Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias Exactas

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DISCURSOS ~--(/s 3 LEIDOS ANTE

LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS,

FISICAS Y NATURALES EN LA RECEPCION PÚBLICA DEL

SEÑOR DON JOSÉ ECHEGARAY.

MADRID: lllPRENTA Y LIBRERÍA DE DON EUSEBIO A.GUADO,-PONTEJOS,

1866.

8.



DISCURSO DEL

SR. DON JOSÉ ECHEGARA Y.

~.



LA honra

que de esta muy respetable Academia he recibtdo, honra tan superio.r á mis méritos, si méritos hay en mí, que no como justa recompensa sino como bondadoso estímulo debo considerarla, me impone grandes deberes. No abrigo la esperanza de cumplirlos cual corresponde al nombre ilustre de esta corporacion, al saber de sus individuos y ·a.1 brillo de la ciencia moderna en nuestra patria, porque fueran en mí tales esperanzas locas ambici'ones; mas si con buen deseo, con celo infatigable pueden suplirse en algo dotes mas el.evadas, con uno y otro, que es cuanto de mi voluntad depende, procuraré mostrar mi profundo agradecimiento por este elevado título que sin merecer recibo, y que jamás esperé. De estos sagrados deberes hoy cumplo uno, y solo por cumplirlo voy á ocupar la atencion de la Academia: no la merece mi persona; pero la importancia del punto que he escogido, los árduos problemas


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que encierra y su inmensa trascendencia para el porvenir, le hacen digno de estudio y meditacion: que al fin es la ciencia, por mas abstracta que en sus concepciones á primera vista parezca, gérmen fecundo ,de progreso para pueblos, enérgico purificador del alma, luz que alumbra á la humana inteligencia con divinos resplandores. Voy á ocuparme de la historia de las Matemáticas puras en nuestra Espaua; y entiendo por Matemáticas puras la ciencia eminentemente racional, no la Física, ni la Astronomía, ni todas aquellas que, si bien acuden al análisis algebráico ó geométrico como á pod~roso auxiliar, son por su naturaleza, y por el carácter de los fenómenos que estudian, verdaderas ciencias de observacion. Mas aquí he menester de toda mi fuerza de voluntad para no pagar tribúto á sentimientos que, bien lo sé, son nobles y naturales en st,t origen, pero que deben, como todo lo humano, tener un límite, y es es~e límite la verdad severa de los hechos; para ahogar en mi el grito del amor pátrio, que á todo trance quisiera hoy hacerme de_cir alabanzas que la Historia con su elocuente voz me afirma que fueran inmereciclas; para no dejarme, en fin, arrastrar por la costumbre que en actos como este exije siempre glorias nacionales que referir con épica e~tonacion, no frias y severas lecciones que leer tristemente en el incorruptible libro de la historia. Espero, sin embargo, vencer estos_impulsos y sin mas norte que la verdad, no perdonando medio para hallarla, ni oscureciéndola nunca por mucho que mortifique mi orgullo nacional, voy, repito, á trazar á grandes rasgos la historia de las Matemáticas en nuestro pais. La ciencia como la luz,. y luz es en verdad del espíritu, aparece en los primeros tiempos históricos allá en Oriente, y girando magestuosa como astro disipador de tini¡blas, avanza hácia el Occidente sumido-por entonces en densas sombras. Dificil es decir con certidumbre lo que fueron en Egipto las Matemáticas puras, y tampoco para nuestro qbjeto importa mucho tal investigacion, por mas que bajo otro punto de vista yo reconozca su importancia; pero hay razones, _y razones poderosas, para creer que si ya existian en aquellos tiempos la Aritmética .Y la Geometría, mas que por derecho propio eran cultivadas como auxi-


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liares ·de la Astronomía, de la Topografía, de la Mecánica y de la Arquitectura. En el Egipto sin embargo recoje la Grecia, segun Aristóteles y Platon, los primeros rudimentos de la Aritmética y de la Geometría, si bien Estrabon, Porfirio y otros historiadores dividen entre egipcios y fenicios el altó honor de haber dado enseñanza á los primeros filósofos griegos. Sea una ú otra la opinion mas funda·da, ello es que la ciencia pura que en aquellos antiguos pueblos orientales apenas era gérmen confuso y débil, fecundado por el creador genio helénico, crece y se estiende, se eleva á magestuosa altura con Thales, Pitágoras, Platon .y mil otros filósofos, que en gracia á la brevedad no citaré. Tiende Alejandro su vencedora espada sobre el, para nosotros, remoto Oriente; acosa y atropella y vence pueblos y pueblos; amasa con la sangre de los que destruye Y, la espantada vida de los que quedan un colosal imperio; y cuando el conquistador muere, y la conquista se deshace, y el imperio se derrumba, aparece en Egipto el nuevo é ilustre reino de los Ptolomeos, en el que renace el espíritu matemático de la antigua Grecia; y tanto crece y se agiganta, y á tan sublime altura llega, que siglos y siglos pasarán, y todos los prodigios de la moderna Geometría, y todo el genio de Girard. de Simson, de Chasles, serán necesarios para comprender los maravillosos descubrimientos del inmortal Euclides en sus enigmáticos Porismos. Y aquí la ciencia alcanza nueva vida: la escuela Alejandrina,· Euclides, Eratósthenes, Apolonio con sus peregrinas y sutilísimas invenciones sobre las cónicas, Diofanto, creador del Algebra segun muchos. y allá en Sicilia el colosal genio de Arquí~edes, .que hace de Siracusa la rival de Atenas y de Alejandría, y mas tarde mil ilustres geómetras que estienden y perfeccionan y comentan las portentosas obras de sus -predecesores y maestros, noble raza que, hácia el siglo IV de nuestra era, termina en Theon, y lanza el último y doliente suspiro con la desventurada y poética· Hypathfa, bárbaramente asesinada en las calles de Alejandría por sanguinarios y miserables fanáticos, preludio siniestro del ódio mortal que mas tarde y siempre habia de profesar el fanatismo religioso á la ciencia, tantos y tantos inmortales ingenios forman y


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cierran, porque eri ellos concluye el ciclo verdaderamente heróico de las Matemáticas,' y dejan radiante de gloria é inundada de luz, que catorce siglos apenas harán palidecer, la historia de aquella maravillosa edad. La ·Grecia, patria de héroes, de artistas, de filósofos, fué tambien tierra privilegiada de grandes geómetra·s, y de esta suerte compendió al hombre en las mas nobles manifestaciones de su esencia inmortal. No así la Roma a·ntigua: fué Roma en aquellos tiempos lo que . ha sido España en el renacimiento y en la edad moderna. Buscad en Roma como en España todas las· glorias, y las hallareis todas, como dice Libri, menos una: la de haber dado al mundo un geómetra de p1·imer ói'den; un Euclides cómo Grecia, un Arquímedes como Sicilia~ uri Harriot, un Wallis, un Newton _como Inglaterra; un Viete, un Descartes, un Fermat, un Laplace como Francia; un Lagrange con1,o Italia; un Euler, un Leibnitz como Alemania; un Abel como Noruega. Quizá hallareis nombres.respetables; respetables, sí, pero grandes geómetras, genios potentes, de esos que graban como con sello divino su nombre inmortal en un siglo y le hacen suyo, no, no los husqueis, que ni en !{orna ni en España podreis hallarlos; y doy á mi patria en su afüccion ilustre éompañera , Roma, que es cuanto _hacer por ella puedo. Sólo en el siglo V aparece un geómetra que merezca citarse: Man' lius Severinus Boetius, matemático distinguido en verdad, gran conocedor de la ciencia griega, ~nteligente comentarista; su nombre será pronunciado siempre con respeto; pero no alcanzó la·talla heróica de los Arquímede·s y de los Eudides, ni pudo abrir con su genio; como Viete, como Descartes, como Newton, como Leibnitz, nuevos horizontes al ambicioso pensamiento. Pasan los tiempos) y mientras innumerables n_aciones bárbaras caen como granizo impulsado por viento de tempestad sobre el mundO' ro1nano, una nueva raza, noble, grande, injustamen'te tratada úo pócas veces por escritores cristi.anos, ·aparece ·en la historia. Luchan los árabes, vencen · y conquistan, y fundan un gran imperio, que como' ere-


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ciente marea se estiende desde la India hasta el pie de las elevadas montañas de Asturias, estrellando en ellas con impotente furia el tremendo oleaje de sus vencedoras armas. Raza noble y grande, repito, que si en el delirio de la lucha (siglo VII) entrega á las llamas la gran biblioteca alejandrina -bárbaro rasgo sin embargo , que respetables historiadores ponen en duda, porque no fueron los árabes en su sentir, sino fanáticos <le muy distinta religion, los que con funesta ceguedad destruyeron aquel gran monumento del antiguo saber, - acojen. en cambio con afun todos los restos de la ciencia helénica, y conservan con amoroso cuidado tan rico depósito. Los árabes introducen en Europa las cifras índicas; cultivan la Aritmética y la Geometría; traducen y esparcen en el mundo cristiano los libros griegos; perfeccionan, y segun algunos historiadores crean el Algebra ó Almucabala y la Trigonometría; y fundan por do quiera escuelas, academias y bibliotecas, que son brillantes faros de purísima luz en aquellos siglos medios de profundas y densas tinieblas. Si este contínuo flujo de razas y de p~eblos, que uno tras otro caen sobre los· países occidentales, es ley providencial que de esta suerte, y bajo la ruda forma de la conquista, impone á una nacion, ya los dioses, ya la ciencia ó el arte, ya la forma política de otra mas adelantada, ó es mas bien terrible azote que priva al pueblo vencido de su libertad, y ~boga en él gérmenes fecundos de vida que en siglos venideros hubieran dado orígen á una nueva y espontánea, no copiada· y servil, civilizacion, es problema de todo punto ageno á mi propósito; ello es lo cierto que á los árabes, que al Africa, á España y á Sicilia trajeron su saber, y el saber aún mayor de la Grecia, debe el mundo cristiano los fundamentos de las ciencias matemáticas que son hoy nuestro orgullo y nuestra gl-0ri~. Ya á fines del siglo VIII, esterminados los Omeyas, y triunfantes los Abasidas, termina el período de la conquista, y comienzan á saborearse las dulzuras de la paz; el gusto por las ciencias se desarrolla entre los árabes; sus feroces instintos se suavizan; el arte y la poesía les elevan á nueva vida; y mil ilustres ingenios hacen de Bagdad, la Atenas del 2


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Oriente. Mohamed Ben Musa, ó hijo de Moisés, que Leonardo de Pisa y el célebre Tartaglia suponen ser el inventor del A.lgehra, hipótesis falsa, pero que prueba la elevada opinion que del geómetra árabe tenían; Thébit Ben Corrah, fecundo y eminente matemático; Hassen, uno de los tres hijos de Musa, de quien se dice que resolvió problemas geométricos que hubieran sido el asombro de la antigüedad; Alkindi, á quien coloca Cardano, siquiera . sea hiperbólico el elogio, entre los doce mas claros ingenios que hasta entonces hubiesen ilustrado al mu0do : y tantos otros como la historia de ·aquellos tiempos cita, y cuyas obras, si de los autos de fe se salvaron, en el Escorial ó en Toledo ó en alguna otra biblioteca de·scansarán hoy, ·dan nombre y nombre glorioso á la raza oriental de que proceden. · España fué entonces; pero no la España cristiana, el centro del saber en Europa: en las célebres escuelas de Córdoba, de Sevilla, de Murcia y de Toledo, se enseñaba toda la ciencia acumulada durante tantos y tantos siglos en Oriente. De todas partes, de Inglaterra, de Francia, •de Italia, de Alemania, acudían estranjeros ganosos de saber, buscando entre los .árabes españoles los ricos tesoros de la codiciada ciencia. Alberto ,el Grande, Gerberto, Pedro el Venerable, Platon de Tívoli, Gerardo de Cremona, vinieron á esta nuestra tierra , á aprender lo que mas tarde en las suyas enseñaron. Entonces tuvimos en ciencias matemáticas sábios ilustres; el Obispo Aito~, Josef, el renombrado Juan de Sevilla y otros varios, sin contar astrónomos, ni físicos, ni mecánicos, pues solo de la ciencia pura me ocupo; entonces Alfonso el X, rey de imperecedera memoria, se rodeaba de árabes y hebreos, y dejaba en sus tablas alfonsíes glorioso monumento al porvenir. Pero cuenta que aquellas nuestras glorias, son glorias de los árabes españoles; y si del pueblo enemigo renegamos~ si, como redujimos á ceniza sus bibliotecas, reducimos á ceniza en el fuego de nuestro ódio· tradicional el recuerdo de tanto y tanto geómetra árabe; si, como arrojamos de nuestro suelo, que era tambien el suyo, á sus infelices descendientes, arrojamos de nuestra historia aquellas sus pasadas glorias, ninguna, que solo á nosotros pertenezca, nos queda .


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Bien quisiera, señores, detenerme aún más en este glorioso período de nuestra historia científica; y como peregrino que desde deleitoso oásis ve es tenderse ante su vista la inmensa y árida superficie del desier: to, duda y vacila en abandonar el encantador jardín por la abrasada y silenciosa llanura, así dudo y vacilo en continuar esta rápida é imperfecta relacion, porque silencio y soledad sé que he de encontrar en mi camino. Pero el tiempo apremia, vuestra benévola atencion me obliga, y aun la materia misma me estimula á llegar rápidamente al término de esta mi tarea. La edad media termina al fin; sucumbe Constantinopla; huyen los griegos del bajo imperio de la ,sangrienta cuchilla de los turcos; miles y miles de manuscrito-s, que mas tarde la imprenta reproduce y difunde por Europa, descubren nuevos é ignorados tesoros de la sabia antigüedad; y llega para las artes y las ciencias, lo que llaman los historia~ dores el renacimiento. No he de detenerme á juzgar este gran acontecimiento histórico, cuya importancia sin embargo creo que algo se ha exajerado; porque diríase, si á ciertos escritores se creyese, que todo era sombras en Europa hasta que el imperio Bizantino se derrumbó, y que por la brecha que en las vi~jas murallas de Constantinopla abrieron los turcos, se escapó á torrentes la ciencia y el arte, hasta entonces por misteriosos conjuros en la mágica ciudad encerrados. No en verdad; la herencia dé la antigua Grecia se dividió, y si una buena parte quedó en Bizancio, otra quizá mejor tocó á los árabes que desde el Eufrates al Tajo en su victoriosa marcha triunfalmente la trajeron, y á las naciones cristianas de Europa noblemente la entregaron. No fué el renacimiento repentino despertar <le los pueblos occidenta½es; siglos y siglos de lucha y de trabajo, ilustres pensadores, profundos filósofos., inmortales aunque desconocidos artistas lo habían preparado lentamente; y en esta gran obra los árabes ocupan quizá el primer término, . y se hacen dignos de la gratitud de los pueblos modernos y del imparcial aplauso de la historia. Si despues se dividen, y en luchas intestinas se desgarran, y con razas ignorantes y feroces se mezclan, degenerando de esta suerte de

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su antigua grandeza, cruel castigo reciben por sus faltas; la Europa les rechaza á punta de lanza y á filo de espada hasta las fronteras de la barbarie, y cubre de soberbio desprecio á los descendientes de sus ilustres maestros: ni acuso de ingratitud, ni absuelvo de culpa, mas me conduelo de la suel'te fatal que á este gran pueblo estaba reservada. El siglo XIV fué casi estéril para los descubrimientos matemáticos; como si el mundo antiguo hubiera agotado toda su fuerza creadora en los Euclides, en los Arquímedes y en los grandes geómetras árabes, y cayese al fin rendido y estenuado; ó como si la naturaleza, recojida en sí misma, condensase todas sus energías en misterioso y sublime trabajo, preparándose para aquel aborto gigante que dió al mundo un Newton, un Descartes, un Leibnitz, un Euler, un Lagrange y todos los admirables analistas de los siglos XVI, XVII y XVII!, reinan en Europa por largos años profunda calma, prolongado y solemne silencio. En el siglo XV presenta ya Italia algunos geómetras eminentes: Leonardo Fibonacci, de Pisa, que aprendió el Algebra ó Ars-magna en sus viajes al Africa y á Oriente, babia traído (siglo XIII) la nueva ciencia á su patria, y Lucas Paccioli, de Burgo, aunque bajo la forma imperfecta de tales tiempos, l~ estudia la perfecciona. y luchando con las dificultades de aquel bárbaro Algoritmo, supliendo siempre por el raciocinio directo las elegantes y fecundas trasformaciones de nuestro análisis, resuelve problemas dificilísimos para entonces. Francisco Ghaligai; Pedro de Burgo; el español Ortega, residente en Roma; el célebre Leonardo de Vinci, genio sublime que á todas partes llega y en todo se muestra colosal; y por fin Regiomontano, que aplica en una obra bajo todos aspectos notable, el método algebráico á la resolucion de triángulos; todos estos insignes matemáticos inician ya en el siglo XV el gran movimiento de los siglos venideros. En el siglo XVI, la que podemos llamar evolucion arábiga termina por completo, y la ciencia abandona á los pueblos orientales para venir á nuestra Europa, como sol que, dejando tras de sí tristes sombras avanza derramando luz y vida. En Italia aparece, mas pres,to se estiende á

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Francia, Holanda, Alemania é Inglaterra; y si al principio solo se traducen, amplían y comentan las obras griegas, bien pronto el nuevo espíritu geométrico se muestra, ensayando audaz sus antes ignorados y maravillosos recursos. En Italia descubre Scipion Ferro, de Bologna, la resolucion de las ecuaciones de tercer grado, pero muere sin publicar su descubrimiento, y el siempre desgraciado Tartaglia, de tosca educacion pero inteligencia noble y elevada, las resuelve á su vez; Cardan las perfecciona, y señala el caso irreducible; Ferrari resuelve las de cuarto; Bombelli

penetra aü.n mas en el estudio de unas y otras, y con gran sagacidad sospecha y casi adivina la engañosa apariencia de las tres raices imaginarias, crea en Algebra notaciones abreviadas, y desarrolla por completo el cálculo de radicales. En Alemania Werner, Rudolfs, Rethius, Stifels, precursor de Neper, y otros. muchos, cultivan con toda la proverbial tenacidad germánica la gran ciencia. Propagan en Francia la Aritmética y la Geometría Pelletier. Buteon y otros muchos escritores, estranjeros la mayor parte, pero que en la Universidad de París, metrópoli ya de las ciencias y las letras, se reunen. Brillan en Bélgica, en Holanda y en los Países-Bajos l\'Ietius y Stevin; y hasta nuestra Península, antes de caer en el mortal abatimiento de los siglos venideros, hace un último esfuerzo, y da el postrero y angustioso adios á sus pasadas glorias con el castellano Juan Rojas, y con ·el ilustre portugués Nuñez, eminente geómetra, que escribe una escelente obra de Algebra; que resuelve el, para aquella edad, dificilísimo problema del menor crepúsculo, problema que aun al genio poderoso de Bernoulli resiste por algun tiempo; que inicia la teoría de las loxodromas, y que se eleva como geómetra y como astrónomo á gran altura. El siglo XVI termina, mas antes aparece el francés Viete, creador del Algebra moderna, y precursor de los grandes genios del siglo XVII.


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Nunca un hombre, sea cual fuere su talento, crea por sí solo y de una vez toda una ciencia: el Algebra, como el cálculo infinitésimal, como todo descubrimiento importante, tiene su historia, sus precedentes, su crepúsculo por decirlo así. Al genio que organiza, condensa y da unidad, preceden otros hombres que acumulan materiales y preparan la gran obra, y así á Viete precede un gran período de lenta elaboracion en Oriente; Diofanto, que resuelve difíciles problemas de análisis indeterminado; y los algebristas árabes; y Leonardo de Pisa; y Lucas de Burgo; y los italianos de los siglos XV y XVI; y muchos otros geómetras de este último siglo. Materiales babia y abundantes·, pero faltaba el arquitecto, y á Viete corresponde de justicia esta gloria. Él crea el Algebra moderna, y por invencion tan admirable abre á la ciencia nuevos y dilatados horizontes, que mas se estienden cuanto mas bácia ellos se avanza. ¿Y cuál la clave de esta portentosa invencion? Sencilla en estremo, trivial casi, 'sin relacion lógica al parecer con sus maravillosos resultados: representar por letras los datos y las incógnitas de los problemas; hé aquí todo. Y sin embargo, esta idea tan sencilla, ora es firmísimo punto de apoyo en que el pensamiento descansa al aplicar las leyes eternas de la lógica, ora rápida y poderosa locomotora, en que vuela audaz tras los principios generales de la cantidad y del ól'den. Mas en verdad, que si tales resultados no podían preveerse, pueden hoy esplicarse facilmente. La razon humana, en su desarrollo histórico, procede siempre elevándose de lo particular á lo generall de las relaciones sencillas á los grandes principios; y cuando de esta suerte se halla en posesion de una ley, es dueña absoluta de toda la esfera racional que esa ley domina, y de todo lo que en ella como en su unidad superior se halla encerrado. La sustitucion de las letras, símbolos generales, á los números, es la sustitucion de la gran categoría de la cantidad á tales ó cuales cantidades particulares; y toda verdad que de este modo se de. muestre, abarcará cuanto aquella categoría abarca. Por otra parte, si el raciocinio directo solo puede desarrollarse en serie lineal de silogismos,


11> el Algebra, al contrario, condensa en una espresion analítica todo un razonamiento, y al combinar muchas ecuaciones entre sí, ó al someterlas á determinadas trasformaciones, no opera sobre sencillos silogismos, sino mas bien sobre séries estensísimas, que une y enlaza, por decirlo así, en múltiples dimensiones.

El álgebra es, respecto á la lógica ordinaria, lo que la colosal máquina de vapor á la primitiva palanca impulsada por el brazo del hombre. Bien pronto, en efecto, se muestra el incalculable poder de la nueva invencion. El mismo Viete la ensaya con gran talento, y obtiene importantes resultados: da unidad á la teoría de ecuaciones;_las transforma y prepara; quita denominadores y radicales; descubre reglas para sumar ó restar un número dado á las raíces de toda ecuacion, y para multiplicarlas ó dividirlas por un factor cualquiera; resuelve por este nuevo método las ecuaciones de segundo grado; estudia y descubre la composicion de los coeficientes; construye las raices de la~ ecuaciones de tercer grado; hace ver que este último problema depende del de la duplicacion del cubo, ó del de la triseccion del ángulo ; inicia la teoría de las secciones angulares; restaura la obra de Apolonio titulada de los contactos; aplica el análisis á la geometría; espresa el área de las curvas por séries; á todas partes llega con su genio poderoso y su infatigable espíritu, y así termina dignamente el siglo de Tartaglia, de Cardan y de Ferrari. Mas por grande que haya sido el siglo XVI, le aventaja en mucho el admirable siglo XVII, siglo de jígantes, ante los que se inclina vencida la sabia antigüedad. En todas partes brotan á porfia y por decirlo así se atropellan eminentes geómetras, que eclipsan las glorias de los griegos y de los árabes. En Italia Ricci, Valerio, Caravagio, Marchetti, Borelli, Mengoli, Torricelli, Viviani, discípulo del inmortal Galileo, y el eminente geómetra milanés Cavallieri, precursor de ewton y Leibnitz con su teoría de los indivisibles. En Flandes Hudde, cuyos trabajos merecieron los elogios de


16 Leibnitz; Van-Heuraet, que es el primer geómetra del continente que rectifica exactamente una curva; y Alberto Girard, que estudia los ángulos sólidos y la medida de las figuras esféricas, que inicia ocho años antes que Descartes la teoría de las raices negativas, y hace hablar á la esfinge de los porismos. En Holanda Huygens, que crea la teoría de las evolutas, y por su genio profundo y sus admirables trabajos tan preciadas alabanzas mereció de Newton; y otros muchos geómetras que, con los Flamencos, son los primeros de Europa que comprenden y aplican la geometría Cartesiana. En Belgica Sluze y Gregorio de San Vicente, á quien considera Leibnitz como rival de Fermat y de Descartes. En Suiza los Bernoulli, que huyendo como otros muchos <le las crueles persecuciones del Duque de Alba, buscaron paz é independencia donde solo pueden hallarse, que es en los países libres; y es triste ver como con nuestro despotismo político y con nuestra intolerancia religiosa, no contentos con ahogar al genio en nuestra pátria, íbamos por Europa aventándolo ante nuestros sangrientos pendones. En Dinamarca Roemer, que estudia las epicicloides. En Francia Guldin, que da nombre á su ingeniosísima y profunda teoría sobre volúmenes y áreas. Roberbal, que estudia con envidiable talento las parábolas de órden superior, la cicloide y otras muchas curvas, y resuelve el problema de las tangentes por la combinacion de movimientos, idea que coincide bajo el punto <le vista geométrico con la teoría de las fluxiones. Desa_rgues, eminente geómetra, que asienta los fundamentos de la moderna geometría trascendente, y descubre para las cónicas el fecundo teorema sobre la involucion de s_eis puntos. Bachet de :Meziriac, que comenta la obra de Diofanto, y resuelve,por vez primera, segun Lagrange, las _ecuaciones indeterminadas de primer grado.

El digno rival de Descartes, el gran matemático Fermat, genio potente, infatigable, profundo, que estudia las espirales, las parábolas,


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la cuadratura de figuras curvilíneas, las cónicas, la cicloide; que inicia · la teoría de la eliminacion, crea la de los números, resuelve el problema de los ~áximos y mínimos, y el de l:i"s tangentes, preparando de este modo el descubrimiento del cálculo diferencial; Fermat, repito, de cuya mente brotan á torrentes ideas, que por do quiera esparce con la prodigalidad del verdadero genio, y cuyos trabajos concisos siempre y á veces enigmáticos, son estudiados y comentados en el siglo XVIII por Euler y Lagrange, en innumerables Memorias que llenan las Academias de Petersburgo y Berlín. · Pascal, inteligencia superior, que á los 16 años escribe un admirable libro sobre las cónicas, y es mas tarde uno de los primeros geómetras de su época. A fines del siglo, Rolle, que perfec_ciona la teoría de ecuac10nes. La Hire, célebre por sus trabajos geométricos.

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El Marqués de I'Hopital, uno de los pocos que con Varignon, geómetra francés, y los Bernoulli, comprende en el siglo XVIl el cálculo diferencial. y lo cultiva.

Y por últim,o, gigante entre gigantes, el gran filósofo francés, -el in mortal Descartes, cuyos bellísimos trabajos sobre curvas en general, - áreas, tangentes, ásíntotas, raíces negativas, curvas ovales, teoría de ecuaciones, método de constantes indeterminadas, clasificacion de líneas, y otros muchos quedan casi eclipsados por su admirable creacion,

la Geometría .4.nalítica. ¡Gran siglo para la ciencia este, que en un espacio de cincuenta años presenta el Algebra de Viete y la nueva geometría cartesiana; Y gran siglo para la Francia el de Viete, Fermat y Descartes! Pero el espíritu humano no está aún fatigado de tan colosal aborto, ni ha llegado aún para él el séptimo dia, en que de su trabajo sublime descanse. En Alemania aparecén nuevos átomos de esta série luminosa de genios, rayo desprendido del que es luz ·pura y eterna verdad; Kepler, si grande como astrónomo grande tambien como geómetra; Byrge, que 3


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ini_cia la teoría logarítmica; Tschirnhausen, célebre por sus trabajos sobre la teoría de ecuaciones y por sus estudios sobre .las cáusticas; Mercator ó Kauffmann, que inicia la teoría de las séries; y para abreviar interminables enumeraciones, Leibnitz, fecundísimo y profun<lo matemático, creador del cálculo del infinito, figura , gigantesca <le esas que al traves de los siglos se alzan en el camino de la historia, señalando á la humanidad el nuevo derrotero que en su penosísima, pero sublime peregrinacion, ha de seguir. Separada del continente con desdeñoso orgullo, como si creyera que su energía sajona y su severo genio deben evitar todo familiar trato con la veleidosa raza latina, y solo en aquella y en este, fundar su gloria, Inglaterra ha sido fecunda en grandes geómetras, y ha igualado y escedido á veces á las naciones continentales; que estudios rudos y severos, cuadran á su_rudo y severo carácter. Anderson, discípulo de Viete; Harriot, rival de Viete y de Descartes; Neper, que inventa los logaritmos; Briggs, que los perfecciona; Gregori, que en la óptica y en la geometría es competidor de Newton; Neil. que es el priníero que halla una curva rectificable; Oughtred, cuyas obras han sido clásicas en Inglaterra por mucho tiempo; Wren, que rectifica la cicloide; Barrow, pre. cursor de Leibnitz, pues introduce en sus cálculos, representándolos por e y a, los incrementos infinitamente pequeños de las abscisas y·ae las ordenadas, y halla su relacion; Milord Brouncker, que descubre las fracciones continuas, y las aplica á la medida del área de la hipérbola y del círculo, y prepara el descubrimiento del cálculo integral, espresando analíticamente los elementos difer·enciales de las áreas; el célebre Wallis, geómetra de primer órden, autor de la Aritmetica de los infinitos y de la teoría de las séries, que mide magnitudes curvilíneas, y aplica el análisis á los indivisibles deCavalieri; Simpson, que divide con Girard la gloria de haber adivinado los porismos; y· por fin Newton, geómetra inmortal, creador del cálculo de las fluxiones, que con Leibnitz penetra en lo~ sublimes misterios del' igfinito, y por no dividir con nadie su nueva gloria, solo se eleva á los espacios celestes, y de Dios recibe, espíritu semi-divino ; el secreto de la atraccion de los mundos.


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¡Qué siglo tan admirable _este del álgebra de Viete, la geometría de Descartes y el cálculo de Newton y Leibnitz! Gran siglo, sí, para Europa el siglo XVII; mas ¿qué ha sido para nuestra España? ¿,Qué descubrimiento analítico, qué ver~ad geométrica, qué nueva teoría lleva nombre español? ¿Quiénes los rivales de Viete, de Fermat, de Pascal, de Descartes. de Harriot, de Barrow, de BrounQker, de Wallis, de Newton, de Huygens, de Gregorio de San Vicente, de Leibnitz, de los Bernoulli? Yo los busco con ansia en los anales de la ciencia, y no los encuentro; paso .impaciente de una á otra historia, por si hallo al fin, en alguna, reparacion al desdeñoso é irritante olvido en que todas nos dejan; y en todas ellas, bien que se eche de ver la nacionalidad del escritor por las cariñosas predilecciones que á sus compatriotas muestra, aparecen los nombres de Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, Bélgica, Flandes y Holanda, y en todas se paga tributo de respeto y admiracion á los grandes geómetras; pero en ninguna encuentro á nuestra España. Y cierro con enojo historias extranjeras, y á historias nacionales acudo, esperando siempre halhir lo que jamás por desdicha encuentro . ..-- Abro la Biblioteca hispana de D. Nicolás Antonio, y en el índice de los dos últimos tomos, que comprenden d_el año l .oOO al 1. 700 próximamente, tras muchas hojas llenas de títulos de libros teológicos y de místiéas disertaciones sobre casos de conciencia, hallo al fin una página, una sola, y página menguada, que á tener vida, de vergüenza se en- • rojeciera, como de vergüenza y de despecho se enrojece la frente del que, murmurando todavía los nombres de Fermat, de Descartes, de Newton, de Leibnitz, busca allí algo grande que admirar, y solo halla libros de cuentas, y geometrías de sastres. Cuánto me duele. señores, pronunciar frases tan duras, no hay para qué encarecerlo, que todos los que me oigan lo comprenderán · por la penosa impresion que en _ellos causen; mas la verdad nunca debe ocultarse, y si alguna vez arranca al alma un grito de dolor, ¿qQé importa? Es el enrojecido hierro que muerde en la sangrienta llaga, es el provechoso dolor del cauterio purificador de vieja podredumbre.


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Si en el siglo XVII no hemos tenido grandes geómetras, causa sm duda habrá para ello, y nos importa investigar cuál pueda ser, para , prevenir en lo futuro males que todos debemos deplorar; no es sin embargo mi ·ánimo escudriñarla hoy, porque estudio sería este que me llevaria demasiado lejos. pues tal vez en ciencias muy distintas de aquellas á que esta Academia consagra sus tareas, habria de buscarse la solucion de este importante fenómeno histórico. Basta para mi objeto consignar el hecho, y recomendarlo á la meditacion de los hombres pensadores. Y cuenta, señores, que causa, y causa esterna ha existido; porque suponer en nuestra España incapacidad radical . y congénita, verdadera impotencia de raza para el estudio de las matemáticas puras, sería grande injusticia y auclaz calumnia al genio poderoso y-fecundo de este noble suelo. La patria de tantos y tan sublimes poetas, de tantos y tan admirables artistas, de filósofos. tan profundos y de tan ilustres pensadores; la patria _de · Nuñez, de Omerique y de D. Jorge Juan, no es digna de _tal afrenta; raza en la que la valentía del pensamiento, el vuelo de la imaginacion, la fuerza del querer, llegan al estremo á que en · nuestr·a raza han llegado, no es, no deLe ser impotente para u~a ·ciencia que solo estas humanas facultades y no otras sobrenaturales energías requiere. Y pues no nos ha sido dado alcanzar en la ciencia de Desear.tes y de Newton glorias que hemos recojido abundantemente en otros ramos del saber, contra algun obstáculo se habrá estrell?do sin duda el genio nacional, é importa mucho conocerlo, repito, para evitarlo en lo futuro, si ya desapareció, para acabar de destruirlo s1 aún quedan restos, para que llegue al fin el dia en" que se borre la mancha que en el siglo XVII, siglo del despotismo y de la intolerancia, cayó s·obre nuestra historia. Mancha, y mancha vergonzosa repito, porque no basta que · un · pueblo tenga poetas, pintores'. teólogos y guerreros; sin filósofos y sin geómetras, sin hombres que se dirijan á la razon, y la eduquen y la fortifiquen'y la eleven, la razon al fin se debilita, la imaginacion prepondera y se desborda, hasta el sentimiento religioso se estanca y se corrompe: y si por un vigoroso esfuerzo, pueblo que á tal punto llegue


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no restablece el armónico equilibrio que entre las facultades del alma humana debe siempre existir, morirá, como mueren los pueblos que se corrompen y se degradan, y hasta aquello mismo que fué en otro tiempo su gloria, será en sus postreros instantes su vergüenza y su tormento. Hé aquí, señores, cuanto ·de la historia de las matemáticas en España durante el siglo XVII puedo decir; mas antes de pasar al siglo XVIII debo, á fuer de imparcial, citar aquí un nombre, pero uno solo, nombre ilustre, mas que por sus obras desgraciadamente incompletas, por el verdadero y profunuo tal ento que revela •. Me refiero al geómetra Sanlucarense, Hugo Omerique, que publicó en 1689 la pri- , mera parte de una obra de -análisis geométrica, y que mereció ¡gloria envidiable! las alabanzas del gran Newton. La segunda parte de este libro no llegó á publicarse, la historia del geómetra andaluz me es absolutamente desconocida, y su nombre, que brilla un punto, desaparece bien pronto, cosa natural en aquellos calamitosos Liempos de Carlos II. El siglo XVIII es para las Matemáticas el complemento natural del siglo XVII; los grandes geómetras de este último continuan sus admirables trabajos en toda la primera parte de aquel, y uno y otro siglo se disputan la altísima honra de poseer á los Bernoulli, á Newton y á Leibnitz, como si uno solo no bastase á contener tanto genio y tanta gloria. Enumerar aquí, siquiera de pasada, los grandes descubrimientos matemáticos del siglo XVIII, los grandes geómetras que lo ilustran , las nuevas y elevadas teorías que aparecen, los infinitos horizontes que se abren al pens~amiento, los portentos que se realizan, metced al eficacísimo auxilio de estas tres palancas de incalculable poder, el Algebra, la Geometría Cartesiana y el Cálculo, fuera empresa no solo superior á mis fuerzas, que son bien débiles, sino á las de quien de atleta se precie.

La teoría de ecuaciones, la nueva geometría, el cálculo diferenci al y el de las fluxiones, así como sus inversos, las séries, el nuevo método de los límites, la teoría de la eliminacion, -el nuevo análisis combinatorio, las fracciones contínuas y el cálculo de probabiíidaaes, unos se


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•crean, otros se perfeccionan, otros se desarrollan, y todos juntos forman la ciencia moderna, riquísima· y hasta exuberante en sus infinitos desarrollos y detalles, armónica en sus múltiples y variadas relaciones internas, profunda y filosófica por los grandes principios generadores {}Ue la sintetizan, y que tienden á elevarla á su final y suprema unidad. Y á esta magnífica obra, todas las grandes naciones de Europa, cuál mas cuál ménos, todas ménos una, ya sabemos cuál, no hay para qué nombrarla, concurren segun su propio genio y sus especiales condiciones de carácter. En vano algunos geómetras, la mayor parte de segundo órden, apegados á los antiguos métodos, se muestran hostiles, por pasion quizá, ó tal vez por mas ruines móviles, á la reforma; las nuevas teorías triunfan al fin, como triunfará siempre toda idea grande y fecunda, de la resistencia que le opongan viejos intereses y bastardas ambiciones, por mas que encuentren aquellos y estas para su ingrata obra, apoyo firmisimo en la ignorancia y en la rutina, verdadera inercia del espíritu, pero que al fin cede al vigoroso impulso del genio ó á la ley inflexible de la necesidad. Y así, mientras a,Igunos combaten los cálculos de Leibnitz y Newton; mientras otros, sin rechazar las modernas invenciones, antes bien comprendiendo sus ventajas sobre la ciencia antigua, continuan sin emb·argo sus trabajos geométricos, por hábito sin duda, segun la manera de Euclides y de los maestros griegos, jóvenes y brillantes analistas siguen animosos á los grandes matemáticos del siglo precedente, y perfeccionan las nuevas teorías y los nuevos métodos creados por aquellos. En Inglaterra, Taylor, Mac-La_urin, Cotes, Simpson, Landen, Stirling, Campbell, Waring, Halley, el ginebrino Fatio, Moivre, francés de nacimiento, pero que huyó de su patria al revocarse el edicto de Nantes, y encontró patria y gloria en la libre Inglaterra, y otros muchos, -aunque inferiores en casi todas las cuestiones de cálculo integral á sus rivales del continente, y no por falta de genio, sino por sobra de orgullo , -eminentes geómetras sin embargo.


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En Italia, Grandi, Ricati, Fagnani, l\fascheroni. Manfredi, y el inmortal Lagrange, uno de los genios mas grandes que hayan existido en las ciencias matemáticas. En Francia, La Hire, aunque mas bien pertenezca este geómetra al siglo anterior, Vandermonde, Clairaut, Varignon, Fontaine, Rolle, el célebre Monge, el ilustre Bezout, y por último el enciclopedista D'Alambert y el a.strónomo Laplace, émulos ambos del piamontés Lagrange. En Alemania, Goldbach, Cramer, Herman, Walfio, y el inmortal Euler, genio potente, digno heredero de la gloria de Leibnitz. Todos estos geómetras y otros muchos que pudiera citar, si no crean la ciencia moderna, porque creada la encuentran, la perfeccionan y com• pletan, y á tal punto la elevan á impulsos de su espíritu creador, que momentos hay en que la historia, asombrada ante los prodigios que realizan, se pregunta dudosa si no es superior al siglo de Viele, Fermat, Desearles, Newton y Leibnitz el siglo de los Bernoulli, Lagrange, D'Alambert, Euler y Laplace, Otro siglo mas de gloria para Europa, otro mas de silencio y abatimiento para nuestra España. Cierto es, Señores, que en las ciencias aplicadas, en las que como la mecánica, la astronomía, la geodesia, la navegacion, son las matemáticas puras auxiliar poderosísimo, y tan to que hasta se designan aquellas con el nombre de matemáticas aplicadas ó mistas, hay dos nombres ilustres y de reputacion europea que yo debo recordar hoy, siquiera por dar un rayo de luz á cuadro tan sombrío: son estos Don Antonio Ulloa y el insigne D. Jorge Juan. Yo reconozco el profundo saber de ambos marinos, y aprecio en lo que valen sus interesantes trabajos geodésicos; yo sé que la célebre obra del último, titulada Exámen marítimo teórico práctico, obra verdaderamente clásica, ha sido única en ·Europa por muchos años, y ha recibido el honor de ser traducida y comentada en vari~s lenguas. Yo pronuncio con orgullo', con legítimo orgullo, el. nombre de Don Jorge Juan, y admiro, en fi~, esta magnífica figura , honra y prez del ilustre cuerpo de Marina.

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Al nombre de estos dos insignes varones debo unir aún en este respetuoso recuerdo otro mas: el de D. Gabriel de Ciscar. Pero estos tres nombres que acabo de citar no disminuyen la fuerza, inquebrantable por desgracia, del severo fallo que sobre el período que reseño lanza la histo.ria. Porque yo, Señores, para no dar á este trabajo mas estension de la que por su naturaleza debe tener, solo me ocupo hoy, como al principio dije, de las Matemáticas abstráctas, ciencia pura, que estudia las leyes soberanas de estas dos categorías de la razon, la cantidad y el órden, y que ha sido la ciencia de Pit.ágoras, de Platon, de Euclides, de Arquímedes, de Apolonio. de Diofanto, de Ben-Mohamed, de Tartaglia, de Viete, de Fermat, de Descartes, de Harriot, de Caballieri, de Newton, de Leibnitz, de Lagrange, de D' Alambert, de Euler, de La place, de Gauss, de los Bernoulli, de Poisson, de Poinsot, de Fourier, de Legendre, de Jacobi, de Cauchy, de Lejeune-Dirichlet, de Abe!; ¡cuánto nombre ilustre! Yo reseño pues la historia de la ciencia. no la de sus aplicaciones; y la ciencia es la verdad abstracta, no la utilidad material, que en la geodesia, en la mecánica ó en la navegacion pueda proporcionar al físico, al mecánico ó al navegante aquel conocimiento puro; y . ' así solo consigno los nombres de los geómetras que han estudiado la ciencia por la ciencia, la verdad por la verdad, y porque es luz que la razon ansía, como ansía el ciego la esplendente luz del sol; y el que en este concepto afirme q~e hemos tenido un geómetra, siquiera uno, en todo el siglo XVIU, famoso descubrimiento hará si prueba lo que afirma. Amarga, tristísima verdad, bien lo conozco y lo siento, pero gran verdad tambien, y fuerza es r·epelirla para que perdamos ilusiones ha' lagüeñas, que solo pueden servir para hacer mayor el daño. Angustiosas reflexiones se agolpan á mi mente al ·recordar este nuestro lastimoso atraso, y atraso crónico, en uno de los ramos del saber que mas glorias han dado á la época moderna, y que tanto contribuye á vigorizar las mas nobles facultades del alma; al ver cómo pasa uno y otro siglo, · el XVI, el XVII, el XVIII, y ni un solo geómetra español aparece, no


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ya en primera línea, que fuera mucho pedir para tan gran postracion, pero ni aun en segunda siquiera; como si viciada esta _raza durante siglos enteros, necesitáramos siglos tambien para arrojar el virus que en nuestra sañgre inoculara una generaci.on ciega y fanática. Pero reflexiones son estas que me llevarían muy lejos, y debo ya pensar en poner término á m1 largo .y penoso trabajo. Llega al fin nuestro siglo XIX, y con verdad y con legitimo orgullo podemos decir, que ni en grandes geómetras. ni en magníficos descubrimientos es inferior al siglo que le precede. Nombres ilustres tiene, y no es lo dificil hallarlos, sino antes bien no olvidar alguno en la enumeracion, por estensa que sea. Carnot, célebre autor de la geometría de posicion. Fourier, que perfecciona el cálculo integral. El ilustre Poisson , cuyos admirables trabajos le colocan á la altura de los p1·imeros analistas. Legendre, que escribe la teoría de los números y la de ecuaciones. y crea en gran parte la de la funciones elípticas. Lejeune-Dirichlet, que muestra en sus descubrimientos sobre los números y las integrales definidas la profundidad de su talento. Poinsot, que con su claro ingenio y su admirable estilo esclarece los puntos mas abstractos y oscuros, entre otros, por ejemplo, la rotacion alrededor de un punto, las secciones angulares, la teoría de los números, y la de los momentos por la sustitucion de los pares á aquella idea abstracta. El insigne Jacobi, que ejei-cita su creadora inteligencia en el análisis combinatorio de las determinantes, en la teoría de las funciones .elípticas, y en el cálculo integral. El gran geómetra noruego Abel, que hubiera sido el Newton del Norte al decir de un escritor, y que muere en la miseria á los 27 años, abandonado de todos y por todos olvidado, dejando sin embargo en lo que de sus obras se conserva, rasgos que prueban la fuerza creadora de una noble inteligencia. Cauchy, genio profundo, geómetra eminente, que perfecciona la teoría de las séries, dándoles un rigor que antes nunca alcanzaron, crea casi la teoría moi:lerna de las imaginarias, perfecciona y desarrolla el cálculo integral, halla el de resí~uos, cultiva con gran éxito el análisis combinatorio y 4


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simbólico, y en la teoría de los números, y en la de ecuaciones, y aun en la misma Geometría, deja brillantes rasgos de su felicísimo ingenio; de suerte que no hay punto ni materia en la ciencia que no deba algo y aun mucho, y aun todo, al gran matemático francés, que solo con su magnífica teoría de la luz hubiera hecho su nombre inmortal. Lamé, autor de la teoría matemática de la elasticidad, de la del calor, de la de las funciones trascendentes inversas, y que demuestra el célebre teorema de Fermat, por la teoría de los números complejos. Poncelet, que escr.ibe en las prisiones de Rusia su gran obra de las propiedades proyectivas de las figuras. Chasles, que sin contar otros trabajos de gran valor, crea casi la moderna geometría, y resuelve sobre cónicas problemas admirables. Sturm, autor del célebre teorema que lleva su nombre. Liouville, decano de In ciencia, fecundisimo y profundo matemático, cuyos innumerables trabajos en vano intentaría recopilar, pero de los que he de citar tres magníficas Memorias sobre métodos de integracion, porque en ellas se encuentra parte de los perdidos descubrimientos de Abel. El célebre Gauss, cuyas investigaciones aritméticas, Me-. morías sobre formas cuadráticas y cálculo de probabilidades, son obras clásicas. Hermite, que resuelve las ecuaciones de quinto grado por las funciones elípticas. Y en fin, señores, Galois, Terquen, Catalan, Serret, Bertrand, Briot, Bouquet, Wantzel, Robillier, Binet, Brianchon, Gergonne, Dandelin, Quetelet, Wronski, Sylvester, Salmon, Boole. Cayley, Yvory, Roberts, Moebius, Hesse, Joachirn-Sthal, Kummer, Eisenstein, Aronhold, Baltzer, Plucker, Borchardt, Kronecker, Ruffini, Libri, Cremona, Trudi, Novi, Faa-di-Bruno, Padula, Rubini, Janni, Betti, Beltrani, Battaglini, y tantos y tantos otros, que yo no podría citar sin hacer interminable esta Memoria, pues solo consigno aquí aquellos nombres que eñ tropel y sin órden acuden á_ mi mente: todos ellos se han mostrado dignos 'herederos de los grandes geómetras de los siglos XVI, XVII y XVIII, y han enriquecido y elevado la ciencia hasta tal punto, que si por estraño prodigio hoy volvieran á la vida, Descartes, Fermat, Newtoa y Leibnitz, tendrían mucho que aprender antes que comenzasen á inventar.

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Nuestro país. que aspira afanoso á su regeneracion en todas las esferas, no podía ser estraño á este gran movimiento científico de Europa. y yo debo consignar que, aparte de los relevantes servicios prestados á la ciencia por esta ilustre Academia, y que por sabidos es inútil repetir, á los cuerpos facultativos, así militares como civiles, y á sus Escuelas especiales se debe ese gran adelanto en los estudios matemáticos que se 'nota en España de algunos años acá. No puede, en verdad, gloriarse nuestro país de ningun importante descubrimiento, porque cuando tan rezagada queda una nacion, harto hace con álcanzar á las que en tres siglos la aventajan; pero el porvenir es suyo, su voluntad será enérgica, el campo del saber es infinito, y génios tendrá cuando libre de fatales trabas, y conquistada la libertad filosófica, que es la libertad del pensamiento, se lance de ll eno al estudio ele esta gran ciencia que dió á Descartes, á Newton y á Leibnitz nombre inmortal. Y esta es, señores, la historia de las matemáticas en nuestra pátria. ----rero no: si, prescindiendo de aquellos siglos en que la civilizacion arábiga hizo de España el primer país del mundo en cuanto á la ciencia se refiere, solo nos fijamos en la época moderna, y comenzamos á contar desde el siglo XV, bien compren deis que no es esta, ni puede ser esta en verdad, la historia de la ciencia en España, porque mal puede tener historia científica, pueblo que no ha tenido ciencia. La imperfecta relacion que habeis oido, es resúmen histórico de la ciencia matemática, sí; pero en Italia, en Francia, en Inglaterra, en Holanda. en Alemania, en Suiza, que es donde renace la geometría, donde se crea el álgebra, la geometría cartesiana, la teoría de ecuaciones, el análisis algebráico, la teoría de los números, los cálculos del infinito, el análisis indeterminado, el cálculo combinatorio, la moderna geometría trascendente y la teoría de las 9urvas: es la historia de la ciencia allá donde hubo un Viete, un Descartes. un Fermat, un Harriot, un Wallis, un ~wton, un Leibnitz, un Lagrange. un Cauchy, un Jacobi, un Abel; no es la historia de la ciencia, aquí donde no hubo mas que látigo, hierro, sangre, rez9s, braseros y humo. Y yo he tenido que referir la historia de las matemáticas. allá, para


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probar que no la hay aquí, y para probarlo, señores, con la elocuente voz de los hechos, demostracion ruda pero firmísima, contra la cual se estrellan impotentes, sofismas, alharacas y declamaciones, he necesitado buscar la filiacion de cada verdad, el origen de cada teoría, el nacimiento de cada idea, el autor de cada descubrimiento, y despues los hombres que desarrollan y perfeccionan aquellos descubrimientos y teorías, formando de esta suerte la ciencia moderna en toda su magnífica riqueza; y he necesitado todo esto para poder decir sin remordimiento y sin temor: la ciencia matemática nada nos debe: no es nuestra; no liay en ella nombre alguno que lábios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo. La resolucion de las ecuaciones de tercero y cuarto grado se debe á Ferri, á Tartaglia, á Cardan y á Férrari, italianos. El álgebra á Viete, francés. La teoría de ecuaciones,- al mismo Viete, francés, y á Harriot, inglés. La geometría analítica, á Descartes, francés tambien. El cálculo diferencial á Newton y Leibnitz, inglés el primero, aleman el segundo. La teoría de los números y el análisis indeterminado, á Fermat y Bachet de Meziriac, franceses ambos. Las fracciones contínuas á Broun cker, inglés. Los logaritmos á Neper, inglés tambien, La geometría superior á Desargues, francés. Las séries á Wallis y Mercator, inglés el primero, aleman el segundo. El cálculo integral á .Leihnitz, Newton y los Bernoulli. Al francés .Monge, la geometría descriptiva. El cálculo de variaciones, al piamontés Lagrange. Y despues amplian, desarrollan y perfeccionan estas teorías, ó crean otras nuevas, numerosos é insignes geómetras, todos extranjeros á nuestra patria. De esta suerte en la edad moderna, la Italia desgarrada por espa-


29 ñoles, franceses y alemanes; la Francia dividida y ensangrentada poi' sus guerras civiles y religiosas·; Alemania entregada á todos los horrores del encarnizamiento socialista y religioso, y al azote de guerras nacionales; la Holanda, la Bélgica, Flandes y los Países-Bajos gimiendo bajo el peso de nuestra feroz dominacion; Inglaterra, que ve subir á su rey á un cadalso, y sufre, como el resto de Europa, las convulsiones de las grandes luchas religiosas.

Todos estos pueblos, entre guerras y sangre, y terribles sacudimientos, conservan entera y vigorosa su razon, y de entre el caos y las ruinas se alzan genios potentes, nobles inteligencias, profundos filósofos y grandes geómetras; y en nuestra España, invencible y poderosa, dueña del nuevo mundo, y aspirando á dominar el antiguo, tranquila, relativamente al resto de Europa, en el interior, , temida fuera, con su unidad política y su unidad religiosa, solo se conservan puros, y no siempre, la imaginacion y el sentimiento; pero la razon : la facultad mas noble del ser que piensa, languidece y decae, y con ella todo languidece y muere al fin. Contraste singular, sobre el que _omito reflexiones, pero sobre el cual no puedo menos de llamar vuestra atencion. Los grandes hechos históricos encierran proveclJosa enseñanza, y lecciones hemos recibido en lo pasado, que, s"i hoy somos capaces de comprender, pueden servirnos grandemente para el porvenir. Y ahora, señor·es, descrita ya á grandes rasgos la historia de las Matemáticas puras, :y puesta de relieve por la comparacion con otros países, nuestra deplorable decadencia desde el renacimiento, que fué para España mas bien morir que renacer, hasta principios de este siglo, debiera dar por terminada mi tarea; pero hay un punto de suma importan_cia, íntimamente enlazado con el tema de mi discurso, y sobre el cual he de presentar, siquiera de pasada., algunas reflexiones que recomiendo á la meditacion de vuestro elevado pensamiento. Hay, señores, quien imagina, y personas i"lustradas y respetables son por singular inconsecuencia de esta opinion, que la gran importancia, la verdadera utilidad, el incuestionable valor de las Matemáticas


30 puras, solo reside eñ la aplicacion que de los principios abstractos de la ciencia pueda hacerse á la física, á la geodesia, á la mecánica, y principalmente á la industria; y que toda verdad científica, por elevada que sea, á la qu·e no corresponda una utilidad práctica, y por decirlo así tangible, es vana gimnasia ele la razon, fugaz relampaguear de la fan-

tasía, juego pu eril que para nada sirve, descubrimiento estéril que, sin <laño del bien comun, pudo quedar algunos siglos mas envuelto entre las sombras, de las que le arrancó por caprichoso entretenimiento algun desocupado geómetra. Los que a í juzguen y en tan poco tengan á la ciencia, no encontrarán grave mal en nuestro atraso durante los siglos XVI, XVII, XVIII y IX, ni en esa falta de grandes geómetras que tanto en esta larga Memoria he deplorado, y se darán por satisfechos con que de la ciencia ab tracta solo sepamos hoy, y solo hayamos sabido, lo puramente preciso para la aplicaciones materiales. ¡A.qué, dirán, acumular volúmenes sobre volúmenes, hencbidos de caprichosas notaciones, semicabalísticas fórmulas, enmarañadas teorías é ininteligible fra eologia! ¿Sirve todo ello para dar á la industria un nuevo engranaje que economice t>ozamientos, un sistema de puentes preferible á los conocidos, una disposicion ventajosa para el hogar de la locomotora, ú otra pila 11,as para el telégrafo el ·ctrico? ¿En una palabra, esa verdad abstracta se traduce o algo práctico, sati face _necesidades materiales de nuestra moderna ociedad? Si a í es, reconocemos su importancia, dirán lo que profe an la opinion que vo á combatir; si lo contrario fuere, la ne 0 amo in titubear. La cu tion pre ntada de e te modo, puede ya formular e con mas claridad n e tos nue os términos: ¿La importancia de la cien ia reside solo en sus aplicaciones, ó á rna de e tribar en ella , depende del valor que la ciencia tenga por sí mi ma dado que tenga alauno? Porque o, eñor • desdeño cierta tímida defensa que de las verad " ab tra tas pudiera hacer e, defensa fundada en que lo que es hoy


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puramente ideal, puede ñlañana adquirir gran importancia práctica, no, yo presento la dificultad de frente, y sin eludirla, ni temerla, de frente tambien la acometo, y seguro estoy que ha de quedar vencida: yo supongo, por lo tanto, que la ciencia pura jamás tenga, la aplicacion material que se supone, y a.un partiendo de esta desventajosísima hipótesis, he de sostener el estudio de la ciencia por la ciencia, sin 'fin alguno utilitario, ó mas bien, dando á la palabra utilidad, no el sentido materialista y grosero de otros tiempos y de cierlas escuelas, sino el mas científico y único aceptable de la ciencia moderna, yo he de probar, repito, que toda verdad abstracta es grandemente útil y á todas luces provechosa. La opinion que combato, es fórmula menguada y repugnante del mas embrutecedor materialismo; tal doctrina desconoce por completo las mas nobles, las mas puras, las mas elevadas facultades del hombre; le mutila torpemente, y sin piedad, le reduce á inmunda bestia. No, señores, el hombre, sér complejo, se halla dotado de muchas y diversas facultades; energías latentes que tienden á desarrollarse, y en cuyo desarrollo simultáneo y armónico consiste la perfeccion humana. Y de estas energías que buscan satisfaccion, es decir, modo y manera, y condiciones y elementos propios para su desarrollo, nacen las varias necesidades del individuo y de la soc;iedad. Tiene necesidades materiales, es cierto, y para satisfacerlas trabaja la industria material, y rechinan las fábricas, silba la locomotora, hierve el vapor; pero tiene necesidades de un órdcn mas elevado; arna lo bello, y ama la verdad, y por eso apenas sale del estado salvaje, crea el arte y busca la ciencia. Así, señores, es la ciencia eminentemente útil, no de una manera indirecta por sus aplicaciones, sino directa é inmediata, porque directa é inmediatamente y por su propia virtud, satisface altísimas necesidades humanas, y del mismo modo que el cuerpo busca el pan de cada dia, busca el alma, hambrienta de belleza y de verdad, algo que satisfaga las aspiraciones á lo infinito de su inmortal esencia; busca la verdad repito, por esa misteriosa atraccion que entre la verdad y el pensamiento existe, y que hace que la razon vaya tras ella an-

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helante, y sin ella muera, y con ella viva, y que al hallarla en su esencia divina, se sumerja y se bañe gozosa como en océano de luz. Esto no escluye la aplicacion práctica de la verdad abstracta~ mas bien puede aquí decirse, «amad á la ciencia por la ciencia, á la verdad por la verdad, que el resto se os dará en añadidura.» Las verdades ideales de las matemáticas son tan reales, mas reales, si me es permitida esta frase, que las del mundo físico, porque es el hombre realidad, mas intensa, y mas rica, y mas elevada, que el mundo de la materia y de los sentidos; y si nadie pone en duda la utilidad de las ciencias naturales, la Física, la Química, por ejemplo, no solo por sus aplicaciones, sino porque en ellas se estudian las leyes generales de la materia, mal puede negarse la utilidad de las verdades abstractas de las Matemáticas, que son las leyes ele dos g1·andes y universales categorías, la cantidad y el órden; categorías que, como de esencia divina, todo, por decirlo así, lo penetran, y desde la razon humana hasta la última molécula material, desde el infinitamente pequeño al infinitamente grande, en todas partes se hallan, y por do quiera, en el mundo del espíritu ó en el mundo físico, sentimos con sublime estremecimiento su divina palpitacion. Y si tal es la importancia y el valor de la ciencia pura, y tan alto pllesto ocupa entre los conocimientos abstractos el de estas dos grandes categorías, la cantidad y el órden, ved si con razon deploraba nuestro vergonzoso atraso en la, época moderna, si con razon anatematizaba las funestas causas de tanto mal, y si con ánsia debemos todos desear que llegue pronto el dia de nuestra completa regeneracion científica. Porque no lo dudeis, entre las grandes facultades del espíritu, hay una necesaria armonía, y pueblo en que esta armonía se turba, camina indefectiblemente á su ruina. Si pierde el sentimiento religioso, ó á bárbaras ó atrasadas religiones se entrega, le espera la inmoralidad, la desc~mposicion y la muerte, en un porvenir mas ó rnénos lejano; si es insensible al sentimiento artístico y poético, el materialismo le devorará al fin; pero del mismo modo, si no ama la ciencia pura, y con ella fortifica su razon, caerá fatalmente en vergonzoso em-

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brutecimiento, y desdeñado por todos, estraño á la vida de] pensamiento, sufrirá la pena del olvido, triste muerte de todo pueblo que no ha sabido conquistar su inmortalidad en la historia. No temais tanto mal ni tan vergonzoso fin para nuestra España; ella ha sabido siempre, en los supremos momentos, alzarse desde la mayor ,postracion á las mayores glorias, y ella sabrá _ganar el tiempo • perdido, conquistando bien pronto honroso puesto entre las naciones de Europa, mientras llega el dia, y llegará, en que la patria de Murillo, de Cervantes, de Luis de Vives, de Omerique y de D. Jorge Juan, dé al mundo rivales de Newton y Descartes, y nuevos lauros á nuestra gloriosa historia.

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CONTEST l\CION AL

DISCURSO

ANTERIOR~

POR

EL EXCMO. SR. D. LUCIO DEL VALLE, ACADEMICO DE

NUMERO.


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con el encargo que me fue cometido por el venerable y dignísimo Presidente de esta Real Academia, voy á tener el honor de contestar al discurso que acabais de oir en el solemne acto de la recepcion de nuestro compañero el Sr. D. José Echegaray; discurso en alto grado lleno de erudicion y de brillantes imágenes, como todos los que salen . de los lábios del nuevo Académico, que en el dia de hoy ha venido · á confirmar otra vez mas la merecida reputacion que ha logrado alcanzar por su talento y estensos conocimientos en diversos y al parecer encontrados ramos del saber humano, y cuyas recomendables circunstancias le han abierto con sobrada justicia las puertas de este santuario de las ciencias exactas, físicas y naturales. No espereis que mi contestacion tenga igual ni parecido interés al que ha logrado despertar en todos nosotros el elocuente .discurso de nuestro colega; vana locura sería siquiera el intentarlo, careciendo de la rica imaginacion y de las dotes oratorias que adornan al reputado ingeniero, al distinguido analista, al acreditado profesor, al conocido CuMPLIENDO


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economista que para bien del país y gloria de la corporac10n aquí congregada, va á tomar desde ahora parte activa en nuestros trabajos académicos. Con lenguaje sencillo, y guiado tan solo por el deseo de esclarecer todavía mas, si cabe, la verdad de los hechos y de las observaciones por el Sr. Echegaray presentadas, paso á ocupar breves momentos la atencion de los que me escuchan, cónfiando que todos sabrán dispensarme la irídulgencia que desde luego solícito de su notoria ilustracion. En extremo importante es, Señores. el punto que el Sr. Echegaray ba elejido para su Memoria, por mas que le haya sido forzoso limitarse al exámen de una tan solo de sus fases, en razon á lo estenso de la materia. La historia de las Matemáticas puras en España, su apogeo en cierto período de la dominacion árabe, su decadencia desde el renacimiento hasta nuestros días, y el palpable adelanto que de algunos años á esta parte se hace sentir por fortuna en nuestra pátria en cuanto á estas ciencias se refiere, llenan el vasto cuadro tan hábilmente bosquejado en el discul'so que se acaba de leer. De este minucioso y detenido estudio resulla un hecho, cuya evidencia no puede desgr:aciadamente ponerse en duda, á saber: la lamentable decadencia, el vergonzoso atraso en que ha estado sumida España desde el siglo XVI hasta principios del presente en punto á ciencias matemáticas; apareciendo ya aquí una de las dificultades con que habrá tenido que luchar nuest1·0 ilustrado compañero para llevar á término su tarea. En efect0, proponiéndose. como el Sr. Echegaray se proponía, relatar -la historia de las matemáticas en nuestro país, ocurre inmediatamente preguntar: ¿cómo es posible hacer la historia de la ciencia, donde la ciencia no ha existido? ¿Cómo ballar nombres importantes dignos de ser hoy pronunciados en este recinto, si tales nombres no se encuentran citados en parte alguna? Para vencer tan grave dificultad, hase visto obligado el nuevo Académico á seguir un método negativo, si me es permitido emplear esta palabra, no habiendo presentado en realidad la historia de las


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matemáticas en España, sino mas bien la historia de la ciencia en sí misma, y la de los grandes geómetras que han sabido elevarla á la inmensa altura á que hoy se halla colocada. De esta suerte, todo cuanto hayan hecho los ingenios nacionales, todo cuanto las matemáticas nos deban, todas las teorías que hayamos creado, todo ello irá apareciendo naturalmente en orden cl'Onológico, constituyendo su conjunto la historia de la ciencia en nuestra pátria: si, por el contrario, la ciencia nada nos debe, no encontraremos nombres españoles, ni tampoco teorías que nos pertenezcan, y el silencio será el resultado triste, pero rico en provechosas enseñanzas, que se habrá podido obtener de semejante trabajo. Y así es eñ efecto: no es la historia de las matemáticas en nuestra pátria la que se ha descrito; es únicamente, y no podía ser otra cosa, la historia de las matemáticas allí donde han existido, donde grande_s geómetras han sabido crear teorías nuevas, ó cuando menos, utilizar y perfeccionar las recibidas de sus predecesores. El Sr. Echegaray, buscando la ciencia en su origen, se remonta á los primeros tiempos, y pasa sucesivamente en su relacion, siempre á grandes rasgos, del Egipto á la Grecia, de esta á la célebre escuela de Alejandría. y á los eminentes geómetras árabes por último, consagrando respetuoso recuerdo á aquellos sublimes maestros que, como Euclides, Arquímedes y Apolonio, han sido y ·serán siempre asombro de todas las edades, honra y gloria de la inteligencia humana. El nombre de nuestra pát.ria no aparece aún en esta reseña histórica; pero nada tiene de estraño que así suceda, cuando en aquellos primeros tiempos todo el saber estaba, por decirlo así, cond ensado en otros países, y la ciencia, segun una imagen exactísima del Sr. Ech.egaray. vino hasta nosotros, como viene la luz, de las regiones orienta les. Las matemáticas no existían en España, como no existían en Francia, ni en Inglaterra, ni en Alemania. Fueron los árabes los que trajeron á nuestra península toda la ciencia de la antigüedad; y desde las célebres escuelas de Toledo, Córdoi:ia y Sevilla, se difundió prodigio-

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40 samente por la Europa moderna: pero con la decadencia de aquellos, sabido es que empezó nuestra propia decadencia, •y al llegar á esta época bórrase ya de la historia de las ~atemáticas el nombre español, para no volver á figurar en ella. Tal es, señores, la afirmacion hecha por el Académico que hoy toma asiento entre nosotros; y todo su discurso no es otra cosa que la prueba detallada y terminante de la verdad que dicha afirma.cion contiene. A este fin, y comprendiendo lo grave . de tal acusacion, hace el proceso exacto y minucioso de los modernos conocimientos, desde los primeros trabajos de los italianos de los siglos XV y XVI, que abren con su génio una nueva era, hasta los profundos cálculos de los grandes analistas de nuestros días. Cada nueva teoría, cada descubrimiento importante, así como todo perfeccionamiento de alguna trascendencia, hállase concienzudamente consignado en el escrito á que voy contestando; y de esta manera, fácil es ver con exactitud suma cómo nace y se desarrolla la ciencia moderna con los portentosos descubrimientos de Victe, Descartes, Fermat, Newton y Leibnitz, y con los estensos y admirables trabajos de otros muchos insignes geómetr·as. En esta reseña detallada, minuciosa y en alto grado exacta, el nombre de nuestra pátria no aparece en parte alguna; y este significativo silencio es la triste pero útil enseñanza que del discurso del Señor Echegaray se desprende, y cuyo resúmen, como punto de partida para las consideraciones que me propongo someter á e~te respetable concur-

so, voy á repetir literalmente. ,. «La ciencia matemática mo.derna, dice nuestro colega, nada nos » debe; no es nuestra; no hay en ella nombre alguno que lábios caste" llanos puedan pronunciar sin esfuerzo. La resolucion de las ecuaciones de tercero y cuarto grado se debe » á Ferri, á Tartaglia, á Cardan y á Ferrari, italianos. » El álgebra, al francés Viete. » La teoría de las ecuaciones, al mismo Viete, y á Harriot, inglés. · "La geometría analítica, á Descartes, francés aún. 11


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El cálculo diferencial, á Newton y Liebnitz, inglés el primero,

• aleman el segundo. »La teoría de los números y el análisis indeterminado, á Fermat y »Bachet de Meziriac, franceses ambos. » Las fracciones contín uas, á Brouncker, inglés. » Los logaritmos, á Neper, inglés tambien. » La moderna geometría superior, á Desargues, francés. » Las séries, á Wallis y Mercator, inglés el primero, aleman el segundo. »El ·cálculo integral, á Leibnitz, Newton y Bernouilli. » Al francés l\fonge, la g-eometría descriptiva. n Al piamontés Lagrange, el cálculo de variaciones. "Y despues amplían, desarrollan y perfeccionan estas teorías, ó » crean otras nuevas, numerosos é insignes geómetras -todos extranjeros » á nuestra pátria.» Triste resúmen de la historia de las matemáticas en España, verdad amarga que todos oímos con profundo pesar, y que el Sr. Echegaray se lamentaba naturalmente tener que repetir, aunque á ell<? le obligara un deber sagrado é indeclinable; el mal como el bien, y aún mas que este debe ser conocido para procurar evitarle á todo trance. Ahora bien, señores, pues que el atraso de las ciencias matemáticas en nuestro país durante los siglos XVI, XVII y XVIII es un hecho real y positivo, ¿cuál podrá ser la causa á que deba atribuirse tan grave mal. Dos esplicaciones se presentan, y de ambas habré de ocuparme con algun detenimiento; que bien lo merece asunto digno por todo extremo de estudio y meditacion. O las matemáticas no han existido eQ España porque el caracter especial de nuestra raza no es á propósito para las severas y abstractas elucubraciones de esta ciencia; ó bien, y hé aquí la segunda hipótesis, circunstancias especiales, causas exteriores, como dice el Sr. Echegaray, han impedido que entre nosotros se desarrolle el gusto por aquella clase de estudios. La primera esplicacion es á todas luces inadmisible; la historia de nuestro país, el gran desarrollo de las matemáticas entre los árabes ti


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andaluces, la analogía de nuestra raza con otras en que la ciencia ha llegado á gran altura,• todo á la vez rechaza semejante esplicacion. Cierto es que algunos escritores suponen que las razas meridionales, y en esta clase colocan á la nuestra, por la preponderancia de la imaginacíon sobre la razon, son á propósito para las creaciones poéticás y artísticas, pero no para los profundos, y á primera vista áridos descubrimientos del Algebra y la Geometría. De seguro' ofendería vuestra ilustracion si me detuviera mucho en rebatir hipótesis· á mi juicio tan aventurada; mas séame permitido al menos, ha~er algunas indicaciones generales. En primer lugar observaré, que el estense y variado suelo de n·uestra España, si es en ciertas zonas at·diente como el africano, y se asemeja á los países ecuatoriales, es en otras frío, montañoso y áspero, como algunas regiones del Norte; y que por consiguiente, aun dando por cierta esa influencia decisiva y extrema del suelo y de la posicion geográfica sobre las aptitudes de las razas, no hay razon -para que entre los gallegos y los asturianos, entre los habitantes del Pirineo, y en general en todo el norte de la Península, no hayamos tenido geómetras ni algebristas, durante el largo período de cuatrocientos años. Esto sin contar con que no se halla suficientement~ probado que las razas meridionales· no sean aptas para estudios severos y .reflexivos; antes bien la historia y una sana filosofía demuestran, hasta el punto que tales cosas pueden demostrarse, que la ciencia entera, sin escepciones de ningun género, es accesible á todos los pueblos, á todas las razas, á todo hombre en fin, que, por ser hombre, es sér dotado de razon·, y capaz' de comprender lo que á la razon se dirije. Las influencias del . suelo y de la latitud podrán hacerse sentir, y esto no lo negamos, en el rumbo ó di1·eccion que dentro de la ciencia misma tomen los trabajos de los que á ella se dedican: así los griegos llegan en el estudio de la geometría á una altura maravillosa, mientras los orientales muestran su predileccion por· el análisis indeterminado y cierta1s partes del Algebra; así tambien en la Europa moderna, Francia cultiva con afan todos los problemas que se refieren á la magnitud contínua, en tanto qu~


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los alemanes crean difíciles teorías del órden _combinatorio. Tales diferencias se comprenden y se esplican; pero ni se esplica ni se comprende que todo un pueblo, durante siglos enteros, sea impotente para cultivar una clase determinada de conocirniento.s, mientras en otros ramos llega al límite de la humana perfeccion. Contra esta idea se subleva con noble arranque el Sr. Echegaray, y dice .con gran calor y razon sobrada: «La patria de tantos y tan sublimes poetas, de tanto~ y tan admirables artistas, de filósofos tan profundos, ·de tan ilustres pensadores; la patria de Nuñez, de Omerique y de D. Jorge Juan, no es digna de tal afrenta.» Podrán circunstancias esterna¡:;, obrando como causas fortuitas, retardar la .época en que se cultive la ciencia matemática, y dar entre tanto otra direccion á las inteligencias; mas precisamente, porque estas causas son fortuitas llegará un .dia en que cesen, y con ellas dejarán tambien de existir sus funestos y perjudiciales efectos: Semejante conclusion, no solo es una verdad demostrada por el raciocinio, sino que á mas de esto, ha recibido la sancion de la experiencia. España no ha sido siempre del todo agena á los estudios algebráicos ó geométricos; célebres, y aun pudiéramos deeir que únicas eran en Europa sus escuelas, y gran nombradía llegaron á tener sus maestros; y al fin los geómetras árabes eran españoles, y una buena parte de sus glorias nos pertenece de derecho: siendo circunstancia notable, y muy digna de ser tenida en cuenta, que precisamente llegaran los estudios matemáticos á su apogeo en la region mas meridional de la Península. Por otra parte, si Grecia, Italia y el Africa han tenido g.randes matemáticos, ¿por qué no los ha de tener España? Si entre los árabes andaluces los hubo, ¿por qué no los hemos tenido despues? Ciertamente que no podemos citar nombres dignos de figurar al lado de los de Newton, Descartes y Leibnitz; pero los hay que merecen respeto, y que prueban que hubiera podido nuestra patria llegar á dond e han llegado otras naciones, á encontrarnos en circunstancias favorables para ello.


u El Sr. Echegaray cita algunos de estos nombres; el portugués Nuñez, el geómetra sanlucarense Hugo Omerique, el insigne D. Jorge Juan le merecen elevados y justísimos elogios; otros aún pudieran citarse, entre ellos el matemático Pedro Ciruelo. De estos bien conocidos son el insigne astrónomo, el gran marino y el célebre profesor de la Universidad de París; no creo por lo mismo necesario repetir alabanzas cuya justicia de todos es notoria; pero no siendo tan conocido Omerique, voy á permitirme sobre este geómetra una breve digresion. En la gran obra de Montucla titulada Historia de las matemáticas, s~ halla un párrafo que yo he leido siempre con patriótico o.rgullo, y que hoy recordaré aquí con profunda satisfaccion. España, dice l\Iontucla, há tenido hácia fines de este siglo (el XVII) un analis~a geómetra que mereció consideracion y alabanzas de Newton, á saber, el geómetra Hugo Omerique. Su objeto era, en la obra que á este fin publicó, unir el análisis algebráico modemo con el de los antiguos, y de este modo deduce en efecto, soluciones elegantes y sencillas para gran número de problemas. Prometió una segunda parte en la que se proponía tratar cuestiones de un órden mas elevado; pero esta segunda parte no llegó á publicarse. La obra á que Montucla se refiere tiene por título: Analysis geometrica, sive nova et vera methodus resolvendi tam problemata geometrica quam arithmeticas qurestiones. Pars /, de planis. Se publicó en Cádiz en el año 1698, y nuestra Biblioteca nacional posee un ejemplar de este curioso libro. E1 método empleado por Omerique es el analítico, aplicado ya por los griegos y los árabes: suponer el problema resuelto, establecer relaciones entre los datos y las incógnitas, y deducir de dichas relaciones el valor de las cantidades ó magnitudes desconocidas, es la verdadera esencia de di cho método; pero hay dos circunstancias qu e dan valor á la obra del geómetra sanlucarense. Es la primera, la unidad, la completa y admirable unidad que á toda ella preside; no es una sérié de problemas geométricos resueltos por artificios masó menos ingeniosos, es un método general, cuya potencia,


u; por decirlo así, se pone á prueba por una série de ejemplos ó casos particulares. A mas de esta primera circunstancia, hay otra digna de tenerse er cuenta al apreciar la importancia científica de este notable libro. El método empleado por Omerique es una combinacion del análisis algebráico y geométr·ico, lo cual constituye algo grandemente parecido á lo que en la ciencia moderna se Harpa aplicacion del Algebra á la Geometría. ¿Quién sabe si en otro siglo y con otros estímulos, hubiera sido Omerique el Descartes de nuestra España? Las relaciones algebráicas que emplea, son casi siempre proporciones que compone y trasforma con gran sagacidad é ingenio, hasta llegar á una en la que no entre mas que un término desconocirlo. Quizá hoy parezcan sobradamente sencifüJs los problemas que Omerique resuelve; pero téngase presente el estado de la ciencia en aquel siglo, los adelantos que de entonces acá ha hecho el Algebra, la potencia de los nuevos métodos, y se comprenderá el mérito de la idea que el geómetra español desarrolla. Nótese además, que el libro de Omerique es la primera parte de una obra cuya continuacion, segun el autor, hubiera comprendido cuestiones de un órden mas elevado, y que aun en las publicadas se nota una gran facultad de abstraccion y generalizacion, una gran tendencia á enlazar la aritmética, el álgebra y la geometría, ya sirviéndose del análisis para resolver cuestiones geométricas, ya dando á problemas aritméticos representacion gráfica, propia y adecuada casi siempre. Obsérvese por último, que cuando el inmortal geómetra : inglés, el creador del cálculo, el genio potente que descubrió la atraccion, daba valor é importancia á la obra de Omerique, alguna novedad y adelanto debía contener para aquellos tiempos. Grandes trastornos vinieron des pues, y el nombre de Omerique y su historia quedan hasta hoy envueltos en el olvido. Pero no son los geómetras citad¿s, y aun algunos otros, los únicos que con su talento y con sus obras, nos hacen sospechar hasta qué punto hubieran podido llegar las matemáticas en nuestra patria, á no


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46 , haberlo impedido causas estemas ; en otro órden de conoc1m1entos, podemos hallar ejemplos patentes de la verdad que vengo sosteniendo.

Entre nuestros grandes teólogos y entre nuestros místicos, hay inteligencias elevadas, aptas para las mas difíciles concepciones de la ciencia modern·a. ¿Quién que haya leido alguna de esas obras antiguas en que se une la metafísica á la religion, y á una y otra el sentimiento, no admira aquellos sublimes capítulos que tratan del espacio, del tiempo, de la eternidad, de lo infinito, de las inagotables dichas celestiales, ó de las penas y dolores eternos, presentadas unas y otras en série siempre creciente é interminable? En algunos de esos libros pudiera encontrarse toda la teoría de los infinitos de diversos órdenes, expuesta con precision y claridad admirables; acudiendo para dar forma y relieve, por decirlo así, á tales pensamientos, unas veces á la ciencia de los números, otras á comparaciones y símiles geométricos, y aun á la gradacion de magnitudes del mundo material. Y bien, señores, un pueblo en que existian hombres capaces de concebir, en aquel siglo y en aquella atmósfera, los conceptos mas elevados de la ciencia moderna, no dudeis que hubiera tenido tambien quien á la par de Newton y Leibnitz, creara el cálculo diferencial é integral, á no haber marchado por distinto camino todas las grandes inteligencias de nuestra patria. Creo, pues, haber probado de una manera terminante, que si en España no hemos tenido grandes matemáticos, no debe atri9uirse esta falta á impotencia de nuestra raza, siendo en resúmen las razones que me confirman en esta idea: Primera. El precedente de los grandes geómetras árabes. Segztnda. El ejemplo de algunos matemáticos respetables que hemos tenido. Tercera. El espíritu filosófico, profundo, verdaderamente matemático que aparece en muchas obras de nuestros teólogos y místicos. Citarla. El hecho terminante, y que constituye una gran razon de


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analo,gía, de haber habido en Grecia, Italia y Africa ilustres é inmortales geómetras. Desechada por completo la primera de las hipótesis, que al comenzar presenté como esplica~ion de nuestro atraso en la- importante ciencia de que voy tratando, me resta por examinar la segunda, que era la siguiente: Nuestro atraso en ciencias matemáticas no procede de una limitacion en la inteligencia de nuestros grandes hombres; es un efecto artificial, producido por causas fortuitas y por un ·fatal concurso de circunstancias. El problema es importantísimo, como veis, y con razon anunciaba el Sr. Echegaray al dar principio á su discurso: que el punto que babia escogido encerraba árduas cuestiones, y que tenia inmensa trascendencia para nuestro porvenir; porque la ciencia, añadia con sobrado fundamento, no solo es útil por sus aplicaciones sino por sí misma, en cuanto satisface quizá la primera necesid ad del hombre, es decir, la primera en gerarquía, saber: y se dirije á la mas elevada de sus facultades, á aquella por la cual es lo que es, y sin la que seria cualquier cosa menos hombre, la razon. Por no hacer demasiado estenso su trabajo, se limita nuestro ilustrado compañero á consignar el hecho, y no se detiene á buscar la causa, ó por mejor decir las causas que han debido concurrir para su realizacion. No pretendo yo tampoco entrar en este dificil camino, que me conduciría necesariamente á una cuestion histórica; pero debo ampliar la consecuencia á que el Sr. Echegar~ llega. Y o voy aún mas allá; yo afirmo algo mas; yo digo que no solo ha sido grande nuestro atraso desde el siglo XV en el ramo de las matemáticas abstractas, sino que lo ha sido tambien en todas las ciencias físico-matem áticas, la astronomía, la física, la mecánica, la construccion, la maquinaria, y en todas las artes é industrias que de estas ciencias dependen ó con ellas tienen íntima relacion, que si bien se considera lo son todas. Nuestro país, preciso es reconocerlo por mas que me duela ten er que confesarlo, no ha cultivado las ciencias físico-matemáticas con el esmero, y por lo tanto con el provecho que otras naciones, ni puede


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48 presentar en su historia hombres eminentes en estas importantísimas materias. Ilusiones son las que se hacen constantemente muchos de nuestros escritores, cuando despues de comparar las letras y las artes de España con las de otros pueblos, hacen. lo propio con las ciencias exactas, creyendo hallar resultados igualmente ventajosos. Error es este que toda nuestra historia niega, y que solo es disculpable á un amor pátrio exajerado y ciego. El hecho que en su discurso ha consignado el nuevo Académico es cierto por demás: , no tenemos matemáticos de primer Mden; pero este hecho no es el único de que debemos lamentarnos; el mal es mayor, mucho mayor; se estiende á todas las ciencias físicas y á sus aplicaciones; y yo creo que ~onv1ene conocerlo en su verdadera magnitud, porque cuanto mas estenso y mas profundo sea, mayor y mas enérgico debe ser el remedio que haya de adoptarse hasta conseguir su completa desaparicioµ. En nuestra pátria, famosa por su inspirada poesía, por sus maravíllosas artes, y por cuanto á la imaginacion concierne, no se han cultivado _como en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y otros pueblos las ciencias, ni sus múltiples y útiles aplicaciones. Si ante Shakspeare, Moliere, Schiller-, Dante, podemos presentar á Lope de Vega, Calderon y Cervantes, y frente á Rafael, Rubens y Poussin, á :Murillo, Velazquez, Goya y otros muchos pintores, es lo cierto que no tenemos nombres que puedan figurar dignamente al lado de Newton, Descartes, Pascal, Leibnitz, Galileo, Kepler, Torricelli, Gay-Lussac, Biot, Laplace, y tantos y tantos hombres científicos corpo pudiéramos citar. , ¿Dónde están si no en los siglos XVI, XVII y XVIII nuestros astrónomos? ¿Dónde nuestros grandes físicos? ¿Dónde los hombres célebres que siendo eslabones preciosos entre la ciencia y la aplicacion, hayan dado vida y regenerado nuestras industrias? ¿Qué grandes vías de comunicacion, qué obras públicas notables se han ejecutado en ese largo período? ¿Qué se hizo de la industria que nos dejaron los moriscos? ¿Qué perfeccionamientos recibió su sistema de riegos y sus método.s de c~ltiv_o? Nues,tras escuelas, afamadas con justicia en ciencias sagradas,y en letras ¿qué grandes maestros han tenido en los diferen-


49 tes ramos de las ciencias físicas y matemáticas? ¿Dónde se hallan sus obras ó sus escritos? ¿Qué descubrimien tos podemos decir que sean verdaderamen te nuestros? Y no se nos cite algun nombre español ilustre y respetable pero aislado, porque esos nombres son una prueba mas en favor de lo que venimos sosteniendo. U nas cuantas piedras, por grandes que sean, no constituyen

un edificio: toda construccion arquitectónic a se compone de muchos elementos enlazados en una gran unidad, formando un conjunto armonioso y ordenado á la vez; y del mismo modo, cuando la ciencia existe en un pueblo, no aparece tan solo un hombre científico, un

D. Jorge Juan por ejemplo; hay muchos hombres de ciencia, muchos sábios; hay sucesion, y escuela, y maestros, y discípulos que son maestros á su vez; y el saber y los conocimiento s crecen y se desarrollan por el concurso y el choque de muchas y diversas inteligencias. Los nombres de Omerique en matemáticas, de Don Jorge Juan y Ciscar en la Marina, de Herrera en la Arquitectura, y algunos otros, prueban que hubiéramos podido tener hombres científicos d,e primer órden, una ciencia nacional, si se me permite emplear esta palabra, escuelas españolas, en fin, como hemos tenido escuelas españolas en pintura, y una literatura propia y un teatro nacional; pero precisamente porque han sido hombres aislados, no han podido crear nada bastante grande para dejar una página brillante en la historia de las ciencias exactas. ¿Hubieran descubierto ewton y Leibnitz el cálculo sin los admirables trabajos de sus predecesores los geómetras de los siglos XV

y XVI? No dudamos un punto en contestar que no. Newton trasportado á la Grecia, no hubiera descubierto el cálculo; Descartes en los tiempos de Platon, no hubiera hallado la Geometría analítica; todo gran descubrimien to, como dice el Sr. Echegaray, supone un trabajo anterior, materiales acumulados, sucesion de esfuerzos en una palabra. ¿Y qué son Nuñez, Omerique, Pedro Ciruelo, D. Jorge Juan, perdidos en un espacio de cuatrocientos años, y envueltos en la atmósfera que por entonces rodeaba á nuestra España? Como individuali7

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dades ·mucho, como representantes ~e la ciencia en nuestro paJs, nada., absolutamente nada. Es preciso, Señores·, no h~cerse ilusiones, y decir la verdad, toda la: verdad, buena ó mala, agrad-able' ó molesta, tal como ella sea; único modo de corregir males , que de otro modo podrían rep_roducirse. Y o acepto, pues, la idea del Sr. Echegaray, pero la generalizo, y pregunto al mismo tiempo con él: ¿Por qué no hemos tenido grandes geómetras, ni hombres científicos de primer orden en ciencias físicomatemálicas? Varias y de diversas clases son las causas á que debemos atribuir tan lamen table resultado. Mucho pudiera decirse sobre este punto; pero la índole de este trabajo no lo permite, y debo contentarme con ligerás indicaciones, limitándome á observar que siempre en nuestro país ha sido estudio preferente al de las ciencias exactas el de las letras y las artes, entre otras razones por el impulso que en este último sentido ha dado la administracion pública; y desviados de este modo nuestros grandes talentos de las ciencias matemáticas y físicas, el atraso de estas últimas ha sido consecuencia precisa é inevitable. Aun en. el período relativamente de menos postracion, cuando poseíamos al eminente D. Jorge Juan, no serian muchos los maestros de ciencias matemáticas, cuando hubo necesidad de traerlos de Francia: y cuenta que no acusamos porque así se obrára; cuando faltan hombres de ciencia en un país, lo mejor que puede hacerse es traerlos de donde los hay; pero no por eso debemos dejar de lamentarnos de que fuera tanta ·nuestra escasez, que nos viéramos reducidos á tales estremos. Mas el estudio de tiempos pasados me llevaría muy lejos, y debo concretarme á épocas mas modernas. Yo reconozco, como mi amigo el Sr. Echegaray, g~an adelanto e0 España de unos treinta años á esta parte; la creacion de las Escuelas especiales, así civiles como militares, ha dado vida á las ciencias físico-matemáticas, ha difundido conocimientos antes no cultivados, ha contribuid© á formar un profesorado brillante, no solo en estas mismas escuelas, sino en las Universidádes é Institutos; y hasta en la enseñanza · privada y particular; y bien puede


ol asegurarse que á los estudios intensos y profundos de dichas Escuelas especiales, á la severidad de sus exámenes, ·á sus estensos programas para la admision, se debe principalmente cuanto hoy de matemáticas y de ciencias exactas se sabe en nuestro país. Las Matemáticas elementales, el Cálculo y ]a Mecánica, ]a Física, la Química, la Astronomía, todas las ciencias-exactas: en una palabra,' se enseñan ya en España con tanta estension y profundidad como en las primeras y mas renombradas del Estrangero; el número de . jóyenes que adquieren esta clase de conocimientos con mas ó menos estension, segun las . carreras á que se dedican, ha crecido considerablemente. merced á las saludables reformas que han ido introduciéndose sucesivamente en los planes de instruccion pública. Igual mejora sé advierte en las obras relativas á los diversos ramos de las ciencias físico-matemáticas: sabido es que eran contados y de. escaso valor los libros que poseíamos en el primer tercio del siglo presente; sabido es tambien que por esta causa había necesidad absoluta de acudir siempre y para todo á Francia é Inglaterra; y aunque todavía sigamos .introduciendo de otros países lo mucho y bueno que allí se imprime, por el esta.do de adelanto en que se encuentran, es lo cierto que España ha hecho conocer durante los últimos años su progreso, en el particular de que se trata, por las publicaciones originales que ha dado á luz, algunas de ellas de indisputable mérito. Si á lo que acabo de indicar se agrega la reciente creacion de la -F acultad de ciencias, carrera antes descuidada, y la instalacion, moderna tamhien, de esta Real Academia, fácil es deducir que hemos hecho ya mucho, en efecto, pero no lo bastante, atendido el atras0 y abatimientQ en que nos encontrábamos, y que tanto nos diferenciaba .de los demás países en que el cultivo de las matemáticas había ido sin interrupcion á la par que el de los otros ramos ·del saber humano. El deber de todo pueblo es aspirar constantemente á mayores adelantos, y á mayor perfec~ cion, estudiando, para vencerlos, cuantos obstáculos vengan oponién:..a -dose al logro de un objeto que le ha de proporcionar inmensísimas ventajas. ' !


52 Si bajo determinado concepto conviene á la cultura intelectual de nuestra patria, que en las partes sublimes de la ciencia se ejerciten nuestros grandes talentos, importa tambien mucho que se generalicen, y se popularicen cuanto sea dable los conocimientos teóricos de inmediata aplicacion; nuestra industria, nuestras obras públicas, toda nuestra riqueza material, para decirlo de una vez, están interesados en ello. Un país civilizado debe poseer la ciencia en toda su estension, desde las mas elevadas abstracciones del conocimiento puro, hasta las últi- _ mas aplicaciones prácticas é industriales: la práctica si_n la ciencia es el empirismo. el estancamiento, y por fin la muerte de la industria; ásí como la ciencia sin la aplicacion es algo· incompleta, y bajo cierto aspecto estéril. Cuánto nos interesa el desarrollo y perfeccionamiento de las ciencias exactas, no hay para qu,é encarecerlo; y sin embargo, si es ciert!) que el cultivo de estas ciencias asegura , porque el fin son necesarias en el país, una modesta posicion, no hay estudio que relativamente menos aprecio y recompensa haya tenido, y aun tenga todavía en España; pues 1_1i conduce á la riqueza, ni á los elevados puestos del Estado, á pesar de sus mucha~ y grandes aplicaciones á importantes servicios de la administracion pública. En cambio, señores, todo el que posee conocimientos de otro órden, ó por decirlo así de mas fácil circulacion, marcha por caminos menos escabrosos, que suelen conducir pronta y directamente á mejores términos, á los cuales apenas logra llegar jamás en nuestra patria el matemático, el astrónomo, el físico, el químico y el naturalista. Sin duda que la ciencia lleva en sí misma su recompensa: saber es ya un noble goce para el hombre que dedica años y años á la meditacion estudio. Pero al fin el hombre de ciencia no vive aislado, la sociedad le rodea, sús mil lazos le retienen, sus muchas necesidades le agobian, y forzoso es por lo tanto reconocer, que algó mas que su propia satisfaccion i_n terior necesita para sí y para los suyos, y que en cambio de sus importantes y elevados servicios. bien deb1eran concedérsele ventajas reales y

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positivas, en posicion y bienestar.


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De esperar es que así suceda, y que dándose mas y mas impulso á la señalada marcha de progreso en que de algunos años acá hemos ya entrado por fortuna, llegue pronto la deseada época en que nuestra España figure dignamente, al lado de las naciones mas adelantadas en los diversos é importantes ramos de las ciencias matemáticas.


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DISCURSOS LEIDOS ANTE LA REAL ACADEMIA

DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS E_ LA RECEPCION PÚBLICA

DEL EXCMO. SE-OR CONDE DE CASA-VALENCIA el viernes 29 de Junio de 1.877.

MADRID IMPRENTA DE T. FORTA "ET CALLE DE LA LIBERTAD, NÚ~f. 29

-1877


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DISCURSO DEL

CIA . EXCMO. SE OR CONDE DE CASA-VALE ..



SEÑORES:

Es tan alta la honra que espontáneamente rrie habeis dispensado llamándome á tomar asiento entre vosotros, que no acierto á encontrar palabras que suficientemente expresen mi profunda gratitud, mayor todavía que la distincion que de vuestra bondad he recibido. Careciendo del merecimiento que casi siempre adorna á los que llegan á estas puertas y en esta sábia corporacion ingresan, sólo puedo alegar, como pobre compensacion de mi insuficiencia, una probada y no interrumpida aficion á los estudios de que con preferencia se ocupa esta Academia, y un propósito firme de tomar constante aunque modesta parte en sus difíciles y provechosas tareas. · Con la muerte del Excmo. Sr. D. Salustiano de Olózaga, cuyo puesto vengo á ocupar, sin reemplazarle en manera alguna, han perdido, la Academia uno de sus más ilustres individuos, la nacion un patricio insigne, una de sus celebridades la política y uno de sus maestros la elocuencia. La agitacion y los trabajos de la vida pública, que absorbieron toda su existencia, le impidieron, á pesar de su


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deseo, como él mismo con pesar reconocia, escribir obras importantes de historia, de moral ó de ciencia política, que exigen largo tiempo, descanso y tranquilidad de espíritu en el que las emprende, si ha de llevarlas á feliz término. Algunos cortos y bien pensados escritos nos ha dejado, leidos para cumplir con los deberes reglamentarios de las corporaciones á que pertenecia, en la Academia de Jurisprudencia, en la de la Historia, en la Sociedad Económica Matritense, en el;Ateneo Científico y Literario, en esta Academia y en la Español-a, ó destinados á conmemorar sucesos y á ensalzar á personajes del presente siglo; y por ellos bien se comprende que fácilmente habria podido unir su nombre á estudios de mayor interés y alcance, si las apremiantes preocupaciones de las luchas políticas le hubieran dado vagar para dedicarse á empeños de este género. Los discursos en que trata de la influencia del ejercicio de la abogacía en la política, del límite justo de la sucesion intestada, de la caida de la constitucion aragonesa, de la hermandad de ciegos en Madrid, de la beneficencia en Inglaterra y en España, de la elocuencia. de las libertades públicas, de las locuciones viciosas en nuestro idioma, y los artículos que tienen por asunto, el l.º de Enero de 1820, Torrijos y Flores Calderon, el Empecinado y un ahorcado en tiempo de Fernando VII, si bien excelentes y adecuados al objeto especial para que se escribieron, no llegan á dar cabal idea de su instruccion escogida, de su vasta capacidad y de su larga experiencia de los hombres y del mundo. Desde temprana edad consagrado á la política, más que en la prensa en las cámaras, en donde pronto brilló por su habilidad y por su elocuencia; jefe parlamentario de uno de los dos grandes partidos constitucionales, acaso ántes por la superioridad de su talento que por el afecto de sus correligionarios; sólo por breve tiempo en su dilatada carrera tuvo la grave responsabilidad del gobierno. Las circunstancias y los acontecimientos que siempre influyen poderosamente ,,

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áun en los hombres más eminentes, probablemente contrariaron sus naturales inclinaciones, apartándole del camino á donde le llamaban las condiciones de su carácter y la índG>le de sus estudios. Liberal sincero con gustos conservadores y casi aristocráticos, militó en el partido monárquico de ideas más avanzadas; hombre de gobierno y de mando, pasó la vida en la oposicion, ó alejado de la direccion de los negocios públicos, cuando estaba en manos de sus amigos; conocedor y apreciador de las excelencias del gobierno y de las costumbres parlamentarias de Inglaterra, no pudo trabajar para establecerlas en España, y hubo de ceder á la funesta y añeja propension, general á todas las agrupaciones políticas de nuestro país, de imitar cuando no copiar ciegamente las instituciones, las leyes y las prácticas constitucionales de Francia, sin advertir los tristes resultados que tales modelos en aquella nacion han producido. Como Fox y Burke en la anterior centuria, y como Royer Collard, Berryer y Montalembert en la presente, fué uno de los primeros oradores de su tiempo y logró importancia y fama, influyendo eficazmente á las veces en la gestion de los públicos negocios desde los escaños de la izquierda, sin formar parte del gobierno. La historia podrá declarar más tarde con fria y desapasionada imparcialidad la gloría y la responsabilidad que alcance en los principales sucesos de los cuarenta años que siguieron al fallecimiento de Fernando VII, y ciertamente le absolverá de algunas censuras de sus contemporáneos. Pocas semanas ántes de entregar el alma al criador en 1873, hallándose en extranjera tierra, rendido el cuerpo á las dolencias y el ánimo á los desengaños, decia con melancólico acento: « Muy triste es haber encontrado el mundo mal, haber trabajado con afan para mejorarle, y dejarle peor:» esta patriótica tristeza, inevitable en aquella época, debió amargar sin duda sus postreros momentos. La opinion de amigos y adversarios es unánime en reco- . nocer su talento sobresaliente y su admirable elocuencia

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como orador parlamentario. No es posible, no ya negar, pero ni áun poner en duda que ha sido una de las más altas eminencias y una de las principales figuras de nuestras asambleas políticas, en tiempos dichosamente fecundos en grandes oradores. Desgracia es para los que con la palabra influyen poderosamente en su generacion, en su propio país, y tal vez en los extraños, que la posteridad casi nunca acierte á formar cabal idea de su mérito, ni logre comprender toda su grandeza. Las obras del artista, del poeta, del historiador y del filósofo, viven eternamente, y casi siempre se las aprecia mejor y se las aplaude más en épocas lejanas, que en aquellas que nacer las vieron; que el tiempo al par que embellece los monumentos presta mayores proporciones á las elevadas concepciones del humano entendimiento. Ménos afortunado el orador político, la fama y la gloria que legítimamente adquiere durante su vida, disminuye yse amengua en cuanto mueren los que tuvieron ocasion de escucharle. Convence, conmueve, entusiasma á su auditorio, y acaso á la mayoría d.e sus contemporáneos, y pocas veces produce estos mismos efectos, y nunca en igual grado, á sus lectores de lejanas generaciones. Como algunos delicados perfumes cuya exquisita fragancia sólo se disfruta en el momento de quemarlos, así en la oratoria política, muy distinta en este punto de la sagrada y académica, hay una parte, con frecuencia de las más importantes, inspirada por accidentes del momento, por pasajeros intereses de circunstancias, por las condiciones del adversario, por el giro del debate, por el estado y las disposiciones de la asamblea, que influyen en ella y en el éxito de la discusion y hasta en la gestion de los asuntos públicos , y cuyo mérito apénas ó en manera alguna pueden apreciar los que, alejados por la distancia ó por el tiempo, desconocen los móviles, las intenciones y el propósito del orador. En la antigüedad y en los tiempos modernos oradores ha habido atentos principalmente á su reputacion de artistas


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consumados de la palabra, que han compuesto sus discursos con el preferente objeto de man tener y acrecentar la ya adqµirida fama. Pierden poco estos oradores leidos, pero en cambio se imponen ménos y producen menor efecto en las asambleas políticas, y no siempre afrontan victoriosamente la ruda prueba de las luchas diarias, que raras veces dan lugar á la preparacion, y que no la consienten en las réplicas. No pertenecia á esta clase el Sr. Olózaga, orador verdaderamente parlamentario, dispuesto á intervenir en los debates siempre que la ocasion lo exigia; preocupado más del interés político de la discusion que de los aplausos del dia siguiente; hombre de guerra en la vida civil, como con acierto calificó Mr. Guizot al conde de Montalembert en una solemnidad académica. No tenía la grandilocuencia de Alcalá-Galiano, el aticismo de Toreno, la literaria elegancia de Martinez de la Rosa, la brillante fogosidad de Lopez, la profundidad sentenciosa de Donoso Cortés, la elevada sencillez de Pachaco, sus ilustres competidores; pero acaso acertaba más que todos ellos á excitar y sostener la atencion y el interés de su auditorio, á tenerle pendiente de su palabra, á dominarle y á conmoverle. De este dificil efecto de su oratoria no es posible juzgar, ni áun leyendo sus mejores discursos. Los que como yo hayan tenido la dicha de escucharle con frecuencia, no olvidarán nunca aquella varonil y sonora voz que sin esfuerzo llenaba la cámara y que tenía todos los tonos; aquella envidiable elocuencia sin afectacion ni cansada simetría retórica, sencilla y vigorosa que recorría todos los estilos, desde el más familiar y llano hasta el más alto y patético; aquella punzante ironía que no llegaba al insulto, y que no lastimaba sino que ponia en ridículo al que imprudentemente la provocaba; -aquellos inesperados y magníficos apóstrofes, coronamiento de sus más afamadas arengas, en los que iban hábilmente mezcladas las advertencias, los consejos y las amenazas. Inmejorables eran los accidentes todos de su oratoria,


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siendo de lamentar que no tenga en este punto muchos imitadores. Convencido de que los triunfos de la elocuencia no son los del cansancio, mantenía la tradicion de los primeros tiempos de la tercera época de nuestra historia parlamentaria, y sus discursos, áun los de más empeño, pocas veces pasaban de dos horas, comprendiendo que en ese tiempo, cuando se prescinde de inútiles digresiones y de amplificaciones fatigosas, tratar se puede extensamente de cualquier asunto, áun de los más árduos y delicados. Bien enterado de la cuestion que se debatía, y seguro de la opinion que había de sustentar y de los argumentos que había de aducir, hablaba con naturalidad agradable, sin precipitarse y sin interrupciones, como quien dice lo que piensa, no necesitando acudir de contínuo á notas · y apuntes cuya frecuente lectura molesta y fatiga al auditorio. Nunca se descomponía, ni gritaba, ni agitaba los brazos en el aire, ni ménos sacudía con rudos golpes á los bancos para fingir energía ó encubrir con el ruido la falta de ideas y de sentido en algun período altisonante. Había estudiado con provecho á los grandes maestros de la elocuencia, y con razon no quería descender nunca á emplear medios y -recursos tan sólo propios de oradores medianos ó de muy mal gusto. Confio en que no habreis llevado á mal que haya dedicado á mi ilustre predecesor en la Academia más largo espacio que el acostumbrado en casos análogos. Lo merecen su legítima importancia y su notoria fama. Por otra parte, hay tanta propension á estimarnos en mucho y á mirar con indiferencia ó con lástima, si no con desprecio, á los hombres de otros tiempos , que es conveniente cuando 1a ocasion se presenta, traer á la memoria algo de lo que han sido y han valido; y además, abundan tanto los lisonjeros para los vivos, que no ha de parecer inoportuno que nos dediquemos con gusto algunos á recordar el talento de los que ya no existen.


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Partidario por conviccion y por simpatía de la monarquía constitucional, nunca transigió el Sr. Olózaga con los absolutistas y con los republicanos, y veia en ellos á sostenedores dé formas de gobierno inaplicables á nuestra nacion, y peligrosas para la unidad de la patria. Ya en los postreros años de la vida del célebre orador, aquellas dos escuelas políticas, que no siempre se han limitado á sostener sus doctrinas con teorías y razonamientos, invocando principios muy diversos y por camjnos muy distintos, llegaban en sus conclusiones á un mismo punto: la federacion. Con el nombre de los antiguos reinos, y con el no muy español de cantones ó estados, se ha proclamado y se ha, defendido la division del país. El patriotismo y una ruinosa y sangrienta experiencia, ya que no el detenido estudio de la historia, debían haber apartado de su error á los partidarios de ese sistema de gobierno, y sin embargo, todavía hay muchos en distantes campos políticos que le consideran conveniente y provechoso, cerrando ]os ojos á la evidencia y no atendiendo á las repetidas lecciones de lo pasado. Por este motivo, y estimando que la [federacion sería funesta para España y acaso podria acab?'r con nuestra nacionalidad, he creído oportuno, al par que propio de este sitio y de la ocasion presente, por más que el triunfo de sus sostenedores me parezca imposible, examinar lo que la federacion significa, lo que ha sido en remotos tiempos y lo que en la época actual representa. A este propósito habré de tratar como de los ejemplos más célebres y notables de la Liga Aquea, que era una federacion de ciudades; de Suiza, que es una reunion de cantones; de los Países-Bajos, que fueron una asociacion de provincias; y de la república de la América del Norte, que es la union de varios estados. En la historia antigua, como en la de la edad media y en la de los tiempos modernos; en la civilizacion pagana, como en la cristiana ; en el antiguo como en el nuevo mundo, hallaremos constantemente que la federacion ha sido siempre un vínculo necesario de union,


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un elemento de fuerza entre agrupacio:nes diversas que no podían ó no querían fundirse y renunciar del todo á su propia independiente soberanía; y que á nuestra época estaba reservada la triste celebridad de proclamarla y pugnar por imponerla como sistema de division y de fraccionamiento, atentando audazmente á la grandiosa y admirable obra de consecutivas generaciones y de muchos siglos.

I.

De la federacion, de sus excelencias y ventajas, siendo sincero y entusiasta partidario de ella, trata el conocido historiador ingl_és Mr. Eduardo Freeman, en su Historia del Gobierno federal, de la que por desgracia no ha visto la luz públiéa más qne la primera parte, referente á las confederaciones griegas; que es, sin duda, uno de los libros más completos y mej.or pensados sobre esta materia que hasta ahora se han escrito. Es en su esencia el gobierno federal para este autor, un término medio entre dos sistemas políticos opuestos, y lo define en un ámplio sentido, como la reunion de diversos miembros ó entidades, en la cual el grado de union entre ellos es mayor que el de una alianza, y el grado de indepéndencia mayor que las libertades municipales; y agrega, que es casi imposible que el gobierno federal llegue á su forma perfecta, sino en época muy civilizada y en un país cuya educacion política haya pasado ya por muchas generaciones. Dos circunstancias le parecen necesarias para constituir un gobierno federal en su más acabada expresion. Por una parte, cada uno de los miembros de la union debe ser de todo punto independiente


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en aquellas materias que exclusivame nte le conciernen; y por otra, todos deben someterse á un poder comun, en aquellos asuntos que á la colectividad corresponde n. Así cada una de las entidades unjdas adoptará lib_remente las leyes de su jurispruden cia criminal y áun su constitucion política, y lo hará, no como un privilegio ó concesion de ningun otro poder, sino por un derecho absoluto y. en "\irtud de sus propias faqultades. Pero en todos los asuntos que interesan á la union en general, cesa la soberanía de cada uno de los miembros. Todos ellos son perfectamen te independientes dentro de su propia esfera; pero hay otra esfera en que su indépendon cia, ó más bien, su existencia separada desaparece. Declarar la guerra y hacer la paz, enviar y recibir embajadores , y en general, cuanto se refiere á las leyes internaciona les, se reserva completame nte para el poder cen tra1. La union federal, en suma , de be formar un estado respecto á otras naciones y muchos estados con relacion á su administr:acion interior. La ciudad de Megalópolis no tenía en los antiguos tiempos, y el estado de Nueva-York, ó el can ton de Zurich, no tienen en la actualidad existencia propia y separada respecto de otros países, y no pueden tratar de paz y de guerra, ni nombrar embajadores y cónsules. Era el gobierno federal aqueo y el americano 6 el suizo son, 1a única entidad con quien las naciones extranjeras pueden mantener relaciones. Pero las leyes interiores, las de propiedad, las penales, áun la electoral, podían ser de todo punto diferentes en Megalópolis y en Sikyón, en Nueva-York y en Illinois, en Zurich y en Ginebra, sin que tuviera facultad alguna la asamblea. de Aigion, ni la tengan el congreso de Washingto n, ó el Consejo federal de Berna, para armonizar tan diversas legislacione s. Existen, sin embargo, dos clases de gobiernos federales. En la una,. el poder federal representa únicamente á los gobiernos de los varios miembros de la union: su accion inmediata se con trae á estos go biernps : sus facultades consisten en diri-


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girles peticiones, que, siendo justas y legales, deben ser aceptadas. Si son necesarios hombres ó dinero para asuntos federales, el gobierno central los pide á los gobiernos de los estados, los cuales los dan por los medios que estiman más oportunos. En la otra clase , el poder federal tiene accion, no sólo sobre los gobiernos de los otros estados, sino directamente. sobre los ciudadanos de estos estados, y es, en suma, un gobie:mo soberap.o en su propia esfera, con poder legislativo, ejecutivo y judicial, con la facultad de imponer contribúciones, con servicio civil, ejército y marina. Denominan los autores á los gobiernos de la primera clase Sistema de Estados Confederados, y no los consideran eficaces: y á los de la segunda, Estados compuestos ó Gobiernos Federales Supremos, estimándolos preferibles á aquéllos. El célebre publicista Hamilton llamaba á los de la segunda clase en el conocido periódico .El Federalista, usando el lenguaje de sus adversarios, Oonsolidacion de Estados. Un país federal puede ser aristocrático ó democrático y puede componerse de estados que sean aristocráticos los unos y democráticos los otros: estas aristocracias y estas democracias, pueden, á su vez, ser absolutas ó constitucionales; y áun cuando los estados federales han sido casi siempre republicanos, no es absurda teóricamente la idea de una monarquía federal. Habrá grandes probabilidades de que se establezca un gobierno federal cuando se discuta si varios estados pequeños han de continuar perfectamente independientes, ó han de componer un solo estado grande. El lazo federal reconcilia entónces los dos principios que luchan, armonizando en proporcion equitativa la union con la independencia. El gobierno federales tambien, por lo tanto, un término medio entre el sistema .de grandes estados y el de estados pequeños. Hablando en sentido general, Freeman entiende por estado pequeño aquel en que es posible que todos los c.iudadanos puédan, si su constitucion lo permite ó lo exige, reunirse habitualmente en un sitio para


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objetos políticos; y en su opinion, el tipo más perfeoto de esta clase, es el de la ciudad con ·su propio territorio, formando una entidad absolutamente independiente y con todos los derechos de un poder soberano. En su entusiasmo por este modelo , sostiene Mr. Freeman q_ ue en un sistema de ciudades de este género, el ciudadano se educa, se mejora y se completa hasta el más alto grado posible. Todos los ciudadanos en las democracias, todos los ciudadanos de la clase que gobierna en las aristocracias, son entónces á un tiempo mismo hombres de estado, jueces y guerreros. La democracia ateniense ha producido un número de ciudadanos aptos para ejercer el gobierno mayor que ningun otro sistema polít~co. La asamblea de aquella ciudad era una asamblea de ciudadanos sin distinciones ni eleccion, entre los cuales el nivel político fué más elevado que lo ha sido en ninguno otro estado en tiempo alguno. La educacion política que la constitucion inglesa proporciona á unos cuantos centenares de súbditos británicos que tienen asiento en la cámara de los Comunes, la constitucion de Atenas la daba á muchos miles de ciudadanos atenienses que formaban su asamblea. Otra ventaja indudable de los pequeños estados es que se desarrolla en los ciudadanos una intensidad de patriotismo desconocido de todo punto en los súbditos de las grandes naciones. En cambio, la grandeza de las ciudades independientes raras veces es tan duradera como la de más extensos estados. Una ciudád, para conservar á un tiempo mismo su libertad interior y una posicion res-·, petable en el exterior, necesita un constante, ilustrado y desinteresado patrio_tismo, que con dificultad puede durar por muchas generaciones, y su independencia es ménos segura y se halla más amenazada y expuesta á mayores peligros que la de estados poderosos. En la ciudad independiente, todo se sacrifica al completo d~sarrollo del ciudadano, miéntras que en los grandes estados modernos, todo se pospone á la paz, al órden y al bienestar general. La fede-


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racion es una transaccion entre estos dos opuestos sistemas. El gobierno federal no asegura la paz y la igualdad de derechos en todo el territorio, tan perfectamente como las modernas monarquías constitucionales , ni desarrolla- la vida política de l?S ciudadanos tan completamente como las antiguos ciudades independientes, pero ofrece mayores garantías que éstas para el órden, y da á los ciudadanos una educacion más elevada que la que pu'eden proporcionar á sus súbditos las extensas monarquías. Esta clase de gob:terno es de estructura más delicada y artificial que cualquiera otra, y su forma perfecta es el resultado de un alto grado de cultura política. Más aún que otros gobiernos, es obra de - · circunstancias especiales, y no se puede _establecer en países que no están preparados para recibirla. Por tales motivos, no hay sistema político que sea más digno de estudio; y en la ép.oca actual, su orígen y su probable suerte futura es el más interesante de todos los problema~ de la política. Los más ardientes admiradores de la federacion no pueden intentar propagarla por todo el mundo, prescindiendo de la historia de los diferentes países. Nadie pudo desear que Atenas, en sus días de gloria, se hubiese sometido á una union federal con otras ciudades griegas. Nadie p_uede tener el propósito de desunir y dividir el reino de la Gran Bretaña, convirtiéndole en federacion, ni conceder á los condados ingleses los derechos de los estados americanos; ni áun restablecer á Escocia y á Irlanda en la situacion casi federal que tenían ántes de su union con Inglaterra. La federacion, para tener algun valor, ha de nacer del establecimiento de un lazo más estrecho entre elementos que ántes eran distintos, y no de la division de partes que liayan estado ántes más estrechamente unidas. Todo lo que :se puede pedir en favor del gobierno federal, es que se le considere como una forma posible de gobierno, con sus ventajas y sus inconvenientes propios, adecuada para determinados tiempos y lugares y no para .otros, y que, lo mis-

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mo que todas las demás, puede ser, segun los casos, buena ó mala, fuerte ó débil, provechosa ó perjudicial. Ciertamente, en teoría, el gobierno federal asegura la paz, el órden y la unidad nacional, tan eficazmente como lamonarq uía; y el poder federal cuenta con medios legales para resolver cuestiones entre los diferentes estados, tan eficaces como los de una gran monarquía para decidir las que puedan surgir entre dos provincias. La federacion es tan soberana en su propia esfera como los estados en la suya; y la resistencia á las órdenes legales del gobierno central, constituye rebelion como la inobediencia á las disposiciones de un monarca. Sin embargo, aún allí donde la uniones más íntima y estrecha1 el acto de obligará la obediencia, por más que sea con razon y justicia, á un estado que la resiste, es siempre un asunto difícil, al par que odioso, en los gobiernos federales. No ofrece, por consiguiente 1 duda, que un gobierno federal es en la práctica ménos eficaz para conservar la paz, el órden y la integridad nacional que un gobierno unitario. No hay que olvidar que de todos los sistemas políticos del mundo, la república federal es el que ménos pueden recomendar sus partidarios para que se adopte en todos tiempos y lugares. La federacion es natural en donde existen varias entidades preparadas para unirse con vínculos de esta clase y no con otros. Requiere un grado suficiente de comunidad de orígen, de sentimientos ó de interés, que permita á varias colectividades unirs_e hasta cierto límite. Exige que no haya aquel grado perfecto de identidad, que hace que varias entidades se fundan por completo. Allí donde sea preferible y fácil union más íntima ó separacion completa, la federacion está fuera de su lugar; y lo está igualmente, si intenta romper con violencia lo que ya existe más estrecl¿am,ente unido 1 ó ligar lo que en manera alguna es susceptible de union. Con la exposicion doctrinal que acabo de hacer, tomada con escrupulosa exactitud de la obra de Freeman, se puede \l


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formar cabal idea de su concepto del gobierno federal, de que. es elocuente defensor; de los méritos y desventajas que en su opinion tiene, y de las circunstancias indispensables para su adopcion y establecimiento. Preciso es ahora examinar, siquiera sea á grandes rasgos y con brevedad suma, las cuatro federaciones, que, se~·un el parecer del célebre autor de la reciente Historia de la conquista de Ing later·ra por los Normandos , han sido los más perfectos modelos del gobierno federal en el mundo; y de su estudio naturalmente se desprenderá la provechosa y para algunos olvidada enseñanza, de que en todas ellas la federacion ha sido una ineludible necesidad política para dar coesion, fuerza y medios de resistencia á entidades cuya union era imposible ó en gran manera difícil por otro medio; y que no ha mejorado la educacion política, no ha aumentado el patriotismo de los ciudadanos, 'ni tampoco ha servido para que se respete la soberanía legal y la independencia de las ciudades, de los cantones, de las provincias y de los estados federales.

II.

Doce eran las ciudades que componían, segun Polybio, la primera Liga aquea, disuelta por el rey de Macedonia, con auxilio de tiranos locales. Un terremoto destruyó á Heliké, residencia del gobierno federal, cubriendo el mar el sitio en que se asentaba, el año 373 ántes de Jesucristo, y Olenos fué abandonada por sus habitantes: de suerte que sóloexistian diez delas antiguas ciudades al renacer la nueva Liga. Nada absolutamente se sabe de la índole de la primitiva


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union federal, ni de los títulos y deberes de los magistrados federales, porque las indicaciones de Strabon son confusas y contradictorias. Las ciudades de Patrai y Dymé, aprovechando la ausencia de Pyrro y la anarquía de Macedonia, dieron los primeros pasos (280 años ántes de la era cristiana), para reconstruir la confederacion. Pronto se les agregaron Tritaia y Pharai, y las cuatro formaron el núcleo de la gran república federal del Peloponeso. Su un.ion se consideró de tal manera como la restauracion natural de un estado de cosas legal anterior, que sus condiciones no se inscribieron públicamente en una columna, como se hacía constantemente con los tratados entre estados griegos independientes, y como se hizo en tiempos posteriores al ingresar nuevas ciudades· en la Liga. Cinco años de pues de la agregacion de Patrai y Dym~, el pueblo de Aigion logró expulsar á la guarnicion extranjera, y se incorporó á la un.ion, ayudando á los habitantes de Boura á dar muerte á su tirano. El de Keryneia, temiendo igual suerte, se apresuró á abdicar, y anexó la ciudad á la Liga, que en breve plazo recobró tambien á Aigeira y Pellené, y poco despues á Leontion. Las diez ciudades aqueas reconstituyeron la antigua union, que vivió en paz y oscuramente durante treinta años, sirviéndole su propia insignificancia para evitar recelos y ataques de enemigos. En esta época de tranquilidad se formó sin duda aquella constitucion federal, que se extendió despues por una gran parte de Grecia, y que era democrática, aunque de muy distinto género que la de Atenas. El gobierno federal apareció entónces en su más pura y acabada forma. Cada ciudad era un estado distinto, soberano para todo aquello no incompatible con la más alta soberanía de la federacion; que conservaba su asamblea y sus magistrados locales, y que decidia de todos los asuntos propios sin intervencion alguna .del poder central. Tenía el supremo gobierno de la Liga una asamblea popular soberana, no representatii:.-a, sino primaria. Los ciu-


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dadanos de todas las ciudades confederadas, cumplidos treinta años, tenían derecho de asistirá ella para hablar y para votar. Todos los aqueos libres podían tomar parte en la eleccion de los magistrados que habían de gobernarles, en la aprobacion de las leyes que debían obedecer, y en la declaracion de las guerras en que habían de defenderá la patria. Esta organizacion era en principio muy democrática, y sin embargo, en la práctica tenía bastante carácter aristocrático. En Atenas la asamblea popular era el gobierno verdadero, y los magistrados eran como sus delegados para ejecutar sus a0uerdos. En la Liga aquea habia un presidente de la union con extensos poderes personales, un gabinete ó consejo d_e ministros y un senado revestido con mayores atribuciones que la comision de la asamblea, que llevaba igual nombre en Atenas. En esta ciudad el pueblo gobernaba realmente, miéntras que en la Liga casi no hacía otra cosa que elegir sus gobernantes y aprobar ó desaprobar sus proposiciones. Reuníase la asamblea ateniense tres veces al mes y la de la Liga dos veces . en cada año. A la primera podían asistir regularmente áun los más pobres ciudadanos á quienes se recompensaba con una pequeña indemnizacion pecuniaria por el tiempo que á las tareas legislativas dedicaban, miéntras queála segunda, que celebraba generalmente sus sesiones en Aigion, sólo acudian de ordinario los ciudadanos bastante ricos para sufragar los gastos del viaje, y bastan te celosos para no importarles las fatigas de la jornada. Se votaba en esta asamblea, no por personas, sino por ciudades, sistema empleado tambien en la reunion de las tribus romanas, y no de todo punto desconocido en los tiempos modernos. Esta misma regla se observó en la confederacion americana de 1778, y la actual constitucion de los EstadosUnidos de América la conserva en los casos en que la eleccion de presidente corresponde á la cámara de representantes. Las propias causas que hacian de la asamblea aquea prácticamente un cuerpo aristocrático, influían tambien

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para .que sus legislaturas fueran cortas y poco frecuentes. Reuníase en primavera y en otoño, y sólo por tres dias; pero el gobierno en caso de urgencia podia convocarla para una legislatura extraordinaria. En un principio la eleccion de los magistrados se verificaba en la de primavera; pero con posterioridad tuvo lugar en la de otoño. La brevedad de las legislaturas naturalmente imponía ciertas restricciones al poder de la asamblea y aumentaba el del gobierno. En los primeros tiempos la asamblea se reunía siempre en Aigion: pero desde el año 189 ántes de Jesucristo, se reunió por turno sucesivamente en todas las ciudades de la Liga. Formaban el gobierno el general de los aqueos ó presidente de la union, y el consejo compuesto de diez ministros, elegidos primero por cada una de las diez antiguas ciudades y despues por cualquiera de las que constituían la confederacion. Ha bia además un secretario de estado, un vice-general y un general de caballería;. pero estos dos últimos, como su nombre lo indica, eran cargos militares. En los primeros veinticinco años de la renovada confederacion, eligieron los aqueos dos generales presidentes; pero despues, segun afirma Polybio, decidieron confiar á uno solo el gobierno, y el primero que obtuvo esta dignidad fué Markos, de Keryneia, verdadero fundador de la Liga, que, como Vlashington, obtuvo recompensa merecida, siendo el primer jefe del estado elegido en el país que le debía su independencia. No hay prueba alguna de que los empleados públicos de la Liga tuviesen sueldo, y existen claros indicios de que algunos de los más importantes no lo tenían: y del cargo de general se sabe que imponía grandes gastos. Por tal motivo, aunque todos los ciudadanos eran elegibles para todos los puestos públicos, en la práctica únicamente los que poseían fortuna considerable eran elegidos. La presidencia de la asamblea correspondía á los diez ministros. El general presidente era necesariamente un orador importante que exponia y defendía su política. Fuera


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de la asamblea, en todos los asuntos civiles y diplomáticos, procedia de acuerdo con sus ministros. La reunion del poder civil y militar en· el jefe del estado, daba sin duda mayor unidad y energía á la accion federal; pero ofrecía el inconveniente de que pocas veces el más sabio y experimentado estadista era tambien el más entendido y hábil general. Aratos, que no tenía rival como diplomático y jefe parlamentario, tuvo en su carrera militar más derrotas que triunfos. El presidente de la Liga aquea desempeñaba este cargo sólo por un año, y no podia ser reelegido inmediatamente, aunque sí un año despues. Con arreglo á esta ley, Aratos, durante su larga preponderancia, fué elegido constantemente cada dos años. En aquellos en que no era presisidente, tenía influencia y medios para conseguir la eleccion de alguno de sus partidarios ó de sus parientes, cuya conducta polític;,a dirigía; y de esta suerte era siempre el verdadero jefe de la Liga. Entre el gobierno y la asamblea popular había, como en otros estados griegos, un senado, compuesto de ciento veinte senadores no retribuidos, procedentes de todas las ciudades de la union. Sus atribuciones no se diferenciaban de las de otros senados de Grecia. El gobierno le presentaba sus proyectos para que los discutiera, y acaso para que los modificara, ántes de someterlos á la decision final de la asamblea. Recibía á los embajadores ántes de su audiencia solemne en aquel cuerpo, y en algunos casos trataba asuntos directamente con ellos. A las veces la cámara le confería poderes para obrar en su nombre. En los últimos tiempos de la Liga, cuando la asamblea se reunía, segun el capricho de los legados romanos, á la convocacion acudían pocos ciudadanos de los que no tenían el carácter de senadores. Así se explica que en muchas ocasiones el senado y la asamblea aparezcan confundidos. Tenía el senado aqueo atribuciones más altas é independientes que el de Atenas, y sin embargo, es dudoso que lograra contener eficazmente dentro de límites


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determinados la voluntad de un general popular y resuelto. La analogía con otras instituciones de la confederacion indu~e á creer que los senadores eran nombrados al propio tiempo que los magistrados en la reunion ó legislatura de primavera y que los elegía la asamblea. En ese caso el partido que ganaba la eleccion del general y de sus diez consejeros, tendria tambien medio de triunfar en la designacion de senadores, cuya mayoría pertenecería, por lo tanto, al partido del gobierno. En el año 251 ántes de la era cristiana, consiguió con habilidad Aratos que la importante ciudad de Sikyon ingresara en la Liga, lo cual le valió ser elegido por vez primera general de la confederacion, y durante esta primera presidencia y en la segunda, despues de varias guerras, siguieron el ejemplo de Sikyon, Corinto, Megara, Troizen y Epidauros, pero no Atenas y Argos. La union aquea, que sólo tuvo por objeto su independencia, se convirtió así en un gran poder helénico, centro de la libertad griega, enemigo de los tiranos y refugio de los oprimidos; pero ·cometió el error de solicitar á las veces el auxilio extranjero, que luégo tuvo funestos resultados para la confederacion. En aquel período parecia que Aratos lo hacía todo y que el pueblo aqueo nada hacía. En los años sucesivos otras ciudades importantes ingresaron en la .union; pero las luchas con otras repúblicas y federaciones griegas continuaron; la fortuna dejó de ser propicia á los aqueos, que contrajeron alianzas perjudiciales y deshonrosas; y pronto comenzó la desmembracion de la célebre Ljga. Ara tos murió á los cincuenta y ocho años, el 213 ántes de Jesucristo, despues de haber sido diez y siete veces general ó presidente de la union, y la dejó en situacion tan peligrosa, que no sin razon le llama Mr. Freeman libertador y destructor de su propio país y de Grecia. En los sesenta y siete años que siguieron á su fallecimiento, la Liga conservó su constitucion política y vasta extension de territorio, llegando á ocupar todo el Peloponeso; pero quedó


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reducida, con muy cortos intervalos, á la condicion de aliada dependiente, primero de Macedonia y despues de Roma, que acabó con su independencia ( 146 años ántes de la era cristiana), anulando la constitucion federal; suprimiendo las asambleas y las magistraturas y cambiando la constitocion de las ciudades, en las que á la democracia sustituyó lo que los griegos llamaron timocracia, una como oligarquía, en que la riqueza y no el nacimiento obtenia preferencia. Así fué, en un período de ciento treinta y cinco años, desde su modesta fundacion el año 281, hasta su poco brillante sumision á la república romana, la Liga aquea, escasamente conocida en estos tiempos, aunque merece estudiarse mucho en opinion de varios autores ingleses contemporáneos y de escritores anglo-americanos del siglo décimo octavo. No era muy perfecto ni digno de imitarse el gobierno de la federacion. Aquella asamblea, á que podian concurrir todos los ciudadanos sin distincion, y que sólo celebraba en el año seis sesiones, tres en p~imavera y tres en otoño, carecía de aptitud suficiente y del tiempo necesario para ocuparse con detenimiento de los asuntos del país y para influir directamente en la política del gobierno. En los tres días en que se hallaba reunida cada seis meses, teniendo que elegir general, diez ministros y ciento veinte senadores, y por lo ménos enterarse de las medidas políticas y de las proposiciones que le presentaban el jefe del estado y sus consejeros, no podía casi hacer otra cosa que aprobarlas ó desecharlas en votacion, con corta ó sin ninguna discusion prévia, y nombrar su presidente, magistrados y senadores , que estuviesen de acuerdo con la mayoría de 1os electores que asistian á la asamblea. El general de la Liga, con todo el poder civil y militar concentrado en sus manos y sin la :fiscalizacion constante y eficaz de una cámara ó de otras instituciones, era en la práctica un jefe absoluto, casi un dictador durante el año de su mando. La facilidad de la reeleccion cada dos años, que aprovecharon los


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ciudadanos importantes ó ambiciosos, si bien ninguno con tanta repeticion como Aratos, contribuyó en gran manera á dará aquel gobierno carácter muy personal. El presidente de ]a república respetaba sin duda la soberanía local de las ciudades; pero en los asuntos federales, en los que interesaban á toda la nacion, se mostraba muy independiente y su voluntad encontraba poca limitacion y no fuerte resistencia. Las ciudades se gobernaban á sí propias; pero no contaban con intervencion eficaz y directa en la gobernacion del estado. La federacion nació espontánea y fácilmente como indispensable lazo de union y sistema de defensa, cuando las ciudades se convencieron de que cada una aisladamente no podia recobrar su independencia, miéntras que uniéndose, tenían medio de expulsar á las guarniciones extranjeras que las humillaban y librarse de los tiranos que las oprimian. Para dominar despues Roma con mayor seguri·dad ú la nacion aquea, disolvió la confederacion; no hallando inconveniente ni peUgro en conservar ó conceder á las ciudades, ya desligadas unas de otras, numerosas prerogativas municipales.

III. Catorce siglos separan la caida de la célebre Liga fundada por Markos en el Peloponeso y la formacion de otra federacion pequeña, nacida en las agrestes y pintorescas montañas de la antigua Helvetia, que han hecho popular en el mundo civilizado el talento de Schiller y una de las mejores inspiraciones de Rossini. En el centro de aquella region alpina, existían de antiguo tres valles; el de Urí, el de Schwytz y el de Unterwald, conocidos frecuentemente con la denorninacion comun de vValdstretten ó país

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de bosques. Habitaban el primero siervos de la corona imperial y un corto número de hombres libres; de esta última clase eran casi todos los habitantes del segundo i miéntras que los del tercero eran siervos dependientes de monasterios ó de la nobleza. A la muerte de Rodolfo de Habsburgo hubo en el imperio un período de anarquía, como acontecia algunas veces en la edad-media, hasta que ·habia un acuerdo para la eleccion del nuevo soberano. En la costumbre que en estos interregnos tenian los príncipes, los señores y las ciudades de buscar su seguridad en alianzas defensivas, tuvo orígen la Confederaci0n suiza. Ya anteriormente, en momentos de peligro, los montañeses de Urí, Schwytz y · Unterwald, de igual raza y costumbres, con parecidas instituciones, propensos á unirse para la defensa de comunes intereses, habian celebrado alianzas temporales. Pocos dias despues del fallecimiento de Rodolfo, el l.º de Agosto de 1.291, prestaron solemne juramento á su primera alianza perpétua, base de la federacion de los cantones. Por este pacto se comprometian, para defender mejor sus personas, sus bienes y sus derechos, á auxiliarse recíprocamente con socorros y consejos, con brazos y haciendas, dentro y fuera del territorio, contra todas los que les hicieran violencia, perjuicio ó injuria, renovando la antigua forma de confederacion, en virtud de la cual, los que tuvieran un señor reconocían la obligacion de prestarle obediencia y servirle conforme á su condicion y á su deber. La union de los con·)urati, que así se llamaban los que por juramento se ligaban, no se encaminaba en manera alguna á desconocer la autoridad del emperador, ni áun la de los magnates feudales que poseían en su territorio heredades ó derechos, era únicamente un pacto de defensa contra arbitrariedades y vejaciones ilegales. A poco de haber firmado los montañeses su alianza perpétua, ajustaron en Octubre siguiente otra ofensiva y defensiva con Zurich, por el término de trces años, que no se renovó al espirar el plazo convenido.


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La ambicion y el deseo de venganza de los duques de Austria presentó pronto ocasion á los confederados de probar su inquebrantable resolucion de mantener la alianza. Atacados en 1315 por el duque Leopoldo con numerosos nobles y gran golpe de gente armada, le derrotaron completamente, con pérdida de 1.000 hombres, al pié del monte Morgarten, arrojando con violencia desde la altura pedazos de roca y troncos de árboles, y aprovechando los estragos y la confusion que estos inesperados y terribles proyectiles causaban en el enemigo, para atacarle denodadamente con sus grandes espadas. Hay exageraeion sin duda en comparar, como lo hacen algunos historiadores suizos , la jornada de lVIorgarten á la de Marathon; pero es cierto qne los _rudos pastores de los Alpes destruyeron el lucido ejército de Leopoldo el Glorioso, dando uno de los primeros ejemplos en la edadmedia del triunfo de las milicias de las ciudades y aldeas y de la infantería, contra los cuerpos mejor organizados. y dotados de brillante caballería que acaudillaban los grandes señores. Algunas semanas despues de esta memorable batalla renovaron su provechosa alianza perpétua Urí, Scbwytz y Unterwald, volviendo á declarar en tal ocasion, que los que tuvieran señor le obedecierqn en las cosas justas y legítimas, pero nunca contra sus confederados: que ningun estado pudiera contraer compromisos con un señor, sin el consentimiento de los otros; que todas las negociaciones con los extraños se llevaran y terminaran con acuerdo de los tres, y que las cuestiones entre los confederados se sometieran á árbitros. En este pacto, los habitantes de las tres comarcas se dan ya el nombre de confederados: y de esta época es tambien el de suízos (suisses Sckmytzer), empleado por los pueblos vecinos para designar, no sólo á los naturales de Schwytz, sino á los confederados todos sin distincion. El éxito de los tres estados primitivos en Morgarten despertó esperanzas y deseos en otras ciudades y distritos próximos, y ya en 1332 Lucerna celebró con ellos una alianza

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perpétua, respetando los derechos y la jurisdiccion de los duques de Austria, y los antiguos aliados los del imperio. Buscando auxilio contra poderosos enemigos, entró en la union Zurich en 1351: siguió su ejemplo en el mismo año Glaris, en el siguiente Zoug; y en el inmediato Berna ajustó alianza perpétua con los tres primeros vValdshetten. Así quedó constituida la confederacion de ocho estados-ciudades y estados-rurales, que duró, sin aumentar este número, ciento veintiocho años. Desde la mitad del siglo décimo quinto la confederacion suiza fué uno de los estadQs importantes de la europa central, cuya alianza buscaban otros países, para obtener, no su proteccion, sino sus soldados, ya renombrados por el arrojo y la serenidad en los combates . Aprovechando la aficion de los confederados á la carrera de las armas, los tomaron á sueldo, y los alistaron en sus banderas algunos- reyes y príncipes soberanos de aquel tiempo, y entónces tuvieron orígen los conocidos servicios mercenarios de los suizos, utilizados por casi todas las naciones europeas. -Despues de la célebre campaña de Borgoña, en que halló la muerte Cárlos el Te_merario, por rivalidades y envidias entre las ciudades y los estados rurales, se -habría disuelto la confederacion, si no hubiera acertado á impedirlo con sus patrióticas exhortaciones el piadoso cura Stanz ,. á quien indirectamente se debió que en ella entraran Friburgo y Soleure en 1481. Veinte años despues, en 1501, vinieron tambien Basilea y Scha:ffhouse á formar parte de la union, á consecuencia de la guerra de Súavia, que tuvo igualmente el importante resultado de separar por completo de hecho, aunque todavía no de derecho, Suiza de Alemania. Por último, con la incorporacion de Appenzell en 1513, se cerró el círculo de la antigua confederacion, que llegó á contar trece estados. El prote$tantismo propagado en algunas comarcas suizas, fué para aquel país, como para tantos otros, un poderoso eJemento de perturbacion. Los tres pequeños cantones pri-


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mitivos, con Zoug y Lucerna, se convirtieron en centro de enérgica resistencia á las nuevas ideas religiosas, y la antigua concordia desapareció por largo tiempo. En vez de una confederacion habia dos dispuestas á lanzarse á la lucha. La guerra de religion, que era inevitable, terminó ( 1531) con el triunfo de los católicos, dándoles preponderancia en el gobierno general del estado, y desuniendo á los partidarios de la reforma. La confederacion desde entónces no existió sino en el nombre, porque se hallaba dividida en dos grandes parcialidades, casi siempre en actitud hostil, y acechando el momento de dominar por la fuerza. Para conseguirlo, buscaban auxilios extranjeros. Siete cantones católicos celebraron en 1580 con el Papa y el obispo de Basilea una alianza separa.da, que se llamó luégo la Liga Borromea, en la que entró tambien Felipe II; y los protestantes solicitaron el apoyo de Enrique IV de Francia. La corrupcion más escandalosa, foé vicio comun á todos los suizos de aquella época, y luchas religiosas trajeron la decadencia del país y de la confederacion." Desde el momento en que los cantones ajustaron pactos directamente con otros estados, la antigua union ya no existió, y el gobierno federal careció de medios para hacer respetar sus decisiones. Imperaba en toda la nacion la ley del más fuerte. En los primeros años del siglo décimoséptimo continuaron las cuestiones y disputas religiosas en.tre unos y otros cantones, y en el interior de los cantones mismos . Varias veces fué invadido el territorio suizo durante la guerra de los treinta años, pero al hacerse la paz consintió el emperador de Austria en que por el tratado de Westfalia se reconociera la independencia de la confederacion suiza. Funestos resultados tuvo para este país la encarnizada guerra de los campesinos terminada en 1654. Los gobiernos de Berna, Lucerna y Basilea, tímidos y vacilantes en el peligro, se mostraron crueles despues de la victoria. Los castigos fueron numerosos y terribles: ·negaron á 48 los decapitados; algunos sufrieron


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el tormento: otros, despues de muertos, fueron descuartizados: no pocos fueron mutilados, azotados, encerrados en calabozos, y condenados á multas, á la confiscacion de bienes ó al destierro. Los gobiernos de los tres cantones citados y los de Friburgo, Soleure y áun el de Zurich, abusando del triunfo, se fueron convirtiendo rápidamente en oligarquías, en que mandaban, no toda una clase superior, sino un corto número de familias privilegiadas. El pueblo, soportando un pesado yugo, tuvo hasta la revolucion francesa tan poco envidiable suerte, como los súbditos de las monarquías absolutas que rodeaban á Suiza. Dos sangrientas guerras religiosas perturbaron en la segunda mitad del siglo décimo séptimo aquel país, más dividido entónces que en ninguna otra época anterior. Los cantones católicos, vencedores en la primera contienda civil, fueron al fin vencidos en la segunda por los protestantes; celebraron una alianza perpétua eón Luis XIV, y vi vieron sin tener relaciorí alguna con Zurich y Berna. En el siglo décimoctavo, predominando la tendencia á la separacion, cada estado vivió aisladamente. No se alteró en ese tiempo la paz general, pero en la mayor parte de los cantones hubo rivalidades de familias poderosas, cuestiones de partidos, y movimientos revolucionarios que presagiaban sacudimientos políticos. Entristece considerar los procedimientos bárbaros que en toda Europa se empieaban por aquella época. Acusado Davel en Suiza, por delito de rebelion en 1723, un tribunal protestante le sometió varias veces al tormento, aplicado dos veces en el mismo dia, siendo condenado á que le cortaran la mano y á la decapitacion, aunque al fin le indultaron de la pena primera. Todavía en 1781, en el can ton de Friburgo, Nicolás Chenaux, que excitó al pueblo á levantarse en armas, fué asesinado cuando huia; pero el tribunal no quedó satisfecho, y su cadáver fué decapitado y despues descuartizado y la cabeza puesta en la torre de la puerta del pueblo. Las discor-

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días civiles revestian la venganza con el aparato de la j usticia. En el pequeño estado de Appenzell, Suter que habia desempeñado los primeros cargos públicos, fué condenado como rebelde y perturbador á ciento un años de destierro fuera de la confederacion, y en 1784, arrancado con engaño de su retiro, y llevado por fuerza al can ton, se le dió tormento con bárbara crueldad, fué condenado á muerte y ejecutado. Aunque era notoria la iniquidad de la sentencia contra Suter, hasta 1824 no se rehabilitó su memoria. Me ha parecido oportuno citar estos casos para demostrar, aunque es bien conocido, que durante el siglo décimoctavo, no era solamente en las monarquías y en los países católicos donde se usaba el tormento, sino que por desgracia, este repugnan te procedimiento se aplicaba sin piedad en las repúblicas y en los estados protestantes. _ Al terminar el siglo décimo octavo, la confederacion formada en su orígen de tres cantones (1291) y luégo de ocho (1351-1353), de diez (1481) y de trece (1513), contaba además nueve estados aliados, tres protegidos y como veinte países sometidos ó súbditos. Los trece cantones diferían entre sí por la forma de gobierno. Urí, Schwytz, Unterwald, Zoug, Glaris, Appenzell eran democráticos; Berna, Friburgo, Soleure y Lucerna aristocráticos; y ántes participaban de éste que de aquel carácter Zurich, Basilea y Schaffhouse. Los estados aliados uni9-os á los cantones por vínculos muy diversos, eran los unos repúblicas democráticas, el Vallais y los Grisones; ó aristocráticas, Ginebra, Bienne, Mulhouse y la ciudad de San Gall; y los otros verdaderos principados ecle-· siásticos 6 seglares, el obispado de Basilea, la abadía de San Gall y el principado de euchatel. Eran estados protegidos la Abadía de Engelberg y la república de Gersau. Los países sometidos, en número de veintitres, pertenecian á un canton sólo ó á varios á un tiempo mismo, y las relaciones de casi todos con sus señores respectivos eran de índole muy diversa.


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Tal era la antigua confederacion de los trece cantones. <<País »extraño, dice un historiador moderno, mezcla de feudalis)) mo y de libertad, sometido al poder de las instituciones »góticas, dividido en burgueses, celosos de sus derechos » pero implacables con aquellos de sus clientes que intenta» ban sacudir el yugo; y en verdaderos esclavos que no sen» tian su esclavitud sino cua,ndo querían librarse de ella; » nacion valiente, sufrida, supersticiosa, enérgica, de pa» siones vivas; liga singular de repúblicas divididas por » religiones distintas, por odios y recuerdos, unidas por una » promesa que ya no era el antiguo juramento confederal; y » sin embargo liga independiente, y acaso comparativa» mente más libre y dichosa que sus vecinos y que el resto » de Europa. » No había verdadera constitucion federal. Unidos entre sí por sus tratados de admision en la confederacion, por actos especiales y por los pactos que pusieron término á las grandes guerras civiles, los cantones eran soberanos. En el siglo décimo cuarto se había establecido la costumbre de tratar de los asuntos comunes en las .Dietas ó asambleas· de diputados de los varios estados de la confederacion, en cuyas atribuciones esenciales entraban los negocios diplomáticos, la guerra y las cuestiones entre los cantones; pero éstos en todos tiempos invocando su propia soberanía desconocieron la autoridad de la asamblea. Así se vió que nada pudo hacer la dieta para impedir las guerras religiosas y _la de los campesinos. Durante largo tiempo esta asamblea no tuvo punto :fijo para sus sesiones; en los siglos décimosexto y décimoséptimo se reunió en Baden, pero despues de la paz religiosa los cantones enviaban por fórmula á Fraunfeld en Thurgovia á sus diputados, que casi nunca votaban definitivamente y acudían á consultar á sus gobiernos. Las verdaderas dietas, desde la aparicion dei protestantismo, eran la de los estados católicos en Lucerna y la de los reformistas en Aarau. Cada diez años se renovaba el juramento de

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alianza, que no era sino una vana fórmula. Zurich, el primero en categoría entre los cantones, era el Vorort ó Canton director; convocaba y presidia las dieta, comunicaba á los cantones los negocios que les concernían, pero no tenía poder alguno propio y nada podía mandar. Los estados limítrofes y las grandes naciones de Europa ejercieron siempre influencia considerable en la política de la confedaracion. Luis XVI cuando en 1777 estaba ya á punto de aliarse con los colonos americanos sublevados contra Inglaterra, firmó un tratado de alianza defensiva con los trece cantones, y sus embajadores en la confederacion tuvieron influjo y autoridad preponderante, no sólo en la dieta, sino en los negocios interiores de los cantones. Entre éstos habia grandes diferencias, y en todos se advertía urgente necesidad de reformas en la legislacion y en el gobierno. Basilea, Zurich y Berna tenían una administraci on diligente y entendida, aunque á las veces vejatoria y tiránica . Casi todos los éstados democráticos se distinguían por los muchos abusos. Los países sometidos tenían justos y sobrados moti vos de queja, porque los representantes en ellos de los cantones soberanos no pensaLan sino en enriquecerse pronto; empleando para conseguirlo medios inícuos é inmorales. Los gobiernos que ejercían á un tiempo mismo todos los poderes, el legislativo, el ejecutivo, el judicial y áun el espiritual, castigaban con rigor excesivo, no distante de la crueldad, así los grandes crímenes como los delitos poco importantes. En 1798 la invasion francesa buscaia, y con poco patriotismo solicitada por emigrados suizos, acabó violentamen te con la antigua confederacion, establ9ciendo en su lugar, sin_consultar al país, la república Helvética, una é indivisible, compuesta de veintidos cantones; no sin provocar enérgicas resistencias armadas en Schwytz y otras comarcas, sofocadas y vencidas con dureza por extranjeros soldados republicanos. La nueva constitucion impuesta, obra de Ochs de acuerdo con La Harpe y el Directorio de París, con.feria el poder lea


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gislativo á dos cámaras: el Gran Consejo, al que cada canton enviaba ocho representantes, y el senado con cuatro senadores por cada cantan, que aprobaba ·ó desechaba las decisiones del Gran Consejo. El poder ejecutivo era un Directorio de cinco miembros, única autoridad que proponia las leyes. Había ministerios para los diferentes ramos de la adrninistracion y un Tribunal Supremo, que era la autoridad judicial superior. Los antiguos can tones independientes quedaron reducidos á prefecturas ó circunscripciones administrativas con un prefecto, una cámara administrati va y un tribunal de canton. Fácilmente se ad vierte en este código político el modelo francés de la época, y la costumbre tambien francesa de dar leyes constitucionales simétricas y regulares redactadas con arreglo á un sistema puramente teórico, sin tener para nada en cuenta la historia, las tradiciones, la legislacion y las instituciones de los países á que se habían de aplicar. A la guerra civil sucedió en Suiza una lucha de bastantes meses entre franceses, austriacos y rusos, que terminó con la segunda batalla de Zurich. El gobierno helvético, refugiado en Berna, era víctima en tanto del antagonismo declarado de los moderados y de los exaltados. Consiguieron los primeros vencer una tentativa de golpé de estado dirigida por La Harpe, y nombraron en vez del Directorio una comision ejecutiva de siete individuos , que disolvió los dos consejos y encomendó á una comision legislativa la redaccion de una nueva constitucion. El l'artido unitario deseaba la continuacion de la república una é indivisible; los federalistas reclamaban el restablecimiento de la forma federal anterior á 1798, y esta lucha política tuvo nn inesperado desenlace. Aunque despues de la paz de Luneville (1801) se reconoció á la república helvética, prueba evidente de que aquel país no gozaba de verdadera independencia, el derecho de hacer su propia constitucion; cuando se conoció el proyecto de la comision legislativa, favorable

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al régimen unitario, el poderoso cónsul Bonaparte la modificó por su propia voluntad en sentido .federal. Las elecciones para la dieta dieron la mayoría á los unitarios, que se apresuraron á enmendar el anterior proyecto de constitucion, llamado de la Malmaison, por ser este el nombre de la residencia del primer cónsul francés, y nombraron un senado unitario (1801). Los federales, no resignándose á su derrota, derribaron al gobierno con el auxilio de tropa~ francesas, y pusieron en su lugar un senado federal, estableciendo otra nueva constitucion conforme con el fracasado proyecto de la Malmaison. Helvécia formaba entónces un estado con Berna por capital, y diez y siete cantones, cada uno con organizacion especial. El gobierno central se componia de una dieta ó senado y de un pequeño consejo que, presidido por un primer Landamrnann, tenía á su cargo el poder ejecutivo. I,esavenidos en breve plazo Bonaparte y el gobierno suizo, que se oponía con justo motivo á la separacion del Vallais, el embajador francés se decidió por los unitarios, que se apoderaron de la direccion de los públicos negocios (1802). Una constitucion unitaria, sometida á la aprobacion del pueblo, fué aceptada por 72.000 votos y desechada por 92.000; pero se supuso que tambien la aceptaban gustosos 167 .000 ciudadanos que voluntariamente no habian tomado parte en la votacion, y con tan sólido fundamento la dieta la impuso á la nacion suiza. La retirada de las últimas tropas francesas que aún ocupaban una parte del país, dió ocasion á un levantamiento casi general; y cuando los federales estaban á punto de completar su triunfo, Bonaparte ofreció su mediacion á los dos partidos, y la apoyó eficazmente Ney con 42.000 soldados. Sesenta diputados, unitarios los unos, federales los otros, acudieron á París convocados por el desinteresado mediador para exponer sus opiniones y sus deseos: y esta extraña asamblea, llamada Consulta lielvética, discutió durante seis semanas, sola unas veces, otras con el primer cónsul y con sus ministros algu-


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nas. Asegura un autor suizo que, en estos debates, dió repetidas pruebas Bonaparie de un profundo conocimiento de Suiza, de sus diversos habitantes y de sus necesidades políticas; y es lo cierto que, al cabo de largos y prolijos trabajos, dió á aquel país, á manera de regalo, la constitucion llamada Acto de mediacion (1803), que con tenia para cada uno de los diez y nueve cantones una constitucion adecuada á sus costumbres y exigencias, y para Suiza un pacto federal. La dieta} que se reunía el primer lunes deJunio, no debiendo durar sus sesiones más que un mes, se componía de un diputado por cada canton, con poderes limitados, y sin poder votar nunca contra las instrucciones que recibía; pero los representantes de los seis cantones cuya poblacion era de más de 100.000 almas, tenían dos votos, por lo que los diez y nueve diputados reunían veintincinco votos. Celebraba sus sesiones la dieta por turno cada año, en seis de las ciudades principales, y los cantones de que estas ciudades eran capitales se convertían tambien sucesivamente en cantones directores, cuyo abogado (avoyer) ó ·bourgmestre unía entónces á este título el de landammann de Suiza, con la presidencia de la dieta y atribuciones y facultades de poder ejecutivo. A la dieta correspondia la declaracion de la guerra, los tratados de paz, y la determinacion del contingente de tropas. En tres categorías distintas se dividían las constituciones de los cantones: las había democráticas, aristocráticas y con democracia representativa. En los diez años que estuvo en vigor el acto de mediacion, consiguió Suiza tranquilidad y algunos adelantos, corta compensacion de la falta completa de independencia. La imperiosa voluntad del poderoso mediador, exigió y obtuvo fácilmente un contingente de cuatro regimientos suizos de 4.000 hombres, empleados con frecuencia en las empresas militares de Francia. Hondamente agitaron á Suiza en 1813 las victorias de los aliados. Querían unos el restablecimiento de la confederacion de los trece cantones antiguos, y pugnaban otros por· sostener la de los diez


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y nueve con los fundamentales principios del acto de mediaclon. A las dos dietas rivales de Lucerna y Zurich, se sustituyó, por imposicion de las potencias reunidas en Viena, la Larga Dieta que aprobó el Pacto federal, no sin vencer grandes dificultades, porque la mayor parte de los cantones se oponian á aceptar restricciones á la soberanía cantonal, y no se mostraban dispuestos á sacrificar nada en beneficio general de la nacion. Como si Suiza estuviera destinada á no gozar nunca de entera independencia, se sometió el proyecto de pacto á la sancion del congreso de Viena, y cuando la obtuvo lo aprobaron por fórmula los cantones, comenzando á regir en ] 815. Por la nueva constitucion, que duró hasta 1848, los cantones eran veintidos, se garantizaban recíprocamente sus constituciones y su territorio, y no podian ajustar entre sí alianzas en perjuicio del pacto federal. La dieta tenía la direccion general de los asuntos generales de la confederacion, se reunia en la capital del can ton director el primer lunes de Julio, y se componía de diputados de los veintidos cantones, que votaban conforme á las instrucciones de sus gobiernos, pero cada canton no tenía más que un voto. En los intervalos de una á otra legislatura, la direccion de los asuntos generales correspondia á un canton director, y lo eran por turno cada dos años Zurich, Berna y Lucerna. Se reconocía con garantía formal la existencia de los conventos y capítulos eclesiásticos. Los vicios fundamentales de esta constitucion, causa de frecuentes alteraciones y discordias, consistia en una cám:ira única federal, poco numerosa además para asamblea; en la falta de un presidente elegido por el país; en las escasas facultades del poder central; y en la excesiva independencia de los cantones. De éstos eran los unos repúblicas aristocráticas, los otros democracias puras, la mayor parte repúblicas representativas. Muchas de las constituciones cantonales consignaban privilegios personales y de localidad. En los cantones aristocráticos se resta-


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bleció el patriciado, y áun en algunos democi•áticos dominaban las minorías; en unos y otros, los Grandes Consejos se renovaban á sí propios y no por la eleccion del estado, y á todo esto se agregaba que las deliberaciones de las asambleas no eran públicas, y que por la corta retribucion de los destinos casi no podian desempeñarlos más que los ricos ó los que contaban con alguna fortuna. Sometida siempre Suiza á la influencia de las ideas do~nantes en las grandes naciones limítrofes, y especialmente á las de Francia, la revolucion de 1830 fué causa de que en algunos meses doce cantones modificaran su constitucion en sentido democrático, pacíficamente unos, por medios violentos los otros, proclamando segun la moda política francesa la soberanía popular. Hubo en 1832 una tentativa de revision del pacto federal, infructuosa, porque el proyecto de reforma á ningun partido satisfizo; y una lucha que algunos momentos dejó de ser pacífica entre varios cantones liberales, unidos por el tratado que se llamó.el concordato de los Siete, y sus adversarios que formaron la liga de Sarnen. A la agitacion política siguieron pronto las disensiones religiosas, promovidas por la supresion violenta de algunos conventos, infringiendo el pacto de 1815, que aseguraba su existencia. La guerra de 1847, en que fueron vencidos los cantones católicos del Sonderbund, obligándoles á modificar sus constituciones á gusto de los vencedores, y expulsando á los jesuitas del territorio suizo, puso de manifiesto que cuando el poder central lo considera conveniente, no se respeta la soberanía cantonal, y que la federacion no ofrece garantías suficientes de independencia á los estados que la forman; los cuales, áun en su interior organ_izacion, dependen más ó ménos ostensiblemente, de la voluntad de la mayoría que en el gobierno federal predomina. Creyóse en Suiza entónces, como en otros países en épocas distintas, que el medio de borrar las huellas de las recientes discordias sería una nueva ley fundamental; y esta creencia,


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sincera en algunos , y el deseo de novedades en no pocos, favorecido por la revolucion francesa de 1848, dió por resultado la constitucion federal del mismo año, más centralizadora, más conforme que las anteriores con los buenos principios políticos, y que ha estado vigente veintiseis años en la Confederacion suiza, formada por los veintidos cantones, que eran soberanos, como declaraba la co~stitucion misma, en tanto que su soberanía no estaba limitada por la ley federal. Se establecía en esta ley el servicio militar obligatorio, el servicio de correos y la acuñacion de la moneda, á cargo -de la confederacion. La asamblea federal se componía de dos secciones ó consejos, el Consejo J.lacional y el Consejo de los .Estados, y formaban el primero los diputados elegidos por tres años, directamente por distritos de 20.000 almas; y el segundo cuarenta y cuatro representantes, dos por cada canton; unos y otros sin instrucciones especiales para votar. Ejercía la autoridad superior ejecutiva un Consejo federal de siete individuos, nombrados por tres años y presididos por el Presidente _de la confederacion, que todos los años elegía la asamblea federal, la cual tambien nombraba por tres años los once magistrados y los suplentes del tribunal federal. La constitucion concedía el derecho electoral á todos los suizos mayores de veinte años, concesion impropia de un código fundamental federal que debía dejar á los cantones, como acontece en América, la facultad de establecer el sistema electoral que les pareciera más conveniente; y con tenia la prohibicion de que los jesuitas y las sociedades afiliadas á esta compañía, pudieran establecerse en parte alguna del territorio suizo; disposicion tambien impropia de la constitucion, atentatoria á la soberanía de los cantones, inspirada sin duda por el odio de los vencldores á los vencidos en 1847. Reconoce un historiador que este código constitucional, fué el primero que aquel país adoptó eon entera libertad, habiendo sido todos los anteriores dictados por influencias


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extranjeras; y un distinguido escritor de derecho público so~tiene que la diferencia esencial entre la constitucion de 1848 y la de 1815, consiste en que aquélla hacía de los cantones y de toda la poblacion suiza una nacion, miéntras que ésta era tan sólo una liga de poderes cantonales y una garantía recíproca de los gobiernos contra los pueblos. Para completar esta prolija reseña, añadiré que en 1874 se ha votado por una gran mayoría, una nueva constitucion mucho más centralizadora que la precedente; y que son ahora más frecuentes las ingerencias del gobierno federal en los asuntos propios y privativos de los cantones. Pienso que el estudio de la historia política de Suiza, ántes ha de quitar que traer partidarios al sistema de confederacion. Fué allí una imperiosa necesidad para unir y dar a1guna importancia, · consistencia y fuerza á comarcas y ciudades diversas, de orígen a1eman, italiano y francés, que de otro modo no habrían podido resistir á los poderosos estados vecinos. Pero áun aliándose, apénas han gozado de verdadera independencia, y se han visto casi siempre sometidos á la avasalladora influencia de las grandes naciones fronterizas , que les han dictado la mayor parte de las 1eyes fundamentales que en el territorio de la república han estado vigentes. Tampoco ha logrado el sistema federal evitar las luchas entre los cantones; que las guerras religiosas y políticas han durado tanto por lo ménos en Suiza, como en otros estados europeos; ni ha servido para que se respete en los asuntos que más podía importarles, la soberanía de los diferentes miembros de la confederacion, que han tenido que someterse á la voluntad y á las preocupaciones de los más fuertes. No ha contribuido, por otra parte, al progreso y perfeccion de la educacion política, de los ciudadanos y de los estadistas, porque hasta 1848 no han reconocido la necesidad de dos cámaras, de un jefe del poder ejecutivo con atribuciones suficientes, de la abolicion del mandato imperativo para los legisladores, y de la repre~entacion propor-


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cionada á la poblacion en la asamblea popular; instituciones y principios fundamentales adoptados desde mucho tiempo ántes por los estados en que hay verdadero régimen constitucional y gobierno del país por el país.

IV.

Un año ántes de la celebracion de la famosa liga de Borromeo ó liga de Oro , que unía en estrecha alianza en ódio á los protestantes, á los siete cantones católicos, primero con el Pontífice y el obispo de Basilea y luégo con Fellipe II, rompiendo la unidad política de la confederacion, dividiéndola en dos partes recíprocamente hostiles y privándola de la escasa importancia que en el mundo tenía; comenzaba á formarse en un limitado y pobre territorio, constantemente combatido por el mar del Norte y por el temible poder de España, el gobierno de las siete provincias unidas de Holanda, que asegurando su independencia tras larga y porfiada lucha, extendió su dominacion y su influencia en desconocidas regiones y apartados continentes, y ayudó eficazmente á Inglaterra para el restablecimiento del gobierno parlamentario, despues de haberla vencido en guerras marítimas, dejando por do quiera en el siglo décimoséptimo muestra de su vigor y de su importancia. Por una princesa, la duquesa María, hija única de Cárlos el Temerario, esposa del archiduque Maximiliano y madre de Felipe el Hermoso, babia pasado en 1477 la soberanía de los Países-Bajos á la casa de Austria; y en los primeros años de la siguiente centuria, por otra princesa, la infanta doña J nana, hija de los Reyes Católicos y madre de Cárlos V, se unieron aquellos estados para nuestra desdicha


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· á la monarquía española. Así en la época de la dominacion austriaca como en tiempo de los duques de Borgoña, eran ya los Países-Bajos una confederacion de diez y siete provincias, sin otro comun vínculo que los estados generales, y el soberano regente á gobernador general: y cada una de las provincias con sus estados especiales, era como una federacion de nobles y ciudades en que á las veces tenía representacion el clero. Segun la opinion de M. Mottley, las ciudades que habían adquirido importancia por su industria y su comercio con Inglaterra y las naciones del Báltico comenzaron á presentarse desde 1286 á 1289, en union con los nobles, en las asambleas de los estados de las provincias; y en el siglo siguiente, las seis principales ciudades de Holanda, Dordrecbt, Haarlem, Delft, Leyden, Gouda y Amsterdam, adquirieron el derecho de enviar tambien regularmente sus diputados á los estados provinciales. Estos grandes centros de poblacion constituyeron así con los nobles el poder parlamentario de la nacion; y al propio tiempo recibieron del conde de Holanda, de quien dependían, cartas patentes que les autorizaban á elegir sus autoridades municipales, y un cierto número de consejeros ó .senadores ( Vroedscliapen) . Las instituciones políticas de los PaísesBajos habían adquirido su carácter provincial en tiempo de la casa de Borgoña, y el espíritu de gobierno local era con frecuencia exagerado en sus manifestaciones. En vez de los derechos del pueblo, frase en aquella época desconocida, había los derechos de los estados; porgue las ciudades populosas, con su extensa demarcacion y las numerosas aldeas y villas que de ellas dependían, ántes formaban pequeños estados que municipalidades. Aunque las supremas atribuciones del poder legislativo y del ejecutivo correspondían al soberano, cada ciudad hacía sus reglamentos y tenía además estatutos dados por su propia autoridad, y aprobados por el príncipe. Los gremios ( gildes) eran vasallos de las ciudades y éstas de los señores feudales, y en el consejo de la ciudad el gre-


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mio no tenía sino un voto, y en los estados la ciudad votaba como una sola persona. El trabajo daba derecho á formar parte de los gremios, y por lo tanto á influir en el consejo del municipio. Las atribuciones de los estados generales tenían bastante limitacion. Los miembros de esta asamblea no eran representantes de la nacion elegidos por un cuerpo electoral, sino diputados enviados por las provincias, siendo éstas consideradas como individuos. La personalidad provincial no siempre se componía de iguales elementos. En Holanda la constituían dos brazos; los nobles y las seis principales ciudades. En Flandes cuatro brazos; las ciudades de Gante, Brujas, Ypres y el Franc de~Bruj as. En Brabante las cuatro grandes ciudades de Lovaina, Bruselas, Bois-le-Duc y Amberes, sin representacion alguna de la nobleza y del clero. En Zelanda un eclesiástico, el abad de Middelburgo, un noble, el marqués de Veer y Fléssinga y seis ciudades principales. En Utrecht tres brazos; la nobleza, el clero y cinco ciudades. Estas provincias, lo propio que las otras, org anizadas de análoga manera, se suponía, cuando la asamblea se hallaba reunida, que en ella estaban realmente presen tes. Eran primordial objeto de las deliberaciones de los estados generales, los asuntos de hacienda. El soberano ó su lugarteniente (stathouder) no obtenían subsidios si no pidiéndolos personalmente; y cualquiera cfodad, como miembro de una provincia, tenía derecho, no sólo de oponerse, sino de impedir la concesion. Las asambleas de los estados eran más bien diplomáticas que representativas. El stathouder, en nombre del soberano, presentaba las proposiciones que se habían de aprobar. La nobleza -.;;-otaba generalmente como un cuerpo, á veces individualmente, y si asentía á la peticion, se sometía ésta á los burgueses, los cuales si tenían encargo especial para decidir sobre aquel asunto, votaban por ciudades, pero no separadamente. Si carecían de instrucciones para la proposicion de que se trataba, la aceptaban con objeto de someterla al consejo de su ciudad res-


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pectiva, á fin de traer una resolucion autorizada cuando continuase la legislatura, que por tal motivo se podía suspender, ó para la dieta inmediata. Se atenian extrictamente los diputados municipales á las instrucciones que recibian, y cada ciudad era un pequeño estado independiente en que predominaba constante desconfianza, no tan sólo respecto del soberano y de la nobleza, sino tambien con relacion á las otras ciudades. Exceptuando Flandes y el Artois, en donde estaban excluidos de la administracion dej usticia, los stathouder eran en las provincias los jueces supremos en las causas civiles y criminales, y en todas mandaban la fuerza armada del territorio. De suerte que habia descentralizacion en la administracion de justicia y en el mando militar, lo cual no sucede en la época actual en Suiza, ni en los Estados-Unidos de América. La federacion de las diez y siete provincias de los PaísesB aj os existía de tiempo antiguo por motivos geográficos, al par que políticos, como un hecho natural y forzoso; y cuando por causas ·muy diversas, siete de estas provincias se declararon independientes del rey de España, conservaron sus leyes, sus instituciones, sus asambleas y el gobierno federal que las unia, no cambiando sino el jefe del estado. A Felipe II y su descendencia remplazaron con el príncipe Guillermo de Orange y sus her~deros. Desde el principio de las alteraciones en aquel país, hasta la terminacion de la guerra, hubo constantes acontecimientos que demostraron la casi completa autonomía de las provincias. Los primeros estados provinciales que se reunieron contra el duque. de Alba, fueron los de Holanda el 15 de Julio de 1572 en Dordrecht, para oponerse al pago de nuevas contribuciones; prueba evidente de la independencia con que obraban las provincias cuando consideraban lastimados sus intereses, y de que los excesivos impuestos y no las cuestiones religiosas fueron la causa de aquel acto de insurreccion y desobediencia, que tuvo tan importantes resultados. Andando el tiempo, el de-


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seo de libertad para la iglesia reformada y la exigencia de que no hubiera tropas extranjeras en las provincias, hábilmente fomentados por la ambicion del príncipe de Orange, fueron la bandera de los descontentos y de los enemigos de España. En Abril de 1575 se formó un proyecto de union entre Holanda y Zelanda, y se nombraron seis comisarios con el encargo de presentar el plan de un gobierno para las dos provincias, que fué al fin aprobado en las asambleas generales de los estados. Queriendo el de Orange que la voluntad del país se pudiera expresar libremente, pidió que aquel proyecto se sometiera al pueblo en sus asambleas primadas, pero los estados se opusieron á esta manifestacion democrática, representando que segun la costumbre, en asuntos de gobierno despues de los magistrados de las ciudades, sólo era lícito consultar á los capitanes de las compañías y á los decanos de los gremios. Cedió el príncipe de su propósito , y reunidos los capitanes y los decanos á los aristocráticos consejos municipales, ratificaron el convenio que establecía la autoridad del Taciturno, en las dos provincias unidas, celebrándose la un.ion el 4 de Junio de aquel año. Tal fué el comienzo de la confederacion, que pronto llegó á comprender siete provincias, formando la nacion de los estados de Holanda. Así como en la primitiva alianza de los cantones suizos se respetaban los legítimos derechos del emperador de Austria, en esta primera un.ion de las dos provincias holandesas se reconocía la soberanía del rey de España, cuyo nombre se ponía en todos los documentos oficiales. Pero esta ficcion de hacer la guerra á un monarca acatando ostensiblemente su autoridad, no podía prolongarse por mucho tiempo, y en Octubre de 1575 propuso Guillermo de Oran.ge á los estados de Holanda y Zelanda, en Rotterdam reunidos, que entraran en tratos con el enemigo, ó que rompiendo por completo con Felipe II y separándose de España, eligieron otro soberano para la mejor defensa de las provincias; y manifestó que sobre tan grave asunto era


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indispensable consultar á los consejos municipales. Convinieron los diputados de las ciudades en la oportunidad de esta medida, y los representantes nobles desearon tambien consultar la opinion del cuerpo todo de la nobleza. Despues de un aplazamiento de breves días, la asamblea tornó á reunirse en Delft y los próceres y las ciudades por unanimidad declararon que no les unía vínculo alguno de obediencia con el rey, y que debían buscar auxilio y proteccion en el extranjero, dando así el último paso para proclamar la independencia de las dos provincias, que confiaron el poder supremo al mismo príncipe de Orange. Aunque los miembros de la nueva confederacion gozaban de grandes atribuciones y derechos, el gobierno que se dieron tenia la forma monárquica, porque los poderes conferidos al Taciturno, hacian de él un soberano interino. Conociendo los inconvenientes de las federaciones, no cesaba el príncipe de aconsejar á sus conciudadanos que buscasen el remedio á sus males, en e] valor y sobre todo en la union. « Es imposible, de(?ia, que un carro marche derecho si tiene las ruedas de dimensiones desiguales: igualmente una confederacion se rompe y perece, si todos los que la forman no tienen un deber igual de encaminarse en todo á un fin comun.)> No tuvieron siempre en cuenta los holandeses tan prudentes advertencias, y se vió precisado el príncipe de Orange á recordarlas en términos más duros en un discurso que en Noviembre de 1579 dirigió á los estados generales reunidos en Amberes. Despues de hablar de la desagradable y vergonzosa avaricia de las provincias, añadió que la gran causa de todas sus dificultades era la falta de elevados sentimientos patrióticos, y los insuficientes y mermados poderes dados con desconfianza más bien que c,mferidos ámpliamente á los miembros de los estados generales, porque éstos nada se atrevían á hacer sino despues de haber consultado minuciosamente sobre todos los asuntos, la voluntad de sus señores y poderdantes,


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las autoridades municipales; resultando que los diputados de la union venian á la asamblea en calidad de abogados de sus provincias ó de sus ciudades, y no como representantes y legisladores de una nacion misma, y que se ocupaban únicamente de buscar los medios de favorecer mezquinos intereses de localidad, áun á . riesgo de perder y perjudicará las otras provincias hermanas. Concluia manifestando su ardiente deseo de renunciar á los cargos que le habian confiado, si los confederados, cambiando de conducta, no le daban los medios de desempeñarlos conveniente y útilmente. El conde Juan de Nassau, hermano del Taciturno, tuvo que renunciar el cargo de stathouder de Gueldre y se marchó de los Países-Bajos, porque la mezquindad de los estados provinciales era tal, que despues de haber él contraído cuantiosas deudas por la causa de la emancipacion, no le daban á las veces con que pagar los gastos más necesarios para la vida. La fatal envidia de las autoridades provinciales entre sí, dice un notable historiador americano, y la vulgar ambicion de las magistraturas locales, venían de contínuo á poner un nuevo obstáculo á los progresos y adelantos de la nacion. Nunca fué la envidia más funesta y la desconfianza más inoportuna que entónces. Ni el país ni las circunstancias se prestaban á una centralizacion peligrosa. No tenía la nacion centro. ¿Era probable la apoplegía cuando no habia cabeza'? El peligro estaba más bien en las mútuas repulsiones de aquellos átomos de soberanía: en las tendencias centrífugas que rápidamente llevaban al cáos á un país en el estado de nebulosa. La desunion y la discordia no podían ménos de traer la peor de las centralizaciones, la comun absorcion por un déspota lejano . Con estas frases enérgicas describe Mottley los defectos de las confederaciones, aunque espontáneamente se formen; y los obstáculos y dificultades que á las veces las rivalidades de los confederados oponen para una accion rápida, enérgica y constante, áun en momentos de crísis y de peligros.


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Despues de algunos años de lucha, en Enero de 1579, se publicó solemnemente desd~ el balcon de la casa de ayuntamiento de Utrecht, el convenio de union entre las provincias frisonas, Gueldre, Zutphen, Utrecht, Holanda y Zelanda, documento célebre llamado la union de Utrecht, que generalmente se considera como el fundamento de la república de Holanda. Las partes contratantes prometían permanecer unidas hasta la eternidad, como si fuesen una sola provincia, y cada una debía conservar sus privilegios, libertades laudables y antiguas costumbres; así como las ciudades, corporaciones y habitantes de cada provincia, sus tradicionales instituciones garantida~ contra :cualquier ataque. En cuanto á re1igion y á culto, cada provincia podia adoptar las disposiciones convenientes encaminadas á mantener la tranquilidad interior. Los autores de la union de Utrecht no creían sin duda hacer la constitucion de un nuevo estado, sino un tratado de alianza para defenderse de agresiones extranjeras . La futura confederacion, al decir del citado historiador ,americano, no había de asemejarse al imperio de Alemania, porque no reconocía jefe único. Debía diferir de la Liga Aquea, cuya asamblea general tenía mayores poderes, y cuyos diversos elementos constituyentes conservaban ménos atribuciones que los estados de la union de Utrecht. Por otra parte, esta union iba á ser más fuerte, más eficaz y más íntima que la confederacion suiza, y distinta tambien de los Estados-Unidos de América, que son una república representativa. La revolucion de los PaísesBajos en el siglo décimosexto, como la de Inglaterra en el siguiente y la de la América septentrional en el décimo octavo, tuvo éxito venturoso porque fué defensiva, para conservar y mantener las antiguas facultades y privilegios, las costumbres y usos tradicionales, las disposiciones y reglamentC\s vigentes en épocas anteriores, no proclamando más innovacion que la libertad para la religion protestante. Ofrece dudas para algunos, si sólo el instinto de la libertad


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política habria bastado para sostener á los pueblos de los Paises-Bajos en su prolongada lucha, y si los vínculos que· los unian á España se habrian roto, suponiendo que el sentimiento religioso no hubiese encendido y excitado las pasiones de una gran parte de la nacion. A pesar de lo mucho que e citaban antiguas cartas y leyes, el debate y las disputas habrian podido acabarse, si se hubiese hallado una resolucion pacífica y conveniente de la cuestion religiosa. En Agosto de 1582 aceptó el de Orange sin reserva el poder soberano de Holanda y Zelanda, aunque no pudo tener lugar la pública instalacion por su violenta muerte. Este acontecimiento convirtió en república federal el estado, que si él hubiera vivido, hubiera sido probablemente una monarquía representativa. El repugnante y criminal asesinato de Guillermo de Orange y la pena impuesta al asesino, dan triste idea del atraso moral y de las bárbaras prácticas judiciales de la época, comunes, por desgracia, á todas las naciones europeas. Por una parte el fanatismo religioso impulsando al crímen, por otra la exaltacion religiosa y el despecho, sustituyendo la crueldal y la venganza á la justicia. Un francés católico dió muerte al Taciturno, creyendo ejecutar una obra santa: los jueces protestantes holandeses, pensando cumplir con un deber sagrado, despues de someter á Gerard á horribles tormentos durante el proceso, le condenaron á quemarle la mano derecha, metiéndola en una caja de hierro candente: á desgarrarle ó surcarle los brazos y las piernas con tenazas tambien candentes: á abrirle el vientre, arrancarle el corazon y azotarle con él las megillas. Despues se le había de cortar la cabeza para clavarla en una pica, cortando además el cuerpo en cuatro partes para colgarlas encima de las cuatro puertas principales de la ciudad. Gerard soportó sin un quejido y sin dar muestra alguna de dolor este castigo terrible. Uno de los verdugos dejó caer el hierro candente con que le martirizaba, el cual tocó en la cabeza á otro de 4


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los que le ayudaban. Este incidente hizo reir al pueblo, y Gerard, á punto de espirar, abrasado y exánime, rió tambien con la muchedumbre. Apartemos la vista de este sangriento y bárbaro espectáculo, que, por fortuna, no sería posible en nuestro tiempo. Hubo á la sazon en Holanda, en guerra todavía con España, una federacion de que eran jefes por derecho hereditario los príncipes de la casa de Orange, y que, sin embargo, se llamaba república. Si lo era, mucho se diferenciaba de los gobiernos con este nombre conocidos, porque la suprema magistratura no era electiva, ni á ella aspirar podían todos los ciudadanos. Un jurisconsulto eminente, Barneveldt, y un capitan esforzado, Mauricio de Nassau, hijo segundo del Taciturno, sostuvieron la comenzada lucha con Felipe II, libraron á su país de la perjudicial influencia de la Gran Bretaña, y completaron la reunion de las siete provincias que formaron desde entónces la república de los Paises-Baj os; pero su rivalidad dió ocasion á importan tes cambios en las patrias ·instituciones. Barneveldt, partidario en un principio de la guerra y de que se confiase á Mauricio la salvacion del estado, aconsejó despues de las afortunadas campañas de los holandeses en los primeros años del siglo décimoséptimo, moderacion y prudencia; temiendo que la suerte pudiera serles adversa y que la inevitable consecuencia de una larga lucha armada, fuese la sustitucion del régimen militar al régimen municipal en que se fundaban las libertades del naciente estado. Mauricio, por el contrario, era el jefe del partido opuesto á la paz. A e~ta divergencia de opiniones se agregó otra no ménos importante. Las discusiones religiosas entre armenianos y gomarista.s habían tomado alarmontes proporciones. Apoyados los últimos en la decidida opinion de Mauricio y en la resolucion de la asamblea de los estados generales, pedían un sínodo nacional para terminar las controversias suscitadas. Pero los estados de Holanda, fundados en el ar-


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tículo 13 de la union de Utrecht, que disponía que en materias de reljgion las provincias de Holanda y Zelanda obrarían como tuvieran por conveniente, y sostenidos enérgicamente por Barneveldt y el partido municjpal, negaban la competencia de los estados generales y defendían que los asuntos reljgiosos dependían de la autoridad provincial. Los gomaristas, que dominaron pronto en las otras cinco provincias, negaban la autoridad de los magistrados regentes y excitaban al pueblo contra la clase media municipal, cuyas prerogativas eran opuestas al engrandecimiento del stathouder. Por su parte las dos provincias armenianas, cuanto más aisladas se veían, mayor d~scontento mostraban. Con violencia rechazaban el sínodo nacional, exigían como indisputable derecho el sínodo provincial, y llegaban hasta amenazar con la ruptura de la union. Hallábanse en divergencia dos grandes parcialidades religiosas al par que políticas, que más ó ménos ostensiblemente existen en toda confederacion ; defensora la una del poder y del gobierno federal, y partidaria la otra de los derechos de las provincias. El stathouder, Mauricio de assau, se declaró jefe de los ortodoxos ó gomaristas, contra el abogado de Holanda, Barneveldt, que lo era de los armenianos ó reclamantes. El resultado de la lucha, en el terreno de la fuerza, no podía ser dudoso. Mauricio, al frente de seguros regimientos, recorrió las principales ciudades de las dos provincias hostiles, y en presencia de las regencias municipales intimidadas, estableció la omnipotencia del poder militar: disolvió con amenazas y con alardes militares los estados provinciales de Holanda y de Utrecht, que resistían, y cambió por su propia autoridad la forma y organizacion de los consejos de regencia, nombrando vitalicios á los consejeros electivos y anuales, aumentando el de la nobleza y modificando á su gusto el del clero. Los estados generales, cuya autoridad había triunfado, felicitaron al stathouder. Disueltas las milicias de las provincias, la resistencia era imposible, y los estados de


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Holanda que fundaron la república tuvieron que ceder y consentir en la reunion del rechazado sínodo general. Así llevó á efecto el príncipe de Orange el golpe de estado. El orgullo municipal quedó abatido, y segun afirma la elegante escritora que se oculta bajo el seudónimo de Daniel Stern, la unidad del poder, exigida por las circunstancias, al par que la imperiosa necesidad de un ejército y de una iglesia nacionales, para fortalecer la union contra el extranjero enemigo, vencieron al antiguo derecho de las provincias y al tradicional espíritu de las libertades municipales. Mauricio de Nassau, queriendo completar su triunfo, destituyó á todos los magistrados de las ciudades que no le eran favorables, nombrando para reemplazarles á personas de su completa. confianza; infringió, secundado por sus leales soldados, las franquicias y derechos de las dos ciudades que mayor oposicion le hacían, Hoorn y Amsterdam; impaciente por la resistencia que encontró en el espíritu republicano de la nobleza, la humilló, obligando á admitir en la cámara á dos individuos, explícitamente excluidos por las leyes; exigió y obtuvo de los estados en donde por tales medios contaba con mayoría segura, la aprobacion solemne de su ilegal conducta: redujo á prision á los tres primeros magistrados de la república, á Barneveldt, el abogado de Holanda, á Grocio, la ·primera reputacion científica del país y pensionario de Rotterdam, á Hoogerbeets, pensionario de Leiden; -y coronó su obra despues con la injusta decapitacion de su protector el anciano Barneveldt y con la proscripcion de los arminianos. Si no tomó un título nuevo como jefe del estado y conservó la república, la federacion sufrió un golpe rudo, porque la independencia y la autonomía de las provincias no fué respetada. Treinta y dos años despues, en 1651, aprovechando la temprana muerte de Guillermo II, que dejó á Holanda sin stathouder aceptado por todo el país, recobraron las provincias muchas de las libertades y prerogati vas perdidas. Grave peligro hubo en 1674 de una des-


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membracion de la república, porque las provincias que con energía habían resistido á la invasion francesa, se negaron á que continuaran en la union con iguales derechos, las que habían mostrado lentitud é indiferencia cuando el sacrificio de todos era necesario para salvar á la patria; pero el príncipe Guillermo III de Orange, que tan importante papel representó en Inglaterra y en Europa, si bien afea su memoria su conducta en el asesinato del ilustre pensionario De Witt, acertó á calmar las pasiones, consiguiendo que los estados le proclamasen por unanimidad stathouder hereditario, limitando la herencia á su descendencia masculina. Muerto en Inglaterra, sin hijos, en 170.2, quedó vacante el stathouderato, hasta que en 1747 se confirió este cargo con el de gobernador general de las Indias Holandesas, á Guillermo IV de Orange, que no pudo desempeñarlo sino cuatro años, dejando á su fallecimiento en 1751 un solo hijo menor de edad. Por este motivo, la princesa viuda, Ana de Inglaterra, tomó posesion del cargo de stathouder, viéndose entónces el raro espectáculo de una república cuyo primer magistrado y jefe del gobierno fué durante ocho años una princesa. Proclamado Guillermo V en 1766, combatido por los republicanos en 1785, tuvo que apelar dos años despues al auxilio de un ejército prusiano para recuperar todas sus dignidades y prerogativas, que confirmaron luégo las provincias vencidas. La invasion francesa en 1795 organizó la república batava, hizo ciudadanos á todos los holandeses y sometió á las provincias directamente á los estados provinciales, que tomaron el nombre de representantes provisionales y que eran inferiores á los estados generales, compuestos en su casi totalidad de elementos democráticos. A esta organizacion había precedido una lucha interior entre una fraccion del partido patriota, defensora de la centralizacion que quería establecer la union completa de todas las provincias, y la parcialidad que triunfó, favorable


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al sistema federal. No trascurrió mucho tiempo sin que los demócratas suprimieran la federacion, y dividiendo las provincias unidas en ocho departamentos á imitacion de Francia, establecieron en 1798 un Directorio de cinco individuos y dos cámaras de treinta miembros la una y de sesenta la otra. Quedó eclipsada la independencia de aquel país libre y próspero, aunque en decadencia durante el siglo décimo octavo, con el reinado de Luis Napoleon, que se prolongó cuatro años, y con la anexion al imperio napoleónico; hasta que en Diciembre de 1813, Guillermo Federico, hijo del último stathouder, proclamado príncipe soberano de los PaísesBajos, resolvió establecer en vez de la antigua aristocrática república una monarquía constitucional. Doscientos diez y seis años ha durado la federacion holandesa; más que la Liga Aquea y ménos que la union suiza; y ha tenido mayor importancia política y más gloriosa historia que una y otra. Se formó fácilmente en la edad-media para dar coesion y fuerza á entidades municipales y á clases ántes separadas; vivió poderosa y pujante en el siglo décinioséptimo; pero ya entónces, no siendo suficiente para estrechar la union, la existencia casi constante de un jefe supremo hereditario con el mando del ejército y la armada, las necesidades de la guerra extranjera trajeron como precisa consecuencia en dos ocasiones, la modificacion de los derechos y prerogativas de las provincias en beneficio y provecho del poder central, viniendo al cabo á desaparecer la confederacion, con general asentimiento de los mismos confederados, que en época cercana habían tenido ocasion de observar y experimentar sus graves inconvenientes. Sólo por esta causa se explica que los holandeses renunciaran á la histórica forma de su gobierno, cuando del otro lado del Atlántico se levantaba, crecía y se desarrollaba en rápido progreso un estado nuevo formado por- la union patriótica de las trece colonias de la América del Norte, que rompiendo los víncu-


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los que á la Gran Bretaña las ligaban, habian proclamado su independencia.

v. Un siglo despues de la brillante y heróica conquista de Méjico por Hernan Cortés, y cuando merced á la sin igual intrepidez y valor de Vasco Nuñez de Balboa, de Francisco y Gonzalo Pizarro, de D. Pedro de la Gasea, de Sebastian de Benalcázar, de Orellana, de Pedro Valdivia, de Hernando de Soto, de Ponce de Leon y de otros muchos ilustres españoles, dominaba España en la mejor y más extensa parte del rico y dilatado continente americano, comienza la historia de los establecimientos coloniales de Inglaterra en aquella region de la América del Norte, descubierta en 1496 por el veneciano Juan Cabot, en donde sin resultado alguno habia intentado fundar una colonia desde 1584 el célebre Walter Raleigh, favorito de la reina Isabel, rival afortunado del conde de Essex, atrevido navegante, notable y fecundo escritor en los doce años que el vengativo Jacobo I le tuvo encerrado en la torre de Lóndres, ántes de enviarle injustamente al patíbulo. La hija de Enrique VIII, olvidando el noble y glorioso ejemplo de Isabel la Católica, se habia negado á contribuir en manera alguna para el viaje de exploracion por su predilecto súbdito emprendido; pero al enterarse de las exageradas descripciones que del país explorado los que le habian visto hacian, quiso darle nombre y le llamó Virginia, para conmemorar que en su reinado, en el de la reina virgen, se había llevado á cabo aquel descubrimiento. Estéril de todo punto fué por entónces. El hambre, las enfermedades y los indios acabaron con los colonos que no pudieron regresar á la metrópoli; y á la muerte de Isabel ni un sólo establecimiento inglés quedaba en la América


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septentrional. Jacobo I, aficionado á las empresas lejanas, protector de las expediciones mercantiles pacíficas, y ganoso de favorecer la colonizacion allende los mares, dividió en dos partes casi iguales la extensa porcion de territorio americano llamada Virginia. Una que despues conservó este mismo nombre se llamó la primera colonia ó colonia del Sur, la otra, colonia del Norte, colonia de Plymouth, y por fin, NuevaInglaterra. De la desmembracion de aquellas dos primitivas colonias se formaron las trece que luégo se emanciparon. En la Virginia se organizaron las dos Carolinas, el Maryland, Pensylvania y Georgia; y la Nueva-Inglaterra se dividió en en Nueva-Plymouth, Massachussets, Rhode-Island, Providence, Connecticrit, Nueva-Haven, Nuevo-Hampschire y Maine. La historia de aquellas dos grandes provincias es en gran parte la historia de las colonias británicas en América. En el siglo décimoséptimo, lo mismo en Inglaterra que en Francia y en Holanda, se confiaba á compañías mercantiles el encargo de poblar, explotar y civilizar los territorios de las Indias orientales y occidentales. Siguiendo esta costumbre, se autorizó por medio de una carta para pescar, traficar y hacer plantaciones en Virginia á una compañía de Lóndres, cuyo principal director era Ricardo Hakluyt. El consejo superior que gobernaba la plantacion residía en Lóndres; pero la direccion y la administracion correspondían á un presidente y á un consejo local nombrados por el consejo de la metrópoli bajo la inspeccion del rey; estas dos autoridades compartian el poder legislativo y el ejecutivo; pero sus disposiciones y sus órdenes no tenían fuerza si estaban en oposicion con las leyes de Inglaterra. Cuando la colonia empezaba á cultivar en grande escala el tabaco, que era su principal riqueza, ocurrió un suceso, sin importancia entónces y que ha tenido inmensa influencia en la historia de los Estados-Unidos: Los colonos compraron veinte negros á un barco holandés procedente de guinea, que en 1620 llegó al rio San Jaime .

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Tal fué el principio de la esclavitud, que nó adquirió desde luégo gran incremento, porque en aquella época Inglaterra enviaba á América, en donde quedaban sometidos como á temporal servidumbre, á los criminales, á los pobres y á los deportados políticos. Despues de la derrota del duque de Motmouth en 1685, más de mil prisioneros fueron condenados á ser trasportados á J amáica, y repartidos, cual si fueran ganado, entre los señores y las damas de la córte, que los vendieron á mercaderes de criaturas racionales. El año ántes de la llegada de los primeros esclavos, en 1619, se reunió la primera cámara representativa de la América del Norte, porque el gobernador de la colonia, para calmar el descontento · que en el territorio de su mando se advertía, convocó una asamblea compuesta de representantes de las plantaciones para que ejerciese las atribuciones legislativas. Aceptando esta novedad, el consejo superior de Lóndres dió en 1621 una constitucion escrita á Virginia, que sirvió de modelo para todas las colonias directamente dependientes de la corona. Segun sus d_isposiciones, debía haber un gobernador y un consejo permanente nombrados por la compañía, y una asamblea general que se había de reunir todos los años, compuesta de los consejeros y de dos diputados elegidos por los habitantes de cada plantacion, á la cual correspondía el poder legislativo. El gobernador tenía el veto, y además las leye~ no eran válidas sin la ratificacion de la compañía de Lóndres, así como las órdeJ?.eS de aquel centro emanadas no eran obligatorias hasta obtener la aprobacion de la asamblea colonial. No sin razon advierte un escritor francés contemporáneo que esta organizacion de los poderes públicos recuerda el rey, la alta cámara y la de los comunes de la constitucion inglesa. Esa organizacion subsistió hasta 1776, aunque Jacobo I disolvió la compañía y convirtió á Virginia en provincia real. Acaso influyó en esta resolucion el embajador de España, que viendo que en las juntas de la compañía se censuraban apasionadamente las proclamas del rey


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y las órdenes del consejo privado, dijo con prevision política al monarca, que la asamblea de la compañía del norte era el plantel para Uil parlamento sedicioso. De la explotacion de lar colonia del norte ó de NuevaPlymouth estaba encargada una sociedad de comerciantes de Bristol y de Plymouth, que contando con escasos recursos, dió malos resultados desde un principio. Las descripciones que de aquel país hizo el célebre capitan Smith eran tan magníficas y seductoras, que Cárlos I, siendo príncipe de Gales, declaró que en lo sucesivo se llamaría Nueva-Inglaterra, y con este nombre se ha conocido desde entónces toda la regional este de Nueva-York. Lo desagradable del clima, la poca fertilidad del suelo y las agresiones frecuentes de las trilms indígenas, se oponian al buen éxito de los privilegios concedidos por la corona, y de los esfuerzos de la compañía del norte. La religion hizo lo que no había logrado el comercio, si bien no se puede sostener tan absolutamente como M. Laboulaye que la libertad política naciera allí luégo de la libertad religiosa : Esta no existía en aquellos tiempos ni existió en otros inmediatos. Todas las iglesias nacidas de la reforma eran igualmente intolerantes y exclusivas. El mismo autor citado lo declara: «Es un error, dice, creer »que los reformadores vinieran á emancipar la conciencia y » darle la autoridad de que en la actualidad goza. El reco»nocimiento de los derechos de la razon humana, léjos de »ser la causa del rompimiento con Roma, ha sido uno delos » últimos frutos de la reforma. Lutero era más dogmático » que sus adversarios ... Calvino, enemigo declarado de todo »el que como él no pensaba, quemaba al desgraciado Ser»vet, culpable de herejía; Enrique VIII arrojaba al fuego á »los que se atrevian á negar la transustanciacion; Eduar» do VI castigaba á los que se atrevían á creer en ella; y si » la inquisicion perseguía en Roma á los que negaban la in»falibilidad del papa, Isabel ahorcaba en Tyburn á los que »no reconocían su propia supremacía. Son pocos los mártires,


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»observa Hume, que al salir del suplicio no están dispuestos >> á imponerlo con gusto á otros.» Los puritanos, cruelmente perseguidos y castigados por Isabel y por Jacobo I, buscaron refugio en Holanda; pero deseosos de no perder la nacionalidad y de propagar su doctrina, solicitaron y obtuvieron una promesa indirecta de tolerancia del monarca británico y una concesion de tierras de la compañía de Virginia; y el 17 de Setiembre de 1620, despues de un solemne ayuno, partieron en un buque, La Flor de Mayo, en número de ciento; y aunque se dirigian á las orillas del Hudson, desembarcaron por un engaño al cabo de una penosa navegacion de tres meses en territorio de la compañía del norte, que llamaron Nueva-Plymouth, tan querida es siempre la memoria de la patria, en recuerdo del último puerto de Inglaterra en que habian estado. La organizacion de la colonia fué un tanto parecida á la de Virginia. Hubo un gobernador nombrado por todos los colonos, asistido por un consejo de cinco individuos, y una asamblea en que se reunian todos los dueños de plantacion varones y mayores de edad. La representacion no se introdujo en esta cámara hasta 1639, cuando era punto ménos que imposible reunir toda la poblacion, diseminada en un extenso territorio. Una carta de concesion de Oárlos I á los independientes, perseguidos por no conformarse con el rito de la ig_lesia anglicana, fué el orígen de la colonia de la bahía de Massachussets, la más importante de todas, la que desde el prin cipio didgió el movimiento político y religioso de los EstadosUnidos. La gobernaban un presidente, asistido por un diputado ó teniente-gobernador y un consejo de administracion, compuesto de diez y ocho individuos, elegidos anualmente por los accionistas de la compañía, los cuales hacian todos los reglamentos necesarios para la colonia, sin que fuera preciso para ponerlos en vigor la aprobacion del rey. Exigía la carta el juramento de supremacía y fidelidad;


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pero como todos los colonos eran puritanos que creian, como dice Milton, ·que sólo el inmenso occéano y la soledad salvaje de América podía ampararles contra la furia de los obispos anglicanos, se les _eximió al cabo de algun tiempo de esta obligacion, y no tardaron en declarar que no tolerarían elepiscopado. Cuando la direccion de la colonia se trasladó á América, la asamblea de propietarios elegía, conformándose con lo dispuesto en la carta, al gobernador y á los consejeros; pero siendo imposible luégo reunir á todos los colonos que se habían establecido en puntos distantes, se introdujo desde 1634 la novedad de que los plantadores designasen delegados para representarles en la asamblea. En los primeros tiempos no hubo sino una sola cámara, porque estos delegados celebraban sesiones con los consejeros; pero las desavenencias que entre unos y otros ocurrían, dieron por resultado que desde 1644 hubiera dos cámaras distintas. Examinando los gobiernos de muchos de los estados de la república americana, se puede asegurar con verdad que cuentan más de dos siglos de existencia. Las persecuciones religiosas de los protestantes de la Gran Bretaña habian dado lugar á la fundacion de las dos colonias de puritanos: y poco tiempo despues la intolerancia religiosa de estos mismos puritanos fué causa de la formacion de la colonia de Providencia por Rogerio Williams y la de la isla de Rodas (Rhode-Island) por la célebre Ana Hutchinson, que pronto fueron una misma. La carta concedida por el largo parlamento y confirmada en 1663 por Cárlos II, establecía la misma clase de gobierno que para las otras provincias americanas: un gobernador con diez asistentes ó consejeros, y una cámara única, que en 1692 se dividió en dos. En lo que se distinguía esta carta de las que ya conocemos, es en que consignaba la tolerancia religiosa, que sólo existió por entónces en esta pequeña colonia y en la católica de Maryland, miéntras en las anglicanas, presbiterianas y puritanas la intolerancia era extremada.


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Emigrados procedentes deMassachussets por opiniones religiosas, fundaron á Connecticut, en donde se concedió el derecho elecioral, prévio juramento de fidelidad al estado, á todos los ciudadanos, los cuales elegian á los magistrados y la asamblea legislativa anualmente, siendo el número de representantes de los distritos proporcionado á la poblacion; y á ueva-Haven, en donde los colonos reunidos al pié de una encina, despues de un dia de ayuno y oracion, y de oír un largo sermon de su ministro Davenport, decidieron solemnemente que las sagradas escrituras eran la regla más perfecta para un estado; que la pureza de la fe y el sostenimiento de la disciplina, constituían el gran fin del órden civil; y que por lo tanto, únicamente los que pertenecieran á la iglesia podían tener derecho á ser ciudadanos. Siendo la Biblia la ley del estado, el magistrado y el sacerdote eran una cosa misma, y la vigilancia para la conservacion de la moral formaba parte de las atribuciones de la autoridad. Colonos anglicanos, enviados por grandes propietarios ingleses que habian obtenido concesiones del rey para este objeto, fundaran en el territorio de Nueva-Inglaterra otras dos colonias, á las que pronto acudieron emigrados puritanos deMassachussets. El país situado al Este del rio Piscatagua se llamó Maine, como recuerdo de la reina Enriqueta, hija de Enrique IV de Francia, y mujer de Oárlos I; y á la region del Oeste se le dió el nombre de Nuevo-Hampshire, porque el capitan Mason, jefe de la compañía que había de explotarla, vivía en el condado que así se llama en Inglaterra. Aprovechando las disensiones entre los colonos, Cárlos II declaró este territorio provincia real en 1679, y fué la primera que de esta clase hubo en la Nueva-Inglaterra. Desde entónces el rey nombró el presidente y el consejo encargados del poder ejecutivo; el legislativo residía, al par que en el presidente y el consejo, en un determinado número de representantes elegidos por la colonia. Se concedió la líber-


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tad de conciencia á todos los habitantes, exceptuando á los católicos, .á quienes perseguia la iglesia anglioana, á pesar de ser los ménos temibles en aquel continente, con el ódio y el aborrecimiento, como dice un autor moderno, que tiene el usurpador contra el legítimo heredero. La carta que regía en Maine se ajustaba al modelo conocido; pero reconocía la soberanía de la corona y los derechos de la iglesia oficial. Largo tiempo estuvo incorporado Maine á Massachussets, y en esa época los puritanos nombraban el presidente y el consejo, como habría podiuo hacerlo el rey ó el señor, pero los colonos elegían la asamblea legislativa. En 1820 volvió á ser estado independiente. El peligro comun obligó á unirse á algunas de estas colonias. En 1663, para oponerse á las intrusiones de los franceses y de los holandeses, y para rechazar las invasiones de los salvajes indígenas y conservar en toda su pureza los principios del evangelio, formaron Massachussets, NuevaPlymouth, Connecticut y Nueva-Haven, una confederacion que duró bastantes años con el nombre de colonias unidas de Nueva-Inglaterra. De los asuntos generales de la union entendía una comision compuesta de dos delegados por cada colonia, que se reunían una vez al año, ó con más frecuencia si las circunstancias lo reclamaban, no exigiéndose más calidad para desempeñar este cargo que la de pertenecer á la iglesia anglicana. El Maryland ó tierra de María, fué colonizado por católicos ingleses, constantemente perseguidos por la iglesia oficial inglesa. Lord Baltimore, cuya memoria se respeta y venera con razon en América, logró de Jacobo I para esta colonia, la promesa de una carta, que luégo concedió al segundo lord Baltimore Cárlos I en 1632, obligándose por sí y por sus sucesores á no imponer nunca contribucion alguna de ningun género á los habitantes de aquella provincia. Al propio tiempo se establecía un gobierno representativo, disponiendo que la mayoría de los colonos ó de sus diputados


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habian de aprobar las leyes, y que sin su consentimi~nto no se habian de exigir servicios pecuniarios. Los emigrados católicos trataron con tanta consideracion á los indios, que éstos les cedieron voluntariamente sus tierras y cultivos; y Maryland por este motivo nada tuvo que temer en lo sucesivo de los indígenas, lo cual no sucedió á las otras colonias. No es exacto, por lo tanto, ·como han supuesto algunos filósofos franceses de la anterior centuria, que Guillermo Penn fué el primero que trató á los salvajes con humanidad en la América del norte; los católicos ingleses lo habían hecho bastantes años ántes. Y es digno de especial mencion, que en una época en que en toda Europa se desconocía la tolerancia religiosa, un católico, lord Baltimore, dió el ejemplo de establecer un gobierno que proclamaba la libertad de conciencia y la igualdad civil de todos los cristianos. Colocado entre Virginia, que no toleraba á los católicos, y las colonias puritanas, que le llamaban papista españolizado, lord Baltimore admitía á los puritanos arrojados de la colonia anglicana y á los quakeros y anglicanos expulsados de Massachussets. Un territorio habitado por católicos, que Inglaterra rechazaba, brindaba con asilo seguro á todos los protestantes víctimas de la intoleracia protestante. La colonia prosperó rápidamente, y á los seis años modificó su gobierno y lo asimiló al de la metrópoli, estableciendo una cámara alta, cuyos individuos nombraba el gobernador ge. neral. Establecimiento holandés durante más de cuarenta años, con el nombre de Nuevos Países bajos ó Nueva Bélgica, conquistado por los ingleses en 1664, á causa de la donacion de aquel territorio hecha por Cárlos II á su hermano el duque de York y de Albany, el estado de Nueva-York, que cambió de denominacion al cambiar de nacionalidad, obtuvo en 1683, venciendo la obstinada resistencia del último monarca de la dinastía de los Stuardos, poco aficionados á prerogativas y cámaras políticas, una carta de libertades que confería el


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poder legislativo al gobernador, al consejo y al pueblo en asamblea general reunido, prohibiendo que bajo pretexto alguno se impusieran y cobraran contribuciones no votadas y :aprobadas por esta asamblea. En punto á libertad religiosa habia una excepcion injusta y cruel contra los católicos. La ley castigaba con prision perpétua á todos los sacerdotes papistas cogidos en la colonia, y con la pena de muerte á los que, habiendo logrado fugarse, eran segunda vez detenidos. El duque York, ántes de tomar posesion del espléndido regalo de su augusto hermano, cedió todo el territorio entre los rios Hudson y Delaware comprendido, á lord Berkeley y á Jorge Carteret, dándole el nombre de Nueva-Jersey, para honrará Carteret, que como gobernador de Jersey en la guerra civil de Inglaterra, habia sido el último defensor de la causa realista contra el parlamento. Esta colonia, que por voluntaria renuncia de los concesionarios fué provincia real desde 1702, tenía tambien un gobernador y un consejo de nombramiento del monarca, y una asamblea elegida por los plantadores. De la libertad de conciencia gozaban los habitantes todos, quedando exceptuados de este beneficio, segun costumbre, los católicos. Lindando con Nueva-Jersey, otra importante y célebre provincia, debió su fundacion al pago de una deuda, y su nombre al agradecimiento de un rey. El afamado Guillermo Penn, quakero por conviccion, hijo del vicealmirante que habia conquistado la Isla de Jamáica, y repetidas veces había vencido á los holandeses, heredó á la muerte de su padre, al par que una considerable fortuna, un crédito de 16.000 libras -esterlinas contra· la corona. Pidió en pago de esta cantidad un territorio en el continente americano, y Cárlos II, pensando hacer un excelente negocio, le concedió todo el comprendido entre el Delaware y Maryland, llamándole Pensy1vania, en recuerdo de la fidelidad y meritorios servicios del esforzado marino Penn. Esta colo-


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nia fué una de las últimas que se fundaron en la América inglesa, y su carta de 1681 contiene disposiciones análogas á las de otras provincias: el reconocimiento de los derechos del concesionario y la asamblea colonial con facultad exclusiva de imponer contribuciones. No introdujo Guillermo Penn grandes novedades respecto del gobierno y de la administracion, y en cuanto á tolerancia religiosa y á mansedumbre con los indios, no hizo sino imitar el noble ejemplo de lord Baltimore y de Rogerio Williams; pero se ocupó con incansable afan y con acierto en civilizar á ·los indígenas, en fomentar la prosperidad de aquella comarca, y en difundir las doctrinas religiosas de su secta, procurando el buen éxito de lo que él llamaba la santa experiencia. Desde un principio establtció dos cámaras, un consejo nombrado por tres años, que se renovaba por terceras partes, y una asamblea que duraba un año. Empleó toda su fortuna en la realizacion de su ideal humanitario , y falleció en Lóntlres cuando se disponia á vender á la corona aquella hermosa provincia que tantos sacrificios le había costado y que alcanzó un alto grado de bienestar y cultura. La Carolina, que trae á la memoria los célebres nombres de Hernando· de Soto, de Ooligny, de Oárlos IX y de los dos Oárlos de Inglaterra, comenzó á poblarse en 1663 en virtud de una carta semejante á la de Maryland, concedida á ocho poderosos personajes de la Gran Bretaña, entre los cuales eran los más importantes Clarendon, el historiador de la revolucion, lord Schaftesbury y el general Monk, duque de Albemarle. El territorio objeto de la concesion era tan extenso, que hubo en él desde el principio dos colonias, una en el norte y otra en el sur, con gobierno , consejo, asamblea y leyes distintas. A peticion de Schaftesbury , el :filósofo Locke redactó para la Carolina una constitucion, «ins» pirada, segun decía, por temor de constituir una demo» cracia y por el deseo de dar satisfaccion al interés de los »propietarios y de instituir un gobierno agradable á la

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» monarquía.» Difícil es imaginar obra más extravagante y

complicada que este largo código: imposible fué ponerle en práctica. Los colonos le rechazaron con razon porque prescindía de sus necesidades, de sus ideas y de sus derechos. Despues de veintitres años de lucha, de agitacion y descontento, los propietarios cedieron á las justas reclamaciones de los plantadores y derogaron aquella constitucion inaplicable. Aludiendo á esta absurda tentativa de legislar sin tener en cuenta la realidad de las cosas, dice con verdad el eminente jurisconsulto Story: <<Puede ser que en » los anales del mundo no se encuentre un ejemplo más salu» dable de la completa locura de todos estos ensayos, que » tienen por objeto establecer formas de gobierno con arre» glo á meras teorías; puede ser que no se encuentre una » prueba más terminante del peligro de las leyes hechas sin »consultarlos hábitos, las costumbres, los sentimientos y »las opiniones del pueblo á quien deben regir.» De las trece colonias americanas, la Carolina del sur fué la única en que la esclavitud existió desde la fundacion de los primitivos establecimientos, porque Yeamans, primer gobernador del distrito de Clarendon, desembarcó procedente de las Barbadas con sus negros, que desde entónces se multiplicaron rápidamente. Un solo caso de colonizacion con el concurso directo del gobierno de la metrópoli hubo en la América del norte, y tuvo un objeto caritativo y benéfico. Oglethorpe concibió y llevó á efecto el proyecto de dar asilo en el Nuevo-Mundo á los condenados por deudas , cuya pena era en aquel tiempo perpétua, á los pobres y á los protestantes, á quienes la iglesia anglicana negaba la libertad religiosa, ó que sufrían persecuciones en el resto de Europa; excluyendo de este beneficio á los católicos, porque para ellos no habia conmiseracion y tolerancia de ningun género en Inglaterra. Con el informe favorable de la junta de comercio, Jorge II expidió en 1732 una carta, que consideraba como provincia, con el nombre


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de Georgia, el territorio situado entre el Savannah y Alabama, encomendando su gobierno por veintiun años á una comfoion de personas ricas, que no habian de obtener concesiones de tierras ni conseguir otros beneficios en la plantacion. Algunas disposiciones de la carta, justas y sensatas en apariencia, perjudicaron al desarrollo de la colonia, que se convirtió en provincia real cuando renunciaron los comisionados á su encargo, al terminar el plazo convenido; prosperando sin interrupcion desde entónces. He recordado con detenimiento, áun á riesgo de prolongar demasiado este estudio, el diverso origen y la particular organizacion de las colonias americanas, porque conociéndolas se comprende fácilmente que, para resistir á la metrópoli y defender sus derechos, tenían que unirse; y que para unirse y constituir una nacion fuerte, capaz de hacer respetar su independencia, Ja federacion era la forma de gobierno más conveniente y acaso la única posible. Los gobiernos de aquellos establecimientos, segun la di vision de Blackstone aceptada por Story, eran de tres clases : provinciales, bajo la inmediata dependencia de la corona; de propietarios, pertenecientes á un dueño; y de cartas, concedidas á particulares ó compañías. En los primeros, muy parecidos todos en los puntos esenciales, el gobernador, delegado ó lugarteniente del rey, reunía todas las facultades del poder ejecutivo, siendo jefe de la justicia, de la administracion, del ejército y de la marina. El consejo nombrado por la corona tenía atribuciones legislativas, y compartía en ciertos casos con el gobernador el ejercicio del poder, siendo á un tiempo mismo cámara alta y consejo de estado, semejante en esto al senado de los Estados-Unidos. La patente régia que organizaba una provincia, preceptuaba que el gobernador debía convocar y oír á los representantes de los hombres libres ( freemen). En un principio una sola asamblea, llama.da á veces Tribunal gene"l·al, compuesta del gobernador, del consejo y de los diputados de los colonos,

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reunia todos los poderes de la colonia; pero luégo la experiencia hizo que esta asamblea se dividiera en dos, formando el consejo la primera cámara y teniendo el gobernador el veto como el monarca británico. Por gobiernos provinciales se rigieron Nuevo-Hampshire, Nueva-York, ueva-Jersey, Virginia, las dos Carolinas y Georgia; desde su fundacion varios de estos estados, y los _otros algun tiempo despues, cuando se vieron los malos resultados de los ensayos hechos por particulares y compañías. En los gobiernos de propietarios, nombraba el concesionario el gobernador y el consejo y convocaba la asamblea, y al comenzar la revolucion no había más que tres colonias con régimen de esta clase: Maryland, de lord Baltimore; Pensylvania y Delaware, que á la familia de Guillermo Penn pertenecían. En las provincias que se regían por cartas, la asamblea general de la compañía designaba anualmente el gobernador y el consejo, y los colonos elegían la cámara de representantes. Este sistema se hallaba establecido en Massachussets, Connecticut y Rhode-Island; pero en la época de la revolucion, en estos dos últimos estados los colonos elegían todos los años, no tan sólo la cámara sino el gobernador y el consejo, y la autor_idad popular nombraba todos los empleados. Aunque con diverso orígen, la organizacion de los poderes públicos era igual en todas las provincias, y tambien en todas ellas no regían otras leyes ni se pagaban más contribuciones que las votadas por la asamblea local, en unos casos, en virtud de disposiciones terminantes de las concesiones hechas á particulares ó compañías, y en las provincias reales por costumbre no interrumpida. En todas ellas predominaba marcadamente el espíritu religioso. La tenaz resistencia á satisfacer los impuestos exclusivamente aprobados por el parlamento británico en donde no tenían representacion directa los habitantes de América, fué el orígen de la independencia de las colonias. Ya en 1761 el elocuente Jacobo Otis, dijo ante el tribunal superior de


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Boston en un proceso célebre «impuesto sin rep'resentacúni es tirania, » y estas palabras, que expresaban el sentimiento general del país, fueron en cierto modo la bandera de la insurreccion. Años ántes algunos hombres eminentes y patriotas habian pensado en la emancipacion de aquel vasto territorio, proponiendo confederaciones parciales con determinados objetos que preparaban los ánimos para conseguir aquel resultado. Franklin quiso desde temprana edad la nnion y la independencia de las colonias y su extension por el oeste, y vivió bastante tiempo para ver realizados sus deseos. Pero acaso no lo habría logrado sin la ciega obstinacion del gobierno de la metrópoli y sin los desaciertos que cometió, especialmente durante e] largo ministerio de lord North, de quien se ha podido decir que en los doce años que dirigió los negocios públicos, Inglaterra perdió más territorio y gastó más dinero que en ninguna otra época de su historia. Tres períodos distintos hay en la emancipacion americana, el de la discusion, el de la guerra y el de la organizacion. En el primero, que dura desde 1763 hasta 1775, los colonos no se apartan de los límites de la legalidad ni acuden al terreno de la fuerza, pero defienden con incansable perseverancia sus derechos y discuten con ilustrada insistencia todos los actos y disposiciones de la madre patria, pudiendo afirmar con razon un notable escritor francés de nuestros días, refiriéudose á esta época que la revolucion americana fué un pleito y la francesa una batalla. El segundo que comienza con el congreso revolucionario de 1775 y se prolonga hasta 1782, es el de la guerra y el de la separacion definitiva, despues de perder toda esperanza de avenencia. En Mayo de 1776, á poco de haber empezado la lucha armada cuya terminacion no se veía inmediata, aprobó la asamblea la proposicion de Ricardo Lee, nombre destinado á la celebridad en los anales americanos, que pedía que se rompieran los vínculos de dependencia con la Gran Bretaña, una confederacion de las trece


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provincias, y alianzas con naciones extranjeras que pudieran prestar efi_caz auxilio al naciente estado: y dos meses despues, el 4 de Julio, aquel congreso votó por unanimidad la famosa declaracion de independencia redactada por Tomás Je:fferson, no sin suprimir un párrafo en que se censuraba el tráfico de negros y la esclavitud, para complacer á Georgia y á la Carolina del sur, que nunca habian interrumpido la importacion de esclavos y que tenian intencion de continuarla. Aquel notable documento histórico, encaminado á justificar la revolucion del pueblo americano, por haber agotado en vano todos los medios legales para obtener el reconocimiento de sus derechos, contiene estas importantes palabras, dignas de fijar la atencion de los hombres políticos. «En verdad, la prudencia aconseja que por motivos » ligeros y causas pasajeras no se deben cambiar los gobier» nos establecidos largo tiempo hace; y así la experiencia » de todos los tiempos ha demostrado que los hombres están » más dispuestos á sufrir, miéntras los males son soportables, » que á hacerse justicia por sí mismos destruyendo las ins» tituciones á que están acostumbrados.» Durante la guerra, aquellos republicanos dieron de sus principios y sentimientos religiosos repetidas pruebas, que sorprenderán acaso á no pocos demócratas y republicanos europeos, que hacen gala de indiferencia y descreimiento, estimando impropio de hombres superiores y muy liberales profesar una religion positiva. Los fundadores de la república americana opinaban de distinto modo, pensando que sin religion, la libertad degenera en insoportable licencia, y no hay medio de establecer sobre sólidas bases, el gobierno del país por el país. Muchos dias hubo de ayuno y oracion, ordenados por el poder público, como en la última guerra civil, para pedirá Dios el pronto restablecimiento de la paz; y cuando en momentos de peligro y apuro se recibió la ansiada noticia de la alianza con Francia y de la próxima llegada de los primeros regimientos franceses, Washington no la celebró


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con divertimientos; pero hizo que ante sus diezmadas y pobres brigadas con tal objeto reunidas, leyeran los capellanes oraciones, que los soldados escucharon con emocion y recogimiento, para dar gracias al Todopoderoso por aquel providencial auxilio que tanto habia de contribuir al dichoso término de la comenzada lucha. El tercer período, el de la organizacion, comprende desde 1782 á 1789, y es uno de los más dignos de estudio, como fué uno de los más difíciles y laboriosos para los norte-americanos. Las trece colonias habían defendido resueltamente sus derechos y habían conquistado su independencia, pero no formaban todavía una nacion, y cada una de ellas, pasado el peligro, propendía á la separacion. El gobierno central era impotente y el interés local se anteponía casi siempre al general. Miéntras hubo guerra nunca dieron los estados todo el contingente de soldados que el congreso decretaba. Cuando en Virginia ocurrió la invasion de Arnold, la Carolina del norte no la socorrió con sus milicias y las guardó para su propia defensa; y Washington se quejó en varias ocasiones de muchas faltas como esta de verdadero patriotismo. En 1781 se pidieron con necesidad y urgencia ciento sesenta millones de reales á los estados, que sólo pagaron treinta. Contrataba el congreso empréstitos en Francia y en Holanda, y los estados, que los aprovechaban, se negaban luégo á dar las cantidades suficientes para el pago de los intereses. Aún despues de 1781, al tratarse del establecimiento de la union, casi ningun estado se avenía á. ceder para el gobierno central los derechos de aduan~s. Rabia un pueblo independiente, pero no se había formado una nacion importante. El organizarla pasando de la confederacion ineficaz de 1781 á la un.ion definitiva de 1789, fué obra de un grupo de hombres decididos y superiores, entre los que descollaban Hamilton, Jay y Madison, noblemente secundados por Washington, que consideraba como indispensable condicion de existencia de la patria, la union indisoluble de los estados bajo un

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gobierno federal. Ardua era la empresa, como se desprende de la carta que Juan Jay escribía á Washington en Junio de 1786. « La desgracia de los gobiernos nuevos, decia, es » que para sostene~se no -cuentan con la costumbre y el res» peto hereditario, y que siendo la mayor parte de las veces » resultado del desastre y de la confusion, no pueden adqui» rir inmediatamente fuerza y estabilidad. Además, en tiem» pos de revolucion, hay hombres que se granjean la con» fianza pública, y adquieren cierta influencia, sin merecer » ni la una ni la otra. "Estos charlatanes políticos se cuidan » ménos de devolver la salud á un pueblo crédulo que de » venderle lo más caro posible sus recetas y medicamentos.» Razon tenía Jay, y si en nuestra época viviera, ni una palabra tendría que modificar en estos párrafos de su notable carta. Ahora, como entónces, el principio hereditario es una gran fuerza y un gran prestigio para los gobiernos; los charlatanes políticos no han disminuido en número; y los pueblos pagan cada vez más caros los tristes ensayos de sus ineficaces específicos. Hamilton deseaba una república aristocrática, parecida á Inglaterra, con un_presidente en vez del rey y senadores vitalicios en lugar de lores hereditarios. Madison prefería un poder ejecutivo fuerte y enérgico, dos cámaras, porque una sola le parecía un peligro mortal para la república, y un poder judicial independiente. Uno y otro defendían la federacion que en los Estados-Unidos en aquel tiempo y en éste significa union y centralizacion, en contra de los que se·oponían á la limitacion de la soberanía y de los derechos de los estados. Más adelante Madison modificó sus opiniones, cediendo á la influencia prepotente que sobre él tuvo Jefferson, jefe y fundador del partido que ha querido siempre aumentar la importancia de los estados á costa de la union, y que en todas las cuestiones entre los poderes locales y el central ha surgerido la idea de la nulliflcation, que es la separacion. Ministro de Jefferson de 1801 á 1809 y presidente de la república de 1809 á 1817, Madison, lo


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mismo que Monroe, ha sido el continuador de la política de de aquel célebre personaje. Graves dificultades hubo que vencer para llegar á la redaccion definitiva de la constitucion y á su aprobacion por los estados, condiciones ineludibles para que la nacion existiera. Por fortuna los más sensatos entre los legisladores americanos comprendieron la verdad que encierra esta frase de un escritor del siglo décimoctavo « para que un país tenga estabilidad, preciso » es que el poder legislativo esté dividido; para que tenga »tranquilidad, es necesario que el poder ejecutivo sea » único.» Rechazaron la asamblea única que, como todo poder único es ilimitado, y por lo tanto despótico, y hallaron una combinacion por la que la nacion estaba representada directamente en la cámara popular y los estados en el senado. En ellos como en el gobierno central se establecieron dos cámaras, siendo la única excepcion de esta regla Pensylvania, en donde por la influencia de Franklin , un tanto imbuido entónces de ideas francesas por su íntima amistad con Turgot, hubo durante algun tiempo una sola asamblea. Había en las colonias americanas la costumbre, que se ha conservado en la esencia, adoptándola el gobierno federal, de pagar á los representantes segun la duracion de la legislatura; y en algunas se les pagaba todas las semanas, repitiéndoles al tiempo de entregarles el dinero, una corta fórmula, para que pensasen en abreviar las discusiones y en ocuparse de cosas útiles. Conveniente sería leer con frecuencia á los representantes de algunos países europeos una fórmula parecida, que tal vez sería aceptada por su antiguo origen y venir de nacion tan admirada. La constitucion ·americana votada en 1789 á nadie entusiasmó ni satisfizo por completo, precisamente, porqne sin exageraciones en ningun sentido, era una transaccion entre principios y sistemas extremos. Se acusó á sus autores de usurpadores de la soberanía, que engañando á Washington, aspiraban al despotismo en provecho propio. Mu-


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chos hombres notables de la revolucion no tenían idea de la necesidad de un poder fuerte con derechos sobre todos los estados. La lucha sin tregua con la metrópoli les había hecho caer en el error, frecuente en algunos partidos políticos, de pensar que la falta de fuerza en el poder es la primera condicion de la libertad. Entusiastas de la independencia local, les parecía extraño y de todo punto innecesario el nuevo sistema de gobierno que convertía aquella parte de América en una gran nacion, que oscurecía y casi anulaba á las antiguas colonias. Washington dudaba de la eficacia de la constitucion. Para Hamilton era demasiado democrática y no lo bastante para Franklin. Casi nadie creía que produjera buenos resultados. Hombres políticos impacientes y ambiciosos se habrían apresurado á combatirla ó á modificarla esencialmente á su capricho, áun con peligro de llevar al país á la intranquilidad y al desórden. Los americanos, más prácticos y sensatos, _pensaron que era preferible aceptarla con sinceridad, seguros de que con buena vo1untad acertarían á corregir sus defectos en la práctica. Su conducta fué digna de aplauso. No hay constitucion con la que no se pueda establecer el gobierno del país por el país mismo, si la aplican de buena fe partidos y ministros que, ante todo, se afanen por el bien de la patria. Muchas constituciones y propósitos constantes de variarlas, indicios son de incapacidad y decadencia. Siglos hace que, con verdad, dijo Tácito: Corruptíssi?na república plurimw leyes. No ha logrado la union americana en su corta historia que se respeten siempre los derechos de los estados. Allí, como en Suiza y en los Países-Bajos, la mayoría de ellos ha obligado por la fuerza á cambiar sus instituciones y á modificar sus leyes, á los que estaban en minoría y no han tenido medios de rechazar esta imposicion. Aun cuando la constitucion protegía y amparaba la esclavitud de los estados del sur, los del norte y muchos del oeste, despues de cuatro años de guerra, una de las más sangrientas y costo-


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sas de los tiempos modernos, han decretado la abolicion de la esclavitud en todo el territorio de la república, por medio de nuevos artículos en la ley fundamental; han concedido derechos políticos á los negros emancipados, favoreciéndoles ostensiblemente contra los blancos; y han sometido . á los estados vencidos á una pesada y humillante dictadura. Nueva y reciente prueba de que las confederaciones no son, como sus defensores suponen, una garantía segura de la autonomía de las diferentes entidades que las componen, llámense ciudades, cantones, provincias ó estados .

VI.

He llegado al término de la exposicion histórica de los cuatro gobiernos federales más importantes que en el mundo han existido, y que era indispensable para mi propósito; y aunque he procurado condensarla en breves frases, temo que os haya parecido en extremo larga. Todos aquellos que no estén ofuscados por invencible pasion de partido ó por mezquino espíritu de secta, y que juzguen los sucesos y los problemas políticos con imparcialidad y desinterés, pienso que habrán adquirido la conviccion, si ya no la tenían, de que la federacion se ha impuesto como una necesidad, cuando ha sido indispensable dar fuerza, coesion y un gobierno comun á agrupaciones distintas, que, por su orígen, su organizacion ó su historia, no podían tener otro vínculo.de union más sólido y estrecho; siendo un hecho constante que por el trascurso del tiempo el poder federal se ha robustecido y crecido siempre, con detrimento de los diversos poderes confederados. Lo que no se ha visto en ninguna época ni en parte alguna, es que un país, sea monarquía ó re-


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pública, que por sus tradiciones, por sus costumbres, por su constitucion histórica, tiene gobierno unitario, se convierta en federacion; y el intentarlo y sostener que es conveniente, es una novedad inconcebible, nacida en nuestro tiempo, que no resiste á una discusion formal, y que si alguna vez se realizara, sería una gran desgracia, cuando no la ruina y acaso la pérdida de la nacionalidad y de la independencia del país en que tuviera lugar esta trasformacion inverosímil. Pero esto no sucederá, porque los _gobiernos federales no tienen ventaja de ningun género sobre los gobiernos unitarios, antes les son inferiores en muchos conceptos. Acaso por tal motivo han tenido hasta ahora relativamente, corta vida. Ciento treinta y cinco años duró la Liga Aquea; doscientos diez y seis la confederacion holandesa; poco más de trescientos cuenta Suiza, como nacion digna de este nombre, y un siglo la de los Estados-Unidos del norte de América, sin que sea fácil prever su porvenir. Mucho mayor ha sido la duracion de las repúblicas unitarias y aristocráticas de- Roma y Venecia y la de casi todas las monarquías del mediodía y del occidente de Europa. En vano .se intenta probar las excelencias de la federacion, para. nuestra patria y para todas las naciones del mundo conocido, en una reciente obra española en que, al par de extensa erudícion histórica, geográfica y diplomática, hay contradicciones innumerables, completo olvido de sucesos importantes, suposiciones contrarias á la exactitud de los hechos, deducciones arbitrarias y sin fundamento alguno ilusiones irrealizables, como lo es, sin duda, la de que la federacion puede llegará reunir en un cuerpo á la humanidad toda, sin que se menoscabe la independencia ni se altere el carácter de continentes, naciones, provincias y ciudades. Las ventajas, muy discutibles, de los estados peqneños, comparados con los grandes, que en ese libro se ensalzan, son de todo punto independientes de la federacion , porque ha habido estados· pequeños unitarios como algunas


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de las repúblicas griegas y muchas de las monarquías europeas modernas, y confederaciones grandes como la de los Estados-Unidos de América, una de las mayores naciones por su extension que el mundo ha conocido. Para sostener que la política de los pequeños pueblos es más firme y constante que la de los grandes países, preciso es cerrar los ojos á la evidencia y olvidar las inconstancias y vacilaciones de las repúblicas de la antigua Grecia y las de la Italia cristiana, exceptuando Venecia; que p~recen más mezquinas y miserables cuando se las compara con la perseverante política de engrandecimiento de Roma y de Inglaterra. En los gobiernos aristocráticos, lo mismo en las repúblicas que en las monarquías, hay un espíritu político, una prevision y una persistencia, que casi nunca se encuentran en las democracias. Tampoco se puede sostener, sin faltar á la exactitud, que la federacion in.fluye muy favorablemente en el desarrollo y riqueza de las ciudades y provincias, bastando para demostrarlo comparar en poblacion, prosperidad, ilustracion y cultura las de los Estados-Unidos y Suiza, con las de la Gran Bretaña, Francia, Italia y Bélgica. Y si convertimos la mirada á la América del sur, pronto advertiremos la notoria superioridad en todos conceptos de la república unitaria de Chile con relacion á las confederaciones Argentina, de Colombia y de Venezuela. Peregrina idea es la de afirmar que el sistema federal impide que decaiga el crédito de los estados, contribuyendo á mantener su hacienda en situacion .floreciente. El exámen de las cotizaciones de los valores públicos y de los ingresos y gastos de todas las naciones civilizadas, prueba de manera terminante, que en las que tienen gobiernos unitarios, se encuentran crédito más sólido y mayor número de presupuestos nivelados. Pero todavía sorprende más, por lo inexacta y extraordinaria, la asercion de que con la federacion se mejora y perfecciona la administracion general, la provincial y la municipal. La historia contemporánea, de acuerdo con la cien-


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cía administrativa, enseñan precisamente lo contrario. Notorio es, que para tener administracion ilustrada, activ<¡1, y econ~mica, son condiciones indispensables la aptitud reconocida, y toda la estabilidad posible en los que desempeñan cargos públicos, y como base para conseguirlo, la completa separacion entre la administracion y la política. Ahora bien, en la nacion federal modelo, todos los empleados se cambian cada cuatro años, á no ser que haya reeleccion de presidente; y en los estados con más frecuencia. Los resultados son funestos, como lo serán siempre que con el insostenible pretexto de las exigencias políticas, nombre con que se encubre la libérrima facultad de repartir los destinos entre los correligionarios, los importunos y los osados, haya variaciones constantes y generales de empleados. Conocidos de todos son los vicios y defectos de la administracion norteamaricana; y los escándalos de la administracion municipal de Nueva-York y otras importantes ciudades, superan á cuanto se había visto en este género hasta ahora. No hay · estado federal en donde la administracion pública haya llegado á la perfeccion que alcanza en la mayor parte de las naciones unitarias europeas, verdad, que sólo puede poner en duda, quien no haya estudiado con detenimiento estas materias. ¿Pero es cierto, al ménos, que con la federacion, la paz de la nacion está asegurada, y no hay descontento en los estados 6 provincias que la forman, por la independencia de que disfrutan? ¿Se debe creer, con el autor de la citada obra, que aplicando el sistema federal á Italia, Alemania, Rusia y la Gran Bretaña cesarían el disgusto, el malestar y las propensiones separatistas de Sicilia, de Alsacia y Lorena, de Polonia y de Irlanda? La contestacion la da la historia misma de las confederaciones que ántes he examinado. Tentativas de resistencia armada contra las inva·soras aspiraciones de Mauricio de Nassau hubo en varias provincias de Holanda, en las que el descontento y la mala voluntad respecto del stathouder y del gobierno central


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duraron y se manifestaron con energía aún largos años despues de la inútil é injusta ejecucion del ilustre Barneveldt. Las luchas constantes religiosas y sociales de unos cantones con otros, llenan los anales de Suiza: y ciñéndonos á épocas recientes, el ódio á los cantones protestantes y el deseo de vengar la derrota, existen todavía en los cantones católicos vencidos en 1847 en la guetra del Sonderbund. En los Estados-Unidos de América ha sido necesaria una guerra sangrienta de cuatro años, para evitar la separacion de los estados del sur, que ciertamente no se muestran muy satisfechos de la dictadura á que desde 1865 han vivido sometidos. Los qu(proponen remediar con la federacion todos los males sociales, políticos, administrativos ·y económicos que á las sociedades humanas aquejan, se parecen á los médicos que con un solo medicamento en diferentes dósis administrado , prometen curar todos los padecimientos que afligen ó 1').Cortan la vida del hombre. Como ellos, encontrarán en un principio adeptos entre los aficionados á lo nuevo, á lo extraordinario y á lo inverosímil, pero al fin será inevitable su descrédito; que sus teorías y sus principios no resisten á la elocuente refutacion de la experiencia. Puede ser útil y provechosa la federacion para formar un estado respetable y poderoso: sería perjudicial y peligrosa para desunir y dividir una nacion formada y constituida por el largo trascurso de los siglos. Para tal objeto nunca se ha aplicado con buen éxito hasta ahora, y es de esperar que la sensatez y el patriotismo de los pueblos impidan que en lo sucesivo se ponga en práctica. No hay un solo estadista de la Gran Bretaña que piense en la separacion parlamentaria de Irlanda, destruyendo la obra de Pitt, ni en la de Escocia, olvidando el principal título de gloria de lord Somers. En ninguna de las revoluciones que han conmovido á Francia en el siglo presente, se ha vuelto á proclamar formalmente la federacion que se había intentado, como otras tantas utopías, despues de 1789. La separacion de Hungría ha sido


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para el imperio austriaco una dolorosa necesidad, que ha disminuido su fuerza y coarta su accion en Europa. En nuestra patria, no acierto á comprender cómo hay quien no vea el inmenso peligro, no compensado por ventaja alguna, que habría en retroceder y deshacer la magnífica obra de muchos años y reinados para restablecer los antiguos reinos que ya no existen, ó formar nuevas provincias casi independientes, añadiendo este gérmen de agitacion y des-: obediencia á los que constantes trastornos ya nos han traído. Confío en que son pocos los partidarios de una federacion artificial, caprichosa y sin raíces y fundamef!tO sólido; y que no es necesaria para el desarrollo y prosperidad de las ciudades, para que la administracion pública sea buena, y para que el país intervenga por medio de sus legítimos representantes en la gobernacion del estado. En casi todas las naciones europeas, el gobierno más adecuado y conveniente, el que procura mayor suma de libertad y de beneficios en la presente época, es sin duda la monarquía constitucional; que va arraigándose en donde existe y estableciéndose donde ántes no era conocida hasta aparecer en las orillas mismas del Bósforo. El conde de Oavour, que en el gobierno de su país era liberal-conservador, decia con frecuencia; que ninguna república se halla en situacion de dar una cantidad de libertad tan real y tan fecunda como la que puede proporcionar la verdadera monarquía constitucional: que la forma republicana adaptada á las necesidades y á las costumbres de la Europa moderna no se ha descubierto todavía; y que supondría en todo caso, ya terminada, la gran empresa de la educacion popular, que será la obra de nuestro siglo. Igual opinion, aunque en diversos términos, expresaba M. Bright cuando escribía á quien le preguntaba si era preferible la monarquía parlamentaria á la república: «Nuestros anté»pasados resolvieron la cuestion acertadamente en el siglo »décimoséptimo, y espero que no habrá que resolverla


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»segunda vez por largo tiempo.» Razon tenian el ministro italiano y el orador inglés al manifestar estas ideas, fruto de una larga vida en las cámaras, de un estudio profundo de nuestra época, y de la propia experiencia en el gobierno. Progresar y mejorar sin precipitacion, por medios legales siempre, y con el apoyo de la opinion pública, debe ser la aspiracion constante de todos los hombres y partidos. políticos en las monarquías constitucionales; no olvidando, para moderar la impaciencia y el excesivo afan de mudanzas, estas profundas palabras de un elocuente orador contemporáneo en una nacion vecina: «El hombre, á veces se cansa » de lo bueno, busca lo mejor, encuentra lo malo y allí se >>queda pesaroso y arrepentido, por miedo de lo peor. »

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DISCURSO DE L

EXCMO. SEÑOR DON MANUEL ALONSO MARTINEZ.


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SEÑORES:

La recepcion de un Académico suele ser motivo de júbilo y de duelo á un mismo tiempo; pues aunque sea inherente á nuestra flaca condicion que las generaciones que vienen reemplacen á las generaciones que se van; aunque en el drama misterioso que representa la humanidad en el mundo alternen fatalmente la vida y la muerte, al cabo el nacimiento de un sér en la familia, en el municipio, en la nacion, no está ineludiblemente ligado á la desaparicion de otra persona determinada; miéntras que esta Academia, donde el número de plazas es fijo é invariable, no puede de ordinario abrir sus puertas á un nuevo Académ~co, sino despues de haber depositado bajo la losa funeraria el cadáver de su ilustre antecesor. ¿Quién de nosotros, al tender con efusion los brazos al Sr. Conde de Casa-Valencia y mostrarle el sitial que le está reservado, no derramará una lágrima á la memoria del eminente orador que le dejó vacante, y que tanto honraba y enaltecía á esta nobilísima Corporacion con su indisputable ciencia y su mágica palabra?


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Don Salustiano de Olózaga no ha dejado, es verdad, ningun libro que establezca sólidamente su reputacion de hombre de letras ; pero algunos opúsculos coleccionados por su amigo y admirador D. Angel Fernandez de los Ríos, singularmente los que versan sobre la caída de la Oonstitucion aragonesa, la hermandad de ciegos de Madrid , la beneficencia en Inglaterra y en España, y la elocuencia, revelan las más felices disposiciones, y nos hacen lamentar que los azares de la política nos hayan privado tal vez de un escritor de primer órden que hubiera podido enriquecer con el fruto de sus meditaciones la literatura nacional. Nadie deploraba tanto como. él este vacío. Recuerdo haberle oido decir que los hombres públicos más notables de nuestro país no eran en el extranjero tan estimados como merecían, por no cuidarse de cimentar su reputacion de estadistas sobre la publicacion de alguna obra histórica ó científica. Y quizás no fuera aventurado suponer que la noble emulacion con que á las veces evocaba el recuerdo del Sr. Conde de Toreno; se debiera aún más á su clásica Historia del levantamiento, guerra y revolucion de España, que á la cortés ironía y al estilo epigramático con que este historiador insigne daba grato sabor á sus discursos políticos ( 1). Nunca abandonó el Sr. Olózaga la idea de consagrar el último tercio de su vida á algun trabajo sério, digno de su fama; sólo que aplazaba su realizacion para cuando hubiera dado término á la empresa en que se hallaba empeñado. Cuéntanos él mismo que un gia á orillas del Rhin, contemplando las obras de la magnífica catedral de Colonia, volvió tristemente los ojos á su patria y exclamó: «Tambien allí quieren levantar un »alcázar gótico en que el Rey comparta su poder con los » obispos y magnates.> Y creyendo temerario tal propósito; persuadido de que no hay poder que no sucumba, si se em-

(~ ) Discurso sobre la elocuencia.


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peña en resistir la corriente arrolladora del progreso humano; con el presentimiento, en fin, de que no tardaria en desplomarse el alcázar que los partidos conservadores estaban levantando, aconsejó á sus amigos que se apartaran para no ser envueltos en sus ruinas, diciéndoles «que tenían la mision de separar los escombros, reparar los daños y dejar á otros el cuidado de evitar la reproduccion de tales extravíos y asegurar al pueblo español el goce completo de todos sus derechos y de todas las ventajas de su creciente civilizacion.» ¡Ah! bien decía Bossuet: l'lwmme s'agite et JJieu le mene. El alcázar se desplomó y su mano fué demasiado débil para separar los escoro bros y realizar el sueño de su vida. La muerte nos le arrebató en momentos bien angustiosos para la patria, y su afligido espíritu no pudo lograr el descanso que anhelaba, quedando así privada la posteridad de los frutos literarios de su edad madura. Mas si por tales causas no nos es lícito colocarle entre nuestros primeros es.critores, ¿,quién podrá negarle el lauro inmarcesible de la elocuencia~ Hacían sin duda de él un modelo de orador parlamentario aquella figura noble y majestuosa de que le dotó la naturaleza, y que se agitaba de un modo imponente en las horas solemnes, retratando en sus movimientos los sublimes arranques de la pasion; aq'uella voz sonora y :flexible que con sus agradables inflexiones y su infinita variedad de tonos, reflejaba fielmente todo los estados del ánimo, todos los accidentes del sentimiento y la palabra; el arte singular con que manejaba el clarooscuro; la delicadeza de sus intencionadas reticencias; la habilidad con que esgrimía el arma del ridículo; ]a crueldad con que á las veces abrumaba al adversario con sus sangrientos sarcasmos; su frase levantada y grandilocuente, cuando su alma sentia el acicate de] honor ó la exaltacion del patriotismo; y más que todo, el raro privi1egio de adivinar la situacion de los espíritus y apoderarse del sentimiento general ep. los oyentes, comunicándose


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íntimamente con ellos como por un alambre eléctrico, para excitar en su alma el entusiasmo, y, por decirlo así, magnetizarlos. Nunca la· Academia llorará bastante tan irreparable pérdida; · y si algo puede mitigar su pena, es sin duda la acertada eleccion del sucesor. Las aficiones y estudios del Sr. D. Emilio Alcalá Galiano, son análogos á los de D. Salustiano de Olózaga: y si no le alcanza en elocuencia, es al ménos un orador fácil, correcto y elegante) y le aventaja en verdad en que á la hora presente ha escrito ya un libro que le asegura un nombre honroso entre nuestros más distinguidos publicistas. Consagrado desde los primeros años de su júventnd á la carrera diplomática, fué sucesivamente destinado en 1855 y 1856 á los Estados-Unidos y á Méjico: y el estudio comparativo de ambos pueblos; el contraste que forma _la anarquía crónica y lamentable decadencia del antiguo imperio de Motezuma, sojuzgado por el ínclito Hernan Cortés) con la prosperidad y grandeza de la república Norte-Americana, que ha sabido unir en feliz consorcio el espíritu de libertad y el de igualdad, evitando hasta aquí los escollos que el genio inmortal de Montesquieu señaló á las democracias, hubieron sin duda de enseñarle que las constituciones escritas son árbol que no da fruto si le faltan la sávia de las costumbres, el sentimiento de la dignidad del ciudadano, hermanado con el respeto á la autoridad y la ley, el hábito del trabajo y la economía, el entusiasmo patrio, el espíritu moral y religioso y la austeridad de las virtudes cívicas. Trasladado más tarde á Lóndres en calidad de secretario de la legacion española, y por último á Lisboa, donde sirvió á las órdenes de un ilustre miembro de esta Academia, el inolvidable y malogrado Pastor Diaz, completó su educacion política corroborando en el estudio de la vieja Europa las lecciones que le habia sugerido la contemplacion del Nuevo-


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Mundo acerca de la influencia de las costumbres y las razas en el desarrollo de las instituciones, y aprendiendo además por una elocuente experiencia, que con el auxilio de las condiciones y de los hábitos característicos del genio sajon, la libertad de los pueblos, léjos de estar ligada á la forma republicana, echa raíces más extensas y más hondas bajo el sol de la monarquía tradicional. Retrátanse al vivo estas impresiones, que nutrieron en edad temprana su elevada inteligencia, en su magnífico libro La libertad politica en Inglater1·a, en el cual, sin dejar de encarecer la superioridad de la constitucion inglesa sobre la de los Estados-Unidos, porque en la direccion de la política da la preponderancia á la Cámara de los Comunes, que representa la opinion pública más inmediata y directamente q lle los otros altos poderes del Estado, en vez de distribuirla alternativamente entre el Congreso, el Senado, el presidente de la república y el Tribunal Supremo de Justicia, por el afan de establecer entre ellos una igualdad ficticia y un equilibrio artificial ocasionado á grandes rozamientos y conflictos, hace sin embargo un elogio tan entusiasta como merecido de la institucion monárquica amparada por una aristocracia liistórica, ilustrada, poderosa por su riqueza territorial, que inspira confianza al pueblo, que se trasforma segun las necesidades de cada época, y que renuncia con previsora abnegacion á privilegios incompatibles con el espíritu del siglo, para oponerse con más autoridad á innovaciones peligrosas, y para defender mejor las antiguas libertades contra los ataques imprudentes de una exagerada democracia. No tengo, pues, ni que mentar siquiera, para justificar la eleccion de la Academia, los servicios que el señor Conde tle Casa-Valencia ha prestado en la carrera diplomática, ó como subsecretario y ministro de Estado. Los destinos públicos, áun los más altos, si por lo general son justa recompensa de grandes merecimientos ó privilegiadas aptitudes,


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débense tambien á veces al favor ó á los caprichos de la suerte j y vosotros, al depositar el nombre del electo en el fondo de la urna, no quisisteis ciertamente lisongear á quien había encumbrado la fortuna, sino sólo premiar servicios positivos hechos á la ciencia y méritos literarios contrastados ya por la inflexible crítica que había pronunciado de antemano su veredicto en favor del nuevo Académico. Ni es su libro sobre la libertad política inglesa, la única muestra que ha dado de su sólida instruccion y peregrino ingenio. Sus artículos sobre la embajada de D. Jorge Juan en Marruecos, fosertos en la Revista de España, bastarian á acreditarle de escritor castizo y elegante y diplomático discreto. Publicándolos, ha llenado una laguna de la historia nacional. Ya que la suerte le deparó la ocasion de leer los curiosos papeles en que constan los antecedentes que fueron ocasion de la embajada y la interesante correspondencia del Marqués de Grimaldi y otras personas notables con el célebre marino, á propósito del cual, y por no ser más que jefe de escuadra, recuerda con oportunidad y gracia que en aquella sazon se seguía la máxima de Quevedo, J)'i'emiar servicios y no liartar avaricias, hubiera sido por extremo sensible que dejara en la sombra y el misterio los pormenores de una negociacion que tanto honran la prevision y el sentirlo político de Cárlos III, y que juntamente con el testamento de Isabel I, la conquista de Oran por el cardenal Cisneros , la iristruccion reservada del Conde de Florida-Blanca, y la toma de Tetuan por el malogrado general O'Donnell, marca á nuestros hombres de Estado la ruta que conduce al engrandecimiento de la)atria, enlazado con su dominadon , ó al ménos con su in~uencia permanente en las costas africanas. Bien que no sé, señores, por qué os fatigo inquiriendo y enumerando los títulos que tiene el conde de Casa-Valencia para entrar en la Academia, impresionados como estais por la le~tura del bello- y erudito discurso que acaba de leer, y


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que bastaria por sí solo á justificar vuestra eleccion. Poco diré de él, porqu_e la discusion supone choque de opiniones, y en el punto que ha servido de tema á su elegante disertacion, las mías son idénticas á las del Académico electo. Recordad en prueba de ello, este pasaje de mi libro sobre la propiedad: «El filósofo de Ginebra, acentuando el pensamiento de Mably, propuso la sustitucion por el federalismo de la unidad y la grandeza de las naciones modernas. No digo por esto ·que la forma federal tuviera en la mente de Rousseau el sentido, la intencion y el alcance que en la conciencia de Proudhon. Probablemente Rousseau se sintió impelido hácia ella por su amor á la organizacion y las instituciones de la antigua Grecia; pero hay que confesar que proponía el federalismo por más favorable á la libertad. Una experiencia reciente, dolorosa y sangrienta. ha demostrado en España que la federacion, excelente como procedimiento natural, como forma espontánea para la produccion , crecimiento y desarrollo histórico de esos grandes organismos llamados naciones, es un lamentable retroceso como forma artificial y procedimiento político impuesto á las grandes unidades nacionales ya elaboradas, las cuales, al disgregarse y descoyuntarse, pierden juntamente con la cohesion toda su vitalidad, grandeza y poderío, sin que los ciudadanos encuentren compensacion alguna .á esta disminucion de la riqueza y del poder de la patria, porque su libertad está más expuesta y ménos eficazmente garantida por el poder municipal y cantonal; siendo harto sabido que no hay nada más insoportable que los tiranuelos de aldea: las tiranías pesan más y son más opresoras, cuanto más cerca están y son más cliicas. » Así contestaba yo, aunque de .pasada y como por vía de episodio, á los publicistas que quieren imponer á la Europa la forma federal, sin otra razon que la de que los grandes ejércitos, que por lo general sostienen los Estados unitarios,


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y su obediencia ciega al jefe supremo que los manda, son un peligro perenne para la libertad. Con mayor detenimiento refuté, por entrar ya de lleno en el objeto de agu~l modesto libro, la doctrina de ciertos socialistas que hacen depender _de la forma federal el respeto á la propiedad, su carácter jurídico y su justicia intrínseca. « No hay más que un punto de vista, dice Proudhon, bajo el cual la propiedad puede ser admitida, y es aquel que, reconociendo que el hombre posee en sí mismo la justicia, haciéndole soberano y y'usticiero, le adjudica como consecuencia la propiedad, y no conoce órden JJolitico posible m,ás que la federacion ... Si la propiedad es una verdad, no puede $erlo más que con una condicion, la de que se

admitan los prúicipios de y'usticia inmanente, soberanía individual y federacion ... El alodio implica una forma especlal de gobie rno, el régimen representativo y democrático ... 1

La propiedad, autocrática por excelencia, trasportada á una sociedad política, se hace en seguida republicana. » No es esta la ocasion de repetir las razones filosóficas, económicas y jurídicas que expuse entónces contra la extraña paradoja de que la propiedad se trasforme milagrosamente de bastarda en legítima, y de satánica en santa, de una institucion maldita en un instrumento providencial de la civilizacion humana, por la virtud mágica de la federacion. Más modesta mi tarea de hoy, se reducirá á presentaros algunas observaciones históricas y políticas que me ha sugerido el discurso del nuevo Académico. Nada hay ménos absoluto, más relativo y variable ·que la forma poli tica de los Estados , la cual depende de las condiciones geográficas de cada pueblo, de su orígen , historia y costumbr.es, del grado que haya alcanzado en la escala del progreso, del principio que informe su civilizacion, del genio pacífico ó conquistador de las naciones limítrofes y de otra multitud de accidentes que sería ocioso y áun imposible enumerar. ·


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Lo que sí puede asegurarse es que la mejor forma política de cada Estado es la que brota naturalmente de las entrañas de su propia historia, como nace de la semilla la flor; y que es temerario é insensato el empeño de algunos publicistas que , más presuntuosos que discretos, in ten tan encerrará los pueblos artificialmente ó á viva fuerza en los estrechos moldes que fabrica su flaca inteligencia, reemplazando con ellos las formas espontáneas que produce la sabiduría de los siglos, combinada con la ley del progreso humano. Puede afirmarse asimismo, en contra de Proudhon y sus secuaces, que la federacion, más que una forma definitiva y final, es el procedimiento histórico de la creacion de los grandes Estados. Como en la Naturaleza, por la ley de la atraccion y la asimilacion , se unen y amalgaman los átomos y las moléculas para formar bellos y sorprendente. organismos, así en la historia se acercan y se funden las familias, las tríbus y los pueblos, para formar vastas naciones; y es locura convertir lo que es elemento de gestacion en sepulcro de potentes y gloriosas nacionalidades._i Quién de vosotros no se sublevaría, inflamado por el fuego sagrado del patriotismo , á la idea de rasgar en girones la unidad española, convirtiendo en estados ó cantones los antiguos reinos, siquiera se estableciesen leyes generales y uniformes sobre sus intereses políticos, militares y comerciales? Ciertamente que demoler esta hermosa fábrica, obra laboriosa del tiempo y de la sábia política de algunos de nuestros más grandes monarcas; restaurar un pasado sin gloria ni grandeza; renovar el atomismo de la Edad media, y con él los celos y rivalidades de los pequeños estados, dando ocasion á mayores complicaciones y más frecuentes guerras interiores, que no alcanzarían á evitar el délil lazo de una - misma legislacion aduanera y un congreso, un ejército y una diplomacia federales, no es progresar, sino dar un salto atrás, y perder la fuerza que da la cohesion, exponiendo al •

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país á las tentaciones de la codicia ajena, y matando en nuestro corazon la patriótica esperanza de recobrar nuestro perdido poderío y figurar un dia en el concierto de las grandes naciones europeas. Cierto que, para achicar y enflaquecer á la vez á todas las naciones, ios partidarios de la federacion pretenden imponerla á la humanidad entera; pero ¿por qué medios'? ¿Por ventura está en su mano obligar á todos los pueblos á que adopten simultáneamente la forma federal'? No: los publicistas que ven en este régimen la panacea de todos los males sociales, no disponen de otra fuerza que la del convencimiento y la persuasion, y, como los apóstoles del Cristianismo, necesitan ir por el mundo enseñando la buena nueva. ¿Lograrán convertirá los incrédulos y hacer de la federacion el evangelio político de todas las gentes'? ¡Qué delirio! Los que tal piensan, desconocen la historia y mutilan la naturaleza humana. Exigir que los gobiernos y los pueblos renuncien al deseo de su engrandecimiento y preponderancia, equivale á pretender que los hombres se desnuden de la pasion de la riqueza y del orgullo, del instinto que les empuja de un modo irresistible á la dominacion de sus semejantes. Concíbese que taló cual individuo, merced al poder de las ideas religiosas y á la energía de su voluntad, haga voto de humildad, de obediencia y de pobreza para consagrarse á la oracion; pero esta completa abnegacion de sí mismo, posible aunque rara en un hombre; este milagro del libre albedrio sojuzgado por el amor de Dios y el miedo á la eternid,ad, más poderosos en él que las pasiones mundanas, no puede reproducirse en las colectividades y ménos en la humanidad entera, la cual marcha y se desenvuelve en la plenitud de su naturaleza, esto es, con su razon y sus pasiones, con sus instintos buenos y malos, con sus virtudes y sus vicios. El error de los partidarios de la federacion universal, es idéntico al de los comunistas y soeialistas; unos y otros mutilan al hombre, suprimiendo en él las pasiones.


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Sólo siendo verdadera la teoría darwinista y esperando á. que la especie ktf/i1iana se vaya depurando y elevando en la escala de los seres hasta llegar á las gradas del trono del Eterno, y formar allí una especie nueva de naturaleza angélica ó divina, es como podrá realizarse el sueño de que los grandes estados ahoguen sus celos y rivalidades y su sed de influencia y mando, y renuncien á su nacionalidad constituyéndose en un mismo dia y á la hora convenida en confederaciones artísticamente distribuidas, de tal manera que estas, así como los estados ó can tones de que cada una se componga, guarden entre sí una proporcion matemática en cuanto á su extension y fuerza, á fin de que el equilibrio sea perfecto é inalterable. Pero miéntras la especie liumana sea tal como es, y tal como ha sido desde la creacion, los más fuertes se impondrán ó atraerán y absorberán á los más débiles, y la historia de las naciones será un campo de batalla parecido al que, segun el mismo Darwin, ofrece la naturaleza en la formacion de los seres ú organismos por la seleccion y la luclia para la existencia. La historia, que es el teatro en que se desenvuelve la humanidad con todos sus elementos constitutivos, tal como salió de las manos del Criador, disipa con sus elocuentes enseñanzas las infantiles ilusiones de los modernos federalistas. En la antigüedad, la Liga de los Anfictiones, formada para preservará la Grecia de las invasiones asiáticas, sucumbió en la célebre batalla de Queronea, sin que bastaran á salvarla contra la hábil y pérfida política de Filipo, el patriotismo y la elocuencia de Demóstenes. La espada de Roma rompió la Liga Aquea y cuantas intentaron detener su marcha triunfal. En la Edad media, Milan, Pavía, Pisa, Génova, Florencia y otras ciudades de Italia formaron una confederacion para defender su libertad amenazada por el imperio de Alemania, á la manera que sus antepasados, los pueblos etruscos, formaron la Liga Aquea contra el espíritu conquistador


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de Roma. Esa confederacion resistió heróicamente y venció en formidable lucha á las temibles huestes de Federico Barbaroja; y sin embargo, se disolvió casi al dia siguiente del triunfo por falta de inteligencia política, de cohesion y de unidad, por un espíritu municipal demasiado estrecho, por el amor desmedido á las libertades locales, que ahogó en la cuna el sentimiento nacional. El débil lazo federal que unía á las provincias de los Países-Bajos no pudo resistir la vecindad de los grandes estados unitarios y monárquicos, y á pesar de que los mismos confederados, obedeciendo al instinto de su conservacion, se arrojaron , para salvar su independencia, en brazos del príncipe de Orange, confiriéndole poderes extraordinarios y declarando el Estatuderato hereditario, todavía la Holanda, desgarrada por revueltas intestinas y debilitada en el exterior por continuas guerras, hubo de renunciar hasta á la sombra de república federal y constituirse en monarquía. Cabalmente, si hay algo que la historia enseñe con incontrastable evidencia, .es que, léjos de marchar la humadad hácia el federalismo, tiende á la concentracion y la unidad, siendo este el carácter distfotivo y el rasgo más saliente de la civilizacion del siglo actual. Ya el Sr. Conde de Casa-Valencia ha demostrado elocuentemente esta tésis. Permitidme añadir algunas breves y desaliñadas observaciones á las que con tanta maestría ha expuesto en su discurso el Académico electo . Alemania es el país clásico del federalismo. A la confederacion de las ciudades en el siglo xn contra la feudalidad, sucedió la confederacion de los príncipes soberanos contra los emperadores sometidos á su eleccion. Vino más tarde el tratado de Westfalia que puso fin á las guerras religiosas y reconstruyó la Alemania sobre nuevas bases; pero conservando siempre la forma federal. Así atravesó los s_iglos xvn y xvm, demostrando las guerras contra Luis XIV, la Revolucion francesa y Napoleon, que son vicios propios


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de este régimen la impotencia en la ofensiva y en la defená este propósito, y en prueba de lo que son los celo~ entre confederados, que la Prusia dejó á Napoleon que aplastara al Austria en Austerlitz, y el Austria á su vez contempló más gozosa que indiferente el desastre de Jena, que aniquilaba á su rival. Vencida la Alemania por las águilas francesas, se sometió humildemente á la nueva constitucion federal que plugo al Capitan del siglo imponerla en 1806; hasta que, aleccionada por diez años de reveses, y favorecida por sucesos en que no tuvo poca parte España, tan heróica en la guerra como desatendida en la paz por los mismos que la debieron su salvacion, se unió á la Europa coaligada contra el coloso francés, logrando entre todos derribarle del pedestal de la fortuna, y condenándole á pasar el resto de sus dias en una isla solitaria, ó más bien en una pelada roca; enseñanza viva, ast para la generacion presente como para las edades futuras, de lo poco que valen y lo fácilmente que se disipan las grandezas humanas. Celebráronse entónces los tratados de 1815, que reconstituyeron la Europa central, aunque siempre bajo la forma federativa. Experiencias dolorosas, antiguas y recientes, hacian imposible el mantenimiento de esta Constitucion, y los alemanes empezaron á preocuparse de la cuestion de la unidad nacional mucho más que de la conquista de su libertad política. Sucediéronse en el discurso de pocos años cuatro tentativas de reorganizacion; la de la Constituyente de 1848; la que hizo un año más tarde la Prusia y que fracasó por las victorias diplomáticas del Austria y la defeccion de la Sajonia y del Hannover ; la de la famosa triada, iniciada . por hombres eminentes de los estados secundarios, y por último, la del congreso de Príncipes, convocado por el Austria en 1863 con el fin ostensible de colocar un nuevo poder federal á la cabeza de la Dieta. Todos estos ensayos se malograron, porque tendían á establecer en la confederacion

siva la debilidad. Basta recordar

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germánica un equilibrio artificial, que no podía ménos de romper la eterna rivalidad entre la Prusia y el Austria, y la inferioridad de los estados secundarios , sometidos los unos á la influencia del gobierno de Berlín y juguete los otros del gobierno de Viena. Entretanto la agitacion crecía; el ridículo papel representado por la Dieta en el célebre asunto del SchleswigHolstein avivaba el sentimiento de la nacionalidad alemana, y un rey de gran carácter y un astuto diplomático supieron explotar el movimiento popular hácia la unidad, dando gloriosa cima á la obra iniciada por el gran Elector y continuada por Federico II y el baron de Stein. El gobierno de Berlin, á pesar de la resistencia inconsciente de las Cámaras, organizó á la callada un ejército formidable y sin proporcion alguna con su presupuesto de ingresos y el censo de poblacion., y se dió maña para que fuera la misma Dieta quien le arrojara el guante decretando la ejecucion federal contra la Prusia, y para que más tarde, cayendo en un lazo semejante, le declarara tambien la guerra insensatamente Napoleon III: así es como la diplomacia de Bismarck y el genio estratégico de Molke crearon la patria alemana en Sadowa y en Sedan. Análoga, aunque no idéntica, ha sido la evolucion de Italia para constituir su nacionalidad. Disuelta la Liga lom-. barda, se agitó durante siglos en las convulsiones de la anarquía, sin poder emanciparse de la dominacion extranjera.y viviT la vida de los pueblos independientes y libres; hasta que, desechando las tradiciones del federalismo, se cobijó bajo el régio manto de Víctor Manuel hábilmente aconsejado por el Bismarck italiano, el Conde de Cavour. La última tentativa de confederacion en Italia , fué la de los preliminares de Villafranca, seguidos del tratado de Zurich. ¿Qué hombre de Estado ·podía creer en la viabilidad de un régimen que hacía figurar como miembros de una misma Dieta federal al Piamonte, al Pontificado y al Austria? No


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hay equilibrio posible entre poderes tan desiguales; y de haberse observado aquel tratado, fiel imágen de la fábula del leon asociado á la vaca, la cabrilla y la oveja, no hubiera tardado el Austria, de quien eran dóciles instrumentos los reyes de Nápoles, Módena, Parma y Florencia, en dictar su soberana voluntad á la Dieta, poniendo sobre el Adige y el Mincio un ejército de 300.000 hombres para obligar al Piamonte á cumplir los decretos federales. Léjos, pues, de disgregarse los estados unitarios, constituyéndose en federaciones, son éstas las que desaparecen, organizándose en vigorosas nacionalidades, bajo la enseña de la monarquía, que es la institucion·que mejor representa y realiza la unidad. Verdad es que hay dos confederaciones en pié, reinando en ellas una paz perfecta y una envidiable prosperidad. ~fas la patria de Walter Fürs y de Guillermo Tell, formada como todos los estados. por agregaciones sucesivas, debe su existencia de seis siglos á sus montañas y desfiladeros, á su posicion central y estratégica en Europa, á la rivalidad de las grandes Potencias que la sirven como de cintura, y que en interés mútuo han pactado solemnemente su independencia declarándola neutral: así como la confederacion de los Estados-Unidos, que apénas cuenta un siglo, se ex-. plica por su aislamiento en un continente lejano de Europa y por la falta de vecinos poderosos que puedan amenazar su independencia. Pero notadlo bien, señores; estas dos confederaciones que se hallan en circunstancias tan excepcionales, obedecen en su desenvolvimiento histórico á la ley de la unidad. La rebelion de siete cantones en 1847 contra la autoridad de la Dieta, tan menguada en la constitucion que la Europa monárquica impuso en 1815 á la república suiza, produjo la revision del pacto federativo con el único fin de robustecer el poder central á costa de la soberanía de los cantones. No há mucho tiempo aún que cada _canton tenía su moneda


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particular, sin curso en los cantones vecinos; enviaba un agente diplomático ·á Viena, Roma y París; pretendia el derecho de celebrar tratados con los estados soberanos; establecía aduaneros en los caminos y levantaba un ejército más 6 ménos numeroso, del cual dü;ponia á su placer, poniéndole á veces á sueldo de los papas y los reyes extran- . jeros. Hoy en dia ya no hay monedas, ni embajadas, ni aduanas, ni eHrcitos cantonales, habiéndose refundido todos estos derechos en la Dieta. Por otra parte, la unidad de la sociedad política en Suiza no era, como en los· EstadosUnidos, el individuo, 6 como en Inglaterra, la familia, sino el municipio 6 el comun, y el influjo de la civilizacion moderna, con el ariete de la imprenta y de los caminos de hierro, va derribando sucesivamente estas vallas locales y trasformando el carácter· de la nacionalidad helvética. Por esto dice muy oportunamente un publicista inglés, que todas cuantas modificaciones se han hecho en el pacto fundamental, desde la de 1814 á la de 1871 f han quitado algo al poder del comun y del cantan, · para aumentar el del ciudadano y la Dieta federal. · Más acentuado ha sido aún el movimiento de la gran república Norte-Americana hácia la unidad y la centralizac-ion. La Liga de las trece colonias rebeldes que en 1776 sacudieron el yugo q.e la poderosa Albion, estuvo á punto de disolverse despues del triunfo. El ilustre norte-americano Motley, describiendo con los más vivos colores el estado de impotencia, imbecilidad y anarquía, en que cayó la confederacion, dice que hasta el dia presente aquella fué la hora más sombría de su historia. Segun el testimonio de este insigne escritor, faltábale al poder la fuerza necesaria para aplicar las leyes, reprimir las insurrecciones, dar seguridad á las personas y á las propiedades, y hasta para realizar el pago de las deudas á lo~ súbditos británicos, cumpHendo religiosamente las condiciones del tratado de paz, por lo cual la gran república, años despues de haber conquistado su ind.e-


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pendencia, pasó por la vergonzosa humillacion de ver ocupada en su propio suelo, al Sur de los grandes lagos, una larga cadena de fortalezas por soldados extranjeros. Esta primera y suprema crísis terminó por el triunfo de la unidad: el espíritu local, el egoísmo de los estados particulares, empeñados en mantener su soberanía, puso á la llnion al borde del abismo, y la salvó el partido federalista dirigido por Washington y Hamilton, que en vez de una liga de estados soberanos, acertaron á formar una nacion. No conservan, en efecto, los estados ninguno de los· atributos de la soberanía; así que no pueden acuñar moneda, ni emitir billetes de Banco, ni mantener un ejército y una marina, ni celebrar tratados y sostener relaciones diplomáticas con los gobiernos extranjeros : la Constitucion de 1787, que es todavía hoy el pacto fundamental de la república, dejando á los estados particulares la autonomía más absoluta en el órden administrativo, ha colocado la soberanía en las autoridades federales, en el Presidente, el Senado, el Cqngreso y el Tribunal Supremo de Justicia. La federacion de los Estados-Unidos tiene una particularidad que la distingue de todas las demás confederaciones conocidas en la historia. En la antigua Grecia, en Holanda, Suiza y la Confederacion germánica , los estados COJ?federados se reservaban la facultad de hacer ejecutar en su propio territorio las leyes de la Union, derecho semejante al que en nuestras Provincias V-ascongadas se ha venido ejercitando hasta ahora con el nombre de pase foral. En América, por el contrario, la Union, no sólo hace las leyes, sino que las aplica por medio de sus agentes y tribunales, empleando, si es preciso, el ejército federal para hacerse obedecer. La Union gobierna á los individuos y no á los estados; de modo queéstos no son, como en las demás confederaciones, los naturales intermediarios entre el ciudadano y el poder central. A pesar de la sabiduría con que la Constitucion de los Estados-Unidos resolvió el problema de su organizacion po-


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lítica, no tardaron en manifestarse dos tendencias distintas entre los hombres de Estado americanos, inclinándose los unos á robustecer el poder central y aumentar sus prerogativas, y proclamando los otros la descentralizacion. Con esta cuestion constitucional , ligóse íntimameute la de la esclavitud; y el partido democrático, contenido al principio en los límites de la prudencia por Je:ffersson, empujado más tarde por el talento extraordinario de Calhoun en una direccion tan falsa como funesta, despues 'de haber arrancado á la Union el compromiso del Missouri y los de 1850, la ley de los esclavos fugitivos y el bill de Nebraska, cuando sintió que vacilaban su influencia y su poder, presentó resueltamente la batalla. Viéronse entónces frente á frente dos ejércitos formidables que vinieron á las manos con la misma violencia y rabia que si fueran dos razas enemigas divididas por odios seculares. En la bandera del uno se leía Secession, miéntras que el lema de la del otro era [Jnion. Conoceis, señores, el término de esta guerra gigantesca, en la que se gastaron más de sesenta mil millones de reales, y durante la cual se improvisaron ejércitos numerosos, como si ya formados brotaran de la tierra, para disolverse con igual facilidad y como por encanto al dia siguiente de la toma de Richmond, trasformándose soldados aguerridos en cien combates en ciudadanos sumisos, consagrados á las artes de la paz, sin conservar el menor vestigio de sus hábitos militares. No triunfaron en verdad los separatistas de: fensores de la soberania de los estados particulares: fueron los soldados que á precio de su sangre sostenían la soberanía exclusiva del poder federal, negando á los estados confederados el derecho de sustraerse á sus deberes para con la Un ion y retirarse de ella á Sli voluntad, los que desfilaron triunfalmente por la magnífica avenida de Washington que conduce desde el Capitolio á la Casa Blanca, entre los vítores y aplausos de la multitud. En esta segunda crísis, más grave y terrible que la que


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precedió á la publicacion de la ley fundamental de 1787, la República se ha salvado por el triunfo del principio unitario y centralizador. Cualesquiera que sean las fases que en un porvenir remoto recorra la humanidad en su movimiento ascendente, es indudable que hoy por hoy y hasta donde alcanza la prevision humana, la tendencia de las naciones y la ley histórica que preside á su desenvolvimiento, no es la federacion, sino la unidad. Lo habeis visto en Italia y Alemania que no han podido fundar su nacionalidad, miéntras no se han constituido en grandes monarquías desechando la tradicion federalista, y hasta en Suiza y los Estados-Unidos, á pesar de que por circunstancias excepcionales mantengan la forma republicana y federal. Esta enseñanza de la historia debe calmar ciertas inquietudes patrióticas. No: no veremos partirse en pedazos esta hermosa patria española, archivo de todas nuestras glorias, panteon que guarda los huesos sagrados de nuestros padres y rico venero de esperanzas para nuestros hijos, ya que, por nuestra mala ventura, .sea para la generacion presente purgatorio de grandes faltas políticas. Ántes bien, debemos prometernos que serán mayores cada dia su cohesion y consistencia, y que sin violentas sacudidas, sin nuevas conmociones y trastornos, desaparecerán divergencias fundamentales y sensibles antagonismos que todavía existen, llegando á con~umarse el?- el actual reinado la unidad española , y formando en la Historia un glorioso triunvirato los Reyes Católicos, D. Felipe V y D. Alfonso XII.

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DICHO.



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DISCURSOS LEIDOS ANTE LA

·REAL ACADEMIA DE CIBNCIA~ MORALE~ YPOLITICA~ EN LA RECEPCION PÚBLICA OFT.

ILMO. SR. D. JOSE MORENO NIETO EL DIA 25 DE MAYO DE 1879

MADRID IMPRENTA CENTRAL Á CARGO DE VÍCTOR SAIZ CALLE DE LA COLEGIATA. 'I Ú " . Ó


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DISCURSO DEL

ILMO. SR. D. JOSÉ MORENO NIETO.



SEÑORES:

No sólo el deber sino tambien natural impulso de mi corazon me mueven á dirigiros al empezar palabras de gratitud, que quisiera fueran tan expresivas, como es el sentimiento que las inspira profundo y verdadero. Debeis comprenderlo: mis merecimientos son escasos y no nada valiosos: tal ó cual discurso, este ó aquel corto trabajo, unos y otros hechos casi al correr del pensamiento y entre el tráfago y el ruido de la polémica, nunca más que en estos tiempos apasionada y llena de confusi?n y atropella~iento, esto es lo que yo podría ofrecer. Y algo más es necesario para merecer honra tan señalada: que al fin, al entrar en estas corporaciones tómase asiento entre los principales representantes de la ciencia, sus próceres, podríamos decir, llamados por la vóz de la opinion y el fallo del país á regir con discrecion la vida científica, ejerciendo grave y respetable magisterio.¡Tarea por cierto grave y delicada que impone á quienes se confia difíciles y temerosos deberes! Cuando en ellos me he dado á pensar, ahora que veía acercarse el


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momento de ponerme á vuestro lado, háme sobrecogido verdadero temor. ¿Pues qué: tomar parte en esa tarea que sin disputa os toca, y que consiste, permitidme la frase, en tener la cura de almas, la cual, no sé si para bien sólo ó tambien para grave daño, ha dado á la razon en no pequeña medida la historia presente; llevar de alguna manera la voz de la conciencia pública para vigilar ese· movimiento en que va expresándose y realizándose la cultura del país , no es cosa por lo difícil grave, y por los intereses que puede favorecer ó comprometer muy para pensada, y para que suscite en ánimos poco confiados aprensiones é inquietudes? Como quiera, en lo que á mí toca, serviráme de guia vuestra prudencia y vuestro alto ejemplo. El del insigne varan á quien vengo á suceder, ·el señor D. José Lorenzo Figueroa, podrá tambien servirme• de acertada direccion. Porque era él discreto pensador, sobre ser carácter hidalgo y serio. Dotado de entendimiento nada comun, én que se unían por dichosa maner~ lo profundo y lo sensato, supo conservar en estos revueltos tiempos serena su razon, y sin cerrarse á las nuevas ideas, mantener viva su fe en esas augustas creencias que como glorioso nimbo han resplandecido siempre en torno de las almas levantadas y generosas. Llevado por su natural al campo en que se debaten los graves problemas contemporáneos, no tomó plaza entre los exagerados y violentos, mas entre los templados y prudentes. Su gran preocupacion parece haber sido el juntar con lo presente lo pasado, y ver de conciliar con los dictados de la fe los fueros de la razon, y con los intereses de la libertad los del órden y la autoridad. Con espíritu análogo al de este notable pensador voy á discurrir ante vosotros, no exento de zozobra y temor,


DEL ILMO. SR. D. JOSÉ MORENO NIETO.

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sobre asunto que sea digno de ocupar por algunos momentos vuestra ilustrada atencion. Voy á tratar de la cuestion que puede considerarse capital, conviene á saber, la oposicion fundamental entre dos concepciones que expresan cada una de ellas dos maneras distintas de civilizacion, mejor dicho, dos civilizaciones distintas y opuestas, la civilizacion religioso-cristiana y la civilizacion racionalista.-Estas dos concepciones y civilizaciones, sirviendo de bandera respectiva á las escuelas y partidos políticos, expresan la oposicion más fundamental que divide á los que se ocupan de las ciencias sociales, y á cuantos ponen mano en los negocios públicos de los pueblos europeos, ó se interesan en su porvenir; de donde la necesidad de conocerlas y apreciarlas. Y es bueno notar desde luégo, para precisar su sentido, que la oposicion á que aludo y que afirmo que es el gran problema no puede tomarse sólo como oposicion de sistema filosófico, ó sea como de concepcion materialista frente á la espiritualista ó panteísta, ó de la escéptica á la dogmática, ni la del realismo á la del idealismo; ni como contraposicion de soluciones meramente políticas y sociales, sean ellas absolutistas ó liberales, monárquicas 6 republicanas, individualistas 6 socialistas: · es una oposicion que abarca de alguna manera todas éstas y las domina; es la oposicion de doctrina y de manera de pensar en todos los problemas que tocan al órden humano, pero mirado este órden en primer término en su faz histórica y social, y lt égo explicado esto por 10 que es interior y esencial, como tal lo engendra y caracteriza; es, en otros términos, la oposicion marcada por los estados y situaciones que ofrece la historia europea en los dos períodos que caen el uno del lado allá y


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el otro del lado acá del siglo XV, ó mejor, de la revolucion francesa; es, en suma, la oposicion entre las dos civilizaciones, ó para hablar como San Agustin, las dos distintas ciudades que desde el advenimiento del Cristianismo son posibles en el m_u ndo. Esta oposicion e ha expresado con fórmulas más ó ménos acertadas y exactas. Unos la han declarado con la fórmula de la oposicion entre lo inmanente y lo trascendente; otros con la de lo objetivo y subjetivo, dando los atributos primeros de esas dos fórmulas al período de la Edad-Media, y los t.egundos á los tiempos modernos; otros la han dado á conocer empleando en són de antagonismo completo las palabras catolicismo y libera~ lismo, poniendo así enfrente, para significar concepciones contradictorias, dos vocablos de los cuales el último tiene ménos extension que su opuesto.-Cualesquiera que sean las excelencias de estas fórmulas, paréceme que van más al fondo de las cosas, y expresan con más verdad y en rasgos más· característicos los términos d,el gran problema, aquellas otras que se han usado en la lucha y cuestion movidas en los últimos años, que han conmovido y siguen conmoviendo y agitando hasta sus más hondos abismos el espíritu europeo: la que ha adoptado como divisa y símbolo de guerra en Alemania el partido anti-católico con el nombre de Culturkampf, y la que en los documentos católicos se ha llamado civilizacion cristiana frente á la moderna. Esta oposicion y la lucha que áun ella sostiene constituyen la gran crísis de la c·vilizacion. Los representantes de esas dos fórmulas ge rales dicen que la una es el bien absoluto, y la contraria el mal sin bien alguno; añaden que son incompatibles por su índole, y cada uno trabaja con porfiado teson y desusado apasionamiento


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porque desaparezca la civilizacion que condena. La sociedad, entre tanto, se halla desgarrada por esa lucha y trabajada por la inquietud, el temor y el sobresalto.No conozco situacion más dolorosa. Porque en esa terrible contienda la voz de la r8:zon no se deja oir, y el que aventura palabras de concordia, ese es escarnecido y calumniado. Y sin embargo, lo he de decir, aunque deba una vez más ser calificado de visionario ó de amigo de imposibles conciertos y de caprichosas componendas: en ninguna de esas dos soluciones, tomadas co·m o ellas se ofrecen, está la salvacion de la sociedad; por ninguna de ellas lograremos que la humanidad salga triunfante del terrible azaroso presente, y que siga en adelante feliz y ordenadamente realizando incesantes y universales progresos. ¿Pues qué: habíamos de estar condenados á vivir sin religion, ó á renuhciar á los bienes terrestres? ¿No cabe perfeccion en el estado y organizacion de las humanas sociedades, no es posible y bueno y digno de aplauso el buscar el desarrollo del saber y la cultura, y procurar nuevas y más ricas manifestaciones del arte, y que el hombre se enseñoree cada vez más de la naturaleza, y que se· redima toda esclavitud, y que se combata toda injusta desigualdad y se rescate en cuanto ser pueda toda miseria, y que las razas, los pueblos, las gentes, se unan en fraternal abrazo, proclamándose á la faz de la historia la asociacion del humano linaje bajo la ley de la justicia y del amor? ¡No! No puede ser que la religion cristiana sea incompatible con la civilizacion, la cultura y el constante progreso. Esa anh;losa aspiracion que empuja hoy á la Europa á mejorar incesantemente sus estados y condicion general, y á elevarse á un grado de dia en día mayor de luz, de perfeccion, de bienestar y de justicia, es legítima, honrada y digna de aplauso, y hacen 2

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mal los que la combaten á nombre de las creencias cristianas. Pero ¡ah! que de este lado paréceme que las cosas van cambiando ya de tal suerte, que no será permitido en adelante tomar la voz de la religion para condenar los generosos anhelos que buscan la perfeccion de las nuevas generaciones, y áun tengo para mí, que dentro de poco nadie será osado á combatir al apellido del cristianismo los grandes principios de la verdadera libertad y el progreso humanitario.-No es de este lado, pues, del que ha de venir el peligro, sino del opuesto, es decir, del campo radical y racionalista, en el cual sigue locamente afirmándose, que el Catolicismo es ya para la vida presente, y lo será para la venidera, no sólo principio innecesario y estéril, mas tambien obstáculo invencible y gérmen eterno de perturbacion y de ruina, y que la conciencia podrá desde hoy, y en lo porvenir, vivir vida propia del espíritu, y la sociedad conservarse y adelantar y tocar á todas las cimas y á todas las perfecciones sin la presencia y la intervéncion de un órden sobrenatural positivo y sin otra fuerza ni más inspiracion que la del pensamiento libre y la de la ciencia. Sí: de este lado viene hoy el peligro; en él es cada día más fuerte la enemiga contra la idea religiosa y contra la comunion en que ella se desenvuelve: los que en ese lado están parece que han dicho en su corazon: ¡que no haya religion en el mundo! El Cristianismo: contra él se levantan, no sólo los sabios y filósofos, los que ejercen el principado en la esfera del pensamiento, sino los partidos, sobre todo los radicales y revoluci~arios; tambien los pueblos, que en su locura se alzan á menudo, diciendo: cruci.fixe, cruci.fixe; y además, ¿quién lo creería? las supremas potestades, así las que llevan la voz de democracias alborotadas y turbulentas, co-mo muchas de las que repre-


DEL ILMO. SR. D. JOSÉ )!ORENO NIETO.

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sentan aquellas antiguas monarquías ungidas con el óleo santo. Es una conspiracion universal para una obra que se apellida emancipadora y salvadora. Pues bien; yo me atrevo á decirlo en alta voz: no hay, no ha habido, no habrá verdadera civilizacion sino la que se inspira y vive al calor del ideal cristiano, y este ideal es el ideal absoluto de vida individual y social hácia el cual, so pena de retroceso y barbarie, hay que orientar de nuevo las sociedades. -Á demostrar esto habré de encaminar mis esfuerzos en este para mí solemne dia, y contando con vuestra benevolencia voy á caracterizar, si me lo permiten mis fuerzas, el ideal cristiano, buscando sus notas y rasgos esenciales, y viendo de precisarle y determinarle por su comparacion con el de las antiguas civilizaci"ones: despues le seguiré, estudiando su accion sobre el mundo europeo en los principales períodos que constituyen la historia de este mundo, tratando de averiguar, lo primero, de qué modo y por qué sentido ha servido á la civilizacion y al progreso, así en la esfera de la· vida interior, como tambien en la que toca á la organizacion exterior y á la creacion del órden en el seno de las sociedades; y lo segundo, si ese ideal, ora el realizado en la Edad-Media, ora ese mismo, agrandado, debe ponerse otra vez como base de las edades presentes y las venideras, ó i debe abandonarse como insuficiente é incompleto para las grande necesidades que_siente en su seno el espíritu moderno.


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l. El carácter fundamental de las antiguas concepciones religiosas consiste , en mi sentir, en que lo divino se representa por ellas, más bien que como espíritu, cual si fuese fuerza ciega ó conjunto de fuerzas cósmicas que cercan y oprimen al hombre. De ahí que se busque á Dios más bien en el exterior y en la naturaleza que no en la interioridad de la conciencia. Las vagas nociones metafísicas que aparecen confusamente en la forma·cion de esas antiguas cosmologías, quedan oscurecidas por la influencia preponderante de las representaciones sensibles, las cuales se mezclan asimismo y perturban las tendencias ó los fines morales que aparecen al nacer y al crecer de tales concepciones. Y se rompe además la unidad de lo divino, que se siente á menudo palpi~ar en el fondo de esas creaciones oscuras, unidad que no logra prevalecer, sino que queda alterada y destruida por la contínua y variada interve~cion de las fuerzas naturales y áun de los hechos de aquella historia, mitad divina y humana, confusa y sombría, que se teje al golpe de la inspiracion religiosa. De donde nace el politeísmo con multitud de dioses, cuyo sentido apénas nos es dado descubrir á nosotros los hombres de la edad presente.-Y como resultado de esta manera de concebir los séres y el órden invisible, el culto toma un sentido material y exterior, y, lo que no es ménos grave, se pone á los dioses corno enemigos del hombre, el cual bajo la influencia de esta idea lleva una vida sombría, y procura aplacar la. cólera divina por dones y ofrendas y por sacrificios sangrientos. En dichas antiguas religio-


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nes el espíritu humano se siente débil delante de esas fuerzas terribles que le castigan y aplastan; siente además y conoce que el mal reina en el mundo, y no con:fia en qu~ venga de ningun lado la redencion, ni que en lo porvenir pueda lograrse el triunfo del bien sobre el mal. De aquí la tristeza y desconsuelo del hombre antiguo. Además de estos caracteres, que tenemos por primarios y esenciales, como que miran al movimiento interior de las almas y por ellos se regían el sentimiento y la creencia, debemos hablar de otras notas importantes que daban :fisonomía propia á esas religiones antiguas y que revelan su grande imperfeccion. Es la primera de ellas la que consistia en dirigirse á solo un pueblo 6 civilizacion, aquella en que habia nacido y crecido, civilizacion con cuya historia se identificaba, ó, mejor dicho, formaba con ella la sustancia de su propia historia, y cuyos·solos destinos y vida religiosa cada una de ellas se creia obligada á dirigir y gobernar. Digámoslo en breve fras<"': las religiones paganas eran religiones locales; cada nacion, cada raza, cada tribu, cada ciudad solia tener sus dioses: teníanlos tambien á veces propios suyos las familias, las cuales adoraban, como es sabido, principalmente sus penates, sus dioses lares. Aun las más ámplias y las que vivían con espíritu, podemos decir, más abierto y más general, no traspasaban las fronteras de la raza ó las de la particular civilizacion. Así es que ellas engendraban ó fomentaban un patriotismo áspero y egoísta, de que nacía apartamiento y odio singular al extranjero, y, encerrándose en estrecho círculo, ni siquiera aparecian en ellas · tendencias á la propaganda, ni impulso alguno ó aspiracion que las llevase á extenderse por las varias gentes y á circular por las regiones del mundo. Por otra parte, y esto es tambien


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característico y funesto achaque de las religiones antiguas, la teología envuelve la vida toda, así la civil como la política, y rige todos los actos, los de los ciudadanos y los que por pertenecer á la esfera general tienen carácter público; y mezclándose y reglando cuanto puede interesar á los particulares y al Estado, y ordenándolo_ segun su propio sentir y especial interes, no deja libertad ni holgura á la vida temporal, y sofoca y embaraza el movimiento histórico y el libre juego y de~arrollo de las instituciones y los intereses. Todo cambió con la aparicion del Cristianismo. Con él se desvanecieron esa muchedumbre de dioses informes y terribles que turbaban la conciencia del hombre y le llenaban de terror y de espanto; por él presentóse en su excelsa grandeza el Dios verdadero, y se disiparon cual nube al viento aquellas representaciones groseras y materiales que oscurecían lo divino y lo rebajaban y degradaban.-El Cristiani~mo presenta á Dios como espíritu puro, absoluto é infinito, que vive desde la eternidad en la intimidad de su sér, distinto del mundo y elevado sobre él con una distancia inconmensurable, y le concibe en su unidad simplísima é indivisible. Ese Dios es fuerza y causa universal y absoluta, pero es principalmente inteligencia, y voluntad y amor. Y su esencia no se dispersa y pierde en la muchedumbre de los fenóme- • nos cósmicos, como acontecía en las religiones paganas, sino que vive separado de ellos y ordenando y rigiendo desde las alturas, segun su voluntad, el universo mundo. Y como si esto no bastara para la pureza y profm1do sentido de la doctrina, enseña que ese mundo sacado por Dios de la nada no es conjunto de potencias que se mueven fatalmente en un desarrollo caprichoso, el cual marcha á perderse en desconocido océano, sino que es


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conjunto de elementos y fuerzas y condiciones para la aparicion y para la vida del espíritu humano, el cual está destinado á vivir en comunion con Dios acá en la tierra, y luégo en un órden superior y perfecto. De manera que en la concepcion cristiana toda realidad verdadera- es espíritu, ó el espíritu infinito ó los espíritus :finitos, y todo en el mundo está preparado y ordenado para la vida y comunion de los espíritus: por lo cual es él, en todo el rigor de la palabra, el espiritualismo absoluto. Y esta es su primera y más capital diferencia con todas las antiguas religiones y su cualidad más excelente. El reino del espíritu: esta es su doctrina, esta su • preocupacion, esta para él la suma y compendio de la realidad. Dios, espíritu puro, creó el universo para manifestar su poder y para que apareciera en el tiempo la humanidad, la cual, reflejando su imágen, debia de vivir en comunion con él, ménos perfecta primero en la vida terrena, más íntima y cumplida despue . Todo lo que hay de grande en el órden moral y religioso está contenido en estos importantísimos principio . Con ellos el culto y la vida religio a no pudo consistir, no consistió ya en meros actos exteriores ó fórmula sensibles, ni en acri:ficio ; su esencia consi tió en la oracion y en hecho de conciencia. El hombre se pu:so en comunicacion incesante y en relacion e piritual con Dios, elevándose de e te modo la vida por cima de lo temporal y terreno á la esfera de lo supra- ensible _- Esta religion es verd~eramente la religion de la vida intima, la religion para la vida moral, para la perfeccion y para la elevacion á lo divino. · En lo que toca á la historia humana, arranca de la idea de la corrupcion por el pecado original, el cual hizo


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entrar el mal en el mundo, y vició al hombre, y le hizo propenso é inclinado ál pecado y al vicio, y delante de esa caída y sus desastrosos resultados se esfuerza con incesante afan por vencer en el hombre las malas tentaciones, y los instintos ciegos y la levadura del pecado, y en trasformarle y purificarle por la práctica de las virtudes religiosas y la moral sacrosanta que él proclama.y aquí son de notar, al hablar de estos puntos, que son los puntos centrales de la vida religiosa, las grandezas incomparables del Cristianismo. E_n primer lugar, al lado del pecado original y del sentimiento de la debilidad y áun maldad nativa del .hombre, él tiene la redencion, la cual rescatando la humanidad la dió fuerzas y gracia para levantarse de la caída, y la abrió de esta suerte las puertas de la esperanza. Nada hay más grande, en cuanto han visto ú oido las criaturas, que esta redencion del humano linaje por el sacrificio del Calvario. Por élla entró en el mundo_el consuelo y la esperanza y la posibilidad del progreso, de un progreso que, elevándose sin cesar, lleva gradualmente hasta los confines en que se cumple la beatitud y la union sublime del hombre con Dios. Todas estas ideas debian levantar la humanidad, sublimarla y ensalzarla, y sin embargo ellas no nos dicen todavía todo lo grande de la religion del Crucificado, y cuánto influye en la mejora del hombre y en el triunfo completo del bien sobre el mal, y cómo ella ha tenido y tendrá siempre poder para renovar, purificar y santificar el oopíritu. Para conocer todo el C'Mlcepto y alcance d·e ella, es menester pensar en su moral que completa la concepcion metafísica é histórica. Esa moral es tan sencilla que todos la comprenden, tan grande en su sencillez que raya desde su primera palabra hasta la última en lo


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sumo y lo supremo, tan simpática, en fin, y tan sublime que los que la practican entera y completa parecen iguales á los ángeles. Esta mdral descansa en primer lugar y se enlaza y anuda, en la alta concepcion religiosa del cristianismo, á la idea de un Dios infinitamente bueno y adorable, que crió el hombre por un acto de su amor, y que por otro acto de amor hubo de redimirle; Dios no terrible y ombría como el de las antiguas religiones, sino padre nuestro, y que como padre y providencia cuida de nuestra salvacion: y dice que á este Dios debe de amársele y adorársele sobre todas las cosas, y que debemos cumplir _el bien para ervirle. Descansa tambien en aquella concepcion del mundo segun la cual es el espíritu lo superior y último, y la materia su condicion no más, y en aquel hecho que enseña que por el pecado se corrompió el humano linaje y se hizo fácil y propenso al mal y al pecado, y por último en la idea de una vida ultramundana, de la cual es la presente sólo preparacion, como que hácia aquella debe ordenarse toda actividad y encaminarse todo anhelo. Con tales ideas y llenando el alma de fe y esperanza con el recuerdo de la redencion, despues de excitar y engendrar la reverencia y veneracion y amor á Dios como autor de todo lo creado y padre del linaje humano, y providencia, y sér adorable, y bien sumo, mueve al hombre al desprecio del mundo, y á que cierre su alma á los deleites de los sentidos, y á que luche con las pasione , ganosa siempre esa moral de dar al espíritu erenidad y dignidad, elevacion y grandeza, y engendra á la vez aquellas otras virtudes sublimes y sencillas de la paciencia, la resignacion, la humildad, el candor y la inocencia. Y luégo, tomado de un amor que por parecerse al que llevó al hijo de Dios á redimir al hombre es 3


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infinito, prescribe é inspira esa otra virtud incomparable llamada la caridad, que ha llenado el mundo de divinos ardores y de increíbles heroísmos.-¡Moral sacrosanta y sobre todas las cosas amable y adorable esta del cristianismo, la que tiene, entre otras muchas cosas todas venerandas, las tres virtudes teologale , y las obras de misericordia, y las bienaventuranzas! Es tan rica, tan fecunda, tan grande, que van pasados diez y ocho siglos desde q~e fué enseñada por el Hombre-Dios, y todavía no ha podido la humanidad conocer bien las excelencias que encierra, y no hay llaga en el mundo que no pueda sanar, ni dolor que no baste á calmar, ni mal que no sea poderosa á destruir, ni grandeza moral á que no haya levantado y á que no pueda levantar por los siglos de los siglos. Porque, reparadlo bien, señores: para tal poder esta moral, como se ha hecho notar ántes de ahora y como os indiqué poco há, descansa en el dogma que abrasa -el alma, al par que confunde á la razon, y que colocando ert el mismo Dios el colmo del amor y el ideal del sacrificio, nos atrae á una virtud sobrehumana por el ejemplo del Salvador, por la virtud de una sangre divina y por la esperanza de inapreciable recompensa. Por lo indicado se ve que el Cristianismo sentó de una vez para siempre las bases de la religion absoluta. Esto solo bastaría para su gloria, y ello hubiera bastado tambien para que por estos elementos del órden interior hubiera trasformado no sólo la manera de ser del alma, sino hasta las formas exteriores de los plleblos, haciendo distintas áun en órden á estas particulares las sociedades cristianas de las sociedades paganas. Porque sabido es que las ideas y los sentimientos· que engendran las religiones, es decir, lo más íntimo del espíritu, lo ideal,


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lo trascendente, llega á influir, modificándolo, en lo que aparece como el exterior, como el cuerpo de la sociedad, tirando á formar ese exterior segun su pecu1ia r modo de ver, ó si no á darle una significacion y espíritu que le haga uno con lo que sean semejantes ideas y sentimiento . -- Pero el Cristianismo dió al mundo, áun para este género de relaciones, dos principios que habian de expresar un progreso ántes no conocido, y que habian de er como lo ejes sobre que girará en adelante la historia humana, y por donde el órden universal pudiera realizarse en la historia, por el.modo más adecuado y más alto; estos principios son: el uno la division de la esfera y vida interior y religiosa de la vida exterior, civil y política; y el otro la proclamacion de la unidad de orígen y destinos de todas la razas que forman el humano linaje. Las religiones paganas eran, segun indicamos poco há, religiones de raza ó religiones nacionales:· el Cristianismo es, en todo el rigor de la palabra, la religion de la humanidad. Todos los hombres, segun él, han nacido de Adam y Eva, á lo cuales formó Dios del polvo de la tierra; todos ello han sido redimidos por Cri to· todos habrán de unirse en la gran sociedad cristiana para alcanzar mediante ella los destino inp:1.ortales á que son todos llamados. Sus historias así como sus doctrinas tienen todas un sentido univer al y humano. Él abarca desde su principio no taló cual raza, é ta ó aquella gente de las que han vivido ó poblado una ú otra de las partes del planeta, •sino que desde lo primero días no muestra los padre del género humano, nos relata su vida, nos habla de sus descendientes, cuenta cómo se propagaron y crecieron, cómo se dividieron en pueblos, imperios y gentes, cuándo se dispersaron por el mundo:


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nos dice tambien cómo se corrompieron y apartaron de Dios, y luégo nos cuenta la plenitud de los tiempos, y cómo viniendo en medio de ellos el Cristo y haciéndose el punto central de la historia humana, abrió los nuevos cauces por donde habia de moverse en adelante la humanidad; y poniendo, por último, sus ojos en el porvenir, llama á todos los hombres á la comunion universal. - Terminaron ya, dice el Apóstol de las gentes, todas las antiguas divisiones: en adelante no habrá diferencia de judío ni griego, ni de siervo ni libre, ni tampoco de hombre ni mujer: todos iguales ante el Cristo, deben vivir como miembros vivos é iguales de la gran comunion religiosa, que abierta á todas las gentes, habrá de abarcar y extenderse á cuantos habitan ó puedan habitar dentro de los ámbitos del mundo. En adelante podrá la historia ver aparecer imperios y formarse naciones divididas por accidentes geográficos, por ordenaciones políticas, y por intereses y odios y pasiones nacionales: por cima de todas ellas se levantará la cruz del Redentor enseñándolas la fraternidad, uniéndolas por el deber y por el amor, y llamándolas á todas á la comunion en la fe y en la vida religiosa en el seno de la Iglesia, y por esa cornunion á la unidad completa de civilizacion. No ménos importante es el otro principio de la separacion de las dos sociedades, la civil y la religiosa. El Cristianismo ha creado una comunion y sociedad para la vida espiritual, comunion que existe dentro de la sociedad política y bajo el Estado, pero que se mueve con independencia de ese poder y sociedad exterior, buscando realizar la vida religiosa con propia determinacion y bajo la inspiracion y direccion exclusiva del otro poder creado en dicha comunion . segun los principios que se derivan de su propia creencia. Dentro de esa

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sociedad especial el hombre se produce y vive para su fin religioso con entera independencia, y se le da por ella que viva, no ya como en las antiguas sociedades todo él para el Estado y la sociedad civil, sino tambien para sí y para el interes y la vida de la conciencia.-Al realizar esto el Cristianismo, dió el fundamento para la libertad humana, como que sustrajo á la dependencia de las potestades civiles lo que ha y de más importante, lo interior, la conciencia. Yo no é si hay algo que más haya servido á la libertad y á la dignidad humana, y que má pueda servirlas, que ese gran principio proclamado por la religion del Crucificado. Donde la potestad civil y la religiosa están confundidas, donde es el Rey ó Emperador tambien Pontífice, allí reina el más duro é incontrastable despotismo. Si habla como Pontífice, el poder exterior :anciona con la pena, y oprime y confunde: si ejerce funciones que tocan á la autoridad exterior, da á sus mandatos y á sus actos el carácter de preceptos emanados del órden divino. Y juntas en uno y representadas por una persona aUá en las alturas sociales la religion que manda en la conciencia, y la soberanía civil que manda en la sociedad y en sus relaciones exteriores, se produce una tiranía que es tan extensa, que abarca todas las fases del individuo y toda las fa es de la sociedad, y no ha y ni libertad que pueda manife tar. e, ni re i tencia que no sea comprimida y sofocada, ni protesta que pueda ser valedera. Y pe ando emej ante poder un dia y otro día y á todas la hora y en todos los momento sobre la razon y sobre la conciencia, vase apagando la energía, y viene la inmoralidad y el ilencio, y tal vez o cura y definitiva muerte. Tal sucedió á las sociedades pagana . En todas ellas estuvo confundida la vida civil y religiosa, dominando


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ésta á la civil y exterior; en todas la autoridad y toda potestad reunidas, ora en el jefe y supremo imperante, que era juntamente príncipe y sacerdote, ora en el sacerdocio que ordenaba y n1andaba al poder civil sometido á su dii:-eccion y soberanía. En el mundo romano, en l9s días que cierran la historia antigua, era lo primero lo que prevalecia: el Emperador era el jefe civil y pontífi_ce á · la vez, árbitro de la libertad exterior y del derecho, y tambien rector y suprema autoridad en el dominio de la conciencia. - Pues el Cristianismo rompió este órden opresor y humillante, y él, que nació como obra individual, y creció y se desarrolló en oposicion al Estado, el cual por su parte le persiguió con desusada crueldad, dió á los hombres la idea de que no es permitido á la autoridad civil mandar en el fuero interno, y cambiar en relacion legal por decreto del legislador las relaciones que descansan en el libre asentimiento del espíritu, y que miran á la comunicacion directa de los hombres con Dios en 1~ intimidad silenciosa y augusta de la conciencia. Tal es, en compendio, el grande, el sublime, el incomparable ideal cristiano, el que aludiendo al momento de su proclamacion se ha llamado con sencilla verdad la buena nueva. Como concepcion general, un espiritualismo purísimo y elevado, es decir, un Dios espíritu puro, absoluto é infinito, un mundo cuya suprema realidad es el espíritu humano, criado por Dios, para que cumpliendo el bien acá en la tierra se una á él en vida superior: como historia humana, el gran dolor de la caída y el gran dogma de la redencion, es decir, la union de lo finito y lo infinito obrada en ese misterio inefable del Hombre-Dios, y por ese misterio el cielo abierto á la esperanza del hombre, y éste subiendo á Dios por la oracion; Dios descendiendo á, la conciencia y vida del horn-


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brc por la gracia; y lo divino circulando por el rnui1do y antificando la conciencia por virtud de esa concepcion y e os mi terios, y por virtud de una moral que, enlazándose á ellos, tiende á elevar el espíritu sobre la carne, el amor sobre el egoísmo, la humildad y la castidad sobre la soberbia y la concupiscencia, y que alza al hombre ~bre su naturaleza terrena por un anhelo inrnen -o hácia el ideal, y por un ardor y sed insaciable de lo ab·oluto. Y al producirse corno hecho general, como obra de la historia, el establecimiento de una comunidad que llama á sí y admite á todo los hombres cual hijos de un padre cornun, y que, sin romper el órden exterior ni los círculos creados en medio de las gentes, se pone y seorganiza como sociedad para la vida interior, en la cual cumple el hombre su fin principal al lado de otra e feras y bajo la potestad que reconoce y acepta por libre adhesion en el órden de la conciencia. ¡Ideal incomparáble, hácia el que parece corno que aspiraban, presintiéndole, las antiguas civilizacione desmayadas y afligidas en medio de su general angustia, y entre los tormento de su turbada y aterrada conciencia; ideal que partió en dos las edades del mundo, la edad del dolor y la de gracia del error y del pecado, y la del con uelo y la e peranza, la de la salud y la santidad; ideal que eleYó cuanto alto puede elevar e la conciencia humana, y dió al hombre fuerzas nueva con que pucfiera llegar ha ta aquel heroísmo y singular grandeza que constituyen la llamada santidad: el más augu to que pudiera aparecer entre los hombres! Él forma la verdadera civilizacion, y fuera de él no hay civilization verdadera. Desde su proclarnacion en el mundo, la historia humana e en cierto modo la historia de cómo se ha constituido y extendido esa comunion que ha de realizar en la tierra dicho ideal,


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de sus luchas, sus persecuciones, sus triunfos, · sus tribulaciones, y de la mayor ó menor libertad de su accion y su más ó méno fuerte poderío, y de cómo ese ideal por ella defendido y aplicado ha penetrado con su espíritu las instituciones y las leyes, el arte y las ciencias, los sentimientos y las costumbres. Como tiene infinita virtualidad, su eficacia y poder son inagotables, y ~orno representa la absoluta perfecion, él va delante de todo movimiento de la humanidad, siempre guiándola á progresos cada vez más altos. El grado de influencia de la idea cristiana es la medida de la grandeza moral y de la civilizacion de los pueblos, y los tiempos presentes, así como los pasados no tienen ni tendrán los venideros más alta mision, que la de acomodar á ese ideal todos los desarrollos que produzca el espíritu social por impulso de las energías que hierven en su seno, y cuanto dé de sí la vida humana en sus variados giros y en sus múltiples evolucione? y movimientos.

II. Veamos ahora el efecto que la presencia y la accion del principio cristiano ha producido en la historia del mundo europeo en sus varias épocas. Cuando entró en la-historia cayó, podemo decir, en medio del mundo pagano. Todo era en este corrupcion y podredumbre. Un grosero sensualismo se había extendido como a querosa lepra por la sociedad, y sofocando hasta el último respire de la conciencia mor~l, había concluido con todo sentimiento austero, tierno ó elevado. Las religiones gentílicas, perdido hasta el sentido de respeto y veneracion á lo divino que en mayor ó


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menor grado poseyeron al principio, no tenian ya virtud alguna para mover el espíritu hácia la region de lo invisible, ni para templar el corazon ó levantar el ánimo de aquellas gentes abatidas y degradadas: un torpe y grosero materialismo las envolvía y dominaba, y el mundo marchaba sin cesar hácia una disolucion interior, para la cual no se veía en el órden comun y humano remedio alguno.-Pues bien: el Cristianismo; al depositarse en el seno de aquella sociedades, puso en ellas gérmenes de renovacion que habian de convertirlas y trasformarlas. Los gérmenes fueron creciendo: do quiera que el Cristianismo hacía oir su voz, luégo al punto el alma humana volvíase hácia él enamorada de tanta sencillez y tanta sublimidad moral, y sentíase confortada y elevada. Milagros de elevacion y de pureza presenció el mundo: desprendido de todo lo terreno, los hombres convertidos diéronse á la obra de santificacion, y de entre las abominaciones de las costumbres paganas brotaron aquellas vírgenes tan llenas de candor, de castidad y de pureza, y aquellos confe ores tan grandes en su serena y tranquila virtud, aquella almas, en fin, que, matando el orgullo, el egoísmo y todas las bajas pasiones, anduvieron el camino de la cruz, y ofrecieron al mundo ejemplos de indescriptible belleza. ¡Qué figuras aquellas, señores: las Fabiola , los Pacomios, los Antemios y Jerónimos, y tantos y tantos héroes de la religion nueva! El Cri tianismo fué ganando los corazones en medio de persecucione angrientas, y al fin salió radiante de las catacumbas y se plantó la cruz sobre la corona de lo Césares. La I~lesia, constituida al cabo en comunion ext~rior y poderosa jerarquía, trabajó sin cesar por mejorar y elevar aquella sociedad tomada aún de a:ficion extremada á ,fo ensible, y su laboriosa obra 4


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dió sazonadísimos frutos. Como esa corriente de agua calurosa que atraviesa el Océano calentando á su paso los anchos y frios mares, así circulaba por la sociedad la idea cristiana despertando en las almas el calor de las vir'tudes. Hasta en las relaciones exteriores y la vida pública se hizo sentir su influjo bienhechor, y su espíritu purísimo introdujo en la legislacion y en las instituciones importantes reformas. El Cristianismo, es verdad, se anunció sólo como un principio del órden interior; pero es propio de toda religion, ya lo dijimos poco há, el esforzarse por penetrar con su espíritu todas las relaciones de la vida, áun las exteriores, y, por tanto, las instituciones sociales y políticas . Con alta razon y profundo sentido San Pablo, al determinar cuál debía ser la obra de la comunidad cristiana en el conjunto de los siglos, decia que lo era el «instaurare omnia in Cristo. » Y sufrieron, en efecto, lenta pero honda y general trasforrriacion las instituciones de aquellas sociedades en que penetró el Cristianismo: todas, la propiedad al ménos en sus fundamentos y signi:ficacion, los contratos, la familia en aquello que es en la misma lo más íntimo y esencial, y además, la autoridad y el poder; todas tendieron á revestirse de un alto carácter moral, y á acomodarse al puro sentido espiritualista cristiano. Con especialidad en lo que toca á las relaciones entre el superior y el inferior, entre el que manda y el que obedece, entre el padre y el hijo, el marido y la mujer, el señor y el esclavo, el soberano y el súbdito, él produjo un cambio completo en la manera de entenderse estas relaciones, y asentó los fundam~1tos nuevos y verdaderos sobre que debian ellas descansar por tal modo que, amparándose y respetándose los derechos de los inferiores, ó sea de los que deben obedecer, queden á salvo


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los de lo que mandan, y se produzca el órden en el mundo moral sin violencias y sin rebeldías. Él proclamó como un deber la obediencia; pero á la vez y con no ménos fuerza hizo de la autoridad una carga y una responsabilidad, ó digamos mejor, una funcion de que nacían más estrechos deberes, todos ellos encaminado al bien de los inferiores y subordinados; deberes que debían cumplir e por obligacion de justicia, y que habían de llevarse á cabo con acendrado y puro amor y con ferviente celo. Al mismo tiempo e a conmocion eléctrica del amor cristi no hacía brotar por todas partes instituciones y obras que venían á socorrer todas las desgracia y á dar alivio á toda las mi ería . La sociedad pagana e había tra formado, pero no de una manera completa: no hubo tiempo para que e acabara la obra cri tiana, porque obrevinieron la irrupciones de los bárbaros, y apénas si lo consentía la índole de aquella sociedad. Tenía ella no é qué dejo de gentilismo que luchaba con la nueva idea reli¡;iosa; y i bien en ella numerosas almas de la convertidas, por e tar cercanas al Calvario ó á la época de per ecucion, sentían con pasion y tenían la locuras y el delirio de la Cruz, otras mucha se parecían á la mujeres pecadora arrepentida , que e acuerdan á menudo de las alegría y placeres de su vida pasada. -Al mismo tiempo, el Estado con ervaba su hábito y aficiones ce ari tas, y no siempre dejaba á la lgle ia aquella libertad que había menester en el cumplimiento de u tarea en t?nto que obra social, y comprometía la independencia de ella y el carácter de su reforma con imprudente intru iones. El vino nuevo estaba encerrado en odres viejos, y no podía ejercer en el e píritu de .aquellos pueblo el vigor y aliento que podié\ dar de í. •


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Entónces vinieron aquellas catástrofes en medio de las cuales, tribus bárbaras, arrancadas de sus bosques, se asentaron sobre las ruinas del grande imperio que habia abarcado dentro de sus aledaños tantas diversas gentes. Derribado el antiguo poderío, quebrantada y como borrada aquella civilizacion cuyas fuerzas vivas habían sido anonadadas, constitúyense nuevas unidades y agrupaciones con elementos llenos de vitalidad y de ricos instintos y savia- vigorosa, pero rudas y casi salvajes, todo dentro de los ámbitos en que había vivido el imperio arruinado y la civilizacion que se había extinguido; y en este espacio inmenso, obre esos elementos que se agitaban en movimiento caótico empezaron nuevos tiempos, formaciones nuevas, y una historia que se desenvuelve y crece, y que ha de nutrirse y formar.se por la idea cristiana y por la direccion fecunda, activa y soberana de la Iglesia. En estos tiempos empieza en rigor la gran civilizacion .que, limitada primero á la Europa y á una pequeña parte del África y del Asia, ha de ser más adelante la del universo todo, y cuya cuna encierra ya los destinos y el porvenir de la civilizacion. Esta civilizacion obra es del Cristianismo: él creó y formó la sociedad á su imágen y semejanza, es decir, una sociedad verdaderamente cristiana, y por eso es este el período en que debemos estudiar principalmente el carácter y lo resultados prácticos del ideal cristiano en todos sus desarrollos y en todas sus fases. Al entrar en estos nuevos tiempos, debemos advertir que en el principio de ellos, y al ·consumarse la separacion de las dos partes en que se dividió el mundo romano, la una en el Oriente y la otra en el Occidente, la Iglesia termina su trabajo de organizacion, y se constituye el Pontificado como el centro desde el cual ar•


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ranca la alta direccion que la Iglesia había de ejercer sobre los movimientos de aquella edad y sobre la suerte de los pueblos. Cuando hablemos en este período de accion é influjo de la religion cristiana, entiéndase que se habla principalmente del poder é influjo de la Iglesia, ó, mejor dicho, de la pote tad y jerarquía eclesiástica, y ha ta cierto punto del Pontificado. El cual obró en aquella sazon con clara conciencia de sus fines y de la grandes necesidades del tiempo, y despues de completada y sistematizada su doctrina, extendiéndola á todos los órdenes y á todos los fines prácticos, luchó, trabajó in cesar por imprimir sus formas á las sociedades europeas, inspirarlas sus ideas y entimientos, crear costumbres, y dar nacimiento á una vida que se acomodara completamente á u austero y grandioso ideal. ~ste hemos dicho que e un ideal esencialmente moral y religioso, es decir, que mira por su naturaleza á establecer los deberes del hombre en sus várias situacione y á regir sus actos en relacion á lo eterno y suprasensible; pero por esto mismo de que establece los deberes y que da una direccion á la vida segun la idee que tiene de los fines del hombre, trasciende á todos lo lado y á todas las manife taciones de esa vida, y tiende naturalmente á señalar el modo cómo debe el hombre de proceder cuando se ocupe de cualquiera otro fin, áun de los que no son morales ni religiosos y de los intere es que á ellos se refieren. Lo cual quiere decir, que la religion cri tiana, como toda religion, tiene una doctrina y una manera de pensar sobre la relacion que debe haber entre los fines morale y religioso y los otro fine , 6 si quereis, entre la vária esferas sociales en que lo hombres se desenvuelven y viven, procurando conseguir los bienes determinados por ~sos :fines, y que ella enseña


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cuál sea la ordenacion que deba establecerse en órden y por lo que á este problema toca, y sobre todo, cuáles deban ser las relaciones y el modo de un-ion entre la sociedad exterior, ó llámese civil, y aquella otra llamada Iglesia, que aunque establecida para la vida interior, está constituida bajo forma sensible.-Con más claridad y exactitud: la religion tiende á dirigir la vida humana segun la idea que tiene de Dios y del mundo y del hombre y sus destinos, y por esto, además de ser ella por modo más ó ménos directo y explícito una ciencia de Dios, y una cosmología, y una moral, y una psicología y una teología, entraña además grandes y muy principales elementos de la ciencia social, como que abarca además todo lo que es forma y regla para realizacion de fines, y no deja fuera de sus aspiraciones y de sus preceptos nada de lo que es propiamente accion humana ó lo que es elemento esencial de la vida. Por eso es que toda civilizacion e1i el pasado se ha constituido principalmente por una religion, y cual haya sido la índole de esta, tal ha sido en su esencia la civilizacion que ella ha creado y construido con su espíritu. Y áun por eso toda religion procura constituirse como el principal poder social y político, y donde quiera que las circunstancias se lo han permitido, ha organizado el gobierno llamado teocrático, y luégo de constituido el suyo como el supremo poder, por fuerza quiere dar á la vida toda, así la individual como la social, el sello, la direccion y el espíritu del ideal que ella posee. Lo cual es decir, en resolucion, que aspira siempre á ordenar todos los fines por el religioso, á establecer una relacion y como proceso directo entre lo divino y lo humano, y á hacer la vida mística, ó si se quiere, que la vida sea segun lo que prescribe el misticismo. Pues qué: ¿es posible que la vida


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civil tienda á unos fines, y dirija la actividad hácia lo material, lo sensible y pasajero, y que el alma, si es religiosa, no mire todo esto como cosa de ménos valer, y sienta brotar en su interior anhelos infinitos y divinos incompatibles con ·aquellos otro deseo ? Importa tener esto muy pre ente para darnos cuenta del alcance de lo que yo llamo ideal religio o, y ver de lograr de una vez la claridad en estas materia que voy examinando, y en esa fórmulas de que hablé al principió, segun las cuales hay dos civilizaciones opue tas é incompatibles, la llamada cristiana y la liberal y racionalista. El ideal cri tia no en í e ideal interno, un puro y absoluto espiritualismo, y cuando su aparicion, no daba reglas para la ordenacion exterior social fuera de aquellas dos de la eparacion de las potestades civil y religiosa y el de la unidad del género humano. Pero el ideal, áun siendo esto ólo, á causa de las razone que acabo de exponer, había de llegar por su fuerza propia y natural impulso á convertirse en ideal más ámplio, y á dar una doctrina sobre la relacion entre los fines humanos determinado,:; por la idea última, y sobre la que debía establecerse entre los dos poderes, en tanto que ellos son el medio y la fuerza por la cual se realizan las cosas todas que constituyen la vida. Y e ta ampliacion ó desarrollo del ideal es el que, empezado ya en la edad primera, se conipleta en la Edad-Media. Pues bien: la Igle ia en esta última edad aspiró á dominar al poder civil, y con tal ó cual sentido hizo que el oberano, la fuerza activa social colocada en las cimas de los pueblos, obrara segun el sentido de ella. Y este u sentido general y u a piracion y su fin fué el hacer que todos los interese se subordinaran al religioso, todas las esferas á la de órden interior cristiano,


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y que la historia humana, inspirándose en su ideal, se desenvolviese segun él y para su servicio, es decir, para que se cumpliera plenamente en el tiempo. Veamos los efectos de la accion continuada de la Iglesia, representante de la concepcion religiosa. Naturalmente, su grande afan fué _el hacer las almas mejores por la práctica del bien y por el completo ejercicio y aplicacion de los principios morales y religiosos. A tal propósito hacía servir las ciencias y las artes; á ese que era el primero y más importante de los :fines_encaminaba y ordenaba todas las fuerzas y todos los elementos. Sus resultados fueron maravillosos, casi inenarrables. En los primeros tiempos de nuestra gran civilizacion, el Cristianismo combatió y venció la universal corrupcion que como asquerosa lepra envolvía las sociedades paganas y cual gangrena interior las corroía y disolvía. En estos tiempos bárbaros domó los instintos selváticos y pasiones ásperas de aquellas rudas muchedumbres, y convirtió sus corazones hácia una vida suave y hácia costumbres inspiradas por los severos sentimientos cristianos. No sé de ejemplo alguno en que se muestre mayor la fuerza del influjo religioso en la vida, y en que lo ideal y lo bello moral haya alcanzado más señaladas victorias. Los tiempos eran difíciles, grande la ignorancia, el egoísmo universal, y la fuerza bruta, sirviendo de instrumento y órgano á sentimientos rudos y á menudo feroces, á brutales apetitos, todo lo trastornaba é impedía que se estableciera una vida civil y regular y costumbres tranquilas y puras.-Pues en esos tiempos el Cristianismo hace lucir ante las gentes su ideal de amor, de humildad, de resignacion y de uniyersal desinteres, y en aquellas almas groseras apegadas á lamateria despierta el deseo de la vida interior y la sublime

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pasion de lo divino. Por todas partes se ven aparecer á su influjo fuerzas morales poderosas que elevan y dignifican aquel mundo ántes envuelto en la barbarie; falanges mil se presentan inflamadas por la caridad y el amor divino, y abrazándose á la Cruz, marchan con pasion dispuestas á todos los sacrificios. Millares de almas ¿ qué digo millares? la inmensa mayoría de las almas orientan sus pasos hácia las regiones de lo sobrenatural, y procuran merecer la dicha celeste con una vida de virtud, de abnegacion y de heroísmo. Pasma el contemplar la extension y la tenacidad de la lucha entablada entre lo real y lo ideal, entre lo sobrenatural y lo sensible. Las cosas de la conciencia llegaron en aquellas razas bárbaras á sobrep~nerse, en medio del tumulto atropellado y del incesante batallar, á todas las sugestiones de la pasion, á todos· los ímpetus de los odio y á todos los apetitos de los sentidos. Siempre presente y vivo y activo, el ideal cristiano suscitó ardores y abnegaciones sin límites, y tal iban las cosas y tan rápido y poderoso marchaba el movimiento purificador, que lo humano se penetraba en íntima penetracion de lo sobrenatural y divino. Reparando en el carácter que presenta esta obra de la idea y el sentimiento cristianos; viendo que ella tiende á apartar al hombre en demasía de lo bienes temporales y terrenos, y que sólo preocupa el alma con el trabajo de su santi:ficacion, aconsejándole y estimulándole sin cesar á que luche con la carne, á que sofoque y venza el impulso de las pasione , á que cierre su oído á las tentadoras seducciones de los sentidos, y espoleando á la sociedad para que enderece todos sus afanes á propagar, aurr:entar y extender sin descanso cuanto mire á lo religioso y eterno, combatiendo y sofocando lo que de una ú otra manera pueda perturbar t>


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y comprometer el interes religioso, algunos dirán que ese ideal, por tender al misticismo, es inaceptable y funesto á la sociedad y al progreso de la historia. Dirán que esa supremacía del elemento religioso, inspirando y determinando toda direccion y movimiento, por fuerza ha de suprimir cosas é intereses que tienen para el bienestar y la perfeccion de la humanidad una importancia igual al elemento religioso. -Y yo lo he• de decir, porque tengo el propósito de decir la verdad toda: esos reparos y advertencias, como observaciones hechas en són de censura del ideal religioso en tanto que .él pretende ponerse como ideal de sociedad, no carecen enteramente de fundamento. Para el Cristianismo, los bienes mundanos, cualesquiera que ~llos sean, ora consistan en el aumento de la riqueza, ora toquen á aquel órden en que se desenvuelve el pensamiento, ó á aquel que mira á la mejora de las instituciones y de las formas sociales y al ·de.sarrollo de las várias energías que encierra en su seno el espíritu general, no pueden nunca tener ni con mucho la importancia de los intereses religiosos. ¿Qué pueden valer al lado de lo que es eterno lo que por su naturaleza es perecedero y lo que apegando el alma á esta pobre tierra la distrae de sus destinos inmortales ? Su idea del mundo presente la veda preocuparse tanto como importa al general progreso <le aquellos intereses que miran al órden temporal de los pueblos. -Hartmann dice que toda religion que responde á su objeto tiene un fondo de pesimismo. Y tiene razon; y si bien es verdad que el Cristianismo, segun ya hemos dicho, ha traído, sobre todo p~r el misterio central de la redencion, la esperanza al mundo, sabiendo ya el hombre que el mal será vencido por el bien; y si lo es igualmente que por sus enseñanzas acerca del fin


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supremo del hombre y sobre la vida futura ha dado un sentido á la vida que la hace digna de interes y aprecio; pero tengo por cierto que tiende á considerar este mundo como dominado por la desgracia y por el mal moral, y sobre todo que no está dispuesto á concederle un valor real y efectivo, y que ántes se siente inclinado á condenarle por tirar él á pervertir el alma y á distraerla de la vida religiosa. -Y además, como la religion aspira á una perfeccion incesante, y pone como ejemplar ó como término lo absoluto moral y religioso, los intereses temporales se verían comprometidos y sufrirían gran quiebra, de prevalecer libremente y sin contrapeso el principio que expresa más completamente la pretension fundamental de la Iglesia. Y áun por eso vemos nacer ciertos conflictos en momentos críticos de la historia general, que no pueden resolverse sino mediante luchas temerosas con el poder eclesiástico. No creo que estas observaciones sean equivocadas, ni que por ellas deban dirigirse ásperas censuras á la Iglesia. Pues qué, ¿el levantar al hombre hácia el cielo, despertar en él el anhelo de toda la perfeccion moral que consiente la naturaleza humana, el dignificar el espíritu, el querer que lo humano se sublime al contacto de lo divino y que empiece en cierto modo acá en la vida presente el reino de Dios, no es tarea y esfuerzo grandioso y nobilísimo? ¿Agitar sin cesar delante de los ojos de los hombres el ideal, tratar de elevarles hasta él, caminar sin descanso hácia la perfeccion, procurando por el es:foerzo y la voluntad libre, y por el amor y el sacrificio, vencer hasta los límites de la humana flaca naturaleza, no es siempre grande y elevado? Siempre será la divisa de toda idea redentora, de todo ideal levantado, aquella sublime fórmula de ¡excelsior!


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Mas ahora debo añadir que la idea cristiana no es incompatible por su esencia con los demas fines de la vida humana, los que se refieren á la vida terrenal, y al desenvolverse en la civilizacion europea, tan llena de vigor y energía, ha consentido, ¿qué digo consentido? favorecido durante todo un gran período el cumplimiento de esos fines. De ordinario y por su naturaleza, ella no procura los bienes que llevan de una manera.directa á la vida y órden terrenos y sensibles; pero no los contraría forzosamente: deja nacer y crecer y desenvolverse cuanto no peca contra lo honesto, lo bueno y lo santo, procurando, sí, instaurare omnia in Cristo, es decir, dar á todo su propio espíritu, hacer que la sociedad toda ajuste y arregle sus movimientos en consonancia y unidad con la inspiracion cristiana, que naturalmente y con razon quiere que sea el punto central de la vida toda. He dicho que ella no tiende á producir esos bienes, y paréceme que tal afirmacion es de suyo cierta, y que no cabe asegurar otra cosa pensan.do en lo que constituye la índole y naturaleza de la religion. Sin embargo, ahora debo manifestar que por esa virtud que llevan en su seno los grandes principios morales y religiosos de la Iglesia cristiana, sucede lo que ya observaba Montesquieu, que esta religion augusta, aunque parece encaminarse sólo á las cosas del Cielo, contribuye y áun produce de suyo - la dicha terrestre; y es que buscando el reino de Dios y la justicia, suele obtenerse lo demas por añadidura. Detengámonos un momento á considerar esta faz importante de la cuestion, ó si se quiere, de la doctrina religiosa. Acabo de manifestar que la idea cristiana sostenida por la Iglesia, aunque alguna vez se oponga, no es por su naturaleza incompatible co·n el desarrollo legítimo de los intereses sociales y el de todas las energías


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del espíritu general que tienden á manifestarse en la historia, y acabo de: añadir que áun los favorece, bien que por modo indirecto, principalmente porque produce ella el órden y la armonía, ora por los sentimientos de abnegacion y de amor y caridad que en todas partes despierta, ora por los deberes que se esfuerza en hacer cumplir. Pues debo agregará esto, que además, en el período más crítico de la civilizacion, en aquel en que los pueblos han menester organizarse, dominar los elementos bárbaros, extender y desarrollar su cultura, es decir, en aquel momento de la civilizacion europea que ahora estoy examinando, la Iglesia fué, áun en los órdenes de vida distintos del moral y religioso, sobre todo en el científico y artístico, y en el que se refiere al derecho en general y á la organizacion política, un principio directo Je movimiento, un estímulo poderoso de progreso, y la influencia más principal mediante la cual fué la Europa organizándose y civilizándose. Todas las páginas de esa historia dan brillante testimonio de estas afirmaciones que anuncio.-Veamos, si no, y empecemos por la ciencia. En este órden, el espíritu de la Europa fué llevado por la Iglesia á un movimiento y período tan lleno de trabajo, de ardor, de curio idad y de investigacion científica, tan vasto y poderoso, que nada se encuentra en la historia que pueda á él compararse. Ya en la primera época del Cristianismo, verdadera época constituyente de la Iglesia, cuando él empezó á vivir y á establecerse, mostró grande eficacia para despertar el pen amiento, una particular virtud para inspirarle interes por cuanto podía servirá dar al hombre el conocimiento de la esencia de las cosas, de sus leyes y del destino para que fueron criadas. Las grandes cuestiones morales, religiosas y :filosófi-

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cas fuerqn tratadas y estudiadas con ardor, ya en la 1ucha con la filosofía y con las antiguas religiones, ya al tratar de fijar la doctrina de la comunidad religiosa; y el dogma cristiano, que era como el centre-de toda esta gran elaboracion, dióla singular pureza y claridad y un valor subido, tanto, que la ciencia constituida por los trabajos de los Santos Padres aventaja mucho á lo que nos dejó la antigüedad clásica. Y son muy de notar la facilidad y el espíritu franco con que recibió la ciencia y cultura de Grecia y Roma. Los más ilustres de e?tre los Padres de la Iglesia cultivaron con ardor las letras profanas, y con un criterio delicado, pero ámplio, supieron recoger y traer á la nueva vida, para que se utilizaran en la naciente civilizacion, todas las grandes verdades que había proclamado por boca de sus sabios más ilustres la antigüedad pagana. Muchos de los Santos Padres afirmaban que el Logos, la eterna razon que se había encarnado en el Cristianismo,·habia inspirado á los filósofos antiguos, y con esta manera de pensar y con semejante disposicion de espíritu,·no es de extrañar que áun en sus juicios sobre las religiones paganas encontremos á menudo una alteza é imparcialidad de miras q:ue les permitia reconocer en ellas todas aquellas centellas de verdad y de sentimientos divinos que á veces brotan de su seno.-Así, bajo la inspiracion de la idea cristiana, empezó una elaboracion en la esfera espiritual, que produjo, ya en este primer período, una concepcion general en la cual se hizo entrar todas las grandes verdades contenidas en la corriente del mundo antiguo, dándolas más profunda significacion y unas formas más altas y comprensivas; y esa concepcion fué tal, que ha servido de fundamento á todos los progresos y desarrollos que había de traer en adelante la civilizacion europea.


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No voy áentrarápuntualizar,po rquenoes laocasion, todo ese desarrollo que engendró el Cristianismo al extenderse y propagarse, y la poderosa excitacion que dió á todas las facultades, y entre ellas á la inteligencia, empujándola hácia la region de lo trascendente y de lo invisible, y las nuevas fuerzas que supo crear, las cuales por natural resultado habían de ensanchar los horizontes del pensamiento: sólo citaré, para dar una idea de todo esto, las obras de San Agustín, y entre todas ellas, como muestra del nuevo espíritu traído á la historia y de los nuevos rumbos atiertos áJa vida, aquella produccion incomparable que lleva el nombre de La ciudad de Dios. -Pero casi me distraía al poner la mira en el contenido de la ciencia cristiana, y lo que quería demostrar ahora principalmente era, que el Cristianismo obró desde sus comienzos como un principio de vida y movimiento y de progreso científico, y claro lo muestran las indicaciones hechas. Mayor y más poderoso para este intento se muestra en_aquel otro período de que iba ya ocupándome. En éste, cuando la civilizacion parecía que debía acabarse anegada en aquel diluvio de sangre y de ruina, ella se muestra afanosa por recoger los restos de cultura que quedaban oscurecidos y quebrantados, y con un celo y entusiasmo casi increíbles les da calor y procura vivificarlos, esforzándose por hacerlos servir al renacimiento de las ciencias y las letras. Rudos eran los tiempos y grande el desencadenamiento de instintos feroces y brutales pasiones, y tan poderoso y universal -el imperio de la fuerza bruta y de los bajos instintos, que apénas si podria haber lugar para las cosas del espíritu, ni para nada que se. refiriese á la vida de la conciencia. En tales tiempos de desolacion la Igle-

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sía funda escuelas, ora en los monasterios, ora al lado de las iglesias episcopales; y luchando uno y otro dia, y cultivando por un lado sin cesar aquellos gérmenes escapados del naufragio, y trayendo para que fueran alimento de las inteligencias y principio fundamental de la obra futura los escritos de los Santos Padres, puso á aquellas generaciones en camino de progreso, engendró y a~aloró un movimiento científico que fué extendiéndose y desarrollándose sin cesar durante algunos siglos, hasta tomar las proporciones de una de las evoluciones filosóficas y científicas más impo;tantes que registra la historia. En esa evolucion formaba la base y punto central la concepcion cristiana; pero era estudiada libre y desinteresadamente, y recibida con alto espíritu y sentido libre toda la ciencia pagana, así la que se habia continuado y conservado desde la época de las invasiones, como la que despues se presentó ante el pensamiento de los pueblos cristianos hácia los siglos XII y XIII.Yerran los que, dejándose llevar de aquella frase .de ancilla theologia? con que se designaba á veces á la filosofía en esa edad, se figuran que el pensamiento se vió comprimido y asfixiado por la doctrina tradicional de la Iglesia, y afirman que fué funesta, tiránica, la direccion que ella ejerció, y que sofocó gérmenes fecundos que encerraban amplísimo porvenir de saber y de cultura. Nada más equivocado que semejante opinion. La ciencia no se vió comprimida, sino solicitada y fomentada por la idea y el principio religioso. Él era quien sostenía el interes en las investigaciones científicas, quien las daba calqr, quien empujab3. á incesantes desarrollos en este órden. La religion, toda religion, y más que las otras la cristiana, por su carácter idealista, y por la importan-

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cia que da á la vida interior, y porque lleva al hombre sin cesar á la region del espíritu, tiene particular virtud para despertar la curiosidad de las cosas superiores, y para provocar movimientos que se refieren á las altas especulaciones :filosóficas: á que se agrega, que el mismo sentimiento interior se orienta y como que se eleva á la region del ideal y empuja el pensamiento por el mismo camino . Toda la vida religiosa contribuía á provocar un grande interes por la especulacion, de que nos ofrecen buena prueba los mismos sistemas místicos .-De todos modos, de aquel fondo de tinieblas, de aquellos elementos de la citada edad tan refractarios á la civilizacion, de aquellos esrndos sociales en que los hombres se veían dominados por las necesidades materiales y sometidos al imperio de los instintos y de las fuerzas fatales, no hubiera podido elevarse el _e.s píritu á movimientos científicos de la extension é importancia del que nos ofrece la Edad-Media, y esto basta para convencernos de que la idea religiosa fué el principio animador, y la Iglesia el poder y la fuerza que engendraron los principales progresos en la esfera del pensamiento. Por donde se ve que, léjos de comprimir, ayudó y protegió, y léjos de sofocar y esforzarse en destruir el vuelo de la ciencia, trabajó por su florecimiento, y con altos y admirables resultados.-No digo yo que la Iglesia no pusiera límites á la ciencia, ni que ésta no se viera contenida de alguna manera por el dogma, y áun por la doctrina tradicional, cual se había establecido en la época de los Santos Padres; pero notemos que el dogma, en realidad, dejaba fuera de su contenido los principales problemas :filo ·óficos, ó por lo ménos consentía á un sistema espiritualista recorrer libremente el universo mundo; y en cuanto á la doctrina tradicional, ésta no tenía, no tuvo hasta 6


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el siglo XIII aquel sello de fijeza y una forma sistemática completa, y permitía de este modo á la razon moverse con ·gran libertad en el terreno de la especulacion y la :filosofía. Ello es que genios tan altos y tan ilustres como Scot Erigena, San Anselmo, Rogerio Bacon, Santo Tomás y Duns Scot, trataron todas las cuestiones de la más elevada .filosofía, todos los problemas, áun los más arduos; subieron á todas las alturas, y descendieron á todos los abismos, sin que se sintieran embarazados por la fe que llenaba sus corazones. Y cuánta fuese esa libertad y la holgura de que disfrutó el pensamiento, nos lo dice el hecho de haberse presentado en esos tiempos todas las soluciones y todos los sistemas que siempre presentan las épocas :filosóficas, bien que, como era natural, prevaleciese, y esto hace su grandeza, esa solemne y para mí la más verdadera concepcion que lleva el nombre de espiritualismo. •Cierto que las ciencias experimentales no se desenvolvieron; pero esto culpa fué, no de la influencia de la teología, sino del carácter de los tiempos, que no estaban preparados ni eran á propósito para las investigaciones experimentales. Sí, digamos muy alto para acabar este punto: la época de la Edad-Media, que vivió al calor y bajo la direccion é inmediato influjo de la Iglesia, cumplió en el órden científico una gran evolucion, en la cual siguió la razon, sin estorbo ni embarazo por causa del elemento religioso, un camino de progreso, continuando en este órden la labor de las antiguas civilizaciones, formando toda ella, en relacion con el ideal religioso cristiano, una enseñanza y construccion más alta y valiosa que cuanto hicieron los Griegos y Romanos. Cuanto al arte, como él vive en íntimo consorcio con la religion, fácil es de conocer qué levantada inspira-

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cion y qué vitalidad había de recibir del espiritualismo cristiano. Él es primero, en tanto que creacion, idea y pensamiento: ¿de qué concepcion podía recibir más altas ideas que de la cristiana? Si es además emocion y sentimiento, y aspiracion y conjunto de afectos, ¿dónde encontrar sentimientos más tiernos y generosos, dónde una emocion más íntima y delicada, y dónde afectos y anhelos más ricos y variados, y puros y sublimes? Así el arte cristiano, desde su primera vegetacion hasta sus últimos diversos florecimientos, dió de sí obras maravillosas. Sus tipos no tienen la línea severa y pura del arte clásico ni sus contornos suaves y ondulantes; pero tienen una expresion y reflejo de vida delicada, una gracia misteriosa, y un vago sentir y pensar que los ponen muy por encima de las creaciones artísticas de la Grecia. En él no estaba la materia envuelta en colores reverberantes, y con sus formas variadas y trasparentes y sus caprichosos movimientos, sino el espíritu con sus incesantes anhelos, y sus misteriosos afanes, y sus vuelos por la region de lo infinito. Hegel, al trazar los varios momentos y períodos de la historia del arte humano, llama romántico al que ha nacido y crecido al golpe del Cristianismo, y dice que en él aparece cual en su verdadero dominio el espíritu con su esencia inconmensurable, mostrándose, sí, al traves de la forma, pero moviéndose con libre accionen las puras regiones del infinito. Y le pone com_o la última faz y desarrollo el más perfecto del art~. Y tiene razon. Esa comunion íntima de Dios y el hombre en que la naturaleza, si llega á intervenir, es como medianera no más; esa creacion de un mundo interior debida al Cristianismo en que tienen lugar dramas agitados, y sombrías tragedias, y misterios de amor y de egoísmo, y de impulsos vanos


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y de sublimes abnegaciones, donde al lado de la caida viene á menudo el arrepentimiento con sus pesares y tristezas, y sus propósitos de enmienda y regeneracion, y esa vida cumplida bajo el influjo de un órden sobrenatural que la rodea yenvuelve,y tanto estremecimiento como da al alma cristiana el contacto de lo absoluto; todo eso debía agrandar y sublimar el arte, digamos más, crear un arte grande; augusto, sublime, esplendoroso.y así fué: en las profundidades de esa edad que llamamos Edad-Media se engendró y creció un arte de una virtualidad prodigiosa, y de un sabor y un perfume maravillosos. Su más genuina y grandiosa representacion fué el templo cristiano. Yo no sé si hay algo que más levante al hombre, algo que más remueva las profundidades de su sér, algo que más acerque.la tierra al cielo y qu_e funde en aquella una mansion en que pueda habitar el alma humana como en su patria sobrenatural, que esas catedrales cris'tianas que para dicha de la humanidad áun se levantan en medio de las sociedades como testimonios solemnes de la fe y la grandeza de los pasados siglos cristianos.-Todo lo renovaba y lo trasformaba el misterio del Calvario, espiritualizándolo. La escultura y la pintura, esta última especialmente, como arte más propia para la expresion, aunque embarazadas por la forma, por mucho tiempo rebelde en manos del artista religioso, recibieron desde luégo una gracia y castidad· y un tinte, cuándo de serena resignacion, cuándo de austero dolor y tambien de plácidas y dulces alegrías que hoy conmueven y trasportan, y producen tiernos arrobamientos al que las contempla desde estas horas de penosa fatiga y frío desencanto. Más aún recibió inspiracion é impulso de progreso esa otra arte sublime que sirve de eco al corazon, tras-


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mitiendo ·sus latidos y resonancias, y da cuerpo y voz á los secretos afectos que se remueven en los senos de la conciencia y á los sueños del alma enamorada de lo ideal. A la sombra de los templos, mejor dicho, en su interior, creció y se elevó, y adquirió nuevas y va~iadas formas. Sus notas, mezcladas á los acentos sobrehumanos de aquella poesía de sin igual belleza que dió de sí el psalterio hebráico, ó la que inspiró despues la musa cristiana en cantos, ora sombríos y de tristeza religiosa como el Dies irce, ora de confianza y alegría y de entusiasmo y arranques fervorosos, como el Magnifica! y el Te Deum, produjeron estremecimientos, deliquios, ardores que jamás sintiera ántes iguales el Hijo del hombre.

III. Lo que hemos dicho hasta ahora muestra la excelencia del ideal cristiano, en aquello que por pertenecer á la esfera interior y espiritual está más unido al principio religioso, y hemos hecho ver que engendró costumbres y sentimientos purísimos, y además una ciencia vasta y elevada y un arte que por su valor interno aventaja á lo má perfecto que habia ideado el arte clásico. Ahora nos toca hablar de lo que afecta más directamente al problema del liberalismo y á toda la cuestion social á que nos referíamos al principio, señalando aquel problema y esta cuestion como el asunto principal de esta disquisicion, y vamos á ver cuál es la concepcion que en este órden de relaciones formó la Iglesia, 6, si se quiere, la conciencia europea bajo el influjo de la idea cristiana, y si ella favoreció el progreso y creó el órden, y si en esta relacion del órden social es eterno ideal del cual no sea


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dado al hombre apartarse en adelante.-Sobre lo cual, y par~ aclarar más este punto, debo decir todavía, aunque me haga largo y difuso, que el Cristianismo ha dado una doctrina y expresado tendencias en las relaciones del ói:-den civil y en las instituciones que á este órden pertenecen, señaladamente la familia, tendencias que han mejorado unas y otras, procurando formarlas segun el espíritu de amor y confraternidad y de pureza moral que constituye la base y esencia de la ética cristiana. Para convencerse de ello y conocer tales progresos bastará poner la atencion en lo que indicábamos más arriba; es á saber, en los cambios que obró la nueva religion en el derecho romano, al punto que pudo expresarse eUá. con libertad en medio del Imperio y que se abrió la vida á sus influencias. En la Edad-Media, aunque contrariado el principio religioso por la rudeza de las costumbres, supo tambien hacer prevalecer en la familia las ideas de respet0, de mutuo amor, de abnegacion y de santidad; en las obligaciones la moralidad, y en el conjunto del derecho penal ideas grandes y sublimes, que combatiendo sin cesar la barbarie y crueldad de las leyes de aquellas gentes, habían de hacerlas más humanas y más propias para conseguir los fines de la correccion y de la enmienda. -Pero con ser todo esto importantísimo .para apreciar todas las excelencias del ·Cristianismo y la grandez9- de su obra social, no es á ello á lo que me refería y á lo que debo dirigir mis esfuerzos, sino á establecer y juzgar la manera de relacion. establecida entre el poder eclesiástico y el civil, y á la forma segun la cual se ha de producir el órden en la vida mediante la relacion entre lo temporal y lo eterno, lo r~ligioso y lo civil. La Iglesia cristiana, ya lo sabeis, se organizó como


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comunion interior y religiosa, y en tanto que le fueron hostiles el poder y los principales elementos sociales, ejerció su accion como principio meramente espiritual que iba lentamente ganando las almas. Despues, cuando la conversion de Constantino, ya se constituyó como institucion pública, cuya influencia en las cosas exteriores y en el conjunto de la historia habia de adquirir mayores proporciones: y fué poco á poco extendiéndose á las relaciones de los <lemas órdenes sociales, pero sin que tomara el carácter ni áun las apariencias de un poder que por propio ministerio ejerciese la direccion · completa y uperior de la vida general y hasta del órden político. -Las cosas variaron al comenzar los nuevos tiempos, y sobre todo cuando despues de aquellas primeras y vanas tentativas que al dia siguiente de las invasiones hicie~on en algunas partes los jefes de las tribus conquistadoras para constituir poderes regulares y sociedades políticas, cayó la Europa en Ja situacion parecida á la barbarie que llamamos la Época feudal. En esos dias, por los suelos la autoridad, y revolviéndose en infecunda y laboriosa agitacion aquellos rudos elementos y ásperas y no disciplinadas fuerzas, la Iglesia se propuso desenvolver su autoridad y constituirse como el verdadero poder, no sólo religioso, sino exterior y civil. Y una vez constituido, tiró á llevar la sociedad por aquellos rumbos que el ideal religioso marcaba. El Pontificado, que por en.t ónces había llegado á afirmarse como autoridad absoluta en el seno de la Iglesia por un de.-,arrollo natural y contínuo de la idea que representaba, fué el que se encargó de exponer y hacer valer ante la Europa estas pretensiones, y trabajó con teson y brío por realizarlas. No aspiraba ciertamente á suprimir el poder civil, porque las funciones relativas al


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derecho, al sostenimiento del órden y la paz pública, y aquellas relativas al órden económico no podían ejercerse directamente por la Iglesia; pero conservando aquél, como fuerza y poder encargado de esas funciones tocantes al exterior, intentaba someterle á su soberanía. -Este sistema y las a piraciones que él contenía diferían de lo enseñado por el divino fundador; pero estaban en la naturaleza de las cosas, porque aunque la Iglesia sea una sociedad para los negocios de la conciencia, y deba por esto la potestad que exista al frente de ella dirigir su accion á los hechos é intereses que miran á lo moral y religioso, como ella, despues de todo, descansa en una concepcion metafísica, y esta concepcion es la base de cuanto existe y-vive en el mundo físico, y da el fundamento á la moral y al derecho; como además por su carácter práctico da regla para la acciones y ley para la vida, y toda vida, la interio·r y la exterior, y las acciones que se proponen uno ú otro de los diferentes fines humanos, están unidos entre sí por. estrechos vínculos, sucede que la religion tiende á ser lo supremo y quiere que todo lo que aparece y sucede en el teatro de la historia se arregle y modele por las inspiraciones y los preceptos que se derivan del dogma y de su propia enseñanza. Como quiera, ella pretendió crear y establecer acá er: la vida presente el reinado de Dios, y arrancando del supuesto de la revelacion confiada á su autoridad y de la representacion que tenía de lo divino, era lógiéo que pretendiera ser la directora de la vida y que se la estimase como la suprema potestad, de la cual era la civil una como delegada. Y con tal autoridad y por tales principios, afirmaba que toda la actividad del hombre debía encaminarse á conseguir el fin supremo marcado por la religion, y establecerse entre


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todos los bienes y en los fines de la vida aquella jerarquía y ordenacion que prescribia la conviccion religiosa. Esta manera de comprender la constitucion del poder general y la naturaleza y término de su accion marca la tendencia constante de todos los poderes religio os, y en las épocas en que las naciones han ido organizándose á su amparo, ellas movidas y ayudadas por una como lógica secreta han realizado esa pretension, la cual ha creado en todas partes la dictadura teocrática. Pero no ha sido jamás aceptada completamente esa manera de ver por los poderes civiles de los pueblos europeos, ántes al contrario, siempre protestaron y lucharon con desusada porfía por que no quedasen negados los fueros y la independencia que á ellos les correspondia como repre entantes del Estado. Por esto, y como resultado de aquella elaboracion que en medio de los tiempos se produjo al calor de la idea cristiana, fué formándose ó aclarándose en la razon general el verdadero ideal del Estado cristiano, que en puridad no era otro que aquel que sirvió de base á la union entre ambas potestades en aquel solemne momento en que Carlo Magno y el Pontificado hicieron alianza, el cual es más conforme á las reglas y máximas del Salvador, y á lo que piden la propia naturaleza de los dos poderes y de las sociedades que ellos repre entan. Segun la concepcion á que nos referimos, la sociedad se organiza para desarrollar la esencia humana y cumplir los varios fines de los hombres, en tanto que son ellos séres temporales que han de efectuar su esencia en la vida terrena, como estacion, no definitiva y última y como último desarrollo, sino como preparacion para vida ulterior. En esta sociedad se constituye un Estado que es institucion central de la relacione que forman 7


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aquella, y punto donde confluyen los intereses al hacerse generales, y se crea un poder encargado de personificarle. Este poder preside, digámoslo así, al movimiento general de la sociedad, y le incumbe declarar y amparar el derecho, mirar por el órden y la paz pública, ejerciendo una alta policía, previniendo y castigando, tambien evitando conflictos, resolviendo contradicciones. Incúmbele asimismo marcar rumbos á la actividad del pueblo, y siguiendo el curso de los hechos y el desarrollo de la historia, ir preparando y realizando los grandes cambios y trasformaciones que pueden hacer necesarios el grado de cultura, las aspiraciones y los desarrollos de una Nacion en cada época determinada . . Mas el Cristianismo, ántes de que andando el tiempo se formulase el sistema teocrático, habia enseñado, como ya declaré ántes, que la conciencia y la vida religio~a no estaban bajo la accion directa del Estado, y que debía cumplirse en una esfera de carácter esencialmente espiritual, ó lo que tanto vale, interior, aunque se produzca bajo forma exterior y temporal. Había enseñado tambien que en esa esfera existia una autoridad con verdadera potestad para todo lo que á la vida religiosa se referia, y admitia por esto dos como distintas sociedades que vivían al lad'o una de la otra, dos potestades independientes que ejercían poder y juriscilccion, la una en la sociedad civil y exterior, la otra en la interior y religiosa. Aceptado por el Estado el Cristianismo como la verdadera religion revelada, era natural y lógico que reconociera la independencia de la Iglesia, no sólo para la doctrina y hechos religiosos, mas tambien para su organizacion exterior. Éralo asimismo que hiciese con ella


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alianza, y que por virtud de ella, y por las necesidades y principios que la servían de fundamentos, hubiera de aceptar el Estado y ejercer la Iglesia en las cosas de la sociedad influencias que habían de figurar como factores importantísimos y elementos vivos de la vida general. En aquellas funciones que tocan primaria y esencialmente al Estado, las de derecho, como éste descansa en una concepcion metafísica, es decir, en una teología, el poder civil debía inspirarse, para la determinacion y ejercicio de tales funciones, en el espíritu general de la metafísica cristiana: y en lo que le toca al Estado de direccion en la vida del e píritu colectivo, como éste supone entre otras cosas un conocimiento y fijacion de los fines humanos y ordenacion jerárgica entre ello , era forzoso que obrase segun el Cri tianismo, tomando su criterio en S\l funcion organizadora y directiva.-En esta conducta del Estado y en esta relacion que se estableció luégo de hecha la alianza de las dos potestades segun el ideal que expongo, no era considerado el poder civil como delegado del religioso y dependiente de él, sino que no siendo depositario él ni de la verdad científica ni de la virtud artística, ni en general de lo que se produce por el espíritu socia-!, debía lo primero dejar á éste la tarea principal y la labor histórica, y luégo en lo que el Estado como institucion y poder tenía que hacer en la obra científica y artística, y en lo que con esa obra se enlaza, inspirarse en la concepcion religiosa, que es en realidad, ó por lo ménos se consideraba en aquella edad como lo fundamental y primero, y como consecuencia final asociar á la Iglesia ó dejar que ella tuviera una intervencion muy principal en todas esas cosas. -Por donde, aunque la concepcion era distinta de la teocrática, llevaba á resultados ba tante parecidos; como quiera


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que, ya que fuera sólo con el carácter de delegada, la Iglesia era la principal directora de toda la vida interior, así la religiosa, como la artística y la científica, y que en los rumbos que seguia la actividad general prevalecía el punto de vista de la Iglesia. Esto, volvemos á decirlo, era natural, y ahora añadimos, que esa concepcion del Estado cristiano la tenemos como la más perfecta y como la fórmula más adecuada para la creacion del órden en la humanidad. En ella la autoridad encontraba un fundamento absoluto: distinguíanse las dos esferas, la interior y la exterior, y veíanse á un tiempo mismo unidas por modo tal, que conservando cada una su propia sustantividad, se prestaban debida y conveniente ayuda: proponíanse fines legítimos á las aspiraciones de los pueblos, y se ordenaban de tal suerte, que todos marcharon regular y concertadamente. Y notadlo bien: en estas líneas que trazaban como los contornos y moldes, ó si decimos, las formas de la vida general, va expresado lo que debe considerarse más capital en los problemas sociales, como que ello constituye el órden y la armonía. Quitad, cambiad cualquiera de las partes de esa construccion, y al momento notareis disonancia, y en la práctica conflictos y luchas que traerían males sin cuento.-¡Ah! aquellos para quienes el Cristianismo es la religion divina, ó siquiera la religion más adecuada y_perfecta, para esos el ideal del Estado cristiano que realizó la Edad-Media, tomado en sus líneas generales y como acabo de bosquejarlo, será el eterno ideal de la historia. Siempre ellos creerán que la potestad civil debe reconocer socialmente esa religion: siempre creerán que debe inspirarse en sus enseñanzas y en sus sublimes ideales: siempre creerán que debe favorecerla y protegerla para que se desenvuelva con holgura en la his-


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toria: siempre creerán, en fin, que sólo una necesidad fatal y condiciones históricas de carácter transitorio pueden impedirle que se oponga á la circulacion y libre manifestacion de lo que tienda á destruir sus máximas y á contrastar su influencia.

IV.

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Conviene haga estacion aquí, para pr·ecisar los puntos que he querido presentar como expresion de mi creencia en e tos problemas o curísirnos que voy examinando, y poder marchar con algun desembarazo en los que aún he de tocar ántes de dar remate á este fatigoso trabajo. He dicho que el ideal cristiano, como ideal moral y religioso, es absoluto en todo el rigor de la palabra, y que su obra, en los hechos de este linaje, ha sido durante los tiempos hasta ahora recorridos por todo extremo notable y acabada, y nada en mis palabras creo podrá inducir á que se piense, que yo espero ni presiet1to por este lado progreso real alguno. He dicho, además, que él suscitó en la Edad-Media un movimiento científico de muy subido valor, que dió por resultado una ciencia verdaderamente grandiosa. Tambien, que á poder de su inspiracion se presentó en esa Edad un florecimiento artístico que por su mérito interno nada tiene que envidiar, y áun aventaja á lo que pueblos dotados con largueza dieron á la humanidad en épocas dichosas.- o he afirmado que esa ciencia hubiera dado toda la verdad que á la razon humana la es dado alcanzar, ni que despues de ese gran movimiento artístico no puedan ó deban aparecer nuevas e plendorosas mani-


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festaciones del genio creador; aunque no será mucho que, sin decirlo, presuma que la ciencia -posterior á ese períodq deba, en general, si es que ha de contener la verdad, tomar los fundamentos de esa otra que he elogiado con ardiente encarecimiento, así como en lo que toca al arte, no espero hallar completa hermosura y grandeza, si nace en fuentes distint.as, 6 pide calor á un ideal contrario al que supo crear obras admirables.Despues, y á esto me permito llevar ahora vuestra aten~ cion, he sostenido que el ideal del Estado cristiano concebido por la Edad-Media era para mí, como sistema para la creacion del órden, lo que se llama verdadero ideal. Dignaos reparar en que no he hablado de formas políticas, refiriéndome á las que reciben ese nombre de ordinario, es á saber, las formas 6 monárquicas 6 republicanas 6 constitucionales, ni de organizaciones sociales más 6 ménos aristocráticas 6 igualitarias; cosas todas á que no se refiere direGtamente el ideal cristiano, aunque pueda tener más 6 ménos afinidades con una ú otra de las indicadas. No: él procura dar solucion á esas otras relaciones y cosas que expresamente he determinado y que miran todas principalmente á establecer el órden en la vida general. Pues bien: en esto he dicho que es el del Estado cristiano el verdadero ideal: ¿querré acaso afirmar con esto que segun él debe estar organizado el Estado en todo tiempo y lugar, y que él expresa la fórmula más apropiada para el órden y para el progreso en todos los momentos de la evolucion histórica de la civilizacion? En manera ninguna: lo que quiero dar á entender es, que él expresa lo que es adecuado á la manera de ser de las c_osas segun el plan divino, y que él representa lo que llamaré forma normal, de tal suerte, que donde la


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forma dada por. ese ideal se rompa en puntos esenciales, habrá desarmonía, habrá una situacion que, si es legítima y conveniente, lo será sólo de una manera provisional, y tenderá forzosamente á resolverse so pena de disolucion en la forma y estado exigido por esa fór. mula.-Porque es de advertir, bien lo sabeis, que los destinos de los pueblos se cumplen en un proceso cuyos diferentes estados, á que hoy se da el nombre de momentos, presentan circunstancias y condiciones no nada semejantes á veces, y que por ser diferentes piden para su completo desarrollo, si no en toda su duracion, miéntras se realizan algunas de sus fases, .instituciones y maneras c!-e ser que no son siempre iguales. Con especialidad, en el tránsito de unos á otros momentos, cuando va expresándose y formulándose el contenido de uno de ellos como contradiccion de lo anterior, suelen ser para esta faz y punto del proceso histórico moldes estrechos los que ántes consintieron al espíritu holgura y libres movimientos.-Con cuya doctrina y puntos de vista no se me acusará, como tantas veces se ha hecho, de contradiccion, si digo ahora que esa organizacion de la Edad-Media, conservada en toda su rigidez y como la encontramos en sus Tiltimos días, impedía y dificultaba el progreso, y era menester modificarla y alterarla para que se cumplieran grandes reformas y valiosos desarrollos, y, para decirlo en términos más precisos, para que apareciera una nueva faz, un período nuevo de la civilizacion, período que será el último y definitivo. Esta afirmacion, una de las principales del discurso, que me separa profundamente de cierta escuela á cuyo sentir se acerca en su espíritu general, aunque derivada ó la continua de distintos fundamentos, la doctrina que he expuesto hasta ahora, hace precisa alguna explicacion


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que aclare y justifique mi particular op1mon, má que hayan podido hacerlo los principios apuntados poco há. Consideremos, señores, que esa ordenacion general del poder y la autoridad era inspirada principalmente por la Iglesia. Pues ahora, la Iglesia como comunion religiosa tiende por la lógica de sus principios á subordinar todos los intereses temporales á los eternos y todos los elementos que componen la vida colectiva del espíritu al elemento religioso; de que se sigue, que en vez de alentar refrena, en vez de aspirar á nuevos movimientos ántes tira á contenerlos y sofocarlos. En la esfera de la ciencia, que es principio renovador, y si cabe decirlo así, revolucionario, como ella tiene dogmas y misterios, condena la ámplia libertad y el movimiento afanoso que conduce á la crítica general y al exámen reflexivo de todo el órden de verdades que la época religiosa ha confesado y proclamado. Y aquellos movimientos del espíritu y anhelos vagos, que pueden engendrarse en los senos de la sociedad al calor de ántes no tenidas ideas que aparecen en sus horizontes y que buscan encarnarse en nuevas formas del arte, deben encontrarla naturalmente tambien hostil ó si nó poco propicia. Así, ella puede favorecer y alentar los trabajos especulativos, levantándolos con las ideas que contiene y con los sentimientos que encierra, y el Crístianismo especialmente ha podido levantarlos y los levantó, como ya hemos visto. Y el arte, poniéndose al servicio de aquellas aspiraciones hácia el ideal divino, y de aquel hervor de vida religiosa que la creencia y la piedad fundaron, pudo engendrar creaciones maravillosas. Pero acabada la construccion que determinaba el dogma cristiano, el pensamiento tenía que inmovilizarse y la idea cristiana no daba savia, no comunicaba impulso, no podia alentar una nueva


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evolucion. Lo moderno tenía que caminar en el sentido de indagar y conocer la realidad toda, con especialidad aquella parte que había sido poco explorada, la de la naturaleza exterior y la del espíritu colectivo; tenía que fomentar los· estudios experimentales é históricos, é ir además con el propósito de reanimar y someter á juicio con espíritu libre y desinteresado, todo lo ántes creído y afirmado, para reunir y componer en nuevo trabajo el pensamiento de todos los siglos; tenía que dirigirse por último, á buscar la ley y el plan segun el cual la sociedad presente y la futura debian arreglarse en todos los órdenes de su· vida interior, en sus formas políticas y en las relaciones que deben sostener como miembros de la familia humana.-Y yo afirmo que esto no podía nacer directamente del espíritu, de los métodos y de la manera de pensar de la Iglesia, y que era necesario que nací.ese de otros principios y de nuevos elementos. Y no sólo no podía nacer de ellos, sino que era difícil que todo ese mundo de ideas y pasiones y sentimientos se compadeciese con las que eran propias de la Iglesia, y que ella había depositado en la fábrica ó construccion ya cerrada y de contornos fijos que habia dado de sí la Escolástica. Nótese, además, que toda creacion histórica, y más la que iba á venir, nace, vive y se desenvuelve en· medio de ensayos y direcciones diferentes, á veces confusas y tumultuosas, donde cada principio extrema su contenido, cada sistema el fondo que encierra, y ella ha menester de gran libertad de movimiento, y recorre por necesidad un ciclo en el cual se alcanza en sus últimos dias, por eliminacion y combinacion trabajosas, un resultado muy distinto del que hacían esperar los comienzos de la evolucion. Quiero significar con esto, que aunque hayan de quedar al fin de este período que se 8


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llama la edad moderna, sólo cosas é ideas que se compadezcan con las ideas fundamentales de la concepcion cristiana, la elaboracian de la c_iencia humana y secular tenía que producirse fuera de las formas que existian, porque no la daban la libertad necesaria. Una nueva operacion que acaso empiece ya y que realizarán las futuras edades, es la que habrá de juntar con la enseñanza religiosa lo que faltaba á la creacion escolástica para poder ser la ciencia total y definitiva de la humanidad. Todavía he de añadir, para que se comprenda la dificultad de que pudiera la historia europea seguir su marcha progresiva dentro del E tado arttiguo, que la Iglesia, como comunion y poder religiosos, se dirige siempre al hombre hablándole de los deberes que tiene que cumplir y no de los derechos que puede reivindicar, y que es cosa extraña á su naturaleza inspirarle resistencias, y más el provocarle á hechos que pu~dan significar protesta y .rebeldía. Sin duda, condena ella los abusos de los poderes y los excesos de la autoridad, y la manda respete los fueros y derechos de sus súbditos, y que gobierne segun ley de bondad y de justicia; pero, al prescribir esto, hácelo dirigiéndose al poder, no á los súbditos, amonestando á los que mandan, no excitando á los que obedecen. Por esta su tendencia más constante, ella sirve grandemente para organizar la sociedad y constituir el poder; mas no ayuda por modo tan directo y eficaz para constituir y hacer valer la libertad. Por eso fué su accion parte á la creacion y engrandecimiento de la Monarquía y del Estado-de los tiempos medios, y dió á aquella y á éste prestigio y singular valimiento; mas cuando iba á empezar un nuevo período en que habían de llevarse á cabo grandes movimientos enderezados á dar á la sociedad más expansion y libertad, y á trasfor-


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mar el Estado, para que en vez de representar una persona ó dinastía y una soberanía derivada de regiones ideales, que no de aquellas en que va diariamente produciéndose la vida social, viniese á expresar la voluntad y la razon de la Nacion toda, fué forzoso que el espíritu de la Europa, ó si decimos, las fuerzas vivas sociales se salieran fuera de esas influencias y rompiesen aquellas formas bajo las cuales habian vivido hasta entónces. Hoy la evolucion está más adelantada, y hanse desenvuelto los principales elementos que pugnaban por manifestarse y tomar puesto al sol, y están dispuestos ya los nuevos moldes en que ha de encerrarse toda la materia de esta gran elaboracion que ha dado de sí el genio moderno. La actividad que se ha desplegado y que crece sin cesar en todos los círculos sociales por efecto de la aplicacion ámplia y universal del principio de libertad, y por el impulso soberano de las ideas engendradoras de ansiosas aspiraciones y despertadoras de todas las fuerzas que dormitaban en los profundos senos del espíritu social, ha hecho que la humanidad avance en el camino de su grandeza y de su mayor posesion. En el dominio de la ciencia, la razon, en posesion de sí misma y ganosa de lo absoluto, ha recorrido, ora en alas de la especulacion ora pidiendo luz á la experiencia, el universo mundo, y en su afan de renovar el pensamiento y el hecho creador, ha trazado el génesis de la idea y el génesis cósmico, intentando describir en un proceso contínuo la vida de los séres y sus evoluciones desde su momento inicial hasta sus últimos fines. Y aplicando la crítica á sus propias obras, pretende ahora formar una síntesis que sea obra definitiva del pensamiento. El arte se ha renovado asimismo, pretendiendo expresar en variadas formas todos los ideales que han lucido en estos nuestros


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dias, y todos·los anhelos, la inquietudes y los tormentos del hombre moderno. En el dominio económico, fuerzas inmensas, dirigidas con arte á la dominacion y explotacion de la naturaleza y á la creacion de productos infinitamente variados, que el genio humano destina á satisfacer sus necesidades cada día crecientes, han dado de sí una produccion que asombra y que, creciendo y multiplicándose por modo maravilloso, promete casi traspasar los límites de lo deseable y lo concebible. ¡Ah! fuego poderoso remueve las entrañas de la sociedad, atropellado hervor de vida sale de sus atormentados senos, y el mundo se mueve y se agita en gigantesco movimiento.. Rotos los valladares que las detenían, quebrantados los vínculos que las encadenaban, han salido en tropel á luz del mundo todas las energías del espíritu, y las várias esferas en que él se expresa se ven hoy enriquecidas y agrandadas. A la vez que esto, la sociedad ha tomado nueva manera de ser. Las barreras que ántes separaban las clases han desaparecido y constituídose la sociedad sobre el principio de la igualdad, y el gran poder público, representado y ejércido sólo por voluntades particulares, ha venido á ser el órgano no más de la voluntad general y de la conciencia pública. Toda esta trasformacion se ha obrado en un movimiento llevado á cabo fuera de la fábrica levantada por la edad anterior, á que he dado el nombre de Estado cristiano. Como contenido, es ello más rico que lo anterior; como hecho realizado_, expresa un grado mayor de ser y altísimos y valiosos desarrollos: fuerza es confesar, sin embargo, que aquí falta algo; falta concierto, falta armonía, la cual no se podrá lograr sino sometiendo en adelante toda esta vida á las formas fundamentales,


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que son dadas por ese ideal que vengo recomendando y que debe restablecerse desde luégo, modificado en un punte, esencial que despues expresaré, para que debajo de él se continúe y acabe la labor histórica pacíficamente y con regularidad.-Por haber pasado ahora las cosas bajo formas diversas, y por vivir fuera del ideal cristiano la Europa y el mundo, nos hallamos rodeados de conflictos y de peligros. Ved si no. Hoy el Estado se encuentra falto de aquel principio moral y religioso que pueda dar fundamento á su autoridad y que le permita señalar los fines últimos y los derroteros que deben tomarse· para conseguirlos. Como producto de las modernas revoluciones, y hallándose por la fuerza de las cosas colocado en la corriente histórica, ha roto hace tiempo con la Iglesia, y despues de privarla de los bienes é inmunidades de que venía en posesion y negádola la direccion que ántes ejercía, ha hecho alianza con la razon moderna y con la ciencia, y ha ejerdtado su accion segun los consejos y el espíritu de los triunfantes ideales de libertad é igualdad, y de progreso temporal y humanitario.-Esta conducta le era, es cierto, impuesta por ley del tiempo y por las singulares condiciones en que habían entrado los pueblos. ¿Podía él acaso contrariar las exigencias del espíritu moderno, empeñarse en sofocar esos sus anhelos y aspiraciones y cerrar el paso á tantos proyectos de emancipacion y de mejora y de reformas? ¿Habría logrado, áun empeñado en semejante tarea, impedir el advenimiento y definitivo triunfo de los principios que se presentaban á la sociedad llenos de promesas, de porvenir y de mayor bienestar? Estaba en los destinos de la humanidad que vinieran tiempos en que se planteasen otros problemas, que se ensayaran nuevos ideales y que apareciera en la historia un mo-


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mento del progreso general más alto, más rico y más ámplio que los anteriores; momento en que el hombre, dueño de sí, con conciencia de su destino se esforzara en realizarle, constituyéndose á la sombra de una ley nueva, y manifestase y realizara todo el contenido que encierra en su interior. Es menester saber de una vez apreciar las condiciones de la vida, aceptar las grandes ideas que se encierran en esas palabras evolucion, progreso y movimiento humanitario que ha dado á la ciencia la filosofía nueva, penetrarse de que la vida es movimiento, y movimiento ascendente, que \a mora-1 y la religion no deben impedir, no impiden en realidad que el hombre, mejor dicho, que las sociedades se afanen por agrandar incesantemente la esfera de su actividad, por aumentar su bienestar, y por lograr cada dia una mayor vision y realizacion más alta de verdad, de luz, de belleza y de justicia. Ciegos están los que, cerrando su ánimo á estos principios, condenan con absoh.~ta condenacion los cuatro últimos grandes siglos, siglos los más confus<?s, es cierto, pero tambien los más activos, los más fecundos de cuantos registra la historia. Pero en este mun-do revuelto que ha visto desenvolverse el siglo XIX falta el punto de apoyo, el gran principio de unidad y direccion, y esto es lo que nos cumple á nosotros i:_ealizar, esta la gran mision de los tiempos actuales: traer de nuevo la Cruz para que sea el fundamento y á un tiempo mismo el norte de los pueblos, poner otra vez el Cristianismo al frente del mundo ideal, dar á la ciencia y al arte, para que les inspire, su metafísica, su moral, su concepcion general del principio y de los fines de las cosas, y dar al Estado como criterio y regla ese mismo ideal, para que con el espíritu que de


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él se deriva, pued.a acertadamente dirigir en lo porvenir el rumbo de los pueblos. Señores: la secularizacion del Estado es hoy el grave mal de las sociedades, como la de la ciencia y la del arte y la de la conciencia tambienes el grave mal de la vida. Sin la idea de Dios animando los mundos del arte y de la ciencia, yo no comprendo para aquél más que la muerte y el apagamiento del ideal, y para ésta sino tinieblas y noche fria; del mismo modo que sin una concepcion espiritualista y pura, como base del obrar y del hacer, no comprendo otra cosa que pasion y egoismo y corrupcion y decadencia.-Pues no es para mí más fácil el :figurarme un gobierno sin Dios y sin creencias, que aplica .el derecho y la justicia, y rige derechamente una sociedad. Los gobiernos, dice Donoso Cortés, no son competentes para imponer una pena al hombre sino en calidad de delegados de Dios, ni la ley humana tiene fuerzas sino cuando es el comentario de la ley divina. Á que yo añado, que en aquel otro deber que le corre, y mision que ha de cumplir de ser colaborador y como director en la obra general, si no sabe de dónde el hombre viene y adónde el hombre va, y no lo sabe nunca si no se lo enseña la religion, ¿cqmo podrá dirigir y guiar? ¿A dónde puede llevar sino á lugares de perdicion? ¡Ah! Es menester restaurar el Cristianismo. Para muchos, para la mayor parte de los modernos pensadores será extraña esta doctrina. ¿Cómo ocuparse, dirán ellos, en restaurar el Cristianismo? Pues como poder activo, como principio universal de creencia y de accion, ¿no desapareció ya para siempre? ¿No marcha hace tiempo la sociedad, no se rige segun la ciencia? ¿No es esta por ventura suficiente para afirmar la creencia en un órden supra-sensible, y para dar fundamento á la


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moral y al derecho, y á toda la vida, la individual y la social? Porque hay, bien lo sabeis, no sólo escritores escépticos y materialistas, que de estos no quiero ocuparme, sino espiritualistas sinceros que ven con ánimo tranquilo la marcha actual del mundo y que nada piden al Cristianismo. Estos pensadores afirman ó creen que el espíritu humano en estos tiempos racionalistas, separado de toda confesion religiosa positiva, de toda Iglesia, proclamará y hará universal la creencia en un órden divino trascendental, mundo de lo verdadero, lo bello y lo bueno, y que desplegándose la razon socialmente, creará en la conciencia pública una actividad que someterá todo el desenvolvimiento humano á ese órden sublime, y que el Estado, inspirándose en el mismo y moviéndose al calor de esa conviccion, ordenará la vida segun lo que marcan las reglas eternas de lo honesto y de lo justo, con lo que el bien reinará en la tierra y se producirá en ella dic;hosa armonía. ¡Ah! ¡cuánto se engañan estos espíritus generosos! Si el mundo dejase de oir la voz augusta y sacrosanta de la Iglesia cristiana, en este silencio temeroso veríamos apagarse poco á poco esos ecos que conmueven incesantemente los corazones con vibrante latido, y el órden divino, combatido por la soberbia humana ó abandonado por su pereza ó su egoísmo, desaparecería de los dominios elevados de la _conciencia. La marcha del pensamiento en estos dias que han corrido desde Kant y desde Rousseau, y las direcciones que hoy prevalecen en la sociedad y en la ciencia, bien claro nos dan de esto testimonio. Y si esto no basta, creo bastará para el caso una consideracion. Desde los tiempos de Platon á nuestros dias, el más puro y más ardiente espiritualismo no ha logrado labrar en el ánimo de los filósofos la sólida con-


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viccion de la inmortalidad del alma. Sublimes presentimientos, aspiraciones constantes y generosas, razonamientos que abren al alma grandes perspectivas, todo esto ha dado, es verdad, al tratar de esa cuestion importante; pero siempre ha quedado en medio de sus más nobles y confiados arranques algo que suena á una duda, á un vago temor; de tal modo, que á menudo la última palabra parece una interrogacion.-Pues bien, la afirmacion clara y segura de la otra vida es, no sólo la solucion de todas las contradicciones, y la soberana explicacion de todas las disonancias del órden humano, y la sancion de la justicia, y el consuelo de todas las desdichas, sino que es el punto que da direccion á la vida, el único norte que puede orientarla. Si todo acaba en este nuestro planeta; si no hay para el individuo otro destino que este destino terrestre; si para la sociedad de que principalmente voy ocupándome no hay más fines que cumplir, ni otra ordenacion que dar al conjunto de relaciones y de movimientos que expresan y arreglan la vida, que la que exigen los intereses temporales, ¡ah! entónces el mundo tiene que irá parará aquellas situaciones, y debe marchar por los rumbos que le trazan los sistemas sensualistas y mat~rialistas, verdaderos y genuinos representantes de los intereses de estas bajas regiones.-Uno de los más grandes representantes del pensamiento racionalista en nuestros dias, el que pode- · mos llamar hoy el más brioso y el más autorizado campeen de la filosofía, Hartmann, en su reciente trabajo sobre la cuestion religiosa, ha dicho que la cuestion que se ventila en eso llamado Kultumkampf, es decir, la lucha entre la Iglesia católica y la cultura 6 civilizacion moderna, es si hay 6 no una existencia ultramundana, y si la vida se ha de ordenar segun los intereses sobre9


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naturales, ó sólo segun lo que piden los intereses terrestres. Y tiene razon ese profundo pensador: ésta es, despues de todo, la gran oposicion hoy entre el racionalismo y el cristianismo: éste proclama un órden positivo divino, y pone por término y fin principal de la vida el fin religioso que conduce á esa vida ultramundana: el otro cree que esta vida es la única realidad, así para el individuo como para la sociedad, y todo lo arregla y construye segun pide esta afirrnacion.-Sí: en esto que se llama cultura y civilizacion moderna se ha borrado del ideal lo que se refiere á la vida eterna: el progreso terrestre, el movimiento incesante, el desarrollo de todas las energías que se ocultan en los abismos del espíritu al propósito de agrandar este mundo y adquirir bienestar y terrenales grandezas, esto ha sido en el fondo el móvil, la aspiracion, el ideal que, como causa interna, viene determinando las evoluciones de las sociedades modernas. ' No niego yo, bastante lo he reconocido y áun habré de repetirlo, lo que puede haber de legítimo en este movimiento que ha levantado de su asiento las modernas generaciones; pero reconozcamos, y esto es lo que importa ahora, que la actual civilizacion, privada de la luz y la regla del Cristianismo, marcha por un camino funesto. Y sepamos confesar y de-_ ciaremos con varonil entereza, y daremos así el paso salvador, que es menester restablecer en la ciencia, en el Estado, en la vida toda, la concepcion cristiana, y ponerla corno piedra angular de la futura historia.


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v. Hecha la indicada restauracion y puestos de nuevo los dichos fundamentos, debemos seguir con ardor y con fe los caminos de la historia. Y aquí me cumple ahora, para buscar al fin la solucion al gran problema que á todos nos atormenta, decir qué e lo que queda que hacer, y segun cuáles procedimientos habrá de continuarse y adelantarse el encargo de la civilizacion. En cuyo asunto, que será el último de este que no sé si llamar ó no discurso, tengo que volverme de nuevo contra esos ardientes escritores que condenan con absoluta condenacion cuanto han producido los cuatro últimos grandes siglos, y que dan por mision exclusiva al Estado en estos tiempos el ir borrando cuanto han amado con pasion las presentes generaciones, y el sofocar por medio de un régimen receloso y opresivo cuanto pueda significar anhelo de expansion, de progreso y de mejora. Esos escritores, dando á la ciencia el principal papel para este debate, consideran que la Escolástica es la suma y compendio del verbo humano y divino, la expresion más acabada de la verdad y toda la verdad en su más cabal manifestacion.-Mas el exámen, no ya de toda la historia humana y de la civilizacion universal, sino la de la civilizacion europea y de su marcha y desenvolvimiento, dice claro á cualquier espíritu medianamente instruido cómo se ha cumplido el progreso, cuáles esfuerzos, qué conjunto de variados trabajos, cuántas corrientes originadas á veces de diversos lados han venido á concurrir á la trabajosa obra de la actual civilizacion. Ella dice de qué desarrollos gra-


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duales ha ·menester, cuántos y de cuán distinto carácter son los momentos y los ciclos en que se engendran y desenvuelven y se terminan las varias creaciones, que en sucesiva aparicion van elevando las fuerzas y las adquisiciones del espíritu: y parando mientes en lo que ella muestra acerca del punto á que Jlegó ese espíritu en los tiempos de la Escolástica, y la grandiosa extensa evolucion que se ha cumplido en los siglos posteriores, se alcanza al punto que faltaba mucho que investigar, campos inmensos que recorrer, verdades numerosas que descubrir, y que esas verdades se han descubierto en gran parte, que esos campos se han recorrido ya cuan largos son, 6 poco ménos, y que es deber de los hombres ilustrados, y ley imperiosa del tiempo y gran necesidad y exigencia de la civilizacion, que esas verdades se proclamen, y se afirmen, y se recojan; y con ellas, desenvolviendp el nuevo período abierto por los afanes é infinita curiosidad de la razon, se cierre con una construccion que contenga y abarque, debajo de lo divino cristiano, todo lo humano adquirido por la c1enc1a. Veamos de apreciar los cambios y maneras de pensar que ha dado de sí la época moderna, comparemos y abarquemos hoy en su conjunto y grandes líneas la construccion total de ese gran movimiento, y podremos apreciar los portentosos resultados obtenidos.-Pensemos en primer término en lo que ella enseña hoy acerca de la ciencia en general, acerca del saber en sí, es decir, sobre el problema crítico. La Escolástica ciertamente no era extraña á este trabajo de la razon, que se vuelve sobre sí y sobre su saber, y lo somete al exámen y fallo de principios ideales absolutos. Conocía bastante bien el vário carácter y el alcance de las facultades del espíritu;


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pero no penetró tan profundamente como lo ha hecho la filosofía moderna en este problema, y sobre todo no estableció ni describió aquel proceso regular mediante el cual el espíritu va de sí á la realidad toda en las varias esferas y modos de la misma, ni llegó á comprender ese trabajo por cuya virtud el pensamiento moderno, casi al cabo de sus progresos totales, ha llegado, al tr.aves de numerosos grados y estaciones, á tener conciencia de sí y de todo su contenido y desarrollo. Ni este momento y parte de la ciencia que es crítico y de construccion preliminar, á que algunas escuelas llaman su parte analítica, venía formada ó tratada en la Escolástica como seccion de la ciencia una, y en su virtud, ni solia mostrar su índole peculiar, ni se detenia á decir la relacion que le unia con aquella otra parte llamada la parte objetiva de la ciencia. Si pasamos ahora á esa parte objetiva de la llamada ciencia una ó universal, aunque la Escolástica seguia una direccion idealista, y supo poner la idea como base y esencia de la realidad; pero la idea en sí, el pensamiento en sí, lo ideal, en suma, aquello que estudiaba en la ontología, y que desde Hegel se estudia en la lógica objetiva, dábalo en órden y procedimiento puramente formales y abstractos, y no en órden genético y constructivo, ni supo reconocer y presentar en ese órden, como lo ha hecho hoy la ciencia, los moldes, la ley y el proceso de la vida .-Este trabajo es el hecho y novedad por el que ha trasformado á la ciencia la moderna filosofía. Del cual ha nacido su manera de considerar el cosmos y la realidad :finita toda, primero como siendo y viviendo segun pensamiento y fórmulas ideales, y luégo viviendo y desarrollándose en un proceso ascens1vo y contínuo, donde todo va enla.záhdose segun ley


DIS URSO 70 de unidad, variedad, y composicion y síntesis por todos sus grados y momentos, así en la naturaleza como en el espíritu, en la vida de este último hasta la formacion completa de la humanidad. La Escolástica, aunque inspirándose en parte en la profunda concepcion dinámica de Aristóteles, no había lleiado á comprender ésta en su esencia, y sobre todo á desenvolverla concertando sus ideas con las platónicas en una concepcion superior, ni habia concebido el cosmos, primero como unidad indeterminada, y luégo como conjunto de sustancias, elementos y formas y séres organizados jerárquica y sistemáticamente, ni estudiado ese desarrollo y proceso, ni sus estaciones, ni la ley segun que se rigen.-Pues todo esto lo ha hecho la ciencia moderna. Y lo que vale más, juntando á estos principios especulativos los datos suministrados por la experiencia en las indagaciones emprendidas por escuelas distintas bajo los , métodos experimentales, ha ido estudiando la realidad finita, la de la naturaleza segun enseñan ahora la.s ciencias físicas y nafurales en millares de obras cuyo conjunto forma una gigantesca fábrica, y las del espíritu en trabajos tambien históricos experimentales de una extension y grandeza cuya sola· consideracion pone asombro en el ánimo,-Y es de notarse, que no sólo ha procurado el darse cuenta y conocPr la realidad en todos los reinos, sino que ha buscado el ideal de vida social, y las formas que pueden recibir una aplicacion más completa de la justicia y de la dicha social, y áun la inspiracion y la forma para la belleza, y en todas estas partes ha encontrado ideas grandes maravillosas. ¿Mas á qué continuar? Por mucho que yo dijera, no _p odría contar todos los adelantos y novedades y grande-


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zas que han salido á luz en esta gran campaña del pensamiento. Sólo el que se halla fuera de él, ó que no se ha parado á contemplarle serena y desapasionadamente, podrá negarlas. Falta empero, y ahora vuelvo á lo que ántes os decia, falta á esa gran construccion el principio real de todo sér y de toda vida, que sea acto puro y eterno, inteligencia absoluta é infinita, y fuerza y voluntad que todo lo cause y crée, todo cuanto se mueve y vive en los cielos y en la tierra, así los mundos que en concertados giros circulan en el espacio, como el hombre á quien pot efecto de ardiente amor sacó de los abismos de la nada, para que realizase con libertad el bien en el tiempo, y pasase despues á gozarle en vida perdurable y sin :fin.-Falta tambien el dar carácter de trascendencia á ese mundo ideal que la moderna ciencia ha sabido ordenar y construir, porque sólo dándole trascendencia podrá ser como el sustratum y esencia interna de los séres, y el principio de su diferenciacion, y la forma y molde de toda organizacion, regla y. cánon de su desarrollo, y para el espíritu, además, ideal perenne que guiará su actividad en una constante ascension hácia las regiones de la perfeccion y la grandeza. -Hay que ordenar y componer, pues, el resultado de toda esa agitada y amplísima indagaciop del genio moderno con la metafísica del espiritualismo cristiano, que posee el conocimiento y da los primeros principios y los últimos fines de todas las cosas, que ofrece el carácter verdadero del sér absoluto y la nocion adecuada del ideal. Y así, juntando esos resultados á aquel sistema que el genio cristiano habia venido elaborando por siglos al calor de la idea religiosa, asimilándose y apropiándose las grandes verdades que contenia el idealismo platóni-


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co y algunas de las tendencias contenidas en el dinamismo aristotélico, se podrá ordenar una concepcion que será en sus rasgos esenciales la obra definitiva y como el remate y coronacion de la historia del pensamiento. En esa direccion marcha hoy el genio europeo; al ménos yo creo distinguir por todas partes señales de que está cumpliéndose á la hora presente ese gran trabajo de trasformacion, ese nuevo génesis de que habrá de salir la fábrica que entreveo en mi pensamiento. Por todas partes los sistemas, dadas sus principales consecuencias, parece como que se descomponen y pierden sus formas y sus contornos, y rota su individualldad dejan sus restos á esa corriente que va en ancho cauce recogiendo ideas y pensamientos, y fundiéndolos en nuevos moldes y arrojándolos en un movimiento que empieza. En ese nuevo ciclo se formará la grande obra.

VI.

Lo dicho hasta aquí muestra, y permitidme que haga aquí segunda vez, adicionándole, este trabajo, que la concepcion general cristiana, como doctrina y precepto y regla para la vida moral y religiosa, es la más completa y acabada de cuantas nos muestra la historia de la humanidad: que el ideal que al in:(iujo de esa concepcion se formó del poder y del Estado y del órden general en relacion con el mundo sobrenatural y el concepto general religioso, es en su género, y dentro de ciertos límites, de una perfeccion igual al ideal primario, y en sus líneas generales y como concepto y forma permanente, el más completo y adecuado á lo que debe ser en esta • esfera de relaciones -humanas: que dentro de esa forma


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y organizacion creció y se desenvolvió, animado é inspirado por el Cristianismo, un arte puro y elevado, y una ciencia vasta y grandiosa, cumpliéndose un gran ciclo del pensamiento y un período de grandeza y proporciones maravillosas: que esa ciencia y ese arte no expresaban sin embargo, aquella la verdad toda, y éste todas las formas en que lo bello puede manifestarse, y que aquella, por tanto, estaba necesitada de hacer grandes adelantos en lo que toca al conocimiento positivo del cosmos y de los dos séres que le forman, el conocimiento, ~ntiéndase bien, no sólo de su esencia, sino de las leyes de su vida, y en la del espíritu, del ideal que él debe realizar en el tiempo y en esta tierra en su calidad de espíritu colectivo, y que el arte lo estaba de tomar tambien formas más altas y puras, y en su contenido hacerse más humano, é inspirarse en una realidad que había de resultar de desarrollos futuros del espíritu de los pueblos: que además tenía que producirse una vida diferente, en que adquiriesen más vastos desarrollos y una nueva manera de ser todos los elementos que constituyen la esencia y contenido social, apareciendo y afirmándose más y más con valor sustantivo todos aquellos que forman el órden humano y terreno: y que además el ejercicio del poder y la soberanía tenía que referirse á otros principios, poniéndose la Nacion en vez de los poderes personales y dinásticos. Que todo este movimiento y estos desarrollos, que habían de engendrar un nuevo y superior período, no podían expresarse y venir á la historia bajo la organizacion creada en el anterior, toda vez que negaba la libertad á lo que fuera diferente y opuesto, aunque lo fuera sólo en una relacion: que por consecuencia, se produjo en forma revolucionaria y fuera de los poderes constituidos, así el religioso 1.0


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como el político, esa gran evolucion que ha agrandado la ciencia, y dado nuevas formas al arte, y creado grandes fuerzas económicas, y cambiado el asiento del poder y la soberanía, y ordenado por principios más justos las relaciones jurídicas entre los ciudadanos y entre las clases y los órdenes de actividad, y dado por último á la vida social bajo la relacion de los fines inmediatos un sentido y alcance algo diferentes de los que ántes tuviera.-Que esta potente y ·grandiosa expansion, por no haberse referido á aquellos principios del ideal anterior que eran los únicos que hubiesen podido dar fundamento sólido y direccion acertada, y la proporcion debida á esa evolucion, haciendo que ella se realizase armónicamente, se ha cumplido por modo irregular; y á la hora presente, despues de trastornos sin cuento, hállase falta de verdadero principio director y de forma armónica, exponiéndose, de seguir así, á esterilizarse y anularse en medio c;le inmensa anarquía, comprometiendo todos los intereses de la conciencia y los de la civilizacion .-Y que en su virtud es menester poner de nuevo como ideal fundamental para lo interior y espiritual la concepcion moral y religiosa cristian&, y como ideal del poder y de la ordenacion general social el llamado ideal del Estado cristiano, y bajo de él, ó si se quiere, sobre él, recoger y juntar toda esa larga serie de ideas, de conceptos, de adelantos, de mejoramientos, qu~ el espíritu moderno, en esa trabajosa expedicion emprendida en nuestros tiempos, ha sabido conquistar, y escogiendo, y eliminando y componiendo, entrar ya con nuevas fuerzas por los rumbos del porvenir para ir labrando. con segura inspiracion y procedimiento certero la labor histórica, y dar feliz remate á la obra encomendada al linaje huma·no.


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¿Y bajo qué ley, segun qué fórmulas de derecho y segun qué política habrá de desenvolverse y cerrarse este gran período? ¿Será bajo la política de represion, prohibiendo el Estado la manifestacion de toda idea y doctrina contraria á la enseñanza religiosa, ó si decimos, á la doctrina tradicional, vedando, reprimiendo, castigando? La ciencia, que hace tiempo ha rechazado la direccion y el gobierno de la Iglesia, y que colocándose no sólo fuera, sino en su sentir por cima de la teología, cree y dice que la religion es sólo un momento interior y subordinado en el desarrollo del espíritu, no consentiría en capitúlar, es decir, en aceptar ese régimen de opresion y de polític~· intolerante que la sometería por la fuerza á fórmulas para ella estrechas y embarazosas. Y como es hoy un gran poder, lucha ria y se originarían de aquí combates y conflictos terribles. Las escuelas que llevan hoy la voz en las ciencias naturales y en las filosó.ficas y en las morales y políticas, van por direcciones muy diferentes de las que marca la idea cristiana, y los partidos radicales ahora tan potentes y numerosos tienen por consejera la doctrina racionalista, se inspiran en ideales diferentes, y no consentirían que el recomendado por nosotros se impusiera como límite y freno de sus afanes renovadores y como molde de sus concepciones y de su vida. Apénas si estos partidos, verdaderos valedores de la ciencia racionalista, consentirán que se establezca en los días presentes el Estado cristiano. Pues qué, ¿olvidamos que es su dogma fundamental quizá por ninguno de esos partidos rechazado, la separacion del Estado y de la Iglesia? Por ella aspiran á que libremente se expresen y manifiesten todas las doctrinas y sistemas sin freno alguno ni traba impuesta por la ley ,


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y áun esperan que haga su camino el ideal racionalista, que habrá de acabar, segun ellos, con el Cristianismo.Todo intento, pues, de imponer por la fuerza la concepcion de la Iglesia católica y el punto <;le vista social que de ella se deriva, sería hoy ineficaz y funesto: sería renovar luchas y guerras temerosas, y comprometer el plan de reparacion á que creo llamados los presentes dias. Por otra parte, la obra humana de investigacion de la verdad, de expresion y creacion del mundo del arte, la de reforma social y educacion del hombre no está acabada: el espíritu ha entrado de lleno hace algun tiempo en las grandes vías del progreso, y sólo él, ejercitando sus fuerzas todas, podrá darle cima y feliz remate. No son bastante robustos los hombres de los gobiernos para llevar esta grande y gigantesca obra; ella ha de resultar de la aplicacion de todas las energías, que se ocultan y trabajan en los secre~os fünbos de las sociedades, y cumplirse con la colal?oracion- libre y ámplia de todos los individuos, moviéndose en esferas cada vez más espaciosas y más íntimas. Así es que para dar al Estado aquella organizacion que piden la-s doctrinas expuestas, y lo por mí defendido sobre las rnndiciones segun las cuales debe establecerse el órden en las sociedades, y lo que exige el carácter de estos tiempos de crísis y de renovacion que ·a lcauzamos, creo yo que el Estado deberá promover, sí, desde sus alturas y por medio de las instituciones por él creadas, el trabajo de reconstruccion cristiana·, se entiende con espíritu de verdadero progreso y con la aspiracion á continuarle segun el verdadero concepto del destino, así el ultramundano como el temporal de la _vida toda; pero que debe de dejar que bajo de él y al


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lado de esas instituciones, se creen y nazcan otras, y dentro de estas ó fuera de ellas, que se desenvuelvan libremente las várias direcciones empezadas.-Pot tal manera se recorrerán todos los horizontes, y la razon irá preparando el momento en que se cierre ese ciclo abierto hace algun tiempo, al cabo del cual hallaremos una grande y hermosa y universal concepcion, verdadera suma del siglo XIX. En ella, bajo la metafísica cristiana, se verá reunido, y condensado y purificado todo lo que de válido y legítimo y grandioso pueda en trañar el movimiento de los últimos grandes siglos. Acabo aquí, señores Académicos: al llegar al término de mi tarea asáltame un temor: ¿habré yo acaso, sin saberlo ni quererlo, pecado contra la religion ó la moral; habré faltado siquiera á miramientos que se merecen cosas y personas respetables y augustas? ¿Podrán ó si no mis palabras comprometer intereses que deben ser queridos de toda alma generosa, los de la civilizacion y el progreso?-Yo no lo sé; pero al escribir lo que me he permitido leer delante de vosotros, siempre lo hice desligado de toda aficion distinta de la de la verdad, y determinado de no cederá sugestion que no fuera desinteresada, y á no pedir consejo sino á la serena conciencia. Esta mi profesion de fe político-religiosa será tal vez duramente tratada, por los unos como inficionada en su sentir de racionalismo, por los otros á causa de lo que llamarán su tendencia mística y autoritaria. Hablará la vez que de restauracion religiosa, dirán los primeros, de una manera de renovacion y construccion más ámplia y de formas nuevas de la ciencia cristiana y de una faz más alta y vistosa de la humanidad, ¿no es esto salirse de las vías católicas?-Creo que no: recuerden aquellos un tanto vagos pero solemnes anuncios del Conde de

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Maistre, cuando levantándose sobre la negra confusion y el desórden y las tristezas de estos revueltos tiempos, decía con voz que parecia hacer revivir la de los antiguos profetas: «Todo anuncia yo no sé qué grande unidad hácia la cual marchamos á grandes pasos ... Y no me repliqueis, añadía, que todo está dicho, que todo está ya revelado y que no nos es permitido esperar nada de nuevo. Sin duda nada nos falta pára nuestra salvacion; pero del lado de los conocimientos divinos fáltanos aún mucho; y respecto á las manifestaciones futuras, tengo muchas razones para creer en ellas, miéntras ninguna teneis vosotros con que probarme lo contrario. »-Cuanto á los que, preocupándose de intereses diferentes y con distintas convicciones vean un peligro para la libertad y el progreso de los pueblos -en esa extension que yo reclamo para el principio religioso, habré de decirles que yo he participado quizá por tiempos de los temores que áun abrigan liberales de bue11;a fe, muchos á no dudarlo sinceros cristianos, y que no me atrevo á asegurar que no inspiren algun~ vez áun mis palabras; pero ¿no es verdad, si es lícito aludir á personas y cosas de qu-e no podemos hablar sino con respetuoso temor, no es verdad que un nuevo espíritu ha empezado á circular por todos los ámbitos de la sociedad cristiana? Aun ántes de esto un Prelado de la Iglesia, que dicen ser eminentísimo por su saber, su celo y sus virtudes, y que fué eri el Concilio Vaticano ardiente defensor de la infalibilidad pontificia, acababa un precioso escrito que daba á luz algun tiempo despues con las siguientes notabilísimas palabras: «Durante los tres siglos que acaban de pasar, la Iglesia, en razon de la tarea que la era impuesta, ha debido hacer pesar su influencia principalmente en el sentido de


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refrenar la actividad humana. Hoy ya, y sin duda más aún en el porvenir, gracias al complemento dado á su organizacion exterior, ella ejercerá dicha influencia para estimular el movimiento y la accion de aquella. La primera de estas dos influencias era necesariamente represiva é impopular; la segunda será expansiva y popular. La una excitaba el antagonismo, la otra engendrará simpatía, y dará ocasion á un concurso pronto y sincero.La represion anterior no se ejercia, sin embargo, contra la actividad humana en sí misma, sino sólo contra su exageracion. En el porvenir, ella se verá, por el contrario, estimulada en el sentido de una divina expansion que la hará fecunda y gloriosa. » «Las diferentes razas, añade ese razonable escritor, que pueblan la Europa y los Estados-Unidos, y que constituyen el conjunto de las naciones más civilizadas del globo, habiendo recobrado de una vez la comprehension del carácter divino de la Iglesia, y sirviéndose de sus várias aptitudes y de los medios inmensos de que disponen, serán el instrumento providencial por el cual las luces de la fe se esparcirán por el mundo entero y reconstituirán una sociedad cristiana ... » Proféticas y consoladoras palabras con que me es grato dar remate á este trabajo.


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CONTESTACIO DE L

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SEÑORES:

La rara modestia del hombre docto á quien acabais de oir, no le permite reconocer que ha sido llamado á nuestra Academia por la voz de la opinion, pues ántes de obtener vuestros sufragios, la conciencia púbica le habia designado el asiento que debe ocupar desde hoy, y en cierto modo por derecho propio. No me culpeis de ligereza al pronunciar las últimas palabras. Considerad que sois jueces de la estimacion que alcanzan las personas probadas en el estudio de las ciencias morales y políticas, y que es un acto de justicia honrarlas con vuestro voto. Que la habeis hecho muy cumplida al dar entrada en nuestro gremio al Sr. D. Jo é Moreno Nieto, nadie algun tanto inclinado á observar el movimiento intelectual de España en la edad moderna podrá ponerlo en duda. Su nombre es ilustre en la república literaria por tan variados títulos, que goza de merecida fama entre los cultivadores de la humana sabiduría. En la cátedra, le contemplamos ejerciendo el mini terio de la enseñanza y


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derramando ámanos llenas los tesoros de la ciencia que recoge una juventud ávida de toda buena doctrina; en la Academia de la Historia, mostrando sus aventajada dotes de orientalista y crítico de vivo y penetrante ingenio; en la tribuna, dominando al auditorio con la abundancia de la palabra y el calor de la elocuencia; en los Consejos, discutiendo los negocios más árduos con la tranquilidad de ánimo que es prenda segura del acierto, y en todas partes brillando entre sus iguales por la rectitud del juicio, la copiosa erudicion y el dilatado horizonte de sus ideas. No imagineis que me he extendido en las alabanzas del académico electo por natural inclinacion al amigo y al colega. Estrechos son los lazos que nos unen, y tantas veces nos cruzamos en el sendero de la vida, que la verdad salida de mis labios pudiera parecer sospechosa. Por fortuna, si no merezco fe como testigo apasionado, teneis la prueba de su saber, y añadiré, de su idiosincrasia en el discurso que en esta solemne ocasion nos ha leido, y le acredita de profundo pensador y espí-ritu bien templado para las polémicas del siglo, y flexible al extremo de suavizar toda aspereza y apetecer la concordia del progreso y la tradicion, la religion y la :filosofía, la autoridad y la libertad. ¡Dichoso el mortal que acierte á resolver tan difíciles problemas desvaneciendo los escrúpulos de una multitud de conciencias intranquilas, enseñando á la generacion presente cómo se robustecen y consolidan las instituciones, y descubriendo nuevos caminos en cuyo término hallemos una sociedad en reposo! La obediencia debida, que no la vana presunci~n, me obliga á seguir de léjos el rápido vuelo del docto profesor de la Universidad Central que hoy goza del envidiable


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privilegio de embargar la atencion del público y de la Academia. Si aventuro algunas reflexiones sobre el asunto de su discurso, bien sabeis que soy compelido por la costumbre, pues de grado me habría abstenido de dar mi humilde parecer en cuestiones tan escabrosas como son fijar las condiciones de la paz entre la fe y la razon, ó determinar las relaciones de la filosofía y la política en los tiempos turbados que alcanzamos, por el temor de deslizar el pié é ir rodando de abismo en abismo. En las graves controversias pertenecientes al órden moral; en las materias cerradas á la luz de los sentidos; en el mundo tenebroso de la conciencia, cuando el espíritu se trasporta de lo exterior á lo interior ó de lo sensible á lo inteligible, es muy fácil caer en error, y además peligroso, porque la cumbre y el despeñadero distan poco. El ánimo se contrista y desfallece cuando una voz tan autorizada como la del Sr. Moreno Nieto nos anuncia que la sociedad de nuestros dias atraviesa una crísis terrible, cuyo orígen señala en el dualismo de la civilizacion moderna, para unos puramente racionalista, y r efigioso-cristiana para otros. Templan el desconsuelo palabras de esperanza que brotan de sus labios, porque, filósofo y creyente, ama la concordia de la fe y la razon, y la juzga posible y áun necesaria, condenando el error funesto, ya condenado por la Iglesia, que el Cristianismo no se compadece con la civilizacion, la cultura y el constante progreso. «Un dia vendrá (dice) en que nadie osará combatir al apellido de Cristianismo lo grandes principios de verdadera libertad y el progreso humanitario. » Estas querellas, en una ú otra forma, son tan antigua~ como el mundo. En todos los tiempos hubo grandes miserias físicas y morale , crísis dolorosas, espiritualis-


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CON TEST AC!ON

mo y materialismo y sectas opuestas, cada una de las cuales pretendió ser la única poseedora de la verdad absoluta. Aun en los siglos en que los pueblos profesaban mayor respeto á la autoridad, estallaron discordias y se encendieron guerras civiles, véntilándose con las armas las cuestiones de legitimidad de los poderes constituidos, y las más graves de abolicion de las deudas ó distribucion de las tierras que removían los cimientos del órden social. Siempre hubo lucha entre el espíritu del bien y el espíritu del mal; y pues la Providencia divina salvó la sociedad de tantos peligros, miéntras por todas partes la cercaban. las tinieblas del paganismo, confiemos en que no perecerá ahora, cuando en su navegacion, al través de nuevos escollos, una luz sobrenatural le sirve de guía. El ideal de Estado cristiano que el Sr Moreno Nieto persigue y acaricia como la solucion del mayor de los problemas, ó si se quiere; del único y formidable problema de la civilizacion moderna, no tolera la confusion del sacerdocio y el imperio ó de la vida civil y la religiosa, de tan hondas raíces en la :filosofía antigua y "en la jurisprudencia romana. El gran Constantino, al hacer la paz con la Iglesia, no siempre acertó á vencer la preocupacion reinante en los tiempos del paganismo, cuando se confundían en el César los derechos de la soberanía temporal y del supremo pontificado. Algunas veces nos le presenta la historia tan lleno de celo y tan poseído de su autoridad, que parece el árbitro y regulador de las cosas divinas y humanas, al tomar la Iglesia bajo la proteccion de los Emperadores que la defendieron de sus enemigos, castigando de igual modo la herejía y el delito, y dando á las generaciones futuras el triste ejemplo de la persecucion


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de una fe llamada á extenderse por el mundo y dominarlo, no con la espada de la justicia, sino con la virtud de la palabra. Este fatal consorcio duró toda la edad media, prevaleciendo el imperio ó el sacerdocio con autoridad absoluta, hasta llegar á los tiempos no muy remotos de la concordia entre ambas potestades. Ved si no cómo en el siglo VIII resucita el Imperio de Occidente en la persona deCarlo-Magno. La·unidad carlovingia es un recuerdo de la dominacion universal que se atribuyeron los Césares, y no la verdadera unidad de los pueblos cristianos. Existen dos poderes, reina la armonía entre el Papa y el Emper.ador, aquél es la cabeza y éste el brazo de la Iglesia; pero la Iglesia se halla todavía bajo la tutela del Estado. Gregario VII en el siglo XI concibió el deseo de emanciparla y la emancipa; pero no contento con obtener su libertad, aspira á la supremacía del poder espiritual. La Roma cristiana pretende eclipsar la gloria y la fortuna de la Roma pagana, y desde lo alto del Capitolio dictar leyes al universo. En el siglo XIII ocupa el solio pontificio Inocencia III, á cuyos piés depositan sus coronas y rinden vasallaje los reyes más poderosos de la cristiandad, como si el Vicario de Jesucristo y sucesor de San Pedro fuese tambien el heredero de los Césares. El Sumo Sacerdote es el sumo imperante, el poder espiritual resplandece como el sol, el temporal d~spide una luz tan pálida como la luna, y ante la Iglesia que representa la monarquí~ universal, se eclipsa el Estado, pues sin fuerza y majestad no hay soberanía. Por eso dudo si debemos buscarel verdadero ideal del Estado cristiano en el corazon de la edad media, no

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siendo fácil fijar en este largo período de la historia el momento en que se estableció la concordia entre ambas potestades; y si por acaso mediaron alguna vez pactos de alianza é hicieron causa comun el poder civil y el religioso, más que paces definitivas fueron treguas pasajeras. En esto me fundo para creer que el ideal ó la perfecta concepcion del Estado, como dice el Sr. Moreno Nieto, no queda atrás, sino que está adelante, en un porvenir desconocido hácia el cual camina la humanidad. No habiendo recibido del Cielo el don de las profecías, no osaré afirmar, siguiendo la opinion de algunos filósofos contemporáneos, que la humanidad esté predestinada á constituir un solo cuerpo con una sola alma, realizándose el ideal cristiano mediante la union íntima de la Iglesia universal y el Estado universal, es decir, la organizacion política del mundo regido por el mejor de los gobiernos, á cuya sombra florecerá el reinado de la paz, del derecho, de la justicia y la caridad en toda la redondez de la tierra; dulces esperanzas que nos traen á la memoria las ilusiones de los milenarios, confiados en el advenimiento del reino temporal de Jesucristo, período de felicidad terrestre en la nueva Jerusalen, patria de los santos. Alternan en la vida de los pueblos las calmas y las tempestades. El siglo presente es por demas borrascoso, aunque no tanto como otros, en los cuales llegó la desesperacion al extremo de tener por cierto los buenos cristianos el fin próximo del mundo .. El cielo se apiadó de los hombres, y los males de la sociedad, si no se curaron de raíz, cedieron á la virtud de los remedios. ¿Por ventura es una ley necesaria que la fe y la razon corran á dos opuestas vertientes? ¿Siempre han de ser enemigas la religion y la filosofía? ¿Toda filosofía será


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racionalismo, y todo racionalismo degenera en panteísmo? ¿La libertad de pensar implica la negacion política y la negacion religiosa? ¿Nunca habrá paz duradera entre la Ig1.esia y el Estado? ¿Tampoco entre la autoridad y la libertad? Ved, señores, que no disimulo las dificultades del gran problema hoy sometido á vuestro exámen, y no temo incurrir en censura, si digo que pues el Estado es un organismo, el ideal del Estado encierra la solucion de un problema social. No espereis de mi pobre ingenio respuesta satisfactoria á cada una de las preguntas anteriores; y aunque alcanzase tanto, apénas bastarían· cien volúmenes para plantear las cuestiones indicadas, que no digo resolverlas. Sin embargo, no puedo resistir la tentacion de añadir algunas palabras, siquien. para consuelo de los flacos de espíritu á quienes acongoja este torbellino del mundo. Léjos de ensar que la fe y la razon hayan de ser perpétuamente hostiles, abrigo la esperanza de que pueden y deben reconciliarse en interes de la Iglesia y del Estado. La fe no se opone á la ciencia, ni la razon natural á la revelacion divina, porque es una la verdad. La prenda más segura del órden moral es la fe, porque un pueblo que no cree en Dios, en la existencia del alma y en la vida futura, carece de la nocion exacta de lo justo y lo injusto, abusa de sus derechos y menosprecia sus deberes; y rotos los vínculos de la obediencia y disciplina, al órden legal sucede de pronto la anarquía, y más tarde el imperio de la fuerza. Si no hay antagonismo entre la fe y l_a razon, claro está que tampoco puede haberlo entre la religion y la filosofía, hermanas inseparables. Ambas aspiran á la posesion de la verdad absoluta por distintos caminos: ambas '12


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vivieron en amigable consorcio durante los primeros siglos de la Iglesia, de un modo tan visible, que los Santos Padres fueron los mayores filósofos de su tiempo. Ahora parece que toda filosofía es sospechosa á cierta escuela de fervientes católicos que negarían el agua y el fuego á los filósofos y los expulsarían de la república cristiana, si estuviese en su mano, como reos confesos de racionalismo, es decir, de panteísmo, y por tanto de materialismo. No hay justicia rii caridad en este linaje de acusaciones. Los grandes sistemas filosóficos que agitan el mundo pueden reducirse á tres principales: el espiritualismo, el materialismo y el escepticismo. La doctrina espiritualista es el oro que apartamos de la escoria; y sería insensato condenar toda filosofía, porque la verdad se encuentra mezclada con el error. San Agustín se aprovechó de la :filosofía de Platon, y Santo Tomás de la de Aristóteles para exponer con método y claridad los principios del Cristianismo y derivar sus consecuencias segun el espíritu del Evangelio; y aunque filósofos estos grandes doctores de la Iglesia, todavía se veneran en los altares. Dicen otros que la libertad de pensar provoca la anarquía de las opiniones y la insurreccion de las inteligencias, perturbando la sociedad, y causando la ruina de todas las autoridades y de todas las tradiciones. Los que así discurren y combaten la libertad del pensamiento son, á su modo, libres pensadores. Hacer uso de la razon como un medio de llegará la verdad, es un derecho que tiene su orígen en la libertad moral, fuente de todas las libertades; y en cuanto derecho propio de toda humana criatura, no se puede convertir en privilegio de ninguna clase, secta ó escuela sin proclamarla infalible.


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La libertad de pensar no es una a:firmacion ó negacion, sino el exámen de cierta doctrina para distinguir la verdad del error. En materia de fe, el :filósofo católico somete su juicio á la autoridad de la Iglesia, porque su razon se contiene con el freno de la conciencia. Otro que no acepte el supremo criterio de la revelacion divina, no será convencido de su ceguedad con textos de los libros sagrados, y le harán fuerza argumentos sugeridos por la :filosofía, cuya luz es la razon natural elevándose del mundo visible á la contemplacion del invisible. Los apologistas de la religion cristiana que :florecieron en los primeros siglos de la Iglesia, eran muy versados en las letras divinas y humanas, y emplearon, segun lo pedia la ocasion, ya las armas de la crítica, ya los argumentos de autoridad. Si el Estado es una institucion divina, si tal como le vemos constituido refleja el ideal divino del Estado, omnis potestas a Deo será el único título de legitimidad de las monarquías absolutas de la edad media y de alg1:1nas modernas que se apoyan en la tradicion. Sin duda esta máxima del derecho público robustecía el principio de autoridad con la sancion religiosa; pero en cambio anulaba toda libertad para variar las formas del gobierno y toda responsabilidad de los poderes establecidos que, no reconociendo superior en lo temporal, propendian á lo arbitrario. La libertad oprimida se refugió en el seno de la :filosofía que comunicó su espíritu innovador á la política, y movida la opinion, los pueblos levantaron la bandera de la soberanía nacional. Los conflictos de la autoridad y la libertad se sucedieron con frecuencia por falta del necesario equilibrio que constituye el órden legal, verdadero punto de reposo de


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los Estados en los cuales el poder supremo se halla dividido. Si las teorías políticas favorables á la expap_sion de la libertad descienden de sistemas :fi.losó:qcos que no admiten la fe ni la esperanza en la vida futura, y además tienden á reconocer en el individuo derechos incompatibles con la unidad y la fuerza del JÚtado, los pueblos, sedientos de goces materiales, se precipitan por la pendiente del socialismo y del comunismo. En suma, señores Académicos, la sociedad está enferma, pero no e·n peligro de muerte, porque sus dolencias no son incurables. Al orgullo de la razon opongamos la humildad que conviene á nuestro limitado entendimiento, acatando la revelacion como criterio de la verdad sobrenatural: al positivismo, el panteismo, el mater.ialismo y el escepticismo, una :filosofía espiritualista derivada de los eternos principios de la religion cristiana: al divorcio de las potestades espiritual y temporal, su íntima alianza: á. la autónomía del individuo, la soberanía del Estado, y el brazo armado de la ley modere el ejercicio de la autoridad y la libertad. Direis que pido mucho y aconsejo remedios de difícil, si no imposible ejecucion; mas como mi docto amigo corre en pos de un ideal, merezco disculpa si su idealismo me ha contagiado. El horizonte está oscuro, y las nubes preñadas de tempestades; y con todo eso fio del instinto de conservacion de los pueblos y del secreto impulso que suelen llamar las corrientes del mundo ó la fuerza secreta de las cosas, que vendrán, no sé cómo ni cuándo, días apacibles y serenos. ¿Quién de los vivientes en el centro de la edad media habria adivinado el desenlace del sistema feudal? La libertad, que en manera alguna está reñida con el


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catolicismo, porque el dogma y la moral de la religion cristiana son la fuente ,pura de todas las virtudes públicas y privadas, así como del derecho y la justicia; la libertad, que á pesar de sus extravíos, es un principio de vida y la respiracion de la sociedad moderna , es tambien la única senda practicable para acercarnos al ideal del Estado, cuya organizacion será tanto más perfecta, cuanto más se aproxime á la del hombre. La filosofía aplicada á la política, es decir, las ciencias de nuestra particular vocacion, despedirán rayos de luz que tarde ó temprano se reflejarán en las leyes, las costumbres y las instituciones. Desde hoy contamos para esto en el seno de la Academia· con un nuevo y esforzado adalid y ardiente polemista en el Sr. D. José Moreno Nieto, á quien daré gustoso en vuestro nombre y en el mio, por su llegada la bienvenida, y por su discurso la enhorabuena.



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DISCURSOS LBfDOS ANTE LA

REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS , FÍSICAS Y NATURALES EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA

DEL

EXCMO. SR. D. MANUEL BECERRA el tlin 16 de "liayo de 1886

MADRID LIIPRE:\TA DL LA VIUDA É IIIJO DE D. F.. AGUADO

Calle de Po11tejos, 8

1886



DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. MANUEL BECERRA



Permitidme que empiece recordando las palabras de un filósofo inglés, el cual, t1·atando de las relaciones entre el sentimiento y la inteligencia, afirma lo que de todos, por experiencia, es conocido: que rara vez la última llega á dominar al primero; mientras que, por el contrario, el estado emocional, de tal suerte se sobrepone á las facultades puramente intelectuales, que sofoca y ahoga la reflexión, y no permite expresar con la palabra más que una pal'te muy pequeña de lo que se siente. Y no obedece esta cita, como me haréis la justicia de creer, al deseo de alardear de una erudición de que carezco; pues sería locura, cuando no impertinencia, abrigar ahora tal pretensión, y manifestarla en este sitio delante de vosotros, que, con bondad para mí inapreciable, me habéis elevado á compañero vuestro, cuando apenas hubiera yo osado pretender el día antes que me admitierais de discípulo. Las palabras de Spencer, que me he permitido reco1·daros, únicamente envuelven una súplica, y es la de que continuéis dispens:índome vuestra benevolencia, por si, como es casi seguro, no acierto á expresarme t

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como yo desearía, debido á la emoción que en estos momentos embarga todo mi ser: tal es la honra que me habéis conferido al permitirme desde hoy sentarme entre vosotros y formar parte, aunque en verdad muy insignificante, de estos Centros del saber, que representan, según frase feliz de un geómetra francés, la Magistratum de la Ciencia. Puestos de esta especie, conquistados por la voluntad ó la opinión de personas tan ilustres por su inteligencia como respetables por los servicios prestados á estos ramos del humano saber y á su patria, sirve~ de estímulo á la constancia en el trabajo, con el fin de poder corresponder á la confianza que en el individuo haya depositado la colectividad el día en que la suerte le favorezca, tanto como le ha favorecido al que ocupa vuestra atención en los momentos actuales; pero, por lo mismo que tan grande importancia tienen, ni ostensiblemente se solicitan, ni siquiera en el sagrado de la conciencia se puede aspirar á ellos sin sobresalto de la modestia. Como corroboración de aquel proverbio de que no hay rosa sin espinas, en medio de la satisfacción que siento al mostraros mi gratitud, asáltame honda pena, al pensar si vuestra bondad hacia mí os habrá hecho equivocaros, determinando que venga yo á ocupar un puesto que tanto aprecio, en perjuicio de persona más digna de obtenerle, y, especialmente, en detrimento de la ciencia, á la que habéis consagrado vuesti·os desvelos: de esa diosa que exige de sus amantes tanta inteligencia como constancia: Algo me consuelo y animo, sin embargo, al considerar que á nadie puede exigirse que haga más de lo que le sea posible, como . á ello estoy yo decididamente resuelto; porque, si es deber de ~odo hombre honrado pagar las deudas contraídas, á fe de tal os aseguro que he de hacer cuanto de mí dependa para que no tengáis que arrepentiros de vuestra elección; siendo, por otra parte, tan grande mi


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gl'atitud hacia vosotros, por el fayor que generosamente me habéis otorgado, que ni palabras adecuadas para expresárosla con propiedad me ocmren en este momento. Básteme decÜ'os que, como entiend~ que en las relacismes amistosas, ó que afectan al corazón, el primer favor recibido jamás queda bastante pagado, en deuda con vosotros he de considerarme siempre, dispuesto á satisfacerla, como las deudas del alma se satisfacen entre compañeros leales, y ya inseparables por toda la vida, consagrados al culto de una común idea científica y al logro feliz de noble y desinteresada empresa. Cumplido este mi primer deber hacia vosotros, séame· permitido c~~pFr otro no menos sagrado, que, si bien acibarado poL· el dolor, produce la satisfacción de una co_nciencia honrada, pa_tentizando que l~s recuerdos, así de amistad como de admiración, que un día se tributan á. la per~ona cuya mano hemos estrechado con afecto de sincera amistad, no desaparecen, ni aun disminuyen, porque el individuo á que se refieren haya pagado el postrer tributo á la aturaleza, ó la tremenda obligación que con ella confrajimos al nacet·. ¡Qué desgr-acia para la ciencia! ¡Qué pérdida para nosotros! ¡Qué dolor tan sensible para el que viene á ocupar la silla que dejó vacante en esta ilustre Corporación mi antiguo amigo D. José Subercase! Con el fallecimiento· de tan preclaro vat·ón perdió la ciencia uno de sus obreros más incansables: ingeniero distinguido, ilustrado profesor de Cálculo infinitesimal, de Geometría descriptiva, de Construcción de ferrocal'riles, y de Hidráulica: un hombre, en suma, que hasta en sus últimos momentos no consintió que el siglo, con la velocidad vet·tiginosa del en que v~ vimos, le dejara atrás, y que estuvo siempre al corriente de cuanto en extranjero como en el patrio suelo se publicaba ó se descubría, concerniente á las ciencias físico-matemáticas. En él perdiste.is un leal amigo, al cual nadie aventaj~b_a en calmlle-


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rosidad: muchos un antiguo· compañero, y otros un antig·uo maestro; y todos, en fin, un hombre que, si debía considerarse honrado ocupando un puesto entre vosotros, también, por sus excepcionales condiciones intelectuales y de carácter, honraba á la Corporación á que pertenecía.

Pero la pérdida más sensible fué para. el que tiene el honor de hablar en este momento; puesto que se ve privado, á la par que del fiel amigo, del ilustrado c9nsejero, que tanto le ayudó en otros tiempos y podía ayudarle todavía con su bondad y vasto saber . . ¡Ah, señores! Permitidme que por breves momentos os moleste dando respiro y expansión á mi ánimo atL·ibulado. Porque, en verdad, es muy errónea la preocupación de los pocos ó muchos hombres irreflexivos que creen, ó aparentan creer, que los demás hombres entregados al estudio, á las investigaciones abstrusas de la alta :filosofía, ó de los superiores conceptos matemáticos, lo dedican todo á la inteligencia; que no l~s queda más que frialdad para los afectos; y que su corazón sólo late por efecto de causas y acciones puramente físicas. ¡Qué error! , in afectos profundos, ¿qué sería la vida? No valdría la pena conservarla. Sin grandes ni nobles pasiones, ¿cómo habría hombres que se dedicaran á la ciencia? ¿Cómo tantos que por ella se han sacrificado y se sacrifican? Pues mártires, y muy numerosos, tiene también la ciencia, aunque jamás ha producido verdugos . Una palabra más todavía sobre este punto. Ignoro si alguien de los que me oyen ha tenido la desgracia de encontrarse en el mundo sin apoyo y privado de bienes de fortuna, y si, por lo mismo, se ha visto precisado á luchar á brazo partido con todas las dificultades y aun miserias de la vida: yo sí conozco alguno, que, haya logrado al fin valer poco ó mucho, muy poco seguramente, lo debe todo á su constancia y á su trabajo, sin que en su penosa peregrinación haya cometido


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jamás acción alguna que le obligara á humillarse ante ningún otro hombre. Y digo esto, señores, para advertir á continuación que, como toda alma bien templada en las borrascas y azares de la vida no olvida nunca la más pequeña deferencia que se le haya dispensado cuando estaba en la desgracia: natural es que yo, antig·uo deudor de atencione · delicadas á Don José de Subercase, procure pagarlas como puedo, haciendo pública ostentación de mi geatitud en la solemne ocasión presente. Porque digno de añadil'se es que nunc!1 pude pagarlas de otro modo; pues, cuando debid·o á las circunstancias ó á caprichosa .fo1·tuna, el favol'ecido de oh'o tiempo se encontró en situación de podel' aprovecha1· la inteligencia del favorecedor eu sa1·\·icio del paí , y lo requil'ió á este efecto, tan sólo obturn de su ~ labio, esta noble y de interesada contestación: «para mí' personalmente nada quie1·0 ni necesito; mas en favor y en prestigio del Cuerpo facultativo á que pertenezco todo me parece siempre poco, y le suplico haga cuanto le sea posible. » Extralimitándome tal vez, algo más he dicho de lo que á este acto col'responde, concerniente á nuestro difunto, pero inolvidable amigo, uberca e: lo pedía la ju 'ticia, y lo exigía la necesidad que yo expel'imentaba de consagral'le en público un recue1·do de mi afecto. Hombre, • también vosotros, en quienes el corazón no está segnrnmeute reñido con la cabeza, sin dificultad me dispensaréis lo ri.ue de impropio de esta solemnidad hayáis encontrado en mis palab1·as, en gracia de la intención que me las ha dictado. Uas á fin de no abusar con exceso de vuestrn bondad, enti·o sin más peecimbulos en materia. Preguntaba un célebl'e cl'ítico francés al fundador de la Escuela Positivista en qué consistía que, cuanto más estudiaba los sistemas filosóficos, mayor vacío encontraba en ellos, sin


rn hallar ninguno qne lo satisficiera por completo. A lo cual respondió Augusto Comte: estudia antes de filosofar. Esta contestación, tan breve como llena de profundidad, era·la expresión condensada de la siguiente idea, .cuya exactitud demuestra la historia de cincuenta siglos: que, si ha de discurrirse con provecho, que si han de obtenerse resultados prácticos, necesario es que cada generación, cada centuria, cada período, pidan á las ciencias todos sus datos para que, sirviendo de base á los juicios que se formen, se pueda tener alguna probabilidad de acierto: de lo contrario, la p_a rte más civilizada de los hombres que habitan sobre este globo continuará indefinidamente empleando sus esfuerzos en una clase de metafísica, si no completamente inútil, harto escasa en resultados positivos. Y tan extensa, en general, es ,la idea en aquella frase encerrnda, que admite aplicación completa á cada una de las ciencias que tal nombre merecen, y con especialidad á las que se califica~ de exactas, ó sea á la Lvlatemdtica, cuyo nombre, como todos lo sabéis muy bien, dado por los griegos, signilca pura y simplemente ciencia, cometiéndose, por lo tanto, en rigor hablando, un pleonasmo, autorizado por el uso, cuando_·se' d,tce la ciencia matemdtica. Pero, dejando esto aparte, porque dada lugar á una discusión no del momento, lo cierto es que no se puede tratar de la filosofía matemática, sin contar con todos los antecedentes que la historia de la ciencia nos suministra. ¡Cómo se equivocan, pues, los que, no habiéndose dedicado á esta clase de estudios, por una tendencia del espíritu humano tanto más fuerte cuanto más cerca se encuentra de la infancia de las sociedades, así como de la del individuo, atribuyen los asombrosos dl:'scubrimientos de los geómetras antiguos y modernos, de aquellas poderosas inteligencias que tan brillante estela han dejado tras de sí en la historia del ííu-inanó saber, á úna especie de adivinación, sin 1

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antecedentes, olvidando que en materia de experiencia, de reflexión, de observación y estudio, los genios á quienes tanto la humanidad debe, no han hecho, en general, otra cosa sino deducir las consecuencias que de los trabajos anteriores y de los suyos propios se desprendían! No sería del caso, ni el que tiene la honra de hablar en este momento se encuentra con fuerzas para tanto, hacer una historia del desarrollo y desenvolvimiento matemático desde las primeras sociedades constituídas hasta la fecha; pero permitido me ha de ser, y sobre esto versará mi pobre y desaliñado discurso, indicar muy á la ligera los datos indispensables pam poder discurrir con probabilidad de acierto sobre las diferentes fases ó puntos de ~v9lución porque ha pasado hasta nuestl'Os días la que los indios llamaban ciencia ele disciplina y de método. Y el asunto, aunque no más que desflorado, es de suyo interesantísimo: porque, así como sel'Ía temerario el intentar predecir todos los elementos que constituyen el sedimento producido por el arrastre de las aguas de un río, desconociendo totalmente las corrientes que hacia él afluyen, intento vano sería también querer explicar el desarrollo de la ciencia matemática sin tener en cuenta lo que á ella han aportado los diversos pueblos y unidade8 étnicas.

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Con razón se mirn á los hombres de la Península Helénica como los maestros de Europa en todos los ramos del saber, y muy especialmente en la Matemática. Pero, aunque injusta y loca sería la pretensión de trata1· de disminuir la importancia de lo que el mundo civilizado debe á la cultura griega, no •es menos cierto que todo induce á creer que sus primeras ideas r


sobre el pat·ticular fuet·ou tomadas de un pueblo cuya civiliza.ción era más antigua que la helénicn, sin que esto quiera decfr que la copiaran servilmente: cuando, por el contrario, hicieron progresar la ciencia de modo tal que probablemente ni en sueños lo vislumbraron jamás sus antecesores los egipcios. Poco se ha sabido hasta ahora, por motivos que todos conocéis, hasta qué punto llegaron los conocimientos matemáticos que poseía la raza sacerdotal del país del Nilo, antes de ponerse en comunicación con los otros pueblos, aunque el amor patrio, ó la vanidad nacional de los griegos, vino á patentizar que aquellos debían ser muy reducidos, cuando afirman que Thales enseñó á los sacerdotes de Osíris á medir la altura de las pirámides por la sombra que proyectaban: si bien no faltan egipciólogos modernos en opinión de los cuales los egipcios no hacían más que reírse de las pretensiones gt·iegas, C'onsiderándolas como entusiasmos de niños, que se admiran de los pl'imeros conocimientos adqúiridos. De cualquier manera, lo que resulta averig·uado con toda claridad es que, unos seis ó siete siglos antes de la era cristiana, los griegos se pusieron en relaciones intelectuales con los egipcios; y, para nuestro objeto, conveniente será recordar algunos antecedentes del desarrollo y civilización de estos dos pueblos en la época que aquello se verificara, é investigar, además, con qué motivo ó por qué causa los griegos pudieron penetear en Egipto: porque sabido es ya hoy que, durante miles de años, la política de los Faraones, con insistencia inquebrantable, se propuso conservar á los egipcios absolutamente separados de todos los demás pueblos, hasta el punto de que sólo había noticias de aquel misterioso país, que rayaban en lo maravilloso, dadas pot· algunos piratas. Según en aquellos remotos tiempos v:agamente se afirmaba. allí existían estatuas colosales, productoras de extraños sonidos cuando las herían los rayos del sol; tierras con


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mucho cuidado labradas; depósitos y canales de regadío que hacían aquel terreno de fe1·tilidad asombrosa; inmensas ciudades y colosales monolitos que no podía explicarse cómo la fuerza de los hombres había bastado á colocarlos donde estaban; y pirámid~s asentadas sobre amplísimas bases y cuyas cúspides penetraban en la región de las nubes. Y alguna que otra vez, muy 1·ara, hombres como Cécope y Danao, habían abandonado su misteriosa patria: y llevado á oh'as comarcas leyes, religión y principios civilizadores. Comparando la época en que floreció Thales, y en que hizo el viaje á Egipto, con lo que hoy se sabe de la historia de este pueblo , resulta que coincide precisamente con un cambio brnsco en la política de aquellos reyes. En efecto, hacia los años 660 ó 670 antes de la era cristiana Psammético llamó á los gl'iegos como auxiliares, á. fin de que le ayudaran contra_los que le disputaban el trono. Con el apoyo de los extranjeros venció á sus enemigos, y, siguiendo una polítioa opuesta á. la de sus antecesores, abrió los puertos del Egipto, y puso á éste en comunicación con los otros pueblos circunvecinos. reco, su hijo, quiso abrir un canal que uniera el Nilo con el mar Rojo, y se vió precisado á intermmpir su obra, por la tenaz resistencia, y la enél'gica oposición de la clase sacerdotal, y la no menos difícil de vencer de las supersticiones populares; y entonces dispuso que sus escuadras dieran la vuelta al Africa: viaje que les costó tres años de fatigas, y del cual quedan hartos v~stigios, perceptibles algunos todavía en España: expedición que, por los preparativos que demandaba y dificultades vencidas pal'a llevarla felizmente á cabo, supone un gran adelanto relativo, si bien ya, muchos siglos antes, Ramses, dueño de Siria, había hecho constmir un canal que uniera los dos mares, pero que estaba ya cegado por las a1·enas. Tales trabajos hid1·áulicos nadie me-


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jor que. vosotros puede apreciar lo que en la esfera del saber -suponen y significan, ya se consideren como resultados de conocimientos empíricos, debidos sólo á la espontaneidad de la, industria; ya se miren como las primeras y fecundas manifestaciones de varias ciencias. Además de la ejecución de dichas obras, y de la medición de tierras que había que verificar todos los años después de las inundaciones del ilo; de la construcción de aquéllas pirámides que, después de cuarenta ó más siglos, nada han perdido de su estabilidad, aguantando íntegms las injurias y embates del tiempo; de aquellas inmensas catacumbas; de aquellas ciudades de muertos; de aquellos laberintos subterráneos, con tal arte coustruídos que el temerario que osara entrar en ellos sin el hilo conductor, se extraviaba y perdía sin remedio, es cosa hoy fuera de duda que sus astrónomos no ignoraban los movimientos de Venus y Mercurio alrededor del Sol ó de .A.nubis, como ellos le llamaban; que conocían la manera de tl'ªzar la meridiana y determinar la altura del polo sobre el horizonte; que contaban por sistema decimal y duodecimal, refiriéndose, como unidad fundamental, al codo, con alg·una modificación, adoptada por los griegos; que habían hecho observaciones, de mérito no despreciable, referentes á la estrella Sirio, cuyo nombre se deriva de Osiris, en torno de la cual suponían que giraba todo el Universo; que atribuían al año una duración de 365 días, y de 366 cada cuarto año; que de aquellas observaciones dedujeron su famoso período de tiempo de 1.460 años, llamado Sothiaco; y que estudiaron con mucho cuidado la salida y postura heliacas de la estrella antes mencionada) conduciéndoles esto á la idea, ó preocupación todavía subsistente, del pe dodo canicular. Indicado muy á la ligera, como el caso lo exige, cuál era ~l e,stado de cultura de Egipto en la época en que Thales visi-


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tó aquella comarca, sabido es también cuál era el de Grecia por el mismo tiempo, resultando, por lo tanto, que la Península Helénica, ó, por lo menos, los primeros hombres que en ella tan justo renombre alcanzaron, como· Thales, Pitágoras, Platón, etc., por ley de sucesión, recibieron los primeros gérmenes del saber en la escuela egipcia. Pero la familia helénica, sin duda de las más inteligentes que la historia menciona, fué discípula tan aprovechada que, cumpliendo la ley del progreso, tardó muy poco en adelantarse y sobreponerse á sus maestros, por }o menos en el género de especulaciones de nuestra competencia y que han de formar el fondo de este discurso. Las nociones de extensión y de tiempo son las primeras y las fundamentales, acaso Hnidas á la de movimiento, que se imponen á nuestro juicio, y de ahí la clat·idad con que al en. tendimiento se presentan. Pero no es aventurado afirmar que hay equivocación grave en suponer que de ello primordial y como espontáneamente nació la idea de escudriñar las leyes que dentro del espacio y del tiempo se verifican. Respecto á los núme1·os, es seguro, y hoy mismo nos lo confirman los pueblos- más atrasados en el camino del progreso, que allá, cuando los hombres se reunieron en las épocas prehistóricas, supieron ya contar lo necesario para sus necesidades; sólo que de esto á un sistema cualquiera de numeración, y de aquí á descubrir la aritmética de posición que hoy conocemos, hay mucho camino que· andar, y han tenido que transcurrir muchos siglos y bajar muchas generaciones al sepulcro antes de conseguirlo. En cuanto á la Geometría, el significado etimológico de su nombre dice bien claro cuál fué su origen: medición de tierra, tomada en el sentido de terreno; pues mal pudieron pensar en la medida del Globo que habitamos aquellos que pertenecían á la infancia de las sociedades. De aquí resulta la, confusión que hoy existe, etimológicamente hablando,


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entre las dos ciencias, designadas con los nombres de Geometría y Geodesia; pues aunque el de la segunda significa propiamente medición de tierras, su objeto, en realidad, es el que el nomb!'e de la primera indica. Dedúcese de lo expuesto, que la Geometría nació rudimentaria en Egipto, si al Egipto no fué transportada de otros pueblos que .no conocemos, no con fin especulativo, sino simplemente práctico, y para satisfacer las necesidades de la vida; y que por elaboración intelectual de los mismos egipcios, y merced al genio helénico, se convirtieron en ciencia especulativa, pero concreta, aquellas pl'imeras observaciones y conocimientos sobre las propiedades de la extensión, adquiridos sobre el terre~o, al tiempo de realizar alguna empresa civilizadora, de índole mucho más práctica que teórica, y obedeciendo por de pronto al aguijón estimulante é irresistible de la necesidad.

II. Llegamos al rico período geiego de diez centurias, que empieza en Thales y concluye en Hipathia, de fantasía, sí, pero también de análisis, y de investigación y progreso cientí'fico, tan fecundo y brillante, que con dificultad se encontrará otro que más lo sea en la historia. Grecia, en comunicación con el Oriente en más de una época, se encargó de trasmitir á la bál'bara Europa los conocimientos que tomara de la región de la luz; pero, en puridad de verdad; cualesquiera que ellos fueran, si tenían importancia desde el punto de vista de evolución de la ciencia, bien pequeña debió ser en parangón de los que el mundo civilizado debe propiamente al pueblo heleno. Como al examinar este período no sería propio del caso narrar la histol'Ía de la ciencia., sino tomar los datos necesa-


rios para encontrar la explicación adecuada de los diferentes términos_de su evolución, no cabe el poner siquiera una lista de los ilustres geómeteas que florecieron durante lo que se llamó la · 6poca antigua, y habremos de circunscribirnos á un mí.mero cortísimo de los que, por su importancia, puede decirse que representan lo más notable 6 saliente. Prescindiremos, pues, por completo de hombres tan ilustres como Anaximandro, Anaximenes, Parménides, Hiatas de • iracusa, Efanto, Anaxagoras, Filolao, Archaytas, Eudoxio de Cuido, Dinostrato, Endemio de Rodas, Filón de Bizancio, y tantos otros; y, aun de aquellos má." notables que hay necesidad de citar, no :iendo posible hacei· un examen de los trabajos y conqcimientos que les son debidos, sólo se señalarán algunos rasgos indispensables. Thales de Mi1eto, fundador de la Escuela Jónica, á su vuelta de Egipto, enseñó á medir las alturas por medio de las sombras. Se asegura que explicaba la cau a de los eclipses del Sol y de la Luna, y á él se debe el teorema de la proporcionalidad de los lados en los friángulos semejantes. El famoso Pit:igoras , oriundo de Tiro, nacido mucho después, y que se trasladó á Italia, donde estableció su escuela aparte de sus ideas místicas y teocráticas, aportadas del Egipto, es conocido en la ciencia por el famoso teorema que lleva su nombre referente al cuadrado de la hipotenusa y á la suma de los cuadrados de los catetos, de cuya propiedad tanto se han aprovechado los geómetras antiguos y modernos, por más que este teorema, que muchos han tenido y tienen por g·eneral, no sea más que caso muy particular de otro, también muy sencillo, lo cual constituye una de tantas comprobacio ues de lo que antes afirmamos: que rara vez es dado percibir, aun á los mayores genios, toda la generalidad ó alcance de las teorías por ellos descubiertas; y que, por el contrario, frectien-


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temente no han entrevisto sino casos particulares, muy importantes por las consecuencias inmediatas que de ellos se deducen, pero que no comprenden una teoría tan general como los resultados ulteriores de la ciencia ponen de manifiesto. Al mismo Pitágoras se le atribuye también la tabla d~ multiplicar:, que lleva su nombre, y que puede considerarse como la primera exploración de una serie de dos entradas. Más notable es aún, si cabe, su teoría del movimiento de la Tierra y de los planetas alrededor del Sol, habiendo rechazado por absurda la admitida por sus antec~sores sobre la inamovilidad de aquella. Sus ideas místicas sobre las propiedades misteriosas de los números no son en el fondo oteas sino las que muchos siglos después manifestó Pascal: sólo que en la mente de Pitágoras adquirían la forma ó el aspecto de su época, ó, mejor dicho, de los prejuicios que había recibido de la casta sacerdotal de Egipto, al mismo tiempo, que sus conocimientos científicos. Suya es también la opinión de considerar á Venus comp Lucero de la mañana. Las armonías de los números y las que observaba en los sonidos musicales informaron su idea de considerar á la Música como parte de las Matemáticas, y las distancias entre los , planetas entonces conocidos y el Sol determinadas por armonías musicales. Pitágoras, en fin, dejó muchos discípulos, entre los cuales merece contarse muy en primer término, por lo que le sostuvo y ayudó en sus trabajos, su mujer, la bella Théano, filósofa, música, geómetra, y que además escribió la vida de su marido. Hipócr~tes de Chio merece citarse por ser el prin;iero que halló la cuadratura de las famosas lúnulas que llevan su nom-


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bre, y el que redujo la duplicación del cubo á la inserción de dos medias proporcionales enti'e dos long·itudes dadas. Tratándose de la ciencia griega, natural parece no dejar en olvido el nombre de Aristocles, conocido con el inmortal apodo de Platón, así por la gran influencia que sus teorías filosóficas ejercieron y aun ejercen en el mundo, y por la conexión que tienen con las de los primeros padres de la religión dominante, como por el brillo que alcanzó la Academia por él fundada . Prestó grandes servicios á la Geometría, aunque ninguna obra suya sobre el particular se conserve; recomendó á sus discípulos que frabajasen sobre las secciones cónicas; fué el primero que enseñ1 el método de investigación que consiste en suponer, por de p1·onto, resuelto el problema de que se trate, y en deducir, después por rigoroso raciocinio, el conocí-• miento de la incógnita que se busca; y también, se afanó mucho, en las investigaciones referentes á los lugares geométricos. Los azares de su vida, harto accidentada, no son propios de este momento, y, en obsequio á la brevedad, hay que prescindir de ellos. Limitarémonos, pues, á recordar que, después de haber estudiado la Geometría con Teodoro, fué á establecerse en Egipto para instruirse en la Astronomía: lo cual demuestra bien á las claras que en su tiempo los griegos no desdeñaban confesar que algo tenían que aprender de los egipcios. Aunque no se conserva de Aristarco de Samos, discípulo de la escuela pitagórica, geómetra y astrónomo distinguido, más que un pequeño tratado de las distancias del ol y de la Luna, por el ilustre Arquímedes, el Jewton de los antiguos, sabemos con bastantes detalles que sus teorías astronómicas eran sustancialmente las de Pitágoras . Y, al observar la claridad con que se expresa en este punto, no puede menos de ocurrir á la mente una reflexión bien triste, y aun un problema para. la Filosofía de la Historia, á saber: ¡qué retroceso tan


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grande había tenido la cienc~a para que Copérnico y sus discípulos, venidos al mundo diez y ocho siglos después que Aristarco, con tales dificultades tropezaran para fundar el mismo, ó muy análogo, sistema de conocimientos astronómicos! Aristarco, como observador, determinó científicamente las distancias recíprocas y relativas del Sol, de la Luna y de la Tierra, con tal rigor, dados los medios de que disponía, que, sin ser exactas por los resultados, un historiador de la eiencia astronómica afirma que lo son por los procedimientos, y que la falta de exactitud material dependió sólo del atraso de las artes mecánicas en aquellos tiempos. Según Vitruvio, Aristarco fué también inventor de un cuadrante solar, que pudiéramos llamar esférico y que recibió el nombre de escafio.

III. Antes de seguir más .adelante, congmente me parece dar una explicación ó indicar el porqué, tratándose de la Sección de Ciencias Exactas, en su parte más abstracta, ó sea de las Matemáticas puras, distraigo vuestra atención y abuso de vuestra bondad, al refel'irme á las pet·sonas que más que todo brillaron en la Astronomía y en otras aplicaciones de la ciencia matemática. La razón que informa el procedimiento que intento seguir paréceme obvia, y es la siguiente: claro está que, después que estos conocimientos tomat:on la forma dogmática y científica, no era posible que los hombres que se distinguían en las aplicaciones de la Matclmática, no poseyeran mny á fondo esta ciencia. Pero hay más aún: si por la ley de división del trabajo, por las condiciones de la humana inteligencia, por la poca ~uración ele la vida útil del bombrn, lrn sido


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conveniente dividir una misma ciencia en difereñtes ramas, no es menos cierto que no pocas teorías importantísimas, com~ ponentes del árbol cada vez más lozano y frondoso de las Matemáticas, fueron dictadas y descubiertas por la necesidad que imponían las investigaciones referentes á distintos ramos del saber. Buen ejemplo de esto es la teoría trigonométrica, que tanta importancia.tiene en la Algoritmia general, y que, lejos de formar una parte concreta de la Geometría, como entendieron sus primitivos fundadores, figura en la más abstracta de la Matemática, en el Algebra, no habiendo logrado todavía la extensión y generalidad que le competen, ni menos producido todas las consecuencias que de ella en el trnnscurso del tiempo han de desprenderse.

IV. La Filosofía de la Historia enseña que, cuando un pueblo decae en las armas, declina igualmente en todas las otras manifestaciones sociales; así como que las t·azas más vigorosas J que más energía han mostrado para defender su independencia, ó para extender su dominio, fueron también, en términos generales, las que más contribuyeron al progreso humano. Así lo corrobora, según antes indicamos, lo sucedido al ponerse en comunicación el Egipto con la Grecia. Pero la conquista que más contribuyó a) adelanto del humano saber y á la civilización europea fué, sin ningún asomo de duda, la llevada á cabo por el hijo de Filipo el macedonio. En efecto, al ponerse en contacto la familia europea con aquellos pueblos orientales, muchas preocupaciones vinieron por tierra, viendo por sus propios ojos maravillas de industria, de saber, de refinamiento, de lujo en que jamás había soñado. Y dejando aparte, por no ser 2


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pertinente al caso, las consecuencias funestas que esto pudo tr-aer ·para Grecia, habremos de ceñimos al interés general humano y señalar como dos puntos salientes, comprobantes de la afirmación que antes hemos hecho, la fundación de Alejandl'ía por Alejandro, y de la cé¼bre Escuela Alejandrina, creada y protegida por uno de sus lugartenientes y por los príncipes ilustres, inmediatos sucesores suyos. Allí se _reunieron los sabios de todos los países conocidos; allí se compenetraron las civilizaciones de Egipto, de la India, de la Palestina, Grecia, etc.; y. luego veremos, aunque muy someramente, los resultados brillantes de aquella Escue1a, que algunos consideran como 1a antecesora del Positivismo moderno. Tampoco dejaron de tener importancia para la ciencia, aparte del valor intrínseco, del que no hemos de ocuparnos ahora, los regalos hechos por el conquistador del Asia á su maestro, el filósofo estajirita; quien, como no ignoráis_, en edad temprana abandonó su pais para establecerse en Atenas, donde asistió veinte años á las lecciones de Platón, fundando, tra~· la muerte de aquel egregio filósofo, la Escuela peripatética. Y. si es cierto que no puede citársele por haber sobresalido en la ciencia matemática, patente es la influencia que durante veinte ·sigios ejerció en la parte más civilizada del viejo continente. Ni fué, sin embargo, completamente extraño al cultivo de aquella ciencia; pues, tomando sólo de sus obras las que iá ·la ciencia en genel'al se refieren, nos encontramos al la-do de sus diez libros, que tratan de la historia de los animales, para la que tan útiles le fueron los ejemplares de todas clases que Alejandro le proporcionara, una colección de p110blemas relativos -á la Física, y algunos tratados de Mecánica • de notar los enunciados que á la y de~G.eometría: siendo muy Mecánica· se refieren. '.. .Eratóst.en.-es, el célebr~ ·bibliotecario de Alejandría, _fu,é una


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de esas inteligencias amplias y flexibles, de las que vosotros los antiguos académicos algún ejemplo conocéis y habéis tenido ocasiones frecuentes de admirar, que tan poco abundan, y que sobresalen en todas las manifestaciones del entendimiento que más opuestas parecen entre sí: hombre extraordinario, según la expresión de Montucla, cuyo genio abarcaba cuanto en su época podía saberse: orador, poeta, filósofo, geógrafo y matemático. Sus contemporáneos le llamaron el segundo Platón. Dicen los historiadores de la Astronomía que fué el inventor ó constructor de las grandes esferas armilares, de que se sirvieron durante mucho tiempo los astrónomos griegos, constl·uídas con tal arte, habida cuenta de lo atrasada que estaba la mecánica de precisión, que con ellas em factible apreciar los ángulos con error de menos de un dozavo de grado, ó de cinco minutos. Por lo demás, el aparato, en sí mismo considerado, era de suma sencillez y consistía simplemente en la combinación de varios círculos divididos, provistos de alidadas. Las dos observaciones más notables de Eratóstenes tuvieron por objeto determinar el ángulo del plano de la eclíptica con el del ecuador, dato que citaron Hiparco y Ptolomeo, y la medida de un arco de meridiano, como medio de elevarse al conocimiento de la circunferencia de la Tierra: empresa, esta última, de las más atrevidas que en la infancia de las ciencias y de las artes mecánicas podía concebirse. Fué, además, inventor de un instrumento, llamado por él mesolabio, que servía para la inserción de dos medias proporcionales, y resolución consiguiente del famoso problema de la duplicación del cubo, cuya descripción debemos á Pappo. Y, adelantándose á un ramo de ciencia de los tiempos modernos, ó á la aplicación de la Astronomía á la verificación de los hechos históricos, escribió una Cronografía, .muy apreciada de todos sus sucesores. Tan preclaro geómetra y poderoso ingenio, de la estirpe de


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aquellos á quienes parece que da encargo 1a Providencia de servir de g;uía á la humanidad· en los itinerarios del Progreso, es hoy, después de veintidos siglos, conocido de la juventud, que estudia los elementos de las Matemáticas, por su ingenioso método para hallar todos los números primos, que lleva el nombre de C1·iba de Eratóstenes. Verdad es que en esto no le cede el célebre Euclides, cuya Geometría, modelo de rigor y de elegancia, ha servido durante otros tantos siglos para el estudio de aquella importantísima parte de la Matemática, y que, aun hoy mismo, con modificaciones de escasa trascendencia, sirve de texto en centros de enseñanza de gran celebridad, en una de las naciones más adelantadas y poderosas de la Tierra. Cierto que, con autorida"d, ya se habían escrito algunos tratados de Geometría, ciencia predilecta de los griegos; pero todo lo eclipsó Euclides, recogiéndolo, ordenándolo y perfeccionándolo, con ~l privilegio de que gozan los genios. A los trece libros que componen su tratado de Geometría, añadió otros dos, medio ~iglo después de su muerte, Hypsicles, geómetra álejandrino, anteponiéndolo además lo que llamaba los Datos. Escribió también el mismo Euclides un tratado de Aritmética tal como la entendían los griegos, no desprovisto de importancia; pero que, en opinión de los geómetras que del asunto se han ocupado, no puede parangonarse con sus Ele1nentos de Geometría, admirables, tanto por su alcance, como por el orden, encadenamiento, y claridad y rigor de las demostraciones. También contribuyó mucho al adelantamiento de la teoría de las secciones cónicas, considerándolas como intersección de superficies, ·en lo que él llamaba los luga1·es. De su tratado de los porismos se carecía de noticias, hallándose el asunto velado por: impenetrable oscuridad, hasta que Roberto Simpson,


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con los pocos datos que pudo reunir, pensó en reconstruirlo; pero dejando tanto que desear en la ejecución de tan difícil empresa, que todavía hay vasta materia por aclarar, digna de la exploración de cualquier geómetra de primer orden. Según Ohasles, el tratado de los porismas de Euclides contenía en germen las teorías homográfica y de in.volución , ó, · dicho de otr-c'l. suerte, las que hoy sirven de fundamento á la Geometría superior, á cuya creación y perfeccionamiento consagraron sus vigilias Apolonio, entre los antiguos; algunos geómetras árabes, en la edad media; y, en la moderna, el lionés D~sargues, el ilustre Oarnot en su Geomet1·ía de posición, Poncelet en· su Tratado de Figuras proyectivas, y el mismo . Ohasles que introdujo la enseñanza con su obra de Geometría supei·ior: cuerpo de doctrina que presenta ancho campo ~ las especulaciones, que ningún geómetra puede desatender.

v. Siguiendo la costumbre de los matemáticos griegos de que ya hemos hablado, los sucesores de Euclides se valieron de los teoremas demostrados por este ilustre geómetra para aplicar la Geometría al Algebra, ó para demostrar por medio de aquella algunos de los problemas resueltos por ésta. Y la luz que derramó fué tan intensa, que no ha bastado á extinguirla el intervalo de veintitres siglos, al\1mbrándonos todavía con sus rayos aquel foco de donde partía: aquella cabeza tan admirablemente organizada, que, para mitigar sus resplandores, yrelegarla á segundo término, fué menester que viniera al mundo Arquímedes: hombre sin par en la antigüedad, 4e asombrosas facultades mentales, y tan grande y tan respetable como por su inteligencia exuberante y su saber inmenso, por su amor á la patria, á cuya independencia sacrificó la vida.


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Aunque pariente de Hiéron, rey de Siracusa, no consta que Arquímedes desempeñara ningún cargo público, ni que tratase nunca de hacer valer su aristocrático origen; y ¿cómo de otra manera? ¿dónde estaba el imperio bastante extenso para contener aquél inmenso genio? Los conquistadores, los jefes de grandes nacionalidades alcanzan con frecuencia brillo deslumbrador, pero relativamente fugaz y que el tiempo va disminuyendo poco á poco hasta apagarlo por completo; mientl'as que la fama de los hombres como Arquímedes aumenta en proporción del tiempo trascurrido, y durará tanto como la ciencia y la civilización sobre el globo que habi~amos. Arquímedes abandonó su pueblo natal, Siracusa, para oir en Alejandría las lecciones de Euclides; y, por grande que fuera el mérito del maestro, orgulloso debió quedar éste de haber tenido tal discípulo. Para el adelantamiento pl'Ogresivo de las ciencias, no ha sido poca fortuna el que· casi todas las obras de Arquímedes hayan llegado hasta nosotros, gracias á los cuidados de los árabes. Y á propósito de · esto, bueno será observar que, ora por fanatismo de secta, ora por falta de conocimientos en los idiomas orientales, muchos preciosos infolios yacen arrumbados en las bibliotecas, que, ó son producciones originales de los árabes, ó traducciones hechas por éstos del griego, del siriaco, del caldeo, á su hermosa lengua, y que sería muy de deseat· que los orientalistas se apresuraran á verter á las mode-l'Ilas para conocimiento de los hombres idóneos en las materias de que tratan, viniendo á llenar así los vacíos que hoy se notan en la filiación de las ideas que informan las ciencias exactas, físicas y naturales, siendo de simple buen sentido el comprender que la historia ~e la ciencia, ó sea su proceso, es la ciencia misma. • He aquí las obras cie Arquímedes de que hay varias edi-


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ciones: De la Esfera y del Cilindro. De la Medida del Círculo. De los Conoides y de los Esferoides. De las Hélices. Del Equilibrio de los planos. De la Cuadratura de la Parábola. De los Cuerpos sumergidos en un flúido. Los Lemas. Y el Arenario. i es congruente al caso, ni el que tiene la honra de distraer en este instante vuestra atención se cree con suficiencia para tratar de todos los descubrimientos que se deben áArquímedes, debiendo contentarnos, por lo tanto, con breves indicaciones á propósito de ellos. Vulgar es, por lo sabido, el método de que se valió para averiguar la composición de la célebre corona del rey de Siracusa, basado en el importante teorema, por él descubierto, del peso que pierden los cuerpos sumergidos en un flúido. Tampoco es cosa baladí, ni deja hoy de aplica11se para la industria, la famosa espiral que lleva su nombl'e, aunque in·,rentada en realidad por Conon de iracusa, á causa de haber Arquímedes estudiado sus propiedades. Conocida es, y más que ninguna otra usada todavía en la práctica, la razón que encontró de la circunferencia al diámetro; y de los libros elementales de Matemáticas, en prueba de su gran mérito, forman parte sus teoremas relativos al área del círculo, á la superficie y volumen del cilindro y de la esfera, y á la cuadratura de un segmento de parábola: problema el último que resolvió valiéndose de una progresión decreciente, y por artificios en que palpitan el empleo de las series, y el método de los infinitamente pequeños, ó de las fluxiones. · No es hoy cosa fácil imaginarse lo que sería la Matemática, si, aquella inteligencia privilegiada, que así anduvo bordeando la generación de la cantidad, hubiera fijado su penetrante atención en las consecuencias que de sú. método se deducían, y creado un cuerpo de doctrina, más ó menos completo, acerca de este asunto, parecido al que, no con mayores dotes intelec-


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tuales, pero con más experiencia, y copia mayor de conocimientos previos, fundat·on las inteligencias superiores que flo1•ecieron en el siglo XVII, y al frente de las cuales se encontraban Dercartes, ewton y Leibnitz. Su famoso Arenario, con el cual se propuso inventar una nuqieración por cuyo medio, según sus propias palabras, pudiera contarse el número de arenas que podría contener una esfera de radio igual á la distancia del Sol á la Tiérra, indica bien á las claras que aquella !util inteligencia presentía la necesidad en la ciencia matemática de un sistema de numeración, ó de una aritmética, por medio de la cual pudieran expresarse fácilmente todas las cantidades, tan grandes ó pequeñas como se quisiera. Todos sabéis, y por eso no he de hacer más que mencionarlo, la feliz idea que tuvo, después de haber hallado el área de la elipse, de considerar al elip~oide d~ revolución como una esfera deformada, y có~o aplicó al estudio del paraboloide aquella su especial y sutil manera de razonar sobre la generación y propiedades consiguientes de las superficies y volúmenes. Bien puede asegurarse que si entonces hubiera sido conocida el Algebra, no hubiese quedado para Leibnitz, Newton, los Bernuillís, etc., la gloria de haber descubierto el Cálculo Integral. Como si todo lo referido no hubiera sido suficiente para fructuoso ejercicio de tan vasta inteligencia, al célebre defensor de Siracusa le cabe también la fama de haber sido el fundador de la Mecánica teórica ó racional: ciencia, como la Aritmética, en el período más incipiente de civilización ya práctic.amente empleada, en términos más ó menos rudimentarios, según el grado de cultura alcanzado. Lo que dijimos apropósito del Egipto, con leves variantes aplicable á Siria, Babilonia, etc .• ba~ta para comprender á qué alto grado de perfección había


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llegado la Mecánica práctica~ en aquellos pueblos; pero AL·guimedes echó los fundamentos de la teórica por la de la palanca y de los centros de gravedad. VI.

Hay épocas en la historia durante las cuales un pueblo ó una comarca verifica progresos tan rápidos, sucediéndose entonces de tal suerte las inteligencias poderosas y los hombre~ de genio, que á pl'imera vista no puede explicarse el prodigio, sino comparándole á la especie de erección como espontánea, de las montañas, que surgen de los continentes y aun del fondo de los mares, como por encanto, debido á perturbaciones del globo que habitamos; y, sin embargo, ni en la Naturaleza ni en las sociedades se verifican tales espontaneidades, ni son pL·oducto los fenómenos que aducimos más que de leyes, conocidas ó desconocidas, pero que se realizan á nuestra vista, obedeciendo á la de continuidad. Este tema, que más compete á la Filosofía que á la Matemática, no sería en el fondo impropio de esta Academi~, puesto que, al fin, allá en las gran.des altul'as de la ciencia á que nos estamos refirie:c.do, Filosofía y Matemáticas se confunden; pero su desenvolvimiento nos llevaría demasiado lejos, y deseo abusar lo menos posible de vuestra benevolencia. Sólo me ceñ1ré, pues, á notar que en aquella época parece como que la Escuela de Alejandría no quería quedarse huérfana de genios, viéndose así muy de cerca eslabonados Eratosthenes, Euclides y Arquímedes: el liltimo de los cuales, como si intentara con noble ambición abarcar todos los ramos de lo que más tarde se llamó Filosofía natural tuvo también la gloria de penefrar en el dominio de la Física por el descubrimiento del principio que lleva su nombre, y por la concepción neta, de la pesantez.


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Aquella época de análisi., de investigación y de progreso científico estaba en su apogeo. La de fe y decadencia no había llegado aun. Muere Arquímedes luchando por la defensa de su patria; y poco después le sucede Apolonio de Perga, cuyo elogio puede condensarse en una sola frase: «vivió después de Arquímedes, y, sin embargo, inmortalizó su nombre.» , i hemos de creer á itruvio, sus contemporáneos le dieeon el nombre de grnn Geómetra. Cierto que la especialidad de sus estudios no fué tan amplia como la de Arquímedes, pero no deja de admirar el númet·o de obras que compuso; pues, según refiere Pappo en sus Colecciones Matemáticas, y el célebre Halley, escribió nada menos que diez y siete libros distintos, contándose entl'e ellos uno referente á la cuadratura del círculo; otro sobre las pertuebaciones de los planetas; otro de comparación entre el dodecaedro y el icosaedro inscritos en una misma esfera; y un tratado de Aritmética al estilo griego , ateniéndose á los preceptos y ejemplos del inmortal matemático siracusano. Sus teoremas sobre la intersección de una recta con los tres lados de un triángulo, y los seis puntos de intet·sección también de una recta con lo_s lados de un cuadrilátero y sus diagonales,, encierran, no sólo la teoría de las trasversales, sino una importante exploración de la homográfica y de involución, con éxito tan fecundo cultivada modernamente por Chasles y otros geómetras. Sus trabajos sobre las cónicas, que algunos llevan su nombre, son de tal importancia y revelan tanto ingenio, que, hasta muy poco tiempo ha, se dudaba que los modernos pudieran llegar á establecerlos sin el empleo del poderoso instrumento c1·eado por Descartes, la Geometría Analítica. Lo que sí puede creerse, sin gran temor de equivocación, es que, sin el conocimiento previo y detallado de las propiedades de las cónicas, encontradas por él, Juan Kepler se hubiera visto muy apurado para descubrir sus famosas leyes, cuyas


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consecuencias no es dado aun prever cuándo la Humanidad acabará de sacarlas. La importancia que dieran sus contemporáneos á sus trabajos, relativos á las cónicas, puede calcularse por el número y calidad de sus comentadores, entre los cuales merecen cital'se la bella y desgl'aciada Hipathia, Sereno, Eutocio, Tébitben-Corrá, Beni, Mose, Abalphath, Abdolmelec, y muy pl'incipalmente por Pappo, á quien se debe el conocimiento de la mayol' parte de las obras de Apolonio, como asimismo el de varios autores griegos .

VIL Al ver la serie de hombres de genio que en corto espacio de tiempo produjo la Escuela de Alejandría, diríase que la Humanidad agotaba allí todos los esfuerzos del espíritu para producÜ' esas centurias que de vez en cuando aparecen en la historia del Progreso, con brillo tan deslumbrador que apenas puede mirárselas sin sentirse desvanecido; ó que aquella célebre Escuela, á la cual tanto deben las generaciones posteriores, presintiendo la persecución que había de sobrevenirle en época prolongada de oscurantismo, quería dejar tras sí gran cosecha de descubrimientos, por si alguna familia ó raza afortunada llegaba algún día á sacarlos del olvido. En prueba de lo cual citaremos los nombres de algunos discípulos de aquella Escuela, no menos famosos que los de sus maestros, y al frente de todos el del primer astrónomo de la antigüedad y geómetra distinguido, el ilustre Hiparco, llamado el Rodio poi· Plinio, sin duda porque en Rodas estableció su observatorio, y cuyos trabajos indican bien el mucho tiempo que allí estuvo, después de haber estudiado en la Escuela de Alejandl'Ía. Ptolomeo, Theon de Alejandría Plinio el Antiguo, son los que nos dan noticia circunstanciada de las obras

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publicadas por el célebre astrónomo. Y si importantes, y de imperecedera fama, son las de Astronomía, como el «Tratado de las posturas simultáneas», el de la «Retrogradación de los puntos equinocciales y solsticiales» y .«el de los meses y los días embolísmicos», etc., no lo son menos, aunque de más humilde apariencia, sus «Doce libros de Trigonometría» ó «de sustitución de las cuerdas á los arcos »: parte de las Matemáticas que, como ya hemos dicho, además de su importancia en las aplicaciones, responde á un concepto más abstracto, más elevado de lo que se ha creído durante mucho tiempo: tanto que, á mi entender, es de todo punto necesario que los geómetras piensen seriamente en su generalización, ó en extenderla á otras curvas; sin dejarla circunscrita al círculo: con lo cual, sin perjuicio de nuevas aplicaciones, y de darla la amplitud que corresponde á sus fundamentos matemáticos, me parece poco aventurado afirmar que se encontrarían inesperadas facilidades para la .resolución de cuestiones trascendentes, del Cálculo Integral sobre todo, especialmente en cuanto se refiere á las funciones elípticas. Uno de los libros de Hiparco, no llegado hasta nosotros, y por el que empezó á darse á conocer, fué el «Comentario de Arato», escrito en verso. Conocido es de todos los hombres de ciencia, y muy principalmente de vosotros, su célebre y en la historia primer «Catálogo de Estrellas»; pues si antes de él existían los de Arato y Eudoxio, como las observaciones en que se fundaban no habían sido hechas por los autores cuyos nombres llevan, sino por otros más antiguos, y por procedimientos muy poco· escrupulosos, estaban plagados de errores; y precisamente el intentar rectificarlos dió margen á la formación del de Hiparco, que más tarde Ptolomeo adoptó sin ninguna· variante sustancial, como expresión de lo más perfecto por entonces en la materia conocido.


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Hiparcd, como todos los grnndes genios que brillaron en la Astronomía, modificó los instramentos antes de él en uso y los creó propios para las observaciones astronómicas: así es que además de la esfera armilar de Eratosthenes, empleó otro de propia invención que llamó dioptra. Su descubrimiento de la Trigonometría le sirvió además para poder pasar sin grandes dificultades de las coordenadas ecuatoriales á las eclípticas. Y, al intentar reducir el origen común de ambos sistemas al punto equinoccial de primavera, tuvo necesidad de determinar la posición de éste en el cielo, y de aquí su primer gran descubrimiento: la precesión de los equinoc~ios, y, como secuencia inmediata, la determinación de la duración del año. Para dar idea del mérito grande de estos trabajos, un historiador de la ciencia advierte que, habiendo escrito Ptolomeo 285 años después de Hiparco, para fundar sus teorías toma como definitivos los datos que su ilustre antecesor le legara: lo cual prueba, dicho sea de paso, que no tanto se distinguió Ptolomeo por sus dotes especiales y sobresalientes de observador, com"o por otras muy apreciables de organizador de la ciencia, con materiales acopiados ya por sus predecesores. Hiparco admitía que el Sol y la Luna describen círculos al rededor de la Tierra, pero cuyo centro no coincidía con el de ésta. En obsequio de la brevedad, y por ser perfectamente inútil entrar en detalles que vosotros tenéis olvidados por demasiado sabidos, pasaremos por alto sus trabajos para determinar la excentricidad y la línea de los ápsides de la órbita del ::::;ol, y los análogos que también emprendió, concernientes á la órbita de la Luna, si bien éstos más incompletos que los referentes al rey de nuestro sistema. o fueron menos notables sus estudios sobre las paralajes del Sol y de_la Luna, y los relativos á los planetas que entonces se conocían. De las brevísimas indicaciones que dejo apuntadas, se des-


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prende una proposición, ya anticipada al principio de este discurso: que si el concepto matemático, mejor dicho, que si las leyes matemáticas han de ser abstractas y obedecer á la idea ó razón fundamental de la ciencia, las verdades que han de servir de datos para el descubrimiento de las leyes filosóficas de la misma, no se desprendieron, ni pueden nunca desprenderse, de conceptos á pr·iori; sino que proceden, ó se originan, de las necesidades por hombres de genio experimentadas, al penetrar en el vasto campo de las aplicaciones concretas. Así, por ejemplo: Hipafoo, al sustituir á los arcos las cuerdas que los subtienden, y que más tarde los árabes habían de convertir á la Trigonometría, seguramente no pensó en el alcance que tiene esta parte de la Algoritmia matemática, ni en su enlace con otras funciones trascendentales, como lo demuestra el Algebra moderna; sino sólo en sustituirá los arcos que miden los ángulos las líneas rectas que, como cuerdas de aquellos, produjeran las medidas de éstos.

VIII. Se deduce con facilidad de lo expuesto que, ya por el origen de donde procedían los rudimentos de su saber , ya por los caracteres especiales del genio helénico, ya, también, por la riqueza de la lengua griega, si los progresos, sobre todo 1·especto á la Geometría, fueron tantos y tan asombrosos como todos conocéis, en la época á que nos referimos, lo que se refiere á la medida, al abstracto, al concepto fundamental del tiempo era, si no desconocido , como ya hemos visto que no, por completo deficiente. Lo que dicho queda al tratar de Euclides, Arquímedes, ~polonio, Hiparco, etc., patentiza la neéesidad que sentían aquellos 110mbres de genio de crear algún


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sistema algorítmico que fuera más abstracto, y por tanto más general que todo lo referente á la extensión figurada. Es posible, y aun probable, que sin la idea justa que tenían los griegos de la riqueza de su bella lengua hubieran hecho mayores esfuerzos de los que realmente desplegaron para llegar á nn sistema de nl?-meración más adecuado al concepto matemático que el que ellos poseían. De cualquier manera que sea, el dedicarse á colmar este vacío le valió á Diofanto el nombre de insigne matemático, y el que algunos le atribuyeran la gloria de sel' el fundador del Algebra, aunque este nombre sea de origen ál'abe, habiendo geómetras modernos, tan eminentes como Gauss y Legendre, que han dado el de diofantina á cierta rama de análisis particular, empleada al trata1· de la teoría de los números. La noticia más importante que poseemos de la vida de Diofanto, es la comprendida en el enunciado de un problema, que figura en todas las obras elementales al tl'atar de las ecuaciones de primer grado, y que no es más ni menos que el epitafio que había sobre su tumba. Su obra principal tiene por objeto encontrar soluciones racionales, en problemas de cierto carácter indeterminado, que, aunque á la Geometría se refieran, pertenecen siempre en su esencia á la Teoda de los úmeros; y también en otras cuestiones que corresponden á ecuaciones determinadas de primero y segundo grado, teniendo buen cuidado en este caso de elegir los números de tal suerte, que lo que, en último término, ha de aparecer debajo del signo radical, sea un cuadrado perfecto. De los doce libros que escribió Diofanto sobre tan complicada materia, seis se han perdido; y los comentarios que de todos ellos hizo la ilustre Hipathia tampoco se sabe cuándo desaparecieron: siendo de suponer que los que llevaron su saña, su ferocidad ó su fanatismo, hasta acabar con la vida. de


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aquella ilustre mujer, no fueran tampoco más respetuosos con las obras que su ingenio produjo.

IX. Tenían por objeto las «Colecciones Matemáticas» de Pappo, geómetra también alejandrino, y célebre comentarista, ofrecerá los de su tiempo, en compendio sucinto, las obras más important_es de los antiguos geómetras, con los comentarios indispensables para su fácil inteligencia. Y claro está que no sel'Ía buen comentarista quien á su cargo tomó tan grave empresa sin ser geómetra distinguido; y, en efecto, no se contentó con aquel papel, sino que dió á luz.varios teoremas por él descubiertos. Sin gran esfuerzo, ó demasiada exageración, pudiera decirse de Pappo que fué como predecesor ó nuncio de Monge, sin que esto rebaje en nada el mérito del célebre francés, creador de la Geometría Descriptiva: pues, a] tratar de la superficie helicoidal, habla de su proyección sobre el plano h0rizontal y de las alturas respectivas, que tenían las perpendiculares bajadas de los diferentes puntos de la superficie sobre este plano, ó de lo que hoy llamaríamos proyecciones verticales. Con mayor motivo puede contársele entre el número de los geómetras que más contribuyeron á crear la teoría de la involitción, por sus muchos é importantísimos teoremas referentes á la de las trasversales; no siendo menos importantes los da la teoría, difícil también, de los isopedmetros, ampliada á la consideración de los sólidos de igual superficie. Y hasta del contenido de sus obras se desprende que tuvo idea más ó menos clara de los pvlígonos estrella_dos, como la tuvo sin duda bien definida de los centros de gravedad y del movimiento de rotación de los cuerpos.


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Vieta, Fe1·mat, Descartes y otros geómeti-as importantes del siglo XVII y posteriores hablan de Pappo siempre como de matemático muy distinguido. Pero si gran servicio prestó á la ciencia con sus trabajos propios y la recopilación de que hemos hablado, y por esto es digno de señalada mención, tampoco puede pasarse en silencio el nombre de otro geómetra de su tiempo, sin que resulte luego manifiesto vacío al tratar del proceso matemático, y es el de Ptolomeo: con la diferencia de que si aquél es conocido solamente casi entre los geómetras de profesión ú oficio, éste lo es del común de las gentes provistas de rudimentos siquiera de instrucción, por el célebre sistema astronómico, de su mismo· nombre, síntesis de los más culminantes fenómenos celestes observados, y conjeturas en tiempos anteriores ya emitidas para explicarlos, prescindiendo de la interpretación racional y profunda que de ellos daba la Escuela Pitagórica. Inútil me parece, pues, detenerme á explicar el sistema de los epiciclos de que tanto se ha hablado, y que consistía, en suma, en suponer á la Tierra inmóvil en el centro del movimiento, y á los planetas entonces conocidos, incluyendo en el número al Sol y á la Luna, de:;cribiendo epicicloides por circunferencias excéntricas, cada una de las cuales se movía rodando sobre otra. Este sistema, que dominó catorce siglos, y que, en parte, tan en acuerdo estaba con la ilusión producida por los sentidos, llegó á ser mil'ado en toda la época de fe como verdad indiscutible, adquirida para la ciencia, y, lo que es más, como asunto casi dogmático: dando lugar, en razón de su falsedad sustancial, á las famosas cuestiones sobre los sistemas geocéntrico y heliocéntrico, y á sensibles persecuciones, producidas, en el fondo, no tanto por el espíritu de secta y de fanatismo religioso, como vulgarmente se cree, cuanto en mu~ cha parte por la rutina vanidosa de los que se creían doctores 3


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infalibles. Sus contemporáneos y sucesores llegaron á dará Ptolo_meo el · nombre de divino; y verdaderamente no puede negarse que fué hombre de grande y merecido prestigio científico, á quien de justicia se debe colocar entre los primeros. Porque no sólo como astrónomo, de genio sintetizador eminente, debe citársele con admil'ación y respeto; sino que también, siguiendo en esto el ejemplo que le habían dado otros astrónomos antecesores suyos, y obedeciendo á la ley de la necesidad, se distinguió notablemente como simple geómetra, según lo demuestran las proposiciones y teoremas que contiene su obra monumental, llamada por los.griegos la Sintaxis de Ptolonieo: título, que en su entusiasmo por ella, cambiaron los árabes

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por el de Almagesto, corrupción en la bella lengua de los hijos y secuaces de Mahoma del griego megistos, ó gran libro. Advierte un conocido historiador de la Astronomía que, erróneo como era, el sistema de Ptolomeo hubiera podido utilizarse ventajosamente, si, en vez de considerarle como dogmático, se hubiera adoptado el procedimiento de los egipcios, modificándole progresivamente, conforme la observación iba patentizando los errores á que podía conducir. Pero, lejos de esto, aquel sistema continuó imperando en absoluto en las escuelas, aun bastante tiempo después de publicadas las obt·as de icolás Copérnico, creando en sus investigaciones al mismo Kepler tales dificultades, que, sin la gran penetración, ingenio y constancia del astrónomo alemán, no se concibe cómo pudo llegar á verificar los descubrimientos que le inmortalizaron. Lo cual en muy poco amengua la justa fama de Ptolomeo; pues de la obcecación de sus discípulos y desatentados secuaces pequeña responsabilidad puede caberle; y, aunque a:guna le cupiere, subs~nada con creces quedaría por el mérito real, en el conjunto y en los detalles, de su obra, á la cual prodiga el autor de la Mecánica Celeste merecidos elogios.


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Uno de los descubrimientos más importantes de Ptolomeo, consignados en su Almagesto, es el de la evección de la Luna. Antes de Hiparco no se habían considerado los movimientos de este astro, sino por referencia á los momentos de sus eclipses, y para esto bastaba llevar en cuenta la ecuación del centro, sobre todo suponiendo, como aquél astrónomo, que la referente al Sol era más grande que la verdadera. Ptolomeo observó con cuidado las anomalías que de esto resultaban, y llegó á determinar la ley con bastante precisión. Estudió también el movimiento de los equinoccios, descubierto por Hiparco, y corroboró .sustancialmente las conclusiones de este grande astrónomo. Y, tratando de las tablas astronómicas, ó de los medios de predecir la situación en el cielo de los planetas, pone en claro, conforme á la opinión de Theón de Esmirna, la comunicación intelectual entre griegos y orientales, asegm~ándonos que babilonios, caldeos y egipcios los poseían mucho tiempo antes que los griegos, basados en cálculos aritméticos los segundos, y los egipcios en construcciones gráficas, más ó menos complicadas. Cierto que su Tratado de Geografía contenía graves errores, muchos de los cuales fueron rectificados por nuestro ilustre y desgraciado compatriota Miguel Servet; mas en él, no obstante, encuéntranse determinadas las longitudes y latitudes de muchos lugares, como podían determinarse entonces, así como las bases del método de proyecciones para la construcción de cartas geográficas: materias ambas de sumo interés. Y, p1•escindiendo de sus tratados de Música y de Filosofía, dignos de loa, como fundamentales casi, aunque naturalmente imperfectos, son sus trabajos sobre Cronología, Gnomónica y Mecánica.


X. La ciencia griega, que con sus leyes vivificantes tanto había alumbrado al mundo, tocaba á su término. No sólo Grecia había decaído perdiendo su independencia, y gastándose y corrompiéndose por sus conquistas en Asia, sino que la edad del análisis, de investigación y de ciencia, tocaba á su límite : la de fe empezaba. Roma, sucesora de Grecia, puede decirse que en materias de ciencia pura nada hizo, limitándose á copiar, y reproducir, ó comentar á lo sumo, lo ya descubierto y organizado por los pueblos ilustrados, antecesores suyos. Tan escaso valor daban los romanos á las doctrinas más sutiles y profundas de la Matemática, que sólo se apropiaron lo indispensable para las aplicaciones sociales; y el pobre concepto que de aquella sublime ciencia tenían, bien se comprende, sin más que transcribir estas palabras de uno de -sus hombres más notables, d·e Cicerón: «In summo honore apud

Grmcos geometria fuit. !taque nihil mathematicis illustrius. At nos ratiocinandi metiendique utilitate hujus artis terminavimus modum. » De suerte que, cuando ya el imperio vacilaba sobre su base, no había que esperar que emperadores como el español Teodosio, soldado enérgico y valeroso, con más fervor cristiano que ilustración científica, se opµsieran á las exigencias de fanáticos ignorantes que, creyendo defender una religión, que en realidad venía á regenerar el mundo, .miserablemente la ultrajaban, practicando todo lo contrario de lo que piden sus preceptos, á impulsos de su ignorancia y de sus pasiones no siempre desinteresadas. Las academias, los centros donde se hablaba de filosofía y de ciencia, fueron atropelladamente cerrados por orden de Teodo-


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sio. Pero en defensa de los fueros de la razón, de tan deplorable modo desconocidos, apareció por fortuna un campeón, de condiciones especiales y extraordinarias, como deparado por la Providencia para dar una lección al sexo viril, probándole el error en que estaba, suponiendo, al sin fundamento llamado débil, incapaz de sublimes arranques de energía. El campeón fué una mujer, orgullo de su patria, y centinela avanzado del progreso y de la cultura humana: la bella Hipathia. Hija de Theón, el celébre geómetra, fué Hipathia su discípula en Matemáticas, y el encanto de los sabios, compañeros de su padre, por su belleza, sus virtudes y su talento extraordinario. Desde muy temprana edad, la ciudad de Alejandría admiraba en ella un fenómeno de inteligencia, cuyos pasos siguió con tanto interés como entusiasmo. o contenta con recibir las lecciones de su padre, trasladóse del Egipto á Grecia, y sus progresos fueron en Atenas tan rápidos que no causó por su aventajado ingenio y el vasto caudal de sus conoci_mientos menos admiración en aquella ciudad, centro esplendoroso un día del humano saber, que en la misma Alejandría. Los filósofos y sabios, los discípulos de Platón y de Aristóteles, cuyos principios había adoptado, tenían en mucho y apreciaban en gran manera las pláticas y conversaciones con la ilustre alejandrina; porque, á su variada instrucción y singular capacidad, unía las que son como prendas características del sexo femenino: perspicacia suma para comprender, y gracia especial en el decir. Era además de tan severa virtud, que sus más encarnizados enemigos no lograron trasmitir á la posterioridad rumor alguno que pudiera empañar su nombre, á pesar de que la calumnia á nadie perdona, y de vivir en una sociedad que todo lo degradaba. Sus obras perecieron con la biblioteca de Alejandría; pero por sus contemporáneos se sabe que había escrito, entre otras, los Comentarios á la de Dio-


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phanto y al Tratado de las Cónicas de Apolonio, que poco más atrás mencionamos; y, además, un Canon astronómico. Hipathia desempeñó la cátedra sobre estas tan elevadas doctrinas, con lucimiento que muchos varones ilustres, de épocas anteriores, le hubieran envidiado; pero todos estos títulos, tan dignos de acatamiento y de amoroso respeto, todas las sobresalientes cualidades que la adornaban, fueron desconocidas ú olvidadas, cuando los partidarios de Cirilo tuvieron noticia, falsa ó ve1·dadera, de que en la lucha encarnizada que sostenían con los del gobernador Orestes, en la cual se disputaban el mando y el dominio de la ciudad, guiábanse los del último por los consejos de Hipathia. Cuando ésta iba: pues, á su cátedrn, á la hora acostumbrada, un día del mes de Marzo del año 415, los partidarios del patriarca arremetieron cobardemente contra ella, la derribaron, destrozaron su cuerpo, se ensañaron como fieras en su cadáver, y concluyeron por llevar los restos ensangrentados á la iglesia donde estaba Oirilo. Con aquella mujer portentosa concluyó la brillante historia de Alejandría. Olvidémonos de sus verdugos, y _tributemos un recuerdo de veneración y simpatía á la ilustre víctima.

XI. En puridad hablando, no es la brillante historia de aquel país la que concluyó con la muerte de la eminente profesora; sino la época científica, a1,tística y literaria de Grecia. Diez siglos duró tan brillante período: enumerar lo que el progreso, lo que la ciencia moderna, lo que la cultura general le deben, sobre ser por extremo prolijo, no se compadece con la índole de este discurso, en el cual, sin embargo, más de una vez y forzosamente, se han tenido que hacei· someras indica-


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ciones sobre acontecimientos históricos, ajenos en la apariencia al proceso de la ciencia matemática, aun cuando éste no puede llevarse á cabo de una manern racional sin mencionar, siquiera sea muy por encima, aquellos acontecimientos que de una manera decisiva influyeron en la decadencia ó prog1·eso de la misma ciencia: como no podría tratarse de las condiciones de existencia de un ser orgánico, sin llevar en cuenta el medio ambiente en que vive ó ha vivido. Concretándonos, pues, á lo que se debe á. los antiguos, con relación á lo que denominarnos Matemáticas puras, del proceso mismo que tan sucintamente como el caso requiere y consiente se ha formado, se deduce que sólo en aquella parte, designada con el nomb1·e de Geometría, empleó la familia helénica sus esfuerzos con tanto ingenio y perspicuidad como todos conocéis y hemos antes procurado señalar. Porque si bien es verdad que, usando con amplitud de las proporciones, lograron también, aunque impe1·fectamente, llegar á ciertos resultados que con gran sencillez y reconocida ventaja obtienen los modernos, valiéndose de.lo que llaman equivalencias ó ecuaciones, ó, como se ha dicho antes, si en algún modo aplicaron la Geo .. metría al Algebra, más cierto es todavía que de esta pal'te de la ciencia tuvieron muy limitado y pob1·e conocimiento. Y no podía ser de otra manera, porque, como asimismo hemos apuntado, tampoco dominaban la Aritmética, por carecer de sistema de numeración, propio para expresar cualquier cantidad abstracta. Ahora bien: por referencia á las dos nociones ó conceptos de espacio y de tiempo, que se imponen al entendimiento humano, ya se defina la Geometría, como lo hicieron los egipcios, como la ciencia que trata en general del espacio; ya, como opinan otros, por su aplicación más saliente ó la medida del espacio figurado; ó ya, como sería más exacto, simplemen ... te como la ciencia que trata de la medición de las líneas, siem-


u pre resulta definida como ciencia concreta, porque sólo del espacio se ocupa; mientras que los números, y la Aritmética de consiguiente, así se refieren al espacio, como al tiempo, como á otl·a cualquier combinación ú ordenación de objetos ó fenómenos que la inteligencia pudiera concebir. Resulta, pues, que la Aritmética, y con mayor razón el Algeb:a, es la parte abstracta de la Matemática, y su parte concreta y más reducida la Geometría. Como hemos visto, la Geometría empezó como era natural que comenzase, dadas las condiciones de la humana inteligencia: siendo primero mucho más práctica que especulativa; y la especulativa, por las figuras más sencillas, estudiando en ellas algunas propiedades, no siempre las más á propósito para el adelantamiento rápido de este ramo del saber. La inquieta curiosidad del espíritu humano, tanto más desarrollada · cuanto mayor poder tiene la inteligencia sobre los objetos á que se co~trae, es la base fundamental del progresivo desarrollo de los conocimientos científicos. Así, descubiertas algunas propiedades de una línea ó combinación de varias líneas, la brillante imaginación helénica no podía detenerse, y procuraba investigar otras desconocidas. Cada una de éstas, una vez demostrada, podía ser la característica de la línea ó líneas de que se trataba; y su descubrimiento era tanto más importante y provechoso cuanto que de él dependen el de otra ú otras verdades de suma trascendencia, en íntima pero muy lejana conexión con el punto de doctrina pura á que se refiere, á primera vista sin aplicación ;Josible en el campo por explora1· de las aplicaciones. Si el ilustre Kepler, por ejemplo, como ya más atrás iniciamos, no hubiera sabido de la elipse más sino que era la curva resultante de la intersección ·de un plano oblicuo respecto al eje de un cono de base circular, mal se hubiera visto para descubrir sus famosas leyes.


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· De lo cual resulta que, racionalmente hablando, aun cuando no se vislumbren inmediatas las aplicaciones, dada una línea y ~lguna de sus propiedades, debe tratarse con empeño de descubrir su característica ó fundamental, que todas las demás comprende: porque alguna de las que al paso se vayan enconti·ando tal vez posea misteriosa conexión con fenómenos físicos, susceptibles por lo mismo de expresión y fecunda formulación matemática; y para esto sólo se presentan al espíritu dos caminos expeditos: ó descendente, de la característica como punto de partida á todas las demás propiedades de la línea de que se trata, mediante rigoroso razonamiento; ó ascendente, por escalones bien empalmados, desde las propiedades secundarias, hasta dar con la definición fundamental que todas las sintetiza. El empleo del primer método estaba reservado á los occidentales del siglo XVII, habiendo hecho los antiguos matemáticos uso exclusivo del segundo. Pero este segundo pt·ocedimiento de investigación geométrica tiene el grave defecto de que, descubiertas una ó varias de aquellas propiedades de las líneas, que pudieran tomarse por su definición, no hay nunca seguridad de que no existan todavía otras muy importantes, por completo inadvertidas; ni seguridad tampoco de llegar á ponerlas nunca en ?laro, sin ú menudo variar de rumbo; ni guía para variar, como no sea por rapto de la mente, en momento feliz de inspiración, ó por resultado de muy largo y penoso ejercicio de todas las facultades intelectuales. Asombro causan, por lo mismo, las dotes de constancia y los esfuerzos de ingenio desplegados por los geómetras griegos pat·a hacer progresar su ciencia favorita, por procedimiento de suyo tan penoso é ingrato: siendo al propio tiempo de notar, como de pasada, que, por las condiciones especiales del espfritu humano, cuando los individuos en colectividad, y por varias generaciones, se acostumbran á un modelo ó método de discurrir es muy difícil que reparen en


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sus defectos y lo abandonen por otro; mientras que inteligencias menos privilegiadas, pero no ofuscadas por hábito ya hereditario y por respetable tradición, modifican sin dificultad su plan de razonar, utilizando para ello gustosas las lecciones de la experiencia. Del cfrculo, en combinación con la línea recta; de las curvas más ó menos íntimamente relacionadas con el mismo círculo; y de unas cuantas más de extrnña generación, que, con esfuerzos de ingenio inconcebibles, idearon y construyeron para la resolución de ciertos problemas, ó cmiosos en teoría, ó de inmediata aplicación en la práctica, legáronnos importantes estudios los griegos; habiéndose limitado en materia de superficies y volúmenes á la consideración de los más sencillos, ó más f~ciles de determinar, que en la Naturaleza se presentan, y de algunos otros á ellos parecidos, ó de ellos sin gran trabajo dimanados. Tenía, por otra parte, el método de investigación, por los antiguos matemáticos exclusivamente seguido, el inconveniente no despreciable de que todos los esfuerzos hechos, acomodándose á él para la resolución de un problema, ó la demostración de un teorema, eran perfectamente inutiles cuando de otro distinto se trataba, desde el punto de vista científico, ó prescindiendo de la facilidad que para discurrir con acierto proporciona lo que pudiéramos llamar la gimnasia del entendimiento. Sucedió con lo que podría denominarse método matemático de los griegos, seguido hasta Descartes y no abandonado ª'ún, relativo al estudio de la Geometría, lo que con el de formación primitiva de todas las ciencias se verifica; y es que, á proporción que se van descubriendo y evidenciando algunos principios y verdades fundamentales inconexas, surgen nuevos problemas que hay necesidad de resolver, y de los cuales no se tenía antes la menor idea. Sólo cuando el rarqo de saber de


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que se trata llega á cierta altura es cuando logra entreverse y aun indicarse lo que debe ser aquella cienciá, sin que pueda traza1·se nunca el cuadro completo de su desarrollo, por las múltiples complicaciones que, conforme se avanza en el estudio, van presentándose, superiores muchas á la limitada inteligencia humana. Arranca la Geometría de la idea subjetiva de que antes hemos hablado, y demuestra sus teoremas rigorosamente y con independencia de toda experimentación y consideración de otra especie. Reune, pues, las condicione~ de verdadera ciencia, ó ramo de ella, filosófica y trascendental. Y, icuál es su objeto ó fin, ó, dicho de otra manera', á qué debe sustancialmente reducirse la Geometría? De su definición misma se desprende que debe ser la ciencia que abrace en sí todo lo que al espacio figurado se refiera: es decii·, toda clase de líneas, de supe1·ficies y de volúmenes, aun cuando, bien mirado, la forma de éstos se halla incluída en la de las segundas. Pero este número de combinaciones, ó de funciones, empleando el lenguaje moderno, es infinito: luego, si no encontramos un número finito de ellas, elementales, de las cuales puedan inferirse ó generarse todas las demás, la construcción de la Geometría, como ciencia racional, será imposible; y estas funciones elementales, aparte de otras derivadas, se reducen, en último término, á la línea recta y á la curva, y, como paso de transición de una á otra, al ángulo. Como desde luego se concibe que el número de curvas ha de ser infinito, tomáronse como líneas fundamentales y términos de comparación de todas los demás, la recta y la circunferencia de círculo, á las cuales se procuró referir aquellas por las leyes peculiares de su generación. Las superficies y cuerpos geométricos podemos considerarlos engendrados ,por líneas en rnovirniento, de uno ú ot~·o orden, y de figuras y dimensione&


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constantes durante el p1·oceso de la generación, ó variables, conforme nace y ·se desenvuelve, hasta adquirirexpresiónó carácter definitivo, la supeL'ficie de que se trate. De donde se deduce: en primer lugar, que el número y variedad de superficies y volúmenes constituirá un infinito de otro orden, mayor que el de las líneas; y, en segundo, que las líneas, generadoras de las superficies, pueden considerarse á su vez como engendradas por intersecciones de superfi~ies muy diversas. Y como la valuación de superficies y volúmenes se reduce siempre á multiplicación de líneas, evaluadas en unidades, por eso dijimos poco antes que se reducía toda la Geometría, en último término, á la evaluación tle lineas. Para ello los griegos no disponían de los fecundos recursos con que los matemáticos modernos cuentan, tras la revolución radical en los procedimientos de investigación, llevada á cabo por el ilustre Descartes. Y así se comprende que á estas fechas no se hayan apurado, ni con mucho, la~ consecuencias del método por ellos seguido: como con admirable elocuencia lo demuestran los trabajos, á largos siglos de distancia, de Roberval, Pascal, Fermat, Huyghens, Newton, Taylor, Maclaurin, Monge, y de tantos otros investigadores ingeniosos como pudieran citarse, como nuestros contemporáneos Chasles, Lamé, Thomson, Hamilton y Tait, que con tanto provecho para la ciencia cultivan la Geometría superior. Más todavía: de suma conveniencia es que no se deje en olvido aquel método especial de razonar los antiguos, cerca de un siglo casi abandonado, á raíz del descubrimiento del Cálculo Diferencial y durante la penosa elaboración del Integral, y mientras se hicieron las primeras y más sorprendentes aplicaciones de ambos cálculos á la investigación de los fenómenos físicos; porque, aparte de su elegancia y de su influencia educadora del entendimiento humano, posee tal claridad en sus deduc-


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ciones que más de una vez pone en claro lo que las fórmulas algebráicas contienen envuelto en las sombras del misterio, sólo con la luz de la Geometría penetrable: por más que, repetimos, como método de exploración y demostración adolezca del vicio de llegar ó remontarse á lo abstracto pasando trabajosamente por lo concreto.

Xll. No sería incongruente al caso, ni impropio de esta Academia, investigar la modificación ó rumbo que sufriera ]a ciencia matemática si e] elemento griego hubiese seguido dirigiendo científicamente la Europa, como también, qué sería hoy de la Europa si otras razas y otras familias no vinieran á traer nuevos elementos de cultura, y nuevos métodos de progresar en las ciencias, y á producir un foco de luz en esta tierra de España, cuyos rayos, aunque con mucho trabajo, penetraban las densas tinieblas que como nube terrorífica pesaban sobre el viejo continente en toda aquella época de conquistas heroicas, de pillajes y osadas correrías, de acciones sublimes y brutales, de egoismo y abnegación, de persecuciones sangrientas, y de fanatismos de toda especie, que se llamó Edad Media. Los griegos, lumbrera del mundo en lo antiguo, fueron también los maestros de aquellos árabes que tanto contribuyeron á la civilización de Europa, y que, como dice un autor moderno, tuvieron un período de civilización, si corto, brillante como pocos, tal vez como ninguno, y álos cualefrl aconteció algo de lo acaecido á los griegos con la conquista del Asia. Es decir, que las conquistas de los árabes fueron tan rápidas y extensas que los hombres de aquella raza, dotada de condiciones y defectos poco comunes, no lograron imponerse por completo á otras unidades étnicas más atrasadas y menos propensas á civilizar-


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se, y que, al fin, poi• su número y por el fanatismo que las animaba, compañero de su ignorancia, concluyeron por dominar á sus dominadores, y acabaron con aquel estado de especial cultlll'a, no exenta de lunares, pero de grandísima amplitud y brillantez, y de la cual todavía se conserva la estela luminosa en libros y monumentos varios, de altísimo precio, y, conforme el tiempo transcurre, más y más admirados. Cosa rara: cierta irreflexiva persecución, .suscitada en contra de la filosofía griega, se convirtió, andando los tiempos, en factor importante para que otra raza difundiera aquel saber por Europa. Declarada, en efectQ, herética la doctrina de Nestorio, sus discípulos abandonaron á Constantinopla; y, estableciéndose en los últimos confines del imperio, movidos á ello por común desgracia, entablaron re~aciones con los judíos, y unos y otros luego, en comunicación con los árabes antes de que éstos abandonaran la península de su nombre, fueron los primeros maestros de _los partidarios y compatriotas de Mahoma. No es el momento á propósito para ocupar vuestra atención hablándoos de la asombrosa rapidez con que los árabes conquistaron la Persia, la Siria, el Egipto, e1 Africa conocida hasta entonces, y una parte de Europa: rapidez menor, sin embargo, de aquella que emplearon en civilizarse, y menos asombrosa también que el afán con que se dieron á buscar y desentrañar todo lo que se había escrito sobre ciencias, artes é industria, publicado en griego, siriaco, caldeo y hebreo. Todos, como en prueba de ello, recordaréis la embajada que mandó el califa de Bagdad á Miguel III, ofreciéndole la paz perpetua y una gran cantidad de oro porque le enviara á León el Geómetra; cómo, á consecuencia de la respuesta insolente que obtuvo su demanda, le declaró la guerra; y cómo, cuando pudo imponer la ley del vencedor, en el tratado de paz que


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más tarde entre ambos ·se firmó, una ·de las condiciones im puestas por el califa fué la de que se había de permitir á sus comisionados recorrer todo el imperio, y acaparar cuantos libros tuvieran por conveniente, de filósofos y sabios griegos. Los árabes además, ya por relaciones anteriores, ya por el brillo y poderío de sus armas, se apropiaron é hicieron traducir á su hermoso idioma todos los escritos que á juicio suyo eran de alguna importancia, producidos por los filósofos y matemáticos indios. Haciéndolos así revivir, y librándolos para siempre de la destrucción inminente que los amagaba, y difundiendo por Europa sabiamente comentados los libros griegos y orientales, restos preciosos del naufragio de las primitivas guerras y conquistas, la civilización árabe se nos presenta como hija cariñosa de ambas civilizaciones anteriores, realzada por la feliz combinación de las cualidades características de una y otra, y superior en varios conceptos á cualquiera de ellas, aisladamente considerada. El desarrollo de la cultura árabe puede calcularse comprendido entre los siglos octavo y décimotercero, si bien en este último apuntó ya muy marcada su decadencia. Y, á propósito del juicio que acerca de su importancia y trascendencia debemos formar, conviene advertir que, en la penosa marcha de la Humanidad por el camino del Progreso, ocurre con frecuencia que, cuando llega á cónocerse algún error en que por muchos años hemos estado sumidos, para salir pronto de él y desterrarle, nos precipitamos en el opuesto, como, en efecto, se precipitaron muchos escritores modernos al tratar de lo que Europa debe á los árabes. Los odios engendrados por largas guerras de conquista y de religión produjeron, primero, el efecto de que con notoria injusticia _se hiciera caso omiso de los servicios de valía que á las ciencias prestaron, como si no hubieran existido; y luego, cuando vino la reacción, que no


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podía menos de producirse, ni vestigios de cultura y de adelanto se advirtieron por ninguna parte que no se considerasen, por el contrario, como signos elocuentes de la esplendorosa civilización de la raza ismaelita. Exageradas eran ambas opiniones; pues, si en la civilización moderna europea mucho hay que agradecer á la influencia de los árabes, no fueron ellos, ni con mucho, los únicos que á su renacimiento y rápida prosperidad contribuyeron. El verdadero servicio que nos prestaron, según ya poco antes advertimos, fué el de trasmitirnos, comentados con tino y ampliados también con investigaciones propias y descubrimientos suyos no despreciables, los restos preciosos de las civilizaciones griega y oriental, en peligro inminente de perecer por completo en los comienzos de la revuelta y tenebrosa Edad Media: época de fermentación prolongada y trabajosa de las ideas dominantes en tiempos más bonancibles posteriores. Y á esto, que no fué poco, agregaron, con el mismo fin que á ·ello les movía, el generoso empeño, en cuanto averiguaban que existía un hombre sobresaliente en -cualquier ramo de ciencia ó arte, de atraerle hacia sí, con promesas y dádivas de gran precio, é inducirle á explicar las doctrinas que profesaba en cualquiera de sus centros famosos de enseñanza, con tolerancia tal, que en la Atenas de la Edad Media, en la española Córdoba, se dieron casos de que una misma cátedra fuese desempeñada sucesivamente por un mahometano, un cristiano y un judío. Y buen ejemplo de lo que acabamos de recordar le constituye el de la embajada despachada por Abderramán III á un filósofo de Siria para que viniera á exponer su sistema á Córdoba: al cual, como contestara que no le era posible trasladarse á España , porque, además de perjudicarle esto en sus intereses y serle necesarios muchos camellos para trasportar sus libros, existía la superior dificultad de que sus opiniones no estaban de acuerdo con las profesadas


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por el Gobierno de Abderramán, éste le replicó que, respecto á intereses, nada había que hablar, porque él entendía que las lecciones de un sabio debían pagarse al precio que quien las daba señalase en conciencia; que, si para el trasporte de sus libros no le bastaban cien camellos, dispusiese de cuatrocientos; y que, en materia de opiniones religiosas ó filosóficas, ~siempre había él creído que el gran servidor de Dios era aquel , que con sus enseñanzas, cualesquiera que fuesen en la forma ó apariencia, ilustraba y ennoblecía á sus semejantes, disipando las sombras de la igno;·ancia en que vivían. Debido á causas de muy cuestionada íp.dole, que sería prolijo y hasta no muy grato investigar, desde que en nuestra patria se extinguió el resplando1· de la cultura árabe, aun cuando floreciesen en ella algunos ilustres representantes de las ciencias físicas y naturales, como Arnaldo de Vilanova, más conocido y apreciado de los exfranjeros que de sus compatriotas; Raimundo Lulio, el célebre mallorquín, que algunos miraron como predecesor de Bacon; el desgraciado Miguel Servet, descubridor de la circulación de la sangre; y otros que no hay ahora para que mencionar; es lo cierto que ningún geómetra de primera fuerza despuntó en esta tierra de España, tan fértil y exuberante en otros ramos del saber, y en las más variadas manifestaciones del genio y del sentimiento humanos: como ya lo dijo muy bien, aunque con dolorido acento, un distinguido académico, compañero vuestro, y por más que el confesarlo nos cueste grandísima repugnancia, y lastime y torture las más delicadas fibras de nuestro patriotismo. Pero la verdad está antes de todo, y no hay más remedio que acatarla lealmente siempre: Ni puede tampoco perderse nada por contemplar con valor la desgracia que lamentamos y que tanto cuesta á nuestro corazón confesar, -é indagar las múltiples causas que tal desdi-i


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cha han producido, á fin de poner cuanto esté de nuestra parte para evitar en adelante su reproducción y tratar de remediar sus deplorables efectos, de manera que las generaciones, que á esta infortunada nue!:itra sucedan, puedan recorrer con relativa facilidad la distancia que nos separa de las naciones que en la vía del progreso científico, por descuido de nuestros mayores, se nos han prodigiosamente adelantado. Esto á un lado, y como quiera que, cuando un afecto profundo conmueve y desorienta las facultades del espíritu, es muy posible, y aun frecuente, que el hombre, creyendo con conciencia honra~a que en su manera de discurrir sólo obedece á las leyes de la inteligencia, se equivoque, siguiendo antes que todo los impulsos de su corazón, no extrañéis que me asalte el temor de que, sin advertirlo, al tratar ahora de reseñar la influencia que tuvo la civilización árabe en Europa, pues conceptúo sinceramente que es indispensable acla1·ar este punto para el proceso de· la ciencia matemática, me limite en realidad á satisfacer los sentimientos de amor patrio, con el simple recuerdo de aquellos vivísimos focos de luz, encendidos en Córdoba, en Sevilla, en Toledo, en Zaragoza y en Granada, y que por todas partes esparcían su benéfica influencia, atrayando hacia España, desde extraños y lejanos países, á la estudiosa juventud, ávida de alimento intelectual. Contraste singular y doloroso con lo sucedido en tiempos posteriores, y en cuyo examen no me detendré ni un momento; concretándome, por ser lo único que en este lugar cuadra, á completar todo lo expuesto con una reseña muy sucinta de la participación que los árabes tuvieron en los descubrimientos en Matemáticas, que á la definitiva constitución de esta ciencia más inmediata y eficazmente contribuyeron.


XIII. Como ya se ha dicho al tratar de la Geometda de los griegos, hasta que un ramo de la ciencia está construído, no es posible discurrir con probabilidades de acierto acerca de su alcance sistemático, y sobre la filosofía que lo informa. En la situación en que ahora nos encontramos, no procede, pues, otra cosa sino reseñar en sucinto compendio los pasos dados por los hombres que más se distinguieron por su saber y sus descubrimientos en aquella parte concreta del humano sabei· á que nos referimos; y mal podemos teatar de lo que hicieron los árabes, sin antes exponer algo de lo descubierto y practicado por los indios, habiendo existido entre ambos pueblos tan íntimas conexiones científicas. Entre los matemáticos notables de la India figura muy en primer término el sabio Aryabhata, profesor en Patariputra, capital de un imperio, fundado poi· uno de los sucesores de Alejandro. Aquel distinguido e,;critor científico publicó, entre otras, ·una obra dividida en cuatt·o partes, tituladas: Armonías celestes; Elementos de Cálculo; Del Tiempo y su medida; y Las Esferas. La primera y 1í.ltima de estas partes se refieren á la Astronomía, y, como instrumento en ella necesario, á la Trigonometría. En los Elementos de Cálculo a.dviértese ya alguna diferencia con el modo de razonar de los griegos ; y mayor, pero en sentido desfavorable, en sus teoremas de Geometría, no siempre exactos, y sin demostraciones que corroboren su exactitud muchos: lo cual no es óbice para que en algunos detalles no merezcan elogiarse. Tal sucede en la parte referente á la determinación de la relación de la circunferencia á su diámetro,


expresada con mayor grado de aproximación y más elegancia que en ~pocas anteriores. Si como geómetra aparece, pues, Aryabhata como inferior á los griegos, en cambio se distingue por sus conocimientos en Aritmética y Algebra, de notable extensión para aquellos tiempos, y superiores á los que poseían los europeos, contemporáneos suyos; pues no sólo enseñó á determinar el símbolo sumatorio de una progresión por di. ferencia, sino á resolver los varios problemas, resultantes de tomar cada una de las cantidades que entran en aquella fórmula por incógnita. Para hallar el número de términos de la progresión, cuando se suponen conocidos el prime1·0, la razón y la suma de la totalidad considerada, resolvió, en consecuencia, la ecuación completa de segundo grado. Y, ampliando esta clase de estudios, logró también encontrar las fórmulas sumatorias de los cuadrados y de los cubos de los números natmales; y trabajó con ingenio y buen éxito en la resolución de las ecuaciones indeterminadas de primer grado. Construyó, además, una tabla de senos, ó de cuerdas de los arcos de círculo, adoptando por unidad de arco el de tres grados y tres cuartos; y tal importancia dieron los geómetras al procedimiento empleado para ello por Aryabhata, que, al construir sus Tablas, siete siglos más tarde, el árabe español Arzachel, eligió por unidad de arco la misma que aquél había adoptado. De pasada advertirémos, por juzgarlo digno de nuestra atención, que, al construir Arzachel sus Tablas, se valió de una fórmula de interpolación, por todo extremo notable, dado el atraso científico de aquellos tiempos, y que, por insignificante trasformación se convierte en la muy posterior de Simpson, que, como caso particular, contiene asímismo la de MoiVl'e. Si la índole de este discurso lo permitiera, sería fácil demostrar que estas dos últimas fórmulas se deducen, en efecto, una de otra mediante no muy complicada transformación: lo cual


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permite establecer cierto enlace, no sobradamente estudiado todavía, entre la generación del arco y las cantidades imagmarias. De los escritos de Aryabhata, no sólo resulta que conocía la numeración decimal; sino que, de las aplicaciones que hacía de este sistema de numeración á la extracción de la raíz cuadrada, se desprende también que extendía la Aritmética de posición á la izquierda y á la derecha del lugat· de las unidades; puesto que decía, por cierto, en ver.so, como ern entonces costumbre en su país escribir las obras de ciencia, y lo fué con posterioridad también en otros: « si quieres más aproximación, añade dos ceros, y hallat·ás una cifra más. >) Prescindiendo de meros detalles, aunque no desprovistos de importancia, al llegar á este punto paréceme oportuno advertir que en las obras de Aryabhata, escritas en sanscrito, aparecen ya bien destacados dos nuevos elementos de progreso, ó dos distintas manifestaciones de la parte abstracta de la ciencia matemática, aunque una de ellas sea concreta por lo que respecta á sus aplicaciones: el Algebra, en forma muy rudimentaria, cierto, pero tratada sistemáticamente y sin auxilio de la Geometría; y el sistema de numeración decimal, que, al examinarle en momento oportuno, quedará plenamente dem0strado que es el descubrimiento más pasmoso y admirable, efectuado hasta ahora por lo. hombres. i los árabes tomaron el Algebra de los indios, ó éstos, por intermediat·io desconocido, de aquellos, punto ~s que puede cuestionarse; pero el nombre de esta parte de las Matemáticas, fundamental de todas, es árabe lejítimo, aljéber, almocábela, que significa ciencia de restituciones, de progresiones y de soluciones. Si digno de memoria fué por su saber Aryabatha, no dan menos importancia los historiadores de la ciencia matemática, antiguos y modernos, á B1·ahma-Gupta, hasta el punto de ha-


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ber merecido su obra set· tl'aducida al inglés, á principios del siglo actual, formando dos capítulos de ella·, respectivamente, un tratado de Aritmética y otro de Algebra. La Geometría contiene los enunciados del famoso teorema de Pitágoras, y el de Ptolomeo, consecuencia suya, referente á la igualdad de diferencias de cuadrados de los dos lados de un triángulo y de los cuadrados de los dos segmentos del tercero, determinados por la altura correspondiente del mismo triángulo: siendo de admirar además que, datando el libro de tiempos tan remotos, comprend·a también las áreas del triángulo y del cuadrilátero inscritos, en función de sus lados; así como la del círculo, y otras áreas y volúmenes de las más usuales. Sus variadas investigaciones matemáticas no se limitaron á esto sólo; pues discurrió, acaso antes que otro alguno, sobre la regla de interés simple; por incidencia, al estudiar las progresiones y discutir la fórmula sumatol'ia y la de su término general, resolvió la ecuación 4e segundo grado; y no falta quien, en arrebato de entusiasmo, le p~rangone con Gauss, porque, al discmrir con extensión y sutileza de ingenio SQbre las ecuaciones de primer grado, se valió para resolverlas del método del máximo común divisor, que, muchos siglos después, en manos del célebre geómetra y astrónomo alemán, había de dar lugar á la m·eación de la fecunda teoría de las cong·ruencias.

XIV. En obsequio á la brevedad, paso por alto el examen de otros escritos y trabajos de Brahma-Gupta, y voy á indicar rápidamente los del célebre Géber, al cual el ilustre Bacon, que tanta independencia de carácter mostró al protestar contra la fórmula de sumisión en su época dominante, condensa-


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da en estas dos palabras: d1agister dixit», llama maestro de los maestros: afirmando parecidamente Cardano que fué uno de los doce mayores ingenios que en el mundo habían florecido hasta su época. De los escritos de Géber se desprende que conocía el ácido nífrico, la sal amoniacal, y lo que él llamaba sal de orina : de la cual dice que, tratándola con mezcla de huesos pulverizados, después de algunas operaciones, engendraba un carbunco, dotado de vai·ias propiedades, y entre otras de la de alumbrar en la oscmidad; y además que, frotándolo, producía fuego: por lo cual, añadía, que debe tenerse la precaución de guardarlo en medio de la humedad, porque de lo contrario se inflama en contacto del aire. Y asímismo describió muy detenidamente la manera de purificar el oro y la plata, por medio de la copelación. Separándose de la idea mística de los caldeos, adoptada por los árabes, de considerar los gases como espíritus, avanza un paso más; cierra con la manera de ver teológica á que durante determinado periodo están sometidas todas las ciencias; y sostiene que aquellos tan sólo son cuerpos pu ramente materiales como los demás, sin otra diferencia que la constituida por la extrema división de la materia de que se componen, y á la cual debe atribuirse su poderío y eficacía como agentes en la producción de los fenómenos. que hoy llamaríamos esencialmente químicos. o faltan histot·iadores que conceden á Géber mérito envidiable como matemático; mas, por los restos heredados de sus obras, mcmifiéstasenos como principalmente consagrado al estudio de las ciencias físicas y naturales, á las cuales procuró sin duda alguna comunicar carácter matemático eminente; pues con frecuencia repite, con profundo sentido, que « aquello que no se sabe pesar y medir, no es dable que sea bien conocido nunca. » Aunque la ciencia no reconoce primacías, ni otra clase de


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aristocracias sino la de los hombres de mé1·ito y que mayores servicios le prestan, es, sin embargo, innegable que, cuando los que se hallan al frente de los Estados, movidos á ello por necesidades de su inteligencia, por la educación, y como por una especie de noble instinto y de elevado buen sentido, que les induce con acierto sumo á pensar que los progresos y descubrimientos científicos ::on, en último término, la clave fundamental de la riqueza y poderío de las naciones, consideran como uno de sus primeros deberes darla vigoroso impulso, sólo por esto, y prescindiendo por completo de investigaciones propias, adquieren justa fama, y se hacen acreedores al reconocimiento y aplauso de la posteridad. Pues entre los príncipes que más se distinguieron en este concepto, y que más se afanaron en favor de la cultura de sus pueblos, ocupa lugar preminente Abdalla Al-Mamún, Califa de Bagdad ilustre. El solo rasgo de su vida, referido ya, ó sea la embajada enviada á Teófilo III, _revela el deseo ardiente que abrigaba de atraer á sus dominios todo lo que contribuir pudiera á los adelantos de la ciencia y de la industria : como lo patentizan igualmente las órdenes que expidió para que, sin reparar en gastos, se contruyeran todos los instrumentos de Astronomía entonces conocidos, con destino á los observatorios de Bagdad y de Damasco; y la creación de una comisión de sabios, encargada de volver á medir la longitud del arco de meridiano, que se suponía ya medido por Ptolomeo, con objeto de cerciorarse de su exactitud, ó de precisar la corrección que demandaba. Mas no contentándose tan distinguido príncipe con la gloria, por tantos otros neciamente despreciada, de generoso protector de las ciencias, quiso contribuir por sí mismo al aumento del caudal de conocimientos adquiridos; y, sin desatender la gobernación de los diversos pueblos bajo su mando, halló


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tiempo y modo para detet·minar la oblicuidad de la eclíptica, que le resultó muy aproximada á la verdad, de 23º 33', en vez de 23º 36' 34", á que debía ascender por entonces. Empeño decidido puso también Abdalla en atraer á su corte al célebre Al-Jarizmi, á quien cupo la gloria de escribir en árabe el primer tratado de Algebrá que la Europa ha conocido, y cuyas obras ponen de manifiesto el conocimiento profundo que tenía de las de Aryabhata y Brahma-Gupta. Consérvanse de él el mencionado tratado de Algebra y otro de Aritmética, en los cuales se lee por vez primera, la palabra algor.itmia, derivada, según piensan intérpretes respetables, del nombre de aquel autor. Y, como cosa ya corriente, expone también en el Algebra las reglas de supresión de términos iguales y del mismo signo en ambos miembros de una ecuación; la de traslación, con signos cambiados, de los términos de un miembro á otro; la de multiplicación por un mismo número de todos los términos, y supresión consiguiente de los denominadores de los términos fraccionarios; y la de reducción de la ecuación de segundo grado á la fórmula que hoy conocemos, á cuya· práctica ó procedimiento daba el nombre de resolución de la

fractura. Si de importantes deben calificarse los trabajos de Al-Jarizmi para la creación de la ciencia pura, por procedimiento de elaboración naturalmente muy lento, no lo fueron menos, por otro concepto, los de Mohamed Ben Musa Ben Xáker, autor de unas tablas astt·onómicas y, en colaboración con dos hermanos suyos, de varios tratados de Geometría, de Máquinas y de Música; de otras curiosas disertaciones, por cuenta propia, sobre el cilindro y la trisección del ángulo, y sobre atracción y movimiento de los cuerpos; y copartícipe además en la ejecución de los trabajos geodésicos para medir un arco de meridiano, 0t·denados por Al-Mamún. Por más que en sus


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escritos se reduzca á consideraciones generales y á some1-as indicaciones sobre las materias de que ·tratan, digno de loa es por la amplitud de miras que en ellos revela, como lo prueba el atrevitlo intento de ·haber procmado sistematizar, como ramo de ciencia ya bien definido, cuanto por entonces se sabía, ó se conjeturaba, referente á la atracción de los cuerpos, cuyas verdaderas leye:s debía descubrir y formular mucho más tarde, no sin grandes dificultades, y basándose en descubrimientos anteriores, de muy variados órdenes, el vasto genio de Newton. Difícil es, en los períodos ya relativamente adelantados, cuando la ciencia brilla ya con intenso resplandor en algunas comarcas y pueblos, abarcar de una manera profunda y sintetizar con fidelidad la mayor parte de los conocimientos adquiridos; y, sin embargo de esta dificultad, en ninguna de tales épocas ha dejado de haber hombres enciclopédicos, ora se llamasen Aristóteles ó _Eratóstenes, ya Avice na , Averroes, Leibnitz, Humboldt, etc. Pues á esta categoría de hombres • prodigiosos perteneció Tébit Ben Corrá Ben Harús, filósofo profundo, que conocía, entre otros idiomas, el griego, el siriaco, el árabe y el latín; que gozaba de gran fama como médico; y á quien sus contemporáneos consideraron además como sobresaliente astrónomo. De su fecundidad y laboriosidad incansable dan fe las ciento cincuenta obras que escribió en árabe, y diez y seis en siriaco; y las traducciones que hizo del griego de los Elementos de •Euclides; del Tratado de la Esfera y del Cilindro, de Arquímedes; de la Sintaxis de Ptolomeo; y de las Secciones Cónicas de Apolonio. No ocultaba sus opiniones panteístas; y al califa, á cuyas órdenes estaba, le manifestó más de una vez terminantemente que no creía ni en el Corán ni en otras religiones precursoras de la de Mahoma, cuyos moldes consideraba demasia_do estrechos para contener el pro-


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greso indefinido de los pueblos. A todo lo cual contestábale el califa no menos despreocupado, dándole repetidas pruebas de afecto por su saber, y dejándole en completa libertad, en asuntos de conciencia, de opinar como mejor le pareciese. En lo que no anduvo acertado fué en el invento del principio llamado de la trepidación, para explicar ciertas particularidades del movimiento de los astros : principio erróneo, aunque muy en boga durante largo tiempo, que alborotó muchas cabezas, y que, según Delambre, infestó las tablas astronómicas hasta la época de Tico. Cuando alguna unidad étnica se halla en vías de rápido progreso, pónese en moda la costumbre de que los hombres de posición elevada y con elementos para la lucha, de que lastimosamente carecen los de clase humilde, se dediquen al estudio y procuren adquirir superiores conocimientos en las ciencias que por entonces mayor interés ofrecen. Y así se explica cómo en tales épocas figuran en el número de los verdaderos sabios, al lado de antiguos esclavos ó libertos, testas coronadas; y cómo también á veces, entusiasmada con tan plausibles • ejemplos, hasta la mujer pretende y consigue partic1par de las glorias de la cátedra y del estudio. Y si esto último ostensiblemente no lo alcanza con demasiada frecuencia, por causas que no es del nwmento examinar, guiada por su buen instinto, y conocedora de las necesidades y aspiraciones de la época en que vive, ejerce sobre el hombre eficaz influencia, induciéndole al trabajo con su aprecio y cariño, ó castigándole con sus desdenes, cuando con dócil voluntad y fecunda energía no se aplica al estudio y servicio de las ciencias: de todo lo cual más de un ejemplo podría aducirse, tomado de nuestra propia historia. No sería difícil demostl'ar , si no temiera olvidarme por completo del tema de este discurso, que durante igual período de tiempo, en ninguna época de gran desa1·1·01lo intelectual,


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hubo tantos príncipes que dedicarnn sus desvelos y su actividad al estudio, como en la de civilización árabe. Uno entre tantos, y por cierto de los más distinguidos, fué Al-Bategnio, príncipe residente en Batna, en la Mesopotamia, y astrónomo de los más notables que la Edad Media produjo: bien mirado, el primero que dió impulso á la Astronomía, después de Ptolomeo, siguiendo á éste en la exposición de doctrina, pero corrigiéndole en muchos puntos, con ventaja incuestionable para la ciencia: como en los referentes á la oblicuidad de la eclíptica sobre el ecuador; al valor de la excentricidaa de la órbita solar; •á la p1·ecesión de los nodos; y á la teoría de los eclipses del sol, que de sus obse1·vaciones dedujo podían en algunos casos ser anulares. Como geómetra basta, para formar cabal concepto de su mérito, fijarse en el hecho de haber sido el creador casi de la Trigonometría, por la sustitución de los senos de los arcos á las cuerdas de los arcos dobles, y por el uso, en la res?lución ó consideración ,de los triángulos rectángulos, de las tangentes, que denominaba sombras, por relación al otro cateto de aquellos triángulos, que distinguía con el nombre de gnomon. No pudiendo dar cabida en este discurso á la relación de todos los geómetras astrónomos árabes, me limitaré á mencionar los nombres de aquellos de mayor entidad, que aportaron á la ciencia algún nuevo descubrimiento teórico ó aplicación práctica. Al hablar, pues, de Mohamed, no será tanto por sus Elementos de Astronomía, compendio de la Sintaxis de Ptolomeo, como por su «Tratado de los relojes solares» y su clara «Descripción del astrolabio. » El libro de astronomía de Abul Wefa merece cita1•se, más que todo, por emplearse en él por primera vez, en la resolución de varios problemas, las líneas trigonométricas denominadas tangentes y cotangentes, y secantes y cosecantes.


ti5

Lo que no puede pasaese en silencio es el nombre de Marco Greco, por la obra manuscrita _que nos dejó, titulada «Liber ignium ad comburendos hostes», en la cual se encuentra descrito el procedimiento de obtención del aguardiente, por destilación, y del aceite de treméntina; la composición del fuego griego; y, sobre todo, el de la materia que más profunda y amplia revolución social hasta ahora ha producido: hablamos de la pólvora. He aquí cómo le describe. «Pulverícense en un mortero de mármol blanco una libra de azufre, dos de carbón de leña, y seis de salitre. El polvo que así resulte, después de bien seco al sol, metido en un tubo cerrado por uno de sus extremos, y en contacto luego con un ascua, se lanza á los aires hasta gran altura, con gran velocidad. Y si se le envuelve con un cuero fuerte, se le ata con cordeles, y se le prende fuego, produce un estampido como el del trueno, tanto más fuerte cuanto más duros sean los cordeles.»-El uso y aplicaciones ulteriores de la pólvora no podían entreverse con mayor claridad, ni explicarse desde un principio en términos, aunque rudos, mái; categóricos. Los histol'iadores de la ciencia más noble y de más antiguo cultivada, y que mayor influencia ha ejercido en las :filosofías y teologías dominantes en diferentes épocas, califican á Ebn Yunis de muy hábil astrónomo, y atribuyen suma importancia, por referencia al tiempo en que fué escrita, á la obra que tituló «La Gran Tabla de Observaciones», donde resume cuan.tas astronómicas se habían hecho antes de él, completándolas con otras de cosecha propia. A todo lo cual agregó la historia de la medición del grado de meridiano, llevada á cabo por iniciativa y bajo la protección de Al- . famún; y la corrección de los valores numéricos dados por Ptolomeo, referentes á la oblicuidad de la Eclíptica y á la paralaje del Sol. Sería difícil en una Academia cómo esta · de éiencias


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Exactas, Físicas y Naturales, que tal vez fuera más propio denominarla simplemente de Ciencias; pero, ¿qué digo?: aun cuando sólo aquí se tratase de algún ramo exclusivo del humano saber, derivado del tronco fecundo de aquellas ciencias, sería difícil, repito, no mencionar con elogio el nombre de Avicena: del que pudiéramos llamar Aristóteles árabe, no menos asombroso por la amplitud de sus conocimientos que el célebre Droguero de Atenas: del Hipócrates de Oriente, como durante mucho tiempo se le llamó en Europa, y cuyas obras de Medicina sirvieron de texto en muchas Universidades cristianas, como la nuestra tan justamente famosa de Salamanca. La historia de Avicena, y los productos de su inteligencia, son de índole tan extraordinaria, que un célebre geómetra, émulo digno de Lagrange, decía á este propósito que la razón se resistía á considerar como · cierto lo que, desprovisto de pruebas, parecería cuento fantástico oriental, concebido por imaginación calenturienta. Basta, en efecto, recordar que á los veintiún años había escrito una Enciclopedia, cuyos comentarios componían veinte volúmenes; y que tan prodigiosa fecun.didad . mental compadecía perfectamente con su vida aventurera, y el desasosiego de su sangre, que le impulsó á viajar con espíritu investigador, por todas las regiones del mundo conocido entonces. Hombre de extraña suerte, con frecuencia rodaba desde las cumbres del favor y de la dicha humana á la sima de inesperada desventura, para volver á erguirse enseguida y á ocupar los más elevados puestos: de favorito de los califas más de una vez descendió á las tinieblas de un calabozo, de donde regresaba á la luz del día, con mayor prestigio que antes, para asistir y devolver la salud á poderoso magnate, desahuciado y abandonado de todos los médicos. Tan violentas alternativas de triunfos y desgracias, el ex-ceso

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abrumador en el trabajo intelectual, y, ¿para qué ocultarlo?, el desarreglo de su conducta, dieron con él en el sepulcro á la edad todavía temprana de 54 años. Entre las obras más notables, de las cuales apenas hay biblioteca importante en Europa que no contenga ejemplares, merecen contarse las tituladas: «De la utilidad de las Ciencias»; «La Salud y los Remedios»; «Canon de Medicina»; «Observaciones Astronómicas»; «Teoremas de Matemáticas»; «Sobre la lengua árabe y sus propiedades»; «Sobre el Origen del Alma y la Resurrección del Cuerpo »; «De las líneas paralelas, trazadas en la Esfera»; «Compendio de Euclides>) ; (<De lo Finito y lo Infinito»; «Sobre la Física y la Metafísica>); y, además, la ,\Enciclopedia de los Conocimientos humanos», en veinte volúmenes. Y, como Leibnitz mucho más tarde, sostuvo la tesis profunda, de ·que muchos seudo-filósofos se empeñan insensatamente en prescindir, de que las cuestiones trascendentales de la Filosofía y las leyes fundamentales de la Matemática son absolutamente inseparables. No diréis, sin más que esto, que pecan de exagerados los elogios que la Historia prodiga á tan ilustre pensador é infatigable escritor árabe, con sobra de justicia colocado_á la cabeza de_ los de su raza. :VIerece ser citado Al-Karji, prescindiendo del recuerdo de algunos otros trabajos que de él nos quedan, por haber sido el primero que resolvió la ecuación de segundo grado por el método moderno, transformando el primer miembro en cuadrado perfecto, y por su ingeniosa discusión de una ecuación indeterminada, aunque incompleta, del mismo grado. Pasando por alto los nombres de otros matemáticos y astrónomos -que no figuran en primera línea, si bien contribuyeron con su· óbolo á levantar el edificio de la Matemática, que hoy por su magnificencia y admirables propo1·ciones,


aunque nunca rematado, tanto nos asombra, algunas palabras me habéis de permitir que diga en loor de un compatriota nuestro: de Abraham, célebre matemático, nacido en Toledo: y que, después de haber estudiado todo lo que se enseñaba en los centros de instrucción de aquella época, con objeto de ampliar y completar su educación científica, se dedicó á viajar por Africa, Asia y la India, y por Italia, Francia é Inglaterra, y al cual debemos un tratado de Aritmética -que tituló · «Liór.o del Número )>, basado en el uso del sistema decimal, completado con el cero ; un nuevo valor de la relación de la circunferencia al diámetro; ·y un ingenioso astrolabio, en cuya construcción empleó por primera vez los metales. A Ibn-al-Banna, arquitecto, matemático y astrónomo de Marruecos, puede mirársele como predecesor directo de Vieta por su teoría de los exponentes, si bien para denotar las potencias de 1ma incógnita, colocaba aquellos signos, no afectando sólo á ésta, sino al término en que estaba comprendida. Y lo propio diremos á p1·opósito del de igualdad, que usaba en los mismos casos que los modernos; pero con diferencia en la forma que le hacía mucho menos cómodo del que hoy empleamos; pues,. en lugar de representarle por dos simples líneas horizontales, le designaba por la palabra lan. Ni menos respetable y digno de memoria que los dos antedichos, fué el célebre Averroes, árabe cordobés, y seguramente no inferior en saber ni en condiciones extraordinarias de inteligencia al ilustre cordobés romano, que muchos siglos antes floreciera. Porque, á más de desempeñar en Córdoba las cátedras de Filosofía y de Medicina, escribió y discurrió también con acierto sobre Matemáticas; vertió las obras de Aristóteles al árabe, y las comentó y ensalzó con fervor no siempre merecido; y se dedicó asimismo al estudio de la Física de la Astronomía· y de la Astrología, p-agando co:ri esto


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ültimo triste, pero inevitable tributo, á. las preocupaciones de su época. Averroes tuvo la desgracia de venir al mundo cuando ya otras razas, menos cultas y menos propensas á civilizarse que la árabe genuína, dominaban á ésta, su conquistadora en días anteriores; cuando entre sus compatriotas y correligionarios se iba entibiando el amor que habían profesado á las ciencias; y cuando las semillas del saber, por ellos aportadas del Oriente remoto, y arrojadas á todos los vientos, comenzaban á germinar, prometiendo en breve plazo ópimos frutos, en el suelo de la España cristiana, de Italia y Francia, y de otros países del centro de Europa. Citan los astrónomos ingleses y alemanes con gran elogio al célebre Arzachel, nacido en Toledo á principios del siglo XI, y afirman que fué uno de los sabios más laboriosos y de los observadores más diligentes que cultivaron por entonces la Astronomía. De él se conservan, entre otras obras, una sobre los eclipses y las revoluciones de los años, y unas tablas astronómicas, denominadas más tarde toledanas; y sobre las cuales fueron calcadas las célebres alfonsinas. Servicio eminente prestó con ellas á la Astronomía, en opinión de un historiador francés, reuniendo· y ordenando gran copia de observaciones para determinar los elementos de la teoría del Sol: como el lugar d:e su apogeo, el valor de la excentricidad de su órbita, y la oblicuidad de la eclíptica, que fijó en 23º 24'. Por mucho tiempo, y con razón sobrada, fué, por su clara inteligencia y sus descubrimientos astronómicos, el orgullo de sus c01·religionarios y compatl'iotas los judíos. Faltando abiertamente al orden cronológico, he mencionado de pl'Opósito en este lugar las obras del autor de las Tablas Toledanas, fundamento, como también queda apuntado, de las Alfonsinas, que si carecen de importancia, ó de utilidad práctica, en los tiempos modernos, no por eso huelgan en

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la biblioteca de los hombres que al estudio de las Matemáticas y de . u aplicación más inmediata y trascendental, la Astronomía afanosos y con espíritu elevado se dedican. Para apreciar lo que valen con acierto, menester es trasladarse con la mente al tiempo ya remoto en que fueron construídas; y me parece que por no haberlo hecho as[, ó por no haber tenido en cuenta la diferencia de épocas, fué Tico dema iado injusto con el Rey de Castilla, Alfonso X, con razón apellidado el abio por su amor á las ciencias, sólo comparable al que á las letras é idioma patrio, que tanto contribuyó á fundar, profesaba. Cualquiera que fuese la parte activa ó personal que aquel tan ilustrado monarca tomara en la construcción de las Tablas de su nombre, el patriotismo español y la gratitud de todo los hombres interesados en el progre o de la ciencia, no podrán menos de tributar á su memoria honroso recuerdo por la feliz idea que concibió, y que, sin reparar en gastos, ni en diferencias y rencillas qe raza y religión, llevó á buen término, de reunir en docta asamblea á los más distinguidos representantes del humano saber, para tratar de corregir los defectos de la Astronomía antigua, condensada, puede decirse, en las famosas Tablas de Ptolomeo. Resultado de sus prolijas investigaciones y discusiones, fué la publicación de las Tablas corregidas el año 1256, por el célebre astrónomo árabe Albohacen, después de haber tomado en su redacción parte muy activa y principal, según los historiadores de la Astronomía, los judíos Ishacg Aben-Saide, Aben-Ragnel, y el árabe español Al-Kabith.

XV. Cuantos. por ignorancia ó por espíritu de secta han creído en mal hora que no debía citarse para nada la civilización árabe, pasando por cima de ella como si no hubiera existido,


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y pien. a n, ó apa l'entan et·eer, que el intento de rehabilitarla en la püblica opinión de las gentes tiene sólo por objeto, directo ó indirecto, combatir ó defender éstos ó aquellos sistemas teológicos, olvidan que la historia de la ciencia, como la genel'al, se limita á la exposición de hechos de bien comprobada certidumbre, y á su coordinación é interpretación racional desapa. ionada, como datos para descubrir la ley que los informa ó la función matemática que los sintetiza; y olvidan además, con extraño aturdimiento, que un estado de civilización cualquiera no se refiere exclusivamente á hombres de creencias religiosas ó de raza determinadas, sino que comprende á todos los que de aquel especial grado de cultul'a participaron, aunque hayan, con frecuencia, pertenecido á unidades étnicas muy distintas y sustentado opiniones en asuntos de orden supernatural muy opuestas. De esto último nos ofrece buen ejemplo Gerberto, electo Pontífice Romano en 999, con el nombre de ilvestre II. Este célebre auverniano, que después de recibir las órdenes sacerdotales, merced á la generosidad del Conde de Barcelona, vino á estudiar á Córdoba, donde alcanzó fama entre los ái·abes españoles de primer purista en su lengua, advirtió tal diferencia entre la civilización cuya atmósfera vivificante había respirado en España, y el estado de atraso intelectual en los demás países de Europa que, aun cuando le proporcionaron sendos disgustos, más de una vez, asombrado de lo que en torno suyo veía, hubo de pronunciar estas tan célebres y conocidas palabr·as: «Entre todos los hombres de la amia romana no hay ninguno que sepa lo bastante para sel' portero. » Gerberto, pues, aleccionado por los árabes, fué quien estableció en su abadía la primera cátedra de la Europa cristiana donde se enseñaron la Geografía y la Astronomía, valiéndose para ello de globos y esferas armilares. Pol' sí mismo, ade-


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más, construyó varias máquinas, y utilizó en el terreno de las aplicaciones la farq.osa espiral ó tornillo de Arquímedes. Y con igual buen deseo escribió diversos tratados de Geometría y de su aplicación á la industria, de cálculos aritméticos, y de propiedades de los números. Apoyado por Otón III, llegó á ocupar la illa Pontificia; y cuando, en sentir de todos los pensadores de su tiempo, se esperaban de él sabias y apremiantes reformas en la disciplina de la Iglesia, descendió al sepulcro, á la vez casi q.ue su poderoso protector. La saña que en vida le manifestara la Curia romana, y las consejas que después de fallecido se refirieron á propósito de sus disparatados y supuestos tratos con el demonio, juntamente con aquella extraña coincidencia de muertes, y en razón tam°?ién de la barbarie cruel de su época, hasta cierto punto autorizan la creencia de algunos historiadores de que emperador y papa fenecieron envenenados. Acabamos de ver éómo Silvestre II vino á España á nutrirse de la ciencia árabe, para enseñarla después en Francia; mas en el activo comercio intelectual que entre los árabes y los pueblos occidentales llegó luego á establecerse debemos fijarnos con especial atención ahora. Italia, un tiempo encargada de recoger y poner en salvo los restos de la civilización helénica, para comunicarla á la atrasada Europa, vuelve ahora á desempeñar el mismo ministerio con la ciencia árabe, para difundirla por Alemania, Francia y demás países cristianos. Gerardo de Oremona, después de estudiar en Toledo, vuelve á su patria y escribe un tratado que llamó de Algoritmos, notable por más de un concepto, y del que sólo citaremos los procedimientos de cálculo que contiene para la extracción de las raíces cuadrada y cúbica de los números, aproximadas por decimales: métodos, así como el de la resolución de ecua-


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ciones de primer grado, y el empleo sistemático de la numeración decimal, que fuei·on así implantados en Italia, de donde los tomaron más tarde los alemanes, aplicándolos á los cálculos astronómicos, por loable iniciativa, en primer término, de la astrónoma María de Olumtz, y, después, del comerciante y matemático Leonardo de Pisa, aleccionado también por los matemáticos marroquíes, y de Juan de Sevilla, llamado el Bspañoleto. Pudiera parecer extraño á personas menos doctas de las que me escuchan que, al tratar de la civilización árabe en cuanto concierne nada más al progreso matemático, traiga ahora á colación el nombre del ilustre Rogerio Bacon, monje del ol'den de Franciscanos, é inteligencia de las más podero sas é independientes de que hace mérito la Historia. Pero vosotros, señores, sin duda alguna no habréis dado por completo al olvido la confesión de tan célebre pensador, cuando nos dice que, después de posee1· el inglés, el latín, el griego y el hebreo, se dedicó á estudiar el árabe, por parecerle indispensable que también comprenda aquella lengua quien intente adquieil' exactos conocimientos de lo que por entonces se sabía en ciencias exactas y naturales. Pero ¿cómo extrañar que tan paladina confesión, en loor de la cultura de los árabes, hiciera aquel hombre singular, dotado de tan vasta y clara inteligencia, y de carácter tan entero, que, encarcelado á los 70 años por sus opiniones, se aguantó en su prisión otros diez sin retractarse, cuando un célebre astrónomo, compatriota suyo, que floreció en la época. moderna, no tuvo tampoco 1·eparo, dando de mano á ·sus estudios predilectos y ocupaciones absorbentes, en dedicarse también al penoso aprendizaje del árabe, para emiquecer con varias obras de Matemáticas y Astronomía traducidas de aquel idioma, las bibliotecas de su país, donde nadie tenía idea de su contenido, á excepción de muy conta-


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das notabilidades científicas? Según testimonio explícito del célebre W. Herschel, á quien me refiero, no hay manera de formular con acierto el proceso de la ciencia astronómica, si de los tratados de esta ciencia que nos legaron los árabes, arbitraria ó aturdida.mente se prescinde. La cultura árabe despedía sus últimos destellos. Y España, que debió ser la depositaria de las fecundas doctrinas científicas profesadas por aquel pueblo, orilló, sí, por breves momentos, excitando, ora la admiración, ora la envidia ó el temor de los demás países de Europa; pero, por sus desgracias, por sus locuras, por sus intolerancias, por la deplorable idea de arrojar de sus dominios, así de la Península. como de Sicilia, los principales y más activos elementos de trabajo y estudio que en ellas existían, pronto tocó también en el ocaso. Cuando las otras naciones europeas que tan á la zaga habían andado durante mucho tiempo por el camino del Progreso, y muy especialmente Italia y Francia, emprendían una marcha tan rápida como segura, España se quedaba estacionada, y lastimosamente se sumía en aquella terl'ible decadencia de que aun no ha podido levantarse por completo, necesitando ahora de los esfuerzos, de la constancia, de la sensatez y de la audacia de todos sus buenos hijos, para reconquistar penosamente el tiempo y terreno desde entonces perdidos. Ejemplo muy saliente de la propagación por Alemania del saber de los árabes, importado desde España, le dió Juan Muller, conocido con el nombre de Regiomontano, profesor de Matemáticas en la Universidad de Viena, y astrónomo distinguido, del cual dice Delambre en su Historia de la Asfronomía, que era el prime1·0 de la Europa cristiana, si bien añade que, como observador, no rayaba á la altura, ciertamente, de Albategnio, su autor favorito, ni como calculador podía tampoco compararse con Abul Wefa. Lo que escribió sobre el


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analema, ó cuadrado horario, tomólo de los autores árabes; y en Trigonometría, aunque muy aventajado, nada sustancial añadió á lo que en ellos había aprendido . Mas, sin embargo, no puede negársele elevada inteligencia y actividad portent_osa: hasta el punto de que alguna respetable autoridad en }fatemáticas afüma que, de haber alcanzado más larga vida, acaso hubiera oscul'ecido con sus descubrimientos la gloria de Oop~rnico. A la misma escuela que Regiomantano pertenecía Lt1cas de Burgo, que escribió sobre polígono y poliedl'os regulares. y aplicó el Algebra á la resolución de algunos problemas de Geometría, aun cuando las ecuaciones que empleó fueran siempre numéricas. Y no sólo por esto y por sus estudios matemáticos generales, debe ser mencionado su nombre con respeto, sino como iniciador del Cálculo de Probabilidades: extrnüa doctl'ina entonces, y aun hoy no dema iado divulgada. á pesar de lo. servicios que presta á las ciencias de observación y á muchas sociales, y de su importancia como medio de cducat· la inteligencia adies~rándola en el arte de considerar y desentrañar todos aquellos asuntos, en número infinito, de índole cuestionable, resoluble por el criterio de la simple probabilidad mucho mejor que por el de la certeza; y á pe ar también de haber sido tema predilecto de meditación fecunda para ingenios de la talla y vuelos de Galileo, Pascal, Roverbal, Maclaurin, Laplace, Lacroix, Oournot, Quetelet, y otros muchos insignes matemáticos de fatigosa enumeración. 'i á Leonardo de Vincí no se le puede citar como geómetra de.primer ol'den, tampoco sel'ía equitativo olvidarse de su nombre cuando de los comienzos y progresos de las ciencias se trata: arquitecto, pintor, ingeniero, geómetra; genio de aquellos que todo lo abarcan, elevan y ennoblecen: como mecánico práctico muy distinguido; y justamente famoso también como iniciador de la ciencia geológica.


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Como la saña ~e que fueron objeto las obras de Copérnico, y el ilustre Galileo, indujo, con cierta apariencia de verdad, á creer que la corte romana constantemente combatió ó condenó la teoría pitagórica, ó sea el sistema astronómico heliocéntrico, contrapuesto al geocéntrico de Ptolomeo, nada más justo, en apoyo de la opinión opuesta, que citar el nombre del cardenal Cusa, sostenedor, algunos años antes que Copérnico, de la ·teoría del movimiento de la Tierra; y esto, más bien poi· noble y libre presentimiento de la verdad, que por resultado de prolijos estudios y en son de protesta razonada contra la complicada doctrina de los epiciclos: casi como lo presentía y formulaba el sabio Rey de Castilla D. Alfonso, sin que sus contemporáneos adivinasen el profundo sentido de las palabras que á propósito de este asunto se le atribuyen. Pero lo que el cardenal Cusa conjeturaba y presentía, con perspicacia admirable, y anunciaba y sostenía con valerosa firmeza, aunque para convencer á los ii;i.crédulos careciese de argumentos de peso, algunos años después lo formuló y sustentó con pruebas irrefutables Nicolás Copérnico, cuya fama vivirá sig·los sin cuento. Cuantos biógrafos ha tenido el ilusti-e polaco, fiero revolucionario de la ciencia astronómica, han discutido ampliamente si fué hijo de un siervo ó de un aristócrata, como si á la ciencia y al progreso importaran algo tales averig_uaciones, ó como si hubiera título nobiliario que no palidezca junto al simple nombre de Copérnico. Sobre que, tratándose de la primera y más importante aplicación de las Matemáticas.puras, sería indisculpable dejar de citar en esta rápida revista de los creadores de la ciencia al ilustre fundador del sistema astronómico moderno, para mencionarle con encomio hay la razón de que al estudio de las Matemáticas se entregó con ardor, después de haber procurado penetrar los arcanos de la Filoso-


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fía y la Medicina, antes de ser canónigo, y dedicarse también necesariamente al de las cuestiones teológicas. A pesar del carácter entero y firme y del valor que en más de una ocasión mostrara en la defensa de sus opiniones, Oopérnico conservó algún tiempo oculto su nuevo sistema, por temor, según más tarde manifestó, de que las gentes irreflexivas lo pusieran en ridículo: no empeciendo esto, sin embargo, para que tuviera el placer, ya en ~u lecho de muerte, de ver impresas sus obras. Cuando se publicaron, ni el Papa, · ni la Ool'te Romana se opusieron á su divulgación; y si más tarde fueron prohibidas, justo es confesar que, disposición tan afrentosa, más bien fué dictada por la pedantería escolástica y el amor propio vejado de los que veían su fantástica ciencia reducida á pavesas y de un soplo desvanecida, que á simple fanatismo religioso. Si Oopémico dejó en muy pequeña parte subsistente el sistema de Ptolomeo, que en lo fundamental echó por tierra, debe atribuirse, ó á la falta de tiempo y de elementos para demostl'a1· con pruebas irrecusables su completa falsedad, ó á razones de prndencia, que le indujeron á no extremar los ataques, hasta en los detalles, contra las creencias científicas de su época, profundamente arraigadas en el trascm·so de los siglos, persuadido de que el golpe cel'tel'o que contra ellas había descargado • bastaba en b1·eve plazo pa1•a destl'Uirlas por completo. En lo que no cabe duda es en que Copémico no llegó á concebü- y formular su sistema por acto de adivinación, ó sin prolijo estudio preliminar y esfuerzo supremo de la mente, como se ha intentado por algunos sostener: descubrimientos tan colosales, y de tanta trascendencia en el orden científico, muy rara vez, ó nunca, son producto de inspiración momentánea, como pudiera serlo, si es que puede tampoco, la creación de una obra de al'te, destinada á trnsnütirse á la postel'idad. Copé mico, muy


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por el contrario, era hombre tan erudito como asiduo observador; conocía á fondo el sistema astronómico pitagórico; y, meditando sobre él, cotejándole con el de Ptolomeo, y sometiéndolos ambos á la piedra de toque que constituían los hechos observados, y que por uno ú otro era menester explicar racic,nalmente, adquirió plena convicción en el doble movimiento anual y diurno de la Tierra; y de aquí dedujo que el Sol debía estar colo~do en el centro del mundo planetario, y girar en torno suyo de Occidente á Oriente, siguiendo el orden ascendente de distancias los globos denominados Mercurio, Ve- · nus, la Tierra, y como servidora suya la Luna, Marte, Júpiter y Saturno. Inútil sería, y aun ofensivo para cuantos benévolos . me dispensan su atención, entretenerme ahora en explicar más á la menuda el sistema copernicano, por lo cual doy punto á cuanto sobre tan magnífico tema pudiel'a ocurrirme, repitiendo estas palabras de Laplace: «El sistema de Copérnico es como revelación de la admirable sencillez con que la Naturaleza procede en la producción de sus obras maravillosas: sencillez que nos encanta y extasía cuando logramos p01• g1·an fortuna percibirla. »

XVI. En la historia de la ciencia no se da un paso sin .advertir la comprobación de la ley del progreso y de la evolución en el sentido que la de continuidad pide y determina: con lo cual queremos decir que ningún hecho, ni fenómeno alguno cosmológico ó sociológico, se verifica sin llegar precedido de los antecedentes que de una manera sucesiva y lenta provocan su. necesaria y como espontánea producción,


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Todos, por ejemplo, conocéis la brillante historia de la marina lusitana: donde al finalizar la Edad Media y alborear la Moderna, hubo por entonces un peligro que afrontar, un cabo que dobla1·, un camino que recorrer, desafiando para ello las iras del Océano, desconocido y teneb1'0so, allí se encuentra un nombre portugués. Y es que, conforme opina Alejandro de Humboldt, los navegantes lusitano-españoles del siglo XV no cedían en intrepidez y heroísmo, ni en los conocimientos cosmográficos de aquel tiempo, á los griegos en la época de su más glorioso apogeo: Pues Portugal, que entonces tenía marinos como Vasco de Gama y Bartolomé Díaz, poseía también geómetras como Pedro Núñez: preceptor del hijo del rey Manuel; cosmógrafo de la Corona; y profesor de Matemáticas de la Universidad de Coimbra: autor de varias obras que, entre otras muy útiles investigaciones, contienen el método para determinar la distancia y diferencia de longitudes de dos puntos situados en la carta marina, cuando los meridianos se representan por rectas paralelas y los paralelos por perpendiculares á las primeras; el estudio minucioso con tal motivo de la loxod1·omia, ó de la línea que corta á todos los meridianos bajo un mismo ángulo, y cuya p11oyección estereográfica sobre el plano del Ecuador es una espiral de Arquímedes; la teoría astronómica y matemática de los crepúsculos, y dentro de ella la resolución de un ~roblema célebre, de gran dificultad entonces: el de hallar la duración del c1·epúsculo mínimo en el año, y el día ó fecha á que corresponde; y la descripción del primer ingenioso artificio, ó nonius, que tan famoso ·hizo su nombre, destinado á la apreciación de los arcos de círculo muy pequeños, no susceptibles ya de graduación ó división directa. Y puesto que de lo que la España árabe ó cristiana contribuyó á la civilización de las demás naciones europeas princi-


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palmente tratamos, séanos también permitido, antes de ir más adelante, recordar los nombres, y con los nombres los servicios por ellos prestados á la cultura general y al progreso rápido de la ciencia, de Colón, Remando de Magallanes, Vasco de Gama, El Cano, Bartoloiné Díaz, Pedro Correa, Pedro da Horta y de tantos otros varones eminentes, ilustre cohorte suya. Y al cital'los, lejos de mí el empeño de acumular nombres venerandos para dar realce y brillo á la historia de la Península pirenáica; aunque disculpa tendría ·esto, en el sentimiento de amor patrio que á todos nos anima y en.ardece; sino que obedezco á la idea fundamental que en la ordenación de estos apuntes me guía: de et· tal e] enlace entre la Astronomía, la Geografía, la Geodesia y la Matemática, que no hay modo de tratar de una cualquiera de estas ciencias, si de cualquiera otra, y muy en particular de la última, se prescinde. Porque, si cierto es, en efecto, que las p1·imeras deben considerarse como meras é inmediatas aplicaciones de las Matemát_icas puras, cierto también. qµe, así las citadas como todas las físico-matemáticas, por la íntima compenetración de unas con otras y de los mutuos servicios que la teoría y la práctica se prestan, como medio la una de resolver las dificultades que en ~l ejercicio de la otra se presentan, y estimulante enérgico la segunda de los progresos de la primera, constituyen armónico é inseparable conjunto. Y cosa es bien sabida, por ejemplo, que ni Colón ni Magallanes emprendieron sus inolvidables expediciones por el occidente, como al azar, y fiados sólo en los impulsos de su corazón y su heroísmo; sino apoyándose en antecedentes teóricos, que asegmaban el éxito feliz de tan gigantes empresas; é insensatez grande sería desconocer ó negar la influencia provechosa que en :el orden puramente científico ejercieron los resultados de aquellos portentosos viajes: punto final de la Edad Media, y glorioso comienzo de la Moderna.


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XVII.

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Copérnico bajó al sepulcro en 1543. Y después el siglo XVI siguió apaciblemente avanzando sin que durante su segunda mitad descollase ningún otro genio poderoso: como si el espíritu humano tomara aliento pai-a penetrar en el XVII, de gloriosa recordación, y en el cual la ~atemática dió pasos de gigante y se desenvolvió hasta quedar constituída casi como hoy lo vemos. Antes de esto, sin embargo, :floreció Stifel, monje agustino, que introdujo con los signos y-un verdadero, aunque modesto, perfeccionamiento en la algoritmia, y que poi· sus atinadas comparaciones entre las progresiones geométricas y aritméticas anduvo muy cerca · de descubrir la teoría de los logaritmos, que no puso en claro, sin embargo, legando intacta esta gran gloria al sutil ingenio de Neper, por no haber apurado las consecuencias de las propiedades de ambas especies de progeesiones por él desde lejos entrevistas. Cúpole también la desgracia, dejándose arrebatar por su un poco desarreglada imaginación, de deducir, por aplicación viciosa de la Aritmética á la interpretación de ciertos pasajes de la Biblia, que en 1533 se había de verificar el fin del mundo: tremendo pronóstico que, tomándole como fiel expresión de la verdad, indujo á personas de cortos alcances, ú ofuscadas por la fama del ago1·ei·o, á malbaratar su hacienda y derrocharla, como cosa muy en breve despreciable ó de todo punto inútil. Mas como quiera que la gran catástrofe anunciada por Stifel no tuviera lugar, encontráronse, trascurrido en paz aquel año temeroso, sumidos los imprudentes en ex-

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trema pobreza: por lo cual, y aun cuando de su propia credulidad debían sólo haberse avergonzado, cerraron vengativos con el célebre agustino, y · dieroµ con él en un calabozo de Wittemberg, de donde con dificultad logró salir, merced á la influencia de Lutero. En el tratado de Aritmética que escribió, empleaba para facilitar los razonamientos las letras del alfabeto ordinario en 1ugar de las cifras arábigas: exactamente como en la actualidad se practica muchas veces. El error en que Stifel incurrió al empeñarse en aplicar las Matemáticas á la interpretación de los libros bíblicos, no es el únic@ cl.e su especie que registra la Historia; pues sabido es cuán lamentablemente cayó en otl'o parecido el inmortal Newton, tan perspicaz en la recta interpretación de los más re cónditos misterios del orden físico, cuando se lanzó á desentrañaré interpretar á su manera el profundo é impenetrable sentido del Apocalipsis. Ejemplo es el último, nada extraordinario, de existir inteligencias poderosas, verdaderamente sublimes en la esfera de lo abstracto y lo grandioso, casi por completo desprovistas de sentido práctico en lo concreto y pequeño, aunque de importancia y provecho en el terreno de las aplicaciones: como existen otras en cambio, de menores aspiraciones y más limitados vuelos, aptas en grado eminente para suplir las deficiencias de los grandes genios, ora utilizando sus mismas elevadas concepciones teóricas, ya procurando comprobar por medios experimentales la exactitud y valor de lo que sólo por teoría se conoce ó vislumbra.-Y de esta categoría debió ser la de Fernel, médico de oficio y matemático ó geómetra no más que de afición, que logró, sin embargo, adquirir cierta celebridad por el mero arte elemental que puso en práctica para medir un arco de meridiano: observando la altura máxima del Sol en París cierto día; calculando ó viendo lo que debía ser en los inmediatos


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siguientes; y alejándose, en la dirección Á Vorte-8ur, de aquella población hasta dar con otro lugar desde donde, tres días después, discrepaba la altura meridiana del Sol precisamente un grado de la correspondiente en aquel momento al primer lugar de observación. Hecho lo cual, recorrió en coche la distancia de ambos lugares; y del número de vueltas de las ruedas del carruaje, y de la longitud ó desarrollo de las llantas ó circunferencias de las mismas ruedas, dedujo que el arco de meridiano de un grado comprendía 56746 toesas, con error, según con mucha posteridad se ha comp1·obado, de menos de 300 toesas, ó de ~ del total: grnnde en sí mismo considerado; 2 0 pero sorprendente por lo pequeño, · si al procedimiento rutl¿.mentario y toscos elementos para obtener el valor á que se refiere, con imparcialidad de ánimo atendemos. Y, sin em bargo, como ya se ha dicho, Fernel no fué matemático ni astrónomo de primer orden; pues, aunque de Matemáticas y Astronomía desempeñara por algún tiempo una cátedra, y sobre ambas ciencias escribiera dos distintas obras, de tan escaso mérito resultaron éstas que por completo han caído en olvido, como nadie se acordaría tampoco del nombre del autor, á no hallarse unido al primero feliz conato de medicióu de un arco de meridiano en Francia. , eguramente no se distinguió de modo especial Miguel Servet como matemático; pero, sin embargo, su traducción de las obras de Ptolomeo prueba bien á las claras que al célebre cuanto desgraciado descubridor de la circulación de la sangre, ilustre víctima del fanatismo calvinista, ó del ruin sentimiento de la envidia que se apoderó de Oalvino, su amigo en otro tiempo, no le eran extraños los conocimientos matemáticos. El célebre profesor de la Escuela de Medicina de. París, hijo preclaro de Villanueva de Aragón, merece, pues, recuerdo cariñoso en toda reunión de españoles, donde


s, de ciencia se trate, por la amplitud y elevación de sus mirfü,, y por lo que con sus descubrimientos, y como atrevido pensador, honrará siempre á la patria en que naciera. Y como la ciencia pura no tiene por qué mezclarse en discusiones y reyertas teológicas, tan digna de respeto como la memoria del impugnador, vencedor y víctima de Calvino, nos parece la del místico Raimundo Lulio, anterior á él: del ilustre mallorquín, á quien, prescindiendo del iluminismo y exagerado entusiasmo religioso que informaron todas sus acciones, después de su conversión de apuesto galán y desvanecido cortesano en hombre de estudio y razonador profundo, por obra y gracia en la apariencia del amoi· inaccesible de hermosa y prudente dama, convienen hoy todos los pensadores de Europa en q~ puede mirársele, habida cuenta de la diferencia de tiempos, como el Bacon español. Italia, inmediata depositaria del saber matemático de los árabes, no se contentó c_on trasmitir á las demás naciones el legado que había recibido; sino que le aumentó considerablemente con valioso caudal de nuevos descubrimientos: tanto que, mientras la Península pirenáica enmudecía, ó poco menos, la alpina asombraba al mundo con la noticia de los progresos matemáticos, verificados por la ilustre pléyade de hombres notables que en breve tiempo produjo: como Lucas de Pisa, Gerardo de Cremona, Lucas de Borgo, Cardano, Tartaglia, Ferrari y otros muchos. Sobresaliente entre ellos fué Francisco Morolico, natural de Mesina, de familia griega oriunda de Constantinopla, matemático edúcado en la escuela árabe, y preceptor del hijo de Juan de Vega, Virrey de Sicilia en tiempo de Carlos V. Morolico introdujo en Italia, de donde pasó á Alemania, el uso de las secantes en los cálculos trigonométricos; así como la novedad de no menor importancia del empleo de las letras en los ra-


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zonamientos aritméticos, y las primeras reglas fundamentales del cálculo algebráico. Sus estudios sobre Matemáticas puras no le impidieron dedicarse con empeño y notable aprovechamiento al de la Óptica; y, como natural consecuencia, al de la estructura del ojo humano y explicación de los fenómenos maravillosos de la visión; habiendo logrado descubrir la marcha de los rayos luminosos á través de la córnea y del cristalino, de lo cual dedujo, aunque con alg·una vaguedad, la explicación de las causas que determinan el presbitismo y la miopía, y la manera de combatirlas, ó de compensar sus perjudiciales efectos, mediante el empleo de vidrios convexos ó cóncavos. Da fe de su clara inteligencia y buen sentido-la crítica que hizo de los estadios entonces en boga sobre las caúsas ocultas, resumida en estas tan prudentes palabras: «El averiguar cómo los fenómenos que vemos y palpamos se realizan, presenta sobradas dificultades para que, sin tacha de pretenciosos y arrogantes, nos enfrasquemos en el mundo de los espíritus, y nos empeñemos en descubrir la razón suprema que regula su producción.>) Tradujo, en fin, las obras de Arquímedes, y completó los descubrimientos del célebre matemático siracusano con el del centro de gravedad del segmento parabólico, que en ellas había quedado por definir. Y no menos aventajado que Morolico, y ya de estirpe p1·opiamente Italiana, fué Nicolás Tartaglia, tan célebre por los esfuerzos inconcebibles que tuvo. que desplegar para vencer los obstáculos que al desenvolvimiento y triunfo de su mente le creaba la miseria, como distinguido geómetra, in signe descubridor de la resolución de la ecuación ge!1eral de tercer grado: fama que le disputó su ilustre rival Cardano, si menos sagaz, ó de no tan amplios alcances matemáticos, muy superior á Tartaglia, en educación clásica y conocimientos literarios generales. Al mismo Tartaglia hay que agrade6


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cer también la dichosa idea de aplicar las Matemáticas á la Artillería, contribuyendo así á la creación con el tiempo de una ciencia nueva. Así como, ªilll:que menos aparatoso, el estudio que Cardano hizo de la combinación de signos positivos y negativos en la multiplicación ó división algebráicas, aunque no en todos sus detalles por completo satisfactorio, le acredita de hombre sutil, y contribuyó al progr~só de la ciencia pura de muy efiOáz manera.. Lá 1-esoluciófi dé la ecúación de cuarto grado1 efectuada por Fer1•ari, sigttiendo las huellas de sus dos ilústres predecesores, no poco contribuyó tarubién al perfeccionamiento del Algebra na.ciente, necesitada y en. espera todavía por algún tiempo, de un genío sintetizador que organizase los conocimientos dispérSós ya adquiridos, y colmase las lagunas que los separaban: de un hombi'e como el gran ref01·mador y creador del Algebra. moderna, Francist!ó Vieta. Con lo dicho, damos poi• cono]uído cuanto nos habíamos propuesto decir á propósito del período de civilización ó de cultura científica de los árabes, pa1·a jústificar estas palabras de Ohasles, que tan sobria y :lielmente le definen. «El período fué corto, pero brillante..» Deduciendo las ine'Vitables consecuencias de las verdades, durante su transcttr-so descubiertas, el espíritu investigador é inquieto de lós occidentales convirtió las reglas, sin trabazón, en fórmulas generales, y más tardé éstas en leyes.

XVIII. Y ahora~ con la rapidez qúe este demasiado largo discurso eng-e1 séanos permítido árrojar una mirada retrospectiva sobre tal ~uooso, para poder dedt1cil· lo que inmediatamente faltaba tód:i.Vía por hacer, ó, en otl'os tél'lllinos, indicar l-O'S problemas de gran trascendencia que pedían inmediata solución -si había


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de llegal'se á la unidad sistemática, á que aspieaba la primera de las ciencias: solución dada en principio po1· los g1·andes matemáticos del siglo XVII, y cuyas consecuencias, ó corolarios y aplicaciones, continúan deduciéndose sin intermisión y con febril actividad desde entonces. Siendo de advertir que, conforme estos corolarios se desprenden, surgen nuevas dificultades en lontananza, y la necesidad de otras refo,:mas y ampliaciones de la ciencia se deja sentÜ' cada día con mayor imperio. Y para tratar de satisfacerlas, vanse en el siglo XIX acumulando inmensas y muy variados materiales, con la esperanza de que no faltarán, tiempo aJ1dando, Ull Leibnitz ó un Newton, que con ellos erijan armóaioo y asombroso conjunto, y logren así completar el todavía po1· varios puntos desguarnecido alcázar de las Matemáticas. Los árabes prestaron á la civilización europea en todas las ciencias, dmante su época de esplendor conocidas, no sólo el inmenso servicio de salvar _del olvido, y evitar probablemente que para siempre se perdieran, las obras de las civilizaciones que les habían p1·ecedido, sino que, como ya con insistencia dejamos indicado, aportaron á la Matemática un elemento desconocido de los griegos, precisamente el más abstracto, y por tanto entre los varios que la constituyen el más general y más fecundo. PuesJ si á propósito de una de las dos nooiones fundamentales que se imponen al entendimiento humano, la del espacio y el tiempo, los maestros de Europa llevaron á cabo con amplitud y acierto, con la construcción de la Geometría, los admfrables trabajos que ya conocemos, en cambio, poco ó nada habían hecho en lo concerniente á la otra rama, relativa á la cantidad en general, dimanada de la consideración ,del tiempo, ó del espacio, ó del orden, ó del movimiento, ó de cualquier_ otra entidad, que seres más perfectos que nosotros imag·inar puedan: en cuanto á la Aritmética y al Algebra, que tratan de


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las relaciones de la cantidad y de su enlace, inmediatamente corresponde. El mayor servicio prestado á la ciencia por los árabes, punto menos que inconcebible de pronto, y que, por lo familiar que nos es su empleo desde los primeros años de la vida, nunca apre- • ciamos en su verdadero valor, fué el de la invención ó divulgación del sistema de numerar, indico ó arábigo, que como en germen, de fecundidad ilimitada, contiene toda nuestra Aritmética. Tan inspirado y portentoso invento está muy por encima del también fundamental del alfabeto. Expresar con diez caracteres todas las cantidades, por grandes que sean, y aun cuando superen á cuanto la imaginación alcanza, sin más que convenir en que aquellos caracteres ó cifras, vulgarmente números, posean ó represe:i;i.ten dos valores, uno propio y como absoluto, y otro variable, conforme á ley sencillísima y c·onstante, según la posición _que ocupen-, es de tal importancia que un conocido geómetra expresaba su admiración diciendo que, aun cuando en otros globos celestes, por cualquier concepto mejor dotados que la Tierra, haya habitantes con inteligencia superior á la del hombre, de seguro no poseen sistema de numeración, fundamentalmente más sencillo y de mayores alcances que el nuestro. Cierto que la base del sistema puede ser arbitraria, y que en su mejor designación cabe divergencia de opiniones: que, en·vez de ser igual á diez, por ejemplo, convendría en algún concepto, compensando no obstante con desventajas evidentes en otro ú otros, que lo fuese á doce ó dos; pero estos son pequeños detalles que en nada alteran lo sustancial del sistema, de cuya definición además inmediatamente se desprenden las reglas elementales y teóricamente muy sencillas que deben observarse para efectuar los cambios de base, en cuantos casos hubiere necesidad de verificarlo. Oo-


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mo es también de advertir que cuantos pL'oblemas se relacionan con las pl'Opiedades íntimas y aplicaciones trascendentes del mismo sistema de numeración comprenden, como caso paL'ticular, y han en cierto modo pL'oducido ú ocasionado, la teol'ía completa y resolución práctica de las ecuaciones. Si, en la Aritmética de posición de que tratamos, la leyó regla de escritura de los números, hacia la izquierda de las unidades, se extiende á la derecha de éstas, con los mismos diez caracteres arábigos, ó guarismos, conseguiremos expL'esar tanto los númel'os infinitamente grandes cuanto los mfinitamente pequeños, los cuales, representados de modo algo más explícito, púo sistemático siempre, poL' refel'encia á las potencias consecutivas, ascendentes, de la base, nos llevan como de la mano á la consideración y estudio muy fructuoso de las series más sencillas, convel'gentes ó divergentes, y de los variados términos de que las series así formadas· se componen, ó de los infinitos, grnndes 6 pequeños, de diversos órdenes: tan fecunda es la semilla oculta en el sistema que con exuberante lozanía brota y se desenvuelve por todas partes. Mas, para no exagerar sus ventajas, y no sacal' las cosas de quicio, sin necesidad que á ello nos obligue, preciso es convenir en que el sistema de numeración arábigo no dispone de medios suficientes para expresar la ley de continuidad; ó para suplir la exposición científica, por distinto procedimiento, de la cantidad: superior emp1·esa á que, con extraña elevación de miras y profundo sentido filosófico, dedicó sus desvelos el célebre Wronski, ni bien apreciado, ni en lo mucho que vale comprendido todavia, en lo que va de siglo. Cualquiera que, en efecto, sea el sistema de numeración que se adopte, y el de Aritmética, meramente práctica, ó especulativa y superior, como Newton llamaba á la trascendental Teoría de los Números, que sob1·e él se funde y desarrolle, de Sll empleo siempre


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1:esulta una idea concreta, que, implícitamente por lo menos, ·envuelve la de comparación de la cantidad con la unidad para su valuación elegida. Falta, pues, algo más que, como caso particular, comprenda la Aritmética, mirada con generalidad mayor: ó una cierta algoritmia, que trate de las relaciones de la cantidad y el orden, en amplio y doble sentido, cuantitativo y ·cualitativo: y ésta es el Algebra. Divisible á su vez, en cuanto á su razón fundamental, en dos ramas: teoría y tecnia, ó sea el arte; y esta última en otras dos: una referente á la aplicación de los algoritmos fundamentales, ó la trasformación conveniente, pal'a expresar la ley 6 fenómeno en la forma más adecuada para poderla comparar con otras expresiones conocidas; y la que se propone buscar la fórmula más á propósito para la evaluación numérica, con relación á determinadas unidades concretas, de la ley de que se trate. Y como quiera que, desde este punto de vista considerada, el Algebra es también un arte, dedúce:3e en consecuencia que las fórmulas, ya expresen relaciones de la .cantidad, ya fenómenos, podrán ser más ó menos elegantes, según la forma más ó menos clara, sencilla y armónica á que lleguen á reducirse por trasformaciones, que con frecuencia dependen de la perspiéuidad é ingenio del calculador. Desde el punto de vista exclusivamente cuantitativo, el Algebra, ó, su expresión má_s alta, las funciones, se referirá á cantidades finitas ó infinitas, divididas éstas en infinitamente grandes é infinitamente pequeñas: ó, en otl'os té1•minos, al es . . tado de generación porque pasa una función de una ó muchas variables, cuando éstas crecen ó menguan por gradación infinitamente pequeña, ó de un modo continuo en absoluto. Dada la función, la determinación de las varias formas que reviste, y vicisitudes pol' que pasa, conforme las variables que la componen cambian de valor, constituye el objeto del Cálculo Di-


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fe1·encial; y, por el contrario, el determinará qué función general corresponc\en, ó ~ refieren los elemeI).tos cual!titativos, dependientes de las va~·ia,bles que se consideran, es objeto, en principio, del Integral: ampliación uno y otro del Algebra, desde elevado punto de vi&ta contemplada. Quien así empezó á considerar esta parte tan sustan.cia.l de las Matemáticas fqé Vieta, reputado autor francés: el cual, prescindiendo de casos particulares y de notaciones concret!ls., se valió sistemáticamente de las letras ordinarias del alfi'\beto para repl·esentar las cantidades oonocidas y desconocidas, los datos y las incógnitas, que en la composición de los problemas intervienen, constituyendo así lo que él llamó Atgcbm, especiosa. Y dado este primer paso, de gran trascendencia, aunque h1uu.ilde al parecet, omipóse en el estudio de las tl'ansformaciones que las ecuaciones puederi experimentar hasta quedar reducidas á la forma más sencilla: como, por ejemplo, en la manei•a de aumentar ó disminuir sus raíces en cantidades dadas, ó de multiplicar el:ltas raíces por cualquier númeJ.?o, ó de efectuar la supresión de alguno de sus té~·minos. Oonc¡u::yendo en este asunto por empañarse en la 1·esolución de la13 ecuacioúes de todoslos grados, más difícil tal vez de lo que él se imaginaba, y que no consiguió realizar como era c¡omüguieute; si bien, aunque largo13 y complicados, indicó algunqs procedimi(}utos para hallar los valoras por apro:¡imación de la~ raíces numéficas, sentando las bases del edipcio poco ?, poco después erigido, aunque no ultimado por coJ]lpleto todavi&-, por Descartes, Newton, Euler, Lag·range, y otros muchos matemáticos de sobi·esaliente mérito, en tiempos posteriores. En su noble ambición de mejo~·ado y reformarlo todo, el mismo Vieta aplicó también, con cierto sistema, el Algebra á la Geometría, aunque sjn arribar, ni apuntar casi, adonde poco después llegó Descartes; ~stablecio la doctrina de las sec<;i_o-


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nes angulares, cuya explanación estaba reservado á Moivre y Cotes, más principalmente; y aun parece como que vagamente columbró la ley del desarrollo de la potencia general de un binomio, que Newton, sin pararse á demostrarla, definió con toda claridad, uniendo á ella su nombre para siempre.-Euler fué quien por primera vez la demostró; y después muchos han sido los autores que, ciñéndose al caso del exponente entero y positivo, han seguido el ejemplo de aquel tan ilustre y perspicaz matemático, aunque nadie en términos tan sencillos y elegantes, fundándose en el principio de la homogeneidad y en la distribución simétrica en el producto de varios factores binomios de sus segundos términos, cuando los primeros sonó se suponen iguales en todos, como una mujer ingeniosa, que ocultó modestamente su nombre, adoptando por pseudónimo el de la letra hebrea Lamecl. Las demostraciones, referentes á los casos en que los exponentes sean fraccionarios ó negativos, son muchas y variadas; pei·o todas, salvo la que se funda en la teoría muy poco difundida de las factoriales, poco satisfactorias; pues se reducen á meras comprobaciones, ó á generalizaciones inductivas, de ciertos desenvolvimientos de las funciones en series, por los distintos métodos que el Algebra proporciona. Del ilustre y malogrndo matemático noruego Abel existe, en fin, una demostración de gran mérito, concerniente á los casos de la misma ley en que los exponentes sean irracionales ó fraccionarios; pero demasiado complicada, y susceptible de alguna simplicación por procedimientos elementales. Al lado de Vieta, reformador del Algebra, y para quien no debía ser tampoco extraña la noción matemática de lo infinito, á juzgar por la expresión que nos legó de la relación de la circunferencia al diámet~o, en forma de producto de infinito número de factores, y cuyo carácter, eminentemente humano, no sofocado ó desvanecido por la abstracción científica, se nos revela


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en el hecho singular de haber dedicado todas sus obras á una mujer, merecen colocarse Alberto Gerard, el Flamenco, y los ingleses Harriot y Ougtred: el primero, no tanto por haber enseñado á construir geométricamente las tres raíces cúbicas de un número cualquiera por medio de la trisección del ángulo, método que mucho más tarde había de generalizar y ampliar el alemán Gauss, cuanto por haber sido quien antes que nadie discurrió sobre las raíces de las ecuaciones impropiamente llamadas imaginarias, y también quien advirtió el uso que de las negativas podía hacerse en las construcciones geométricas; el segundo poi· ha be1· enseñado, también antes que otro alguno, lo que ahora nos parece puel'il: la composición de una ecuación de cualquier grado como resultado del producto de varios factores binomios, formados restando de la incógnita cada uno de los símbolos de sus raíces ó valores: habiendo además in troducido en el Algebra los signos tan útiles y sencillos de may01·ía y minoría; y el tercero, cuyas obras fueron clásicas en Inglaterra durante mucho tiempo, por haber ideado y empleado con acierto el signo de multiplicación que hoy conocemos, y la ingeniosa regla de la multiplicación abreviada, que conserva su nombre todavía; iniciado la escritUl'a de las fracciones decimales con supresión ostensible de sus denominadores, generalizando con esto el principio fund:amental de la numemción; y contribuido con otros perfeccionamientos en los detalles al progreso y difusión de la ciencia. Sin que los tL·abajos de orientales, griegos y árabes, encaminados al mismo fin, merezcan darse al olvido, y sin que sea lícito jamás negar su influencia en los descubrimientos posteriores, bien puede asegurarse que el siglo XVII fué el de creación del Algebra moderna, ó de los occidentales, muy superio1· en espíritu y alcance á cuanto con criterio mezquino y con inmenso trabajo se había antes concebido y logrado t·ea-


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lizar. Siglo fué aquel memorable, en el cual dieron las Matemáticas asombroso avance, como movidas por el soberano esfuerzo que para hacerlas rápidamente pl'ogresar desplegaron, en noble y provechosa competencia, Descartes, Fermat, Wallis, Galileo, Kepler, Newton, Huyghens, Leibnitz, los Eer~ nuillis y tantos oti•os ingenios de primer orden, honfa de la especie humana, que fuera extremadamente prolijo enume¡•ar. Entre ellos, sin embargo, siquieiwc1, mención especial Illerece el noble escocés Juan Neper, por el importantísimo descu.brirniento de los logaritmos, y su amigo Briggs por habei· calculado y publicado las primeras tablas usuales ó vulga1·es, tomando por base el núrnet·o diez, Aun cuando invención tan peregrina no revistiese desde luego el grado de generalidad, señalado por W ronski en su teoría de la Algoritmia, y procediese de simples consideraciones geométricas, en primet· término, y de la comparación y auálísis luego de dos progresiones correlativas, por diferencia una, y ott·a por cociente, los servicios que ha prestado á la ciencia, y que en escala cada vez mayor continúa prestándola en la esfera como ilimitada de sus aplicaciones, son verdade\'amente imponderables. Por lo cual de celebrar sería que su empleo, como el de otros inventos con ella estrechamente conexionados, se vulgarizase en nuestra pati-ia 1 conforme en naciones más adelantadas lo e tá el de las máquinas de calcular de varia especie, en uso las más sencillas y de mas general aplicación en las escuelas de instrucción primaria, donde los niños apl'enden jugando á manejarlas; y que la mecánica moderna y el ingenio de los geómetras han perfeccionado y extendido en casos especiales de mayor complic¡¡.ción, como lo prueba el último integrafo, preseutado no ha muchos meses á la Academia de Ciencias de Parí$. A propósito de este asunto vJ1is á permitirme r~ordaros en dos palabras u.u hecho algo extraño, y para la. mínima y más


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bella parte de mi auditorio, que con su presencia en este recinto parece que presagia y promete días próximos de ventura para las ciencias en España, no desprovisto de interés. Un hijo d~ Babbage, inventot· de una famosa máquina de calcular, insertó en la Biblioteca Universal de Ginebra muy · detallado artículo, con objeto de explicar y divulgar la sutil y paciente obra de su ilustre padt·e; y á poco el artículo fué traducido del francés al inglés, con notas y comentarios, por persona que puso especial empeño en que su nombre no fuese conocido; mas, no obstante, calificada ppr los geómetras del continente y británicos, de ingeniosa y muy perita en la complicada materia á que sus advertencias y reflexiones se referían. ¿Quién era esta: persona'? ¿acaso algún otro matemático, émulo de Babbage'? No par cierto. El tiempo, que todo lo aclara, concluyó por revelar que el traductor anónimo, tan admirado de los geómetras de profesión, era Lady Ada, hija única del inmortal poeta Byron. El siglo XVII, que tantos y tan prodigiosos descub1·imientos matemáticos engendt·ó desde sus primeros albores, no llegó á su ocaso sin dat· más gallarda muestra todavía de su potente y no agotada fecundidad con el más glorioso de todos: con el del Cálculo Diferencial ó Infinitesimal, formulado á la vez casi, ó reducido á expt·esión claramente definida, y susceptible de provechosa .aplicación inmediata, por Leibnitz y Newton: por el matemático reflexivo y sutil metafísico alemán; y por el físico inglés eminente, descubridor de las leyes de la atracción universal de la materia, y autor de los Principios de la Filosofía Natural: obra que 1?-º sobrará nunca en la biblioteca del hombre científico, pero que, no obstante su mérito inmenso, salvó con trabajo el canal de la Mancha, y se difundió por el continente, 8'racias al feliz entqsiasmo_é influjo de Emilia de ·Chatelet,


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Fué el siglo XVIll digno sucesor del precedente; y en él :florecieron matemáticos del mérito é importancia, tomados no más que como ejemplo, de Moivre, Stirling, Cotes, Lambert, \Varing, Maclaurin, D' Alembert, Lagrange, Jacobi, Laplace, Gauss, y Euler: de Euler que intencionadamente hemos mencionado el último para que resalte todavía más su valer en el terreno de la ciencia pura: como que fué uno de los que más contribuyeron á su perfeccionamiento en distintos ramos, con la creación é introducción feliz en ella de nuevos algoritmos, especialmente dimanados_de las analogías entre las líneas trigonométricas y las cantidades exponenciales: ingeniosa teoría, apenas desflorada, cuyo fundamento no nos parece que se ha profundizado á estas fechas bastante, y cuyas consecuencias y aplicaciones tampoco se han apurado hasta donde por su trascendencia merecen apurarse. Mencionar ahora, no los trabajos, sino los simples nombres de los geómetras y analistas que en los tiempos modernos han contribuído con mayor eficacia á la constmcción y embellecimiento de la ciencia Matemática, sobre no consentirlo la índole de este trabajo, ni conducir á ningún resultado provechoso, es empresa superior á mis pobres y ya gastadas fuerzas. Propúseme por junto al emprenderle reseñar los orígenes de la ciencia, y establecer la filiación de las ideas fundamentales en ella dominantes, rectificando de paso opiniones y apreciaciones á mi entender poco conformes con la verdad, y procurando poner á flote nombres ilustres olvidados, ó á punto ya de zozobrar y sepultarse en el mar tenebroso del olvido. Lejos de mí cualquier otra pretensión: lejos, sobre todo, la de creer que no he abusado cien veces de vuestra bondad con digresiones, en la apariencia por lo menos, extemporáneas. En gracia de la intención, bastante transparente, que á ello me ha movido, siempre con el pensamiento puesto en las necesidades inte-


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lectuales y científicas de nuestra patria, y en los fines de esta Corporación generosa, suplícoos que me perdonéis aquel abuso, y que sólo atendáis para permitirme ocupar humilde asiento entre vosotros al ardiente deseo que me anima de secundar vuestros esfuerzos por la prosperidad y angrandecimiento de :as ciencias en España.-HE DICHO.


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DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. EDUARDO SAAVEDRA



Cf -

c:Jeno'l&J .....

Cf' -

tY c:Jenota.1:

-osotras, cuya presencia en este sitio tiene el r. Becerra como feliz augurio para la ciencia española; vosotras, gala de este concurso, me serviréis de medianeras para que el auditorio que os acompaña. y os admira prolongue un rato más su atención y ejercite conmigo su paciencia, mientras cnmplo con los preceptos del ceremonial académico y satisfago deudas de amistad tan antigua y constante como sincera. 1 concederme esta gracia, haréis ver que no os ha traído vana cmio idad ni desmedido afán de personal lucimiento, sino que sois dignas del elogio que á la legítima influencia de vuestro sexo e ha complacido en dirigir el nuevo académico, apoyándolo en repetidos ejemplos de damas ilustres por sus conocimientos científicos. Tiempo es ya de desechar la inju ~ta prevención que en ánimo del vulgo os aleja de e. ta clase de estudio . o obstante la aptitud que plenamente se os reconoce para el ejercicio de las bellas artes y de la amena literatura; aunque ya se os abre camino para la práctica de ciertas profesiones y el desempeño de algunos empleos, todavía. la mujer sabia no ha logrado acli7


rn2 matarse del todo en nuestras sociedades modernas, y se supone que el áspero trabajo de las investigaciones abstractas dice mal con la delicadeza de vuestra complexión intelectual y de vuestro organismo físico. Al otro lado de los mares, allá en la tierra americana, se confió, hace más de veinte años, una cátedra de a tronomía para señoritas á la insigne profesora Miss María Jlitchel, portento de ingenio matemático que galardonaron sus amig·os y admiradores con el regalo de un observatorio provisto de todo género de buenos instrumentos. El r. Becerra ha demostl'ado en conferencias públicas cuánto conviene fomentar la educación de ]a mujer con iguales ó parecidas instituciones; pero aquí en la vieja Europa, las jóyenes no entran en el templo de la ciencia si no encuentran una puerta dentro de su misma casa, y no las atrae, como á la esposa del astrónomo Kirch, la admiración ó el interés por las tareas de una persona muy allegada. Entre vosotras mismas , las que sois encanto del hogar _de compañeros queridos, y con frases halagüeñas ó dulces miradas reanimáis su espíritu fatigado, estoy seguro de que no faltará quien allá, en escondido retiro, tome alguna vez el lápiz ó la pluma para dar geata y modesta ayuda al autor ele sus días ó al compañero de su vida; como María Clara Eimart, muy conocida como estimable pintora, enriquecía con dibujos de lo que viera en el telescopio las memorias astronómicas de su padre, y favorecía después de análoga manera á Juan Enrique Müller, su marido, sucesor de aquel en la dirncción del observatorio de uremberg. Natural parece que domine entre las mujeres el gusto por la astronomía, porque si se oyen llamar á todas horas estrellas y luceros, y les dicen que son soles sus ojos, amora su sonrisa y trozo de cielo su nacarado rostro, han de sentir involuntario impulso para buscar algún reflejo de su imagen en esa brillante esfera, donde la fe coloca el trono del Etemo


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y la mansión de los justos, y la razón descubre tesoros inagotables de subljme armonía, propios para embargar la imaginación femenil, abierta siempre al entusiasmo por lo grande y lo bello. Mas no han estado sujetas á las severas reglas de la geometría todas las consecuencias que de la contemplación de los astros han sacado ciertas observadoras, tan sagaces como :U.-Iaría Ounitz, llamada en latín por sus panegiristas Pallas silesiana, la cual supo emedar en lazos de amor, coronados por santo himeneo, al amable doctoe Lowen, empeñado en desenredar los cálculos algo embrollados de la bella astróloga. Las que esb:lis todavía á tiempo de imitada, no olvidéis su ejemplo, y si os fuere Urania menos propicia, no os desaniméis, porque Caeolina Herschel, hermana de Guillermo ya que no dobló su cerviz á blanda conyunda, estudiando, calculando y observando, llegó á los noventa y ocho afros, longevidad notable, aun entre matemáticos, que hasta ahora han tenido por lo comlin la buena costumbre de vivir mucho tiempo; y si temprano luto viniera á afligiros, ahí tenéis á Juana Dumée, que viuda á los diez y siete abriles, pudo consolai·se de tamaña desgracia escribiendo prndentes diseifaciones sobre el sistema de Oopémico. La preferencia por la rama más seductora de las matemáticas aplicadas, ha conducido al bello sexo hasta lo más intt-incado del análisis, siendo lo paciente y sedentario de su condición muy á propósito parn llevar á cabo las operaciones pesadas é interminables de la astronomía práctica. l\Iadame Lepaute determinó el trayecto de un cometa efectuando los cálculos del peoblema de los tres cuerpos, cuya mole arredeaba á Lalande y al mismo Olaii·aut, que había dado las soluciones; y á no ser poi· los desarrollos numéricos hechos por su primera esposa, Ivon-Villarceau no se hubiera atrnvido á confiar en sus propias fórmulas relativas á las órbitas de las. estrellas


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dobles. Sin tener por mira la astronomía, han sobresalido oteas mujeres en el estudio de las matemáticas puras, y si la ardiente fantasía de I\Iarfa Gaetana Agnesi, no satisfecha con los horizontes que le ofrecía el · infinito matemático, fué á buscar en un claustl'o la contemplación del infinito absoluto, otra ita. liana, la Condesa Olelia Borromei, al brillo de su aristocrática cuna, añadió el de su pericia en la ciencia de la extensión, y mereció por ello que el P. Grandi perpetuara su clásico nombre de pila dándoselo á ciertas curvas esféricas en forma de rosa. Más arriba aün, hasta en las gradas del teono ha penetrado la afición á las ciencias exactas, demostrada, no ya sólo por influencias como la de la reina de Prusia Sofía Carlota, que decide á Federico I á fundar la Academia de Berlín, sino más directamente por princesas como Isabel de Bohemia, cuya correspondencia con Descartes hizo tal vez deseará otra pi·incesa, la de Anhalt-Dessau, que Euler le escribiera aquellas inimitables cartas, donde á la rar resplandecen la doctrina científica y el sentimiento religioso. Bien pudo alguna de estas señoras repetir con Euc~ides, que no hay camino privilegiado para los r~yes en las matemáticas; pero sería menos exacto decir que estos estudios no son camino para el poder y la fortuna, porque Lobna la cordobesa, sobresaliente en aritmética, ganó el empleo de Secretaria de Alháquem II, y Atenaida, hija y discípula del geómetra Leoncio, alcanzó la protección de Pulquería, y por ella recibió á un tiempo mismo el nombre de Eudocia r,on el agua del bautismo, y con la mano de Teodosio II la corona imperial de Constantinopla. Estos ejemplos y otros, que no he de repetir poe habel'los aducido el Sr. Becerra, nos dicen que la mujer antigua sabía traspasar la clausura del harén ó del gineceo y tomar parte en el movimiento científico y filosófico de su tiempo, salvo que como eso era menos común todavía que entre nosotros, la que


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rompía con las costumbres tenía que frecuentar forzosamente la sociedad de hombres solos. Si tal proceder pudo empañar para algunos la buena fama de la docta y hermosísima Aspasia en Atenas, dejó incólume en Alejandeía el crédito de la insigne y celebrada Hipacia, mnjei· singular, cuya belleza, virtud y saber han proclamado unánimes el gentil Damacio, el novaciano Sócrates y el católico Sinesio. Muerta la elocuente profesora á manos de desenfrenada plebe, su nombre ha seevido de arma de combate para atacar fieramente determinadas iustituciones, suponiendo en ellas odio innato y saña calculada contra todo linaje de ilustración científica; preocupación injusta, que con igual criterio pudiera aplicarse á los partidos ó escuelas en que han figurado los que despedazaron á Hipacia, los que asesinaron á Juan de \Vitt, los que decapitaron á Lavoisier, ó los que arrastraron bárbaramente á D. Isidoro de Antillón. Ii es más exacto que sncumbieran entonces en Alejandría estudios cultivados felizmente por Filópono y Dídimo, cuando Amru invadió la ciudad de los Tolomeos al frente de sus {trabes. Lejos de cael' en vulgaridades semejantes, el Sr. Becerra cuida en todo su discurso de distinguir la parte del orgulloso y ciego fanati:mo, de la que corresponde á la creencia noble y sincera; como hombre educado en el rigor de las demosfraciones geométl'icas, cuya luz no le ha abandonado desde que juntos tuvimos la fortuna de recibil' sus primeros fulgores en una escuela que da honor con solo pasar sus umbrales. Quien tiene tan acreditados su arrojo en sangrientos empeños como su prudencia en el manejo de las riendas del Estado; quien tan pronto ocupa su entendimiento con los arduos problemas del cálculo como con los no más fáciles de la gobernación de los pueblo:; quien ha sabido vivir en la estl'echez y en la oscmidad lo mismo que en el goce de altas posiciones políticas, ha de mantener forzosamente en su espíritu una serenidad que nuu-


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lectual ni de afición, muchas veces feliz, á las aplicaciones útile . depende de ningún si tema social ó político; porque Italia, donde se persiguió y condenó la doctl'iua de Copér-nico J Galileo, Francia, donde Descartes y Uassendi tenían que disimular sus conviccione. acerca de ella. Alemania, donde lia imperado el absolutismo má rígido ha.ta nue. tros días, han avanzado con paso rápido y seguro, mientras E paña, donde no se ha perseguido ni condenado libro ni pel'sona alguna por motiYos ni pretextos científicos, ha permanecido, no en cobarde inmovilid~d, pero .·í en indolente reposo. Convendría investigar, sin prevenciones de partido ni irreflexivos arranques patrióticos, en qué proporción haya podido suceder algo de esto mismo en la filosofía, en la teología, en la literatara ó en las bellas artes, y Yet' si la causa radica en una tendencia del ingenio ibél'ico á lo positivo y real, que apartándolo de lo ideal y de lo fantástico le ha impedido remontarse á las regiones de lo pura_mente deductivo. Si esa especie de condición de raza ha exü::tido, según piensa un literato tan joven como eminente, no pnede ya continuar, hoy que nos llama y nos atrae con poder incontrastable el comercio intelectual de todos los pueblos. Entremos con ellos en las pacíficas lides del progreso, y nos conocerán mejor que cuando no nos vieron sino cubierto el rostro con visera de hierro en marciales empresas. De estar ya en ese camino dan buena prueba los compañeros que, sin nombrarlos, ha designado el Sr. Becerra con harta transparencia como lnstl'e de la ciencia española, y él mismo, al brindarnos con sn cooperación valiosa, dará generoso impulso al crédito de la patria, que tiene la homa de contarlo entee sns hijos.


DISCURSOS 1.EÍDOS .\."TE LA

I~EAL f\CADElVIIA DE CIENCI1\S EN LA RECEPCIÓN PÚSLICA

DEL

EXCMO. SR. D. ALBERTO BOSCH Y FUSTEGUERAS el día 23 de Marzo de 1890

I.:Nt.PR ENT..A.

DE :I::ON

LUIS

calle de Po11tejos,

11ú111.

A..0.U.ADO

8



DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. ALBERTO BOSCH



TE1\1A:

Aplicaciones de las matemáticas álas ciencias morales y políticas


.


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I Los muertos rigen y gobiernan á los vivos.-AUGUSTO CoMTE.

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Justo y piadoso es honrar á los muertos. Sus ideas constituyen la civilización que admiramos. Ellos rompieron los límites que la naturaleza nos impuso. Ellos ensancharon los horizontes del individuo y de la especie. Ellos arrojaron á la historia los descubrimientos que sirven para satisfacer las necesidades más apremiantes, así como para dotarnos de lo que el vulgo denomina superfluo, palabra esencialmente contradictoria, puesto que, en el estado actual de la cultura, lo que se llama superfluo es lo que hace soportable la vida en el seno de las sociedades. Enaltezcamos, pues, á los muertos, sobre todo si fueron de los que lucharon para la conquista de la verdad en la ciencia, de los que realizaron actos que son ejemplo y estímulo ·de las generaciones sucesivas. ¡Cubramos de coronas el sepulcro de los que tal hicieron! Entre esos hombres podemos contar al Illmo. Sr. Don Francisco Prieto y Caules, Ingeniero Jefe de Caminos, Profesor de varias asignaturas en la Escuela especial, Director de las obras de reconstrucción del pantano de Lorca y de


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la ampliación y mejora del puerto de Málaga, autor de diversos trabajos y producciohes científicas, electo individuo de esta Academia el 11 de Diciembre de 1882. Era el docto Académico á quien tengo el honor de reemplazar sencillo y modesto en su porte, el'l sus costumbres, en sus gustos, en su lenguaje. Parecía, en suma, un sabio que toma carta de naturaleza en la sociedad civil. Aunque el Sr. Prieto y Caules cultivaba con fruto distintos ramos del arte del ingeniero, sobresalía en las construcciones hidráulicas, obras á que no se da entre nosotros la importancia que reclaman. Sin esas obras la agricultura decae. No decae cuando se ordena y explota la hidrología. Carecen los labradores de esperanzas racionales, en cambio, donde establecen el régimen de las aguas los accidentes orográficos y las inclemencias del cielo. La explotación de las aguas públicas puede considerarse como una de las cuestiones más difíciles. Exageran los que creen que la agricultura española está en la infancia. Debemos dar á cada uno lo suyo. Estamos más adelantados que nadie en obras de riego y en prácticas de agricultura de regadío. Llevaron los colonos y los propietarios españoles sus extensos conocimientos en la materia de que me ocupo á las provincias de Barcelona, Valencia, Alicante y Murcia sobre todo. Admiran verdaderamente los riegos en las hermosas vegas del Llobregat, del Mijares, del Palencia, del Júcar y del Segura. Hasta los extranjeros reconocen nuestro adelanto en estas cuestiones. Lo ha reconocido el Príncipe de Bismark, que une á las tareas de Gran Canciller las de Ministro de Comercio del Imperio de Alemania. Ese diplomático ilustre desea introducir las prácticas de los riegos españoles en las nacientes colonias africanas. Falta extender ahora los procedimientos ensayados en pequeñas regiones y esparcirlos por las cuencas. ¿De qué manera? Despertando el espíritu de asociación: así como

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se allegan enormes capitales para construir ferrocarriles, alléguense para canalizar los ríos y para hacer accesible el crédito á la agricultura. Al efecto, prestarán grandes servicios las sociedades por acciones, libres desde el año 1868 de las trabas que las oprimían. Y donde no alcance el espíritu de asociación alcanzará el Estado, si se acude á ofrecer garantías á los intereses cuando el cánon impuesto á los regantes y los ingresos directos que reciba la empresa no compensen los gastos anuales y el reembolso del tanto por ciento del interés y de la amortización del capital invertido. Dóminó el Académico que la patria llora las combinaciones financieras que se han hecho en este siglo para levantar las maravillas del crédito. Supo enlazar esas combinaciones con sus profundos estudios: de hidráulica, y obtuvo así resultados imprevistos. Por eso, principalmente por eso, no debemos echar en oh·ido las obras importantísimas del Sr. Prieto y Caules. Es triste pensar que hombre tan útil para sus conciudadanos ha muerto en edad temprana. No desertó el Sr. Prieto y Caules ni un sólo instante de la ciencia. A la ciencia pertenecen todos sus trabajos; á ella su último día y su último pensamiento. El Sr. Prieto y Caules no llegó á tomar posesión del cargo de Académico de número. Se lo impidieron las tareas de su oficio. Por eso reemplazo ahora, más todavía que al Señor Prieto y Caules, al Excmo. Sr. D. Antonio Aguilar y Vela, Director del Observatorio de :Madrid y Secretario perpetuo de la Real Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales. Los fines del hombre son múltiples, y cada uno de estos fines requiere aptitudes diversas. ¡Cuán adecuada la naturaleza delicadísima del Sr. ¿\guilar para el estudio y la meditación de las arduas cuestiones en que el espíritu se cierne sobre la verdad para desencubrirla! Entregado á la sublime contemplación de los astros, indagaba el Sr. Aguilar los secretos del cielo. Tingun ciudadano ha prestado éÍ


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la sociedad más generosamente que el Sr. Aguilar y Vela el concurso de sus facultades. Su mérito le llevó á la cátedra de matemáticas elementales de la Universidad de Valladolid, á la de cálculo de la de Santiago, y á la de astronomía de la Universidad Central. Completó sus estudios astronómicos en el Observatorio de Padua, bajo la dirección del sabio profesor Santini. Fundó, en fin, el Observatorio astronómico de Madrfd, donde hubo de instalar los instrumentos construídos bajo su dirección en Hamburgo, en Munich y en otras capitales de Europa. No aspiraba el señor Aguilar á un vano renombre, sino al cumplimiento de sus patrióticos deberes. En la cátedra de Madrid derramó los raudales de su verdadera sabiduría. La serenidad del carácter y la pureza del sentimiento eran las notas salientes de su espíritu, de aquel espíritu para el trabajo pródigo y para el goce austero. Vosotros le atrajísteis á la Academia en 1855 y le nombrásteis Secretario perpétuo en 1861. Cuando abandonan esta vida hombres sabios y modestos como D. Antonio Aguilar y Vela, no se oye el estruendo de los bronces ni el clamor de las muchedumbres; pero visten de luto los santuarios de la ciencia, las Universidades, los Observatorios, las Academias, y no cabe otro consuelo que pensar en lás grandes ideas acerca de la eternidad del espíritu. Tras de estos recuerdos doloroso~, permitidme que siga la costumbre que impone el desarrollo de un tema científico en circunstancias como la presente. Sabéis, señores Académicos, el principio en que las matemáticas descansan: toda cantidad, por el hecho de ser variable, está sometida siempre á una ley ·de misteriosa evolución, que traduce ó expresa el cambio de sus incrementos. De este principio brotan el álgebra y la geometría, y de él debieron deducirse algunas de las verdades que en el órden de la libertad crean la importantísima rama de las ciencias morales.


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Muchos hombres ilustres consideran casi utópico lo que ya es real en el organismo de las ciencias: que se compenetren las verdades todas. Sin descender al fondo y mirando únicamente la superficie de los hechos, se advierte la importación, si vale esta palabra, del tecnicismo de unas en otras ciencias. Pues qué, ¿no denominan algunos positivistas modernos, física ó fisiología del Estado y hasta historia natural de las sociedades á lo -que su célebre maestro designó con el nombre de sociología? ¿Podríamos por las matemáticas destruir la confusión que reina entre las ciencias morales?' ¿Podríamos fijar la nomenclatura de las ciencias que tratan de la vida derramada por la haz de la tierra? ¿Podríamos llegará que se desenvolvieran las ciencias políticas con arreglo á métodos seguros, como las exactas? La contestación afirmativa es una esperanza: la negativa un peligro. Cuestiones son estas que se plantearon hace muchos añ.os: no se han resuelto, sin duda, porque hay que buscar su resolución, no sólo en los eternos principios de la filosofía y de las matemáticas, sino en la realidad y la historia. Dediquémonos á esas cuestiones, abordémoslas con empeño, y no nos dejemos seducir de los que miran en la política pueriles y despreciables bagatelas. Hace tiempo constituyen esos estudios mis constantes preocupaciones. Estaba resuelto á publicar un libro para exponer algunas ide~s sobre la materia. Los que á las Matemáticas se dedican, deben más que nadie manifestar lo que piensan sobre el organismo y el desarrollo futuro de la ciencia económica, que constituyen una parte de las ciencias mor al es. No sabía cómo ni cuándo realizar este propósito. Lo viene á decir un inesperado acontecimiento: mi elección para la Real Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales. Será, por lo tanto, el tema de mi discurso LAs APLICACIONES DE LAS MATEMATICAS A LAS CIENCIAS nfoRALES Y POLÍTICAS.


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II Nada está en el espíritu aislado: no hay facultades <l iversas¡ sino una red de operaciones que se auxilian mútuamente.-E. VARONA,

Natural4es acudir á la lógica si pretendemos aclarar las dudas de la conciencia. La lógica, como dice un escritor eminente, es la matemática de la cualidad. En sus leyes nos aleccionamos, de las formas que vacía en sus moldes nos servimos, á ellas somos deudores en parte de la disciplina de los conocimientos. Merced á la debilidad é ignorancia de los hombres ha venido reinando en algunas materias el escepticismo y éramos esclavos de preocupaciones increíbles. Alzóse la lógiinvestigó la naturaleza de la verca contra esos. fantasmas: . dad y del error por medio del análisis reflexivo. Se supo entonces que, así como la verdad es una hipótesis demostrada, el error es una hipótesis desmentida, y, restaurado el procedimiento inductivo, se llegó á conocer la esencia y á penetrar en el corazón de los hechos. No nacen las ideas con nosotros, sino de nosotros y en virtud del progreso espontáneo de la razón en la vida. Ayudemos ese progreso espontáneo por medio del estudio. Frente á frente de la naturaleza leamos, que eso es observar, é interroguemos, que eso es experimentar, y en seguida enlácense las observaciones con las experiencias, porque la unidad constituye el vehículo indispensable del saber, ya que la conciencia sólo percibe las totalidades. El conocimiento de un objeto se forma por medio de su reconstitución sucesiva, una vez destruido artificialmente por el análisis. No abandonemos tampoco las grandes ideas


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abstractas, elaborad~.s al investigar la constitución de la sociedad, al discutir la política, porque el pensamiento desempeña funciones lógicas, de las que surgen principios al contacto de la experiencia. Mr. de Pressense, en su libro Les Origines, proclama la teoría de que pensar es unificar. Sí, el conocimiento no se organiza científica ó sistemáticamente hasta que la inteligencia ha conquistado por medio de síntesis supremas la unidad del objeto. De aquí la exactitud de las matemáticas. Por eso esperan aún el principio ord<5nador que las ha de de la prodel trabajo, de la riqueza, sintetizar las ciencias . , ducción, del cambio, y del gobierno de las sociedades humanas. Los políticos, como los sofistas antiguos, cuestionan os tentationis aut questus causa. Domínales el escepticismo y les alienta la retórica. Para ellos parece que JJ.O existe la verdad en el orden político; no advierten que la evidencia de las verdades matemáticas es distinta, pero no superior á la evidencia de las verdades morales. Soy el primero en reconocer y declarar que tengo por diverso, por esencialmente diverso, el carácter de la observación en la naturaleza y en la historia. Rige la necesidad los hechos naturales y la libertad los morales. ¿Cómo han de alcanzar el mismo valor las inducciones en unas y otras ciencias? ¿Quién inducirá seguro de sus juicios en la política y en la historia, sin datos para ello, puesto que no es posible penetrar en los móviles ocultos y en las intenciones secretas que determinan la voluntad de los hombres y de los pueblos? Recordemos, antes de pasar adelante, que todo conocimiento es empírico-ideal. Yerran los que creen que las ver, cladcs matemáticas resultan de la abstracción y de la generalización del espíritu, como pretenden algunos positivistas. No extrañaréis que los que cultivamos las matemáticas entremos en el campo de las ciencias morales, y, sobre todo, ,.

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en el de la economía política, cuando sepais que economis· ' tas filósofos, como Stuard l\Iill, han penetrado en el recinto de las matemáticas para advertir ¡;1, los que se dedican á las ciencias puras que tales conocimientos no tienen el carác· ter de inductivos. Fúndase Stuard Mill en que en cada teorema todo es conocido, y en que se procede á su formación por paridad de razonamientos. Aun así les sucede á las verdades de las matemáticas lo que á las demás verdades conocidas por el hombre, que participan del doble carácter ideal y empírico. La geometría superior, la más elevada y abstrusa, por ejemplo, no es el producto de una generalización vacía, ni aun siquiera de una experiencia ideal, como pudieran inclinarse á sostener los que advierten la continuidad homogenea del espacio. Por el contrario, los hechos individuales percibidos son la ocasión ó la condición de la idea general que se concibe luego racionalmente; pero no son el principio que concibe: lo sugieren, lo estimulan, no lo contienen ni lo constituyen. Jouffroy esparció una luz vivísima sobre estas materias. Grande fué la exposición de su doctrina. Empezó echando á los piés de la metafísica los antiguos errores y proclamó la unidad de la ciencia y dilató sus fronteras hasta los últimos confines de lo infinito. Desbrozaron sus estudios el camino á la moderna teoría de la ciencia y hubieron de ser los primeros en luchar con preocupaciones que llevaban una sanción de siglos. Esa teoría de la ciencia produjo en breve extraordinarios beneficios. Después de aquella encielo· pedía, que hizo estremecer sobre sus cimientos si_stemas é hipótesis que se creyeron por largo tiempo incontrovertibles, levantó la teoría de la ciencia la bandera de la unidad del conocimiento. El mismo Hegel confundió á menudo esta unidad, esa profunda síntesis, con una simetría artificial, con una especie de juego de imaginación, análogo al de sus famosas triadas. Y no extrañará de seguro nadie que muchos

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pensadores y publicistas hayan incurrido en una equivocltción semejante á la de Hegel, equivocación extraña, en que divirtió con ingenio su peregrino espíritu ese filósofo desde tantos puntos de vista extraordinario. Digámoslo de una vez: el gran principio de la ciencia es la unidad del conocimiento, el principio fundamental que les falta á las ciencias morales y á que deben aspirar constantemente. No encontraréis, de seguro, principio más racional dentro del orden lógico. Por él cabe unir todos los hechos sin menoscabar la importancia de ninguno; por él cabe llegar á las leyes supremas que rigen la naturaleza, el hombre y la historia, sin destruir la inmensa variedad de los diversos fenómenos, antes bien componiéndola; por él cabe vislumbrar los lazos que unen cosas y géneros al parecer distintos en el ancho y cada vez más extenso horizonte de la conciencia. El principio de la unidad científica es el principio de nuestro siglo. El porvenir no tiene confidentes: si alguno . tuviera, lo sería la unidad qué palpita en el fondo de las ciencias particulares. Aceptemos, pues, ese principio y nos pondremos en la vanguardia del progreso; seamos sus propagandistas y llevemos sus últimas consecuencias hasta el más desorganizado de los conocimientos que figuran en el tortuoso laberinto de la política. Reconocida esa unidad, ha de admitirse que no se puede constituir una sola ciencia sin el auxilio de las demás. Así entiendo, verbi-gracia, que no cabe discutir los problemas de la economía profundamente sin los métodos de las matemáticas. Es verdad que no tienen aún las ciencias particulares un lazo que anexione los elementos que les son comunes; pero lo tendrán con el tiempo. Mas por ventura, ¿entiendo yo que las matemáticas no pueden prestar otras aplicaciones á las ciencias morales y políticas que las que se desprenden de la unidad intrínseca y abstracta de la ciencia? No: á otras aplicaciones más con-


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cretas é inmediatas me refiero. ¿Será una verdadera paradoja estudiar con el espíritu de las matemáticas las leyes de la economía política y social de las naciones? Tal vez se sorprendan algunos de que yo anuncie que precisamente en la política ejercen las matemáticas ahora mayor dominio que en otras ciencias: ese dominio lo prescribe la razón, lo proclaman los hechos, y, en todo caso, lo probará mi discurso.

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III El hombre ha creado en primer lugar las matemáticas, ciencia de los guarismos, ciencia de las demás ciencias.-E. PELLETAN.

Las matemáticas lo miden todo: los astros y sus movimientos, las distancias interestelares y las interatómicas, el oleage del mar y las vibraciones infinitamente pequeñas del éter. Dejo á ltn lado las aplicaciones de las matemáticas á la física y á la química. Esas vastas aplicaciones tienden á fundar una mecánica de la tierra sobre leyes generales como las que presiden la mecánica celeste. Nada menos que una forma nueva del análisis han creado Malus y Ampere con el objeto de explicar fenómenos hace poco desconocidos. El principio de la división de la ciencia, no menos fecundo que el de la división del trabajo, se lleva con éxito á. la física matemática. Cada teoría sirve á una pléyade de ilustres geómetras: Fresnel se dedica á ta doble refracción; Laplace á los estudios capilares; Savary á la electrodinámica; Duhamel á la acústica; Fourier á la teoría analítica del calórico. La teoría matemática de una clase de fenómenos se apoya en uno ó dos principios ó hechos suministrados por la ex-

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periencia, que se consideran como axiomas. Esos axiomas conducen por medio del cálculo· infinitesimal á representar el conjunto de los fenómenos por ecuaciones diferenciales: el exámen y la discusión de las ecuaciones diferenciales dan una gran parte de las leyes á · que obedecen los hechos. Otras leyes resultan de integrar las ecuaciones diferenciales, si pueden integrarse, ó resultarán el día en que se integren. Mientras no se descubre algún método para integrar ciertas ecuaciones· diferenciales, los infinitamente pequeños esconden curiosas leyes de grupos de fenómenos. Por este camino se creó la preciosa teoría de la atracción de los esferoides. Los progresos de la física matemática están subordinados á los del cálculo integral y especialmente á los de la integración de las ecuaciones con diferenciales parciales. Tanto para resolver los problemas de la física matemática, como los de la mecánica celeste, era preciso dilucidar las propiedades de las superficies consideradas como límites de integraciones, empresa difícil que llevaron á cabo Monge, Hachette, Gauss y Jacobi. Ni bastaban sus esfuerzos. Había que generalizar el método de las cuadraturas y no eran suficientes para conseglilirlo las funciones exponenciales y circulares. De aquí los descubrimientos de Abel sobre ' .las trascendentes elípticas. Por otra parte la mecánica no tuvo al principio el carácter racional con que ahora la conocemos. Se inventó para resolver las cuestiones de la mecánica celeste que preocupaban á los astrónomos. Y más tarde, sólo más tarde, pensaron los geómetras en aplicar los principios de la me- cánica racional, sobre todo el de las velocidades virtuales y el de las fuerzas vivas, á los movimientos que tienen lugar en la superficie de la tierra: pensaron en deducir la teoría de las máquinas, la de los motores y de los agentes industriales. ¿Habrá quien desconozca las importantes aplicaciones

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de las matemáticas puras á la física, á la mecánica racional y á la mecánica celeste? · En cuanto á la qmmica, bastará traer á la memoria que es una de las ciencias que más han adelantado en este siglo. Con ella cayeron los absurdos de los alquimistas y se realizaron las maravillas de la industria. ¡Qué desventurada fué, sin embargo, en su desarrollo! No ha merecido el nombre de ciencia hasta que su nomenclatura rasgó las preocupaciones antiguas, hasta que proclamó el método analítico, y procedió, como las matemáticas, de lo conocido á lo desconocido. No lo mereció, en verdad, hasta que Hassenfratz y Adet introdujeron los signos geométricos en la expresión de las combinaciones. Muchas, aunque sencillas, reglas de aritmética se necesitan para el estudio de los equivalentes y de los pesos atómicos, teorías en que han sobresalido Dumas y Gerhardt. ¿Qué de esfuerzos no han hecho las matemáticas por introducir sus principios y sus métodos en el corazón de las ciencias naturales? Estudiaron los geómetras el mundo inorgánico y descubrieron una ciencia nueva: la cristalografía. Se desarrolló esa ciencia desde los tiempos de Haüy de una manera extraordinaria, y se necesita ya para comprenderla el poderoso auxilio de la geometría superior y de la geometría descriptiva. Llevaron más lejos los geómetras sus investigaciones: las llevaron á la misteriosa región en que surge la vida de los seres, y nació entonces la morfología orgánica. Acompañada de la mesología, ó doctrina de los elementos, y de la tectología, ó tratado de la composición de las sustancias heterogéneas, ha deducido inapreciables leyes. Porque si hay rizopodos que no se distinguen de cristales regulares por los ejes que determinan la forma, aunque se distinguen por el desarrollo de las caras; si hay radiolarios cuyo esqueleto no es otra cosa que un sistema de ejes de cristalización corporificados, permitidme, señores, •


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la palabra (1) ¿no se habrá de estudiar la contextura de esos curiosos seres con el auxilio poderoso del cálculo? La geometría y la mecánica presiden á todas luces unos fenómenos en que las plástidas obran y actúan para constituir las formas de los organismos, como los átomos para integrar la materia inorgánica cristalizable. Hace muchos años que algunos hombres ilustres adivinaron las fecundas aplicaciones de las mate~áticas al estudio de la naturaleza. La naturaleza, dijo Geoffroy St. Hilaire (2) emplea constantemente los mismos materiales: su fecundidad consiste en la variación de las formas. ¿No era esto someter la naturaleza al imperio de la geometría? Por entonces, botánicos insignes descubrieron que las flores dt las plantas monocotiledóneas tienen un número de estambres representado por la fórmula mx3, es decir, un múltiplo del número 3. Ni siquiera las gramíneas de' dos estambres y otras plantas de uno solo se exceptúan de esta regla aritmética, puesto que si se cuentan los estambres abortados se advierte que la ley subsiste. Descubrieron otros observadores que en los vegetales dicotiledóneos· es m x 5 la fórmula que representa el número de los estambres: de aquí la decandria, la icosandria y ciertas poliandrias de Linneo. Descubrieron, en fin, algunos que la fórmula m x 2 puede aplicarse á los estambres de las flores de las labiadas y de otros vegetales cuyos tallos afectan la forma de prismas rectos de base cuadrada. Curiosas propiedades numéricas hay que notar en el exámen de algunos animalillos. Sirvan de ejemplo las investigaciones de Carus (1) El haliomma hexacanthum y el actinomma drymodes representan, por ejemplo, el hexaedro regular del sistema cúbico; el acanthostaurus hastatus y el astromma Aristotelis, representan el octaedro cuadrado del sistema cradrangular, etc. (2) Philosophie anatomique, París, 1818, t. 1. 0 , pág. 18.


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acerca de las placas pentagonales de varios zoofitos entre las cinco series dobles de agujeros que sirven para el movimiento libre de sus tentáculos. El número de esas placas es siempre múltiplo de cinco: 5x32=160; 5x40=200. Tiedmann ha contado en el echinus saxatilis 440 placas, ó sea 5x88. Tiene además ese animal 2385 espinas, esto es, 5x477. Datos son estos, señores, no de ayer, sino muyantiguos, consignados en la obra que publicó Virey nada menos que en 1835 con el título de Filosofia de la historia natural ó fenómenos de la organización de los animales y de los vegetales. Desde entonces, ¿cuántos descubrimientos no han hecho los geómetras en el campo inmenso de la morfología orgánica? Me apartaría demasiado de mi plan el estudio geométrico y mecánico de las espirales que se dibujan en los moluscos; de las formas semiesféricas de los nidos de las aves, y de las cilíndricas de los tallos y troncos; de la contextura hueca de las cañas; de la sección de doble T, más ó menos disimulada, de los hue_sos; y de otras muchas obras de la naturaleza. Basta á mi propósito recordaros que tales formas y contexturas distan de ser arbitrarias: son las que se necesitan, ora para lograr volúmenes ó capacidades máximas con el gasto mínimo de materia, ora para reunir y agrupar la masa con arreglo á la teoría de los momentos ó á la de los sólidos de igual resistencia: en una palabra, con arreglo á los principios matemáticos de la elasticidad. Notable á este propósito es la discusión de la forma de los alvéolos de las abejas en sus renombrados panales. Consiguen talés alvéolos obtener un recipiente que con la menor cantidad de cera encierre la mayor cantidad de miel posible: problema de máximos y de mínimos que las abejas resuelven con exactitud matemática. Hace siglos que el vulgo, los zoólogos, con ideas más precisas, y especialmente los que explotan la apicultura ponderan las obras á que me refiero. · ·

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Las primeras observaciones matemáticas acerca de los panales fueron de Pappus, geómetra que vivió cuatro siglos antes ele Jesucristo: pero Jacobo Felipe Maraldi calculó los alvéolos en 1687 por encargo del célebre Cassini. Reaumur dió cuenta de los resultados obtenidos por aquellos sabios en su célebre Historia de los insectos. El mismo Reaumur propuso al geómetra Samuel Krenig que buscara el rombo que satisface la condición del área mínima. Encontró Iüenig para el ángulo obtuso del rombo 108° 26'. Macclaurín dedujo para ese ángulo un valor de 109° 2.8' 16 por sus métodos de geometría infinitesimal. Ocurre preguntar ahora si en el mundo inorgárnico existen formas análogas á la de los alvéolos de los panales. Con este motivo recuerda Cabart que el oxídulo de cobre cristaliza en dodecaedros romboidales que tienen ocho ángulos triedros formados por tres diedros de 120° cada uno. Añade que se hallan en el mismo caso los cristales del granate y de la pirita de hierro. Además, el agua, según las experiencias de Clarke, cristaliza en el sistema romboédrico y ofrece dos triedros formados de tres diedros de 120° cada uno. Añádase que según los cálculos de Bravais sobre los halos y los parhelios es probable que la nieve cristalice en la misma forma . La geometría, no lo negará de seguro nadie, ha llevado sus investigaciones á ese órden ameno de entretenidos estudios. Ozanam, en sus Matemáticas recreativas, demostró por métodos sencillos que la forma de los alvéolos de los panales resuelve el problema de máximos y de mínimos que anuncié hace poco, y en la página 160 del tomo II de los Nouvelles annales de matlzématiques, de Terquem y Gerono, se insertó un artículo que no deja lugar á dudas sobre esta materia, debido al capitán de artillería M. J acob. En ese artículo se calculan las condiciones del área mínima alveolar, que se reducen á que la diferencia entre las tres 11

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aristas más largas y las tres más cortas sea la cuarta parte de la diagonal del cuadrado_construído sobre el lado del exágono que resulta de la sección recta del alvéolo, y á que el ángulo triedro con que están apuntados-los pri.s mas alveolares mida la cuarta parte del espacio esférico alrededor de un punto. ¿Quién ignora que seha pretendido lograr y se ha logrado introducir las matemáticas en el estudio de la fisiología y de la patología humanas? No se entiende ni una sola página de la Optica fisíol6gica de Helmholtz sin el conocimiento del cálculo infinitesimal y de la geometría analítica. Muchos ejemplos pueden citarse de esta índole, muchos de aplicaciones de las m·a temáticas á las ciencias de la naturaleza. No faltan motivos para poner de relieve las aplicaciones de las matemáticas á las demás ciencias. Los_proporciona el estudio de la evolución de la cultura humana. El cálculo ha nacido en todos los pueblos: nace y crece en el seno · de la histori~. No sólo· entre los sabios, sino entre el vulgo gana terreno: no por bruscos saltos, sino por influencias recíprocas con las demás obras de la civilización, se abre camino. Estos lazos entre las cifras y las manifestaciones de la existencia dicen cuán importante es el hilo de las matemáticas para llegar al descubrimiento de las verdades históricas. ¿Quién olvidará, ni mucho menos negará el poderoso influjo de la escritura en la lengua, de la lengua en la escrítura, y de una y otra en los signos numéricos y en las palabras numerales? ¡Cuánta luz no han arrojado los geroglíficos de cifras sobre la historia del Egípto! Aun prescindiendo de la forma de los guarismos, ¿no cabe conocer épocas, razas y sucesos de la historia de las naciones por el exámen de la numeración hablada y de la numeración escrita? Los métodos de justaposición; de aumento ó disminu#

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ción del valor de las cifras por medio de puntos colocados encima ó debajo de cada guarismo, de multiplicación del valor de las cifras por coeficientes; de aumento y disminución por divisiones en rangos de números en progresión geométrica, definen otros tantos estados de la cultura de los pueblos aquende y allende los mares. La discusión de la cifra gobar ¿no ha revelado capítulos enteros de historia de los indios y de los árabes? Silvestre de Sacy debe á esas investigaciones gran parte de su crédito como filólogo. En el poema Afahabharata, por ejemplo, se descubren las diversas civilizaciones que cruzaron sus ideas en el pueblo indio: se descubren, porque al lado de la aritmé_ tica decimal de posición se advierte un sistema sedecimal sin posición. Ni cabe duda de que al: ·unos pueblos indios contaban por grupos de 16 unidades, como varios pueblos americanos y kimres contaban por grupos de 20. Tales coincidencias dan origen á profundas meditaciones _acerca de la etnografía y de la historia. Pero yo, señores, abandono este punto de vista. Acabo de consagrar algunas palabras á la historia, porque esa ciencia, ó ese arte, es en la cadena del saber el eslabón que une las ciencias naturales á las ciencias políticas. Esas palabras os afirmarán el convencimiento de que las matemáticas son, más todavía que una ciencia, una revelación permanente, un reflejo de la inteligencia universal y absoluta, la esfinge que guarda los fecundos secretos del número, del espacio y del tiempo, de lo continuo y de lo discontínuo, de lo real y de lo imaginario, de lo finito y de lo infinito. Dejemos la naturaleza y la historia y discutamos las aplicaciones de las matemáticas á las ciencias morales y políticas. Poinsot ha dicho "las fórmulas no dan más de lo que se les llevan, verdad profunda, pero que dista de negar las inmensas aplicaciones del análisis algebráico. Las fórmulas no dan más de lo que se les lleva: lo metamorfosean, lo


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aclaran, lo sintetizan. Sería una locura pretender adivinar los hechos que brotan de la libertad del hombre, reducidos á la clase de fortuitos, y someterlos á la teoría del cálculo de probabilidades. 1\Iuchos genios ilustres abordan, sin embargo, investigaciones quiméricas. Emprendieron ese camino, con más audacia que fortuna, Condorcet, Poisson y Laplace. El célebre Arago se atrevió á sostener en la Cámara francesa que los números de Laplace acerca de los veredictos de los jueces eran tan ciertos como la paralage del Sol. ¡Extrañas tentativas las de tales filósofos! ¡Con cuánto motivo, exclama Stuard Mill, que esas disquisiciones extravagantes son el escándalo de las matemáticas! Pero que los números y sus leyes pueden servir para resolver problemas difíciles de las ciencias morales, lo revelan testimonios autorizados. Escribe un gran pensador, que lo que se llama en la vida espíritu de los negocios y hasta lo que se llama espíritu práctico, no son sino un álgebra de fórmulas breves y de transformaciones rápidas. Un ingenioso novelista extranjero presenta y define una de sus creaciones con esta frase "estudió el alma por la fisiología y el mundo por el álgebra.,, Le Siecle demuestra, por medio del análisis, que el crédito, que sintetiza los demás fenómenos de la economía, puede considerarse como las matemáticas del cambio, del comercio y de la industria. ¿Qué es esa álgebra, le preguntaba Voltaire á Ravirol, qué es esa álgebra en que se camina siempre con una venda en los ojos? Sucede, contestaba Ravirol, con el álgebra, lo que con el delicado encaje: moviendo las hebras en una confusión de palitos, se obtiene, sin saber cómo, un precioso dibujo. Tomaron por bandera sabios ilustres las matemáticas, viendo el mal sesgo que al estudio de la hacienda, del seguro y de la estadística se daba por algunos financieros empíricos, y en pocos años formaron una ciencia nueva que


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todavía está sin adecuado nombre. A pesar de los buenos deseos de todos, no hubiera sido esa ciencia posible sin las meditaciones de Moivre, Simpson, Baily, Morgan, Sprague, Gomprtz, Makcham y \Voolhouse. Empeñáronse estos hombres en asentar sobre base sólida la: hacienda, el seguro y la estadística, é hicieron un papel brillante. Se buscó y se encontró esa base en las matemáticas. Sobre ella se alzaron reformas administrativas, económicas y hasta políticas y sociales. Jacob Rodríguez Pereire, célebre filántropo que hizo notabilísimos progresos en el arte de instruir á los sordomudos, inventó la curiosa teoría de los empréstitos reembolsables por anualidades con loles y primas. A este grupo de investigaciones pertenecen las tablas de mortalidad que se usan para el cálculo de las rentas vitalicias, en que sobresalieron Duvillard y Deparcieu:x:. Olinde Rodríguez, matemático discípulo de Saint-Simon, se ocupó con mucho talento de las operaciones aritméticas, rentísticas, de los seguros sobre la vida y de las cajas de ahorros: él hizo, antes que nadie, las tablas de amortización de los empréstitos de las Compañías de ferrocarriles. Casi al mismo tiempo Myrtil Maas estudió las primeras tarifas del premio vitalicio que se aplicaron á la Compañía de los seguros generales. Y desde 1835 creció en Francia la afición á estas aplicaciones fecundas de las matemáticas. En el año 1835 Courcy dió á conocer el excelente tratado de seguros sobre la vida que Baily publicó en Inglaterra en 1812. No analizaré, Señores Académicos, los trabajos de Violeine acerca de los intereses compuestos y de las anualidades y los de Charlon acerca de las operaciones vitalicias. 11erece algunas palabras, en cambio, un libro titulado Theory of compozmd hiterest. Su autor, el matemático ruso Fedor Thoman, reunió cuanto se ha escrito en estas difíciles materias, descubrió no pocos métodos, y compuso


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unas tablas de logaritmos de veintisiete cifras decimales, útiles en las operaciones mercantiles. Luego el espíritu de invención tendió su alas, y Achard, Jay, Kertanguy y Dormoy enunciaron teoremas interesantísimos. Paso á paso y con exactitud matemática resuelve la hacienda qne se ha llamado de los actuarios/ ~as cuestiones acerca del interés y del descuento; del cambio común y del cambio medio ; de las rentas de términos constantes y variables; de la renta perpetua, limitada, vitalicia, in• mediata, diferida y anticipada¡ de los empréstitos reembolsables por medio de rentas de términos constantes; de la evaluación con arreglo á un tipo de interés cualquiera de la nuda propiedad de los títulos de un empréstito; de los empréstitos de las obligaciones¡ de las rentas cuyos términos varían en progresión geométrica ó aritmética; de los fondos públicos y de la determinación de la par con el examen de sus elementos; de los arbitrajes de fondos públicos, del oro y de la plata; y en fin, señores, de la contabilidad y sus varios-sistemas. No creen con eso y todo algunos hombres públicos que las matemáticas penetren en la esfera de las ciencias del orden político más allá de la estrecha región en que se plantean las cuestiones de la hacienda, del seguro y de la estadística. Paréceles natural que sirva el cálculo para la resolución de los problemas de la hacienda pública, de los seguros vitalicios, que se determinan con arreglo á las leyes de la probabilidad matemática, y de la e-stadística, que acumula y clasifica lo homogéneo, entresacándolo del caos de lo heterogéneo. A Pascal se debe la idea de introducir las matemáticas en las ciencias morales. Algún historiador opina que ese geómetra no fué en el orden político más que un adolescente taciturno. Las páginas que siguen tratan de averiguar si la tendencia del espíritu de Pascal fué vana ó fecunda.


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IV Si en todas las ramas de los conocimientos humanos se tuviera al cálculo la repugnancia que se le ha tenido en la economía política, ignoraríamos las leyes del firmamento; y la navegación, que gracias á los astrónomos reune todas las partes del mundo, se reduciría á un simple cabotage,•- JUAN ENRIQUE DE TBÜNEM,

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La aplicación de las fórmulas y de los símbolos del análisis matemático , así como de las figuras geométricas á la economía política, merece ya el aplauso de ilustres pensadores. El cálculo de probabilidades tuvo su origen en el juego y su mayor desarrollo en los acontecimientos contingentes de la vida humana. Del cálculo de probabilidades se pasó, por grados insensibles, al cálculo de la economía política. Muchos economistas consideran ilusorio lo que realizan sin sospecharlo en sus propios escritos. No sorprende de seguro á nadie que Smith, Say, Bastiat y otros que revisten sus ideas de una literatura brillante rechacen el empleo de los signos matemáticos; pero ¿se hallan en el mismo caso los que, como Ricardo, abordan cuestiones abstractas ó buscan una precisión á que no aspiran sus colegas? Al fin y al cabo en la economía política se trata de investigar relaciones entre cantidades. Y para eso, ¿qué ciencia dispone de más recursos que el álgebra? El álgebra traduce los hechos de una manera concisa, los discute y extiende. Las investigaciones de Ricardo son cálculos disfrazados de palabras, fórmulas, en el lenguaje vulgar, cuentas de aritmética de una prolijidad insoportable. Haced uso del álgebra


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en los razonamientos, y de una simple ojeada, en una sola ecuación, advertiréis lo que ocupa páginas y más páginas en los libros de aquelcélebre publicista. ¡Pues qué! ¿No sustituirían ventajosamente algunas ecuaciones las reglas de falsa posición de la aritmética bancaria? Si aplicáramos el álgebra elemental á la economía política, mucho habríamos adelantado. Tendríamos, en vez de hechos, fórmulas generales; desaparecerían contradicciones aparentes; no estaríamos expuestos á la falacia de los sistemas. Si además del análisis introdujéramos el cálculo de probabilidades en el estudio de)a ciencia económica, ¡cuán seguras parecerían nuestras investigaciones! Ese cálculo compara los números que suministra la experiencia y acumula la estadística: deduce los límites de los fenómenos: á veces acerca esos límites tanto que adivina los acontecimientos. No pocos :filósofos reconocen la importancia de los servicios que las matemáticas prestan, y estarían de seguro dispuestos á sostenerla vigorosamente si alguien los pusiera en duda. Reconocen que Newton descubrió el principio de la gravitación universal, porque Descartes, Fermat y Leibnitz echaron antes los cimientos del análisis; que la física matemática no llegó á constituirse como ciencia hasta que tomó vuelo el cálculo y sobre todo la integración de las ecuaciones con diferenciales parciales, y que el arte del ingeniero distaría de alcanzar la perfección que ostenta, si Navier, Poisson, Cauchy, Poncelet, Morin y Combes no hubieran creado la teoría de la elasticidad de los sólidos. ¡Y qué! ¿No es por ventura la economía política una ciencia matemática? Para mí, la economía política no se ocupa de gobernar las sociedades humanas, como supone Quesnay; ni de conseguir para el pueblo una subsistencia abundante y para el Estado una contribución suficiente, como dice Adam Smith; ni de obtener los medios por donde las riquezas se forman, se reparten y se consumen, corno

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supone Juan Bautista Say en sus populares escritos. La economía política es la ciencia que tJene por objeto el estudio de los precios de las mercancías en la hipótesis de la libre concurrencia absoluta. Ese estudio matemático, esencialmente matemático, debe llevarse á las leyes que presiden el equilibrio y el movimiento, la permanencia y la variación de los precios. De aquí dos ramas distintas de la economía: la estática y la dinániica de los precios. El hecho del cambio, de que parte la economía política, es un hecho matemático. Si un hectolitro de trigo se vende en la plaza á 24 pesetas, y convenimos en llamar vL ó valor del trigo esa unidad, ó en otros términos el hectolitro que es capaz de cambiarse por 24 pesetas, resultará Vt=Z-1- pesetas.

Luego el valor es la capacidad de cambio de la unidad de mercancía. Esta definición y el análisis de la utilidad en sus dos elementos, extensivo é intensivo, dan origen á las investigaciones modernas acerca de la economía matemática. Como ejemplo curioso de tales investigaciones, y ya que no sean posibles extensos desarrollos y cálculos prolijos en un discurso, diré algo de la famosa ley de la oferta y la demanda, ley que escojo porque sintetiza la teoría del cambio. El precio de las cosas, se ha repetido centenares de veces, está en razón inversa de la oferta y en razón directa de la demanda. ¿Qué significa ese principio? ¿Quieren dar á entender los que lo enuncian que, cuando se duplica la cantidad de una mercancía que se pone á la venta, baja la mitad el precio? Sería más sencillo entonces limitarse á enunciar que el precio está en razón inversa de la cantidad ofrecida por el mercado. Esto se entiende fácilmente; pero es un error, porque, en general, que se hayan vendido 100


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unidades de una mercancía á 20 pesetas no es una razón para que en el mismo tiempo y en las mismas circunstancias se vendan 200 unidades á 10 pesetas. Además, ¿qué se entiende por demanda? No es la cantidad que se consume por el pedido de los compradores: si lo fuera, resultaría entonces de la célebre ley el absurdo de que se gasta tanto más de un género determinado cuanto más caro se vende. Si por demanda se entiende un deseo vago de poseer la cosa, prescindiendo del precio que cada comprador se impone, puede considerarse como infinita siempre la demanda. Suponed, por el contrario, que se tiene en cuenta el precio á que cada comprador compra y el precio á que cada vendedor vende: ¿qué significa entonces la decantada ley de la oferta y la demanda? Una estéril combinación de frases. Discutamos la idea y precisémosla. Una mercancía es en general tanto más solicitada cuanto más barata se venda: en general aumenta la demanda cuando el precio disminuye. Digo en general, porque hay objetos que no deben su valor sino á su elevado predo. Si los adelantos de la industria, v. gr., ó algún descubrimiento inesperado consiguie- . ran la cristalización del carbono con tal baratura que se diese por una peseta un brillante que vale ahora cinco mil pesetas, dejarían de ser los brillantes piedras preciosas y hasta un artículo de comercio. En este caso, excepcional sin duda, con la baja extraordinaria del precio, no aumentaría, sino que antes bien disminuiría la demanda . Me apresuro á reconocer que este género de objetos no es frecuente en las sociedades humanas. La demanda de una mercancía aumenta si el precio dis: minuye. No avancemos por de pronto más: no digamos que · la demanda está en razón inversa del precio, porque son muchos los casos en que la demanda crece ó decrece en una proporción más rápida, sobre todo cuando se trata de productos manufacturados. Otras veces, por el contrario, la

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variación de la demanda parece menos rápida que si cambiara en razón inversa del precio. Así ocurre ¡cosa singular! con los productos indispensables y con los menos necesarios, con los términos más apartados en la escala de nuestros deseos. Imagínese que duplicara el precio del pan: no se reduciría por eso á la mitad su consumo, porque los consumidores preferirían economizar en cosas menos útiles. Supón· gase que se reduce á la mitad del actual el precio de los telescopios: ¿duplicaría por esta causa la demanda de tales instrumentos? Nadie lo sostendrá de seguro. ¿A qué se reduce, pues, la manoseada ley de la oferta y la demanda? Para comprenderlo acudamos á la teoría de las funciones. Sea D la demanda anual de una mercancía. Se trata de conocer la ley de la demanda, ósea la forma de la función D f (P), en la que p representa el precio. La forma de esa función depende de la utilidad de las cosas, de la naturaleza de los servicios que prestan, de las necesidades que satisfacen, de los goces que procuran, de las costumbres de cada pueblo, de la riqueza media, y de la organización social en su más amplio sentido. Influyen demasiadas causas morales sobre la oferta y la demanda para que puedan enunciarse en una ley y traducirse en una fórmula. La observación, sólo la observación, suministra una tabla de valores de P y D correspondientes. Esos datos permiten construir la curva que representa la función de que se trata, ó calcular una fórmula empírica. ¿Cómo? Acudiendo á los métodos de interpolación, entre los que me parece uno de los más adecuados al objeto el que dió á conocer Cauchy á la Academia de Ciencias en 183.5(1). Aunque no se determinara D f (P), sería útil introducir (1) Joumal de .Afathématiques: Joseph Liouville, tome deuxieme, année 1837 1 pag. 193,


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esa función de una manera simbólica en los razonamientos acerca de las variaciones de la oferta de la demanda, porque uno de los importantes servicios del análisis consiste en obtener consecuencias imprevistas de la discusión de cantidades cuyos valores numéricos y hasta cuyas formas algebráicas se desconocen. Muchas son, en efecto, las funciones matemáticas, de forma indeterminada y tal vez indeterminable, que ponen de relieve propiedades ó caracteres generales. Descubrimos en algunos casos que son continuas ó discontinuas, crecientes, decrecientes ó periódicas, reales ó imaginarias entre determinados límites. Admitamos que D sea una función continua de p, cosa probable si aumentan la población y el mercado, cosa probable :en virtud de la ley del cálculo de probabilidades que se llama de los grandes números. Entonces tiene D la propiedad de toda función continua: los incrementos de la demanda se pueden considerar proporcionales á los incrementos del precio, cuando esos incrementos son infinitamente pequeños. Además se observa claramente que esos incrementos ó variaciones tienen signos contrarios, es decir, que á un aumento de ·precio corresponde una disminución de la demanda. Así como la mecánica racional se apoya en el espacio, el tiempo y la velocidad, la teoría matemática del cambio se construye sobre tres nociones: la utilidad, la cantidad, y la insuficiencia (1). Las dos primeras, la utilidad y la cantidad son de sobra conocidas y familiares á todo el mundo para que tengamos que definirlas. No sucede lo mismo con la insuficiencia. Equivale la insuficiencia en la economía política matemática á la velocidad en la ciencia del moví·

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(1) Doy el nombre de insz~ficiencía, tal vez impropio, á lo que los franceses llaman rareté y los alemanes grenz nutz en (utilidad limitada) en los libros de economía política matemática.


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miento. Sabemos que la velocidad es la derivada del espacio con relación al tiempo. Pues bien: la insuficiencia económica es la derivada de la utilidad con relación á la cantidad. El aire es útil, pero carece de insuficiencia económica, porque la insuficiencia exige dos condiciones: cuando se habla de ella se trata de una cantidad útil y finita. Fijemos y definamos bien la noción de la insuficiencia. Hemos comparado la insuficiencia de la economía· con la velocidad de la mecánica. Llevemos esa comparación hasta los últimos límites. Los cálculos sobre la velocidad se refieren á algo concreto, á la velocidad de un móvil. De la misma manera, los cálculos sobre·la insuficiencia se refieren á una mercancía útil en cantidad limitada. Para abreviar, se denominan insuficientes las cosas útiles y finitas. Esas cosas insuficientes son las únicas que se apropian: una vez apropiadas se establece entre ellas un lazo que consiste en que, aun prescindiendo de la utilidad directa que les pertenece, adquieren la propiedad especial de poderse cambiar con cada una de las otras. El cambio se expresa por medio de una razón matemática precisa. Enunciemos, por lo tanto, este principio: las cosas insufü;:ientes, una vez apropiadas, adquieren un valor de cambio. Y puesto que las matemáticas tienen por objeto la medida de las cantidades, ¿cabe negar que existe una rama de las matemáticas que no se ha elaborado hasta nuestro siglo y que se propone calcular el valor del cambio? Esa ciencia no es la economía política entera: es la economía política pura ó racional, que debe preceder á la economía política aplicada. La economía política pura es una ciencia físico-matemática. Como todas las ciencias que se ocupan de la naturaleza, que al fin y al cabo los hombres y las sociedades forman parte de la naturaleza, la economía política pura se eleva


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sobre la realidad después de haberle arrancado sus tipos: abstrae de los tipos reales creaciones ideales que define, y 1evanta el andamiaje de sus teoremas. Vuelve presurosa á la experiencia para confirmar y aplicar sus pensamientos. Todo es ideal en este método: ideal el mercado; ideales los precios que están entre sí en razones rigurosas dentro del mundo abstracto de la libre concurrencia en que se presentan frente á frente una demanda y una oferta ideales. Mas esas verdades á que la teoría conduce, ¿son susceptibles de aplicaciones prácti~as? Tenemos, sin duda, el derecho y tal vez el deber de ocuparnos de la ciencia por la ciencia; pero no es un secreto para nadie, versado en estas materias, que la economía política pura nos lleva como por la mano á la resolución de los problemas obscuros y debatidos de la economía política aplicada y de la economía social. Con el auxilio del cálculo, que conocéis de una manera tan profunda, se han determinado dos importantísimas leyes de la economía política racional: l.ª la ley del establecimiento del precio de equilibrio; 2.ª la ley de variación de los precios. La primera de estas leyes consiste en que para que haya equilibrio entre varias mercancías cuyo cambio se efectúa con moneda ó se define por medio de precios, es necesario y suficiente que á esos precios la demanda efectiva de cada mercancía sea igual á su oferta efectiva. Rota la igualdad, surge un alza del precio de las mercancías cuya demanda efectiva es superior á la oferta efectiva, y una baja del precio de aquellas cuya oferta efectiva es superior á la demanda efectiva hasta llegar al precio de equilibrio. Completa esta ley la de la variación de los precios: tiene do~ partes. Se puede enunciar la primera diciendo que si la utilidad y la cantidad de una cosa varían respecto de uno ó muchos compradores y vendedores, de modo que las insuficiencias no cambien, el precio permanecerá constante. Es


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la segunda que si la utilidad y la cantidaJ de un grupo de mercancías cambian respecto á un grupo de compradores y vendedores, de manera que los cocientes de las insuficiencias no cambien, los precios no variarán tampoco. Tal es la fórmula científica de lo que se llama en economía ley de la oferta y la demanda, enunciado que resume la teoría del valor del cambio. Conviene reconocerlo y declararlo: esa ley, la ley fundamental de la economía política, no se demuestra ni aun siquiera se formula correctamente hasta que se definen la oferta efectiva, la demanda efectiva, y la insuficiencia; hasta que se relacionan la oferta y la demanda efectivas con el p~·ecio, y la insuficiencia con ese precio mismo: tarea imposible sin recurrir á las notaciones y á los métodos de las ma· temáticas. Si abrigais alguna duda de que las formas de las mate· máticas son para la economía política no sólo posibles, sino hasta convenientes, la desvanecerá el rápido estudio que haré del numerario, del billete y del precio de la tierra. Para zanjar las antiguas cuestiones entre monometalis• tas y bimetalistas no hay otro recurso -eiut las matemáticas. El examen de la teoría matemática de la moneda de· muestra claramente que si no se admite más que una mercancía (A) como numerario, el problema es determinado, porque para tres incógnitas, que s0n la cantidad de (A), que permanece bajo la forma de mercancía, la que se reduce á moneda y el precio de (A), ya se considere como mercancía, ya como moneda, hay tres ecuaciones que traducen estas verdades indiscutibles: l.ª La suma de las cantidades de (A), que existen bajo la forma de mercancía y de moneda, es igual á la cantidad total de A. 2. ª Existe una fórmula que relaciona el precio y la cantidad de la mercancía (A).


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3.ª También es posible hallar otra fórmula que ligue el precio y la cantidad de la moneda (A). Precisamente porque el problema es en esta hipótesis determinado se resuelve por sí mismo á causa de la virtualidad espontánea de la concurrencia libre. El legislador no tiene que hacer en este caso, el del prototipo único, sino escoger la mercancía moneda (A); dejar que se reduzca la moneda á mercancía cuando el valor de (A) , mercancía, es superior al valor de (A), moneda; y llevar á cabo la transformación de la mercancía en moneda, cuando el valor de (A) moneda excede al valor de (A) mercancía. Por el contrario, si se emplean simultáneamente dos mercancías (A) y (B) como numerario, habrá seis incógnitas y cinco ecuaciones: el problema será, por lo tanto, indeterminado. En efecto:

INCÓGNITAS. 1. ª La cantidad de mercancía (A).

2.ª 3.ª 4. ª 5.ª 6. ª

La cantidad de moneda (A). La cantidad de mercancía (B). La cantidad de moneda (B). El precio de (A) mercancía y moneda. El precio de (B) mercancía y moneda.

ECUACIONES 1.ª La suma de las cantidades de (A) mercancía y de (A) moneda es igual á la cantidad total de (A).

2. ª La suma de las cantidades de (B) mercancía y de (B) moneda es igual á la cantidad total de (B). 3.ª Fórmula según la que el precio de (A) mercancía resulta de la cantidad de (A) mercancía. 4. ª Relación según la que el precio de (B) mercancía resu;ta de la cantidad de (B) mercancía. 5.ª Función según la que los precios de (A) moneda y de (B) moneda resultan de las cantidades (A) moneda y de (B) moneda .


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Se advierte del mismo modo que si se emplean tres mercancías como moneda hay siete ecuaciones para determinar :i;meve incógnitas; si cuatro mercancías nueve ecuaciones para determinar doce, y así sucesivamente. Volviendo á la hipótesis de dos mercancías amonedadas, es decir, al prototipo doble, es ya evidente que el legislador puede intervenir en las operaciones monetarias aprovechando la indeterminación expuesta, lo que equivale á combinar con las cinco ecuaciones que resultan de la naturaleza de las cosas una ecuación más, planteada ó deducida por el Estado. Puede proponerse el Estado determinar la cantidad de moneda (A), la de moneda (B), la relación entre ambas cantidades, establecer el precio de moneda (A), de moneda (B), ó la relación entre ambos precios. Si se marca la relación entre las cantidades, se llega al bimetalismo de relación fija de cantidades: si se marca la relación entre los precios al bimetalismo de relación fija de precios. En el primer caso el valor se constituye por sí mismo en el mercado. En el segundo la cantidad se determina al impulso espontáneo de la concurrencia libre. Supongamos, por ejemplo, que se adopte el sistema de la relación fija de los valores: tomemos el número 15 1 ! 1 para la relación á que nos referimos, es decir, para la relación del valor de la moneda de oro al valor de la moneda de plata, número adoptado por los bimetalistas. ¿Qué ocurrirá entonces entre las cantidades de oro y de plata reducidas á moneda y las entregadas á la naturaleza y al arte? Cuando la relación del valor del oro mercancía al valor de la plata mercancía supera la cifra 15 1/2 todo el oro extraído de las minas se emplea en objetos artísticos é industriales. Hay más: entonces una parte del oro moneda se transforma en oro mercancía, mientras que al mismo tiempo,no solamente se reduce á moneda la plata de las minas, 3


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sino que parte de la plata mercancía se convierte en plata moneda. En suma: la cantidad de moneda de oro disminuye y la de moneda de plata aumenta; la cantidad de mercancía oro aumenta y la de mercancía plata disminuye. Esa metamórfosis se opera y desenvuelve hasta que la relación del valor del oro mercancía al valor de la plata mercancía desciende á 15 1/,. Se presentan y desarrollan los fenómenos inversos á los que se acaban de describir cuando la relación del valor del oro mercancía al valor de la plata mercancía está por debajo de la cifra 15 1/ ,. La cantidad de moneda de oro aumenta; la de la moneda de plata disminuye. En cambio disminuye la cantidad de mercancía de oro y aumenta la de mercancía de plata. Tales fenómenos económicos ocurren hasta que la relación del valor del oro mercancía al valor de la plata mercancía sube á 15 1/,. Resulta de este análisis que los monometalistas se equivocan cuando afirman de una manera absoluta que se empeñan en un imposible los que prometen la invariabilidad de la relaciónl5 1/ 2 • Ésta invariabilidad es posible entre ciertos límites, sin embarazar la acción de la libre concurrencia. Pero la misma teoría matemática de que nos ocupamos pone de manifiesto que los bimetalistas se equivocan también cuando manifiestan que la relación 15 1/2, fija como relación legal del valor del oro moneda al valor de la plata moneda establece de una vez para siempre la relación natural entre el valor del oro mercancía y el de la plata mercancía. La relación 15 1/2 señalada por la ley al metal moneda se impone al metal mercancía por el mecanismo de la libre concurrencia; mas no inmediata ni definitivamente. Si la relación del valor del oro mercancía al valor de la plata mercancía es superior á 15 1/2, no desciende más que por la desmonetización del oro y mientras hay oro que desmonetizar, después de lo que alcanza á 16, 17, 18 ... La misma relación.no se eleva más que por demosnetización de la plata


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cuando es inferior á 15 1/2 y continúa ese movimiento mientras hay plata que desmonetizar. Los bimetalistas defienden, con razón ó sin ella, que la baja actual del valor de la plata se debe á la acción de la ley y no á la de la naturaleza. No pueden sosteneF sin embargo seriamente que no influye la naturaleza jamás sobre las oscilaciones del valor de la plata en el mercado. La teoría matemática del numerario confirma que en el sistema bimetálico puede sobrevenir un 'aumento de la cantidad de plata, que produzca la desmonetización del oro y obligue á hacer los grandes pagos con sumas pesadas, ó un aumento en la cantidad de oro que lleve consigo la desmonetización de la plata y nos obligue á hacer los pequeños pagos con piezas diminutas. En otros términos: el sistema de doble tipo ó de dos metales, sobre la base de 151/2 legal, es en definitiva el sistema de tipo único, pero alternaUvo, en que el metal depreciado arroja de la circulación al metal apreciado. Dos palabras acerca de la teoría matemática del bi).lete de banco. La depreciación de los metales preciosos no es el único efecto de la emisión de los billetes de ba11;co aunque sea el que más se discute en la economía política matemática. Consiste otro de sus efectos en la extensión del crédito. ¿En qué consiste esa extensión del crédito? No lo han explicado hasta ahora bien los economistas. Niegan muchos que los billetes de banco sirvan para obtener un suplemento cualquiera del capital fijo ó circulante, fundándose en que imprimir ó grabar viñetas en papel filigrana no es levantar edificios, ni construir máquinas ó instrumentos útiles, ni obtener primeras materias ó productos manufacturados; y sostienen que el único resultado ventajoso del billete de banco consiste en producir la transformación de una parte del metal moneda en metal mercancía. Cárlos Coquelin no se atreve á defender que los billetes de banco acrecen la cantidad de capitales, y dice sólo que multiplican su empleo y suminis-


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tran crédito á los empresarios, sin pedírselo á los capitalistas. Estas no son más que palabras que carecen de sentido. Un empresario no puede á la vez prestar sus fondos á otro empresario y continuar empleándolos. Hay que ir más lejos que Coquelin y enunciar que la emisión de los billetes de banco aleja los límites del crédito y permite á los banqueros prestar á los empresarios sin prestar á los capitalistas. Si no fuera por las emisiones de billetes de banco, los bancos y los banqueros no podrían compr;ir títulos de crédito y particularmente de billetes á la orden y letras de cambio á los empresarios de la agricultura, la industria y el comercio, sino con ciertas condiciones que establece la economía política matemática. El cálculo intenta llevar sus procedimientos fecundos, no sólo á la economía política, sino á la economía social. Hace veinte años alzó su voz un escritor socialista (León ,valras---'De l'impói dans le canton de Vaud-) y dijo: "el trabajo constituye 1.a propiedad individual; la tierra, la propiedad colectiva; el arrendamiento, la contribución del Estado.:, He aquí ~na manera de conciliar el individualismo y el comunismo. La contribución territorial no perjudica la industria del país. Nada les importaría, por otra parte, á los colonos pagar á título de contribución las rentas que perciben ahora los propietarios . Fundado en estas y otras razones duélese Hermann Enrique Gossen (1) de que el suelo no pertenezca siempre á la Nación representada por el Gobierno . Desea que las tierras pasen de los que como capitalistas las explotan á la colectividad entera, no por el interés de clase alguna, sino por el interés público; lo desea, no por un vano em¡:eño de reformar, sino porque el equilibrio económico y (1) E:ntwicklung der Gesetze des menschlichen Verkehrs und der daraus tÚessenden Regeln fur menschliches Handeln.


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las matemáticas demuestran que la producción más elevada corresponde al empleo más útil. Inspira en tales conceptos Gossen un hermoso libro; protesta contralas amenazas de comunistas y socialistas; estudia el incremento del valor de la tierra; y parte de ese incremento para que el Estado disfrute el derecho de propiedad sin despojar al propietario. Dueño el Estado del suelo, arrendaría por medio de subastas el cultivo de la tierra. Este es, en brevísimas palabras, el procedimiento de Gossen, procedimiento que ni aplaudo ni censuro. Minuciosos razonamientos conducen á Gossen á la fórmula an

= a (1 +

Z)"

en que a es la renta en un instante determinado, z el tipo del incremento anual, y a,. la renta después de un número n de años. Deduce que z = 0,01. Tendríamos que entrar en prolijos cálculos para seguir las profundas investigaciones de Gossen, así como la crítica severa y matemática á que las ha sometido el célebre profesor de la Academia de Lausanna, León Walras. Me concretaré á recordaros que, según advierte vValras, es un hecho económico incontestable que el incremento de la ren.ta territorial origina el desnivel de los precios de las tierras y de los capitales propiamente dichos. Pero tal incremento dista de ser constante: si lo fuera, se descontaría de una vez por los propietarios. El incremento de la renta de la propiedad territorial nace y se desarrolla en el seno de toda sociedad progresiva ó culta. cada variación del incremento las tierras suben: alza imprevista é incalculable. Por lo incalculable no sería lícito, según \Valras, que fundaran los propietarios en ella derecho alguno. Suscitan las proposiciones de Gossen debates jurídicos acerca de la posesión y de la gewere alemana, posesión especialísima que no exige un animus dornini como la de


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Roma. Suscitan, además, debates acerca de problemas de cálculo que no dilucidaré ahora en obsequio á la brevedad que las circunstancias me imponen. Estoy convencido de que los más graves problemas de la economía no se resolverán sino con el auxilio de las matemáticas. Fuí de los primeros en afiliarme al método de los que aplican el cálculo á la economía pública, observando cómo se avienen con la educación de mi espíritu las ideas que proclaman. Este método reformador es activo y fecundo: en pocos años lo han creado simultáneamente Cárlos Meuger en Viena, Stanley J evons en :Manchester, y León \Val ras en Lausanna, sabios profes ores de economía política. Sobre el cálculo diferencial é integral levantan todos ellos las teorías de la producción, de la capitalización y del cambio. La teoría del cambio es la síntesis de las demás teorías económico-matemáticas. Parte, como hemos visto, de la hipótesis del equilibrio del mercado; establece la .condición de que todo el que cambia obtenga un máximo de utilidad; y consigue su propósito estableciendo para el individuo que cambia una ecuación ó una curva que expresen ó definan la energía ó fuerza de la última necesidad satisfecha, como función decreciente de la cantidad que se consume. Esa teoría del cambio que deduce el precio de l'intensi• té du dernier besoin satisfait, del Final Degree o/ Utili~ ty, del Grenznutzen, no es un sueño de .filósofos ilusos. La han aceptado los más ilustres economistas de las primeras Universidades y Academias de Europa y de América. Forma parte ya, en efecto, de los programas de los cursos de economía política de Cambridge, Londres, Edimburgo, Dublin, Utrecht,Leyde,Amsterclam,Louvain,Hannover,\ Vurzburg, Viena, Praga, Innsbruck, Montpellier, Burdeos, Nápoles y Boston. Muestra del movimiento que se observa en favor de las


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aplicaciones del cálculo á la economía política es el Ma, thematzsclze Begriindung der Volkswirthschaftslelzre de Laundhardt y la Jlfatlzematical Psychics de TVicksteed. Privarnos del a1L"'Ci1io de las matemáticas es por lo tanto incurrir en una falta de lógica y oponer dificultades insuperables á la resolución de los problemas de la economía política, pura y aplicada. La economía política matemática descansa en la hipótesis de la libre concurrencia, como la mecánica racional en otras hipótesis no menos ideales. Algunos matem,:Hicos llevan también el cálculo á la teoría económica del monopolio. Así lo hacen Cournot en el capítulo V de sus Recherches sur les príncipes matlzématiques de la tlzéone des ri, chesses, y Dupuit en dos preciosas Memorias que se titulan: De la mésure de l'utilité des travaux publics y De !'in~ fluence des péages sur l'utilité des voies de co11wumic{{;; tion, publicadas en los Annales des Ponts et Cltaussées (1844-1849.) Cada vez descubrimos en el tema que me confiásteis nuevos horizontes. Sin embargo, terminaré aquí esta parte de mi discurso para no abusar de la benevolencia de los señores Académicos. Permitidme sólo dos palabras antes de ceder el paso á otras cuestiones. Expondré pronto algunas fórmulas sencillas. Deben considerarlas mis oyentes y mis lectores como ejemplos de la aplicación del análisis á los problemas de la vida social y civil de los pueblos. No tienen ni podían tener otro alcance en un trabajo de esta índole: lejos de profundizar ideas me contento ahora con apuntarlas.


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V Es necesario hacercompatibles dos grandes pensamientos: la igualdad de los individuos y la jerarquía de las funciones, El que las concilie organizará la democracia.-PAUL LAFFITTE,

La cuestión social merece capítulo aparte. En sentido lato, la cuestión social encierra todas las cuestiones de la vida, que, á corta ó larga fecha, se resuelven espontáneamente por la evolución de los pueblos. En sentido estricto el problema social se ocupa de la remuneración del trabajo. El salario debe calcularse con arreglo á leyes más equitativas y simpáticas que las que resultan del monopolio. No les haréis en~ender á muchos hombres, que se llaman de orden, sino aquella fácil y cómoda economía que se reduce al intento de comprar por tres pesetas lo que vale seis ó de vender por seis pesetas lo que vale tres, sin preocuparse del equilibrio de los valores, del precio de las mercancías, de la reciprocidad de los servicios, del tipo de los intereses y de la justicia de los salarios. Con el nombre exótico de democracia ha pensado la plebe arrojar la luz del derecho sobre la economía pública: ha dicho que quería vivir no de la caridad sino de la justicia. Comprende que le es más necesario que vencer los hechos con las armas vencer las preocupaciones con las ideas. Por esta razón celebra congresos en que estudia los problemas sociales. No hay para qué oponerse ni denostar la reforma que persigue: hay que discutirla y encauzarla. Una de las cuestiones que preocupan á los estadistas y


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á los jornaleros, es la del salario. Colíganse y se declaran en huelga masas de hombres, mujeres y niños, para que se les reduzcan las horas de trabajo y se les aumenten los salarios. Todo eso es muy fácil de ar.reglar, dicen los economistas de la escuela inglesa: obedece á la ley de la oferta y la demanda. El punto de vista del socialismo es otro: las artes útiles deben producir á lo menos lo que exigen las necesidades de los que trabajan. Aquí tenernos ya para el salario, y de consiguiente para el trabajo, un primer límite, un mínimo. ¿Pueden las matemáticas precisar el concepto de los salarios? ¿Pueden darnos su medida práctica y científica? Discútase el problema analizando la producción del capitalpor medio del trabajo. Supongamos que se constituye una sociedad de obreros divididos en dos secciones. Una sección se ocupa en crear establecimientos agrícolas é industriales. Otra sigue en el trabajo asalariado: entrega el excedente de los salarios á los obreros del primer grupo con el objeto de satisfacer sus atenciones. En esta hipótesis no se consume ni un solo átomo del capital propiamente dicho. Los nuevos capitales resultan del trabajo y nada más que del trabajo. Esta sociedad de artesanos productores empleará tal vez obreros asalariados en el establecimiento agrícola ó industrial de que dispone. ¿Cómo se determina el salario de tales obreros? Ni debe obtenerse caprichosamente ni con arreglo á las leyes de la contratación ordinaria: ha de calcularse de manera que el obrero retire de su trabajo la renta máxima. Los que plantean el problema en esta forma lo hacen para investigar la relación entre el salario y el tipo del interés, de manera que no complique el estudio la renta de ningún capital predeterminado. No es aquí el interés personal el freno del salario como en la mayor parte de las explotaciones agrícolas é industriales. El obrero, cuando se


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ocupa en la producción de capital, no se propone más objeto que recibir por su trabajo la mayor renta posible. Figurémonos que la explotación del establecimiento de que se trata, exige el trabajo continuo de n familias de obreros. Imagínese que para instalar la explotación se requiere un afio de trabajo de n q hombres. Cada uno de los n obreros empleados en la explotación corriente del establecimiento trabaja, pues, con un capital que se debe á q añ.os de trabajo. Sea p el producto anual del obrero, que consideramos dispone de un capital de q años de trabajo. Todo el producto de los n obreros asalariados será, pues,

np. Por otra parte, cada obrero necesita para la conservación de sus fuerzas una cantidad a que determina la higiene, y más todavía que la higiene la experiencia. Los n q obreros trabajan un año en el establecimiento de la fábrica ó explotación de que nos ocupamos, y consumen a n q. Es claro que en el salario de los obreros hay que distinguir la porción destinada al consumo de la familia y un excedente que llamaremos y. La producción de a n q hectólitros consumidos por los operarios que intervinieron en el primer establecimiento de la fábrica ó explotación ha exigido un año de trabajo de

ª yn q obreros.

Así, pues, el número de trabajadores que ha creado la industria que sirve de base á nuestro razonamiento es: a'n q nq+-Y=nq

(a+y y

)

Los n jornaleros que trabajan en la fábrica disfrutan un salario de a + y cada uno. La suma de los salarios tiene por expresión algebráica n (a+ y). Se deduce la renta de la fábrica ó explotación restando el importe de los salarios del producto n P, lo que da

np-n ( a+y),


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renta perpetua que constituye en rigor una propiedad perteneciente á los n q (

ª;

Y ) obreros productores de ca-

pital. Un año de trabajo de cada uno de los obreros estará pagado por una renta de Ca+ y>} y, q(a+y)

{P -

¿Cuál es el valor de y que hace máxima esa función? Para contestar, acudamos al cálculo diferencial: py -ay-y2 q (a+ y)

d ~"---=--......::::.-

= o.

O sea q(a+y) (p-a-2y) dy-(py-ay-y

2

)

qdy=o;

y, en otros términos, ( a +y) ( p - a - 2 y)

= py

- a y - y~;

ó en fin a+y=J!ap.

Mas allá de la remuneración del trabajo queda sin duda una cosa importantísima que estudiar: lo que denomina Paul Laffitte la jerarquía de las funciones. No se presta esa jerarquía á los cálculos de las matemáticas. En cambio la remuneración del trabajo es un problema que, por su índole, pertenece al análisis. Este salario que no resulta de la relación entre· la oferta y la demanda, ni de las necesidades del obrero, sino que arranca de la asociación y del trabajo, se llama en la economía matemática salario natural. El salario natural es la media geométrica entre las necesidades del obrero y el producto de su trabajo. La discusión de la fórmula Vap conduce á exponer el


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probíema social en toda su magnitud y aclara regiones obscuras de la economía y el derecho. No tiene, señores, la sociología matemática la pretensión de cortar de un solo golpe, por medio de una fórmula, las agrias disputas, ni mucho menos las discusiones entabladas entre los hombres que pertenecen á las escuelas individualista y socialista. Aspira á demostrar que los problemas de una y otra escuela se resuelven por medio del cálculo. Hace una recomendación más de las aplicaciones de las matemáticas á las ciencias morales y políticas.

VI

1

Las Cortes son para el pueblo lo que un mapa reducido para el territorio de la nación entera: las magnitudes de los mapas y de los planos han de 'guardar entre sí las proporciones del original, porque esos mapas y esos planos deben considerarse como copias y nada más que como copias.-MIRABEAU.

Entre los problemas políticos que se plantean y que se discuten ahora con mayor empeño ninguno como el sufragio universal ha preocupado á las naciones, ó mejor dicho, á los publicistas; y con motivo, porque este problema del sufragio es en el fondo el problema de la soberanía, sobre que se levanta el derecho público. Yo respeto á los profundos escritores que defi~nden la soberanía de los reyes, ó la soberanía de los pueblos; pero, por mucho que los respete, claro es que no pienso con su espíritu, sino con el mío, y éste no reconoce otra soberanía que la de la razón humana. Ahora bien: si la razón es la soberanía de los individuos


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¿cuál será la soberanía de las naciones, cuál será la soberanía de la especie? Late aquí todo el problema. La soberanía de las naciones no puede ser más que una síntesis de su inteligencia, de su sentimiento y de su voluntad. Esa síntesis debe reflejarse en los parlamentos. Hay que resolver, por lo tanto, para constituir las Cortes, un gran problema: la represe'.ltación total y proporcional del pueblo en la vida pública. No es la ocasión presente oportuna para discutir el sufragio universal ó restringido. Esta Real Academia se ocupa de otra clase de cuestiones. Entran, sin embargo, en el tema de mi discurso las tentativas laudables que se han hecho y se continúan haciendo por algunos pensadores para organizar el sufragio '"'ºn arreglo á principios filosóficos y matemáticos. El vulgo de la política, que también la política tiene su vulgo, cree irreflexiva y ligeramente que, proclamado el sufragio universal, se ha dicho todo en el orden de la representación política de las naciones. ¡)Jo! el sufragio universal alcanza un valor ú otro, un sentido ú otro, según se organiza. Organizaciones hay del sufragio universal que lo niegan. Por cierto que una manera segura para destruirlo sería no pensar en organizarlo. Se trata, repito, de la representación total y prop~rcional del pueblo en la vida pública. Este problema es en rigor imposible de resolver con exactitud matemática: imposible como tantos otros, como la cuadratura del círculo, la trisección del ángulo, la duplicación del cubo, el movimiento continuo: ideales y nada más que ideales, eternos ideales del hombre. Ya que no se resuelva con exactitud matemática el problema de la representación total y proporcional del pueblo en la vida pública, ¿acertaríamos con algún método científico análogo al de las aproximaciones sucesivas?

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Digámoslo muy alto, señores Académicos: envanezcámonos con el orgullo noble que nace del culto _que rendimos á nuestras amadas ciencias, de que la idea más fecunda que ha brotado en este siglo para resolver el problema de la representación del pueblo en la vida pública se debe á un ilustre matemático y político, pero más que político matemático, á Mr. Andrre, ;\linistro de Hacienda de Dinamarca hacia el año 1855. Él inventó la teoría del cociente electoral, maravillosamente desarrollada por Thomas Hare en 1859 y por Stuard l\Iill en 1861. Saben de sobra los señores que me escuchan que se llama cociente electoral la cifra que se obtiene dividiendo la suma total de los electores, ó, mejor dicho, de los votantes, por el número de candidatos que se debe proclamar en definitiva. Un candidato ó una lista de candidatos, según que la elección sea unipersonal ó por lista, quedarán elegidos en este sistema tantas veces cuantas esté contenido el cociente electoral en el número de votos que se emitan á favor del candidato ó de la lista. La multiplicidad ó acumulación de votos, en una persona ó en una lista, que resultaría de este procedimiento no se puede utilizar en la práctica sino aceptando el pensamiento que expuso Mr. Boutmy en la Liberté del día 21 de Agosto de 18~7, es á saber: concediendo á la persona ó á la lista de que se trate un número de votos parlamentarios proporcional al número de sufragios que haya obtenido. Semejante método entrega los destinos del país á un pequeño número de hombres populares: mina solapadamente los cimientos del sistema representativo. ¿Cómo salvar este inesperado escollo? Una manera de conseguirlo es que cada candidato presente una lista que indique, en un orden de preferencia, las personas á que desea transferir ó ceder los votos superfluos ó insuficientes. Son superfluos los que exceden del cociente electoral, é in-


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suficientes los que no llegan á ese número. Por este camino se utilizan todos los sufragios; y cuantos resultan elegidos 1 ya directamente, ya por una transferencia 1 lo son porque han alcanzado y no han excedido el cociente que se toma como base. Es muy exacto ese procedimiento desde el punto de vista de las representaciones proporcionales: en él la balanza de la política pesa por igual todos los partidos. · Desgraciadamente en este sistema la elección no se hace por los electores: los diputados elegidos primero votan á los demás: desaparece ó se nubla la intervención directa del pueblo en la vida nacional, que es lo que á todas luces se persigue. Habrán comprendido los que me escuchan que los sistemas racionales y matemáticos de la teoría del sufragio· no aspiran sólo á la representación más ó menos vaga ó fortui• ta de las mi~orías, sino que se proponen llevar á cabo la representación proporcional de la mayoría y de las minorías. De aquí nace su carácter, esencialmente matemático. Aclaremos una vez más el procedimiento de que nos ocu pamos. Supónganse 90.000 electores qu6 han de elegir seis diputados: 15.000"será el cociente electoral entonces. Imaginemos que entre esos 90.088 electores los hay de tres partidos: de la derecha, del centro 1 de la izquierda. Sean los candidatos: por la derecha. AyB C, D, E y F por el centro. por la izquierda. G, H y K

Partamos de que el resultado de la elección fuera el que da á conocer la adjunta lista:

a


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CANDIDATOS

A ................. , ....... .

B ........................ .

c ......................... . D ....................... . E ....................... . F ...... .................. . G......................... .

H ........................ . K .. Total ...

9

VOTOS

9.000 6.000 21.000 9.000 5.000 10.000 10.000 16.000 4.000 90.000

Por el sistema que exponemos quedarán elegidos: A con 15.000 votos, que resultan de añadir á los 9.000 de A 6.000 de B. C con 15.000 votos, que resultan de restar de los 21.000 de C 6.000 que se agregan á D. D con 15.000 votos, que resultan de añadir á los 9.000 de D 6.000 de C. F con 15.000 votos, que resultan de añadir á los 10.000 de F 5.000 de E. G con 15.000 votos, qúe resultan de añadir á los 10.000 de G 1.000 de H y 4.000 de K. H con 15.000 votos, que resultan de restar de los 16.000 de H 1.000 que se agregan á G.

Según la cuenta de cada partido resulta que la derecha tiene 15.000 votos y un representante; el centro 45.000 votos y tres representantes; y la izquierda 30.000 votos y dos representantes. Todos los votos se aprovechan sin excepción alguna. Cada grupo está representado proporcionalmente á su importancia efectiva. El mét_odo del cociente electoral es inaplicable al caso en que las divisiones entre los números de los votos de cada partido y la suma de los representantes son inexactas. Entonces Mr. d'Hondt aplica el curioso sistema del divisor común. Tenemos, por ejemplo, 100.000 votos, 10 representantes y tres partidos , compuestos respectivamente de 40.000 votantes de la derecha, 40.000 del centro y 20.000 de


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la izquierda. Debería haber 4 diputados de la derecha, 4 del centro y 2 de la izquierda. Sea el cómputo de los votos •

42.543 de la derecha, 40.563 del centro, 16.894 de la izquierda.

¿Cómo distribuir los diputados con arreglo al principio de la representación proporcional de los electores? Lo primero que se ocurre es descomponer el número 10 según la regla de compañía; ó, en otros términos, descomponer el número 10 en partes x, x·, x", proporcionales á los números 42.543, 40.563, 16.894. Los valores de x, x', x" se hallan dividiendo el número propuesto por la suma de los números á que han de ser proporcionales las partes y multiplicando el cociente por cada uno de estos números . Así pues, X=

x

=

42 .543 X 10 100 .000 4, 2543

X

=

40.563 X 10 100.000

x'

=

4, 0563

, 1

X

=

16 894 X 10 100.000

x''

=

1, 689.J.

,.

ó, .despreciando las fracciones decimales, x=4,

x'=4,

x"

= 1.

Resultan, pues, nueve representantes en vez de los diez que deben elegirse: cuatro para la derecha, cuatro para el centro, y uno para la izquierda. El décimo representante habría que concederlo á la izquierda, porque á ese grupo · corresp'onde el excedente de votos más numeroso . Sin embargo, el principio de la mayoría, justo cuando se trata de discernir la victoria entre dos partidos, debe recha-. zarse de una manera categórica y absoluta en el sistema de la representación proporcional de los electores . No olvidemos que el gran principio moderno, el que desarrollamos , ahora por medio del cálculo, no es el sufragio universal, sino la representaci6n universal y proporcional. De ese 4


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principio resulta una diferencia esencialísima entre las democracias del mundo antiguo y las del nuevo. Estas son democracias representativas, en que la representación ha de ser de todos y proporcional á la mayoría y á las minorías, al paso que aquellas son democracias directas, á las que no compete el derecho representativo de deliberar, sino el de decidir, cosa enteramente distinta. En una palabra, el problema consiste en obtener un divisor común de los números 42,5-1-3, 40.563 y 16.894 que dé cocientes cuya suma sea igual á 10; es decir, al número de diputados. Obsérvese, ante todo, que ese divisor tiene por máximo el cociente electoral 10.000 en el ejemplo de que se trata. En efecto: puesto que 100.000 contiene 10 veces 10.000, es notorio que 100.000 dividido por 10 no podrá dar nunca una cifra superior á 10.000. Ese máximo sirve de punto de partida á l\Ir. d'Hondt. Dividamos los números propuestos por 10.000 y despreciemos las fracciones: 42.543 dividido por 10.000 da 4. por 10.000 da 4. íd. 40.563 por 10.000 da l. íd. 16.894

Resultarían, según esto, 9 representantes, cuando hay que elegir -10 diputados, lo que prueba que el divisor 10.000 es mayor de lo que conviene. Fijémonos en las cifras que proporcionan un diputado más por cada partido, que en este caso serían 5, 5 y 2, y tomemos esas cifras por divisores, despreciando como siempre los quebrados. Se llega en esta forma á los tres cocientes 8.508, 8.112 y 8.447. Escojamos por divisor ahora el mayor de estos divisores, 8.508, y se deducirán cocientes cuya suma será igual á 10. 42.543 dividido por 8.508 da 5. por 8 508 da 4. íd. 40.563 por 8.508 da l. íd. 16.894 Total de cocz'entes .. ...•....... 10


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No cabrá desde ahora duda, ni en los más prevenidos contra el cálculo, de que son importantes y frecuentes las aplicaciones de las Matemáticas á las Ciencias Morales y Políticas. Hemos visto surgir esas aplicaciones por donde quiera. No se atuvo jamás el cálculo al estrecho programa de la ciencia pura, ni al más amplio de la Naturaleza. Saltó la valla. Penetró, como hemos recordado, en las regiones de la vida, de la historia, de la riqueza, del crédito, de la propiedad, del salario, de la representación del pueblo en las Cortes. El cálculo de probabilidades resuelve además muchas cuestiones relacionadas con los escrutinios. Así, verbi gracia, dos candidatos, X y Z, luchan en unas elecciones. Contiene la urna n + k papeletas de X y n de Z. En definitiva será proclamado ~- pero ¿cuál es la probabilidad de que mientras dura el acto de sacar papeletas no cese de aparecer X por encima de Z? Este problema, más curioso que útil, sirve de ejemplo entre tantos otros. Esa probabilidad será: K

Sean cuales fueren los métodos de conseguir la representación nacional que se adopten y lo~ sistemas que para hacer el escrutinio se prefieran, hay que llegar, por último, á una decisión que impone la mayoría. Y a en este orden de ideas Guibert se ha ocupado de la probabilidad de los juicios de una mayoría determinada. Discutamos el caso más general posible. Una decisión se somete á un tribunal de primera instancia, y después á otro tribunal, ante quien se apela, compuesto de 2 n +1 ó de 2 n jueces. En igualdad de circunstancias, dejando aparte las prendas morales y la competencia de los jueces, ¿qué resoluciones ofrecerán más garantías con arreglo al cálculo de probabilidades? ¿La que dicte una Sala, un Colegio elec-


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toral ó una Asamblea legislativa compuesta de 2 n + 1 ó de 2 u personas? Seap la probabilidad de que un juez del tribunal de apelación no se equivoque; P la probabilidad de que la sentencia del tribunal de primera instancia es justa; y P2n+•, P2n las probabilidades de que las ejecutorias de las salas de apelación compuestas de 2n + 1 y de 2 n jueces se han dictado con arreglo á derecho. Se trata de comparar entre sí las cantidades P,n+' Y P,n. Segun los principios fundamentales de cálculo de probabilidades se tiene: P 20+1 =P2n+1+(2n+ 1) (l-p)p2n+ ... + (2n+l) ... (n +2) (1-p)O.pn+t 1 ... n

P2u=P t11 + 2n (l-p)p2n-1 + ... + P 2n

'i' ...(nn+ 1)

(1-P)º p º·

Multiplicando el segundo miembro de esta última igualdad por P + 1 - p se le dará fácilmente la forma: (n+l) (P P 20 -P 2n + 1 + 2n ... - P)(1 - P)ºPº , 1 ... n

que resuelve el problema. Desde luego se advierte que según que P>P P=P 6 P<P P,n>P2 n+1

Prn=P2n+1 P2n<P,n+1

Admitamos que P>

1lo que muchas veces ocurre.

Entonces, si la probabilidad de que un juez del tribunal de primera instancia no se equivoque es constante é igual á P, se tendrá siempre P>P y por consiguiente Pin> P,n+1, á no ser que el tribunal de primera instancia esté formado por un solo juez , sea unipersonal, en cuyo caso P= P y P2n = =P2n+1•

La inecuación P> p se funda en que, cuando aumenta el número de ju~ces, aumenta la probabilidad de que una sentencia se dicte con arreglo á derecho. Este postulado es un


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IJ

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axioma. Por otra parte sería fácil demostrarlo directamente por medio del análisis. Por igual camino se prueba matemáticamente que la probabilidad de la justicia de una ejecutoria en una sala de 2 n jueces es menor ó mayor que la probabilidad de la justicia de esa ejecutoria en otra sala de 2 n + 1, segun que la sentencia del tribunal de primera instancia y la ejecutoria del tribunal de apelación estén de acuerdo ó difieran. En esta discusión conducen á resultados que sorprenden las aplicaciones del cálculo de probabilidades á la estadística judicial. Sobre tan difícil materia puede consultarse con fruto la Memoria de Mr. A. A. Cournot, rector de la Academia de Grenoble, publicada en la página 257 del tomo 3. 0 del Journal de niathéniatiques de Liouville. Aleccionada la política por los matemáticos, pide la representación proporcional de las naciones. ¿Por qué? Porque esa representación da á las asambleas la influencia y el prestigio que arrastra consigo la idea de proporcionalidad, que es la idea de justicia; porque esa representación se compone de todos l.os intereses y de todas las fuerzas vivas de la patria; porque esa representación ahuyenta las ficciones y alza un baluarte en que sostener y reivindicar los derechos de los ciudadanos; porque esa representación ·no puede menos de ser escudo y amparo del poder legítimo; porque esa representación, en fin, annoJliza tendencias opuestas, y conduce, para decirlo de una vez, al sufragio universal que ha uncido á su carro de batalla hipótesis absurdas acerca de la soberanía de los pueblos.


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VII El análisis matemático es una caja llena de semillas. Cuando esa caja se abre, las semillas caen y encuentran surcos labrados en las demás ciencias,-CARLOS GRUN,

Me acabo de ocupar, señores Académicos, de las aplicaciones de las matemáticas á la naturaleza, á la historia, á la hacienda, al seguro, á la estadística, á las ciencias económicas y sociales. Aplícanse tambien las matemáticas al derecho. Mejor que largos razonamientos lo probará la exposición abreviada del estudio sobre los derechos sucesivos de los hijos naturales, estudio que se debe á Mr. Luis Gros, · Doctor en Jurisprudencia y Abogado del Colegio de Lyon. Ni en Francia ni en España abundan los Abogados que profundizan las matemáticas. No sucede lo mismo en Inglaterra y en Alemania. En Inglaterra el célebre abogado Lord Brougham se dedicó con gran aprovechamiento al cálculo diferencial é integral y á la física matemática. Alejandro Humboldt y el notable selenógrafo Guillermo Beer, hermano del compositor ilustre, han armonizado en Alemania los estu dios de las ciencias morales y de las ciencias exactas. Trata Mr. Gros de interpretar el pensamiento que desarrollan los legisladores en el artículo 757 del Código civil francés: uel derecho del hijo natural sobre los bienes de su padre y de su madre, fallecidos, se computará en esta forma: si el padre ó la madre dejan descendientes legítimos, ese derecho es el tercio de la porción hereditaria que el hijo natural tendría si fuera legítimo, etc.,, Es clara la int_erpretación del artículo 757 cuando no


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hay más que un hijo natural. La relación entre la parte del hijo natural y la de un hijo legítimo varía con el número de hijos legítimos: alcanza 1/5 cuando no hay más que un hijo legítimo, y aumenta, si hay varios, hasta 1/3, que es su valor límite. Hace notar Mr. Gros que esas distintas relaciones ponen de manifiesto la inconsecuencia de los principios en que el legislador se funda. Es discutible que los hijos naturales deban tener derechos hereditarios inferiores á los de los hijos legítimos. Las leyes se modifican en el sentido de la igualdad y, sobre todo, comprenden que no hay razón alguna para castigar en los hijos las culpas de los padres. Creen algunos, en cambio, que el respeto á la familia exige que el hijo natural no tenga los derechos del hijo legítimo: En este criterio se inspiró el artículo 757 del Código francés, como tantos otros. Admitida la idea, hay que establecer la cifra ó el coeficiente constante que expresa la relación entre los derechos del hijo natural y del hijo legítimo: constante, digo, sea cual fuere el número de hijos naturales y legítimos. He aquí una de las interpretaciones más lógicas del principio que el legislador invoca. El padre de hijos n·áturales perjudica á los hijos legítimos, y los perjudica tanto más cuanto mayor es el número de hijos legítimos, puesto que ese número es el divisor que sirve para calcular la hijuela de cada uno. Para disminuir el perjuicio, es necesario que la parte de la herencia segregada de la familia en obsequio de los hijos naturales esté en razón inversa del número de hijos legítimos y del número de hijos naturales. Sean n y l el número de hijos naturales y legítimos. Según el Código, la parte de un hijo natural sólo es 1 3 (l+l)


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En nuestra hipótesis la parte de cada hijo natural es 1 3n(l+l)'

y la parte de cada hijo legítimo 3l+2 3l (l+l).

De manera que la parte del hijo legítimo es independiente del número de hijos habidos fuera del matrimonio. El distinguido matemático Mr. Prouhet advierte que el Código de Hai:ti es, en esta parte, más lógico que el artículo 757 del Código civil de Francia á que se refiere Mr. Gros. En efecto. ese Código concede al hijo natural en todos los casos la tercera parte que á un hijo legítimo. Del texto de la ley y de las discusiones que tuvieron lugar en el Consejo dedujo' Mr. Gros que el legislador no previó que varios hijos naturales pidieran la sucesión hereditaria. ¿Qué hacer entonces? Conservar la relación establecida por el legislador en el caso únicamente previsto. Pa'ra conseguir este o·bjeto, Mr. Gros no considera por de pronto más que un hijo natural y un hijo legítimo, y, hechas las particiones en esta hipótesis, atribuye ú otorga á los demás hijos naturales una parte igual á la que se confirió al primero: advierte que por este sistema la suma de las partes excedería al total de la herencia, por lo que reduce en proporción las cantidades como si se tratara de repartir entre acreedores un activo inferior á la suma de sus créditos. Tal es el procedimiento que Mr. Gros llama de reparto. El problema de análisis que estudiamos podría enunciarse del siguiente modo. Supongamos que el derecho de un hijo natural en concurrencia con uno ó varios hijos legí1 timos es - - de la porción hereditaria que tendría si fuera m

hijo legítimo, ¿qué parte corresponde á cada hijo natural ó


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legítimo? Se conocen el n~mero de hijos naturales, el número de hijos legítimos, y la herencia. Llámese n al número de hijos naturales, l al de hijos legítimos, y represéntese por la unidad la suma ó porción hereditaria. Denominemos y,., 1 x,., 1 las porciones respectivas de cada hijo natural y legítimo. Es evidente qu,e ny,.,1+l X11,1=1.

Imaginemos que uno de los hijos naturales se considera como legítimo. En tal hipótesis la parte de cada uno de los demás hijos naturales será, según la notación adoptada, Ya-1,1+1

y su parte colectiva (n-1) Y,i-1,1+1•

Hay, pues, que repartir entre los (l + 1) hijos legítimos la suma 1-(n-l) Yn-1,1+1•

Fácilmente se puede ver ahora que la segunda ecuación 1 del problema resulta de que la -,n parte de cada uno de los hijos que se han supuesto legítimos sea igual á y ,., 1• Se tendrá según esto:

.Ymz=

mci+l) (1~(n-l)Y,i-1,1+

1)

Si se hace n= 1 en esta ecuación, el segundo miembro se reduce á una cantidad conocida m

J+

l)

Por medio de sustituciones sucesivas se puede, por lo tanto, calcular el valor de Yn,t en función de los números n y l.


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En una palabra, las fórmulas que resuelven el problema son: Yn,l

. 1 m (l+l)

1

n-1

_

m 2 (l+l) (Z+2) n

+

x,.,i = T- ml(l+l)

- ... +

(n-l)(n-2) ..... 3. 2.1. m11 (l+l) ..... (l+n)

n (n-1) ..... 3. 2. l. mnt(l+l) ..... (l+l) ·

Nada más sencillo que construir una tabla de doble entrada cuyos límites abracen la extensión de los valores eventuales que pueden tener simultáneamente los números n y l. Me entretendría, fuera ya de mi propósito, la discusión matemática de esta parte de nuestro derecho antiguo y moderno. Establece el derecho antiguo la ley 8.ª tít. XIII, Part. VI, que concede al hijo natural una dozava parte de la herencia cuando hay descendientes. Surge el derecho moderno del art. 840 del Código vigente. Los procedimientos de cálculo que he procurado desenvolver del modo más breve que me ha sido posible abren las puertas de esa discusión é invitan á ·nevarlo á cabo. Pero ¿me propongo, señores, otra cosa que despertar en el ánimo de las gentes1 por medio de sencillos ejemplos, la convicción de que habrán de ser cada día más fecundas las aplicaciones de las matemáticas á las ciencias morales y políticas? No aspiro en mi Discurso á resolver, ni aun á desflorar, los problemas de las ciencias morales y políticas enunciados en estas páginas. Los cito con objeto de que me sirvan de punto de partida para exponer los servicios que las matemáticas pueden prestarles: servicios preciosos, porque las matemáticas se ocupan de lo concreto; hacen que la ciencia no salga del estudio de lo concreto: ¡gran paso para la conquista de la verdad en la naturaleza, en la historia y en el arte! No olvidemos que Dios crea lo concreto: el hombre nada más que lo abstracto.


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VIII A yew¡.i.É'tpT¡ tO~ p:r¡od~ E[ah:w No entre aquí nadie que no sea geómetra.

Se dice que Platón hizo esculpir estas palabras en su Academia. Ninguno de los escritores antiguos habla de la inscripción famosa. La citan algunos sabios bizantinos. La frase del célebre pensador se menciona por primera vez en una carta dirigida por Miguel Psellus á uno de los emperadores-que han llevado el nombre de Anclrónico, probablemente el que rigió el imperio en 1067. A la misma inscripción se refiere el curioso y agotado libro que se titula Ra· millete de violetas de Arsénicus. Algún otro libro reproduce la inscripción en forma de. verso jámbico. Los críticos sostienen que en Grecia significaban la misma cosa los geómetras y los filósofos. Era la geometría una preparación indispensable para el estudio de los demás conocimientos. Habíase dado allí por este camino un gran paso á favor de la unidad científica. Eso es lo que me proponía recordaros. Pero dejémonos de investigaciones dudosas· ó inciertas y vengamos á lo práctico. Revela todo lo que precede que hay un orden superior al de la política, si bien de la misma naturaleza: el orden social. Por la sola razón de que existen los intereses sociales y de que constituyen una categoría, por decirlo así, extraordinaria y nueva, reclaman detenido estudio. ¿No es lógico esperar que la ciencia humana y las matemáticas singularmente, que son una de las más espléndidas maní• festaciones e esa ciencia, encaminen sus esfuerzos en ade-


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lante á resolver el problema social que nos envuelve? ¿No cabe llevar con éxito las conquistas hechas en el ·orden físico á satisfacer las apremiantes necesidades de los hombres y de los pueblos? Aunque sea cierto que no es lícito confundir la política con la historia natural, sino que más bien puede definirse la política como la historia humana, ¿está lejos esta última historia de las leyes universales, que no son más que la previsión desarrollada por el cálculo? ¿Qué leyes matemáticas ligan entre sí las variables, al parecer independientes, de la economía política, y las cambian en funciones simples, en funciones de funciones y en funciones complejas, dando á estas palabras el riguroso sentido que tienen en las ciencias á que nos dedicamos? ¿Qué fórmulas abrazan y sintetizan la manera como el trabajo influye sobre el capital y el capital sobre el trabajo, la manera cómo la riqueza se desarrolla, la manera cómo el salario se desprende de los productos al mismo tiempo que se elaboran, la manera cómo el cambio se establece y la circulación se difunde y el crédito se esparce y .el ciclo entero de la economía, ó la trayectoria del comercio, se trazan y se cierran en virtud de la contextura espontánea de la vida? ¿Qué algoritmo traducirá de un modo más adecuado al objeto la idea anglo-americana de la soberanía, que, cuando trata de la representación total y proporcional, considera el número como faccioso si se sobrepone á los derechos individuales? ¿Pueden, en fin, aclararse problemas de jurisprudencia con los métodos del cálculo? En breves palabras he procurado contestar estas delicadísimas preguntas. Fijándonos en el orden social exclusivamente, resulta que hasta hoy las frases vagas, cuando no huecas, dela política, los arbitrajes, los jurados, las organizaciones administrativas, por donde quiera insuficientes, sólo pueden considerarse como paliativos de los males que sufren las naciones.

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1


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Yo quiero que las ciencias puras lleven sus recursos á la sociedad para destruir las antinomias que la preocupan y la destrozan. No soy de los que con poner la ciencia á gran altura dejan á ~u merced tan sólo futiles problemas. Ella sirve ó debe servir para la vida práctica. Sorprende verdaderamente que, cuando para estudiar cuestiones de filosofía ó de matemáticas puras se derrocha el talento de sabios ilustres, se haya dado en la extraña manía de entregar á hombres sin conocimientos de ningún género aún los más difíciles problemas de la administración, de la política y de la sociología. He aquí una de las principales causas que traen á mal traer la constitución de los pueblos. No me cansaré de recordaros la necesidad de constituir científicamente la política moderna, todavía anárquica por la ineptitud de muchos de sus corifeos. Constituyámosla: las matemáticas serán, para constituirla, el brazo que se propone ahogar todo germen de apasionados y estériles enconos. Es carácter distintivo de las ciencias exactas que hacen prevalecer las verdades sobre los intereses. ¿Qué han intentado los Gobiernos para que cundan las ciencias exactas? Lejos de fomentar los estadistas los pensamientos de tales ciencias, manifestaron el temor de peligrosas innovaciones y hasta lamentaron á veces que se dedicaran á ellas espíritus extraordinarios. Para colmo de mal se tuvieron largo tiempo por estériles lo's descubrimientos del cálculo. Vióse en muchos astrónomos y físicos la decisión de imponer á la turba de los escoléísticos las nuevas ideas, y en los gobernantes, en cambio, el oculto intento de hacer imposible la propaganda de las matemáticas. Comenzó así entre los geómetras y la tradición antigua y vulgar de las escuelas una lucha que constituye la historia de aquella revolución que nació en el siglo décimosexto y que abre todavía nuevos horizontes. Las matemáticas pasan por una verdadera crisis. Pon-


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deramos con razón sus progresos; pero son de ayer los procedimientos más profundos del análisis, los que llevan la vida á las regiones de las ciencias físicas, y de hoy los que se ocupan de la sociedad y del hombre. No ya el cálculo infinitesimal, sino hasta la palabra cálculo, en su sentido más genérico, es de uso reciente. Los romanos no tenían el infinitivo calculare: empleaban esta locución calcztlos subducere. Aurelius Prudentius Clemens, poeta que nació en la provincia de Tarragona en 348, escribe por vez primera la palabra calculare. ¿Cómo extrañar que no hayan penetrado aún las matemáticas en las ciencias morales? Penetrarán las matemáticas en las ciencias morales y se sobrepondrán algún día á las hipótesis abstrusas. Prefiero, dice Leibnitz á Huyghens, un hombre sencillo que me explica lo que ve á un cartesiano que me explica lo que piensa. Y las matemáticas explican l? que ven y nada más que lo que ven: ese es todo su mágico secreto. · Estudiemos la naturaleza, recojamos sus datos, y despejemos sus incógnitas. Midámoslo todo, que medirlo es calcularlo, y calcularlo es conocerlo. Conocida la naturaleza, se descubrirá la situación del hombre en el mundo, y no nos adjudicaremos inmodestamente títulos pomposos como los de rey del universo, señor de la creación, horno sapiens, y tantos otros fáciles de ostentar, aunque difíciles de ejercer. Penetrémonos de la profunda y amarga verdad de que no ha sido creada la naturaleza para el hombre, sino el hombre para la naturaleza. De la naturaleza forman parte el hombre y la especie. Investigando los elementos de la naturaleza y siguiendo su historia, sorprenderemos las metamórfosis de la vida, suprema síntesis de la ciencia. Recordad, señores Académicos, cada instante, que para es.os cálculos se necesita del poderoso auxilio de las matemáticas, sublime orden de co-

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nocimientos á que se halla sujeto y subordinado todo lo que no resulta inmediatamente del libre albedrío de la conciencia. Yo tengo, además, la convicción profunda de que el ho_mbre no va, no puede ir, más lejos que las matemáticas. Donde no alcanza el cálculo sólo advertiréis la triste sombra de la duda. La historia prueba que nada hemos podido saber de las cuestiones metafísicas acerca del porvenir de la humanidad á traves de las brumas del tiempo. Pero, ¿acaso perderíamos algo con huir de esas ideas y limitarnos á las que nos interesan en la vida práctica? Dejémoslas, por mucho que nos atraigan: abandonémoslas, porque están fuera del estrecho limbo que vislumbramos claramente. Por mi parte, y en ese orden supremo, me consuela pensar que la naturaleza nos arroja á la corriente de la vida: ella nos recoje, después de la muerte, en el profundo arcano de su misteriosa evolución, y nos atenderá, que si dejara de atendernos negaría su propia y virtual existencia. Antes de terminar, confesaré que me ocupan las matemáticas, no sólo por motivos nobles, sino por una especie de calculado egoismo. Absorben esas ciencias la atención del hombre; le separan y aislan de cuanto le rodea; vienen á ser como el sueño para los cansados y afligidos. Si las pasiones ó las desdichas invaden el corazón, sólo pueden consolarnos los estudios que ocupan el entendimiento; y, entre ellos, los que más reconcentran el espíritu son las matemáticas. Recuerdo haber leído que Sofía Germain, dama ilustre que vió la luz en la época en que francia proclamaba los derechos democráticos entre los fulgores de la anarquía, se consagró á los estudios de las matemáticas para olvidar las conmovedoras escenas de la revolución de 1789. Los cálculos de Sofía Germain sobre las placas elásticas y los que discutió con Gauus magistralmente solazaron su espíritu y la distrajeron, según ella misma reconoce, de las


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sangrientas luchas que esparcían el terror entre sus conciudadanos. ¿Son excepcionales las ocasiones en que ha tenido que refugiarse el hombre en el seguro puerto de la ciencia para olvidar crueles desgracias? No ciertamente. Era Poncelet oficial del ejército de Francia cuando Rusia le hizo prisionero. Encerrado en Sarakoff vivió entre peligros: disipó allí la tristeza de su espíritu con los profundos inventos que le condujeron á redactar el Tratado de las propiedades pro~ yectivas, obra fecunda y para los geómetras· admirable. Podría citar muchas peripecias análogas. Los últimos ecos de mi palabra serán para hacer público el testimonio de mi gratitud por el honor que me dispensais al admitirme en el seno de esta ilustre Academia. Es la gratitud la memoria del corazón, sentimiento delicado y, más todavía que delicado, justo. Por justo y delicado que sea he querido cumplir los deberes que tenía con vosotros como Académico, antes que los que tenía con vosotros como amigo. El amor que siento hacia las ciencias exactas, físicas y naturales, y la simpatía que tributa mi espíritu á los que como vosotros las cultivais, hacen que sea para mí esta Real Academia, como aquel afecto de que dice el más espontáneo de los poetas del presente siglo: Que briJla su claridad En su centro solitario, Cual lámpara en el santuario, Cual faro en la tempestad.


DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. JOSE ECHEGARAY



rffeñwte6 Jlcadé1níeo6.·

Si la elección que hicísteis de D. Alberto Bosch para cubrir la vacante, que en esta Academia había dejado el ilustre ingeniero D. Francisco Prieto y Caules, hubiere menester de una prueba clara y patente de acierto, en el discurso que acabais de oir y en la inusitada rapidez con que fué presentado, la tendríais completa y elocuentísima. Y como no quisiera yo ser menos en punto á celo y á prontitud, en breves horas he borrajeado las siguientes páginas, cumpliendo en ellas un deber de costumbre y de estatutos, á la vez que de amistad y de simpatía, al ofrecer en vuestro nombre y en el mío, cariñoso saludo de bienvenida al amigo y al compañero. Hay que saludar, en efecto, al amigo que llega, pero hay que dar al propio tiempo el adiós de despedida al amigo y al compañero que partió para siempre; y en esta ocasión, por el motivo que el Sr. Bosch indica, las despedidas son dos y ambas tristísimas. Del Sr. D. Antonio Aguilar y Vela, ¿qué.podré decir yo que no haya dicho el nuevo académico, que no murmuréis por lo bajo todos vosotros con los ecos del cariño y del res· peto, que no sepan de antemano cuantos tuvieron la dicha de conocerle, ya como hombre de ciencia, ya como insigne profesor, ya como amigo afable, leal y bondadoso?


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Era el Sr. Aguilar un sabio astrónomo, que prestó grandes servicios á su patria; porque á la patria se la sirve, no sólo entre los estruendos de la publicidad, sino también en el silencio del gabinete, en la torrecilla de un observatorio, ó entre cálculos que acaso nadie verá: servirla, es desve· larse por el bien de la tierra que las propias fronteras abarcan; pero también es servirla consumir los años en el estudio, empobrecer la sangre con el trabajo, y apagar la vista contemplando las maravillas del cielo, que es patria común que á todas las demás patrias cobija. Era un eminente profesor, tan ilustre como modesto y sencillo, que nunca buscó el clamoreo del aplauso, pero que siempre lo obtuvo de sus discípulos: la ciencia que sembró pregona la que poseía, que tan sólida era como ha sido fecunda. Era, en fin, un buen caballero, cuya conciencia fué tan severa como fué dulce su carácter: de tanto mirará la máquina inmutable de los astros, algo había tomado para sí de la ley eterna que rigé en las lejanas alturas, de la marcha regular de los mundos superiores y de la placidez de los espacios azulados en noches de fructífera observación. Su recuerdo y su nombre valen más para todos nosotros, que cuantos retóricos alardes pudieran brotar de mi pluma en este momento: quedan, para decir lo que fué, sus valiosos trabajos de muchos años, la pureza de su alma, que resplandecía en todos sus actos, y la bondad de su carácter, que jamás tuvo notas ásperas para nadie. Todavía necesita el Sr. Bosch cumplir otro deber tristísimo, tristísimo digo por el motivo que á cumplirlo le obliga, al enaltecer en su Memoria la del docto académico á quien reemplaza; y pocos, como el que tiene la honra de dirigirse á la Academia en este momento y en esta ocasión solemne, podrán apreciar la justicia de los elogios que al Sr. Prieto tributa el nuevo Académico. Tuve, en efecto, la suerte, y tuve


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la honra de contar entre mis discípulos al Sr. Prieto y Caules, y desde el primer instante aprecié todo lo que valía por su elevada inteligencia, su laboriosidad excepcional y su modestia á prueba dé triunfos escolares; más de una vez aplaudí su entusiasmo por las ciencias matemáticas puras y aplicadas, que agradecidas, á no dudarlo, por el culto que les tributaba, le ofrecieron desde sus primeros pasos brillante porvenir; con interés sumo y con aplauso le seguí en sus adelantamientos y en sus empresas; y hoy uno mi duelo al de la Academia por la temprana muerte de tan modesto sabio, como uno mi entusiasta asentimiento á las justas y calurosas alabanzas que le tributa nuestro nuevo compañero, compañero mío dos veces: por ley de ingeniería la primera, por reciente lazo académico la segunda. Si mucho siento la inesperada pérdida del amigo cariñoso, del antiguo discípulo, del ilustre profesor y del insigne , ingeniero, no siento menos en verdad la del excelente matemático, ni es menos de sentir, en esta nuestra patria donde por tanto tiempo, por tantos siglos pudiera agregar, se ha desdeñado por los más esclarecidos ingenios el estudio de la ciencia matenidtica: ciencia tan útil para las realidades de la vida, como sublime y luminosa en las altas regiones del saber puro y desinteresado. Bien es cierto que, si para toda alegría hay una tristeza que la amortigüe, por compensación piadosa, muchas tristezas encuentran alegrías que las aplacan, al menos en ley de humanidad; y así esta Academia, al perder en el Sr. Prieto y Caules un partidario insigne y activo de las ciencias matemáticas, encuentra en su dignísimo sucesor, no ya un matemático entusiasta, sino lo que es aún más, un matemático ambicioso y conquistador, que no contento con los feudos tradicionales de la gran ciencia, entra por tierras ajenas con el pendón glorioso del análisis y de la geometría; y de este modo aspira á llevar las leyes de la cantidad, del


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número, del orden y del cálculo, á la Botánica, á la Zoología, á la Mineralogía, á la Escritura y al Lenguaje, al Cálculo de probabilidades, á la Economía política, á la Sociología, á la Estadística, al gran problema del salario, á los debatidos problemas del monometalismo y del bimetalismo, al crédito, á la renta de la tierra, al cambio, y aun á la misma política y al derecho, deteniéndose, sin duda por respeto, aunque no por falta de deseo, en los límites de la Metafísica y de la Teología. Y o no sé cómo los tradicionales poseedores de todas estas ciencias recibirán al invasor: es posible que le reciban en son de guerra, que toda invasión la provoca; pero yo en todo caso mando desde aquí mis aplausos y mis simpatías al campeón de mi tierra, que tierra de mi niñez fueron las matemáticas, y ·hacia ella vuelvo siempre los ojos con cariño cuando la agitación de la marcha forzada y penosa que sigo me lo permite. Del placer singularísimo con que he leído el elevado y erudito trabajo del Sr. Bosch, os dará idea vuestro propio placer al escuchar su lectura; y los que conozcan por acaso mi afición á estas materias, comprenderán sin esfuerzo que cada punto, y casi cada párrafo de la Memoria de que me ocupo, ha sido para mí una verdadera tentación: la de enfrascarme en cualquiera de las cuestiones que el nuevo Académico discute y que tan de pii agrado han sido siempre; sin que haya podido detenerme más que el deseo, que hoy es casi deber, de no dar á mi escrito extensión excesiva: esto por una parte, y por otra el mismo exceso de la tentación, que con sus múltiples formas me llevaba de uno á otro lado, sin darme tiempo para caer resueltamente en ninguno de ellos. Me explicaré. Diserta el Sr. Bosch sobre la Física-matemática, sobre los admirables problemas de la Optica, de la Electro-dinámica, de la Acústica, del Calor, y sobre la honda y difícil

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cuestión de las ecuaciones diferenciales; y al leer estas páginas de su Memoria, creía yo, que cualquiera de estos problemas era asunto de importancia suficiente para servir de base á mi escrito de contestación, que no ha de ser otra cosa, en el fondo, sino conjunto de forzadas variaciones sobre el propio tema elegido por el nuevo Académico: algo así como un acompañamiento de la voz cantante. Igual impulso sentía al recorrer las páginas siguientes, en las que con tanta posesión del asunto se habla de la Mecánica general, de la Mecánica celeste, del Cálculo integral, y de las funciones elípticas de Abel: nombre sublime este último, que evoca grandezas intelectuales y desdichas humanas, y que despierta el poético y doloroso recuerdo del que fué genio imperecedero en la ciencia y mártir de una sociedad mezquina y egoísta; el recuerdo de aquel desdichado sabio, repito, que murió de frío y de miseria á los treinta años, allá en las heladas soledades del Norte, después de haber emulado la gloria de los mayores matemáticos del mundo. A bien que, si por aquellas tierras hubieran abundado los simpáticos entusiasmos del Sr. Bosch por las matemáticas y por sus adeptos, no hubiera perecido el Newton del Norte por no poder comprarse un abrigo de invierno. ¡Extraño y doloroso contraste! El gran maestro de las funciones elípticas moría de frío porque le faltaban unos cuantos metros de tela de lana ó de algodón! Y ya sin sentirlo com~nzaba á dejarme llevar por la triste y tentadora historia del matemático noruego. Pero como todas estas cuestiones son accidentes del dis curso, y muy otro es, su objeto principal, seguí mi lectura buscando algo oportuno y dominante en que fijarme, convirtiéndolo en materia de mi escrito. Más inclinado á ceder me sentí al recorrer aquellas pá ginas tan llenas de interés y de erudición, en que el nuevo


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Académico recuerda los esfuerzos hechos para aplicar las leyes matemáticas de la Geometría y del Cálculo, no sólo á la cristalización de los seres inorgánicos, geometría ÍnaraviUosa de los átomos, sino á la morfología biológica, en que la simetría y las relaciones trigonométricas del espacio parece como que se filtran en la misma masa del protoplasma; en que la ley numérica se compenetra con la función orgánica y con la distribución anatómica; en que la Mecánica se pone al servicio de la vida; y en que empieza á elaborarse en forma misteriosa y profunda la armonía de la cantidad y del orden con aquella causa espontánea é innegable que pugna por subir á las esferas de la libertad. Pero aun al nuevo estímulo resistí, recordando lo que el nuevo Académico nos ha dicho al empezar su discurso, á saber: que se propone estudiar la aplicación de las matemáticas á las Ciencias morales y políticas. Todo lo demás no es otra cosa, según se ve, que algo así como el pórtico del Templo; y yo debo acompañar al Sr. Bosch hasta el interior del santuario . De nuevo solicitan mi atención y con grandes tentaciones me asaltan los varios problemas, que nuestro estudioso compañero trata, sobre el influjo de los signos numéricos en .. la escritura y en la lengua de egipcios, indios y árabes; y otra vez me parece ver la idea engendrando los signos, el número circulando en oleadas cabalísticas por los repliegues de la historia, y la aritmética inconsciente y la geometría prehistórica moldeando en cierto modo las celdillas cerebrales del hombre primitivo. Y, sin embargo, resistí la tentación, hecho un San Antonio; que alguna vez han de emular los matemáticos á los santos, y continué la sabrosa lectura del notable trabajo que en estas líneas más enumero que analizo. Del Cálculo de probabilidades tratan los párrafos siguientes, y los nombres de Poisson, Condorcet, Laplace, y


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aún pudiéramos agregar el nombre inmortal de Gauss, aparecen en ellos con la aureola de gloria que merecen, que al fin y al cabo merecen todos brillar como astros de primera . magnitud en las esferas de la ciencia; y en verdad que á primera vista todo hombre sesudo creería empresa temeraria, cuando no insensata, someter al cálculo matemático, es decir, á lo más exacto, fijo y determinado, aquellos prob_lemas cuyo fondo es lo incierto, lo dudoso y lo indeterminado, como que se fundan ni más ni menos que en la casualidad. Problemas, repito, por todo extremo sutiles, y más de una vez engaflosos; pero que hoy son casi de actualidad, desde que el eminente matemático Mr. Bertrand ha publicado una obra sobre el Cálculo de probabilidades, que es modelo, como todo lo que el insigne secretario de la Academia de Ciencias escribe, de saber profundo, de estilo elegante y hasta de sentido común, que nunca el sentido común está demás, sobre todo, en asuntos tan enmarañados. Pero la introducción de la Memoria del Sr. Bosch termina, el verdadero tema empieza, y no logran fascinarme ni las cándid~s paradojas del caballero de Meré, ni la paradoja llamada de San Petersburgo, que por ser de tierra del Nihilismo y del Pesimismo, debe ser espejo de paradojas, siquiera sea espejo ahumado, ni los errores de Condorcet, ni los hermosos teoremas de Bernoulli, ni los sublimes trabajos de Laplace, ni los de Gauss, ni todas las lucubraciones posteriores, que son todas ellas como esfinges matemáticas, que defienden el templo nebuloso de la diosa Casualidad, la de más veleidades y más coqueterías entre todas las diosas. Aquí llegó para el Sr. Bosch el verdadero asunto de su discurso, y aquí llegó para mí la ocasión de escoger el tema del mío, que como queda dicho, ha de ser uno de los que dilucida el nuevo Académico. La Memoria á que contesto afirma, que es posible y que


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es conveniente, la aplicación de las Matemáticas á las ciencias morales y políticas, y lo prueba el Sr. Bosch, no con discusiones de carácter general, sino con hechos positivos. Es posible aplicar las matemáticas á dichas ciencias, puesto que se aplican; es posible obtener en tal empresa resultados importantes, puesto·que ya se han obtenido; y si alguien lo duda, oiga la lista de los puntos principales que comprende la Memoria de que trato. Aplicación de las Matemáticas á la Economia politica, y en especial, á los siguientes problemas: Al problema de los precios y á la ley de la oferta y la demanda, que el Sr. Bosch discute ampliamente y con gran conocimiento de la materia; al arduo problema del monometalismo y del bimetalismo; al crédito y á los bancos; y, por fin, á la renta de la tierra. Aplicación de las Matemáticas á la Sociologia en sus relaciones con la Economía política, abordando el problema del salario, que es como el caballo de batalla de todas las sectas socialistas, y 'el peligrosísimo problema del salario natural, que es una consecuencia del anterior. Aplicación de las Matemáticas al sufragio universal, en la parte que pudiéramos llamar técnica; sin que pretenda el Sr. Bosch, y sirva esto para tranquilizará los hombres políticos, fundar ni en el Algebra ni en la Geometría, ni siquiera en el cálculo de los infinitos, la esencia íntima de este derecho. Y, por fin, Aplicación de las Matemáticas á la Hacien• da, al Seguro y d la Estadistica, cuestiones menos rebeldes que las anteriores á la dominación, ó, por lo menos, al protectorado de la ciencia Matemática. Con lo cual acaba el interesante, profundo y erudito trabajo del Sr. Bosch, que en todo él nos da pruebas patentes y copiosas de sus vastos estudios y de su indiscutible talento.

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El último capítulo lleva por epígrafe aquellas célebres palabras, ó aquella supuesta inscripción, que dice: "No éntre aquí nadie que no sea geómetra", y en él se condensa la tesis en períodos elocuentes, que palpitan al impulso de grandes verdades, y se caldean con el calor de grandes entusiasmos: los habéis oído, y todo comentario es inútil : no soy crítico que juzga, soy público que aplaude. Pero al llegará este punto, que es el punto final del Discurso del Sr. Bosch, mis dudas y mis perplejidades crecen, y mi elección es tan incierta como al principio. De todo quisiera ocuparme porque todo es interesante, y no es posible que de todo me ocupe: debo elegir ya, y, sin embargo, elegir uno de los problemas discutidos, es poner los restantes en segundo términ0, cuando todos merecen á competencia nuestra atención. Quede, pues, el Discurso del nuevo Académico como está, que en buenas manos estuvo al estar en las suyas, y termine yo mi grata tarea haciendo algunas consideraciones generales sobre el tema en cuestión, sin descender á pormenores, que resultarían inútiles después de los muchos, y todos oportunísimos, que habéis oído. ¿Pueden aplicarse las matemáticas á las ciencias morales y políticas? Pueden y deben aplicarse, afirma el Sr. Bosch: y demuestra su tesis, como se demuestra el movimiento: andando. Él aduce numerosas pruebas: yo me limito á prestar mi asentimiento por lo que valga. Pero entiéndase que el Sr. Bosch no pretende anular ciencia alguna que merezca este nombre: no intenta tampoco absorber las demás ciencias en la ciencia maravillosa de Pitágoras, Arquímedes, Newton, Descartes y Leibnitz. No : cada ramo del saber tiene su esfera propia: es como nación autónoma en la federación universal : comprende un grupo distinto de fenómenos: tiene principios y acude á leyes que le son peculiares: afecta rasgos característicos: su•

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pone especiales aptitudes en quien la cultiva, y se dirige, en suma, á un fin determinado, aunque ,. todos estos fines. se ar- • monicen en uno total, expresión del progreso humano: como los distintos colores del iris, sin dejar de ser lo que son, se funden en suprema unidad, dando á los espacios los inmaculados resplandores de la luz blanca. Ahora bien: una cosa es la ciencia y otra cosa son sus métodos; y, aunque cada ramo del saber utilice sus métodos especiales, el método matemático lo es de energía suprema, y á donde se aplica lleva la perfección y la evidencia, y en donde falta imperan la vaguedad, la controversia y la lucha; lucha á veces fecunda, pero siempre penosa. Y ante todo, ¿es legítima esta aplicación de las matemáticas á las ciencias morales y políticas? ¡Quién lo duda! Yo, al menos, no Jo dudo, ni tampoco, por lo visto, lo duda el Sr. Bosch. Las cienciás matemáticas, ó como antes se decía, la mateniática, estudian la·cantidad, concepto universal, que se aplica á cuanto es ó existe; estudian las funciones, enlace causal, que pudiéramos llamarlas, de unas variables con otras; estudian el orden combinatorio y el orden de posición; estudian, por fin, todo alto simbolismo que reduzca las operaciones lógicas del entendimiento á operaciones algebráicas ó geométricas; y afirma el Sr. Bosch, y yo afirmo, que, bajo todas estas formas, pueden aplicarse los métodos matemáticos á las demás ciencias, aun á las que más rebeldes se muestran á'la ley numérica, á la expresión analítica, ó á la representación gráfica. Examinemos el problema, siquiera sea rápidamente, bajo todos estos aspectos. Lo hemos dicho poco ha: la cantidad es categoría su· prema de cuanto existe. -Cantidades son las líneas, las superficies y los volúme-

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nes; y, por eso y por otros motivos, la Geometría es ciencia matemática. Cantidades son la masa, la fuerza, el tiempo, la velocidad y la acele¡;ación; y por eso el cálculo se enseñorea en la Mecánica, desde la Mecánica celeste á la Mecánica molecular. Cantidades son las afinidades químicas; y, aunque no se hayan medido en absoluto, algo y aun mucho se avanza por este camino, con la Termo-química y las teorías de Guldberg y Waage, por ejemplo, sin olvidar la potencial termo-química y los estudios matemáticos sobre el equilibrio de las combinaciones ó sobre las leyes y velocidades de 9US cambios. Cantidades son, que pueden medirse, los pesos atómicos y los equivalentes; y de ahí los inmensos progresos realizados hasta hoy por la Química, que vienen á ser como avanzadas de otros progresos mayores. Pero no es esto sólo: cantidades son el dolor y el placer, que harto lo sabe el sér humano cuando su fibra se estre: mece y sus potencias esp_irituales se agitan. Cantidades son el vicio y la virtud, el mal y el bien, que suben desde los abismos del réprobo al cielo de los héroes y de los mártires, pasando por el mezquino cero de los indiferentes, limbo insustancial de toda pasión. Cantidades son los conceptos de la Economía Política ' . como precios, producción y consumo; y muchos de ellos su· jetos estan á número y medida, como os lo ha demostrado el Sr. Bosch. Cantidad es toda ansia y todo deseo, y bien recorren la gama espléndida, sombría ó luminosa, de los anhelos terrestres y de las grandes aspiraciones. Cantidad es el derecho, que al fin y al cabo toda justicia humana no es otra cosa que el fiel contraste, imperfecto, pero necesario, de lo que pudiéramos llamar la cantidad jurídica.


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¿Pero á qué cansaros con inútiles enumeraciones? Donde existe la diversidad, donde el sér anda disperso en determinaciones múltiples, donde la intensidad recorre grados, allí está la cantidad como concepto inevitable de cuanto es: trama profunda del inmenso tejido en que la realidad está aprisionada. Será algo positivo, será producto de las sensaciones, será esencia metafísica de las cosas, será lo que fuere, según las diversas escuelas filosóficas pretendan explicarla; pero se impone á la razón, y en nada puede pensarse sin pensar en que eso, en que se piensa, es un término en la serie de las cantidades. ¿Pero basta que en todas las ciencias exista la cantidad, para que á todas ellas pueda aplicarse la ley numérica y el cálculo aritmético? La imparcialidad y la justicia me obligan á contestar negativamente. Para que el cálculo de los números se aplique á un fenómeno físico ó moral, dos cosas son necesarias: u1iidad y medida. Y para poder medir es indispensable estar en posesión de un método práctico, real y positivo, que determine el caso de igualdad entre dos cantidades; porque de la igualdad se deduce la multiplicidad, y de la multiplicidad brota el número como símbolo; y, reduciendo á números los fenómenos, el cálculo aritmético es aplicable. Se sabe cuando dos segmentos rectílineos son iguales: la superposición práctica ó ideal lo demuestra. Se sabe cuando dos pesos son iguales: la balanza lo comprueba. Se pone en evidencia la igualdad de dos tiempos: el péndulo es su sencillo y maravilloso metro. Con ignorarse cuál sea la esencia íntima de la electricidad, aun puede comprobarse prácticamente la igualdad de dos cargas eléctricas, de dos corrientes ó de dos potenciales, por la igualdad, pongo por caso, de sus efectos dinámicos.


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Tampoco se sabe, aunque se sospeche con gran fundamento, lo que sea el calor; y, sin embargo, el termómetro pone en evidencia el caso de igualdad. De igual modo, y aquí den fin los ejemplos, se determina en la Acústica y en la Óptica la igualdad del número de vibraciones de dos sonidos ó de dos rayos de luz. Y si se saben medir, porque se saben igualar, una línea á otra, un peso á otro peso, y del mismo modo tiempos, velocidades, cargas eléctricas, corrientes, temperaturas y vibraciones, claro es que al cálculo en general y aun al cálculo numérico estarán sometidos todos estos espléndidos y admirables fenómenos del mundo físico. Aquí no hay duda ni vacilación: poco importa que ignoremos la esencia íntima de la materia, del calórico, de la electricidad, de la fuerza ó del espacio, porque sólo obtenemos relaciones y sólo calculamos sobre números: medimos lo desconocido por lo desconocido; lo incognoscible por lo incognoscible; el misterio de la electricidad por otro misterio como él; una x repetida 20 veces por la misma x; y, si se me permite la comparación, diré que del numerador y del denominador del quebrado desaparece el factor común desconocido, la x que representa la esencia profunda de los seres y de los fenómenos, quedando tan sólo el símbolo numérico, que es el que se halla á nuestro alcance. Ahora bien: esta condición, que podemos llamar de posibilidad de medida, á que satisfacen las ciencias exactas y que determinan su carácter matemático, choca contra formidables obstáculos al pretender ingerirse en las ciencias morales, políticas y sociológicas, ó al llegar, con pretensiones de rigor absoluto, á las regiones de la crítica artística. Yo puedo saber cuándo dos líneas son iguales; pero ¿cómo igualar dos placeres, un dolor á otro dolor, dos virtudes, dos bellezas ó dos derechos? ¿Dónde la misteriosA balanza ó el metro maravilloso?


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¿Cómo cerciorarme de que un dolor es, ni más ni menos, que otro dolor, no ya en seres distintos, sino en el mismo sér? ¿Cómo probar que una virtud es precisamente la raíz cúbica, pongo por caso, de otra virtud? ¿Que, en un conflicto internacional, dos derechos son entre sí como las quintas potencias de los protocolos? ¿O que el caudal de un rico es la integral entre o y~ de la miseria de un pobre? 2 El cálculo numérico es imposible sin la igualdad práctica, positiva, tangible, experimental de las magnitudes ó cantidades de que se trate. Y esta confesión, que á fuer de leal hago ante vosotros, parece como que achica las ambiciones matemáticas del nuevo Académico, y que condena mis complacientes complicidades. Pero no tanto. Hay muchos casos en que la realidad nos ofrece, aun en las ciencias morales y políticas, esa unidad de medida, tan necesaria como difícil de hallar, y en casi todos los ejemplos que el Sr. Bosch., con tanto acierto, ciencia tan amplia y erudición tan vasta, os ofrece en su Discurso, el número brota de la esencia misma del problema, y de las entrañas y realidades del fenómeno. Porque ¿qué es, por ejemplo, el mercado, sino una balanza especialísima de los precios? Y en todas las cuestiones en que interviene el cálculo de probabilidades, ¿qué importa la naturaleza íntima del problema, si es posible reducirlo al simbolismo único de una urna con bolas blancas y negras? Y, aun abordando mayores dificultades, ¿no se vislumbra el día, siquiera sea en la forma vaga de un crepúsculo, en que la intensidad del dolor ó del placer esté en cierto modo representada por la cantidad de determinadas combinaciones químicas, que en el seno del organismo se realicen á impulso del estimulante placentero· ó doloroso? En todas estas cuestiones puede decirse qué es lo que


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hoy se ignora; mas fuera atrevimiento grande negar en absoluto lo que quizá mañana llegue á saberse. Pero demos por terminado este punto antes de que la tentación domine, y en él me detenga más de lo que me he propuesto. Y, pasando adelante, recordemos que la ciencia matemática no está formada tan sólo de leyes numéricas, sino de otras más altas leyes de carácter general. Y a lo dice con exactitud y oportunidad suma el Sr. Bosch. Aun sin conocer los parámetros numéricos de una func;ión, pueden deducirse de su forma consecuencias importantísimas, tanto para la ciencia abstracta, como para las aplicaciones prácticas; y puede afirmarse que en estepunt9, nuestro n~evo compañero ha predicado con el ejemplo. Valga otro más, que á este propósito me ocurre y que condensa con rapidez y precisión mi pensamiento. Empleando una representación geométrica, como la que usaron ·Dupuit, Cournot y Walras, insignes autores que más de una vez cita el Sr. Bosch, supongamos que sobre el eje de las x se cuenta el derecho arancelario impuesto á determinada mercancía; que sobre el eje de las y se toman las importaciones de la misma, y que de este modo se construye una curva: cada punto de dicha curva corresponderá á un derecho arancelario y á la.importación compatible con él. ¿Conocemos hoy la naturaleza de estas curvas? ¿Sus formas, sus parámetros, sus dimensiones? o, ciertamente: sólo trabajos estadísticos minuciosos, continuos y concienzudos, podrían determinar estos diversos elementos. Pero sin conocer la naturaleza de dichas líneas pueden deducirse consecuencias importantes, prácticas, y por de contado de exactitud rigurosa. En efecto: si el derecho arancelario aumenta, llega un caso en que la importación es nula; precisamente cuando, por lo elevada, la tarifa protectora equivalga á la prohibi6


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ción absoluta. Este dere_cho y esta importación nula determinan un punto sobre el eje de las x, que es aquel en que, la curva característica del fenómeno que .nos ocupa, corta á dicho eje. Por el contrario,.si el derecho arancelario baja y llega al origen de coordenadas, es decir, á cero, la importación llegará á un límite del cual nunca podrá pasar, porque el consumo de cualquier mercancía no es ilimitado; y este valor cero de la abscisa, y este valor ,máximo de la ordenada, determinarán un punto sobre el eje de las y, que corresponde al libre cambio absoluto, como el del eje de las x correspondía .á la absoluta protección, es decir á la ·prohibición definitiva. En resumen, la curva será desconocida hoy, pero sabemos que corta al eje de -las x á una distancia finita del origen; que crece por la ley de continuidad1 al menos por una continuidad de primer orden; y que co.rta, por fin, al eje de las ordenadas en un _punto del espacio finito. Ahora bien, esta curva, cuya ecuacion desconocemos -, pero cuya marcha general hemos trazado, tiene en éste y en todos los problemas del consumo y de los rendimientos, una importancia capital y una prqpiedad importantísima. Los rectángulos.en ella inscritos 1. cuyos lados sean las absci · sas y las ordenadas correspondientes, expresan en forma geométrica el ingreso bruto de las Aduanas, pue:5to que tienen . por medida la ordenada por la abscisa, es decir, . la cantidad de mercancías, multiplicada por los derechos que satisfacen. Esto es rigoroso, absoluto, indiscutible, se~ cual fuere la ley de la curva. Pero dicho rectángulo inscrito y variable es nulo en el eje de las x, porque es nula la altura, ó cie otro modo, porque no entran mercancías; es nulo' otra vez en el eje de las y, porque es nula la base, lo cual significa .(1)_u.e las mercancías nada pagan al entrar: De suerte qué, en ambos puntos, el rendimiento de las Aduanas es nulo:


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en el primero, porque nada entra; e,n el segundo, porque nada paga: resultados de sentido común, para llegar á los cuales no hacen falta ni curvas, ni ejes, ni matemáticas, ni toda _la lujosa vestidura de la representación cartesiana; pero resultados que conducen á otro más profundo y de importancia decisiva, del cual no siempre el sentido común se hace cargo. En determinado punto de la curva característica, el rectángulo de los productos aduaneros adq~ere un valor máximo, lo cual no debe maravillarnos, porque cuando una caJ?-tidad variable parte de cero, crece, y vuelve á cero, encuentra indefectiblemente un mdximo en su caminó. De donde se deduce con evidencia matemática, que existe un derecho arancelario comprendido entre cero y el límite de la protección, que es el más favorable al fisco y que es el que da mayor rendimiento en la frontera. Así como el sistema protector va, por decirlo así, marchando por el eje de la x, y el sistema librecambista trepa por el eje de las y, el fisco corre por la curva y tiende á fijarse en el punto del mayor rectángulo. Hacia la derecha ve con enojo á los proteccionistas subir los aranceles, porque su renta disminuye: los rectángulos inscritos son, en . efecto, más y más pequeños. Hacia la derecha ve con igual enojo á los librec;ambistas subir por el eje de las y, porque sus productos aduaneros decrecen también. Y a~ento á su interés, á los derechos proteccionistas ó á las rebajas del librecambio, opone como solución suprema su derecho fiscal, que le proporciona el mayor rectángulo, ó sea el mayor ingreso. ¿Cuál es para cada producto y en cada época este derecho fiscal de mayor rendimiento? Sólo una estadística perfecta que abarcase gran número de años y épocas varias podría fijarlo con exactitud; pero de todas maneras, si pudiera conocerse con alguna aproxi-


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mación, es indiscutible que esta y otras cuestiones de Economía política y de Hacienda, en vez de agitarse entre apa sionadas controversias, llegarían fácilmente á soluciones prácticas: todo lo cual viene en apoyo de la tesis que el señor Bosch sostiene con tan abundante copia de razones y con razón tan sobrada. Y aún me atreveré á someter al superior criterio de esta Academia otro ejemplo más en apoyo de las ideas sustentadas por aquel insigne matemático. Ejemplo singular, aplicación atrevidísima de las leyes matemáticas y de las ecuaciones diferenciales á uno de los problemas más arduos de la filosofía y de la moral: me refiero al problema del libre albedrío. ¡Enlazar de algún modo la libertad humana con el cálculo integral, y con las ecuaciones diferenciales! ¿ o os parece que semejante propósito traspasa las fronteras del atrevimiento, y penetra casi en aquella triste región de las jaulas de hierro y de las camisas de fuerza? Esto parece, no lo niego; y, sin embargo, cuando se penetra en el fondo del problema, el disparatado antagonismo se resuelve en algo muy serio, ó por lo menos muy digno de estudio. Prescindiendo del problema general del determinismo en lo que al aspecto metafísico se refiere, y concretando la cuestión al determinismo niecdnico, hay escritores que en este terreno niegan la libertad humana, fundándose en que las leyes de la Mecánica son necesarias, fatales, ineludibles, desde aquellas que determinan las condiciones todas del movimiento, hasta las que proclaman la invariabilidad de la energía física ó química. El movimiento de un sistema de puntos materiales, sujetos á determinadas fuerzas de atracción y de I"epulsión, está determinado también por sus ecuaciones diferenciales y por el estado inicial, que es producto de estados anteriores, algo así como la tradición


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ó herencia del sistema. Pero el cuerpo humano es un conjunto de puntos y de fuerzas: luego la posición, la velocidad, la aceleración de cada uno de estos puntos y de todos ellos, son cantidades geométricas ó dinámicas fijas y determinadas para cada instante, sin vacilación ni ambigüedad. Cuando el asesino, dicen los defensores de esta tésis fa. talista, levanta el brazo para descargar el golpe de muerte, su brazo se mueve en forma tal, porque las trayectorias de todos los puntos que lo constituyen no pueden ser otras. Cuando la mano alarga una limosna, la ecuación diferencial es la caritativa en todo caso, porque la máquina humana en aquel momento se siente arrastrada al bien por las leyes de la Dinámica. La vibración ele las celdillas cerebrales, la palpitación de la fibra carnal, la contracción del músculo, todo está escrito de antemano, según la escuela filosófica que cito, en las ecuaciones diferenciales del problema: como de la ecuación x -3=0 solo puede deducirse un valor x= 3, así de las ecuaciones de la Mecánica se deducen en función del tiempo los valores de las coordenadas de cada punto material del universo, sea este punto gota que vaya perdida por el Océano, arena que arrastre la corriente del río, átomo de hidrógeno que vague en la atmósfera solar, fibra humana que palpite al calor de la pasión, lágrima que ruede por • la mejilla, ó glóbulo rojo que el golpe del corazón empuje por el torrente circulatorio. unque el hombre pudiera pensar en forma espontánea, aunque sintiere el bien y el mal y su diferencia, aunque en la región de las ideas fuese libre, afirma la teoría en cuestión que, al convertir en actos sus ideas, sus sentimiento ó su pasiones el fatali modela Mecánica le obligaría á seguir las curvas fijas del problema, con las velocidades correspondientes y con las aceleraciones que las integrales determinen. Inmensa máquina la del universo, que en cada instante tiene la única posición que puede tener y que arro-


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ja impasible de sus ecuaciones propias, que son sus ecuaciones diferenciales, el bien y el mal, .el crimen y la virtud, lo súblime y lo grosero, el malvado y el héroe, el egoísta y el mártir, como una máquina industrial ó agrícola arroja madera aserrada, hierro laminado, espigas desechas ó abono animal. Tales objeciones, ante el sentido común y ante la afirmación de la conciencia, pasarán sin morder; porque la mayoría de las gentes se cuida poco de ecuaciones diferenciales, de las que ni aun habrán oido hablar en los periódicos noticieros; pero ante la razón severa del hombre de ciencia, y sobre todo ante el matemático, si no son decisivas, son formidables. De muy antiguo se viene debatiendo bajo diversas formas el mismo problema, y, en este siglo sobre todo, muchos pensadores han procurado y procuran hallar dentro de la moderna psico-física soluciones claras y concluyentes, que desvanezcan la objeción tremenda de la escuela fatalista; pero ignorando como ignoran, casi todos ellos, los principios de la Dinámica, ó con ociéndolos de una manera incompleta, sus explicaciones son de todo punto inadmisibles; porque sin sospecharlo suponen cierto lo mismo que pretenden probar: solo á mi juicio el eminente matemático francés Monsieur Boussinesq presenta una solución, que sean cuales fueren las objeciones á que se preste, encierra un gran fondo de verdad; sólo él penetra por los campos de la Moral y de la Filosofía, como desea el Sr. Bosch que se penetre: con valor y con empuje. No ignoro que mientras los filósofos espiritualistas acogen con profunda simpatía el pensamiento del ilustre profesor, matemáticos no menos ilustres lo rechazan con desdén y hasta con ironía, oponiendo á una solución como esta, solución armónica con la Fisiología moderna, con la Mecánica molecular y con las más elevadas qoctrinas de la Quími- .. ,: . 1


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ca, unas cuantas salidas humorísticas que nada prueban como no sea el ingenio literario de sus autores. La teoría de Mr. Boussinesq expuesta en dos palabras, es la siguiente. Las ecuaciones diferencialesdelmovimiento deun sistema .de puntos tienen diversas integrales generales, y se diferen-cian unas de otras por las condiciones del momento inicial que consideremos. Por cada una de estas integrales marcharían, si puedo expresarme de este modo, los puntos del sistema material que contituye el cuerpo humano, de una manera fatal y necesaria: ·en cada una de ellas la Mecánica impera, la libertad no tiene manera de ejercitar su acción. Estas integrales son las del fatalismo mecánico, las de la ciencia matemática, las del mundo inorgánico. Se separa un péndulo, .por ejemplo, de su posición; se le ·comunica cierta velocidad, y se le abandona: pues cae fatalmente, y su movimiento está definido por su ecuación dife-rencial y por sus ~ondiciones iniciales. Pero las integrales generales no son las únicas soluciones del sistema diferencial, dice Mr. Boussinesq; ·existen además las soluciones singulares, que en cierto modo constituyen algo así como las envolventes de las primeras, y aun si_se quiere, el tránsito posible de unas á otras: y bien me dispensaréis por la indole de este escrito, lo vago de los términos que empleo. Dichas soluciones singulares contituyen dentro de la Mecánica la región de lo .indeterminado : la Mecánica es insuficiente en estos casos: en tal región nada es necesario y forzoso: el fatalismo inorgánico queda como en súspenso, y ellas representan, como hemos diGho, e_l tránsito sin consumo de trabajo de una á otra integral general, de una á otra trayectoria fatalista: del brazo que cae armado de un hierro, á la mano que se extiende alargando una limosna.


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Suponed que el péndulo ideal, de que antes os hablaba, es un sér vivo é inteligente: mientras oscila en un plano, su movimiento es fatal, es mecánico, es necesario; pero si en sus oscilaciones llega con velocidad nula á la posición vertical superior, allí se queda en suspenso y en equilibrio instable, precisamente porque esa es la solución singular. Y desde esa posición, con un esfuerzo menor que cualquier esfuerzo dado, por pequeflo que sea, se le puede lanzar en cualquier plano vertical; porque suponemos no un eje sino un punto de suspensión. U no de estos planos representará por ejemplo la fatalidad mecánica de la acción virtuosa, y otro plano la {atalidad mecánica de la acción criminal; pero entre las dos, desde ia solución singular, el libre albedrío elige, y si en cada plano la Dinámica impera, en el punt9 superior la libertad domina y escoge, y es libertad. Escoger libremente entre infinitas fatalidades, es, en efecto, ser libre sobre todas ellé!,s. Y esta solución, nótese· bien, la ley matemática la brinda con sus indeterminaciones matemáticas: es como si el fatalismo del mundo inorgánico., al llegará dichas soluciones singulares, quedara en suspenso esperando influencias de orden superior y condiciones del orden moral, allí donde las condiciones del orden material son insuficiente~ para lq~ nuevos rumbos dinámicos del sistema. . Ahora biep.: según Mr. Boussinesq, los seres vivos en general, y el hompre en esfera más alta, no son otra cosa dentro del orden mecánico, que estas soluciones singula• res de las ecuaciones generales del movimiento. Sin discutir dic~a solución, que es bella, que es grandiosa, y que yo sostengo que es profunda, debe advertirse que, en efecto, las combinaciones químicas á medida que pasan del mundo inorgánico á los orgánismos vivo.s, tienden á pasar del equilibrio estable á ~istemas más y más instables, llegando sobre todo.en el sist~ma nervioso á convertirse en algo semejante á las mezclas explosivas: acumulación de

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energías potenciales que lo mismo pueden estallar hoy que mañana, y cuya combinación se determina por energías mínimas que parten de los centros en que al parecer reside la espontaneidad biológica. ¿Tales hechos, no es verdad que coinciden punto por punto con la teoría de las soluciones singulares de Boussinesq? Y, si todavía se niega esta coincidencia absoluta, ¿no hay al menos una coincidencia análoga, á la que existe entre el círculo y un polígono regular inscrito de innumerables lados? • He citado este ejemplo, que me atreveré á llamar curiosísimo, como prueba notable de que, aun prescindiendo de toda aplicación numérica, aun sin salir del estudio de las leyes abstractas, esta tendencia de nuestro compañero á infundir el método matemático en las ciencias morales y políticas, es una tendencia legítima, puede ser grandemente provechosa, y cuenta con partidarios ilustres y numerosos predecesores, muchos de cuyos nombres habéis_oído en la Memoria del Sr. Bosch. Pero no sólo estudian las matemáticas e1 número y el cálculo numérico, ó la cantidad abstracta y la ley que e)) éste ó aquel caso determina sus variaciones, sino también la agrupación y el orden de las cantidades y su posición respectiva: de donde brotan nuevas aplicaciones de las ciencias matemáticas, que el Sr. Bosch señala co~ gran · acierto y demuestra con ejemplos interesantes. No presentaré yo ninguno nuevo, y sólo diré que, bajo este concepto considerados, los problemas morales, sociológicos y au1: jurídicos, no son en manera alguna inaccesibles á la Geometría y al Análisis. Al fin y al cabo nadie ignora que hay una Geometría de posición; todo el mundo sabe que existe un cálculo combinatorio en que se prescinde del concepto de magnitud, y en que los seres se despojan de su materia para trocarse en entidades ó para espiritualizarse, según la teoría pitagórica,

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hasta convertirse en un número/ números y entidades que . se ~grupan,_que se ordenan, que se ·cruzan, dibujando en • el' pensamiento fas grandes combinaciones de lo sucesivo .Y de to simultáneo. Y caminando en este orden de ideas ¿quién me dice á mí, ni quién puede asegurarme, que no se verán .. sorprendidos cualquier día, pongo por caso los jurisconsul. ros, con una Geometría del Derecho? Hoy se debate apasionadamente en los parlamentos sobre unos ú otros derechos políticos; choca el derecho con• . .tra el derecho con estruendo formidable en las fronteras; con ensañamiento y terquedad en lo!s tribunales de justicia; y, sin embargo, . quiz.á llegue un día en que, aplicando la .Geometría á los problemas jurídicos, se simbolicen por esferas dilatadas, y dilatables en el espacio, los derechos de .una y otra clase, y en que el matemático estudi~ tranquila y reposadamente cómo se limitan y cómo deben limitarse unas . á ot~a:s estas simbólicas esferas, ya en los conflictos ~ntre particulares, ya en el choque de una nación con otra, ya en las luchas del'derecho individual con el Estado, ya ~n cu_alquiera de los arduos problemas· de la Sociología: Y no me causaría asombro, que en el momento más inesperado penetrase por el·campo de los hombres de ley, que es en ocasiones ~amp.o de Agramante,· un nuevo Espinosa de la Jurisprudencia con ·una novísima Geometría del derecho, dividida en lemas, teoremas., escolios y conclusiones, y adornada con la severa vestidura del cálculo matemático. . Pero dejando aparte estas fantasías á que por complacer á nii nuevo compañero, y algo también por dar gusto á mis propios instintos, me lanzo, debo recorrer más rápidamente que hasta aquí el camino que me i·esta ·para poner término á mi difícil aunque agradable tarea. Por tres portillos, y pase la comparación, hemos visto que pueden penetrar las matemáticas en las ciencias mora., les y políticas: por la ley numéric·a, por la teoría.de las fun~


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ciones ·y por los conceptos de orden y combinación; pero aún queda un nuevo punto de ataque, ·y valga la palabra, á la moderna invasión matemática. Las Matemáticas no son en el fondo más que un gran simbolismo de prodigiosa potencia: son, respecto á.la lógica ordinaria, lo que la máquina de vapor es con relación á la primitiva palanca. La lógica ordinaria procede lenta y penosamente á lo largo de una serie lineal de silogismos aristotélicos : las matemáticas constituyen un organismo enorme, un poderoso motor de múltiples dimensiones, que llega con rapidez, á veces de un solo salto, á las más remotas consecuencias; que penetra en las más ocultas profundidades; que desentraña los más recónditos senos de las premisas establecidas. Las matemáticas, bajo este punto de vista consideradas, no son más que un aparato lógico de alta presión que exprime con potencia gigantesca cuantos problemas á ellas se someten. Pero si las ciencias todas, ·10 mismo la Economía política, que la Política; así la Moral como el Derecho; tanto la Sociología como la misma Estética, parten de hechos, de axiomas y de leyes empíricas, que en último resultado se someten para su construcción definitiva al método lógico, ¿cómo podrá negarse que la ciencia matemática, que es la lógica suprema, perfecta, infalible en cuanto lo sea la razón humana, y poderosa por añadidura; cómo podrá negarse, repito, que está llamada á ejercer una influencia transcendental en todos los conocimientos humanos? Esto afirma el Sr. Bosch, y esto, á mi entender, es indiscutible. Donde las matemáticas imperan, lo he dicho antes, imperan la verdad y el saber exacto: donde no, dominarán en todo caso hechos ciertos y leyes empíricas, fundamentales aquéllos y de gran importancia éstas, pero que no son todavía la alta expresión. de la ciencia. Y, en cambio, donde ni dominan las matemáticas ni se hace sentir su influencia


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siquiera sea lejana, todo será duda, fluctuación, hipótesis que se forjan, hipótesis que se deshacen, y, cuando más, la Retórica caldeada por la pasión ó el ingenio, escamoteando sin discernimiento errores y verdades. Hasta tal punto son las matemáticas una especialísima lógica, que desde los tiempos de Leibnitz, se han hecho esfuerzos, no siempre estériles, para someter la lógica ordinaria al algoritmo matemático; y basta para demostrarlo citar los trabajos del mismo Leibnitz, del inmortal Hamilton, de Cayley, de Boole, de Grassmann y de Schvoeder; limitánd~me, para abreviar la lista, á los nombres más ilustres. Y a: hay quien reduce las operaciones lógicas del entendimiento á ecuaciones matemáticas, y con .ellas opera, y sobre ellas desarrolla sus cálculos, establece sus incógnitas, efectúa sus eliminaciones, y entregando sus premisas á la maquinaria matemática, hace funcionar sus ruedas y sus palancas hasta que arrojan con inflexible rigor las más remotas y ocultas consecuencias: algo así como aquel intento á la vez extraño y grandioso de Raimundo Lulio, en su Ars genr:;ralis sive magna, en el que, combinando los nombres de las ideas abstractas según procedimientos mecánicos, -pretendía demostrar la exactitud de todas las proposiciones que á tal mecanismo se sometiesen y descub~ir á la vez nuevos y recónditos misterios. Por donde yo veo una comprobación más de la honda verdad que encierra la Memoria que acabais de oir, y una prueba evidentísima de que no se trata en ella de ilusiones amorosas del que por su amor á la ciencia predilecta la ve en todas partes; sino, bien al contrario, de una aspiración noble hacia algo que tendrá realidad plena en un porvenir más ó menos remoto. Pero, antes de terminar mi trabajo, séame permitida una aclaración,


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Posible es, aun aplicando los métodos matemáticos á cualquier ciencia, llegar á resultados absurdos ó perderse en empresas estériles. El método matemático no es un amuleto maravilloso, que por sí sólo saque algo de la nada, que realice lo imposible, que descubra misterios metafísicos jamás descubiertos y que dé genio al que no lo tiene y adivinación á los que no nacieron profetas. El método matemático es un método, un procedimiento, un simbolismo de soberana potencia; pero simbolismo, al fin, g_ue necesita, como todo método lógico, aplicarse á algo para que funcione : aplicarse, digo, á hechos, á leyes empíricas, á conceptos, á axiomas, á relaciones entre cantidades, á hipótesis si se quiere, que también á las hipótesis se aplica. Así como toda máquina necesita trabajar sobre una primera materia, sea ésta, fibra vegetal, haz de trigo, madera,hierro, terrón de hulla ó pedazo desprendido de filones metalíferos, así las matemáticas necesitan una primera materia á la que puedan aplicar sus procedimientos deductivos. De suerte que el método matemático será responsable del encadenamiento lógico de las proposiciones y de la exactitud lógica de las consecuencias: -no de las consecuencias mismas. Si los hechos, si las hipótesis, sj las leyes empíricas, en suma, si las premisas son falsas, las Matemáticas llegarán impasibles, si la palabra es permitida, á las más absurdas consecuencias; y no hay que enojarse con ellas, sino con el mal aconsejado que les dió el absurdo y la falsedad co·mo primera materia de su trabajo lógico. Si á un laminador se le da cobre, no arrojará hierro laminado; si se lanza la locomotora por un.a vía que conduzca al abismo, al abismo irá: la máquina hizo cuanto pudo: marchar velozmente. · Y esto sucede hoy mismo en todas las aplicaciones de las matemáticas á la Física, á la Química, á la Astronomía, á todas las ciencias en que el método matemático do.


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mina ó influye, sin que nadie con razón las culpe cuando se llega á consecuencias inaceptables por ser opuestas á la realidad experimental. ¿Se admite, por ejemplo, en la Óptica la teoría de la emisión y bajo este concepto se plantea matemáticamente el problema? Pues el cálculo dará todas las consecuencias que, á ser cierta la hip6tesis, deberían verificarse en el seno de los fenómenos naturales. ¿Es que estas consecuencias no se verifican? ¿Es que resultan incompatibles con los hechos? En tal caso, la hipótesis es la que se desecha, que la teoría matemática tan firme y valedera es al fin como era al prin-cipio. ¿Se admite, por el contrario, la teoría de las ondulaciones? Pues el cálculo opera de nuevo, comprueba hechos, anuncia fenómenós, se adelanta á la experiencia, explora el horizonte, y de este modo llega á crear la ciencia admirable de Fresnel y Cauchy. ¿Se admite, como hipótesis fundamental, que el calor es una substancia? Carnot aplicará inmediatamente el cálculo á tal hipótesis y echará las bases de una Termodinámica, en gran parte falsa, que Mr. Bertrand, en una obra notabilísima ha desarrollado como estudio histórico, hasta llegar á sus últimas consecuencias; y como algunas c;le estas consecuencias son opuestas á la realidad, la hipótesis se viene á tierra, sin que quede en pie mas que el llamado segundo principio de la Termodinámica. Y, modificada la hipótesis, de nuevo se confió al análisis matemático la elaboración de la nueva-ciencia, sin que el primer fracaso desacreditase en poco ni en mucho al severo é inflexible constructor de todo gran edificio lógico. Porque nótese que, bajo este punto de vista considerado, el método matemático es el auxiliar más poderoso de los modernos procediniientos positivos; nadie como él desentraña Las consecuencias de varias premisas, luego nadie

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como él puede ponerlas á prueba: es el crisol en que todo se depura: descubre las armonías, descubre las discordancias, hace resaltar lo contradictorio por oculto que esté, y en punto á hipótesis, que son y han sido y serán inevitables en la ciencia, digan lo que quieran gentes que sólo ven la superficie de los hechos, no hay procedimiento com-0 el procedimiento matemático para aquilatarlas, constituyendo de este modo una especie de experimentaci6n racional de orden superior. Ya comprendéis que el campo es vastísimo, y que, si en él me engolfara, este discurso tendría mucha más extensión de la que debe tener en ley de justicia y hasta en ley de cortesía. Permitidme, pues, que aquí ponga término á mi trabajo, saludando de nuevo á nuestro digno compañero, cuyo talento, que todos reconocen; cuyo saber, que sobradamente conocíais al elegirle, pero que una vez más se ha hecho patente; cuya actividad que á todas partes llega, así á las ciencias positivas como á las ciencias morales y políticas; cuya brillante carrera, que hace presagiar en lo futuro mayores triunfos; y cuyo entusiasmo por las ciencias matemáticas, que bien se revela en el notabilísimo discurso que os ha presentado, le hacen merecedor de ocupar el puesto que ya ocupa en este centro académico. Siga con el mismo entusiasmo que hasta aquí el señor Bosch, que en estos tiempos modernos, de agitación nerviosa y de apasionadas luchas, la ciencia pura es en cierto modo lo que el solitario claustro en la Edad Med!a: el supremo refugio de los que, fatigados del combate diario, buscan consuelo de las impurezas de la realidad en los goces desinteresados de las grandes verdades. Revuélvanse los intereses, bramen las pasiones, afile su~ uñas el desengaño, traigan palideces las tristezas: ante un teorema inquebrantable de Geometlia se estrella impotente el oleaje humano; y la hermosura de las grandes teorías

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despierta la fe en la verdad; y los horizontes siempre abiertos y esplendorosos de la ciencia, son estímulo permanente para el pensamiento. El amor por la ciencia es el amor por la verdad: amor que ~rnnca acaba; que, cuanto más se sacia, más apetece; y cuanto más consigue, más anhela, porque en su fondo palpita lo infinito como fuente inagotable.


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· DISCURSOS LEIDOS ANTE LA

REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES

EN LA RECEPCIÓN PÚBT,ICA

DEL

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lLMo. SR. D. JOSÉ RODRÍGUEZ MOURELO el día 24 de Mayo de 1903.

F

MADRID l:MPRENTA DE L. AGUADO Calle de Pontejo~, núm. 8,

1903



DISCURSO '

DEL

ILMO.

SR. D. JOSÉ RODR1GUEZ MOURELO



.Señores .flcadémicos:

Holgárame yo por todo extremo si acertara á expresar, tan vivo como él es, el sentimiento de gratitud que me domina, y sólo quiero haceros saber que corresponde á la merced recibida, á la honra que me habéis dispensado elevándome hasta vosotros y concediéndome lo que tanto he anhelado: un puesto en esta Academia. Para alcanzarlo, vuestras bondades lo hicieron todo al fijarse en mi trabajo de toda la vida, y éste y los entusiasmos, nunca desmayados, que siento por la ciencia, es lo único que tengo para ofreceros á cambio de cuanto me concedéis generosos: pequeña es, ciertamente, la ofrenda; otra no tiene el estudiante que hoy viene, 11,eno de agradecimiento y de gozo, á ingresar en esta ilustre Compañía. Recibid todos, mis queridos maestros, el homenaje de mi gratitud y acoged, en este día, el respetuoso saludo de vuestro alumno, con aquel cariño que siempre me habéis mostrado, con la simpatía que á mis trabajos otorgasteis. Como si fuese ley ineludible que las grandes alegrías traigan .siempre las tristezas aparejadas, así mi júbilo tiene por compañero el triste recuer_do de aquel amigo cariñoso


-6cuyo puesto tócame ocupar. Bien ajeno estaba yo, pocos meses ha, de suceder á D. Ricardo Becerro de Bengoa en este sitial, de perder para siempre á aquel camarada, en cuya alma sólo cupieron bondades; que vivió y murió del trabajo, sin haber conocido odios \ prodigando los tesoros de una inteligencia superior, las galas de su peregrino ingenio, con las cuales de tan bella manera supo aderezar y engalanar los frutos de su pensamiento, copiosos y abundantes, · según era la calidad excelente de la semilla origmana. Dicen del recuerdo que es puente impalpable que á los muertos nos une: cuando nuestro espíritu evoca el de los seres queridos, éstos despiertan y el suyo acude al llamamiento del afecto, intentando cruzar el triste límite que de la vida los separa, y en la mitad del puente de los recuerdos, lo que en nosotros vive con vida eterna, se encuentra y une en estrechísimo abrazo. Así quiero hoy unirme á quien por tantos años he llamado amigo y compañero y cuyo recuerdo va enlazado al de días felices de juventud, cuando las agudezas de su ingenio -amenizaban las pláticas de Ciencia y de Arte que fueron nuestro entretenimiento favorito, suavizando de esta suerte las arideces del estudio y reanimándonos cuando nos invadían, en el rudo aprendizaje, aquellos desmayos y desalientos, frecuentes acompañantes de la pereza escolar, de la que son, por desgracia, constante disculpa. Dotado de esta gran virtud de la voluntad, la más rara en los españoles, aplicóla Ricardo Becerro al desarrollo de las variadas aptitudes de su inteligencia, formando su cultura y encaminándola en distintas direcciones; pues si su vocación le impulsó por los caminos de las ciencias, á cuya propaganda tanto han contribuído su enseñanza y s~s escritos, la manera especial de sentir la belleza y el Arte lleváronle á los fecundos campos de la , Arqueología positiva; y tocante á conocer monumentos, fijar su data y

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leer su historia en viejos escudos y blasones, bien puede decirse que fué uno de los descubridores de la España artística, paladín de sus grandezas, ferviente adorador de sus glorias. Esta patriótica labor suya ha resultado interesantísima y grandemente útil; fué una obra de cultura nacional y el recuerdo de sus lecciones del Ateneo, cuando describió, con aquel pintoresco gracejo que le era peculiar, los vetustos castillos, las catedrales é iglesias, los fuertes muros y los abatidos conventos de las ciudades y villas que en los campos castellanos tienen su asiento, cada uno con el poético ambiente de sus tradiciones y leyendas, vivirá en aquella casa, cuya cátedra tantas veces ilustró mi amigo con su amenísima palabra, tan suelta y expedita como la mano, que en rapidísimo y correcto dibujo ayudábale á expresar los conceptos. Voluntad firme, ánimo decidido, fué, ante todo y sobre todo, un gran trabajador y un gran hombre de bien: vivió trabajando y del trabajo murió, consumida en la actividad su existencia, sin desmayos ni decaimientos, descansando de una labor en otra labor, no dando tregua al pensamiento, produciendo sin cesar en la obra meritísima de cultura y propaganda científicas, á las que habíase consagrado desde la juventud, distrayendo á veces su brillante imaginación en aquellas donosas producciones literarias, en las cuales hizo su ingenio primores y la nativa gracia derramó sus sales. Tarea ha sido la de vulgarizar y extender la ciencia, por todo extremo difícil, que requiere en quien á ella se con sagra, aparte de la superior cultura, á diario aumentada y dilatada con muy asiduas y variadas lecturas, tenacidad para acometerla, voluntad para proseguirla, constancia para llevarla á cabo, trabajando en esto sin descanso. Cuantos la emprendieron en el último tercio del pasado siglo,


-saun los más afortunados por los continuados triunfos, saben la enorme suma de trabajo invertido en superar la resistencia del medio, no ya refráetario, hasta muchas veces hostil á los conocimientos científicos; la energía gastada en vencer la inercia y la indiferencia, en la que vegeta satisfecha la ignorancia, que sólo tuvo, hasta hace muy poco tiempo, la burla indigna ó el desprecio ridículo para la ciencia y sus aplicaciones. Me tocó alcanzar todavía algo de semejante estado, y recuerdo los días tristes en los que estábanos vedado casi tratar de ella, como no fuese para hablar de estupendas invenciones, de prodigios inverosímiles ó de aquellos cataclismos que en un instante cambiaban el aspecto y modo de ser del mundo entero: el dogmatismo de la enseñanza, el miedo de pensar, la pereza intelectual de ello consecuencia y el peso horrendo de una tradición negra y triste, nos trajeron á aquel miserable estado; viviamos á obscuras muriendo jóvenes de empacho de historia gioriosa, ahógándonos en la inmunda charca de la ignorancia, sin que las auras de la vida científica animasen la pobre alma nacional. Delito ó poco menos eran sus ansias, nadie le acudía en , sus aspiraciones y todo se preparaba para esta frigidísima muerte en que vivimos, ya habituados á la desgracia, sin dolores ni alegrías, cuidándonos sólo del presente, sin pensar en lo porvenir. Miserables hidalgos arruinados, casi ni el espíritu caballeresco nos resta; egoístas sin grandeza, nada nos inquieta; hemos perdido los entusiasmos y, como al guerrero degradado, ni el son del clarín le conmueve, tampoco sentimos el aguijón de la desgracia; en fuerza de la costumbre, los dolores no nos hacen mella, y presenciamos con la más fría indiferencia las grandes luchas del pensamiento moderno, las victorias de la ciencia, que es la luz, que es la vida, que es la alegría; como son luz, vida y alegría estas emanaciones de la primavera que suben de la


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tierra al cielo, esta belleza soberana de la Naturaleza entera, nuestra tierna madre, este himno de amor y de ventura con que la festejan sus criaturas. Para vencer aquí es preciso sacrificarlo todo á estos dos ideales: al ideal de la verdad, representado en la ciencia; al ideal de la patria, por cuyas glorias y progresos trabajamos, y uniendo en un solo sentimiento patria y ciencia, por nuestro esfuerzo infundir nueva vigorosa vida en esta pobrecita alma española que muere de inacción en las tinieblas, que perece de frío ignorándolo todo, álimentada de recuerdos pasados, sin una esperanza sola en aquel porvenir, tan luminoso para otros cuanto obscuro para ella. Unicamente en sus tristezas pudo animarla breve instante el resplandor de alguna conquista científica, y su estado experimentó beneficioso cambio cuando el esfuerzo de unos pocos, fuertes en la ciencia, de voluntad animosa, pudo iniciar la gran obra de la cultura moderna, sin reparar en obstáculos, combatiendo los prejuicios de la tradición y poniendo frente á sus negruras la resplandeciente luz de las verdades por el experimento y la investigación adquiridas; estas verdades de la ciencia moderna, cuya utilidad en los órdenes moral y social es ahora patente y constituye, por ventura, la ley que al mundo gobierna. Formar el medio científico, traer de fuera los elementos precisos y aprovechar los nacionales, preparando terreno adecuado para su desenvolvimiento, tal ha sido la primera y más difícil labor de cuantos se dedicaron á la propaganda y vulgarización de la ciencia; quizá sacrificaron sus dotes mayores, comprendiendo que el investigar exige cierta atmósfera propicia, y trataron de constituirla interesando á todos en la ciencia, hablando de ella á las multitudes y excitando su curiosidad, hasta acostumbrarla á la lectura cotidiana, á despecho de la pereza nativa y venciendo, en fuerza de saber, de tenacidad y de trabajo, la inercia y el


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sarcasmo. Toda la vida de Ricardo Becerro á este trabajo de propaganda fué consagrada; durante su largo magisterio, que comenzó bien joven, educó, con la palabra en la cátedra y siempre con el ejemplo de su nunca cansada actividad, mu chas generaciones de escolares, dejando en todos ellos, con el germen educativo, el amable y simpático recuerdo de sus bondades; el libro, y no de texto, sirvió le á maravilla para explicar sus ideas y poner al alcance de todos, en pintoresco clarísimo estilo, cuanto aprendiera estudiando mucho y pensando mucho; en el periódico y en la Revista halló la tribuna más adecuada para las enseñanzas populares, de las que fué un incansable adalid; trabajó siempre y trabajó mucho por la cultura nacional, y en ello estriba su mayor mérito. Era una gran inteligencia y una grandísima voluntad, por entero puestas al servicio de la educación científica; un espíritu muy cultivado en variadas disciplinas, en el cual el sentimiento artístico ayudaba grandemente en la expresión de .las ideas, tan suyo y original, que constituía el rasgo dominante de su personalidad; así, cuando hablaba y cuando escribía, parecía estar dibujando; tenía el sentido de lo gráfico; y de tal manera se había apropiado este modo de representación, que le había dado un carácter expresivo particular, y servíale á maravilla cuando le era preciso explicar los más sutiles conceptos, y con el dibujo ha conquistado muchos partidarios para la causa de la ciencia. Quien pretendiera hacer lo que ahora se llama la psicología de Ricardo Becerro habría de inquirir los datos necesarios en la variedad de sus aptitudes y talentos, y explicar esta diversidad, en él tan notable, por dos causas principales: la influencia del medio y las necesidades intelectuales de su tiempo. Nuestra educación científica ha tenido como dominante y característica un sentido histórico pernicioso; una extensión que, por abarcar al mismo


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tiempo muchas materias, sin profundizar ninguna, impidió formar verdaderos especialistas, y un sistema metafísico lleno de idealismos, apegado al libro, encaminado á desarrollar sólo la memoria, en cuya.virtud los mismos procedimientos sirvieron para enseñar la Teología y la Química, el Latín y la Astronomía, y esto ha creado la necesidad de formar la cultura en muchas cosas, á veces sin relación aparente, á fin de poder enseñarlas y demostrarlas, educando á otros en las mismas disciplinas. Combatir semejante tendencia Y. oponerse á ella quien había abarcado toda una enciclopedia de conocimientos científicos y era maestro singular, paréceme mérito sobresaliente de mi llorado amigo y rasgo muy propio de su clarísima inteligencia. Tal fué el científico, el trabajador, el propagandista incansable; y con valer tanto y haber dado tan gallardas muestras de superior entendimiento, mayores eran todavía los méritos del hombre. Vosotros, mejor que nadie, los habéis apreciado, y cuantos nos llamamos amigos y camaradas de Ricardo Becerro sabemos hasta qué punto era un hombre bueno. Ni los honores ni las distinciones alteraron la llaneza de su carácter; vivió sin odios, y sólo tuvo amigos; hirió le crudelísima la desgracia, y sintió en lo más vivo el dolor; y fué de tal suerte, que le acompañó siempre su pesadumbre; y desde entonces vímosle decaer poco á poco, sin que aquella franca alegría de antes volviera á enseñorearse de su ánimo. Nunca, sin embargo, aminoró la bondad nativa, que era la mejor prenda de su carácter, ni dejó un punto de trabajar con todo el entusiasmo ya demostrado desde los felices días de la risueña juventud. Bien hubiera querido dedicar al amigo más fina y tierna memoria, y poseer mejores talentos para consagrarle recuerdo digno de sus merecimientos; con el ejemplo de su actividad por guía, procuraré aquí llenar su puesto y cum•


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plir, lo mejor que pueda, mi deber, teniendo como ideales la verdad y la patria, cuyo engrandecimiento por la ciencia debe ser nuestra obra.

Tratando de corresponder' en la medida de !Dis fuerzas, á la gran merced de vosotros recibida, contribuyendo de camino cuanto me es dado al meritísimo esfuerzo intentado ahora en pro de la cultura nacional, quiero ofreceros, de buen grado, las primicias de un trabajo propio. Nunca he abordado en público las cuestiones de enseñanza, y aprovecho el momento para hacerlo, ocupándome, de una manera general, en el estudio de la educaci6n científica que deben tener los españoles para cumplir los más elevados fines del progreso en los 6rdenes material, moral y social, realizando con ello las aspiraciones humanas, por las que tanto se ha trabajado en los tiempos modernos. Ya otra vez, y en ocasión á la presente semejante, urro de vosotros, cuyos descubrimientos han corrido· el mundo y que es la más pura gloria de la ciencia española, dilucidó, con indiscutible autoridad, materias análogas, cuando discurrió acerca de las condicio:nes de la investigación biológica; compartiendo las idea? de aquel maestro, sírveme su oración famosa de punto de partida, y á ellas se acomodan las mías, como encamina·das á casi idénticos :fines. Fuera insensato pretender reclutar adeptos con razonamientos y frases; los hechos convencen mejor, y en los peregrinos adelantos de todo linaje á la ciencia debidos ha de verse la eficacia de fundar en ella los sistemas educativos, principal origen de todo bienestar moral y social, fuente de los adelantamientos pre.sen tes,_que dan la seguridad de conseguirlos mayores en lo futuro; que á tanto alcanza el trabajo humano, de continuo invertido en inquirir la verdad y buscar el efecto útil -de su~ admirables esfuerzos,


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U na de las notas características de la ciencia contempor.ánea es el ser1 ante todo y principalmente, educativa; su objeto no se concreta. á satisfacer la curiosidad de los investigadores, ni se limita· á colmar el afán de saber, innato en los hombres civilizados; tampoco logra sus fines dentro de la utilidad, que es condición de sus mejores invenciónes. Con ser esto mucho, pues al cabo representa lo mejor de los progresos realizados, todavía significa más su función educativa; porque al fin la ciencia, formando caracteres y disciplinando voluntades, crea verdaderamente hombres aptos para la vida, y vale más que por cuanto enseña, que no es ya poco, por lo que educa en todos los órdenes; que son sus métodos disciplina superior de la inteligencia y sus principios inculcan en el entendimiento el concepto de la realidad, norma de la vida, y nos inclinan siempre al bien obrar con su rigor inflexible. Nada educa la voluntad como la investigación científica, y de seguro cuantos á ella se consagran han experimentado su sano influjo, y una vez á su santo imperio sometidos, adquirieron nuevas energías, sintieron dentro de sí las puras auras de la juventud, el amor de la humanidad, la firmeza del carácter y este deseo de practicar el bien por el bien mismo, que es el fin augusto de todo nuestro trabajo, la superior aspiración humana. Poco valdrían .el experimento bien hecho, la verdad científica mejor demostrada, si no llevasen consigo alguna utilidad; no sólo utilidad material, también utilidad moral, en cuanto satisfacen necesidades del entendimiento y de la voluntad, pues tienen algo ya mejor que á todos pertenece; son elementos educativos, porque modifican siempre y perfeccionan nuestros medios de vida, suavizando las costumbres, haciendo la Naturaleza amable, suprimiendo los miedos, terrores y desconfianzas, aboliendo las supersticiones, triste herencia de civilizaciones primitivas; mostrando de

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-14continuo la realidad, estableciendo la igualdad y fomentando el amor humano, por el cual tantos progresos en el orden moral van ya realizados. En este sentido, diríase que· el fin supremo de la ciencia es la educación. Augusta y grande es la obra del investigador, entretenido en su rudo y paciente trabajo; poniendo su voluntad entera, sus facultades todas en la labor emprendida, y nada encuentro comparable al gozo del descubrimiento, del principio ó de la ley a. que los hechos obedecen; su magno esfuerzo vese coronado con el placer intelectual ó con el invento al punto utilizable; la ciencia ha adquirido una verdad, una parte del enigma acaba de ser descifrado; somos dueños de otro instrumento más para satisfacer necesidades y aspiraciones legítimas de orden material é intelectual; ya hemos aumentado este tesoro del saber que el trabajo acrecienta todos los días. Y sin embargo, con ser esto tanto y tan grande, es mucho más el valor de la investigación como medio de formar hombres, que educarlos conforme á la realidad, es tanto como formarlos de nuevo, porque se hacen mejores. En otros tiempos, cuando la ciencia era patrimonio de los adeptos solamente, los investigadores permanecían en su trabajo aislados del mundo, persiguiendo nada más fines de utilidad material ó de sat.isfacción intelectual; hoy, por fortuna, su misma labor ha modificado los fines de la ciencia; sus principios han transcendido á la generalidad, hiciéronse del dominio de todos, y el investigador mismo ha menester del medio social, luminoso y lleno de vida, para llevar á cabo su magna labor. Antes, desde las alturas de su pensamiento soberano, dogmatizaba austero y creyéndose á todos superior; juzgándose de la escogida raza de héroes y de dioses, si contribuía grandemente al progreso de la humanidad, no se dignaba descender hasta los hombres, ni manchar la blanca túnica con su contacto. Hoy,


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aquella luz creada por · el esfuerzo de los elegidos se ha irradiado por doquiera, ha iluminado con vivos resplandores las inteligencias, movió las voluntades, encaminándolas á la misma aspiración humana de las perfecciones incesantes; fué la buena nueva del espíritu, la celestial aurora de su emancipación, la creadora de la humanidad moderna, amante de la vida, digna de vivir porque trabaja, educándose sin cesar por la ciencia que su labor ha constituído. • Y sucedió un fenómeno bien singular: el esfuerzo de los investigadores, realizando con su trabajo los mayores portentos, creó la necesidad de la ciencia, logrando hacerla humana; sus métodos fueron penetrándolo todo, y cuando sus principios iban poco á poco tratando de explicar la vida, daban las reglas y los medios para vivir mejor y extender los dominios de la fuerza, de la inteligencia y de la voluntad; éstos fueron sus medios educativos; y al ponerlos en práctica, acomodándolos á los fines humanos, ha constituído verdaderamente un ambiente nuevo, un medio de vida distinto, el cual, al sentirse influído por la ciencia, reacciona sobre ella, ejercita sus acciones en la propia investigación y de esto nace el valor social de aquélla como el primer elemento de progreso en todos los órdenes. De aquí viene el doble carácter de la obra científica: es colectiva en cuanto lo hecho, en calidad de herencia, á todos pertenece, y es individual en cuanto el trabajo personal, libre, sin trabas de ningún género, es el director de la obra; mas en su sentido y dirección, y hasta en la manera de llevarlo á cabo, es patente la influencia colectiva. Así, cuando el ambiente falta, cuand? no hay medio exterior adecuado y la educación científica no está hecha, es muy difícil investigar y necesitamos gran temple de espíritu, férrea voluntad, mucho amor á la ciencia y muchísimo amor á lapatria, para vivir en el laboratorio investigando, para enseñar


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á derechas y sacudir la indiferencia de esta juventud aletargada, fría de entusiasmos, ambiciosa sin medios, deslumbrada con lentejuelas, abalorios y vidrios de colores, como los hombres primitivos. Fe en la ciencia, voluntad para educarnos en ella, aprovechando sus principios redentores, amor al trabajo, amor á la Naturaleza, amor á la humanidad, es lo que necesitamos predicar sin tregua en todas partes, para reconstituir el alma nacional, hoy sin voluntad y como nunca necesitada de juveniles energías; rayos de sol, atmósfera pura que le infundan nueva vida; vida de realidad, conforme es la vida de la ciencia; vida de alegría, sin misterios ni sombras, cada vez más perfecta, más grande y más vigorosa. . Para cumplir sus fines educativos, derivados de los métodos de investigar los hechos y de los principios que in'forman su doctrina, ha sido primero la ciencia útil, y como útil emancipadora; extendió luego sus influencias por los dominios de la moral, y formó su sentido evolucionista; entró en las elevadas esferas del arte, y <lió, por último, carácter social á sus tendencias, reclamando intervenir en la vida de las naciones, en calidad de suprema directora de su régimen. Bien considerado el criterio de utilidad en su acepción más humana, es la dominante en todo linaje de aspiraciones científicas, y la misma educación, cop ser la más alta, se concreta á saber emplear el mayor número de instrumentos y de la mejor manera posible para realizar un fin utilitario, siquiera tenga entonces una transcendencia individual y colectiva verdaderamenle grande é indefinida ; por cuanto llega á acumularse, formando parte del capital moral que las generaciones se transmiten. Nació de imperiosas necesidades el anhelo de hacer útil la ciencia; primero en lo material, de donde derivan las invenciones para aprovechar la energía en las más variadas máquinas y la industria, que es la mayor manifestación del


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trabajo humano, y con ella vino la emancipación; el horpbre fué menos esclavo cuando supo servirse de los metales, y las primitivas máquinas, ahorrándole esfuerzo material, consintiéronle pensar, y el trabajo inconsciente fué adquiriendo carácter intelectual; la suma de sus energías aprovechóla mejor; y cuando no fueron suficientes, hizo á las naturales servidoras suyas. Mas las perfecciones de los mecanismos crearon la necesidad de estudiarlos para conocerlos, modificarlos y manejarlos, y entre la invención, la construcción y el uso de la máquina estableciéronse estrechas relaciones, y su utilidad fué en aumento á medida que se hizo más variada, y su empleo fué general, y su influencia redentora a todo se extendió, pudiendo decirse que ha modificado el mundo, cambiándolo por completo; y cuanto digo de la máquina como instrumento, pudiera aplicarlo á sus productos, comprendiendo en ello la industria entera y sus prodigiosos adelantos. Otro género de tiranía produjeron las máquinas; su manejo hizo esclavos de ellas á los hombres y convirtiéronlos en órganos suyos; los que las regían estaban casi privados de discurrir, y en ellos era absoluto el predominio de lo mecánico, reducidos á aquella misma situación de la cual las propias máquinas los sacaran; poco importaba el esfuerzo intelectual empleado en el conocimiento de los mecanismos, cuando á mecanismo quedaba reducido el hombre. Entonces la ciencia ejerce su misión emancipadora, y el automatismo lo redime de la nueva esclavitud, y ya no son sus manos, sino su inteligencia, quien regirá la máquina; y el que fué una parte de ella convertiráse en dueño y señor, y la dominará con el cálculo y el experimento; estos dos instrumentos educativos, lo mejor de la invención humana, porque excitan, ejercitan y perfeccionan, á la vez y de la misma suerte, todas las cualidades intelectuales, haciéndoles producir maravillas. Queriendo utili2


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zar la fuerza, buscando me dios de satisfacer necesidades materiales, es como surge y se constituye el trabajo intelectual y la investigación científica, y ahora vemos el fenómeno inverso, puesto que de ella y de la constante faena de los laboratorios salen las aplicaciones prácticas; la ciencia ha enseñado á convertir el hierro en locomotoras, el, carbón en fuerza y en colores; por haber máquinas y por haber colores, porque sabemos aplicar la electricidad y fabricar perfumes, podemos educar la inteligencia, y nos es dado consagrarla á las investigaciones de las cosas naturales. Reducido el esfuerzo material, emancipado el hombre de la máquina, sentida la necesidad del trabaju intelectual y reconocida su utilidad práctica, es llegado el momento de su disciplina; y aquí comienza la mayor tarea educativa de la ciencia; acabó con los esclavos, y tratará de formar hombres, y formarlos en la lucha, en la libre concurrencia, donde es menester 'e mplear las facultades todas, afinándolas en el combate, perfeccionándolas en el trabajo, hasta lograr que la inteligencia bien dirigida, y no la fuerza, gobierne al mundo, que . tal es el resultado de su perfecta educación científica. Exige la investigación el empleo absoluto y continuo de la voluntad; su concurso en toda obra del entendimiento es necesario, y su eficacia notoria ~n cuanto atañe á descubrimientos é invenciones, y de tal suerte se precisa, que podríamos decir que sin voluntad no hay ciencia positiva. Móvil de todo trabajo, acicate poderoso en la ardua labor experimental, sin ella reduciríase el campo de la acción científica á bien poca cosa y sería estéril tierra, á duras penas fecundada con los idealismos retóricos y metafísicos, escoria inútil que por mucho tiempo ha impurificado ]as verdades más elementales. Sin voluntad firme encaminada á un fin, sin voluntad activa y libre, que sabe aprovechar


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todos los medios para conseguirlo, serían imposibles las grandes conquistas de nuestro tiempo, que la voluntad tenaz, sin desmayos, ha realizado. · Tiene, pues, suma importancia en la obra de la ciencia, y á su vez la ciencia es gran educadora de la voluntad. uestro ideal científico, el más elevado, reside en el conocimiento completo y posesión absoluta de la realidad, con el fin de utilizarla en provecho de todos, y esta aspiración se consigue á cada punto mejor, porque mejor se acomodan á ello los medios de que disponemos: la ciencia es eminentemente altruísta; busca la verdad para todos y en procurar los modos de mejorarnos· se esfuerza sin descanso, y no hay sino ver cómo los hombres son mejores cuanto más saben, para entender la influencia de la ciencia en el progreso moral. Y no puede ser de otra manera cuando educa la voluntad sin dogmatismos, la domina sin terrores, por el solo atractivo de la utilidad individual y de la utilidad colectiva; ni premios ni castigos ofrece la ciencia; une al hombre á la realidad, lo acerca cada vez mejor al conocimiento de la Naturaleza, y sus lecciones de amor, la misma universalidad de sus leyes, son la mejor regla de conáucta,· la más elevada sanción de los actos humanos: que h. voluntad se encamina siempre al bien, cuando siente los impulsos de la verdad positiva conquistada por el trabajo. Aún hay otro aspecto de la ciencia moderna-el más simpático de seguro,-rlo tenido, por lo general, en cuenta: es su influencia en el Arte, como educadora admirable del sentimiento. Sin contar ~on su necesidad en toda investigación derechamente encaminada, ni tener presente tampoco la eficacia de su ayuda continua, porque quien no lo posee no puede llamarse adepto de la ciencia, es menester considerar que la educación científica no es completa si sólo se dirige á los órdenes de la inteligencia y de la voluntad, abandonando la educación afectiva y no contando con


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ella. Debe tenerse en cuenta que no hay Arte verdadero si no se inspira en el puro sentimiento de la Naturaleza, reconociéndolo c~mo su fuente y primordial origen: la eterna y suprema belleza en ella reside; la precisión y sencillez de sus leyes, su actividad siempre en ejercicio, produciendo las más variadas formas de la vida; la misma serenidad augusta de sus manifestaciones, la unidad excelsa del conjunto, el orden y la proporción maravillosa de todos sus . hechos, la armonía sublime que en ella reina, cuanto es, lo grande y lo pequeño, constituye el Arte más hermoso, la belleza soberana, que sólo pueden sentir en toda su fuerza aquellos que llegaron á conocerla. Ley de amor la gobierna, toda es vivo sentimiento, á cuyo influjo sería imposible substraerse: la palabra es vana, al decir del naturalista poeta, que tan bien conocía la Naturaleza, y el sentimiento es todo. Si la ciencia lo educa y afina, se demuestra considerando sólo la manera de apreciar y conocer el Arte·desde las más superiores doctrinas de aquélla y la exquisita sensibilidad que para sentir lo bello adquiere quien tiene por norma inquirir de continuo lo verdadero; no es la impresión pasajera y fugaz que nada deja; es el sentimiento hondo y delicado, · hecho á indagar la arquitectura interna de las cosas, á averiguar el enigma que encierran, descubrir los hilos de luz que las enlazan y penetrar la esencia misma del amor que les da vida y ha de conservarlas entre el continuo trabajo de sus cambios y transformaciones. Como educadora de la inteligencia, de la voluntad y del sentimiento y en su calidad de emancipadora, tiene la ciencia muy elevados fines sociales, y de tal suerte los cumple, que en nuestros días ha llegado á transformar, por los inventos de todo género, por la instrucción, por las investigaciones, y más que nada por la educación, el modo de ser de las sociedades humanas. Sus métodos á todo se aplican,


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su doctrina todo lo informa, su influencia ha modificado el sentido de la moral, y sus tendencias alcanzarán mayores perfecciones para los hombres, y día llegará en que aquella palabra de fraternidad, la primera que cruzó el mar por un alambre, sea la ley universal del mundo; que, en fuerza de mejorar las condiciones de la vida, la ciencia debe regirla; al cabo su objeto es conocer la Naturaleza, madre de la vida.

Partidario decidido de estas ideas, paréceme que en ellas debe fundarse y á ellas debe subordinarse la educación científica de los españoles, de la cual hemos de esperar todo nuestro adelanto y progreso. Contribuir á realizarla, trabajando de continuo para conseguirlo, es el mayor deber de cuantos á la ciencia dedicamos la vida, y á investigar y á enseñar la consagrarnos: nuestra misma obra, aun la mejor realizada, cuando el esfuerzo vese coronado por el descubrimiento importante, perdería mucho de su eficacia si no fuese esencialmente educativa. Dícese, en mi sentir con grandísima razón, que en cada hecho, siquiera sea el más sencillo , ó el que más teórico aparezca, exisfo en realidad el germen de numerosas aplicaciones prácticas, y de la propia manera y con igual exactitud cabe afirmar que hay en cada fenómeno natural una enseñanza para la vida; por sí mismo es elemento educativo de gran valía, conforme lo son también los medios puestos en práctica para llegar á su conocimiento, y aun éste no sería completo si de algún modo pudiese faltarle esta excelencia tan principal, esta condición que marca á maravilla su más provechosa utilidad colectiva. No sólo por lo que atañe al ejemplo es la ciencia educativa en las formas ya indicadas; sus métodos, hermosa invención humana, téngalos por la mejor disciplina del en'

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tendimiento y de l,a voluntad; sus doctrinas parécenme contener la más austera sanción moral; en sus aplicaciones veo los elementos mayores de la redención del hombre por el trabajo inteligente y libre, no el trabajo á modo de castigo, sino como necesidad primera de su naturaleza, como nobilísima satisfacción de sus aspiraciones todas. Esto es, en cierto modo, lo que hay variable en la ciencia, y aun su progreso tiene por característic a el cambio continuo de métodos, doctrinas y aplicaciones : semejante cambio trae consigo el adelantamien to de la educación, en particular cuanto en ella corresponde al sentido mo-ral y al artístico y social, y su evoÍución reviste cada vez más amplitud, abarca ideales mayores, aspirando de continuó' á perfeccionars e y engrandecers e, conforme se prueba estudiando el estado de las sociedades donde es mayor y está más adelantada la · cultura científica; allí donde se ha logrado formar un medio intelectual y moral que tenga por nota dominante el desarrollo de la ciencia y cuyo influjo en todo domina. Mas hay en ella otro elemento, si descubierto y modificado por los hombres, no debido á su exclusiva invención: el elemento eterno de la Naturaleza, que forma el objeto de la ciencia, y es, con su ejemplo y funciones, con su orden admirable y su nunca igualada armonía, lo que más enseña y mejor educa. Por eso, al investigarla pretendiendo conocerla, como nos acercamos al modelo de todas las perfecciones entregándon os á su santo influjo, sometiéndon os á la misma ley de vida, actividad y trabajo patente en todas sus manifestacio nes, algo de ello se infunde en nosotros con sus amorosos efluvios, y conforme vamos descubriéndo la y conociéndola , que es el fin de la ciencia, al cual c~nvergen las actividades humanas, la inteligencia adquiere más luz, la voluntad siéntese más derechament e encaminada, el sentimiento se afina y purifica: nos educamos mejor, somos más perfectos, alcanzamos para nosotros y para nues-

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tros semejantes aquel bienestar social, premio del trabájo humano. A su esfuerzo no bastó la tarea de formar la ciencia actual con sus admirables métodos de indagar los hechos, ni colmó sus ansias de conocer la Naturaleza el descubrir los mecanismos pe su vida ó averiguar y formular las leyes de su continuo cambio, y así un mayor progreso, que á nuestra vista se realiza, es buscar para la general doctrina científica más elevadas y generales aplicaciones en el régimen de las sociedades y la educación racional , de las multitudes; labor esta última, si difícil y de extremada delicadeza, útil sobre todas las cosas, en cuanto forma los hombres mejores, á quienes corresponde el vencimiento en la lucha por la vida. Profesando tales ideas con verdadero entusiasmo, convencido de su eficacia, Júzguese cuán vivos serán mis anhelos y cómo desearé para la patria esta educación científica, capaz de levantarla de su abyección y decaimiento. Comprende tres problemas principales: el medio científico educativo, los métodos de educar y los educadores, en cuyos términos se contiene, á mi ver, el asunto en conjunto, y es cosa bien singular el enlace de ellos, su conexión y dependencia mutua; pues no sólo se auxilian, completándose é interviniendo juntos en el trabajo de la educación, sino que además se forman y sostienen unos á otros de modo permanente. Sin medio adecuado es imposible el desarrollo de sistema alguno determinado, y á su vez el método inffoye en el medio, logrando modificarlo; y no quiero hablar de cómo ambas cosas determinan las condiciones del educador y las reacciones de éste sobre los dos elementos externos, originándose de tant0_s y tan variados esfuerzos la educación nueva, en la que la mayor y mejor parte del resultado corresponde, sin duda, al propio individuo, que. á sí mismo se educa, sintiendo las influe-ncia-s


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del medio, las ansias de mejorar por el trabajo y la acción, las aspiraciones de realizar el ideal humano del bien y de la verdad, invirtiendo para alcanzarlo todas sus actividades, cada vez mejores, á medida que adelantan en el camino de la perfección y conforme se acercan á la propia Naturaleza, maestra suprema en el ar.te de educar. Elementos primordiales del medio científico son: la herencia, representando el capital colectivo del trabajo acumulado y el trabajo individual, que acrecienta sin cesar el caudal de todos. Por la herencia y la tradición, á cada punto engrandecida y nunca estadiza, sino ,en constante progreso, tenemos ya un principio ó elemento educativo propio, con el cual se nace y es común á cuantos viven sometidos á las influencias del mismo medio ; pero este elemento no es suficiente para realizar la educación completa, si no se le agrega el trabajo individual de la investigación y del estudio, al mismo fin encaminado, y esto reviste variadas formas. IndicaFé de ellas el primer esfuerzo de adaptarse al medio, obedeciendo su influjo, para lo cual es menester entender la utilidad inmediata de semejantes operaciones; dirigir la voluntad en sentido de aprovechar como _instrumentos ó modos de vida cuantos ofrece, y son á cada punto más numerosos, el medio científico ya hecho, sacando del capital de ciencia heredado el mayor interés y provecho propio; viene en segundo término la labor de modificar el medio, dirigiendo sus influencias y encaminándolas de suerte que satisfaga mejor las aspiraciones indivirluales, sirviéndolas en cuanto hayan menester para los fines de la vida: es el principal trabajo de adaptación, en el que no se vence sin lucha, dominando el nativo instinto y obligando á las malas cualidades á modificarse hasta convertirse en excelentes condiciones. Observando y estudiando las funciones de la Naturaleza, en cuanto atañe á las influencias del medio y al trabajo

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de los seres para adaptarse y adaptarlo á las condiciones de su organismo, pronto se ve que no son otros sus mecanismos y modos de realizarlos. Ha llegado á descubrirlos la ciencia y logró hacerlos elementos primordiales de la aplicación social de sus principios, alcanzando, en tal sentido, uno de sus fines más elevados y transcendentales, porque ha hecho de la educación el mejor instrumento en esta lucha por la vida, que es el principal trabajo del hombre, á cada punto realizado con mayor yentaja, en mejores condiciones, facilitadas por su propio esfuerzo. M anifiéstase en todo la actividad del medio, al fin constituído por las más grandes energías de la vida, y su influjo material, moral é intelectual es patente en individuos y colectividades; pero así como la reacción de éstos, que es al cabo su propio trabajo, consigue siempre modificar el medio material, mejorándolo de continuo hasta sus actuales perfecciones, segura promesa de otras mayores, también el trabajo humano, encaminado al conocimiento de la Naturaleza, for~ando la excelsa obra de la ciencia, creó un medio moral y afectivo que sin cesar perfecciona y contribuye á mejorar las condiciones de los individuos y de las sociedades, engrandeci~ndo de continuo sus ideales, sin descuidar un punto la aplicación de cuantos instrumentos posee y de los que el mismo ingenio humano puede inventar, destinados á conseguirlos y en su posesión gozarse. Así, al adaptarse al medio el individuo, aunque en lo intelectual, lo moral y lo afectivo por esfuerzos humanos haya sido formado, lo modifica de continuo, y á la vez las influencias del medio alteran, mejorándolas, las condiciones individuales. De no estar sujeto á los incesantes y perennes cambios que constituyen la vida, permaneciendo invariable, menguada sería su acción educativa y no habría tenido el menor progreso, y pues lo contrario observamos siempre, hemos de admitir en el medio aquella variabili-


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dad, signo de la vida I manifiesta en todos los actos de la Naturaleza I variabilidad á la cual contribuyen los individuos con sus acciones y trabajos. No podría acontecer de otra manera, porque está demostrado lo inestable de las formas homogéneas, aun de las primordiales I y la vida manifiéstase en la plenitud de sus energías precisamente en las formas heterogéneas I diversificadas, complicadas, por más que uno é igual sea en definitiva su fundamento y origen y el mismo procedimiento hayan empleado las energías naturales para derivar del elemento primitivo originario la indefinida variedad de los seres I cada uno dotado de los caracteres peculiares distintivos de su individualidad I modificable por virtud de la constante influencia del medio educativo. Debe referirse á éste otro elemento de importancia notoria, el cual forma parte del caudal colectivo de la herencia; es la tradición científica á cuyo engrandecimiento todos estamos obligados: Fórmanla diversos factores, los más de carácter histórico, relacionados con la manera de ser, desarrollo y adelantamiento de los pueblos, constituyendo su ordenado conjunto la base de la educación colectiva, reflejada de continuo en la educación indi;idual: las tradiciones constituyen algo de transcendencia suma cuando acertamos á escoger de ellas lo útil y provechoso, sin pretender conservarlas en toda su integridad I que entonces son perjudiciales. Conforme de las semillas escogernos sólo las dotadas de poder germinativo, así ha de hacérse la más exquisita selección de los elementos tradicionales I eligiendo los susceptibles de progreso, desdeñando los demás como verdaderos obstáculos opuestos al adelanto. Precisamente la Naturaleza con sus procedí mi en tos esto nos enseña, y la ciencia en los suyos, tan útiles en todos los órdenes, no hace sino seleccionar, aprovechando lo mejor, lo más apto para cumplir los fines de la vida. Abandonar las tradicio-

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nes en materia educativa .sería tanto como prescindir del carácter; vivir sólo de ellas, ligarse á ellas y no desprenderse de su influencia total, es renunciar al progreso, condenándose á vivir en estado de perpetua infancia. Son errores de monta creer que el carácter no se modifica ni se cambia el sentido tradicional de los pueblos, cuando ésta es la mayor obra de la ciencia, su excelencia mejor. Quizá hay en el hombre algo permanente, lo peor, la animalidad hereditaria; pero el carácter lo forman el medio y la educación, ésta sobre todo, dándole medios de combatir y vencer el nativo instinto; y de otra parte el trabajo, fuente de todo bien, la santa actividad empleada en el cono.c imiento positivo ele la Naturaleza, es la modificadora, la bienhechora de la humanidad redimida por su propio esfuerzo, libre ya ·del maleficio de la leyenda romántica, cada vez más apta para la vida, cada vez más digna de vivir; que éste es el premio de su trabajo constante invertido en perfeccionarse y mejorarse. Tristísima cosa es decir que en España no existe verdadero medio científico educativo, siendo la primera obra, nada fácil ciertamente, formarlo dotado de las condiciones - necesarias. De la herencia científica que debiera constituir su fondo, casi nada han dejado; ocultáronla de tal suerte las rutinarias escuelas, que es casi imposible dar con ella; y si aun fuera para aprovecharla, algo hubiéramos ganado; pero se complacieron en amontonar sombras sobre ella, rodeáronla de terrores, y con terribles infinitas penas conminaron á quien osara explotarla; maltrechos salieron de su empresa cuantos espíritus esforzados intentaron llegar al tesoro. Con empeflo tenaz se infundió el terror en el alma española; su actividad tornóse en quietud; de animosa volvióse tristísima; sólo vió negrurcls en torno suyó; adquirió la conformidad de la desgracia; y acostumbrándose á considerar la vida á modo de pena y ver en el trabajo

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Ún castigo, volvióse holgazana; no piensa, y en la holganza vive, abrazada á las tradiciones mal entendidas, sin parar mientes en su daño; ha dado albergue á las sombrías rutinas que sólo en la noche viven, y para la madre Naturaleza ni un dulce recuerdo queda en su memoria. Fué de tal suerte lo acontecido, que hasta parece que nunca hubo aquí ciencia, y diríase que los cerebros españoles jamás estuvieron conformados para pensar en ella, ni en ellos cupieron las grandes ideas que han transfory tan sepultadas tienen nuestras buenas mado el mundo; _, tradiciones científicas, que mejores y más completas noticias llegaron á nosotros de los tiempos antehistóricos que de investigaciones y trabajos ciemtíficos originales realizados en España casi en los promedios del siglo x1x. Y es la causa que nos pesan, hasta ahogarnos, otr;:is tradiciones sentimentales, la horrible herencia de la holganza, las malas enseñanzas que á tantos hicieron aborrecer la vida, odiar el trabajó, maldecir la actividad, dejando pasar b existencia en la inacción, no luchando sino en la fantasía con su puestos enemigos, de esos que no se ven ni se sienten, á no ser en aquellos estados morbosos que por herencia siglos enteros padecieron los españoles. Un primer trabajo, ciertamente muy fructífero en lo que á la educación científica respecta, sería el de depurar y seleccionar los elementos tradicionales, eligiendo los de positivo valor y utilidad inmediata, inquiriendo su representación y carácter, aquilatándolos y resaltando sus influencias; así pódría acaso reconstituirse la herencia en mal hora usurpada y retenida, invocando preferentes derechos, necesarias influ encías y cosa parecida á dirección y tutoría de menores, que sólo tenían apoyo en los superssiglos. ticiosos errores matitenidos y perpetuados durante I Algo se encontraría aprovechable en este olvidado fondo nacional, siquiera la constante protesta de los mejor avi-


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sados y el ejemplo de su firme voluntad; de todas suertes, formaría especie de elemento indígena hereditario del medio educativo. Gravísimo error cometería quien, intentando formarlo, despreciara lo tradicional, y su falta s.ería comparable á la del que, dándolo todo por hecho y acabado, admitiese la herencia conforme está, sin someterla á rigurosa crítica, á fin de elegir lo de ella aprovechable, no parando mientes en lo restante; de esto tenemos pruebas bien notables, y no en remotos tiempos. Basta recordar la esterilidad de cuanto se intentó en beneficio de la cultura científica en el último tercio del siglo xvm; aquel generoso movimiento, nunca bastante ensalzado, no pudo arraigar, por insuficiente preparación del medio; se prescindió en absoluto de lo bueno de nuestras herencias científicas, aunque de ellas sólo quedaran ligeros vestigios, y no hubo manera de enlazar con los elementos externos los propios de nuestras tradiciones; eran un capital muerto que no producía interés, un tesoro en parte dilapidado y en parte avaramente guardado, sin que la luz y el aire lo vivificasen un solo momento. En cambio otras veces, cuando quisimos transformarnos y adelantar, pusieron por dique á la avasalladora fuerza de la ciencia la tradición inerte, la tradición muerta, fría, inmóvil, esta tradición que es nuestra pesadilla, sueño negro tristísimo, inspirador del desprecio de la vida y del aborrecimiento al trabajo y á la actividad, para dejar transcurrir la existencia en la holgazana contemplación idealista, la peor de las enfermedades morales. De muchas maneras hemos perdido la herencia científica; representaba cierto capital; y lejos de aumentarlo ó de hacerlo producir, se ha gastado malamente, sin efecto útil de ninguna especie; el predominio de ciertas tendencias, cuyo primer dogma es la pereza intelectual, engendrada por el desprecio de la vida; este mantener el espíritu


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en continua esperanza de lo maravilloso; este no pensar sino en prodigios, completamente fuera de la ~ealidad, disfraces no más de la ignorancia, durante larguísimo tiempo alentada para asegurar el predominio de acomodaticias doctrinas, dieron al traste con todo el pensamiento español en materias científicas. Hemos vivido fuera del mundo, divorciados de la madre Na tu raleza; y conforme decaímos, en punto á gobierno y en achaques de política, muy á menos hemos venido también respecto de la ciencia, y sería preciso, para volver á educarnos en ella, reconstituir la perdida herencia, recuperar el elemento colectivo del medio científico, remozado y renovado, en términos que se parezca como cosa propia, aderezada á la moderna usanza, libre de aquellas fieras intransigencias que labraron nuestra ruina, ataviada con las inmortales galas de la verdad, á fin de que, sin trabas, pueda la engrandecida tradición ejercer su sano influjo, formando hombres que luego serán sabios investigadores; en tal sentido paréceme que algo muy útil pudiera ser aprovechado; por de pronto, es preciso tener presente cómo leer, escribir y contar fué declarado obligatorio para los españoles á fines del siglo xv, y que en España, aun antes que en Francia, donde tuvo su origen, fué enseñada la nomenclatura todavía empleada ahora en la Química. Importancia mayor que el elemento hereditario colectívo, aunque éste sea notable, tiene respecto del medio científico el elemento individual, este maravilloso esfuerzo, en cuya virtud, si bien en cierto modo nos acomodamos á él, sobre él reaccionamos; y sumándose muchos esfuerzos al mismo fin encaminados, se determinan sus variaciones y cambios, para contrarrestar las influencias de la tradición y sus tendencias á la quietud ó estancamiento; en tales _acciones y reacciones reside precisamente la vida de la ciencia y manifiéstase su'. vigor.

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, Ved cómo hay de una parte la natural resistencia de lo ya hecho, de otra parte el esfuerzo individual, este deseo de perfección y verdad , móvil interesadísimo de las acciones humanas, y decid si en la lucha entablada, de la cual es consecuencia el progreso, no se templa la voluntad, no se ejercitan todas las facultades, no se aprende á ser hombre, á vivir, á saber. Sólo el acomodarse al medio, el influir sobre el medio, constituye, á mi modo de ver, un gran principio 'de la educación ci~ntífica, y es de suerte que se funda en una tendencia muy de nuestro tiempo; la de transformar la labor individual incorporándola ó fundiéndola con el capital colectivo de la herencia, y es ello en sí mismo elevado ejemplo de desprendimiento; porque una vez dicha la idea, expuesto el pensamiento y conocido el producto del personal trabajo, de todos es y á todos pertenece, que la ciencia tiene toda esta eficacia, y de seguro más han hecho por la educación los principios de la Termodinámica ó los teoremas del Algebra que cuantas máximas morales han inventado los que no hallaron en el mundo cosas más útiles con que entretener el tiempo y pasar ·su regalada existencia. Algo muy importante, y que es labor de extraordinaria dificultad, se viene haciendo de años atrás para constituir el medio científico. Careciendo de elementos propios, búscanse ajenos, pidiendo á influencias externas lo que nuestras mal encaminadas iniciativas no pueden producir, y tenemos que el primer trabajo, en tal sentido realizado, fué el de vulgariza/ la ciencia, haciéndola asequible á todo el mundo, venciendo no pocas resistencias y perseverando en obra tan meritoria hasta conseguir hacerla amable é interesante. No constituye esto por sí solo el medio científico; mas lo prepara y contribuye, en mucha parte, á hacer de la ciencia una verdadera necesidad de la vida, que es el comienzo de su eficacia educativa; forma lo que


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pudiéramos llamar el ambiente científico, y acostumbra á la generalidad á interesarse en los ajenos trabajos de investigación, esperando conseguir algún beneficio de sus resultados; pues, vu lgai::izando la ciencia, se practica la ed ucación, y en realidad se cumple un fin social de carácter elevado. Habiendo perdido, para nuestro mal, la herencia, olvidando el pensamiento científico español y apartándolo de los naturales desarrollos que sin duda hubiera tenido, es menester realizar un doble trabajo que comprende estos dos extremos: reconstituir lo tradicional, aprovechando de ello tan sólo lo verdadero y prácticamente útil, y adaptar al medio nacional los bien elegidos elementos externos destinados á formarlo; ésta es la primera labor educativa de la ciencia, constituir el medio en el cual ha de desenvolverse, formar el ambiente de perfección, crear la necesidad de educarse, como único instrumento de vida. Debemos practicar, para conseguirlo, upa minuciosa selección de lo que nos ha restado de las buenas tradiciones, poquísimo, ciertamente, mas lo bastante en cuanto daría carácter y ciert~ necesaria 9riginalidad á la obra personal, y debemos, sobre todo, importar ciencia, ó, mejor diría, espíritu educativo: quizá resulta nuestra labor harto compleja, porque no se limita al esfuerzo individual que significa toda investigación en el orden de la ciencia, ni se concreta á manifestar su nota eminentemente educadora; es indispensable, además, hacerla efectiva, demostrando en la práctica su eficacia, y aparte de esto, como no hay medio al cual acomodarse, se ha menester formarlo, entablando formidable lucha con la holganza y la inercia, venciendo, por la fuerza, esta indiferencia de muerte, como ella fría y negra, adonde nos ha traído la c~rencia de educación científica, fomentada por el menosprecio de la vida y el considerar castigo el santo y redentor trabajo.

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Mas no -se limita á esto solo nuest~a ob~a; requiere aún el importar y acomodar los elementos externos; demostrar y enseñar la ciencia, vulgarizarla, haciendo entrar doq uiera su educador espíritu, compenetrar en ella nuestra acción, lograr que su sentido lo informe todo, constituirla en necesidad imprescindible; hacer ver, no tanto sus maravillas y progresos, como su utilidad moral y social, en cuanto proporciona, á la vez, mayores y más numerosas armas en la lucha por la vida y superiores elementos para lograr la venturosa paz de la conciencia, satisfecha de sus actos, siempre encaminados á la bondad y al bien. Preparado ha de ser el medio nacionalizando elementos importados, y así en los comienzos de la educación científica será menester adaptarnos, en realidad, á un medio en el cual no vivimos, hasta que, penetrados de su sentido, podamos apropiárnoslo, haciéndolo nuestro. De aquí la ne_ cesidad, para conseguirlo lo más pronto posible, de la co_ municación constante entre los investigadores y las multi_ tudes, sobre las cuales deben ejercer su benéfica influencia; nada de cuanto se haga debe permanecer limitado al círculo de los adeptos ; la obr~ de la educación es colectiva, á todos pertenece, constituye un capital común, del cual todos disfrutan, y aquí esta necesidad de participar de sus utilidades es mayor que en parte alguna, fuera de que nada hará resurgir la abatida alma española de su horrible le- targo, á no ser la ciencia con el poder de su fecundo sentido educativo. Trabajando en ella sin tregua, animosos, sin un momento de desmayo, teniendo presentes el supremo ideal de la verdad y el santo ideal de la patria, allegando propios y _a jenos materiales y adaptándonos á ellos, es como se podrá formar un medio adecuado, que es el primer elemento de la educación científica útil y positiva.

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Apenas establecida la influencia del medio, reconocidas las maneras de sus modificaciones y variabilidad, por reacción precisa del esfuerzo individual y determirtadas sus múltiples influencias en la educación personal y colectiva, es menester tratar de los procedimientos educativos, de los sistemas de enseñar á vivir, formando individuos verdaderamente aptos, á cada punto mejores y más perfectos; que la obra educativa es, en definitiva, la forma superior de la selección intelectual, moral y afectiva, y en ello reside toda ~u utilidad y excelencia. Tocante á los medios conducentes para lograr fines tan superiores, nada puede servir de norma como las ciencias de la Naturaleza, estudiando y enseñando la realidad pura, tan varia en sus determinaciones y tan una en su propia substancialidad. Si educar es enseñar á vivir, la vida misma, con sus continuados cambios, será el mejor maestro educador. Bieri se conoce, en este respecto de los métodos, la eficacia de la ciencia y la transcendencia de su carácter educativo; de suerte que podemos decir sin error que en los peculiares sistemas de investigar contiénense en realidad los procedimientos de educar, reducidos á acomodar todos lo~ medios al fin de la perfección humana mediante el continuado trabajo y la acción, siempre en ejercicio. En punto á métodos, los de la ciencia llegaron á ser perfectísimos en los tiempos modernos, y tan seguros sus resultados, que el indagar hechos poniéndolos en práctica, es ya averiguarlos y demostrarlos; pues fundados están en la realidad de los fenómenos y productos son, el más exquisito, de la atenta y activa observación de la Naturaleza. Consisten solamente, considerados en su mayor generalida4, en indagar los procedimientos en cuya virtud los hechos acaecen, y determinarlos estableciendo las más relaciones posibles de unos con otros, á fin de conocerlos conforme son, en conjunto y no aislados ó sin ningún género de trabazón,.


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antes por el contrario en íntimas conexiones de mutua dependencia, llegando á percibir, en su variedad indefinida, la unidad admirable, la suprema armonía que presiden al conjunto de la vida de la Naturaleza, de suyo tan ordenada y perfecta dentro de la misma complejidad de sus mecanismos. Ni se parte de ideales doctrinas formadas sin los precisos datos, ni de teorías generales ajenas á aquello que se ha de observar: el hecho, como representación cabal de la realidad, es lo que corresponde investigar; pero el hecho vivo, en funciones, mientras se efectúa, considerándolo manifestación y modo de ser de aquella unidad suprema y excelsa, y de este hecho impórtanos conocer cuanto sea dable para determinarlo, interesándonos mejor averiguar la manera ó mecanism9 á que obedece que el por qué y la causa, á cuyos extremos no podemos llegar y acerca de ellos sólo caben las hipótesis racionales que tanto contribuyen á los adelantamientos de la ciencia. Concreto, real, positivo, definido es el objeto de nuestras investigaciones, y de iguales caracteres han de participar los medios de practicarlas; por eso desechamos poi inútiles los conceptos abstractos ó absolutos, no nos sirven los sistemas fundados en doctrinas apartadas de la realidad de la Naturaleza, y otorgamos poco aprecio á las teorías establecidas sin tener en cuenta sus manifestaciones. Es bien recordar que, aun siendo su imprescindible material los hechos, es la ciencia armónico y ponderado conjunto de relaciones, leyes y doctrinas, no invariables, sino sujetas á los cambios, determinados por el más perfecto conocimiento de los fenómenos, consistiendo en esta incesante renovación su mayor progreso y la excelencia principal de los métodos de investigar, que permiten realizarlo de manera continuada; no de otra suerte procede la misma Naturaleza, produciendo sin cesar, transformando sus propias energías, cuya cantidad es invariable, en las múlti-


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ples y variadísimas formas de la vid~. Comprendido me·. canismo tan admirable, los procedimientos de la ciencia son reflejo de los suyos, á ellos acomódanse á maravilla y su desarrollo constituye una de las mayores obras que los hombres han realizado con su propio esfuerzo. Mas no sólo el sistema científico de investigar y la cloc. trina en él fundamentada aplícanse á descubrir y conocer los fenómenos naturales, utilizándolos de todas las maneras posibles en prodigiosas aplicaciones; su eficacia extiéndese á mayores cosas, y es incomparable su transcendencia en todos los órdenes; ninguna rama del saber á ella se ha substraído, y basta considerar cómo ha influido en la Historia, en las Ciencias Soéiales y en el Arte; ninguna disciplina de la vida ha dejado de ser_transformada en su contacto, conforme pruébanlo la Psicología y la Moral, cuyos progresos débense á los métodos de la ciencia natural. De la . propia suerte, no ya los principios de la ciencia de la educación, los procedimientos prácticos de educar, son de ellos consecuencia, en cuanto significan el gran trabajo, nunca terminado, de adaptarse al medio, utilizando debidamente el mayor número de elementos para influir en él, perfeccionando con la labor individual la herencia co• lectiva. Reside el carácter educativo de la ciencia precisamente en los métodos; lo que es en ella mejor y más perfecto, la labor humana por excelencia, y si bien se mira su fin, es el conocimiento integral de los hechos, encadenándolos mediante el conjunto de sus relaciones y no atendiendo sólo á determinado número de ellas, siquiera sean las más notorias. Partimos á la continua de algo dinámicó, que es siempre y sin cesar se transforma y modifica, implicando sus cambios, aun los más leves, otros semejantes en todo el mecanismo de la vida de la Naturaleza, en virtud de la gran ley de solidaridad de sus manifestaciones, y no ha-


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biendo en realidad separación entre los hechos, ni aislamiento de ninguno de ellos, sólo las necesidades del estudio hacen que se les señalen límites puramente artiffciales, cuando su distintivo es la continuidad y su carácter la per~ manencia de los cambios; sus variaciones lo son sólo de cantidades, y de ello mismo se origina la cualidad que los sirve de marca y es nada más que forma de la cantidad. Aparecen en tal sentido los métodos de la ciencia como procedimiento para determinar números, ó, mejor diré, valores; pues los fenómenos son términos de la indefinida serie de las transformaciones de la energía: en esto estriba el método científico, conforme se entiende y practica ahora, encaminándolo al conocimiento real y positivo de las cosas, estableciendo entre ellas el mayor número posible de relaciones. Demuestra á cada momento la práctica, con el testimonio de los grandes investigadores, cómo el sistema es la mejor disciplina de la voluntad, la norma perfecta de la vida; puestas en ejercicio nuestras facultades todas, encaminándolas al mismo fin, aprovechados los elementos del bien dispuesto medio, utilizando los de la herencia, luego de seleccionados, que en esto consiste al cabo el método positivo de la ciencia, se consigue conocer los hechos y de camino realíz'ase el fin práctico de la educación integral utilitaria, consistente en poseer y manejar, con la perfección posible, el mayor número de armas para el fin humano de la lucha por la vida, mejorando sin cesar sus condiciones. Estriba, en mi sentir, la superioridad en todos los órdenes de los pueblos más prósperos en lo intelectual, lo moral y lo social, en haber aplicado á la educación integral de las multitudes los fecundos métodos de la ciencia. Reconocida su eficacia, demostrada su transcendencia, muy particularmente en la formación de las nuevas ciencias sociales, fueron utilizados en todo linaje de enseñanzas, desde las

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elementales á las superiores, con esta grandísima ventaja: no consiste la instrucción en aprender enorme suma de hechos, fárrago inútil, peso abrumador de la memoria, sino en conocer métodos, rnanej arios y servirse de ellos de manera ~decuada en la vida; se enseñan métodos, que son instrumentos de conocer, excitando la vocación y disciplinando la voluntad; á la iniciativa propia de los individuos corresponde aplicarlos en cad~ caso, y así conocen los hechos por sí mismos, los descubren y analizan en la realidad, los ven en función y no por relato ajeno, que nunca lleva el . convencimiento al ánimo; no se trata de repetir, sino de hacer, y así basta guiar, enseñar el camino, mostrar el manejo de la herramienta, dejando libres las iniciativas individuales, luego de bien adiestradas. Gobierna. el mundo la acción, que es forma de la vida, y para la acción y la vida real y positiva es menester educar á los individuos .y á las colectividades; no se trata de hacer sabios, es menester formar hombres, ·que de ellos saldrán los sabios y los investigadores, y el problema no se resuelve rellenando á la faerza los cerebros de cosas inútiles y de pormenores que sólo en la realidad es posible apreciar, dándoles su verdadero valor, á la continua producto de las circunstancias externas; se resuelve educando· voluntades, instruyendo en la realidad mediante los sistemas de la ciencia y teniendo presente que la instrucción debe ser siempre j ante todas las cosas educativa; al cabo instruir es enseña.r á vivir, y no he menester demostrarlo con razonamientos, que á la vista tenernos magníficos ejemplos de la eficacia social de los procedimientos científicos erigidos en el más práctico sistema educativo. N ótase prontamente, estudiando los fines y sistemas de la educación científica en todos sus desarrollos , cómo el método y el medio se relacionan, habiendo entre ambos términos esenciales mutuas influencias. Cuando el medio


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no es propicio, ni está coordinado con determinado género de cultura, es imposible el planteamiento de novísimos y adelantados métodos, y esto explica, en cierta manera, la esterilid~d de muchos esfuerzos generosos y de intentos admirables, no pasados de tales por virtud de las resistencias del medio, del cual forma parte la rutina, tan perniciosa en la obra de la educación. De su parte los procedimientos pueden mejorar los medios, influyendo en sus elementos de manera beneficiosa, ayudando á depurar la herencia colectiva: en ello se copian los mecanismos de la Naturaleza que en su evolución producen las formas de la vida, á cada punto más perfectas, combinando _los términos esenciales de la selección encaminada á asegurar la preponderancia de los organismos mejores, probados ya en la lucha y cuyas influencias . en los otros son notorias. Lo propio debe acontecer en la educación científica, cuyos métodos se encaminan á enseñarnos á utilizar las energías colectivas y las individuales en provecho de todos, desenvolviend? juntas las facultades intelectuales y afectivas, que sin cesar se perfeccionan, sintiendo y obedeciendo el soberano influjo de la ciencia para realizar sus progresos. Fecundo en sumo grado el sistema, no se concreta á formar las inteligencias disciplinándolas de manera adecuada para hacer investigadores¡ sirve para instruir, enseña el cacamino de saber, aplicándolo de manera adecuada . conforme á las condiciones individuales¡ pero _al mismo tiempo educa, y esto constituye lo mejor y más práctico de los métodos científicos. En sus relaciones con el medio, contribuyen grandemente á mejorarlo, .y en tal sentido se puede decir que representa la educación la parte más útil y provechosa derivada de los perfectos métodos de la ci~ncia. Otra excelencia suya, y no de las menores, señalaré todavía, y ·es q.ue su in.fluencia no ha menester ser de prop'ósito busc·¡ da; se sienten -sus efectos como los dei calor ó la


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luz sobre los seres, ó los del medio material respecto de ciertas funciones de la vida; no es menester buscar de propósito el sano influjo de la ciencia y de sus métodos, ni para educar-se se necesita ser investigador. De la propia suerte tampoco se ha de pretender acomodarlos, de buenas á primeras, amoldándolos á un medio en el cual sin la debida preparación no encajan; que ni la educación en su sent{do integral, ni los procedimientos· científicos son artificios de mayor ó menor ingenio, flexibles en términos de adaptarse á cualesquiera género de medios y medidas; mas, en cambio, quien penetre su sentido, logre apropiarse los elementos de su utilidad y consiga acomodarse á ellos, pronto se sentirá apto para la vida, digno de vivir en la armónica plenitud del desarrollo de sus facultades todas_, alcanzando, por su propio esfuerzo, aquellos grados de perfección moral que constituyen el mayor fin humano: es así la autoeduca~ión una de las grandes ventajas· de la ciencia. , Viendo en qué consiste, nótase que es yma forma superior de adaptar á un medio pe!"_feccionado las cualidades individuales, en virtud de continuadas operaciones que representan, en definitiva, el trabajo total de quien, animado de exquisito espíritu de perfectibilidad, pone firme empeño en realizarla, venciendo todo linaj~ de resistencias. Hay que experimentar las influencias del medio, elegir de ellas las convenientes acomodándolas á las necesidades del individuo, reaccionando luego de continuo para mejorarlas, encontrando en este cambio, imagen de la v·i da, los elementos de vivir, ó sea el fin práctico de la educación en todos sentidos encaminada; pues <le no desenvolver por igual y al mismo tiempo cuantos elementos residen en individuos y colectividades, bien poca cosa valdría; acaso formaría meritísimos especialistas, cada uno con su particular dirección única, mas no hombres aptos para la vida.

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Beneficio es éste de tal cuantía, que otro mayor no podría prestarlo la ciencia, ni á más útiles fines aplicar sus principios y métodos¡ su eficacia no necesita encarecimientos, que es patente en los adelantos logrados, por los cuales es fácil colegir cuánto han influído en los adelantos morales los progresos realizados en otros órdenes, gracias á las peregrinas invenciones, hermosos productos del trabajo y del ingenio humanos. Cuanto al valor educativo de sus procedimientos, es tan fino y elevado, que consintió llegar á las alturas ahora alcanzadas respecto de los modos de realizar la vida, pues el espíritu de la ciencia y el sentido de sus procedimientos á todo llegan y en todo han penetrado¡ 'Como medios de indagar la verdad, y como instrumentos de integral y práctica educación, no los hay semejantes, en cuyo respecto compréndese que su eficacia transciende á los superiores fines de la vida, logrando producir en ellos beneficiosas influencias. Principalmente los métodos de la ciencia, llevándonos á conocer la realidad de los hechos, conduciéndonos hasta penetrar el mecanismo de los fenómenos de la Naturaleza, enseñan á vivir¡ modifican de continuo, siempre mejorándolas, las nativas cualidades, y además prestan nuevas armas, adiéstrannos en su manejo, hasta el punto de poder decir, tocante á los beneficios y utilidades de la educación científica, que por ella, como labor de selección rio interrumpida, se forman hombres nuevos y más perfectos. Juzgado así el alcance educativo de los métodos científicos, véase cuánto difieren del sentido para nuestro mal. dominante, en cuya virtud quieren separarse el instruir y el educar¡ se intenta hacer estas dos funciones aisladamente, como si la última no fuese esencial en todo linaje de enseñanza, y aun luego, en los grados elevados de ésta, se le aparta de cuanto pueda unirle al sentido moral y afectivo, limitándola á un formalismo quietista y contempla-

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tivo, inerte, frío, estéril, ~uando es la vida con sus incesantes cambi?s el modelo de toda enseñanza, y sus fines superiores consisten en los medios para realizarla. Aquí, ocupados durante larguísimo tiempo en practicar la selección al revés, empeñados en conservar lo malo é inútil · de las tradiciones, románticos enamorados de un ideal, confundimos lastimosamente los términos: todavía limit_amos la educación á simplicísimas reglas de urbanidad y determinadas máximas de moral casera y aco~odaticia; instrnímos luego,. haciendo aprenderá medias, no la ciencia, sino varios libros que tratan de ella; cultivamos sólo la facultad auxiliar de la memoria, y nuestro fin redúcese á prepa~ar funcionarios; no se extiende á formar hombres, cuando el opjeto de la educación científica es dotar á los ind~viduos de tal suma de condiciones, que puedan utilizarlas en vivir ?in necesidad de pretender ser funcionaric;>s, Tratar d_e ~onseguirlo por los ca'm inos que aho~a llevamo~, ~~rig_olo por imp~sible; la estéril práctica de tanto tiempo lo demuestra asimismo; es menester cambiar qe métodos, forma_n do á la ve~ el criterio verdadero y positivo de la utilidad, que es en definitiva el objeto supei-io~ de la educación; criterio tan equivocado en nosotros, que pocas gentes . aciertan á entender Jos aprovechamientos r~ales de determinados estudios, y así encaminan cuantos se hacen, derrochando sin fruto las energías juveniles, á prop<?rcionar la cultura deficiente exigida por el Estado á sus funcionarios; este error, ·perpetuado á través de _tantas generaciones; el . desprecio que ha inspirado l:a positiva, el desdén con que se ha mirado fa Nautilidad . turaleza, y los empeños puestos en separarla de lo moral y afectivo, inspirados acaso por tener en poco la vida y ver en el trabajo castigo y no deber, trajéronnos al presente estado de ~uina·, del ~ual sólo un supremo esfuerzo de la voluntad ha de sacarnos.

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Ni de las leyes, aun siendo las más sabias, ni de los arreglos de las enseñanzas los más perfectos, vendrá el remedio; todo estriba en los métodos y en el sentido de la educación científica, en los procedimientos reales, no en las teorías abstractas de formar hombres; no en enseñar á medias muchas cosas de dudosa utilidad práctica, sino en enseñar á vivir y á utilizar la vida. Figura Gcethe, que fué gran educador, en uno de sus cuentos, á los hijos de Megaprazonte llevados en velera nave en demanda de admirables magníficas islas, alentados con la esperanza ,de hermosos descubrimientos, alegres, seguros de la vida, creyendo poseer sendos tesoros en los toneles de la bodega, bien repletos de dinero; ya adelantados en la navegación, deciden abrir, conforme á l~s instrucciones del padre, la carta que éste les diera; por ella se enteran de que en los toneles no hay dinero; quedábaselo el padre hasta saber que eran ·dignos de la fortuna; y la carta contenía tal suma de bellos pensamientos, de cariñosas exhortaciones, de reflexiones prácticas, que cada uno de los hermanos pasó mentalmente revista á las riquezas morales que poseía; no había terminado la lectura y los propósitos del padre estaban ya cumplidos. Comunicáronse sus proyectos, formaron sus planes, sintiéronse fuertes con sus propios recursos, y aquél fué, de seguro, el mejor rato que en su largo viaje pasaron. Que este ejemplo, de tan bella manera utilizado por el mayor poeta alemán, sirva para expresar todo mi pensamiento tocante al sentido de la educación científica, en cuanto proporciona al individuo los medios de conquistar y aprovechar los tesoros de la vida.


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DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. JOSÉ ECHEGARA Y

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Señores:

Cumplo la obligación que impone la costumbre, y que antigua y buena amistad me impone á la vez, contestando al notable qiscurso del nuevo académico D. José Rodríguez Mourelo. · Pero nuevas costumbres, y ejemplos recientes y dignos de ser imitados, me aconsejan que la contestación sea breve; y, por otr~ parte, natural es que en estas solemnidades el puest,o de preferencia sea para el nuevo académico. Cumpliré, pues, la honra que se me dispensa; pero la cumpliré con brevedad suma. Uno mi aplauso e~tusiasta y mi sincero elogio á las sentidas frase,s que el Sr. Rodríguez Mourelo dedica á la memoria· del Sr. Becerro de Bengoa. El Sr. Becerro de Bengoa f1:1é un hombre de ciencia de incansable actividad; fué un profesor ilustre, un propagandista de brillantes cualidad~s, de los que saben descender de las cúspides aristocráticas á los democráticos llanos del saber, contribuyendo poderosamente á la cultüra general. Era, á más de esto, un alma nobilísima y un hombre de elevados sentimientos. Trabajar siempre, trabajar con fe y con entusiasmo, ha-


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cer amable la ciencia, procurar la regeneraci6n de la patria en el orden intelectual, pensar más en el provecho ajeno que en el suyo propio 1 tener siempre por norma la verdad y el bien, ¿ qué más se le puede pedir á un s¡bio y á un ciudadano, ni qué empresas hay más dignas de respeto y de aplauso? De la biografía del Sr. Becerro de Bengoa 7 de su brillante carrera, ?e sus notables trabajos, de sus nobles esfuerzos, ya os ha dicho el Sr. Mourelo cuanto yo pudiera deciros. La Academia toda, y yo con ella, pagamos justo trÍbuto de simpatía y de respeto á la memoria del que fué nues;tro querido compañero. El Sr. Mourelo es otro trabajador infatigable de la Ciencia: ama, como su predecesor, la verdad; la busca con afán incansable en el campo d~ la experiencia; sus trabajos son numerosos, son importantes, y andan esparcidos por muchas revistas y peri6dicos de España y del extranjero. Dar cuenta de ellos en este momento no sería oportuno: abrumarían á los que no conocen la Química, y les son familiares á los que á la Química se dedican. Además, el Sr. Móurelo, como el Sr. Becerro de Bengoa, es gran propagandista de la Ciencia, y, sobre todo, de sus aplicaciones á las industrias químicas: labor interesante y utilísima de que estábamos bien necesitados hace algunos _años, y por la que ~1 nuevo académico es digno de toda simpatía. Yo no he de exaltar sus cualidades, porque sería ofender su modestia, y porque sería trabajo de todo punto inútil. El Sr. Mourelo es bien conocido de cuantos en España se dedican á las ciencias físico-químicas. Debo limitarme, pues, á un afectuoso sah1do en nombre de la Academia, que espera mucho, ciertamente, de su


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relativa juventud ( no de todos nosotros se puede decir otro tanto), de su claro talento, y de su actividad infatigable. Y aquí podría terminar mi tarea, y aquí debiera terminarla; pero entre la antigua costumbre y los nuevos moldes que se preparan para los discursos de contestación, los cuales es de presumir que sean cada vez más reducidos, hay un período intermedio, que es el período en que estamos; y en éste de transición algo tengo que agregar, siquiera por cortesía, sobre el tema que el Sr. Mourelo desarrolla en su discurso, que en rigor no es otro que éste: acción educadora de la Ciencia. Terna importantísimo que el • nuevo académico desarrolla extensamente con su probada energía, con su entusiasmo acostumbrado, y con su amor á las nuevas doctrinas y á los nuevos métodos de enseñanza: la Ciencia, afirma nuestro compañero, no sólo hace sabios: hace y debe hacer hombres. Sobre todo esto nada tengo que decir, porque en su parte general el Sr. Mourelo ha agotado la materia en lo que á este instituto científico corresponde. Me limitaré, pues, á indicar algo sobre otro problema, que se enlaza íntimamente con el que ha discutido el nuevo académico, y en verdad con gran fe en sus ideales, y hasta, si se me permite la palabra, con amplio espíritu innovador, aunque no de los que puedan infundir temores. Ahora bien, el problema que yo planteo, y en que bre-: vísimamente voy á ocuparme, puedo formularlo de este modo: ¿ Qué debe proteger más una nación, la alta Ciencia, la Ciencia pura, ó la Ciencia práctica y de aplicación inmediata á la Industria? Todo espíritu imparcial ha de convenir en que ambas son necesarias, de suerte que no se trata de proscribir á ninguna de ellas, sino de saber á cuál debe darse la referencia en cada momento y en cada país, y en qué proporción deben distribuirse los sacrificios por una y por otra.

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Y no pretendo tampoco resolver la cuestión; me propongo tan sólo salir al encuentro de ciertas corrientes, que creo funestas, en favor exclusivo de las Cie?cias aplicadas, y con hos~ilidad mal encubierta contra la alta Ciencia, ó sea la Ciencia pura. Sobre este punto me limitaré á unas cuantas observaciones; que, por lo -demás, el problema tiene demasiada importancia para ser discutido de pasada y en algunos brevísimos párrafos: advirtiendo, ante todo, que yo, bajo la denominación de Ciencia pura, comprendo lo mismo la parte teórica que la experimental. En resumen, para mí, Ciencia pura es la que busca la verdad por la verdad, sin fin utilitario inmediato. Sin preámbulos ni preparaciones: expondré mi opinión. Yo creo que la Ciencia pura es necesaria, es imprescindible, es fecunda, y que sin ella las Ciencias de aplicación se empequeñecen, ~e esterilizan, se cierran en mezquinos horizontes, y acaban por la más triste rutina y por el empirismo más lamentable. La Ciencia pura es la fuente que da alimento al río; es la nieve que allá, en los picachos de la montaña, parece blancura muerta; y que, sin embargo, al contacto de la madre tierra, se ablanda y se derrite y por misteriosos conductos viene á alimentar la fuente que alimentaba al río. La Ciencia pura es la nube que cruza por las altas regiones de la atmósfera, unas veces majestuosa y sombría; otras veces con chasquidos de tempestad, si el rayo anguloso la cruza; y no pocas vistiéndose con celajes de oro y grana, cuando el sol la enrojece y la dora. Pero esa nube que allá, en lo alto del cielo, parece indiferente á las cosas de la baja tierra, y sólo preocupada de lucir sus vistosos colores, es la que se deshace, ya en lluvia, ya en nieve; y, ó bien directamente nutre las corrientes de agua, ó


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se cuaja en las cumbres para engendrar después los manantiales y dar á los rios riquísimo caudal. Suprimid las nubes, suprimid las nieves, suprimid las fuentes, y el río será tan solo árida rambla, ó surco de polvo y guijarros; y no más agricultura, ni más cosechas, ni más mieses doradas, ni más alegres huertas, ni más palpitante vida. Pues una relación análoga tiene la Ciencia pura con las Ciencias de aplicación: faltando aquélla se esterilizan éstas. Las cuales son necesarias, ¿ quién puede dudarlo?, porque están más en contacto con el hombre y con sus necesidades: á ellas se debe directamente la espléndida civilización moderna y las mil maravillas de la Industria. ¡ Hay que cegar para no verlo! Y así, dejad correr los ríos, pero no sequéis las fuentes ni pretendáis barrer las nieves en las soberbias cúspides de las grandes cordilleras; y soberbias cúspides de grandes cordilleras son las altas creaciones de la Ciencia pura. Parece que éstas son imágenes, mas yo creo que son demostraciones; y si el trabajo no fuera tan árido y tan largo, podría analizar cada ciencia de é!,plicación, cada industria moderna, cada invento de los que más asombros causan y más prodigios realizan, y convertiría ante vosotros en realidad lo que parece, en el anterior símbolo, fantasma agigantado de la imaginación. Sólo un ejemplo para concluir y para completar mi pensamiento; pero cuenta que como este ejemplo me sería fácil presentar otros muchos. Conocidas son las admirables teorías matemáticas de Maxwell, forjadas por aquel genio poderoso para armonizar los fenómenos de la luz con los fenómenos de la electricidad y aun con los del magnetismo. Teorías geniales que no llegan á la perfección científica,


- -52 que se fundan en atrevidas hipótesis, que han sido objeto de severas críticas, que encierran en sí extrañas contradicciones, y de las cuales ha hecho el eminente matemático . francés Mr. Poincaré un detenido análisis en su gran obra sobre la electricidad y la óptica; pero qll:e así y todo, y •á pesar de sus imperfecciones, representan un gran esfuerzo y un gran progreso, y que, sobre todo, han sido fecundas en consecuencias y en descubrimientos. Admirables, sí, pero pertenecientes á la Ciencia pura; ajenas, al parecer, á toda aplicación prácfica: juego de hipótesis y de cálc~los matemáticos en el concepto de muchos, y tan separadas de toda aplicación industrial como lo está el cielo de la tierra; como separada está la nube que, según decíamos antes, cruza por las altas regiones de la atmósfera, del hilo telegráfico que va á ras· de tierra apoyándose en uno y otro poste, jalones de la moderna civilización. Ahora bien, estas teorías plantean y pretenden resolver, aunque no lo consigan en absoluto, un gran problema: la unidad de la luz y de la electricidad, expltcando de paso y por fórmulas sencillísimas aquella coincidencia extraña entre el número que representa· la velocidad de la luz y el céleb1 e coeficiente que se encuentra en las experiencias sobre las unidades eléctricas. Pasaron años, y nadie sospechaba, ni físico alguno, ni acaso el mismo sabio inglés antes citado, que llegaría un momento en que las ideas abstractas del cálculo matemático pudieran tomar carne, por decirlo de este modo, en una admirable aplicación industrial. Pasaron años, repito, y un célebre físico, cuya· muerte prematura deplora la Ciencia, el físico Hertz, realizó sus ·admirables, sus inmbrtales experiencias sobre la vibración eléctrica, engendradora de las ondas hertzianas; las cuales vm1eron á colocarse como nuevas notas en la escala de 1


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- 53 las vibraciones luminosas. Ondas anchas, mucho más anchas que las ondas de la luz, pero gozando de las mismas fundamentales propiedades que éstas, como se demostró experimentalmen te. Todavía estamos en la región de la ciencia pura, aunque hemos descendido de las abstracciones matemáticas á la parte experimental. Como si dijéramos, desde la nube que pasa cargada de vapor, á la nieve que almacena agua congelada en los picos y crestas de la montaña. Y sigo con el símbolo que antes presenté. Pues aún en estas experiencias se ofrece otro concurso singular, de sorprendente concordancia, entre las teorías matemáticas más abstractas, la de las cantidades imaginarias quiero decir, y la realidad palpitante de la N aturaleza. La existencia de las ondas hertzianas supone el movimiento ondulatorio de la electricidad en el aparato de Hertz. De tal suerte que, si el movimiento es de descarga continua y no afecta por lo tanto la forma ondulatoria, las ondas hertzianas no existirán. Por el contrario, para que el vaivén de la chispa eléctrica, ó, si se quiere, el movimiento ondulatorio, se establezca, es preciso que se realice cierta desigualdad entre la resistencia, la capacidad y el coeficiente de autoinducción. Y precisamente esta relación es la necesaria para que una ecuación de segundo grado, que es fundamental en el problema, tenga sus raíces imaginarias. Lo cual se comprende, porque las exponenciales imaginarias, que dan la solución, se expresan por líneas trigonométricas, y éstas llevan consigo la periodicidad. Resultado digno de notar:se y que nos permite afirmar, con afirmación casi paradójica, que el telégrafo sin hilos no existiría si no existieran las cantidades imaginarias. De todas maneras, y prescindiendo de sutilezas, el he-


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cho anterior n:os prueba, _que las ciencias Matemáticas, con sus abstracciones puramente ideales, se acomodan y ajustan á la Na tu raleza y á la realidad, y expresan sus leyes por signos y símbolos, que admirablemente las representan. En todo caso, vemos cómo la ciencia pura, después de haber dominado en las regiones más altas, desciende fecundísima á los hechos concretos y á las aplicaciones prácticas y útiles para la vida de las sociedades humanas. Más aún: porque la evolución, en este ejemplo que presentamos, no ha terminado todavía. Un sabio francés (y de otros también se habla), estudiando en ~u gabinete fenómenos eléctricos, sólo por amor á la Ciencia, sin mira utilitaria de ningún género, halló un fenómeno que podemos describir de este modo: Si el conductor que une los dos polos de una pila se interrumpe por un tubo, en el que previamente se ha coloca·do cierta limadura metálica, la corriente queda interrumpida. La limadura metálica es mala condu~tora de la electricidad. Haber sustituído esta masa pulverulenta á un trozo de cqnductor, es como haber cerrado una llave cortando la corriente de la pila. Pues bien: si á la masa de granillos metálicos llega una onda hertziana, la masa en cuestión adquiere uná conductividad que antes no tenía, y la corriente de la pila se restablece. Si acto continuo se da un golpe en el tubo, los granillos vuelven á su estado primitivo, cortánd,ose de nuevo la corriente eléctrica. Este experimento, ya lo hemos dicho, es de Ciencia pura. Será curioso, será digno de estudio, provocará numerosas hipótesis, engendrará teorías; pero, al pronto, no parece que haya de tener otra utilidad para el hombre, que la de satisfacer esas sublimes curiosidades, que engendra el amor á la verdad.

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El que no atienda más que á las aplicaciones prácticas, á la maquinaria maciza de un taller, á la perfección de una palanca, á la forma más ó menos adecuada de una válvula, á los mil pormenores del trabajo humano en su parte material, creerá que estos esfuerzos de la Ciencia pura, ya sea ideal ó teórica, como en las teorías matem áticas, ya experimental, como en el fenómeno · que acabamos de des~ribir, son puramente estériles para la verdadera práctica de la vida y para las necesidades de la raza humana. Matemáticos escribiendo ecuaciones, soñadores buscando raíces imaginarias, sabios haciendo saltar chispas eléctricas de una á otra esferilla metálica, ó arreglando y desarreglando granillos de metal para que pase ó se interrumpa la corriente eléctrica, ¿ qué beneficio pueden proporcionar á las sociedades humanas en su vida ordinaria, qué dolor pueden aliviar, ni qué alegría pueden sustituir al dolor? ¿No parece aquí demostrado que la Ciencia pura vale mucho ménos que la Ciencia práctica, y que ésta puede pasarse sin aquélla, al menos pára las necesidades del pe· noso y prosaico vivir? Pues, sin embargo, de aquella Ciencia pura nace esta Ciencia práctica: todo se encadena, todo circula, todo evoluciona dentro de una gran unidad. Aquellos sabios, aquellos físicos, que buscan la verdad sólo porque es verdad, al encontrarla han enriquecido la alta Ciencia; pero á la vez han suministrado á la Ciencia práctica los elementos necesarios para que ésta realice una de sus más admirables creaciones, por ejemplo, la telegrafía sin hilos. Porque Marconi, joven inventor de gran ingenio, tomando el aparato de Hertz para transmisor y el aparato de Branly como receptor, y modificando y perfeccionando ambos aparatos por manera habilísima, habrá transmitido á


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centenares y á miles de kilómetros el pensamiento humano sin necesidad de hilos, ni de cables, ni de ningún conductor artificial. ¡ Los trabajos de la Ciencia pura, el éter del espacio y el indiscutible ingenio de un inventor, han bastado para realizar lo que antes parecía un sueño y ahora es una realidad asombrosa! Esta armonía y esta concordancia entre la Ciencia pur'a y la Ciencia práctica, que no es en el fondo más que la aplicación material de los grandes principios, de las grandes leyes y de los descubrimientos de aquélla, es más íntima y más profunda de lo que á primera vista pudiera creerse. Pongamos materialmente de manifiesto esta armonía y esta concordancia, ,siguiendo aún con el mismo ejemplo: en rigor, lo que vamos á decir ~s repetición de lo dicho, bajo otra forma. Figurémonos estos dos hechos que voy á señalar, y que á primera vista ninguna conexión tienen entre sí. Figurémonos, repito, por una parte un buque combatido por la tempestad y á mucha distancia de la costa, pidiendo auxilio y sin que nadie acuda á dárselo. Allí está sobre la hirviente superficie del mar, que amenaza tragar·10, y entre los furores del viento, que, con los del mar, se conjuran para destruirlo. Y en la playa ó en un puerto de refugio, gente que sospecha el siniestro, amigos quizá, quizá parientes de los que van en el buque. Dolor y desesperación de una parte, ansiedad y angustia de otra; y ninguna comunicación tienen aquéllos y éstos: el abismo del mar les separa, el cielo tempestuoso les separa otro tanto: dos abismos. He aquí un hecho tristísimo, y acaso trágico, que se habrá repetido millares y millares de veces, y que seguirá repitiéndose.


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Pues volvamos la vista al retiro del sabio, al gabinete del físico. Parece que nada les importa, ni del dolor humano, ni <le los furores del Océano. Un sabio está escribiendo fríamente, tranquilamente, unas cuantas fórmulas; otro sabio está entretenido en hacer saltar chispas eléctricas y en ver, por medio de espejos rotatorios, si son continuas ó si son oscilantes, y poco después prepara en un tubo unas limaduras metálicas. Esta es la Ciencia pura, al parecer sin sensibilidad y sin entrañas. Para una persona de carácter superficial que pudiera observar estos dos hechos á la vez, ó que en su imaginación pudiera forjarl_os, no existiría lazo de unión entre aquella escena de muerte y e3ta labor científica. Ni al náufrago, pensaría él, le importa que pueda haber sabios que estudien y trabajen, ni los sabios acompañan en sus angustias á la gente del buque que se hunde, ni á la gente de la playa que se acongoja. Y, sin embargo, por misteriosa armonía, que casi siempre late en el fondo de las cosas, á pesar de mil discordancias traidoras y bullangueras, aquellos sabios trabajaban para la salvación de náufragos. Y muchos siniestros futuros podrán evitarse con los, al parecer, desabridos trabajos de la Ciencia pura; porque cálculos y experiencias descubrirán la telegrafía sin hilos; y los buques en alta mar, á través del espacio, podrán ponerse en comunicación entre sí y con los puertos y las playas. Como este ejemplo pudiéramos citar otros muchos. La Ciencia pura, cada vez es más grande y más fecunda: cada vez es más admirable la Ciencia práctica; pero hoy los grandes inventos no pueden prescincir de aquélla. Y no se hable de la casualidad. La casualidad no basta, y, sobre todo, la casualidad no es fecunda si los que han de utilizarla desconocen las grandes leyes de la Naturaleza.


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Poco importa, para nuestro caso, que la semilla tenga fecundos gérmenes de vida; porque si es verdad que cayendo en terreno abonado podrá desarrollar sus energías internas, si cae en roca árida y dura, sobre la roca morirá por falta de jugo: la casualidad, viniendo á dar en cerebros inertes, es estéril: pobre y solitaria semilla sobre roca · pelada. Así lo han comprendido las grandes naciones, las cuales atienden con igual afán á la Ciencia elevada y pura, que á la que hemos llamado Ciencia práctica, ósea la que aplica los descubrimientos de la primera á los problemas industriales de la segunda. Que la enseñanza es una de las grandes funciones sociales, y que la Ciencia es la gran educadora de la raza humana, como sostiene con severa lógica y buenos argumentos el Sr. Mourelo en su discurso, paréceme cosa evidente. Si el hombre no hubiera de ejercitar su razón, no valía la pena de que· fuese ser racional: con el instinto le bastaba. Pero la enseñanza tiene muchos grados, como tiene muchos grados fa Ciencia. Desde lo más elemental, desde saber leer y escribir, que es el grado ínfimo, hasta cultivar las ramas más elevadas, la escala es extensísima, y para que de esa gama broten verdaderas armonías sociales, es preciso no desdeñar ninguna nota, ni las más bajas de la escala, ni las más sobreagudas. · La primera enseñanza es, pues, necesaria. Lo es la segunda como ampliación de la primera. Hoy la Ciencia debe llegar á todas las artes y á todos los oficios, porque cada vez el trabajo humano va siendo menos mecánico y más espiritual: y así la maquinaria llega á la tijera y al martillo; la electricidad llega al arado; las fuerzas naturales vencidas y domesticadas sustituyen al músculo; y en el trabajo humano:, al sudor de la fatiga se va sustituyendo la fatiga

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-del cerebro, que no deja de ser fatiga, ¡ y á veces qué mortal! ¡ y cómo consume vida! ¡y en una .sola noche de meditación ·años de existencia!, pero que es mil y mil veces más fecunda que aquélla. Y así, la enseñanza de las Ciencias va creciendo de gra-do en grado hasta llegar á las sublimes regiones que exploró Galileo y en que se agitó la inteligencia de Newton. No excluyo ningún grado de enseñanza, no suprimo ninguna región de la Ciencia, ni la más modesta, ni la más aristocrática, porque estas predilecciones serían, á más de injustas, fatales. La predilección por los grados inferiores degeneraría en una especie de jacobinismo científico, sería el estancamiento de la civilización; y, en cambio, el desdén si§temático por las enseñanzas de los primeros grados fuera privar á la falanje de sabios, que trabajan en las regiones de la Ciencia pura, de lo que pudiéramos llamar el reclutamiento natural del ejército civilizador. Creo, pues, que es importantísimo el tema elegido por el Sr. Mourelo, que es de actualidad, y que encierra problemas difíciles y de transcendencia suma; pero, ya lo he dicho, no puedo tratarlo en esta rápida contestación más que señalando hacia algunos puntos del horizonte. Ya el Sr. Mourelo ha desempeñado esta tarea, animado <le nobles deseos y de generosas aspiraciones. Debo, pues I concluir, y concluyo como empecé, saludando afectuosamente, en nombre de la Academia, á nuestro nuevo compañero, y expresando la esperanza, que á to-dos nos anima, de que el Sr. Mourelo, con su reconocido talento, su saber reflexivo, y su nunca vencida actividad, ha de contribuir grandemente al lustre de la Corporación que hoy le recibe gustosísima en su seno, y al buen nombre y al adelanto de la ciencia española.



DISCURSOS LEÍDOS ANTE LA

REAL ACA_DEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES

EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA

DEL

EXCMO. SR. D. JUAN NAVARRO REVERTER el día 6 clo llayo 1lc 1894.

MA.DRID .-1894. IMPRENTA

DE

LUIS AGUADO

8 -Pontejos-8.



DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. JUAN NAVARRO REVERTER


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TEMA: LO INVISIBLE Y LO DESCONOCIDO.

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I Obligado comienzo de todos los trabajos al presente semejantes, es el tributo rendido á la memoria de nuestros predecesores en esta sabia Academia. Tradición ciertamente digna de la perpetuidad que alcanza; porque, además del inefable consuelo que vierte en nuestras almas, el elogio póstumo, sólo verídico y sincero cuando se escribe en el día de las justicias, presenta, como espejo de enseñanzas y como faro de navegantes en los mares de la vida, las virtudes y los merecimientos, limpios y expurgados de toda debilidad terrenal y pasajera, que enaltecieron y honraron en vida á tan ilustres varones. Al cumplimiento de tan piadosa obligación he de consagrar las primeras palabras de este mi insignificante trabajo reglamentario, que á las copiosas generosidades de vuestra inagotable benevolencia confío. * * * Corría el verano de 1873. Sucedíanse en Viena los Congresos especiales y las excursiones científicas que completaban el copioso caudal


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de estudio reunido en aquella memorable Exposición U niversal. Cierta noche, cuyo oportuno recuerdo acude á mi memoria, se verificaban las experiencias de un faro eléctrico, y á presenciarlas acudí, cumpliendo mi deber de Secretario del Jurado español. La producción de la luz eléctrica comenzaba á entrar en una fase industria:!, Las corrientes de inducción, estudiadas por Faraday, Becquerel, Lentz y Felici, y traducidas en ingeniosos aparatos por Clarcke, Nollet, Ruhmkorff y Ladd, incubaban los actuales dinamos; y el problema, científicamente resuelto en cuanto á focos voltaicos, carecía aún de realidades prácticas en cuanto á producción eléct~ica, regularidad y divisibilidad de la luz.-Estas cuestiones, y otras muchas con ellas enlazadas, estudiábamos en compañía de los inteligentes electricistas que dirigían aquel hermoso modelo de faro, cuando llamó mi atención y excitó mi curiosidad un caballero, todavía joyen, de aspecto simpático, porte militar, fisonomía despierta, sombreada por espeso bigote, mirada viva y penetrante, quebrada por el cristal de los anteojos; el cual caballero, hablando correctamente francés, aunque con el imborrable acento del extranjero, asediaba implacable con sus acertadísimas preguntas al Ingeniero constructor de aquel invento. Tengo yo para mí, al revés quizás de lo que piensa la generalidad de las gentes, que es el arte de preguntar uno de los más difíciles en el trato del mundo, y el que más pronto denuncia la inteligencia ó la ineptitud de quien lo practica. Por eso me sorprendió el raro acierto de aquel curioso~ que evidenciaba maduro talento y cabal conciencia del asunto. -¿Quién será ese extranjero?-pregunté á D. José Emilio de Santos, mi cariñoso amigo, entonces Presidente del Jurado, que tantos servicios prestó á España en las Exposiciones y en la Administración pública.


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-¿Cómo extranjero?-me contestó.-Ese es uno de los españoles de más sólida instrucción que tenemos hoy. Es inspector general de Ingenieros de la Armada, jurado como tú, y que acaba de llegar de España. Es el General Nava y Caveda. Efectivamente: el curioso del faro era, á través de algunos lustros transcurridos, el joven alumno de la Escuela del Ferro! que, mediando el siglo actual, mereció por sus brillantes dotes ser comisionado para estudiar en Lorient y en Brest las construcciones navales de Francia; el docto profesor de la Escuela Especial de Ingenieros navales; el inteligente comandante que desarrolló la aplicación de la hélice como propulsor; el jefe de nuestra Comisión de Marina en Inglaterra, donde . recogió los primeros elementos de la gran transformación experimentada por la arquitectura naval desde los tiempos de la guerra de secesión en la América del Norte; el consultor técnico que en Hacienda y en ·Fomento ilustraba las complejas cuestiones del derecho diferencial de bandera y de las industrias nocivas á la salud· y á la seguridad públicas; el diligente brigadier que recorría en I 870 los arsenales, astilleros y establecimientos industriales de Europa, estudiando los medios de acometer ~n España la construcción de esas colosales fortalezas flotantes de acero que en nuestros días son aún gigantescos enigmas blindados, en los cuales acumula la ciencia de la guerra todos los prodigios del ingenio humano y no pequeña parte de los tributos naciónales; el general, en fin, presidente de la Junta Especial de Construcciones navales; que acudía á Viena para estudiar los progresos de blindajes y de cañones en la imponente Exposición de Krupp. Diez y seis años transcurrieron todavía desde aquella noche hasta el día, para la Patria nefasto, de su muerte; y ni uno solo se interrumpió la cariñosa amistad que en-


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tonces inauguramos con mutua simpatía, y por mi parte con merecido respeto, no exento de justiciera admiración. Llegaba el General Nava y Caveda á la época de la vida en que la madurez del juicio sazona sus frutos. Ante su mirada investigadora habían nacido, crecían y se desarrollaban las curvas del progreso náutico, cuyas coordenadas había él seguido paso á paso, con ventaja para España y con gloria para nuestra técnica naval; su saber y su ciencia resplandecían en los más altos Cuerpos consultivos del Estado. Modesto sin hipocresías; llano sin estudiados fingimientos; sabio, pero no arisco; abarcando en su potencial entendimiento variadas materias, así resolvía un intrincado problema de construcción naval, corno escribía una obra sobre el Imperio del Japón (r ); así deducía los elementos de una curva de resistencia, como pronunciaba un profundo discurso en el Congreso de los Diputados acerca del proyecto de Código de Comercio; así acudía al estudio d~ la Economía industrial, como dedicaba sus desvelos á la Piscicultura (2). Poco afecto. á la notoriedad y muy devoto del trabajo, fué su vida una afiligranada y utilísima labor, ni interrumpida ni debilitada, que dejó huellas p erdurables de su clarísimo entendimiento, de sus copiosos conocimientos, de su severo y hondo juicio. En la Junta Superior Consultiva de Marina, en el Consejo de Gobierno y en el Centro Técnico de la Armada, lo mismo que en el Parlamento, en la Comisión de Aranceles y en el Consejo Superior de Agricultura, Industria y Comercio, tuvo su opinión la influencia que una recta intención y un probado saber acaparan siempre.

Noticias sobre el Imperio del japón. (2) Consideraciones sobre la pesca del salmón en España, y legislación especial que debe regir dicha p esca. (1)


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Acertados anduvisteis vosotros, Sres. Académicos, al abrirle las puertas de esta sabia Corporación en 1874; y lástima fué que las múltiples tareas facultativas que por aquel tiempo asediaban al General Nava y Caveda le impidieran escribir la oración de ingreso que, á modo de salvoconducto, exige nuestro Reglamento para que vuestra designación, siempre honrosa, alcance estado definitivo. U no de sus biógrafos, el galano y erudito autor de las Disquisiciones náuticas, que componen doce volúmenes interesantísimos; el discreto cronista de la Historia de Zamora; el concienzudo compilador de los estudios sobre Colón; mi excelente amigo D. Cesáreo Fernández Duro, dice que ya tenía hilvanado su discurso, el cual habría versado sobre la «Historia del arqueo de las embarcaciones desde los tiempos más remotos hasta el Congreso de Constantinopla, en que se adoptaron reglas uniformes de aplicación universal para el objeto». Lleno de vida le sorprendió en mal hora la muerte, privando á la Patria de un hijo insigne, á la Marina militar de un jefe eminente, al Cuerpo de Ingenieros de la Armada de una legítima gloria, á esta Academia de un in<lividuo de raro mérito, y á cuantos su amistad honraba de un afecto tan leal y tan cariñoso, como cariñosos y lealísimos fueron sus sentimientos todos en el curso de una vida ennoblecida por el trabajo y rodeada de la aureola de consideración que el mundo sólo otorga á quien la tiene en constante lid ganada y con exceso merecida. Con este tristísimo accidente quedó sin presentar eldiscurso del Sr. Nava y Caveda, y por ello véome ahora obligado á cumplir el piadoso deber de dedicar á la memoria de su insigne antecesor, el ingeniero ilustre Don Lucio del Valle, unas palabras que, aun poniendo en ellas . todo el_cal?r _de mi entusiasmo, ha,brán de pareceros páli-


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das y frías· para .Académico que tan raras prendas compendiaba y poseía. ***

Alumno procedente de la Real Academia de San Fernando y aprovechadísimo de la Escuela de Caminos, allá por los años de r834; profesor en ella, antes de abandonar los bancos del discípulo; ingeniero novel y entusiasta, comienza su carrera de aplicación resolviendo un problema práctico que ha inmortalizado su nombre, con justicia esculpido en los sillares del soberbio puente que aprisiona las aguas del Cabriel, en la carretera que enlaza la hermosa Valencia con la Corte española. Consiste el famoso paso de las Cabrillas en unas abruptas montañas, cuyas escarpadas laderas abren honda sima al río que entre ellas se despeña turbulento y ansioso de romper su pétrea cárcel. Habían fracasado todas las tentativas para hallar la bajada al río y su cruce en buenas condiciones; péro D. Lucio del Valle la encontró muy apropiada, tras largo estudio y prolijos ensayos, probando así que la ciencia del ingeniero vence los obstáculos que á la obra del progreso oponen no pocas veces las formas gigantescas, bruscas é indomables de la cort~za terrestre. Concluído tan difícil camino, fué llamado para formar parte de la Comisión que había de cambiar las condiciones higiénicas de Madrid con la traída de aguas del Lozoya. Ni las cifras por escuetas, ni los hechos por difíciles de abarcar, pueden dar cabal idea de la influencia que el nuevo abastecimiento de agúas ha ejercido en el desarrollo y engrandecimiento de la Corte española . Sería preciso comparar en una fotografía el Madrid de los años 40 al 50, tan primorosamente descrito por el genial Mesonero Romanos en sus sabrosas Escenas matrite 1ses, luego ampliada~ en las escogidas Memorias de un setent6n, y el Madrid 1


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de I 893, para formar juicio del prodigioso progreso en estos últimos cuarenta años realizado. Uno de los elementos que más poderosamente lo han determinado ha sido la conducción de las aguas potables, que ya hoy resulta incompleta y deficiente. De esta obra importantísima fué principal ejecutor nuestro laborioso ingeniero. De sus cálculos y de sus croquis salieron la presa del Pontón de la Oliva, el artístico acueducto de las Cuevas, y las obras todas de la ladera de Patones. Bien merecían los trabajos asiduos, la labor inteligente y la incansable diligencia del Director del Canal la gran cruz de Carlos III y la carta autógrafa con que la Reina Doña Isabel II le honró cuando, en el memorable día de San Juan de 1858, llegaron al depósito del Campo de Guardias las aguas que traían entre sus ondas transparentes salud y riqueza al viejo y atrasado Madrid de nuestros abuelos. En estas creaciones del sabio ingeniero imprimía sus gustos artísticos el concienzudo arquitecto, y bien lo demostró en la reforma de la Puerta del Sol, cuyas condiciones de viabilidad, cuya traza original, y cuya sencilla decoración, atendidos los puntos forzados del problema, fueron la solución más feliz que por entonces podía imaginarse. De haberse completado el proyecto con el ensanche, la reforma y la prolongación de las diez grandes vías afluentes, y con densas plantaciones lineales de arbolado que dieran recreo á la vista, protección al cuerpo durante el verano, y aire puro en todo tiempo, es probable que la creación de Valle y de sus inteligentes compañeros no se hallara hoy profanada por una bárbara irrupción de vehícttlos americanos que, sobre convertirla en lugar de peligroso tránsito para el viandante, afean el porte decoroso y aun aristocrático del Madrid central. No impedían tan grandes obras al docto inge~iero cul-


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tivar las bellas artes y las altas ciencias en esta Academia y en la de San Fernando, ni ocuparse de proyectos relativamente más menudos, como el del faro de las Bocas del Ebro, y otros propios de su carrera, que con tanto amor profesaba.- La Dirección de la Escuela de Ingenieros de Caminos fué el último puesto oficial que desempeñó al desaparecer de entre los vivos, diez y nueve años hace. Frío y sin calor, como es este esbozo de las altas cualidades de aqu,el sabio ilustre, basta, sin embargo, para comprender que el nombre respetado de D. Lucio del Valle ha atravesado los dinteles de la Historia patria, que lo lle vará entre sus páginas á la posteridad, como grabado está en las dovelas de sus bóvedas, que lo llevarán hasta las edades venideras, formando el pedestal de su merecido renombre y de su justa fama.

** * Llenados ya estos piadosos deberes con los que fueron nuestros maestros y nuestros amigos y son en vida mejor, hállome ahora, Sres. Académicos, confuso y aun acongojado para cumplir el precepto reglamentario que me obliga á discurrir cortos momentos acerca de cuestión ó tema que presente algún interés.-Con sinceridad, exenta de hipócrita modestia, os confieso que semejante tarea es en la actualidad pesadumbre abrumaaora para mí, ya que las angustias del expirante plazo dentro del cual escribo estas líneas me impiden convertir mi atención, con la intensidad, la calma y el reposo por tan arduas materias requerido, á un estudio del cual pudiera sacar algún fruto digno de este centro de sabiduría y de vuestra probada c1enc1a. Pero la necesidad es, según Condillac, la maestra del hombre, y ella me escude en el temerario propósito de

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decir algunas palabras, falto de tema · menos inútir, acerca de LO INVISIBLE Y LO DES.CONOCIDO. Acaso de este modo queden castigadas las excesivas generosidades que, nublando por esta vez vuestra justicia, otorgaron el honor de sentarse entre vosotros á quien carece de títulos para merecerlas, ó, si por suerte los tiene, están tan ocultos que, de seguro, son para todos invisibles y desconocidos.

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Labor empeñada del hombre, desde que los primeros destellos de la razón iluminaron su entendimiento, ha sido, y de seguro lo será hasta la extinción de la vida humana sobre e1 planeta, penetrar los misterios que rodean lo desconocido, romper las obscuridades que envuelven lo invi. sible, llegar con la percepción y con la inteligencia á la posesión total de la verdad. Caminando de victoria en victoria, ganando cada día nuevas posiciones dentro del campo de lo desconocido, forma su botín el opulento caudal de las ciencias modernas; y el espíritu humano, avaro de los tesoros acumulados á través de los siglos, se regocija al contemplar la obra esplendorosa de sus descubrimientos y de sus progresos. Pero cuando las frialdades de la reflexión le inclinan á meditar sobre la inmensidad de los terrenos todavía no descubiertos en ese dilatado continente de lo invisible y de lo desconocido, bien pronto siente que, cuanto más avanza en los caminos del progreso, más parece que se vayan alejando su término y su fin, semejantes en su movedizo retroceso á los engañosos espejismos del desierto, que enardecen el deseo con sus ilusiones ópticas, para castigarlp mejor cqn sus crueles deseng~ños. Mas no por, .eJlo siente


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el espíritu humano desmayos que fueran inexplicables cobardías; antes, por el contrario, cada descubrimiento agiganta sus fuerzas y afirma su valor para seguir luchando sin tregua contra los obstáculos que avaloran sus triunfos. Desde que el primer albor del saber iluminó débilmente las orillas del Ganges, hasta la nebulosa de descubrimientos que nos envuelve en los presentes momentos, siempre la investigación de lo invisible y lo desconocido ha concentrado los empeños vitales del hormiguero de generaciones humanas que ruedan de polo á polo, como polvo desprendido del movimiento de las edades. Las ansias ardorosas de contemplar lo invisible, el eterno a.guijón de descubrir lo desconocido, son, en formas múltiples y variadas , ya morales , ya intelectuales, las pasiones que arrastran la humanidad á las luchas de la existencia. Y así como, en el largo batallar de los ejércitos que dirimen por las arm~s las contiendas de los hombres, el guerrero más valeroso, de triunfo en triunfo, se acerca á las divinidades bélicas, así también, en el perpetuo combatir de la inteligencia contra lo desconocido, el hombre, acumulando descubrimientos y sumando verdades, se acerca á Dios, verdad infinita. Esto es lo único permitido á su naturaleza; y, más aún, á esto viene obligado por la voluntad creadora que rige los destinos del Universo. Sin saberlo, y acaso sin quererlo, su propio instinto, una fuerza misteriosa é incontrastable, nacida de lo íntimo de su propio ser, le arrastra á sus atrevidas incursiones entre las obscuras nieblas de lo desconocido y de lo invisible, desde el instante mismo en que sus facultades imaginativas é inteligentes llevan al laboratorio del entendimiento los fenómenos del mundo real en que el ser alienta. Cada triunfo alcanzado es una verdad conocida, una aplicación descubierta, una noción aclarada, un concepto fijado, un frag-


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mento añadido a. la majestuosa figura, perpetuamenfe mcompleta, de la verdad absoluta. Abarca la interesante historia de estos incesantes combates de la humanidad contra lo invisible y lo desconocido las páginas inmortales de las ciencias todas; y así llenan sus relatos las bibliotecas del mundo, como las aplicaciones útiles del botín conquistado rodean de maravillas y de prodigios la vida del hombre. Por eso rayara en los lindes de lo ridículo, ó tocara en las fronteras de la demencia, el solo intento de presentaros un cuadro de los triunfos obtenidos por la razón, por la intuición ó por la casualidad sobre lo invisible y lo desconocido; pero como en la serie, apenas interrumpida, de los progresos humanos ha sido preciso agrupar y élasificar racionalmente las verdades probadas, según su índole, para formar las ciencias, y con ellas sus métodos de investigación, á un relato somero de estas conquistas del saber y del carácter de los conocimientos modernos, con alguna ligera consideración acerca de su influencia en los destinos de la humanidad, voy á limitar mi superficial y breve estudio sobre lo invisible y lo desconocido.

III Términos relativos del lenguaje ordinario, conceptos delineados sin exactitud por la Filosofía, son lo invisible y lo desconocido: ideas generales de extrema subjetividad, tan difíciles de precisar, como fáciles de comprender. Incapaz de servisto, se define lo invisible. De otro modo, según nuestro lenguaje, es invisible todo aquello que no tiene capacidad ó aptitud para ser visto. ¿Pero es que los astros que se ven y que se estudian ahora, merced á un pedazo de cristal interpuesto entre el ojo y el objeto, han


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perdido la incapacidad ó la aptitud de ser vistos con la feliz combinación de Galileo? ¿Es que los pequeñísimos seres que en incontables miriadas pueblan todo cuanto vive, antes desconocidos é ignorados, con mengua de su maravilloso número, han adquirido una capacidad, una aptitud más, una propiedad nueva, la de ser vistos, con el invento del microscopio, tan ajeno á ellos? ¿Es que la carrdente atmósfera del Sol, irresistible á la vista desnuda, ha cambiado su esencia, se ha humanizado, y consiente ya en quedar representada en los admirables cuadros polícromos del análisis espectral de Kirschoff y Bunsen, hoy al alcance del más modesto gabinete de Física ?-Pues si todo eso y otras cosas, en número extraordinario, eran antes invisibles para el ojo humano y hoy las ve todo el mundo; si en · nada han cambiado, porque fuera de ellas, y sin relación alguna con ellas, se han procurado los medios de percibirlas, ¿á qué achacarles una incapacidad fugitiva y accidental, que ni es propiedad interna ni externa de su ser? ¡Cuántas cosas juzgamos hoy incapaces y aun imposibles de ser vistas, que mañana se admirarán en todo su esplendor! ¡Cuántas otras creemos ver ahora que no existen! ¿ Acaso los colores que adjudicamos en nuestra sensación interna á los objetos son verdad, son realidades tangibles, tienen existencia propia, ó son solamente modalidades dinámicas de las ondas luminosas producidas al herir la retina, esto es, cosas que carecen de existencia real en el sentido vulgar? ¿No vemos hoy astros que han desaparecido del lugar en que nuestra· vista los coloca? Con más razón decimos.que es desconocido lo ignorado, lo no conocido antes.-Aunque la vaguedad misma de la definición demuestra la dificultad de precisar los límites (fines) del ~oncepto.-Siendo la definición una explicación de la cosa definida que debe expresar todo lo que hay en . ella, pata ser complet,a y na_da _má_s, . pa~a_ ~o s~r_redunda~te, . . . ~

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sucede aquí que ni la explicaci6n es completa, ni siquiera parcial.-Pero, con todo ello, es preferible á la de invisible. Dij éramos que invisible es lo no visto todavía, y tendríamos más raz6n que si, por analogía, expresáramos que desconocido es lo incapaz de conocerse. Esta definici6n sería en parte cierta si por incapaz de .conocerse tomáramos lo incognoscible, lo que jamás el hombre conocerá. Pero como hay en lo actualmente desconocido mucho que puede el hombre conocer y que continuamente descubre, está bien puesto el adverbio. Se ve, pues, c6mo lo invisible y lo desconocido en el mundo real tienen caracteres comunes de contingencia que los apartan y los separan de las ideas precisas, determinadas, invariables, cabalmente por lo mismo que la condici6n, la capacidad, la aptitud de ser visibles 6 conocidos no reside en los objetos materiales mismos; no es una facultad de ellos, sino una condici6n externa, ajena á su índole y á su esencia; accidental, y en muchos casos pasajera. Donde esta analogía de concepto acaba, comienza la divergencia entre lo invisible y lo desconocido. Porque visi6n y conocimiento, visibilidad y, cognici6n, son ideas y producen efectos esencialmente distintos. Refiérese la visión á representaciones sensibles de la materia, mientras que el conocimiento se eleva á las representaciones intelectuales del entendimiento.-Conduce la visibilidad, como fen6meno fisiol6gico, á la noci6n de verdades reales ú objetivas, mientras que lleva la cognici6n, como funci6n exclusiva del entendimiento, á conocer verdades subjetivas 6 formales. Ver y conocer son facultades de muy diversa índole. Ver es una funci6n de sensibilidad que nos pone en comunicaci6n con el mundo real y corp6reo, como oir, como tocar, como oler, que no pocas veces completan 6 substituyen á la visi6n.


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Conocer es una función del entendimiento que lleva á las alturas superiores del mundo intelectual, y no puede ser substituída por otra alguna. Ver es facultad de los sentidos, limitada á lo que existe. Conocer es facultad inteligente, indefinida, extendida á cuanto puede existir. Ver es el principio de conocimiento; la percepción que enseña, que muestra, que retrata, pero neutra, reducida á condición imaginativa, física, sin afirmación y sin negación. Conocer es un acto que prepara el ejercicio del juicio inteligente, la actividad que afirma ó niega, y, enlazando una cosa con otra, deduce, juzga, raciocina, crea. De aquí las categorías distintas de ambas funciones, imaginativa la una, jntelectual la otra; limitada la primera, como reproducción de objetos reales encerrados en la materia creada; infinita la segunda, como manantial inagotable y perpetuo de ideas y de pensamientos esparcidos en el espacio indefinidb de las creaciones intelectuales. La verdad íntima, la verdad formal, no puede estar en la percepción, sino en el juicio; no está en la sensación, que es muda, sino en el entendimiento, que razona. De ahí la subordinación de la facultad imaginativa, ver, á la facultad intelectual, conocer. Sin embargo, para la escuela filosófica, especulativa ó crítica, que considera la experiencia como única fuente de verídico conocimiento, ver, esto es, la percepción, la sensación, la representación de la materia, es fundamental. Conocer, esto es, deducir, r:azonar, es una función de relaciones generales. Las evoluciones de la inteligencia humana para ver lo invisible y para conocer lo desconocido, las clasifican los filósofos en cuatro estados diversos. Dos de ellos son como términos extremos y absolutos: positivo el uno, la


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certeza; negativo el otro, la ignorancia. Entre ambos hay gradaciones de vacilación, inclinaciones hacia uno ú otro extremo, oscilaciones del espíritu, llamadas dudas. Se tiene certeza de alguna cosa cuando el juicio se conforma con la realidad: cuando la mente presta asenso firme, resuelto, decidido, á la cosa misma, ya se funde en su esencia, ya en la estabilidad de las leyes naturales, ya en la propia é íntima convicción del espíritu. Es un estado particular de evidencia, que aun Descartes admite como infalible entre sus perpetuas dudas. Ignorancia, cuando no tenemos noticia, conocimiento ó ciencia de una cosa. Duda, cuando el diligente y meditado examen de hechos y razones contradictorios mantiene el entendimient o en estado de indecisión, y el juicio suspenso entre dos resoluciones. Opinión ó probabilidad , cuando el examen de los diversos aq;umentos inclina la inteligencia á prestar su adhesión á una de dos proposiciones opuestas, sin que pueda resolverse en certeza por falta del perfecto conocimiento y convicción que ésta encierra. Pasar desde la ignorancia á la percepción, y de ésta á la duda; llegar al juicio de probabilidad y convertirlo en certeza: tal es el ciclo evolutivo del conocimiento en la conciencia humana. El vehículo principal de estas evoluciones es el raciocinio, por el cual inferimos una cosa de otra; y la forma de expresar el encadenamiento y el enlace de las razones es la argumentación. Conforme sean los objetos á que se pretende llevar el conocimiento, así son diversos los medios de llegar á la certeza; y de ahí los métodos diversos de raciocinio empleados para conocer lo invisible y descubrir lo desconocido. Ciertamente que ni el método, ni el raciocinio, ni tampoco la forma de argumentaci ón que lo expresa, crean las


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verdades necesarias, las cuales existen por sf mismas: cierto que son sólo medios auxiliares que el entendimiento emplea para llegará su conocimiento y á su certeza. Pero, aun subordinados á esta categoría intermediaria, es interesante conocerlos; y, al recorrer sus aplicaciones, seguir el proceso de la formación de las ciencias y del conocimiento de las leyes que rigen el mundo; que de este modo se ha conocido lo invisible y se ha descubierto lo desconocido.

IV

El afán de penetrar en lo invisible, el deseo de descubrir lo desconocido, han sido los orígenes naturales de toda ciencia. En el momento mismo en que el hombre pudo satisfacer las exigencias más imperiosas de su organismo, despertáronse en él, inquietos y_ vehementes, los requerimientos ardorosos de su investigadora curiosidad ante el espectáculo de la Naturaleza primitiva, en cuyo seno viviera. La primera pregunta que articularon sus labios, formulada por los asombros imaginativos de su espíritu, fué el primer problema de la Ciencia U ni versal. La primera respuesta verdadera dada por el entendimiento, fué también el primer destello con que la Divinidad iluminó la mente del hombre. Apagada la ígnea masa de la corteza terrestre por las repetidas irrupciones diluviales que en forma de bramadoras cataratas precipitaba la atmósfera de polo á polo, descansaba la Tierra de los cataclismos que, poniendo fin al período cósmico, abrieron el período geogénico. Esbozados apenas é inciertos los continentes, revolviéndose todavía el fuego interior para producir los levantamientos terrestres, aparecen veladas y tímidas, á manera de profecías misteriosas, las humildes criptógamas, que,


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con el rociar de los tiempos, preparan el desarrollo de la poderosa y gigantesca invasión de las fanerógamas, última y definitiva evolución del organismo vegetal. La vida llama á la vida. En sucesiva cadena evolutiva, cuyos eslabones son infinitesimales, como los puntos matemáticos de una hélice, brotan las alboradas de los organismos vivientes que preceden al desarrollo de la vida animal. Los mares inmensos, ya vestidos en su interior de dilatadas vegetaciones fucoides, se pueblan de extraños habitantes en incontables miríadas, y los bosques vírgenes de tierra firme se animan con la visita de sus huéspedes, en incesantes generaciones reproducidos. El equilibrio cósmico incuba, en períodos seculares, la progresión de los tipos vivientes, y la Na tu raleza llega á producir las formas gigantescas que surgen de las armonías evolutivas, cuando, súbitamente, nuevo cataclismo conmueve el mundo. Mal refrenados los ímpetus del calor central, ábrense paso á través de la corteza terrestre, y el planeta se transforma cambiando mares, sumergiendo continentes, y sepultando en los terrenos silúricos y carboníferos, tri_ásicos y liásicos, los bosques inmensos y los tipos colosales de aqµella vida planetaria. La Tierra ha cambiadq de faz. Comienza la nueva ontogonía. En el inmenso cementerio de las edades geológicas, tomos de su historia física cuyas páginas son los pisos, quedan guardados en pétreos sepulcros los arquetipos que caracterizaban la vida orgánica de aquellos períodos. Los bosques carboníferos almacenaron en las entrañas de la Tierra tesoros de calorías arrancados al Sol para regalarlos generosos al hombre de las futuras edades; los tipos gigantescos del ictiosauro y del plesiosauro, del megaterio, del mastodonte y del ammonites, escondidos entre.los revueltos despojos de aquel cata2

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clismo, denuncian que las grandes formas y los grandes tipos, las especies colosales y los organismos gigantescos, vivían en instantes geogénicos y en continentes muy desemejantes y diversos del actual sistema de nuestro globo. Nuevo equilibrio inorgánico produce nueva vida vegetal, y después nuevos tipos zoológicos pueblan la Tierra. Así como el planeta ha recibido la última forma exigida por la estabilidad de sus elementos dinámicos, así también los continentes señalan barreras que los mares no atravesarán; las formas vivientes, producidas por la armonía de los efectos, se revelan en los seres actuales; y más tarde, cual último grado evolutivo, como suprema perfección, formado á semejanza é imagen del Creador, aparece el hombre, punto final de las evoluciones orgánicas en la vida planetaria. Ya en los bosques sombríos y misteriosos de la nueva edad geológica anidan sus temibles huéspedes; ya la pradera, engalanada con su verde alfombra, acoge regocijada el hato y el rebaño; yá la tierra, enriquecida con los jugos primígenos, aguarda la semilla para premiarla con generosa cosecha; ya, en fin, el hombre, en sucesivas etapas, pasa por los tres estados que señalan las jornadas de su progreso. Cazador valeroso, atraviesa un día las espesuras de la selva, persiguiendo la res para matarla con su flecha de piedra y devorarla en su salvaje festín. Pastor nómada, lleva de ladera en ladera la flotante tienda de su aduar para cuidar su ganado y recoger los despojos. Labrador in·c ansable, fija su vivienda y halla en la rudimentaria azada el instrumento de su redención por el trabajo. En estos tres primitivos estados del período histórico de la Tierra apenas si el espíritu humano comienza á sacudir su forzado reposo, porque las despóticas necesidades de la materia dejan en inconsciente holganza, y por largos períodos, las facultades maravillosas de su inteligencia.


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La aplicaci6n y el trabajo producen el bene:6.cio; su acumulación engendra el ahorro, de donde nace la prosperidad; y aquel que goza en el descanso la satisfacción de su previsora diligencia, fija su atención en cuanto le rodea, se asombra al contemplar el esplendoroso espectáculo de una Naturaleza cariñosa que parece acogerle como señor y dueño; una sed ardiente de descifrar tanto misterio le embarga, y arrastrado por curiosidad irresistible, impelido por fuerzas ocultas de su conciencia embrionaria, aguijoneado por el deseo de distinguirse entre los demás hombres, ansioso de una gloria presentida, sacude la letárgica somnolencia de su entendimiento, quiere elevarse á Dios para adorarle mejor, é interroga los testimonios mudos de su grandiosa Creación, avaro del concepto dela verdad que ha de iluminar su espíritu. De esta primera interrogación brota la Ciencia.

V A partir de este instante se abre una lucha perdurable, sólo por breves paréntesis interrumpida, entre el espíritu investigador del hombre y la resistencia que la Naturaleza opone á entregarle sus secretos. Las ideas sensibles de uno y de muchos, ó de unidad y de muchedumbre; del más y del menos, ó del aumento y óe la disminución; de parte y del todo, 6 de fracción y conjunto, engendran el concepto fundamental de la cantidad. Las ideas intuitivas de la sucesión de las sensaciones llevan á la noción del tiempo; como del cambio de lugar de los objetos brota la concepción del espacio. Cantidad y unidad, que abarcan la universalidad del mundo físico; espacio y tiempo, expresiones sintéticas del mundo real; y así se forma en los albores de la humanidad el cuadrilátero


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sobre el cual se asentarán ün día ·los fundamentos de la Matemática, ciencia de lo cierto, ciencia que abarca las leyes y mide los fenómenos del mundo físico. En el período primitivo, cuando sólo la intuición acude á las necesidades de la existencia, el perezoso rodar de la idea inicia empíricamente artes que la razón sublimará en ciencias. Mezcla confusa de- sensaciones torpemente transmitidas por los sentidos, y de ideas rudimentarias pálidamente esbozadas en borrosas representaciones, arrastra á la conciencia humana el hervor .le los apetitos sensitivos, más que la voluntad dirigida por la razón y por la moral. Para satisfacerlos estimula sus facultades inteligentes, y así lentamente, consumiendb largos períodos de tiempo en esta evolución inacab.áble, pasa de los fenómenos sensibles á las ideas puras, se eleva por la inteligencia sobre la materia, y halla en la razón la causa del hecho. El conjunto de lo particular y de lo individual engendra las leyes elaboradas por el entendimiento. La necesidad cÍe albergarse en viviendas sólidas que defiendan al hombre de las inclemencias airadas de los elementos, crea los rudimentos de la Construcción, aurora de la Mecánica estática. La necesidad de arreglar sus trabajos al curso aparente del Sol radiante, de enlazar estaciones semejantes, de relacionar análogos fenómenos, de medir y de dividir ese enigma siempre descubierto y siempre desconocido que llamamos Tiempo, inspiró al pastor de Caldea la observación de los astros; y de esa noción imperfecta brota más tarde la Astronomía. Barre periódicamente el Nilo las cultivadas llanuras, y borran sus ondas, enriquecidas con el limo, los lindes de las tierras que de nuevo hay que repartir; y esta necesidad origina la Agrimensura, sublimada después en la Geometría. Determinando la forma y los límites de la propiedad;


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midiendo el tiempo y la extensión; regulando las relaciones del cambio entre las asociaciones humanas y entre los individuos de la asociación; fundando el contrato social sobre la noción de la cantidad y del derecho, pasan las cienc'ias desde la aplicación que las inicia á la especulación que las razona; y estas abstracciones constituyen una categoría superior reservada á privilegiadas castas. Por eso, cuando la moral se determina en las creencias religiosas, la ciencia se encarna en los atributos más elevados del Sacerdocio. A medida que las investigaciones concretan su acción en puntos diversos, nacen ramas diferentes del saber que se entrelaz·an sin confundirse. El legítimo deseo de conocer la naturaleza del planeta que habitamos, da ori gen á la Mineralogía y á la Geología. Cuando se intenta determinar su forma, por espacio de 3 .ooo años oculta y desconocida, nace la Geodesia; si se pretende investigar, distinguir, agrupar los elementos de su espléndida envoltura vegetal, surge la Botánica; cuando se trata de registrar en un catálogo -los seres animados que la pueblan, de conocer sus costumbres, sus hábitos, su generación, se crea la Zoología; y el estudio del movimiento y del equilibrio de los cuerpos forma la Mecánica; y el conocimiento de sus cambios de estado constituye la Física; y el análisis de las alteraciones en su composición produce la Química; y así sumando particulares conocimientos, agrupando los hechos individuales, comienza á delinearse la ley de las cosas, y el conjunto de las leyes naturales va formando el caudal copiosísimo de las ciencias, botín ganado á lo desconocido y á lo invisible en la perpetua lucha de la investigación humana. Pero á la determinación de los principios de toda ciencia preceden sucesivas oscilaciones, dudas en el entendimiento, imperfecciones en la materia, omisiones ó vacíos


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en lo ideal y en lo real, que retardan su constitución definitiva. Así la Ciencia en sus albores es sólo suma y acopio empírico de hechos registrados, de demostraciones aisladas. Acude unas veces al método experimental, y llama otras veces en su auxilio los métodos racionales, incierta como está todavía de los procedimientos más seguros para llegar á la certeza, fundamento necesario de sus principios todos. Las verdades primeras subyugan con su claridad el entendimiento, y el asenso que á ellas se presta es el primer peldaño para llegar á la certeza ó á sus fundamentos. Los criterios de la conciencia y de la evidencia, en función de la actividad intelectual, enlazan las verdades derivadas con las primitivas, y su conjunto armónico, sus agrupaciones clasificadas, constituyen, al fin, las Ciencias. No se anda el difícil camino que separa las verdades axiomáticas ó conocidas de las verdades deducidas ó ignoradas, sin procedimientos de demostración, sin métodos de raciocini<;>; y en esta labor reflexiva recorre el entendimiento todos los términos de la serie creciente . del progreso, cuya inicial es la intuición, cuyo término es el concepto, y cuya razón cambia de valor según el estado de civilización que la humanidad alcanza en cada momento de su historia.

** * Tres épocas características bien definidas, tres senes crecientes con razón diversa, pueden distinguirse en el majestuoso proceso de la constitución de las Ciencias. En la alborada de la humanidad, apenas si en · el hombre existe algo más que la sensación, grado ínfimo y rudimentario del conocimiento, representación neutra y como maquinal de una parte del mundo exterior que hiere los sentidos todavía ineducados. Torpe ó perezosa la percepción . . difícil aún la trans-


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misión, incipiente la idea, apagado el entendimiento, la estética predomina sobre _la ideología, los fenómenos sensibles se desenvuelven en el orden real, y los fenómenos inteligentes comienzan débilmente su evolución en el orden moral. La enseñanza se concreta á lo particular, al hecho recogido, á la imagen reproducida; la asimilación es trabajosa, y á falta de pruebas, de experiencias, de elementos fundamentales, de conocimientos, de medios para llegar á los conceptos, la intuición domina el campo del único saber posible. A semejanza de las hermosas alboradas de la primavera, en que los suaves y tibios rayos de un sol riente, precedidos de las pálidas claridades y de los irisados arreboles de la aurora, <lisipan las tinieblas de la obscura noche, así la presencia íntima de los fenómenos internos despierta la conciencia, la percepción de las ideas inicia los actos inteligentes del juicio, y la facultad integral de conocer nace incierta y dudosa, y crece, se agranda, se robustece á medida que nuevos criterios afirman sus conceptos. En este período de oscilaciones y de incertidumbres, en esta primera jornada de la guerra contra lo invisible y lo desconocido, se desbordan y se exageran unas concepciones intuitivas por exceso de !realismo, y otras concepciones ideológicas por falta de realidad. Revuelta unas veces con las doctrinas religiosas, creando otras veces sectas filosóficas, comienza esta primera época de las Ciencias en las invenciones de la teogonía india, y acaba en la abigarrada explosión de las escuelas sabias de Grecia. Maravilla parece que la intuición de los griegos, llenando las lagunas, y aun los mares, que en el campo de la invec;tigación práctica dejaron la China y la India, los caldeos y los egipcios en las sucesivas transmigraciones del saber, así en los dogmas religiosos como en los científicos, alcanzara, en determinadas escuelas, una


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rara aproximación á la verdad, más tarde confirmada. No es menos singular el parecido que se halla en el fondo de casi todas las teogonías primitivas. En el Oriente de la vida humana, allá en la portentosa India, las doctrinas de la substancia única encarnada en Brahma, según el texto sagrado de los Vedas; la metempsícosis, como premio ó como castigo de las almas; las castas sociales, que descienden de los tres atributos de la Divinidad, representados por Brahma, Vichnou y Siva, es decir, la_s creencias de un Dios y de la inmortalidad del alma, diríase que son el patrón genérico de las creencias religiosas de los pueblos mayas, aislados y desconocidos por muchos siglos en el continente americano; de las incontables muchedumbres de la China, cuyos sabios Lao Kian, Lao-Tseu, Confucio y Meng-Tseu desenvuelven á su modo doctrinas de moral relativa; de los persas, cuya Biblia, ó Zend Avesta, fuera ó no de Zoroastro, reconoce asimismo un Ser Supremo, la inmortaJidad del alma, el principio del bien y del mal, con los ángeles de Ormuzd y los diablos de Ahriman. Gran caudal de noticias ha llegado á nosotros sobre las civilizaciones egipcias, de no igualada grandeza entre los pueblos de la antigüedad; pero las iniciaciones misteriosas de sus sacerdotes y el lenguaje simbólico de sus sabios envuelven, entre fundadas dudas, algunos conceptos de las ciencias allí profesadas con intensidad que todavía pregonan los asombrosos restos de su poderío. Como las aguas del Nilo llevaban en su seno la riqueza y la fertilidad, así las ciencias del Imperio de los Faraones, á pesar de sus misticismos religiosos, llevaron al mundo de los antiguos los más preciados tesoros del saber. Pitágora~ y Solón, Sócrates y Licurgo, Thales y Platón, los grandes filósofos que tanta gloria dieron á Grecia, en Egipto hallaron los tesoros del saber. Asombro causa la


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perpetua y real contradicción de un pueblo cuya casta sacerdotal monopoliza la Ciencia, la oculta entre las obscuridades del jeroglífico, la transmite por herencia como sagrado secreto, la disfraza y la envuelve con sus teogonías panteístas, ofreciéndola solamente al poder de sus reyes ó de sus guerreros cuidadosamente elegidos, y cuyo pueblo frívolo, embrutecido por el juego y los placeres, supersticioso, miserable, ignorante, incapaz de toda acción grande, vive sin ideas fijas sobre el decoro y la honestidad, adora los animales ó los frutos, se precipita alegremente á la muerte en los combates, y sepulta sedimentos de generaciones en el rudo trabajo de las Pirámides, levantadas á costa de incontables sacrificios humanos. Cultivadas por las castas selectas y poderosas, adelantaron mucho en Egipto las ciencias, señaladamente la Astronomía, la Geometría y la Medicina en lo re'ferente al arte de embalsamar, todavía admirado en nuestros días. La riqueza de los fenicios, debida al genio aventurero y emprendedor de aquel pueblo activo é inquieto, alimenta su ciencia en las direcciones prácticas de la Astronomía, de la Filosofía y de la Navegación. Copiosas muestras de su saber y de sus progresos, injustamente preteridos por el espíritu de la moda, á cuya influencia ni aun los serenos estudios de la Historia se substraen, nos han dejado Moscho el filósofo, creador, ó mantenedor al menos, de la doctrina atomística, opuesta á las lucubraciones teogónicas de Sanchoniaton, la invención de las letras, la aplicación de la Astronomía, y principalmente la observación de la estrella polar, y las artes náuticas y guerreras que le permitieron fundar, desde Tiro y León hasta Marsella y Cádiz, las más ricas colonias del continente conocido ( I ) . Pero donde se concentró el haz luminoso de los pro(1)

Estrabón atribuye también á los fenicios la invención de la Aritmética.


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gresos inteligentes de la antigüedad, donde la lucha contra lo invisible y lo desconocido arreció más, fué en Grecia, verdadero Olimpo de artes y de ciencias, de poesía y de elocuencia, cuyos inagotables tesoros de sabiduría, de inspiración y de enseñanzas históricas, políticas y guerreras bastarán para alimentar la curiosidad humana mientras exista el planeta. Más que la razón demostrando la ley del hecho ó la evolución del fenómeno, domina en sus variadas escuelas la intuición á manera de adivinanza, fruto de una viva excitación entre los espíritus emulados por las ansias del saber. Con tanta seguridad exponen doctrinas que, ante las dogmáticas afirmaciones de sus académicos y de sus filósofos, parece que lo desconocido llega ya á sernos familiar, y lo invisible se desvanece: tal es el poderío y la pujanza con que unos y otros encontrados pareceres deciden y resuelven acerca de las cosas divinas y de las cosas humanas. Hay solución y hay doctrina para todas las tendencias, para todas las aficiones, para todos los gustos. Desde Thales de Milete, fundador de la escuela jónica, hasta Zenón de Chipre, fundador de la secta de los estoicos, transcurren tres siglos entre disquisiciones filosóficas, en las cuales se exponen, se combaten y riñen batallas los más opuestos sistemas mitológicos y geogénicos. Es el agua para Thales el principio de todas las cosas, la substancia única; pero en su propia escuela jónica pone Anaxímenes en el aire la plenitud del ser, hasta que Anaxágoras, con mejor sentido, rectifica estas teorías panteístas. Florece con Pitágoras la famosa escuela itálica, donde se cultivan y adelantan prodigiosamente, en armónico consorcio, las ciencias matemáticas ( I ) y las ciencias psi(r) Estudiando la variedad y la profundidad de los conocimientos de Pitágoras, se comprende la admiración que sentían por él, no sólo sus discípulos, sino cuantos cultivaban su trato. Sin duda que sus viaj es por Fenicia y Egipto,


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cológicas, y brota por repercusión en Elea la escuela panteísta de Xenófanes, i=ntre cuyos sofismas se desvanece y se disipa , como tenue vapor, hasta la misma idea de la Creación. Menester era todo el raro saber de Sócrates para encauzar los extravíos de los escépticos y de los sofistas, cuyo espíritu disputador les llevó á proclamar con igual facilidad la absurda negación del mundo real que la errónea afirmación de la verdad en las sensaciones. i la materia ni la inteligencia resistieron á la labor del famoso filósofo griego, fundador de la sana moral que tiende á la perfección del hombre. Escultor en la primavera de la vida, modeló las tres Gracias; severo moralista, en la madurez de su existencia moddó la Filosofía que había de alimentar á las futuras escuelas, combatió la plaga de los sofistas, que tantos estragos causó en Grecia, y fué espejo de ciu· dad anos, soldado valeroso, recto m~gistrado, sabio maestro, apasionado del bien ajeno y de la majestad de su misión, santificada por una trágica muerte que sufrió con la valerosa y serena resignación del mártir ( r) .

por Caldea y Persia le habían iniciado en los ecretos del saber oriental; pero se reconoce el genio superior del filósofo de Samas en la unidad que dió á la ciencia adquirida. Su escuela comprendía cierta universalidad de conocimientos que asombra. Las teogonías sobre la ba e de la metempsícosis; su Géne is, donde la gran Mónada ó Unidad combinada con los número formaba los si temas binario, ternario y total del Universo; las Matemática , la Física, la Astronomía, la cual enriqueció, por intuición in duda, con la novedad del doble movimiento de la Tierra· la Música, ampliada con la armonía de las esferas celeste ; el canto, la poe ía, lo! elocuencia, todo lo abarcó, con superioridad digna de admiración, aquel genio de la antigüedad. Por esto se comprende el culto que le rendían sus discípulos, así los iniciados como los públicos, para los cuales la palabra del maestro era su dogma, ba tanda como demostración concluyente el conocido magi ter dixit. ( 1) Critican algunos, con notoria injusticia, la modestia de tan grandes é ilustres varones de la antigüedad, hallándola un tanto excesiva, hipócrita y como soberbia.-Antes de Pítágora llamábanse so.fios los sabios, de sofia, sabiduría.-El maestro de Crotona no quiso atribuirse la plenitud de la Ciencia,


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Tomando de las enseñanzas de Pitágoras la matemática que á las de Sócrates faltara, realizó Platón, en su Escuela famosa de Academia, la mara villa de resumir en su sana filosofía toda la sabiduría de la antigua Grecia.Los sistemas incompletos ó exclusivistas de Heráclito y de Parménides, los de Sócrates y de Euclides, hallaron en la Escuela de los Académicos la unidad y la armonía que les faltaba.-Na<lie como Platón sintió la idea de Dios; nadie como él explicó la perpetuidad de la materia y la inmortalidad del alma (r); ningún otro sublimó tanto las teorías morales; y á no profesar extra vagantes ideas comunistas sobre la organización social, habría merecido el dictado de Divino con que, por su talento singular y su no igualada belleza de lenguaje, le distinguieron los gnegos. A la Academia (2) sucedió el Liceo: tras del genio ary se contentó con llamarse.filósofo, esto es, amante de ella.-Estuvo sin duda alguna en lo justo. Aun siendo Sócrates el más elevado carácter de su época, y acaso el que mayor copia de saber reunía, confesaba frecuentemente su ignorancia, diciendo: «Sólo sé que no sé nada».-De este principio partía para discutir los sistemas en forma dialogada, de gran sencillez. Menester era toda esta humildad para refrenar el vanidoso orgullo de los sofistas, que pretendían saberlo todo, y alardeaban de e tar siempre preparados á discutir sobre cualquier linaje de conocimientos, sosteniendo de improviso el pro y el contra, como si fuese la Filosofía barro que se modela á gusto de quien lo paga.- i en lo tocante á la carencia de conceptos que semejante extravagancia encierra, ni tampoco en lo que se refiere á coijvertir las ideas en materia de especulación, se ha extinguido la escuela de los sofistas y de los escépticos. (1) Cuéntase que un entusiasta de Platón, llamado Cleombrato, habitante en la antigua Ambracia, ciudad del Espino, de pués Nicópolis y hoy Arta, exaltóse tanto al leer el libro en que el filósofo ateniense trata de la in~ortalidad del alma, que, ansioso de desprenderla de su cárcel de barro y de gozar vida mejor, subió á una muralla muy alta y se precipitó al lago, donde se ahogó. Ventaja no pequeña de nuestra actual civilización es no tomar tan á pechos las doctrinas que se leen aun en los mejores libros. (2) Es sabido que Platón, como Sócrates, enseñaba la Filosofía en forma dialogada, que permitía aclarar mejor las dudas y fijar las opiniones. Partiendo de la máxima que guió al segundo en sus estudios, sólo sé que no sé nada,


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tístico y poético de Platón, fundador de la Escuela de los Académicos, siguió el genio positivo y realista de Aristóteles, fundador de la Escuela de los Peripatéticos (r). Enla,i;ando el estado actual del alma con su estado anterior, arrastra á Platón su idealismo espiritualista hasta apartarse de las realidades positivas de .la materia; mientras que el filósofo estagirita, distinguiendo la sensación de la idea, deriva el conocimiento intelectual de la sensación, y examina las leyes del entendimiento, afirmando sus famosas diez categorías de formas universales, exhumadas como novedad por la Filosofía de nuestros días. Tumultuoso y atropellado el movimiento intelectual, contiénese dentro de límites de prudencia en las escuelas que no olvidan la observación para completar el conocimiento, y se desborda en aquellas otras donde la pasión exagera las consecuencias, hasta entronizar en pasajeras modas, tanto más vivas cuanto más fugaces, los más extravagantes absurdos. La exuberancia imaginativa, el abuso de la dialéctica y el carácter disputador de los griegos crean las innumerables sectas que preceden y acompañan al poderío del Romano Imperio. El escepticismo de las escuelas eleáticé!,s, desenvuelto por Pirron, mantenedor de las diez causas de duda; el grosero sensualismo de Aristipo y de su Escuela Cirenaica; la procacidad vanidosa de los cínicos y su ostentosa po-

se reconstruían desde su origen todas las doctrinas cosmogónicas y mitológicas por gradaciones naturales, esmaltadas con el gusto retórico de Platón, que había enriquecido los conocimientos aprendidos de Sócrates con los adquiridos en sus viajes por Oriente. Creó su escuela, como era costumbre, al aire libre, en un jardín que Acatlemo había cedido á su patria en las inmediaciones de Atenas para que se fundara en él un gimnasio. De aquí viene el nombre Academia que tomó aquella escuela filosófica. (I) Aristóteles daba su enseñanza en otro lugar inmediato á Atenas, consagrado á Apolo Liceo; y por la costumbre, sin duda higiénica, de enseñar . paseando, tomó el nombre de Escuela de los Peripatéticos.


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brezá (i:); el ma·terialismo dinámico de los epicúreos, los convencionalismos morales de los estoicos, el vacilante sincretismo de los eclécticos; tocio esto, y tanto como el espíritu humano discurrió durante cuatrocientos años de contürno pensar en Grecia y aun en Roma; todo esto y más, referido por Cicerón en sus eruditísimas obras, era fruto de la disolución de las doctrinas, del falseamiento de las escuelas, de sobreexcitaciones mentales ansiosas de reconstruir ó de inventar sistemas teogónicos y geogénicos á satisfacción del gusto ó á medida de la pasión. Pero semejantes extravagancias son siempre obligado acompañamiento de los grandes movimientos intelectuales de la humanidad, y antes con.solidan su valer que eclipsan ó anublan sus grandezas. El espíritu de investigación para descubrir lo invisible y llegar á lo desconocido en el mundo real de las sensaciones y en el orden intelectual de las ideas, ya fuera puro, ya fuera degenerado, llegó á invadir cual fiebre contagiosa á los pueblos de la Grecia, desde el Olimpo al mar Egeo, : desde el Pindo hasta el Peloponeso. Jamás registró la Historia U ni versal concentración semejante de fuerzas intelectuales, correspondiendo su desarrollo armónico con el poderío material. Jamás el entendimiento humano, con menos elementos de investigación, brilló con más vivos resplandores. Un pueblo que cuenta con filósofos corno Sócrates y J enófanes, como Platón y Aristóteles, como Demócrito y Epicuro; poetas como Homero y Aristófanes; tr~gicos como Sófocles y Esquilo; sabios como Cleóbulo y Periandro; oradores como Demóstenes, Arístides y Licurgo; legisladores como Solón y (I) Comenzó las enseñanzas de 'esta fanática demencia Antistenes, discípulo de Sócrates y maestro de Diógenes, quien las explicaba en un lugar llamado Cipio ·s arges ó Templo del Perro Blanco, de donde tomó nombre la secta que por su impudencia y desprecio de las comodidades, reputación, decoro y dignidad humanas, consagró el apelativo de cínicos.


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Pitaco; matemáticos como Euclides y Pitágoras; artistas como Fidias, Apeles y Aristonides; generales como Temístocles, Leonidas y Epaminondas, y otros mil más, héroes y sabios, cuyos nombres inmortalizan sus obras ó sus hechos, es sin duda el pueblo escogido para reunir y ordenar los tesoros de ciencia esparcidos por la Tierra. La forma nueva que los griegos dieron al saber contribuyó poderosamente á su difusión.-Libre del · monopolio en que lo encerrara la teocracia egipcia; desgarrado el velo de los simbolismos y jeroglíficos que lo convertían en patrimonio exclusivo de unos pocos iniciados; ejercido y profesado entre las sombras medrosas del sagrado templo, á las ceremonias fantásticas y misteriosas, ocultas por las recias bóvedas, sucedieron las abiertas discusiones en la Academia, en el Pórtico, en el Liceo, al aire libre, en lenguaje llano, en claro estilo, en formas comprensibles, fáciles de asimilar. Con esta hermosa libertad ganó la Ciencia en extensión; con su estudio coordinado ganó en profundidad. Esconder y ocultar como secretos las conquistas de lo desconocido, era un absurdo que desvanecieron los aires purísimos de los jardines atenienses.-Así, la Medicina, encerrada en el empirismo teocrático del Oriente, único poseedor de los secretos de Hermes Trismegisto, se despojó de consejas y de ofrendas á las divinidades airadas, para crear con Esculapio la Medicina gimnástica (r ), más tarde resucitada por Eurodico y su discípulo Hipócrates, é impulsada en la vía de la observación y del método experimental.-Las Matemáticas, y señaladamente la Geometría y la Astronomía, la Historia Natural, la Óptica y la Al-

(I) Es fama que Esculapio curó tantos enfermos, que Plutón se quejó á Júpiter, sin duda porque retenía parte de su clientela, y el Dios Supremo fulminó sus rayos contra el médico reformador.-No impidió esto, sin embargo, que · se levantaran en su honor muchos templos.


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quimia, ó Ciencia Hermética, ya comprendidas en el conjunto de la Filosofía, ó bien derivadas de ella, adelantaron considerablemente en este luminoso período. Sin duda que, en punto á Filosofía, tantas teorías y tantas doctrinas y tantas sectas como se habían expuesto, discutido y manoseado, abarcaban todas las grandes cuestiones de la Creación: Dios, el mundo, el hombre, el alma, la materia, la vida, la moral, la virtud, el bien y el mal, la cantidad y la línea, el espacio y el tiempo; pero es lo cierto que ninguna parecía resuelta; que los extravíos flotaban entre las verdades; que las incertidumbres y las vacilaciones nublaban en cada instante el concepto de una certeza siempre fugitiva, y que el espíritu humano, tras larga peregrinación por pueblos y por escuelas en busca de su evangelio, parecía fluctuar lleno de dudas, y en momentos de desmayo y desesperación hallaba más cómodo inclinarse á un cruel escepticismo. A causa de este anárquico estado á que en ciertos 1:1omentos llegó la Filosofía , por una y otra degeneración reducida á pueril palabrería que explicaban sus falsos apóstoles, aconsejó Catón que se expulsara de Roma á los filósofos, sin pensar que los romanos se verían más tarde contagiados del ansia de saber, y nunca llegarían, ni eón mucho, á los adelantos especulativos, abstractos y científicos de su esclava. Roma, sin embargo, extendió por el mundo, sometido en gran parte· á su imperio, la sabiduría de Grecia, dándole un realismo de que carecía. Más aún que la Filosofía, poco cultivada por los romanos, la Literatura, la Poesía, la Elocuencia, y sobre todo las Artes griegas, al atravesar el mar Jónico, cambiaron la austera severidad de su origen por las rientes tintas, por las formas libres y por la viga.rosa inspiración, del genio latino. Con esto facilitóse su asimilación, y, gracias á esta influencia, dejó aquella civilización huellas corpóreas de su paso en sus monumentos, y huellas

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aun vivas de su famosa legislación en los organismos políticos y sociales de los países por las haces romanas dominados. Porque es indudable que los conocimientos y los 'Progresos intelectuales de las sociedades antiguas, desde la India hasta la Grecia y Roma, en sucesivas evoluciones, en formas diversas y con intensidad distinta, influyeron poderosamente en el desarrollo material, en las empresas guerreras y en los destinos de los pueblos, como influyen los actos de la voluntad en las acciones del hombre. Civilizaciones poderosas, ya reconcentradas en sí mismas, ya dilatadas por la conquista, originales en sus creencias y en sus organizaciones, síntesis vivientes de clima y suelo, raza y tradición, han legado á la admiración del mundo en sus monumentos y en sus templos, en sus ídolos y en sus ciudades, en sus costumbres y en sus leyes, la grandeza y el poderío ele sus generaciones, sus creencias religiosas y sus artes plásticas, sus ciencias y su saber. Pero es también ley humana que las guerras de conquista, sostenidas al calor de religiones belicosas ó de exuberancias vitales, al cabo, y cuando la fu :: rza se convierte en medio de satisfacer concupiscencias y apetitos, llegan á fomentar todos los vicios. Los misticismos simbólicos y las doctrinas panteístas del Paganismo, propagadas por ciertas sectas filosóficas, conducen á la apoteosis y á la deificación de la materia con todas sus repugnantes consecuencias. Las costumbres licenciosas y los cultos naturalistas acarrean los desbordamiento¿ perturbadores del vicio en la Roma de los Césares, y á contenerlos vigorosamente se dirigen las enseñanzas espirituales del Cristianismo, cuya aparición inicia la decadencia de los principios embrutecedores de la idolatría, más corruptores á la sazón porque habían roto el freno de las severidades morales, predicadas en los tiempos de oro de la Grecia. *** 3


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Comienza entonces la segunda época de la formación de las ciencias; esto es, la segunda etapa de la investigación de lo desconocido y de lo invisible. Los siglos primeros de la Era cristiana son de lucha por la doctrina de Jesús, y tienden á rectificar las creencias y restablecer la moral verdadera, viciada y corrompida por el sensualismo materialista que fomenta en Roma las pasiones y debilita las fuerzas del Imperio. El espíritu de observación, fundamento de la verdad real, se sustituye por especulaciones místicas muy inclinadas á lo sobrenatural y á lo milagroso. Épocas de propaganda religiosa y de luchas guerreras; en perpetuo batallar la Europa, unas veces invadida por pueblos vecinos, y alguna vez invasora de ellos; la paz, tímida por condición, se refugia en los claustros para proteger y guardar las ciencias del Oriente, espantadas y perseguidas por la sangrienta cimita"rra del Califa Ornar. La sabiduría oriental, con el copioso depósito de los conocimientos _antiguos, halló asilo sagrado y amparo generoso en las instituciones monacales, que cumplieron de este modo uno de los fines á que su creación, en aquellos siglos necesaria, útil y salvadora, respondía. Apagáronse con la invasión de los bárbaros los últimos fulgores de la antorcha del saber que con tan vivísimos destellos iluminara en Grecia; destrúyese el Imperio de Occidente, rodando entre sus ruinas la civilización romana; que apenas salvó una parte de sus grandes templos, sus hermosos monumentos y sus famosas vías; mientras que la decadencia del Imperio de Oriente, presa de ambiciosas contiendas, acababa con la célebre Escuela de Alejandría, emporio de las ciencias desde su fundación por. Ptolomeo. Unos y otros dominadores fueron dominados, sin embargo, por el deseo de saber; y del poderío de los árabes españoles nacieron escuelas tan renombradas como la de


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Córdoba, donde se cultivaron la Filosofía y la Medicina, las Matemáticas y la Astronomía, y cuyas enseñanzas aprovecharon Averroes y Alkendi, Alfarabi y Avicena, y tantos otros sabios como de Oriente y de Occidente acudían á instruirse en la hermosa ciudad de los Emires, cuya famosa biblioteca llegó á contar nada menos que 250.000 volúmenes, cifra extraordinaria para aquella época. Pero los tiempos no eran propicios para el cultivo de las ciencias de raciocinio; y aun las ciencias experimentales se profanaban con los nombres de Astrología (r), de Magia, y de Nigromancia (2), y se envilecían hasta constituir ciencias ocultas, siendo su objeto principal satisfacer los más groseros apetitos de la humanidad, descubrir tesoros,

(I) La Astrología, sin embargo, llegó á revestir caracteres aparentes de una ciencia racional, y no sólo se la profesaba públicamente, sino que se crea ron cátedras de esta asignatura, una de las cuales, la de Bolonia, fué muy reuombrada. En II79 celebraron un Congreso los más famosos astrólogos cristianos, orientales, judíos y árabes, cuya conclu ión fué que seis años más tarde se acabaría el mw1do á consecuencia de una tremenda revolución de los astros, que caerían unos sobre otros con airada y destructora saña. Debió apaciguarse el espíritu guerrero de las estrellas, descubierto por los intérpretes de su lenguaje, pues que no se alteró su bondadoso rodar por los espacios. Por donde se ve lo antigua que es la costumbre de reutiir congresos cuyas conclu iones re ultan estériles ó ridículas. Ello, sin embargo, no disminuye las ventajas que en la generalidad de los casos resultan de estas reuniones, donde la comunicación de los especialistas en una ciencia suele procurar su adelanto. (2) La Magia era una llamada ciencia que adivinaba las cosas ocultas, es decir, que pretendía de cubrir lo invisible y lo desconocido . Sólo que sus medios eran las cábalas de los nú.merQs, una delirante exageración de la escuela pitagórica, con la cual se pretendía sujetar á la voluntad del mago las potestades infernales. Se dividía en cuatro ramas. La magia natnral, que producía las revelaciones fantasmagóricas por los elementos de la Naturaleza; lamagia matemática, que inventaba artefactos automáticos prodigiosos; la magia envenenadora, que componía filtros y brebajes para alcanzar todas las cosas ilícitas, y transformaba los hombres en peces, como la heroína de La Jeri,salén del Tasso, ó en árboles, como en la fábula de Dafne y Apolo; y la magia ceremonial, que era la sublime, porque establecía la comunicación con los espíritus, ya maléficos, ya benéficos, y daba las reglas para tratarlos y entenderse con ellos respetuosamente.


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transmutar metales, fabricar el elixir de la inmortalidad, hallar, en fin, la piedra filosofal. Derivada de estos singulares errores y en íntima relación con ellos, la predicción de los sucesos y de la vida futura, basada en la creencia de que los astros y planetas influyen directamente en los destinos del hombre, sujeto y amarrado con las cadenas de una fatalidad necesaria á su particular estrella, acabó de sumir las ciencias físico-matemáticas en tenebroso caos de quimeras, de sueños, de locuras, delirios, alucinaciones y extravíos, forjados y sostenidos por la más profunda ignorancia. Diríase que las escuelas neoplatónicas habían aventado sobre la Tierra los errores groseros y las fanáticas supersticiones del Paganismo.-Es poco verosímil que un espíritu tan claro como el de Pedro de Abano intentara que los paduanos demoliesen su ciudad para reconstruirla en el instante de una conjunción planetaria que asegurase sus prosperidades ( I ); pero es indudable que Stáhili d'Ascoli, Sacrobosso, Sabio-netta y un enjambre de astrólogos iniciados en las ciencias ocultas afirmaban la existencia en esferas superiores de los espíritus malignos, los cuales, por medio de mágicos sortilegios, se con vertían en humildes servidores del hombre, y realizaban encantamiehtos prodigiosos, sorprendentesé inverosímiles.-De este modo se creía más en el Diablo que en Dios, se temía más · 1a influencia y el poder del Infierno que las iras y los castigos del Cielo. Duendes ( r) Ciertamente no es creíble semejante dislate, corriente por otra parte, y verosímil en el curso del siglo xm, porque Pedro de Abano, aunque fué condenado por la Inquisición, profesó siempre una sana doctrina católica, en cuya religión murió, pronunciando en sus últimos instantes estas memorables palabras: «He dedicado mi vida á tres nobles ciencias, de las cuales una me ha hecho sutil, otra rico, la tercera embustero: la Filosofía, la Medicina y la Astrología». Suponen algunos autores que tan esclarecido sabio fué víctima de las calumnias y de las acusaciones de su enemigo Pedro de Reggio, cosa y caso nada raros en aquellos ni en los presentes tiempos.


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y vampiros, espectros y vestiglos, v1s10nes y demonios, ~entrílocuos y fantasmas poblaban las imaginaciones, eran los vehículos del temido maleficio; y así, los más valerosos guerreros, los tiranos más feroces, los señores de más alto poder temblaban cobardes y se aterraban amedrentados ante el poderío misterioso y abrumador de nigrománticos y de astrólogos que simbolizaban lo desconocido y lo invisible. La razón humana sufría un prolongado reposo. Las doctrinas filosóficas y los sistemas experimentales, sólo á intervalos y con aislados aunque vivísimos fulgores, brillaron en ilustres Padres de la I glesia, desde el siglo x al xm, con Silvestre II, San Anselmo, el Doctor Angélico Tomás de Aquino, San Bernardo, y otros maestros del Catolicismo; y resplandecían de vez en cuando sus relámpagos en los libros de Abelardo, Rogerio Bacon, Arnalclo de Villanueva y Raimundo Lulio, filósofos y médicos, astrónomos y alquimistas, cuya enérgica protesta contra el empirismo dogmático, y cuya oposición á las patrañas fomentadas y extendidas por una crédula ignorancia, anunciaban ya en los siglos xn y xm una próxima transformación del saber humano. *

* * Las luchas de conquista, las guerras de raza y los empeños de lás Cruzadas comienzan á templarse; el Renacimiento llama con voces vigorosas á las puertas del mundo; la tercera época, la época moderna de la formación de las Ciencias, comienza.-El juicio de la razón se levanta enfrente del dogmatismo absoluto: ni la intuición sola, ni la sola experiencia; ni la autoridad por sí, ni la especulación aislada, prevalecen ya . El criterio racional se restablece; las Ciencias físicas,


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como las matemáticas, se consolidan, convirtiéndose en una ecuación de equilibrio entre la experiencia y la razón, en el lazo que anuda la materia y la inteligencia, y su despertar es como una aurora boreal que envuelve con sus resplandores todo el planeta. Avanza en su curso majestuoso el siglo xv, llevando en su seno los gérmenes de una nueva civilización. Las guerras religiosas, que perturban buena parte del siglo xv1, no impiden ni retrasan la revolución intelectual, que emancipa el entendimiento de las tinieblas en que lo envolvieron las supersticiones especulativas de la Edad Media. Acaba de der-rumbarse el Imperio de Oriente, y la Media Luna, como avanzada de las legiones asiáticas, levanta su enseña triunfadora hasta las cúpulas de Santa Sofía de Constantinopla; brota en Maguncia la Imprenta de entre las manos de Fausto, Schoeffer y Sulgeloch ó Guttenberg, y con ella el medio maravilloso de anular la distancia y de suprimir el tiempo para la comunicación del pensamiento; descúbrese en el ·seno de inexplorados mares un Nuevo Mundo, que abrirá ilimitados horizontes á las actividades del viejo Continente; los griegos fugitivos esparcen por Europa nuevos tesoros de saber; Pedro de Ramus en París, y Lorenzo Walls en Italia, combaten la Filosofía peripatética; promueve Lutero terrible cisma, enarbolando la sediciosa bandera del libre examen en Teología; la explosión de la pólvora transforma el arte de la guerra y amengua los sacrificios humanos en los combates; q uebranta Copérnico el sistema de Ptolomeo, restableciendo la teoría que luego mantendrá Galileo; oponen Paracelso y Palissy la razón y la experiencia á la autoridad y al empirismo; Ambrosio Paré y Andrés Vésale transforman la Anatomía y la Fisiología de Galeno y crean la Cirugía; sirve la observación á Cardan y á Porta, á Gilbert y á Leonardo de Vinci para estudiar los fenómenos físicos; y Purbach, Reggiomontano


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y Tartaglia rompen atrevidamente con los métodos de Pitágoras y de Euclides, dando nuevos rumbos á las Matemáticas. A partir de este momento, reviste la transformación iniciada los caracteres avasalladores de una colosal revolución que se desarrolla durante los siglos xvr y xvn. El culto á lo misterioso y á lo sobrenatural, el temor á lo oculto y á lo fantástico, se substituyen por el afán de la verdad racional fundada en los hechos reales. La humanidad habla con la voz atronadora del libro y del periódico; pinta con los colores de Rafa~I y del Ticiano, del Correggio, d.e Velázquez y de Murillo; anima piedras y metales con el cincel y el buril de Miguel Angel y de Cellini, de Vinci y de Alberto· Durero; canta y escribe con el Tasso y el Petrarca, con el Dante y con Garcilaso, con Malherbe y con Gil Polo, con Lope de Vega y Luis de León, con Calderón y con Ercilla; satiriza y_ fustiga con Rabelais y Ariosto, con Cervantes y Hurtado de Mendoza, con Maquiavelo y Paulo J orio; se rebela contra la degeneración del gusto arquitectónico que substituyó las severidades griegas del Partenón, las gallardías romanas del Capitolio, y las elegancias de la ojiva más ó menos gótica por la mezcla de arcos y de bóvedas prodigados con exceso en la decadencia de Bizancio, y en desagravio del arte levanta una explosión de hermosos monumentos que son el orgullo artístico de la Europa desde los tiempos del Renacimiento. Jul~o II y León X ponen empeños, coronados por el éxito, en que la Roma de los Papas hable á las conciencias desde la cúpula refulgente del más grandioso de los templos consagrado al humilde Pedro, y allí acumulan los prodigios arquitectónicos ideados y realizados por Sangalla y Miguel Angel, por Peruzzi y J acobo de la Porta; Pedro Lombardo edifica la graciosa Santa María de los Milagros de Venecia; Guillermo Bergamasco levanta la elegante cúpula emilia-


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na de San Miguel de M urano; enriquece Rizzo de Bregno el Palacio de los Dux venecianos con la grandiosa escalera de los Gigantes; erige Andrés Pallodio la gótica Basílica de Vicenza; traza Formen tone la Lonja de Brescia, y deja su nombre Fabio Magone en la Biblioteca Ambrosiana; y mientras la Catedral de Milán apila mármoles para sostener el pueblo de estatuas que han de formar la Corte de María, á quien dedicó el más primoroso de los monumentos góticos su ducal fundador Juan Galeaza Visconti, un Monarca de renombre universal, calumniado por los he rejes y los cismáticos! y cruelmente juzgado por los poetas ( I ), Felipe II, ordena, dirige y termina la construcción del Monasterio del Escorial, maravilla arquitectónica arrancada á la gigantesca cordillera del Guadarrama por los genios de To ledo y de Herrera; granítica petrificación .del pensamiento frío, severo, terrible é implacable del más empeñado defensor de la Iglesia católica en las sangrientas revueltas del siglo xvr. Al vigoroso despertar de la Literatura y de las Artes seguía el de las Ciencias con sus progresos encadenados y asombrosos. Modifica la Geografía el descubrimiento de Cristóbal Colón; penetra Magallanes en las apartadas costas del Océano Pacífico y del mar de las Indias; dobla Vasco de Gama el Cabo de Buena Esperanza; el telescopio de Galileo acerca los astros á la Tierra; registra Ticho-Brahe en su famoso catálogo 777 estrellas; asciende T orricelli á las más elevadas cimas donde comienzan á desvanecerse las incógnitas atmosféricas; anuncia las leyes de la refra·c.ción Snell de Leyden; echa Pascal los cimientos del Cálculo (r) He aquí la injusta saña con que lo describe nuestro insigne Quintana: , El insaciable y velador cuidado, la sospecha alevosa, el negro encono, de aquella frente pálida y odiosa hicieron siempre abominable trono 1.


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de Probabilidades; formula Kepler las sencillas leyes que rigen los movimientos planetarios; inventa Hooke Wihgt su máquina neumática; funda Malpighi la Anatomía racional; y en cortos intervalos, Miguel Stifels y Roberto Record, con las modificaciones de los signos algebraicos y los exponentes, Viete c_on la generalización del Álgebra, N apier de Markenston y Briggs con la invención venturosa de los logaritmos, Descartes con la aplicación del alto análisis á la Geometría, Wallis y Wren con los problemas trascendentales sobre las propiedades de las curvas, preparan el suceso más grande que registra la historia de las Matemáticas, la invención del cálculo infinitesimal, que casi á la vez, aunque en formas distinlas, ofrecen á la admiración del mundo los geni0s maravillosos de Leibnitz y de Newton, cerrando la vida del siglo xvn con la apoteosis de las Ciencias de lo cierto. Nada resiste al nuevo algoritmo: los límites, las notaciones, la forma, la expresión de toda cantidad quedan esclavas de las diferenciaciones y de las integraciones. Como el telescopio explora en la inmensidad de los espacios interplanetarios los cuerpos que podríamos llamar con alguna exageración infinitamente grandes; como el microscopio descubre en la pequeñez casi invisible de su campo los que con igual licencia llamaríamos infinitamente pequeños, así con el microscopio intelectual de la diferenciación penetra el análisis matemático donde las concepciones del espíritu no llegarán jamás, y con el telescopio ideal de la integración reconstruye la síntesis del cálculo propiedades desconocidas de la cantidad abstracta. La investigación de lo desconocido y la penetración de lo invisible avanzan á paso de gigante. El método experimental y el método racional forman los dos carriles paralelos por los cuales se desliza el entendimiento humano, con la rapidez del vértigo, en el espacio ilimitado de sus descu-


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brimientos. Una combinación feliz de. lentes y de espejos prolonga la vista del hombre en los Cielos hasta los escondidos senos del éter infinito, y la lleva en la Tierra hasta los invisibles espacios intermoleculares de los cuerpos. El cálculo infinitesimal prolonga el entendimiento humano hasta los límites incalculables de lo infinitamente grande, y lo lleva á la descomposición intangible de lo infinitamente pequeño . El método experimental descubre con pedazos de vidrio lo invisible y lo desconocido en la Naturaleza; y el método racional investiga, con un nuevo é inmortal algoritmo, lo desconocido y lo invisible de la Ciencia abstracta. El triunfo de las ciencias racionales está ya asegurado. Afinados, prolongados, perfeccionados con estos auxilios los sentidos del hombre, la observación de los hechos se multiplica y se facilita; aguzada la percepción y preparado el juicio, formula el entendimiento las leyes con los hechos registrados; y ya desde este momento el vuelo del progreso es una nebulosa que nos arrastra en frenética carrera hacia la perfección de las invenciones y suma, en su recio combatir, incesantes victorias sobre lo desconocido y lo invisible. El siglo xvrn apenas si dió tregua ni descanso á las invenciones que el siglo XI X aprovecha y ensancha y aplica. ¡Qué número tan crecido de volúmenes, qué cantidad tan grande de ~iempo se necesitarían para registrar los incontables descubrimientos y sus extraordinarias aplicaciones en el siglo actual! Revélanse todos en las mejoras y en los progresos de la vida humana, en el bienestar que constituye la característica de la civilización moderna. Dignificado el trabajo, honrado el talento, entra el mundo en los augustos dominios de la inteligencia y de la actividad.


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Aun en las artes de la fuerza, la inteligencia y la organización vencen al número. Las preocupaciones y los privilegios, combatidos por la doctrina de la caridad cristiana, ya no existen. Ya no hay castas de hombres. Las muchedumbres sometidas al yugo brutal de un fatídico destino que las condenaba al envilecimiento, á la abyección y á la miseria, se han transformado en pueblos libres con igualdad de derechos ante la ley: como las lóbregas, obscuras y mals;rnas poblaciones se han convertido en la~ hermosas, higiénicas y pulcras ciudades de nuestros días. Así el progreso científico ha modificado ventajosamente el problema social, cuyas violencias sólo prohíjan ya las escuelas anarquistas que representan hoy los desbordamientos, la exageración, la demencia, la lepra quizá del organismo social, y de que á toda costa es preciso limpiarle. Estas armónicas soluciones de la Filosofía y de las Ciencias físico-matemáticas, que abarcan en nuestros días, así las grandes cuestiones sociológicas íntimamente relacionadas con la producción y con los medios de mejorarla, como los profundos problemas de la aplicación del cálculo á la materia en movimiento, parecen ensanchar los cono cimientos humanos hasta horizontes inacabables, y en variedad difícil ó imposible de abarcar. Tal es, en efecto, la apariencia; pero, en el fondo, el criterio de la verdad se mantiene en los términos mismos en que lo desenvolvieron las doctrinas filosóficas posteriores al Renacimiento. Reviste en nuestros días las formas severas del conocimiento adquirido por las pruebas, por las experiencias, por la práctica, pero explicado, demostrado, interpretado por la razón. La función del entendimiento, en estos caracteres de la Ciencia moderna, domina las facultades imaginativas. Tienden éstas á la variedad, porque varias son las sensaciones; y tiende aquél á la unidad, porque uno es el raciocinio.


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Así, constituídas las Ciencias con todos sus caracteres formales y fundamentales, su particular tendencia, su dirección general parece ser hoy hacia la unidad. ¡La unidad! Pero ¿es que puede reducirse á la unidad de conocimiento la suma de saber que la humanidad posee, ó, lo que es lo mismo, la universalidad de conoéimientos arrancados á lo invisible y á lo desconocido?

VI La unidad de las Ciencias físico-químicas, como de las Ciencias naturales, caso que pueda existir, ha de hallarse por necesidad en las Matemáticas. Sin las representaciones métricas, ya sean numéricas ó gráficas, no hay manifestación posible de la cantidad. El progreso del cálculo, desde los días remotos de la simple adición hasta el análisis infinitesimal, es el título más legítimo que óstentan las Matemáticas para ejercer su dominio. El descubrimiento y las aplicaciones del análisis infinitesimal someten al número cuanto es cantidad; esto es, toda la materia creada. Escapaba al dominio del Álgebra el cálculo de cantidades que carecen de expresión directa en función de elementos conocidos, y el cálculo diferencial permite plantear el problema, y el cálculo integral lo resuelve. La feliz idea de Leibnitz de considerar tales cantidades como límites de relaciones, ó como límites de una suma de términos infinitamente pequeños, habría quedado estéril sin la forma analítica que permite calcular los límites por los procedimientos de la diferenciación y de la integración. Descubierto el principio, fu~dado el algoritmo, aceptado el procedimiento de la substitución de las cantidades infinitesimales, que sólo se diferencian por un infinitamente pequeño de orden su_penor, 1

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ya nada podía escapar al juicio de este análisis · superior, ni los infinitamente grandes de los espacios interestelares, ni los infinitamente pequeños de los espacios interrnoleculares. Reducir las cantidades á sus elementos infinitesimales, la curva á series de polígonos, el volumen á series de poliedros, lo continuo á series de intermitencias, es convertir, por diferenciaciones, lo irregular en series regulares, ' lo compuesto en simple, y, después de aplicar el nuevo cálculo, sacar por integraciones unos resultados finales cuya rigurosa exactitud, aunque difícil de concebir y demostrar, es de todo punto indiscutible. Con esta aplicación del cálculo matemático á los infinitamente pequeños, todo conocimiento está sujeto á su algoritmo, una vez hallada la fórmula para encerrarlo en él. Tal es la tendencia dominante en la Ciencia moderna. Y mientras una ciencia no se convierte en matemática, no puede alcanzar su perfección, porque no se reduce á peso, medida y número. · La Astronomía es la ciencia que primero ha tomado el carácter esencialmente matemático. El espectáculo del Firmamento en noche tibia y serena, debió ser para el hombre primitivo una revelación suprema. Nada impone tanto corno esos incontables granitos de plata que se destacan, con fulgores diversos, sobre el fondo obscuro de un horizonte lejano y misterioso. Aquella poesía de los Cielos que ofrece al espíritu atónito la contemplación de lo infinito, es una revelación de la grandeza, de la inmensidad del poderío de algún Ser Superior, capaz de dar leyes á tantos mundos desconocidos y á tantos globos invisibles corno ruedan por los espacios. En esa Biblia de los astros es donde primero ha leído el entendimiento humano el nombre de Dios, formado por el polvo de estrellas que se desprende de su nimbo soberano.


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Pero las ilusiones de nuestros sentidos, las apariencias de esas argentadas arenitas, con su poesía y sus secretos, fijan la atención de los primeros pueblos que registran con ojo atento las posiciones de los astros en el Zodiaco. Desde este momento hasta el sistema del Mundo reconstruído por las Matemáticas actuales, ¡cuántos secretos descubiertos! ¡Cuántos astros invisibles reconocidos en el campo del anteojo! ¡Cuántos prodigios realizados! La investigación de lo desconocido en Astronomía ha llegado á grados de perfección inverosímiles y asombro-sos. Creíase que Saturno era el planeta más alejado de nuestro Sol; pero Herschel probaba en 1781 la existencia de U rano, más alejado que Saturno. Antes que Galle viera el perezoso Neptuno (1), ya Le Verrier, en 1846, había determinado sus elementos por medio del cálculo. Por vez primera, desde el fondo del gabinete de un sabio, sale de entre unas ecuaciones el conocimiento de un planeta, que rodaba por los espácios una eternidad: conocimiento y planeta antes demostrados por la razón que registrados por la visión real. En este camino de los descubrimientos, la fecundidad de 12. Astronomía es prodigiosa. En el corto plazo de quince , años se han descubierto entre Marte y Júpiter 84 planetas telescópicos; y es probable que queden todavía muchos millares por descubrir en ese inagotable campo de la investigación de los Cielos. Determinados los elementos planetarios por el cálculo, completan su conocimiento el análisis espectral y la fotografía celeste. El primero analiza la atmósfera de las estrellas y lleva la química, con el reactivo dinámico de la luz, á su propia materia. La segunda determina el mapa (1) Perezoso, porque tarda en dar su revolución 164616 años sidera:les.


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del Cielo, como determinan mares y tierras los mapas geográficos y náuticos. Se compondrá de 22000 clichés de á dos grados de amplitud cada uno, cubriendo la superficie esférica aparente del Cielo, que abarca 44000° cuadrados. Así la Astronomía matemática lleva la acción de su exactitud á millones de kilómetros fuera de la Tierra, cual si ésta fuera estrecho campo á su propia grandeza. En menor escala, pero no con menos maravillas, ent_rs:1-n las demás ciencias en el campo del análisis matemático. Reducida la Geometría, después de la aplicación del análisis algebraico, á las discusiones de los sistemas euclidiano y antieuclidiano, . sigue los métodos iniciados por Monge en sus sistemas de proyecciones ortogonales para medir la representación de los cuerpos, reduciéndolos á formas y desarrollos planos, de donde sacan fruto las aplicaciones á la perspectiva y á las sombras, y se resuelven fácilmente problemas que, tras pesado cálculo algebraico, decidía antes la Geometría analítica. Última y feliz palabra para las aplicaciones al arte del ingeniero moderno es la Estática gráfica, que enlaza en síntesis provechosas los principios de la Geometría con l9s elementos de la Mecánica. La Física es ya matemática. Las calorías reducidas á integrales, la luz convertida en vibraciones del éter, cuyas modalidades forman los colores, cosa visible producida por dinamicidades invisibles, repr~sentadas por cifras aterradoras, incomprensibles para el espíritu, que caracterizan cada color simple. ¡Y pensar que durante 3000 años se ha creído que era la luz materia real y efectiva, con sus rayos propios, sus 'incidencias y sus reflexiones, su velocidad infinita y su refracción conocida! Ningún descubrimiento moderno ha sido tan fecundo en aplicaciones reales y tan discutido en la Metafísica


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como la reducción de los fenómenos caloríficos, lumínicos y eléctricos á simples modalidades, á formas semejantes de movimiento. Físicos y filósofos se han apoderado de la hipótesis del éter, una substancia sutil en estado de disgregación molecular que lo llena todo, que lo invade todo, así los espacios interplanetarios como los intersticios intermoleculares, que es el vehículo de las fuerzas y del movimiento en cuyo seno se engendran la gravedad y las atracciones, y cuya propia inercia le somete á leyes generales de la Mecánica. Así se explica la unidad de las fuerzas en la Creación entera, pues que lo mismo en los experimentos del gabinete que en la extensión planetaria existen las atracciones y las repulsiones de las masas, las acciones eléctricas y caloríficas, la resistencia del medio, el principio, para decirlo de una vez, de la conservación potencial de las energías. Como no se pierde ni se gana materia en el planeta, tampoco se g;ana ni se pierde energía. Fuerza y materia se transforman; su cantidad no se altera. Claro es que no se trata de la causa creadora que puede cambiar á su antojo leyes y principios, mate'ria y cantidad. El vacío absoluto no existe . Fuerza y materia son cosas diversas: la una realidad; la otra abstracción .-Las escuelas que sostienen que no hay materia sin fuerza, ni fuerza sin materia, acaso tienen r'.1-zón en el hecho, pero carecen de ella al suponer la necesidad absoluta de la coexistencia de las dos y la igualdad de su naturaleza.La fuerza se revela por el movimiento; para que éste exista se necesita algo que se mueva, y ese algo es materia. En este sentido, claro es que fuerza, movimiento y materia se presentan unidos; pero la abstracción separa y distingue la fuerza de la materia, la impulsión del movimiento y de la trayectoria, como separa y distingue la línea y el punto de sus representaciones materiales.


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Tales conceptos metafísicos no han impedido á estas teorías modernas reducir las fuerzas físicas á la nnidád , con gloria d_e tantos sabios como han probado unos J demostrado otros la igualdad de los fenómenos ñsicos más diversos, anulando los antiguos agentes y substituyendo á tales hipótesis la hermosa y fecunda doctrina de la materia en movimiento. Mayer y Helmholtz, Thornson y Seguin, Lamé y Hirn, Clausius y Maxwell, Zantedeschi y ·Cantoni, Secchi y Tyndall, Dupré y Moigno, y otros muchos físicos y astrónomos extranjeros, han abierto á la síntesis especulativa caminos tan seductores, bien conocidos en España por los profundos estudios y la propaganda in cansable de nuestro sabio compañero D. José Echegara · y de mi insigne maestro y reciente Académico D. Francisco de P. Rojas. La electricidad no escapa tampoco á la afortunada y provechosa tiranía matemática. Materia en movimiento, como el calor, como la luz, como el magnetismo, pudiendo transformarse unos .en otros efectos, resistía más al análisis matemático, por la dificultad de encontrar medida para sus fuerzas. Encontrada ya, establecida la forma de aplicarle el algoritmo, la procesión de ecuaciones diferenciales y la integración de la mayoría de ellas, formula las leyes que resumen los hechos eléctricos en la multiplicada variedad de sus aplicaciones modernas. Así como la Física puede llamarse la Matemática de las molécul_as, la Química podría denominarse la MateJ mática de los átomos. El Arte Hermético de. la Edad Media anuló el Arte Sagrado de la antigüedad, y la Química moderna anuló la Alquimia misteriosa. · La transmutación de los metales, la piedra filosofal, el simbolismo se~reto, acabaron vencidos por los métodos de la análisis y de la síntesis. -Fácil fué _para la Química mineral elevarse á ciencia matemática 4


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por medio de las teorías de los equivalentes, de los- pesos atómicos y de las reducciones volumétricas, caracteres todos de medida y de exactitud, · que pronto convirtieron en algebraicas y en geométricas sus combinaciones.-La Química orgánica la sigue en ese camino, y sobre las novísimas clasificaciones, sobre su moderna notación, asientan ambas su unidad y ofrecen al cálculo sus elementos de observación y las reacciones del laboratorio, distinguiendo entre lo orgánico y lo organizado la influencia de la vida, que escapa ai reactivo y á la expresión analítica. Igual tendencia siguen las que podríamos llamar Ciencias meteorológicas. Perseguida la nube en su carrera por la vigilante red de observatorios; registradas la dirección y la velocidad de los vientos; medidos en cada instante el pes_o de la atmósfera y sus elementos térmicos é higroscó·picos; llevada la representación gráfica de estos diversos componentes á una delicada perfección, la predicción del tiempo se efectúa con probabilidádes de acierto, que se acercan mucho al límite de la certeza, para tiempo inmediato, 'principalmente en la América del Norte. No es posible formarse cabal idea del estado actual de la Meteorología sin pasar revista á los múltiples trabajos realizados. 'y á las grandes innovaciones introducidás en la segunda mitad del siglo presente. Inaugurada esta época con las primeras investigaciones de Ferrel sobre la teoría de los ·movimiéntos · atmosféricos y con el descubrimiento de la famosa ley de Buys Ballot, concerniente á la dire.cción dél viento, la Meteorología toma rápido incremento, debido en ·gran parte al apoyo decidido que á su estudio prestan los gobiernos de muchas naciones, sin el cual, y dado el carácter de esta índole de trabajos, los más completos estudios, fundados en gran número de observaciones, nunca se hubieran podido realizar. En -las antigua:s investigaciones, llamadas estáticas, los

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hechos se consideraban hasta · cierto puntó aisladamente, y de ellos se deducían escasas consecuencias; hoy se es.: tudian en conjunto, abarcando observaciones relativas á grandes espacios de tiempo y á grandes extensiones de terreno, teniendo en cuenta complejas circunstancias generales y locales: que sólo de esta manera se podrá descubrir alguna ley en la rápida sucesión de los cambios de tiempo que nos ilumine acerca del eterno problema de su pronóstico. Y no es que los nuevos procedimientos llamados dinámicos excluyan los antiguos, que,· por el contrario, utilizan como auxiliares. Es que determinadas las condicio: nes estáticas del aire, suficientes para alcanzar la soluci.9n de algunos elementales problemas físicos, se ha pasado de lo sencillo á lo complejo, estudiando las leyes del movimiento atmósferico, que incesantemente arrastra grandes masas de aire de unas á otras longitudes y de urias en otras latitudes geográficas, ..doblando y venciendo las más elevadas cordilleras. De este modo ha nacido la lvfeteorología dinámica, llamada tal vez á resolver uno de los más variables problemas en que el hombre se halla empeñado desde largo tiempo, sin llegar nunca á su solución, aunque sin perder la esperanza de encontrarla. En las leyes de la teoría dinámica del calor, desarrolladas por Clausius y otros célebres analistas, ha encontrado la nueva ciencia sólida base para poder seguir con grandes probabilidades de éxito su reciente derrotero. La circulación vertical del aire, estudiada con rara habilidad por Carnot, Clapeyron, Hertz y otros meteorólogos, aparece con tendencia matemática en las obras recientes de Ferrel y Cleveland sobre los movimientos generales del aire atmosférico, y acaso pronto será la característica de la M~teorología moderna. Cierto es que no se ha llegado todavía á' formular las leyes de la Mecánica atmosferológica; pero no es dudoso que, con el transcurso de los tiempos ·y


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el caudal" de elementos acumulados, llegará algún nuevo Kepler á establecer leyes acaso análogas á las sencillas que rigen la Mecánica celeste. Más difícil parecía someter al análisis matemático las Ciencias naturales, cuya materia es de esencia alterable y movediza. Pues tales dificultades comienzan á ser vencidas. Tratando de conocer lo desconocido y de reconstruir lo que el ojo humano no podrá ya ver jamás, porque existió y no volverá, búscanse por toda la Tierra hechos que relacionen las formas colosales, los tipos gigantescos de las ec}ades prehistóricas, con los individuos de la vida actual; y los estudios dinámicos de las causas geogénicas dejan entrever que no ta~dará en llegar á establecerse el sistema de ecuaciones cuyas incógnitas den, como inevitable r ..:soltado, formas armónicas con los estados diversos de la vida planetaria. La Mineralogía ofrece abiertamente á la vista formas geométricas en sus cristales nati:vos, fáciles de reproducir en las cristalizaciones obtenidas en el laboratorio. Aquellas agrupaciones moleculares en formas matemáticas, regulares, con sus líneas perfectas, sus ejes ideales, sus ángulos fijos, su constancia y su perpetuidad dentro de la igualdad de condiciones, acusan la sumisión del mundo inorgánico á las leyes severas de la Geometría de tres dimens10nes. No importa que en su naturaleza íntima, en su estructura propia, la materia de los cristales no sea homogénea, como lo prueban las fajas observadas en el polariscopio. Los elementos mecánicos y dinámicos de cada compuesto; aquellos que obligan á las moléculas á agruparse en formas angulares, que el goniómetro reputa iguales y el cálculo aprecia con idénticos valores, esos elementos dominan por virtud de misteriosas fuerzas; y el resultado de sus dinami-


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cidades es el admirable equilibrio, la hermosa cristalización regular, geométrica, matemática que constituye características determinadas para la distinción de los diversos cuerpos, y aun para un cuerpo en sus distintos estados. Se distinguen en la Botánica las entidades orgánicas que tienden al enlace y á la unidad. Descúbrese en las formas vegetales la simetría y la tendencia á la regularidad. La ley del númer:o y la ley geométrica hallan dilatado campo á sus aplicaciones en el más elemental estudio de la Botanometría. Reducir á sencillas ecuaciones el periantio, el androceo, el gineceo, los órganos florales, en fin, en sus cuatro diversos desarrollos de sépalos y pétalos, estambres y pistilos; determinar el paso de la hélice que trazan sobre el tronco las hojas alternas y los arcos comprendidos por las hojas verticiladas; llegar á las espirales secundarias para medir el ángulo de divergencia .de la espiral generatriz de la foliación, es someter á las rigideces del cálculo la explosión de bellezas con que la Naturaleza engalana periódicamente su hermosa envoltura vegetal, para preparar la función trascendental que asegura su perpetuidad. Para dejar ya, aun sin acabar de esbozarlo, el campo de la Botánica en esta rapidísima de.mostración de la tendencia matemática de las Ciencias, haré leve alusión al delicado estudio de los aromas, de los miasmas, de los pneumas. ¡Quién lo diría! ¡El encanto de los poetas, el perfume embriagador de las flores, el dulce y suavísimo olor que embalsama el aire ambiente de praderas y de jardines, en estufas y en salones, sometido y amarrado, como cosa vulgar y ordinaria, al yugo tiránico del número y de la línea! En su implacable afán de someterlo todo á su dominio, no perdona el sabio ni aun las más inocentes relaciones de las bellezas naturales con las explosiones imaginativas. Pero es más notable que esos perfumes que escapan á la vista y al tacto~ al peso y al oído; tenues vapores qu~ se esparcen


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y se de.svanecen sin dejar huella· dúradera dé su. paso m signo material y permanente que acuse su presencia; espí•r itus errantes, que aromas, recrean el olfato, y miasmas, lo mortifican, puedan reducirse á peso, cuando no pesan; á medida, careciendo de dimensiones; á número, siendo incapaces de comparación.-¡Ah! El ingenio humano los ha perseguido en todas sus fases, ha logrado encadenarlos al análisis.-Los dinamismos acumulados en ellos se han revelado por la calorimetría. Según su naturaleza, según su origen, según sus propiedades, así los gases todos, aquellos espírit1-1,s de la antigua Alquimia, desprenden diverso número de calorías, relacionadas con la capacidad etérea, y, una vez conocido el medio de aplicarles el algoritmo, sometidos quedan al análisis infinitesimal.-Mas no se ostenta esta notable victoria contra lo desconocido y lo invisible como un alarde de vanidad estéril y de inútil poderío, que de ambas debilidades carece la verdadera Ciencia; sino corno útil aplicación y fecundo progreso para la humanidad. Porque tal ·estudio, aplicado á los miasmas y á los pneumas, llegará á fijar la característica de la Mecánica higiénica de la atmósfera, distinguiendo esas corrientes ·todavía desconocidas y asoladoras de impurezas que la alteran, _y que por sus efectos sobre el organismo suelen ·llamarse epidemias. Las ecuaciones diferenciales del tifus, del bubón, de la peste amarilla, del cólera, de las fiebres ·todas, de tantos azotes como llueven sobre el hombre, que vienen de lo desconocido y á lo desconocido vuelven, dejando á su paso montañas de cadáveres y ríos de lágrimas, ·a caso nos revelarán elementos dinámicos que por de pronto puedan anunciarse y medirse, y luego puedan destruirse y contrarrestarse. ¡Qué nuevos y dilatados horizontes abiertos á ·la investigación científica de lo totalmente desconocido y ·de lo totalmente invisible! Asimismo.somete la Zoología sus adelanto¡; á la influen-


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.cia matemática. La armonía que guardan los organismos .de la generalidad de las espeGies coJi las leyes estáticas; las .formas· geom,étric;as definidas de muéhas cu·rvas,· y señaladamente las espjrales de los motuscbs y los polígo.µos de los radiad_os; las .labores de los arácnidos; las celdillas de rara perfección cohstruídás por las abejas obreras ó estériles; las construcciones hipogeas de las hormigas; las galerías .abiertas en )os tron·cos por los insectos ó por sus voraces larvas; todo ello son elementos zoográficos de valor mate_máfico. Pero h~y dos ramas de esta _cien·cia bastante importantes pocsí mismas para formar ciencia: aparte; y qüe someten. ya la m·a teria de sus ·estudios ·al análisis matemá-tico: la 'Fisiología y la Microbiología. ¡Qu.é campo tan dilatado de enseñanzas el ·q ue se descubre en el reducido espacio deJ microscopio! Allí, lo invisible y lo desconocido desfilan en incontables miriadas· de seres que se mueven, se reproducen, desaparecen, mueren, se sub_stituyen y ·ponen á la vista del sabio los arcanos increíbles, de ·muchos ignorados, que in.fluyen por modo_decisivo sobre el mundo real y visible. Debajo de las aguas, en· el fondq de los mar_-es, existen, en númerq que c·ausa vértigo for.mular, esos imperceptibles é -incontables obreros, cubriendo de rocas el suelo dilatado de la tierra, sumergida para levantarlo lenta, _lentísima. mente, y preparar así el asiento probable de futur'os ·bo?ques. En las capas atmosféricas, _allá en las al_turas donde la rarefacción del aire niega _vida al organismo hum~no, allí están esos rudimentos de organismos inferiores en numerosísimas legiones, prontos á derramar la muerte sobr_e el planeta con su veneno, y prontos á limpiar el inmenso algibe donde ·respira la hum·a nidad con su caritativa policía. Y_en cuanto vive y en cuanto existe, allí están esos in~nitamente pequeños de la Creación que precedieron á to.d.a vida, y que pro:bablemente sobrevivirán _á todo orga-


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nismo, desempeñando su importante y trascendental misión. La Ciencia comienzéf á verlos, penetrando en lo invisible; la Ciencia comienza á conocerlos, borrando lo desconocido; y al estudiarlos los clasifica, y, al distinguirlos los compara, y al compararlos los mide;. y, una vez llegada á este límite, los somete al análisis infinitesimal, é integra de las nuevas ecuaciones elementos biológicos é higiénicos de aplicación preciosa para la existencia ó para la salud de la humanidad. En todos estos y otros muchísimos progresos de la Ciencia, ante los cuales lo invisible se revela y lo desconocido se desvanece, hállase siempre la aplicación del cálculo á una materia en movimiento. Siempre la ecuación dinámica de las fuerzas vivas, cualquiera que su forma sea, infinitamente pequeña ó inmensamente grande, resuelve los problemas. No se trata ahora, ni las modernas doctrinas calorimétricas, electromél:ricas, atmosferológicas, volumétricas y biológicas lo h~n pretendido, de saber si realmente existe la materia única, ni menos aun cuál sea ésta, como pretendieron las escuelas griegas á que en otra parte hemos hecho referencia. Lo indudable es que, con las teorías dinámicas, el análisis matemático somete al cálculo las más diversas manifestaciones de la Naturaleza. Así tiende á la unidad el conocimiento y así brilla la Mecánica racional en toda su extensión, y conquista mayor campo de día en día, dejando, donde la certeza acaba y la duda empieza, que el moderno Cálculo de Probabilidades termine la investigación, substituyendo la certeza con el pronóstico, reduciendo á números la duda. De esta suerte va creciendo en nuestros días y tomando proporcio~es fabulosas el contingente de lo visible y lo conocido; así se han formado, por sucesivos sedimentos, las Ciencias cuyas nuf!}erosas, múltiples, extraordinarias apli-

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caciones rodean la vida humana de ventajas y de beneficios, que ni aun llegó á soñar el más fantástico de los poetas. La Ciencia realiza ya lo inverosímil. Vivimos en una perpetua agitación que nos hace atravesar muchos años en pocos instantes. Si por vida se entiende suma de sensaciones, asimilación de ideas, conocimiénto de cosas, menester es confesar que las sensaciones recibidas, las ideas asimiladas, y las cosas conocidas son ya más que torbellinos: son vértigos que abruman las facultades humanas. Todo camina á la perfección, todo conduce á la investigación de la verdad; y con saber ó con conocer mayor cantidad de cosas, el hombre siente mejor el concepto de Dios. Cuando reconstruye, por sus estudios y sus descubrimientos, épocas remotas que ningún viviente conoció y que jamás se volverán á ver, hace uso limitado de una facultad divina: está presente en lo pasado. Cuando averigua por el cálculo sucesos venideros, que predice con asombrosa y ya indudable exactitud, está presente en lo futuro. Así se extiende su espíritu en el espacio, así vive en el tiempo. Con las solas facultades limitadas y caducas del hombre se conciben y aun se prueban los atributos-de la Divinidad. ¿No acabamos de demostrar que con la Ciencia actual vive en lo pasado y en lo porvenir? ¿No vemos ahora luz de algunos astros que salió de ellos hace años, diez, ciento, mil quizás? ¿No podemos suponer legítimamente que á esos astros llega ahora la luz reflejada de la Tierra que salió de ésta hace diez, ciento, mil años? Pues si hubiese medios materiales de que esa luz llevara á los astros la reproducción exacta de los sucesos de la Tierra, y de que allí se vieran como en un cosmorama, sin más que la facultad ele trasladarnos á ese astro contemplaríamos escenas desarrolladas en nuestro planeta hace diez, ciento ó mil años, y


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que han de_saparecido del mundo real. No sólo estaríamos presentes ·en lo pasado con la razón, sino también con 1os sentidos. De aquí que Dios, el Espíritu U ni versal que exist~ á la vez en los mundos todos, teng~ la conciencia absoluta de los acontecimientos pasados y presentes; y si ia Ciencia humana puede vivir en lo futuro por la predicción, la Ciencia divina, que es Dios mismo, vive la vida infinita por la presciencia. Sin necesidad de crear, de inventar nuevos . atributos, -solamente por una ampliación ó por un perfeccionamiento de los humanos, comunes á todo ser racional, llega á expfü:ar la Ciencia del hombre las facultades de su Créador. ¡Hermosa conquista de lo invisible y de lo desconocido! · .

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VII Rápida, incompleta y desaliñadamente bosquejado queda algo que prueba el progreso real y el progreso moral de las sociedades humanas. Pero estos descubrimientos, este f€liz resultado de ia incesante investigación del espíritu humano, ¿justifican la explosión de su orgullo que pretende encerrar la Creación en un estado gráfico ó en una ecuación diferencial? El copioso caudal.de lo visible y de.lo conocido ¿es efectivamente hijo del raciocinio y de la deducción, del método y del cálculo? La clave única, el medio infalible de llegar á la visión de lo invisible y al conocimiento de lo desconocido ¿es la razón expresada en un algoritmo? En uria palabra, ¿se ha inventado una fórmula exacta para lfegar al descubrimiento de lo desconocido y á la contemplación de lo invisible? Ciertamente no: ni hay procedimiento fijo, ni método ._d~termiriado, ni pu·ed~ haberlo.s. Si tod~ lo creado, así en ·10


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material como en lo inmaterial; él humo- con sus· espirales infinitas, el aire con sus perpetuas revueltas, la ola con sus rizadas espumas, la nube con sus giros caprichosos, la ge~ neración con sus secretos, la vida con sus misterios,· el alma con sus atributos, todo, todo pudiera someterse eri su forma, en su medida, en sus hechos, en sus evoluciones, en sus actos, ·á una fórmula matemática, entonces habría, sí, una sola Ciencia trascendental, pero no existiría el libre albedrío, y la materia y la inteligencia serían meras funciones geométricas sometidas al fatalismo inconmovible de una ecuación cuyas soluciones formarían tablas de los sucesos futuros, con la misma exactitud con que se forman las tablas lunares y los cuadros de las mareas. · ¡Cuán lejos estamos de esa presentida unidad y de esa ansiada generalidad que no es aventurado augurar quejamás alcanzará el hombre! Cierto es que ya están sometidos al cálculo· el azar, la casualidad, las causas, los orígenes, las probabilidades, en fin, de los sucesos. Cierto qúe los procedimientos matemáticos para reducir los límites del erro: son ingeniosos y exactos. Pero su aplicación es limitada, y su progreso se funda en la repetición de· los hechos; esto es, en la misma experiencia desconocida ó dudosa, cuyas contingencias -aventuradas se pretende borrar con una ley general. El atento é imparcial examen de las Ciencias mismas descubre en ellas senos, escollos y arrecifes desconocidos, que ni la intuición de los antiguos, ni el análisis de los modernos, han podido vencer ó descubrir. Apenas si hay una sola rama del saber humano donde, al llegar á ciertos límites, no se hallen enigmas indescifrables, semejantes á burlonas esfinges ·que esperan en vano un Edipo que las arroje victorioso en el mar sereno . del progreso. Porque, aun prescindiendo de causas y de fenómenos; liII\itándonos á -inétodos, sistemas, proc~dimientos _y. algo-


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ritmos, dentro de las mismas Matemáticas, la ciencia de la verdad universal, el lugar geométrico donde confluye la más alta expresión científica de las Ciencias todas, se encuentra muchedumbre de deficiencias, obscuridades y lagunas, que tardeó nunca se llenarán. Las ecuaciones de grados superiores, no resueltas todavía; ·la interpretación de ciertos radicales imaginarios, no definida; las expresiones que no se saben integrar; la misma Geometría antieuclidiana, ¿no prueban que, á pesar del innegable progreso, grande, colosal, asombros.o de los presentes tiempos, todavía hay problemas y dudas que reducen la importancia y que cercenan la eficacia de los métodos de raciocinio y de sus representaciones matemáticas? Y si en esa misma ciencia abstracta hay aún continentes por descubrir, ¿cómo ha de pretender el hombre tener el dominio de la Ciencia universal? La hermosa teoría de la unidad de las fuerzas físicas; el principio de la conservación de las energías; la hipótesis del éter, opuesta á ·1a del vacío, producen rápidos adelantos en las Ciencias de aplicación; pero ni resuelven el problema de las causas, ni avanzan gran cosa en el concepto de las fuerzas que rigen los movimientos de la materia. Ayer, un ayer muy próximo, se explicaban los cambios de estado de Los cuerpos, y aun sus descomposiciones, por la influencia de agentes llamados luz y calor, electricidad y magnetismo, atracciones y repulsiones, afinidades químicas, acciones catalíticas, gravitación universal... Hoy ha cambiado todo: la unidad ha triunfado; la observación ha demostrado analogías é identidades presentidas y deseadas de antiguo; y todo el cortejo de agentes físicoquímicos se .ha eclipsado ante la bellísima doctrina de la materia en movimiento. Sí; pero aun con todo ese adelanto formal, real y utilísimo, el fondo de la cuestión, su esencia íntima, casi han quedado los mismos. Es indudable el pro-


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greso; es indiscutible la fecundidad de la nueva do:trina para los adelantos de las Ciencias físico-químicas, y es legítimo el regocijo que tales conquistas nos producen, como es innegable el inmenso provecho que de ellas saca la humanidad. Pero no olvidemos que no pasan de una categoría intelectual subordinada; que son la explicación de los fenómenos conocidos, de la agrupación lógica de los hechos registrados; y que no llegan todavía y que tardarán largo tiempo en llegará los problemas fundamentales que atañen á la naturaleza íntima de ·la fuerza y de la materia. Por eso, la Ciencia que se lanza con poderosos vuelos y con éxitos gigantescos al estudio del movimiento, del cambio de estado y de la transformación de las cuerpos, se queda muda é inmóvil ante la contemplación de un cuerpo cualquiera cuando se le pregunta qué es. Un conocido y afortunado símil de Boscovich justifica este hecho, á primera vista contradictorio. Es un cuerpo, en su constitución íntima, á manera de una biblioteca llena de volúmenes y tratados de muy distintas materias, impresos con caracteres muy diferentes, cuyas letras se componen de puntitos apenas perceptibles con el microscopio. Llega la Ciencia actual con todos sus adelantos á reconocer el edificio, á distinguir unas obras de otras, á contar sus volúmenes, y ya es mucho; pero leer los libros, fijarse en las palabras, clasificar los caracteres de letras y luego separar los puntitos que las forman ... ésa es labor de siglos, que no será fácil realizar al hombre; ése es el caudal que todavía retienen y defienden, en su pertinacia y en su avaricia, lo invisible y lo desconocido. Los efectos, las aplicaciones, y la parte utilitaria de la materia en movimiento nos es conocida y está cada día mejor aprovechada. Generalmente, de los resultados prácticos registrados á través de los tiempos, de los métodos de observación, de la experiencia, fundamento de la razón,


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brotan las Jeyes ·qué lueg·o se traducen . en ·1as fórmula·s an·a líticas· dé focundás gen·eralizaciones. ~ero las causas . .-. ¡ah! las causas. Ahí no' alcanza la Ciencia á descubrir lo invisible· ni á .descifrar lo desconocídv. Apepas si, llegados á ciertos límites, acertamos á esbozar unos ·símbolos que p0r conveniencia común, ó porque nuestro orgullo nos··veda la confesión de la propia ignorancia, admitimos, confundiendo á veces su significado' re1ativo con un valor absoluto que no pueden tener. La limitación humana, rodeada de seres limitados viviendo entre lo limitado1 no concibe lo infinito. Necesita el hombre refugiarse en algo inmedible, en su propia conciencia, para atreverse á pensar en lo infinito. ¿Cómo concebirlo, si no tiene con qué compararlo? F~rmad cordilleras de épocas y superponedles montañas de ·siglos hasta escalar el Cielo. Jamás llegaréis á encontrar lo infinito del tiempo, que es la eternidad, en el vértice de la· monta~a final. Siempre estará más alto. ¿Dónde? En el infinito mismo. Sumad los globos todos de la Creación, elevad su volumen á potencias de grados portentosos por lo crecidos. Jamás hallaFéis en el resultado lo infinito del espacio, que es la inmensidad. Siempre estará más lejos. ¿Dónde? En el infinito mismo. Con tanto .forjar montañas de siglos, con tanto multiplicar mundos, no habréis comenzado á ver el principio del -infinito. Su término, su. fin, no lo alcanzará nunca el hpmbr:e, porque en lo limitado no cabe lo infinito. Por eso mismo, sin razonar más, y mal qué pese al orgullo humano, lo invisible y lo desconocido existirán siempre, así ep nuestro planeta como en los mundos todos del concierto-sideral del U ni verso; porque lo desconocido y lo invisible son éondiciones fatalmente necesarias á la exis_Jenci?- de cuaµtos organismos racionales hay en la Creación.

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.. · Si no fuera as·í; la esencia espiritual y la naturaleza material del hombre no serían limitadas. Ada.remos este juicio con una hipótesis. · En posesión de la verdad total y absoluta, desvane~ ciclo lo · invisible, anulado lo desconocido, el espíritu humano se · sublimaría. Presentes en su propio ser las exp~riencias y las enseñanzas del pasado, las esperanzas y las realidades de lo porvenir; dueño de los secretos evolutivos y transformado res del Cosmos; leyendo la historia y la revelación en el pentágrama infinito de lo·s Cielos poblado de constelaciones, y estudiando en el libro del alma poblado de aspiraciones y deseos su origen y su destino; poseyendo, en fin, la Ciencia universal de la causalidad y de la finalidad, lo que es contingente se convertiría en necesario, lo accidental en perpetuo, lo caduco en perenne, lo limitado en infinito, la vida en inmortalidad , el hombre ·en Dios. Y como esto es imposible; como tal inverosímil hipótesis envuelve el trastorno fundamental de las leyes que -por voluntad del Creador rigen el mundo real y el mundo moral, bien claro se ve que lo invi-sihle y lo desconocido, á pesar de la nebulosa que arrastra el progreso á través de los tiempos, existirán siempre, porque son condición esencial, -necesaria de la existencia del hombre sobre el planeta. La aspiración á la verdad es la atracción del Cielo sobre nuestra alma; y cuanto más penetra el hombre en la Creación, mejor conoce á Dios; pero tambien siente ·me-jor la distancia incomprensib le, inmensurabl'e que ·1e se. para de su conocimiento total, que es lo infinito. El calor solar evapora las aguas en la superficie de los mares, y convertidas en nube se resuelven en lluvia cuando devuelven el calor que cambió su estado físico; y· la lluvia forma los ríos que, fertilizando 6 asolando tierras, vuelven ·al mar, su primera patria, para , s~r, iluevar:pente


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convertidas en nubes por la evaporación, y en ríos por el enfriamiento. Del mismo modo, formados por la evaporación del mar de los espíritus, nacen los ríos caudalosos de la vida allá en las alturas inaccesibles donde reside la facultad única creadora; pueblan mundos y planetas, dejando corno estela de su paso ideas nuevas ó regeneradas, aplic_aciones útiles ó indiferentes, que ni añaden un átomo á la materia existente, ni se llevan · una partícula infinitesimal de la Creación; y luego van á desem~ocar y á extinguirse en el mar inmenso de lo desconocido. ¿Podrá jamás la Ciencia penetrar esos arcanos sublimes del origen, de la existencia y del destino de la humanidad? Pues he ahí algo invisible y algo desconocido que no alcanzará jamás el hombre por sí mismo, aun cuando le ·importe más que la suma de sus ciencias todas. Rota la frágil envoltura que sirve de cárcel al alma en su peregrinación pl_a netaria, debe hallarse nuevamente en comunicación con la eternidad y con la inmensidad, porque su esencia inmortal la hace sentir el infinito. Después ... ¡ah! después ... : donde la Ciencia acaba, la Religión comienza; donde la razón se obscurece, la fe ilumina. ¡Lo invisible es perpetuo, y eterno lo desconocido! Sí; pero como límites superiores impuestos por la Sabiduría infinita á la flaqueza humana para hacer posible la vida real. Límites intraspasables, semejantes al cero y al infinito simbólicos y también necesarios del cálculo, semejantes á la abstracción elemental del punto. matemático, jamás realizado,· ó al polígono infinitesimal inscrito y nunca confundido con el arco que lo envuelve. Dentro de estos límites quepa campo dilatado, vastísimo, inmenso, abierto á las especulaciones del entendimiento humano. La lucha contra lo invisible y contra lo desconocido es la misión de su espíritu en la tierra. El afán


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inextinguible de investigaciones es necesario, porque fo. menta las naturales aspiraciones del alma, sin las cuales la vida fuera un desierto de hielo, privado de las caricias de un rayo consolador que lo alumbrase: es saludable, porque redime con la santa virtud del trabajo los extravíos á que la humanidad pudiera entregarse por un bastardo empleo del libre albedrío. Por eso, el descubrimiento de lo invisible y la investigación de lo desconocido son labor fecunda y salvadora impuesta por el Creador á la Humanidad, como ley de gravitación universal de todos los seres hacia el mismo Dios, de quien tomaron su origen, y de quien alcanzarán también su fin cuando se fundan nuevamente en lo eterno y en lo infinito, donde acaban para el espíritu LO INVISIBLE y LO DESCONOCIDO.

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DISCURSO DEL

EXCMO. SR. D. MANUEL BECERRA

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Según precepto reglamentario, para tomar posesión de plaza de Académico Numerario en esta Corporación, es obligatorio que el electo lea un discurso sobre la materia que tenga por conveniente, relacionada con las que abarcan las que algunos llaman Ciencias positivas, y que yo me permitiría denominar CIENCIAS, sin ningún calificativo. Y también es de reglamento, ó está sancionado por respetable costumbre, que al saludo del recipiendario conteste uno de los individuos que han tenido ya el honor de ocupar puesto entre vosotros. Por haberse acordado de mí el Sr. Navarro Reverter para negocio tan arduo, y previa indicación de nuestro Presidente, véome en el compromiso de dirigiros la palabra, con mucho gusto sí, pero temeroso, más exacto aún, con la absoluta seguridad de no poder corresponder, por desgracia para todos, á la confianza en mí depositada en este caso. Si como afirman filósofos ilustres, y aunque no lo afirmasen sería lo mismo, todo tiene su razón de ser en este mundo, alguna tendrían los autores del Reglamento por


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que nos regirnos para exigir la lectura de estos discursos con relativa solemnidad y á puerta abierta; y entiendo que la principal sería el deseo de poner á la Academia en relación íntima con el público ilustrado, cuantas veces fuere · posible, sin menoscabo ó entorpecimiento de otros trabajos de muy diversa índole y menos ~paratosos, á que tiene más frecuen_te obligación de consagrarse. Celebraría yo en el alma que las ocasiones de publicidad, análogas á la de hoy, se repitieran á menudo; y que el público que con su asistencia nos favorece y honra fuese cada día más numeroso, hasta el punto de no hallar cómodo desahogo en este modesto salón, que, modesto ó reducido como es, debemos confesar que no es nuestro, pues vivimos ó nos hallamos en él como de prestado, gracias, hasta cierto punto, á la benevolencia ,y generosidad de otra ilustre Academia. Cuando mis deseos se realicen, y no sea motivo de extrañeza, sino cosa natural y corriente, que á dar realce y valor á est'a s solemnidades acudan gustosas y en buen número, corno en competencia con los hombres estudiosos, distinguidas representantes del sexo femenino, - del sexo en que la i'rnaginación, la delicadeza de sentimientos, y la elevación de aspiraciones predominan con ventaja manifiesta ,-entonces será cuando podamos mostrarnos satisfechos, al , considerar que las Ciencias á que rendimos culto ejercen sobre la sociedad extensa y merecida influencia, ó que han logrado democratizarse ó vulgarizarse, fin que debemos todos poner empeño en realizar. Por si alguno creyese que, al hablar de nuestra modesta situación en esta casa, he procedido por mezquino interés individual ó de clase, apresúrome á manifestar que no he tenido, ni por asomo, semejante intento. Las personas aquí no son ni significan nada por sí mismas; pero el estado precario en que viven signo es bien elocuente del estado lamentable en que se encuentran en nuestra patria las Cien-


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cias á cuyo estudio en colectividad se dedican, como sistemáticamente desatendidas en sus más apremiantes necesidades, y privadas de elementos indispensables para regenerarse y florecer y alcanzar puesto eminente, siquiera de lejos, comparable al que en otras naciones tienen. Así lo comprendieron, sin duda, en tiempo muy reciente dos ilustres Ministros de la Corona, los Sres. Moret y Gamazo; los cuales, reconociendo con alto criterio la importancia que para el progreso intelectual y riqueza consiguiente del país encierran los conocimientos cuyo adelantamiento y difusión entre nosotros solícita procura, han facilitado casa propia, aunque vieja y maltratada por el tiempo, de ninguna manera despreciable, á esta Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Persuadido yo de que así, aunque sin autoridad para ello, interpreto fielmente 'vuestros sentimientos, aprovecho la primera ocasión, que después de tan fausto suceso se présenta, para tributar sentidas gracias á los dos esclarecidos varones mencionados, y la enhorabuena por el interés, digno de imitación en lo sucesivo, que con su loable proceder han· demostrado en beneficio inmediato y por decoro de aquellas Ciencias. Dice un proverbio vulgar que no hay rosas sin espinas; y bien he comprendido yo su exactitud al fijar la atención en las primeras palabras, dolorosas para mí como punzantes espinas, que el Sr. Navarro Reverter dedica á la memoria de su ilustrado y sabio antecesor en esta Academia, el Sr. Nava y Ca veda, antiguo condiscípulo y muy querido amigo mío, el recuerdo_de cuyo fallecimiento ha venido á recrudecer el dolor que en mí produjo tan sensible pérdida: tan cierto es que las heridas del corazón no se curan ni cicatrizan por completo nunca, y gracias si el tiempo consigue suavizarlas. Entre Nava y yo existió siempre mutuo y desinteresado. afecto, que en días de amargura y desengaños nos sirvió más de una vez de consuelo, y nos


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prestó aliento para continuar luchando en la fatigosa batalla de la vida. Él cayó antes que yo; pero su recuerdo vive en mí, como en la memoria de cuantos le trataron con intimidad y pudieron apreciar las nobles prendas de su carácter: de sus merecimientos científicos no es menester que yo diga nada, después de lo consignado por el Sr. Navarro Reverter en su discurso. A falta de otros títulos de mucho mayor valía, bastaría su extenso Informe sobre determinado punto de Construcción Nava,l, leído en esta Academia, para darle puesto sobresaliente entre los hombres de más envidiable y mejor sentada reputación científica en la España de los tiempos actuales. Después de las espinas vienen las rosas. El Sr. Navarro Reverter nos dice haber conocido al Sr. Nava y Caveda en la Exposición de Viena; y estas palabras despiertan en mi cerebro grato recuerdo, de que no juzgo impertinente haceros partícipes. Era en aquéllos perturbados tiempos, aunque inmerecidamente, Ministro de Fomento el que tiene la honra de ocupar vuestra atención en este . instante; y la Hacienda española, muy rara vez en estado floreciente, pasaba entonces por tan grandes apuros, que parecía excusado, y aun temerario, exigir de la nación nuevos sacrificios pecuniarios. Por lo cual el dignísimo Presidente de la Comisión (Marqués del Duero), que se ocupaba en todo lo referente á la asistencia de España al mencionado universal certamen, pensó que debía desistirse de tomar parte en aquella costosa empresa. Pero el Ministro de Fomento, en amistosa conferencia con tan valeroso y entendido General, le dijo estas palabras: «Sírvase U d. citará la Comisión lo antes posible; y ni U d. ni los ilustres individuos que la componen desistan del empeño que tienen contraído. Hoy mismo escribiré al Ministro austriaco comunicándole que España asistirá á la Exposición , y el Comisario Regio

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(mi querido amigo que fué, D. Emilio Santos) recibi_rá nuevo encargo para adoptar cuantas medidas considere oportunas para la ~olocación decorosa de nuestras instalaciones. Los recursos para ello necesarios parecerán de hoy á mañana; pues, en cuestiones que á su dignidad y á su porvenir interesan, nuestra nación no puede retroceder ante ningún género de sacrificio». Y, en efecto, los recursos parecieron en el plazo señalado, y á disposición de la Comisión, encargada de emplearlos con la más exquisita prudencia, quedaron depositados en importante Establecimiento de crédito. No toméis lo que acabo de deciros por alarde de vanidad. Nada de eso. Lo que hay es que el Ministro de entonces entendía, y sigue entendiendo aún, que si los ciudadanos deben velar ante todo por su propio honor, el de sus familias, y el de las personas que les son queridas, con igual ó mayor empeño están obligados á defender la honra y el prestigio de la patria, en cuyo amor se resumen todos nuestros amores, y cuya prosperidad inte lectual y material á todos en primer término interesa. Sin contar con que á las naciones que, por tristes vicisitudes de los tiempos, no forman á la cabeza de las más adelantadas en la vía del progreso, importa sobremanera acudir á los torneos pacíficos de la Ciencia, la Industria y el Comercio, en señal siquiera de que no han abandonado la lucha ni la esperanza <le reconquistar el terreno perdido. ¡Desgraciadas aquéllas que yacen desalentadas, y que no procuran vigorosas sacudir el letargo que las postra! No es menos brillante y justo, que el consagrado al Sr. Nava, el elogio que dedica el Sr. Navarro Reverterá la memoria de D. Lucio del Valle, considerándole en su triple concepto de sabio y atrevido ingeniero, de muy entendido arquitecto, y de académico ilustre. La obra de mayor valía, realizada por Valle, fué la de


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conducción y surtido de aguas á Madrid: obra de modesta apariencia, y de mérito y dificultad solamente conocidos y justamente apreciados por muy corto número de personas, y que dió por inmedia to resultado la transformación estética de la capital, con ventaja manifiesta de sus condiciones todas de habitabilidad. La mejora ha sido en pocos años tan extensa y rápida, que ya se toca la necesidad de ampliar los trabajos hidráulicos con tan superior inteligencia y acierto por Valle ejecutados. Y ¿cómo no, cuando sabios ilustres sostienen que para su prosperidad derna, necesiy florecimiento, dentro de la civilización ta una población, de la importanci;:i. y as ·raciones de Madrid, un surtido de agua colosal, como de mil litros . diarios por individuo? Como bueno ha cumplido el Sr. Navarro trayendo á nuestra memoria los grandes merecimientos científicos y administrativos de sus dos inolvidables antecesores en esta Corporación. ¿ Debe_ré yo reseñaras los títulos de la misma índole que justifican el ingreso en la Academia de nuestro nuevo y preclaro compañero, tan conocido de cuantos me escuchan por sus muchos é importantes trabajos técnicos como Ingeniero de Montes é Ingeniero industrial, por sn labor provechosa en la cátedra, y por su envidiable facundia como escritor y publicista de elevados vuelos? Ni su modestia me lo consentiría, ni lo considero tampoco necesario en la ocasión presente. De lo que vale como hombre de estudio y expositor de las grandes verdades conquistadas por la Ciencia, bien clara muestra nos da el extenso y brillante discurso que acaba de leernos. Discurso que versa nada menos que sobre Lo invisible y Lo desconocido; esto es, sobre lo que un tiempo se encontraba fuera del dominio de la vista, y ha logrado el hombre percibir y dominar al fin; y sobre lo que, si ayer era desconocido ó ignorado, hoy es objeto de fecundo estudio,


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al que, cada día con mayor provecho, aplica la inteligencia humana, excitada por insaciable curi osidad, sus poderosas facultades de análisis. P orq ue sobre Lo desconocido y Lo invisible, tomado á la letra, ni el Sr. avarro pretende discurrir, ni en el orden natural cabe discurso que no ~sté basado en meras hipótesi s , más ó menos arbitrarias. A tratar de tan vasto tema debió, sin duda ninguna, ser inducido el nuevo Académico por la tercera de las ambicíones de que habla Bacon, cuando dice: <1Hay tres géneros de ambición. Primera, la más vulgar y más cobarde, la de los hombres que aspiran á gozar de superioridad personal exclusiva. La segunda, má ·elevada, pero también inconsiderada ó injusta, la de aquellos que desean la supremacía de la patria. Y la tercera, la más augusta y respetable, basada en el estudio y cultivo de Ciencias y Artes, la de aquellos que se afana n por extender el domi nio del hombre sobre la Naturaleza». En el terreno de lo por muchos siglos invisible comenzó á penetrar el hombre con el descubrimiento del telescopio, que al célebre Galileo disputan otros inventores, como Pedro Mecio, coetáneos suyos, ó anteriores á . su época . De lo invisible hemos dicho, y fuera mejor decir de lo nunca hasta entonces visto, ó de lo que está por ver todavía. Porque la visibiüdad es condición ó cualidad puramente subjetiva, dependiente de la vista natural del sujeto, ó de los perfeccionamientos aportados por la humana industria al más noble de nuestros sentidos, si cabe distinción de nobleza en este punto . Todo ello es, en muy gran parte, cuestión de la forma geométri~a de los ojos, y de su aptitud para recibir mayor ó menor cantidad de rayos luminosos, y de concentrarlos, sin atropello ni con fusión, sobre la maravillosa membrana de la retina, donde producen extraña impresión, transmisible por el nervio óptico al cerebro, según se desprende de sutilísimas inves-


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tigaciones experimentales, en cosa de veinte cienmilésimas de segundo: de ningún modo instantáneament e, porque no ha y en el orden físico fenómeno alguno, ni de placer ni de dolor, que, desde que se inicia hasta que se consuma, no exija tiempo, en teoría por lo menos, mensurable para producirse. Con la invención del telescopio y del microscopio hemos descubierto un mundo de infinitamente grandes allá por los espacios, y otro de infinitamente pequeños, en el cual estamos como sumidos, y que, por muchos motivos, nos interesa de todas veras conocer. Pero adviértase bien que estos calificativos grande y peque1io son relativos á nuestra manera de ser y modo muy limitado de apreciar. Lo con aquellos admirables descubrimientos conseguido fué simplemente ensanchar el campo de lo visible por las dos opuestas fronteras que le cierran ú obscurecen; y nada más. Pero de lo que se oculte más allá, nada sabemos; y, pese á la humana va_nidad, y por muchos y muy sorprendentes que sean los progresos de Ciencias y Artes, puestos á nuestro servicio, siempre habrá un más allá que se nos escape, oculto entre sombras á nuestras miradas. Lo absoluto no es de nuestro dominio, y cuanto sobre él discurramos no pasará de' la categoría de las hipótesis, ni deberá considerarse nunca como puesto fuera de duda, de no dar antes al olvido aquella tan prudente máxima de Newton: «No califiquéis de cierto sino aquello que está demostrado». Y la demostración á que Newton se refería, claro es que ha de revestir carácter matemático . Ejemplo pasmoso de lo físicamente invisible, aunque en realidad existente, es la materia en el estado radiante de Crookes. Y en otro orden fenomenal más elevado, ahí están los afectos ó sentimientos del hombre, y aun de los seres subhumanos, que algo misterioso comprenden, difícil ó imposible es decidir si visible ó invisible. Preguntad,


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si no, á dos seres cuya felicidad y porvenir en el mundo dependen de una recíproca mirada, qué han visto, ó dejado de ver, uno en otro, para permanecer, después de mirarse, indiferentes, como si no se hubieran visto, ó amarse ó aborrecerse desde tan fugaz momento. Con envidiable galanura de estilo, aunque por necesidad en grandes y someros rasgos, nos ha dado cuenta el señor Navarro de la lucha, si así puede llamarse, de la inteligencia humana contra Lo desconocido, y de su afán por dominarle: lucha y afán, que dependen de algo subjetivo y con;io característico, aunque no exclusivo, de la misma inteligencia. Tanto no es exclusivo, ó privativo de nuestro ser, que en la escala de los seres inferiores, entre los ani- . males domésticos, por ejemplo, advertimos con frecuencia suma cómo obedecen á la necesidad de enterarse, ya por la vista, ya por el olfato, de los objetos, animados ó inanimados, que se les presentan por vez primera; y cómo sus actos posteriores demuestran que aquel trabajo de atención les ha sido provechoso, aunque en II.1uy reducidos ó limitados términos. Porque sus condiciones intelectuales, tan inferiores á las del hombre, y la imposibilidad de transmitirse recíprocamente los conocimientos rudimentarios, por esfuerzo propio adquiridos, los incapacitan para la suma ó integración de aquellos conocimientos aislados, de la que inmediatamente se deriva la ley del progreso indefinido: ley que al dominador, muchas veces tirano, de cuantos otros animales pueblan el globo terráqueo le está exclusivamente reservada. Como cuanto á la vida física, y aun intelectual, del hombre concierne depende por modo directo del medio ambiente que le rodea, de su situación en el globo que habita, y de los raudales de calor, de electricidad y de luz que del Sol recibe este mismo mezquino planeta, inseparable de aquel inmenso luminar en cuyo torno gira, y á quien


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sigue sumiso por el espacio, en los momentos actuales con rumbo á la constelación de Hércules, natural es que el Sr. Navarro se ocupe en el estudio de aquella nebulosa, creada por el genio de La place, y de la cual parece verosímil que el sistema solar procede, ya que esto no pueda considerarse como de incuestionable certidumbre, y que nos hable de la suma de calor que, según experimentos y cálculos de Pouillet, Secchi, Tyndall y otros muchos diligentes y sagaces investigadores, recibe la Tierra del astro del día, en tiempo determinado. Suma que se distribuye en tres distintas partes: una como perdida, 6 devuelta á los espacios, por irradiación inevitable; otra empleada en el sostén y como ~liento de las fuerzas vitales del planeta; y otra almacenada en sus entrañas, de la que tan prodigiosa utilidad reporta la industria moderna. Problemas son los en estas pocas palabras apuntados que significan muy poco en cotejo de otros, de mucho mayor cuantía, y á 1~ fecha presente no resu eltos. Si, por ejemplo, se nos preguntase cómo se formó ú originó la nebulosa; cómo y cuándo se desprendieron de ella el Sol y los planetas, y, entre los planetas, la Tierra; qué tiempo de vida le queda á ésta, y cuánto al Sol hasta que deje de alumbrarnos; y, prescindiendo de los misterios que encierran los innumerables mundos diseminados por el espacio, de los cuales es imposible que sin protesta prescinda nunca la curiosidad humana, cuál es la cantidad de calorías, en forma de carbón fósil, condensadas en las entrañas del globo terráqueo para satisfacción en el curso de los tiempos de las necesidades sociales, en rápida progresión creciente día tras día, habríamos de confesar humildemente que todo esto pertenece á la categoría de lo desconocido, ó por conocer: á la de los siete enigmas de Boi de Remond, que Sofía Germán logró reducirá menor númef0 por medio de la eÍiminación en un sistema de ecuacio-


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nes simultáneas. Pero aunque así no fuese, aunque lo enigmático por el momento se hiciese de pronto patente, poco más adelante surgiría de nuevo · el fantasma de lo desconocido, poniendo siempr~ á prueba, para desvelarle, la paciencia y el ingenio y todas las facultades de investiLo desconocido, gación que el alma · humana atesora. , como acicate provechoso de estas facultades, no ha de faltarnos nunca. · Gallarda muestra de erudición científica nos ha dado el Sr. Navarro Reverter en su discurso, al pasar precipitada revista y citar los nombres de pueblos é individuos que, así en lo antiguo como durante la Edad Media y en los tiempos actuales, de modo más eficaz han contribuído á los progresos de la civilización que disfrutamos. Y tal amplitud y desarrollo ha dado á su tema, y tanto atractivo ha sabido comunicarle, que si bellamente cuadra aquel discurso en la solemnidad que celebramos, tampoco disonaría en solemnidades análogas, celebradas en el seno de otras ilustres Academias. Como que su . auto;, arreb'.'1-tado de entusiasmo, ha procurado resumir en magnífica síntesis el conjunto de los conocimientos humanos, las Matemáticas, la Astronomía, las Teogonías, la Geología, la Física, la Química, la Biología, la Embriología, la Moral, la Religión y el Derecho. De todo habla un poco: lo bastante para mostrar el empalme de unos conocimientos con otros, supeditándolos todos al principio de su penosa adquisición por el hombre, partiendo de lo desconocido hasta llegar poco á poco á los dominios de la luz y de la verdad, plename,?te descubierta y demostrada. Seguirle en su largo y c_o mplicado derrotero es imposible para mí; y por eso, desde un principio, me he ceñido á la simple enunciación del tema á_que el discurso se refiere. El cual no es otro, á mi entender, sino el de indicar, siguiendo la ley de evolución, la vasta s~rie de conocimien-


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tos adquiridos por el hombre desde su aparición sobre el haz de la Tierra, prescindiendo, por no ser congruente al asunto, de la época en que aquella aparición tuvo lugar, si en los comienzos de la edad geológica cuaternaria, ó en las postrimerías de la ternaria; y sin entretenerse á discutir tampoco, en términos por lo me11os bien explícitos, si en tan remotas edades poseía ya el hombre algún conocimiento rudimentario del mundo que le estaba destinado, ·ó si á sus observaciones y experiencias y lentos trabajos de exploración son debidos cuantos ahora posee y constituyen inmenso caudal de provechosa y muy varia doctrina. Entre los cuales, abusando de vuestra paciencia, voy á permitirme citar dos solamente, aunque de muy distinta especie, notabilísimos ambos. Es el primero, el más sencillo en la apariencia y de mayor fecundidad teórico-práctica, inadvertido por la generalidad de las gentes, ó no apreciado á todas horas como merece, el de la Aritmética de posición, ó sistema de numeración vulgar, decimal ó no decimal, que esto es mero accidente de la base que para constituirle se adopte. Porque lo esencial en él, y nunca bastante celebrado, es que con solas diez cifras ó signos, y sin más artificio que el de atribuirá éstos dos valores, absoluto uno, y otro relativo á la situación que entre los demás ocupa, puedan representarse con sorprendente claridad todas las cantidades numéricas imaginables; y esto con prontitud asombrosa, y sin esfuerzo mental apenas. Ora fuese inventado por los árabes, ó nada más que por ellos importado de la India, lo cierto es que á los de España debe Europa el conocimiento y uso de tan prodigioso instrumento de análisis matemático, y de representación de los fenómenos del mundo físico. Y esto, en cuantas ocasiones se presenten, justo será repetirlo; pues en la historia de la Ciencia no deben hacerse distinciones de nacionalidades ni razas, en-


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salzando inconsideradamente á unas, y rebajando, sin razón bastante para ello, los servicios prestados por las de-· más á la causa de la civilización secular humana. Por lo cual, aunque se califique mi empeño de pueril, me parece asimismo pertinente recordar el otro descubrimiento, á que poco antes aludí, y que, por su mucha trascendencia en la constitución del estado social moderno, germanos y sajones disputan á los demás pueblos: me refiero al descubrimiento de la pólvora, si no indisputablemente original de los árabes, por éstos utilizado, con asombro y daño de sus contendientés, en los tiempos de Alfonso XI de Castilla, en el sitio de una de las plazas fronterizas andaluzas (1). En su tan erudita como brillante disertación académica, detiénese complacido el Sr. Navarro en la consideración de aquellos centros ó pueblos de la antigüedad que mayor grado de esplendor alcanzaron por su poderío y su saber, como la India, la Caldea y el Egipto, célebres por sus variados sistemas filosóficos y los conocimientos astronómicos y geométricos que en la infancia de las sociedades lograron reunir. Por los tesoros de ciencia y de industria, ocultos en los misteriosos templos levantados {I) La receta del ingrediente y del modo de emplearle por entonces, traducida del árabe, dice como sigue: « Si coges do libras de carbón de leña, las mezclas con . una de azufre y otra de salitre, y lo mezclas todo muy bien en un mortero, de suerte que todo quede reducido á granos un poco mayores que los de la harina, lo secas bien al ol, guardándote de que haya fuego inmediato, y este polvo lo metes en un pequeño cilindro hueco, cerrado por un extremo, y por el otro lo prendes fuego, el tubo se lanzará á los aires con gran velocidad y hasta gran altura; y si lo envuelves en un pergamino de papel muy fuerte, atado con cuerdas de grati resistencia, y lo aplicas una mecha encendida, revienta con un estruendo .parecido al trueno, cuyo estampido es tanto mayor cuanto más fuertes sean las cuerdas con que está atado », De este rudimentario invento al- de la dinamita y demás prodigiosos y tremendos fulminantes de los tiempos modernos, hubo muchos pasos que dar. Pero, en cualquier orden de descubrimientos, el primer paso forma época: y · no d'e be entregarse al olvido nunca. 6


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en los países que el Ganges y el ilo fecundizan, bien de la Humanidad merecen las famosas castas sacerdotales que los custodiaban; mas no por el espíritu egoísta á que su adquisición y acrecentamiento presidía, sin provecho intelectual ni material de la generalidad de las gentes. ,, Y acaso de aquí proceda el vicio, no desarraigado por completo todavía, de creer que las Corporaciones doctas, y aun los individuos especiaimente consagrados al estudio, deben vivir vida de retraimiento, ó, mejor dicho, de aislamiento con la masa social. Mal que pese á egoísmos, vanidades, ó restos de antiguos sistemas, yo entiendo, por el contrario, que la Ciencia no debe ser patrimonio exclusivo de nadie, y que necesita respirar el ambiente de eso que, bien ó mal llamado, se denomina sentido común, y que con frecuencia le ha servido de estímulo, y hasta de inspiración, en sus múltiples progresos y más notables descubrimientos. Díganlo, si no, tantos hombres ilustres, cuyos nombres omito por brevedad., como, sin alarde de sabiduría en el sentido vulgar de la palabra, han florecido en el ejercicio de las artes mecánicas é industriales, dentro del taller y de la fábrica, aplicando los principios teóricos de la Ciencia, con asombrosa perspicacia y felicísimo acierto, á la satisfacción de las necesidades sociales, y rectificando de paso, más de una vez, en el crisol de la práctica, las afirmaciones vagas, ó conclusiones erróneas, de aquellos mismos principios ó elementos científicos, ciertos sin duda, pero por muchos sabios de oficio mai entendidos ó interpretados. ¿ Se necesita un ejemplo? Pues me limitaré á citar al famoso Jorge Stephenson, creador de la l~comotora, y que de la clase obrera pasó con tan bello arranque de ingenio á la categoría de los hombres de más envidiables títulos al aplauso y gratitud de la posteridad. Y en prueba también de que la luz natural y la elevación de miras suplen, á veces, al saber penosamente adquirido en los li-


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bros y en .las aulas, y en toda suerte de ejerc1c10s académicos, y pueden contribuir con eficacia incomparable á la conquista de Lo desconocido, recordaré las empresas llevadas á término feliz por aquellos navegantes españoles y portugueses de los siglos xv y xv1, que con elementales antecedentes cosmográficos, y sin rayar, ni pretenderlo tampoco, en distinguidos astrónomos ni profundos matemáticos, se posesionaron de todo el globo terráqueo, demostraron prácticamente su redondez y su movimiento de rotación, ampliaron y elevaron la bóveda celeste, y facilitaron á Nicolás Copérnico la buena acogida que mereció la publicación de su sistema planetario, fundado en las hipótesis pitagóricas ya olvidadas. Con lo que precede, de ningµna manera pretendo significar que á los estudios de orden puramente científico no deba rendirse preferente culto: nada más lejos de nuestro pensamiento. Como el Sr. Navarro ha indicado oportunamente en su discurso, y es de suyo evidente casi, al nacimiento de la Ciencia precedió el de la Industria rudimentaria, basado en una especie de adivinación, como instintiva, de las primeras verdades cien tíficas. Pero sin el progreso continuo de la Ciencia pura, lento un día y de vertiginosa rapidez otro, mezquinos hubieran sido, y lo serán en adelante seguramente, los triunfos de la Industria, ó de la Ciencia práctica, en sus mil importantísimas ramificaciones. Por eso há ya mucho tiempo que art'es y ciencias se han fundido en síntesis provechosa, y marchan hacia la consecución de sus respectivos fines-descubrimiento de Lo invisible y señorío de Lo desconocido,-unas en otras fraternal é indisolublemente apoyadas. Y por eso, ni el hombre de ciencia desdeña al de taller, ni ante un descubrimiento científico, de orden abstracto, y sin aplicación por el momento perceptible, le es á nadie lícito sonreírse con aire de menosprecio. En las lucubraciones teóricas


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del analista y del geómetra, del físico y del químico, muchos años inadvertidas y sin la más mínima aplicación, fuera del" deleite intelectual que en su contemplación se experimenta, ¡quién sabe cuántos y cuán sorprendentes descubrimientos, de inmediata utilidad social, yacen es condidos, ó en estado latente, esperando el chispazo de ingenio que ha de comunicarlos vida aparente y robustez fecunda! A cient~s se registran en la historia sucesos maravillosos de esta especie. Con insistencia, y también con sinceri<lad, os he manifestado anteriormente cuán difícil me es seguir á nuestro compañero por el amplio campo que su hermosa disertación abarca, repitiéndoos con desaliño inevitable lo que él con tanta complacencia y tan brillante colorido expone. Y así no extrañaréis que nada os diga concerniente á mu chos de los puntos ó temas que, sin poner trabas á su vasta erudición é impetuosa fantasía, con gran lucimiento toca , y en lo posible desenvuelve. Ni á propósito, por ejemplo, del Derechó, considerado como concepción metá~ física, ó como resultado de la condición de sociabilidad humana, y producto lento de la experiencia, susceptible por lo tanto de perfeccionamiento en el transcurso de las edades, y con la sucesión ó tránsito de unos pueblos á otros; ni á propósito tampoco de la Moral, que, prescindiendo del sentido etimológico de la palabra, algo más, mucho más, que mera costumbre individual ó social, significa: reglamentación de las costumbres públicas y privadas, y subordinación á leyes y preceptos superiores, que ni colectividades ni individuos pueden olvidar sin gravísimo perjuicio suyo, próximo ó lejano. A nosotros, en realidad, no nos · corresponde discurrir sobre estos tan intrincados conceptos, en muchos ·puntos obscurísimos y sometidos á perpetua. contienda. Y, prescindiendo asimismo del examen de otras cues-


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tienes, aunque muy sutiles y difíciles de resolver, del dominio propio de las Ciencias matemáticas y experimentales, como la teoría de olores y perfumes, miasmas y neumas misteriosos, diseminados ppr la atmósfera, y que, benéficos ó dañinos, inundan y compenetran nuestra endeble y deleznable armazón corpórea, y ora la. fortalecen y embriagan deleitosos, ya la desorganizan y postran por tierra- sin aliento -asuntos todos que el Sr. Navarro ha tenido en cuenta al reseñar las grandes tesis científicas, de mayor interés en los momentos actuales,-paréceme que por vía de cariñoso saludo al nuevo compañero, á quien todos nos preparamos á recibir con entrañable júbilo, y en señal de merecido aprecio por su trabajo, bastan las pocas y desconcertadas frases que á presentárosle he consagrado. De mi limitada inteligencia y menguados conocimientos cien tíficos ni él ni vosotros podíais esperar otra cosa.



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