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6La formación intelectual de Sabatini

J. ANTONIO RUIZ HERNANDO Profesor emérito Universidad Politécnica de Madrid

En estas líneas, más allá de adentrarnos en su trayectoria como arquitecto e ingeniero al servicio del rey, intentaré sintetizar la formación cultural de Francisco Sabatini, en el amplio sentido de la palabra, a través de su biblioteca, constituida por unos 511 títulos en los que hemos de incluir manuscritos, planos y estampas 1 .

Nació en Palermo en 1721 y murió en Madrid en 1797. Se formó en la Academia de San Luca (Roma) y con F. Fuga y L. Vanvitelli, (con cuya hija Cecilia se casó, por poderes, en 1764) en el palacio de Caserta (Nápoles). En 1760 vino a España de manos de Felix Gazzola di Cereto, militar y noble muy vinculado a Carlos III y fundador del Real Colegio de Artillería de Segovia (1764) 2

[FIG. 1].

Asentado en Madrid, y al servicio del rey, su carrera profesional alcanzaría las más altas cotas. En 1760 era capitán e ingeniero ordinario. Quince años después Consejero de Guerra y Comandante de Ingenieros del Ramo de Fortificaciones. A su muerte, Consejero Nato del Supremo Consejo de Guerra y Director de los tres ramos de ingenieros: Caminos, canales y arquitectura civil; Plazas y Fortificaciones, y Academias Militares. Tenía en sus manos todo el poder en este campo. Ha de añadirse que, en 1760, recién llegado, fue nombrado académico de San Fernando.

Llaguno y Amírola, no sin cierta ironía, escribe: «De manera que fue el profesor más condecorado que se ha conocido en Europa, y en la historia moderna de la arquitectura» 3 .

Era un hombre rico y vivía confortablemente en una gran casa, con capilla privada, bien amueblada y decorada con pinturas de M. Nani, Bayeu, Tiépolo, Mengs, Goya y Maella. El personal de servicio lo constituían varios criados, incluido un cochero, pues disfrutaba de seis coches.

FIG. 1.

Vista actual de la Casa de la Química, Segovia.

Su vida social corre pareja a la profesional. Se ha afirmado que Velázquez anhelaba ser noble. Otro tanto le ocurría a Sabatini, quien conseguiría el hábito de Caballero de Santiago, en 1773, y ser Gentilhombre de Cámara, en 1775. La pertenencia al círculo cortesano se confirmaría al casar a su hija Mariana con Jerónimo de Lagrua, hijo del príncipe de Carini, y a Teresa con el Marqués de Zayas.

Una ojeada a la biblioteca nos produce la sensación de que Sabatini la había ido formando de una manera aleatoria –sin duda había muchos libros regalados– posiblemente porque tendemos a pensar en el arquitecto-ingeniero, pero si lo hacemos en el hombre no ocurre tal. La curiosidad de Sabatini abarcaba todos los campos de la cultura y la ciencia, si bien con ciertas preferencias. Muchas eran ediciones príncipes.

Reseñaré en primer lugar los libros culturales. Sabatini leía en italiano, en español y en francés. Tengo mis dudas con respecto al inglés y latín, apenas hay libros en estas lenguas, y es muy significativo el número de diccionarios registrados, entre los que descuella el famoso Calepinus Septem Linguarum (Padua, 1752). Este diccionario en latín, publicado en 1502, fue añadiendo lenguas en las sucesivas ediciones hasta un total de once, incluidas las clásicas. He de añadir una serie de «diccionarios», se podría decir enciclopedias, sobre educación, historia, geografía, agricultura, jardinería, religión, ejército, fabulas, arte y ciencia, como por ejemplo la Cyclopedia or an Universal Dictionary of Arts and Sciences, de Ephaim Chambers (Londres, 1728).

La religión y la filosofía cuentan con escasos ejemplares, no faltan de San Agustín y Tomás de Kempis, o el Elogio de la locura de Erasmo, ni Francis Bacon, Opera Omnia (Leipzig,1694), la obra que abrió los nuevos caminos para la investigación científica. Por el contrario, son más numerosos los de fisiología y medicina, algunos tan notables como la fisiología de Albertus Haller, la obra del celebérrimo Herman Boerhaave, profesor en Leiden y experto botánico, y el muy práctico de Jorge Bucham sobre medicina doméstica.

Este acopio de libros tal vez obedezca a la naturaleza enfermiza, o hipocondríaca, de Sabatini, aquejado de la gota que fue causa de su muerte. En este sentido he de llamar la atención de un singular manuscrito, sin firmar, sobre el chocolate, producto de moda, en el que se resaltan sus propiedades medicinales, escrito que concluye: «una jícara de chocolate concilia las amistades, conserva las correspondencias; gobierna en los gabinetes; juzga en los tribunales; lee en las cátedras; predica en los púlpitos; canta en los coros, reza en la iglesia» 4 .

No debió de apasionarle la literatura; están presentes Virgilio, Horacio, Ovidio, Petrarca, Bocaccio y Goldoni, o los españoles Feijoo y Guevara, pero brillan por su ausencia los grandes escritores: Homero, Dante, Shakespeare, Racine o Cervantes. Llama la atención que estén todos los fabulistas famosos, lo que se puede entender por la preocupación de la educación de sus hijas, debido al carácter moralizante de la fábula: Esopo, Fedro, Filelfo, La Fontaine e Iriarte y junto a ellos la Ciropedia (sic), es decir, «Educación de Ciro», de Jenofonte, Telemaco, de Fenelon y Belisaire de J.F. Marmotel, textos para la educación en los valores de la virtud en la vida pública y privada.

Sabatini se inclinaba más hacia la historia y la geografía y le atraían los libros de viajes. De estos, contaba con A. Ponz, Viage de España […] (Madrid, 1772); M. Terracina, Historia general de los viajes (Madrid, 1763); Bell of Antermony, Voyages despuis St. Petersbourg en Russie, dans diverses contrées de l´Asie (París, 1766), y los 13 tomos de Storia de viaggi […] del capitano Cook […] (Nápoles,1784), del que se anota «carece de láminas» [FIG. 2].

Entre los ejemplares de historia de España destacan: Mariana, Historiae de Rebus Hispaniae y J. F. Isla, Compendio de la Historia de España. Obviamente abundaban los de Italia: Tito Livio, Polibio, Salustio, César, Tolomeo, o Plinio el Viejo, D´histoire naturelle (París, 1771-1782), edición bilingüe de Desaint. Los clásicos, pero también los modernos, desde L. Muratori, Annali d´Italia, de consulta aún hoy día, a F. Guicciardini, Historia d´Italia, obra clásica en la historiografía del país.

La formación científica, y a la par el amor por lo clásico, se inició en Pestum. En 1734, Carlos III inicia la reconquista de Nápoles en poder de Austria. La victoria de Velletri (1744) fue decisiva. En ella tomó parte, junto al rey, el citado Felix Gazzola. Desde entonces, el ilustre militar gozaría de la amistad del monarca, de la que da testimonio la pintura conservada en el palacio de Caserta. Cuatro años después, Gazzola participaba en los descubrimientos de Pompeya y Herculano. A diferencia de estas ciudades, Pestum, la

FIG. 2.

J. COOK, Troisième voyage de Cook, París, 1785.

FIG. 3. P. A. PAOLI, Rovine della città di Pesto, Roma, Palearinniano, 1784.

antigua Posidonia, colonia griega fundada en el 600 a. C., ofrecía a la vista una serie de templos muy bien conservados. En 1746, el arquitecto Mario Gioffredo le informaba de su existencia. Se propuso entonces dibujarlos y medirlos. Fue pues, el primero en «los trabajos de limpieza, consolidación y salvamento de los templos de Pestum».

Los arquitectos franceses J.G. Souflot y G.P. Dumont viajaron a Nápoles en 1750, para conocer los edificios y visitaron a Gazzola, quien les dejó los dibujos que se habían obtenido y que ellos, sin su permiso, editaron con ligeras correcciones 5 . El abate Barthélemy, ante la noticia de que Dumont iba publicar un libro sobre Pestum, escribió al conde de Caylus en los siguientes términos: «Es preciso que sea usted informado [que] Gazola es el primero que ha tenido conocimiento exacto de estas ruinas», que las visitó y llevo allí arquitectos que levantaron los planos bajo su dirección. El Padre Paoli amplia la información:

Los alzados y las perspectivas fueron dibujados por un arquitecto y pintor [Gian Battista Natali] Cogió el encargo de medir las plantas y todas las partes el señor Sabatini, arquitecto entonces de Carlos III Rey de las Dos Sicilias y ahora en el mismo servicio […] en España.

La venida de Carlos III a España, en 1760, forzó la de Gazzola, quien se olvidó del proyecto de publicar los trabajos sobre Pestum para atender otras obligaciones. Otros interesados en el tema lo harían, entre ellos Thomas Mayor, The ruins of Paestum, Otherwise Posidonia, in Magna Grecia (Londres, 1768). Por fin Gazzola, aliviado de sus tareas, y movido por varias razones, publicaría Rovine de la citta de Pesto ancora Posidoni (Roma, 1784). La edición fue supervisada por el P. Paoli y costeada por Carlos III 6

[FIG. 3].

Entiendo que su trabajo en Pestum fue el detonante de su amor hacía la cultura clásica. Tenía ediciones de los escritores latinos, no de los griegos, curiosamente, y

FIG. 4.

D. DE RUBEIS, Romanae Magnitudinis Monumenta, Roma, 1699.

numerosos libros de estampas: Joniam antigüedades (Londres, 1769) y Antigüedades de Atenas (Londres, 1762), así aparecen citados en la testamentaria y que son las obras famosas de J. Stuart y N. Revett con textos en inglés, libros clave para el conocimiento de la arquitectura griega y, junto con estos, J. P. Bolzani, De Sacris Aegipciorum Literis, (Basilea,1556), considerado un diccionario de iconografía. Sin embargo, llama poderosamente la atención que, enamorado de la cultura clásica, no conste en su biblioteca el libro de J.J. Winckelmann sobre el arte antiguo, editado por primera vez, en alemán, en 1764, que fue rápidamente traducido al francés, lengua que leía, y de la que Diego A. Rejón de Silva hiciera una traducción al español en 1784 7 . Un libro crucial que aborda el arte desde Egipto hasta Roma. Esta ausencia tan significativa me lleva a considerar si realmente Sabatini «vibraba» con la cultura clásica o tan solo con la arquitectura.

Nacido en Italia, formado culturalmente en Nápoles y Roma, es obvio que ahondara en el conocimiento del pasado de estas monumentales ciudades en que había vivido. Hizo acopio de grabados y de libros, desde aquellos más o menos veraces a los que son un derroche de imaginación. Se trata de Le Antichita di Ercolano esposte (Nápoles, 1757-1792). Se compone de ocho volúmenes de grabados, de gran calidad, impresos en la Imprenta Real y destinados a un público selecto, por lo que deduzco que fuera un obsequio, como debió de serlo el ejemplar dedicado al palacio de Caserta. También tenía ediciones príncipes de F. Maria Pratilli, Vía Apia (Nápoles, 1745); Pedro Bartoli, Admiranda Romanorum Antiquitatum

FIG. 5.

G. B. PIRANESI, De Romanorum Magnificentia et Architectura, Roma, 1761.

(Roma, 1693) y el muy curioso del editor Dominici de Rubeis, Romanae Magnitudinis Monumenta […] [FIG. 4], con numerosos grabados de desigual calidad, algunos más finos de P. Bartoli, pero interesante porque reproduce construcciones romanas sorprendentes, por ejemplo el circo de Nerón con el obelisco que hoy se yergue en la plaza de San Pedro o una deliciosa interpretación de la isla Tiberina. Del arqueólogo y erudito crítico de pintura Bellori, Veteres arcus Augustorum, (Roma, 1690), con minuciosos grabados de los relieves que les exornan. Otra cosa son los magníficos de Piranesi De Romanorum Magnificentia et Architectura (Roma, 1761) [FIG. 5]. Sabatini adquirió este libro, y no el famoso Carceri d´invenzione, movido no tanto por la belleza de los grabados –las Prisiones son un paradigma a este respecto– sino por su valor testimonial, aunque en los edificios reproducidos, frente a las estampas realistas de Stuart y Revett, haya un tanto de fantasioso.

La ingente tarea desplegada por Sabatini, en diversos campos, hace que pase desapercibida su actuación, durante algún tiempo, en la Real Fábrica de Tapices, que dirigía Mengs. En el inventario de sus bienes, se anotan pinturas de Maella, Bayeu y Goya, de las que se dice que estaban destinadas al tapiz, es decir pintura adecuada para la decoración de residencias. No se precisa si fueron regalos o pintura adquirida, en todo caso se puede suponer que la intervención en la fábrica propiciaría el conseguirlas. Las obras de Tiépolo y de Mengs se apartan de este grupo. La relación con Antonio Rafael Mengs (1728-1779) debía de ser cordial. Sabatini tenía la obra teórica de Mengs editada por J. Nicolás de Azara en Madrid en 1780 y, además, del célebre pintor que había retratado a la familia real, el suyo y el de Cecilia Vanvitelli, si bien al pastel, pero no los de las hijas. Se puede inferir, por tanto, que no era un experto en pintura. Su retrato por Mengs era una forma de afianzar su posición social, como los libros de arte lo eran en lo cultural, comenzando por Vasari y concluyendo por su contemporáneo Hogarth. De Giorgio Vasari, en edición príncipe, Le vite de piu eccellenti pittori scultori e architettori (Venecia, 1550). Vasari, «el más antiguo historiador de artistas que se haya propuesto describirlos con cierta amplitud de miras e intereses, ayudado por una buena cualidad de escritor» 8 , intentaba relacionar la biografía de los artistas con la teoría del arte. Muy importante es, en edición príncipe, G. P. Lomazzo, Trattato dell´arte de la pittura (Milán, 1584) [FIG. 6], sin olvidar C. Ridolfi, Le vite degli illustri Pittori Veneti e dello Stato (Venecia, 1648). Entre los extranjeros, no una obra de historia de la pintura al uso, sino la teórica del pintor y grabador contemporáneo inglés W. Hogarth, L´analisi della bellezza (Livorno, 1761), –para L. Venturi se trata de «un ensayo acerca del tránsito directo del gusto rococó al romanticismo»– y una traducción al francés, de 1750, del poeta inglés A. Pope, sobre la moral y el gusto, que había influido en Hogarth.

Y nos vamos acercando al Sabatini arquitecto e ingeniero. En el inventario un gran porcentaje de los libros corresponde a obras de matemáticas, física, ingeniería y arquitectura. Empezaré por éstos, pues nos sirven de nexo entre el mundo del Arte y el de la construcción, de hecho, Vasari escribe sobre pintores y arquitectos indistintamente y Alberti otro tanto.

Vitruvio inicia la serie tanto en cronología cuanto en el número de ediciones con que contaba. Vitruvio fue arquitecto, pero ante todo ha pasado a la Historia por su tratado De Architectura, en 10 libros, publicado, tal vez, entre el 27 y el 23 a. C. Ha llegado el texto, pero no las imágenes. Para el autor, la arquitectura se compone de cuatro elementos: orden arquitectónico, disposición, proporción y distribución. Influyó notablemente en el Renacimiento, y se editó por vez primera en 1486, al cuidado de G. Sulpicio de Veroli. Francisco Sabatini poseía varias ediciones: Roma, 1486; Roma, 1521; París, 1547; Venecia, 1567; París, 1673; París,1684; Nápoles, 1758 y Madrid, 1761. Es decir, desde la edición príncipe a la de Madrid, pasando por la primera traducción al italiano (1521), debida a Cesare Cesariano, con xilografías; la primera francesa (1547); la veneciana por Daniel Bárbaro (1567), con excelentes ilustraciones; las de Perrault (1683 y 1684) –a este arquitecto francés se debe la denominada «triada vitruviana»: Venustas (Belleza), Firmitas (Firmeza) y Utilitas (Utilidad), conceptos que Vitruvio solo aplicó en determinados edificios públicos–; la de Nápoles (1758), por el arqueólogo Berardo Galiani, en edición bilingüe latín e italiano, magníficamente ilustrada; y la de

FIG. 6. G. P. LOMAZZO, Tratatto dell´arte della pittura, scoltura et architettura, Milán, Paolo Gottardo Pontio, 1585.

FIG. 7. ALBERTI, L´architettura, Monte Regale, Leonardo Torrentino, 1656.

Madrid de 1761, traducción para los estudiantes de la Academia de San Fernando de la de Perrault, a cargo de José Castañeda, académico de la misma.

El hecho de que Sabatini poseyera ocho ediciones de Vitruvio presupone un conocimiento profundo de su obra (consta que la había estudiado), ahora bien, la adquisición de la edición príncipe, es la confirmación de un hombre que amaba el mundo clásico, más allá del coleccionista, y que intentaba acercarse a él incluso en lo temporal: el Vitruvio de 1486 es «más antiguo» que el de 1761 y está en latín.

El libro de Vitruvio era conocido en la Edad Media, pero solo un hombre de la cultura de Leon Battista Alberti [FIG. 7], sabedor de la arquitectura romana y buen latinista, amén de otras disciplinas, un «Homo Universalis», era capaz de interpretar correctamente el texto. Había escrito sobre pintura y escultura, y su libro De re aedificatoria (Venecia, 1565), en diez libros, en homenaje el tratado vitruviano, será la base para todos los teóricos posteriores.

En opinión de Venturi, los cuatro libros del siglo XVI más importantes sobre arquitectura son los de Serlio, Vignola, Palladio y Scamozzi, y representan «más que nada, un espejo de unas necesidades prácticas y sociales». El más interesante es Serlio, por cuanto tiene de trasgresor de la normativa al uso. Fue muy conocido en España, traducido en 1563 por F. Villalpando. Sabatini poseía los cuatro: Serlio, Sette Libri dell´architettura (Venecia, 1547); Vignola, Regola delle cinque ordini dell´architettura (Venecia,1562). Palladio, I quatri libri dell´architettura (Venecia, 1616); Scamozzi, Dell idea dell´architettura Universale (Venecia, 1714), e I Cinque Ordini d´Architettura (Verona, 1735), atribuido falsamente a Sanmichele, un arquitecto militar.

FIG. 8.

L. VANVITELLI, Dichiarazione dei disegni del Reale Palazzo di Caserta, Nápoles, Reale Stamperia, 1756.

Junto a los tratadistas «clásicos» también encontramos los del momento. Del editor Domenico de Rossi, Studio d´architettura Civile di Roma[…] (Roma, 1702), con alzados de iglesias y palacios barrocos 9 ; Guarino Guarini, Architettura Civile [… ] (Turín, 1737), tratado en cinco partes; Margaritis, Proposizioni teorico-pratiche d´architettura civile (Milán 1766); y Luigi Vanvitelli, Dichiarazione dei disegni del Reale Palazo di Caserta (Napóles, 1756), un libro sobre el palacio donde el propio Sabatini había intervenido, de gran tamaño e ilustrado con magníficos grabados de planos, secciones, alzados, etc. [FIG. 8].

Sabatini hubo de conocer a Filippo Juvarra, el prestigioso arquitecto que trabajó en España y murió en Madrid en 1736. Su obra debió de interesarle, ya que tenía un libro sobre la iglesia de San Felipe de Turín y un enigmático Casa de recreo del rey de Turín, folio, pasta (sic), que deduzco pueda tratarse de La Venaria Reale. Palazzo di piacere e di caccia […] (Turín, 1674), del arquitecto A. Castellamonte, quien había intervenido en el palacio proyectado por Juvarra.

Esta selecta biblioteca de arquitectura italiana se complementa con dos obras que se adentran en problemas de técnica y estabilidad, cual son: Domenico Fontana, Della trasportatione dell´obelisco vaticano et delle fabriche di nostro Signore Papa Sisto V (Roma, 1590), y Carlo Fontana, Il Tempio Vaticano e sua origine (Roma, 1694).

El obelisco egipcio, transportado a Roma desde Egipto hacia el año 40 fue instalado en el circo de Nerón, en la colina Vaticana, lugar del martirio de San Pedro 10 . Mide 25

metros de altura y pesa 320 toneladas. En 1585, Sixto V ordenó trasladar desde el sitio en que se alzaba, junto a la antigua basílica de San Pedro, hasta el punto en que hoy se yergue. El trabajo de traslado y nueva elevación duró un año, finalizando el 10 de septiembre 1586. La proeza técnica quedó magníficamente ilustrada en el citado libro.

Entre los años 1506 y 1514, Bramante levantó los pilares torales de la basílica de San Pedro, pero habría de ser Miguel Ángel quien proyectara la cúpula que la corona, llevada a cabo por Giacomo della Porta y Domenico Fontana (1588-1590). Ya durante su construcción se hicieron sentir daños en los arcos torales, daños que se manifestaron en la cúpula en el siglo XVII. Al agravarse el problema, se realizaron trabajos de inspección y en 1694 Carlo Fontana publica su libro, base para los estudios posteriores. En 1742, se reavivó la polémica sobre la estabilidad de la cúpula y fue entonces cuando Benedicto XIV decidió consultar a expertos matemáticos. Francesco Jacquier, Tommaso Le Seur y Ruggiero Giuseppe Boscovich redactaron un informe conocido por Parere di tre mattematici sopra i danni que fino sono trovati nella cupola di S. Pietro, sull fine dell’ Anno MDCCXLII.

La profesora Gemma López publicó un interesante estudio sobre dicho informe 11 . En su opinión, «supone una contribución muy significativa en el campo de la teoría de estructuras, el primer ejemplo correcto de la aplicación de la teoría de bóvedas».

Sería G. Poleni, físico y matemático, quien lo solucionaría proponiendo la utilización de zunchos. El estudio se ilustra con los grabados del libro de Fontana.

El problema de la estabilidad de la cúpula llamó poderosamente la atención de Sabatini, pues en el inventario se registran las siguientes obras sobre el tema: el ya citado Parere di tre mattematici […].; Riflessione di Padri Tommaso Le Soeur, Francesco Iacquier […] e Ruggiero Giusepe Boscovich […] della cupola (Roma, 1743); P. Dominico Sante Santini, Parere intorno allí Contraforti, ed altri danni della Cupola Vaticana (Roma, 1743); G. Poleni, Memorie istoriche della Gran Cupola del Tempio Vaticano (Padua, 1748); Breve discorso di Gaetano Chiaveri […] circa i danni riconosciuti nella portentosa Cupula di San Pietro di Roma […] (Pesaro, 1767); C.F. Dotti, Proyecto para fortalecer la media naranja de San Pedro, manuscrito [sic] 12 .

El hecho de que se hiciera con todo lo publicado sobre la cúpula demuestra que para Sabatini la estructura era esencial. A mediados del siglo XVIII se había constituido un grupo de matemáticos en la corte de Nápoles. Entre otros destaca la figura de Nicola Martino, maestro de tal materia de Fernando IV, y autor de Nuovi Elementi della teoría delle mine, con trattato delle misure della volte (Nápoles, 1780), en que se estudia la bóveda de arista en proyecciones cónicas. También hay que añadir la de B.S. Sgrilli, Descrizione e studi dell´insigne fabbrica di S. Maria del Fiore (París, 1733), y el tratado más generalista de A. F. Frezier, La Theorie de la Pratique de la Copupé des Pierres et des Bois pour la constructión de voutes […] (París,1737) 13

[FIG. 9].

El segundo apartado es el constituido por obras de tratadistas franceses. De Ch. Perrault, Ordonnance des cinq especes de colonnes selon la mèthode des anciens (París, 1687), en que expone la libertad con respecto a las proporciones clásicas de los órdenes. En 1702, se publicaron las Memoires d´architecture, de M. Fremin y, en 1714, el grabador S. Le Clerc, el Traité d´Architecture. Ya entrado el siglo, de uno de los teóricos más notables, J. François Blondel, maestro de arquitectos franceses, el Cours d´architecture ou traité […] des batiments (París, 1771). En su introducción se puede leer «Ce Cours d´Architecture n´etant qu´un corps de Leçons que nous les donnons encore dans nos Ecoles». También De la distribution des maisons de plaisance (París, 1737). De M. J. Peyre, discípulo de Blondel, Oeuvres d´architecture (París, 1765). De C.A. Jombert, Architecture moderne (París, 1764) y el ya citado de Frezier.

El influjo del tratado de Blondel fue enorme, se extendió a Inglaterra, tal es el caso de W. Chambers, A treatise on civil architecture (Londres,1768). De este famoso arquitecto poseía, así mismo el peculiar y debatido, A dissertation on oriental gardening, (Londres, 1772), traducido al francés y al alemán.

La tratadística francesa, en especial Blondel, llegó igualmente a España: «Son los tratadistas franceses los que sostienen la Arquitectura Civil de Bails, comenzando por el Curso de Arquitectura de Blondel y Patte, siguiendo por el Tratado de Estereotomia de Frezier…» 14 . Sabatini poseía ejemplares de Bails (1782), de Blondel (1771), de Frezier (1789) y de Patte (1769). Así mismo, M. Losada, Compendio de arquitectura civil (1740); A. Valzania, Instituciones de Arquitectura (1792); Villanueva [sic], Juicio de la Iglesia de San Francisco de Madrid, y los escritos de Ardemans.

Por lo que respecta a la jardinería contaba con libros sobre Versalles, Marly, las Tullerías o jardines ingleses.

Como ya vimos, la formación de Francisco Sabatini fue eminentemente italiana en todos los aspectos. Se inició en Caserta, en el palacio real, y abrió sus ojos a la cultura clásica en

FIG. 9. A. F. FREZIER, La theorie et la pratique coupe des pierres et des bois, Estrasburgo, Guenin, 1737.

Pestum. Su vida transcurrió en España, al servicio del rey, pero nunca olvidó Italia. Poseía libros sobre arquitectura veneciana, saboyana, y piamontesa y sobre todo de la ciudad de Roma, la hacedora del mundo barroco, además de monografías sobre edificios de París o Ámsterdam. No le eran ajenos los postulados del renacimiento italiano, ni la obra de los grandes arquitectos barrocos y, como veremos, aunque la cultura en el siglo XVIII se desplace a Francia y en París se impriman los famosos tratados sobre arquitectura y fortificación, siempre contará en su biblioteca con algún libro italiano sobre estos temas.

En enero de 1784, el rey, en agradecimiento a los servicios prestados, nombraba a Francisco Sabatini «director comandante del ramo de Fortificaciones», con las prerrogativas del decreto de 1774, por el que se había establecido «la nueva planta del cuerpo de ingenieros». Habría de dejar la dirección de las academias y «entregarse a los planos».

El ingeniero Sabatini contaba con una sólida formación en matemáticas y geometría; conocía a Euclides, Newton [FIG. 10], Euler, etc. Las matemáticas eran necesarias para entender las nuevas formas de arquitectura militar, pero, además, sabía de física, de hidráulica y de materias afines. Y, aunque no considerara «necesario» el dibujo para un ingeniero, tenía libros sobre perspectiva e incluso sobre ornamentación (Berain), y él mismo dibujó a la aguada los candelabros para el altar mayor de la catedral de

FIG. 10. I. NEWTON, Philosophiae naturalis, Principia mathematica, Ginebra, Barrillot, 1739.

Segovia, amén de los proyectos para éste. Así pues, antes de adentrarnos en el capítulo de ingeniería y fortificación, detengámonos un momento en los libros de perspectiva.

Durante el siglo XVIII la enseñanza de la perspectiva en las academias militares tuvo un valor similar a las matemáticas y otras disciplinas 15 . El dominico y matemático E. Danti editó Le due regole della prospettiva (Roma, 1583), de Barozzi da Vignola, en el que se explican los métodos de ejecución de perspectivas mediante teoremas y demostraciones 16 . El tratado de A. Pozzo, Perspectiva Pictorum Architectorum (Roma, 1693), tuvo una enorme influencia en la España del siglo XVIII, a través de la enseñanza en los colegios de La Compañía 17 . Otros dos tratados, el de F. Galli Bibiena (1753), y el de S. Jeurat (1750) se abren al mundo de escenografía y de la pintura. Este último enlaza, sin embargo, con La science des ombres par raport au dessin» (París, 1750), de Dupain de Montesson [FIG. 11]. Está dedicado a un gran mando del ejército francés, a quien le dice que le será de gran utilidad. Su objetivo era formar buenos dibujantes, en el ejército o en el cuerpo de ingenieros, capaces de manejar el color y apreciar la sombra como generadora del volumen.

FIG. 11. M. DUPAIN DE MONTESSON, La science des ombres, París, Charles-Antoine Jombert, 1750.

Las matemáticas eran esenciales, –tesis sostenida por Deidier que la consideraba la más abstracta de las ciencias 18 – y en menor medida la física –«de todas las ciencias la física es la más perfeccionada por la experiencia y sus observaciones» (Musschenbroek)– en la formación del ingeniero. En la biblioteca de Sabatini se registran cerca de un centenar de publicaciones científicas si añadimos los de hidráulica y otras materias similares. Del famoso, y mil veces citado Euclides, Euclidis Elementorum (Roma, 1589); del conocido astrónomo Cristóbal Clavio, La prospettiva di Euclide, (Florencia, 1623), I. Danti, Elementi d´Euclide (Pesaro, 1619), y A. Tacquet, Elementa euclidea geometriae (Basano, 1781).

Escoger entre este cúmulo de obras científicas es un riesgo, sobre todo si se es ajeno a estas disciplinas. He seleccionado las siguientes: Isaac Newton, Philosophiae naturalis principia matemática (Génova, 1739), en latín, y Arithmetica universalis (Lyon, 1732); Belidor, Nouveau cours de mathematique a l´usage de l´artillerie et du genie (París,1725); L. Euler, Institutiones calculi differentialis cum eius usu in analisi finitorum (San Petersburgo, 1755); en latín, C. Wolfii, Elementa matheseos universae, (Génova, 1743) [FIG. 12], y R. J. Boscovich, Elementorum universae mathesos, (Roma, 1754); M. l´Abbe Deidier, La mesure des surfaces et de solides […], (París, 1740) y Éléments generaux […]

necessaires a l´artillerie et au genie (París, 1773) [FIG. 13], y P. Musschenbroek, Cours de physique experimentale et mathematique (París, 1769) [FIG. 14]; del Director del Colegio de Artillería de Turín, Alessandro Papacino d´Antoni, Instituciones físico-mecánicas para el uso de los Reales Colegios de Artillería de Turín (Estrasburgo, 1777). Para concluir dos españoles: B. Bails, Elementos de matemáticas (Madrid, 1793) y P. Giannini, Curso matemático […] Real Colegio de Artillería (Madrid, 1779) [FIG. 15].

Si en la tratadística de arquitectura, digamos civil, Francia se pone a la cabeza de Europa en el siglo XVIII, otro tanto ocurre por lo que respecta a la arquitectura militar, bien entendido que los escritores sobre esta materia no eluden en sus obras referencias a aquella, a los tratadistas clásicos, con inserción de láminas en que se reproducen los tradicionales órdenes, por ejemplo Belidor, quien es, además, un referente para la teoría de la bóveda. No obstante, la formación de un ingeniero, a cuyo cargo estará la construcción de plazas fuertes había de sumar a los conocimientos del arquitecto aquellos exclusivos de la poliorcética, tan unida al desarrollo científico del armamento, en especial de las bocas de fuego.

La biblioteca científica de Sabatini, de ciencias exactas y física, se complementaba con numerosos tratados de hidráulica, puentes y caminos, etc. Pero sus cargos en el cuerpo de ingenieros y en el ejército demandaban una atención especial a los de fortificación y guerra. Era consejero nato del Supremo Consejo de Guerra y en 1782 redactaba un proyecto, del mayor interés, para atacar Gibraltar, con un plano en que se disponían las bocas de fuego. Poseía publicaciones sobre las ordenanzas de ejércitos extranjeros y, por supuesto, sobre el movimiento de tropas y la construcción de plazas.

Sin duda la sombra de Vauban planea sobre toda la tratadística del momento, pero también Sabatini poseía tratados anteriores de sus compatriotas: P. Cattaneo, I quattro primi libri di architettura […] (Venecia, 1554), «uno de los primeros estudios sobre las poligonales de ciudades fortificada con bastiones»; G. Alghisi da Carpi, Delle Fortificazioni [… ] (Venecia, 1570); Lorini, Delle Fortificatione (Venecia, 1609), en que se abordan temas sobre geometría, diseño de la planta, construcción de murallas y torres, entorno y alojamiento de los soldados; F. Tensini, Delle fortificazione [… ], (Venecia, 1624); P. Sardi, L´artiglieria (Bolonia, 1629), Architettura Militare (Venecia,1638); del francés A. Fritach, L´architecture militaire (1648). Se puede mencionar el tratado de A. Capras, La nuova architettura civile e militare (Cremona, 1717), por cuanto pone de manifiesto el sutil hilo que diferencia una de otra arquitectura.

S. P. de Vauban apenas escribió, sin embargo, su teoría sobre la nueva fortificación, derivada de la práctica –asistió a bastantes asedios, tomó numerosas plazas, y construyó o reparó cerca de 300– tuvo una gran respuesta: casi todos los tratados aluden a él. Sabatini poseía el Traite des sieges et de l´attaque des places (La Haya,1737).

Un seguidor incondicional fue Belidor. Es el autor de La science des ingenieurs, (París, 1729) [FIG. 16]. Dedicada al rey, escribe en el prefacio:

Si se consideran todos los diferentes trabajos donde los Ingenieros llevan la dirección se convendrá que no hay profesión que exija más conocimientos que la suya […] en fin, se puede decir que un buen ingeniero es un hombre universal, que nada honra más a Francia que tener un gran número capaz de todas las cosas a las que me he referido.

FIG. 12. C. WOLFF, Elementa mathesos universae, Ginebra, Gosse, 1743.

FIG. 13. A. DEIDIER, Le parfait ingenieur françois, París, Charles-Antoine Jombert, 1742.

FIG. 14. P. VAN MUSSCHENBROEK, Cours de physique experimental et mathematique, París, Bailly, 1769.

FIG. 15. P. GIANNINI, Curso matemático para la enseñanza de los caballeros cadetes del Real Colegio de Artillería, Madrid, Joaquín Ibarra, 1779.

FIG. 16. B. FOREST DE BÉLIDOR, La science des ingenieurs dans la conduite des travaux de fortification et d´architecture civile, La Haya, Pierre Gosse, 1754.

FIG. 17. G. LE BLOND, Traité de l´artillerie, París, Charles-Antoine Jombert, 1743.

Emplea las matemáticas para calcular el espesor de los muros y expone su teoría completa de bóvedas con ejemplos de aplicación. De hecho, el libro II de este importante compendio (el primer manual de ingeniería) está dedicado enteramente a la «Mecánica de las Bóvedas» 19 . Pero, así mismo el cap. II «Del conocimiento de los cinco órdenes en general», con láminas donde se reproducen monumentos de la antigua Roma, con referencias a Vitruvio, Serlio, Vignola, Scamozzi…, y el Libro V a la decoración. En suma, un libro para ingenieros y también para arquitectos.

El segundo autor es el matemático Gillaume Le Blond. En el Traité de l´Artillerie ou des armes[...] (París, 1763) [FIG. 17], trata del cañón, de los morteros, de las balas, granadas, de las minas; «de las municiones necesarias para formar el asedio o ataque de una plaza». Escribe en el prólogo de Elementos de fortificación […] (Madrid, 1776): «Una de las partes más esenciales del Arte Militar es la Fortificación, cuyo conocimiento no solo interesa a los Ingenieros y Artilleros, sino también a los Oficiales generales que pueden tener a su cargo el ataque y defensa de las Plazas». El objeto del tratado es proporcionar ideas exactas sobre la fortificación y mantener sus reglas y principios fundamentales para que cualquiera, por sí solo, pueda aplicarlas útilmente a la construcción de toda especie de obra. «Nos parece no haber omitido en esta obra cosa alguna esencial a los Elementos de Fortificación y aunque se hayan escrito otras

muchas más voluminosas sobre la misma materia, en ninguna se explican las reglas y principios con mayor extensión que en la presente, la cual puede comprenderse con mucha facilidad, como lo ha manifestado la experiencia. Los que la hayan estudiado tendrán luces más suficientes para reconocer nuestras mejores Plazas y observar si sus fortificaciones están bien adaptadas a las máximas generales recibidas». A estos dos títulos se han de añadir: Tratado de defensa de las plazas […] y Elementos del ataque de las plazas (Madrid, 1777).

Otros tratadistas franceses: el Abate Deidier, Le parfait ingenieur françois […] ou la Fortification offensive et defensive (París, 1742); del matemático y profesor de artillería, D. G Trincano, Élements de Fortificacion […] (París, 1768). Por lo que respecta a la fortificación de campaña: Chevalier de Clairac, L´ingenieur de campagne ou traité de la fortificatión passagère (París,1757).

Del matemático y arquitecto alemán Leonhard, C. Sturm, Le veritable Vauban se montrant au lieu du faux Vauban (La Haya, 1708).

Son contados los autores españoles en la biblioteca de Sabatini, de los que se echa en falta a Sebastián Fernández de Medrano. Un panorama general de la artillería española en Vicente de los Ríos, Discurso sobre los ilustres autores e inventores de artillería [...]. (Madrid, 1767).

De Raimundo Sanz, Mariscal de Campo y partícipe en la expedición de Italia de 1734, Principios militares […] guerra subterránea […] para instrucción de la ilustre juventud del Real Cuerpo de Artillería (Barcelona, 1776,) y del famoso Pedro Lucuze, Principios de fortificación (Barcelona, 1772). Muy interesante es la traducción hecha por M. Sánchez Taramas del inglés Muller, Tratado de fortificación o arte de construir edificios militares y civiles (Barcelona, 1769), con numerosas adiciones.

Como encargado del empedrado y limpieza de Madrid, realizó varios proyectos para el saneamiento de pozos, alcantarillado y viajes de agua, algo de lo que ya se había ocupado Teodoro Ardemans, autor de Ordenanzas de Madrid, y del Curso subterráneo de las aguas de Madrid, publicados en 1720 y 1724. También de J. Alonso de Arce, un libro de curioso título, Dificultades vencidas (Madrid, 1735), en realidad unas instrucciones para la limpieza de Madrid.

Había elaborado siete planos del Camino General y Transversal de Galicia. Poseía de Campomanes, el Itinerario real de postas […] (Madrid,1761), un «dictamen sobre la anchura de los caminos reales» y el proyecto de J. M. Zermeño para el camino de Barcelona y dos excelentes libros sobre caminos: Gautier, Traité de la construction des chemins (París, 1755), y Traité de points et chemins (París, 1765).

Pero, al margen de estas actuaciones prosaicas, Sabatini sentía una gran curiosidad sobre la naturaleza del agua, con una docena de libros sobre el tema, entre ellos J.T. Desaguiliers, Hydrostaticks (Londres, 1718), que fue alumno de Newton y experto en ingeniería hidráulica; M. Belidor, Architecture hydraulique ou l´art de conduire […] (París, 1737); D. Guglielmini, Della natura de fiumi (Bolonia, 1739), un tratado físico matemático, y D. Michelotti, Sperimenti idraulici della Parella (Turín, 1767), que recoge los experimentos hechos por el matemático en el depósito real de aguas de La Parella, en Turín. Por último, un interesante libro sobre cimentación en el agua: M. Tardif, Nouvelle methode d´encaissement [… ] (París, 1757), ingeniero de puentes y caminos.

Para concluir, unas breves palabras sobre la relación de Sabatini con Segovia. Gazzola había elegido el Alcázar de la ciudad para sede del futuro Colegio de Artillería. El 18 de mayo de 1764 tuvo lugar la solemne apertura con la lección inaugural por el Padre Eximeno, jesuita.

El 17 de mayo de 1763, había escrito Eximeno:

Habrá cuatro meses que me encontré con carta de Sabattini con quien no tenía yo más relación que haberle tratado ahí cuatro o seis veces, en la que me decía, que habiendo el Rey determinado erigir una nueva Academia de Cadetes en Segovia, y preguntándole el Conde de Gazzola al mismo Sabattini si tenía noticia de algún sujeto hábil para maestro de la nueva Academia, le respondió que en España no hallaría otro más a propósito que yo.

Sabatini, a través de Gazzola, participa de algún modo en la fundación del Colegio de Artillería, al elegir como profesor a un matemático, lo que, a su vez, supone estar muy al tanto del mundo científico en España. Y hay algo más en esta vinculación con la ciudad. Sabatini había trabajado en La Granja –allí tenía alquilada una casa, como buen cortesano, para estar durante la jornada de verano de los reyes en la localidad–, en la Fábrica de Moneda y en la catedral. Para ésta diseño el retablo principal y seis blandones de plata para el presbiterio, cincelados por el platero italiano Antonio Vendetti, con quien había colaborado en otras ocasiones. Estos diseños vienen a confirmar el dominio de la línea y de la aguada por parte del ingeniero (tenía algún libro sobre platería y de adornos, por ejemplo Berain). Además, hemos de atribuirle la Casa de la Química, edificio construido ex profeso para experimentos químicos –en ella trabajó L. Proust– porque, al margen de las relaciones meramente formales con otras obras suyas, Sabatini era el arquitecto del rey y hombre versado en la ciencia, por lo que le era fácil proyectar un edificio destinado a tal fin [FIG. 1]. No se relacionan los planos entre aquellos que dejó a su muerte, pero en algún sitio deben de estar.

NOTAS

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13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. En el testamento se registraron los libros. A veces, el escribano no entendía bien el nombre del autor por ejemplo Chambru por Chambers, o el título, Las Lógicas de Rafael por Las Logias de Rafael, otras no se anotaban el lugar y fecha de edición. Los títulos abreviados y siempre en castellano. Todo dificulta la búsqueda del libro en el idioma original. En ocasiones, las menos, no lo he encontrado. Por lo general los títulos son muy largos, por lo que he optado por transcribir las primeras y últimas palabras. La relación íntegra de los libros en RUIZ, 1993. RODRIGUEZ, 1993. LLAGUNO, 1829. El manuscrito no se registró en el inventario, frente a otros de los que se tomó nota, lo que me hace pensar si no fue escrito por el propio Sabatini. Afirma que las conversaciones con personas en las cortes de Roma, Nápoles, Ginebra, Turín y Francia y en los puertos de Marsella, Génova y Livorno, y «por último en nuestra Nación y Corte española y los abusos y defectos que he notado en algunos facultativos contrarios a más fija experiencia y a lo que nos enseñan diversos autores sobre el modo de hacer el Chocolate […] me estimuló todo ello a formar esta corta obrita». Narra la procedencia del cacao, que fue descubierto, en 1520, en Nicaragua, Guatemala y confines de Méjico, por un soldado, llamado Benzu, que le dio el nombre de Cacavi. Los españoles denominaron a estas regiones «Paraíso de Mahoma», por ser «un país abundante de exquisitos y regalados árboles, entre los cuales se distinguió como otro leño de la vida el Cacavele y de Mahoma porque no tenía más ley que la del apetito». DUMONT, G.P.M., Suite des plans. Coupes, profiles […] de Pesto […] mesurés et dessines par J.G. Souflot architecte du roy en 1750, París, 1764. MOLEON, 2002. El manuscrito fue depositado en la Real Academía de Bellas Artes de San Fernando y editado por vez primera en 2014. VENTURI, 1979. RODRÍGUEZ, 2013. Según éste el libro de Rossi fue un verdadero manual para la enseñanza de la arquitectura en la Academia de San Luca, en Roma, y contó con una amplia difusión en España. Sabatini tenía un ejemplar de Rubeis (1699) en que el grabador P. Bartoli inserta un fino grabado con la reconstitución del circo presidido por el obelisco. LÓPEZ, 1998. En este sentido de la atracción por la cúpula florentina es interesante recordar que a Sabatini se debe la fachada de San Francisco el Grande de Madrid (1784), edificio cuya cúpula –la cuarta más grande de Europa- había cerrado en 1770 Plo y Camín, un «maestro de obras» no reconocido oficialmente como arquitecto, del que poseía un ejemplar de El arquitecto práctico. Civil, militar y agrimensor, Madrid,1767. LÓPEZ, 1998. BAILS, 1983. GALINDO, 2008. FRÍAS, 2007. FUENTES, 2016. DEIDIER, 1740. HUERTA, 1998.

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