas, de valor proporcionado á la importancia de las mismas, allegando así recursos para subvenir á las necesidades de los obreros y de sus familias. El Sr. Buigas se muestra opuesto á admitir en las obras del Estado las enormes rebajas que hacen los contratistas en perjuicio de los medios de construcción y de la seguridad de los obreros. Cree que, tanto en aquéllas como en las particulares, debería preferirse el sistema de administración, ó admitir por lo menos como máximum de rebaja el seis por ciento, que es el beneficio industrial, y otras condiciones más morales que la misma rebaja, tales como la reducción del plazo de ejecución y la seguridad de los medios empleados para construir, ó en fin, que una parte de las rebajas se aplique al auxilio del obrero. El Sr. Martorell propone el empleo de tablados á diversas alturas, para disminuir los efectos de las caídas, y la creación de monte-píos que se podrían aprovechar á la vez para centros de instrucción del obrero. El Sr. Repullés expresa la simpatía que le merece el asunto, objeto ya de algunos trabajos suyos en la prensa. Hace notar que no es mayor el número de desgracias en las obras que en otros ramos de la actividad humana. No siendo posible impedir en absoluto las desgracias, propone el establecimiento de una vasta asociación por medio de la cual se verifique el auxilio del obrero por el mismo obrero, lo que sería hermoso, y con la protección de las personas acomodadas y de la Administración, se conseguiría entre todos ayudar á los operarios y á sus familias en las desgracias que les ocurrieran. El Sr. Belmás se lamenta de la injustificada responsabilidad que por la redacción del Código hacen pesar las autoridades del orden judicial sobre los arquitectos en casos de accidentes, y pide que aquél se modifique en este punto. Se opone, por creerlo impracticable, á lo propuesto por el Sr. Buigas respecto á que una parte de las rebajas de las contratas se aplique al auxilio de los obreros. El Sr. Bassegoda (D. Joaquín) excita á los arquitectos de provincias para que manifiesten su opinión en el asunto. Ex.amina las causas que en su opinión originan las desgracias, y propone la estadística de éstas, el exigir de los contratistas los medios auxiliares necesarios, suprimir el trabajo de los niños y dificultar las sub con• tratas ó destajos. El Sr. Luis y Tomás recoge la alusión del Sr. Bassegoda. Propone la creacion de un monte-pío general para Espaírn y establecido en Barcelona, ya que aquí se ha tratado de este asunto; por medio de la cuestación. y de la suscrición se constituiría, dice, un fondo de reserva para auxilio del obrero, y se elevaría este monumento en memoria del segundo Congreso Nacional de Arquitectos. El señor Presidertte se levanta, y en un sentido discurso declara terminados los trabajos públicos ael Congreso, hace á grandes rasgos el resumen de aquellos, siguiendo los diversos temas y da las


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gracias á los arquitectos reunidos, á la prensa y al público asistentes, por haber contribuido todos al esplendor que el Congreso ha alcanzado. Grandes y prolongados aplausos siguen á las conmo• vedoras palabras del señor Presidente, y acto seguido acuerda el Congreso por unanimidad y á propuesta del Sr . Cabello y Lapiedad, un expresivo voto de gracias á la Presidencia y á la Comisión organizadora del Congreso, levantándose la sesión á las seis y cuarenta minutos. Aprobada en la sesión del día 21 de Septiembre de 1888.

Los Secretarios,

Arturo de Navascués.-Antonio .\J.a Gallissá. V.• B.'

El Presidente,

José Artigas r Ramoneda.

Comisión de conclusiones del quinto tema La Comisión de conclusiones al quinto tema sometido á. la discusión de este Congreso, consistente en: «Medios que podrían emplearse para disminuir el número é importancia de las desgracias personales que ocurran en la erección de edificios, y manera de subvenir al auxilio de tan deplorables accidentes,» tiene la honra de proponer las siguientes conclusi'ones: r .ª Siendo imposible evitar en absoluto las desgracias que ocurren en las obras por la índole especial de sus trabajos, la misión del arquitecto es disminuirlas todo lo posible, tomando al efecto todo género de precauciones hasta en los más pequeños detalles constructivos, empleando al efecto en los andamiajes y transportes todos los medios y adelantos conducentes á este objeto. El estado particular del obrero y su arrojo excesivo, que raya 2. 1 en muchos casos en temeridad, son también causa ciertas veces de


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las desgracias que ocurren en las obras, sin que el arquitecto pueda subvenir á ellas por falta de medios coercitivos. 3.• Sería conveniente que no se ocupasen en los trabajos arriesgados de las obras más que aquellos operarios que, por sus condi• dones de robustez é idoneidad fueran aptos para ello, descartando en absoluto de los mismos los menores de 1 3 años y mayores de 60, que sólo deberían emplearse en labores que no ofrecieran peligro alguno. 4.• De desear sería se exigiese á los contratistas, para la realización de las obras, garantía en los medios auxiliares necesarios para su buena construcción, así como todos los antecedentes de buena fe, inteligencia é idoneidad que garantizaran el buen acierto en las obras, para que á su vez pudiera exigírseles responsabilidad por las desgracias ocurridas, siempre que por el libro de órdenes, cuya generalización sería conveniente, constara haber sido advertida la deficiencia; bien entendido que el medio menos á propósito para lograr este ideal, es el sistema hoy vigente de subastas, que sólo atiende á la base económica. 5.ª Respecto á la manera de subvenir al auxilio de los accidentes que puedan ocurrir á los obreros, sería conveniente el establecimiento de asilos, patronatos, creación de pensiones, y sobre todo la fundación de un monte-pío nacional, para cuyo sostenimiento contribuyera el mismo obrero con una módica cuota mensual, los arquitectos, maestros de obras, contratistas y en general todas las clases constructoras, así como los mismos propietarios, siendo subvencionada por el Estado y Corporaciones administrativas, y cuyo objeto fuera el auxilio y curación de los desgraciados lesionados en las obras y el socorro de los inválidos y sus familias. Barcelona

21

de Septiembre de 1888.

El Presidente,

El Vicep,·esidente,

Francisco Pinga1-rón.

A. Casademunt. El Secretario,

Francisco P. del Vi/lar.

1

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1


SESIÓN DE LA JUNTA cONSTITUÍDA CON ARREGLO AL ARTÍCULO 2 I DEL REGLAMENTO

celebrada el día

22

de Septiembre de 1888

en el Salón de la Presidencia del Congreso

Presidencia de D. José Artigas y Ramoneda

ACTA

Reunidos á las tres y treinta minutos de la tarde, los individuos del Congreso que habían constiruído la Mesa, Comisión organizadora y Comisiones de conclusiones, después de larga y detenida discusión tomaron los siguientes acuerdos: 0

Publicar el libro del Congreso, incluyendo en el mismo los documentos preparatorios, las actas de las sesiones, las conclusiones y trabajos de las Ponencias, los trabajos escritos, los discursos pronunciados y las conclusiones aprobadas; nombrando al efecto una comisión compuesta de los Sres. Artigas, Torras, Fossas Pi, Serrallach (D. Leandro), Oliveras, Gallissá y Fatjó. 2. Nombrar un Comité de saneamiento, compuesto de los arquitectos Sres. Repullés y Vargas, Octavio, Belmás, Navascués y Cabello y Lapiedra, de Madrid; Fossas y Pi, Amargós y García Fa• ria, de Barcelona; López Rull, de Almería; Martorell, de Valencia, y Altés, de Alicante; confiriendo á dicho Comité amplias facultades para la realización práctica de las conclusiones del tema segundo, poniéndose para ello, en relación con cuantos arquitectos y corporaciones crea necesario y de una manera especial con los arquitectos municipales de las distintas localidades para procu1•

0

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rarse la mayor suma de datos referentes á todas las comarcas de España. 3. 0 Por lo que hace referencia á las conclusiones del tema tercero, se acordó elevar una atenta instancia al Ministerio de Fomento encareciendo la conveniencia de que se faculte á los arquitectos directores de las obras públicas, para establecer en ellas enseñanzas prácticas para los obreros, de conformidad con las mentadas conclusiones. 4.º Acuerdo análogo se tomó por lo que se refiere á las conclusiones del tema cuarto , nombrándose para ello una comisión compuesta de los arquitectos de la Córte que han asistido á las ta• reas del Congreso, la cual se encargue de presentar á los poderes públicos las citadas instancias, procurándose al propio tiempo el apoyo de los compañeros que reunen el doble carácter de arquitecto y diputado ó senador. 5. 0 Para llevar á la práctica lo propuesto en las conclusiones del tema quinto, se acordó facultar al Sr. Presidente y secretarios, para que nombren una comisión de arquitectos de Barcelona, que estudie las bases para el planteamiento de un monte-pío de conformidad con dichas conclusiones, y que tenga carácter nacional, residiendo, sin embargo en Barcelona y estableciéndose cuantas sucursales crea convenientes en distintas regiones de España, procurando interesar en tan humanitaria empresa á las sociedades Económicas de Amigos del País. 6 .º y último. Para que lleguen á conocimiento de todos los arquitectos españoles, para su debido estudioJ se acordó incluir en el libro del Congreso, dos trabajos presentados por los Sres. Cabello y Asó, y Navascués, el primero referente á la propiedad artística, y el segundo á la creación de un cuerpo de arquitectos del Estado. (Véase el apéndice á esta sesión .)

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El Secretario,

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Antonio M.a Gallissá

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V.• B.

El Presidente,

José Artigas y Ramoneda.

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APÉNDICE

Proposiciones ó bases legislativas referentes á la

PROPIEDAD ARTÍSTICA

DE LAS OBRAS DE ARQUITECTURA

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Para las obras arquitecturales, regirá el mismo principio de derecho de propiedad que para las obras literarias y artísticas. Las bases se refieren: r .0 A los PROYEcTos, ósea la expresión gráfica del pensamiento. 2.º Al pensamiento realizado, ó sea la OB!IA DE ARTE ejecutada y á la ejecución de ella.

Primer punto.-Los proyectos

BASE

PRIMERA

El Estado, las Corporaciones y los particulares podrán adquirir el derecho de posesión de los planos originales de un proyecto arquitectónico que manden ejecutar ó que deseen adquirir sin este mandato, previo el pago de honorarios que l'a «tarifa» designe, y además los que devengue la copia, para que los originales puedan


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quedar en poder del autor. Pero este mero hecho no dará á aquéllos el derecho de reproducción, que se reserva exclusivamente al autor, sea cualquiera el medio que para ello se emplee, «grabado, » <!litografía,» «fotografía » ú otros.

BASE SEGUNDA

Para tener derecho á reproducción, será necesario, además de la autorización escrita del autor, satisfacer el pago de honorarios que la tarifa señale para copia de planos de proyecto, extendiéndose este derecho á un número determinado.

BASE TERC ERA

Los periódicos ilustrados ó empresas literarias podrán publicar los proyectos y trabajos de los arquitectos, previa sólo la autorizazión de éstos y mediante convenio hecho. Los arquitectos, sin embargo, no podrán impedir que se reproduzca el aspecto exterior de un edificio, cuando esta reproducción es sólo un accesorio .

Segundo punto.-La obra reali{ada BASE CUARTA

Cuando se ordene á un arquitecto el estudio de los planos de una obra de arte que se ha de erigir, sea monumento ó en general edificios públicos, ya edificios de iniciativa y fondos particulares con destino público, ó edificios privados urbanos ó rurales, una vez aprobados aquéllos, ya se haya ordenado directamente al arquitecto su ejecución, ya se deba esta elección al Concurso, la administración del Estado ó el particular no podrán en manera alguna modificar ni variar en la ejecución, tanto en plantas como en alzados, al exterior como al interior, el pensamiento del autor, ni en la idea, ni en la estructura, ni en la forma resultante, sin previo consentimiento de éste, y contrato que se ejecute, sea él ó no sea


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el Director facultativo encargado de la dirección y realización de la

Obra de arte.

BASE QUINTA

Realizada la obra, el autor queda obligado á dejar en poder del mandatario sólo un calco de las plantas del proyecto: nunca los planos originales, á menos de no cumplir la base primera ó mediante convenio en contra.

BASE SEXTA

Cuando sea ocasión de reparar un edificio, siquiera esta reparación sea un «revoco,» no podrá hacerse variante alguna, sobre todo en fachadas y partes integrantes que se relacionen con el aspecto exterior, servicio ú ornato público, sin previo consentimiento del autor, que tendrá iguales derechos de propiedad sobre su obra, y puede exigir mediante contrato que se estipule.

BASE SÉPTIMA

Los derechos de copia y reproducción de un edificio, son excluvos del arquitecto autor del proyecto. Así, ni el Estado, ni la Administración, ni el particular, podrá valerse de reproducciones, ó mediciones y estudios verificados del edificio mismo, ni valerse de un proyecto existente para copiarle ó reproducirle; ni erigir el edificio, por sólo el mero hecho de existir el proyecto, si éste de antemano no estuviese convenientemente adquirido conforme á la

base primera.

BASE OCTAVA

Estos derechos de copia y reproducción se refieren, no sólo al conjunto, sino á todas las partes integrantes de una obra arquitectónica, como son fragmentos, detalles ó elementos de construcción y

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ornamentación, ya se ejecuten en piedra, barro cocido, escayola, hierro ó madera, sin que sea consentido apropiarse dibujos, modBlos, moldes, etc., etc.

B.lSE

NOVENA

Considerada como inmueble la obra de arte arquitectónico, el propietario, llámese Estado, corporación 6 panicular, en su derecho de transferirle, sea por venta 6 por herencia, deberá estipular como condición, ó considerarse siempre que tal condición existe, el derecho de propiedad artística que al arquitecto se reserva, y quedar obligado á cumplir este derecho el nuevo adquirente.

BASE ADICIONAL

Tratándose de edificios nacionales, no podrán copiarse los de una nación por otra, adquirirse planos para reproducirlos, adquirirse elementos y cuanto á las bases anteriores se refiere, sin previo convenio y pago de derechos de propiedad del autor. Madrid, Septiembre de 1888.

L. Cabello y Aso, .Arquitecto Profesor de la Escuela Superior.

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Proyecto para la creación DRL

CUERPO DE ARQUITECTOS DEL ESTADO

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Es una tristísima verdad, pero verdad axiomática, que la clase de arquitectos no goza en España de la alta consideración que merece en todas las naciones cultas, como lo es asimismo que la causa de este mal, en extremo lamentable, no radica en la falta de aptitudes 6 de otras condiciones personales de los que, luchando con toda clase de contrariedades, se arriesgan á cultivar la Arquitectura; y no es necesario apelar aquí á la cita de un gran número de hombres ilustres, que constituyen la brillante pléyade de los arquitectos modernos, para comprender lo que pudiera llegará ser la clase, si el medio ambiente de su vida cambiara totalmente, respecto de lo que es en el día. Las causas han de buscarse principalmente en la falta de protección, por parte de todos los gobiernos, á las Bellas Artes en general, no habiendo llegado aún á penetrarse aquéllos de lo que representa el desarrollo de las mismas en la cultura de los pueblos; en el desconocimiento de la importancia que entre todas las artes tiene la Arquitectura para la vida de las sociedades, por el doble concepto del arte y de la utilidad práctica, y algo también, preciso es confesarlo con franqueza, en lo poco que los arquitectos han hecho por sí mismos, ya individualmente, ya en colectividad, para


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llamar la atención de los poderes públicos y para recabar de ellos el apoyo y el auxilio que han obtenido otras clases, si más afortunadas que la de arquitectos, no más dignas de consideración que ella, ni con mejores títulos que ostentar á la faz de la nación. Ciertamente, la Sociedad Central de Arquitectos, que viene funcionando desde hace muchos años, ha logrado algunos resultados muy lisonjeros en proporción de los medios de que dispone, siendo laudables los esfuerzos que todos los asociados en general, y en particular las Juntas de gobierno, han realizado en beneficio de la clase; pero hay que reconocer que falta mucho por hacer todavía, siendo largo el camino que debe recorrerse hasta llegar al pináculo de las legítimas aspiraciones de los arquitectos, y que de la actividad y constancia de éstos, sean ó no asociados, depende el éxito. Todos los medios que á ello conduzcan (y al decir todos excusado es advertir que, tratándose de arquitectos, no pueden menos de ser honrosos y nobles' , todos los medios que se propongan, encaminados al fin que se persigue, de enaltecer y mejorar la clase, merecen ocupar la atención de los individuos que la constituyen, y después de estudiados y discutidos, ser llevados al terreno de la práctica con toda aquella energía, con toda aquella abnegación que la propia conveniencia y el espíritu de compañerismo saben imprimir en casos tales. U no, entre otros varios medios, quizá el más eficaz de todos, á juzgar por ejemplos vivientes como el de los ingenieros de caminos, canales y puertos, que prueba de una manera elocuente y palpable lo que puede la unión de los individuos que tienen una misma carrera y unos mismos intereses que defender, sería la creación de un Cuerpo de Arquitectos del Estado ó Cuerpo Nacional de Arquitectos la denominación es lo de menos , idea que no es nueva, antes por el contrario, germinó hace largo tiempo y en diferentes ocasiones se ha removido; pero que no habiendo prosperado, ó por exceso de dificultades, ó por falta de tesón y buena voluntad, es necesario rejuvenecer é imprimirle á todo trance gran vitalidad, hasta conseguir que sea un hecho y akanzar el planteamiento del servicio de Arquitectura en la Administración del país, de un modo análogo y con la regularidad é independencia que tienen los encomendados á los ingenieros de caminos, de minas, de montes y agrónomos. Grande es la importancia, indudable la necesidad de que el país


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tenga organizado el servicio de sus vías de comunicación y de sus puertos, de la explotación de sus ricos criaderos mineros, del acrecentamiento de su riqueza forestal y del desarrollo de su agricultu• ra; pero no son menores las del cuidado y conservación de sus monumentos artísticos é históricos, de la construcción de establecimientos sanitarios, penales, de administración, de justicia, de recreo, y tantos otros trabajos que caen de lleno bajo el dominio de la Arquitectura, y que responden á iguales ó mayores exigencias que las citadas, pues además de que en la vida de los pueblos no todo es, ni debe ser, materia, quedan muchas necesidades por sa• tisfacer, aun después de tener buenos caminos, hermosos bosques, ricos minerales y abundantes frutos de la tierra; y todo esto, aun• que muy bueno, muy útil y muy necesario, no es suficiente para una sociedad civilizado. Se dirá que el Estado cuida ti.ctualmente de la conservación y restauración de las joyas que en Arquitectura nos legaron los pa• sacios siglos, y que construye los edificios más indispensables para la administración del país. Cierto es que así sucede, aunque no en la medida que fuera de desear, ni en proporción con otros servicios, como por ejemplo, el de las vías de comunicación, pero ¿se lleva á cabo todo ello con la regularidad, el sistema, la unidad é independencia que debiera? Indudablemente no; y es verdaderamente extraño que no se haya pensado seriamente antes de ahora en la conveniencia de establecer un servicio de Arquitectura, á cuyo cargo corriera la construcción y restauración de todos cuantos edificios y monumentos se construyen y restauran con fondos del Estado, además de los muchos servicios que podría prestar, como la valuación de la riqueza urbana, tan necesaria al .Ministerio de Hacienda, y otros varios que no hay necesidad de men• cionar. A esta idea responde la formación del presente proyecto, para la organización del Cuerpo de Arquitectos, proyecto que, no pretendiendo sea el mejor dado el objeto, se somete á la consideración de todos los que llevan tan honroso título en España, á fin de que entre todos se perfeccione y resulte la obra tan acabada como sea posible y merece el asunto que la motiva. Para su redacción se han tenido á la vista varios datos relativos al Cuerpo de Ingenieros de caminos, canales y puertos, por consi• derar que es el más semejante al de Arquitectos en importancia, así 53


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como el más antiguo entre los cuerpos técnico-administrativos del orden civil, debiendo reconocerse que no pueden ser más modes• tas las condiciones que se establecen para los comienzos del Cuerpo de Arquitectos, á fin de que no haya la excusa de decir que existe una dificultad insuperable para los presupuestos generales del Estado, pues tanto respecto al número de arquitectos en la plantilla general, como respecto á la cifra de lo que ésta representa, se ha procurado quedar muy por debajo de las cifras que para el Cuerpo de Ingenieros existen, no llegando siquiera á la mitad de ellas, á pesar de no ser tal de ningún modo la proporción que hay entre las necesidades de uno y de otro servicio. La cabeza del Cuerpo se forma con la clase de Arquitectos Inspectores ó Inspectores de Arquitectura, que constituirían una Junta Consultiva permanente, funcionando con independencia de la Academia de San Fernando, para informar y dictaminar en cuantos asuntos de importancia sea necesario conocer antes de resolver por la superioridad. A los Arquitectos inspectores seguirán en categoría los Arquitectos jefes de primera clase, y á éstos los de segunda, formando un total de cincuenta jefes, con objeto de que al frente de cada provincia exista uno de ellos encargado de la dirección del servicio en la misma. Auxiliarían á éstos en su cometido los Arquitectos subalternos en número de setenta, subdivididos en dos clases, primeros y segundos, y constituyendo las últimas categorías del Cuerpo en el que se verificaría el ingreso por la clase de Arquitectos segundos. Los sueldos anuales que se asignan á las respectivas clases son de 7,500 pesetas para los Inspectores, 6,000 para los Jefes de primera clase, 5,ooo para los de segunda, teniendo 4,000 y 3,ooo, respectivamente los Arquitectos primeros y los segundos. En suma, la plaptilla del Cuerpo quedaría establecida en esta forma: 1 o Arquitectos Inspectores, á 7 ,Soo pesetas 20 Arquitectos Jefes de 1.• clase, á 6,000 3o Idem id. de 2.•, á 5,ooo. 3o Arquitectos primeros, á 4,000 +o ldem segundos, á 3,ooo.

J3o

Pesetas

75,000 20,000 150,000 I 20,000 I 20,000

I

585,ooo


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Comparada esta plantilla con la que rige actualmente en el Cuerpo de Ingenieros de caminos, la cual se compone de un total de 265 individuos con una consignación de 1. r 96,000 pesetas, se comprueba lo anunciado anteriormente de que no es la mitad siquiera la propuesta, no pecando, por tanto, de inmodesta ni de exagerada. Dicha plantilla se cubriría con los 1 3o arquitectos más antiguos de los que existen en el día, atendiendo á las fechas en que se les hubieran expedido los títulos, y los restantes irían ocupando las vacantes que ocurrieran por riguroso turno de antigüedad, formándose el correspondiente escalafón; y como los sueldos asignados á las diferentes clases son modestos, y al tiempo de la creación del Cuerpo existiría un cierto número de arquitectos que, por causa de sus trabajos particulares, por tener colocación más ventajosa al servicio de corporaciones ó empresas, por enfermedad ó por otros motivos, prefirirían la situación de supernumerarios á la de activo servicio; las vacantes que con tal ocasión se produjeran serían cubiertas inmediatamente por los que siguieran á aquéllos, verificándose en la escala general el consiguiente movimiento y el ingreso de la mayor parte de los arquitectos que existen en la actualidad. Se ha hablado de la situación de supernumerarios, y en efecto, á semejanza de lo que en otros Cuerpos hay establecido, sería muy conveniente permitir la salida del servicio activo á los que lo solicitaran, siempre que las atenciones de aquél lo permitieran, pasando los interesados, después <ie pedir y obtener la autorización para ello, á la situación de supernumerarios sin sueldo; pero conservando su categoría y el derecho del reingreso cuando hubiera vacan• tes, con ciertas limitaciones que se establecerían para este y otros casos en el Reglamento orgánico del Cuerpo. Los ascensos se verificarían por rigurosa antigüedad de una á otra clase, aumentando los sueldos de mil en mil pesetas, excepto para la de Inspectores en que el aumento es de mil quinientas, y aunque el sueldo que para dichos arquitectos inspectores resulta es un tanto mezquino, guarda mejor proporción que en el Cuerpo de Caminos respecto al de los Jefes de primera clase, y que, por otra parte, no parece prudente extremar las cosas al tiempo de la creación de un Cuerpo, pudiendo variar en el transcurso del mismo todo aquello que, no siendo esencial ni fundamental, pueda contribuirá su mejoramiento.


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La organización del servicio de Arquitectura lleva consigo necesariamente, como en los demás facultativos ó técnicos de la Administración, otros gastos importantes, como los de instalación de oficinas, sueldos del personal subalterno facultativo y administrativo, indemnizaciones por viajes, visitas, traslaciones, comisiones en España ó en el extranjero, quebranto de moneda, alumbrado, combustible, artículos de oficina , etc., todo lo cual podría sufragarse, según cálculo aproximado, con la cantidad de 750,000 pesetas, excesivamente inferior á la que, por análogos conceptos, hay consignada actualmente para el servicio de Obras Públicas. A este fin se supone que en la Junta Consultiva de Arquitectura habría, además de los inspectores y arquitectos cuyos haberes aparecen consignados en la plantilla, un escribiente primero con 1,500 pesetas y cinco segundos á 1,250, un conserje con 1,500 y dos mozos ordenanzas á 1 ,ooo. Para el servicio general, sesenta delineantes á 2,000 pesetas, cincuenta escribientes primeros á t ,500, setenta segundos á 1,250 , cincuenta ordenanzas conserjes á 1 ,ooo y cincuenta mozos con el mismo sueldo. Para atender á los gastos de indemnizaciones por viajes, visitas, traslaciones, comisiones, etc ., bastaría por ahora con la cantidad de 100,000 pesetas; para los alquileres que provisionalmente se hicieran de casas oficinas, hasta llegar á construir edificios ad hoc por cuenta del Estado, á fin de evitar los inconvenientes que se están tocando en el servicio de Obras públicas, la de 60,000 pesetas; para el alumbrado, combustible, papel y objetos de dibujo y escritorio, 50,000; por el quebranto de moneda, 20,000, y por la reparación y reposición de mobiliario, 5 ,ooo. Necesario ha de ser también, además del personal administrativo que se ha mencionado para el planteamiento del servicio, otro personal subalterno y de carácter técnico administrativo que, sir• viendo de intermediario al arquitecto y al obrero, pueda auxiliar á aquél en las obras á su cargo: tal es el de los aparejadores ó sobrestantes. El número de ellos podría ser en un principio igual al de delineantes, 6 sea sesenta, y con la misma dotación que ellos, 2,000 pesetas. Así, pues, el servicio general de Arquitectura quedaría organizado en todas las provincias de esta manera: al frente de cada una de ellas un Arquitecto jefe y á sus órdenes un Arquitecto subalterno, un aparejador, un delineante, dos escribientes, un ordenanza


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conserje y un mozo. Si la importancia del servicio en la provincia lo exige, se aumentará el personal de arquitectos subalternos y el de los demás empleados, en proporción á las necesidades del mismo servicio, y á lo que el presupuesto permita. Para la elección del personal de aparejadores se abriría por el Arquitecto jefe de cada provincia un concurso, eligiendo el más hábil y el de mayores méritos entre los aspirantes, después de someter á éstos á un examen, cu ya acta se remitiría á la Junta Consultiva de Arquitectura para su informe, antes de recaer la resolución de la superioridad. En el caso de no haber aspirantes á la plaza vacante en una provincia, se extendería la convocatoria á las limítrofes, teniendo por objeto este procedimiento el poder disponer de aparejadores prácticos en los usos del país y conocedores de las condiciones especiales del mismo, en lo que se refiere á la construcción, por cuyo motivo convendría que no fueran trasladados los aparejadores de una á otra provincia, y únicamente en casos extraordinarios y con carácter provisional, podría acordarse por la Superioridad el pase de un aparejador á otra jefa tura distinta de aquella en que sirviera, y á la que debiera regresar en cuanto cesara la causa de su salida. Este, como otros de los extremos que ligeramente quedan apuntados, habrían de consignarse de una manera explícita y taxativa en los Reglamentos del cuerpo y del servicio; pero ha parecido conveniente hacer aquí una indicación para que se comprenda cómo es factible el proyecto de la formación del Cuerpo nacional de Arquitectos y que se han tenido en cuenta algunas, si no todas, de las dificultades que á su planteamiento habrían de ofrecerse, proponiendo al paso solución á las mismas. No es la menor de ellas la cuestión económica, muralla formidable con que suele tropezarse en proyectos como el actual, ya por la escasez de recursos en el Erario público, ya porque, fundándose en ella y exagerándola, se oponen á veces los gobiernos á todo aumento en los presupuestos, cuando no tienen un interés marcado por planes que vienen acariciando durante largo tiempo, ó cuando les falta la convicción hija del estudio del asunto para llevar adelante una reforma que, si exige sacrificios, reporta en cambio ventajas indudables y tangibles. A hora bien; no creyendo que la cuestión de cifras sea un obstáculo insuperable en todos los caso~, si puede contarse con el au-


' xilio de las dos potencias llamadas entendimiento y voluntad, se propone en el presente proyecto una solución, entre varias que el problema pudiera tener, para salvar la dificultad, y no deberá extrañar que una vez más se acuda á la comparación con el Cuerpo de Ingenieros de caminos, canales y puertos, medio el más práctico para demostrar que lo que se pretende no es una utopia ni un sueño fantástico, sino un pensamiento perfectamente realizable. Según se ha visto al hablar de la plantilla, los haberes y sueldos consignados en ella importan la suma de 585 ,ooo pesetas, que, agregadas á lo que representan los gastos del personal subalterno para el servicio general y los del material, todos los cuales hacen una suma de 750,000 pesetas, vienen á formar en total 1.335,ooo pesetas. Si hay algún espíritu meticuloso que se asuste de esta cifra, consu!Le al presupuesto del Ministerio de Fomento y verá en su capítulo 20 « Personal,» artículo 1.º, que solamente los sueldos consignados á los ingenieros de caminos importan la cantidad de 1.196,000 pesetas; es decir, tanto casi como la que aquí se propone para la totalidad del servicio de Arquitectura; siga observando el capítulo 20, artículos 1.º, 2. 0 , 3. 0 y+º, y el capítulo 21 «Material,» artículos 1. • y 2. 0 , y verá que agregando á aquella primera cifra las correspondientes á los sueldos de los ayudantes y sobrestantes de Obras públicas, las del personal de delineantes, escribientes y ordenanzas, y por último, la de material, alcanzan todo ello (sin con• tar partidas como la de 100,000 pesetas del capítulo 22, artículo 1.•, para personal extraordinario) la suma de 4-608,750 pesetas, que excede, como se ve, á la propuesta en 3.273,750. Dése por supuesto que el servicio de Obras públicas ó de caminos, canales y puertos, sea más importante que el de Arquitectura, de carácter más urgente y de exigencias más constantes también, lo que no es poco conceder, ¿podrá asegurarse por alguna persona medianamente ilustrada que existe entre dicho servicio y el de Arquitectura la desproporción que acusan las anteriores cifras? Pues véase cómo no es una dificultad insuperable ni un mito la realización de lo que se propone al lado de lo que existe. Pero hay más todavía; la cantidad de 1.335,ooo pesetas que se ha propuesto para plantear el servicio de Arquitectura, no es en su totalidad una suma con que se pretende gravar los presupuestos generales, que algo, si bien muy poco, es lo que gasta en Arquitectura el Estado actualmente. El Ministerio de Fomento tiene con-


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signadas en su presupuesto, capitulo r 7, artículo r.°, para el servicio de «Construcciones civiles,» en concepto de honorarios de arquitectos y de dietas á los inspectores, secretarios de las Juntas de Obras, sueldos y gratificaciones del personal auxiliar dependiente de las mismas y de los arquitectos encargados de la formación de proyectos, etc., las cantidades de 79,250 y de 100,7So pesetas, que podrían pasar íntegras á la suma destinada para establecer el nuevo servicio, puesto que la Junta de Obras, con sus secretarios, resultarían inútiles y habrían de ser suprimidas. Además, el mismo Ministerio al que pertenece la Dirección de Instrucción pública atiende al sostenimiento de la Escuela superior de Arquitectura, cuyo profesorado cuesta, en concepto de sueldos únicamente, la cantidad de 46,Soo pesetas, que también pasaría á la masa común, porque los profesores habrían de ser necesariamente individuos del Cuerpo en activo servicio destinados á la Escuela y no á las provincias. Así, pues, sumadas las tres últimas cifras que se han citado, pertenecientes al presupuesto actual del Ministerio de Fomento, forman la de 226,Soo pesetas, y rebajada de la 1.335,ooo, necesaria para plantear el servicio que se propone, queda ésta reducida á 1. 108,000 pesetas, que bien pudiera no gravar por completo sobre el presupuesto de dicho Ministerio; pues pagando los de Gracia y Justicia, Hacienda, Gobernación y Estado los correspondientes honorarios á los arquitectos que actualmente tienen á su servicio, no habían de eximirse de tal obligación por la creación del Cuerpo, y bien pudieran contribuir á su sostenimiento á cambio de los servicios que éste les prestara, señalando en este concepto 200,000 pesetas, repartidas, ya por igual, ya en proporción á las respectivas necesidades de dichos Ministerios, cuya cantidad no excederá mucho de la que en el día invierten aquellos Centros en honorarios, y rebajada de 1. 108,000, se obtiene la diferencia de 908,Soo pesetas con que el Ministerio de Fomento, ó lo que es lo mismo, el Estado, gravaría su presupuesto, á cambio de un servicio cuya necesidad y conveniencia no es necesario encarecer. Téngase en cuenta, finalmente, que si á la creación del Cuerpo de Arquitectos acompañaran ó siguieran otras reformas que la justicia reclama, algunas de éstas habían de llevar consigo disminución en la cifra anterior. El día en que se dé á los arquitectos lo que á los arquitectos co•


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rres?onde y se comprenda su misión importantísima, civilizadora

y necesaria para extender la cultura y la instrucción de la clase obrera, no se verá el triste espectáculo de que en las Escuelas de Artes y Oficios, y lo que es más extraño, en la Central establecida en Madrid, apenas tienen representación los arquitectos en el profesorado, siendo así que legítimamente les corresponde una tercera parte de él por lo menos. ¡Tan mísera es la idea que, en general, se tiene respecto de la profosión, como si el título de arquitecto nada significara y se obtuviera por padrinazgos é influencias de caciques de aldea! Existen en la Escuela Central de Artes y Oficios veintiocho profesores con 3,ooo pesetas de sueldo cada uno, y tres ayudantes con el de t,Soo; no es mucho pedir que nueve de los primeros pertenecieran á la clase de arquitectos, con lo cual, y como éstos tienen consignados sus sueldos en la plantilla del Cuerpo, se produciría una economía de 27,000 pesetas, ó lo que es lo mismo, esta cantidad menos sería necesario emplear para atender á la organización del servicio de Arquitectura. Esta idea viene á probar cuánto y con qué facilidades puede hacerse para realizar el pensamiento con pequeño coste, en proporción á los beneficiosos resultados que habrían de obtenerse. Los arquitectos, que constituyen la más antigua de las profesiones técnicas ó facultativas en el ramo de la construcción, han quedado rezagados y pospuestos á las otras similares, nacidas algunas al calor de aquélla, y son los últimos en alcanzar lo que éstas más modernas y no con mejores títulos han obtenido. Hora es ya de sacudir el enervamiento en que yacen y de dar muestras de su pujanza y valer; hora es ya de mostrarse á la altura de su misión y de su nombre, haciendo comprender al vulgo de las gentes, entre las que se hallan personas que parecen ilustradas, que no hay razón alguna para que el arquitecto se vea postergado al_ingeniero de cualquier ramo que sea, á cuyo nivel debe ser colocado, funcionando el uno con entera independencia del otro; pero con las mismas consideraciones por parte del Estado y de toda otra entidad. Levántese la clase de arquitectos del fondo á que la desgracia y la apatía la han conducido, y sacudiendo el letargo que parece embargarla, trabaje para conseguir la creación del Cuerpo Nacional,


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cuya necesidad para el Estado es evidente y su realización posible y hasta fácil. Adopte por divisa, de ahora en adelante, el lema de «todo por el Cuerpo y para el Cuerpo,» y bien pronto se verá cómo los particulares, cómo las Diputaciones provinciales y los Ayuntamientos, que tales vejaciones imponen en el día á los arquitectos, aprenden á considerarles, dándoles lo que de suyo les pertenece. Si para conseguir tan hermoso resultado se necesita sacrificar la conveniencia material, pero momentánea, de algunos individuos de la clase, den éstos pruebas de abnegación y compañerismo, y no contribuyan á sostener el triste pugilato que tantas veces ha hecho abortar los mejores propósitos para la unión y conveniencia de todos. Demasiados enemigos y émulos de su valía tienen ya los arquitectos, para que pueda disculparse la imprudencia, que sería verdaderamente temeraria, de ayudará aquéllos en sus propósitos, contribuyendo á la ruina de sus mismos hermanos. Compañeros adictos y no fratricidas hacen falta para llegar al resultado apetecido; que los más poderosos por su posición, influencia ó dotes personales ayuden á los menos afortunados, y con la constancia y el esfuerzo de todos, se obtendrá, venciendo obstáculos, la realización de un pensamiento que ha de ser como el génesis de la rehabilitación de los arquitectos españoles en el concepto público del país. Madrid 15 de Junio de 1888.

5.¡


PROYECTO DB

REGLAMENTO ORG..Í.NlCO DEL CUERPO DE ARQUITECTOS

TíTULO PRIMERO

Organi{ación del Cuerpo (r) CAPÍTULO PRIMERO

Objeto y Atribuciones del Cuerpo de Arquitectos

ARTÍCULO r .º Corresponde al Cuerpo de Arquitectos del Estado, bajo la dependencia de los Ministerios de Gobernación, Gracia y Justicia, Hacienda, Estado é inmediata de Fomento, y de las autoridades respectivas del orden administrativo, el estudio, dirección y vigilancia: De los edificios públicos que se costeen con fondos generales, provinciales y municipales, ya sean de carácter religioso, sanitario, penitenciario ó correccional, de enseñanza, de recreo y de todos los que aprueben ó autoricen el Gobierno y jefes ó corporaciones administrativas á quienes competa hacerlo con arreglo á las leyes, para satisfacer objetos de necesidad ó conveniencia común. Corresponde igualmente al mismo Cuerpo todo lo concerniente al régimen general, policía y conservación de los expresados edificios, sin menoscabo de 13:s atribuciones que, para el debido cumplimiento de las leyes y reglamentos relativos á ellos, competan á las autoridades superiores y !~cales respectivas. ART. 2.º El servicio encomendado al Cuerpo de Arquitectos, comprenderá: (r) E~te Reglamento es, con algunas modificaciones, el mismo que rige actualmente para el Cuerpo de Ingenieros de caminos, canales y puertos, aprobado por R. D. de 28 de Octubre de 1863.


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1. º El régimen especial, policía y conservación de las obras terminadas. 2.º El estudio, dirección y vigilancia de las nuevas construcciones. 3. 0 La restauración de los monumentos artísticos é históricos. 4.º La investigación de los restos de los monumentos de la antigüedad y las excavaciones consiguientes. 5. 0 El auxilio á las autoridades en los casos que éstas lo reclamen, y muy especialmente á las del orden judicial, en cuyo concepto los arquitectos del Estado son de hecho peritos oficiales ó

Arquitectos forenses. 6. 0

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Los demás servicios y comisiones que el Gobierno deter-

mine. ART. 3. 0 El Cuerpo de Arquitectos se hallará bajo la inmediata dependencia del ministro de Fomento, en lo tocante á su organización, disciplina y gobierno particular y personal. El ministro de este departamento y los de Gobernación, Gracia y Justicia, Hacienda y Estado serán los jefes superiores del Cuerpo, y segundos jefes los directores de Obras públicas, de Instrucción pública, de Beneficencia y Sanidad, de Establecimientos penales y los demás que en los Ministerios citados tengan relación con el servicio encomendado al Cuerpo . ART. -1-·º Las relaciones que hayan de tener los arquitectos, en cuanto al objeto de su instituto, con sus jefes, con las autoridad~s del orden administrativo y entre sí, y la dependencia en que deban estar respecto de ellos, serán las que determinen las leyes y esta• blezca este Reglamento y los especiales del servicio general de Arquitectura.

CAPÍTULO

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Clases, entrada en el C11e1·po y nombramiento de los Arquitectos

ART. 5. 0

El Cuerpo de Arquitectos del Estado constará de las

clases siguientes: Arquitectos Inspectores. Arquitectos Jefes de primera clase. Arquitectos Jefes de segunda clase.


' Arquitectos primeros. Arquitectos segundos. El número de individuos que hayan de componer cada una de estas clases, se fijará por el Gobierno en disposiciones generales en vista de las necesidades del servicio. ART. 6. 0 El ingreso en el Cuerpo será siempre, una vez constituido, por las plazas vacantes en la última clase, señalándose en disposiciones especiales las condiciones que deberá tener el título de arquitecto para dar opción á su poseedor al ingreso en el Cuerpo de Arquitectos del Estado, y el orden en que han de ser llamados al servicio del mismo los que soliciten el ingreso y reunan los requisitos que para ello se exijan. Se atenderá siempre que sea posible á las clasificaciones de los alumnos formuladas por las Juntas de Profesores de las Escuelas. ART. 7.º A todos los Arquitectos del Estado se les expedirá Real despacho, lo mismo al tiempo del ingreso en el Cuerpo que al obtener los ascensos, extendiéndose dichos documentos en el papel y forma que establezcan las leyes y reglamentos generales vigentes en la materia. ART. 8. 0 Se conferirán invariablemente los ascensos en el Cuerpo por rigurosa antigüedad, según el orden y grados que establece el art. S.º; pero será condición imprescindible para ascender haber servido dos años al Estado en una clase y que exista vacante en la inmediata superior.

CAPÍTULO

111

Distribución general de los A 1·q11itectos

ART. 9.º Los Arquitectos Inspectores residirán de ordinario en Madrid, siendo vocales del Cuerpo Consultivo de Arquitectura, al que deberá oirse para la administración y servicio general de la misma. Girarán además las visitas de inspección que exija el servicio encomendado á los arquitectos por el art. 1.º de este Reglamento; pero no podrán hallarse en visita á la vez más de la mitad de ellos, con objeto de que no se interrumpan las funciones consultivas. ART. 1 o. Un Arquitecto ó jefe de primera clase, designado por

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Real orden, será el encargado responsable en cada provincia ó demarcación del servicio de Arquitectura. Igualmente se encomendará á un Arquitecto jefe la dirección del estudio ó de la ejecución de toda obra que por su excepcional importancia sea conveniente organizar con independencia del servicio á que corresponda. Un Arquitecto jefe podrá ser destinado á las órdenes de otro de la misma clase, pero de mayor antigüedad. ART. 11. Los Arquitectos primeros y segundos serán destinados á cualquiera de los ramos del servicio bajo las inmediatas órdenes de los jefes respectivos. Además, se encargarán de las comisiones que el Gobierno considere oportuno confiarles en la Península ó en el extranjero, con tal de que sean relativas al instituto del Cuerpo. ART. 12. El cargo de profesor de las escuelas de arquitectura y el de profesor de las escuelas de artes y oficios, se consideran como de servicio activo, pudiendo ser designados para ello los arquitectos de cualquiera graduación. Los que se nombren de nuevo, después de la publicación de este Reglamento, deberán haber cumplido seis años en el servicio general de provincias ó tres solamente en el caso de alcanzar el ingreso en el profesorado mediante oposición. ART. 1 3. Para el servicio en provincias se fijará una clasificación de ellas, en cuanto á las condiciones de residencia y ventajas materiales para la vida, siendo obligatorio empezar por las inferiores, lo mismo en el cargo de arquitecto subalterno que en el de jefe, y permanecer un año por lo menos en provincias de una clase y con una misma categoría para poder pasar con ella á otra provincia de clase superior, ámenos que la Superioridad, en razón el buen servicio, acuerde lo contrario. A fin de facilitar el cumplimiento de este precepto se concede á los arquitectos el derecho de permuta para destinos de la misma clase, y no se impone condición alguna de incompatibilidad porrazón de naturaleza ó parentesco del arquitecto en diferentes provincias, á no ser para asuntos en que intervengan los Tribunales de justicia. ART. q. Para el servicio de Arquitectura en las posesiones españolas ultramarinas, serán nombrados los individuos que lo soliciten, existiendo vacantes. Un reglamento especial fijará el número y clase de los que deban


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prestar dicho servicio, las ventajas que hayan de disfrutar y el tiempo de su permanencia en Ultramar. ART. 15. A las órdenes inmediatas de los arquitectos encargados de los diferentes servicios confiados al Cuerpo, habrá un cieno número de empleados subalternos, cuyas clases, distribución, obligaciones y disciplina serán las que se determinen en el reglamento del servicio general.

CAPÍTULO

IV

Situaciones diversas en que podrán hallarse los Arquitectos

ART. 16. Los Arquitectos del Estado podrán encontrarse en una de las situaciones siguientes: 1 .ª En servicio activo. 2.• En situación de supernumerarios. 3. ª Suspensos de funciones por el tiempo que fije el Gobierno. ART. 17. En servicio activo se hallarán los arquitectos que desempeñen el propio del instituto del cuerpo, los cuales gozarán de todos los derechos que las leyes generales concedan á los demás empleados públicos y los que expresa este reglamento. ART. 18. Se considerarán en situación de supernumerarios: 0 1• A los arquitectos que se retiren temporalmente del servicio del Estado para pasar al de corporaciones, empresas ó particulares. 2. º A los que dejen el servicio activo por causa de enfermedad, dándose de baja temporalmente en aquél. 3. 0 A los que pasen á Ultramar, los cuales han de ser dados de baja en el servicio de la Península. ART. 19. Para colocarse en la situación de supernumerarios por cualquiera de los dos primeros conceptos expresados, solicitarán los arquitectos la correspondiente autorización del Ministerio de Fomento, desde el punto de su residencia oficial, acompañando al efecto, cuando tenga lugar, la petición de la corporación, empresa ó particular á cuyo servicio hayan de pasar, siéndoles concedida por el Gobierno, excepto en el caso de existir razones que justifiquen su negativa, la cual deberá fundarse en alguna circunstancia especial del destino, comisión ó trabajo que se les haya encomendado, oyendo previamente á la Junta Consultiva de Arquitectura en pleno.


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La permanencia en la situación de supernumerario por cualquiera de los dos primeros conceptos expresados, será obligatoria por un año. Transcurrido este plazo, podrán los interesados solicitar la vuelta al servicio activo, que se les concederá, reingresando en él en cuanto ocurra una vacante de la clase á que pertenezcan; se regulará por las fechas de las solicitudes, y en igualdad de esta circunstancia, por la antigüedad en la escala. Al pasar un arquitecto á la situación de supernumerario, producirá una vacante, que será cubierta inmediatamente, y continuará figurando en el escalafón del cuerpo, sin número, pero en el lugar que le corresponda por su antigüedad. Seguirá el movimiento general de la escala, ascendiendo dentro de su clase hasta ocupar el primer lugar de la misma; pero no podrá pasará la inmediata superior sin haber servido al Estado, á las Diputaciones provinciales ó á los Ayuntamientos, dentro de aquella á que pertenezca, un período de dos años para los Arquitectos jefes y de tres para los subalternos. Será potestativo en el Gobierno llamar al servicio del Estado, cuando las necesidades del mismo lo exijan, á los arquitectos que hubiesen obtenido autorización para salir de aquél y pasar á la situación de supernumerarios. En el caso de que algún arquitecto no acudiera al llamamiento, se entenderá que renuncia al destino y se le dará de baja definitivamente en el Cuerpo, con pérdida de todos sus derechos. ART. 20. La suspensión de funciones por el tiempo que el Gobierno designe, constituirá una corrección disciplinaria del orden administrativo, y durante ella, el arquitecto á quien se aplique no podrá desempeñar servicio alguno ni cobrar sueldo ni emolumentos del Estado. ART. 2 1. Los arquitectos dejarán de pertenecer al Cuerpo: Por renuncia. 1 .º 2.º Por jubilación. 3. 0 Por baja definitiva. 4. 0 Por expulsión. ART. 22. La renuncia del empleo de arquitecto se participará por los interesados á la superioridad, continuando en el desempeño del cargo que se le haya conferido hasta recibir oficialmente la admisión de la renuncia. De no hacerlo así, quedarán sujetos á las prescripciones de los arts. 262 y 387 del Código penal, según corr~sponda.


Los destinos ó cargos conferidos por el Gobierno no son renunciables, so pena de llevar consigo la pérdida del empleo con todas sus consecuencias. AnT. 23. La jubilación de los arquitectos se verificará con arreglo á las disposiciones vigentes ó á las que en lo sucesivo se esta• blecieren para todos los empleados del Estado. AnT. 24. La baja definitiva y la expulsión del Cuerpo se llevarán á efecto en los casos y forma que se prescriben al final de este Reglamento.

CAPÍTULO

V

Honores, consideraciones)' derechos

ART. 25. Los Arquitectos inspectores gozarán de los honores y consideraciones de jefes superiores de administración, con tratamiento de ilustrísima, y los Arquitectos jefes de primera y segunda clase los de jefes de administración con tratamiento de señoría. ART. 26 En las solemnidades y actos públicos á que deban concurrir los Arquitectos del Estado, será obligatorio el uso de uniforme, cuyas condiciones se fijarán por medio de disposiciones especiales; estableciéndose, por medio de los correspondientes distintivos, las diferentes categorías que componen el Cuerpo. ART. 27. También serán señalados en disposiciones de carácter general los sueldos que hayan de disfrutar los arquitectos, con sujeción al límite de los créditos legislativos votados en las leyes de pres u puestos. ART. 28. Los arquitectos de todas las clases tendrán derecho á percibir, conforme á los reglamentos é instrucciones generales del servicio, las indemnizaciones que devenguen por causa del movimiento que exija el desempeño de sus funciones. Los gastos de escritorio, delineación y demás trabajos de gabinete, se satisfarán por separado también con las cantidades consignadas al efecto en los presupuestos. AnT. 29. Son extensivos á los Arquitectos del Estado los abonos y derechos pasivos que establezcan las leyes generales de presupuestos ó las especiales de clases pasivas para todos los empleados púb]icos.


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ART. 3o. Las distinciones que hayan de otorgarse á los arquitectos por méritos sobresalientes, por conocimientos demostrados en publicaciones importantes ó invenciones, por la dirección de obras de excepcional dificultad y por comisiones de gran trascendencia y consideración, se concederán siempre á propuesta de los Ministerios de Gobernación, Hacienda, Gracia y Justicia y Fomento, siempre por conducto de este último, oído el parecer de la Junta Consultiva de Arquitectura acerca del mérito contraído. ART. 3 1. Los arquitectos no podrán ser separados del Cuerpo ni privados de los derechos adquiridos, sino por las causas y en el modo y forma que estahlecen las disposiciones correccionales de este Reglamento .

CAPÍTULO

Junta

VI

Co11s11/ti11a

ART. 32. El Cuerpo consultivo mencionado en el artículo 9.º de este Reglamento, se denominará Junta Conszt!til'a de Arquitectura, y se compondrá de los Arquitectos inspectores como vocales natos, bajo la presidencia del Arquitecto inspector que designe el Gobierno, el cual podrá disponer, cuando lo estime conveniente, que concurran á la Junta uno ó dos Arquitectos jefes de primera clase con voz y voto ( 1 \ . La Secretaría de la Junta será desempeñada por un Arquitecto jefe. Afectos al servicio de la Junta, podrá haber uno ó dos Arquitectos subalternos. Corresponde al ministro de Fomento, ó en su defecto al director de Instrucción Pública ó al de Obras públicas, cuando asistan, la presidencia de la Junta Consultiva de Arquitectura. En el caso de ausencia ó enfermedad del Arquitecto inspector, presidente de la Corporación, será sustituído por el más antiguo. ART. 33. Al examen de la Junta se someterán: r .º Los Reglamentos generales del servicio de Arquitectura. Todos los proyectos de obras referentes al mismo y que 2. º (,) Puede nombrarse también el presidente de la Junta y el vicepresidente por elección de los mismos inspectores.


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deban sujetarse á la aprobación de los Ministerios de Fomento, Gobernación, Hacienda ó Gracia y Justicia, ya sean costeadas por el Estado, las provincias ó los pueblos, ya se atienda á ellas con fondos de compañías, empresas ó particulares. 3. 0 Los expedientes gue se instruyan con motivo de las faltas cometidas en el servicio por los arquitectos y empleados gue los auxilien en sus trabajos, siempre que no se refieran á acciones penadas por las leyes, en cu yo caso se procederá con arreglo á ellas y según lo establecido para los demás empleados de la Adminis• tración. Podrá ser oída la Junta, asimismo, en todos los asuntos relativos á obras públicas de Arquitectura en que los ministros de Fomento, Gobernación y Gracia y Justicia estimen conveniente su parecer. De la competencia de la Junta consultiva son las cuestiones relacionadas con el arte arquitectónico, con independencia, pero sin exclusión de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en su sección de Arquitectura. ART. 34. Un reglamento interior, aprobado por el Gobierno determinará lo conveniente al orden de las sesiones y trabajos de la Junta consultiva, á su divis;ón en secciones y á cuanto corresponda á su organización.

TÍTULO

II

Servicio y funciones de los Arquitectos

CAPÍTULO PRIMERO

A1·quitectos

i11specto,-es

ART. 35. Corresponde á los Arquitectos inspectores, además del cargo de vocales de la Junta consultiva, girar las visitas para gue sean nombrados por el Ministerio de Fomento, por sí ó á propuesta de los de la Gobernación, Gracia y Justicia, Hacienda ó Estado,


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así como de los directores respectivos, á fin de inspeccionar la obra ó servicio que se les designe en los casos que por su importancia lo requieran. Al verificar dichas visitas cuidarán de examinar el estado de los servicios comprendidos en las provincias que se les asignen, procediendo á la recepción de las obras terminadas y que deban admitirse con sujeción á los pliegos de condiciones generales y particulares y á las instrucciones que rijan sobre el particular. Examinarán también los estudios de proyectos, la ejecución y estado de las obras nuevas, todo lo referente al régimen y conservación de los edificios de uso público, la contabilidad de las obras y el estado de las oficinas, informando además acerca de la conducta de los arquitectos y empleados subalternos. AnT. 36. Del resultado de sus observaciones darán cuenta detallada los inspectores al ministro de Fomento, haciéndolo éste á su vez á los demás, cuando proceda, y propondrán las disposiciones que juzguen conveniente adoptar con carácter de urgencia. Al terminar cada visita, presentarán una Memoria manifestando el juicio que hayan formado en ella é indicando las obras, modificaciones ó mejoras que convenga efectuar. AnT. 37. No recayendo resolución inmediata, podrán adoptar los Arquitectos inspectores las disposiciones ó medidas que exijan las circunstancias, previo conocimiento al gobernador de la provincia respectiva y dando cuenta detallada al ministro de Fomento. Cuando la importancia de una obra ó de una comiART. 38. sión especial aconsejen confiarla á un jefe de alta graduación, el Gobierno podrá nombrará los Arquitectos inspectores para que se encarguen de ella.

CAPÍTULO l[

De los Arq11i/ec/os Jefes de primera)' segunda clase

ART. 39. El Arquitecto jefe encargado del servicio de una provincia ó demarcación determinada con arreglo á lo establecido en el art. 1o de este Reglamento, residirá precisamente en la capital de dicha provincia ó en la que el Gobierno señale entre las que comprende la demarcación.


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Dicho jefe será el principal encargado y responsable del servicio de la provincia; pero se hallará sometido á las superiores órdenes é instrucciones del Ministerio de Fomento, á la inmediata autoridad del gobernador, como jefe superior de la Administración en las provincias, y á la vigilancia del inspector que se designe. ART. 40. Del Arquitecto jefe dependerán inmediatamente los demás, así co·mo todos los empleados subalternos, permanentes ó temporeros, afectos al servicio de la provincia. Corresponde al Arquitecto jefe fijar la residencia del personal subalterno, dando parte á la superioridad y al gobernador de la provincia respectiva, y proponer á aquélla el personal subalterno de aparejadores y delineantes, así como el temporero administrativo -que puedan exigir las atenciones transitorias del servicio. ART. 41. Los Arquitectos jefes se comunicarán directamente con la superioridad acerca de todo lo concerniente al servicio de su cargo; con el gobernador de la provincia, sobre las disposiciones que dicten en uso de sus atribuciones, relativas á las obras existentes ó que hayan de ejecutarse en la provincia y en todos los casos prevenidos en los reglamentos é instrucciones vigentes; con el inspector respectivo, en los casos que expresen los reglamentos del ramo; con los demás arquitectos, cuando lo exija el servicio; con los ingenieros de caminos, canales y puertos en los asuntos que se relacionen con el servicio de Arquitectura, y con las autoridades locales, cuando sea necesario, previo conocimiento algobernador de la provincia. ART. 42. Los Arquitectos jefes son directamente responsables del cumplimiento de las órdenes emanadas del Ministerio de Fomento ó de los demás de que dependen, transmitidas por aquél con arreglo á lo dispuesto en los reglamentos especiales del servicio. A ellos compete: distribuir los trabajos entre los arquitectos y empleados subalternos que se hallen á sus órdenes; informar sobre los proyectos de que no sean autores y sobre los asuntos que la Superioridad y el gobernador les encarguen; practicar las visitas á las obras, dictando ó proponiendo, según los casos, las medidas que sean necesarias; estudiar, proyectar y dirigir por sí mismo las construcciones importantes en los de impedimento, falta ó insuficiencia de los arquitectos; recibir las obras nuevas terminadas, cuando así lo disponga la Superioridad; dar conocimiento á los

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gobernadores de los abusos ó faltas que cometan sus subalternos, las autoridades locales ó los particulares, y proponer cuantas mejoras estimen convenientes en la organización y desarrollo de las obras. Además serán jefes de la oficina, del archivo y de cuantas dependencias se hallen anejas al servicio de que estén encargados.

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De los Arquitectos subalternos

ART. 43. Los Arquitectos subalternos, sean de la clase de pri• meros ó de la de segundos, fijarán su residencia en los puntos que designe el jefe, dando cuenta al Ministerio y según la conveniencia del servicio. ART. 44. Los Arquitectos subalternos se comunicarán para el desempeño de su cargo: con el Arquitecto jefe; con el Gobernador y el Ministerio de Fomento, en casos urgentes, y dando aviso inmediatamente al Arquitecto jefe; con las autoridades locales, cuando sea absolutamente necesario y para solicitar su auxilio, y, por úitimo, con el personal á sus órdenes. ART. 45. Compete á los Arquitectos subalternos el estudio y redacción de los proyectos de las obras; el replanteo y dirección de las mismas; su medición y la expedición de las certificaciones y demás documentos facultativos que deban pasará su jefe inmediato; la comprobación de los asientos de cuenta y razón que deban hacerse diariamente en las relaciones de cada obra; el reconocimiento, inspección y vigilancia de los edificios encomendados á su cuidado y de todas cuantas obras se hallen á su cargo; el cum plimiento de todas las órdenes recibidas de su jefe inmediato, y proponer á éste cuanto estimen conveniente y encaminado al mejor servicio.

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CAPÍTULO

IV

De los Arquitectos en general

ART. 46. Una vez destinados los arquitectos, se presentarán en el punto en que deban asistir en el plazo más breve posible, que no excederá de un mes, contado desde la fecha de la orden de destino. No podrán ausentarse de su residencia sin solicitar y obtener real licencia, ya sea por causa de enfermedad, ya para asuntos particulares. ART. 47. Las solicitudes y reclamaciones personales de los arquitectos á la Superioridad se han de remitir por conducto de sus jefes respectivos, y las de los Arquitectos jefes encargados del servicio de provincias por conducto de los gobernadores. Si después de transcurrido un mes no se hubiera dado curso á las instancias, podrán acudir los interesados directamente al Ministerio de Fomento. ART. 48. Los arquitectos no ordenarán ni emprenderán el estudio ni la ejecución de obra alguna sino en virtud de orden expresa del Ministro de Fomento, tramitada por el jefe respectivo, cuando se trate de las costeadas con los fondos del Estado y de servicio general del mismo, ó de la autoridad competente en los demás casos. Las obras se ejecutarán con estricta sujeción á los proyectos aprobados, sin introducir otras modificaciones que las autorizadas por la Superioridad. ART. 49. Sin orden expresa del Ministerio citado ó de los gobernadores de provincias, no podrán facilitar los arquitectos, ni confidencial ni oficialmente, á persona alguna ó corporación los documentos relativos á los servicios de que se hallen encargados. ART. So. Los Arquitectos del Estado estarán incapacitados, mientras se hallen al servicio del mismo y conserven el carácter de empleados públicos, para ser concesionarios de empresas de obras relacionadas con el servicio de Arquitectura, y para tener participación en contratas de ejecución de las mismas, aunque sean provinciales ó municipales.


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Los que contravinieren á este precepto y tengan alguna part1c1pación directa ó indirecta en esta clase de negocios, ó se concierten con los particulares que los realicen para defraudar al Estado, quedarán sometidos á las prescripciones del Código penal en sus artículos 34 y 412. Anr. 5 1. Los arquitectos al servicio del Estado no podrán encargarse de trabajos particulares ajenos á aquél, sino mediante autorización de la Superioridad, previo informe del jefe ó jefes respectivos y oída la Junta consultiva, siendo potestativo en el Gobierno conceder ó no dicha autorización, según la entidad de los trabajos particulares y las exigencias del servicio. Anr. 52. Se prohibe terminantemente á los Arquitectos del Estado ocupar á los empleados subalternos y á los operarios pagados por el mismo en atenciones extrañas al servicio público y á los del destino que desempeñen, así como también emplear el material de que dispongan, y que corresponda al Estado, las provincias ó los pueblos. ART. 53. Todas las faltas ó abusos qur;: en el cumplimiento de las leyes, ordenanzas y reglamentos del ramo observen los arquitectos, serán denunciados por los mismos á las autoridades respectivas y puestos en conocimiento del gobernador de la provincia por conducto del Arquitecto jefe. AnT. 54. De todo hallazgo que en la ejecución de las obras, y especialmente en la inmediación de los monumentos históricos ó artísticos, hicieren los arquitectos, darán cuenta inmediatamente á la Superioridad, suspendiendo las excavaciones que se hubieran practicado, hasta nueva orden, tomando las debidas precauciones para la conservación de todo aquello que pueda ofrecer algún interés artístico, científico ó histórico, reclamando el auxilio de las autoridades, si necesario fuese, y recogiendo con el mayor cuidado los objetos y restos que se hubieran encontrado, y que serán remitidos al Gobernador debidamente clasificados y con nota ó relación de todos ellos. Anr. SS. Siempre que las autoridades de orden judicial recia• men la cooperación de los arquitectos directamente ó por conducto de los gobernadores de provincia, la prestarán aquéllos, á cuyo fin se considera á dichos funcionarios como Arquitectos forenses, cargo que ejercerán sin retribución alguna extraordinaria, como anejo al cargo de Arquitecto del Estado que desempeñan. Para

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prestar declaraciones periciales á instancia de partes interesadas, será necesario que éstas lo reclamen y que el gobernador lo autorice; pero en tal caso el servicio será considerado como el de cualquier otro perito particular, siendo de cuenta de las partes los honorarios que los arquitectos hayan de percibir. Cuando figuren en los procedimientos como testigos demandados ó reos, no resistirán el requerimiento de los jueces, sin perjuicio de que se garantice el desempeño de sus funciones por los medios establecidos para todos los empleados del orden administrativo, dependientes de la autoridad de los gobernadores. ART. 56. Antes de dejar sus destinos temporal ó definitivamente, los arquitectos harán entrega de ellos en debida forma á los que hayan de sucederles ó á los que interinamente sean designados para desempeñar los cargos en que hayan de cesar, inventariando cuantos documentos y enseres estuvieren en poder de aquéllos. Si por fallecimiento ó incapacidad repentina no pudiera cumplirse el precepto anterior, se encargará interinamente de su servicio el arquitecto más antiguo y de superior graduación entre los existentes en la provincia, haciéndose cargo de los documentos y enseres mediante inventario. El Gobierno cuidará, en los casos en que por ab inte$t.ito ú otra causa intervenga la autoridad competente, de que se entreguen, bajo inventario también, al funcionario que designe, los documentos y efectos que el Arquitecto jefe ó el que haga sus veces señale como pertenecientes al Estado, siempre que el juez respectivo no los califique de propiedad privada y sin perjuicio de sus providencias en la forma que corresponda. ART. 57. El orden de precedencia para los Arquitectos <lel Estado es el que determina el art. 5. 0 de este Reglamento, y con arreglo á él procederán en sus recíprocas relacioi:es oficiales para los asuntos del servicio. ART. 58. Los diferentes servicios de las provincias y los demás que puedan establecerse, serán independientes entre sí, no pudiendo ingerirse los jefes ni los subalternos de uno de ellos en lo que concierna á otro. Pero cuando por falta de personal ó por .otras _causas sea necesario, podrá encargarse un arquitecto, sea jefe ó subalterno, de desempeñar uno ó más servicios simultáneamente, si lo acuerda la Superiorida<l.

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ART. 59. Los arquitectos de todas clases están obligados á guardar respeto y deferencia á las autoridades públicas, especialmente al gobernador de la provincia, cuyas órdenes obedecerán siempre; pudiendo los jefes manifestar á aquél de palabra ó por escrito las observaciones que estimen oportunas en bien del servicio; pero si á pesar de ellas, exigiera dicha autoridad que sus disposiciones se llevaran á efecto, las cumplimentarán sin dilación, dando cuenta á la Superioridad, por conducto del mismo gobernador ó directamente, si éste se negara á dar curso á la comunicación. A los Arquitectos subalternos corresponde dar cumplimiento inmediato á las órdenes del gobernador de la provincia, y conocimiento á la jefatura, para que ésta proceda á lo que corresponda. AnT. 60. Los Arquitectos jefes cuidarán de hacer la presentación al gobernador de los demás arquitectos que fueren destinados á sus órdenes. AnT. 6 r. Todo arquitecto, en servicio activo, que permanezca un día, aunque sea de paso, en el punto donde resida otro de mayor categoría ó mayor antigüedad, deberá presentarse á él y será correspondido de igual modo por el primero , siempre que se detenga más de un día en el mismo punto. Cuando los Arquitectos inspectores desempeñen visitas ú otras comisiones propias de su categoría, podrán prescindir de toda presentación que no sea á otros inspectores de igual ó mayor antigüedad.

TÍTULO

III

Disciplina interior del Cuerpo ART. 62. Las faltas de consideración, deferencia y respeto á los superiores del Cuerpo y á las autoridades ; las de descuido ú omisión, cuando no resulte trascendencia para el servicio, serán corregidas por los superiores jerárquicos con amonestación y apercibimiento para lo sucesivo. AnT. 63. La reincidencia en las faltas expresadas en el artículo anterior; la morosidad, la negligencia ó descuido en el servicio y

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en el cumplimiento de las órdenes recibidas de la Superioridad; el retraso en la presentación para servir un destino, excediendo de treinta días y no llegando á cuarenta y cinco, y los conatos de insubordinación, cuando no produzcan consecuencias graves, seco• rregirán con la privación de sueldo desde cinco á treinta días, dando cuenta al Ministerio de Fomento cuando la corrección sea impuesta por los Arquitectos jefes ó los inspectores, en vista y admitiéndose los descargos por escrito de los interesados. ART. 64. La desobediencia á las órdenes de los jefes, autoridades, ministro de Fomento ó los directores que á éste representen para los asuntos del servicio, cuando dicha desobediencia no constituya indicios de delito comprendido en el Código penal, y la insubordinación, de palabra ó por escrito, serán castigadas con la privación de sueldo desde uno á tres meses, impuesta de Real or• den, previa la formación de expediente, en que deberá ser oído el arquitecto que haya incurrido en aquellas faltas, y después de emitir su parecer la Junta consultiva de Arquitectura. ART. 65. La insubordinación, siguiéndose consecuencias graves; la misma falta en presencia de otras personas, y la reincidencia en las mencionadas en los artículos 61 y 62, se corregirán en la forma últimamente expresada, y además con la suspensión de empleo por tiempo variable de tres á seis meses, anotándose las co• rrecciones en las hojas de servicios respectivas. ART. 66. La desobediencia y desacato de hecho, de palabra ó por escrito á los jefes, gobernadores de provincia, Ministerio de Fomento ó cualquiera otras autoridades, constituyendo delito comprendido en el Código penal; el abandono de su cometido, como jefe ó como subalterno, y la falta de probidad que comprometa el servicio, los fondos públicos ó el honor del Cuerpo, se castigarán con la suspensión de funciones hasta que recaiga la sentencia de los tribunales ordinarios, á los que se remitirán las actuaciones, con la expulsión del Cuerpo, si ésta no fuese absolutoria. ART. 67. El expediente y actuaciones á que se refieren los artículos anteriores se llevarán á efecto cuando los hechos: no constituyan necesariamente delito y sea indispensable para su calificación legal el juicio facultativo. En los demás casos, los gobernadores ó los agentes de la autoridad procederán, según corresponda, con arreglo al Código y demás disposiciones vigentes en materia criminal y de procedimientos.


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ART. 68. El retraso injustificado por más de cuarenta y cinco días para la presentación en el punto de la residencia oficial de un arquitecto, después de la orden de destino ó de traslación ó después de terminado el plazo de una licencia, dará lugar á la baja delinitiva de aquél en el Cuerpo, con la pérdida de todos los derechos inherentes al mismo. En el caso de estar motivado el retraso por enfermedad justificada, el interesado será dado de baja tempo· ralmente en el servicio del Estado y declarado en la situación de supernumerario, con arreglo á lo prevenido en el artículo , 8 de este Reglamento.

Madrid r 5 de Junio de 1888.



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Co,wocatoria. . .

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. Reglamento del Congreso Circular.-Designación de ponentes. Conclusiones propuestas para los temas Id. o

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Relación de los arquitectos adheridos

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Sesión preparatoria .

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Discurso del Presidente (Sr. Artigas Memoria del Secretario Sr. Gallissál Ma~ifestac_iones de los Sres. Belmás, avascués y Pmgarron . . . . . . . . . . . Incidente suscitado por el Sr. García Faria . Manifestaciones de los Sres. Iranzo, Presidente y . . . . . . . Navascués. Elección de cargos. . . . . . . . . . . . Manifestaciones de los Sres. Luis y Tomás y Belmás Clausura de la sesión por el Sr. Presidente

Sesión primera inaugural .

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Discurso del Sr. Artigas. . . del Sr. Rius y Taulet Id. . . . Votos de gracias. . Memoria del Sr. Bassegoda D. Joaquín) Discurso del Sr. Cabello y Lapiedra. . del Sr. Doménech y Estapá Id. del Sr. Torras . . . Id. del Sr. Luis y Tomás Id.

45 45 48 5+ 56 62 65 67 69 71 72 73 75 75

91 9+ 98 109


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Discurso del Sr. Aguado. . . del Sr. Villar Lozano. Id. Rectificación del Sr. Doménech del Sr. Bassegoda Id. del Sr. Doménech . . . . . . . Id. Incidente suscitado por el Sr. Doménech y Estapá. Apéndice á la primera sesión.-Acta de la preparatoria.

Sesión segunda .

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Manifestación del Sr. Aguado. Discurso del Sr. Belmás. . . . . . del Sr. Serrallach (D. Leandro) Id. del Sr. García Faria. . . . Id. del Sr. Torres Argullol. Id. Alusión al Sr. Montserrat . . . Discurso del Sr. Torras . . . . . . . . . . Incidente suscitado por el Sr. Cabello y Lapiedra. Rectificación del Sr. Bel más . . . . del Sr. Torras . . Id. del Sr. Serrallach . Id. del Sr. Belmás . . . . . . Id. Voto de gracias á la Presidencia . . . . . Apéndice á la segunda sesión.-Acta de la primera . . Dictamen de la Comisión de conclusiones del tema primero. .

Sesión tercera .

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Manifestación del Sr. Luis y Tomás. Memoria del Sr. Torres Argullol. . . de D. Demetrio de los Ríos. ld. Discursodel Sr. Bassegoda (D. Joaquín ) del Sr. Rogent (D. Francisco). Id. del Sr. Belmás. . . . . . Id. del Sr. Serrallach (D. Leandro) Id. . del Sr. Pingarrón. Id. del Sr. Doménech y Estapá Id. del Sr. Pons. . . Id. Rectificación del Sr. Torres. . del Sr. Bassegoda . Id. . . . . . . Voto de gracias á la Presidencia Apéndice á la tercera sesión.-Acta de la segunda . . Dictamen de la Comisión de conclusiones del tema segundo. .

Sesión cuarta

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Incidente suscitado por el Sr. Falqués . Manifestación del Sr. Repullés . . . del Sr. Navascués. Id. Discurso del Sr. Fossas Pí . del Sr. Navascués. . . . Id. del Sr. Doménech y Estapá ld. delSr.Falqués Id.

113 116 121 122 , 24 125 1 27 131 1 32 133 145 152 1 55 158 158 165 1 66 171 173 174 175 177 180 183 , 83 T 86 195 229 237 242 256 266 269 272 275 276 277 279 281

285 285 287 288 289 3 11 3 15 319


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Discurso del Sr. Villar y Lozano. Id . del Sr. Borrell. . . Id. del Sr. García Faria . . Rectificación del Sr. Doménech . Id. del Sr. Fossas Pí . Id. del Sr. Navascués . Id. del Sr. García Faria Voto de gracias á la Presidencia . . . . Apéndice á la cuarta sesión .-Acta de la tercera

Sesión quinta

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. .

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Manifestación del Sr. Presidente. . . . . Memoria del Sr. Bassegoda (D. Buenaventura) Discurso del Sr. Vil a . . Id. del Sr. Buigas . . Id. del Sr. Martorell . . Id. del Sr. Repullés . Id. del Sr. Bclmás . . . . . . Id. del Sr. Bassegoda (D. Joaquín) Id. del Sr. Luis y Tomás . . . Id. del Sr. Presidente (Artigas). . . Votos de gracias . . . . . . . . . Apéndice á la quinta sesión.-Acta de la cuarta Dictamen de la Comisión de conclusiones del tercer tema . . . . . . . . . . Dictamen de la Comisión de conclusiones del cuarto tema.

320 326 329 332 33 3 336 33 8 33 8 340 345 346 346 365 366 370 373 3 78 381 385 390 394 39 5 397 399

Sesión de conclusiones . . . . . . . . . . . . . Apendice á la sesión de conclusiones .-Acta de la sesión

40 1

quinta . . . . . . . . . . . . . . . Dictamen de la Comisión de conclusiones del quinto tema.

405

Sesión de la Junta constituída de conformidad al art. 2 1 del Reglamento . . . . . . . . . . . . Apéndice.-Bases legislativas acerca la propiedad artística en Arquitectura, por D. Luis Cabello y Aso. Proyecto para la creación del Cuerpo de Arquitectos del Estado, por D. Arturo Navascués .

407 409 411 415









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