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ESTUDIOS TÉCNICOS E HISTÓRICOS
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E TUDIOS TÉCNlCOS E HISTÓRICOS
E' J.li.rrr SA: "Ef F. Individuo de número ele las Reales Academias E spañola, de la Hi s toria y de Ciencias exactas, físicas y naturales.
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una alusión harto transparente del Sr. Cánovas del Castillo, en su prólogo al Viaje a Collsta11tinopla, de D. Adolfo Mentaberry, vino a saber mi docto amigo y compañero D. Emilio Cotarclo, que yo había escrito sobre cosas de Egipto un libro inédito todavía A sus in tancias, para que diera el manuscrito a la estampa, unió las suyas el ilustre Secretario de la Academia Española D. Mariano Catalina, reiterándome la galante oferta que, por indicaciones de Don Eduardo de Hinojosa, me tenía hechas de tiempo atrás para reimprimir todas mis obras en s u CoLEccróx DE E scRITORE. CA TELLANos. Y aquí tienes, lector amable, cómo
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PR ÓLOGO
los elogios dictados al gran estadista por un cariño fraternal nunca desmentido, han venido a poner en tus manos y en letra ele molde un trabajo de más de treinta años de fecha. Muchas menos de lo que pudiera pensarsP han resultado las enmi endas n ecesarias para poner el libro al día, después de las graves mudanzas ocurridas durante ese tiempo en el imperio egipcio, pero en vez de retocar el texto original, be preferido señalarlas en breves adiciones al fin de cada capítulo. Allá va, pues, el humilde fruto de pas;1dos ocios y de añejas aficiones, no extinguidas aun por la nieve de los años que me ha concedido la Providencia.
Mad ri d, 10 lle Julio de 19:1.
CAPÍTULO PRINIERO EL VIAJE DEL NILO
I Celebridad del Nilo y de sus aguas, ~ GIPTO
tiene lleno el mundo con su nomy su fama ha superado las de los más célebres imperios . Menc ionado desde los primeros capítulos'. del Antiguo Testamento, ese país concede á Abraham hospitalidad generosa, presta a los !hijos de Jacob el calor de patria adoptiva, y en él hubo de bu car refugio la Sacra. Familia en días de persecución y angustia. Allí condujeron us armas todos lo grandes conqui tadores, desde el fiero Cambises hasta el ambicioso Bonaparte; allí lleYaron susjbanderas los primeros muslimes y los último cruzados; allí acudió Platón a aprender filosofía en los colegios sacerdotales, como Champolion a arrancar la historia de las paredes de ~ bre,
CLIV
CAPÍTULO PRIMERO
los monum ntos. Aquella tierra excepcional ¡:-or su fertilidad, aquella comarca ingular por u clima, n.quella nación de misterio o origen y extraordinarias co tmnbre , aquel uelo donde e alzan las Pirámides y se excava el Canal de _Suez, han atraído a los viajeros de todas las edades, iglos antes del encillo y verídico Herodoto, y muchos años despué del grave y exactí imo \ Vílkinson. Antiguamente porque era raro Yiajar, hoy porque e ·omún escribir, todo el que para ello pa encontrado motivo o xcu a ha compue to un libro obre Egipto, y con este solo objeto podía llenarse una lucida biblioteca. De seguro, pues, la materia está ago tada y nada nuevo queda que decir acerca del r eino de los Faraones y de los Jedives; pero, ,¿es posible hollar esta tierra célebre y alejarse de ella como muda y fugitiva sombra, sin pagar al menos un ligero tributo de admiración, intentando excitar la de los demá. ?» Tal pregunta · hacía el insigne viajero catalán, encubierto con el nombre de Alí-Beyel Abbasí 1 • cuando a principios de este si,<rlo de embarcaba en Alejandría para ir á la Meca y á Jeru. alén en calidad de devoto pe1 Viajes de Al '-Bey el Abbasi por A/rica y . lsia . Traducción del franc¿s, por PP. Vnlenc!a, 1836. Tomo JI , página lal.
EL VIAJE DEL ~ILO
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regrino musulmán; y al hacerme yo igual pregunta, le imito cogiendo la pluma, r~·oponiéndome ser lo m eno difuso posible, y rogando al lector que si no encuentra novedad en estas páginas, la deje buenamente, ante de tomar con ellas mayor enfado. P or si llega ese caso, como es fácil, necesito disculparme con la ocasión y el ejemplo. Lo dió primero el Sr. Blasco escribiendo al Imparcial 1 la crónica de la expedición que salió de Marsella el 9 de Octubre y visitó el Alto Egipto antes de la Inauguración; de · pué el r. Baldasano publicó en el folletín del País un relato de sus excursiones por el Bajo Egipto y Palestina'; el Sr. Navarro dió cuenta de oficio en la Gaceta, y en edición aparte con una lámina, 3 del paso ele la Berenguela por el Canal; el Sr. Espala dió a la prensa otro trabajo" desde el punto de vi sta médico que le lleva ba al Istmo; el Señor Bardón explanó las circun. tancia del vi aje por Egipto e Italia, emprendido a últi1 El Imparcial, mims. 873 a 9'.!7 (1. 0 de Noviembre a 2-! de Diciembre de 1869). 2 De la Puert a d el ol á l as Pirá mide · . Madrid, 1870. Un tomo 16. 0 de 126 p ágs. 3 Canal de S11es. Paso de la Bcrenguela. Mad rid, 1870. Un fol. de 99 págs. 8. 0 , con una lárn . 4 Del 1l:fansa11a res al Nil o y el Jordán . Madrid, 1870. Un t omo 4. 0 de 1-19 p ágs .
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CAPÍTULO PRDIERO
ma hora con los expedicionarios del 9 de oviembre 1 . Y ante que todos, el r. Castro y Serrano, con uno de esos esfuerzos de ingenio en él tan comunes, dió colorido de verdad tópica a su. cartas a la i:poca hasta el punto de hacer creer a todo que había estado junto al _ ilo, creyéndolo por fin él mismo, cuando dió a la estampa amplificada lamateria d e aquellas carta en su inimitable viaje imaginario', fabricado con per onaje. reales y ,erídicos suceso . No había yo negado del todo mi contribución a la pública curiosidad; aunque conocía que una carta sobre las Pirámides 3 y un informe obre el Congreso comercial ~ eran tributo má pobre que modesto, cuando las honrosas distinciones allá y aquí recibidas a causa del ,iaje, a mucho más me obligaban; si bien lo corto de mis fuerzas, me habrían d e dejar iempre escaso en la ati facción de la deuda . Pero faltaba para mis buenos o 1 Viaje ci E<>-ypto. Madrid, 1870. Un tomo 16. 0 de 221 p áginas. 2 La Novela de Egipto. Madrid, 1871. Un tpmo 8. 0 de 36 pág. 3 El PHc11tc de Aleo/ea, núm. 335 l7 de Diciembre de 1869). 4 Congreso come,-cinl é i11ternacio11a! del Cairo. Actas y acuerdos. Madrid, 1870. Un fol. 4. 0 de 52 págs.
EL VIAJE DEL NILO
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más bien honrados intentos, la necesaria ocasión para vencer mi natural inercia, y me dominaba la incertidumbre sobre el asunto más propio cuando todos estaban tratados. Suministró la ocasión y disipó la incertidumbre la Junta directiva del Ateneo de Madrid al organizar las conferencias sobre el Egipto, tan bien recibidas del ilustrado público que frecuenta sus aulas, designándome para disertar una y otra noche sobre el río sagrado, sobre la célebre corriente que a Egipto riega Saliendo d el regazo de su madre, A quien la gente en las deidades ciega Por dios, venera y ama como padre; 1 con lo cual, hecho el trabajo para la cátedra, me bastó ordenarlo y extenderlo para formar el libro. Que el Nilo lo merece, no podrá dudarlo quien r evise la colección de los variadísimos escritos antiguos y modernos con su nombre adornados; concurriendo la especial circunstancia de ser la materia más susceptible de continua novedad. La corriente del río, que los egipcios veneraban como padre, tiene una historia no terminada todavía; y enlazada íntimamente con las condiciones física. 1 Va!di vielso, V ida d e ·a11 J os é . C. X X , v. 48.
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CAPÍTULO PRDlERO
y geográfica. del continente africano, cada nuevo paso en lo descubrimientos de territorios de conocido , da lugar a una revi ·ión total de los antiguos documentos relativos a lo orígene , a la crecida a la navegación, a su cuenca, a las gente que pueblan• u. o illa y a lo monumentos que en ella han levantado para admiración de las edade s futura . Por otra parte, e te campo han d jacto más libre lo compañero. de expedicione diversas que e me adelantaron en comunicar al público u impre ione y relatar u aventura : cuanto decir pudiera acerca de la entrada en Alejandría, de la permane ncia en el Cairo o de las fiestas del I tmo, todos los demá lo han dicho, y lo que yo peronalmente ví, observé y anduve, otro tant o refiere, con puntualidad y gracia exqui ita, Ca tro y Serrano. que, según afirma (y e. incapaz de faltar a la verdad), no se separó un punto de mi compañía en el trecho indicado, a fuer de buen amigo que cuando no de otro modo, va con el pensamiento junto al que mer ce su estima. r ayor ni más constante no la ha recibido co -a :ilguna de u próximos y contemporáneos que de lo egipcios el Jilo, y siendo 1::t ho ra tributada entre lo propio el mejor igno de dig idad y nobleza, conviene con-
EL VIAJE DEL NILO
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·ignarla para ju tificación de e. te corto fruto de mis viaje · y estudios, como e encabeza <.:on la vida y abolengo de un autor el volumen de us obras. La mitología egipcia, que nunca elevó los héroes a la cateo-oría de dio. es, subdividió la idea primitiva de divi nidad única e innominada en la de us div rso atributos y facultades, dándoles formas representativas y descendiendo despué a suponerles existencia real, a lo menos pa1-a el profano vulgo, quien no tardó en se 0 ·uir bajando hasta adorar los objetos mismos de la natm-aleza primeramente propuesto como emblema de la fuerzas naturales, fondo del panteismo esencial de aquella religión. En el ilo, única agua dulce del Egipto, tenía que recaer por fuerza la personificación del elemento líquido, e n oposición al fuego, acompal1ando a la tierra, al aire, al ol, a la luna y a la fuerza o espíritu vital; y siendo ·u:; ondas la vida y providencia de aquellas abra·adas tierra·. el simbolismo religioso debi ó a yudar grandemente para convertir el amor, ,el resp to y la gratitud del pueblo en adora-cwn uper. ticiosa. Así es como se llegó a rendir divinos honores al río sustentador del Egipto, ya figurándolo como el Ocea.no abrazando a la tierra; ya significándolo con un ocodrilo manso, en oposición al feroz, sim-
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CAPÍTULO PRlllERO
bolo de Tifón; ya asistiendo a Ftah, o cí, fuego, en la creación de Osiri , o el sol. Apenas se sabe de templos que le estuvieran privativamente dedicados; pero en la ango. tura de Sílsilis, donde por uno y otro lado viene el alto desierto a encerrar la sagrada linfa entre dos enhiestas paredes ele rojiz;;1 arenisca, ¿a que otra deidad habían ele ofrecer u culto las generaciones sin número de rudos canteros y reales arquitectos, que la veían correr a sus pies perpetuamente y le confiaban luego el producto ele su. faenas? Allí la imagen del dios Nilo deja su puesto habitual, en la base de las paredes o el costado de los tronos, y con el nombre de Hapi acompaña a Ra y a Ftah para formar la: triada princ;ipal y recibir las ofrendas ele Ramsés el grade. Comunmente se figuraba como una persona rolliza, teñida de azul si se aludía a la corriente clara, ele color rojizo si se conmemoraba la turbia, con mamas cuando se recordaba su virtud fecundante~ coronada con loto para denotar el curso superior, o con papiro para significar el más bajo; con plantas acuáticas en la mano como emblema de sus productos, o con una cercana hidria, signo de su propia esencia .. A falta ele más oportunas figuras, proponíase a la .reverencia del pueblo dicha hidria o ur-
EL VUJE DEL NILO
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n a llena del r espetado líquido, y en e a forma -venció el ídolo egipcio a los de la demás. nacione. por la agudeza de un sacerdote canópico. Acaeció que ciertos caldeos fueron pa eando por varios paí es el fuego que adoraban, desafiando a todos los dioses locales. diversos, cuyos vanos simulacros caían carbonizados, fundidos o calcinados in conseguir apagarlo, quedando en toda partes -el triunfo por el ígneo elemento; pero al abordar en Canopo la tierra de Egipto, fuépresentado como dios el consabido cántaro, elegido de los ahora llamados zir, cuyo destino es filtrar el agua, y visto amente barnizado con cera de divers os colores, acomodada por remate una cabeza que tapase la boca, no bien se hubo activado el fuego por debajo, cayó derretida la corteza, y el patrón de Egipto,. trasudando por los menudos poros del vaso. mató al protector de la Caldea, y quedó por encima de todas las d eid a des d e su gén ro que habían luchado. La temprana conversión del Egipto a la religión cristiana, desterró las aberraciones de la idolatría; p e ro no entibió la pasión por el benéfico río, profundamen~ grabada en el pecho d e los habitantes y expresada con orientales hipérboles. «¿De dónde procede el agua del Nilo?» Preguntaba un día i\Iáxi-
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CAPÍTULO PRDIERO
me du Camp, «del Paraiso», contestaba su arraez, «donde ha servido para la ablucio11es de los ángeles» 1 . Por lo suave y salubre <le la aguas, explican los egipcios la nostalgia que entre los demás pueblos orientales les distingue, diciendo que quien bebió una vez .agua del Nilo, desea siempre volver a beberla. Esta preocupación es muy antigua, si se atiende a que la reina Berenice no gustaba en Siria otra agua que la enviada desde Egipto por su padre Tolomeo Filadelfo, imitando a los antecesores persas, que se hacían lleva r como regalo la misma agua a usa y Ecbátana. Galeno la recomendó como principal entre las fluviales; y el avaro Pescenio Niger, reprendía a las legiones que reclamaban vino diciendo: ¿Nilimz habetis et vinum .quaeritis? Yo que después de haberlas saboreado con delicia no tengo fácil esperanza de surcar nuevamente aquellas ondas y espumas Del rey corona de los otros ríos 2 , que acaso no vuelva a contemplar en mi vida .aqu llas breves auroras de fuego, aquellos celaje de oro y grana del ocaso, aquella bóveda de azltl purísimo en el centro del día, ricamente tachonada en las calladas y tran1 L e Ni!, Egypte et Nubic, ch::ip. V, pág. '2:'\7. Góngor::i, Soledades. T, p:ig. 47U (ce!. Rivad").
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EL VIAJE DEL XJLO
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qru la noches cuando no refleja la inmoble claridad de la luna llena. yuelvo con gu. to la memoria a los días pasados bajo ese cielo in par, y la tarea que ¡:;or obedecer a la e,·. citación de amigos benévolo y por atender a las razones como de conciencia antes apuntadas me he impuesto, me hacen vivir otra vez, con el pensamiento al menos, en las márgenes :r en ]as agua del río que proclamaron singular. y superior a todo , los grieg os con Horodoto 1 , los án1.bes con Abenba tuta 2 , los mod ernos europeos con el erudito .r e timable _ mpere 3, y que hasta los moriscos españole celebraron con arcáica musa diciendo un río granado ¡Anfr era su nombre, grande e muy pr [ciado~.
II E n el barco, en Alejaudría, en el Cairo y en el Istmo. El Sr. Leon Donnat, Inge niero de mina. y 'ecretario general de la A..._oci.ación internaIl, 3.5. E 1111oddara o riajes de Abe11{,ct11/a Tolláful, pá,r. -7_ Ed. Defremery, § ., Sanguinetti. P a rís, 1 53. 3 Foyage d'Egypte et d11 ,Vl! bie, fnt. , püg. l7. 4 Poema de J osé (Ticknor, Efisturia ele la Lilt-rat ura espa,7ola, t raducción de Gay ango . l\', pág.:!.· ). t
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CAPÍTULO PPDCERO
cional para el desarrollo del Comercio, rogó al Gobierno español, ele qtúen recibiera bi n ganadas mercedes desde la Exposición de 1867, que designase una persona para repre · sentarle en el Congreso internacional de Comercio convocado para el Cairo con motivo de la inauguración del Canal del Istmo de Suez; y habiendo añadido el r. Echegaray a sus muchas bondades la de favorecerme con ese encargo, recibí una e. quela de invitación a las fiestas, escrita en nombre del Jedive por su agente en París, Nabarauí-Bey. El Congreso puede decirse que quedó cons" tituído desde el 29 de Octubre, fecha design ada para el embarque de todos sus individuos, a bordo del Said, hermoso buque de las. Mensajerías imperiales, que zarpó de Marse11a la tarde del indicado día, y en el cual, h echas las debidas presentaciones por el señor Donnat con la finura y don ele gentes que le son propios, empezamos á hablar en confia nza lo que después se discutió ele oficio y podrá verse en las actas que más adelante s e habrán de insertar; y atm a varios de los. asistentes hizo conocer poco más tarde el señor Castro y Serrano. Yo tuve la inapreciable fortuna de que tomasen pa:-:nje en el mic;mo vapor D. Ramón Molina, Secretario de la Sociedad ele Comercio, que iba también al
EL VIAJE DEL NILO
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Congreso por Barcelona, el Ingeniero de Camino D. i\Ianuel Aramburu, y la Comí. ión del Ministe1io de Fomento, compuesta de D. Manuel Merelo, Director general de Instrucción Pública, D. Adolfo !barreta, Ingeniero Jefe de Caminos y D . Juan F. Riaño, d e la Real Academia de la Historia, con lo que el viaje no pudo ser mejor ni más ameno. Si yo refiriera las poco variadas circunstancias, si habla e de los pasajeros europeos y levantino , de sus hábitos y conversaciones, no haría má que repetir lo que muchos han dicho y mejor que nadie Edmundo bout, autor también de cierta noYela de Egipto, en que e real el viaje y las personas inventadas 1 . En la mañana del 4 de Noviembre, fuimos recibidos con el agasajo debido a huéspedes de S. A., en el puerto antiguo. o puerto occidental de Alejandría, reservado exclusivamente para los turcos ha ta el gobierno de Mehemet-Alí, quien lo abrió para lo. c1istianos. Mucho dista del antiguo el estado actual del famoso Eunosto, de acceso imposible sin práctico; pero es de e perar que recupere t Ahmed le .Fcllah, Revue des De11.>: .lfo11ffes, 1868. E s ta novela se ha trad ucido al castellano con el título A o,,illas del Nilo, en la Biblioteca económica de instrucci ón y recreo.
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CAPieULO PRIMERO
sus primitivas concli ' iones si se continúan la obras inaugurada hace poco días por Is_ mail-Baxá con todo aparato, obras de cuyo proyecto remitió una copia al malogrado General Prim su autor el Ingeniero Marchettini, Comisario del gobierno egipcio a bordo del F'ayu111, buque de la marina de guerra, en el cual hicimos la visita del Itsmo los seis inseparables compañ.eros del Saíd y donde recibimos los mayores extremos de atención y cortesía por parte del Ingeniero italiano. P asaré por alto, como cosas sabidas por mis lectores, conforme tengo anunciado, la marcha al Cairo, con las presentaciones varias al Virrey, las visitas a los bazares, los paseos por las calles, el examen de las mezquitas, la asistencia a los teatros, la inspección de las escuelas, el e tudio del mu eo y los viajes al Nilómetro de Rauda, a las iglesias del Viejo Cairo, al Palacio de Xubra y al solitario obelisco de Heliópolis, vecino al A rbol de la Virgen, junto al cual decíamos, con el Fénix de los ingenio. 1 • Aquí está la casa a quien Llama el moro Mal.tarea, Y en quien, si es que aquélla sea 1 Pu<'111a da Srw .lsid1·0, Fragm. V J r, canto IV.
EL VIAJE DEL Xl LO
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Vivió Cris to nuestro bien Desterrado ele Judea. Tampoco h e d e hablar de la afectuosa solicitu d de nuestros Cónsule s, ni del consta n te· ob equio que m er ecí d el Sr. Donnat, ni de la comida europea en cas a d e Nubar-Bax á, cri tiano a rmenio que es Minis tro de Estado, n i de la comida oriental ofrecida por Ali Mubár ec Baxá , pobre campesino que se hizo en P arís ingeniero civil y es a hora Ministro de F omento; comida por cierto, que mi m emoria me representa b a celebra d a el 'Z7 de Noviembr en la Escu ela de Me dicina d el Cairo, acomp añ á ndome e l Sr. !ba rre ta ; p ero q ue debió verificarse en Ismailía por el testimonio, irrefragable de Ca s tro y S errano, que en letrn de molde dice h a b er comido con los e.l edo.· a mi la do la carne g uisada , el ca rnero asado, las p echu gas d e pichón, el r elleno delas berengen as y el a rroz seco, no descuidando, si m e imitaba, beb er con cuchara di:' transpar ente cu erno los caldos p erfuma do. con ger a nio y rosa que ba ñaban e l puding de al midón o la compota de m a n zanas o el dulce de cereza , o la torta de pan con le che, s c:rvi dos entre uno y otro más sólido m a n jar,. hasta formar un tota l de once pla tos , sin contar el caldo de gall ina con limón del princi-
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CAPÍTULO PRIMEH.0
pio, y el clásico café con la obligada pipa del _p ostre. Ganas se me pasan de contar algo de los flacos y preferencias de mis cinco compatriotas, a los cuales se añadió el Vicecónsul en Damasco, Rivadeneyra, si no temiera que en desquite me achacaran más que moderada afición a los dátiles y pintasen en sentido desfavorable otras no m enos ordenadas y legítimas. Dejo el r elato _d el proceder inci vil de nuestros convidados ingleses y franceses del Fayum; de la inteligencia que por medio del rom se estableció entre un yankee y un prusiano, que no se entendieron por el lenguaje hasta que tropezaron con Riaño; de la noche en que este amigo incomparable y yo nos perdimos por el lago Timsah con un barquero que n o comprendía francés, inglés, italiano, alemán ni árabe; de la mala fe con que periodistas franceses acogían las cosas del nuevo Canal, y supondré, pasado e 1 Istmo, cerrado el Congreso del Cairo con la despedida del V irey, y dado un abrazo a lo:, amigos que tomaron la vuelta de Europa por el vapor italiano del 25. Convencido de que habría nueva. expediciones al alto Egipto, por más que para ahuyentar importunos se anunciase lo contrario en las fondas, decidí -quedarme uno días más, y en efecto , Mon-
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EL VIAJE DEL NILO
señor Bernardo Baüer, Protonotario apostólico, confesor de la Emperatriz Eugenia y hermano del conocido banquero de Madrid 11 D. Ignacio, me brindó con un lugar en el vapor puesto a sus órdenes por S. A., lo cual fué ocasión de ceder al Sr. Rivadeneyra el 1,sitio que Nubar Baxá me tenía ofrecido en otro vapor. El Sr. ¡barreta quedó arreglando su segunda visita a las obras del Canal de Suez y yo me embarqué .con mi reducido equipaje el 29 de Noviembre a las diez y media de la mañana en el Beni-Suef, atracado frente al suntuoso Alcázar del Nilo (Casrennil), en el puerto de Bulac, disimulando con trabajo la alegría de niño que llenaba mi pecho al verme próximo á admirar, pisar y correr las venerables ruinas de Tebas, las afa1madas rocas de Siene, las espumosas cataratas de File Y del divino ilo el fértil bando 1 • Inútil conceptúo contar a la menuda el itinerario seguido por la expedición, porque todos los libros sobre Egipto lo refieren con :p rolijidad, y con exactitud muchos de ellos, como Du Camp y Ampere, vV ilkinson • y Sr. John 3, como que es único posible teniendo que ir por el río; y aun el llevado por los 1 Herrera, Elegia IX (Riibio Febo y crinado). 2 1l'Iodern Egypt a11d Thebes. Dos tomos 4. 0 Lond.1843. 3 Egypt nnd Nubia. Un tomo 4. 0 , London. CLIV
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CAPí:rULO PRDIERO
vapores del Virey, má. ligero y mejor serYido en todas parle,j que la barca particulare , puede estudiarse, ya con ultando la relación del viaje del Duque de Montpensier •. si . e desea sa er cómo recibía Mehemet-Alí un huésped a quien quería honrar, ya pasando la vista por las citadas cartas de D. Eusebio Blasco u hojeando la excelente narración de su acompañante de viaje Pierre Pichot 2, si hay interés en aber cómo fueron tratados y conducido lo extranjero convocado por el nieto de aquel hombre célebre para olemnizar un acto memorable en la in· du tria y en la política. Ma para que no pueda creerse mi viaje meno real y efectivo de lo que ha sido, _• que sati faga en ese punto la curiosidad quien qui iera tenerla, haré una sucinta reseña de la jornada y de su empleo, con lo cual me quedará de pué:-. má libertad en el orden con que me con venga tratar lo que me ocurra. III La excu.1,sión al Alto Egipto. Aunqué: la cita para el embarque era a las diez y media de la mañana, y todo los p::i. 1 yoya~e de S. A . R. Monscign.eur le Duc de Montpc11s1er a Tum , en Egypte, en Turqu1e, et en Grt:ce, Lettre, par M. Antoine de La tour. Un tamo .J. 0 con fat. París, HU7. Z Les invités du Kf.oddive. Re,uc B ritann., 1870. To· mo I, pág. 1 .
EL VIAJE DEL NILO
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s:ijeros estábamos a bordo poco después de las once, no por eso se rompió la marcha hasta muy entrada la tarde, sin culpa, por cierto, del capitán y de los marineros, a quie11es se acusa en los libros d e r emolones para alejarse de sus habituales escondrijos (pues , e hallaban todos en su pues to y la máquina encendida), sino por causa de diligenciq,S de -ultima-hora, tales como la de buscar un pia -. 110 para tener música por el camino, y la de .al quilar un dragoman para exclusivo servi,cio de un coronel inglés de la partida. Embarcados felizmente el piano, el dragoman y otros menores encargos, nos dimos, no a la v ela,.sino al vapor y llegamos a Bedrexin, a pocos quilómetro d el Cairo, punto donde es de rigor 1que paren los viaj eros para experimentar . i va todo en r egla ante!> d e dejar de tener aquella capital a mano. También es e l punto de desembarco d e los que van a Menfis por agua, y al frente se encuentra Heluán. E l 30 paramos un poco con objeto d e visitar un convento copto, que entretuvo mucho a los compañeros como cosa nueva; pero no lo era para mí, porque había pasado largos ratos en el Viejo Cairo examinando minucio samente las iglesias y conventos varios que hay d e ese género, cuando hube sacudido la .tutela de los guías, reducidos siempre a u n
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CAPÍTULO PRillERO
catálogo corto e invariable de objetos. A la noche llegamos a Benisuef, ciudad muy decaída de como la pinta León Africano, y punto de partida de los caminos al Fayum y los Oasis menores por un lado, y por el otro a los célebres conventos de San Antonio y San Pablo, metrópolis religiosas de los coptos. El l.º de Diciembre concluyó la jornada en Golosane, donde asistimos por pr.imera vez a un mediano baile de alméas. El 2 nos detuvimos a media mafíana en l\Iinia, y después de visitar una fábrica de azúcar del Virrey y la oficina de Correos, los compañeros se fueron a un palacio poco notable de S. A., y yo a correr la ciudad para enterarme algún tanto del país, pasando luego a la estación del ferrocarril con objeto de dirigir un telegrama al Cónsul del Cairo, señor Barrera, según teníamos concertado. Redacté el despacho en árabe, porque en el Alto Egipto no se reciben en otra lengua, y como a los orientales no hay que andarles con elipsis ni contracciones, escribieron de nuevo con 23 palabras el texto que yo había escrito con 14, haciendo subir a 37 r eales su importe. En plata del país, única también admisible en aquella dependencia, sólo pude dar 29 reales; cambio de oro no lo tenían, y Y por fin, después de mucho r evolverse y ca-
EL VIAJE DEL NILO
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bildear, me cambiaron una pieza de valor de 100 r eales por otra de 80, sin devolverme los 12 sobrantes, que con la mayor frescura se embolsaron a título de propina. Un huésped ta n espléndidamente tratado por el Virrey no podía regatear con sus empleados, y no inslstí en la devolución. A poco de salir de Minia saltamos en Zuíat elmaytin,. cementerio de dicha ciudad en la opuesta orilla, cerca de Com-áhmar, donde se encuentran grutas sepulcrales del tiempo de Qeops; pero la poca paciencia de algunos, que no llevaban bien el camino con un sol de mediodía más que canicular, nos hizo volver al río a los veinte minutos de haberlo dejado, y sin haber visto nada. Por la tarde desembarcamos junto a Benihasán, lugar que fué de salteadores, arrasado a caí'íonazos por Ibrahim Baxá, y procedimos a un detenidísimo examen de las famosas cuevas, dignas de gran atención por todos conceptos; pero con esto y el tiempo perdido en Zuíat elmaysin, nos cogió la noche navegando y el vapor encalló en un banco de arena, donde hubo de quedarse. Gran trabajo costó al siguiente día arrancar el casco de su varada, y en tanto que para ello se afanaban los ma1ineros, nos trasladamos al ingenio .fundado por Mehe-
CAPlTULO PRl~ffiRO
met-Ali en la frontera isla de. Roda. Con este incidente y las demás detenciones, los convidados del Virrey, que habian salido un día después que nosotros del Cairo, conducidos por el Fents y el Behera, pudieron adelantarnos, saludándonos al paso con las acos-tumbradas descargas, y aquella nocl~e nos: juntamos todos en Manlalut, donde ya Rivadeneyra me esperaba para echar un párrafo sobre el viaje, el país, los indígenas y los extranjeros. Unos y otros llegarnos casi al mismo tiempo a mitad del día -l- a Siut, capital moderna del Alto Egipto, o mejor dicho, al arrabal de Alhamra (como si dijéramos Alhambra), distante un par de quilómetros de la ciudad. El Sr. Rivadeneyra, el Sr. Ortúzar, joven chileno, y yo, montamos en un coche del señor Visa Víctor, Agente consular de Espa• ña, cuyo hermano menor nos estaba esperando, y después de haber saludado al obsequioso funcionario, tomando las corresponclientes tazas de café y magníficas pipas, continuamos a las cuevas sepulcrales de la: montañ.a imnediata, luego a las mezquitas y por fin a los bazares y al lujoso baño oriental, que como ya habíamo.s observado en el Cairo, no es más que un trasunto de las antiguas termas romanas, conservadas sin al-:
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teración en Siria y en Egipto desde la conquista árabe. Igual fenómeno se observa en otras instituciones que pasan por orientales y son puramente griegas ó romanas. Aquella tarde entramos en relación con varios pasajeros de la nueva expedición, algunos de los cuales estaban familiarizados con las cosas de España, como el Sr. P eruzzi, ex Mini.stro de F omento en Italia, y su esposa, muy conocedora del habla castellana; el Sr. Willlelm Lauser, domiciliado después en Madrid, corresponsal de los periódicos de Viena; el Sr. Stanley, del _New- York Herald, y otros. El 5 fué el descanso de la noche en Suhag, donde toma agua el canal ele riego del llano de Siut. El día siguiente hicimos una larga estación en Chircha (o Guirga), ciudad considerable, que tomó su nombre del Monasterio copto de San Jorge, patrón de los cristianos de Egipto, llamado por ellos Chirchíes o Guirguíes. Después de haber corrido los bazar es y las m ezquitas, seguimos sin parar hasta la isla d e Tabenna 1 • El día 7 visitamos el templo de Dendéra o T enytris (famoso por el zodíaco que tanto 1 Del nombre ele e, ta is la, don.le fundó San Pacomio su primer Monasterio. creo qu e tomó e l s uyo <.!l famoso ele Córdoba. ll a mad o Tabanense, cé lebn:, pl antel ele márti re s en el sig lo ,x .
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CAPÍTULO PRIM ERO
r uido metió por algún tiempo), monumento de lo · más aceptos al común de los viajeros, no obstante la decadencia de su estilo, tanto por ser el primero que ven, como por hallarse completamente intacto. Por la noche pasamos a Qena, en la otra orilla, donde nos obsequió el Sr. Bixára, Agente consular de Francia , con una f antasia Qetir, o gran fiesta, nombre aplicado por aquellos árabes a toda función de aparato, sea un baile, una carr era de pólvora o una procesión. En ésta, como en todas las fiestas domésticas con que se obsequia a los extranjeros, es de rigor que haya un baile de alméas, sobre lo cual he de decir de paso que se engañan quienes piensen encontrar en ese espectáculo nada de lo que se piensa y se dice acerca de lavo· luptuosidad oriental, pues cualquier mediana bailarina andaluza tiene más gracia .r donaire que la mejor almea de aquellos países. El día 8 volvimos al templo antiguo a primera hora; y sig uiendo el viaje, al atracar en Negada, frente a Cus, nos sorprendió el toque de oraciones de una campana, no siendo necesario decir la prisa con que acudimos todos al convento católico de donde salía tan familiar tañido, convento de los más antig uos que subsisten en Egipto obedientes a la
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S ede romana. Cismáticos o católicos, todos los vecinos de aquel pueblo son cristianos, con excepción de unas pocas familias musulmanas, y a todos indistintamente dan medicinas para el cuerpo e instrucción para la inteligencia aquellos virtuosos sacerdote. ,del convento católico, italianos unos e indígenas otros, más r espetados cada día por el pueblo y las autoridades. Nuestra llegada iué a tiempo de presenciar la lección de Docttina cristiana que daban los niños arrodilla.dos por pares unos frente a otros y recitando alternativamente las preguntas y las respuestas, cuyo t exto no estaba por cierto en el lenguaje ,-ulgar d el país, sino en árabe literario. También nos interesó mucho la historia de un sacerdote indígena que allí encontramos. Recibidas las órdenes sagradas y con ellas una parroquia, aquel joven tuvo que casarse porque la disciplina de los coptos, ig ual en esto para católicos y jacobitas, no permite que sea célibe el párroco. Pero le ocurrió la desgracia de enviudar a los tres meses, y conforme a tas mismas dispo s iciones disciplinarias, ni podía continuar en el cargo ni le era lícito casarse de nuevo, debiendo pasar el resto de sus días encerrado en un convento. Al día siguiente 9, Monseñor Baüer ofició
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en la io-lesia asi tido por los Padre , y cerca de mediodía continuamo nue tra marcha a Teba , donde nos habían precedido los otros yapor , abundando las barcas de particulares que de subida o de bajada e encontraban allí. La tarde del 9 se empleó en un pa ·eo i.l Alucsor (los alcázares) y Carnac, hasta que t;erró la noche; el día 10 e empleó por entero en vi itar las admirables grutas sepulcrales de Biban-elmoluc, o sea los pórtico de los Reyes, sirviéndose el almuerzo, egún costumbre, en el vesh'bulo de una de ellas; y a la caída de la tarde pa amo la cumbre del Asasif, visitando las ruinas d sus laderas, y ,·olviendo en un bote a ganar 1 vapor, atracando a la orilla de Alucsor. El 11 Yolví con e.los compañeros a Carnac por la mañana, y por la tarde pasamos todos de nue,-o el río para ver los Colosos, el Rameseo, el templo Je Gurna, Medinatabú y cuanto se halla esparcido en el suburbio líbico de la capital del gran Sesosti-is. El 12 temprano salimos para E. na, donde :e consumió el re to del día en vi itar el templo de Kneph. Paseando los concurridí.:;imos bazares, el muchacho que había tomado como paje temporero me examinó de lec3 J encontrar un pue to con varios libros
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ára bes, entre los que recuerdo el «Hariri» y la «Conquista <le Siria», éste impreso. Recorí después las cinco miserables mezquitas y la ig lesia copta, a cuya puerta me pidieron alcohol, o sea un colirio para los muchos enfermos de la v ista que allí había. Por la noche hubo un baile de almeas en la orilla del río, cosa poco menos que obligada, por ser este pueblo célebre en el ramo desde que .fueron a él confinadas toda . las del Cait-o . También fué corta la jornada del 13, dedicada a visitar el templo de Edfú, desenterrado por el Sr. Mariette, y maravillosamente conservado. rTo habiendo en aquel pobre lugar mezquita ni iglesia notable que ver, dediqué la tarde a hacer un plano del templo con objeto de grabar en mi memoria todos los detalles d e este género de arquitectura, que en ninguna parte podía mejor estudiar. La puesta del sol, contemplada desde lo alto de los pilones, a los cuales se sube por cómodas y bien trazadas escaleras, fué magnifica, como todas las ele aquel clima. E l U nos detuvimos un momento en el doble templo de Ombos, medio sepultado en la ar ena y socavado por el río, y después de dar limosnas a unos chicos vestidos sencillamente con sólo una cuerda en la cintura, destinada en cierto modo a hacer oficio de
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CAPÍTULO PRDIE RO
faltriquera, vinimos bastante temprano a Asuán, cuyos surtidos bazares, más originales que en parte alguna de Egipto, no nos cansábamos de pasear, comprando plumas _-de avestruz a los nubios, collares de vidrio a ·sus mujeres, cacharros diversos a los sieneses, y armas tan toscas como curiosas a los bixaríes, tribu cobriza del desierto inmediato, con largos cabellos y rudas facciones, que no habla árabe, y cuyos varones discurren por las calles casi desnudos, con su lanza al hombro, su escudo de piel de hipopótamo al brazo o a la espalda, la daga al cinto y el sable al costado. Algunos vecinos, sentados a la puerta de su casa, preguntaron si •era yo haqini o médico, arte de que sienten .allí gran necesidad; y aunque una respuesta .afirmativa me hubiera franqueado las puertas de más de un harem, no quise emplear ·superchería, que cuando no produjese daño .alguno, me parecía indigno de un hombre civilizado. El sol abrasador de las dos de la tarde no me impidió hacer una excursión a las canteras y una visita detenida al cementerio antiguo del tiempo de los árabes con•quistadores, lleno de interesantes monumentos e inscripciones cúficas, de las cuales me v ine sin ejemplar, porque pesaban mucho para su poco mérito epigráfico, no porque
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soñara nadie en oponerse ni en gritar sacrilegio, como l\Iiss Beaufort asegura 1 • El 15 se dedicó por entero a File, donde se juntaron las dos expediciones. Por el camino, del desierto fuimos en caballos, burros o camellos a salir al principio de la tan celebrada catarata, donde según autores antiguos y poetas modernos, il il d'alto caggendo Col gran suono i vicin d'intorno assorda ';. pero por desgracia de estos señores, el agua no cae de alto, sino que lucha espumandoentre islas y peñascos; y en cuanto a las gentes, poseen inmejorables oídos, sobre todo, cuando se les ofrece algo. Después atravesamos el río en barcas y nos esparcimos en grupos diversos y distintas islas para admirar el arte delicadísimo de aquellos pórticos y columnatas y para admirar más la esplendorosa naturaleza con cuyas ricas tintas tan bien cuadran las obras de los hombres y la obra de los elementos que los sustenta y contrasta en sus líneas duras y sinuosas con los suaves perfiles y correctas aristas de· aquéllas. A los viajeros del Benisuef tocópara almuerzo y comida el sitio preferente,. 1 Egyptian Sepnlchres and Syrian shrines. V. I., p. 40. 2 Petrarca, In vita, Son. 33.
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CAPÍTULO PPJAIERO
el templo hipeh·o; y no abandonamos el suelo de la Etiopía hasta que hubimos disfrutado con la luz de la luna, al final de su creciente, de aquel paisaje indescriptible, tan ·lejos de la patria, con la emoción propia del que e dispone a Yolver la espalda, tocado ya el término d e la limitada cuanto afanosa carrera, que como un sueño contemplo ahora incontro al infinito Cor o del Kilo, a ssai sovra Siene
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,
La familia y amigos de Mr. Russell, el famoso corresponsal del Times, quedaban instalados en tiendas de campaña, para gozará sus anchas de las noches del trópico y de la co11;templación de los monumentos, en tanto que nosotros fuimos a tomar nuestros camarotes en Asuán, donde se resolvió pasar el día 16, con gran contentamiento mío. aunque la cosa no era muy del agrado de unos ele· gantes parisiense por faltar esa de tención en la Guia respectiva, pu es no son solos los ingleses los que juran in verba magistri Empleé útilmente ese día extraordinario en v isitar las mezquitas y la iglesia copt.a, en una excursión a la notable atalaya que do· mina el río y la isla de Elefantina, y en coJ
Tasso, Giu. lib. C., XVI, 37, OO.
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piar do inscripciones inéditas del tiempo de los romano:; que encontré a la puerta d e una taberna, sí. de una taberna, cuyo propietario Ibrahim, e decir, e l del edificio, se apre~uró a explicarme que la tiene alquilada para uso de los extranjeros. Por la noche pasamos en un bote a Elefantina. El 17 llegamo a Esna y el 18 paramos en E rment, donde gran número de segador es estaban co echando por prestación per onal para el Virrey. 1
Las caña que coronan la ribera Del Nilo y con su agua agradecida Las azucara , . Fué nuestro objeto vi itar las ruinas del templo dedicado por Cleopatra y el infeliz Cesarion, cuyas figura aparecen en uno d los pocos lienzo de muro ubsistente . Contemplándolas estaba cuando al volver la cabeza me encontré olo en aquello campo, . . in aber cómo habían desaparecido los compañeros. Por un momento no pude menos d f' experimentar extraña . en ación al verm a islado a tantas legua de mi hogar; pero la costumbre d e salir de dificultades semejan1 Y éase un erudito c omentario sobre es ta inscripción en los Co11tp . ,,e,,d. del' Ac. des i11scr., t. V, 1869. 2 Valdivielso, Vida de San Jos é, XX, oct. 50.
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CAPÍTULO PRUJ:ERO
tes en España, y la facilidad de comunicarme con las gentes del país me dieron la seguridad de no perderme; y en efecto, marchando recto al Este, y siguiendo luego la margen de un canal, vine a la orilla de• río. y a lo largo de ella, tras de una pequeña loma, hallé el vapor, alarmados todos con mi ausencia y preparando una expedición en mi busca. La tarde del mismo día la pasé en Alucsor, acompañando a Monseñor Baüer en sus visitas de atención a varios Agentes consulares que nos llenaron el estómago de líquidos, pues hubimos de tomar café en en casa del Sr. Xenuda r.Iacario, Agente de Austria ( Na111.sa), té en la del Sr. Mohámmed-Mustafá, Agente de Inglaterra, y limonada en la del Sr. Teodoro Catulo, .Agente de la Alemania del Norte. En parte de la casa del primero vive un Sr. Smith, angloamericano, fabricante de todas las antigüedades que venden los árabes tebanos, quien nos ofreció escarabeos~genuinos de piedra duras, pero a elevadísimos precios. Los demás Cónsules se dedican muy principalmente al comercio de objetos antiguos, aunque sin falsificarlos, aprovechando diestramente las visitas de sus representados respectivos, siendo esta ganancia el único sueldo que perciben de la nación y los nacionales que los
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emplean: T eodoro tenía en su poder la hermosa cabeza de una estátua de un magistrado romano hallada en Edfú, y muchas a ntiguas monedas árabes de oro, que no entendía. La noche fué magnífica e inolvidable, porque dispusimos una excursión para gozar del aspecto de las ruinas de Carnac al resplandor dela luna, cosa con razón celebrada por cuantos han tenido ocasión de contemplarla. Sen• tados en la explanada de uno de los pilones, acompañados de Jorge Matatías, sobrino de Xenuda, y de un corro de árabes, no nos retiramos hasta media noche, pesarosos de perder de vista aquel sin par espectáculo. A la vuelta r ecogí varios ejemplares de granito para los museos de Madrid. El 19 se dedicó a nuevo paseo por los monumentos de la orilla líbica, que no por haber visto repetidas veces los de la arábiga, dejaban de excitar en alto grado nuestro interés. Detúvonos especialmente el Rameseo por su bellísima arquitectura, y Medinatabú por sus curiosísimos y abundantes relieves escultóricos , no m enos que por sus colosales cariátides osirídeas, volviendo a nuestro flotante domicilio, amarrado ya a aquella orilla y dispuesto a alejarse definitivamente de las ruinas más suntuosas del mundo. El 20 llegamos a media tarde a Qena, por CLIV
!
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CAPITULO PRIMERO
cuyas alles y bazares dimos un paseo en nuestro burros, y a la noche nos salimo de una fantasía igual a la precedente, en casa de Bixara, Moñseñor Baüer y otro señores para vi itar ei convento católico. en cuya íglesia . e elebró la mañana siguiente una lucida función. Madrugué para curiosear antes la mezquitas, y después de acabarse la indicada ceremonia me escapé al notabilísimo cementerio, donde hice lo posible por no acordarme de la hora fijada para marchar hasta quedar satisfecho de todo; no quedándolo tanto los que me esperaban, a ustados, creyéndome segunda vez perdido, algún tanto irritados cuando conocieron la verdad, y pronto o egados al considerar él motivo, y que al fin no salió la expedición hasta una hora mús tarde por otras de tenciones. De mal humor el Capitán, mahometano devoto que no ,ió por la mañana, con buenos ojos, la f antasia Qetfr de los cristianos no quiso, con vario pretextos, llevarnos hasta Beliana. El 22 nos esperaban en este punto preparadas las necesarias cabalgaduras, sin riendas, in estribos, sin cincha, para hacer el viaje de clos horas y media a Abydos, codiciada sepultura de los más ricos y devotos egipcio para descansar sobre la tumba de Osiris, y a donde no todos se determinaron a ir
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viendo el más que insuficiente arreo de los cuadrúpedos , que no tenían siquiera La albarda por s illa, de leño la estafa
1,
Las ruinas del magnífico templo de Seti I, e l Me1nnoniu 1n de Estrabón, de donde salió la famosa Tabla de lo Reyes, bien mer ecen las molestias de la caminata, terminada felizmente sin tener que llevar en andas a nad ie, como aconteció a la señora Collet en la primera expedició_n. Aqu ella noche fuimos más abajo de Puirga, a Menxía, sitio probable de la antig ua Ptole mais Hermii. El 23 a media mañana se detuvo el vapor hora y media en Suhag, intervalo que aproveché par a ver el pueblo con sus mezquitas, y la bonita ig lesia copta, donde estaban celebrando la misa sin un solo oyente. Por la tarde ya nos esperaba en Siut la carretela de Visa, quien vino a comer y pasar la noche con nosotros. El día de Nochebuena,• al llegar a m edia tarde a Minia, los elegantes vapores atracados a la orilla nos anunciaron- la presertcia del Virrey, a la cual fuimos admitidos con el traje de camino que llevábamos puesto. En esta visita, que era la quinta que tenía la 1 !van del E nzina, en e l Viaje a Leras, del l.\fa r q ués de Tarifa , folio 200 v.
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CAPÍTULO PRUIERO
honra de hacerle, me vi obligado a hablar con S. A. en árabe un breve rato, gracias a la bondad, que me atrevo a tachar de indiscreta, de uno de los concurrentes. El V irrey, cuya lengua propia es el turco, habla el ára be muy de prisa y entre dientes, al contrario de las gentes del país, y especialmente los literatos, preciados con razón de atender tanto a la claridad de los sonido como a la de los conceptos. A media noche celebró Monseñor la misa del Gallo en la capilla ambulante, que todos los domingos improvisaba en el salón de su barca con el ara y ornamentos que al efecto traía, inspirando con ello gran respeto a la tripulación mahometana; y en ocasión tan solemne se adornó graciosamente con palmas frescas e iluminación profusa; trayendo todos los asistentes, más que nunca en aquel momento, a la memoria los seres queridos de quienes nada sabíamos desde más de un mes, y que con tanto placer contemplarían aquella ceremonia i a nuestro lado se hallaran. El 25 pasamo rnda la mañana en los bazares y examinando las edificaciones más notables, y al m diodia marchamos a hacer noche en Benisuef. El 26 nos faltaron en Bedrexin las caballerías, por lo cual resolvimos seguir hasta el Cairo, ansiosos de recibir noticias d las fa-
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milias respecti. vas, y satisfecha esta neces idad de nuestro ánimo, retrocedimos el 27 a a quel punto para visitar lvs restos de Menfis, o sean las pirámides de Sacara, y muy especialmente el Serapeo, principal título de gloria del Sr. Mariette, o Mariette-Bey, como allí se nombra. De vuelta al Cairo nos despedimos unos de otros; y todos del Capitán v marineros, con una propina decorosa, dando fi n con toda felicidad a una de las expediciones más deliciosas que pueden imagjnarse . El 30 me r euní en A lejandría con Rivadeneyra , a quien tomaban allí algunos por un ,efe ndi sirio, y juntos nos dimos a correr por iglesias y m ezquitas, siendo éstas muy difíciles de visitar, ya porque el mayor esplend or del culto cristiano haga más intratables a los xeques islamitas; ya porque los europeos, que como carneros pasan por la ciudad tolemaica, nunca se presentan a la puerta de las a ljamas, por la sencilla razón de no prescribido el Manual. El día l. 0 de Enero de 1870 por la ta rde me instalé con Monseñor Baüer en el Bangalore, hermoso buque ·el e la P eninsular and Oriental Company, en el cual venía igualmente el Ingeniero belga Belpaire, bien conocido en el ramo de ferrocarriles ; con el Sr. Nicaise, distinguido ede-
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CAPÍTULO PRIMERO
cán del Rey Leopoldo, y a quienes cito, má. que por su mérito indisputable, porque lo cuatro, con el excelente irlandés Sr. Roskell, Capitán del buque, hacíamos pi11a en medio de aquella turba de nababes, o sea ingleses de la India, impenetrables a la meridional franqueza, admirados siempre que me veían comer más de dos dátiles seguidos, y rígidos en su puritani mo ha ta no atreverse el Capitán, aunque era católico, a permitirnos en domingo el juego de ajedrez. La travesía fué para mi felicísima; no tanto para los míos, por haber corrido en l\Iadrid la voz de mi naufragio, mientras, bien ajeno de tan infausta suerte, me deleitaba en la contemplación del porte majestuoso y noble soltura con que el enorme casco cruzaba sin detenerse por el entonces tranquilo estrecho de Mesina. El 6 de Enero tomé tierra en Marsella, de donde babia salido dos meses antes, y días después concluyó esta expedición, memorable para mi, al pisar de nuevo la capi • tal de España. IV
La vida en la excursiú, . Descrito el itinerario, resta decir cómo y en qué condiciones la expedición se hacía,
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y para ello parece de buen tono presentar al que leyere las personas de la comitiva. Era la principal Mon eñor Baüer, en cuyo obsequio se había preparado todo de orden del Virrey, agradecido, como debía estarlo, al di curso inaugural de Puerto-Said y animado de justa consideración hacia el limosnero de la Emperatriz . En calidad de Comisario del Jedive venia Emin, hijo de Abdalá, agregado al gabinete particular de S. A., joven educado en Inglaterra, país de su padre, q~e al convertirse al islamismo por compromiso grave y er recompen ado de · pués con el titulo de Baxá, obtenía para su hijo el de Bey (equivalente a Coronel) por derecho propio. El Gobierno español orrespondió a las atenciones que debí a este funcionario con una encomienda de Carlos III, como agració asimismo, por u amable comportamiento hacia lo demá españoles, con cruces de la mi maOrden al Sr. Marchettini, ya nombrado, y al Sr. Tissot, que más adelante habré de citar; concediendo otra de Isabel la Católica al Agente consular en iut, y la banda de e ta clase a Monseñor Baüer. Completaba la plana mayor el Capitán Abuceid, hombre experimentado en el ilo, de trato afable y carácter excelente, adversario de la poligamia; pero musulmán rígi-
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CAPÍTULO PRIMERO
do, que desmintiendo el dicho vulgar de «no haberse hecho el islam para los m~rinos», obligaba a los suyos a hacer el azalá y observar la dura abstinencia del Ramadán, cuyo principio cayó a pocos días de emprendido el viaje. Mucho menos escrupulosos, pasaban el día comiendo, durmiendo y jugando a una especie de damas dos albaneses rubios y blancos, que venían con el cargo de callds, cuyo oficio es el de la policía y su categoría la de sargento, con el fin de guardar n uestra vivienda flotante y escoltar nuestras personas; al revés de lo acontecido a Chateaubriand, que vió invadida su barca y camarote por los albaneses indisciplinados de entonces 1 . Del personal de pasaje debo hablar ante todo de la señora de Bergeron, inglesa del Cabo de Buena Esperanza, con su marido, Ingeniero jefe de los ferrocarriles s uizos, bien conocido en la facultad. Otro Ingeniero del Cuerpo de Minas de Frarn;:ia, el Sr. Georges Berger, y el Sr. Benthelenug St. Marc Girardin, hijo del conocido escritor de ese apellido, eran mis ordinarios acompañantes, con el Sr. De la :rviadeleine, joven corresponsal de la Presse, que vino despues a Cádiz. a estudiar por orden de su periodico las cos1 Itinerario de Pai-ís a Jeras. P. VI.
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tumbres andaluzas. Junto a Monseñor iban el Conde Jaubert, hijo de un antiguo Director de Obras públicas de Francia; el Conde de Quinsonas, diestro en el uso del árabe vulgar, adquirido en su juventud durante una vida de dos años con los beduinos del desierto; el Sr. Bragat, padre de la recién casada (entonces) señora de Leseps, y el Sr. Pailhet, alegre midshipman de la marina angloa mericana, que había recorrido ya todos los mares y muchas tierras. El señor William Gilbert, corresponsal de la Saturday Revie"&, se distinguía por su gravedad y sólida instrucción; el Sr. Riou por su habilidad en el dibujo, que había lucido ya en publicaciones precedentes sobre el Istmo, y el suizo Sr. Favre por su destreza en el tiro. Tres jóvenes de la aristocracia parisiense, un Coronel inglés y otro corresponsal francés completaban el rol d los pas ajeros . Total, 12 franceses, tres ingleses, dos suizos, un americano, un español y un egipcio, sin contar el Capitán; de todos los cuales eran 13 católicos, seis protestantes y uno musulmán. Tras la presentación de las personas debe venir la visita de la casa por ellas ocupada. El vapor de r u edas Benisuef era de los más pequeños que surcan el Nilo; de modo que
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CAPÍTULO PRIMERO
la cámara de popa se componía de un pasillo con cuatro estancias a cada lado y un saloncito en el fondo; en éste había tres camas, pero en las otras, dos nada más, reducidas hasta tocar con pies y cabeza en los tabiques; el techo podía alcanzarse con la mano; espacio para extender las prendas de vestir y colocar el equipaje no lo había sino muy corto entre el lecho y el suelo, y todo parecía record ar las arcas de la nao en que hizo su pereg1inación a Jerusalén el Marqués de Tarifa, acompañado de Juan del Encina 1 • En la proa había un saloncito para comedor y unos camarotes para criados; la tr~ulación dormía sobre cubierta, y sobre ella, con raras excepcion~s, se nos ponía la mesa, espléndidamente servida, como a huéspedes de S. A . l u.nea he pasado más estrechez material unida a tal abundancia; pero la costumbre de viajar de todas maneras me hicieron acomodar pronto a esa vida, y al fin abandonarla con pena.Como todos los vapores que hicieron viajes parecidos al nuestro, el Benisuef remolcaba una barca destinada a alojamiento de Monseñor con sus cuatro amigos, manera ele marchar comodísima, porque une las venta1 Viaje a Ierusalem ... de 518 hasta ... 520. Lisboa, 1608. Fol_. 37 v.
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jas de la velocidad del remolcador a las de la excelente y a mplia distribución y suaye movimiento d e ese género de embarcaciones, que con el nombre de dahabias son las empleadas por todos los turistas de Egipto. Son barcas chatas, sin entrepuente, con una toldilla o pequeño alcázar en la popa, bajo el cual se distribuyen un pasillo de entrada con dos camarotes para una sola persona a cada lado, un salón central de r ecibo rodeado d e divanes , y una cámara en el fondo con tocador y excusado. La de que voy hablando era de las mejores, decorada con elegancia, amueblada con lujo y provista d e las ropas y vajilla necesarias , todo propiedad d el Agente consular de Austria en Alucsor, a quien el Gobierno, como es costumbre, había tomado en alquiler barca y enseres. Los que viajan por su cuenta contratan con un patrón o reis el alquiler de la barca perfectamente limpia y acondicionada, con todo el servicio necesario , y extienden la obligación por escrito ante el Cónsul r espectivo, conforme a modelos establecidos y copiados en las wtías. Las barcas suelen ser pintadas de nuevo a cada viaje, imponiéndolas un nombre más o m enos romántico o caprichoso, según lo son sus temporales dueños. W andering niaiden pusieron las herma-
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Das Beaufort a la dababía que las llevó solas al fondo de la ~ubia; Titauia llamaba a la suya un inglés aficionado a lo clásico; 1 ayret-Nit (pájaro del Nilo, cometiendo de paso un barbarismo), adoptaba quién quería echarla de oriental; y Sesost1,is IIIservía para sacar a la superficie los conocimientos de historia antigua de otro. Es también de rigor enarbolar en la popa el pabellón del pasajero, para inspirar mayor respelo, según dicen, aun cúando algo debe haber en ello de pueril vanidad; y los ingleses, que tan ridículamente suelen exagerar la laudable costumbre de no comunicarse sin previa presentación, han inventado un medio de evitar situaciones embarazosas, izando un gallardete con particular seña, la cual, apuntada en el Consulado del Cairo con el nombre de su propietario, se comunica a los que le siguen por el río, y sirve para reconocerse sin necesidad de ponerse al habla: las citadas señoritas de Beaufort adoptaron una flor de lis blanco en campo azul, acompañada de un gallardete blanco y rojo. Nosotro no hicimos nada de eso ni debíamos hac rlo viajando como huéspedes del Virrey, cuyo pabellón únicamente se alzaba en el barco. Navegando, la vida en el vapor consistía en contemplar largos ratos los paisajes va-
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ria dos y encantad ore de la orilla, que ya pre entaban risueños campos de bersim (tré bol) verde o amarilla dura (mijo), entre los cuales descollaban los blancos alminares de las aljamas o las o curas paredes de 1as aldeas, o las graciosas copas de un grupo de elevadas palmeras, ya se cambiaban en desnuda muralla de arenisca, amenazando cerrar el paso a las agua que iglo tra siglo discurren por el pie de aquel avanzado centinela de áridas y desiertas cumbres. La lectura de los Manuales y Guias, de las Historias de Oriente, de los Viajes más o meno notables, ocupaban la parte del día no empleada enamena conversación y mutuo trato; a lo que yo añadía e l estudio de textos árabes y enseñé a más de uno las ventajas de la siesta española en las horas de gran calor. A la parada de la noche se servía la comida, distribuyéndonos por turno en las mesas del vapor y la dahabía, y cuando faltaba motivo para ir a tierra, nos reuníamos en tertulia en el saloncito o n la toldilla de la barca, alternando la conversación con la música, y el té con la pipa, arreglando los planes de la siguiente jornada o comentando las impresiones de la víspera. Si alguna persona del país o de otro barco m recia nuestra consideración, se le invitaba a comer en
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CAPÍTULO PRDIERO
la dahabía, e cogiendo el resto del person al c01úorme a la circunstancia : asi, cuando se convidó en Siut al Cónsul de Españ.a (que se presentó de frac y corbata hlanca, pero una hora más tarde y sin dar excusa alg una), asistí yo como representante, y para los d emás cubiertos se buscó a los que hablaban árabe, única lengua inteligible para éste y los demá Cónsules de por allá; con el Cónsul francés de Qena me sustituyeron los franceses más di tinguidos de la compañ.ía; cuando vinieron los padre de Negada se escogió a los que conocían la lengua italiana. Y debo adve1·tir que cuantas personas de todas clase honraron nuestra mesa, se condujeron con decoro y desembarazo, sin que notáramos ni por asomó las faltas señ.aladas con su habitual escaso comedimiento por el ligerísimo e inconveniente Louis Pa cal 1 ; bien que no puede esperarse mucho de quien de eso toma ocasión para lanzar a Españ.a un insulto o-ratuito y grosero. Los primeros días no nos aventurábamos en tierra sino todos juntos y precedidos por uno de los albaneses con su sable colgado; pero luego encontramos esto incómodo e innecesario, porque cada cual tenía aficiones d istintas, y a veces incompatibles, y porque 1 La Cange, p. i90.
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la gente no nos perseguía sino para pedir bajxi.x:, o sea propina o limosna. A sí fué que en adelante no marchábamos unidos sino a las expediciones importantes , como a las Tumba de los R eyes, en Abydos; pero fuera de esto, nos disper ábamos en seguida, yendo unos a las alturas próximas a copiar países o presenciar la puesta del sol; otros a recorrer bazar es y tiendas; otros en busca de bailes y espectáculos propios de la tierra; y muchos de caza, si la sazón era adecuada. Este ejercicio e de moda, y a unque van poco cazadores verdaderamente diestros a Egipto , apenas se presenta na die sin una o Yarias e copeta · de dos caüone perfeccionadas, con las que tiran ·desde el barco a alguna ave acuática, que se ileva el río, si por rara casualidad aciertan , sin utili dad para nadie. Otros, poseídos de difer ente manía, esperan hor as y horas con el arma preparada, á ver ... como el fiero armado cocodrilo Se arroja de la margen egipciana Al pez o barca del fecundo Nilo Al apuntar la cándida mafl.ana 1 ; pero en vano, porque sólo alguno que otro, y no muy grande, sale a tomar el sor a las 1 L ope, La Circe, canto I, art. 134 ..
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CAPÍTULO PRlllERO
islas de arena cuando quedan descubiertas por el descenso suficiente de las aguas, que ya empezaba a nuestra vuelta de Asuan; y antes de que lleguen a tiro las barcas, se sumergen, sin poder apenas ser divisados, cubiertos como están de barro y hojarasca. Pero es menester descargar las escopetas, y a falta de otro blanco son víctimas las pobres palomas, con tanto afán protegidas contra sus paisanos por Lady Duff Gordon 1 mientras habitó el Egipto para prolongar su vida, porque son propiedad de los aldeanos (en cuyas casas se ven como remate los grandes palomares en forma de colmena), a fin de aprovechar como abono su estiércol. ¿Y qué otra cosa habrán de hacer cazadores con sombrilla abierta, conforme yo mismo los he visto y acompañado? El método que yo adopté para hacerme independiente y eximirme 'de importunidades, consistía en escoger un muchacho ya crecido entre la turba de los que acuden alrededor de toda persona nueva, allí lo mismo que en Europa, y llevarlo como guía exclusivamente mío, entregándole cualquiera de los efectos que me molestaban, como el libro, los anteojos, el abrigo ó el bastón, lo cual le servía como signo de su temporal empleo y ale1 Letteri fro111 Egipt, núm. XXXIIL
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jaba a los demá pretendientes. Estos muchachos, exentos de la rutina de los guías de oficio, no oponían rcsi ·tencia a salir d el camino triliado y me conducían, sin objeción alguna, a cuantos lugares les indicaba con la ventaja de no inspirar al pueblo la aversión que le producen los dichos guía , dragomanes y canase , porque no tienen, como éstos, la altanería adquirida en el trato con los extranjeros. Más que la diferencia religiosa o política, mantiene separados de los europeos á los egipcios la irritante soberbia de aquéllos, que a pesar de las continuas y juicio as advertencias de '\Vilkinson, no e crupulizan el uso ~el palo, parodiando la brutalidad de los turcos y rebajándose a su nivel, en vez de alzar e a la altura de su autoridad, abusando de la que pre ta a todos . us actos una legi lación débil con el poderoso y cruel con el súbdito. Por eso tenía muchas veces que recomendar severamente a mis improvisados pajes mi voluntad expresa en ese punto, sin lo cual se hallaban en la mejor disposición para vapulear a los demás muchachos circunstantes, especialmente si tenían mi propio bastón, debiendo, no obstante, advertir que los pilletes procuraban hallarse al alcance de la vara para tener la ocasión de romper en fuerte llanto y pedir C LIV
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CAPÍTULO PRIMERO
un bajxix•en justa equivalencia. Tanto envil ece el mal ejemplo y la servidumbre. De lo dicho se desprende que si por falta de la debida preparación y por personal insuficiencia, no aproveché cuanto debía P viaje del -ilo, tuve mejor proporción que muchos otros de aprovecharlo. La expedición primera, anterior a la apertura del Istmo, con fecha fatal para regresar al Cairo, no podía perder un minuto del itinerario; y lo mismo que la posterior, donde fué Rivadeneyra, e componía de elementos discordes, de un número de personas exce ivo, e iban al mando de un empleado egipcio. La nuestra no tenía plazo marcado, se componía de pocas personas, todas de esmerada edu cación y fino trato, y las instrucciones d el Comisario se reducían a ejecutar la voluntad de Monseñor Baüer. Las detenciones por éste acordadas, fuera de regla en ciertos puntos, muy de acuerdo con mi gusto y a veces con mi voto previo, excitaron algún día el descontento de ciertos elegantes del Jockey-club, pero al facilitarles la vuelta en el Frerús y el Behera, cuando estos nos adelantaron en Asuán, ya no pudo haber motivo de queja en cuantos prefirieron quedarse, todos menos dos. Reuníamos, por tanto, las ventajas de una expedición privada, porque
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:arreglábamos a nuestro grado las excursione . haciendo vida común entretenida y agra-dable; y las comodidades de una expedición oficial, porque el vapor nos hacía andar con rapidez desconocida de las dahabías de vela, el Comisario atendía a nuestra provisión y regalo, y en todas partes se nos recibía con la deferencia debida a amigos de Efendina (nuestro jefe), como llaman a Ismail. Al bajar a tierra, siempre hallábamos las humildes cabalgaduras del país dispuestas a conducirnos gratis a donde nos pareciere, sin embargo de lo cual hacíamos una pequeña w rtesía 1 de uno ó de dos francos al conductor, sabiendo que el Gobierno abonaba el jornal con una cédula admisible en pago de contribución. Cuando se había de hacer la caminata en despoblado, como en Beni-Hasán o en Men.fi.s , el Comisario prevenía nuestra llegada por el telégrafo; pero en los demás puntos no era preciso, porque al divisar un barco acude a la orilla un tropel de muchachos con sus borriquillos, industria nacida por la gran concu.-rencia de viajeros. Como éramos pocos, nos llevábamos bien, y cada cual servía a sus compañeros en lo especial Y propio de sus conocimientos, y siendo la . 1 A,i llama a esta propina el Marqués de Tarifo. (Via-
¡e a Iar ., fo lio 37. v. y 40.¡
CAPÍTULO PRll\IERO
única señora qu e venía un modelo de me ura: y tacto, la expedición estaba en condiciones inmejorables, que será difícil e repitan en ningún otro caso. V
Los lenguajes del país. Paréceme incompleta la narración de lo viajes a Egipto en general, y del mío en particular, si no dedico algunas páginas más a explicar la manera de entender e con los indío-enas los extranjero que van a Yi itarlos. muy prevenidos de trajes impermeables, de sombreros higiénicos, de velos verdes y blanco , adornado con las grandes aifias o pañuelos de seda de la J\Ieca, ufanos con el tarbux o gorro colorado, y aun disfrazados horriblemente alguna que oh-a vez con los zaragüelles y el turbante. Yo que he viajado por allá exactamente con el mismo traje y arreo que por España, tengo derecho para reírme de la afectación de lo inglese .r la petulancia de los france. es en u maneras y atavío. La lengua oficial de Egipto es la turca, en ella se redactan todas las órdene y despachos entre las a utoridades, es la del Gran Señor, la de la familia de l\I hemet-Alí, y el
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día que fuera reemplazada por la árabe, la Purrta otomana e daría por lastimada en . u soberana preeminencia. Como lencrua literaria , y a modo del latín entre no otros, se cu ltiva en las escuelas la lengua persa, cuyo estudio forma parte de la segunda ensefianza. La lengua copta, lengua nacional de los tiempos faraónicos, está relegada al rezo de la iglesia egipcia, así cismática como ortodoxa, sin que la entiendan fieles ni acerdotes, exceptuando un corto número de familias del Viejo Cairo que conservan su uso para el comercio. La lengua vulgar y nacional del día e la arábiga, que importada por lo. conquistadore arracenos ha u tituido, por co mpleto y sin gran trabajo, a la copta por ser de la misma agrupación semítica. :'lo es idéntico ab. olutamente el .d ialecto que se habla en Egipto al de Siria, al de Arabia ó al de Iarrueco ; pero las diferencia con ésto o con el tipo gramatical que se llama árabe literario, no son mayores que las del castellano que se habla en Ronda, en la 1Iancha o en el Yierzo. Así es que al extranjero que aprendió por práctica y al oído uno de estos dialec to vulgares le cuesta trabajo acomodarse a los modismos y variedades léxicas del otro; pero el que haya estudiado el árabe literario tiene escasa dificultad en
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CAPÍTULO PRn!ERO
entender, y ninguna en hacerse entender a poco de haber llegado. No pienso dar aquí explicaciones largas ni cortas de la índole del idioma árabe, porque no viene bien con el objeto del libro, y aunque así fuera, el Sr. Rivadeneyra dedica a este importante asunto un capítulo del curiosísimo viaje de Ceylán a Damasco 1, y su autoridad en la materia es mayor que la mía. Baste saber, para los que conozcan los principios de la lengua alcoránica, que la pronunciación de muchas letras está en Egipto· alterada, casi siempre, simplificándola: así, el té, con sus tres puntos se pronuncia como té con dos; el dal con punto se confunde frecuentemente con el dal sin él; el sonido dej francesa se hace como gue suave; el guau parece gof; el hé apenas se siente aspirar, y lo mismo el ain. También las vocales suelen alterarse cuando se hallan juntas en diptongo, formando una sola, diciendo e por ei, o por ai, o por óit, etc. Pero lo que no huelga, y antes creo indispensable, es hablar en este mi primer capítulo del modo de escribir los nombres orientales en los libros europeos, para que los lectores sepan pronunciar sin dificultad los mu1 Viaje de Ceylán a Damasco, por D. Adolfo Rivade• neyra, 1871, pág. 885.
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chos con que han de tropezar en lo sucesiv o . Ko iendo totalmente iguales los sonidos consona ntes del árabe a los de cualquier lengua europea , ni teniendo igual valor en todas éstas las mismas letras latina , ha sido forzoso buscar combinaciones que sustitu) an, en diversa s lenguas, cada consonante árabe sin equivalente , por una combinación de dos o más. Así es que n Inglaterra y Francia r eprese ntan el s onido a pira do fu erte de la jota castellana con kh, el de la u por w e n Inglaterra y por ou en Francia; la ch fra n cesa es sh ing lesa y sch a lemana, y de este modo s e podría continuar la lista; aparte de otro sistema, que con iste en usar letras simples, como h, k, s, p ero con rayas y puntos por encima y por debajo, cu yo s ignificado se ig nora no teniendo una clave científica a la mano, sin que el nuevo método sea más cla ro pa ra el común d e los lectores. Lo libros españoles suelen tra nscribir los nombres orientale con la ortografía fra ncesa, conserva ndo todo su lujo d e d iptong os y consonantes dobles, d e lo cual resultan palabras impronunciables e imposisibles de r econocer al oído. o es extrañ o que esto suceda, cuando los mismos franceses no aciertan a pronunciar bien s i no r eciben previo aviso d el modo de hacerlo: tod os
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CAPÍTULO PRIMERO
dicen Kartum. y Kédiv' por Jartúm. y Jedive cuando les dan escrito Kharto11,,n y Khedive, y yo he oído a un francés que sabía hablar árabe preguntar por la provincia de Rarchéh al Gobernador de ella sin que le entendiera, porque debía pronunciar Járiga y la e critura europea de un mapa le había confundido. En España, donde los árabes dominaron tanto tiempo, el vulgo ha formado una tabla de correspondencias de los sonidos arábigos y las letras castellanas, al transportar e incorporar en el idioma muchos vocablos de a quella lengua. Siguiendo esa norma, Ga· yangos primero y i..afuente Alcántara más tarde, han adoptado una ortografía sencilla y racional, que al entendido da los sonidos exactos, y al que coja las palabras sin preparación, le da una pronunciación fácil y lo bastante parecida para que le pudieran entender los naturales. E sa misma he adoptado_ yo, aunque todavía un poco más simplificada, por lo cual muchos nombres propios chocarán al pronto a quien ya los conozca vestidos de otro traje europeo; pero además de leerse así como verdaderamente suenan, se observará que nada hay más sencillo, fác il y hasta armonioso que los nombres árabes como los presento, y que tan perversa fama
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tienen por lo general. Leyéndolos cc mo se encuenh·an, no se cometerán disparates muy gordos, pero para decirlos mejor, se tendrá cuidado en pronunciar la ch con cierta modulación ruda que la ~cerque a la j francesa o al gi italiano; la h, aspirada como en An· dalucía; la z , sibilante como en francés o italiano; la x , sibilante también como se pronuncia en Asturias y Cataluña, parecida a la ch francesa; y las vocales m arcándolas una a una con el acento que lleven señalado. Cierto es que con este sis_tema no puede r e· producir el orientalista en carac teres propios los nombres que por primera vez lea escritos; pero tal defecto lo tienen todos los sistemas , hasta los m ás complicados; y un libro como éste no se destina a los que conocen el Orien· te, sino a los que desean conocerlo. En cuanto a lenguas extranjeras, la que más se habla en todo el comercio del Baio Egip to, especialmente en Alejandría, es la italiana, cosa nada exh·aña sabiendo que venecianos y genoveses formaban con los ca· talanes las colonias de Levante desde la Edad Media, sin haberlas abandonado en el día. En el Alto Egipto, sobre todo en Tebas , los conductores de caballerías y guías de oficio hablan algo y aun bastante inglés, por ser los de esta nación frecuentes y asiduos
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CAPÍTULO PRntERO
visitadores de las famosas ruinas. También los PP. Franciscanos enseñan en Qena italiano, y los misioneros protestantes de América difunden el inglés (que otra cosa no han podido) entre los muchachos coptos de Siut y del Viejo Cairo; pero por lo que hace al francés, nadie lo entiende, y nuestros vecinos, muy pagados de su idioma universal, se llevan solemne chasco al llegar a Egipto, y tienen que tomar intérprete para ir a comprar gorros o relojes, lo mismo que para visitar mezquitas en el Cairo o templos en File, pues saben francés solamente los dragomanes ( que llamaban nuestros abuelos trujamanes o truchimanes) de oficio; y en cuanto al vulgo, no sabe decir sino mussú, pourboir y dites-donc. No dejan de hallarse intérpretes de castellano, judíos tangerinos establecidos en Alejandría o el Cairo; pero para ir por el Nilo no creo que se encuentre ninguno con las múltiples condiciones que exige ese'servicio. ¿Y cómo ha de haberlos? Diez españoles y un hispano-americano subimos Nilo arriba el año 1869; pero antes, el Cónsul de Siut no recordaba haber visto sino una barca. con nuestra bandera, acaso la misma que encontró Louis Pascal 1 entre Farxut y Casresaía. Por otra parte, cualquier español que se
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aventure por Egipto adentro va de seguro más provisto de idiomas extranjeros que los. infatuados franceses, y aunque la mayoría de los ingleses, y puede tomar un dragomán que fácilmente le entienda. Nosotros no llevábamos ningún dragomán, porque las principales funciones de estos agentes consisten en la provisión y servicio de la mésa y en las relaciones con las. autoridades, a todo lo cual atendían el Comisario del Virrey y sus dependientes. El que se embarcó en el Cairo tenía muy buen cuidado de no servir sino a su amo, y no se le exigió jamás cosa alguna. Ni era grande la necesidad, porque en la · buena armonía que reinaba nunca faltó quien se prestara a servjr ,de intérprete, siéndolo unas veces. Emin-Bey, otras el Sr. de Quinsonas, aparte de los camareros, italianos, uno de los cuales hablaba español por haber servido en Madrid; y_ hasta Rivadeneyra, que era de otro barco, y yo mismo, que sabía menos. que todos, no tuvimos inconveniente en poner a los compañeros en relación con los felajes cuando ocurría. Gran ventaja resulta de poderse entender con esa pobre gente,. que cobra en seguida hacia el viajero una. confianza sencilla, imposible con el interme1 La Cange, pág. 14,.
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CAPÍTULO PRIMERO
<lio de un dragomán. H e notado que los de este oficio, a pesar de su poquísima instrurción, tienen maña para hacerse estimar, explotándolos al mismo tiempo, por todos los viajeros; en mi sentir, porque les enseñan las cosas conforme les conviene; y cada autor proclama invariablemente al suyo el fénix del gremio. Por eso, como el estudio del árabe no es difícil, ni la pronunciación áspera, sobre todo para los españoles, cortados por nacimiento para entendernos con .aquella gente y comprenderla a fondo, me parece que la mejor preparación para quien piense viajar por Oriente, e decir con Lope · de Vega 1: De los que habitan el egipcio Nilo
.............. -·· ................... . Aprenderé la lengua no entendida, ADICIÓX
Modo actual de viaja1', Las ventajas excepcionales de que pude disfrutar en mi viaje por el ilo, ya como ,convidado del Virrey, ya por ir en compañía del Limosnero de la Emperatriz, están hoy .al alcance de cualquier persona regularmen1 Rimas de Burguillos; canción (Ya, pues, que todo
el mundo, v. 17 y 21). Riv., p. 343.
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te acomodada. V arias Compañías de navegación o tiPnen en el río flotillas de barcos de vapor perfectamente acondicionados para todas las exigen ias del lujo o de la baratura . Además, hay Empresas que por un tanto alza do se encargan de proporcionar al viajero alojamiento, alimentación, o-ufas y medio de transporte para las excursiones . Las expediciones salen del Cairo periódicamente y con un programa fijo en que se señalan los puntos de parada, las horas o los días de permanencia en cada uno, y quien lo desee puede quedar e en uno de ellos para continua r en la expedición inmediata. Con menos sujeciones y más celeridad se puede hacer el viaje del Alto Egipto por el ferrocarril, en alg unos de cuyos tren s hay camas y comedor. Donde lo monumentos se hallan en la parte opuesta del río, hay disponibles barcas para atrave arlo. Por último, convenios especiales entre las diversas Empresas permiten que se utilice el billete del barco para continuar el viaje por el f rrocarril, facultad por virtud de la cual mucho toman para el regreso en iut la vía de tierra.
CAPÍTULO II LA GEOGRAFIA DEL NILO
I La cuenca general del Nilo. Geografía del Nilo ha sido siempre la descripción del Egipto, porque ni hay país habitable en aquellas tierras donde el agua del río no alcanza, ni era apenas conocida la dirección de sus corrientes sino en el territorio que dominaron los Señore de Menfis y Alejandría. Hoy la descripción del Nilo es el estudio de su continente, cuya uperficie abrazan en parte muy considerable los ramales multiplicados y las expansione extensas de su álveo; y por tanto, al tratar el asunto de este capítulo no se puede menos d e tocar más ligeramente o más despacio la geografía de muchas partes del , frica. Pasa de seis mil quilómetros la longitud reconocida del río; pero hay notable diferencia entre la mitad inferior y el resto; pues ¡;v.~ A
~j{$ ~
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CAPÍTULO
EGUNDO
mientras .1quélla se ha conocido y descrito desde tiC'mpos antiguos, la parte alta no ha sido visitada y manifestada por completo y con certeza al mundo civilizado hasta muy reciente fecha . Por eso dividiré la materia anunciada en el epígrafe en dos partes: la p r imera ocupará este presente capítulo y v ersará sobre la corriente del Nilo comprendida entre sus bocas y la moderna ciudad de Jartum; y la segunda, que comprenderá todo lo relativo a la coniente superior a esta ciudad y al Mediodía de ella, encontrará más oportuno lugar en el capitulo inmediato, donde he de hablar de las diversas exploraciones dirigidas a descubrir, en varias épocas, las v erdaderas fuentes del Nilo. Este sigue la dirección general de un mismo meridiano, de Sur a Norte, y en su mitad i,nferior puede dividirse en dos partes, a saber: la de Egipto, desde el mar hasta la primera catarata; y la parte de Nubia, desde dicho punto hasta Jartum. La extensión total de la primera es de unos mil quilómetros en línea recta, y más de mil doscientos siguiendo las vueltas del río; la de la segunda es también de unos mil quilómetros en línea recta, y cerca de dos mil por el cauce. La primera parte comprende dos porciones bien distintas, como son el Delta y el tronco del
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EL VIA_)l;: DEL NILO
Nilo, y para proceder desde lo más próximo y conocido a lo más remoto, invertiré el método comunmente seguido en la descripción ele los ríos, empezando por la desembocadura y continuando en sentido contrario a la corriente. En la Geografía antigua, y especialmente desde Recateo y Ferécides hasta Heródoto, el ::-rilo es la línea divisoria entre el África y el Asia, y aunque Estrabón y Tolomeo y otros más antiguos autores, según refiere Eratóstenes, fijaron los límites del África donde hoy los tiene, en el istmo de Arsínoe , , todavía Plinio adjudica, no sólo la der echa del Nilo, sino el Egipto entero • a la región privilegiada de los pueblos del Sol, de los habitadores del Oriente, llamados en sus propios primitivos idiomas del Asia para distinguirlos de los que ocupando el contrario continente fueron llamados de Europa, como designación del Ocaso.
II El Bajo Egipto. Universal es la fama del territorio surcado en todas direccione por los varios ramales
I 2~ . Smith, Dict. o/.
Greck and Roma geography, T, 234,
2 H. N., V. 9. VI, 33. CL I V
'
'
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CAPÍTULO SEGUXOO
que llevan al mar el agua del Tilo y dibujan en el confín del Egipto la figura de la letra griega que le ha dado nombre. La mano del labrador inteligente ha contribuí do a aumentar las bocas del río fertilizador de su tierra abriendo canales para e parcirlo por el alu · vión de la llanura; y el tiempo, variando el nivel de los cauces y el régimen de las costa , ha cambiado más de una vez el número e importancia de la desembocaduras. Así es que los autores clásicos las cuentan con diversidad, desde cinco con Heródoto hasta doce o diez y seis con Plinio 1 1 aun cuando generalmente se fijaron en . iete principales, sin hacer mérito de la de orden inferior. Tres eran las ramas de má. caudal e importancia en los tiempos antiguos: la Sebenítica en el centro, que era como la continuación hacia el Norte del tronco principal; la Pelusiaca al Oriente, y la Canópica al Oc· cidente. Entre la ebenítica y la Pelusiaca corrían la Tanítica, la Mendesiana y la Fatmética, que eran más bien derivaciones de la primera; y de la Canópica salía por su margen derecha la Bolbitina. Hoy son los dos brazos principales los de Roseta y Da· mieta: el primero sigue la antigua rama Canópica y continúa después por la Bolbitina, 1 H. N., V, 10.
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ocupando parte del resto d e la rama primera el Canal Mahmudí; el segundo brazo va por la rama Sebenítica y concluye por la Fatrn ética , quedando los demás cauces r educidos al papel de canales de riego donde no han sido d secados, o, al contrario, invadidos por los lagos de la costa. El principal de estos lagos, el :Yienzala, tiene us aguas alternativamente dulces o salada , según la abundancia d e la que le lleva el Nilo por los canales de Moíz y de .-\ xmún. Extiéndese en una longitud de 8-tquilómetros entre las ruina::; d e Pelusio y las cercanías de Damieta; comprende una superficie de 184000 hectáreas, y su abundante pesca produce considerable renta al Gobierno. En su centro se descubren las ruinas romanas de la ciudad de Tenneso, junto a la cual pasaba la rama Tanítica; y ahora el canal marítimo d e Suez atraviesa el lago entre dos largos y paralelos diques d e arena, por donde se ha dragado el fondo. La nueva ciudad de Puerto Saíd, fundada sobre terraplén construído con el producto de excavaciones más ó m enos distantes queda comprendida entre el lago, el mar y la embocadura del canal. .,.\Iás allá de la boca de Damieta e des en 1 Las Praderas de Oro, pág. '.?10.
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CAPfTULO SEGU:VDO
vuelve en un arco de círculo saliente la basedel Delta actual, cuya extensión de 130 quilómetros está ocupada en su mayor parte por el lago Burlos, de poca profundidad y c¡ue comunica con el mar por la antigua boca Sebenítica. Al Occidente de la boca de Ro eta se encuentran los lago Edqo, de agua dulce; ).fati.día, salado y de formación moderna, y por fin el famoso iVIariut, o antiguo i\Iareotis. Entre los dos primero subsisten los vestigios de la rama Canópica, y entre los otros dos se ha conducido la traza del canal Mahmudi. El último ha dado nombre a la provincia o distrito de Buhera, porque lo árabe le llaman por antonomasia la Albuhera, y en lo antiguo surtía de agua dulce a la iudad de lejandría y fertilizaba sus alrededore con el tributo que le llevaba el Nilo con tal abundancia, que Masüdí 1 pretende haber sido en cierto tiempo un continuado jardín todo el terreno comprendido hasta el paí de Barca en la Cyrenaica. Pero dejando a un lado tale exageraciones, es lo seguro que, conforme al testimonio de Plinio 1 , un canal conducía el agua de la rama C!lnópica; y modernas investigaciones han dado a conocer los restos de una comunicación entre el lago y el puerto; de modo que se podía 1 H. N., V, 10.
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pasar desde dicho puerto por el lago y el canal al cauce del Nilo sin necesidad de ir a embocar las difíciles salidas del río al mar. La incuria de los mamelucos dejó cegar definitivamente el canal de alimentación, que ya en épocas diversas se había visto obstruido, y desecándose lentamente el lago, quedó convertido en un foco de pestilencia, ha ta que en 1801 el ejército anglo-turco rompió los diques que separaban el Mareotis del :'.llaftdia, y las aguas del mar hicieron irrupción por los boquetes, sumergiendo cuarenta aldeas y gran cantidad de tierras cultivadas. :'.llehemet-Alí hizo cerrar de nuevo los dique , alimentando el cuenco con los sobrante del canal fahmudí , pero el lago contitinúa a lado y ha de tardar mucho en recobrar su condiciones primitivas. Las de la costa, según se ve, han variado y varían continuamente, como que se compone u uelo, hasta increíble profundidad, del limo finísimo que el ilo arroja en ella todos los años. Pero esta constante y abundosa accesión de tierras al mar no ha modificado sensiblemente la posición del litoral, µue todos los punto" fijos que de él se conocen desde los más remotos tiempo históricos conservan aproximadamente la mi ma situación con relación al agua; y si Ho-
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CAPÍTULO SEGGXDO
mero escribió 1 que la isla Faros di taba una jornada del Egipto, convienen todos en entender por esta palabra no el pai.s, sino el rio que le dió nombre y se llamó en efecto Aegyptos, del mismo modo que llaman Citemi a la tierra y al río en los jeroglífico . Es debida esta circunstancia al movimiento de descenso que con secular lentitud experimenta el suelo de aquella parte del Africa, y que nada tiene de singular para quien epa que parecidos movimientos de descenso o subida se efectúan en las costas de diversas partes del mundo. Lo que sí parece haber variado algún tanto hacia el Norte es el punto de bifurcación de los ramales, que ahora se encuentra a 25 quilómetros del Viejo Cairo, en el sitio llamado Bátn elbacára (Vientre de la Vaca), y según todas las medidas de Plinio 2, Estrabón 3 y Tolomeo \ se hallaba al principio de nuestra era seis quilómetros más al Sur, enfrente de Heliópolis, o sea hacia donde tiene el Virrey su precioso palacio de Xúbra 5 • Allí nace el canal de Xibin, que sigue la antigua rama Pelusiaca, por lo cual sospecho que 1 Odys., IV, 355. Véa e Wilkinson, ./lfod. Egipt mul
Thebas. I, 127.
2 H. N., V, 9. 3 Geog., l. 17, p. 805, 807. 4 Geog., IV, 5. 5 Wilk., M. E. & Th., I. 402.
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muy bien pudiera ser esa la única que tuviera origen en el indicado paraje, naciendo la Canópica más allá, en la actual punta del Delta. Dentro del triángulo que tiene ese nombre se hallan comprendidas dos provincias: ocupa la Garbia (occidental) la costa entre am bas bocas del Nilo, y su capital es Tanta, en el centro del Delta, con estación en el ferrocarril de Alejandría al Cairo, famosa por sus concurridísimas ferias originadas en la devota peregrinación de los mulsumanes al sepulcro de un santón natural de F ez, llamado Cidi Ahmed el Beduíno; fiestas que por su animación y basta por sus excesos son sucesoras directas de las antiguas de Bubastis, del mismo modo que el vener?,do Xeque ha heredado el culto antes tributado a Hércules Sebenítico. El vértice del triángulo corresponde a la provincia Menufía, cuya capital es Xibbin-elaum, o sea Cúspide de las ruinas, por las de Atarbechis, o Afroditopolis que allí yacen. A la derecha del brazo de Damieta, que tiene unos ciento noventa quilómetros de largo, se encuentra hacia la costa la provincia Dajalía (la de la entrada), cuya capital es Mansura, a orillas del Nilo, célebre por la derrota de San Luis. Más al interior está la
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CAPITULO SEGU:\'00
provincia Xarquía (oriental), cuya cabeza e Zagazig, en la ínter ección de los ferrocarriles de ::\Iansura y de Ismailía, a menos de do. quilómetros al Norte deTeb-Basta, donde se ven las grandes ruinas de la antigua Buba. tis, la Pibeseth de la Sagrada Escritura 1, di tinta de la Bubastis agria, que corresponde á Bilbéis, más al Sur en la misma provincia, cuya capital fué en otro tiempo, y a cuyo. alrededores coloca El ~Iacrizí la tierra de Gesen de los Israelitas'. Por fin, al origen del brazo citado corresponde la provincia Caliubía, cuya capital es desde el año 1870 3 Benha-ela al , junto a la ruinas de Athribis, situada en la orilla derecha del Nilo, en el punto de arranque d el ferrocarril de Ismailía y en el límite de la provincia nombrada, que por el Sur se extiende hasta fataría, sucesora de Heliópoli , casi a la. puertas del Cairo. Por la izquierda del brazo de Roseta, que cuenta unos 230 quilómetros de desarrollo, se extienden las provincias de Buhera, en la co. ta, y de Guiza en lo interior, hasta alguno. quilómetros más arriba delCairo. Capital de la primera e Damanhúr, llamada en cop1 Eccclt, XXX, 17. 2 Qt1atr emere. il!íem. geog. del'Eg., I, 53. 3 R<,gn y , $tatistique de l 'Egipte, '.t.em annic, 18,l.
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to Ptimenbor, o ciudad de Hozo, antigua Hermópolis p an-a. La segunda lleva e l nombre de su capital, y comprende el sitio donde existió Menfis. Alejandría, Roseta y Dami.eta tie ne n un Gobernador especial que depende directamente del Mini terio d e lo Interior. y son tan conocidas su hi toria y circunstancias que me parece excu ado hablar d e ell:.is, ni aun para entretener al lector con las patrañas que cuentan los árabes acerca. de 1::t marav illosa fundación de Alejandría • por Iscanrier, que hace para ellos el papel de H ércules, ni con los prodigios que atribuyen A la torre bellísima de Faro ·, , que entre los po tas irvió d e califi cativo por excelencia de la tierra y cosas d e Egipto. Las provincia. d e Egipto en general tienen cada una a su frente un llfndir d e categoría diierente , seglin su importancia, y en cada distrito hay a las órdenes de éste un Ndzir o Subgobernador; también hay en cada 111udi1·ía, como dicen a hora o nutdirlik, como antes decían los turco , un Consejo de gobierno, un Hospital, una Prefectura de policía, un Médico mayor y un Ingeniero jefe. 1 D. Pascual de Gayangos h a litogra fiado una relación aljamiada de esa leyend a . 2 Lope, Rimas.
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CAPITULO SEGUNDO
Los límites hidrográficos del Nilo por el lado del Este son las colinas que con suave pendiente terminan la cordillera .arábiga, y desviándose respectivamente del río producen el ensanche ocupado por el Delta. La vertiente opuesta de estas colinas forma el desierto del Istmo de Suez, en cuyo centro se levanta hoy Ismailía, a orillas del lago Timsah, y al fin del valle llamado Uadi Tumilat, perpendicular al que constituye el Istmo. Por este valle es más fácil y directa la comunicación del Istmo con el Nilo, cuyas aguas se extienden por su fondo en grandes crecidas. El territorio sujeto al Virrey se extiende por la costa desierta del Mediterráneo basta el Arix, donde empieza la Siria, pero en lo antiguo la frontera corría desde Arsínoe, que corresponde a Suez, hasta la abandonada Pelusio, teatro de la muerte de Pompeyo, llamada robur Aegypti por el profeta Ezequiel 1 , y que pudo esperar un momento verse renacer en el Puerto Said cuando se trazó el primer proyecto del canal marítimo que atravesó luego más directamente por el lago Menzala. Todo este país, cuya celebridad no ha decaído desde el paso de los israelitas hasta la inauguración del canal de Lesseps, formaba una sola provincia, de la cual 1 Es., XXX, 15.
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fue ron segregados ultimamente los tres Gobiernos de Puerto Said, Ismailía y Suez, haciéndolos depender del Ministerio de lo Interior. El lago Sirbon ocupa la mayor parte de la costa entre Pelusio (hoy Tine) y el Arix, y conserva la fama de engañoso abismo que le concedieron Estrabón y Diodoro. Parecida es la conformación del terreno por la parte de Occidente del Delta; y pasadas las vertientes del Nilo, se descubre la depresión llamada de los Lagos de Natrón,. donde hay algunos conventos célebres: más allá está el Valle sin agua (Bahr belamá) y el desierto de Libia. Las siete provincias y los seis Gobiernos especiales antes nombrados, junto con el de la ciudad del Cairo, constituyen el Bajo Egipto, que los árabes llaman Rif ó sea campo, y antiguamente se denominó todo junto Delta, división política en la cual se incluía el Oasis de Ammon, llamado ahora de Siuah, y vuelto desde 1820 al dominio egipcio, que no llevan con mucha paciencia los naturales.
III El Cafro y el Alto Egipto .
Desde el Vientre de la Vaca, o sea la punta del Delta, el Nilo es un río sin ejem-
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CAPÍ'fULO SEGUNDO
plo por lo aislado de u curso, in ningún afluente de las cordilleras que por un lado y otro lo estrechan como impenetrables murallas. Partiendo de la primera catarata, a lo 24° de latitud, la dirección general del valle es al Norte, terminando con una vuelta doble para dirigirse decididamente desde más allá del paralelo de los 26° hacia el oroeste, y volviendo a tomar antes de los 27° y medio la dirección Norte con inclinación al Este, trayecto en el cual, o sea desde la catarata al principio del Delta, se cuentan 985 quilómetros. Enfrente de Tebas es donde la cordillera arábiga alcanza su mayor a ltura, bajando hacia el Sur y el Norte hasta anularse en el Istmo y quedar reducida a r.olinas en la fron· tera de la Nubia. Desde el Cairo sale un ramal hacia el Este, que se va elevando más y más conforme se acerca a Suez, en cuyo golfo muere para reaparecer por el lado de Asia. Algo menos se eleva la cadena líbica, y al llegar frente al Cairo se anula con mucha más rapidez que la opuesta, de modo que la pendiente general del país es de Sur a Norte en sentido del río, y de Este a Oeste en sentido perpendicular a él. La cadena oriental, o arábiga, estrecha más de cerca, por punto general, al río, que la otra, cuyas
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cumbres se alejan en ciertos parajes hasta confundirse con las nubes del horizonle; p ro, al principio del trozo que se está d escribiendo, desde la catarata hasta Edfú, en el g rado 25 de latitud, una y otra oprimen estrechamente el cauce, sobre todo en las angosturas ele Síl:ilis, ya m encionadas en el capítulo anterior. De pués las monta ñas se ale· jan y se aproximan a lternativamente al río, enyiando d e trecho en trecho estribaciones que la corriente socava y que entre una y otr a fo rman extensos y fértiles v alles o pree ipitosos barrancos no surcados por otra agua que la de pasajeras, pero terribles tempestades. La formación del terreno es granítica desde la catarata hasta El Játtara, entre Asuán y Ombos, sobreponiéndose el granito común a la si enita, y a aquél las pudingas; después continúan las areniscas duras hasta má s abajo de E sna, donde empieza la caliza, y esta roca es la dominante en todo el r esto d e la cuenca hasta que se hunde bajo las ar enas de los desiertos o el limo de los campos del Bajo Egipto. El derrubio de estas diversas rocas forma las ar enas de vario género que cubren las laderas menos inclinadas de todas las montañas, y constituyen la desigual y confusa superficie de los desiertos de Egipto, que se-
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CAPITULO SEGUXDO
extienden desde el pié de la. montafias que el Nilo no humedece en todo el año hasta la costas del Mar Rojo por un lado, y hasta lo Estados del Bajá de Trípoli por el otro. Durante el invierno, las escasas lluvias de aquellos climas hacen brotar algunas yerbas y arbustos miserables en los pliegues mejor dispuestos del terreno, pero en verano todo queda seco, y la aridez completa hace también completa la soledad. Es común figurar-se los desiertos de Africa como llanuras indefinidas, como océano de arena que se pierden en el horizonte, pero en vez de ser así, el del Oriente de Egipto se compone de tres sierras paralelas: una que ciñe al río, otra poco elevada, de formación caliza con picos graníticos, que contornea el mar, y -otra entre ambas donde las tres formaciones .antes explicadas avanzan mucho más al arte. En las ramificaciones de la última cadena se hallan al Norte la canteras de alabastro oriental empleado en la gran mezquita de la Ciudadela del Cairo, y más al Sur las no menos célebres canteras de pórfido, tan estimadas por los romanos, con otras de diabasa verde, ofitas mas o menos obscuras y serpentina, sin que falte un manantial de petróleo en el Monte del Aceite. Los puntos de paso más practicables en
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estas montañas para las caravanas caen fren te a Benisuef y más arriba de Qena. El primero conduce a los afamados conv entos Deyr-Antonios o d e San Antonio Abad, y Deyr-Bolos ó de San Pablo, éste fundación del Primer Ermitaño según dicen, aquél cabeza de la Iglesia copta, con el privilegio, moderna m ente obtenido, de darle Patriarca. Habitan este desierto hasta la de embocadura del puerto de Qena, los Maazíe , originarios en su mayor parte de Arabia, y de de allí en adelante los Ababdés, d escendiente ele los a borígen es , cuyo idioma hablaron hasta hace poco, y que poseen a la extremidad de su comarca, junto a la ensenada del antig uo puerto de Berenice, las abandonadas minas de esmeraldas, tan estimadas de griegos y romano y poseídas un tiempo por los H imyaritas del Yemen. Koséir, cerca del antig uo Philateras, es el único puerto de mar importante de la costa egipcia del far Rojo, no conta ndo á Suez. Más accesible la cordillera de Occidente, se adelanta por la parte opuesta al Iilo formando prolongadas mesetas, cuya superficie, hundiéndose repentinamente, da lugar á los renombrados Oasis, que repartidos por toda la extensión de los desiertos africanos, facilitan el tránsito de los viajeros que han de
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CAPfTULO SEGUNDO
cruzar los abrasados arenales. Los Oasis, cuyo nombre es puramente egipcio y significa habitación ( Oualze, de donde el árabe Uáh), consisten en recluidos valles encerrados en laderas escarpadas, y cuyas vegas están humedecidas por algunas fuentes, no siempre abundantes, que brotan por encima de un lecho de arcilla impermeable. 1\fas bien que isla frondosa, el plano de un Oasis representa una ramificación de barrancos cuyo fondo solamente es fértil; y como para economizar el agua la detienen en balsas y pantanos, su clima es poco salubre, sus habitantes tienen aspecto macilento, y los árabes del desierto huyen lo más que pueden de establecerse en sus inmediaciones. Después del Oasis de Ammón, ya nombrado, on los más célebres el Uah el Járiga (exterior), Oasis niagna de los romanos, a unas 40 leguas de Tebas, con más de 4000 habitantes; el Uah el Dájila (interior), a 20 leguas de aquél, con 7000 habitantes, y el Uah-Behnesa (Oasis pm,va de los romanos), a más de 30 leguas de Minia y Benisuef. Fueron estos Oasis en todo tiempo refugio de perseguidos; allí se escondían los cristianos de la furia de Diocleciano, y en el pri1 Ent,. L. XVI, p . 763.
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mero terminó infelizmente sus días el famoso heresiarca Nestorio. Viniendo ahora a la Geografía política del, Nilo propiamente dicho, y empezando por la. parte inferior de su curso, encontramos a 25 quilómetros de la bifurcación, y enclavada en la provincia de Guiza, pero sin depender de ella, a la gran capital de Egipto, a la heredera de Menfis a la sucesora de Babylon. a la rival de Fostat, a EL KÁHIRA, la victoriosa, la que por antonomasia llaman Mesr, que es el nombre de todo el Egipto, como antes decoraron con el mismo nombre a sus antecesoras una tras otra. inguna ciudad de Oriente está tan impregnada del espíritu árabe y de la esencia del islamismo como el Cairo, y al pasear por sus calles, los españoles nos :figuramos fácilmente cómo serían Toledo en tiempo de Almmún, Córdoba . . bajo el imperio de · Abderrahmen, Sevilla regida por los Benabad, Granada floreci ente con Aláhmar. Por eso los árabes la estiman como preciosa joya y la veneran corno depósito de santidad y ciencia; y su modo de pensar se ve resumido en las palabras que el , desconocido autor de la Mil y una noches pone en boca de uno de sus interlocutores 1 : 1 Historia del llfédico judio, en ln del Jo1·obado de , Bagdag, '' ,)
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CAPÍTULO SEGUNDO
«Quien no ha visto el Cairo no ha visto el mundo: su suelo es oro, su ilo un portento, su mujeres son como las huríes del Paraíso, sus casas son palacios, su ambiente e templado, su aroma supera al del áloes y alegra el ánimo, y ¿cómo ha de ser de otro modo si es la madre (metrópoli) del mundo? Si contempláis sus jardines cuando r eciben oblicuamente las sombras de la tarde, quedaréis extasiados ante la maravilla de su asp ecto.• El viajero Abenbatuta, que la visitó en el siglo XIV, dice describiéndola 1 : «Llegué al fin a la ciudad de Mesr, capital del país, residencia que fué de Faraón, el de las estacas •, duefia de apartados climas y países opulentos: raya en lo imposible por la m ultitud de sus habitantes y se envanece con su hermosura y su brillo; a llí concurren los que van y los que vienen, y moran los débile y los poderosos; allí encontrarás lo que te plazca, sabios e ignorantes, frívolos y diligentes, afables e impacientes, oscuros e ilustres, nobles y plebeyos. Parece su gentío el oleaje del mar, y apenas cabe en extensión tan considerable. Su juventud es permanen· 1 Viag ., I, 67. 2 Nombre que se da a l Far aón en e l Alcorán (XXXVIII, 11; LXXXIX, 9) por suponér se le autor de un s uplicio en que ataba las victimas a cuatro estacas.
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te, y su estrella no se aparta de una mansión propicia. Sus dominadores han vencido a las naciones, y sus Reyes han subyugado a los caudillos árabes y extranjeros. Y es suyo el Nilo, cuya gloria es acabada, y excusa .de implorar la lluvia a su tierra, que tiene de largo un mes de andadura de un peón ligero ; y es generosa y alienta al que se ha alejado de su patria. » Y a continuación de este relato, el amanuense inserta unos versos de Násiredin, hijo de Náhid, que ofrezco traducidos con el mismo metro (rechez) con igual rima (ad) y verso por verso: V erde ribera sin igual orna de Misr la ciudad cuando creciente e esparció su Nilo con libertad Brilla n sus aguas como arnés del sol a la claridad Sin que la lima de un David puliera 1 su tosquedad. Fresca es su brisa y da temblor su penetrante humedad Río estrellado le hace ver ele naves la variedad,
versos á los cuales se pueden añadir, como eco de las hipérboles que anteceden, aquellos otros del Tasso ': Citta che a lla provincie é emule e pare ~lille cita dinanze in se contiene: Del Ca iro io parlo.
Extiéndese la ciudad por la estrecha llanura que media entre la orilla derecha del Nilo y los altos del Mocattam, habitados por 1 L os á rabes hacen del rey David el Vulcano de la fábul a. 2 Gier. XVII, oct 17.
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CAPITULO SEGUXOO
santos anacoretas en los primeros siglos de] cristianismo 3 ; u figura viene a ser un rectángulo de cuatro quilómetros de largo, de Norte á Sur, por dos de ancho, de Este a Oeste; y su población se acerca a 300000 almas, casi una tercera parte de ella no musulmana. Divide a la ciudad en dos porciones muy desiguales la calle espaciosa y bastante recta del Muskí, donde se hallan casi todas las tiendas de los europeos, con lujosos escaparates y rótulos en varios idiomas; y por estrechos y animadísimos., callejones desembocan en la misma calle o sus cercanías los más nombrados bazares, com.o el Gurí, junto a la mezquita de este nombre, el Hamzáua, donde los vendedores son cristianos, y el suntuoso Jan-Jalil, o bazar turco, para cuya construcción fueron destruídos hacia el siglo XIV, con bien poco miramiento, los restos antes tan venerados de los antiguos califas_ Al extremo Oeste de la calle y de la población se halla la grande y moderna plaza Esbequía, centro alrededor del cual se agrupan las mejores fondas, los Consulados, los teatros y los correos. Al Sur, en la plaza y calle nombradas, están los diversos barrios árabes, y al lado del Norte lo ocupan los barrios copto, franco, judío y griego, procediendo de 3 Rufin. V. t. patr. p. 476.
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Oeste a Este, sin que se entienda por esos nombres que sus habitantes pertenezcan exclusivamente a las naciones o cultos respecfo,os. F rente a la exh-emidad del Noroeste, y a un quilómetro de ella, se encuentra el arrabal de Bulac, puerto principal del Cairo. Entre la ciudad y el arrabal corría en otro tiempo un brazo del río, y la Esbequía era alternativamente laguna por donde surcaban elegantes embarcaciones y verde campiña que proporcionaba abundantes cosechas. Empezó a formarse la isla en tiempo de los Fatimitas, a consecuencia de haberse ido a pique una barca llamada el Elefante,· en el reinado de Saladino ya se cultivaba su suelo, y en el de Calaún se cubrió de casas y jardines 1 . El brazo se fué cegando poco a poco, y Mehemet-Alí lo saneó por completo, ocupando el terreno con magníficas plantaciones . A dos quilómetros más al Sur de la ciudad, y también a la orilla del río, se encuentra el Viejo Cairo (Mes1'-elática), con su antiquísimo barrio copto cercado de murallas, sin más que una sola entrada, y donde no se han aventurado a vivir los mahometanos hasta hace poco tiempo. Finalmente, tocando el ángulo Su deste de la poblacióJ.?- se 1 Macrizy, en Quatrem . .Mem. geg. et hist., I, p . 84.
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CAPÍTULO SEGUNDO
levanta la Ciudadela ( Alcalá) sobre la vecina estribación del Mocatram, dominada por otro cerro donde Mehemet Alí construyó un fuerte, y en cuyas faldas hay vestigios de antiguayoblación egipcia. El primer origen de la populosa capital de Egipto fué el pequeño barrio copto del Cairo Viejo, cuyas fuertes murallas son de evidente construcción romana. En esa fortaleza, con el nombre de Babylon, residía una de las tres legiones romanas que guarnecían el Egipto l, sin duda porque desde la ruina de Menfis se defendería con ella la entrada en el valle del Nilo, cuyas aguas corrían entonces por su pie•. Alrededor de esa estación fundó Amru en 638 una nueva ciudad para sus soldados que se llamó Fostat por el nombre de las tiendas de cuero plantadas durante el sitio, y que fué luego residencia del Go bierno de la gran provincia. Al hacerse in· dependiente en el siglo 1x, el gobernador Abentulún estableció su residencia favorita al Norte de Fostat, sobre las pequeñas colinas que se desprenden de la estribación de la ciudadela, en la parte más meridional de la capital moderna, y habiendo distribuido 1 Estrabon. L. XVII, p. 807. 2 Macrizy, en Quatrem, Mem. hist. et geog. sur l'Eg., I, p . 74 .
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entre sus compañeros y secuaces los terre, nos adyacentes, dió al sitio el nombre de Fuerte de Cútaya. No tardó un siglo en ser derrocado el poder de los Tulúnidas por las armas de los Fatimitas de Cairouan, cuyo caudillo fundó otro nuevo centro más al Norte, que denominó Dar-elmamlaca (1,esidencia 1'eal), y cuatro años más tarde recibió el titulo de Mesr-elcdhira con ocasión de ser declarada capital de los Estados del califa El Moiz, distinguiéndose desde entonces la. población primitiva por ivlesr-elática. Finalmente, el famoso Saladino levantó en el siglo xrr !a Ciudadela y la encerró en las mismas murallas con la ciudad de El Moiz y la residencia de Abentulún: al mismo tiempo permitió a los extranjeros establecerse en el ~1uskí, y aumentando éstos la edificación por el lado del Norte, que tenían franco, dieron el último impulso al ensanche extraordinario que ha llegado a adquirir la metrópoli árabe del Egipto, cuyo constante movimiento ha sido de Sur a Norte. La desecación del brazo del Nilo permitirá ahora que continúe el movimiento al Oeste iniciado por las construcciones de la Esbequía, del palacio ele Abdin y del rico Alcázar del Nilo, entre Bulac y el Cairo Viejo. Los árabes designan a todo el país situado
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CAPÍTULO SEGUNDO
por el valle arriba con el nombre de Said, en contraposición al Rif, que ya se ha dicho ser el nombre de la parte hasta ahora descrita, ·c orrespondiendo a la antiquísima división en Alto y Bajo Egipto, o reinos de Tebas y de Menfis. Políticamente, el Said se divide en dos partes: el Egipto Medio, que coincide -con la antigua Heptanómide y comprende "las provincias de Benisuef y de Minia; y el Alto Egipto, antigua Tebaida, que comprende la provincia de Siut, correspondiente a la Tebaida inferior, y las de Guirga, de Qena y de Esna, que ocupan la T ebaida superior. - A la provincia de Benisuef pertenece el te· 1-ritorio del Fayúm, antiguo Nomo Arsinoita, 'que es una hoya, o ancho valle de 15 leguas de largo por 10 de ancho, situado entre los paralelos de aquella capital y del Cairo. Desviándose de su dirección ordinaria, la cordillera líbica forma un vasto anfiteatro alrededor de ese territorio, especie de Oasis que penetra en el desierto, comunicándose con el valle del ilo por las aberturas y depresiones del lado de Oriente. Por la principal de ellas, llamada de Lahún, entra el gran canal de José, que describiré 1 más adelante, '.Y al cual debe aquel país, donde se adoró .al cocodrilo, la exuberante fertilidad que lo ' 1 Cap. IV,!.
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hizo célebre antes por sus vinos, ahora por sus frutas. Allí se crían tan odoríferas y abundantes rosas, que ninguna otra comarca de Egipto le disputa el privilegio de destilar la esencia de la reina de las flores. El Kodaú i refiere que el Fayúm contenía 360 pueblos, a cada uno de los cuales incumbía alimentar la capital de Egipto un día al . año, resultando abastecida el afio e ntero con sólo los r ecursos de aquella tierra, cultivada con tal esmero y tanto provecho, que mejor que a oh-a alguna le cuadra .el exactísimo dicho de que el Nilo sale • a bañar el campo amigo Sobre quien vierte con su añ.al creciente Frutas, aceites, yerbas, mosto y trigo.
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La populosa ciudad de Behnesa se encuentra a orillas del canal de José, que fertiliza sus campos, abastece de agua a sus habitantes y la divide de las ruinas de Perugue, llamada por los griegos Oxyrrhinchos a causa del nombre del pez, que allí era adorado. La historia de Behnesa, contada por los árabes, donde salen los nombres de José, Efraim, Amilcar, Ergámenes, Candaces y el afamado caudillo Jáled, es un modelo del estilo árabe en punto ·a historia antigua. 1 Macri zy, en Quatrem, ilfem. geog. et hist ., I, p. 39J. ~ Va!d., Poema de San Jos é, XX, ver. 50.
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CAPÍTULO SEGUNDO
La provincia de Minia recibe nombre de su capital Miniet-ibn-Jasib, situada en la orilla occidental del Nilo ', con activo comercio y floreciente agricultura. El nombre de Minia, muy común en el moderno Egipto, y especialmente en el Delta, proviene del copto Móné, que significa mansión, y según otros de Almunia. A aquella antiquísima lengua hay que recurrir para explicar el origen del mayor número de nombres geográficos de Egipto; y aun muchos que parecen tener etimología árab~, no son sino corrupciones derivadas de palabras egipcias que los modernos pobladores han hecho coincidir sin dificultad con otras voces de su idioma. De Siut, que los griegos llamaron Lycopolis porque sus moradores adoraban al lobo, queda dicho bastante en el capítulo anterior, lo mismo que de Suhag, una de las poblaciones de mejor caserío y capital de la provincia de Guirga: la ciudad. que da nombre a esta provincia era su capital y la de todo el Said en el siglo xvm. En la provincia de Qena, la ciudad más notable, después de la capital, es Farxut, domicilio de la tribu de Houara, próspera e independiente en tiempos pasados, siempre es1 Dozy, en su traducción del Edrisy (p. 521 la coloca en la orilla oriental, l1abiendo optado por la lección peor de los códices. ·
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merada en la cría de caballos, y no menos en la de perros, que no inspiran por allí la r epugnancia que en el Egipto inferior. El nombre y la ocupación habitual de esta tribu son claro indicio de que desciende de de aquellos Hicsos, acantonados en el gran campamento d e Auaris, en el Delta, y que aclimataron el caballo en Egipto 1 • No eran árabes semitas, sino actitas de la descendencia de Canaán, y cuando la r esta uración faraónica, lejos de r efug iarse en sus a ntiguos cantones, ya ocupados por otros pueblos, siguieron la marcha general de las emigraciones hacia Occidente, tomando asiento en la región tripolitana y contribuyendo a la formación de la gran familia beréber 2 • Sus últimas ramas llegaron en España a domiciliarse en la Alcarria 3 • En la misma provincia de Qena se encuentran las ruinas de T entyris, la enemiga de los cocodrilos, y las famosísimas de T ebas, que llamaron los egipcios Tapé (la cabeza), de donde hicieron los g riegos Thebai, los latinos Thebae y Thebe, y los árabes :M edinatabu. El puerto de Coseir, que dependía del 1 Lenormant, Les premieres civilisations, t. I, 366. lVilkinson Ant. E g;,pt. I , 386. 2 Ca ussin de Perceval, Essai sur l'hist oire des ara-
bcs, t. I, p. 13. 3 Véase mi Monografia hist órica de Abden·ahmen L
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CAPITULO SEGUXOO
Gobierno de Qena, ha pasado en 1870 a for• mar parte del Gobierno general de las Cos• t as del Mar Rojo , con Masa u a y Suakin. Esna, capital de la últim a provincia del Egipto , lleva dignamente su nombre, que .significa en copto )at'dln, y en ella se adora• ba el pez tato, que le valió la denominación de Latopolis . Asuán, última ciudad egipcia, llamada Souan o abe1'tura por los coptos, es la Syen e donde estuvo Juvenal desterrado; .allí, y en la frontera isla de Elefantina, lo mismo que en la de File, hubo siempre fuer· te guarnición que defendían la entrada de Egipto, lo mismo en tiempo d e los Faraones, -cuyas tropas desertar on una vez al reino de Meroe; que cu ando el romano imperio tenía .acuarteladas, en la ciudad y las islas, tres de las doce cohortes 1 destinadas a las provin· c ías; no menos que durante la dominación sarracena, que llevó una colonia árabe con el -conquistador Amru, y estableció otra de Bosniacos por orden del Sultán Selim. Más que todo ha hecho siempre famosa a Syene el pozo donde Estrabón • pretende qu e daba -verticalmente el sol a la mitad del día del solsticio, y se han emprendido con empeño trabajos para encontrarlo, pero todos los es· 1 E strabon. L. XVII, p. 797. 2 Geog. L . XVII , p. 817'
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fuerzo empleados han sido inútiles, porque Syene no está ni ha estado nunca exactamente en el trópico, y no es posible, por tanto, el fenómeno de que se trata. Límite natural del Egipto es la celebrada catarata , nobili insignis spectaculo locus 1 ,. cuyo sordo murmullo se percibe desde la ribera de Asuan, y que impidiendo la navegación fácil y continuada, si no ha estorbado del todo que penetrara más al Sur la civilización que tuvo nacimiento en Menfis, no dejó consolidar nunca la dominación que tuvo su asiento en Tebas. Por eso fué disputada la posesión de la isla de File, que pretendían suya los etiopes a causa de caer del otro lado de la catarata, al paso que la reclamaban los egipcios por haberla conquistado _r colonizado, por venerar en ella un cenotafio de Osiris 2 y por ser el observatorio con:agrado de las primeras crecidas del Nilo. Ese carácter religioso conducía a la isla multitud de peregrinos que dejaron sus nombres. grabados en las rocas o pintados en los muros ; y no olvidando que allí se avanzaba el pie sobre extraño territorio, recibía adoración un ave de rapiña indígena de Etiopía; pero manteniendo explícitamente el derechoQuaest. Nat., rv, '.!. i ESéneca str a bon. L. XVII, p. 803.
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de señalar por frontera del reino egipcio esa isla, al darle el nombre de Pilac, equivalente a punta, raíz del Philai griego como del B i• lac árabe de la Edad Media, idea que pene· tró en la musa de Lucano para inspirarle la preve y expresiva frase 1 : R egni claustra, Philae. IV La Nubia .
Desde Asuan hasta Jartúm, donde conclu· ye el Nilo conocido de los antig uos con cer· reza, el río hace una inmensa y doble vuelta que alarga su curso otro tanto de la distan· cia entre los extremos . Las montañas que forman la cuenca se apartan cada vez más a uno y otro lado, hasta enlazarse por el del Mar Rojo con el complicado macizo de la Abisinia, baluarte de la independencia de está nación cristiana; y elevándose por la opuesta vertiente hasta los agudos picos de la Sierra de A busenun (el dentellado) por los límites del Darfur. Pero a pesar del gran espacio que entre sí dejan las divisorias, no nacen de ellas anchos valles por cuyo fondo puedan discurrir las aguas haciendo produc· \ P ltars. X, 313.
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tivo el suelo como en Egipto, sino que de ellas se desprenden elevadas mesetas com prendidas entre estribaciones perpendiculares, dando éstas origen a Jas muchas cataratas y chorreras que embarazan la corriente en este trayecto, y terminándose aquéllas en laderas peñ.ascosas que encierran como dos paredes la estrecha faja del terreno cultivable, cuya mayor parte se riega con auxilio de la noria. No hay por encima de ese nivel sino áridos y extensísimos desiertos; el de Atmur, de tiempo inmemorial recorrido por las cara vanas, viene de la cordillera arábiga y produce el mayor desvío del Nilo, que es al Occidente, y el de Bahiúda, cruzándose por el Sur con el anterior y procedente del opuesto lado, es causa de la contraria desviación que precede a la antes dicha. Tresci entos quilómetros antes de llegar a Jartúm encuentra por primera vez un afluente, y no despreciable, quien desde la costa haya subido por el Nilo arriba. Es este afluente el Atbara, Río Negro ó Tacazzé, Astaboras de los antiguos, río torrentoso que conduce gran cantidad de despojos y detritos, y se seca en la primavera, caso en que suelen los naturales cortar la desembocadura con un dique para contener en su cauce, las aguas del río principal y que ha dado
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CAPÍTULO SEGUNDO
margen a que se crea por algunos viajeros de tiempos anteriores que el Rey de Abisinia tenía en su mano llevar hacia el Mar Rojo el Nilo con sólo romper un ligero obstáculo 1 . Después del Atbara ya no se encuentra ningún tributario hasta la citada ciudad de Jartúm, donde entra en el Nilo Blanco, o Bahr elabiad, el Nilo Azul, o Bahr elazrac, Astapus de los geógrafos clásicos, formado del Abaí de los Abisinios, con el Yabus de los Gallas, tenido por ellos como el Nilo verdadero, y con ellos por los jesuitas portugueses del siglo xvr, y en el xvm por el célebre y arrojado Bruce. A esta pretensión se opuso ya formalmente Edrisí •, apoyándose en la autoridad de Claudio Tolomeo y en varios autores árabes, entre los cuales era conocida con entera claridad la Geografía de esta región, como lo prueba la descripción exactísima que hace de ella y de sus ríos el historiador de la Nubia, Abdala, hijo de Ahmed, hijo de Solaim 3, quien da al Nilo AzuJ el nombre de Río Verde. Los granitos que al Sur de File vuelven a l
Comp. Am. Clim. 1. 0 , secc. 5.", II pere, Vayase, pá-
gina 304. 2 Dese. de l ' A/1·. et de Esp., p . 23 del texto, p. 28 de la traducción. ;3 Quatr, Mem. II, 17.
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ocultarse bajo las formaciones areniscas reaparecen acompañados de otras rocas hipogénicas en diferentes puntos del valle, dando origen a no pocas islas y a las catara tas ya indicadas. De aquéllas son las más notables la de Say, junto a la antigua sede episcopal de este nombre; Argo, la Gagandes de Plinio '; Mocrat, en la vuelta más violenta del río, y Tuti, frente a Jartum, en la confluencia del Azrak, confundida extrañamente por Edrisí con la de File'· Más arriba de la isla de Say, entre los paralelos 21º y 22°, es donde se presenta la mayor dificultad para navegar por el río a causa de los peñascos que encauzan estrechamente las aguas, llenando el lecho de islas, cascadas y chorreras por más de 150 quilómetros, circunstancia que ha h echo de este sitio, que llaman Batn-elhagar (vientre de piedras) la defensa de la Nubia cristiana de la Edad Media contra los mahometanos de Egipto: a ese fin r esidía en Bugorax, al pie. de la segunda catarata, llamada Chebel-elchenadil (montaña de rocas) en árabe 3, y al terminar dicho trayecto cerca de Uadi-Halfa, un jefe militar titulado Señor de la montaña 4 , que 1 H. N., VI, 29. 2 Dese. de l'Afr., p. 20-25. CI. t. 0 , secc. 4. 6 3 E dr. CI. 1.•, secc. 4... , p. 20-25. 4 Qua t ., 11!lem ., II, 9. CLJV
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CAPÍTULO SEGO:-1OO
no permitía el paso a ningún musulmán sin especial permiso , y sacaba grandes rentas del activo comercio que allí se hacía entre egipcios y nubios . No menos peligro -a, pero mu cho más corta y pequeña, es la tercera catarata, cerca de Hannec; la cuar ta está más arriba del Monte Berquel, en el trozo del Nilo que corre a Poniente; la quinta, que es considerable, más abajo de Berber, y a corta distancia de Jartum está la sexta. EnlTe unas y otras hay chorreras y angosturas de menos importancia, pero que diferencian mucho el Nilo de Nubia del majestuoso :N"ilo de Egipto . Grandes y pequeñas, se cuentan veinte cataratas entre Asuan y Jartum. El desierto comprendido entre el Nilo y el Mar Rojo está ocupado por los Bixaríes, ya mencionados en el capítulo anterior, descendientes de los Bechas de la Edad Media, como siente acertadamente el eruditísimo Quatremere 1 , si bien quiere a la vez identificar a éstos con los Blemmyes de los griegos, con más razón reducidos por Dozy 2 a los Beliun de Edrisí. En la costa de este desierto se encuentra el puerto de Suákin (tas habitaciones)., cedido por la P uerta en 1865 al Virrey de Egipto junto con el de Masaua, 1 11:lem., II, 160. 2 Dese. de l'Afi'., p . 26, nota.
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fro nterizo de Abisinia, y sujeto en otro tierna este imperio. Exceptuando la parte alta de las cuencas del Atbara y el Abai, que corresponden a la mermada Abisinia, todo lo demás pertenece al Virrey de Egipto . El trozo comprendido entre la· primera y segunda catarata está agregado a la mudiría de Esna, y desde la segunda a la sexta se comprende la provincia de Dongola, cuyas principales poblaciones son Dongola Nue,-a, Dongola Vieja, El :.Iejeir ó Berber, y Xendy. El resto pertenece al Gobierno d el Sudán, cuya capital, Jartum, es cabeza de un distrito, y los demás son Taca, a la derecha del Tacazzé; Sennaar, en tre es e río y el Nilo Blanco, comprendiendo el Fazoglú, en la confluencia del Yabus con el Nilo Azul; Cordofan, dividido del Sennaar por el ilo Blanco, y el Bahr-elahi ad, al extremo meridional de las posesiones egipcias 1 • La historia de estas comarcas es tan anti· gua como interesante . Contemporánea de los Faraones era la monarquía teocrática de Etiopía , invadida algunas veces por aquéllos, qu e dejaron sembradas de sus monu• rn entos la:, orillas del Nilo, dominadora otras 1 Regny , S tatist de /' Egypte, 1870•í871.
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CAPÍTULO SEGUNDO
del Egipto 1 , cuya civilización encontró propicio suelo donde arraigar en un país enriquecido por el tránsito de las caravanas entre Cartago y Arabia. Lo más floreciente de este reino se encerraba en la región comprendida entre los ríos Nilo, Astaboras y Astapus, especie de Mesopota ,nia, conocida con el nombre de Isla de Merüe, que los antiguos tuvieron por madre de la religión y del saber de los egipcios, y que ponía igual diligencia que éstos t':'n aprovechar las aguas de sus ríos para regar sus sedientes campos; más allá del Astapus moraban los embritas, cuyo nombre queda en el Sennaar. La ciudad de Meroe, a la derecha del ilo, entre el Astaboras y el Astapus, y la de ápata, en el Monte Berquel, eran las capitales religiosa y civil del Estado; y esta última fué el punto más meridional del Africa a donde llegaron las romanas legiones, dirigidas por el prefecto Petronio en tiempo de Augusto. El mismo imperio continuaba en la Edad Media con los nombres de reino de Dongo1a, correspondiente a la Etiopía baja, o inferior al Atbara, y reino de Alua, algunas veces independiente, y que se extendía por ~
1 Aegyptiorum bellis attrita est Aethiopia , vicisim imperlta ndo servicndoque . clara et potens etiam usque ad Troiana bella. PI. H. N ., VI, ~9.
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las tierras de Meroe y de los Sembritas: el primero se dividía en dos grandes provincias de lengua difer ente, en la tercera catarata, la de Macora al Sur y de Maris al Norte; y en la frontera de ambas se hacía un escrupuloso registro aduanero, a que se sometía, para dar ejemplo, e l mismo rey. Las invasiones de tribus á rabes del Hechaz :r del Yemen, atraídas por la fama de las minas de oro del desierto, y la intervención armada de los sultanes mamelucos de Egip· to, en intestinas contiendas, dieron fin a la religión y a la independencia del imperio in, memorial de Etiopía. Selim II r epartió el reino de Don.gola entre sus bosniacos en feudos que hicieron pronto independientes, y que conservaron hasta la llegada de los mamelucos escapados d e la p ersecución de MehemetAlí en 1811, qne se establecieron en ellos. El reino de Alua fué r eemplazado tres siglos hace por el de Sennaa r o del Río Azul bajo la dominación de la tribu neg ra de los Fugnes, que tenía como aliadas o feudatarias las p equeí'ias repúblicas de Damer, de Xendy, de Berber, de los Xaquíes y otras. Todo esto duró hasta 1820, en que las tropas de Mehemet-Alí, mandadas por su hijo Ismail y su yerno Mohamed, conocido por el Defterdar, hicieron la rápida conquista y
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CAPÍTULO SEGUNDO
anexión de todos los países desde File hasta · las fronteras de la Abisinia y del Darfur. Objeto principal de esta campaña, semejante en muchos puntos a las de los conquistadores del Nuevo Mundo, fué la adquisición de las minas de oro del Fazoglú y del Co rdofan, cuya importancia aumentaron los eruditos que hicieron saber que el nombre de la Nubia se deriva de un radical copto que significa aquel metal precioso; pero el desengaño fué grande cuando se encontró, como era natural, ser ruinosa para el Baxá de Egipto la explotación que podía producir algún mediano lucro a los pobres negros ignorados en aquellas montañas y esparcidos por los arenales donde un paciente lavado les rendía algunos granos y lentejuelas. Así es que el conquistador no sacó sino nuevos reclu tas. para sus filas, que salieron por cierto excelentes soldados; pero en cambio organizó el país devastado por las exacciones de los mamelucos y las incursiones de las tribus errantes; y si la nueva ciudad fundada en el Fazoglú con el nombre de Mehemet-Alí-polis (para los árabes Hellet-Mehemet-Alí), quedó pronto abandonada y ruinosa, la de Jartum, que había empezado por unas cabaña$ en la confü;iencia de los dos Nilos, llegó en b.i;eve a encerrar 40000 almas y a ser base
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del comercio del Sudán y de los nuevos descubrimientos, asunto del siguiente capí·. tulo. El nombre de Nubia, aplicado al territorio intermedio entre Egipto y el Sennaar, es más bien europeo que local, pues en Oriente se llama berbe1 í (plural ba1 abra) al que habita entre la primera y la segunda catarata; y dongolí (plural danagla ) al que mora más al Sur hasta el Atbara. Los berberíes son los únicos que se llaman nubas en su mitad meridional para diferenciarse de los más inmediatos a Asuan, que se denominan kenzíes o lmnu z y son originarios del Yemana, en Arabia, en su mayor parte. Proviene aquella expresión de la nación de los ubades o Nubas, originaria de las Sierras del Cordofan , que·retienen aún su nombre, y que es-. parcidos luego por los desiertos ele Libia fueron colocados por Diocleciano en el valle del Nilo más arriba ele File, para que como militar colonia contuyieran a los inquietos y rapaces Blemmyes, cuando retiró a la pri-. mera catarata las romanas guarniciones, y con ellas los términos del imperio. El Edrisí, conocido mucho tiempo por el Geógrafo Nubiense, y León Africano, introdujeron y confirmaron el dictado de Nubia para lo que antes se llamó Etiopía y los árabes la compren1
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CAPITULO SEGUNDO
den en su indefinido Sudán (equivalente a Nigricia). Entre las cosas más singulares y bien a veriguadas de la Nubia, es notable la preeminencia concedida a los descendientes por línea femenina, tanto p'ara la sucesión al trono 1 de la nación como para las herencias particulares entre los Bechas 2 1 siendo en uno y otro caso preferido al propio hijo el d e la hermana, por no ofrecer duda acerca de la realidad del parentesco y linaje. Resultado de esta costumbre fué que se cometiera con frecuencia la gobernación del Estado a la madre del Rey menor, la cual recibía el nombre de Candace (Canage según Plinio 3), equivalente a Reina-madre, conforme al testimonio del bizantino Oemmenio \ de análoga manera a la de los Reyes, que si creemos al Edrisí S, tomaban todos el dictado de Cásil, idéntico a mi ver al Sil-co de la inscripción greco-bárbara de Calabxí, en la antigua Talmis, a unos 50 kilómetros al Sur de File 6 • El hábito de obedecer a mujeres, mirado por los antiguos escritores con extrañeza, es tan natural en esta raza, que según 1 Abu-Selah, en Quatr., Mem., II, 38. 2 Macrizy, en Quatr., II, 136. 3 l',. N., VI. 29. 4 Comm. in Act. Ap. C, XII. 5 C1im. I, secc. 4.ª, p. 19-:?3. -6 Wilk. M. E. et Th. II, p . 312.
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Estrabon y Plinio 2, mandaba una Reina a los Sembritas, Simbarros o Semberritanos, supuestos descendientes de los soldados pr(,iugos del tiempo de Psammético; y lo mismo observó Burkardt a principios del siglo x1x ,en el pequeño Estado de Xendy. No debían ser raros, con tales circunstancias. los casos -de femenil ardimiento; y aparte de los ejemplos individuales que prestan la Candace, ,que sostuvo la campaña contra Petronio 3, y la joven Princesa que acaudillaba los Xaquíes en la guerra de 1820, se pueden citar los cuerpos de amazonas etiópicas, con el anillo de bronce atravesado en el labio, que Estra bon dió a conocer 4, y los que hallaron •en las regiones del Nilo Blanco los expedicionarios conducidos por Arnaud. La privilegiada situación de la mujer nubia no pudo menos de haber infl.uído en el alto aprecio en que fué tenida la mujer egipcia, muy al contrario de lo que sucedía en los grandes imperios asiáticos del tiempo; pero si dirigimos la vista a lo que media des•de la cordillera líbica al litoral atlántico, •echaremos de ver, no semejanza, sino iden.tidad absoluta de costumbres por lo que toca 1
1 Lib . XVII, p . 786, y XVII, 770. ~ H. N ., VI, 30. 3 Estrabon, L. XVII, p. 820. 4 L. XVII, p. S·l:!.
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CAPÍTULO SEGUNDO
a la mujer en cuantas cabilas bereberes no han recibido en su modo de ser la influencia musulmana. Una mujer intrépida, la Cabina, defiende en el siglo VII las vertientes del Auras contra los invasores árabes; hoy día, en las montañas de la Argelia, las mujeres se mezclan con sus maridos o sus hermanos en los combates para curar o retirar heridos, llevar agua ó suministrar víveres o municiones, y el imperio de los almorávides debió su repentina expansión a los manejos de Zainab, esposa de Abubéquer, cedida por su marido, juntamente con su ejército á Yúsuf, hijo de Texefín. Una mujer tiene por primer ascendiente varias grandes tribus berberiscas, o con el nombre de la madre se decoran no pocos grandes personajes, y es común en muchas partes la sucesión por línea femenina. Por último, las berberiscas no tienen reparo en llevar descubierto el rostro por la calle, lo cual dió ocasión a que el fundador ele la secta almohade reprendiera agriamente a la hermana del Sultán almorávide rei· nante, cuando la encontró con sus clamas paseándose sin velos 1 • 1 Pueden cons1ütarse sobre este punto la Hist oria di! los bert!bercs, por Abenjaldún; los Viajes de Abc11bat11ta, la Kal•ylie del General Damnas, Les Tlzo11arcgs dtt 11ord de D11veyrier, etc. El No1tairi, fol. 211 v. del ms. de !ª -!\-Cademia de la Historia trae curiosos pormenores del rnc1dente de la Princesa almorávide.
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De lo dicho b e sacado la convicción de que los nubios no son sino la retaguardia de la gran emigración actita, que cruzando el Mar Rojo fué a reunirse en el Africa Septentrional con los h erma nos suyos que habían pasado por el Istmo. Cuando los beréb eres pudieron combinar sus confusas tradiciones con la erudición aportada por sus diversos. conquistadores, se dieron los unos por descendientes de Himyar, los otros de Goliat, y conforme a los puntos por donde habían transitado , se dividieron en Beranis y en Botr, por alusión a Berenice y Petra. :fo menos persistente ha sido el enlace de la religión con la política de los etiopes y nubios. De parte de los dioses señalaban al Rey los sacerdotes ele Meréie el dia preciso en que era de su deber abandonar la existen-• cia 1 , hasta que E rgamún, en el siglo m ante · de Jesucristo, sacudió tan horrible tutela dando muerte al colegio sacerdotal congregado en un templo, crimen de Estado, que no ha carecido ele imitaciones, basta la destrucción de los mamelucos en el Cairo. Pero· la preocupación es más dtu-adera que la vo-· luntad del hombre , y un resto de aqu~lla que hacia terminar la vida de los reyes con •violencia, permanecía en 1838 en una tribu del 1 Diodoro, III, 6.
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CAPÍTULO SEGIJ?\DO
Nilo Blanco, cuyos príncipe avisaban á los ministros la proximidad de su última hora para que los estrangularan, evitándoles una agonía que los confundiera con el vulgo de sus vasallos. El atrevido golpe de Ergamún o Ergámenes, inspirado por el trato con los griegos dominadores en Egipto, colonizadores en las costas del Mar Rojo, y viajeros en sus tierras l, no fué dirigido contra la religión nacional; antes bien, parece quE; debió aprovecharla para asumir ciertas funciones que antes retuvieran los sacerdotes, robusteciendo la autoridad de la corona. Que el conocimiento de las cosas sagradas era corriente en la corte, lo manifiesta el hecho de ir de viaje estudiando al profeta Isaías el tesorero de la Candace, que encontró y catequizó el apóstol San Felipe 2, circunstancia que prueba de paso cómo iba el antiguo paganismo cediendo terreno a las doctrinas judaicas en los países donde se habían esparcido los tenaces e infatigables hebreo que aun mantienen en Abisinia la tribu de Falaxa. Más tarde, cuando la Nubia era cristiana, los gobernadores de las trece provincias eran 1 El fil65ofo Demócrito estuvo en MerBc y escribió so· tire sus jeroglllicos 1Diog. Laern. IX, 49). 2 Act. Ap. VIII , ~7, 2t:I.
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pre bíteros, y celebraban misa interín no hubieran derramado sangre en sus manos 1 ; y en este mismo siglo, la pequeña república de Damer estuvo regida por un colegio de faquires, única forma posible de teocracia en la sociedad musulmana, cuya religión no conoce sacerdocio alguno. Pasadas las injusticias de la invasión armada, cicatrizadas ya las heridas de la conquista, inspirada por las combinaciones políticas del amaute macedonio que puso en conmoción a Europa e hizo temblar al Asia, del terrible Mehemet-Alí, la Nubia ha entrado en un período de descanso a la sombra de un Gobierno, que si no tiene otra cualidad mejor, está dotado al menos de organización, que ya es mucho donde la anarquía data de tiempo inmemorial. El comercio ha encontrado en las aguas de sus ríos y en los arenales de sus desiertos vías segura por donde extenderse, y la nueva ciudad de Jartum ha presenciado la formación de rápidas Y enormes fortunas con sólo el tráfico del marfil. Pero esa prosperidad dista mucho de ser lo que debiera, a despecho de las buenas intenciones del Jedive y de su Gobierno, porque la inmoralidad en las transacciones con los indígenas, y la corrupción de los públicos 1 Abu-Selah, en Quatr, II, 38.
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CAPÍTULO
EGUNDO
funcionarios son inevitable cáncer en el país -de la fertilidad y de la indolencia,· donde la autoridad suprema mantiene Esclavo a Egipto, siervos los extraños
1•
ADICIÓN
Situación actual del Egipto. Al ver que la actual organización política y administrativa del Egipto difiere apenas de la que acabo de r eseñar en las anteriores páginas, nadie creerá que el vasto imperio creado por las singulares energías de Mehemet-Alí en la cuenca del Nilo haya estado a punto de desmoronarse precisamente cuando la inaug uración de la obra del gran Lesseps lo había elevado a un alto esplendor. El Virrey Ismail, hombre de méritos indudables, que disfrutaba ya de casi todas las prerrogativas de un soberano independiente y había dilatado sus dominios con exploraciones científicas y expediciones militar es, carecía, sin embargo, de la prudencia necesaria para administrar su rico patrimonio, que comprendía la quinta parte de los bienes raíces del país. Seducido por la vqlgar opi• nión de que las obras públicas y los estable· cimientos fabriles producen riqueza donde 1 Valdivieso, Poema de San Jos é, CV, act. 90,
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no la hay, prodigó sin tino ferrocarriles, telégrafos, ingenios y plantíos, más onerosos que productivos, al propio tiempo que aumentaba el fausto de su corte, y tanta prodigalidad le condujo a contratar empréstitos onerosos, y por fin a la _c élebre bancarrota de 1876. So pretexto de garantizar los intereses de sus nacionales, las seis grandes potencias de Europa aprovecharon hábilmente la ocasión para ingerirse en la gobernación del Estado, obligando al Jedive a recibir dos Interventores, uno francés y otro inglés, que en 1878 formaron parte integrante del Ministerio, aquél con la cartera de Obras públicas y éste con la de Hacienda. Un año después, Ismail se esforzaba por sustraerse a tan humillante tutela, y a instancias de Francia é Inglaterra, la Puerta Otomana decretaba su destitución, nombrando para sucederle a su hijo Teufic. Ismail murió en Constantinopla en 1895; en 1892 había ya fallecido Teufic y hoy gobierna su hijo Abbás II. El nuevo régimen, no obstante su positiva utilidad para el Tesoro público, no podía menos de lastimar los sentimientos de dignidad de los unos, los de religiosidad de los otros y los de codicia de muchos, despertando los de nacionalidad antes dormidos y
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CAPÍTULO SEGUNDO
dando origen a la formación de un partido cuyo lema era «Egipto para los egipcios>. Al frente de ese partido se puso el Coronel Ahmed Arabí, que elevado al Ministerio de de la Guerra por una sedición militar en 1882, por consecuencia de los motines militares iniciados en el año anterior, asumió el papel de dictador, se desentendió de la autoridad del Virrey, negó validez a los tratados diplomáticos, inició una política de exclusión de los extranjeros de los cargos civiles y militares, puso el ejército en pie de guerra y empezó a restaurar las fortificaciones de Alejandría. Las enérgicas reclamaciones de las dos grandes potencias occidentales, justamente alarmadas, fueron desoídas, al propio tiempo que por dificultades parlamentarias Francia rehusaba su concurso a toda intervención armada. Esta resolución puso la suerte de Egipto en manos de Inglaterra, cuya escuadra destruyó con un borbardeo las nuevas obras de fortificación de la mencionada ciudad y desembarcó algunas tropas en la costa inmediata. Poco después el General W olseley desembarcó en Ismailía con un cuerpo de infantería escocesa y caballería india, atacó las posiciones de Arabí en Cassasín, tomó las formidables posiciones de Tel-el-
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quebir, y sin más resistencia se hizo dueño del Cairo y de todo el país. Arabí fu é hecho prisionero y enviado a Ceylán. Fiel a sus costumbres, el Gobierno inglés conservó intacta la organización administrativa existente, limitándose a colocar al lado del Jedive un alto Comisalio encargado de vigilar sus actos y dirigirlos. Los cargos públicos siguen servidos por egipcios en su mayoría; de los e mpleados europeos son los menos los ingleses, y el ramo de Antigüedades está confiado exclusivamente a los fran~eses. ' · El Egipto propiamente dicho volvió rápidamente a la vida normal, y un ejército de ocupación de 3000 hombres ha sido suñcien te para manten er el orden; pero en las vastas regiones de la Nuvia y del Sudán sucedió todo lo contrario. Un santón fanático, llamado Mehemet 3 Áhmed, arrogándose el título de Mahdi, o sea Director por gracia divina, levantó la población en masa procla mando la guerra santa, y expulsó a egipcios e ingleses, entró en Jartum acuchillando la guarnición con su infortunado general Gordon y por su Teniente Osmán Digma, puso
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1 Véase , sobre este punto e l articulo Egypte en la Grande Enciclop. ~ )fohemet es la p1onun ciac ión turca de l\Iohám med. CLIV
s
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CAPÍTULO SEGUNDO
sitio y bombardeó a Suaquim, defendido por los ingleses. La muerte del caudillo no apagó el entusiasmo de los sudaneses, y ya parecían aquellas comarcas definitivamente perdidas para la civilización, cuando en 1898 el General Kitchener destruyó con saña vituperable aquellas hordas en la batalla de Omdurmán, frente al sitio de J artum, hoy 1:eedificada. Un ejército anglo- egipcio de tres a cuatro mil hombres basta para mantener a los sudaneses en la obediencia, y el antiguo régimen se halla restablecido, salvo la mayor preponderancia del elemento inglés. Inglés ha de ser el Gobernador general, aunque con nombramiento del Jedive; ingleses son los gobernadores de las provin• das, y muchos mudires son también ingle· ses. En la plaza de Suaquín reconquistada ondea el pabellón egipcio. Los mismos naturales reconocen, aunque a disgusto, que la dominación inglesa, disfrazada con el nombre de protectorado, ha producido en el país un florecimiento económico, hijo de una moralidad administrativa incompatible con los hábitos orientales. Des· de 1882 Inglaterra ofrece abandonar esa tu· tela en cuanto los egipcios se hallen capaci· tactos para gobernarse a sí mismos. Pero el Convenio anglo-francés de 1904 le ha dejado
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las manos libres para disponer del Egipto a su antojo y hacer de ĂŠl el primer eslabĂłn de una cadena de conquistas que formen una faja continua hasta los nuevos Estados Unidos Sud-africanos.
CAPÍTULO III LAS FUENTES DEL NILO
I
El progreso de los descubrimientos. isla de Meroe en lo antiguo , la de Sennaar en los tiempos modernos , AS han señalado los límites del conocimiento cierto del curso del Nilo y de las comarcas de su cuenca. Por eso cuento todavía desde esos sitios la región de las fuentes del gran río, que si se han relegado ya casi otro tanto hasta llegar al opuesto lado del Ecuador., nada demostraba, hace solamente treinta años, que no se pudieran hallar mucho más cerca en un paraje cualquiera al Sur, al Oriente o al Occidente. Después de la expedición de Linaut-Bey hasta E l-Eis, dos grados más arriba de J a rtum, verificada en 1827, no se pudo dudar que de los dos grandes ríos confluentes en esta población, era el Nilo Blanco el más poderoso; y a r emontar su curso se dirigiero n
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CAPÍTULO TERCERO
los esfuerz9s y los deseos de todos, correspondiendo a ello el infatigable Mehemet-Alí, como si quisiera continuar las tradiciones de las antiguas dinastías, a quienes hace decir el Profeta .1: Fluvius mens est. Ya por las gentes del Darfur, que tomando en Siut la coriente llegan al Cairo con sus mere ancías, se hablaba de un gran río conexionado con el ilo al Sur del Cordofan; y al vol ver e.q. 1839 el célebre Virrey de su expedición a los terrenos auríferos del Fazoglú, decretó la ¡varias veces intentada empresa, cuyo mando cupo al Capitán de fragata Selim, escoltado por 400 hombres distribuídos en ocho buques. Llegó esta expedición hasta el grado 6. 0 de latitud Norte, y aun cuando no hizo determinación precisa de parte alguna del río, demostró la posibilidad de la navegación 1 y sirvió de reconocimiento previo para otro segundo, puesto al cargo del francés Arnaud. Salió esta expedición dejartum el 23;de . oviembre de 1840, y habiendo tenido necesidad de retroceder desde cierto punto, volvió a salir el 26 de Septiembre de 18-l-1, llegando más allá del grado 5.º de latitud Norte, en el país de Berri, hacia don· de cae Gondocoro. La longitud de río descubierta y reconocí· 1 Esech., XXIX, 3, 9.
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da en este viaje memorable asciende á 2000 quilómetro , medidos siguiendo la vaguada, y divididos en dos partes casi iguales por el lago No, a los 9° 17'de latitud; extensión igual a la que media desde Asuan a Jartum, estimada por todas las revueltas del río, y conseguida con este viage la mas fácil posesión se duplicó la superficie de los estados que el anciano Virrey legaba a sus hijos. Durante la primera mitad de esos 2000 quilómetros, el Nilo no recibe afluente alguno hasta, que 140 quilómetros aguas abajo del citado lago, en tra el Sobat que viene con dirección del Sudeste. El valle es una extensa planicie limitada por colinas aisladas, bastante lejanas a veces, constitución que hace comprender cómo en este trayecto del rio hay muchas islas bajas, alguna de 50 quilómetros de longitud. En los dos tercios primeros del trozo indicado, el ilo toca por el Oeste la provincia de Cordofan, que mantiene ocultos en sus linderos con el Dar.fur grandes monumentos apenas vistos y nada estudiados 1 , ciñendo por el Este el Sennaar, antiguo imperio del ilo Azul, y lo demás pertenece al territorio habitado por los Xiluques en la orilla izquierda, y los D encas inferiores en la derecha. _1 ~~111. ele la S. ele G. V. Ser. T. I, p. 68 '. 186 1). T . lf, pá-
g ma __ 8.
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CAPÍTULO TERCERO
Desde la confluencia del Sobat, que con incierto y mal averiguado curso viene de las montañas de Caffa y de Inarea, en el país de los Galas, donde quedan algunas antiguas tribus cristianas, se sube el río torciendo a Poniente, hasta el lago ya dicho, llamado también Cuir, y que en mi opinión no es el Cura o Cueré de los geógrafos ára, bes, sino un diminutivo del mismo nombre. Sirve e. te lago de receptáculo de todas las aguas que corriendo por el Fertit y el Mediodía del Darfur concurren en el Bahr-el-Gazal (río de las gacelas), de los árabes, Nam de los Xegros, y vierten por fin en el. Nilo. Aquí cambia éste de nombre y de dirección, pues se llama Zuir por los naturales, BahrElchébel por los árabes, y viene del Sudeste en casi otro tanto trayecto como lleva hasta J artum, siendo su pendiente tan poca y la superficie del terreno tan llana, que derramándose por todas partes forma pantanos inmensos, cubiertos de altísima vegetación . herbácea, donde no es fácil en todas ocasiones señalar el surco del canal principal. Ninguna catarata, ninguna chorrera puso obstáculo a la navegación en la inmensa longitud visitada por los enviados del Virrey, y por ella corrieron en 1862 los pequeños va· por es que, acompañados de conveniente
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escolta , traj eron desde el Mediterráneo tres valerosas señoras holandesas, las hijas y la nieta del almirante Van Capellen, empeñadas en el propósito, funesto para ellas, de reconocer el tortuoso y desparramado río de las Gacelas. Las especiales condiciones de este territorio ocasionan derivaciones frecuentes del río principal, especialmente en las aguas altas, las cuales Yuelven más lejos al mismo río. Es la más notable la que sale a mitad de distancia entre el lago No y Gondocoro, con la designación de canal de Tuich, y termina eutre dicho lago y el Sobat con el nombre de río de las Girafas, dejando entre él y el Nilo una isla habitada por la indomable nación Nuer, cuyo arrojo y disciplina les ha enseñado a resistir sin armas de fuego los ataques de los bandidos que con ellas y con carácter de mercaderes .infectan el país. Otra derivación se ha formado recientemente hacia la desembocadura del lago No, a consecuencia de una obst rucción de ca1'las, yerbas y troncos que iniciada en 1864 a unas cinco leguas después del lago, ya hubiera imposibilitado toda navegación a no haberse abierto espontánea.mente la indicada salida. Las expediciones de Selim y de Arnaud se
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CAPÍTGLO TERCEllO
detuvieron a causa de la rapidez de la corriente poco más allá de Gondocorn, y por eso, sin distar los grandes lagos arriba de 400• quilómetros de este punto, se ha tardado largos años en llegar a ellos. Muchas y muy diversas han sido las tentativas hechas para avanzar por el Nilo, hasta su origen, la mayor parte de ellas infrunctuosas o de éxito incompleto, y no pocas funestas para sus promovedores, que han perecido víctimas de la barbarie o de la traición delos Negros, como el infortunado Vandey, o por los violentos ataques de las fiebres palúdicas, como el doctor Peney, fa. llecido en Julio de 1861 al tiempo de dis poner su tercero y definitivo viaje, y des· pués de haberse aclimatado con diez y ocho años de residencia en Jartum. Una de las exploraciones que más avanzaron, p:.tu no citarlas todas, fué la del maltés Andreu Debono, conocido también por Latif-Efendi, que en 1853 grabó sus iniciales en los peñascos de las cataratas de Maquedo, cerca del cuarto grado de latitud, mucho más allá de la montaña Logüec, visitada an_ tes por el Duque de Aumont. El Sr. Miani, emigrado veneciano, después de alguno. afios de residencia en Egipto, organizó una expedición científica que en combinación
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con otra dirigida por el Barón húngaro Aspold, debían por distintos caminos venir a encontrarse en las regionales ecuatoriales; pero dificultades de sucesoc; y de personas redujeron definitivamente el plan a que el Sr. Miani subiera el Nilo en 1860 con una escolta de 80 hombres, cuya resistencia a proseguir adelante, junta al quebrantamiento de su propia salud, no le permitieron pasar del pie del monte Niri, extremidad 'de la cadena de Rego, quince minutos más allá del cuarto grado de latitud, dejando escrito su nombre en la corteza de un tamarindo, a las inmediaciones de Galufi, árbol señalado en todos los mapas como un punto geográfico. El mayor avance obtenido despu és en ese sentido se debe al citado Debono, que estableció un puesto comercial o Seriba en Faloro, al pie de una divisoria pequeña y cercana al tercer paralelo, en -el país de Madi. Tantos inconvenientes como se presentaban para forzar la subida del río, encajonado en esta última y dificilísima parte entre montañas, cortado por cascadas y chorreras continuas, y con grandes vueltas en la corriente, hicieron pens,a r en acometer ds soslayo la exploración de los lagos originarios del Nilo, de los que por todas partes se suministraban indicios. No obstante el trágico fin del
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CAPÍTULO TERCERO
-Sr. Maizan, Teniente de navío .francés, verificado en 1845 por la tribu de Zaramo, suerte .que cupo igualmente en 1860 al doctor Alberto Roscher, de Hamburgo, asesinado por su propio huésped a orillas del Nyassa; y en 1865 al Barón Carlos von der Decken en -el río Juba; las miradas de los viajeros se fijaron en la costa oriental de Africa, cuyos -colonos árabes tienen acceso a lo interior -desde muy antiguo. Después de haber explorado como fingido musulmán las tribus de la -costa de Berbera, y con su carácter de oficial inglés los pueblos del Zanguebar, el Ca:pitán Burton emprendió en 1857 desde Zanzíbar, y bajo la poderosa protección del Sultán de dicho Estado, el célebre descubrimiento del gran lago Taganyika, o mar de U chichí, cuya longitud abraza seis grados -de meridiano, más allá del tercero de latitud .austral, a cuyas orillas llegó el 14 de Febrero de 1858. La torpeza, la mala fe y la cobardía de los servidores Negros del valeroso viajero, le impidieron conseguir, en los cuatro meses que permaneció junto al magnífico lago, el objeto principal de sus· desvelos y fatigas, el r econocimiento de la extremidad Norte, de donde, según le habían asegurado, debía salir un río caudaloso, tratando después de persuadirle de lo contrario, o
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sea que el río desaguaba en el lago. De loque pudo asegurarse fué de que caían en él dos ríos considerables, el Marungu por el el Sur y el 1\Ialagarati por el Este. Burton hubo d e r e tirarse á Cazé casi moribundo , dejando para otro la solución que· creía tocar ya con la mano, y entretanto su compañero Speke, no muy fuerte tampoco, se av enturó al Norte en busca de otro lago, de que le hablaron los de Uniamuesi, tenien do la fortuna de alcanzar el 3 de Agosto· ele 1858 la bahía de Muanza, extremidad m eridional del Myanza, ó lago Querené, que él' denominó Victoria-I yanza, y sostuvo desde luego qu e era el v erda dero origen del Jilo. ~o pudo entonces pa sar a delante; pero en Octubre de 1860 volvió en compañía del Capitán Grant por el mismo camino desde la costa hasta Cazé, y d irigiéndose desde a llí al Noroeste, atrav esó todo el Uniamuesi, despu és el Zinza y el Car agüé, y torciendo• luego al Norte , divisó el 28 de Enero de 1862 el lago en su extremidad d e Occidente, en el país de Ganda del antig uo r eino de Mittara, pasado el primer grado de latitud aus tral. Hasta fin de Julio, fecha en que abandona ron definitivamente el lago, los intrépido compañeros reconocieron su períme tro en el lado de Poniente y la mitad del qu e cae al
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Norte , cortando ias corrientes del Muorango y del Luacheri, primeros desagües del mar de Uerené, y tocando en el g ran cauce del Uivira, denominado por ellos Canal Napoleón, donde el agua del lago se precipita en una cascada de unos 12 pies de altura y 400 •O 500 de ancho. Esta considerable corriente, ,que recibe las dos anteriores, fué considera<la por sus descubridores como el verdadero -o principal tronco del Jilo, y la siguieron hasta las cataratas de Caruma, vértice de una gran vuelta al Oeste, desde donde tomaron rectamente la dirección de Fraloso, •e nlazando allí con lo ya conocido de la vastísima cuenca del Río Blanco. Durante este viaje, merecido título de gloria para Speke y Grant, pero que injustamente oscureció algún tanto la no menos merecida de Burton, los primeros recogieron noticias de otros dos lagos, situados uno a Oriente y otro a Occidente del Victoria. Al territorio del primero acuden los Jegros de Ganda a buscar sal navegando por dicho Victoria y por un estrecho que con él comunica, y según las señas que le dieron, Speke creyó poder identificarlo con el Bahari-Ngo, -o lago Ngo, indicado años antes, también sin verlo, por el doctor Krapf, misionero protestante de Mombas. De dicho lago debe salir
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el río Asua, vadeable en alguna parte del año, que se reune al Nilo un poco más abajo de Galufi, término de la expedición de Miani. Del lago occidental les dijeron que recibía el que llamaban Nilo cerca de su extremidad, para dejarlo salir nuevamente hacia el Norte al poco trecho . E n 1861, Sir Samuel White Baker, sin protección de ningún Gobierno ni auxilio de ninguna Sociedad, y casi sin decir a nadie sus propósitos, emprendió un viaje de exploración a las fuentes del ilo, esperando encontrarse en ellas con su amigo el Capitán Spek e. Curtido ya por la vida de cazador que había hecho en la India, escuela de aventuras donde se habían formado los militares encargados de las expediciones anteriores, empezó por visitar minuciosamente todas las vertientes del Nilo Azul, familiarizándose con las lenguas por allí habladas; y a fines de 1862 salió de Jartum, llegando después de cuarenta y cinco días de navegación a Gondocoro, donde vinieron a su encuentro, a las dos semanas, los Capitanes Speke y Grant, enfermos, andrajosos, pero radiantes con la gloria de su descubrimiento. Las noticias suministradas por sus compatriotas le decidieron a buscar ese lago occidental, que llamaban Luta- Tzigé (o sea de las langostas muer-
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tas), juzgándolo pequeño, y situado por entero al Norte del Ecuador; y un año después de haber salido de Gondocoro, el 16 de Marzo de 186-l-, alcanzó en V acovia la orilla del famoso lago, extensa masa de agua dulce encerrada en elevadísimas paredes de neis, cuarzo y pórfido enteramente desnudas. Pero tanto como el descubrimiento importante de BakerÍlustró este arriesgadoviajela abnegación y fuerte espíritu de su esposa, joven, distinguida y agraciada señora húngara, a quien tuve el gusto de conocer en el Cairo: compañera inseparable de su marido, a quien faltó poco para que fuera víctima de la insalubridad del clima; .y compartiendo con aquél los peligros de todo género que se les interponían y que bizarramente vencieron, contribuyó no poco con su presencia a hacer de ésta una de las expediciones más dramáticas de cuantas se han dirigido por lo interior de Africa. El lago fué dedicado por Baker a la memoria del Príncipe Alberto, como había dedicado Speke el otro a la Reina Victoria. La entrada de las aguas de ést por el cauce del Uivira tiene lugar con una magnífica caída de 120 pies de altura, que Fecibió el aombre de Murchison, Presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres, constituyendo al salir el indudable y verda-
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dero Nilo, navegable desde Galufi arriba. Y después de todos estos v1a3es en que tanto valor y audacia se ha puesto en juego, ¿se conocen las fuentes del Nilo, esto es, e l más distante y más caudaloso manantial de tantos como envían sus aguas a regar la tierra de los Faraones? La respuesta tiene que ser negativa, por más que se vaya reduciendo de día en día el espacio donde la solución se esconde. Speke, con afición nada extraña a sus descubrimientos, sostuvo que debía considerarse c·omo la última y más remota corriente del \i lo el río Luitangulé, principal afluente del \"ictoria, interrumpido de trecho en trecho por pequeños lagos y pantanos. Funclábase para ello en los últimos dichos de los que r ehusaron llevar adelante las canoas el e Burton en el Taganyika, en que este lago le parecía cerrado al orte por las altas montañas que separan las hoyas del Victoria y del AlbC'rto, y en que la altitud de este último, estimada por él, con razón, en más de 2160 pies sobre el nivel del mar, era superior a la de 1844 pies ingleses encontrada para el Tagan · yika; opinaba, por tanto, que este gran lago tendría su desagüe al Sur, alimentando el Nyassa, descubierto en 1859 por Livingstone 1 , 1 Journal of tite R. G. S., XXXIII , 322, .sqq. CLIV
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CAPÍTULO TERCERO
y situado en la gran cuenca del Zambesí, teatro de las exploraciones que han hecho justa mente célebre a este misionero protestante desde 1841 hasta hoy día. Pero Burton ha sostenido que no hay motivo para suponer tal barrera de montafias al Norte del Taganyika 1 , y que los testimonios más explícitos convienen en que el agua entra en este receptáculo por el Sur y sale por el Norte, alejando toda idea de comunicación con el Nyassa la diversidad de la flora y la fauna de uno y otro. Queda el principal argumento, el de la altitud, que ya atacado en principio por Burton, ha sido deshecho por Findlay\ ese dato reposaba en una sola observación de Speke, enfermo y casi ciego, hecha sobre la temperatura de ebullición del agua con un termómetro común , por haberse inutilizado los termómetros hipsométricos que habían servido desde la costa; y teniendo en cuenta los errores observados para aquel instrumento en Gondocoro , y los r esultados de la segunda expedición de Speke, se viene a deducir en conclusión que la verdadera altitud del Taganyika es 2800 pies, superior a la del Alberto (2720pies), e idéntica a la determinada recientemente 1 2
J o11n1al ofth.e R . G. S., XXXV, 1, sqq. J oiir11al, XXXVII, 193, sqq. 1 1
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por Livingstone para el lago Liemba, que no se atreve a señalar como brazo o seno del Taganyika, por la sola diferencia de la altitud cuya exactitud ignoraba á la fecha 1 • El motivo porque el más famoso de los explorador es delAfricaAustralno se hallaba al tanto de lo discutido en el asunto, consistía enhaber se ausentado de su pa tria en 1865para intentar, con su pericia consumada y suconocimiento de aquellos países, un esfuerzo decisivo para resolver de una·vez la distribución de las aguas al Iilo, al Zambesi, y al Congo, Coanza, y demás ríos que mueren en el mar A tlántico meridional, determinando la general divisoria entre ese mar, el Océano Indico y el Mediterráneo. Tan noble empeño en quien empezó su dilatada y gloriosa carrera de explorador en calidad de misionero cristiano, hace pensar que tal vez quisiera realizar el hermoso dístico del laureado poeta: . «E per battesmo delle nere fronti Del gran Nilo scoprir l'ignote fonti»
2
•
En 1866 se esparció la triste nueva de la muerte del doctor, después de haberse cerciorado de que el Nyassa no recibe ningún afluente importante de la parte del Norte, y 1 Proceedings of the R. G. S ., XIV, 10.
2 Tasso, Gicrg., XVII, oct. 94.
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CAPÍTULO TERCERO
al pasar al país pacífico y comercial de los Babisas; p ero mercaderes árabes llegados más tarde á Zanzíbar , y la expedición que generosamente envió en su busca la madre patria en 1867 a cargo del Sr. Young, no de· jaron dudas de lo infundado de la noticia fa. tal, que su ele propalarse una o dos veces durante la ausencia de cada viajero; tan fá· cil es que sea verdad. Los últimos partes llegados en Febrero de este año dan a Li· vingstone en Uchichí, de vuelta del Occiden· te, a donde fu é esta vez investido del carác· ter de Cónsul general de S. M. B. cerca de todos los jefes del interior. Según las cartas r ecibidas en el intermedio , la divisoria entre la gran cuenca del Za mbesí y la r egión de los lagos, es la Sierra Mu,'tinga, o Cordelhei· ra Antonina. visitada en 1798 por el sabio doctor brasileño Lacerda e Almeida, envía· do por el Gobierno portugués y fallecido de calenturas en el centro del país de Cazembe. L ivingstone subió el valle del río Loangúa (Aroengoa de los portugueses) 1 , dividido del lago Nyassa por un ramal de la citada sierra, y cruzándola hacia la latitud de 12°, se encontró en una extensa elevación qui;: COI). varias ondulaciones va descendiendo hacia el Norte y el Oeste. A l pie de esta pen· 1 Proceedings ofthe R . G. S . of L ondon, XIV, 8 sqq.
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di ente corre de Este a Oeste el Chambezí, descubierto por Manuel Gaetano Pereira en 1786, y confundido después con ei gran Zambesí por los que con excesiva arrogancia no han parado su atención en los muy apreciables trabajos geográficos de nuestros vecinos, ni se han defendido contra los errores debidos a la homonimia de muchos ríos que en lenguas hermanas son designados con los mismos adjetivos, o cambian de nombre al pasar de una a otra tribu. El Chambezí termina en el lago Bangüeólo, de donde sale el río Luapula, que pasada la presente capital del Cazembe se di.rige al Norte y entra en el lago Muiro (acaso el Charna de Lacerda), de donde sale hacia el Noroeste con el nombre el e Lu alaba, por el Oeste del Taganyika hasta el lago Ulenge, último de esta cadena, conocida ya por la r elación del viaje de Correa Monteiro a Lucenda en 1831, que publicó su compañero Garnitto en 1854. En dicho lago se verifica la unión con el río Lufira, procedente de la parte occidental de la mis· ma cordillera, y que según unos se dirige a la extremidad oroeste del Taganyika, el cual desagua por el Loanda en otro gran lago llamado Chónambé (el Rusisí y el Alberto) al Norte; y según otros, va directamente a concluir en este último. Al salir del
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CAPÍTULO TERCERO
lago Muiro, el río corta las montañas de Rua, donde una población vive como trogloditas en inmensas excavaciones . Al Sudeste del Taganyika, el lago Liemba, que conforme a lo d~cho parece ser parte suya, recibe cuatro ríos bastante caudalosos, y el Marun• gu, conocido afluente de la extremidad meridional, es posible que provenga de una cuenca intermedia, donde se halla Lucenda edificada al borde del lago Mofo. En vista de todo, y a riesgo de que una carta de Zanzíbar o de Quiloa venga a trastornar el ~istema, creo que las fuentes del Nilo se pueden colocar con seguridad en la Sierra Maxinga, hacia los 12° de latitud Sud., viniendo sus aguas por uno o más conductos al lago Taganyika, y de aquí, por la estrechura de los altos montes que lo ciñen, al Alberto. Otro grupo de fuentes es tá contenido en el anfiteatro que cierran, la cadena cuya cúspide es el M'fumbira por Poniente, y por Oriente la de las nevadas cimas del Queña y el Milimancharo, el Olimpo de Etiopía de Fernández Enciso, y reuniendo sus aguas en el receptáculo del Victoria, las dejan caer de cascada en cascada hasta el mismo Alberto. De este inagotable depósito sale poderoso y navegable el Nilo de Galafi, de Gondocoro, de Jartum y el Cairo, serpen-
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teando a lo largo de un arco de meridiano de 44 grados ?e extensión, y con un desarrollo que no bajará de 7500 quilómetros, mucho más que el más largo río de la tierra. Ni parece ser única la salida del gran lago Alberto. Mientras no se podían reconocer las tierras ecuatoriales, los exploradores no han estado ociosos; y al paso que los misioneros protestantes de Mombas reconocían la cordillera paralela al mar de Zanguebar, y los católicos avanzaban por el valle del Sobat desde sus cumbres, los comerciantes de Jartum extendían por las regiones del oeste del Quir sus establecimientos o factorías y daban pie a nuevos descubrimientos hechos por ellos mismos, o por sabios viajeros que contaban con su eficaz ayuda. Petherick, cónsul inglés; Brun-Rollet, cónsul sardo, ambos negociantes en marfil; el Barón de Hengli:n, cónsul austriaco; los comerciantes franceses Ambrosio y Julio Poncet, sobrinos de Vandey, y M;alzac; los árabes Alí-Umurí y Mohammed Abu-Sammat, han cruzado en todos sentidos las partes indicadas, y algunos, como Brun-Rollet, Henglin y Malzac han pagado con la vida su arrojo. Petherick, establecido en Jartum desde 1840, llegó en 1858 hasta más allá del cuarto grado de latitud Norte, siguiendo la cuenca -del Bahar el
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CAPITULO TERCERO
Gazal, que se vió entonces no ser sino prolongación del Bahar Chur, o Bahar Caconda •, frontera de las tríbus de Chur y las menos negras, pero más terribles de Nam-Ñam. Los hermanos Poncet, domiciliados en el país d sde 1854 y con más y más avanzadas seribas que ninguna otra casa en. aquella re- · gión, marcaron un grado más de la dirección de ese río en su mapa de 1868 i, y por ella y por el caudal del agua parece probable que salga del próximo lago Alberto, lo mismo que el Chay, cuyas bifurcaciones continuadas contribuyen a hacer pantanoso el terreno desde Gondocoro al lago o. Otra corriente, más al Oeste, dieron a conocer los Poncet en el indicado mapa de 1868: es el río Babura, a cuyas orillas han creado su último establecimiento, hacia los 4° de latitud y 8° al Oeste de Gondocoro . Ese río atraviesa el país de Mombutú, habitado por tribus negras de color más claro aun que las de Ñarn-Ñam, separadas de éstas por un desierto ele dos o más días de camino; y se divide en dos ramas, una en dirección Noroeste, llamada río Sué, por el país de Ongurú, y la segunda más al Oeste con el propio nombre de Babura. Según los naturales y los de-
1
1 J ou l'llal of tite R. G. . of Lo11do11, XXXV, 289. 2 Bulleti11 d e l a S . de G. , X V 445, \lt6 ,).
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pendientes de Alí-Umurí. E ta última rama termina, ya muy lejos, en un lago emipantanoso, llamado, por los dependientes árabe dichos, Birka- ietanáset (laguna intermedia), volviéndose a dividir después de él el agua en otras do · corrientes, una al Oeste y oh-a al orte. Dada la posición de todos estos elementos, si el Babura no procede directamente del gran valle de los lagos visitado por Livingstone en el viaje que aun no ha terminado, sale forzosamente del vasto lago Alberto, que entonces repartirá su caudal extraordinario en dos opuestas direcciones, la del Nilo al Mediterráneo, y al tlántico la del Babura, cuyos tres ramales parecen convenir fácilmente con el Benué, ó iger oriental, el de más al Sur, y los otros do con el Babay y el Xary, afluentes del lago Chad. Eí doctor Schweinfurth, que subvencionado por Prusia ha emprendido una larga excursión botánica por estas latitudes, hace también referencia, en sus cartas de Julio de 1870 1 1 a la divisoria de aguas del Nilo y el Chad, cruzada por él en el desierto limítrofe de :Ñam-Ñam. Y si se añade lapo ·ibili · dad de que el Zaira nazca de otro gran lago ecuatorial, muy al Oeste del Alberto, cuya 1 l\Iona tsbericht der K!ln, Prenss. Ak. der \Viss. za Berlín. lb71, pág.:?:?.
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noticia ha suministrado en 1868 el viajero italiano Carlos Piaggia '-, se concebirá la esperanza de que en breve plazo no sea un misterio el origen de los grandes ríos de Africa, cuyas fuentes primordiales estarán abrazadas en pequeño espacio, si es que no se confunden, como es lícito sospecharlo para el Nilo y el Niger.II El saber de los antiguos. Hoy que tan adelante se ha ido en el conocimiento de las fuentes del ilo, circunscritas, como se acaba de ver, ya que no determinadas todavía, a r educida comarca, es fácil apreciar cuá n aproximadas a la verdad eran las nociones de los antiguos sobre esta materia. La existencia de uno o varios lagos más allá del Ecuador, y la comunidad de origen de los dos mayores ríos del Africa, el Jilo Blanco y el Jiger, o Nilo de los Negros , forman el fondo de todas las descripcionesde los autores clásicos y de los e critores. árabes. La primera relación que oyó H.eródoto s. era tan absurda, que el buen viajero üe Ha1 Proceedings o/ the R. G. S. of L., XIII, 8.
2 II, 28.
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licarnaso dudó si se burlaba de él el Tesorero de Minerva que en Sais se lo refería. Decía éste, que entre la ciudad de Elefantina y la de Syene en la Tebaida, se hallan dos montes, llamados Crofi el uno y Mofi el otro, cuyas cimas terminan en dos picachos: en ellas manan las fuentes del Nilo, abismos sin fondo, de cuyas aguas corre la mitad al Egipto , contraria al Boreas, y la otra opuesta al. Noto, hacia la Etiopía. Y después contaba que Psameti_co trató infructuosamente de sondar el abismo. Compréndese fácilmente que el sacerdote de Sais confundió la primera catarata con el lago Alberto, y que con el seg undo río que sale hacia Etiopía quiso significar el Níger que corre por el país de los Negros. En cuanto a los nombres de Crofi y y Mofi, se han querido encontrar en los de las tierras de Chopi y Madi visitadas por Speke; pero en la confusión de ideas que había hecho el de Sais, no sería extrafí.o que esos nombres pertenecieran a cualesquier montafias distintas o que fuesen traducción ele otros cuya escritura conozcamos sin entender su significación en las lenguas indí genas. Más exactitud se encuentra en la descripción que del curso del Nilo hicieron al escritor griego en su viaje a Elefantina i. 1 II, 29-31.
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CAPÍTULO TERCERO
Según ella, contando desde l\Ieroe al Sur por el río igual camino que desde dicha ciudad a Elefantina por tierra, se llega al país de los Automolos, llamados en su propia lengua Asmach 1 , donde el río corre del Poniente; y en efecto, la distancia de 1000 kilómetros que media desde Elefantina a Jartum por el desierto, tomada desde este punto -río arriba , viene a la conflu encia del Sobat, donde la corriente hace un codo hasta el lago No, y la tribu qu e habita las cercanías se llama Huasma. De más lejos no se sabía nada de positivo, sin duda por la dificultad d e atravesar los grandes pantanos que por allí comienzan. Pero ya apuntaron más predsamente la comunicación del Nilo y del Níger; unos Cireneos ' con referen cia a Etear<:o , R ey de los Amonios, quien les describió el viaje de ciertos aventureros asamones que penetrando en el desierto de Libya y marchando después hacia Occidente, llegaron a una ciudad de Iegros, atravesada de Poniente a Levante por un gran río, en el <:ual aparecían cocodrilos, y que juzgaron ser el Nilo, por llevar la misma dirección conocida para este río desde la conflu encia del _l Esta es probab lemente la palab r a berberi sca icem eg,
s tervo. ~
n, 32, 33.
i1 1
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1-H
Gazal hasta la del Sobat. Los Nasamones. <'ran los Bereberes efza de Aman) de la costa rechazados al interior por los colonos. griegos, ocupados entonces como siempre en el comercio con el interior de Africa, y la ruta indicada es la de sus caravana desde Augela 1 al país de Songay y de Timbuctú, donde el Niger vuelve su curso al Oriente .. Que el ilo procedía de un lago también lo creyó Séneca, a consecuencia de sus conYersaciones con los expedicionarios envia- . dos por Nerón a explorar el misterioso río 2 • .\!editando el Emperador la Empresa de una guerra etiópica, quiso antes reconocer su futuro teatro, y con pretexto de esclarecer tan debatido punto de geografía, mandó una partida de pretorianos con un tribuno y dos centuriones, que auxiliados por el Rey de Etiopía, y fuertemente recomendados a los Reyes, o más bien caciques vecinos, como hoy da escoltas y r ecomendaciones el ultán de Zanzíbar, subieron la corriente basta dar con inmensas lagunas que les cerraron el paso. Pe1'venimus ad inmensas paludes, dijeron los centuriones a Séneca, qztarum exitwn, nec incolae 1wverant, nec sperare qitisquam pótest, ita i111.plicito aquis lzerúae sunt> 1 He,,., IV, 172. 2 Quaest. Nat. VI, l'. Plin., Hist. _Val . , VI, 29
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et aquae nec pediti eluctabiles, nec navigio, quod nisi parvuni et unius capax., limosa et obsita palus nonfe1'at. Imposible es dejar de reconocer en estas palabras la exacta descripción, no de los lagos del Ecuador, como alguno ha pretendido, sino de las lagunas sin fin extendidas desde el noveno grado de latitud hacia el Mediodía, y con tanta dificultad al fin atravesadas. Ni es preciso que la catarata que mencionaron diciendo: Vidinius duas petras ex quibus ingens vis fluniinis excidebat, sea la de Curuma, pues nada indica en el texto de Séneca qu e estuviera dicha catarata al pie o salida de los pantanos, y pudo, por tanto, ser cualquiera de las que encontraron entre F ile y Meroe. El conocimiento del Nilo toma más con-creta forma en Tolomeo, que no sólo describe las grandes vueltas del río en la rubia, y l a confluencia del Astaparas y Astapus en -el país de Meroe 1 , sino que puntualiza el nacimiento del Tilo en dos grandes lagos al •otro lado de la línea equinoccial, uno al Oc-cidente, con 6° de latitud, que es la posición ,del Tagartyika, y otro a Oriente y un grado más al Sur, que con un error, tolerable para .aquel tiempo, corresponde al Victoria. De •estos dos lagos salen sendos brazos cuya 1 IV, 7, 8.
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múón se verifica a 2° de latitud orte, hacia donde efectivamente sale del Alberto el tronco principal del río; y se comprueba asimismo que concurren a estos lagos las aguas de los montes de la Zuna i, pues el país al Sur del Victoria se llama Uniamuesi, que según Speke quiere decir Tierra de la Luna. Es también notable que no repugne a Tolomeo, como sucedía a Heródoto, la existencia de la nieve en la zona tórrida, por cuanto a su derretimiento atribuye la alimentación de los lag os, aludiendo indudablemente a la que cubre perpetuamente la cumbre del Quilimancharo. Aparte de esos dos lagos marca otro más al Norte para el nacimiento del Nilo Azul, y no nombra el atribuído equivocadamente por sus antecesores al origen del Atbara. La correcta prosa de Plino & ha conserva do, mezcladas con fábulas de géneros monstruosos de hombres y ocultaciones de ríos, la noticia de los dos lagos, la comunicación con el Niger, los dos ríos de Meroe con sus etimologías, algunos nombres y hábitos que duran en las tribus negras, y lo .que es más notable, el nombre del Nilo desde Moroe hacia arriba, que escribe C:i1,is, y corresponde 1 IV, 9. 2 Hist, Nat., V, 9.
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al Quir que le dan los negros de Gondocoro. No perdieron de vista los árabes cuanto escribió el geógrafo Alejandrino, antes bien lo completaron con nuevas y má puntuales noticias. El más afamado autor de Geografía entre ellos, el Edrisí 1 , dice: «El origen de las dos ramas del Nilo está en la montaña de la Luna, que empieza 16 grados más allá de la línea equinoccial. Y el nacimiento del ilo se verifica por 10 fuentes, de las cuales corren cinco ríos que se juntan en un gran lago, y otros cinco que bajan por la montaña hasta otro gran lago: salen de cada tmo de esto lagos tres ríos que concurren y vierten en un lago mayor, donde se halla la ciudad de Tarfi, muy poblada, y en cuyos alrededores se cultiva el arroz. En la orilla de este lago se dice que hay una estatua con las manos en el pecho, y que es un hombre inícuo así transformado ..... Este lago se encuentra más allá y muy cerca de la línea equinoccial, y en su parte inferior se atraviesa una monta· ñaque divide la mayor parte de él, dirigiéndose al lado del oroeste; de dondo sale un brazo del , ilo, que corre a Poniente, y es el del país de los Negros, los cuales tienen sobre él sus mayores ciudades; y al lado orien· talde la montaña sale el segundo brazo, que 1 Parte IV del clima primero.
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corre al Norte y atraviesa la Nubia y el Egipto.» Aquí aparece ya el tercer lago, correspondiente al Alberto de Baker, donde se r eunen las aguas de los otros dos por canales varios, y bastante cerca de su verdadera posición para lo que a la época se puede pedir. Vese también.señalada la curvatura o media luna del citado lago, cuya concavidad está en efec to al Noroeste dirigida y ocupada por altas montañas; y reaparece la comunicación de las fuentes del Nilo con el Niger, r epetida después de una ú otra manera por todos los orientales 1 . Tarfi parece corresponder con el Talji o Sobat visitado por la expedición de Mehemet Ali ', y el ídolo de las manos en el pecho sería alguna estatua de Osiris, vista en algún punto de la Nubia, y trasladada al Ecuador por la imaginación oriental. El insigne médico Abdalatii, que nacido en Bagdad en 1161 pasó algunos años en Egipto para perfeccionar sus estudios bajo la protección del gran Saladino, se acercó mucho a la verdad asignando a los Montes de la Luna, fuentes del Nilo, una latitud aus1 V . Ib11 Batuta. T . IV, pág. 396, que supone al Nilo continuación del Niger. ~ Premier voyage a la recherche des sources du Bahr el Abiad ou Ni! Blanc, sons Je commandement du cap. de fr égase Selim Bimba chi París, 1842, pág. 26. , CLIV
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tral de 11 grados en vez de los 16 señalados por el Edrisí 1 • . Un siglo después, Abulfeda el príncipeliterato, tomaba de este autor y de Tolomeo la noticias relativas a la situación de los lagos y a las diversas corrientes que en ellos vierten, afiadiendo, con referencia a Abensaid: «El lago Cueré está en el Ecuador y de él salen el Jilo de Egipto al Norte, el Tilo de Magadoxo al Este, y el :-lilo de Gana al Oe te; el costado del Sudeste está ceñido por una montaña que se llama la Divisoria, bajo la cual sale el Nilo de l\.Iagadoxo ~,,. Si no es eguro, es muy probable que el nombre dado al lago provenga del Querené, como llaman los del país al Victoria de Speke, opinión que se afirma l eyendo en la descripción del Sudán 3 que hacia los lagos habita la tribu de Amereu. En cuanto a los tres ríos, el de Magado:s:o queda descartado por la montaña que se interpone, y reducido su origen del lago a una mera suposición 4, y de 1 Relations de l'Egypte par Abdallatif, médecin d_e Eagdad.Trad. par :IL Syl'\-estre de Sacy. Pari ·, lblO, pagina:?. :? Tac11i111 el Boldan o Geografía de Abulfcda, cap l. páginas 37 y &l. El Sr. Lomb::irdini (Saggio id1-ologico su! .Nilo; ha interpretado equivoc,,da mentc estepa aje, a causa de una inexactitnd en la traducción suministrada por el Conde llíiniscalchi. 3 lb., pág 151. 4 Masudi hace de e e 1io nn canal ele Zench, cuya corriente corta el mar y enturbia s us agua en tiempo de a, enldas. Prad. I, Z05.
EL YIAJE DEL
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1os otros, el ilo de Gana es el Niger, pues Gana era uno de los más afamados imperios del país de los Negro , en el Occidente de Africa, durante la Edad Media. Abensaid 1 d;t al lago 1000 millas (unos 15º) de longitud; y Abenfátima 2 dice que habitan sus orillas naciones salvajes e idólatras, muchas de los cuales son antropófagas ( como dijeron a Burton los de Uchichú y refiere Schweinfu rtli de los - am-~am y los ~Iombutús), no habiendo ido visitada hasta entonces por nadie la vuelta del Sur. Después de la Edad Media, no se perdió la noticia de los orígenes del ilo perpetuada por los árabes, sino que fué adelantándoe su exactitud por algún tiempo. Felipe Pio-afetta, en 1591 3, dió a luz un mapa en que con referencia a los viajes y descubrimientos del portugués Eduardo (Duarte) López, portador de una misión del Rey del Congo a Felipe II y al Papa Sixto V, coloca el primer origen del río en un lago al Sm- del Ec uador, que viene a corresponder al Tagan5 ika, el cual vierte sus aguas en otro más g rande colocado al Norte del primero y l :? 3 1hr d el
Tb .. pág. 163.
lb.
Histoire gén des voy. T. IV. lib . 1~; Proceedings o/ R. G. S. of L oud. XI, ~~i. Le Rela:úoui del reame Cougo
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CAPITULO TERCERO
bajo la línea equinoccial, como el Alberto, señalando otro tercero al Oriente de éste con el· nombre de Colué (Corené, que es el "'l. lictoria). Un lago de este nombre cita ya Tolo. meo, pero le hace origen del Astapus (Nilo Azul), mientras que Pigafetta marca su desagüe con un río del mismo nombre que eI lago, correspondiente al Quivira, o Canal Napoleón de Speke, poniendo distintamente el origen del Río Azul en el lago Bracina (Bahr-Zana), donde está el Zana o Dembea de Abisinia. Por primera vez aparece en estos mapas aquella 1 gens, si qua iacet, nascenti conscia Nilo, designada con su propia denominación de Monómoezi, idéntica al Uniamuezi de Speke co n el artículo M' en vez del U'; y muchos términos geográficos trasladados por los modernos viajeros encuentran ya un lugar más o menos acertado en la obra del geógrafo italiano. Más tarde, conforme se iba conociendo mejor la costa de uno y otro Mar con las navegaciones, colonias y misiones de los portugueses, se confundían las ideas antiguas y modernas sobre los orígenes del Nilo, por 1 S ttc. Phars. I, 20.
EL VIAJE DEL KILO
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•querer sin duda adunar, sin la meditación debida, relacio~es contradictorias de los autores clásicos, de los escritores árabes y de los naturales del país, especialmente los abisinios, cuyo monarca tenia la pretensión de poseer en sus estados las verdaderas fuentes del Nilo. Sansón d'Abbeville, en sus interesantes mapas de Africa 1 , grabados en 1656, der iva el Nilo de dos lagos, próximamente los de Tolomeo, llamados Zaflan el oriental y Zaira o Zembre el occidental, colocando entre ellos los países de Goyama, Caffa e Inarea, cuya verdadera posición es al Norte de la linea equinoccial, y dejando en ella el lago Zaira y la fuente del Abanhi o Río Azul, que debiera colocar cerca de dichas provincias. El Niger sale de otro lago muy inmediato al Ecúador y a la corriente del Nilo , por la parte del Norte y sin comunicación con él; pero en cambio hace salir del lago occidental dos ramales del Zaira o río del Congo, dividido después en infinidad de brazos que desembocan en el mar. En cuanto al Zambesi, que con el nombre de <;uama hacen venir del mismo lago Juan Botero en su mapa de 1599 ' , siguiéndole en esto Barros :i..
!
L ' Afriq11e en plittieurs caries, etc., pág. 57. Le Retas. Unive,•sali, P. I, lib. III. 3 Decad., I, lib. X, cap. I.
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CAPÍTULO TERCEPO
de conformidad con López, Sansón le da origen propio en el lago Zachaf, correspondiente por la posición, ya que no por el tamaüo, al Nyassa de Livingstone. Por último, en 1706, Celario, en su Notitia orbis antiqui 1 vuelve sencillamente a los dos lagos Tolomaicos, y desde entonces, el espacio que comprende esta región se dejó en blanco en los mapas, como enteramente desconocida. No debe esto causar extrañeza, porque la verdad es que la noción de los lagos y de los Montes de la Luna, sostenida e ilustrada con tanta perseverancia desde Heródoto basta Celario por los eruditos de todas las edade , carecía de la base indispensable para ser universalmente recibida, es, a saber, el testimonio ocular de personas dignas de créLlito y capaces de precisar con exactitud su posición y sus circunstancias. Por eso, a despecho de los libros y de las compilaciones, el público, es decir, el común de las gentes, ha tenido siempre por ignorada la fuente del Kilo; los modernos, prescindiendo de todo antecedente, han suspendido su juicio con crítica justa, aun cuando algo extremada; y los antiguos habían encerrado en un adagio (caput .Mli quaere1'e) su convicción de ser el 1 Lib. IV, cap. VIII, 36.
EL VIAJE DEL XILO
problema insoluble . Lucano, que tan amplio lugar dió al nohilísimo río en sus versos (sin ignorar acaso lo que a su tío Séneca refirieron los centuriones), se hace eco de la misma vulgar opinión en estos términos J.: on fabula mendas Ausa loqui d e fonte tuo est; ubicumque vi[deris, Quaer eris; et nulli contigit gloria genti, üt -ilo sit laeta suo. Añadiendo poco después aquel pasaje frecuentemente citado 2 : Et te terrarum nescit cui debeat orbis. Arcanum atura caput non prodidit ulli ~rec licuit populis parvum, te :Nile, videre, Amovit que sinus, et gentes maluit ortus Mirari, quam nosse, tuos. Con tan s entidas frases bace el po ta terminar al egipcio coreo el elocuente compendio de las tentativas de exploración r espondiendo a César, pronto a desistir d e la g uerra civil si le dan esperanza cierta de contemplar las escondidas fuentes. «Tu d eseo, le dice el sacerdote, de conocer el Nilo, lo tuvieron los faraones, los persas y los ma1 Phai's. X, 282-285. 2 Ib., ~'94-298.
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CAPÍTULO TERCEBO
cedonios; ninguna edad quiso dejar para la siguiente e. ta averiguación; pero venc10 hasta ahora el misterio que le es natural. Alejandro, el mayor de los reyes que en Menfis se adoran, celoso del Nilo, envió emisarios a los últimos confines de la Etiopía; pisaron éstos la zona enrojecida por un cielo abra ador y siempre contemplaron al Kilo ardoroso. Llegó Sesostris al extremo ocaso del mundo, holló con sus carros las cervices de los reyes, pero antes bebiera de vuestros Ródano y Po que de la fuente del ilo. El insensato Cambises fué hasta los pueblos de larga vida en el Oriente, y el hambre que obligó a los suyos a devorarse, 0h Nilo, sin conocerse.» Largo, y por eso inoportuno, fuera citar cuanto en el mismo sentido dijeron los poetas latinos, desde Tibulo, Horacio y Ovidio hasta Claudiano .y Ausonio, por más que ú ello convide la elegancia de sus expresiones, llegando por fin Amiano Marcelino 1 a dar el problema por imposible. I o es, pues, extraño que desesperando de encontrar soluciones debidas a la observación perseverante y a fa buena crítica, se haya apartado la vista de las indicaciones, no fuera de camino, su1 Lib. XXII, cap. XXV, Posterae quoque ig11orabmzt R-etat es .
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ministradas por los geógrafos más juiciosos, dejando correr la imaginación para ver soüando lo que no era posible examinar en Yela. De aquí los muchos y variados sistemas geográficos del Nilo a su a·n tojo fabricados por escritores sagrados y profanos, orientales y europeos . Es el más famoso de todos el que hace venir a l Nilo d el Paraíso terrenal, identificándolo con el Gehon d e la Sagrada Escritura. Fúndase tal opinión en el texto d el Génesis ', que dice, habla ndo de los cuatro ríos deri vados del Paraíso; Et nomen fluvii secundi
Gehon: ipse est qui cfrcumit omnem ten,am Aethio,¡;iae. Entendiendo por Etiopía el país de los egros en general o la Abisinia en particular, claro es que no podía ser el Gehon más que el Nilo; p ero es prec iso tener en cuenta primero que para los antiguos la palabra Etiopía se aplicaba a varias r egiones, como que ya H eródoto' habla terminantemente d e Etiopes del Asia; y después que dicha voz está en la Vulgata como traducción de la H ebrea pais de Cus, nie to de Xoé y ascendiente de Nemrod y otros jefes establecidos en Asia; citándose en la misma Biblia latina, en varios pasajes, Etiopes que 1 L. II , 13. 2 III, 94, VII, 70.
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CAPÍTULO TERGERO
no podían estar sino en sia y cerca de la fe opotamia 1, sin dejar de aplicar alguna vez el mi mo dictado a los de Africa ·, _ Para conciliar todas las dificultades, sin abandonar la acariciada idea de extraer el celebrado río de tan honroso origen, algunos autores, el último de los cuales es nuestro Abulense 3, ugirieron la posibilidad de que al salir del Paraíso, el Gehon se sumiera en tierra y corriendo bajo el mar, reapareciera en la fuente del Iilo de Africa. R ecogiendo esta explicación, trayendo a la memoria que desde la gentilidad se sup onían los Campos Elíseos en una isla lejana, fuera esta una de las Fortunadas o Canarias, fuera la Taprobane o Ceylán, y sin olvidar lo consignado en los libros, llegaron a forjar los árabes una leyenda que con toda detención explica el turco Salih Gelil en sus curio os Anales de Egipto •. Este peregrino sistema hace nacer el ilo en la isla de Madagascar, conocida desde muy antiguo por los árabes con el nombre de Gezira el Comrí, o sea Isla de la Luna 5, conservado aún en la denominación de las vecinas Comores, l ra!. :¿ 3 4 5
Cf. Ex. II, 16, ~1 et Num. XII, 1, Habac. III, 7; II, PaXXI, l b, XIV, 9. II, Par. XU. 3; Psalm. LXXI, 9. C. i, Gen. á qu . 15 ad 20; c. :¿6, qu. 2. Traducidos por Bratuti. Iadrid, 1678. Abulfeda, Geog., págs. 6-1, 368.
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y originando, a lo que parece, del significado que el propio nombre de la g rande isla tiene en el idioma malgacho. Desde ella, el. r ío atraviesa la mar, pasando por los mineros de oro, rubíes, esmeraldas y corales, y sale a tierra, introduciéndose bajo los Montes continentales de la Luna, más allá de Hatistiná. Si no pasara por el mar salado, y no se mezclara con otras cosas que la alteran, no se podría beber el agua por su gran_ dulzura. Antes corría el Nilo a su libertad, pero un Rey antediluviano, llamado Nacraus, aderezó por el arte geométrico el curso del río hacia las partes y lugares convenientes, y por aprovecharse de.su agua cortómuchos canales . Quedó todo destruido por el Diluvio, pero otro Rey envió para arreglarlo al sabio Hennes, tercero de este nombre, quien fabricó un templo de metal con 85 estatuas de bronce, allá donde sale· el río de los Montes de la Luna, y con tal artificio, que se vertiera por las bocas de ellas el agua necesaria para el Egipto hasta la medida de 18 codos , y la sobrante se derramase por los costados, perdiéndose en los arenales detrás de Hatistiná. Los arroyos que brotan de las estatuas forman los lagos ya sabidos, y después de Hatistiná entra en el Nilo un ramal del río ivlocraan, procedente de la India, con un
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CAPÍTULO TERCERO
puente de una sola piedra, con la particularidad de que cualquier persona que pase obre ella trueca cuanto tiene en el estómago. Tanto dislate, que he procurado compendiar con las palabras mismas del traductor Bratuti, tiene, sin embargo, puntos de partida fáciles de conocer. Los Montes de la Luna, confundidos con la I la de la Luna, el Edén ituado en una isla donde mana agua d ulcísima, el oro y piedra preciosas de la tierra de Hevilah de la Biblia 1 , el curso submarino del Nilo antes mencionado y su origen paradisíaco, aceptado por Mahoma 2 , dan cuenta de la invención de esta fábula singular. Kacraus, autor de los canales y del lecho encajonado del _ ilo, no es otro que Necos, iniciador del canal de Suez; lo de Hermes tercero corresponde á Hermes Trimegisto, a quien se a tribuye n los templos y pirámides, así como los hipogeos al profeta S-=th, hijo de Adán. También las tt'ibus de negros Sanahilis creen que hay en el Quilimancharo un alcázar de bronce cuyo techo de plata causa los reflejos de la nieve perp :;tua de su cima. El Mocraan es el Indo, confina nte con el país de Mocran; el puente, un barco donde los pasajeros se marean; y 1 Gen. JI, 12. " Ibn. Bat. I, 7~.
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este enlace proviene de que los egipcios antiguos y posteriores creyeron siempre ser el Nilo el único río con cocodrilos y de crecidas regulares y periódicas; y cuando descubrieron esas mismas cualidades en el Niger y el Indo y el Ganges, prefirieron hacer de todos un solo río, antes que abandonar un aforismo geográfico que halagaba el orgullo naci onal 1 y que aceptó el gran Alejandro•. Sabiendo esto, queda ciaro el sentido del tan controvertido verso de 'lirgilio 3 : coloratis amnis devexus ab Indis; que tanto ha dado que hacer a los comentadores, no habiendo escapado su verdadero sentido al perspicaz y docto Herrera, que dijo 4 : Do el Indo bebe el Nilo, y se colora. Esa desconocida comarca de Hatistiná no es más que el nombre árabe del Ecuador, no entendido por Salih al copiar o por Bratuti al traducir; y por fin, el agua que se derrama por los costados de las estatuas es la de los dos ríos de Gana y Magadoxo. 1 Masudl en el s iglo X se hacia cargo y combatln ya
esta opinión. (Prad. d e oro, f, 206. ) 2 Est. L. XV, pág. 696.
3 Georg. IV, 293. 4 E legía a la muenc de D. Pedro de Ztíñiga. (Luego que el pecho ... )
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CAPITULO TERCERO
¿Cómo en tiempos tan r emotos pudo co1umbrarse la verdad de los orígenes del ilo? Ese curioso fenómeno histórico es deoido a la incesante activicl:irl d 1 comercio, que atento a satisfacer fo s necesidades del hombre, penetra basta los último confines donde cualquier agrupación humana se encuentra; como que bien mirado, el comercio constituye la esencia del organismo material de la sociedad. y no hay sociedad completamente aislada, ni aun en m edio de los desiertos. Desde tiempo inmemorial e verifica un movimiento que trae al centro del Africa las mercancías de todo el mundo, y lleva en cambio los productos ele lo má escondido de lo interior. Por el Golfo de Guinea y el río Tiger llegan las mercancías americanas hasta los países de Vano-ara y_ damana; la cuchillería inglesa, el paño sajón, la sedería franc esa, los collares venecianos y la loza de Nuremberg penetran hasta Timbuctú por el Oasis de Tuat, o basta el antiguo imperio de Canem , desde Túnez por Gadames, Gat y gades o desde Trípoli por Murzuc y Bilma, todos ellos depósito de consideración y muy concw-ridos. D el mismo modo llegan al alto Tilo los géneros de Occidente por Alejandría y Jartum, y los del Oriente por Berbera y Harar o por Zan zíbar, Zungomero y
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Cazé. Salen, en cambio, el polvo de oro, el natr ón, el aceite de palma y los granos por el Atlántico y el Mediterráneo, el m arfil por el Nilo y la costa de· Zanguebar; pero la principal mercancía que desde los países habitados por los n egros radia a todo el p erímetro de Africa es la mercancía humana, es el esclavo. D esde la mayor antigüedad es tan aborrecible tráfico el fundamento de las h·ansacciones comerciales del país; caravanas de esclavos n egros entrando en Egipto se ven r epresenta da s en los monumentos faraónicos; Ocba, hijo de Nafe, imponía contribución de esclavos a las ciudades que de lo interior se le rendían cuando por primera vez llevó las armas del Islam al otro lado del A tlas; una caza de esclavos es el arbitrio constante para cubrir el déficit en el presupuesto de los Sultanes de Sacatú, de Bornú o del Vaday. La exportación de esclavos por los puertos del Mediterráneo ha cesado hace tiempo , por el Atlántico puede darse por conclu:ída; pero todos los países musulmanes de Africa consumen y consumirán durante mucho tiempo gran cantidad de estos infelic~s, y la exportación por la costa oriental para proveer la Arabia, 1a Turquía, la Persia y demás comarcas asiáticas alcan za una cifra espantosa , mal difícil de r emediar,
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CAPÍTULO TERCERO
siendo lo más indigno que se lucren en ese trato los armadores de las primeras naciones de Europa; r ecuérdese como ejemplo el escandaloso asunto del Clza11 les Georges. Los principales agentes de ese comercio son los árabes, cuyas factorías se hallan repartidas por el Africa entera, y p ueden ser llamados con propiedad los holandeses de Oriente. En algunas pa-rtes han llegado a establecer colonias, como la de los Sunas, que desde el Yemen se ha ido poco a poco corriendo hasta fijarse, hace cerca de trescientos años, en el reino de Bornú, donde componen al pie de 200000 almas, y hacia el cual indica también el Bekrí 1 como emigrados unos descendientes de los Umeyas. Mucho más tiempo ha que se fundaron las colonias de las Comeres y Madagascar; y la más importante de todas, la de la isla de Zanzíbar, ha llegado ya a emanciparse de su metrópoli de :Mascate hace algunos años, por división de herencia. Los establecimientos mercantiles del Sabara y la Nigricia cuentan siglos de antigüedad; en el Uniamuesí los había ya en 1830; en 1840 negaban a orillas del Taganyika, promoviendo un mercado de marfil en Uvira, al opu esto lado ; hoy corren periódicamente las caravanas basta Catan1 No/ices et Extraits des Ma11 . T. XII,
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ga, Lucenda y Babisa en busca de cobre, de algodón y de géneros diversos , sin olvidar nunca los esclavos, que sirven al mismo tiempo para llevar a cuestas las demás m e;·cancías. Y es que los árabes son viajeros por excelencia, y montados en sus dromedarios, y a veces en el centro del Africa en bueyes ele carga, atraviesan con la mayor tranquilidad distancias inmensas , libres del embarazoso tren del sabio europeo, y exentos asimismo de las sospechas, y aun aversión, que éste inspira. El doctor Barth encontró en el país de los Felaníes un Yemení que había Yivido en Bombay y que se dirigía entonces a Timbuctú para reclamar cierta herencia. En Cuca trató un Xerif natural de Bagdad que había corrido desde Jorasan hasta el alto Niger, y desde la costa de Berbería hasta el Golfo de Guinea. El Capitán Burton menciona un marroquí establecido en Carar, y el portugués Silva Porto cruzó en 1853 clesd~ Benguela hacia cabo Delgado en compañía de una caravana de árabes de Zanzibar. En cuanto a los del Hadramaut, son dados a la emigración y las aventuras, hasta decirse en Oriente como proverbio que no hay punto en la tierra donde no se tropieza con un Hadrama. Esta tendencia no es moderna por cierto, pues según AbenalCLJV
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CAPÍTULO TERCERO
vardi I los árabes de Lisboa visitaron algunas islas del mar Atlántico muy al Oeste; y el famoso Abenbatuta encontró en Marruecos un alfaquí cuyo hermano)?.abía conocido en China'. Por otra parte, en Oriente se tiene del comerciante una idea completamente distinta que en Europa: Mahoma era comerciante y después apóstol y guerrero; Mehemet-Alí fué militar y después comerciante y político; su actual sucesor en nada desmerece a los o1os de sus vasallos por ocuparse en asuntos mercantiles con decidida prefer encia. El mercader oriental pertenece por lo común a las más distinguidas clases, encuentra por todas partes buena acogida y respeto, sabe escribir con corrección, y-conoce gran número de pasajes de los mejores poetas, condición indispensable para ser tenido por persona erudita en las conversaciones serias o para hacer muestra de ingenio en las jocosas. Así son capaces esas gentes de suministrar puntuales noticias de los países que visitan y en ellos. oyen decir, o dedaritinerarios completos 3, y aun excelentes y apreciados trabajos geográficos, como los de Abenhaubalt, viajero, comerciante y literato a la vez. l
Notices et Extraits. T. II.
2 lbn . Bat. 'I. IV, pág. ?fi7. 3 Joiir11al of tite R. Geog. página 139,
oc. o/ Lo11don. T. XXX,
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. Tiene el comerciante árabe sus puntos de teólogo, cita con frecuencia el Alcorán y habla de los Lugares Santos, que por lo reg ular ha visitado como peregrino. La obligación de. visitar o hacer visitar la santa ciudad de la Meca,. es otra de las causas que mantiene entre los muslimes un movimiento <:onstante y general desde los extremos de la India y los confines de la Mauritania hacia la península arábiga como centro. Allí se comunican los Ilachis de todo el mundo mahometano, cambian sus ideas, transmiten sus noticias y las llevan a su patria respectiva o a los puntos del tránsito. El doctor Barth conoció en Cuca un joven de noble estirpe que después de pasar dos años en San Luis del Senegal con los franceses, había hecho el viaje a la Meca, adquiriendo una instrucción superior a la de sus convecinos. Otros motivos religiosos son igualmente el móvil de larg os viajes. El mismo doctor se hizo amigo, en la capital del Bagirmí, del alfaquí. Sambo, nacido en el Uaday, que había cursado sus estudios en la Azahra del Cairo, y había marchado después a Zebid,. en el Yemen, para perfeccionar su instruccjón matemática: también encontrq un emisario d.e la gr.ande aljama de Medina q'Q.e ,ve.11ía a, solicitar un donativo de eunucos. p~,ra el s<;rvicio
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del templo, y que había comerciado anteriormente en Tuat y Timbuctú, había trabajado en las minas de oro de Bambuk, en la Senegambia, había hecho con Ibrahim-Bajá las campañas contra los Uahabíes y se había establecido en Medina después de una excursión a Basora y Bagdad. Lo sorprendente después de esta explicación es que no haya sido más preciso y más temprano el conocimiento de la Geografía africana. Pero es necesario tener presente que entre los peregrinos no abundan personas parecidas ni por asomo a los fingidos mulsumanes D. Domingo Badía o el Capitán Burton, siendo en su mayoría gente mercenaria álquilada por otros para la piadosa visita; y de los comerciantes, el mayor número no hace las caminatas extraordinarias citadas -como ejemplos singulares, sino que se concretan a conducir sus caravanas entre dos depósitos intermedios de una línea extensa, donde cada uno tiene conocidos los guías, frecuentados los bazares, reconocidos lbs pozos y asalariadas las tribus, que les dan escolta en vez de hostilizarles. Por eso el sacerdote egipcio de Menfis, el filósofo griego de Alejandría, o el literato árabe del Cairo no tuvieron frecuentes ocasiones de abocarse con un viajero del interior, y si las
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llegaron a tener, la indiferencia oriental no se lo hacía saber a tiempo, recogiéndose las noticias como rumores y por casualidad. Cuando nuestro audaz Alí Bey (el susodicho Badía), malogradas sus intrigas por la honrada r esistencia de Carlos IV, huía de Marruecos con pretexto del devoto viaje a la Meca, dió en la mísera embarcación con un mercader del Mogreb llamado Buhlal, que habiendo vivido mucho tiempo en Timbuctú, le habló del lago Chad, noticia que hubiere muerto con el sujeto a no haber encontrado quien supiera preguntarle. Tambien el temor de la competencia no permite ser á los traficantes muy comunicativos, desconfianza que no es exclusiv~ de los hombres de negocios de Oriente; y ' desde que el Gobierno inglés se propuso concluir con el comercio de esclavos, el r ecelo se ha convertido en oposición abierta, viéndose el explorador, a quien guía el a mor de la ciencia o de la humanidad, amenazado con frecuencia por las carabinas de los negr eros, turcos o francos, como sucedió al francés L ejean y al inglés Baker, o cortado por la sublevación mañosamente preparada de algunas tribus salvajes , como aconteció a Burton y Speke, que supieron sortearla en su paso al Uniamuesi, pero que habían estado a pique d e
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ser víctimas de ella años antes en Berberá. Los mismos cautivos pueden suministrar, y lo han hecho en ocasiones, útiles reseñas del país de donde vienen; el célebre geógrafo James Macqueen, asiduamente dedicado al estudio del Africa. y fallecido el año último a los noventa y dos años de su edad, re.feria que hallándose en la Granada dirigiendo un ingenio, observó el interés de un negrito en escuchar la lectura de los viajes de Mungo Park, lo cual .fué ocasión.para averiguar que era natural de la región del Alto iger, y aprender de él interesantes pormenores. o-eográfi.cos que contribuyeron no poco al completo estudio que de la cuenca de ese río anticipó Macqueen cuando aún no había sido visitada. Pero la mayor parte de las. veces, los pobres esclavos tienen limitada inteligencia y no cuentan las jornadas, ni aprecian su duración, ni cuidan por dónde han pasado, y sobre todo ello domina su hábito incorregible de mentir con o sin motivor y el poco interés que en preguntarles tienen sus indolentes amos 1 • En nuestros días esas noticias, por humilde origen que traigan, se recogen con avidez, se comentan con cuidado, y guiándose por ellas, se han acometido las arriesgadas 1 Procesdings of the R. G, S. XIV, 301.
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empresas que inmortalizarán a Vogel, a Overweg, a Richardson, a Steudner, a Laing, a Clapperton y a tantos otros que es imposible nombrar, además de l0s que van particularmente citados y por eso no repito. No pretendiendo reformar buenas ni malas costumbres, dejando tranquilos a los traficantes, y no imponiéndose soberbiamente a los indígenas, por más que se tenga cierto sentimiento del propio valer, el Africa acabará de abrir el misterio de su seno, y ya no se podrá decir del Jilo con Claudiano J: Sine
testes creata. ADICIÓN
La solución definiti-va. Bien habrá comprendido el lector que cuando se escribieron las anteriores páginas la cuestión de las fuentes del Nilo, sin perder nada de su propia y tradicional importancia, iba tomando un nuevo aspecto, más amplio y de más universal interés. Tratábase de poner en claro la distribución de las corrientes de agua ·en el corazón del continente negro, deslindando las cuencas que las conducen a cada uno de los tres lados 1 Eidyl . IV, 13.
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del gran triángulo africano. Pudiéndose consiqerar como suficientemente explorados los desagües del lago Niansa por el Zambese en el Océano Indico, y del Victoria por el Nilo en el Mar Mediterráneo, el problema quedaba circunscrito a la hoya del Tanganica, y allá se encaminó resueltamente el valeroso Livingstone, según queda indicado Al cabo de unos seis años sin comunicación con el resto del mundo, y hallándose en la orilla oriental del lago, el doctor recibió el 10 de oviembre de 1871 la visita de la expedición dirigida en su busca y socorro por el célebre Stánley. Los nuevos recursos le sirvieron de estímulo para proseguir con mayor ardor su empresa, pero la muerte le sorprendió en unas llanuras pantanosas al Oeste del referido lago, el día l.º de Mayo de 1873, cumplidos los sesenta años de edad. La Real Sociedad Geográfica de Londres, vivamente interesada en contribuir a los éxitos de tan insigne compatriota, había determinado remitirle un bien surtido convoy al cuidado del Teniente de navío Camerón, quien salido de Bagamoyo a fines de 1872, no llegó sino a recoger su cadaver y enviarlo embalsamado a Inglaterra. Entendió, sin embargo, el pundonoroso oficial que tantos medios materiales, a tanta costa acumula-
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dos, no de bían quedar sin aplicación, y detenninó ser él mismo el continuador de la obra de Livingstone, pasando inmediatamente a Uchichi a r ecoger sus papeles. R e sultado de los minuciosos r econocimientos de Camerón fué descubrir en 3 de Mayo de 1874 el grande y único desag üe de aquel inmenso depósito de agua que se precipita por el Lueuga en busca del Lualaba. A causa de la hostilidad de los indígenas, el marino inglés no pudo averiguar por sí el curso ulterior de este río, que por aquellos parajes se dirigía al Norte, y fué a embarcarse a San Pablo de Loanda, habiendo empleado treinta y dos meses en atravesar el Africa. Para descifrar de una manera definitiva e l enigma de la hidrografía africana, hacía fal ta un hombre dotado de singulares energías, con una salud de hierro y dispuesto a pasar por encima de cuantos estorbos le salieran al paso. En nadie concurrían tales circunstancias, junto con un conocimiento práctico de aqu ellas tierras, como en el ya famoso Stánley, quien a fines de 1874 y al frente de numerosa comitiva, dió comienzo a su empresa desde la costa del Zanguebar, por cuenta, segunda vez, de los empresarios del Daily Telegraph y del l'vew- York Herald. Con una barca de cedro, muy ligera que
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dividida en seis trozos llevaba consigo, recorrió gran parte del lago Victoria, trabó luego amistad con el poderoso Rey de Uganda, a quien hizo cristiano, fué muy bien recibido por el Rey de Cazembe, y llegó, por último, al Tanganica, cuyo desagüe por el Lucuga demostró que era intermitente. Para explorar el Lualaba, punto capital de la expedición, obtuvo el apoyo de un mercader árabe que disponía de 300 guerreros en su establecimiento de Nigüé, sobre el mismo río, al Sur del Ecuador, y pasada esta línea en Febrero de 1877, llegó Stánley al fin al sitio donde la corriente tuerce a izquierda para entrar de nuevo en el hemisferio austral y formar el curso del Zaire de los portugueses o Río del Congo de los franceses. El total desarrollo del trayecto pasó de 11500 quilómetros, andados en novecientos noventa y nueve días. Desde entonces puede decirse con verdad que el origen del Jilo no es ya un problema. La real y positiva fuente del gran río no es otra que la masa inmensa de agua que se llama Lago i\Iereue, el Y ictoria de Speke y Grant, el segundo en el mundo por su extensión superficial de 83000 quilómetros cuadrados, cuya única salida es el Quivira o Canal Napoleón. Un grupo de cataratas, denomi·
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nado de Murchisson, entrega este caudal al i\llburán, el Alberto de Baker, de solos 5000 quilómetros cuadrádos de área, y de allí sale magestuoso y soiita:rio el Río Blanco hasta la lejana confluencia del Sobat y del Río de las Gacelas. C:erto es que las aguas del gran lago no• brotan de su propio fondo, y que parece lógico conceder el título glorioso de Fuente· del Nilo a la de aquel de los innumerables. afluentes, tributarios del vasto receptáculo ecuatorial que fuese la más meridional o más. caudalosa; pero hasta ahora ninguna se ha visto que sobresalga de una manera bien. marcada por uno ú otro concepto, y podremos conformarnos con llamar Nilo al río Alexandra, que nace en el lago del mismo• nombre en el hemisferio austral, sobre el mismo meridiano del Alberto, y entrega su caudal al Victoria en tierra de Quitangulé. Como para los más antiguos geógrafos el Africa no pasaba del Golfo de Guinea, no es. de extrañar que al recibir vagas noticias de un río originario de la región de los Montes. de la Luna y sus lagos, y tributario del Atlántico, creyeran que no podía ser otro que el Niger, considerado en su afluente más. oriental, el Benué. Los descubrimientos modernos han desvanecido la arraigada idea:.
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CAPÍTULO TERCERO
tradicional del hermano gemelo del Nilo, y aunque de cuando en cuando ,se habla todavía de algún trozo de río que parece confirmarla, pronto más exactos reconocimiento ponen la verdad en su lugar. Tal sucede con el embrollado mapa de los hermanos Pon.cet, trazado conforme al relato mal entendido de algunos indígenas. El río Babura no es otra cosa que el trozo del Lualaba que se dirige al Oeste y recibe el Mbura, y el Sueh es un afluente del río de las Gacelas, totalmente independiente de aquél. La única comunicación que parece haber existido en otro tiempo es la del lago Chad por el valle .el.el río de las Gacelas. El sistema orográfico que reparte las .aguas a las cuencas de los tres grandes ríos, -ofrece la singularidad de tener por divisoria general una curva cerradade muchos cientos de quilómetros de desarrollo, dentro de la -cual se abre una hoya inmensa sin salida al mar, pero que se deseca por filtración y eva-poración, y cuya mayor longitud es de Nor•oeste a Sudeste. El fondo de esta gran depresión, que los alemanes llaman graben, está a 800 metros sobre el nivel del mar, y sus bordes pasan de 1200 metros de altitud. El ferrocarril de Dar-esselam en el Océano Indico, .a Dohichi en el lago Tanganica, atraviesa
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EL VIAJE DEL NILO
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oblicuamente aquella gran hoya con muy reducidas pendientes. 1 • 1 V. Revue des Ci,estions Scientifiques, publ!ée par la Société Scientifiques de Bru..-.:elles. T. LXX, pág. 214. Louvain, 191 l.
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CAPÍTULO IV LA INUNDACIÓN' DEL NILO.
I Lo riegos po1' inundación, por derivación y por elevación . ~~ UÉ
para los antiguos el Nilo singular
~A entre todos los ríos por el arcano de • su origen, por el aislamiento de su corriente y por la periódica regularidad de sus crecidas. Hoy que sus fuentes han sido visitadas, que se han explorado gran.des ríos que a él afluyen y que se han reconocido fenómenos análogos en las avenidas anuales de otros ríos de la India y de Africa, todavía es el Nilo objeto digno de grande atención y estudio, más que por ningún otro concepto por el importantísimo papel que representa en la producción agrícola del territorio que atraviesa r en la vida de la nación que puebla sus orillas. En un cauce de unos 700 metros de anchu. ra y de una diezmilésima de pendiente mediá entre Asuan y el Cairo, corre en bajas aguas
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CAPÍTULO CUARTO
un caudal de 700 m ~tros <;:úbicos por segundo, que disminuye en épocas de sequía hasta poco m ás de 400; pero cua ndo la corriente crese y conduce más de 6000 m. c., los 7 u 8 metros de profundidad de la madre no bastan a contener, aquella y se esparce por las inmedia tas llanuras, que quedan anegadas por una capa de agua de uno a dos metros, según aumenta el volumen de la que conduce el río, que llega en ocasiones á 12000 metros cúbicos por segundo. Alcanza, porlo general, la superficie inundada una anchura media de diez quilómetros, o sea un total de dos millones de h ectár eas desde el mar a la primera catarata , y entonces el Egipto entero semeja un golfo d e agua dulce, donde las ciudades y las aldeas, con sus rodales de palmeras y sus alamedas de sicomoros, aparecen a flor del agua cu al islas de un archipiélago. Así d escribe H erodoto 1 , con su ingenua naturalidad, el aspecto que ofrece una inundación del Nilo, y maravillado Amru, el fanático conquistador de Egipto, de las sorprendentes transformaciones de su suelo, escribía al Califa Ornar, que aquel país «parecía sucesivamente polvoroso desierto, argentada llanura, n egro lodazal, verde pradera y jardín florido o dorada campifía». 1 l{, 97, .
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Obra de }a humana industria es la mayor parte de este portentoso r esultado; qu e si estuviese el río abandonado a 'su acción propia¡ ni alcanzaría a tanto el área regada con sus aguas, ni tendrían,éstas el ·suficiente reposo, para embeber la tierra y depositar ' en ella' lo más ténue del fecunqante limo que arras-· tran suspendido, y del que decía Virgilio Et viridem Aegyptum nigra fecundant arena l.
Diques transversales de tierra que arrancan de a1;11bas márgenes y llegan al.pie de las montañas respectivas, orillas del desierto, . retienen las aguas de_sbordadas y aumen- , tan la elevación y alcance de la masa líquida. Canales que no se llenan sino cuando el río c~ece, derivan dy trecho en trecho la cantidad conveniente de agua y la conducen después de muchos quilómetros de recorrido a los diver sos puntos del terreno regable, y por el límite de las arenas abras das y estériles corren los dichos canales paralelamente a la dirección general del valle, ampliando en proporción considerable la superficie del suelo productivo. Sirven también de diques los cajeros de estos canales, cuya anchura pasa con frecuencia de 100 metros, l Georg., IV, 29!. CI.JV
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CAPfTULO CUARTO
y llega a veces a 200, a causa de la poca pendiente que se ha de dar al fondo, en razón del escaso desnivel del álveo del Nilo. Por medio de presas de tierra, o con mutos de fábrica, dispuestos modernamente para hacer el.mismo oficio, se detiene el agua, en los tramos necesarios del canal, para que se derrame sucesivamente en el espacio cómª prendido entre dos diques paralelos, y de la misma manera se mantiene cerrada la boca de entrada de cada canal hasta el momeµto favorable. · . ' Mehemet-Alí, a quien se debe la construcción de nuevas obras y la restaura· ción de las antiguas, abandonadas por la incuria de sus antecesores, completó el siste-. ma haciendo levantar o reponer, en una sola campaña, desde Sílsilis hasta el mar, po·r . cada orilla del río, un malecón de tierra de 6 metros de ancho medio y 2 de alturá, que impide la invasión del agua en los campos antes de que llegue por los canales, y evil:a que caiga al río mientras sea en aquéllos necesaria, tanto para empapar la tierra, como para dejar depositado en ella el légamo que la abone suficientemente. Nuevos diques sub· dividen el espacio comprendido entre los principales y asimismo se dirige contra ellos el agua por brazales y acequias derivadas
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f.1:el canal más inmediato, y cuyas embocaduras están provistas igualmente de presas en forma de puentes, que se cierran, como las otras, por agujas verticales, o más frecuen · temente, por viguetas horizontales puestas ~qas sobre otras. En tiempo de inundación, l9s ·pueblos y ciudades no se comunican sino por cima de los diques o por los bordes de los canales, cuya inmensa red cubre el Egip~ to como una cuadrícula, y reparte el suelo en una infinidad de cuencos escalonados, que de unos en otros va pasando la benéfica corriente en ellos encerrada gracias a la intervención inteligente de los labradores, pues s.inella el agua sería las más veces exiguo socorro o destructor azote. Efecto de esta inundación artificial es irse levantando gradualmente el suelo cultivado en _cantidad de 12 a 15 centímetros por siglo, rellenándose en la misma proporción el fondo del río; de manera que los niveles relativos de aguas y tierras no varían, y sí el de éstas y el .erreno firme donde están asentados los monumentos, los cuales sirven de puntos fijos de referencia. Otro efecto notabi~ es que el terreno de labor gana en exten-, si• n a costa del desierto, según van alzándose aguas y tieqas, a causa del pequeño . d~élive del pie de las montañas, de modo -que 1.
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CAPÍTULO CU A RTO
en ·tiempo de los Faraones no se utilizaban dds tercios de la arenal llanura de T ebas que ahora se cultiva por entero. Tan inm e nsos trabajos, indispensables. para la .buena y económica distribución de las turbias aguas del Nilo, único y precioso; tesoro del Egipto, fueron cuidadosamente atendidos desde la antigüedad más remota~ y acaso sean contemporáneos, en la parte occidental, de la primer a población del imperio de los F araonf!s , habiéndolos extendido a la oriental los Reyes de la XII dinastía, la cual pobló el país de grandes y múltiples obras. públÍcas. Los autores clásicos que más detenidá mente visitaron el país o r egistraron sus. archivos, H erodoto, Diod'oro Sículo, E strabon, no dejan duda acer ca de la solicitud con que miraron estas obras los R ey es de todas las dinastías;ylos sepulcros subterráneosmanifiestan en sus bajos r elieves las diversas operaciones de conservación de los diques.· y de conducción del ag ua por los canales. Fácil es comprender que esta doble re- . partición de agua y sedimento, que en vez de fertilizar las tierras podría ahog arlas o usurparlas el debido beneficio, si no se rompieran a tiempo los boquetes de los diques, : tenía que estar forzosamente bajo la vigilan- : cia: de la autoridad suprema, y sabemos, en · 1
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efecto, que se adminisl:!aJ:?a s,everamen~e p~r ma~istrados ,_ asistido~ ,de d~pendi,e ntes. en gran número, con partidas o:iilitares,de ~ pie . y de~ caballp a su disposición. Los romano.s encontrar¡on aquí_ aµcho campo donde ejercita_r ~u)~stin_to d~ regla;¡p.entación, y no sólo se aplicaron,, d~sde l~ _ane~ión verificada por Augusto, a restablece,r las ob,ras aban_d onadas po~_ la dejadez de los últimos Tolomeos, sino que, a _;_Creer a. -Es~rabon, nunca habfa llegadp a tanta per:fecc1ó~ este ram,o de _{)ública. riqueza; y las J?_enas s~fütladas c;:ontra los dañad.ores ~e los e.tiques_y <:anales pasaron . al .Código Teod_? !)iano C1:'it. de Nili ªfJIJ.eribus n'On rumpendis) y formaroi;i parte de .lru:; leyes del im. perio. . P or abundante que sea la c1:ecida no basta para sacar de: las tieITaS t@do lq que pued~n dar de ,sí, porque las cosech~s . ~e invierm>, .trigo, cebada, hab~s, l~JJtejas 1 • forrajc;s u ,qtras . p) antas . pare<:idas, q~e ,,s e sien;ibran_al ,r:etirarse_la -inundación, q~edan segada_s y _re.cogid~s por May,o lo más .t11;rde y la a!ta tem. pev~tura _d el ambiente . per:mt_te utilizar los _gi.eses r estant~s e_n otros cu~_tivo.s muy prove_-chosos, siempi;-e que haya agua. Los m¡ís importantes fru~o? de venino son el _maí.z y el ;}.orgp, _quf! si_ryen de_. ba_se para -~ -~l_iv;ie1¡to d~
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CAPITULO CUARTO
la clase pobre, y la caña de azúcar, el algodón, y el arroz en la tierras del Bajo Egipto más ceréanas a la costa. Canales llamados veraniegos, cuyo bocal tiene la solera más baja que el nivel ordinario de estiaje del ~ío, conducen el agua a las zonas regables después de un trayecto de muchos quilómetros y los cajeros son bastante altos para que el mismo canal sirva en su día para distribuir las aguas de inundación. Ejemplo de este doble servicio que cons:.. tituye un riego perenne se ofrece en la hoya del Fayum, <;!onde ha identificado los vestí~ gios del célebre lago Meris el eminente ingeniero francés Linant de Bellefonds, uno de los europeos que con más probidad é inteligencia han servido a los Virreyes, y por más dilatados años. En dicha hoya y en su parte más baja tomó Amenmehé III de la dicha XII dinastía, que los griegos dijeron Meris, una porción de más superficie que el lago de Ginebra, cercándola con un fuerte muro que dibujaba sobre el terreno la curva de nivel correspondiente, y formaba el perímetro de ese inmenso depósito de agua, de mucha ménos anchura que longitud. Un gran canal paralelo al Nilo, a 10 quilómetros de su orilla izquierda conducía el agua desde cerca de 200 quilómetros de distancia, y al llegar al
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boquete del Fayum enviaba un ramal al lago y continuaba con otro por el valle abajo hasta desembocar en el brazo occidental del Delta, sin contar otras comunicaciones intermedias con el río. Aprovechando una depresión al Norte del círculo de montañas y colinas que cie~ rran aquella especie de Oasis. se arregló un nuevo cauce paralelo al valle de los lagos de Natron, con su desembocadura en el mar, al O. del lago Mareotis. Con estas obras, no sólo se aseguraba el riego de la faja comprendida entre el canal y el río, así como el de la comarca de Arsinoe, sino que cuando el Nilo traía más agua de la convefliente, se desviaba por medio del canal vertiéndola y guardándola en el ,gran depósito, ·Y salvando la mayor parte del Egipto de las ,catástrofes, que sobrevienen ahora de vez en cuando. En años escasos de aguas, la conservada en el lago suplía la falta corriendo por el ,resto del canal principal y por sus desagües en el Nilo; si por el contrario, las crecidas extraordinarias se repetían, el lago se aliviaba echando sus sobrantes al mar a través del desierto sin tocar en los terrenos cultivados. t En el día se conserva el gran canal con los ·nombres .de Bahr- Yusuf (río de Jpsé) y Jalig-Almenhi, que parece decir canal (jalig)
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•de Ame:nmehé, confirmándose con la de•nominaci6n local la hipótesis de Lepsius ..sobre el nombre verdadero de Meris. Cons~vanse también las ramificaciones del c anal que fertilizan el Fayum, y tanto aquélla ·como ésta se hallan minuciosamente descritas por Makrisi i con refeFencia á Abulha•sán, autor de un libro sobre la ciencia de los impuestos, quien no se olvida de explicar ,hasta la composidón de las argamasas empleadas en la elevación de las fá@ricas. Pero el lago ha quedado reducido .á ,una laguna .sin salida llamada Birquet,elquerún, y el ·conducto de desagüe ha quedado .tan inútil que le llaman.el Bah1'.bela111.á (río sin agua). El Edrisí da noticia en su Gcwgirafía de una ,tradición local, según la que todas esas obras tueron emprendidas por el Patriai;ea }<:>sé .con objeto de desecar primerQ el territorio ~pantanoso (que eso significa su nombre en .copto) ~el Fayum y someterlo después a la inw1dación. regularizada del Ni,10; el. motivo que par-a e.l:lo .dicen que hubo fué haber deseado el Fa1:aón. concluir con unJoc0 de pes:tilencia demasiado próximo a su.corte; pre,miando' al mismo tiempo los buenos sall'vicios •·y la anoianiclad .de José,. a quien donó en propiedad todo el territorio a condición de 1
1 Qual't, Mem. geog. hlst. I, p. 893,
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.sanearlo. El Patriarca, 41.!~ con B,:e.rmes y Alejandro comparte para .con lQs m~sqlmanes la gloria de cuantp se ve de mar.ayilloso .e a Egipto,, acabó en setenta días su empresa y diciendo admirado Faraón que a,qu,ello era obra de IIfil día?, (elfi-yaum) quedó l.a comar·Cq con nuevo n(?mbre, cuya etimología estar ía justificada si se probase que el ~ e}· y su .Minis~o se entendían en árabe puro . . Hub~era querjdo Linant-Bey haber .restableciclo el Lago y renovar los servicios. 9.ue prestó al Egipto en otro tiempo; p,ero Mehe¡net Ali prefirió con ra?:ón atender a otra neces~dad d.e mayor urgeµcia . La alio:i.entación de los canales .v:eraniegos dep~nde prin-cipalmente de la a ltura del nivel de .estiaje ~obre t;l fondo de la embocadura, y cuando las,ag11,1as est4n muy bajas el riego se hace muy dii~cil. Es indispensable entonces r epresar e~ agua para que cubra toda la sección de ~ntrada y más que en parte algui;ia se imponía esta mejo.ril en el Bajo Egipto., donde el -~ udal del río está más agotado. los i:;am.pos _sor¡. m4s ,dilatados y-l9s cultivos m~s inten~os. Sin eso era cosa i.p.útil establecer\~ gran red de nuevos canales que estabi:i. en proye.c· to, y por el¡o, confió el Virrey al ingeniero francés Mpugel el proyecto de levantar una gran . pr~!?~ ~ n t!l pqpto mismo, . llarµaclo el
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CAPITULO CUARTO
Vientre de la Vaca, en que los dos brazos de Roseta y Damietase apartan uno de otro, pre,sa con dos grandes puentes, que suman entre ambos un quilómetro de lon~itud, destinados a servir de apoyo a las presas móviles, formadas con maderos que unidos a otros y aplicados contra la fábrica por la fuena de la corriente, cierran el paso al agua por los arcos que se quieren obstruir. Los dos puentes -van unidos por un muelle semicircGlar que regulariza la punta del Delta y tiene más de un quilómetro de longitud, prolongándose 150 metros por cada lado más allá de los puentes, y sumando a todo los muros de acompañamiento, resultan más de dos quilómetros de macizos. Constituyen los puentes 72 arcos de cinco metros de luz en el brazo de Damieta, y diez arcos menos en el de Roseta; con un tramo levadizo en cada lado para el paso de los barcos, que se facilita por medio de do bles esclusas. La altura total de la obra es de 15 metros sobre el fondo, las pilas tienen dos metros de espesor y sobre cada una hay una torrecilla que produce un efecto pintoresco. Empezados los trabajo sen 1846, quedaron casi paralizados por la muerte del primer Virrey, y vueltos á emprender por Abbas-
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Pachá, se terminaron y fueron provistos de un sistema perfecciona do de compuertas de hierro, las cuales denada sirvieron, porque el agua que se pretendía retener se escapaba por debajo del cimiento a través de la finisimá arena del subsuelo, o se colaba por la fábrica del zampeado como por una esponja. En 1867, viendo que no se podía obtener un remanso superior a 30 centímetros, se prescindió definitivamente -de la presa, que quedó redudda a un objeto de simple curiosidad para los viajeros, y desde entonces el Egipto cuenta con un monumento más, y un camino de hierro especial para visitarlo, peso sin utilidad alguna. Tres canales debían arrancar de esta soberbia-p¡;-esa;-uno por-.el.centro para regar la provincia de Menuf y todo el territorio comprendido entre los dos brazos del Nilo ; otro por la derecha para regar la provincia oriental ( Axarquia); y otro por la izquierda para fertilizar la provincia occidental ( Algarbta). A este proyecto se enlazaba el plan de abastecer de ·aguas potables a Alejandría y al Cairo. Esos canales, derramando por toda la superficié del Bajo Egipto las aguas de estiaje del Nilo, hubieran permitido dar los riegos en el número y épocas que a los agri. cultores convinieran, y se hubiera multipli-
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cado en proporción extrao.r.d.iu.a riii la riqueza del país. ,, . Igual beneficio ten.fa jntenci.ó n de proc1J• rar el fundador de l.a actm;t l dinastía.al Alto Epipto, ·derivando por qno.. y Qtro: lado. del Nilo canales que desde la !=,Strecl:i:iira de Sjls ilis llevasen el agua á m;iyor nivel que el que hoy alcanza la :inundación. Lii c1,1estión <le aquellos _y de estos cana.les ha vueltp a prod.ucir.se cou .m.otivo de la terminación del -marítimo de Suez, cuya .cpstosa y admirable maquinaria podría tenet,.en c.:1s.o tal, aprovechamiento útil para los empresarios :r eco.nómico para el Gobierno .. Pero ¿d!f q_ué servirá aumentar l.a sup.erfi.cie r egable si no s.e -proporciona trabajo aplicable .a _su cultivo? L a reparación constante de los diques y ma-lecones, la monda indisp.e nsable pe los canales, que se ciegan todos 1os .años con el léga·mo de las ag.uas .q ue conduc~n, absorben una ,p orción ooJ;J.siderabl~ del trabajo del felaj. Bien quisier.a .el actual Jedive. introducir algún sistema mecánico para libertar al .brace:r.o de esa faena .y. dejar su trabajo disponible .¡ para extender.el.cultivo o hacer -más intenso ·el que le ocupa; . más para .eso ten(J].r~a .que .,,contratar .la operación con alguna gran. Com-pafí.ia europea, :y .está tan .escarmentado del ~-dirier-o que .Compañías semejantes le ,han es· 0
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tafado, escudadas en los procedimientos consulares, sin cumplir las estipula .iones, que anda bastante remiso en acometer tan provechosa empresa~ '.Iientr.as no se encuentre solución a esta& dificultades, el pobre labriego, una vez r ecogidas las cosechas· que fecundó la riada preceden te, tendrá que e_m plear toda su activi-· dad en preparar las vías para la que va á vei.. nir y acegurar· los medios d e retenerla en er terruño, sin que apenas le queden tiempo ni vigor para dedicarse a los cultivos primaverales ó veraniegos. Como las aguas que se aplican a esos cultivos vienen completamente claras, es preciso emplear abonos que suelen ser de tres clases. Es una el propio légamo que se saca de las mondas y se esparce por las tierras inmediatas a los canales; otro, es la palomina procedente 'del inmenso número de palomares que al intento sostienen los indígenas, y, por último, como singularidad del país, se debe .mencionar el polvo procedente de los montículos, que por todas partes abundan , formados por las ruínas de antiguas poblaciones, grandes y pequeñas. No se crea por lo dicho, que donde le falten aguas rodadás para humedecer sus campos en la estación de la sequía, desista el rudo
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felaj de todo intento de riego supletorio; pues con gran frecuencia se le ve afanado en elevarlas, bien de los canales donde se conserva estancada la que sobró de la inundación, bien de pozos que bajan hasta la hoja de agua de la filtración del río y de los mismos canales, bien del río mismo. Este riego se llama nabari (elevatorio); el de invierno, xetui; el de primavera, quedi (en tierra endurecida), y el de verano, sefi. Penetra esa filtración · muy adentro, tanto que Girard, ingeniero de la expedición francesa de Bonaparte, la encontró en los llanos de Siut y de Esna, á más de tres quilómetros del río: su nivel es más bajo que el de la inundación que la produce; pero cuando el Nilo disminuye, como el agua subterránea no puede correr con tanta facilidad como la que está -libre, queda retenida por las arenas á una altura muy próxima, á veces, á cinco metros sobre la superficie de la corriente. El más sencillo mecanismo empleado desde tiempo inmemorial para subir el agua es un cubo de cuero pendiente de la extremidad de un pescante con contrapeso, a modo de cigoñal, .y manejado por un hombre casi siempre desnudo, que eleva 50 litros por minuto, á tres metros de altura: llámase el aparato xaduf, porque remedia la .seque-
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dad de las plantas y se ve dibujado en los hipogeos de Tebas. Más moderna esla noria, llamada por los antiguos árabes nanra, a causa del ruído que hace al verse el contenido de los arcaduces, y que ahora llaman saquia porque sirve para regar; como se da ese mismo nombre en el árabe literario a la acequia ó canal de riego. El trabajo útil de una noria egipcia se cuenta como cinco veces el de un xaduf, y se calcula en 50000 el número de las que hay sólo en el Bajo Egipto, cuyo manejo ocupa á 150000 bueyes y 50000 hombres. El monótono chirrido de los ejes de las ruedas, áspero acompañamiento del triste y no más variado canto del muchacho que conduce la yunta, o del felaj que tira por sí mismo de la palanca, impresiona grata mente al viajero que desde la cubierta de su dahabía contempla los encantos de las serenas noches del Nilo; pero si se hace cargo de que aquel quejido desigual de la máquina es efecto de su construcción ruda y que el infeliz que le da movimiento gasta inútil· mente en ella tres cuartas partes de su fuerza ó de su actividad y estanca en reducido círculo la savia preciosa de su inteligencia, el viajero de Europa no podrá menos de compadecer la suerte ingrata del pueblo egipcio, que si por favor de la Providencia no riega
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CAPITULO CU.~RTO
los poco trabajosos surcos de sus arados ~on el sudor de ·su frente, lo derrama copioso para. arrancar al venerable Nilo ese beneficio que se imaginan gratuito los que no mitan sino la superficie de las cosas y contemplan al labrador repitiendo aquel verso tan cadenéioso como inexacto 1 : ¡Foelix qui Pharias proseindit vomere terras!
Que ~simismo lo sentían los antiguo.,;, se colige claramente de lo que dice Moisés ar pueblo hebreo, antes de entrar en la Tierra prometida 2 : « Ten,a enim. ad quam ingrederis possidendam, non est sicut terra Aegypti, de qua existi, ubi jacto sémine in hortorum morem aquae ducz;ntur (rriguae: sed montuosa est et cam.pestris_. de coelo expectans pluvias. Tal preforencia en favor de · latierra de secano de Palestina sobre la de. regadío de Egipto es buena prueba 9-e lo penoso que había sido para los Israelitas el cultivo de ésta, cuya mejor parte les había tocado según varias veces lo expresa el Géne sis 3 • Si esa tierra de Gessen era el_Valle de Tumilat, por donde las grandes crecidas del brazo de Damieta llegan hasta el Lago Tim sah, su estado actual demuestra bien la necesidad del trabajo incesante para utilizarlo; 1 Ciaudiano . Eidy, IV, 1. 2 D euter , XI, O, 11. 8 Gen., XLVII, 6, 11.
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pues auñ cuando las inundaciones del Nilo lo bañan, en los tiempos modernos no producía sino malezas hasta que la Compañía del Istmo emprendió de nuevo su cultivo, como antiguamente lo hicieran los hijos de Jacob. Y es que el egipcio no sólo tiene que trabajar para que el suelo patrio produzca el necesario sustento, sino que siendo ese suelo el arenal del desierto cubierto con la capa fértil llevada por el río sagrado que desciende de las montañas de la Luna, y se distribuye por canales y regueras preparadas por el arte; puede y debe decirse que en lugar de ser autochtonos, 6 sea nacidos del mismo suelo, son los egipcios los creadores de este, los autores de su patria, y no sólo la han creado, sino que tienen que conservarla con afanes continuos, como se hace en nuestras comarcas con el piso de las carreteras. Cuando la incuria de los Lágidas o el desorden de los Mamelucos hacen abandonar ese cuidado, la patria egipcia disminuye en extensión, pierde en calidad y reduce tristemente la cifra de sus pobladores; cuando los Prefectos Augustales, €1 Gran Saladino o los Vin-eyes hereditarios restauran un orden, por más que diste mucho de la perfecta justicia, la pública prosperidad reverdece y la población crece extraordinariamente en poco tiempo. CLIV
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CAPITULO C UARTO
II El avance de la riada.
Siendo Jartum el lugar donde ,confluyen las aguas de las dos grandes cuencas de los ríos Azul y Blanco, no recibiendo este último, después de dicho punto, otras que las del Atbara, es la primera estación en que se puede considerar al Ji}o con un régimen regular y especial, y desde donde se debe empezar el estudio de la crecida periódica, cuyos beneficios a la agricultura egipcia van explicados. El Nilo Azul, que baja 2000 metros de altitud en 1400 quilómetros de curso, con un lecho constantemente encajonado en márgenes de roca dura, comienza sus crecidas en Jartum, que está a 300 metros de altura sobre el mar, hacia el 27 de Abril, veintidós días antes del 19 de Mayo, época en que se manifiesta la crecida más caudalosa, pero más pausada, del ilo blanco, cuyo desnivel no es sino de 1000 metros en 3000 quilómetros de un cauce tan llano en muchos parajes que las aguas se extienden por inmensassuperficies, donde se imprengnan de las materias que han de dejar como abono á los diligentes felajes. Las puras aguas del pri-
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mer río contrastan con las turbias del segundo al juntarse ambos, y la violencia con que chocan las dos formidables masas líquidas, impide que se mezclen completame:ate en ldrgo trayecto, pudiendo distinguirse todavía unas de otras, según dicen algunos, en Abu-Hammed, 500 quilómetros más adelante. Ese contraste es, sin dudarlo, la causa de llamarse Azul (Bah1'-el-Azrac) el río de A bisinia, y Blanco (Bah1' -el-Abiad) el Tilo verdadero, el río único de la Nabia y del Egipto. Hasta el soliticio del verano no acude el Atbara a mezclar su caudal crecido al de los dos Nilos, bajando cual impetuoso torrente, y que más que en corriente aumenta con los arrastres de légamos, hasta dar todo por bocas diversas en el mar. La primera onda de crecida salida de Jartum el '2:l de Abril, llega a Dongola el 16 de Mayo, el 28 a Vadi-Halfa, y el 17 de Junio al Cairo, donde me fijaré para describir minuciosamente la marcha de la inundación. · Las curvas hidrométricas de los añ.os 1799 y 1800 que construyó Girad 1 ; las curiosas indicaciones del calendario copto y las relaciones de todos los viajeros y escritores, con-vienen en que desde el 17 de Junio, que se 1 Me m. de l'Acad. T. II, 1819.
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llama el 'iVocta (punto) por ser el nivel mínimo de las alturas del río, empieza este a aumentar con las aguas del Nilo Azul, hasta el 7 de Julio, que llegan las primeras del · Nilo Blanco y se pronuncia como más rápida la crecida. Esta marcha ya veloz y decididamente a su colmo desde el 31 de Julio, y las aguas se espesan y toman color rojo muy característico, fenómeno en el cual creo que ha de tener influencia la primera llegada de los arrastres del Atbara. Desde fin de Agosto el río crece ya muy lentamente, y el 26 de Septiembre, día del Salib (de la Cruz), cuando se cumplen los cien días señalados por Herodoto, empieza el descenso de las aguas, que se opera con mucha menos rapidez que la subida, de tal modo que hasta mediados de Enero no disminuye sino los dos tercios de la baja total, y el tercio restante lo pierde muy poco a poco hasta el nocta siguiente. El calendario copto dice el 16 de dicho mes «que la bendición del Cielo desciende sobre el agua del Nilo», y seis días después «que el agua del Nilo se hace limpia y agradable». En J artum el descenso se verifica con rapidez semejante a la subí· da, pero en Egipto las aguas están detenidas artificia,lmente por diques y canales, que re• tardan veinte días _la llegada de la avení·
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da al Cairo, y no las van soltando, sino poco a poco, a medida que no son necesarias; volviendo las filh-adas al álveo del río más despacio y más tarde todavía. Esas circunstancias especiales ocasionan alguna vez, en años escasos de agua, un retroceso en el descenso, ó sea una nueva subida, sensible sólo desde el Fayum hacia abajo. La causa es que reteniendo los campesinos del Alto y Medio Egipto toda el agua que pueden, dejan al río casi exhausto, llegando al Cairotan empobrecido, que señala un máximo de elevación poco considerable; y al romper después los diques del valle superior, se acumula de pronto, en el mes de Octubre, una gran cantidad de agua, que sumándose a un caudal ya en baja, da, no obstante, el aumento extraordinario señalado en el calendario copto el 14 de Octubre, cien días antes del 22 de Enero en que las aguas se purifican, a contar del principio de la baja definitiva. La mayor altura de la avenida se acerca a 8 metros; pero varía en el curso del Nilo, tanto por la anchura y la pendiente de su -cauce, como por las derivaciones y embalses debidvs a la humana industria. En Jartum, donde el lecho tiene amplitud considerable, y se esparcen las aguas por los camp os vecinos, la mayor altura es de 7 metros;
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pero a medida que se va entrando en la Nubia, donde los aprovechamientos de aguas son más escasos y el río corre encerrado entre montañas de granito y arenisca, la altura crece, acercándose a 12 metros en Sem.na, -1-Z2 quilómetros antes de Asuan. Desde allí la elevación del agua desminuye progr esivamente, pues no alcanca en el nombrado Asuan a 9 metros, ni casi a 8 metros en el Cairo, y a poco más de 7 en la punta del Delta. La enorme expansión que en esta última comarca se verifica, hace bajar a 5 metros la inundación en los dos primeros tercios de cada rama del ilo; siendo tan rápida la disminución en el tercio restante, que frente a Roseta y Damieta no quedan 2 metros, y a la orilla del mar, en la desembocadura, ha desaparecido todo aumento de ni vel. La causa de esta aparente irregularidad es lo profundo del fondo, que no se alcanza sino con una sonda de 10 a 15 metros en ese tercio último, y llega a 23 metros en bajas aguas, frente a la mezquita de Abu-Mansur, en territorio de Roseta . Tanto como la inundación es benéfica, es calamitosa para el Egipto la época de bajas aguas. Cuando la tierra ha perdido toda la humedad que la impregnaba, y con el calor se resquebraja, y se hace polvo ténue lo que
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antes era fecundante abono, sobrevienen los vientos llamados por los árabes simum (venenoso), bahuara (cálido) y jamsín (de cincuenta días), que hacen intolerable el clima y habitación de Egipto a causa de lo sofocante de la atmósfera y de lo molesto de un polvo, tan sutil que llega hasta penetrar por la cáscara de un huevo, según el dicho hiperbólico del país. El pueblo espera la llegada de estos vientos, el lunes de la Pascua de resurrección del calendario juliano, no obstante ser fiesta movible, y denomina ese día j am-ennesím, o sea aspiración de la brisa, porque.lo pasa entero en el campo con pretexto de apercibirse así contraelmalin flujo dela estación que viene. Pero es peor calamidad la del jadrauia ó coloración verde de las aguas del Nilo, las cuales al pasar por las extensas lagunas de su curso superior, arrastran las hojas y detritos de la abundante vegetación que las cubre, no menos que los restos de las nubes de insectos que vuelan por encima, y desorganizánd ose todo, en tan largo trayecto, queda reducido a vesículas pestilentes y verdosas que hacen el agua repugnante y malsana. El varias veces citado almanaque, marca en el 6 de Junio, la primera alteración del Nilo, y en el 11 la exhalación de miasmas, cuya última desapari-
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ción indica en el 14 de Julio, con la llegada de las nuevas aguas. Para combatir tan malos. efectos, se aconseja en el 6 de Julio que se quemen perfumes, así como en el 16 de Junio que se hiervan o filtren las aguas; y los egipcios que carecen de la comodidad de buenas cisternas donde guardar provisión para ese tiempo, abren pozos, junto a las orillas, donde se filtre la corriente insalubre del Jilo como hicieron cuandoMoisesprodujo un efecto semejante la primera vez que quiso vencer la pertinacia de Faraón 1 • La inundación que ha de llevarse tantos males y traer tantos bienes, se espera con el ansia que deja ver el almanaque el día 8 de Junio, y que inspiró aquella sentida frase de Lucanó: in solo tanta est fiduda Nilo•, y no sólo se espera la dicha inundación sino que se observan con especial cuidado sus progresos, de los cuales está pendiente la población entera. Por eso se establecieron desde muy antiguo en varios puntos escalas graduadas, para dar la medida de la creciente, conocidas con el nombre deNiló1netros oNiloscopios. En tiempo de los romanos se hacían con toda regularidad las observaciones en los de Primis (Ibrion), Elefantina y Memfis, desde los
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1 Ex. VII, 24. Phars, VIII, 447.
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cuales se enviaban, por cartas, avisos a tod a la provincia: hoy sólo queda el último, colocado en la punta meridional de la isla de Rauda, a donde dicen que van a parar con precisión admirable todos los objetos flotantes que se depositan en cierto punto de la orilla; secreto conocido sin duda por la madre de Moisés, por cuanto cree el pueblo que lo aprovechó para salvar al perseguido fruto de sus entrañas, que había de recoger la hija de Faraon al ir a bañarse en la florida isla. Tissot, Ingeniero francés al servicio del Jedive , con quien tuve el gusto de visitar el .lf equiás ( medidor) o Nilómetro del Viejo Cairo, me facilito un dibujo con el corte de esta obra singular, acaso la más antigua de Egipto. En su principio, la obra era un pilar de nue\'e metros de altura, fundado en una roca y al ras de las aguas del nocta, cinco metros por bajo del piso de los jardines, que están al mismo nivel que toda la llanura. Formaba parte ese pilar de un recinto cuadrado al cual se ascendía por tres tramos de escalera, dando libre paso al agua una tajea colocada en la parte inferior. Tissot, creía por estudios propios y observaciones personalPs, que el terreno del Egipto desciende lentamente, como el de otros
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puntos de la costa del :Mediterráneo y del continente de Africa, tanto, poco más o menos, como se rellenan la madre del Tilo y las llanuras, las cuales quedan, por consecuencia, con altitud invariable, mientras los monumentos se encuentran cada vez más bajos con relación al mar, pero la mayor parte de los escritores que han tratado de esto creen sencillamente que el suelo firme no se mueve, y que los sedimentos han levantado el terreno. Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que el J!fequiás ha ido al parecer hundiéndose con relación al terreno y a la corriente, hasta encontrarse ahora once metros más bajo que la posición primitiva, o sea, con sus cimientos inferiores en 16 metros al suelo del jardín. A medida que el hundimiento <:e producía, se siguió elevando el r ecinto, cuya altura total llega hoy a 20 metros, se fué prolongando la escalera, que tiene tres nuevos tra mos, y fabricando tres nuevas tajeas a diversas alturas. Hay además en el centro una columa octógona graduada de ocho metros y medio de altura, con un capitel cuadrado de noventa centímetros, y sentada sobre una basa circular de arenisca roja de dos metros de diámetro y unos ochenta centímetros de espe-
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sor, bajo la cual se ha dicho estar enterradoun talismán o conjuro qu impide pasar río abajo á los cocodrilos. El arranque del fuste queda al nivel de la coronación del edificio primitivo,. y la basa descansa entre el sedimento que lo ha rellenado todo hasta un metro por encima de dicha coronación. Una hermosa inscripción cúfica, sin fecha, pero con caracteres del siglo 1x, tercero de la hegira, corre a la altura del capitel por todoel rededor de la cámara, cubierta por un techo plano sostenido en el centro por el indicado capitel. El movimiento constante del terreno ha hecho n ecesario prolongar el edificio mas y mas arriba, cubriendo con el aumento de la escalera parte de la citada inscripción cúfica. Del examen del monumento y de las con-· trndictorias relaciones que respecto de sus. vicisitudes andan más acreditadas, deduzco que antes de la conquista árabe no se hizo más que prolongar los muros conforme lo iba pidiendo el cambio de nivel; que el califa Suleiman, séptimo de los Ommiadas (714-717) debió fundar la columna del centro, y que los Abbasidas Almamun (813-833) y Almotanáquel (847-861), así como el Fatimita Almostanser (1092) hicieron obras de mejora y ornato, tanto en el edificio como en la m ezquita
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que lo encerraba, conforme lo encerró antes una iglesia. Ahora es como sala sin aparato, precedida de una galería de hermosas vistas debida a los ingenieros de la expedición fran·Cesa. Creen los Coptos que la dicha iglesia fué fundación del célebre Juan Mekaukés, gobernador de la fortaleza romana del Viejo Cairo o Babylon, que capituló con Am.ru: aseguran también que una clama de su raza, llamada Deluca, tal vez la fabulosa reina de ese nombre, la Doucha de Estrabon, construy ó un nilómetro en Tebas y otro en Ajmin. Al Patriarca José se atribuye uno en Memfis, que debe ser el mismo de Rauda, y a l Califa Abdelaziz otro en H eluán. Otros parece que ha habido en Eileithyas, en Xois, en Men•des, etc. Para la medida hidrométrica, los egipcios han adoptado una altura tipo de avenida, igual a la mayor que pueden aguantar sin perjuicio en las propiedades,y que es de7metros 87 centímetros. Hanla dividido en 24 partes iguales, que llaman codos, y cada codo e n 24 dedos, y empiezan la cuenta desde un punto ideal, a unos 5 metros (15 codos) bajo el nivel del suelo del jardín, donde suponen -qu debe, por término medio, hallarse el .agua el día del nocta, punto que según queda
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dicho se va elevandolenta;m ente con el tran scurso de lo siglos. Por eso son inútiles todas las divisiones grabadas en la pie dra, y los prácticos, prescindiendo de ellas, aprecian la altura por los escalones y las hila das ele la, sillería. Para que las tierras tengan riego compl to, hace falta una crecida de 16 codos, p ero si pasa de 24, no solo se derruyen los pueblos y se destrozan los diques, sino que la tierra encharcada no se seca a tiempo para hacer brotar las semillas y la ruina del país es inevitable. Con menos de 16 codos hay alguna cosecha, p ero sino llega á 13 el hambre es general. Según Ibn Ay~s 1 , que ha da do en su Geografía un catálogo de las crecidas anuales, en los siete a ñ.os seguidos del 1059 al 1065cle nuestra era no se alcanzó ni esa última cota, y se reprodujo la miseria d el tiempo de José, pero sin la previsión de este válido; llegando a costar 1300 r eales la fanega de trigo; pero desde h ace más de un siglo el nivel h a pasado siempre de los 16 codos deseados. L a medida del codo nilométrico r esulta, por la definición, de 328 milímetros: más el codo marcado en las divisiones de la columna es ele 541 milímetros, según Coste, y el dibujo d e 1 Notices et extn,its des mamtscrits de la Bibf. d1t R oi, T. VIII.
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Tissot; quedando la explicación de estas diferencias, así como las que resulten de los rela• tos de Herodoto, Estrabon, Plinio y Plutarco, entre los antiguos, Leon Africano, Vansleb, Coste, Wilkinson, Clot-Bey, etc., entre los modernos, intacta para dicho Sr. Tissot, que .se reserva hacer acerca del asunto una publi<:ación especial.
III Las fiestas de la inundación. 1 Las variaciones meteorológicas de Egipto que por su constante regularidad semejan .afecciones astronómicas, dejan adivinar cual ha de ser el resultado de las cosechas, dado -el crecimiento del Nilo; y en vista de ello .se ha fijado en diversos tiempos, por la auto· ridad, bien la tasa de los precios para todo el año, bien el reparto y suma de los tributos. Los particulares echan las cuentas de sus negocios agrícolas o comerciales, aten· diendo a la misma regla, y por eso se ha dado .siempre tal importancia al anuncio diario de la indicación nilométrica, que la custodia del -edificio y la lectura de la escala han sido en1 Este articulo se publicó en •L a Academia • , tomo 2. º, página 83, Madrid, 1878.
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comendadas a sacerdotes del culto dominante. Cuando la invasión mahometana, era guardián del Nilómetro un eclesiástico copto llamado Raddat, quien al verse en la alternativa de optar entre su religión y su empleo, escogió lo último, consiguiendo vincular en su descendencia, que aun existe, el privilegio de disfrutar el cargo fnndando una dinastía más antigua que la de ninguna fami• lia soberana del mundo, y que conserva religiosamente el apellido de su fundador. Como Mahoma no instituyó sacerdocio, el jefe del Mequias no ha tenido ningún carácter sagrado que revestir; pero buscando el título más análogo, por la tendencia natural de un pueblo fuertemente apegado a sus costumbres, se obliga a dicho funcionario a tomar el título de Cadí, o intérprete oficial de la ley. Parece que entiempo de los Emperadores de Oriente, la observación se hacía después de la misa; los guardas muslismes, por analogía, la hacen después de haberse purificado y recitado la azala u oración de la tarde, que se hace tres horas después del me• diodia. Leída, o mejor dicho apreciada la escala a su modo, el sucesor de Raddat coge tres veces un poco de agua en el hueco de la mano, y la arroja al aire, recita un fatja (primer capítulo del Alcorán) y dice la alttl-
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ra que se ha de publicar en la ciudad, y que no es siempre la verdadera. Por la incertidumbre y confusión de las escalas, no menos que por el exclusivo privilegio de la familia, nadie que no sea de ella puede intervenir la operación, y valido de eso el guarda, suele ocultar algunos dedos de la crecida al principio, para declararlos de repente al llegar á los a;n.helados 16 codos, y procurar mayor abundancia de propinas a los mensajeros de la buena nueva. Cuatro voceadores, acompañado cada uno de dos muchachos con especial distintivo, corren a anunciar a los habitantes del Cairo la medida que el guardián su jefe ha proclamado, empezando la tarea el 2 de Julio, fiesta del Arcangel Gabriel entre los , Coptos, y terminando el 26 de Septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La esp eranza, la alegría, la satisfacción que sucesivamente causa en el pueblo egipcio la avenida, se traduce en ceremonias sagradas y públicos regocijos. Los antiguos, -hacia el solsticio de verano, ofrecían sacrificios a la personificación divina del Nilo o su deidad tutelar, acompañados de procesione.·, músicas, danzas y banquetes, para tener la propicia en la inundación próxima, conside• rada piadosamente como presente suyo. Por
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la misma época, los sacerdotes r ecibían en la primera catarata, y con toda solemnidad, las primeras aguas de aumento, y las honra ban arrojándo unas monedas de plata, comn las arrojan en nuestro tiempo los viajeros á los muchachos de la isla de File, y lo mismo que hacía en tiempo de los romanos el Gobernador de la Tebaida, cuando echaba al río objetos de gran valor. L a s fiestas y regocijos, sin que faltaran los juegos a que tan dada era la antigüedad, continuaban conforme se iba declarando la crecida favorable, y no terminaba del todo hasta la recolección de los frutos. Por entonces debía tributarse adoración a la estátua del Nilo, rodeada de diez y seis nifios, significando los diez y seis codos de la inundación, trofeo que llevó V espasiano a Roma donde hoy se conserva en elMuseo Vaticano. Es añeja en el vulgo la preocupación de ser la cr ecida del Nilo una fermentación producida por el rocío especial que cae el 17 ele Junio, víspera del San :M iguel de los Coptos, o sea el día del nocta, el cual esperan los habitantes de todas las religiones -p asando la noche entera en los terrados .y azoteas para recibir ese rocío de especiales virtudes. Esta idea vulgar ha sido bastante poderosa para c;:i mbiar el significado de la palabra nocta . CLJV
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que no quiere decir sino punto, por ser el punto mínimo, critico o geométrico, desde donde empieza el río a subir, y que ahora significa también gota; pero sólo la gota de rocío de la víspera de San Miguel, en Egipto, pues si se pregunta á cualquiera del país cómo se dice gota, sin prevención alguna acerca del Nilo, contestará cotra y no nocta. Ejemplos de esta clase de desviaciones del significado primitivo no dejan de ser frecuentes en todas las lenguas. La singular teoría de la fermentación es el fundamento de la costumbre seguida por los Coptos de consumir la víspera del Nocta toda la levadura, y amasar panes ázimos que comen en esa solemnidad, conmemo· rando la nueva fermentación del Nilo con nueva levadura hecha en sus casas, ya que figuraron la despedida del viejo río consumí· endo la última levadura del afio pasado. Más solemne es la fiesta que celebran el 26 de Septiembre, cuando la inundación llega a su máximo, que es el día de la Exaltación de la Santa Cruz, como queda dicho. Era tradi· cional salir con gran cortejo el Patriarca del Viejo Cairo con una cruz de plata bendecida én los Oficios divinos que previamente cele· braba, y colocado en la orilla, frente al Nilómetro, esperaba que los concurrentes fueran
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pujando en ofertas, a modo de lo que en algunos pueblos de España es aún costumbre; lo cual terminado, y aceptada la mejor proposición, manifestaba tres veces la Cruz bendita y la arrojaba al agua, a donde se precitaban a porfía los principales pujadores y más diestros en nadar para rescatarla, no sin peligro. Por evitarlo hicieron cesar los franceses esta ceremonia, y desde en tonces se celebra en una piscina, símbolo del río, con igual ardor en las pujas que si se corriera el riesgo de antes: La gente cree que sin esta ceremonia el río no dejaría de crecer, persuadiéndose de que empieza el descenso de las aguas aquel mismo día, p·o rque es el último que salen los pregoneros ofreciendo en señ.al de despedida un poco de barro y alguna fruta, emblema elocuente y sencillo de la causa de la fertilidad y de su resultado: y como no se habla más del asunto, lo dan de buena fe por terminado, sin ulterior examen . Muchas más debieron ser en Jo antiguo las festividades y ceremonias que celebrasen los Coptos con motivo de las inundaciones, y cuya memoria se haya perdido. Makrizí 1 conserva la de la fiesta del Mártir, que tenía 1 Y . Notices et Extraits, t. IV, p. v11-x1.
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lugar el 8 de Baxanz (antiguo Paxons), correspondiente a nuestro 15 de Mayo. Sacábase procesionalmente de una iglesia, más abajo de Rauda, un relicario que contenía el dedo de un Mártir, que según Salih Gelil \ era San Jorge, venerado por cristianos y respetado por muslimes, y se llevaba a la orilla del Nilo, en cuya corriente se sumerg ía por breves instantes, mientras entonaba el clero sus preces en piadosa rogativa por la crecida que un mes después había de empezar. El fiero Bibars, exacerbado su odio a los cristianos por los postreros esfuerzos de la última cruz¡l.da, prohibió la fiesta, a pesar de los pingües impuestos que le producia, a pretexto de encontrarla supersticiosa y de ser ocasión de escandalosos excesos, y no solo derribó la iglesia, sino que destruyó con safía la sagrada r eliquia. Redúcense los musulmanes hoy a sus s encillos y monótonos azalaes, y las demás ceremonias y diversiones a que se entregan son independientes de sus creencias religiosas, comunes, por tanto, a los judíos y cristianos de diversas sectas, más deseosos, _c omo todo pueblo ignorante, de penetrar el porvenir, exponen al rocío del Nolta unos panes de ar1 A.na/es de Egipt_o.
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cilla, de donde sacan agüero según la hume• dad que embeben. El P. V ansleb hace mención de un monasterio, cerca de Behnesa, donde las aguas de un pozo suben el día del Nocta tantas pulgadas como codos ha de crecer el río en el año, virtud por la cual se halla bajo la custodia del Cadí de la ciudad. Con muy diversos pero sencillos preparativos pasan los habitantes del pais los primeros días, hasta que empiezan las proclamaciones de la indicación del Mequiás. El encargado de hacerlas se presenta ante las.casas de su barrio y recita algunas fórmulas piadosas (que son cristianas en el barrio copto), contestando los dos muchachos que le siguen «In-xa-Alah» (oxalá, quiéralo Dios), a cada versículo, después de lo cual pregona la altura del Nilo que le ha dado su principal. Así continúa diariamente hasta que llega la codiciada altura de 16 codos, lo cual suele presentarse en el Cairo a media· dos de Agosto, si bien el calendario copto la señala , por más que no sea fecha fija, para el 22 de dicho mes. Ese día, el mensajero va precedido de músicas y banderas, y sus acólitos contestan a los versículos, hasta el Salib o conclusión de los pregones; VáfaA lah (plenitud de Dios), porque Diós ha con-
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-cedido la plenitud de la medida necesaria. Entonces se rompe la boca del gran canal o Canal imperial del Cairo (Jalig-essultaní), · que lleva los primeros riegos al Bajo Egipto, y es el resto del canal de Trajano que mantenía la comunicación con el Mar Rojo, y er.a la renovación de otros que mucho antes llenaban un fin idéntico. El comienzo de la época de Váfa, como se llama a lo que queda del período de subida, es la fiesta nacional de los egipcios y lo ha sido siempre, bajo todas las religiones que han profesado. En tal día celebraban losantiguos la unión del Nilo con las sierras, simbolizándola en los esponsales de Isis y Osiris; y los cristianos conservaron un recuerdo material de esta costumbre dejando, al hacer la monda del canal , un mogote de tierra, que cubierto de flores y ricos paños y expuesto.a la corriente, quedaba con su ímpetu disuelto y deshecho: esta popular ceremonia dura todavía, y el montón de tierra cubierto con un paño encarnado y coronado de flores se llama antsa, o la novia, y tiene, en efecto, la apariencia de una novia, cuando, tapada hasta por encima de la cabeza, es conducida .por sus amigas a la morada del esposo. Engañados algunos autores musulmanes por el valor del nombre, y añadiendo algún exceso
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de celo religioso, llegaron a suponer que los cristianos sacrificaban al río una joven, abr surdo evidente, pues no verificando los egi{)T cios paganos ningún humano sacrificio, mal podían haberlo introducido los destructor s de todos los demás.Refiere nlos mismos autores queAmru prohibió el acostumbrado holocausto; pero como pasasen tres meses sin que el río subiera una pulgada, los notables del país le instaron con tal ahinco, que estimó prudente consultar al Califa, quien aprobó sus actos, incluyéndole un billete dirigido al Nilo, en el cual le conjuraba á suspender su curso si era efecto de su virtud propia, o a crecer como de costumbre si lo hacía por la voluntad de Dios: arrojado el escrito al río, subió de repente los diez y seis codos, y no se volvió a hablar ya de sacrificios. La población entera del Cairo pasa la noche en barcas empavesadas ó en barracas en la inmediata orilla, esperando con gran des muestras de alegría la solemne rotura del dique, que se verifica hacia las ocho de la mafíana por el Gobernador de la ciudad, en medio de las salvas de la artillería y con toda la pompa militar y acompafíamien to oficial propios de la ocasión. En otros tiempos, el Bajá ó el Sultán en persona daban el primer azadonazo; ahora se contenta el que
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hace sus veces con echar al agua unas monedas de cobre que s e tiran á recoger los muchachos. En cuanto se llena el canal, se dirigen por él todas las barcas que esperaron durante la noche, y pasan siete días en di versiones continuas, iluminándose de noche con las pintorescas maxalas ó rejillas de hierro cargadas de encendidas teas. Cuando la plaza Esbekia no estaba terra plenada como ahora,se inundaba con el agua del canal, y las iluminaciones de las barcas en el agua y de los palacios de los bordes producían un brillante efecto, conservado por el lápiz de Vivant Denon 1., que disfrutó del espectáculo cuando la invasión de Bonaparte . También en otro tiempo se arrojaban delante de las barcas en ciertos días diestros nadadores, que bien con manos y pies atados, bien con la pipa en la boca y una taza de café en la mano, se dej aban llevar hasta la presencia del Bajá, que les gratificaba generosamente; pero la avaricia moderna ha hecho caer en desuso este r esto de los primitivos juegos de destreza que duraban aun hace dos siglos. Mehemed-Alí instituyó una nueva ceremo· nia equivalente á un programa de sus ideas y sus propósitos. Herederos incorregibles de tl)
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la degradación bizantina, las diversas sectas que dividen á los cristianos de Oriente, en vez de unirse fraternalmente contra el común enemigo, han tentado su avaricia y su ignorancia para destruirse mutuamente en cruda é innoble guerra. El primer Virrey, lejos de dar oídos á las acostumbradas intrigas, ha dejado la más justa libertad é independencia a todos, y para enseñarles el mutuo respeto, ha ordenado á los jefes de todos los cultos que se presenten el día del l'vocta en la isla de Rauda con su acompañamiento respectivo, y que eleve cada cual sus preces al Todopoderoso según su rito, implorando para todos el beneficio de una abundante crecida : ceremonia imitada en la bendición del Canal de Suez, que tanto conmovió á los expectadores congregados de todas las regiones del mundo. IV
Las causas de la crecida. Es proverbial la falta de lluvias en Egipto, de la cual nace la precisión de utilizar las avenidas. Sucede con este fenómeno meteorológico una cosa análoga a lo que queda dicho acerca de la altura de la onda de inundación; pues siendo la lluvia la m enor y la tem-
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peratura media la mayor en el centro de la Nubia, van variando con cierta simetría hacia el mar y hacia los orígenes del Nilo. Cua renta días de lluvia al afio se cuentan en Alejandría, siete en el Cairo, tres en Tebas, más allá de Asuan alguno muy raro en largos períodos; pero en Jartum ya hay veintiuno, de J u1io a Octubre. Subiendo por el Río Azu1, en el Sennaar llueve fuertemente desde principios de fayo basta Octubre; en la meseta de Abisinia empieza a llover en Abril, cayendo en todo el año cerca de 800 milímetros; y en las más altas montañas de esta región llueve con diversa intensidad todo el año, y aun en el invierno cae nieve, que se derrite antes del equinoccio de primavera. · Siguiendo el Río Blanco, en Gondocoro llueve desde Febrero durante seis meses, los tres primeros poco y con intermitencia, después seguida y copiosamente; y en el Ecuador llueve durante todo el año con distinta intensidad, siendo el máximo en la primera mitad de Abril, y la capa total de unos 1300 ·milímetros que: cae en doscientos cuarenta días. Tanta regularidad en las lluvias proviene de la constancia con que se mantiene la dirección de los vientos en cada estación del
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·año e n las regiones ecuatoriales. Cuando el sol está en los equinoccios, la dirección general de los vientos es del Este, con esca_ sas variaciones y las nubes formadas en el vasto Océano Índico vienen á chocar contra las elevadas crestas de la cuenca de los lag·os, resolviéndose en copiosa lluvia; al paso que mientras el sol se inclina á uno ú otro de los hemisferios, el viento sopla del o pues • ro, y no llegando tan directamente las nubes, la lluvia es menos abundante, y como todavía hay algunas otras irregularidades en el régimen de las lluvias no se daría por resultado el acompasado fenómeno de la inundación egipcia, si no hubiese dos causas moderadoras que previenen toda perturbación . Es la primera el paso de las aguas por la extensa y profunda masa que contienen los lagos del Ecuador, donde grandes diferencias. de volumen ocasionan pequeñas alteracione:; de altura, y la nueva detención que la corriente experimenta en las lagunas sin fin desde Gondocoro á la confluencia del Sobat, lagunas que se extienden igualmente por to das las cuencas de los demás tributarios. La segunda causa es la fuerte evaporación ocasionada por la alta temperatura que tiene lu-• gar en diversas épocas del año según los sitios; pues ocurriendo el máximo para los La-
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gos en Agosto, para Gondocoro en Febre• ro y para la Nubia y Egipto en Junio y Julio, se devuelve a la atmósfera todo e exceso de .agua que ya al pasar por los lagos y pantanos, ya en el inmenso tronco egipcio, cortado por innumerables cataratas, podría turbar la majestuosa marcha del padre de los ríos. Los antiguos sacerdotes del Egipto, por los mismos medios que tuvieron para saber algo de los orígenes del Nilo, columbraron también algunas de las causas que producían la inundación, y á ellos se debe, sin duda, que escritores griegos, como Anaxágoras y Eurípides, hayan hablado del derretimiento de las nieves en Abisinia, y que Agatharquides de Cnido haya mencionado las lluvias periódicas de la misma región en el siglo n antes .de Jesucristo, opinión que se ve repetida por Abulfeda en el siglo xm. Pero para el vulgo de entonces y de todos los tiempos, la crecida era un favor directo y especial de la Divina Providencia, y así Jo aceptaron Homero y Lucano, sin que pudiera obtener mejor contestación en su viaje el estudioso Herodoto. La hipótesis de este autor, aunque absurda, revela su agudo ingenio, porque no pudiendo admitir que hubiera nieves en la
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zona tórrida, dadas las ideas que corrían en su época, y pareciéndole infundadas las demás explicaciones que le propusieron, a saber: que la crecida era un remanso producido por la fuerza de los vientos etesios, como sostuvo Tales, ó una irrupción del mar Atlántico, levantado por los mismos vientos, según Eutímenes, opinó que no había verdadera crecida en verano, sino disminución en invierno por el agua que evaporaba el sol durante su permanencia sobre las fuentes del río. Del mismo género, aunque más extravagante, es la opinión de Oenípides de Chío, que suponiendo que en invierno se refugia el calor en lo hondo de la tierra (causa ele sentirse más caliente entonces el agua de los pozos y el abrigo de las cavernas), decía que este calor interno evaporaba ó consumía el agua del fondo del Nilo. Sucedió en esto como en todas aquellas innumerables nociones científicas en que los griegos se acercaron notablemente de la verdad; pero careciendo de pruebas directas y de fundamento lógico, las dejaron perder ellos y los que después vinieron cayeron en mayores absurdos, conforme se iban haciendo de moda las extravagancias de los retóricos. Eforo dice que la avenida es una exudación de la tierra, no bastante .arenosa; Diéi'-
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genes Apoloniates, que la tierra reseca por el ardor del sol aumenta durante el verano el agua como la mecha atrae el aceite de una lámpara; y otros, adelantando la teoría de las mareas, supusieron que el Nilo se entumecía por la atracción de los astros. Y, últimamente, Luis Nugarola, de Verona, sostuvo que el sol produce una vaporización y licuación alternativas en grandes cavernas de la Etiopía, de las cuales sale el Nilo creciente ó menguante; mientras elP . Vansleb adopta, en parte, la idea de la fermentación del rocío. A los portugueses cupo la gloria de restablecer en el siglo xvr la verdad del origen de la inundación cuando visitando la Abisinia. Francisco Alvarez, Juan Bermúdez y el jesuíta Antonio FernándezEnciso, corrieron el país en todas direcciones y permanecieron en él lo bastante para revelar por completo el sistema hidráulico del ilo Azul, que pasó mucho tiempo por el verdadero, y del Tacazzé, ó Atbara. Desde entonces se aplicó por extensión la misma teoría al Nilo Blanco , y después de los descubrimientos de Speke y Baker, el velo se ha descorrido por completo. El ·enlace de las fases del río con el movimiento del sol y la rotación de la tierra, cau-
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sas de los vientos que determinan la producción de las lluvias, comunica a la crecidas del Nilo, 1 un aspecto completamente astronómico, y el estudio de su marcha es asunto de carácter científico. Así es que, los diversos períodos d_e la inundación cuadran perfectamente con las efemérides del calendario copto, que es el calendario juliano, o sea el de la iglesia griega, con la diferencia de que conservan los nombres egipcios de los meses, empiezan el año el 29 de Agosto (10 de Septiembre del calendario gregoriano) y cuentan los años desde la era de los 1ártires, ósea el año 28-1- de la nuestra. No cuesta gran esfuerzo admitir que los Coptos conservaran este calendario heredado del tiempo de los Faraones, una vez que se sabe la perfección de los estudios astronómicos en los sacerdotales colegios, y que la reforma de Julio César se hizo con el consejo del Alejandrino Sosígenes. A la diligencia del ingeniero Tissot debe el público literario la impresión del calendario copto con un comentario lleno de preciosas noticias •, a las cuales me refiero para más pormenores. Los conquistadores árabes traían su afio 1 Herrera, Rimas. Eleg. IX, Rublo Febo. ·• É tude sw· le calendrier copu, Alejandrle, 1867.
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CAPÍTULO CUARTO
lunar de 354 días, que no coincide nunca con las variaciones astronómicas del sol ni por consiguiente con las diversas estaciones: era, pues, materialmente imposible guiar se por él en lo relativo a los fenómenos que interesaban en el mas alto grado a la agricultura, y a pesar del sello eminentemente religioso del calendario musulmán, invasores y convertidos tuvieron que templar su celo y adoptar el calendario nacional para la fijación del Nocta y todas las alternativas del río nacional, en las precisas faenas agrícolas que de ellas dependen. Ha resultado de esto que rigen en Egipto dos calendarios a la vez; el árabe para usos religiosos, el copto para lo relativo a la agricultura, y los dos juntos para la administración pública, en cuyos documentos se estampan las dos fechas l. mientras las ferias de Ta uta, de Dessak y Damanhuz, celebradas anualmente en honor de renombrados xeques mahometanos fijan su período por el calendario cristia,no •. Es ese un triunfo señalado de la ciencia. sobre la ignorancia y el atraso, por cuanto 1 Xans-edd!n, en su Historia de Egipto, estudia muy detenidamente todas las indicaciones de astrología que Ja ignorancia de los egipcios había introducido en su calendario, y cuya mayor parte no se halla en el publicado por M. Tlssot. V. N ot . .et ext., t. l. 2 Etat riel Eg., 1871, pág. 19.
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en presencia de los fenómenos naturales, superiores a la voluntad del hombre, el fanatismo musulmán tuvo que inclinarse ante t.na institución, que aunque de origen pagano, había pasado á ser propia de los cristianos. Y como las principales efemérides del río se celebraban en ciertas festividades de la Iglesia de Oriente, los hijos del Profeta no se han tomado la molestia de cambiar ligeramente, como era factible, las fechas tradicionales, y ya debe haberse notado que los populares regocijos caen por S. Miguel, S. Gabriel ó la Pascua, y que ni el nombre han cambiado siquiera al día final de la subida, que se sigue llamando el día de la Cruz (Salib), viniendo por tan extraña coincidencia a celebrar, cristianos, judíos y musulmanes, como día que ha colmado sus esperanzas, el día de la Exaltación de la Santa Cruz. ADICIÓN
Las grandes obras contenipordneas. La intervención inglesa se ha dedicado con particular empeño a perfeccionar el inmemorial sistema de aprovechamiento de las aguas de avenida para el riego. Contando con la desahogada situación del Tesoro público ha restaurado y mejorado los maleCLIV
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eones, los diques, los canales, los puentes y las presas, y conforme a la noble aspiración del desdichado Ismail, ejecuta por contrata y a expensas del Erario las mondas periódicas de los canales y demás obras de reparación. Esta reforma, de indudable trascendencia, ha redimido al pobre felaj de la intolerable prestación personal que lo retenía cerca de medio año lejos de su casa sin auxilio alguno, sometido a los más duros tratamientos, imposibilitado de aplicarse a nuevos cultivos, mientras que ahora no se le exige más que un servicio de simple vigilancia durante los quince días de más altas aguas para dar aviso de cualquier peligro que se pudiera presentar. Además de esto, se procura multiplicar los canales de evacuación muy necesarios para el saneamiento del terreno por dos causas distintas. Procede la una de los encharcamientos que muchas veces dej an las aguas al retirarse, y la otra de la calidad generalmente salitrosa del suelo, que sería improductivo si no se cuidara de lavarlo con las aguas claras descendentes. El riego· supletorio, obtenido por la aplicacién de máquinas. elevatorias cuando ya se han levantado las cosechas dependientes de
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la inundación , ha r ecibido g ran impulso por el cr eciente empleo de las máquinas de vapor. Estas máquinas suelen ser locomóviles hábilmente_ adaptadas al consumo d e los combustibles flojos del país y con-esponde al Gobierno otorgar el p ermiso para esta blecerlas. Algunos concesionarios disponen de más ag ua de la que n ecesita su finca y v enden la s obrante a sus v ecinos: otros llev a n su motor en una ba rca a lo larg o del río y sirven sucesivamente a quien es se lo piden. Con todo esto y con los gra ndes can ales que derivan ag ua del río a su nivel ordinario, son más cada vez las tierras que disfrutan del cultivo de v erano, y en tiempo no distante se podrá decir que si los egipcios primitivos crearon el suelo de su patria, los modernos han duplicado su extensión superficial y su fuerza productiva. Los ingenieros ingleses, en cuyas manos está hoy exclusivamente el servicio de los riegos en su parte técnica, conservando los indígenas sólo la administrativa, no podían desconocer la importancia del pensamiento que determinó la erección de la presa del Delta;· pero tampoco i.gnoraban los. graves defectos d:e que adolecía, y pe11saron si no sería lo mejor prescindir de ella. y levantar otra nueva en algún par a je próximo. Arre-
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dróles, sin embargo, el temor del escándalo, y se resolvieron a atacar bravamente el arduo problema de restañar las filtraciones, costare lo que costare. Un muro transversal subterráneo, a modo de los que se hacen en ciertas ramblas de nuestra provincia de Almería, se presentaba como la solución más natural para atajar el paso del agua por debajo del cimiento; mas por lo arriesgado de abrir zanjas al pie de una obra fundada· en terreno tan deleznable, se prefirió dar un aumento muy considerable a la superficie horizontal del zampeado.- Poco menos permeable que la misma arena se encontró este macizo, cuyos huecos innumera· bles, verdaderas cavernas muchos de ellos, se rellenaron por el conocido procedimiento de las inyecciones de cemento hidráulico, sin que al cabo de enormes dispendios de tiempo, de dinero y de paciencia se lograra poner la presa en estado de servicio . Debióse este fracaso a la malísima ejecución de la fabrica de las pilas, donde se presentaron grietas muy alarmantes al subir el remanso hasta cuatro metros de altura, necesarios para servir cumplidament e la alimentación de los canales inmediatos. Sin posibilil!l.ad de consolidar aquellas obras y en el em· peñ0 d.e hacerlas servir a todo trance.se re-
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solvió mantener una capa constante de agua de dos metros de espesor al pie de las pilas, con lo cual se disminuye en otro tanto la pres ión del r emanso. Once millones de pesetas se invirtieron en obstruir los brazos del río con dos grandes presas macizas a fin de obtener el palia tivo de la capa permanente de agua, los cuales unidos a los trece que habían consumido las r eparaciones , dan un total de veinticuatro millones para lo gastado en conseguir que la g rande obra de Mehemet Alí funcione con regularidad desde 1901. Semejante a ésta en un todo por la forma, dimensiones y distribución de sus diversas partes es la presa de Siut, empezada en 1898 y concluída en 1902. Sirve para levantar de dos y medio a tres m etros el nivel de estiaje en la embocadura de la gran arteria abierta en 1873 por el Virrey Ismail a unos dos quilómetros al Norte de dicha ciudad con el nombre de Ibrahimía, destinada a suministrar un suplemento de agua al Fayum por medio del antiquísimo canal de José, y asegurar el riego perenne a las provincias occi<lentales del Egipto Medio. La presa no es más que un largo puence de 111 arcos y 12 metros de altura, por encüna del cual pue<len circular las personas y los aparatos me-cánico.s n ecesarios para maniobrar las com-
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CAPÍTULO CUARTO
puertas, las cuales son de acero y están divididas en dos a la mitad de su altura . Ambas partes se levantan por completo para dejar libre curso a las aguas y al limo en tiempo, de avenida, y se cierran gradualmente a medida que la baja del nivel lo reclama, vertiéndose el agua por encima de la media compuerta superior cuando el cerramiento es completo. Una exclusa de 75 metros de largo franquea el paso a los barcos en la orilla izquierda, un bocal de nueve arcadas. regula la alimentación de tan importante derivación y la arena de todos los cimientos ha sido encofrada con pilotaje de hierro colado. El coste de todo ello, inclusa la obra del bocal ha sido de 23 millones de pesetas. El mismo sistema se ha repetido invariable· mente en todas las obras que con idénticos. fines se han emprendido sucesivamente en diversos puntos del Nilo y sus brazales. La presa de Esna, en el Alto Egipto, empezada en 1906 y acabada en menos de tres años, a 809 quilómetros de la bifurcación en el Vientre de la Vaca, hace entrar el agua en dos. contrapuestos canales, tiene 120 arcos y ha costado 26 millones de pesetas,. y en la más. modesta de Zifta, de solos 50 arcos,. construída de 1901 a 1903, en el brazo de Damieta, se ha repetido el caso de aliviar la proyectada
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carga de cuatro m e tros con un r emanso de dos, que aguas abajo contiene una presa maciza. P r esas provisionales de piedra suelta hacen y deshacen los ribereños dónde y cuándo les conviene, siempre bajo la vigilancia de la Autoridad, siendo dignas de notar las que en la región marítima oponen a la invasión del agua salada, que en años de sequía excesiva refluyen por los cauces casi secos e invadiendo los campos matan las cosechas. D e tiempo atrás se venía abriendo paso en la opinión general la conveniencia de barrear el cauce del ilo, en algún punto de su parte alta, para retener en beneficio de la Navegación y la Agricultura algo del inmenso caudal, que después de la inundación va a confundirse con las olas del Mediterráneo sin prestar utilidad alguna en su largo trayecto. El avisado Mehemet Alí, había ya pensado en la notable estrechura de Sílsilis, cuyas condiciones topográficas son inmejorables al intento, pero.al poner mano de nuevo en la cuestión, el Gobierno hubo de deshechar en absoluto esa localidad por lo muy permeable é inconsistente del terreno. Lo contrario sucede en la segunda catarata, donde el suelo es firme y el valle demasiado abierto, resultando en definitiva ser el sitio
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CAPÍTULO CUARTO
más adecuado para dar el primer alto a tan veneradas linfas el punto mismo en que ha• cen su entrada en tierra de Egipto, por las cinco impetuosas chorreras de la catarata de Asuán. · Grandes alientos, actividad prodigiosa y admirable espíritu de orden, fueron menester para llevar a feliz término en solo cuatro años la obra verdaderamente colosal del Pantano de Asuán. Entre los enhiestos y oscuros peñascos de las opuestas cordilleras, una presa de cerca de dos quilómetros de longitud y 26 de altura sobre otros 14 de cimentación, cierra un vaso que con 20 metros de carga, almacena más de mil millones de metros cúbicos de agua. La presa es un muro de planta rectilínea, fundado en roca viva, con talud de dos de base por tres de altura en el paramento exterior y muy poco pro· nunciado en el interior. La parte que cae a la derecha del río, de quinientos metros de longitud, es maciza, de cinco metros de es· pesor en la coronación, y la restante, dos metros más gruesa, está perforada por diez y ocho vanos de dos metros de luz cada uno, separados de diez en diez por pilas estribos, y escalonados a distintos niveles para procu· rar una evacuación gradual del embalse y evi· tar velocidades exageradas de salida. Las
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compuertas son de palastro de acero de dos centímetros de espesor, que mantienen completamente levantadas durante todo el pe · ríodo de la inundación, para dejar franco el paso al limo fecundante y evitar el entarquinamiento del vaso; se cierran por completo cuando en Diciembre vienen ya las aguas claras, y en primavera se van alzando a medida que lo reclama la mayor o menor demanda de agua en el cauce y en los campos. Para el tránsito de las embarcaciones se ha abierto un canal lateral de dos quilómetros de largo en la orilla izquierda y un grupo de cuatro esclusas, da paso a la región alta del Nilo a través del pantano conforme a sus distintos niveles. Si la comtemplación de la ingente mole de la presa causa asombro, no es menor la impresión que produce en el ánimo el conocimiento de la historia de su ejecución. Para evitar a los empleados y a los operarios la fatig a y las pérdidas del tiempo consiguientes a ·1as idas y venidas de Asuán, distante siete quilómetros de la catarata, se creó cerca de ella una población con tiendas, bañ.os públicos, hospitales, distribución de aguas potables por cañerías, fábrica de hielo artificial y una iglesia católica para los novecientos trabajadores europeos, en su mayor
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CAPÍTULO CUARTO
parte italianos. Enlazadas con las líneas generales del país, facililaban la circt1lación de personas, materiales y maquinaria entre los. tajos, vías férreas, muchas de · las cuales se levantaban al llegar la inundación anual para sentarlas después de nuevo. La condición precisa de hacer todas las excavaciones en seco, obligó á sostener una lucha titánica con la corriente de la catarata, cuando cerrados ya sus cuatro primeros brazos, toda el agua se precipitó por el quinto, con tal ímpetu que arrastraba másas de más de dos toneladas, no habiendo sido posible dar comienzo ala ataguía hasta después de arrojar al fondo dos vagones llenos de grandes piedras con peso de 35 toneladas cada uno. El volumen de las fábricas pasa de medio millón de metros cúbicos, a ochocientos mil se acercó mucho el de las excavaciones y el gasto total subió a 66 millones de pesetas, poco menos del doble de lo que se había pensado, y no obstante, la casa Ayrd y C., de Londres, que las había contratado, las entregó· concluídas en 1902, un año antes del plazo estipulado. No tardó mucho en manifest:::-se el peligro de que las corrosiones producidas en la roca granítica al pie del soberbio muro llegasen a descalzado, por la caída del agua y visto a
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el éxito obtenido contra un daño semejantecon las planchas metálicas incrustadas en el fondo y paramentos de los boquetes, se revistió con muy sólido pavimento una faja de 55 metros de anchura delante de los 1110 que· ocupan dichos boquetes, después de haber reemplazado en el subsuelo, por buena mampostería 280000 metros cúbicos de roca que no presentaba garantías de resistencia suficiente. El coste de la operación pasó de siete millones de pesetas y los resultados parecen_ satisfactorios. Tan rápidos y evidentes han sido los del Pantano de Asuán y de tal modo han aumentado con el nuevo régimen hidráulico el valor de las tierras y la cuantía de los tributos,. que el Gobierno egipcio, volviendo la vista a planes anteriores, emprendió en 1907 el recrecimiento del muro en cinco metros para poder elevar la carga de agua a 27, y obtener un depósito de 2300 millones de metros. cúbicos de capacidad. Por la parte de afuera. y acomodándose a su mismo perfil, se está dando al muro un aumento de espesor uniforme de cinco metros, y a fin de prevenir los efectos de la desigualdad de asiento entre la obra nueva y la precedente, se deja entre ambas un hueco de 15 centímetros, que se rellena de piedra machacada, la cual se con-
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CAPÍTULO CUARIO
vertirá en hormigón por medio de lechadas <le cemento, inyectadas por los procedimientos empleados en la consolidación de la presa del Delta. De metro en metro, fuertes hierros de retranca, de dos metros y medio de largo, hincados hasta su mitad en la fábrica anterior y cogidos en la otra mitad por la nueva, aseguran el íntimo enlace de una y otra; y se espera que todo quede concluido para 1913, con un coste aproximado de 40 millones de pesetas. No contenta con esto, la actividad británica ha ido a atacar el problema de las aguas más allá de la confluencia del Sobat, donde extendidas en vastos carrizales hacen el .aire insalubre, la tierra improductiva y la navegación dificultosa. El Gobierno del Sudán egipcio, ha emprendido la canalización d el legendario Nilo Blanco, en todo ese trayecto, utilizando el mismo carrizo, hábilmente preparado, para los hogares delas dragas, y es de esperar que el consiguiente aumento en el caudal de la corriente lleve consigo la desaparición de las aguas verdes, tan molestas en Egipto durante la estación calurosa. Y aun hay quien ha pensado que cerrando con muros los desagües de los lagos ecuatoriales, se podrían centuplicar los efectos de la presa de Asuán.
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De haberse más antes concebido y madurado la idea de encauzar la poderosa corriente y disponerse su régimen a contar de sus orígenes mismos, tal vez se hubiera excusado la construcción de aquella obra colosal y evitado la alarma y disgusto producidos por un solo anuncio en el mundo artístico y literario. El propósito de crear un pantano de 27 metros de carga, que habría de anegar en 7 de altura los monumentos de la isla de File , suscitó las más enérgicas protestas poi;- parte de todas las Sociedades arqueológicas de Europa y América, y la Dirección de Riegos, deseosa a su vez de satisfacer en lo posible tan atendibles reclamaciones, resolvió reducir a 20 metros la carga proyectada. Todavía así quedaron sumergidas las. columnas de los templos unos cuarenta centímetros durante cuatro m es es, y como sus cimientos no ofrecían garantías de solidez, se ejecutaron obras importantes de refuerzo. A pesar de todo, la sedienta tierra de los Faraones, sigue pidiendo agua ahincada· mente con menosprecio de sus v enerados monumentos. El actual recrecimiento de la presa traerá consigo la sumersión temporal de los templos y para atender al remedio de este daño se ha consignado en el presu-
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CAPÍTULO CUARTO
pues'to una partida especial de millón y medio de pesetas, y es de esperar que la pru dencia y la energía de los ingenieros ingleses sabrán orillar toda las dificultades de un modo satisfactorio. Para redactar esta adición he tenido presente las obras que siguen: Willcocks, The Nile in 1904, Cairo 1904. Nicolau y Puig de la Bella Casa, Las ob1'as .de riego en Egipto, Madrid, 1905. Barrois, Les frrigations en Egyte, Caire, 1911. Además me han favorecido con importantes informaciones verbales los autores del libro español que aventaja en ·muchos conceptos a los otros citados.
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CAPÍTULO V EL COMERCIO DEL NILO
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Las vias de co1nunicación. o faltará, como no ha faltado, alguno que al considerar tanto trabajo, tanto sacrificio consumido en el no acabado empeño de descubrir las fuentes del renombrado Nilo, exclame: ¿Para qué sirve eso? ¿Cuí bono? En apariencia, esos descu brimientos no sirven más que para satisfacer la curiosidad de los Prqfesores de Geografía, y, en r ealidad, muchas han de ser las personas que no experimenten en toda su vida ninguna ventaja, ni aun, después de reconocida la mitad de un continente ignorado. Eso, no obstante, no arredra ;ni arredrará jamás á los hombres de temple extraordinario, que no conociendo el país adónde van, menos pueden calcular sino por vag,a conjetura las utilidades que de élhabrá de sacarla
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CAPÍTULO QUJNTO
sociedad civilizada, porque están persuadidos de que todo adelanto en los conocimientos del hombre se convierte tarde ó temprano en provecho del mismo, y de que no es poco, ni poco honroso, el que resulta de poner en contacto con el resto del mundo pueblos aislados, sumidos en la barbarie, y cuya triste condición amengua de día en día la _cifra de sus individuos. Pero no hay necesidad de contentarse con vagas generalidades en la cuestión presente, · porque la naturaleza singular del Nilo, navegable en toda su extensión, permite asegurar que cuanto se avance en la exploración de su corriente ha de aprovechar al comercio, no sólo considerado en lo que tiene de arte de los cambios útiles, sino tomado en su más genérica significación, y extendido al trato y contacto mutuo de los diferentes pueblos de la Tierra. Y, en -efecto, el comercio que ya en otro capitulo se demuestra haber sido el único portador de las antiguas nociones referentes a la Geografía del Nilo, no puede menos de recibir como merecido galardón grandes ventajas de las más puntuales noticias hoy adquiridas en el asunto. Ni deja de ser Egipto el principal interesado en ello, porque antes y ahora ha poseído las salidas, ya del
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Mediterráneo, ya del Mar Rojo, desde donde van á Europa los productos de la gran cuenca africana, dependencia sie mpre más 6 m enos directa d el egipcio imperio, cuya extensión y límites han seguido paso á paso el adelanto ó el retroceso de los conocimientos seguros acerca del ilo. No es propio de este libro ni de mis gustos poner á la vista del lector complaciente las estadísticas de exportación, importación y cabotaje, fáciles de encontrar en cualquier publicación moderna cuantos las n ecesiten, y, principalmen en las Actas y acuerdos del Congreso Internacional del Cairo, reunido con motivo d e la apertura del Istmo d e Suez, y dadas á la estampa de orden _del Gobierno Egipcio. Mi objeto es sólo examinar el Nilo como vía de comunicación y elemento de prosperidad social y política. La supremacía de los fenicios y de los griegos en el mar, y la angostura, sin ejemplo, de la tierra egipcia hicieron concentrar la atención de sus habitantes de todo tie~1po en la navegación del ilo, único m edio donde el paso es libre y económico entre las dos cordilleras de los desiertos vecinos. En barcos de más ó menos capacidad, según las estaciones, se pueden conducir los viajeros, y las mercancías desde Asuan al Cairo y desCLIV
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CAPÍTULO QUlNTO
de el Cairo á las dos bocas donde concluye el río sagrado de los Faraones.Allí a uden para embarcarse a Europa y Asia las producciones del suelo, cuya· parte principal son las :materias textiles, sin que dejen de figurar las alimenticias en escala dig na del antiguo granero de Roma . Europa envía por el mismo camino en contrario sentido, y reparte por todo el Egipto los tejidos y metales labrados, siendo algunos de estos artículos fabricados especialmente para el país, con las formas y gusto propio de los habitantes del mismo y sin que se hallen en venta en ning una otra parte. Creen los viajeros, con frecuencia, ad· quirir objetos producidos por la industria oriental, sin hacer otra cosa que volver a Manchester, a Lyón o a Trieste, lo que, con bien guardado secreto, para no desvirtuar el carácter y color local del género, ha salido de allí mismo un año antes. No hacen igual misterio, sin embargo , todos los mercaderes; pues un tendero italiano del Cairo, me ase· guró que venía de Europa (y si no recuerdo mal, de Alemania), su surtido de gorros co· lorados que él tenía de venta y hasta un re· vendedor árabe, de Esna, me declaró senci· llamente proceder de Afranc (Francia) unos vistosos pañuelos· que acababa yo de com· prarle.
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Grandes caravanas traen desde el otro lado de los desiertos las producciones de fuera de Egipto a los puntos del Nilo más próximos, donde se han establecido ferias y depósitos comerciales. Las cáfilas del Darfúr son las más importantes, y los ricos Chelábes que en ellas vienen conducen a veces hast'a cuatro mil esclavos de venta, y millares de camellos cargados de mercancías: también suelen seguir el mismo camino las caravanas de los negros musulmanes llamados Tecruríes , por provenir del Alto Niger, mucho menos opulentos que aquéllos, pero no menos per itos en el tráfico. Esna es el término de la lenta marcha de más de un mes, sin contar los días de descanso intermedios de muchos de estos convoyes; pero la mayor parte prefieren a Sicít por aprovechar las ventajas del tránsito por el Váh-el-Járiga, (oasis ex terior) ú Oasis Magna de los romanos, donde hallan abundancia de frutos alimenticios, y particularmente inmejorables dátiles. Los géneros de la Arabia y costas del Mar Rojo desembarcan en Coséir y se dirigen a Qena, punto de concurso de los cami nos del lado oriental, confotme Coptos en tiempo de los romanos y Cús en la Edad Media, eran emporios del' comercio de ricas te-
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CAPÍTULO QUINTO
las y preciadas especias traídas desde la India hasta los diversos puertos escalonados entre Arsinoe y Berenice. También desde este último punto, llamado hoy Bender-alquivir, salen algunas caravanas para Edfú por el desierto de los Ababdés, al cual aludía Séneca al decir arenas, pe1,quas iter ad commercia Indici 111.uris est 1 • Desembocan en el Cairo, por el desierto de Suez, las caravanas de Siria y de la Arabia Petrea, y acampan junto á las Pirámides, lindero del desierto líbico, que han atravesado los convoyes anuales del Mogreb el Acsa o Marruecos, cuando no prefieren tomar la dirección de Alejandría. · El brazo de Roseta era el único abierto en k, antiguo al comercio exterior, y como su boca se halla obstruída por una barra, se ha buscado más fácil comunicación por medio de un canal derivado en dirección de Ale- • jandría y el lago Mareotis. Llamábase Canal Canópsio en tiempo de los romanos, y por él · navegaron las flotas de Venecia 2 , conocién- · dose aún; casi cegado, a mediados del último siglo, con el nombre de Canal de Fuá. Mehemet-Alí emprendió su reconstrucción en 1819, ' y la•'terminó a los ' diez meses baJo la . 1 .Quaest. 11at. IV. '2. 2 Fresc·o baldi, ap. Io.n-Battttn, Préfacea, pág. XXXJX, ·
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dirección de ingenieros italianos, dedicán dolo al Sultán reinanle Mahmed II. Como en tiempo de los griegos, las personas pudientes de Alejandría levantaron sus casas de recreo a orillas de la vía que facilitaba la comunicación con su domicilio, y por ella se ha verificado el tránsito a la India y demás países del Pacífico hasta la construcción del camino de hierro, desposeído a su vez por el nuevo Canal marítimo de Suez. El descuido propio del país y la ignorancia de quien no comprende a cuán asiduo trabajo obliga la conservación de toda obra pública, han sido causa de que conforme se dejan arruinar las mezquitas y palacios de los antepasados, se haya descuidado la constante limpia del canal, donde no pueden navegar hace ya mucho tiempo, sino pequeñas barcas a la vela o remolcadas por un vaporcito, cuando no a la sirga. En Afta, donde el canal se une al Nilo, hay una esclusa, pero los viajeros, sin utilizarla, prefieren trasbordar a los vapores más grandes y cómodos que surcan el Nilo hasta el Cairo, y esperar en la unión indicada; bien que son pocos los que en el día no .m ontan en los trenes del ferrocarril, reservando la navegación del Nilo para el Alto Egipto.
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CAPÍTULO QUINTO
Treinta millones de reales fué, según parece, el gasto de la excavación de este canal de 100 quilómetros, y se añade que el Virrey sacrificó también treinta mil vidas de súbditos infelices allí amontonados sin abrigo, sin alimento, sometidos al palo, arrancados como malhechores a su hogar y a su familia. Pero tan doloroso cuadro, atendido el país, era casi un progreso, porque el Canal de Sesostris de Necos, derivado del brazo oriental del Nilo cerca de Bubastis, en dirección de los Lagos Amargos, causó la muerte a ciento veinte mil personas según Heródoto sin que consiguiera terminarlo, como tampoco su continuador Darío_ Histaspes; quedando esa gloria para Tolomeo Filadelfo. Pero el descuido,plaga inveterada del Oriente, inutilizó tambiéne::;te Canai,precursor del deLesseps, siendo preciso renovarlo, con tratado diferente en el siglo u de nuestra era . • Todavía, en el siglo rx, era este canal navegable i,yahora es célebre comogran acequia de riego con el dictado de Canal Imperial, o Jalig essultani. La historia de estos diversos canales marítimos, pertenece más a la descripción del Istmo que a la del Nilo; y sería salirme de mi 1 Ducuil, Mem. orb. VI.
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plan y propósito añadir acerca de ellos nada en este lugar. La navegación del Nilo dista mucho de ser tan fácil y perfecta como exige su vital importancia, y como parece propia de la fama y condiciones del río. Abierto su cauce en terreno deleznable por todo el Bajo y Medio Egipto, el agua bate la concavidad de cada revuelta, y car.come la orilla, arrastrando los materiales que más lejos forman un banco o una isla. Cada año, la crecida cambia la fuerza y dirección.de los remolin.os y altera, poi:; consiguiente, la. posición de los obstáculos, que hacen imposible navegar de noche sin peligro de encallar en ellos las embarcado; nes, y doblan el gasto . de tiempo y de dinero. Nosería' difícil el remedio eficaz y pronto, si en vez de aplicar la prestación personal, o mejor dicho, el trabajo forzoso y gratuito de los aldeanos, a fabricar palacios neciamente ostentosos o a cosechar los cañaverales del Virrey o los Mudires, se utilizase para poner en planta un sistema racional y económico de defensa de las márgenes, que reduciendo el cauce del río a la anchura necesaria para su caudal en las diversas épocas del año, impidiese la sedimentación de los aluviones y. el transporte irregular de los bancos de arena.
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CAPÍTULO QUINTO
En lugar de esto, la Administración egipcia deja que el río invada poco a poco el asiento inismo de las principales ciudades: en Siut, no se pasa ya en carruaje, sino con peligro, en una revuelta junto a la esquina de la primera casa del arrabal; y en Guirga, que en el siglo pasado distaba medio quilómetro de la orilla, ha quedado pintorescamente cortada por medio una linda mezquita, como si fuera un dibujo o modelo de arquitectura, con dolor de los que ven en ella el único resto notable de la Edad Media en aquella ciudad, asomando en el corte varias columnas con capiteles bizantinos, con inscripciones cúficas, en elegantes alminares. · Según se dice •, cuando por rara ocurrencia se reclama sobre esto al Gobierno, contesta serle más costosa la obra necesaria que la eventual reconstrucción de la ciudad entera en otro sitio; y lleva razón, porque el precio de las obras saldría de los.fondos públicos, mientras la reconstrucción de las casas queda de cuenta exclusiva de los propietarios. También en Egipto ha penetrado el afán de los ferrocarriles, siendo el primero de aquel país y en el mundo oriental, el que une desde 18o9 Alejandría con el Cairo y con Suez. Es curiosa la historia de la perseve1 Malézieux, Ann. desponts et. cha11., 1851, t. I, pág. 174.
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rante lucha sostenida por el comercio inglés con los Virreyes para obtener una mejora en las comunicaciones terrestres desde el Mar Rojo hacia el Mediterráneo. El receloso Mehemet-Alí, no obstante su decidida afición a los adelantos materiales, temió siempre que la ingerencia de las empresas europeas habría de producirle conflictos, y se negó obstinadamente a oir nada relativo a ferrocarril ni canal marítímo. Sin embargo, algo se ganó en la facilidad de las comunicaciones con un servicio terrestre especial entre Suez y el Cairo. Este se enlazaba con los vapores que navegan de Alejandría a el Cairo y dependía de la misma Administración. Hay 133 quilómetros desde el Cairo a Suez, que los coches recorrían en diez y seis horas. Había 14 relevos intermedios, de los cuales tres eran estaciones donde los viaje· ros se detenían para comer. Cada coche te· nía sólo un departamento, la distinción de l.ª y 2.ª era nominal, pagaban 150 francos como 2.ª los criados, reunidos en ciertos coches , mientras que los de más viajeros pagaban 1. a, o sea 225 francos . Todo los equipajes iban en camellos. Explica la elevación de precios el estar la Administración obligada al envío a lomo de provisiones y forrajes a las estaciones y perecer en el servicio mu·
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CAPÍTULO QUINTO
chos caballos del país, por no ser apropiados para ello y finalmente, por ser los gastos enormes para solo dos viajes mensuales que enlazaban con las mulas de Bombay y Calcuta. La misma Administración admitía viajeros en burro, camello o dromedario, empleando dos o tres días en el viaje y oscilando el precio de 90 a 150 francos 1 • Al fin se obtuvo que ese pequeño trozo de carretera, abierta sin firme en pleno desierto, se convirtiera en un ferrocarril que llevase las personas y los efectos a embarcar en el Nilo; y, por último, Mohamed-Gaid, no 9bstante su decidida predilección por el canal marítimo, permitió que se hiciera el ferrocarril completo de Alejandría al Cairo y Suez. Después de este ferrocarril, se han hecho en el Delta y el Istmo varios, hasta pasar de 800 quilómetros; y más tarde cuando se quiso echar mano del mismo procedimiento para evitar los inconvenientes dela ría navegable, en vez de otros remedios se emprendió un ferrocarril desde el Cairo a A;uan por la orilla izquierda. La línea debía tener835 quilómetros de longitud 2, pero con muy buen acuerdo se ha suspendido al llegar a Minia, á los 212 quiló-
I.,
1 Malézieux, Notes stw les trava1tx publics d'Egiple. (Ann. des ponts et cha1t., 1851, t. 2 Laverney, Gnide geu. d'Eg., IE69, pág. 28.
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metros, y antes de tocar en ninguna dificultad de ejecución, porque no ha tardado en, aparecer lo inútil de ese medio dispendioso, de transporte en competencia con la mansa. corriente, cuyo uso nada cuesta, por más que obligue a andar más despacio.. La parte provechosa de la línea citada son los 80 . quilómetros primeros, que terminan en Uasta, y sirven de tronco a la línea se:' cundari~ del Fayum, de i;tnos 30 quilóme; tras , especie única de líneas férreas que con, vendrá en todo caso realizar en Egipto, para poner en contacto con el Nilo los centros de pobl_a ción más r etirados . El pensamiento del Virrey era llevar lo~carriles no sólo a Asuan, sino hasta J artum, a donde había llegado el telégrafo eléctrico,, debi.e ndo ser por la Nubia de alguna más uti, lidad que por el Egipto. La razón es obvia), si se a tiende.a que por la vuelta inmensa que hace el Nilo y por las repetidas cataratas que en su ca uce estorban el paso, el comercio de la Etiopía se hace, desde los tiempos de Heródoto; por q1.ravanas que abandonan el Nil~, en Jartum o en .Abu-Hamed, y cruzan e~ línea recta el desierto hasta Corosko ·o hasta Asuan, según que la altura del agua permita_.. o no pasar la catarata de File con,Ias embar; caciones.
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CAPÍTULO QUINTO
En ciento ochenta millones de pesetas se ,calcula el coste del ferrocarril nubiense, ,,cuya longitud no bajaría delmil quilómetros, :según me informó Nubar Baxá, y como la explotación no produciría lo bastante para sostenerlo, el Jedive actual volvió su atención a ,las mejoras del río, imitando a alguno de sus .antecesores, que había pensado en lo mismo. Pero·desgraciadamente el proyecto de ferro·c arril vuelve a estar de moda, y están levantando planos unos ingenieros ingleses con-tratados por el Virrey. Las reformas del río deben empezar por la rectificación de la primera catarata. Estaco.mún barrera del Nilo y del Egipto procede de una cadena granítica que atraviesa oblí,c uamente el cauce, y deja escapar las aguas -entre un laberinto de peñascos sembrados -en la extensión de doce quilómetros, desde la isla de Gaba, al lado de File, hasta la de Elefantina, frente a Asuan. · El desnivel, de unos cuatro metros en bajas aguas, está acumulado en el espacio de -cuatro quilómetros que media entre los dos :senos formados por la primera de las citadas islas y la de Sehail, hacia el medio de la cadena de escollos. Hoy se navega por el tortuo;so, ·pero más practicable, canal de la derecha -cuando las aguas no están muy bajas, yendo
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a la v ela en tiempo de crecida y a la sirga •· de. pués, arriesgada faena puesta a cargo de·:. una tribu negra, domiciliada en el desierto, de la orilla, cuya destreza y arrojo cele- , bró Séneca el viejo 1 y repiten todos los viajeros. El plan del Jedive, según le oí explicarse, era facilitar el paso por medio de una esclu- , sa, pero conceptuó muy preferible el proyecto estudiado en 1850 por Mongel-Bey, que , consiste en desembarazar el canal opuesto, o sea el de la orilla izquierda, cuya dirección , es casi rectilínea, y donde la voladura de . unos escollos al O. de la isla de Sehail y de ,. una línea de peñascos a lo largo de la de Gaba, dejaría un canal de 20 m etros de an- .. chura constante, practicable para los barcos,, de vapor, y que -los demás podrían subir con , ayuda de cabres tantes. Evitaríanse de este modo los trasbordos necesarios cuando los: génei-os bajan embarca dos desde Corosko, y las desgracias que de ve z en cuando ocurren a los que se aventuran en la espumosa co- · rriente; y en cuanto a los viajeros sentimentales de oficio, a quienes de seguro parecerá · prosáico viajar con menos peligro del marca- , do en los Manuales,: siempre les quedará in- · tacto el canal de la de.techa; doade podrán¡ Quaest. nat. IV, 2.
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,cosechar a su sabor las emociones de la ba.ada y del inhumano trabajo de la subida. , Igual remedio podría y debería ser aplica-do a la rectificación de las seis cataratas mayores, que con otras menos importantes, estorban la navegación hasta Jartum; pero el rodeo del Nilo por la Nubia es tan grande y ,tan violentas y frecuentes las sinuosidades del lecho, que en muchas ocasiones el co· mercio preferirá la vía recta del Desierto. Hace muchos años se habló de un canal de tramo divisorio entre los extremos ya nombrado de ese circuíto, y cuya longitud sería de 346 quilómetros, alimentado por algunos manantiales y por el agua del Nilo, elevada -de tramo en tramo hasta 44 metros de altura -c on máquinas de vapor, que sumarían más -de 1000 caballos de fuerza 1 • Pero si la ma· yor altura del canal no había de exceder de la indicada, tengo por preferible intentar una total rectificación del río o varias cortaduras parciales que salven las muy notables vuel· tas. Algún recelo causará, tanto en naturales como en extranjeros, todo plan de cortadura del río o de nivelación de cataratas, te· miendo que cualquier modificación de esta clase produzca una invasión de agua perju1 Malezieux, l. c., p. 181. ·
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dicial á Egipto, porque consideran las cataratas y los demás ohstáculos como una defensa y un regulador para las periódicas inundaciones; pero ese temor es infundado por cuanto las mejoras del cauce no pueden hacer otra cosa que anticipar las fechas de la llegada ó del término de la crecida en cada punto sin alterar su volumen o altura sino en la cantidad que deje de evaporarse por causa del menor trayecto, La exactitud de esta opinión está confirmada por: la experiencia: Mehemet-Alí hizo explanar las caídas"más violentas de la segunda catarata en V adit Ha ya • por el costado de Oriente, sin que hasta ahora se hayan notado efectos nocivos en la marcha de la inundación. Además, nada impediría hacer del brazo viejo del Nilo un nuevo lago Mari que almacenase cierto volumen de agua para de• iarlo escapar poco á poco. Esta u otra salida reclama sin tardanza el comercio que acude a Jartum, ya desde los países del Ecuador de paso para Egipto, ya desde las tierras de Occidente en busca del inmediato puerto de Suaquin o del más concurrido de Masana, donde las caravanas de camellos del Darfur y del Sennaar encuentran los convoyes de Abisinia, compuestos 2 E ncicl. metrop. XXII, 563.
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de mulas, bueyes y aun hombres de carga. También van a Jartum, en vez de dirigirse rectamente a Dongola, según su costumbre, algunas caravanas del Cordofan para el Norte, y distando Suaquin menos de 400 quilómetros de Berber, donde es el Nilo navegable, se ha hablado de hacer un ferrocanil desde o.icho puerto al punto indicado, con lo cual una vastísima extensión del Africa interior, medto desconocida, vendría a ponerse en contacto con el comercio de Europa 1 beneficiándose de la reciente apertura del canal marítimo de Su!=z. No debe caber duda acerca del éxito de esta empresa a quien conozca algún tanto la actividad mercantil del Africa y la disposición así de los árabes como de gran número de naciones negras para los negocios; y en prueba de ello, baste decir que a bordo del Bangalore vino conmigo un francés, que bajo 18:S más modernas apariencias había fletado un bergantín, cuyo cargamento colocó muyventajosamente en las costas del Mar Rojo, mientras la gente oficial se entretenía en las vistosas fiestas de la inauguración que él aprovechaba. La salida por Suaquin es la preferida por Sir Samuel Baker en sus planes de civilización del Africa, los cuales por estar fundados en la organización del comercio del Alto Nilo y apoyados
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por la fu erza pública y material del Egipto, tienen que ocupa r precisamente un lugar en estas páginas.
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La colonización del Alto Nilo. Al Sur de los interminables pantanos de las llanuras del Gazal hasta Gondocoro, la cuenca del Nilo cambia de aspecto y condiciones; el clima es te mplado, la te mp eratura poco variada en todo el año, y el terreno se va haciendo doblado y hasta montañoso, desde las v erdes campiñas de Madí hasta los profundos y fertilísimos valles del Uni amuesí, donde salen al descubierto las grandes masas de una formación estrato cristali· na, núnca trastornadas ni sumergidas, que constituyen la osamen~a geológica de esta curiosa región de los lagos. Las razas que allí pueblan son, en su mayor parte, de color claro; por su conformación y sus lenguas pa recen provenir del tipo abisinio; tien en costumbres sedentarias, y se dedican en gran escala a la agricultura, a la ganadería y a la caza o pesca, sin desconocer las artes mecánicas ; pues saben la brar el hierro, metal consideCLIV
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CAPITULO QUINTO
rado con justo título en Europa como muy principal entre los elementos materiales de la civilización. La de estos países debió ser más adelan· tada que ahora hace doscientos años, cuando componían los Estados poderosos de Quitara, o de los Vahumas y de Uniamuesí; p ero las guerras civiles de sucesión y las mutuas incursiones a caza de esclavos han ido minando su fuerza, reduciendo la pobla· eión y sumiéndola en la barbarie y el despotismo más absurdo e increíble. Justo apreciador de las excelentes condi· ciones de estos naturales, el Sr. Baker pro· clamó, desde la vuelta de su viaje, !a conve· niencia de someter a un Gobierno fuerte y r egular las tierras y las tribus devoradas con estúpido desenfreno por reyezuelos tan feroce como cobardes, hiriendo al mismo tiempo en . u corazón la trata de esclavos. Aplaudió Inglaterra el proyecto por lo to· cante a lo sentimientos humanitarios de que hace justa gala; el Jedive encontró en ello manera de extender su mal comprimido feudo sin entrar en contienda con el Gran Señor, favoreciendo al mismo tiempo sus aficiones comerciales; y resultado de todo fué, que al visitar en 1868 el Príncipe de Gales la Corte del Egipto, quedó convenido el fon·
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do del plan de Baker y encargado c:;te mismo de realizarlo. Para ello tomó servicio a fines de 1869 a las órdenes del Virrey, con el título de Bey, (convertido después en el de Dajá) por tiempo de -cuatro ar'ios, y por entonces asistió a la conferencia que en el Congreso comercial del Cairo, tuvimos varios delegados de Europa, y de orden del Príncipe nos dió cuenta de sus preparativos y de sus propósitos. Los poderes conferidos a Baker tuvieron mucha analogía con los que llevó de España Cristóbal Colón, y no podía ser menos en una empresa lanzada a lo imprevisto. A sus órdenes fué una división de mil infantes, con algunos caballos y diez piezas de mon,taña, siendo todos los soldados árabes y nubios,. habiendo procurado disminuir todo lo posible el personal de europeos, reducido a diez, inclusa la inseparable esposa del jefe, la cual atendidas las ideas del Oriente, había de contribuir con su presencia a levantar al jefe inglés en la estima del vulgo, inca-paz de comprender cómo im hombre res pe table puede carecer de compañera. Cincuenta buques de vela y diez de vapor _ condujeron la expedición Nilo arriba; e iban desmontados, para armarse ·y ser botados al ·agua en los lagos, tres vapores de acero de
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50, 100 y 250 toneladas, cuyas piezas vi desembarcada a 01illas de la catarata primera~ en disposición de continuar a lomo el viaje hasta Berber o Jartum . Completaron los preparativos una partida considerable de géneros de Manchester, v buena provisión de simiente. . Con estos elementos, el Sr. Baker se propone establecer dos depósito militares y comerciales, uno a poca distancia de Gondocoro, donde el _Jilo deja de ser .fácilmente navegable; y otro cerca del árbol de :i1ianít donde concluye la línea de cataratas, uniéndo ambos puntos con una buena carretera. Otro centro ha fundado ya a estas fechas antes de Gondocoro, por debajo de la confluencia del Sobat, que ha denominado Tcufikía, en honor del primogénito de Ismail Bajá. Con estos puntos de apoyo, y pequeños puestos fortificados a h-es jornadas unos de otros, quedará asegurada la libertad de comunicación y sometido el país a la voluntad del nuevo Gobernador, cuyas operaciones darán inmediatamente principio. Estas han de empezar por proveer a la subsistencia de su gente, que durante el primer año habrá de surtirse de Jartum, preparando entretanto cosechaspropias en las nuevas tierras con las simientes acopiadas, y adquiriendo ganados, porque
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no hay que esperar subsidios permanentes de países tan desorganizados, donde no siempre querrán vender, y a quienes el nuevo Bajá no quiere despojar, dado que tengan algo. A ese fin se incluyó en el bagaje del pequeño ejército el necesario número de instrumentos agrícolas, con los cuales los sold:idos labradores, y de los más fuertes de Egipto, harán producir las tierras de sus campamentos, y con notable ventaja y descanso, porque aquel clima no exige las faenas del riego artificial. En seguida se lanzará con sus vapores en -el seno de los lagos imperfectamente conocidos , y poniéndose en relación con los jefes indígenas, entrará en tratos para que reconozcan la soberanía del Virrey de Egipto, conservando sobre sus actuales súbditos la autoridad debida, en cuanto no se oponga a 1a humanidad y a un moral s entido. Entonces dará principio a las transacciones comerciales, cambiando los géneros europeos 31or marfil y otros objetos, y exigirá de cada cacique un moderado tributo en trigo o en :1lgoclón, cuyas simientes también lleva para dir. elas, con lo cual se verán obligados a -conservar la vida de sus súbditos con más .afán que ahora y a hacer fructificar los mal
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aprovechados campos, y a sanear con el cultivo del arroz las llanuras encharcadas y enfermizas por pura desidia, siendo el aumento de valor de los hombres libres un golpe indirecto, pero rudo, para la trata de esclavos. Este nobilísimo y superior objeto, la supresión del comercio negrero, lo ha conseguido ya por la línea del ilo el Sr. Baker 1 según anuncia en carta del 6 de Diciembre último, fechada en Teufikía 1, punto donde la guarnición egipcia intercepta el paso de la odiosa mercancía, para toda la superficie batida por los negreros de Jartum. En las cercanías de esta ciudad se habrá de fundar una colonia de los negros sin amo conocido, semejante al Estado de Liberia en el Africa occidental, con objeto de evitar los grandes abusos originados, basta ahora, por la permanencia entre los negros. de condición servil, de aquellos otros que quedan como perdidos, a la manera de supuestos emancipados.de las Antillas. ¿Conseguirá Baker su humanitario objeto? Desde luego puede decirse que no es fácil, pero no por eso ha de darse por imposible. Después de la guerra de Crimea, las poten1
Tlze Times, 20 Marzo 1871.
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cias signatarias del tratado de 1856, ex1g1e ron de Tm-quía la abolición de la trata, medida aceptada y proclamada en todo el imperio, incluso el Egipto, donde Said-Bajá puso para ello la mejor buena fe . Pero nunca se ve mejor la ridícula impotencia de la más robusta tiranía, que cuando se le ocurre hacer el bien contra la corriente de los sentimientos y de las creencias de la nación que tan fácilmente oprime. Un pueblo musulmán no puede exi tir sin esclavitud, institución íntimamente naturalizada en el Alcorán y base importante ele la fa milia, y así es que mientras el jefe del Estado dicta disposiciones abolicionista , lo Prefectos de la provincias, Valíes, Bajáes o Mamures, no las promulgan sino por fórmula, o para subir la tarifa del soborno, cuando no es para hacer por su propia cuenta y con la fuerza pública una provechosa algarada por las comarcas vecinas, como sucedió en Jartum hace ocho ó diez años, según el viajero Lejean 1 • El Sr. Baker da en su citada carta las mayores seguridades acerca de la sinceridad de Ismail-Baja en este particular, Y yo no la pongo en duda; pero en un país donde la Administración ordena cerrar los 0
1 R evue des Deux Mondes, T. 88, pág. 897 (15 Agosto,. 1870). •
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mercados de esclavos, y el Cadí, con el Alcorán en la mano, entrega en poder del comprador el siervo fugitivo, sin averiguar la fecha de su adquisición, es de temer que en cuanto la estación de Teufikía quede regida por un oriental, no se detengan los convoyes de esclavos, sino cuando quiera apropiárselos el comandante del puesto. A pesar de esta ineficacia de ciertas órdenes suyas, que delante de mí ha confesado Ismail, y de lo mal que ahora o más tarde pueda ser secundado Baker-Bajá, no creo, como algunos pesimistas, que su gran empresa sea inútil. Aunque no haga más que introducir el comercio entre los indígenas del Quittára y el Uniamuesí, será lo bastante para dejar preparado el camino de la futura regeneración del país, y entonces podrán predicar con fruto el Evangelio los misioneros católicos que hasta ahora han hecho esfuerzos ineficaces para ganar prosélitos por aquella parte. Fuera de esto, siempre será un gran bien introducir, por imperfecta que sea, la dominación e gipcia, en lugar de la desenfrenada locura del cobarde Kamrasí, que mata a palos o de hambre a los condenados á la última pena, o del grotesco Mtesa, que procura andar como los leones y obliga, con la severidad
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más impía, a ir cubiertos los hombres y desnudas las mujeres. En cuanto se hallen bajo el pabellón turco los nuevos súbditos, no podrán ser esclavizados, como tampoco se consiente que lo sean las tribus convertidas al islamismo, y como los cristianos de Abisinia no toleran la , esclavitud, ni aun de tránsito, en su territorio, dando ejemplo, que debiera abochornar a gentes más civilizadas, se puede asegurar, .;ino la terminación, al menos la disminución constante del infame tráfico. Mas suponiendo lo peor. y que nada de esto s·= verifique , sólo la proyectada n avegación el los lagos será un bien inapreciabl e. Si cuando estén armados los vapores de acero, el Sr. Baker r econoce toda la extensión del Alberto, quizá encuentre fácil pasar al Tanganyica, y de aquí por el Lufira arriba llegue con seguridad y en poco tiempo al país de Cazembe, que se verá enlazado por vía de agua con la remota Europa. Acaso también el Vizconde de Richemont, marino francés que por favor especial acompaña a Baker con objeto de empezar nuevas exploraciones desde los puestos que éste piensa fundar, baje el Babura y pueda comprobar prácticamente la existencia, desde tan antiguo señalada, de la comunicación de
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los lagos con el iger, y termine en el Atlántico la navegación comenzada en las ;-ertientes del Mediterráneo, abriendo anchísimos. horizontes a la r edención del Africa.
III Los medios de transpo11te. D espués de tanto como me h e alargado escribiendo acerca de la navegación del Nilo, no será impropio añadir unos pocos renglon es más sobr e los medios o vehículos de transporte que se usan o se han usado en otro tiempo, de este modo, ya que el cuadrono sea corto, será más completo. Por lo dicho se habrá observado que la locomoción por vapor ha invadido las aguas sagradas de los egipcios, con lástima de cierto vulgo presuntuoso, con satisfacción de los v erdaderos artistas , de los verdaderos poetas, de los verdaderos sabios, y de todos los. comerci antes é industriales. La Compañía marítima egipcia La Azizía,. hace dos veces por semana el viaje de Alejandría a l Cairo, por el canal Mahmudí y el brazo de Roseta, en la forma que antes queda explicada, y una vez al m es, durante las. altas aguas, envía otro vapor hasta Asuan con escala en todos los puntos notables para
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que se puedan visitar los monumentos con más rapidez y economía que fletando barcas. por cuenta propia. La renovación del combustible, después. del Cairo, se hace en Benisuef, Minia, Siut, Guirga, Qena, Esna y Asuan, donde el Virrey tiene depósitos para sus propios vapores, que son los que en mayor número se encuentran en el Alto Egipto, ya conduciendoalg ún funcionario importante por su calidad o su misión presente, ya haciendo los honores a algún viaj ero de distinción, ya remolcando convoyes de barcas cargadas con las. cosechas o las rentas de S. A. Modelo de estos vapores, y no de los más. grand es, es el que me alojó durante mi viaje r en otra parte describo. El carbón, traído de Europa, porque los. criaderos hallados en Egipto son de poca importancia, es sumamente costoso; en compensación de ello el modo de cargarlo es. muy barato, pues se reduce a una requ isa de feldjes que hacen por fuerza y gratis el trabajo de orden de la autoridad local en cuanto. se presenta el Capitán con la orden superior oportuna. Los vapores destinados al uso personal del. Virrey y su séquito (principal.mente el harem) son de gran lujo, de color blanco con
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.adornos dorados por fue>ra: otro vapor tiene .a su disposición el Sr. Mariette, Director del Museo de Bulac e Inspector de Antigüedades ,de todo el Egipto. También hay un barco de este género entre File y Vadi-Halfa , o sea -entre la primera y segunda cataratas; otro -condujo hasta Jartum el jovenMr. Tannyon 1 , y los vapores de Baker van a llevar el invento de Fulton a los últimos confines del Nilo , -continuando la estela trazada por los de las valerosas damas holandesas. Con todo, el vapor no es todavía un medio -completamente regular de comunicación , -como que los correos se sirven por peatones o dromedarios; y el verdadero y genuino vehículo del Nilo, y quien dice del Nilo habla •de Egipto, es la barca de vela . Son estas bar•cas de diversos tamaños y figuras, según su objeto y su provincia, y no tienen nombres menos variados. La más usada en el transporte de géneros es el chenn (portadora), -cuya capacidad varía de 1500 á 4000 y aun a 9000 hectolitros en alg unos casos: navegan sólo en altas aguas y se aventuran a veces en la costa, llevando comunmente dos palos. El maádil (encorvada) y el quiyás (corredora), son variedades más pequeñas de la an1 LEJEAN, en la Revue des De11x-lefondes, t. XXXVIII, l'~g. 764, 1862.
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terior, llam:mdose nccaib (traficadora) el pontoncillo destinado ,í. la conducción de piedra. A estos tipos, y casi con la misma construcción, corresponden los diversos modelos. de barcas de carga que se ven en los monumentos a ntig uos, cuyo más singular ejemplo es el bar is de Heródoto', con truída sin cuatlernas , con tablas puestas a lo llano unas sobre otras y enlazadas con clavijas. como si fuera un aparejo de fábrica de ladrillo. En otras ocasiones descienden el 1 ilo balsas compuestas de dos capas enlazadas ele botas o cántaros atados que van vendiendopor el camino, y a las cuales sin duda alude· Javenal ·, al decir i111belle el inulil e vul.,us P arvul a li ctibus solitum dare vela phaselis E t brcvib .1~ picta c r .!mis incumbere testae.
Más con o..:idas, como peculiares del Nilo,. son las barcas de viajeros denominada propiamente rdhila (viajadora) ó 111.aáx (vivienda), y que por lo común se llaman dahabia (marchadora) en árabe y canch en turco. Las más grandes llevan m ercan cías y personas; pero las de recreo y lujo, que son muchas,. conducen sólo personas y son barcas muy finas y de poco calado, con la quilla cóncava 1 II, 96. 2 Sat. XV , 126-128.
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en la cara inferior para ponerlas fácilmente a flote cuando encallan. Los pormenores de su distribución interior y el uso que de ellas hacen los viajeros europeos, quedan en otra parte f'Xplicados. Ahora conviene sólo recordar cuánto se parecen las dahabías a las barcas de los antiguos egipcios que los monumentos dejan ver esculpidas en sus paredes; y aun puede asegurarse que habían de ser más decoradas y en mayor número que las de hoy, porque entonces como la nación se consideraba independiente y rica, y viviendo sus gentes constantemente sobre las aguas del río, donde hacían frecuentes viajes, traían un activo comercio y celebraban concurridísimas y ruidosas fiestas, se habían de lucir, naturalmente, en las barcas todas las galas y la ostentación de la opulencia. La costumbre de decorar las cámaras con oro y con brillantes colores ha sobrevivido a todas las conquistas como objeto de admiración para Amru, siendo el loto el favorito emblema que se representaba en los techos, en los utensilios, y sobre todo, en la pala del timón de los barcos, o figurando un enchufe del cuerpo de la nave para la proa y la popa excesivamente levantadas. Veíase también en el timón o en la proa el ojo sagrado de·bsiris,
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especie de talismán que hoy olvidados de su primitivo sentido conservan, ciertas embarcaciones de los árabes de Zeyla i y de Ber· berá, y se encuentra repetido en la India, donde las formas de los barcos pequeños se asemejan mucho a los del antiguo Egipto; y hasta en la China, por un lado, y en la isla de Malta por otro, se tropieza algunas veces con el mismo signo. Y tan asociada estaba entre los egipcios la idea del barco a las de locomoción, d e recreo y de lujo, que sus dioses tenían, en lugar de carrozas, barcas sagradas, en cuyo centro, correspondiendo al sitio de la cámara, se levantaba el arca de· dica da a la divinidad, y todo era conducido en andas por doce ó diez y seis sacerdotes en las procesiones y ceremonias del rito religioso. Los botes ó embarcaciones menores son también de muy variadas figuras, y ya sir· ven de chalupas a los buques mayores, como el sandal (robusto), ya se emplea para pescar o para seguir a las dahabías, que, como todo barco árabe, llevan atado á la popa un esquife denominado cá1,ib (aguadero). Los felajes atraviesan el río en frágiles y diminutas canoas, pero en ciertos sitios de más tránsito tienen barcas planas llamadas 1 Burton.; Rev. Brit., 1858. T. V, p. 446.
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madía (pasadora), de donde tomaron nombre nue::itras almadias. Conforme los grandes vasos reciben el título genérico de mérqueb, como propios para ser montados como el caballo o el camello, los botes en general se dicen sajina, porque están labrados con la azuela, a fin de distinguirlos de los compuestos de un simple tejido de cañas o mimbres entrelazados y asegurados con tiras de papiro, que poco usados hoy, mucho lo fueron tiempo atrás, según parece por los monumentos y por los escritor s . Defendían del agua el ligero casco con una . espesa capa de betún asfáltico , y cuando convenía, los tripulantes porteaban a hombros la especie de cesta que les había conducido . Imitación de esto fué la arquita en que a bandonaron a Moisés niño al hilo de la corriente 1 ; y también Isaias cuando se dirige a los egipcios los designan como el pueblo que navega en vasos de papiro; Estrabon pasa a File en esquifes de entretejidas correas llamados pactan', y el crédulo Plinio pretende 3 que con tan .frágiles embarcaciones se aventuraban los egipcios en el mar hasta la Taprobana, confundién1 Ex. II, 3.
:! L. XVII., p. 818.
3 H.N.V1,:!2.
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dolas acaso con las navecillas de tablas cosidas con fibras vegetales, embetunadas con aceite de palma o de pescado y aparejadas con velas hechas de hojas de moel, descritas por el l\fom·isí 1. como destinadas a transportar los p eregrinos entre los puertos de Aidab y Chedda. El viento más constante en el Nilo es el J O. variando al NE., y siempre que pueden lo aprovechan los marineros desplegando dos enormes velas latinas, muy toscamente apare jadas, cuya grande altura, poco tranquilizadora para la estabilidad del casco, reconoce por causa la necesidad de superar el nivel de las orillas, cuando las aguas están bajas, si se ha de aprovechar algo del impulso del aire. La vela cuadrada no se usa ahora más que en el accub; pero en lo antiguo era la única, con dos palos y una verga en los tiempo primitivos, y con dos vergas y un solo p a lo después, como se practica aun en Etiopía . Las más toscas y más antiguas eran de corteza de papiro, pero luego se introdujo grande ostentación en este género, haciéndolas de fina tela, llena di'! ricos bordados, que se exportabade Tiro ', o tiñéndolas de púrpura, 1 Ouat. Mem. II, 166. ~ iJyss tts varia de .Acgypto tex/a est tibi in vel11m 11t Poneretu,, iu malo. Ezech. XXVII , 7. CLIV
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privilegio de los capitanes de escuadra, y por tal concepto desplegadas en la suntuosa ga1era de Marco Antonio y Cleopatra. Cuando el viento cesa, los barqueros se arriman á la orilla, clavan una fuerte estaca y atan la embarcación con una cuerda, cuerda y estaca, que con el mazo y la tabl~ de desembarco, son objetos preferentes que nunca faltan sobre el puente, lo mismo de las aahabías que de los buques de vapor. De ígual modo e conservan sujetas á las márgenes y resguardadas con esteras las grandes barcas, inútiles durante las bajas aguas, o las de recreo mientras carecen de ocupaciún. Acostumbran los orientales a esperar pacientemente una ráfaga favorable para seguir el viaje, sobre todo si es río arriba; iendo al contrario, dejan correr al hilo del agua las barcas grandes, lastrándolas con una piedra pendiente de la popa para fijar la dirección de la quilla, y antiguamente añadían un gran zarzo lanzado por la proa con objeto de aprovechar el impulso del agua en u gran superficie. También en los barcos de recreo suele poner la piedra algún patrón, pero sin otro fin que el de retardar la marcha y cobrar mayor alquiler. Mas los. europeos no consienten dilaciones y cuando no hay
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viento bastante , hacen tirar de sus dahabías a la sirga, u obligan a que conforme a su 'contrato empuñen el remo los marineros, en cuya faena sobresalen los del Nilo . Los remos de los antiguos egipcios eran más bien palas, como ahora son los que se usan en el }'lar Rojo, y los manejaban unas veces tirando y otras e mpujando con ellos: los del día son como los de Europa e n la forma y en la manera de usarlos. En este ejercicio parecen los árabes de Egipto infatigables , como no podría esperarse de hijos per ezosos del Oriente; y los que aguardan días y días que sople la brisa cuando conducen un cargo por su cuenta, no vacilan en r emar sin descanso cuando a ello se han comprometido p.or formal convenio. Entonces disfruta el pasajero de una de las escenas más deleitables de aquellos climas, cuando a la voz del patrón o arraez ar-ráis entonan los marineros la monótona y cadenciosa m elodía con que acompañan y miden el movimiento de los remos. Nunca podré olvidar la travesía que con otros a migos hice para visitar la isla de Elefantina,. enfrente de Asuan. En el silencio de la serena noche ilumin.ada por la más .esplén dente luna llena, acompañado por el rumor confuso y medio apagado de alguna que.otrá
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CAPITULO QU!XTO
distante noria, oíase el golpe uniforme de los remos que azotaban la profunda corriente a la medida puntual señalada por el arraez del bote, el cual con una nota aguda y otra media cantaba un hemistiquio, respondiendo en voz grave y medio apagada los tripulantes con el otro hemistiquio. El sentido, la medida y la prosodia exacta de ese v erso I siempre repetido puede representarse como si se dijera en castellano: Arraez. ¡Oh Diós; oh Diós! ¡Consérvanos los ójos!, Marineros. donde se ve marcada en los cuatro acentos la acción de bajar y levantar dos veces los, remos. Igual ó parecida cantinela, acomodada á los movimientos especiales de cada faena, se oye siempre que muchos brazos han de concurrir simultáneamente á un esfuerzo, sea el de levar un ancla o alzar un fardo, sea el de sacará flote el barco embarrancado. En este último y frecuente caso, se ve la decisión Y el vigor de que son capaces los pobres egipcios, que empujan a compás los bicheros por la proa, o se lanzan desnudos al agua para levantar en hombros el casco varado. Entonces la canción dulce y melancólica de los bogadores se convierte en una sola vocal emi1 ¡Allált, Allál,/ ¡Josállima eloyúnl
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lt ida con agudo tono, más parecido al gemido de un niño que al aliento enérgico de nuestros rudos jornaleros; y es que en nada se retrata mejor el carácter de niños grandes de los felájes, robustos por naturaleza, por inclinación buenos, perezosos por su crónica pobreza, por la opresión desconfiados, y hasta ruines por el mal trato y peor ejemplo. Por eso es poco menos que imposible arrancar una afirmación capaz del menor compromiso a ningún arraez o marinero contratado para un viaje, ya por temor de que los e~ementos burlen sus previsiones, ya -desconfiando de que su respuesta sea un motivo para llevarle en su día ante la justicia local, tan inexorable como poco escrupulosa, ya, en fin, por que crea al inquilino deseoso de hallar un pretexto plausible para suprimir alguna de las propinas de costumbre, alegando un engaño ó falta de formalidad. No hay, pues, que esperar otra r espuesta qae el coránico In-xa-AlLah 1 (si Dios quiere) cuando se pregunta determinadamente si en t l día s e llegará a tal o tal otro punto; y si con más latitud se quiere averiguar cuando e llegará a una estación, o cuantos días se han de tardar en hacer cierto trayecto, contestan con estóica indiferencia y conformidad 1 Corá n. XVIII, 23.
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CAPÍTULO QUINTO
musulmana Allah álem (Dios lo sabe), frase usual que nuestros moriscos aljamiados trasladaban a su mixto lenguaje, diciendo al fin de las disertaciones y controversias «Alah es más sabidor». Hay una singularidad en las voces de mando de las maniobras en los barcos del Nilo, a saber: que en lugar de referirse a los dos costados del buque, lo hacen a las dos orillas del ria; o sea, que en vez de babor y estribor se dice xarquia y ga1'bia u 01,iental y occidental al subir el río, y al contrario, xarquia por estribor y garbia por babor al descender, y eso lo mismo cuando el cauce sigue la dirección del meiidiano que cuando hace una curva o se vuelve en opuesto sentido, porque constantemente se llama xar, quia la orilla arábiga y garbia la líbica. Fuera de estas dos voces, el sistema de las demás propias de la técnica marítima no pertenecen al idioma árabe, sino al italiano, y lo mismo en el Nilo que en el mar, choca sobremanera oír al capitán «vla»J «d la barra» J y demás palabras familiares al oído castellano. Entiéndase, sin embargo, que en pasando a las maniobras de las máquinas de vapor, la terminología es inglesa, viéndose grabadas en el disco de señales, con caracteres árabes, y debajo con los latinos stop.,
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twrn-ahead, stand-by, full-speed, etc. Y hasta de grito nacional car.ecen para expresar· el aplauso en las fiestas oficiales. Cuando a bordo del Faye1,on presenciaba la entrada de Príncipes y Reyes en las aguas de Puerto-Said, al h:twrah de los alemanes y al viva Espafíta de la tripulación de la Berenguela, allí al lado estacionada, oía responder á los egipcios encaramados en las vergas gioJa, gioja, voz tomada acaso en tiempos anteriores a las chusmas de las galeras venecianas. Pareciame entonces la nación egipcia, que no sabía articular su entusiasmo en lengua propia, una nación muerta, que vivía por arte diplomática, se sostenía con pasadas memorias y se alimentaba con cosas prestadas. Pero así como la noble República que debió hacer el préstamo del grito de aclamación, estuvo también muerta por sus propios vicios y la extraña tiranía, y ha renacido, sin embar~ go, por singulares caminos a la vida de la libertad, también pensaba si estaría reservado al Egipto análogo renacimiento, y si aquel gioja repetido en confuso clamoreo no debiera despertar en nuestros corazones, exentos de egoísmo o de interesadas miras, un sentimiento de alegria porque la nación del Nilo iba a convertirse eri la nación del Istmo; porque la raza que aun en tiempos de su ma-_
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yor pujanza procuraba encerrarse en el re-verenciado río, don y emblema del creador Osiris, vencía la preocupación añeja que le hacía evitar el elemento salado, morada de Ayphon destructor. ¡Inxá Alláh!diríamos en árabe, porque esto sucediera; oxalá, más copiando que traduciendo, diríamos en castellano; p ero ¿podrá esto suceder? A tal preg unta r esponderé tan sólo repitiendo el final del último párrafo, Allah-áleni,- Alá es más sabidor. IV
El Congreso Com.ercial .fnte1'nacional del Cairo . Bien habrá reparado el lector benévolo cómo en lo que precede se me ha venido á los puntos de la pluma una y otra vez la mención del Congreso Comercial Interna cional del Cairo, lo cual nada tiene de extraño, ya que esa Asamblea fué la causa ocasional de mi viaje, y por ende de la publicación del libro que ofrezco a la consideración del público. Por no abultarlo demasiado, me h e reducido en las ocasiones dichas a una simple referencia á mi informe sobre e l asunto elevado por mí al Gobierno en 20
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de Febrero de 1870 y publicado en cuaderno que fué repartido a cuantas personas podrían tener interés en conocerlo. P ero al dedicar en esta mi obra un capítulo al Comercio de Egipto y ver que muchas de las conclusiones del Congreso han sido ya objeto de controversia en los Círculos m ercantiles y diplomáticos de Europa, m e ha parecido oportuno r eproducir a continuación el referido informe, que al fin y al cabo labor mía es y a nadie usurpo nada con ello . Excmo. Sr. : Tengo el honor de presentar a V . E. un ejemplar impreso del cuaderno y actas del Congreso Comercial del Cairo, a cuyas sesiones asistí en el m es de Noviembre último como r epr esentante de España designado al efecto por V. E., e invitado especialmente por el Virrey de Egipto. L a lectura de las proposiciones y del extracto de los debates será suficiente para que V. E. comprenda la importancia de los r esultados y la tendencia general d·e las miras del Congreso, dirigidas por lo común a favorecer marcadamente a · los comerciantes europeos, especialmente de las costas del Mediterráneo, exigiendo determinadas concesiones, ya de la Compañía d el Canal, ya del Gobierno egipcio. Bajo dicho concepto especial empezó a marcarse claramente una división en dos
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grupos de los miembros del Congreso aun a,ntes de llegar al puerto d e Alejandría y cuando viajábamos casi todos reunido a bordo del Said. La diversidad de carácter entre alemanes y franceses, primera y aparente causa del desvío, que no obstante lo cortés de las formas y del trato, pudo desde luego notarse, no era más que el pretexto para que naciera por parte de los primeros una prudente, si bien señalada oposición al natural entusia moque en los segundos producía la proximidad del memorable suceso que a todos nos congregaba en aquel amenísirp.o viaje. Creció el e píritu de oposición y desconfianza de los comisionados del Norte despué del desembarco, porque las gentes de Alejandría miran con recelo, fácil de comprender, la nueva obra, y llegó aquella desconfianza hasta el punto de hacer al mismo Jedive algunas insinuaciones poco oportunas, y de proponer en la sesión privada del día 7 por la noche, que antes de proceder a deliberación alguna, se asegurase el Congreso del verdadero estado dé las obras por medio de una vi ita especial de algunos de sus individuos acompañados de Ingenieros, proposición que me ví obligado a combatir enérgicamente, consiguiendo que el
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Congreso la abandonase por inútil y por in- . oportuna ó poco delicada. Y no es de extrañar que en esta y en otras cuestiones se echara de ver antagonismo entre los comerciantes del Océano y los del Mediterráneo, porque es .bien evidente que estos últimos están llamados a recibir del Canal marítimo mayor proporción de-. ventajas, y temen con razón los primeros quedar desequilibrados en las que ahora dis· . frutan; por eso se observó que por lo común formaban en las sesiones el partido de oposición, tanto más importante, cuanto que se encontraban entre ellos personas de la mayor capacidad é instrucción. El acuerdo VIlI tiene en este sentido gran transcendencia. El comercio de Inglaterra con las regiones del Asia se halla establecido ya sobre bases tan regulares, que los buqúes que transitan de unos a otros mares, van casi siempre con carga completa; pero no sucede así con los que salen de los puertos del Mediterráneo, que no cargan sino a la vuelta de un viaje que emprenden en las tre. Para estos buques resultarían las mer· cancías con doble tarifa por el paso del Canal, y es esta ya tan crecida, que no podrían soportar la competencia con los que se dirigen por el Cabo de Buena Esperanza. Por-
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,eso la r esolución VIII hace posible por sí sola el comercio de España, Francia, Italia y Austria con la India, la China y las islas de la Oceanía á través d el Canal. Si la Compañía concesionaria la acepta, como es de esp erar, ha de producir un cambio ventajoso para dichas naciones; y España, que antes que ning una otra celebró con el Sultán de E gipto el 1289 Tratados d e comercio, no ha ,d e ser a hora la última en sacar provecho de esa circunstancia favorable. No tiene menos importancia para España la resolución V que tuve la honra d e propon e r y sustentar en el Congreso, y que encaminada á extender en lo posible los últimos límites d e la libertad comercial, ví con gusto acogida por casi todos los miembros de aqu ella Asamblea, y aceptada h asta por los Delegados holandeses de A msterdam y Rotterdam, quien es aseguraron que el comercio de sus ciudades r espectivas es esencialmente liberal, y desea ver desapar ecer, como yo proponía, todas las trabas que las m etrópolis europeas han puesto a l trá fico de sus co lonias . L a proximidad d e las Islas Filipinas a las posesiones holandesas puede favorecer las operaciones comerciales de nuestras pla.zas del Mediterráneo con aquellos lejanos
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mares, dando nuevos estímulos a los viajes de la marina mercante española a través del Canal que acaba de abrirse y que han surcado ya el Pelayo y la Berenguela; y comomedidas de esta clase, habrán de ser muy provechosas para la mayor frecuentación de la nueva vía marítima, me pareció la ocasión oportuna para fijar en punto tan principal la atención de los Gobiernos de Europa por medio del Congreso de sus Delegados. No tuve igual fortuna en la proposición que constituyó después la disposición XIfI, donde por indicación· del Virrey se borró un párrafo añadido por mí y relativo a la conveniencia de la reforma monetaria, reforma que hubiera sostenido con mayor empeño a haber la discusión tenido lugar después de mi viaje al interior de Egipto. Pero los funcionarios de este país y el Virrey mismo no prestaban interés más que a una sola resolución del Congreso, que es la IV, y que a mi modo de ver es la que decidió al Gobierno egipcio a convocar a los Delegados y a ampliar para ellos la sunluosa invitación que recibió del Oriente la Europa culta en los solemnes días de la unión de los mares. Con dicho acuerdo, el Gobierno del Vi•rrey piensa dar fuerza a los trabajos y pro-
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CAPÍTULO QUINTO
posiciones de la Comisión internacional que acaba de emitir su voto acerca de la refor. ma judicial en Egipto con respecto a los textranjeros. o es este lugar el de discutir e historiar menudamente los abusos sin cuento a que se ha prestado en Egipto la facultad, ucesivamente reconocida a diversas naciones, para hacer juzgar a sus súbitos por medio de los propios Cónsules, extendida después por el uso a introducir su jurisdicción en todo asunto en que interven()'an como demandado uno de sus protegidos. Si la justicia local que, aunque mejor que antes, todavía está bastante mal administrada, no ofrece garantías suficientes al negociante ex.tran· •jero, la justicia consular, repartida en lb Tribunales distintos, y que casi nunca puede fallar sino una parte del negocio que se les somete, da margen a cuotidianos escándalo.·, produciendo con frecuencia la impunidad de los crímenes y la facilidad de las estafas. · Dejan por esta causa de hacerse muchos negocios erios, y e to preocupa profunda· mente á un Gobierno cuyo propó ito más fijo y tenaz es la ampliación de las transacciones mercantiles. Aca o esta•idea conduzca a la transformadón del Bajalato africano en extenso y rico
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Imperio en plazo no muy distante. Las ú1limas exploraciones de los atrevidos ingleses, que han descubierto bajo la línea equinocial los lagos inmensos que dan origen al Nilo, han hecho nacer en Ismail-Bajá la idea de enviar a uno de ellos, Sir Manuel Baker, a tomar posesión en su nombre de las fértiles y pobladas comarcas que se tuvieron en un tiempo por espantoso desierto, siguiendo en esto las huellas del fundador de su dinastía, el famoso Mehemed Alí, que envió una expedición parecida, aunque no tan bien concertada, Nilo arriba hasta Gondokoro a los 5° de latitud. El intrépido viajero que con el título de Bajá ha obtenido el gobierno de la Tierra de la Luna, asistió a la conferencia privada que con S . A. tuvimos el 8 de Noviembre, y nos explicó su plan, consistente en establecer una línea de estaciones militares, a modo de las mansiones romanas, que mantengan expedita y segura la comunicación por el Nilo o sus orillas, según los casos, hasta Jartum, capital de la provincia del Sudán y base de las operaciones. Barcos de vapor, de acero, que conducen desmontados, surcarán las tranquilas aguas denominadas de Victoria y Alberto, descubrirán sus ignorados linderos, recogerá11 -ló's
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variados y ricos productos del país, y sometiéndolos al pabellón egipcio, o si se quiere, al turco, los librarán de la barbarie indecible de sus reyezuelos y caciques, y apartarán de aquellas gentes indefensas las feroces turbas de mercaderes asiáticos, que cosechan allí el surtido de esclavos negros para los mercados de Persiaí del Asia Menor, de la Arabia y del mismo Egipto, aun cuando aquí la trata esté oficialmente prohibida. El cultivo forzoso del algodón y del trigo hará que los Príncipes sean más avaros de la sangr de los vasallos, vil juguete hoy de su loco despotismo, y que valiendo cada hombre mercantilmente más, no tenga cuenta venderlo y sea el interés el móvil más poderoso para introducir en las tribus de la zona tórrida las primeras ideas de civilización y libertad. Si este plan se realiza, el Egipto será en nuestros días, siguiendo su tradición antiquísima, la nación del Nilo, y sus fronteras se irán ensachando como siempre, a medida que avance el conocimiento geográfico del misterioso 'río. Y si las ideas de orden, de justicia y de buena administración adelantan al mismo tiempo cuanto es menester será imposible sostener el lazo ya muy débil que une el Vi-
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reinato egipcio y la metrópoli del decaden te Imperio turco. Pero este lazo no se ha de romper sin una gueITa, no sólo oriental, sino acaso e urop ea; y previendo ese suceso h·iste, pero inevitable, se insiste en el acuerdo II sobre un punto ya de antemano reconocido, cual es la neutralidad del Canal. Y como es difícil mantener esa neutralidad, y es además casi seguro que la Compañía no podrá dirigir la explotación en condiciones ventajosas para los accionistas, se ha empezado a hablar de la adquisición de la obra por los Gobiernos de las naciones interesadas , idea propuesta en un impreso r epartido por la Junta de Comercio de Viena. No cabe discutir ese pensamiento desde d punto de vista económico; pero bajo su aspecto político puede convenir a muchos Estados e impedir que el Canal sea como es hoy, un Canal .francés, ó pueda ser mañana un estrecho turco. Espafia, antes de negarse á tal combina· ción, si llega a proponerse, debe consultar lo que le dicte el interés por sus Islas Filipinas , y no decidir sin tener en cuenta las exigencias de su geografía colonial. Tales son, Excmo . Sr., las observaciones que me parecen de más importancia en la CLJV
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oca ión pre ente y no puedo concluir sin dar testimonio de la delicada y constante atención que he m erecido de los miembros todos del Congreso, y especialmente del Sr. Leon Donnat, su Secretario general y su principal promovedor, conocido ventajosamente ya por los Comisarios espafioles en la Exposición Universal de 1867. También debo hacer mención especial de los favores y ob&equios que he recibido con diversos motivos y ocasiones de Monsefior Baüer, Limosnero de la Emperatriz de lo franceses; de Emin Bey, joven agregado al Gabinete particular del Jedive, y de Víctor Wysa, Agente consular de Espafia en Siut, así como del afectuoso trato que he debido á los Sres. Angosto, Barrera, Millas y Fiol, que representaban a nuestro país en Alejandría y en el Cairo, aun cuando no haya de insistir en ello, porque si el solícito afán que por todos los espafioles demostraron era hijo del placer que en tenerlo experimentaban, creo que la sincera gratitud de nuestros corazones será para ellos mayor galardón que toda la pompa de los elogios que por menores causas están acostumbrados a ganar justamente. Y no debo concluir sin menc10nar la cooperación que me ha prestado en el desempefio de mi encargo el Sr. Molina, que así rió
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al Congreso como delegado de la primera ciudad comercial de España. Madrid 20 de Febrero de 1870.-Eduardo Sanved.1,a - Excelentísimo Sr. Ministro de Fomento.
ACUERDOS I
Sería conveniente, conforme con la d eclaración hecha por el Gobierno actual de Egipto, que la mercancía que pase por el Canal quede para siempre libre d e todo derecho de tránsito ú otro impuesto análogo. II También sería de desear que todas las Potencia reconocieran como un hecho univer sal la neutralidad del Canal. III E igualmente del mayor interés que ser forme el derecho marítimo en tiempo de guerra (cuya existencia hay que deplorar todavía), y que todas las Potencias reconozcan la inviolabilidad de la propiedad privada en el mar, bajo cualquier pabellón (exceptuando el contrabando de guerra), y que proclamen al mismo tiempo que el bloqueo debe limitarse a las plazas fortificadas.
CAPÍTULO QUl:-;'TO
IV El desarrollo del comercio internacional y egipcio, a consecuencia de la apertura del Canal de Suez, exige que el derecho y los usos comerciales que actualmente existen en Egipto, se e tablezcan sobre bases nuevas y sólida . El Congreso pide principalmente estas modificaciones con objeto de que las Sociedades de Comercio, de Industria y de Crédito puedan fundarse y desarrollarse libremente, y tiene la confianza de que los tril· bajo de la Comisión internacional, bajo cuyos auspicios se encuentra esta importante cuestión, obtendrán muy pronto fayorable resultado.
V Debiendo el comercio de Europa, con las colonias orientales, entrar por una parte im· portante en el tránsito del Istmo de Suez, sería de desear que diversas Potencia re· nunciaran definitivamente a los privilegios que todavía mantienen en su régimen co· lonial. VI La unidad de aforo para los buques debe tener pronta solución en interés del comer-
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cío. :i\lientras ésta se obtiene, se recomienda el empleo de la tabla de reducción adoptada por la oficina francesa «Veritas». e recomienda igualmente, como medida universal, la deducción en el aforo total de buques de vapor o mixtos, del e. pacio ocupado por la máquina y carboneras. VII Considerando el Congreso que la primera condición del desarrollo de la navegación por el Canal, es la reducción del precio del combustible, recomienda por interés general que los buques cargados exclusivamente de carbón se hallen exentos de todo derecho de arqueo. VIII Recomienda además que lo buques que lleguen en lastre a cualquier punto del Canal, o los que pasen en igual forma para atravesarlo de nuevo con cargamento, no sean sometidos más que una vez al derecho de arqueo. IX Sería de de ear que a los buques que se dirijan a uno de los puntos del Istmo no se exigiesen sino derechos módicos de puerto,
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CAPITULO QUINTO
pagando lo de arqueo sólo en proporción a lr1 distancia recorrida en el Canal. X Sería también de desear que para favoreC<'r al comercio internacional, el comercio egipcio facilitase la colonización del Istmo, así como la creación de bazares, almacenes, depósitos libres y mercados. XI Importa completar, por medio de nuevos trabajos hechos de común acuerdo por las Potencias más interesadas, los conocimientos hidrográficos sobre el Mar Rojo, publicar un mapa, y también establecer en este Mar nuevos faros, por los cuales deben percibirse impuestos moderados. XII Importa, por consecuencia del gran desenvolvimiento de las vías de comunicación y de comercio, que los Gobiernos faciliten por todos los medios posibles el estudio de las lenguas modernas y de la Geografía comercial. XIII Sería de desear que Egipto adoptara el sistema métrico para sus pesos y medida. .
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XIV Es igualmente de desear que el Gobierno egipc;io haga r edactar Memorias periódicas sobre las fuerzas productivas del país, que podrían comunicarse a los demás Estados en cambio de otras publicaciones análogas. ADICIÓX
El Canal Maritinio de Su ez.
I No obstante haber sido la apertura del canal marítimo de Suez, la ocasión que deter· minó principalmente la composición de este libro, razones de deferencia hacia un Ingeniero ilustre, afectuoso compañero de viaje, me movieron a dejarle íntegra una materia sobre la cual tenía hechos estudios muy de tenidos que habían de ser objeto de una publicación especial. Circunstancias de índole muy diversa estorbaron, sin embargo, que propósito tan plausible llegara a la realidad, y ahora, al poner de nuevo mano en mitrabajo, parecería cosa extraña que continuara inhibiéndome de un asunto en cuyas vicisitudes, con el andar del tiempo, he venido a tener cierta intervención personal, y que ha producido los cambios más sorprendentes en
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el ctu-so de las transacciones comerciales y políticas del mundo. Avanzadas del Océano Indico preparadas por la Iaturaleza para favorecer la inmemorial actividad del tráfico con el extremo Oriente , parecen los dos golfo. que ciñen la península Arábiga, prolongado el uno por el ancho cauce del Tigris hasta lo interior de las fértiles tierra de la l\Iesopotamia, buscando el otro la proximidad del Nilo, como si aspirase a ganar una salida al Mediterráneo en su compafüa. A satisfacer de uno y otro modo esta tendencia, se han dirigido sin cesar los e fuerzos de los que en todas las edades han sido dueños de Egipto. Forma el Istmo una vasta planicie de 170 quilómetros de mar a mar, suavemente ondulada por cuatro depre iones principales. Surca la primera, contando de Norte a Sur, el antiguo lecho de la rama pelusíaca del Nilo, antes caudalosa :r navegable, hoy totalmente obstruída por las arenas del Desierto; sigue la del Lago Bálah, luego la de~ Tímsah y por último la grande Hoya de los L a· gos Amargos. Puesto el problema en los términos arriba indicados, dos soluciones se presentaban para escoger el punto de arranque de la derivación del Nilo; en Pelusio o en Bubasti. La
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primera, equivalía a poner la boca del canal en la costa del Mediterráneo, con economía de desarrollo de la línea; pero la alejaba mucho d e los cenh-os políticos de la n ación y r equería obras considerables en el paso de las lbmas divisorias entre cuenca y cu enca. En cambio, la otra solución, aunque a costa de mayor rodeo, traía la cabeza del canal al centro de la provincia oriental del Bajo Egipto y podía aprovechar la profunda cortadura que con el nombre de Ti erra de Gesén, hoy Uadi Tumilat, o Valle de los Lodos, a traviesa la Cordillera Arábiga y permite que lleguen alguna vez, en años de avenidas extraordinarias, las aguas del río a los lagos d el Istmo. Con tales antecedentes la e lección no era dudosa, y al decir de H eródoto, S eti I, en el siglo x1v antes de nuestra Era. fué el primero en acom eter la empresa, continuada luego por su hijo Ramses II, conforme consta por los monumentos del tiempo, sin que ni estos ni otros faraones que, como Necos en el siglo vn, atendieron a la prosecución o la restauración de tan famosa vía navegable, se atrevieran a llevarla hasta su debido término en la costa eritrea. Procedía este reparo de la opinión vulgar, no del todo descaminada, ele que en las grandes pleamares, el agua
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salada habría de subir por el nuevo cauce e inutilizar la de las ramas más bajas del Nilo para la alimentación y el riego, lo mismo que hoy se ve en la costa mediterránea cuando los estiajes son extraordinarios. De ahí la secular conseja del desnivel entre ambos mares, la cual, de tal manera sugestionó el en• tendimiento del Ingeniero Lepere, de la expedición de Bonaparte, que le hizo encontrar en sus operaciones topográficas una confirmación matemática de la falsa tesis. No se dejó coger por el engaño Darío Hiscaspes, que al abrir el último trayecto del istmo previno el daño, interponiendo junto a la desembocadura una obra de sillería, seguramente una presa con alzas móviies, como levantan hoy presas provisionales los campesinos del litoral opuesto. Durante el imperio de los Lágidas el ca nal, restablecido por Toloneo Filadelfo, vol· vió a prestar servicio, pero ya Cleopah·a no pudo utilizarlo cuando por no caer en manos de Augusto después de la batalla de Accio quiso escapar con su escuadra por el Mar Rojo para refugiarse en la India. La causa de este contratiempo debió ser, a mi juicio, que la rama pelusíaca se iba cegando, y por eso Trajano hizo abrir un nuevo cauce desde la actual situación del Cairo,
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y que se conserva hoy como gran arteria de riego con el nombre de Canal ImpPrial. Los árabes fomentaron a su vez el tránsito marítimo por el Istmo, hasta que lo prohibió en absoluto el califa abbásida Almanzor para la seguridad y mayor satisfacción de las veneradas ciudades de Medina y la Meca, aun cuando entiendo que su verdadero propósíto fué atraer hacia el Golfo Pérsico y el asiento de su corte el comercio de la India, intento reverdecido al cabo de tantos siglos con el empeño d e Alemania, Inglaterra y Turquía en llevar a feliz término la construcción d el ferrocarril de Bagdad. Por igual vino a perjudicar a una y otra vía la nueva del Cabo de Buena Esperanza, que exenta de e mbarazosos transbordos y trayectos de tierra llevó a los puertos d el Océano el movimiento mercantil del extremo Oriente que recogían antes los del Mediterráneo. Era evidente que no se podría restablecer el antiguo estado de cosas sino con el rompimiento del istmo egipcio; a Francia ha cabido la gloria de iniciar, sostener y lle var a cabo tan grandioso pensamiento. Fué Luis xrv el primero en s ugerirlo, Bonaparte lo patrocinó con ardor y en 1833 lo adoptaron como parte integrante de su programa los sansimonianos que habían ido a establecerse
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en Egipto. Entonces tuvo p ·incipio una labor seria, científica y metódica, no inteITumpida hasta el logro definitivo de la empresa. Los elevados propósitos de aquel puñado de jóvenes entusiastas encontraron un obstáculo insuperable en la oposición de l\Iehemet Ali a escuchar nada de proyectos de comunicación entre ambos mare , ni por canal ni por ferrocaITil, persuadido como estaba de las complicaciones de todo género que tal asunto habfa de originar. t o desmayaron por esto los adeptos de aquella famosa ecta, y cuando el anciano Yirrey hubo ido declarado incapaz para gobernar, con iguieron de la Regencia que les con intiera formar una Sociedad para el e tudio del canal, intento que ya había• ensayado in éxito Linant-bey en 18+1. La Sociedad quedó consLituída en París en 18+3; en 18+6 s::- organizaron tres Comisiones de Ingeniero : una france a, otra inglesa y otra alemana que se trasladaron en seguida al terreno; en 1847 el francés Bourda· loue, au;xiliado por algunos Ingenieros indí· genas y protegido por una fuerte escolta de tropa egipcia daba con su nivelación el golpe de gracia al pretendido desnivel de los ma· res y al redactar un informe sobre esta y las -demás nivelaciones que la co1!1probaron,
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Paulina Talabot propuso como solución del problema un canal de tramo divisorio alünentado con agua elevada del río en la punta del Vientre de la Vaca, cuyos dos ramales, con el suficiente número de esclusas, venían a morir, el uno en Suez y el otro en Alejandría. El desarrollo de dicho canal sería de 400 quilómetros, con una anchura en la cara de aguas de 100 metros y una profundidad de ocho . En suma, el modelo de un canal cualquiera de Francia ampliado de escala para poder recibir los buques de la carrera de la India. La solución radical, la única adecuada a la grandeza de la cuestión con el trazado directo de Suez a la costa de Pelusio, prescindiendo de intereses creados en Alejandría o el Cairo, afrontando la creación de un puerto artificial en mar abierta, necesitaba encarnar en un hombre perspicaz y de inquebrantable constancia, y. este hombre fué Fernando de Lesseps. u larga permanencia en Egipto con diversos cargos consulares de de 1829, le había facilitado un conocimiento ingular de los hombres y de las cosas del país, y sus estudios, profundos y detenidos, le llevaron a hacer objeto de constante meditación la inmemorial controversia acerca del tránsito comercial por aquella tierra. Con
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tales antecedentes no podía menos de adherirse a los nobles intentos de la Sociedad fundada por los sansinonianos; pero cuando vió de qué manera los planes de aquel grupo se apartaban d e sus ideas, se desentendió de sus colegas y resolvió trabajar por su cuenta y con sus propios r ecursos. El primer paso oficial en ese nuevo sentido rué una extensa Memoria, escrita en árabe, qne Lesseps hizo llegará manos del Virrey Abbás cuando en 1848 sucedió a su abuelo Meh emet Alí; pero aquel príncipe, siempre hostil a toda novedad, se n egó a escuchar cosa alguna sobre el asunto. Abbás no hacía en este punto más que continuar fa política cautelosa de su abuelo, y Lesseps, que sabía esperar, guardó sus papeles h asta que en 1854 el Virreinato recayó en su antiguo e íntimo a migo Mohámmed Saíd, hijo de Mehemet A li. Entonces corrió a da r en Alejandría un abrazo al simple amigo particular, y poco <lespu és, en Toviembre del mismo año, estaba firmado el Decreto de concesión de un canal marítimo de gran navegación por el istmo, y un canal de navegación, alimenta· ción y riego derivado del Nilo por el Uadi T umilat hasta los extremos de las obras, con la propiedad de todos los terren os que por medio de este canal se pus ieran en cultivo.
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El Virrey se comprometía además :il reclutamiento de los jornaleros necesarios, en los mismos términos que se empleaban para las obras del Estado, quedando a cargo de la Compañía pagarles el jornal, alimentarlos y alojarlos, con más la asistencia gratuita y abono de medio jornal en caso de enfermedad. También ofreció Mohárnmed atender a los primeros gastos, que habían de serle después reembolsados, y se prescribió que los operarios extranjeros no pasarían del quinto del total de los empleados en la obra. La noticia de la concesión cayó como una bomba en los círculos políticos de la Gran Bretaña, donde no supieron ver en ello sino una burda intriga para sobreponer la influencia francesa a la inglesa en los asuntos de Oriente. Nada sirvieron las manifestaciones terminantes hechas en favor del pensamiento por las entidades más competentes, como la Compañía de las Indias, la P eninsular y Oriental de la Navegación, las Cámaras de Comercio de Manchéster y otras importantes ciudades del reino y la voz elocuente del ilustre Gladstone en el Parlamento; la opinión pública, sostenida por los periódicos de mayor circulación, se dejó ir por aquellos tradicionales derroteros, obstinada en estimar el Istmo como antemural del dominio
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inglés en las penínsulas asiáticas. Quedó entonces entablada una lucha titánica entre Fernando de Lesseps, simple particular, sin otras armas que su tesón y su ingenio, y el primer Ministro, Lord Pálmerston, que haciéndose intérprete de aquella opinión, por él mismc, fomentada, puso en juego todos los r ecursos de su influencia política y de su habilidad diplomática para h acer fracasar la e mpresa. E l afectado desdén , la difamación, las injurias, los falsos rumores, la presión sobre el Gobierno turco para que no confirmase la concesión, insinuaciones de posible destitución al Virrey y alguna nota un tanto desabrida al Gobierno francés, a todo se acudía, mientras Saíd y L esseps caminaban juntos con seguro paso al logro de sus intentos. Para ello, el Virrey ordenó a sus Ingenieros Linant y Mougel que redactasen un pro· yecto definitivo que, presentado a una Junta de hombres técnicos de todos los países re· unida en París, fu é aprobado por unanimi· dad a fines de 1855. Representó a España en esa Junta el Ingeniero industrial D. Cipriano Segundo Montesino, futuro Duque de la Victoria y a la sazón Director general de Obras públicas, siendo lo más curioso notar cómo Roberto Stephenson, que con otros insignes ingenieros ingleses había dado una 1 1
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aprobación explícita al proyecto, se retractó años después por servir a Pálmerston y su gente. Aprobados los planos por el Virrey, se procedió a constituir la Compañía, cuyo capital se fijó en 200 millones de francos, divididos en :W0000 acciones, y abierta la suscrición en:> de Noviembre de 1858, el 30 quedaban colocadas en Francia 207000, resultando sobrantes 85000, con las cuales se quedó Mohámmed , además de las 90000 con que había encabeza do la lista. Barcelona fué la ciudad de fuera de Francia donde mayor número de acciones se n egociaron (-W00), a causa del grato r ecu erdo que allí había dejado Lesseps cuando estuvo de Cónsul durante la Regencia de Espartero. En seguida se procedió a instalar los tajos en la parte Norte de la línea, adonde era necesario llevarlo todo, empezando por el agua potable, desde Damieta por el Lago Menzala o desde el Cairo por el camino de las caravanas, y el día 25 de Abril de 1859 Lesseps daba solemnemente la primera azadonada en el sitio del futuro puerto que en honor del insigne Príncipe se había de llamar Puerto Said. Aquella ruidosa ceremonia, celebrada sin que el Gobierno turco hubiera ratificado la concesión, según estaba expresamente estiCLIV
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pulado, era un reto a la diplomacia inglesa, que a muy poca costa obtuvo del Sultán la orden terminante de suspender en ab oluto todos los trabajos. En vez de obedecer, Lesseps acudió a Napoleón III, y por orden uya !os Agentes diplomáticos de Francia en Constantinopla y El Cairo presta ron tan decidido apoyo a una empresa que consideraban ya como nacional, que en 186~ las aguas del Mediterráneo entraban en el Lago Timsaj poco después de haber llegado las del canal de agua dulce y de haber e colocado la primera piedra de la futura capital del Istmo. Tres meses y 84 millones de metros cúbicos de agua salada se emplearon en rransformar la pobre laguna de Timsaj en el hermoso puerto interior del Canal, y un aparato desusado y algo fantástico acompañó el acto de romper el dique. Con la muerte de Mohámmed Said, ocurrida en Enero de 1863, se creyeron los enemigos del Canal tener ocasión propicia para destruir la empresa, aunque pensaron con razón que la campaña no se había de proserruir en Constantinopla ni en Londres, sino en París y en la Cámara misma del Emperador, en cuyas manos había puesto la solución del litigio el nuevo Virrey Ismail, hijo de Ibrahim-Bajá, inclinado siempre á la poli, ...
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,tica francesa. El Jefe del Gabinete egipcio Nubar, armenio cristiano de innegable talen. to, se trasladó a la capital de Francia para manejar la intriga con el apoyo, que habífl abido ganarse del Duque de Morny, Presidente del Cuerpo Legislativo; pero Lesseps, .e nérgicamente sostenido por la influencia p reponderante de la Emperatriz Eugenia y del Príncipe apoleón, desbarató aquellos indignos trabajos y consiguió una Sentenc~a arbitral, basada en elevados principios de Justicia y de Moral pública. Sin hacer el men0r caso de las pueriles dilaciones present adas por la Sublime Puerta para excusar la ~probación de las concesiones, la Comiión nombrada por el Soberano francés para ·estudiar las soluciones se propuso deslindar con toda claridad cuáles eran la cláus ulas de los contratos a que podía haberse -obligado el Virrey y cuáles xcedían .de sus facultades, declarando firmes las primeras, ,nulas las segundas y acreedora la Compañía ,a una indemnización por las grandes mermas de sus recursos y los repetidos entorpf'd m.ientos en sus trabajos. Por aquel arreglo quedó reconocido a la Compañía el derecho de construir y explotar por noventa y nueve a ños el Canal marítimo, con un ai;icho uniforme de 22 metros en el fo_n do_, ocho ffi:etro.s
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de profundidad y los taludes o banquetas que pidieran las circunstancias del terreno; se aseguraba el suministro de agua dulce para tan dilatada línea de obras, y se fijaban las porciones del beneficio líquido que habrían de percibir el Virrey en calidad de Señor territorial y los demás participes del negocio. En cambio se revocaba la concesión en propiedad del Canal de agua dulce y de los terrenos que con ella pudieran regarse y en los cuales soñaba Lesseps fijar los nómadas del Desierto. Otra reforma de mucho mayor alcance y que las circunstancias habían hecho ineludible, fué la supresión del trabajo forzado. En ese modo de reclutar obreros para las grand es obras públicas, usual en el país desde tiempos remotisimos, nada encontró de censurable la prensa inglesa durante los años que lo aprovechó la Empresa del ferrocarril de Alejandría al Cairo; pero cuando se trató d -e aplicarlo a la construcción del canal, lo presentó tan hábilmente aderezado de un cúmulo fantástico de tiranías, vejaciones, malos tratos y sórdidas explotaciones, sin omitir el recuerdo de los ciento veinte mil peones sacrificados por Sesostris con un fin semejante, que la opinión universal se conmovió hondamente y la Comisión imperial
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estimó preferible suprimir de un golpe todo motivo de escándalo y convertir la cláusula correspondiente del contrato en una indemnización especial, que unida a todas las demás, reconoció a la Compañía un crédito de 84 millones de francos, que se obligaba a entregarle el virrey en varios plazos. La sentencia arbitral de Napoleón III, puplicada en 1864 y aceptada por todos los interesados, proporcionó a la Compañía una base firme de que carecía hasta entonces, y la ponía abiertamente bajo el amparo de la nación francesa. Bien es verdad que la insuficiencia de brazos indígenas amenazaba dar al traste con la existencia de la empresa, con gran regocijo de sus enemigos, pero +,esseps, haciendo a mal tiempo buena cara, y sin perder minuto, resolvió confiar al carbón de piedra lo que en trabajo muscular se le escatimaba. Cuatro casas constructoras de grandes obras hidráulicas se encargaron de proseguir y terminar las del canal con sus puertos, empleando nuevos procedimientos de dragado y transporte, y cuando un fracaso ruidoso parecía inminente, brotó nn prodigioso adelanto en el arte de la ingeniería. Desde aquel punto se puede decir que no hubo ya tropiezo para la Compafiía. Al año
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siguiente, en 1865, el octogenario Lord Pal-, merston, su implacable ene mig o, ren_d ía eJ itifüspensable tributo a la Naturaleza; una· arruga del entrecejo de Napoleón III decidió a la Puerta a refrendar el firmán de conce- · sión, y en 1867, un empréstito de 100 millones de francos, levantado por el Consejo ·de Ad-ministración, quedó cubierto en una semana. En Marzo de 1869 el Mediterráneo entregaba á la hoyada de los Lagos Amargos 1600 millones de metros cúbicos de sus aguas para llenarlos, y en Agosto siguiente vinieron las· ' del Mar Rojo a juntarse con ellas, quedando así definitivamente abierto el paso. a los quince a ños de la primera concesión y des' pués de-gastados 400 millones de francos. Nada más brillante, nada más grandioso, nada más c;:onmovedor que la esplendente manifestación de universal aplauso tributada a Lesseps y a su obra el 16 de Noviembre, y cuya descripción no es de este lugar. ., Tan legítimas glorias se vieron muy pres-, to conturbadas por manejos de sórdida codi-• ci:a. Ya no cabía discut.i r la ejecución del Canal; lo que importaba era apoderarse de Sil explotación La insuficiencia de .sus produc-: tos para cubrir en los primeros años las aten-, oiones y compromisos de la Compañía, obligó a su Consejo.a levantar un empréstíto dei
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20 millones de francos, fracasado por intrigas de la Banca de París, que pensó por es<: camino r ecoger casi de balde las valores de los accionistas; pero el inesperado aumento del tráfico desbarató tan inicuos planes. Gol~ pe más rudo y más directo r ecibió la Compañía de Suez de la domiciliada en Marsella con el título de Mensajerías Marítimas, la que unida a otras Compañías Navieras d~ diversos países , logró la r eunión de una Conferencia Internacional para reformar las reglas establecidas en el Canal con aplicación al arqueo de los buques y percibo consiguiente de los derechos de .tránsito, conforme a la concesión. Los delegados de las potencias marítimas representadas no llegaron a entenderse entre sí ni la Compañía concc sionaria, y en 187-l quedó zanjada la cuestión decretando el Gobierno turco la solución que estimó más conveniente. Una división militar fué enviada al Istmo con encargo de po1).er en ejecución lo decr etado, y I,,esseps, después de formulada una enérgica protesta, aceptó de hecho el nuevo procedimiento de arqueo. . Luego, la asombrosa prosperiddad de l,a Compañía, cuyos valores llegaron ac_otizai::s~. a siete veces su valor nominal, estuvo .a p~nto de ser cai;i.sa de _s:1 ruina. A la indigna _hostj.-_ 0
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lidad de Lord Palmerston había sucedido en Inglaterra un movimiento de simpatía que se convirtió en delirante entusiasmo, cuando poco después de la inauguración se presentó Lesseps en las principales ciudades del Reino. La Política, la Nobleza, la Banca, todos los elementos sociales de alguna valía, se apresuraron a tributarle un recibimiento regio y la Prensa le ofreció cortesmente sus excusas por la injusta oposición que le había hecho. Mas todo se deshizo corno el humo cuando el comercio inglés advirtió que, siendo él quien en mayor escala se aprovechaba de la obra, su beneficio sería mayor si la empresa estuviera en sus propias manos. El punto de partida elegido para el ataque, fué la insuficiencia del Canal, por todos reconocida, para dar abasto a las necesidades del tráfico, cuyo pasmoso crecimiento había excedido a toda previsión humana y había salvado la empresa en más de una crisis. Varios arbitrios se propusieron para ob· viar esa dificultad, y entre ellos, mereció la preferencia de los armadores británicos la idea de abrir un segundo canal, que paralelo al primero, habría de conceder el Virrey a una compañía exclusivamente inglesa. Quisieron que su Gobierno apoyara ese plan, ya en calidad de mayor accionista de
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la Compañía Universal, ya utilizando la preponderancia que en los asuntos de Egipto le daban recientes acontecimientos políticos y militares. El eminente Gladstone, entonces Primer Ministro, se negó en redondo a contribuir a tan ruines propósitos, afirmando el derecho de la Compañía al monopolio del tránsito por todo el tiempo de la concesión; p ero Lesseps, pensando que a la menor crisis política podría faltarle el apoyo de aquel grande hombre de Estado, y que no habría de esperarse gran cosa de la diplomacia francesa, resolvió abordar la dificultad de frente y negociar directa y personalmente con sus mismos adversarios. con quienes logró concertar un tratado solemne, modelo de sagaci· dad y prudencia, broche de oro con que cerró la épica historia de su intervención en la grande empresa dela unión de los dos mares. Este singular n,atado de Pa.;:, ajustado entre una Compañía mercantil r econocida como de carácter universal a un conjunto innominado de hombres de negocios más o menos clientes suyos, reposaba sobre tres bases principales, a saber: primera, participación de la clientela en los beneficios del Canal; segunda, intervención de la clientela en la administración del Canal; y tercera,
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mejoras en la navegación del.Canal. La pri-\ mera base se. formuló estableciendo que en; <;uanto el dividendo activo pasara de 90 fram cos por acción (tipo últimamente alcanzado}~ las tarifas del tránsito irían bajando de una manera proporcionada. La segunda condi:· ~ión se r ealizó incorporando al Consejo de; Adrnini.stración ocho Mi~bros ingleses,1 q.parte, de los tres que figuraban en él como; Delegados del Gobierno en su calidad de ac, 1 cionistas. Por último, para concretar la naturaleza1 y la entidad de las obras reclamadas por las: necesidades del tráfito, se convino en sorne-, terse a, lo que r esolviera una Asamblea nu_-· m.erosa compuesta de negociantes, armado-, i::es, Ingenieros y marinos de tpclos los paí-, ses de . E uropa, siendo los , más ingleses y, f¡ranceses. Tras empeñada discusión y gra-, cías a la habilidad de su Presidente, la Jun_,, ta_general de Accionistas aprobó el conver¡.io por escasa mayoría, con lo cual se reunió: por primera vez aquella importante Confe- . i;encia el 16 de Junio de 1884. , El Gobierno español fué invitado a enviar un representante, y los Sre~. D . Juan de An-, tequer,\l y D. Alejandro Pidal, M;inistros. del Marina y de Fomento respectivamente, con- 1 yinien:>n e,n ponrarrpe con -ese qu;-gp, en, vi~·>
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ta de qué yo pertenecía por diversos conceptos a ambos Ministerios y había visitado el Istmo en 1869 en calidad de Director gene! ral de Obras públicas y Comercio. A entram ·: '3os señores, y especialmente al último, ro.e com,iplazco en tributar aquí el testimonio de mi gratitud. - A la vuelta de ciertas Comisiones especia• les enviad.as a Holanda y a Egipto, la Asan1-· 51= reunió de nuevo el 11 ele Febrero de 1885, para dejar ultimadas todas las cuestiones concernientes al Canal, lo mismo en el ramo, de la ingeniería que en el de la marina, y se disolvió dejando c0nstituída una Comisión permanente .que se llamó Comisión Consultiva .Internacional de las Obras, encargada! de velár por el cumplimiento de los acuerdos adoptados y de proponer anualment al (onsejo de Administración el plan de trabajos para el, ejercicio económico siguiente. " Tuve la fortuna de ser designado para for, mar parte de esta Comisión, lo cual me dió; ocasión de hacer visitas casi todos Jos años en la capital de Francia, a sus Bibliotecas y l\foseos, hasta que en 1907, mi estado de total ce, . gu('!ra, acompañado de otros achaques, me obligó áceder el puesto a mi sobrino D. Jea• sús·Grinda1 lngeniero Jefe de Caminos, Ca .nales.y- Puertos•..
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El objetivo principal de nuestras deliberadones, era el modo de abreviar el tránsito del Canal. donde, salvo en el trecho de los , Lagos Amargos, no se permitía navegar de noche, ni a mas de diez quilómetros por hora, ni efectuar cruces en marcha, sino guareciendo y amarrando uno de los dos buques •en cualquiera de los diez apartaderos prepa• dos al efecto a lo largo de la línea. Tantas y tales precauciones conspiraban a un solo fin, .a evitar que cualquier pequeño descuido en la maniobra de un buque lo hiciera encallar en los taludes de las márgenes, interceptando la circulación por muchos días. Ese peligro imponía la necesidad de dar a la solera del Canal un fuerte ensanche, en -consonancia con los aumentos de volumen dados a los barcos en los últimos años, y la Asamblea general votó por unanimidad co· mo solución única del problema, el Canal único, ampliación en gran escala del existente. El plan definitivament e adoptado para la reforma fué dar a la solera un ancho total de '65 metros entre Puerto Said y los Lagos Amargos, y de 75 entre los Lagos Amargos y Suez, con mayores ensanchamient os en los vértices de las curvas. La faja del ensanche .se dividió en dos, una de 15 metros de ancho
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para ser excava da inmediatamente, dando sa tisfacción a las exigencias de la navegación más p erentorias, y otra de 26, que emprendida después de terminada la primera, ha convertido el Istmo en un Estrecho entredos mares y por último, gran número de curvas se han suavizado cargando. el desmonte· más a una que a otra orilla. Respecto de la profundidad, se convino en aumentar hasta ocho metros y medio, y sólo por complacer a los ingleses se incluyó una indicación de la posibilidad de elevarla en lo venidero a nueve metros, no pensando que antes de mucho la Compañía misma habría de adoptar la profundidad normal• de 10 metros, a fin de quelos buques de nueve metros de calado tuvieran siempre medio metro de agua bajo la quilla, quedando otro medio metro en reserva para los aportes eventuales de a r e na entr e monda y monda. Para ha cer frente a tan extenso programa, el Consejo de Administración levantó un empréstito de cien millones de francos, fácilmente cubierto, mientras fuera de ese programa y por su sola iniciativa el Servicio del Tránsito acometía la solución del problema de la navegación nocturna. Repetidos ensayos demostraron que un po-
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deroso foco eléctrico colocado en la proa del -buque y provisto de r efl <'!c- tores :=idecuados, iluminaba la superficie del agua hasta más de un quilómetro con ta l claridad, que se ·veían distintamente las dos filas de boyas que marcaban la vía, y añadido luego un sistema de luces de enfilación, quedó establecido el tránsito durante la noche. Reforma de transcendencia incalculable , pues las cin· cuenta y tres horas que como mínimo tardaba un barco en la travesía quedaron reduci·das a dieciséis. Otros asuntos de menor importancia a primera vista ocuparon entre tanto seriamente la atención de la Compañía, y fué uno de ·ellos la defensa de las márgenes. La onda resaltada que precede á -los cuerpos .flotantes cuando surcan con cierta velocidad un Canal relativamente estrecho, es de tal intensidad en el de Suez, que desmorona Y a rrastra el terreno de las orillas, y como no se puede pensar en guarnccerlas con fábrica, sino en determinados puntos, se ha puesto decidido empeño en consolidarlas con plantaciones. · H a habido que luchar eón lo ingrato del suelo y los rigores del clima; pero hoy una gran extensión d·e la línea se encuentra conolidada y etnbellecida. con diversas· espe-
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cies de vegetales. La cañería de 'conducción de agua dulce de I mailía a Puerto-Said se ha convertido en un hermoso Canal; paralelo a él se colocó un tranvía, hecho hoy ferrocarril del Estado, y en lospuertos, en los diques y en multitud de dependencias, se fian realizado mejoras que sería prolijo enumerar. · En medio de situación tan próspera, vinieron los días aciago de la catástrofe del Panamá, que acabó sucesivamente con la fortuna, la razón y la vida de aquel hombre sin par, a quien la voz pública contemporánea había concedido el dictado de Gran Francés. La Compañía Univenal del' Canal marítimo de Suez, cuyo crédito en nada se había resentido por aquel desastre, acudió solícita a salvar a su egregio fundador de la total ruina proveyéndole de medios decorosos y seguros de subsistencia, y el 17 de Novie mbre de 1899, trigésimo anivers'a rio de la inauguación del Canal, se descubrió en el muelle del Geste, a la entrada de Puerto-Said, la estatua colosal de aquel héroe de la civilización, que con el brazo tendido señala el camino del Mar Rojo a las aguas y a los navegantes del Mediterráneo, al modo como cuentanJos círabes de un gran ídolo de oro, que levantado a la entrada. del puerto de Cádiz ·indicaba
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la ruta del Atlántico a los marinos que desembocaban del Estrecho de Gibraltar 1 • II
La red de ferrocarriles. Con ser tantas y tan trascendentales las reformas emprendidas por la Administración anglo-egipcia en el cauce del Nilo, ninguna ha tenido por objeto conseguir para la navegación aquellas ventajas que quedan apuntadas en el texto de este capítulo. El grave problema de los riegos ha tenido embargada con justa preferencia la atención de los gobernantes; pero sin buscarlo directamente; de ahí ha resultado un beneficio positivo para la navegación. En efecto, ya se ha visto que para convertir el riego periódico y de inundación, en riego perenne, o de derivación, se ha acudido a dos medios, a saber: aumento dei caudal del río, tomando agua del Pantano de Asuán, y elevación del nivel por las presas, de Esna, de Siut, del Delta y de Zífta, y 1 Quien deseare más pormenores acerca de la materia tratada en esta edicion, sobre todo en la parte anecdótica y pintoresca, puede consultar el libro titulado L'Istltme et le canal de Sues. Historique. Etat actuel,por J. Char• les Roux, ancicn deputé. Par!s, 1901; y encontrará la parte técnica magistralmente tratada en la grande obra de Vois in Ben, titulada Le Canal de Sttes.
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como tanto el uno como el otro de estos dos recursos conducen á proporcionar mayor calado para los barcos, es claro que con la portentosa mejora de los riegos se ha conseguido hacer permanente la navegación interior por el río y los grandes canales, sin otras interrupciones que las consiguientes á las épocas de mondas. Aunque manteniendo siempre la preferencia que c.lejú declarada en el texto por el transporte fluvial en países esencialmente agrícolas, debo reconocer razones muy poderosas que abonan el impulso dado á la construcción de ferrocarriles. La increible rapidez con que ha crecido la riqueza del país desde que goza de paz y recta ad mini;_ tración, justifica suficientemente que en la vasta planicie del Bajo Egipto, cuente ya con 1300 quilómetros la red de ferrocarriles del Estado, aparte de los muchos que hay de servicio particular. Respecto del Alto Egipto, insisto en la inoportunidad de los ferrocarriles para un país largo y estrecho, surcado por una gran vía navegable; pero sea por consideraciones políticas, sea simplemente por seguir lamoda, la línea de Asuán ha sido proseguida y terminada hace tiempo. Esta línea arranca del Cairo con doble vía de ancho normal y CLIV
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CAPÍTULO QUlNTO
va por la orilla occidental del Nilo, cuya corriente cruza por un magnífico puente de hierro, algo más allá de la estación de Nag Hamadí, sita en el quilómetro 557, siguíendo luego por la otra orilla hasta Alucsor, en el quilómetro 674. En los 209 quilómetros que restan hasta Asuán, siendo el terreno muy quebrado, corrtinua la línea con vía estrecha. De las cercanías de Siud parte el ferrocarril del Gran Oasis, Oasis Exterior ó Uah El-járiga, ruta que ya he dicho ser la preferida por una gran parte del comercio del Sudán, y en algunos puntos de la línea principal hay unas desviaciones de pocos quilómetros que cierran un circuito sobre ella misma y se llaman ferrocarriles auxiliares. Mas no quiero abandonar el asunto que me está ocupando sin hacer ver que el per· feccionamiento de los riegos ha influido taro· bién en el progreso de los ferrocarriles, por que las explanadas de los diques, los amplios cajeros de las grandes acequias y las arcadas de los bocales de toma de agua, proporcionan fácil y económico asiento para las hileras de los rieles y hoy circulan los trenes por donde antes las recuas de asnos y camellos. Y, por último, la comunicación que el Canal de agua dulce tiene en Ismailía con el Lago Timsaj, y por su medio con el Canal maríti-
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mo, permite imaginar la posibilidad de pasar sin trasbordo de cualquier punto de la vasta cuenca del Nilo á un puerto del Mediterráneo ó de los Océanos . Fuera del Egipto,, propiamente dicho, los ferrocarriles son, no ya útiles, sino indispensables para tener sujetas las provincias de la Nubia y del Sudán. En ese cencepto se ha construido la línea de V_a di Halfa, ó sea de la segunda catarata a Quermo, en la gran vuelta del Nilo de 270 quilómetros y que no obstante llamarse Ferrocarril Militar, presta toda clase de servicios al público. Otro ferrocarril, de 925 quilómetros va desde el mismo punto de arranque a Jartum y está destinado á servir de tronco general de las comunicaciones del. Africa interior, donde nuevos caminos de hierro llevan ya desde diversos puntos de la costa á los Lagos, al Sobat y á otros parajes 1 .
III El desast1'e en el Alto Nilo. La terrible insurrección sudanesa de que dejo hecho m ~rito en las adiciones al Capítulo II, dió al traste con el hermoso plan que l Véase el indicador titulado Cltemins de Fer del'Etat, Peti:t Horaire de Poche, Servicio d' Eté del l. 0 de Mai ª"· 31 Octubre 1911; y la excelente guía titulada Egypte, Manuel d14 voynguer par Karl de B mdeker, Lelpz!g, 1908.
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se babia encargado Baker de realizar en el Alto ilo. En 1873, poco después de escritas las cuartillas que anteceden en el texto, aquel hombre intrépido se retiró definitivamente a Europa y hlé reemplazado por el Coronel inglés Carlos Jorje Gordón, que había servido como General en el ejército chino. El nuevo Gobernador general del Sudán egipcio, con título de Bajá, prosiguió con ahinco la obra civilizadora de su antecesor, reprimió el comercio de esclavos, estableció una línea regular de vapores por el Nilo Superior, tomó posesión de Darfur en 1875 y tuvo el tinv singular de escoger para Teniente suyo al hombre de más relevantes dotes para el caso. Era éste el alemán austriaco Eduardo Schnitzer, médico del ejército egipcio, qu'e en 1878 recibió el mando de la región de los Lago con título de Bey y adoptando el nombre de Emín, más asequible á los oídos indígenas. Emín Bey visitó y estudió hasta los últimos rincones del extenso territorio sometido a su jurisdicción, introdujo en él la cría de ganados, elemento indispensable de colonicación en tierras ecuatoriales, y redujo todos los tribatos a unos puñados de maíz por per-
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sona, con lo cual, tuvo bastante para cubrir con exceso su Presupuesto. Después de la insurrección del Mabdi, los esfuerzos del Gobierno del Cairo para socorrer a estos jefes, fueron inútiles y Gordón pere ió asesinado en 1885 en Jartum, donde Inglaterra le ha erigido una estatua. Entre tanto, Emín Bey había ido despidiendo sus soldados egipcios reemplazándolos por otros indígenas adictos a su persona, y con ellos repelió dos ataques de los r ebeldes sudaneses. La prolongada falta de noticias d e Emín produjo gran inquietud en todas partes y en 1887 la Sociedad de Geografía de Escocia, c on fondos aportados por el Gobierno egip cio y varios capitalistas ingleses, organizó una expedición que fuera en su busca a carg o d el célebre Stánley. El conocido explorador tomó la vía d 1 Congo y en 1888 encontró a Emín, ya enton ces Bajá, en la orilla occidental del Lago V ictoria, ejercitando tranquilamente a su s oldados en el cultivo del algodón. El impávido alemán se n egó obstinadamente a abandonar su pequeño reino, pero al fin Stánley logró sacarlo de allí en 1889, devolviéndolo a Europa donde escribió muc has e interesa ntes Memorias.
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CAPÍTULO QliINTO
Todos los demás acontecimientos posteriores a esta última fecha quedan ya reseñados en su lugar correspondiente.
CAPÍTULO VI LOS l\10NUMENTOS DEL NILO
I
Los monumentos faraónicos. un escritor francés I que el valle del Nilo es el museo más maravilloso, del mundo pues desde el mar hasta las cataratas, aquella antigua tierra está llena de ruinas sorprendentes. ¿Cómo, pues, no hablar de ellas cuando su fama es la mitad de la fama del Egipto, y su historia es la mitad de la historia del Nilo? ,\fas por otra parte, hacer un nuevo catálogo después de los muchos con que a modo de espectáculo de diorama nos han obsequiado todos los viajeros, inclusos los convidados a la función del Istmo, sería ofender a los lectores, que no necesitan en materia tan trillada quien les lleve por la mano; y si además, las reflexiones que me ocurriera esta'mpar soICE
1 Henrl Tblers, Ley 1lfythes religienx del 'Egpte. (Rev 11e Contemp , T. LIT[, 1866¡.
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bre los monumentos de la grandeza egipcia, que al más frío le imponen meditación y re-· cogimiento, fuesen la milésima repetición de lo que han dicho sabios como Champollion, poetas como Ampere, artistas como Lacour, escritores como Du Camp, damas como Lady Dolf Gordon, y necios como muchos que no quiero nombrar, me expondría a sufrir merecidamente elogio tan desfavorable como el que administra el Director de cierta Revista 1 a un colaborador que le ha llenado cerca de cien páginas con un nuevo viaje «al mayor monumento de la muerte en el globo», como denominaba Michelet al Egipto. Ni tampoco en mi viaje hube de fijarme con especialidad en todas las maravillas de la naturaleza y de los monumentos, pues sólo para pocos podían aprovechar mis anteriores estudios. Por eso no se verá en este capítulo una exposición metódica y doctrinal, sino algunas reflexiones y noticias sueltas, de las que más dignas me han parecido de interés. No hay cosa que lo estimule en tan alto grado como las Pirámides, por lo mismo que muchos eídos están llenos con su celebridad desde las infantiles lecturas, y que nos son 1 Rev11e conte111po,-aine, T. LVI, 1867.
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familiares la forma, las dimensiones y la es· tructura de «Los funerales bárbaros trofeos» que adornan la llanura donde el valor des esperado de la brillante caballería de los mamelucos se estrelló contra la serena firmeza de la infantería de Bonaparte . La vulgar opinión de los antiguos se ha co nfirmado como exacta con los descubri mientos científicos modernos, y hoy nadi<:' duda que el objeto exclusivo de estas pote'J-1tosas moles 1 era preparar enterramiento ;i los restos mortales de reyes que mectían su g randeza por su orgullo, comparable sólo al tamañ.o de sus extraordinarias sepulturas . Pero entretanto, ¡cuan diversas hipótesis se han hecho acerca del fin que se propusieran las remotas generaciones que levantaron esas artificiales montañas ! Opina uno que fueron observa torios ash·onómicos; cree otro que servían de obstáculo a la invasión de las arenas del desierto, y n o .falta quien haya pretendido resolver con sus dimensiones principales la cuadratura del círculo. Estas y otras más singulares ideas provienen, a mi v er, de que no se ha parado mien1 Plinio, H. N.
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tes sino en las tres grandes pirámides de Cuiza; sin reparar que las hay de menores dimen iones en todo el Egipto y la Etiopía hasta Meroe, y que no son aquellas las más antiguas, sino reproducción amplificada ele otras más modestas que le precedieron, pues no falta motivo para creer que una de las pirámides de Saccara data de la primera dinastía 1 , que colocó su necrópolis cerca de Memfis, obligando a Qeops, Qe.fren y l\licegno, de la dinastía cuarta, a buscar má lejos otro sitio adecuado. Sería parte, sin duda alguna, para elegirlo la vene,ración que inspira la famosa esfinge, monte de piedra tallado en la forma de semejante mónstruo, y tan antigua, que con.-;ta por una inscripción del Museo de Bulac que ya en tiempo del citado Qeops fué repa rada. Si el templo que está contiguo y que ha descrito el Sr. Riaño cumplidamente 2 estaba dedicado a la esfinge, y es por consiguiente ele su tiempo, habremos contemplado allí los dos ejemplos más antiguos de la arquitectura y de la escultura monumental. El destino funerario de las Pirámides esu·: determinado, no solamente por su figura ex1 Revista de Espa,ia, T, XIV, p. 396. 2 Itinérairc des i11vités a11x Jétes, etc., Caire, !867,
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terior, que es la del prehistórico túmulo, sino, por su interior estructura, que remeda en un todo la de los hipógeos de diverso género, r epartidos por todo el Egipto. Galerías en sentidos diferentes, ya bajando, ya subiendo, interceptadas por sillares enormes, entradas. ocultas con exquisito disimulo, cámaras sepulcrales repetidas, pozos de comunicación que descienden hasta la roca natural que, como núcleo primitivo, penetra por las primeras hiladas de lo interior de la mole, y, por último, grandes sarcófagos de una sola pieza de granito pulimentado, confirman la verdad de cuanto dijeron allí a los escritore.:3 griegos acerca del destino de aquellas obras. de gigantes. La Pirámide mayor estáterminada en punta a 146 metros de altura sobre su base (vez y media la Giralda de Sevilla); pero las mús. pequeñas y menos antiguas de Etiopía, son con frecuencia mochas o truncadas: todas. tienen cuadrada la base, su entrada por el lado del Norte, un templo por el lado de Oriente, y un respiradero para la cámara,. cuya desembocadura se revela alguna vez. por un pequeño marco a modo de ventana. Es, por consiguiente, indudable que toda significación misteriosa y alambicada que quiera darse, ya a la inclinación de la caras del
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!:>ólido, ya a la dirección del conducto d aire, _ya a cualquier otro accidente principal o secundario, no merece ser tomada en cu nta mientras no se demuestre que conviene a todas las pirámides grandes y pequeñas má. y menos antig uas que han sido estudiadas y reconocidas. Nada más tendría que decir sobre las Pirámides, si no fuera tan interesante como su d ,·scripción misma la del viaje que han de hacer los europeos para visitarlas; y aunqu e ya envié esa relación desde el Istmo, creo que no encontrarán mal los lectores que la r eproduzca á continuación en la forma m isma en que fué publicada en e 1 periódico Puente de Alcolea: «Ofrecí una carta para que supieran los amigos algo de lo que en mi viaje ob ervara, y aunque no lo he cumplido, no doy á us ted e ·cusas por ello, pues bien penetrado debe e. tar de cuán ocupada es la ociosidad de los que corren lejanos y extraños paíse . No quiero, sin embargo, faltar a mi promesa, y aprovecho el rato que me deja la operación de levar anclas, cansado ya de ver desfilar unos tras otros los más hermosos buques de diversas naciones, hasta el momento en que el mío deba tomar la boca del Canal, que <:asi tocamos con la mano.
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» E s difícil no repetir añejas relacione cuando se trata del Egipto; todo se ha des crito, todo se ha comentado; los monumentos antiguos abundan en los Museos de Europa, y las relaciones de viaje en las librerías d e moda. Pero no carecerá de interés una relación puramente personal, y despojada de todo aparato erudito, de mi viaje, ó más bien excursión, a las Pirámides de Guiza, una de las cuales es la más alta de todas las cono cidas, y está clasificada entre las maravillas del mundo. »Las Pirámides distan tres leguas cortas del Cairo, y creo que dentro de poco se p odrá ir a ellas en coche, gracias a la magnífica carretera y a la cómoda posada que d e cuenta del Virrey se está fabricando . Hoy e preciso hacer el camino en los burros, p equeños, pero fuertes y veloces, del país, des pués de atravesar en barcas la venerabl <:" corriente del Nilo, junto a uno de los barrios de l Cairo, donde se ha establecido el Musco egipcio. La periódica y fertilizadora inunda ción de aquel río tenía aún encharcados los campos, y algunos trozos de carretera, que se habían hundido, se estaban reparando p or enjambres de infelicesfelajes, hombres, mujeres y niños que por un miserable jornal o s in ninguno tienen la obligación de trabaja r
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para el Virrey, cuyos capataces no escrupuliza.ban la aplicación del palo para la corrección de sus subordinados. Llevaban los chicos espuertas de tierra, en cuadrillas, canrtando monótonos versos, que uno entonaba :y los demás repetían: los hombres·, con el agua hasta la rodilla, arrancaban enormes -piedras del suelo. y manejaban con destreza el azadón mujeres con la cara descubierta, -porque el uso del velo es privativo de las -ciudades. Cinco españoles, cordialísimos amigos, y ·el buen drago man Abdulmechid, llamado familiarmente y por abreviación Abdul, hacían conmigo la caminata, y antes de llegar á las pirámides, nos vimos rodeados de gran número de árabes, pintorescos y elegantes como siempre en sus harapos, que mediante ,especial y superior permiso hacen el servi·cio de los viaj eros y curiosos, a las órdenes ·de un xeque, hasta el número de unos 40. No es mucho, a pesar de esa especie de ·organización, el orden que entre ellos reina, porque se disputan como una presa la posesión del ajranchi que pescan a su alcance. Inglés, francés, italiano, todo lo ensayaron para adivinar nuestra nacionalidad; y como siempre, había alguno de nosotros que pudiera seguirles en esas lenguas, y aun en
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árabe, quedaron desconcertados, y tuvieron que hacer la pregunta directa. No pudieron dar otra muestra de castellano que alguna palabra que no se halla en las obras de Cervantes, y mientras llegábamos al pie de la Pirámide mayor, nos dijeron que quien comía el pan que nos ofrecían en casa del árabe era el sájib 6 hermano suyo. La ascención a la Pirámide o baramid, como ellos dicen, es curiosísima,·es agradadable y es imponente. Uno de mis acompañantes no quiso intentarlo, y dos se marearon y desmayaron en el camíno, sin dejar de llegar al fin arriba. La cosa no es para menos. La Pirámide está compuesta de hiladas de unos ochenta centímetros o un metro de altura, y como el revestimiento de piezas triangulares, que hacía lisa la superficie, no existe ya, hay una escalinata para subir, pero no personas, sino gigantes. Habiéndose acabado la familia de Briaréo, la ascensión se hace cogiéndose el viajero con cada mano ;:1, un árabe, que con los pies desnudos y el cuerpo poco vestido, trepan por delante li geramente, mientras otro árabe, en los pasos más difíciles, empuja por detrás. Cuatro o cinco veces se detiene la marcha para tomar resuello, y un chiquillo, que sigue con una cantarilla, ofrece agua del Nilo, oferta
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que era mi mayor mortificación, por cuanto estando habituado a no beber por mucho que me canse, no tenía sed, y ninguna lengua del mundo podía persuadir al rapaz que no me acomodaba el refresco, porque eso le quitaba la ocasión de pedirme la propina o bakxix, especie de mosquito moral, que rivaliza, para atormentar al europeo, en esta tierra de plagas faraónicas con los hermosos y abun· dantes ejemplares del mosquito ordinario. Bakxis pide el muchacho por la calle, bak:xix pide el mendigo en las esquinas, bakxix pide el portero de las mezquitas, bakxix piden las mujeres por los caminos, bakxix pide el paje o sais que abre la portezuela uel coche, bakxix piden hombres robustos, que nada han hecho mas que estar cerca del equipaje, o dirigir una voz a un ómnibus, y bakxix reclaman, y es lo peor, á la subida, a la bajada, y en lo alto y en lo pro· fundo de las Pirámides, y en todos momen· tos y en todo los tonos, los tres o cuatro conductores del curioso, que se halla en la ituación má apropósito para obrecojerse algún tanto, y aflojar los cordones de la bol· sa a cada descansillo, en que teme que los árabes le dejen solo sin poder subir ni bajar si no les promete buena recompensa . .Espafiol bnno, árabo contento, benz le porta, darií
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bon bakxix, iban canta ndo las cuadrillas de
conductores al pesado compás de la marcha, y al desgraciado que tomó la delantera le empujaban mas de prisa, diciendo: primo, primo lit fóuc, queriendo sacar nueva propina de la gloria de haber llegado antes. Pero el que va advertido se niega rotunda mente á toda dádiva, y remite la cuenta al tinal de la jornada, haciendo a toda instan· cía oídos de merc-ader, pues de ningún modo aquellas pobres gentes, tan pesadas y pedigüeñas, llegan á jugar una mala pasada. Nosotros, á pesar de todo, no pudimos m e nos de ablandarnos al verlos tan solícitos, y les dimos algunos francos para su bolsa particular, pues lo que se les da abajo entra en la caja común, que más bien podría llamarse la caja del xeque. La escena, desde lo alto, es admirable. V énse las pirámides próximas ; la enorme esfinge, que desde abajo parece un cerro carcomido, hasta que se mira de frente; el templo subterráneo, que llama Mariette, su descubridor, el abuelo de los templos; el pozo de las sepulturas, y más lejos las pirámides de Memphis, á donde no nos permitió llegar la inundación no acabada del Nilo; y por fin, la dilatada cinta de plata que este río aparenta, dejando ver en la opuesta ori.cuv
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lla la extensísima y risueña ciu dad del Cairo, la 111aj1"usa, ó primorosa, con sus innu merables alminares delgados como agujas, y u siempre verde fondo de elegantes palmeras, que á todo español hace recordar la sentida poesía del bderramen á la solitaria palmera de la Aljama cordobe a. Y en la misma plataforma de la gran Pirámide tienen lugar no menos curiosos inciden tes. Siguen ofreciendo agua los muchacho ; piden los_ anteojos los árabes, haciendo crrandes exclamaciones después de mirar por ellos como i por vez primera los tomasen; traen para la venta saquillos llenos de antigüedades, emprendiendo entre sí una dispu ta ac"erca de cuáles son falsas; de lo cual deduje, conforme á lo que dice el Guia, de Mu rray, que lo son todas; y uno de ellos, mediante un schelling, por persona que se le otorga, baja la gran Pirámide y sube en bre~es minutos a la inmediata, cuyo remate no está escalonado, poniendo espanto en quien tjiira tanto atrevimiento y agilidad. Lo mismo •hacían sus antecesores en tiempo de Plinio y lo seguían haciendo cuando escrioió Abdalarí, curioso ejemplo de que el tiempo no pasa para las cosas del Egipto. ' No hay ·q·ue decir que la bajada es más fá cil queJa subida, y que la hicimos sin des-
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fanso alguno; pero queda aun lo peor, que es la visita a las cámaras interiores. Ya desde la boca no es posible tenerse de pie si no se apoya el propio en el del guía d escalzo ,gue precede; y después de haber bajado gran trecho de este modo por la fuerte pendiente de sillares lisos, se sube una rampa ito menos lisa é inclinada, iiándose con los ,qos brazos agarrados a dos guías, trepando a un resalto de más de un metro, agachándose para pasar un boquete que no tendrá <. fllayor hueco, y corriéndose luego por un °P,orde que semeja una zanca lisa de escalera r .~cta. La salida es peor que la entrada, y no conyiene pararse en la boca porque la traspiración que se saca es grande; pero con todos estos inconvenierites, ningún viajero que ha.' hecho seiscientas leguas de camino para venir a Egipto debe d~jar de visitar las· cáma-i;-as de las Pirámides, a no ser que circunst,ancias de salud no se lo permitan. Lo que allí se ve, todos los libros lo "dicen; lo que se ·1iente y se aprende, en ninguno puede ieér: -$e, y mucho m.~nos sabría yo enseñarlo a ·o.tros en una .carta. No es mucho, por ciei;to '. io que se puede mirar y reflexionár a la luz ~e las bujías de estearina dé que ván provis·~os los árabes, si ,no se resiste tenazmente a ''
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la gran premura con que quieren hacer ir a! curioso de unas á otras cosa , lo cual atribuyo a que no están acostumbrados a que . e detengan ma que los que pintan o graban su nombre en aquellas paredes, lo mismo que en lo alto del monumento. Por eso o.frecen repetidas veces tizne con que hacerlo; pero nosotros, que no creemos que nuestro· nombres puedan pasar a la inmortalidad porque se peguen a una pirámide, rehusamos engalanarla con ellos, repitiendo por lo bajo cierto proverbio la_tino muy conocido. Solo después de haber almorzado alegremente en una cámara del venerable te mplo vecino, pusimos con lápiz en el duro granito un dí~· tico ca tellano, cuyas letras boITará el roce de la arena llevada por el viento del desier to, como desvanecerá el tiempo la memoria de sus autores. El almuerzo de estos pobres mortales y humildes españoles, en los monumentos de las má antiguas dinastías, no puede pasar sin que e diga dos palabras de sus accidentes. No hay que pensar que se almuerce otra cosa sino lo que se lleva en unas alforjas de la fonda, donde basta decir, al entregarlas la noche antes, cuantas personas van á las Pirámides. Pero los árabes de aquella aldea no proporcionaron ( con la esperan ?:a del
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bakxix) el placer de tomar el café, que hemos tenido el gusto de paladear después con toda solemnidad bajo la tienda de un opulento xeque sobre las arenas del Istmo. El buen Abdul, observantísimo muslim, declaró que no podía aceptar de nuestras provi iones más que pan y queso, porque vino y jamón le estaban prohibidos, y las demás carnes no le constaba si estaban muertas como previene el rito, es decir, esclamando Allah akbar al clavar el cuchillo en la garganta. Pero él mismo nos insinuó que los borriqueros no eran tan escrupulosos; y, en efecto, consumieron cuanto nos sobró de todo, pues se conoce que anteponen su hambre a su Alcorán. Lo mismo he visto hacer a otros musulmanes de levita, dando por pretexto la ilustralión: si tanta tienen, yo creo que debían empezar por abandonar la parte cómoda de la ley, y no tan sólo la que les con viene. _ oviembre 19 de 1869.
A mi modo de ver, la Pirámide es un derivado de la ·1ndstaba, sepultura de apaliencia más modesta, que consiste en un macizo de forma de pirámide truncada de poca altura. construído encima de un pozo abierto en la roca para alojar en su fondo la momia.
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Alrededor de las Pirámides de GÚiza ·estárt 'las mástabas de los servidores -y funciona; rios de la cuarta dinastía; pero las más nota:_;_ bles se ven en la llanura de Saccara, donde 'e l viajei·o puede visitar el sepulcro de Tí, re• cientemente descubierto, precioso modelo de los enterramientos egipcios correspondien tes al antiguo Imperio, o sea anteriores a la di· nas tía undécima, cuando la escultura florecía con el mayor grado de esplendor. El cuerpo de la construcción encierra cámaras rica• merite decoradas donde se reunían en oca~ siones solemnes los amigos y allegados del difunto para cumplir con ciertos ritos sagra · dos, y la momia descansaba en una cámará excavada en el tondo del pozo o de una gale· ría fuertemente inclinada y llena de piedras. hasta la boca. En ese remotísimo período, las variadas escenas que cubren las paredes de las cámaras y pasadizos, tienen poco o nada de lúgubres; casi todas representan al difun· to gozando en vida de comodidad y fortuna y recibiendo_después de muerto las oblacio· nes nunca interrumpidas de sus parientes y sucesores: el tránsito del alma por las man• siones tenebrosas y su regreso a la sustancia divina, no se figuran sino en el nicho subte~ fráneo. El juicio del alma, magistralment e desº
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crito en el citado trabajo del Sr. Riafio, n,c¡i sal~ a los departamentos superiores hast~ la época del nuevo Imperio, que empieza er¡. la dinastía décima octava, poco después d~ la muerte de José, y del establecimiento d~ ).os israelitas en Egipto; y entonces se multi~ plican las representaciones místicas en la otra vida, con gran acompañamiento de figu: . ras de dioses y simbolismos diversos, como se ve en la necrópolis de Tebas. No siempre fueron de pie9-ra estos monu~ mentas, que cuando no se pudo obtener este material por escasez de recursos o por falta de medios de transporte desde las lejanas canteras, se hacían de más deleznable fábrica. Abundan en Tebas las pirámides de ado_))es con los techos de las cámaras aboveda~ dos; del mismo sistema hay dos más antiguas en Dafúr, y también para la decora, ción interior se recurría á medios económiyos, pues la principal y más antigua Pirámide de Sáccara está revestida de azulejos por dentro en vez del granito pulimentado de las de Guiza. Por no haberse construído con más sólida materia han perecido las mástabas que debieron cubrir los pozos con anchas galerías donde se almacenaban por centenares las momias toscamente preparadas de la gente
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p obre. Pero tampoco ha cabido mejor suerte a uno de los monumentos más suntuosos de este género, al Serapeo, templo y sepulcro de las momias de los Bueyes Apis, señalado por Estrabon y descubierto por Mariette, en los arenales de Memfis. Del edificio, de sus avenidas y r ecintos poco o nada queda, pero se pueden visitar a ún las galerías subterráneas que desembocaban en una capilla por medio de un túnel inclinado, y donde se fueron depositando durante las dinastías del n uevo Imperio y de los Tolomeos los reverenciados cadáveres de los animales emblemáticos de Osiris. La parte que se permite examinar a los viajeros por la mayor solidez de su estado, es la más moderna y al mismo tiempo la más notable, porque tiene abiertas en las paredes laterales las cámaras donde se encuentran los inmensos sarcófagos de granito pulimentado, que pesan sobre 65 toneladas cada uno, no ya escondidos en el fondo de un pozo o en el macizo de una pirámide, sino en lugar accesible , hasta su puerta tapiada, para Jos devotos que iban en señalados días a rendir culto al que juzgaban enj endrado por el ray o, consagrándole estelas con inscripciones de inestimable precio para la historia. 1 RevHe de l'a1·ch. T. XVIII, p. 10.
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A lo que e puede juzgar por lo que resta, obedecían al mismo plan de distribución los soberbios hipogeos que para su eterno descanso labraron los reyes de Tebas en el valle de Biban el Moluk. Colocábase el sarcófago de granito o de alabastro sobre el suelo de una escondida cámara, pero no en pozo ni zanja, y dejando desde luego los escombro de la montaña por delante de la puerta exterior, creyeron quedar a cubierto de toda ulterior profanación; precaución vana, porque ya los griegos y los romanos penetraron en varias de estas catacumbas, dejando escrito su recuerdo en las paredes que pueblan las figura de lo dioses y las escenas de la vida real. Análogo destino a las cámaras de la mástaba tenían los templos colocados á la entra-da del valle, y el más famoso y más entero es el Ramseco, dedicado por Ramsés II a la propia memoria, y denominado por esto Tumba de Osymandias por Diodoro, aludiendo al sobrenombre Amuamai o Meiamun de ese famoso conquistador, conocido por Sesostris entre los escritores clásicos. Y esta posición relativa y dependencia misma de los templos funerarios y las syring as o hipogeos de Tebas, explica, a _ m ientender, satisfactoriamente el análogo enlace que
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,existía entre los enterramientos de las Pirámides, herméticamente cerrados, y los templos que ante ellas estaban. A pesar de lo frecuentes que son los enterramiento con un edículo o un templo encima o al costado del subterráneo, lo son más todavía los que tienen uno y otro excavados en la roca. Por toda las laderas del Egipto asoman las bocas de cuevas sepulcrales pertenecientes a edades muy diversas, fabricadas unas por opulentos magnates, preparadas otras por el cuerpo sacerdotal para quien quisiera a última hora adquirirlas, como los nichos :y panteones de nuestras Sacramentales, y como en éstas se desalojaba la momia cuyo alquiler o renta no se pagaba para colocar otra, borrando y escribiendo de nuevo el nombre del ocupante. En tal clase de hipogeos se abrían en el peñasco las cámaras franqueadas al público, y en un rincón se perforaba el pozo que había de esconder la momia, siguiendo en los adornos y en los asuntos representados en las paredes el mismo gusto e igual método que en las mástabas de la época correspondiente. Ocultas muchas de estas cuevas en los barrancos del desierto, sirvieron de refug\O Y
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de templo a 1os primeros cristianos en tér .. min0s parccidos_a las catacumbas de Roma; conservándose en algunas vestigios de la mésa del altar, como observé en el Speos Artenúdos,· y huyendo de las asechanzas del mundo o de la persecución de entronizados. enemigos, encontraron asilo en aquellos m0numentos de olvidadas generaciones, Los santos mongcs del inculto Egito 1
como encuentran hoy miserable albergue en los más próximos al valle pobres familias de labradores o asquerosos santones que viven con la superstición de los nietos de aquellos. que hicieron exclamar a Ju venal: ¡Oh santas gentes, quibas haec nascuntur in hortis 1Vumina! 2 • Ya no se disputa si fué el subterráneo anterior al edificio, por cuanto es innegable que en aquél aparecen imitados todos los. elementos de éste, como columnas, arquitrabes, frisos y techumbres, ya planas, ya cimbradas, fü,as a veces y otras con los casetones propios del artesonado. El desenvolvimiento de las formas arquitectónicas marchó paralelamente en una y otra clase de obras, presentando la columna 1 Hojeda, Cristiada, IV, 74.
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Sat. XV, 10, 11.
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más claramente que ningún otro elemento la historia de sus transformaciones sucesivas. Muchas canteras, los templos figurados en los sarcófagos de Micesino, y de Sufu-aach 2 y el antiquísimo edificio de la esfinge, no tienen más que la sencilla pilastra cuadrada; pero las célebres e interesantes cuevas de Beni-Hasan, pertenecientes a la dinastía XII, tienen ya columnas octógonas en el frontispicio y estriadas en lo interior. Todo en ellas recuerda las dóricas primitivas de la Grecia, y los sabios discuten acerca de si los helenos tomaron o no de los egipcios el modelo pri mordial de los inmortales monumentos; pero sea de esto lo que quiera, es lo cierto que el arqueólogo sorprende en Egipto la evolución sucesiva del arte en la ejecución de la columna, cuyas facetas tomaron allí con el tiempo el relieve que las asemejó a hacecillos de juncos, mientras _p or la inversa, las estrias se fueron haciendo más y más cóncavas en Grecia a medida que las órdenes de arquitectura ganaron en gallardía y ligereza. Griegos y egipcios pudieron muy bien coincidir en la natural derivación desde la pilastra a la columna estriada, sin conoci1 Pllsse d' Avennes, Histoire de l'art. egyptien. Archit. 2 Révue gen. de l'arch. T. XVIII, p. 50.
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miento unos de otros; pero ciertos pormenores que carecen de explicación en las columnas clásicas, la encuentran en las egipcias, y demuestran qu t- si no hubo derivación o copia de las formas generales, no debió .faltar comunicación en ciertas particularidades puramente decorativas y que estaba la vista acostumbrada a encontrar. ¿Qué otro origen pueden tener lastre. ranuras que interrumpen bajo el capitel la columna dórica, sino la visto,,a cinta con que tiguraban atadas en Egipto las cañas del loto o del papiro, ya en los postes de madera pintados en las perspectivas de sus casas, ya en las columnas de piedra sembradas en sus colosales monumentos? Pero en vez de seguir como el egipcio aferrado a la idea imitativa hasta reproducir en los capitele~ la forma del haz de capullos de loto o de cabezuelas de papiro, tan impropia de su objeto, el griego, eminentemente racionalista, se apartó de aquel camino cuando de formas esenciales se trataba, y la historia de sus capiteles podría ser por sí sola la apología y el rasgo característico del arte helénico. Basta este ejemplo decisivo para hacer ver que la diferencia esencial entre el arte clásico y el arte egipcio, no consiste en el progreso del uno y la inmovilidad del otro, como es.
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vulgar creencia, sino en la índole y dirección distinta del movimiento, que condujo a los griegos al idealismo en la ejecución de us obras y a la severidad en b depuración del gusto; y llevó a los egipcios, nunca resueltos a desasirse de la exactitud de la forma, a la monotonía, al realismo y a la decadencia. A mi modo de ver, el pueblo egipcio no era tan estacionario y acompasado como se quiere suponer, sino eminentemente ,formalista, al modo de los romanos antiguos y de los in.crleses modernos, y se complacía en efectuar sus lentas alteraciones bajo la corteza de la tradición sagrada; y de ahí que al resaltar en primer término en todas sus obras el sello nacional que las diferencia de las de Europa y Asia, hayan parecido durante muchos añ.os -como dotadas de una uniformidad de que car.ecen . .Ya el Sr. Riaño demostró cumplidamente la transformación incesante del arte egipdo en sus pro.fundas y eruditas explica-dones del Ateneo, y análogos cambios ,pueden sorprenderse en otros asuntos, estudiando los monumentos y la historia de este pueblo que empieza ahora a ser conocido. i era absoluto el respeto que tuvieran a las. obras de sus mayore , pues no sólo. ,se. ven suplantados unos por otros lo.s, non;iqres ·, de_
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los Reyes en los tarjetones de jeroglíficos y arrojadas sus estatuas a profundos pozos y borradas las figuras de ciertos dioses proscritos, sino que con tan poco escrúpulo como eh los modernos se afea, aprovechaban en el gran templo de Karnak piedras de otras construcciones más antiguas, cuyos relieves volvían para adentro; y hasta en la gran Pira.mide se ven sillares con jeroglíficos colocados al revés, indicando que por lo menos fueron cortados con objeto de emplearlos en ' otro sitio. Algo se templará la ira que anima a viajeros impetuosos contra los turcos que han aprovechado templos para hacer fábricas de . azúcar, sabiendo que ha sido achaque de todos tiempos y lugares la destrucción de los monumentos, cuyo verdadero precio no siempre se ha conocido. ¡Cuánto más vituperio no merecen los europeos, que con la estéril avaricia del coleccionista, mutilan sin escrúpulo las mejores piezas que encuentran al paso! Por eso el Sr. Mariette, con prudentísimo acuerdo, cierra con llave cuantas nuevas ruinas desbroza, sin permitir visitarlas, sino con celosos guardas, siendo esta la primera medida de orden que se ha tomado en aque llas necrópolis, profanadas por griegos y ro- · manos, saqueadas por' árabes y francos, y 0
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estancadas a.hora por la administración del Jedive. L a huella de todos ·aquellos se encuentra en los letreros que han dejado esculpidos o simplemente tiznados en las pared.es. La costumbre de firmar en los monumentos que se visitan, justamente ridiculizada cuando con tanta facilidad se viaja, tuvo tal fuerza, que, Cha teaubriand se vino del Cairo sin acerca·r se a las Pirámides pero encargó que escribieran allá su nombre 1 , excusando su debilidad en lo grato que es para nosotros leer en el Coloso de Amenophis en T ebas lo nombres de los griegos y romanos que llegaron á oirle sonar con los primeros rayos del sol saliente. Y en efecto, en aquella tierra de maravillas, pocas cosas me han impresionado tanto como sencillas inscripciones que parecen recién firmadas por Hadria no y Sabina, que transportan á uno al tiempo en que un Sixto Li.cinio, Centurión de Domiciano , escribía en la pierna del hijo de la Aurora Avnr ~Jf:MNONEM ; que hacen concebir la ilusión de que al volver una galería se podrá encontrar al Primipilar, acompañado de su r esuelta hija (como llevan hoy á las suyas ios ingleses), que dejó escrito en la gruta nú· mero 2. 1 Ttin. de París a J erus., p. VI.
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IANVARIVS PP VID! ET MIRAVI LOCV CVM FILIA !IIEA IAXVARIXA V ALETE OMNES
Y yo tomo como mía esta conocida frase para no profanar con frías descripciones o juicios inadecuados aquellas ruinas incomparables, coronadas en lo má alto de las reales necrópolis con abundantes depósitos de las prehistóricas armas de piedra 1, ocupadas un tiempo por ricas y concurridas cristianas en lo interior de los patios alojadas. y confundidas ahora con modernas casas consulares, que asoman las verdes persianas y ondean sus nacionales enseñas entre los pilones y vetustas columnas más próximas a h orilla del Nilo. Si Champollion rehusaba desc1ibir los monumentos que eran su patrimonio legítimo, menos me he de atrever a dejar correr más mi pluma sobre aquellos lugares encantados por la naturaleza y por la historia. Dimidio magicae rcsonant ttbi .l1Ie11111011e clwrdae Atqtte vetus Thebe ce11tu11t zacet obruta po,,us. 2. 1 Revtte Britanniq11e, 1870, T. J., p. 213; Comptes rendtts de l'Ac. des se., LXX, p . 577. ~ Jttv . Sat. XV. 5-6.
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II Las 1'elaciones de los árabes. Aunque los musulmanes del día no ven en los egipcios monumentos, sino minas de antiguallas que vender o mármoles que calcinar, siendo los primeros en murmurar de la vigilancia del nuevo Inspector general de antigüedades (bien que iguales quejas promueven los franceses 1.); y aunque toda la ciencia indígena se reduce a llamar bfrbé a las ruinas (barba en León Africano 1 , bu1'bo en Salih Gelil 1 , del Copto perpé, templo) y antica a los objetos menudos, tomándolo ya cual simple adjetivo d e elogio, y como tal aplicándolo hasta a las bailarinas 1 ; no ha sucedido siempre lo mismo, y los literatos de la edad de oro del Califato egipcio pararon su agudo ingenio en la contemplación de obras tan portentosas, y trataron de investigar su origen y objeto; s ólo que su falta d e crítica, su facilidad en admitir consejas, su horror a la mitología y los equivocados senderos d e su historia sagrada, les hicieron construir las reiaciones más singulares sobre tan soberbias moles y sobre la historía l
Lacour, L'Egypte, p. :.?75.
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misma del Egipto, originado todo, egún sospecho, en las tradiciones ya arraigadas en tre los cristianos que les entregaron el país. Ni era de esperar otra cosa cuando perdidas 1:1 significación del simbolismo de las figuras y de los jeroglíficos caracteres, el vulgo griego, lo mismo que el romano, creyó encerrados los más importantes secretos y los misterios más transcendentales en aquella inundación de dibujos diversos; al modo que los elegantes letreros de nuestros arábigos monumentos han alimentado la supersticiosa esperanza de las imaginaciones de 1 mediodia de España, hasta que han popularizado su inocente contenido mi sabio maestro Gayangos y mi malogrado compañero Lafuente Alcántara. «En Ajmim, dice el Edrisí 1 , está el edificio llamado birbé, construído por Hermes el mayor antes del Diluvio, lo cual tuvo lugar porque previó por su saber que cuanto había sobre la tierra habría de perecer, sólo que no pudo cerciorarse acerca de si el agente de esta catástrofe sería el fuego o el agua; y por esto mandó construir edificios de barro sin cocer, y cuando se hubieron desecado, los hizo decorar con las figuras y con los saberes de su preferencia; hecho esto, se dijo: 1 Geog, p. 46.
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si la destrucción de las criaturas se verifica por el fuego, estas obras resistirán y aumentarán en solidez, y cuantas explicaciones científicas se han figurado en ellas perffianecerán indelebles y las leerán los que vengan después. Mandó luego que le hicieran otros edificios de piedra bien enlazada, y los exornó con cuanto le pareció oportuno de todos sus conocimientos; y una vez hecho, dijo á sí mismo: si ha de ser el agua la que destruya las gentes, los edificios que hice con barro serán disueltos; pero subsistirán los de piedra con las noticias que contienen sin recibir daño de aquel agent_e. Y cuando acaeció el Diluvio y fué sumergida la tierra, pereciendo todos sus habitantes, se deshicieron los edi:ltcios de barro, quedando en pie los ele piedra con las noticias figuradas en ellos, los cuales continúan hoy firmes .» »Hay muchos de estos birbés, como los de Esna y de Deudérc; pero el de Ajmim es el mejor conservado y de más bello dibujo, viéndose figuras de astros y de artífices en sus varias ocupaciones, con largas líneas de caracteres escritos, y otras doctrinas.» La interpretación de esos caracteres ha ejercitado, ya que no el ingenio, sí la curiosidad de los árabes, siglos antes de Champollión y del P. Kircher.
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Enh·e los varios libros orientales que contienen colecciones de alfabetos ocultos y talismánicos (con alguno de los cuales creo que podría leerse el Libro del Tesoro), hay uno atribuído a Ibir Vahxía el Nabas·co, tra.ducido al inglés por Hammer 1 1 donde tienen ca· bida dos o h·es listas de signos que se pretenden dar como correspondientes a los bi?'bés egipcios, e inventados por Hermes Trismegisto, su fundador, para tener ocultos entre sus adeptos los secretos de la magia y de todas las ciencü¡.s. Tampoco ha faltado quien supusiera conocer el sentido de inscripciones enteras, porque Edrisí 2 asegura que en las agujas de Cleopatra, donde Champollión ha enconh·ado el tarjetón de Totmés III, y Ampere ha descubierto el nombre de los Hyksos 3 , se leen estos desatinos: «Yo Yamor, hijo de Xedad, edifiqué esta ciudad cuando no había vejez anticipada ni muerte súbita, ni se había manifestado la canicie, cuando las piedras estaban como arcilla y las gentes carecían de señor. Erigí sus columnas, excavé sus canales, planté sus árboles y procuré superar a los reyes que me habían precedido por las 1 V . Sacy, 111agasin encyclopédique, Nov. 18l0, p . 145. Geog., g 140. Vog. d Eg., p . .%.
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cosas memorables que hiciera; y envié a Atzabut, hijo de Morra, A dita, y a Micdam, hijo de Alcamar, hijo de Abiregal, Tamudita, al monte Badim el rojo, de donde cortaron dos piezas, trayéndolas a cuestas: Atzabut se rompió una costilla, y ofrecí por su salud a todos mis súbditos. Levantó las dos piedras Alfatn, hijo de Cherud el Motafiquí, en un día venturoso». Más que los jeroglíficos, h an excitado la arábiga fantasía las variadísimas y extrañas figuras que pueblan las paredes de templos y sepulturas. La gente que puso de antiguo el mote de El Solitario (Abulcul) á la gran Esfinge, que por excepción se encuentra sin compañeras, no podía menos de fijarse, venciendo preocupaciones religiosas, que nunca han sido muy fuertes, en las grandes imágenes de dioses y reyes, que por su tamaño y riqueza eclipsan las del vulgo que les rodea, reducido de escala en proporción de la jerar quía social. El color rojo de los varones, el amarillo de las mujeres, las lúbricas formas de las divinidades, han dado origen a la creación de genios de diversas apariencias, que unos de pie, otros sentados, blandiendo armas o ejerciendo sortilegios, guardan la entrada de los monumentos, donde la codiciosa credulidad
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imagina escondidos tesoros que la ciencia nigromántica se esfuerza vanamente en encontrar. El indispensable moro encantado de nuestras ruinas romanas es en Oriente el filósofo griego, esencialmente mágico, y como tal consideran a Platón y a Plinio, a Hermes y Alejandro Magno, a Faraón y a José, a Loeman y a Salomón, y a todos ellos dan alguna parte en la creación de las maravillas de Egipto. Véase, como muestra, la relación que hace de las Pirámides Xems-eddin de Damasco en su Cosmografía titulada Las excelencias de los tiempos en las maravillas de la tierra y el mar i: «De los grandes edificios de la antigüedad son las Pirámides de Egipto ó (guárdelo Dios y no lo aparte de su ojo que no duerme y constitúyalo en domicilio del Islam hasta el día del juicio, amén, oh Señor de las criaturas), las cuales son de gran tamaño, y las mayores las dos de Guiza, junto al Cairo, de las cuales cuentan las crónicas que fueron construídas antes del Diluvio por Seleuco el Siriaco 2 , llamado Hermes el de la triple ciencia, que es Esdras 3, denominado 1 Ed. de San Petersburgo, p . 33. 2 Sahaluk ben Xi.riac. 8 Edris.
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Enoch en hebreo». Después refiere una historia parecida á la de los templos, traducida del Edrisí, y describe la forma, dimen• -?iones y construcción de las Pirámides, añadiendo en seguida: «Dícese que el arqui- • tecto dispuso unos pórticos sobre otros, y en ellos puertas de piedra que no se distinguían <;l.el r esto de la construcción, siendo la altura de cada pórtico veinte codos y cada puerta de una sola piedra que giraba sobre goznes, de tal manera que cuando cerrada no se conocía que existiera; y pórticos había del lado del Mediodía y del lado del Este y del lado del Oeste, entrándose por todas estas puertas a siete estancias, denominada cada una por uno de los siete planetas: todas estaban cerradas, y al frente de cada una había un ídolo de oro, con una de sus manos en la boca y en la frente una inscripción en carácter musnad 1 ; y en cuanto era· ésta leída, se ~bría la boca, encontrándose en ella la llave de la correspondiente cerradura. Pretenden los Coptos que las dos Pirámides grandes y la pequeña son sepulcros, hallándose en la más oriental la sepultura del Rey Osiris 2 , e n la occidental, la de su hermano Roro· 1 Jl!Ius11ad es la antigua escritura del Yemen, y apli· can su nombre á toda escritura desconocida. 2 Surid ben Elmalek.
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Qeops y en la restante, Mékerino 2, hijo de Horó-Qeops: los Sabeos pretenden que una' de ellas es sepulcro de Agatodemon 3, que es el profeta Seth (sobre él la paz), y la ·otra de l:-Iermes, que es el profeta Esdras, como queda dicho, y la última de Sab, hijo de Hermes, de quien profesan descender dichos Sabeos, los cuales vienen en peregrinación a ella, y sacrifican allí el gallo, pretendiendo conocer por el examen de la víctima herida lo que quieren saber de las cosas ocultas». Todas las circunstancias anotadas por este y otros autores tienen su fundamento en la dorada momia, en las joyas que la adorna ban, en los papiros que se encerraban en la caja y en los jeroglíficos que sobre ella se inscribían, lo cual prueba que lo interior de las Pirámides era conocido . Parece, en efecto, que el actual paso fué descubierto por el el Califa Almamua en busca de cierto guardado tesoro; aunque según Edrisí 4, no se habría allí encerrado mas que el grano de los siete años abundantes de José, consumi<lo en el hambre siguiente, y conservado en aquellos inmensos edificios (cuya forma re1,
1 Horchib. 2 Kerubin. 3 An-adimun. 4 Edrisi, p. 146.
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meda la de los graneros del país), que .fueron aplicados con posterioridad a recibir reales momias. Pero Alrnamua encontró pocos valores, aunque sí abundancia de escrituras indescifrables que encendían con su misterio el afán de penetrarlas en la gente; pero olvidada en un todo la nacional literatura, la historia se alimentaba de las con.fusas reminiscencias griegas que amontona Xems- eddin. Aquellas extrañas procesiones de figuras diversas, que creía el vulgo mágicos enigmas ., encerraban como último y seguro refugio los elementos ya perdidos y hoy recuperados de los anales de Egipto, de cuya antigua·gloria pudo anunciar con razón Apuleyo! sota supere1,unt verba laptdibus i~icisae '. III Los monumentos musufrnanes. Desconocieron los musulmanes e1 valor histórico y artístico de los antiguos monumentos, pero dotaron al país de otros no menos dignos de atención, por más que hayan sido mirados hasta épocas muy recientes con poco aprecio, y que los mismos egipcios, llevados ele la moda por los europeos imporla2 Henn. Dial.
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da, se paguen más de las antigüedades faraónicas, que de los preciosos restos de su propia cultura y de su religión misma, no reducidos ya totalmente a escombros por la singular constitución de aquel clima conservador. El estudio de la arqueología árabe de Egipto está por hacer, y a nadie interesa esta materia tanto como a los viajeros españoles, que al correr las calles del Cairo encuentran las mismas vueltas, entradas y callejones que en la actual Córdoba, y reconocen que esta ciudad ha sido reedificada, guardando constantemente las mismas líneas e idénticos cimientos; o recuerdan los ábsides toledanos. de ladrillo y las torres laboreadas de Sevilla al contemplar la destreza con que se han manejado y manejan todavía los materiales de barro cocido en las fachadas y alminares de ciudades del interior. La habilidad de los alarifes en el empleo y aplicación del ladrillo es sorprendente y ha dado origen a un fenómeno raro en el arte, y es la enorme disparidad que se observa entre los monumentos anteriores y posteriores al islamismo, debido a la simultaneidad del cambio de idea en la composición y demateriales en la ejecución. Los grandes templos faraónicos eran im-
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posibles sin el granito de Syena; los cortos medios de que disponían los sectarios de una religión que necesitaban multiplicar los edificios del culto, y que depende en gran parte <le la iniciativa privada, no alcanzaban a más <lel económico ladrillo, muy suficiente, por ,otra parte, para el caso y apropiado ya en -Otras regiones á los nuevos modelos de edificación 1 • En Miniá, en Siut, en Menfalut, en Asuán, en casi todas las ciudades del Nilo, hay abundantes y curiosos ejemplos de la aplicación del ladrillo; pero en ninguno he visto tantos y tan variados como en Girgá. Allí los arcos se aparejan con hiladas de canto y de plano, que asemejan la combinación de piedra y ladrillo, y los hay lobulados con las juntas ·oblicuas al intrados como en Toledo. Lascolumnas de las mezquitas son de ladrillo des.cubierto unas veces, enlucido otras; en las fachadas de las casas son frecuentes las hornacinas y recuadros de este material, y ,con el mismo se hacen columnas salomóni•cas ó. diversamente entalladas en las torres y ventanas. Decóranse los frontispicios con una red de ladrillos blancos y negros, y las :setalactitas ocupan hasta las esquinas chal V. la equivocada opinión de Lacour, L' Egypte, página 149.
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fianadas de las casas, formándolas con ladrillos puestos de ángulo. En Miniá y en Sohag hacen de ladrillo y de adobe las celosías de las ventanas, ordinariamente cerradas con las elegantes muxarabías de madera. En las mezquitas de Ale1andría y del Cai~ · ro se combinan con los ladrillos de la fachada inscripciones decorativas en caracteres rectangulares, sacando su efecto de la di versidad de colores como en un mosaico; pero en Asuán, sobre la cumbre que domina al río, hay una torre circular que tiene en lo alto una inscripción formada por trozos de ladrillo en relieve y de color blanquecino, a la manera de la q1+e había en el dintel de la Casa de la Moneda en Granada. Aquella inscripción, que forma dos vueltas y una fracción alrededor de lo alto de la torre, tiene la particularidad de leerse empezando por el renglón más bajo, y dice: «En el nombre de Dios, clemente.y misericordioso. Dí que Él es Dios único, Dios eterno, no engendra ni es engendrado, y no existe semejante alguno a ÉL I Dios, no hay deidad sino Él, el vivo, el inmutable, no le embarga sopor ni sueño; suyo es cuanto hay en los cielos y en la tierra; ¿y quién intercederá 0
1 Hasta aquí es el cap. CXlJ íntegro del Alcoran.
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.cerca de Él sin su permiso? Conoce lo porve· nir como lo pasado .. _i ,, El gusto por las inscripcione. continúa hoy con el mismo vigor que en la Edad Media, decorando con ellas las puertas de las casas, los paños de las sepulturas y las paredes de las mezquitas, y cuando no pueden vaciarlas · siquiera en yeso, las escriben en papeles que pegan al muro, como en la modesta alquibla R.ebir de Esna. Pero los caracteres que ahora se usan son los nesjiés, ó de la escritura corriente, algo más rasgueados y entretejidos unos encima de otros, y siempre elegan· tes , porque los cúficos ni se emplean ni los entienden los literatos más instruídos del :país, y si alguna vez leen los encargados de las mezquitas tal cual p equeño trozo, es de memoria y recibido por tradición, como lo he comprobado haciéndoles seguir con el dedo J.o que descifraban. · Fuera del Cairo, apenas he visto inscrip· ciones cúficas hasta Asuán, en el antiguo cementerio que se extiende por el arenal al pie de la torre m encionada, hacia las famosas canteras de granito rojo. Las lápidas que he leído llegan hasta el siglo rv de la hegira, y por la parte más elevada abundan los mausoleos y panteones humildemente fabricados 1 Parte del v. %6 del ca p. JI del A lcorao.
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de ladrillo, remedando en su forma a una pequeña mezquita, con su vestíbulo, su nave rectangular, su cúpula y sus nichos para marcar la dirección de la Meca. Son frecuentes en las mansiones de los muertos, en país musulmán, estos oratorios, donde: El amigo se acerca para hablarle, De continuo visita su sepulcro, Llora y se queja con acerba angustia Cabe la tumba do el olvido mora; Mancha su rostro semejante á perlas Con polvo y clama y nadie le replica Sino el eco confuso de los montes ' . Conviértese esta piadosa costumbre en motivo de diversión y aun de licencia, como puede recordar quien haya leído las Mil y una noches, y en ciudades populosas se hacen casas y se levantaron tiendas con tal objeto. No faltan, por lo común, en las cercanías, sepulcros de santones, (llamados xeques por el título de los ocupantes), que gozan la con sideración de lugares de devoción y de mezquitas, aun cuando el islamismo no reconoce santos propiamente dichos. En Qená se encuentran gran número de estos repositorios, elegantemente decorados, sobresaliendo enl Ibn Arabxah, traducción del Conde de Noroi'la 1Poesías asiáticas ).
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tre ellos el del xeque Abderramen, fallecido en 792 de la Ilegira. Y ya que he nombrado el cementerio de Qena, no puedo menos ele consignar la particularidad de que en él se marca el sexo del difunto poniendo sobre la cubierta un largo semicilindro si e varón, y si es hembra un hoyo ovalado, ó dos protuberancias imitando toscamente los pechos: en cambio no he distinguido un olo letrero en ninguna tumba común. · Las llamadas de los Califas, y que ~on de los Sultanes circasianos, están colocadas en las aíueras del Cairo, al extremo del inmenso cementerio que blanquea la ago tada vertiente del l\Iacattan en extensión mayor que la ciudad misma. Tienen la disposición y uso de verdaderas mezquitas, cuyo estilo es por demá interesante para profundizar la crítica y análisis de los elementos del género granadino, casi contemporáneo; pero estos monumentos se hallan descritos en tantos libros corrientes, que no deben ocupar itio en este. Lo mismo sucede con las mezquitas del Cairo, ninguna de las cuales iguala en amplitud á la nuestra de Córdoba, y en cuanto á las del interior, las pocas que se conservan algo notables muestran siempre los materiales sustraídos á los antiguos edificios, como fué costumbre en los primeros musulmanes
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y lo había sido ·antes de los primeros cristianos. La aljama motanáli de Girgá es lo más curioso de este género: las columnas de piedta están calzadas, ya con un plinto, ya con un capitel de hojas crasas invertido; los que coronan los fustes son labrados de intento para la obra, ya en forma de campana de cuatro caras y ochavados sin adorno, ya bulbosos como reviviendo los faraónicos modelos. Decoran inscripciones cúficas los frisos interiores, acompañan embutidos de mármoles los costados de la alquibla; y socavada y derruída la mitad del edificio por el contínuo embate de las aguas del río, presenta desde los barcos el aspecto de una decoración teatral, con sus columnas fuera de plomo, sus techos hundidos y sus paredes ennegrecidas. Dos suntuosos alminares dan testimonio del pasado esplendor de aquella ruina, y han servido de invariable modelo para los que se alzan en las demás mezquitas de la localidad, pobres y mal cuidadas, revestidas de malos azulejos por dentro, y sin armonía con sus elegantes torres. La extensión que va tomando este capítulo no me permite ·decir más acerca de otras mezquitas de menos importancia, como tampoco hablar de los bazares, de los baños, de los conventos coptos y de las iglesias católi 0
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cas; pero no puedo dejar completamente olvidado lo que más importante me parece en todo género de arquitectura, que es la doméstica o privada, pues en ella es donde m;ís se r etrata el modo de vivir y de pensar de cada pueblo . Ya no se encuentran aquellos palacios admirables de las Mil y una noches, pues los Virreyes y los Emires se lo encargan nuevos a italianos y franceses, y dejan desplomarse los antiguos, de tapia guarnecida de yeso: lo único que queda con color local son las casas de la clase media y las chozas de los pobres campesinos. Son éstas como las de nuestros paisanos gallegos, un r ecinto cuadrado donde yacen sin separación todas las personas de la familia y los animales do mésti'cos; pero como están hechas del légamo depositado por el Nilo, y ponen encima los palomares, les dan por fuera grandes taludes y desde lejos parecen en reducida escala los pilones que anteceden a los templos: tales son la mayoría de las que se ven .en Farxut, en Negada y otros pueblos del Alto Egipto. _ En las grandes ciudades, lo mismo en.Egipto que en Arabia, la gente menos acomodada vive en casas de muchos pisos y apiñada en muy corto espacio ; y sólo la familia más
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desahogadas ocupan por entero una casa. En éstas se conserva mucho de la disposición de la antigua casa griega, cuya idea fundamental consistía en distribuir las habitaciones alrededor de uno o más patios escondidos al transeunte, y en tener escasas vistas a lo ~xterior, á diferencia de la casa romana, cuyo despejado atrio daba frente a la cancela del vestíbulo, y era el lugar preferente de recibo Tal es el modelo que a través de la dominación árabe, y no por ella, han conservado las cómodas y elegantes casas de Cádiz y Sevilla con sus celebrados patios llenos de flores, refrescados por alegres ·hilos de agua y defendidos con toldos del ardor canicular de los rayos del sol; al paso que el verdadero modelo árabe, tal como se ve en el Cairo, no se encuentra sino en Córdoba y en el Albaicin de Granada, donde los patios desembocan a un recodo del zaguán, escondiéndose de la vista ele la calle; las aberturas escasean en la fachada, y las defienden estrechas reja;s, herederas de la antigua muxarabia, cuyos entrete¡idos- listones velaban la honestidad dei harem de la indiscreción extraña. Para mejor resguardar el doméstico secreto, en el Cairo y también en Córdoba se abren muchos portales en el fondo de un callejón sin salida, donde el transeunte propiamente di-
Si!?
t:A.Ph ULO SE'CTO
cho es imposible, y el •isit:rnte anunci:i su intento con anticipación sobrada. No es fácil a quien viaja por Oriente p netrar más allá el la pesada puerta sujeta con imple lla ' e y cerradura de madera, en forma de peine o arda, pero el Sr. Riaño y yo tuvimos la fortuna el e tropezar en una calle con un sujeto lleno de cortesía, que viendo la atención con que íba_mo mirando las_fa,chadas, nos invitó a pasar al interior de su e::asa. Pudimos ver allí las caladas celosías del patio, el salón g uarnecido de azulejos, con el stu-tidor en el centro, las banquetas con viejos tapices alrededor , y especialmente el artesonado clel gran pórtico, a manera ele prostarf.io, que bajo la galería claba entrada al salón: había figurnclo esa pieza en la última Exposición universal de París, y por eso había dec idido a su propi e tario a mostrarla a lo. curioso.- [ran os, qu e ,·ieron a!->i en su propia tierra: Dorado techo fuerte, fabricado Por sabio moro, en jaspe . ns tentado '. 1 Fr. Luis de León, odas.
FL
ÍNDICE
-~Págs. 11
Al que leyere .. . .. .. .... . ......... . ......... . .... .
VII
Cap. :.-El viaje del Ni lo .... . ..... ... ... ... .... . Cap. II.-La Geogralia del Nilo .. . . ...•.. .. ....... Cap. IIJ.-Las fuentes del Nilo..... . . . . . . . ..... ... Cap. IV. -La inundación del Nilo ...... .... .. . .... . Cap. V.-EJ comercio del Nilo .................... . Cap. VI.-Los monumentos del Nilo . ............ . .
1 63
11 7 175
239 327
>ÍOTA. - Impreso este libro después ele haber fall ecido sn auto r, es facil que contenga erratas que el lecto r ilustrn· do conocerá y sabrá dispensar, á quien. como tributo ele amistad, se encargó de la con-ección ele pruebas. con el
mej or deseo, aun cu:1ndo convenc ido l'.c su insuficiencia pnra el c:isu.
D. or. CoRTAZAR.
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ESTE LIBRO SE AC ABÓ DE IMPRllllR EN LA l)!PRE:'<TA l>E LA
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