LECCIONES JUANELO TURRIANO DE HISTORIA DE LA INGENIERÍA
La palabra y la imagen Tratados de ingeniería entre los siglos XVI y XVIII Alicia Cámara Muñoz y Bernardo Revuelta Pol, coordinadores
LECCIONES JUANELO TURRIANO DE HISTORIA DE LA INGENIERÍA
La palabra y la imagen. Tratados de ingeniería entre los siglos XVI y XVIII
Alicia Cámara Muñoz y Bernardo Revuelta Pol, coordinadores
LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
Conferencias impartidas en el curso: «La palabra y la imagen. Tratados de ingeniería entre los siglos XVI y XVIII», celebrado en Segovia del 11 al 13 de noviembre de 2016 y organizado conjuntamente por la UNED y la Fundación Juanelo Turriano. Curso coordinado por Alicia Cámara Muñoz y Bernardo Revuelta Pol
Edición 2017
www.juaneloturriano.com
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Coordinación y revisión de textos: Daniel Crespo Delgado Documentación: Begoña Sánchez-Aparicio García Covadonga Álvarez-Quiñones del Gallego Diseño, maquetación: Ediciones del Umbral © De la edición, Fundación Juanelo Turriano © De los textos, sus autores © De las fotografías y dibujos, sus autores
978-84-945708-4-1 D.L.: M-6735-2017 ISBN:
Cubierta: Máquinas para hincar pilotes en las obras hidráulicas. BENITO BAILS, Arquitectura Hidráulica, 1790.
FUNDACIÓN JUANELO TURRIANO
PATRONATO PRESIDENTE
Victoriano Muñoz Cava VICEPRESIDENTE
Pedro Navascués Palacio SECRETARIO
José María Goicolea Ruigómez VOCALES
José Calavera Ruiz David Fernández-Ordóñez Hernández José Antonio González Carrión Fernando Sáenz Ridruejo José Manuel Sánchez Ron PRESIDENTE DE HONOR
Francisco Vigueras González
PRESENTACIÓN
La imprenta permitió que un saber hasta entonces transmitido en manuscritos, se difundiera en libros y tratados que contribuyeron a globalizar los conocimientos de ingeniería en el mundo occidental. Durante mucho tiempo lo publicado coexistió con la circulación de manuscritos, pero ya desde fines del siglo XVI fueron sobre todo los tratados impresos los que se utilizaron para la formación científica de los ingenieros en las academias, que empiezan a surgir ante la acuciante necesidad de estos profesionales por parte de los estados. En los tratados de ingeniería las imágenes fueron imprescindibles, por lo que en los estudios que se publican en este libro se ha dado tanta relevancia a la palabra como a la representación visual de ingenios, máquinas, ciudades, fortificaciones, cuarteles, puentes, barcos, etc. que por lo general fueron competencia de los ingenieros entre los siglos XVI y XVIII. Conocer cómo se codificó el saber y su transmisión, posibilita detectar algunas de las líneas maestras que fueron pautando la evolución de la ingeniería en época moderna. Este noveno título de Lecciones Juanelo Turriano de Historia de la Ingeniería recoge las conferencias impartidas en el curso celebrado en 2016 en el Centro Asociado de la UNED de Segovia, el quinto desde el comienzo, en 2012, de la colaboración entre esta Universidad y la Fundación Juanelo Turriano.
ÍNDICE
1 La ciudad en los tratados de ingeniería del Renacimiento .......................... 11 ALICIA CÁMARA MUÑOZ
2 «... Sia in guerra che in pace». Los teatros de máquinas, una escenografía de la técnica, entre la utilidad y el placer ........................ 39 CONSUELO GÓMEZ LÓPEZ
3 La construcción naval en los escritos de los siglos XVI y XVII .................... 55 BERNARDO REVUELTA POL
4 Los tratados en la formación de los ingenieros artilleros de los siglos XVI y XVII ....................................................................................... 69 MARIANO ESTEBAN PIÑEIRO
5 Escuela de Palas (Milán, 1693): debate, eclecticismo y heterodoxia en la tratadística española de la fortificación .......................... 97 FERNANDO COBOS
6 Miguel Sánchez Taramas y Benito Bails, dos tratados de ingeniería hidráulica de la España de la Ilustración .................................. 123 DANIEL CRESPO DELGADO
7 Las imágenes y los tratados de ingeniería como fuentes de información para la reconstrucción del Real Ingenio de la Moneda de Segovia ........... 145 JOSÉ Mª IZAGA REINER
PUBLICACIONES DE LA FUNDACIÓN JUANELO TURRIANO ..................................................................................... 164
1 La ciudad en los tratados de ingeniería del Renacimiento* ALICIA CÁMARA MUÑOZ Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
La simbiosis entre palabra e imagen en la transmisión del conocimiento a través de los tratados se enmarca en la difusión de la ciencia de la fortificación en las cortes europeas, en cuyo ámbito se desenvolvían los lectores, los nobles y reyes a quienes fueron dedicados, así como sus autores. Distintos estudios han puesto el foco desde hace años en esa relación entre palabra e imagen en el mundo de la corte1, y los tratados de ingeniería y arquitectura militar serían una más de esas manifestaciones. En ellos la ciudad que aparece es la que tiene una función militar, de defensa del príncipe, ignorándose otras posibles funciones relacionadas con la vida urbana. A veces asoma el lenguaje de la magnificencia cuando se alaban las calles amplias de bellos edificios, pero todo está en función de sus murallas. Estas incluso condicionan la altura y ubicación de iglesias y edificios principales, cuyo resultado último es el de unas ciudades para la guerra, de formas geométricas perfectas en sus perímetros y en sus trazados interiores. Encerradas en sus baluartes y cortinas, son bellas máquinas de guerra en el territorio, ensimismadas y preparadas para defenderse de los otros, los que acechan fuera de sus muros, los enemigos. El pensamiento sobre la ciudad fortificada afecta a cuestiones en principio tan ajenas como la navegación, porque las ciudades tenían que tener la proporción de los barcos según Francesco de Marchi, quien llenó sus ciudades marítimas de distintos tipos de naves2, y Galasso Alghisi escribió que los barcos eran «come cittadi mobili per gli ampi mari»3. La ciudad protagoniza en muchos aspectos la historia de la Edad Moderna, pero si hablamos de ciudades fortificadas estamos hablando de guerra. Como ha recordado Pollak, los grandes conflictos bélicos se conocen con el nombre de las ciudades en las que se resolvieron, siendo su fortificación clave para la defensa de los territorios4. Abordar de qué manera se teorizó sobre la ciudad en los tratados de arquitectura militar nos lleva
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FIG. 1
FRANCESCO DE MARCHI,
Architettura militari: libri tre, nelli quali si descrivono li veri modi del fortificare, che si usa á
tempi moderni, Brescia, 1603.
a los sistemas defensivos de los estados, y solo a veces trascienden ese carácter bélico, recogiendo reflexiones sobre cuestiones ajenas a sus murallas, o intervenciones del gobernante en las ciudades realmente construidas. En el pensamiento humanista, la relación de la ciudad ideal con el cuerpo humano es una constante, al menos desde que Francesco di Giorgio Martini la escribiera y dibujara5. En este sentido metafórico, las fortificaciones protegían la ciudad como los huesos protegían el cerebro y el corazón y, como la naturaleza, envolvían con cáscaras y ásperas cortezas las frutas, tal como recordaba Botero para argumentar lo beneficioso que era para los príncipes construir fortificaciones6. Barcos y hombres podían trasmutarse en ciudades fortificadas. Para conocer cómo eran estas no nos basta con conocer todos los proyectos que guardan los archivos, es también necesario leer los tratados de fortificación que abordan cuestiones urbanas, que son casi todos, porque ciudad y fortificación van indisolublemente unidas en la Edad Moderna. Rastreando la ciudad de los ciudadanos en los tratados de arquitectura militar, urgidos siempre por la geometría del diseño capaz de hacer frente a la artillería, y abocados a reducirse a la forma urbana que definían las murallas –un universo urbano lleno de planos vacíos– hemos encontrado que la idea de las murallas protegiendo a los ciudadanos es la más común. La idea aristotélica de la ciudad como una comunidad de vecinos se recoge en el tratado de Maggi y Castriotto de 15647. Estos debían vivir seguros y para ello era
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necesaria la fortificación, salvo en ciudades como Venecia o Mantua, protegidas por lagunas, o San Leo de Montefeltro, defendida por su altura. Claro que en algún caso los vecinos desaparecieron por completo y los muros no defendían seres vivos, sino edificios públicos y privados, porque «collegano insieme tutti gl’altri edificio assai meglio si diffendono»8. Sin embargo, lo más frecuente fue lo que un tratadista de arquitectura militar muchísimas veces citado y utilizado, como fue Pietro Cataneo, escribía, en el sentido de que «la piu bella parte dell’Architettura certamente será quella, che trata delle città, dove piu moltiplicano gli uomini, et fioriscono le notitie et esercitii humani»9. Eso sí, una vez establecido el principio, los ciudadanos desaparecían de los tratados. Hombres y edificios crean las ciudades que protegen las murallas. A partir de ahí, creemos que es necesario indicar que en el Renacimiento la teoría sobre la ciudad de los edificios, la forma urbana, la urbs, donde hay que buscarla es en los tratados de fortificación y arquitectura militar. No está en Serlio –salvo las puertas, que en el libro séptimo o en el libro extraordinario proporcionan un repertorio casi inagotable, cuya huella se ve en toda Europa y América, sin olvidar el octavo libro, que permaneció manuscrito, y que dedicó a la ciudad fortificada–, no está en Palladio, aunque coincide en la distribución de los edificios en la ciudad con Pietro Cataneo10, y de ninguna manera está en Vignola, que ignora la ciudad. Esta se muestra en cambio en autores que pensaban la ciudad con sus murallas y sus edificios públicos. Dicho esto, tampoco está la ciudad en todos los tratados de arquitectura militar. Así por ejemplo, Galasso Alghisi11 se centra en los baluartes que se construyen en función de los lados de una fortaleza, en medidas y cuestiones técnicas de la fortificación, si bien las de muchos ángulos son auténticos ejercicios geométricos de diseño urbano, aunque les falte el trazado de calles y plazas del interior. Tal carencia de entramado se daba por otra parte ya desde el tratado de Zanchi. Son planos vacíos que podemos ver también en muchos de los informes de los ingenieros. Al fin y al cabo la fortificación es lo que importaba a la defensa, pero también, como recordaba Pietro Cataneo, o al menos así se justificaba él, esos vacíos se explicaban porque al ser las figuras forzosamente pequeñas para la publicación, no se hubiera podido indicar, como se hacía «in tela grande», todos los detalles, con ríos, mares, montes, valles, como tampoco la contraescarpa de los fosos, la diversidad de plazas, templos, viviendas, calles, pórticos y otros edificios12. Seguimos nuestras lecturas con FIG. 2 GIOVAN BATTISTA DE ZANCHI, Del modo di fortificar le un tratadista muy utilizado en Escittà, Venecia, Plinio Pietrasante, 1554. Planta de ciudad fortifipaña, Girolamo Cataneo, en cuyos cada.
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FIG. 3 GIROLAMO CATANEO,
Opera nuova di fortificare, offendere et difendere, Brescia, Gio Battista Bozola, 1564. Figura 22.
tratados apenas aparece la ciudad, pero cuando lo hace es como una máquina de guerra. Dice que ya son muchos los escritos existentes sobre la ciudad fortificada y que se va a centrar en los baluartes, las cimentaciones, o los ángulos de tiro de los arcabuces desde la fortaleza, que son los que generan la geometría de los perímetros fortificados. Lo podemos ver en el repertorio de fortalezas que luego repetirá en sus otros tratados, pero también nos explica cómo puede la artillería del enemigo romper esas líneas de defensa13. Es en esas demostraciones de cómo atacar las ciudades fortificadas, donde en algún momento podemos ver una parte del caserío, a veces con la forma radial, con las calles acabando en los baluartes (vigesima prima figura), y otras en lo que parece una cuadrícula (vigesima seconda figura). Fue uno de los tratadistas más utilizados, y de los más interesantes para el estudio de la idea de ciudad fortificada, al presentarla funcionando frente a la artillería, no como una forma geométrica casi atemporal14. Uno de los pocos tratados que no son de arquitectura militar y que sin embargo aborda el tema de la ciudad fortificada es el de Scamozzi. Su ciudad ideal está defendida por doce baluartes15, y dedica bastantes páginas a la fortificación, con grabados muy interesantes en los que muestra bien los ángulos de tiro necesarios para la defensa de cortinas y baluartes perfectamente detallados, bien los perfiles de las fortificaciones16. Entre las tipologías que incluye, además de la ciudad, se interesa por los palacios fortificados, recogiendo en imagen lo que debieron ser debates en las cortes entre nobles constructores de esos nuevos «castillos», falsos en su fortificación, que no iba a responder a la artillería, como no lo hizo nunca el palacio de Caprarola por ejemplo, pero perfectamente actualizados en cuanto a los sistemas defensivos, como vemos en el de cuatro baluartes. Denota un afán de estar al día de la poderosa nobleza, de distinguirse de aquellos que solo tenían riquezas, porque, al igual que los baluartes modernizaban la ciudad, como se pretendió en Madrid a finales del siglo XVI17, también modernizaban las casas de una casta guerrera que ya no iba a la guerra, pero debía mantener la imagen del caballero defensor.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
FIG. 4
VINCENZO SCA-
MOZZI,
L’idea della architettura universale… Parte prima dell’eccellenza di questa facoltà…, Venecia, 1615. Palacio fortificado.
No dejaron los tratados de arquitectura militar de incluir interpretaciones sobre la forma de las ciudades de la Antigüedad, desde aquella fundada por Caín en el monte Líbano de la que hablan Maggi y Castriotto, hasta Roma, Troya, Babilonia o Menfis. Estas ciudades míticas aparecen en los tratados de fortificación, porque no se concibe una ciudad sin murallas, y así las imaginó Francesco de Marchi, que en el repertorio de posibilidades de fortificaciones urbanas incluye la circular de Jerusalén, la triangular de Menfis, y la cuadrada de Babilonia.
FIG. 5 FRANCESCO DE MARCHI, Architettura
militari: libri tre, nelli quali si descrivono li veri modi del fortificare, che si usa á tempi moderni, Brescia, 1603. Plantas de ciudades fortificadas.
LA CIUDAD EN LOS TRATADOS DE INGENIERÍA DEL RENACIMIENTO
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Con Francesco de Marchi nos podemos introducir en el territorio del poder, el único en que se entienden estas ciudades en los tratados, ya fueran imaginadas o no. En ellos la ciudad se representa como forma geométrica perfecta, son máquinas que ordenan el mundo y los territorios, sometidas a la razón de una geometría que implica un ejercicio absoluto del poder. Las ciudades de Marchi quedan ancladas en el territorio por las trayectorias de los tiros de defensa, en un ejercicio fascinante de geometrización del espacio18. También sabía mucho de ciudad, arquitectura y poder Giorgio Vasari il Giovane, que publicó el diáFIG. 6 Retrato de Francesco de Marchi. logo entre su famoso tío y el duque Francesco de MePatrimonio Nacional. Biblioteca de El Escorial. dici sobre la decoración del palacio Vecchio19, pero también escribió sobre fortificaciones, en manuscritos, datados entre 1590 y 1596, así como un tratado sobre la ciudad ideal en 1598, siempre dentro de un perímetro fortificado20. Es un ejemplo más del protagonismo de la ciudad fortificada en la cultura cortesana de la segunda mitad del siglo XVI. La vincula-
FIG. 7
FRANCESCO DE MARCHI,
Architettura militari: libri tre, nelli quali si descrivono li veri modi del fortificare, che si usa á
tempi moderni, Brescia, 1603.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
FIG. 8
PIETRO CATA-
NEO,
I quattro primi libri di architettura di Pietro Cataneo senese, Venecia, Figliuoli di Aldo, 1554. Ciudad en planta y en perspectiva.
ción con la corte no libraba a veces a los tratadistas de los peligros de la guerra, en la que, como cualquier ingeniero sin tratado, tenían que demostrar sus capacidades, así que hubo algún teórico muerto a causa de hechos de guerra, como Girolamo Maggi, jurista, conocedor del griego y el hebreo, al parecer amigo de Pietro Aretino, además de ingeniero de la Serenísima. En esta actividad, estando en Chipre fue capturado por los turcos, muriendo en Constantinopla en 1572, estrangulado después de intentar huir21. De los peligros de la profesión de ingeniero hay múltiples ejemplos. Traiciones, muertes, espionaje, podían sucederse… mientras iban adquiriendo la experiencia necesaria para que sus conocimientos científicos fueran verdaderamente eficaces para el príncipe. Partiendo de esas experiencias, que a veces acabaron trágicamente, algunos ingenieros escribieron tratados, normalmente bien ilustrados, en los que pretendieron dar reglas universales, como escribía Zanchi en su prólogo, dedicando sus teorías a Maximiliano de Austria, unas reglas que servirían para edificar y fortificar la ciudad, y por consiguiente los reinos. El de Zanchi es uno de los tratados en los que la ciudad queda reducida al perímetro fortificado22, mientras habla de artillería, de baluartes y forma de construirlos, de fosos y casamatas… En otras cuestiones, Zanchi, al igual que otros autores, no deja de señalar que los lugares son fuertes bien por su naturaleza o bien por el artificio humano23. Cabe señalar que alguna de las plantas las representa también en perspectiva militar o caballera24 como hicieran Marchi o Pietro Cataneo, lo que permitía ver con el mismo detalle el baluarte más próximo y el más alejado de las ciudades representadas.
LA CUESTIÓN DE LAS CIUDADELAS Y LA GUERRA DE SIENA
Las ciudadelas, en un costado de la ciudad y en alto, se ubicaban como el palacio del príncipe en la ciudad de Eiximenis: «en el costado de la ciudad debe estar el palacio del príncipe, bien fuerte y alto, que tenga salida por fuera del muro»25. Son herederas de los
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FIG. 9
PIETRO CATA-
NEO,
I quattro primi libri di architettura di Pietro Cataneo senese, Venecia, Figliuoli di Aldo, 1554. Ciudad con ciudadela.
castillos urbanos, alcázares en España, sometidas a un proceso de actualización acuciante porque debían responder a la nueva artillería, pero también albergar con comodidad un gran número de soldados, y ser autónomas en cuanto abastecimiento, jurisdicción, etc. Fueron verdaderas pequeñas ciudades fortificadas que controlaban la ciudad. Hubo que buscarles, como a todo en el Renacimiento, unos orígenes en la Antigüedad, y no solo en el mundo medieval de Eiximenis y los alcázares reales. Por eso, Botero, traducido por Antonio de Herrera en 1591 (damos la fecha de la dedicatoria al rey), escribía que los griegos y romanos «hombres de tanto ingenio y juyzio, hizieron siempre mucho caso de las ciudadelas, como se ve por las de Corinto, Taranto Regio y otras: los Romanos mantuvieron el Imperio, y la patria, con la fortaleza del campidolio, que no estaba en los confines, sino en el centro del estado, y en el corazón de la República»26. Al fin y al cabo, esa ciudadela del Campidoglio fue lo único que se salvó de Roma cuando los galos la ocuparon, y gracias a ella se pudo reconquistar 27. Por lo general, la ciudadela no se consideró el corazón como decía Botero, sino la cabeza, porque gobernaba todo desde la parte más alta, como explicaban Maggi y Castriotto, de manera que desde ella todo podía señorearse y descubrirse. También era cabeza de la ciudad para Gabriello Busca; pero ya fuera corazón o cabeza, el modelo seguía siendo el Campidoglio de la antigua Roma28. En el tratado de Maggi encontramos una larga disquisición sobre la utilidad de las ciudadelas para los príncipes, así como sobre los peligros que entrañaban desde el momento de su planificación, pues incluso antes de su construcción transformaban en enemigos a los ciudadanos. Este tratadista, después de consultar a Aristóteles y a Platón, pero también a autoridades más próximas en lo temporal, como el «secretario florentino» refiriéndose a Maquiavelo, y a Pietro Cataneo, concluía, aunque con matices, que las fortalezas en las ciudades no convenían, y generaban odio hacia el príncipe porque arruinaban en su construcción palacios y edificios públicos y privados, no solo en el perímetro de su planta, sino también en los espacios vacíos necesarios en torno a ella. Solo cita una vez Siena, y en cambio cita varias veces el castillo Sforza en Milán, pero qué duda
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cabe de que la historia de la ciudadela de Siena latía todavía en el rechazo a esa forma de dominio, aunque los Medici hicieran en esa ciudad una nueva casi de inmediato, y el rey Felipe II recurriera frecuentemente a esa tipología urbana. El sienés Pietro Cataneo, que vivió la guerra entre imperiales y franceses, aliados estos de los sieneses, en la que tanto papel tuvo la ciudadela construida por los españoles, hace unas observaciones muy clarificadoras respecto a las ciudadelas, teorizando a partir de su propia experiencia. Leamos lo que dice: «Le piazze, le strade, et ogni altro membro di tali citadelle distribuischinsi con quella diligenza, che nella sua città si sarebbe: quando che la cittadella non è altro, che una piccola città. È da considerare, che non in tutti i luoghi, ne ad ogni Prencipe, o republica, o altro gran potentato conviene fare cittadelle, peroche spese volte sono molto pericolose per chi le fa, et maggiormente facendolo in città di republica, o in altre che che sieno auvezze lungo tempo à vivere libere, peroche non si potra sicurar quello stato senza quasi la distruttione di tutta la città: essendo necesario, oltre alla ruina di piu palazzi, tempii, con molti casamenti, et altri degni edificio cosi publici come privati, sgombrargli in maggior parte da i piu degni cittadini: et quelli, che vi rimarranno, tenendosi inconfidenti, haranno sempre nell’animo Dover essere tal cittadella giogo et carcere perpetua di essi, di loro figli, et discendenti; aspettandone del continuo ingiusti et crudeli aggravi… et sempre che loro sia porta occasione, convengono in uno alla ruina di tal cittadella, e distruttione del Prencipe, come si è visto pochi anni sono di Piagenza, et l’anno passato della città nostra di Siena: la quale può esser esemplio et chiaro specchio à molti secoli, perche, essendo imperialissima, per esser stata da simile offesa oppressata, et essendoleposta occasione si è liberata dalla cittadella, e d’Imperiale e divenuta Franzese»29
Como vemos en este texto, la ciudadela como pequeña ciudad, con sus calles y plazas, los perjuicios que causa a los ciudadanos, que nunca perdonarán la destrucción de casas para construirla, la consideración de esta tipología como algo que encarcelaba para siempre la ciudad, la rebelión ante ella como se había visto en Piacenza y Siena, eran temas a considerar si un príncipe se planteaba construirlas. A continuación Cataneo intentaba quitar responsabilidad a Carlos V en la decisión de haber construido la ciudadela de Siena, atribuyéndolo al estímulo y capacidad de persuasión de sus agentes, con lo que, sin citarlo, se refería sin duda a Diego Hurtado de Mendoza. Su conclusión era que los emperadores, papas, reyes y repúblicas no debían fabricar ciudadelas en sus propios reinos, porque su fuerza estaba en el amor del pueblo hacia el príncipe, y los castillos construidos podían volverse en su contra, como había sucedido con Piacenza y los Farnesio, y con Milán y los Sforza. Los amados por el pueblo no necesitaban fortalezas, y a los odiados les servían de poco. Y sin embargo Pietro Cataneo en alguna de sus ciudades ideales incluye ciudadelas. El pensamiento político rápidamente desechó esas consideraciones en aras de la eficacia de la defensa, de lo que hablan las ciudadelas construidas en Europa en la Edad Moderna, así que en este tratado desaparece el largo texto citado en la segunda edición de 1567, quizá porque ya se estaban construyendo ciudadelas en Europa y no se podía ni siquiera insinuar que el príncipe que las construía hacía cárceles para su pueblo, así
LA CIUDAD EN LOS TRATADOS DE INGENIERÍA DEL RENACIMIENTO
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como otras consideraciones igualmente inconvenientes. El resumen de cómo se había llegado a la proliferación de ciudadelas, nos lo da Fiammelli en un tratado dedicado a Felipe III, en el que afirma que el príncipe se encuentra forzado a hacer ciudadelas en sus ciudades para mantener su vida, su estado y su familia, protegiéndose de toda violencia externa e interna. Pero no las deben construir ni todos los príncipes, ni en todos los lugares, porque si los súbditos son fieles y lo han demostrado, construir una solamente irritará los ánimos. El ejemplo, cómo no, era la construcción de la ciudadela de Siena en 1547 por Diego Hurtado de Mendoza en nombre de Carlos V, que llevó a los sieneses, hasta entonces fieles al emperador, a tomar las armas contra los españoles con ayuda del rey de Francia, sumiendo a la Toscana en una guerra cruel30. Baste citar la fecha de este tratado del matemático florentino, 1604, para comprobar que la memoria de aquella ciudadela de Siena construida por el emperador Carlos V resultó eje y comienzo de un debate que se reflejará en los tratados. También fue la imagen de la ciudadela imperial la que permaneció. En ese sentido, Francesco de Marchi escribía que la planta que reproducía era «secondo, che à me è stata data. La qual Fortezza fù fatta da Imperiali, e poi disfatta da Senesi e Francesi. Hora è riffatta da huomini della Maestà del Rè Filippo Catholico, e dall’Eccellentia del Duca di Fiorenza Cosmo di Medici, il qual possede Siena, et la fortezza pacificamente»31. En ese indicar que reproduce la planta que le han dado, podríamos interpretar que él mismo no estaba seguro de que respondiera a la reconstruida por Cosme, es más, probablemente de lo que estaba seguro es de que se trataba de la ciudadela de Carlos V, pero no quería asumir la responsabilidad de estar manipulando la historia, así que era la que le habían dado, y punto. En el grabado la adorna con todas las trayectorias de artillería, como hace en muchas de sus plantas, geometrizando así de manera científica la construcción de las nuevas fortificaciones del siglo XVI que debían responder a la nueva artillería. Es interesante, y deberíamos estudiarlo, FIG. 10 FRANCESCO DE MARCHI, Architettura militari: libri tre, nelli el hecho de que fuera esta planta quali si descrivono li veri modi del fortificare, che si usa á tempi moderni, de la ciudadela imperial la que se Brescia, 1603. Ciudadela de Siena.
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FIG. 11 GIROLAMO MAGGI y IACOMO CASTRIOTTO, Della
fortificatione delle Citta, Venecia, Camillo Borgominieri, 1583. Asedio de Montalcino.
difundió de Siena, y no la nueva fortaleza. Porque, como vemos, aunque Marchi habla de la ciudadela medicea, construida por Lanzi desde 1561, en unas páginas actualizadas de un tratado escrito en su mayor parte años antes de que se construyera32, el grabado se basa en la que originó una guerra en la que se experimentaron los avances militares del Renacimiento, en manos de los dos ejércitos más poderosos de ese tiempo, el español y el francés33. El caso es que la guerra de Siena fue un punto de inflexión, y este acontecimiento nos sirve también para recordar que a veces los tratados no pretenden plantear normas universales, a veces simplemente narran. Esa componente histórica, de narración de hazañas en las que las fortificaciones jugaron un papel protagonista, no es frecuente, pero sí testimonian que estos tratados fueron generados por una experiencia que nos enseña mucho sobre guerra y geometría. En ese sentido, en un tratado poco valorado en general por los expertos en historia de la fortificación, como es el de Maggi y Castriotto, se incluyen grabados de unas narraciones que superan lo que pudo aportar en cuestión de arquitectura militar. La historia en imágenes ancla este tratado en el contexto en que se creó. Representa los asedios de Monticello y Castiglione en 1553 durante la guerra de Siena, y sobre todo el asedio de Montalcino, donde se refugiaron los sieneses que no quisieron ser súbditos del emperador, un asedio al que asistió Castriotto, quien entraría al servicio del rey de Francia en 1554, todavía en plena guerra. En el grabado se ven las plazas de los campamentos de italianos, españoles y alemanes, con los nombres de «Don Garsia», al mando de los napolitanos (don García de Toledo) y Alessandro Vitello (su campamento aparece en la parte inferior), asediando la ciudad defendida por sieneses y franceses. La huella de esta guerra fue profunda, y todavía muchos años después Antonio Lupicini, que había participado en los asedios de Montalcino y Monticello34, narraba episodios de ella en el tratado de arquitectura militar que dedicó a Francesco de Medici35.
LA CIUDAD EN LOS TRATADOS DE INGENIERÍA DEL RENACIMIENTO
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Sobre los debates en torno a la construcción de ciudadelas, pero también sobre muchas otras cuestiones nucleares a la fortificación, hay un tratado español que ha recibido menos atención de la que merece, quizá porque quien lo escribió no fue un famoso ingeniero. Se trata del de Diego González de Medina Barba36. Este autor puso en palabras del príncipe lo que llevaba a la construcción de ciudadelas, que era el miedo a la rebelión de los súbditos. Dice este: «yo tengo una ciudad grande de gente inquieta y bulliciosa, de la qual temo que dessea rebelarse, con el calor que para ello les da un Principe su vezino, que no es nada mi amigo… y assí querría ponerles un freno, con hazerles una fuerça muy grande y muy fuerte, que sujete toda la tierra, y la tenga amedrentada…». La situación es grave, y hay que hacerle frente, porque está en juego el poder del príncipe. Así que, ante tamaño peligro, el maestro responde que «los mas que han escrito de fortificación, reprueban mucho las fuerças que se hacen en las ciudades para su guarda, y principalmente un moderno, que otros autores alegan por opinión mejor en esta materia: porque dize, que quando una ciudad toma las armas en la mano contra su señor, nunca le falta gente forastera que la venga a ayudar: por lo qual no aprueva, que nadie se fie de todo punto de las fuerças… Y aun los Romanos (quando sujetaban el mundo) eran de opinión, derribar las murallas a los pueblos de quien se temían, que se les avían de rebelar… porque Aristoteles dize, que para sustentarse el imperio de un Príncipe, los fuertes en las ciudades son útiles y de provecho…» (las cursivas son nuestras)37. Una vez establecido que, frente a los que no aprueban las ciudadelas esas «fuerças en las ciudades», se posicionaba nada menos que la autoridad de Aristóteles, en una más de las contradicciones con los antiguos en el Renacimiento, que se superaban a veces sin grandes argumentaciones, abordaba González de Medina Barba la forma que habían de tener esas ciudadelas. Como no podía ser de otra manera, habida cuenta de la existencia de las de Turín, Amberes o Pamplona, la fortaleza tenía que tener cinco ángulos, la forma que se llegó a normalizar en toda Europa, por combinar eficacia defensiva con economía, ya que la de seis baluartes, pese a ser mejor, resultaba mucho más costosa.
LOS TRAZADOS URBANOS
Con los trazados, ortogonales o radiales pero siempre ordenados, que los ingenieros diseñaron intramuros de sus ciudades ideales, entramos en otro tema clave para la ciudad del sigo XVI en el mundo occidental. Comenzando por los trazados ortogonales, las tiendas de los campamentos militares que vemos en algunos de los hechos narrados, como el ataque de la Mirandola en el tratado de Maggi, o los campamentos que diseñó Juan Bautista Antonelli en su tratado inédito y Rojas en su Teoría y práctica de fortificación, nos pueden remitir a las ciudades de nueva fundación, y no solo a las fortificadas, puesto que estos trazados no pueden desligarse de la manera de asentarse en el territorio, tanto en las nuevas ciudades en Europa, como, sobre todo, en América. Un repertorio de campamentos dispuestos con su cuadrícula en torno a una ciudad fortificada enemiga lo vemos en el tratado del napolitano Cesare d’Evoli38. Una ciudad que por cierto se nos presenta desordenada dentro de su fortificación, salvo por una plaza central con fuente (el bien público, el abastecimiento…), mientras los campamentos siguen un orden ma-
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
FIG. 12
CESARE D’EVOLI,
Degli alloggiamenti di campagna del sig. Cesare d’Evoli napolitano, Roma, 1586.
FIG. 13 GIOVANNI FRANCESCO FIAMMELLI, Il prín-
cipe difeso, Roma, Luigi Zanetti, 1604. Campamento.
temático perfecto. En este caso podríamos forzar nuestra interpretación de la imagen hasta concluir que un orden militar, que generará ciudades, podía imponerse a la ciudad de los ciudadanos. En los campamentos, la plaza de armas estaba «en lo más alto del sitio, y tan grande, que se pueda poner toda la gente en batalla… y luego cerca de la plaça de armas, se repartirán los quarteles», en palabras de Cristóbal de Rojas. Este tratadista reproduce la forma de un campamento fortificado, y en el centro de la cuadrícula, «en mitad de los quarteles… se hará el quartel, o tiendas del Capitán General, y el demás quartel de sus camaradas, y soldados entretenidos»39. Aunque en el grabado ese cuartel del capitán general no se corresponde a una plaza, su ubicación en el centro, rodeado de sus fieles más
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cercanos, es la de los lugares del poder en muchas ciudades europeas, y siempre en las ciudades americanas fundadas por la monarquía española. En el tratado de Fiammelli en cambio un vacío ocupa el lugar central, como plaza de armas, en la cual se ubican los alojamientos del general del ejército, el general de la artillería, el maestro de campo y el sargento mayor 40. Uno más de los ejemplos que se pueden traer a colación para entender que las plazas de armas de las ciudades fundadas en América fueron exactamente eso, lugares del poder inspirados en el mundo militar, pese a la imbricación con el modelo tradicional de plaza mayor española. A veces se bordeó la cuestión del trazado ortogonal y sus orígenes, pero se tomó como marco en el que crear una ciudad. Así lo hizo Serlio en su octavo libro, que nunca se publicó y fue escrito entre 1551 y 1554. Trató el tema de la fortificación, en relación con los campamentos militares romanos, en Della castramentattione di Polibio ridutta in una citadella murata per Sebastiano Serlio bolognese, que en realidad deviene en un repertorio de edificios que pretenden recrear cómo podrían ser los del campamento hallado en la Dacia, así como distintas posibilidades de disposición de las tiendas en el campamento, y la forma de los pabellones, por lo que, pese a que se le haya considerado un libro sobre fortificación, no lo es, aunque sí lo sea sobre la ciudad. En los tratados aparece todo lo relativo a las ciudades fortificadas, así que también aparece la edificación a casamuro, en la que el caserío se convierte en muralla, lo que no responde a los principios geométricos de orden y simetría para ordenar el mundo que preside la tratadística del Renacimiento, pero no por ello podemos obviarlos. En el tratado de Maggi y Castriotto hay referencias a esa clase de fortificación, de la que hablaba Platón, porque los hombres han de vivir protegidos, así que «si dee in tal maniera da principio edificare ciascuna delle case private, che tutta la Città per equalità e per similitudine venga ad essere un muro solo»41, y la edificación a casamuro es un recurso que encontramos en muchos pueblos y pequeños lugares europeos en los que no había bien dinero, bien necesidad, para hacer una muralla autónoma, pero sí era necesario cerrar la ciudad. Sin emFIG. 14 FRANCESCO DE MARCHI, Architettura militari: libri tre, bargo, en este mismo tratado de nelli quali si descrivono li veri modi del fortificare, che si usa á tempi Maggi y Castriotto se recuerda que moderni, Brescia, 1603. Ciudad con calles curvas.
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las buenas defensas de la ciudad son las fortificaciones que pueden ser «per ornamento o per resistere al tempo di guerra»42, lo que no deja de llevarnos a la propuesta de Pérez de Herrera a finales del siglo XVI de hacer para Madrid una nueva muralla que sirviera más de adorno que de defensa, porque una gran ciudad, como era la capital de la monarquía, debía estar fortificada43. El que las calles debían ser rectas puede parecer algo obvio en estos tratados, y sin embargo, como siempre, hay excepciones. Así, Marchi se hace eco de la grandeza que pueden dar a los ojos del viandante las calles curvas, lo que no es nada nuevo, porque también lo decía Alberti. Escribe Marchi para explicar el diseño de la planta LIX, que los antiguos las hacían curvas para protegerlas de los vientos, y para que pareciera más grande y bella, porque los forasteros que llegaba a la ciudad veían los palacios, templos, plazas, fuentes, columnatas, estatuas, pinturas, y cada vez que giraban en una curva pensaban en ver otras cosas nuevas. Por eso ha hecho algunas de las calles siguiendo a los antiguos, haciéndolas corresponder en este caso con el curso del agua, para tener bellas perspectivas. Con respecto a los trazados radiales, estos introdujeron otro tipo de orden, que sin embargo pocas veces se pudo llevar a la práctica. En la teoría era más fácil. Los dos cuadrados girados en una planta que recuerda a Sforzinda, fortifican una ciudad en la que Maggi explica que, por cada una de las calles, puede llegar la ayuda a los baluartes, lo que hace de esos trazados los más eficaces para la defensa. En este caso además se pensó con un foso interior que la protegería mejor. La comodidad de los habitantes se aseguraba porque estaría orientada a los ocho vientos, y, sobre todo, era un perfecto ejercicio de escenografía del poder porque todo se podía controlar desde la tribuna del centro de la plaza. Y esta es otra cuestión que ha tenido una amplísima huella en otras tipologías, no solo la urbana. El trazado radial asociado a las ciudadelas fue un lugar común en el pensamiento urbano del Renacimiento. En los modelos de Francesco de Marchi, que según
FIG. 15
JACQUES PE-
RRET,
Architectura et perspectiva. Des fortifications et artífices de Iaques Perret, Gentilhomme Savoysien, Francfort, Wolf Richter, 1602.
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él fueron copiados por muchos ingenieros44, las ciudadelas, ya fueran pentagonales o hexagonales, tenían un trazado radial, pero a partir de los ocho baluartes, que son los que pueden proteger a una ciudad, el trazado se nos presenta en damero. Controladas desde la plaza central, las ciudadelas se convirtieron con el tiempo en una de las máximas expresiones arquitectónicas del ejercicio del poder absoluto, como lo fue con el tiempo el panóptico de Bentham para el control del hombre encarcelado. En tratados como el de Perret, la disposición radial se repite en la ciudad, y no solo en la ciudadela. Una torre central permitía el control, pero si no era una torre, o la casa del gobernador como explicaba Lorini, concreción innecesaria que más tiene que ver con visualizar estructuras de poder, era la plaza central la que generaba la ciudad radial. Volviendo a lo que afecta a la vida en esas ciudades militares de los tratados, Marchi nos explica la disposición de plazas y calles y los edificios imprescindibles en la ciudad45. Diferencia entre las calles militares y las no militares. Las primeras deben ser amplias, sin obstáculos que dificulten el traslado de artillería y carros. El modelo fueron las calles de la antigua Roma, y, en tiempos de Marchi, las trazadas en Nápoles por el virrey Pedro de Toledo. Eran en realidad el tipo de calles que se hacían entonces en todas las ciudades, derechas, anchas y sin obstáculos, en lo que hay muchas veces un componente militar. En la percepción poliédrica a que nos obliga esta proliferación de ciudades ideales de calles rectas en los tratados de ingeniería, Marchi nos explica también que cuando se quiere alabar la casa de un amigo, se dice que está en una «bella strada, longa, larga & dritta, con una larga, dritta e bella facciata»46, poniendo en palabras la estrecha relación entre arquitectura y urbanismo en el Renacimiento cuando se quiere hablar de novedad y belleza, que tantas veces vemos en la documentación manuscrita y en las historias de las ciudades. En el tratado de Diego González de Medina Barba la medida construye espacios y ciudades, y por extensión el imperio, proporcionando una rica información en cuanto a medidas de la ciudad y de las ciudadelas. Con respecto a las ciudadelas, da medidas para
FIG. 16 DIEGO GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, Exa-
men de fortificación, Madrid, Imprenta del Licenciado Varez de Castro, 1599. Ciudadela.
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la iglesia, los cuarteles –con «una cama para dos, y una mesa, y un arca, y un banco y una tinaja»–, los almacenes, las calles… Una fortaleza pentagonal tendrá también la plaza de armas pentagonal, dos hileras de casas, hasta un número de cuatrocientas ochenta, pero si se quieren hacer tres hileras, serían en total quinientas cuarenta y seis casas. Entiende casas por alojamientos para los soldados, porque dice que, a dos soldados en cada casa, cabrían mil noventa y dos. Tiene también iglesia, casa para el alcaide y para el teniente, así como treinta casas de almacenes, y de todo da las medidas, porque nada puede quedar a la improvisación47. Sin embargo, no coincidían siempre los tratadistas ni en las medidas ni en otras cuestiones, y así, en el Compendio y breve resolución de fortificación, conforme a los tiempos presentes, que publicó Rojas en 1613, en un formato pequeño y sin grabados –nada que ver con la gran edición del tratado de 1598– las medidas de calles y plaza son distintas48. Pese a ello, en ambos tratados se da la correspondencia de la forma de la plaza con el perímetro, lo que viene justificado por el trazado radial de las calles que salen de la plaza, por las que ha de desplazarse el ejército para la defensa. Hablamos de ciudadelas militares, con funciones puramente defensivas, que sin embargo dan como resultado unos trazados geométricos tan perfectos que han permitido ver estos proyectos como expresión de armonías cósmicas, y simbologías de todo tipo, ajenas a la pura practicidad que los generó.
LOS VACÍOS URBANOS
Hay otra cuestión que afectó a las ciudades fortificadas en la Edad Moderna, que es el de los vacíos urbanos que generaban las fortificaciones. Había que destruir dentro de las murallas, pero sobre todo en el exterior, cualquier edificio e incluso huertas que pudieran entorpecer la defensa. En el interior eso permitiría el movimiento de tropas y en el exterior impediría acercarse al enemigo. Así se generó un desierto en el perímetro fortificado. Se allanaba el terreno, creando grandes explanadas. Con el tiempo, cuando esas murallas fueron destruidas en la ciudad burguesa del siglo XIX, fueron esos vacíos los que permitieron los amplios bulevares por los que todavía hoy paseamos. Mucho antes, fue tema de gran cantidad de documentos que hablaban de las casas que se pegaban a las murallas y había que destruir en caso de ataque, y son innumerables los pleitos que nos proporcionan los archivos sobre las indemnizaciones a los propietarios de casas, monasterios, etc. que había que destruir en la construcción de una nueva fortificación. Porque una fortificación arrasa por donde pasa. Vamos a ver someramente qué decían los tratados sobre semejante agresión al entramado urbano y sus arrabales. Gabriello Busca, ingeniero al servicio de los Saboya y luego del rey de España en el estado de Milán, nos da en uno de sus tratados una información visual espléndida sobre el mundo de la ciudad fortificada y el trabajo de los ingenieros a finales del siglo XVI49 en la que podemos imaginar ese vacío, sobre el que deben pasar los proyectiles de la artillería enemiga, que en el asedio ha ocupado gran parte de ese espacio. Es un vacío que vemos también en alguna imagen del tratado de artillería de Luis Collado, y de no existir esos pequeños desiertos protectores, la defensa frente a la artillería hubiera sido imposible.
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FIG. 17 GABRIELLO BUSCA, Della es-
pugnatione et difesa delle fortezze, Turín, Nicolo Bevilacqua, 1585.
El espacio vacío necesario entre las murallas y la población tenía antecedentes incontestables y de una autoridad que rozaba el mito. Según Quinto Curcio ese espacio era enorme en Babilonia, nada menos que todo lo que se podía arar en un día con un par de bueyes, y según Maggi y Castriotto, que son quienes lo cuentan, era lo que en el siglo XVI alcanzaba el tiro de arcabuz. En varias ocasiones recuerdan estos autores lo débiles que eran las ciudades que tenían los edificios privados pegados a las murallas o demasiado próximos, porque impedían el movimiento de la artillería y de los defensores, y es más, en caso de ser destruidos, eran doblemente peligrosos, porque con sus restos el enemigo podía rellenar el foso50. Como escribió también Pietro Cataneo en 1554, el espacio vacío en el interior entre las casas y la fortificación, para el que daba las medidas, era necesario en caso de retirada51. Esa preocupación por el espacio vacío que debía rodear toda fortificación, y que de tal manera condicionaría el desarrollo de las ciudades, lo trató también Cristóbal de Rojas, quien dice que para fortificar una ciudad o castillo viejo, hay que ver «si ay bosques cerca, o viñas, huertas, ò jardines, ò algunas Yglesias, ò casas fuertes, ò edificios que suele aver en el contorno de las tales ciudades, adonde el enemigo se podría acomodar para ofender la ciudad». Con respecto al interior de la ciudad, también se debe comprobar «qué plaza» hay entre las murallas «y la vecindad»52. Una vez hecho esto se hará la planta de la ciudad, intentando que no sean demasiados los templos y casas a derribar. Dice que como las ciudades antiguas son de formas muy variadas en sus ángulos o medidas, no hay reglas para fortificarlas de nuevo y el ingeniero, con sus medidas y buen juicio, podrá fortificar cualquier plaza, ayudándose en lo posible de la muralla vieja. En este sentido, más allá de la concreción de los tratados, en la traducción de Rebullosa del tratado de Botero, al hablar del «instrumento inmóbil» que era la fortaleza para el soldado, se decía que «quanto menos ella se pueda moverse para su defensa, tanto conviene que de mayor comodidad para moverse, y defenderse a la gente que la tiene en guarda»53. Ese movimiento de soldados en el interior, y la necesidad de proteger la fortaleza inmóvil,
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FIG. 18 DIEGO GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, Examen
de fortificación, Madrid, Imprenta del Licenciado Varez de Castro, 1599. Ciudad con arrabal.
la gran máquina de guerra de la Edad Moderna, generó una forma urbana en la que los vacíos tienen mayor relevancia que el entramado urbano. El problema de cómo crear esos espacios se daba sobre todo a la hora de fortificar las ciudades antiguas, porque afectaba a los arrabales. Recordaba González de Medina Barba que los vecinos los habían construido cuando vivían en «paz y sosiego», con casas, iglesias y jardines, pero cuando surge el peligro de ser atacada, se pone de manifiesto la necesidad de «no tener cosa delante en que se le pueda encubrir el enemigo, y llegársele sin que le vea». Como ni el mosquete ni el arcabuz pueden defender desde cortinas y baluartes esos arrabales, estos deben ser derribados, metiendo los materiales dentro de la fortificación, para que el enemigo no lo pueda utilizar. Otra posibilidad es que, si la guerra no es segura, o si no se quiere destruir por misericordia las haciendas de los vasallos, el arrabal se puede defender con trincheas con sus traveses, pero sin bastiones, baluartes o plataformas (en la planta que reproducimos [FIG. 18] las trincheas y el foso son G y F)54. Y si las casas cercanas a la muralla eran altas, siempre había que derribarlas para que no se vieran desde fuera y no pudieran ser alcanzadas FIG. 19 CARLO THETI, Discorso delle fortificationi di Carlo por los tiros de la artillería55, que era lo Tethi Divisi in Libri Quatro Venecia, Nicolo Moretti, 1589.
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mismo que escribía Theti, acompañado en este caso con un grabado. En el tratado de Fiammelli, ya de comienzos del XVII, aunque carezca de imágenes para esta cuestión, deja claro que la torre de la iglesia, necesaria en cualquier fortificación, debe estar lo más centrada posible en la ciudad para poder tener un alto y bello campanario, y también la casa del obispo debe estar resguardada de la artillería, recordando que esa necesidad de protección dentro de las murallas afecta igualmente a conventos u hospitales56.
LA CIUDAD REAL EN LOS TRATADOS
Un buen ejemplo de la distancia entre ciudades teóricas y ciudades reales, ya en el cambio de siglo, es el de Jacques Perret de Chambery57, ingeniero al servicio de los Saboya, de enorme interés para la tipología palaciega, pero también por el proceso de elaboración de modelos de ciudades fortificadas. Las llamaba «forteresse ou ville», porque eran ambas cosas, y en sus vistas la perspectiva militar se lleva al extremo. Las ciudades de Perret fueron sobre todo ejercicios de geometría que casi parecían jugar con unas imágenes absolutamente imposibles en la realidad, pese a que daba las medidas y las posibilidades de funcionamiento de todas ellas, incluyendo incluso el número de personas que se podían alojar en los pabellones representados. Máquinas imposibles para la guerra, tan fantásticas como algunos de los teatros de máquinas de los que también se habla en este libro. Aunque resultaba más universal hablar de ciudades fortificadas ideales, y por lo tanto válidas para cualquier lector que quisiera viajar con la imaginación por mundos que parecían posibles, también la ciudad real aparece en los tratados, sobre todo aquellas que se habían reformado y eran centros de poder. Así, Marchi recordaba la fortificación de Milán, comenzada por el emperador Carlos V y acabada por Felipe II, «la qual si tiene sia la maggior fortificatione fatta in Europa da Moderni». Esa Milán que para Maggi y Castriotto era la más poblada de Italia, pero todavía dentro de la medida que quería Aristóteles, que criticaba las ciudades excesivamente pobladas58. Marchi se refería también, entre las reformas admirables, a las fortificaciones del papado y de Venecia, que habían fortificado sobre todo el Levante, con lo que ya no temían a los turcos59. La credibilidad de estos tratados y de sus propuestas tenía mucho que ver con estas referencias históricas, que cualquier lector bien informado reconocía como pertenecientes a la realidad en la que vivía. Como hemos dicho, para Marchi las calles rectas eran las que se usaban en el siglo XVI en las ciudades magníficas, como Roma. Allí las transformaciones de las calles en vías derechas se debía a los papas Clemente VII y Paulo III, que hicieron calles largas, anchas, derechas y llenas de palacios bellísimos. También en Nápoles hacía veintisiete años las calles eran tortuosas y feas, hasta que Carlos V dio orden al virrey Pedro de Toledo, a su regreso de la Jornada de Túnez, de que las calles se hicieran llanas, derechas y anchas, así que los príncipes, señores y caballeros de Nápoles, con el concurso de la voluntad del pueblo, habían engrandecido la ciudad convirtiéndola en «cosa dignissima da vedere»60. Las obras magníficas de los gobernantes, no solo las urbanas, también asoman en los tratados, y el mismo Marchi recordaba orgulloso cómo Margarita de Parma, cuando quiso hacer un palacio en Piacenza, buscó la opinión de hasta siete arquitectos e ingenieros, entre otros Paciotto y Vignola, todos los cuales hicieron diseños y modelos,
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pero a quien finalmente recurrió para pedirle su parecer y hacerle comisario de la obra fue a él, antes de partir como gobernadora de los Países Bajos61. Son historias de triunfos que el orgullosos ingeniero no se resistió a incluir en un tratado destinado a la mirada de los más poderosos príncipes. Lo mismo que Marchi incluye la planta de la ciudad de Parma sin dar su nombre, Rojas incluyó la planta de Cádiz en su tratado. DisiFIG. 20 CRISTÓBAL DE ROJAS, Teórica y práctica de fortificación, Madrid, Luis Sánchez, 1598. Ciudad de Cádiz. muló tanto que se trataba de Cádiz, que escribió: «Mandanme que fortifique una Isla rodeada de la mar, la qual no tiene mas que ochocientos pies de frente por la parte de tierra firme, y todo lo demás lo rodea la mar, como parece en esta figura, la qual supongo, que está su asiento a la frente del Turco, y por esto es necesario rodear toda la Isla de fortificación, y más hazer un castillo, que guarde la ciudad y la Isla»62. No era el Turco la amenaza más importante para esta ciudad atlántica, expuesta a los ataques ingleses, pero, por un lado, la referencia a la amenaza turca probablemente tenía resonancias más eficaces en el lector, por la historia secular de enfrentamientos en el Mediterráneo, y por otro, el que en las palabras que la describían hubiera medias verdades era casi un guiño al lector experto y conocedor de la ciudad, como podían ser los miembros del consejo de guerra, puesto que este tratado lo escribió Rojas en el marco de la Academia de Matemáticas de la corte. Las ciudades fortificadas famosas se fueron conociendo a través de los tratados. Como ha señalado Fara63, gracias a una de las ediciones de 1589 del tratado de Carlo Theti64, dedicado a Fernando de Medici, gran duque de Toscana, se difundieron plantas como las de Amberes y La Goleta. De la ciudadela de Amberes muestra uno de los lados, con la cortina y sus dos baluartes, porque dice que los demás son similares, pero también la planta de toda la ciudad con su ciudadela, sin dejar de criticar lo realizado. De La Goleta de Túnez describe con palabras y en imagen lo construido por Carlos V y las transformaciones de esta potente fortaleza. También incluye fortificaciones de Hungría y de los Países Bajos, con el interesante croquis del asedio de Harlem. Amberes fue tan famosa que quizá fuera la más representada, y la vemos también en el tratado de Speckle, con la ciudadela y todo el proceso geométrico del proyecto, además de la imagen que ve el enemigo que se acerca a ella. Este autor, como hizo Rojas con Cádiz, dio a la imprenta no el estado final de una fortificación, sino en proyecto, representando el de Laparelli para La Valletta de Malta65. Esta ciudad también aparecía en el tratado de Giorgio Vasari il Giovane, más
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FIG. 21
DANIEL
SPECKLE,
Architectura von Vestungen, Estrasburgo, Bernhart Jobin, 1589. Ciudad y ciudadela de Amberes.
ajustado a lo que se estaba haciendo que el de Speckle66. Los tratados acrecentaron como vemos la fama de algunas de las grandes fortificaciones del siglo XVI difundiendo su imagen en los grabados.
LOS LECTORES
Los ingenieros, además de la experiencia, debían «aver visto, oydo y leydo en los mejores autores desta profesión», como decía González de Medina Barba en su Examen de fortificación, un título que tanto en la aprobación como en la licencia de impresión se alarga para ser «Examen de fortificación de príncipes». De hecho es un diálogo entre un príncipe y un maestro de la profesión, que va contestando a todas sus preguntas. A diferencia de Cristóbal de Rojas, este tratadista no cita sus fuentes, y se cura en salud al decir que en su libro se encontrarán muchas opiniones de otros, «pues es cierto, que ninguna cosa se puede decir que no esté ya dicha, y particularmente en esta materia, que consiste en hecho, y tantos Príncipes la han mandado executar, procurando saber de sus ingenieros siempre lo que mejor les ha parecido, según los tiempos y maneras de conquistar, unos aprobando un sitio que otros lo repruevan; otros pareciéndoles mejor una forma que algunos han desechado: qual quiere las medidas largas, qual cortas: unos quieren revellines, otros cavalleros, y algunos plataformas, que otros las reprueban todas: unos cortinas rectas, otros obliquas, y todos dan sus razones para ello»67. Los tratados fueron útiles, pero no bastaban para formar a un ingeniero. En ese sentido todos coincidirían con la opinión de González de Medina Barba, que se basaba en la experiencia acumulada a lo largo del siglo: «en esta materia, el que supiere bien, y entendiere lo que se ha dicho, podrá inven-
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tar y hazer muchas cosas muy buenas, porque la inteligencia de unas cosas llaman a otras, y quien sabe no ha de estar atado a todo lo escrito, sino a imaginar, e inventar de suyo con estos principios»68. Un buen ingeniero no se formaba solo a base de tratados y conocimientos teóricos. Los príncipes leían estos tratados, y quizá reconocían sus acciones en algunas de las propuestas, como Felipe II asentándose en Madrid, o los Saboya trasladando su corte a Turín, porque era «Opinione de molti, che volendo fare la nuova Città, fortificare altro loco, la quale habbia ad essere il Metropoli, & la Sedia, si debba eleggere il sito, nel mezzo dello Stato: perche sempre sarà guardato all’intorno da suoi vassalli». En la posición central de las capitales con respecto al territorio, todo serían ventajas, de abastecimiento, de seguridad, de socorrer desde ella a las fronteras…69. También Maggi y Castriotto escribían que Platón decía que la ciudad se debía hacer, si era posible, en medio del país. Aristóteles quería que estuviera en lugar cómodo, abastecida y defendida por tierra y por mar. Por su parte, Vitruvio decía que el sitio de la ciudad fuera determinado por los buenos aires, por la facilidad de abastecimiento, con mar o río como decía Aristóteles. Era cuando la ciudad iba a ser metrópoli y la principal de un estado, cuando debía estar en medio del país, y tener próximas al menos otras tres ciudades, en las que el enemigo forzosamente debería detenerse para conquistarlas, como había demostrado la historia, tanto la que contaba Tucídides, como la reciente historia florentina, dando tiempo a la principal a prepararse70. Pietro Cataneo también recogía que la ciudad principal debía estar en medio del reino, especificando que si el Turco la tenía en Constantinopla, en el extremo de su imperio, era porque facilitaba sus conquistas71. Son casi lugares comunes en la reflexión sobre lo urbano, a veces argumentos de fundación e incluso de traslado de las ciudades en la Edad Moderna. En el caso de España, las reflexiones teóricas o prácticas sobre esa centralidad de la ciudad capital tuvo muchos ejemplos, en su mayoría ajenos a la tratadística militar. Por ejemplo, cuando la corte se trasladó a Valladolid en 1601, el embajador de Mantua, Annibal Iberti, escribía que el reino de Valencia, Andalucía y otras provincias lamentaban que la corte se alejara ya que iban a tener que atravesar toda España para llegar hasta ella, mientras que Madrid «era quasi il centro di questa circonferenza»72. Un centro geométrico de la circunferencia peninsular que se atribuyó tanto a Madrid como al monasterio de El Escorial. La ciudad fortificada de los tratados se había convertido en un artefacto, en muchos casos ajeno a la realidad. En ellas vemos el deseo y la necesidad de ordenar el mundo; la geometría que permite medir y proyectar los espacios del hombre; la ciudad cerrada que, sin embargo, se expande en el territorio sobre vacíos generados por los tiros de la artillería, como tan bien expresó Marchi en sus grabados; la identificación con ciudades míticas de la Antigüedad; en muchas, un trazado radial que permite controlar todo lo que sucede intramuros; el baluarte como fragmento que a veces parece apoderarse de toda la imagen urbana... Como decíamos al comienzo, los tratados se ocupan de las ciudades militares, ciudades para la guerra. Su condición de frontera amputa en los tratados (que no en la realidad) las otras funciones de una ciudad, y quizá eso ha dejado con el tiempo estos bellos productos de la geometría olvidados, durmiendo en los grabados, salvo cuando los historiadores quieren hablar de ciudades ideales y poderes absolutos. Entonces triunfan como protagonistas.
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NOTAS
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Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto I+D «El dibujante ingeniero al servicio de la monarquía hispánica. Siglos XVI-XVIII: ciudad e ingeniería en el Mediterráneo-DIMHCIM», ref. HAR2016-78098-P (AEI/FEDER, UE), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (Ministerio de Economía, Industria y Competitividad) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER). Aunque aborde temas ajenos al que aquí se trata, véase el estudio de BOUZA, 2003. «Le Città, e Castella, si doveriano fare con quella proportione, che fanno li valenti maestri di Navi, che le fanno di tanta grandeza, che le onde del mare non le fariano vacillare; ancora guardano di non farle tanto grandi, che per il gran peso non s’affondino». MARCHI, 1603. El tratado de Francesco de Marchi fue terminado en los años cuarenta del siglo XVI según él mismo decía, aunque fue ampliado después. No se publicará completo hasta 1599. La edición publicada que utilizamos es la de 1603. Libro III, p. 44v. ALGHISI DA CARPI, 1570, p. 2. POLLAK, 1991, p. XII. «Avendo le città ragion, misura e forma del corpo umano». GIORGIO MARTINI, 1967, p. 20. BOTERO, 1603, ff. 80v y 81. MAGGI y CASTRIOTTO, 1583. Aunque el tratado se publicó en 1564, citamos por la edición de 1583, que está dedicada por Camillo Borgominieri a Fernando, archiduque de Austria, y no al conde Eugenio Sinclitico, gran siniscalco di Cipro y a Felipe II, siendo de Maggi la dedicatoria al rey en la edición de 1564. ALGHISI DA CARPI, 1570, p. 2. CATANEO, P., 1554, Dedicatoria a Eneas Piccolomini. Elena Bassi, «Nota introduttiva a l’Architettura de Pietro Cataneo». En Trattati di architettura, vol. V, parte seconda. Milán, Il Polifilo, 1985, pp. 171-175. ALGHISI DA CARPI, 1570. CATANEO, P., 1554, f. 24v. CATANEO, G., 1564. En sus tratados sucesivos va incorporando el primero, ampliando algunas cuestiones e imágenes. Girolamo Cataneo es el tratadista a quien recomendaba leer Castillo de Bobadilla en la Política para corregidores, para que estos representantes del rey en la ciudad pudieran tener los conocimientos necesarios para ejercer su autoridad en las ciudades que eran fronteras. Lo que nos hubiera gustado es que al haber estado al servicio de uno de los grandes gobernantes fortificadores, como fue Vespasiano Gonzaga, hubiera alguna huella concreta de esa experiencia en sus escritos, si bien sí la hubo de su admiración y agradecimiento a Vespasiano. La fama de Girolamo Cataneo asoma en el protagonismo que adquiere en otros tratados, como el de Giacomo Lanteri de 1557. SCAMOZZI, 1615, pp. 166-167. SCAMOZZI, 1615, por ejemplo, el grabado anterior a p. 194, y los perfiles en pp. 200-201. CÁMARA MUÑOZ, 1993. De poder sabía mucho Francesco de Marchi, al servicio de Alejandro de Medici, cuya viuda, cuando fue asesinado, se casó con Ottavio Farnese, sobrino del papa, y al servicio de Farnesio conoció muy bien la corte romana. Su interés por la ciudad y sus conocimientos le llevaron a ayudar a Bufalini a medir la ciudad de Roma para hacer la planta que publicó en 1551. Fue en Roma donde escribió su tratado, e hizo sus famosos dibujos. Siguió a Margarita de Parma, esposa de Ottavio e hija del emperador Carlos V, cuando Felipe II la nombró gobernadora de los Países Bajos. Organizó fiestas, como la de la boda de su hijo Alejandro Farnesio, fue maestro de equitación de Ranuccio Farnesio… el perfecto ingeniero cortesano. Volvió con Margarita a Italia y murió en l’Aquila en 1576, sin ver estampado su tratado, que ya había circulado por las cortes de los Medici, los Farnesio, la romana y la española. Sobre este ingeniero, ver sobre todo GROOF y BERTINI, 2000. Ragionamenti del Sig. Cavaliere Giorgio Vasari pittore et architetto aretino. Sopra le inventioni da lui dipinte in Firenze nel Palazzo di loro Altezze Serenissime. Con lo Illustriss. et Eccellentiss. Signor Don Francesco Medici allora Principe di Firenze. Insieme con la inventione della Pittura da lui cominciata nella Cupola. Firenze, Filippo Giunti, 1588. Este tratado fue estudiado por STEFANELLI, 1970. Sobre Vasari el Joven y sus diseños de arquitectura y ciudad ver también OLIVATO, 1971, y sobre su biografía y sus afanes científicos, CAMEROTA, 1996. Su biografía en Lorenzo Carpané, «Girolamo Maggi», Treccani, Dizionario Biografico degli italiani, vol. 67, 2006. ZANCHI, 1554. Sobre el debate de si es mejor o más fácil fortificar en monte o en llano, tema sobre el que todos los tratadistas se pronunciaron, una extensa explicación de las diversas opiniones se puede leer en ALGHISI DA CARPI, 1570, pp. 9-14. Este autor constantemente rebate lo que habían publicado Maggi y Castriotto sobre la fortificación. Aunque es un tema ampliamente tratado por los especialistas, recomendamos el reciente ALONSO y CALVO, 2014. VILA, 1984, p. 104. BOTERO, 1593, f. 104v. «quando i Galli occuparono Roma, si salvò solamente la Rocca del Campidoglio, dove si rifuggì la gioventù Romana, e’l buen Cammillo venne in soccorso della patria, e con l’aiuto di essa Rocca racquistò la Città…». FIAMMELLI, 1604, p. 100. MAGGI y CASTRIOTTO, 1564, f. 11v. CATANEO, P., 1554, f. 18v. FIAMMELLI, 1604, p. 97. MARCHI, 1603, libro III, p. 81.
LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
32. Escribía Marchi que aunque por haber sido conocidos sus diseños antes de publicarlos, algunos se habían apropiado de ellos
33. 34. 35. 36.
37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47.
48.
49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66. 67. 68. 69. 70. 71. 72.
cambiando tan solo alguna cosa, lo que les ha llegado es lo que menos valoraba él. Muy orgulloso, escribe en su tratado que no ha podido encontrar a ninguno «qual habbia fatto e inventato tanti disegni, come ho fatto io; per li quali io posso dir con buona faccia di non haverne defraudato nessuno, perche nell’anno 1545 Io haveva la maggior parte dell’opera mia in ordine, si come potete vedere quì, essaminando le mie scritture, essendo in Roma in tempo di Papa Paulo Terzo, et per testimonio citarò solamente Salamanca Spagnuolo Stampatore in figure, e in lettere in Roma, et Antonio Lanteriero Borgognone, medesimamente stampatore in Roma». En el libro tercero del tratado, en cuyo prólogo aparecen estas palabras, es donde incluye los grabados, y efectivamente, la fecha de varios grabados, por ejemplo el primero, es de 1546. MARCHI, 1603, libro III, p. 44v. Sobre esta guerra, ver el estudio clásico de PEPPER y ADAMS, 1986. POLLAK, 1991, p. 63. LUPICINI, 1582. Se sabe muy poco de la vida de este militar que dejó uno de los tratados de fortificación escritos en español en el siglo XVI. Según el archivo familiar (fondo condes de Castilfalé, Archivo Municipal de Burgos), fue hijo primogénito de D. Diego González de Medina y de Dª María Barba, casados ca. 1549. De familia con buena posición económica, él fue el heredero y sucesor del mayorazgo fundado por su padre. En un documento del Archivo General de Simancas del año 1583, dice llevar sirviendo al rey desde hacía más de dieciséis años en Flandes, en las armadas de Levante y en Portugal, lo que nos lleva a concluir que fue hacia 1567 cuando comenzó su carrera militar. En Portugal, «adonde el día de la entrada desta ciudad de Lisboa defendió la puerta de Sta. Catalina a los soldados para que no la saqueasen, y en la fábrica y armamento destas galeaças se ocupó seys meses», habiéndolo hecho todo a costa de su propia hacienda y sin sueldo. El duque de Osuna en su patente señalaba que el rey le diera el sueldo que fuera servido, y pide que se le pague desde su nombramiento, y se le confirme la patente (deduzco que para ocuparse de las galeazas), o se le otorgue una nueva para otro servicio. AGS, Guerra y Marina, leg. 158, f. 102. GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, 1599, pp. 116-118. EVOLI, 1586, encuadernado con FIAMMELLI, 1604. ROJAS, 1598, f. 103. FIAMMELLI, 1604, pp. 155 y 156. MAGGI y CASTRIOTTO, 1583, f. 5v. Idem, f. 6. CÁMARA MUÑOZ, 1993. MARCHI, 1603, f. 44v. Francesco de Marchi, BNE Ms. nº 12684 y 12685. Sobre el trazado y los edificios, Ms. nº 12730, ff. 8v y 9. MARCHI, 1603, cap. XXXI, p. 9. Da las medidas que han de tener las murallas, parapetos, fosos, etc., pero también de los edificios. Las casas para los soldados deben ser de dieciséis pies y medio cuadrados, once pies de alto, y algunas veinticuatro de largo. La iglesia, noventa pies de largo, cincuenta de ancho y veinticinco de alto. La casa del castellano. ochenta pies de frente, cuarenta de fondo y veinticinco de alto; los almacenes, doscientos cincuenta pies de largo y treinta y tres de ancho. La plaza de armas, cien mil trescientos pies de superficie. Las calles que van a los baluartes, cincuenta pies de ancho, y treinta las que van a las cortinas. GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, 1599, pp. 187, 219 y 220. Las «calles Reales que salen de la plaça de armas, a las murallas tendrán de ancho 34, y cuando mucho no pasarán de 40. La plaça de armas tendrá por cada frente 440 pies, que bastará para poner mil hombres en esquadrón… y esto se entiende plaça quadrada, porque si fuere en pentágono bastará 400 pies en cada frente, por tener cinco frentes», ROJAS, 1613, ff. 36v y 37. En la relación con el tratado de Rojas es de reseñar que González de Medina Barba incorpore como solución frente a la artillería el baluarte inventado por Rojas, redondo en la parte superior y en ángulo la inferior. BUSCA, 1585. Dedicado a Carlo Emanuele de Saboya. Gabriello Busca será citado por Fiammelli en su tratado del año 1604, Il príncipe difeso, en el capítulo II, como experto en la fortificación marítima. MAGGI y CASTRIOTTO, 1583, 48v, 69v. CATANEO, P., 1554, f. 19v. ROJAS, 1598, ff. 77 y 77v. BOTERO-REBULLOSA, 1603, f. 285. GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, 1599, pp. 158-161. Idem, p. 178. FIAMMELLI, 1604, p. 125. PERRET, 1602. La primera edición es de París, 1601. MAGGI y CASTRIOTTO, 1583, f. 9. MARCHI, 1603, libro II, cap. XXXVI, p. 27. MARCHI, 1603, libro III, p. 108. MARCHI, 1603, libro II, cap. XLII, p. 29v. ROJAS, 1598, f. 48v. FARA, 1989, p. 19. THETI, 1589. FARA, 1989, p. 40. FARA, 1989, p. 41; SPECKLE, 1589. GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, 1599, pp. 220-221. GONZÁLEZ DE MEDINA BARBA, 1599, p. 180. MARCHI, 1603, libro primo, p. 3. MAGGI y CASTRIOTTO, 1583, f. 4. CATANEO, P., ed. de 1567, p. 7. Archivo Gonzaga. Mantova, leg. 606. Carta de 18 de febrero de 1601.
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2 «... Sia in guerra che in pace». Los teatros de máquinas, una escenografía de la técnica, entre la utilidad y el placer CONSUELO GÓMEZ LÓPEZ Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
En 1573 se publicaba en París el Livre Premier des Instruments Mathématiques et Méchaniques, del ingeniero y matemático francés Jacques Besson. La obra, compuesta por una serie de grabados con representaciones de máquinas e instrumentos mecánicos, acompañados de un breve texto explicativo de su funcionalidad, obtuvo con rapidez un gran éxito en manos del erudito e impresor François Beroald, quien bajo el nuevo título de Theatrum instrumentorum et machinarum, promovió en 1578 una nueva edición del trabajo de J. Besson, acompañada de sus propios comentarios1. En ella, el propósito de exaltar la mecánica como algo útil y delectable «sia in guerra che in pace», cobraba carta de naturaleza. Comenzaba así el camino de un género, el de los teatros de máquinas, llamado a convertirse en un verdadero fenómeno editorial de alcance internacional, configurado por muchas otras obras de similares características, elaboradas por autores franceses e italianos primero, y más tarde por alemanes y flamencos, que alcanzaron un éxito editorial sin precedentes2. Las sesenta ediciones publicadas entre 1573 y 1770 en diversas lenguas –latín, francés, italiano, alemán y español– consiguieron poner en circulación más de diez mil ejemplares, permitiéndonos calibrar el alcance de su difusión, así como el éxito de recepción que llegó a alcanzar el género entre un público diverso de ingenieros, arquitectos, mecánicos, bibliófilos, nobles y gobernantes, seducidos por la utilidad y el placer que, muy especialmente desde el último tercio del siglo XVI, había comenzado a suscitar en Europa la nueva cultura técnica3. Convertidos en una verdadera exhibición editorial de mecánica y técnica, los teatros de máquinas tuvieron tras de sí potentes impresores y editores, cuya eficaz labor de promoción fue capaz de garantizar el éxito del género. Las obras que le daban forma, se componían al modo de un amplio repertorio de inventos con los que se pretendía
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Portada de Theatrum instrumentorum et machinarum Iacobi Bessoni. Cum Franc. Beroaldi. Figurarum declaratione demonstrativa, Lyon, Bartholomeus Vincentium, 1578.
FIG. 1
FIG. 2 Instrumentos de medición, en JACQUES BESSON, Theatrum instrumentorum et machinarum…, Lyon, Bartholomeus Vincentium, 1578.
poner el saber técnico ante un amplio público de expertos y diletantes, ante cuyos ojos se exhibían series de grabados, por lo general de muy buena calidad, con representaciones de máquinas, instrumentos mecánicos y artificios, otorgando a la imagen tal preeminencia que acabaría por convertirse en su seña de identidad. Máquinas e instrumentos aparecían representados a página completa, a partir de los nuevos principios de la geometría y la aritmética, conformando todo un repertorio de «iconografía técnica» donde la palabra desempeñaba un papel secundario. Tan solo un breve texto en latín o en alguna lengua vernácula acompañaba a la imagen, explicando la funcionalidad o los principios básicos de su uso. El resto de la palabra quedaba relegada a la parte inicial del libro, donde autores y editores aprovechaban para exaltar el valor de las matemáticas y la geometría como base para la creación del diseño, así como para elogiar, como hacía el proprio J. Besson en el prefacio de su obra, la funcionalidad de unas máquinas «non solo piacevoli a vedersi, ma anche molto utili a particarsi in ogni reppublica sia in tempo di guerra che di pace». Con esta disposición y pretensión se presentaba la obra ante el mecenas, generalmente el rey o algún miembro influyente de la corte. Todo lo demás eran imágenes de máquinas e instrumentos mecánicos: para la guerra, para reconducir el agua, para aprovechar la fuerza del viento, para elevar pesos o para medir distancias a través de instrumentos más o menos complejos. Todos ellos, puestos al servicio del príncipe, de los estados y del bien común de sus ciudada-
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nos. Es decir, imprescindibles para la organización del Estado; y reflejo al tiempo de una nueva cultura para la que la ciencia y la técnica habían comenzado a desempeñar un papel de primer orden. Autores y editores explotaban así al máximo las potencialidades que tenía la imagen como un potente mecanismo capaz de instruir, entretener y explicar sin apenas el uso de la palabra, lo que hacía mucho más sencilla su difusión internacional y, por tanto, el beneficio editorial que pudiesen reportar. Todo ello en un ambiente cultural y político cuya cultura visual había hecho de las imágenes, en el momento en que surgieron los teatros de máquinas, uno de los métodos más eficaces para la transmisión de ideas, objetivos, aspiraciones y principios. Y donde las máquinas habían conseguido convertirse en una muestra de poder y prestigio, basada en el dominio de la naturaleza por parte del hombre4. El término «teatro de máquinas», que apareció por primera vez asociado al género de los teatros de máquinas en la edición que hizo Beroald del libro de J. Besson, constituye una denominación plagada de significado, no solo porque a través de estos libros se llevase a cabo una suerte de «teatralización de la técnica», sino también porque con esta denominación el género pasaba a formar parte de una corriente editorial basada en la producción de libros impresos con grabados que incluían en su título el término teatro: teatros geográficos, numismáticos, botánicos, anatómicos, etc., concebidos al modo de tratados técnicos que reunían el conocimiento existente en torno a un tema específico, ordenándolo y mostrándolo a través de imágenes5. El hecho de que la denominación «teatro de máquinas» fuese una elección de los propios editores y no de los autores de las obras, nos aporta una clara idea de hasta qué punto estas obras formaban parte de una corriente editorial de más amplio alcance, regida por un negocio que estuvo en buena medida en la base del éxito del género. Tengamos en cuenta que la circulación de imágenes, incluyendo los diseños de máquinas o de obras de fortificación y defensa, se convirtió en un vehículo de transmisión cultural muy potente, que contribuyó a integrar estas imágenes en los usos culturales del momento6. El éxito y la difusión alcanzada por este tipo de obras, como los de todas aquellas que llevaban en su título el término «teatro», se convirtió en una realidad gracias al auge de la industria editorial y al perfeccionamiento de la técnica del grabado. Pero también como consecuencia del desarrollo de una cultura visual que daba preeminencia a la vista por encima de otros sentidos como instrumento de conocimiento, así como al valor que el humanismo había concedido a la unión entre la imagen y la palabra como modo de conocimiento. Los libros de emblemas, que unían ambos elementos al servicio de fines políticos o moralizantes, serían un excelente ejemplo de esta unión. Como también lo serían los tratados de arquitectura e ingeniería que, como los de S. Serlio, J. B. di Vignola o J. A. De Cerceau, se publicaron coincidiendo con el momento en el que Giulio Camillo lanzaba en su obra L’Idea del Theatro (Florencia, 1550) su famoso «Teatro de la Memoria»: una especie de dispositivo mnemotécnico que adquiría la forma de un teatro, a través del cual se intentaba organizar racionalmente el conocimiento mediante la creación de un sistema de asociación entre las palabras, las imágenes y los conceptos. Algo que sin duda podemos comparar a ese espacio de exhibición de máquinas e instrumentos que los autores de los teatros de máquinas intentaron mostrar en sus obras, procurando aportar una visión de la mecánica que la legitimase ante un público variado de mecenas, cu-
LOS TEATROS DE MÁQUINAS, UNA ESCENOGRAFÍA DE LA TÉCNICA, ENTRE LA UTILIDAD Y EL PLACER
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riosos y aficionados a la cultura técnica, convertidos en espectadores de una obra que pretendía ser tan útil como curiosa y entretenida7. Tras ello se encontraba, sin duda, la difusión que había alcanzado ya por entonces la metáfora del mundo concebido como teatro, como lugar de representación, de sorpresa, de misterio y de enseñanza práctica y moral. Una idea que a finales del siglo XVI había pasado a formar parte del sustrato cultural europeo y que se convertiría, como es bien sabido, en uno de los grandes tópicos de la cultura barroca8.
UN «THÉÂTRE DE LABEUR IMMENSE, REMPLI DE MACHINES...»9 UNA NUEVA NARRATIVA VISUAL PARA LA IMAGEN MECÁNICA
El despliegue iconográfico que caracterizó como género a los teatros de máquinas constituye un perfecto reflejo del nuevo papel que la ciencia y la técnica comenzaron a desempeñar en la sociedad en el último tercio del siglo XVI. No en vano François Beroal definía la obra de Besson como un «théâtre de labeur immense, rempli de machines et d’instruments plaisants à considérer et très-utiles à pratiquer», apuntando a las que serían los dos
FIG. 3 Soplador a vapor. Ánonimo de ingeniero sienés. Ms. Additional 34113 (British Library), c. 73v.
GIOVANNI BRANCA, Le Machine, volume nuovo et di molto artificio..., Roma, 1629. Figura 25.
FIG. 4
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principales finalidades de los teatros de máquinas, reivindicadas explícitamente por sus autores: la utilitas y la delectatio10. O lo que es lo mismo, el aprovechamiento que la mecánica podía tener para el bien del Estado y de sus ciudadanos; y el placer que podía obtenerse con la contemplación de la imagen mecánica. Tras ello se encontraba el interesante proceso de reflexión y experimentación que habían iniciado los ingenieros en torno a los diversos modos de representar las cuestiones mecánicas, dependiendo de las funciones que hubiera de cumplir su imagen. En su búsqueda de un nuevo y específico lenguaje de expresión, los autores de los teatros de máquinas volvieron su mirada hacia la tradición de los autores antiguos, cuyos diseños de máquinas les permitían observar el modo en que se habían enfrentado a los problemas que entrañaba el diseño mecánico. Tengamos en cuenta que en la Italia del siglo XV se había producido ya, con anterioridad al surgimiento de la imprenta, una renovación de la literatura mecánica que se había difundido a través de un número importante de manuscritos a los que debieron acceder los autores de los teatros de máquinas, como demuestra el hecho de que muchos de ellos incorporasen en sus obras diseños que, aunque se presentaban en ocasiones como novedades, no eran sino una copia o inspiración directa de los ya existentes. Todo ello realizado mediante el empleo de un lenguaje representativo que ponía el acento en los recursos de mayor carácter visual, haciendo de la máquina un objeto digno de ser representado artísticamente. A este bagaje de inspiración en el proceso de representación de las máquinas y la mecánica que manejaron los autores de los teatros de máquinas, se sumarían los manuscritos con representación de máquinas de autores modernos como Leonardo, Brunelleschi, Francesco di Giorgio, Taccola o Guido da Vigevano11. Pero como no podía ser de otro modo, los autores de los teatros de máquinas también volvieron su mirada hacia autores como Arquímedes, Aristóteles, Euclides, Vitruvio o Erone, cuyas traducciones impresas habían comenzado a circular entre las bibliotecas de gobernantes y personajes ilustrados de la época. Los autores de los teatros de máquinas convirtieron a estos clásicos en verdaderos referentes a partir de su ya reconocida autoridad como pilares de un nuevo tipo de representación de la técnica, cuyo control dependía de las matemáticas, la geometría y la aritmética, que junto al uso de la perspectiva, permitirían la visualización correcta de las máquinas12. El interés que tuvo la geometría de Euclides para los autores de los teatros de máquinas, desde J. Besson o J. Errard a A. Bachot, justificaría, por ejemplo, el interés que todos ellos demostraron por la representación de instrumentos mecánicos. Y asimismo, también Vitruvio –que había dedicado parte de su X libro de Arquitectura a las máquinas, aunque sin ofrecer diseño alguno–, se convirtió para los autores de los teatros en un referente de prestigio, al igual que lo serían Aristóteles, por su aportación a las matemáticas, y Arquímedes, por sus tratados sobre pesos, esferas y cilindros. Los autores de los teatros de máquinas dejarían constancia del valor de referente esencial que suponían todos ellos para la representación de la imagen mecánica a través de las portadas de sus obras, concebidas a modo de frontispicios presididos por algunos de estos autores, así como por diferentes símbolos que aludían al valor otorgado a las matemáticas, a la geometría y a la aritmética, para la representación del diseño técnico13.
LOS TEATROS DE MÁQUINAS, UNA ESCENOGRAFÍA DE LA TÉCNICA, ENTRE LA UTILIDAD Y EL PLACER
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FIG. 5
Portada del Theatrum Machinarum Novum, de ANNüremberg, 1662.
DREAS BÖECKLER,
Portada de Dessins artificieux de toutes sortes de machines..., de JACOPO STRADA, Francfort, 1617-1618.
FIG. 6
Junto a ello, los autores de los teatros también se fijaron en la tradición más próxima de representación mecánica: el Texaurus (1355), de Guido de Vigévano, donde se representaban máquinas de guerra acompañadas de descripciones; el Bellifortis (1402-1405), de Konrad Kyeser, un tratado militar de principios del siglo XV donde las imágenes adquirían ya un gran protagonismo; el Bellicorum Instrumentorum Liber, de Giovanni Fontana (h. 1420), dedicado en este caso a las máquinas hidráulicas y a la mecánica; el De Macchinis (1449) y De Ingenis (1419-1433), de «Il Taccola»; y de modo especial, el De Re Militari, de Valturio (1455). El interés por el diseño de la actividad mecánica demostrado por los autores de estas obras condujo a una revolución en la comunicación de la imagen técnica, que sería compartida por quienes realizaron los teatros de máquinas14. De ella nos importa especialmente su interés por integrar palabra e imagen, así como el protagonismo que progresivamente fue adquiriendo la segunda en detrimento de la primera, hasta el punto de llegar casi a sustituirla a través de una iconografía que acabó por poner el acento de modo claro en la potencialidad explicativa del diseño aplicado a la mecánica. Parecía haberse asumido que el peso del discurso comunicativo en la representación de cuestiones técnicas debía recaer en la imagen, pues como indicaba Francesco di Giorgio asumiendo la dialéctica entre palabra e imagen, las máquinas sin el diseño «sono difficilissime ad intendere»15. Una importancia de la imagen que había quedado ya expresada con anterioridad al auge del género por Georgius Agricola en su De Re Metallica (Basilea, 1556), donde reconocía el valor de la pintura «para poder pintar los diseños de los instrumentos» necesarios para el trabajo de la minería y el metal16.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
«L’ACUTEZZA DELL’INGEGNO HUMANO». LA MÁQUINA COMO «FORMA MENTIS»
Más allá de ser simples repertorios de máquinas que nos informan sobre la historia de la tecnología, los teatros de máquinas constituyen un instrumento que nos permite indagar en la cultura técnica y la sociedad de la época moderna a partir de la performatividad de sus contextos de producción: la revolución científica, la organización de los grandes estados europeos, la emergencia en su contexto de los ingenieros como figuras claves de su funcionamiento, su reivindicación de un nuevo status vinculado a las artes liberales, o la renovación de la literatura técnica y de los diferentes modos de enfrentarse a la representación de la máquina17. En este contexto, los teatros de máquinas contribuyeron a legitimar el papel de la mecánica y de los ingenieros en lo que podemos denominar como la «sociedad de las máquinas», promocionando su status desde las artes mecánicas a las liberales18. El telón de fondo de todo ello fue el de un espacio social y político necesitado de cultura técnica, donde las máquinas19 se convirtieron en una estrategia de comunicación respecto de una narrativa del poder sustentada en la exhibición de la imagen técnica. A partir de 1570 comienzan a publicarse libros con series de máquinas realizadas en su mayoría por ingenieros dispuestos a poner su saber mecánico al servicio de los grandes príncipes de los estados modernos. De ahí que los prefacios de sus obras incluyesen la glosa de los méritos con los que intentaban legitimar y dar prestigio a su trabajo y trayectoria, buscando la gloria y beneficios económicos que la protección del príncipe les pudiese reportar. Desarrollaron así una estrategia que alcanzaría el máximo interés, no solo porque tenía como finalidad promover el ascenso social de los ingenieros a través de la difusión de la cultura técnica y científica20, sino también porque en su intento de elevar su status reivindicando la ingeniería mecánica como un saber vinculado a las artes liberales, articularon un discurso del que pasaron a formar parte esencial las matemáticas y el ingenio, ambos imprescindibles según los autores de los teatros de máquinas para la creación de la imagen mecánica. Durero y Vesalio emplearon el mote latino «vivitur ingenio, caetera mortis erunt», algo así como «vívese por el ingenio, todo lo demás será de la muerte», para expresar su consideración del ingenio como una suerte de realidad inmortal21. Un mote que sería rescatado por algunos de los ingenieros que trabajaron en los teatros de máquinas, bajo la intención de reivindicar la invención y el diseño de máquinas como una actividad de carácter intelectual que requería de un ejercicio de racionalización22. J. Errard, autor de Le premier livre des instruments mathématiques méchaniques (Nancy, 1584), lo recreó en el frontispicio de Le Fortification reduicte en art (Francfort, 1617), mientras V. Zonca reivindicaría en su obra Novo teatro di machine et edificii per varie et sicure operationi (Padua, 1607) «el arte de fabricar máquinas» como una muestra de «l’acutezza dell’ingegno humano»23. Un concepto asumido en general por los principales autores de los teatros de máquinas (A. Ramelli, G. Branca o H. Zeising), que llegó a formar parte de la retórica barroca y que, en el caso de G. Batistta Issachi (Inventioni, Parma, 1579), quedaría vinculado, de modo explícito, al secreto y al artificio. Es decir, a dos de las actividades relacionadas con la actividad del ingeniero: la guerra y los espectáculos.
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El ingenio, así revalorizado, cobraba forma a través de unas imágenes que se convirtieron en el signo distintivo de los teatros de máquinas, siendo capaces de transmitir conocimiento y de generar al tiempo curiosidad, sorpresa y admiración24. De este discurso de revalorización de la imagen mecánica construido por los ingenieros pasaría a formar parte inseparable el diseño que, como elemento vinculado al ingenio, distinguiría al verdadero técnico del «fabricador», al tener como base el conocimiento de las matemáticas y la geometría. El diseño era para los ingenieros, en este contexto, el modo de materializar la idea a través del dominio de las matemáticas, la geometría y la aritmética. Era un paso intermedio entre la idea y la ejecución25. Tras ello se encontraba la reivindicación de la nobleza de la mecánica como ciencia matemática, pues como decía Ludovico Cardi «Il Cigoli», en una carta dirigida a Galileo en 1611, «…un matematico, sia grande quanto si FIG. 7 ANDREAS VESALIO, De humani corporis fabrica, vuole, trovandosi senza disegno, sia non Basilea, 1543. solo un mezzo matematico, ma anche un uomo senza occhi»26. Por ello los autores de los teatros de máquinas dedicaron buena parte de los proemios de sus obras a realizar grandes alabanzas de las matemáticas. Así lo hicieron, entre otros, A. Bachot o A. Ramelli, que como ingeniero militar llegó a dedicarles un apartado entero de su obra. Y también J. Errard, quien declaraba a través de su obra Géométrie tener la intención de «incitar a la nobleza al conocimiento de las matemáticas», útiles tanto en tiempo de guerra como de paz. Las matemáticas y la ingeniería mecánica permanecían así vinculadas en la teoría y en la práctica al servicio del estado.
PÚBLICO Y GRAMÁTICA VISUAL: LA RETÓRICA UTILITAS-DELECTATIO
La utilidad al Estado y la capacidad para provocar deleite mediante la curiosidad y la sorpresa que generaba la contemplación de la imagen mecánica, constituyeron los dos polos de la retórica con la que los autores de los teatros de máquinas justificaron sus obras. Una doble finalidad, la del binomio utilitas-delectatio, que directamente nos conduce al sugerente tema del público para el que los teatros de máquinas fueron creados; y de cómo éste pudo determinar el lenguaje de la mecánica.
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Maquinaria para autómata, en SALOMON DE CAUS, Les Raisons des forces mouvantes avec diverses machines, Francfort, 1615. FIG. 8
Con intereses diversos, autores y editores se implicaron en mostrar al lector un libro entretenido y útil. Los editores, ya se ha indicado, con la intención de captar a un amplio público de lectores interesados en el «rico tesoro delle macchine e istrumenti» –como indicaba A. Ramelli en el prefacio de su obra–, que hiciese rentable la publicación. Los autores, pretendiendo demostrar al mecenas, para ellos principal destinatario de su obra, la capacidad de la técnica puesta a su servicio y a la del Estado. En ambos casos la idea que subyacía era la misma: la utilidad de la mecánica para todas las artes, lo que hizo que estos libros se difundieran entre un amplio público, pues como indicaban Octavio Strada o Salomon de Caus, estas obras aportaban ventajas a todos en todos los tiempos, y eran el mejor método para resolver problemas mediante soluciones artificiales, o para servir a los «entretenimientos de la vida». En sus páginas se podían encontrar máquinas hechas para la utilidad común. Pero también para el otium nobile, generando placer, sorpresa y curiosidad, al tiempo que activaban el intelecto. Por eso entre los autores de teatros de máquinas podemos encontrar a ingenieros como G. B. Isacchi, especializado en la decoración de fiestas y fuegos artificiales, o como S. de Caus (Les Raisons des forces mouvantes avec diverses machines, Francfort, 1615), autor de un libro de invenciones dedicado en su mayoría a fuentes y autómatas27. En consecuencia, estas obras, con sus numerosas ediciones y reediciones, se convirtieron en una especie de topoi de corte, presentes en bibliotecas, gabinetes de curiosidades y cámaras de maravillas de los grandes príncipes y nobles, donde era frecuente encontrar un apartado dedicado a los tratados de mecánica e ingeniería militar28. A través de autores y editores construyeron un discurso de exaltación de la técnica y la mecánica, ergo del nuevo status del ingeniero-mecánico, que condicionó su puesta en escena. Desde el modo en el que se estableció la relación entre la imagen y la palabra, hasta la manera en la que las máquinas fueron representadas. El discurso debía ser claro y «entrar por los ojos», para lo que se acudió a una puesta en escena de carácter escenográfico, donde la máquina era mostrada junto a un breve texto que incluía su título y explicaba su funcionalidad y utilidad, siguiendo el modelo inaugurado por la primera edición del teatro de máquinas de J. Besson. Pero el peso del discurso recaía siempre en unas imágenes
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FIG. 9 Ejemplo de compaginación entre imagen y palabra. AGOSTINO RAMELLI, Le Diverse et artificiose machine del capitano Agostino Ramelli dal Ponte della Tresia, París, 1588.
donde las máquinas, a menudo más delectables que útiles, eran las protagonistas de un espectáculo susceptible de generar sorpresa, curiosidad y admiración, convirtiendo a estos libros en objetos de prestigio capaces de suscitar la envidia, como indicaba en su dedicatoria al Duque de Lerma el editor de la traducción al español del libro de J. Besson, en 160229. Por lo general, las leyendas de las máquinas se reducían a pequeñas cartelas que explicaban para qué servían. Y solo cuando se deseaba destacar la importancia del diseño en la comprensión de la máquina, o cuando se quería vincular a esta con las matemáticas, la geometría o la aritmética, como hicieron H. Zeising, A. Böeckler (Theatrum Machinarum Novum, Nüremberg, 1662) o V. Zonca, el texto adquiriría un papel más importante. Este modo de presentación de la máquina, así como del diálogo entre texto e imagen a partir de una finalidad didáctica, se convirtió en una constante del género, animada tan solo por algunas variaciones, como la de A. Ramelli, que propondría un nuevo modo de lectura de las leyendas mediante una frase que explicaba el uso de la máquina y su utilidad en una de ellas, y su funcionamiento en otra, utilizando una compaginación que colocaba texto e imagen frente a frente; o la de V. Zonca, quien propuso a través de su Novo Teatro… unas imágenes acompañadas de una tabla que ofrecía explicaciones sobre materiales, nombres, piezas, etc. 30. Los teatros de máquinas, hechos así más pedagógicos, se hacían también más accesibles al público. Y en consecuencia más atractivos y rentables para los editores. Desde el inicio del siglo XVII prácticamente todas las obras del género fueron traducidas al alemán. Y desde entonces también autores alemanes contribuyeron al género (H. Zeising, A. Böeckler, J. Leupold, este último en su Theatri machinarum generale (Leipzig, 1724) desde esa misma finalidad pedagógica31. Mostrar la máquina se convirtió para los autores de este género de literatura técnica en un modo para hacer gala, mediante la mediación de la imagen mecánica, del ingenio
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Máquina para atravesar el foso de una ciudad, en AGOSTINO RAMELLI, Le Diverse et artificiose machine del capitano Agostino Ramelli dal Ponte della Tresia, París, 1588. FIG. 10
de sus autores32. Por eso los diseños carecían «di alcuna particolare misurazione, ne di altre cose del genere, di quelle che è costume notare in sede di messa in opera», como indicaba J. Strada (Dessins artificieux de toutes sortes de machines, Francfort, 1617-1618), pues ello facilitaba «l’intelligenza delle macchine», que se convertía así en una especie de objeto retratado33. Algo que sería criticado a finales del siglo XVII por quienes, vinculados a otro concepto de la imagen técnica más propio del norte de Europa, consideraban que la representación de la máquina solo tenía sentido si esta podía en realidad ser fabricada. Por eso las máquinas de los teatros eran para ellos objetos «senza vita, immobili, fatte per essere contemplate dal di fuori»34. Pensadas en términos de representación, las máquinas de los teatros estaban hechas para ser admiradas. Para impresionar al mecenas y al resto del público. Eran por ello muy distintas a las que podían contemplarse en los taccuinos que circulaban entre los artistas, donde primaba el uso de recursos técnicos por encima de las concesiones artísticas. En su intento por dotar a las imágenes del mayor impacto visual, los autores de los FIG. 11 Maquinaria para molino, en JEAN ERRARD teatros de máquinas emplearon recursos que DE BAR LE DUC, Le premier livre des instruments malas dotaban de un mayor carácter pictórico, thematiques méchaniques, Nancy, 1584.
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Máquina para extaer agua con tracción animal, en SALOMON DE CAUS, Les Raisons des forces mouvantes avec diverses machines, Francfort, 1615.
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FIG. 13 JACOPO STRADA, Dessins artificieux de toutes sortes de machines..., Francfort, 1617-1618.
haciéndolas más atractivas a los ojos del espectador, por lo que pasaron a formar parte de su específica gramática visual35. De esta estrategia formaría también parte la inclusión de las máquinas en sus entornos naturales de uso (puertos, campos, ríos, etc.), creando en torno a ellas una escenografía que participaba de una doble finalidad: visual y didáctica. La máquina, situada en su contexto, era más fácilmente comprensible para un público no especializado. Pero junto a ello, adquiría una dimensión escenográfica que amplificaba su impacto visual. Por eso A. Ramelli presentaba sus máquinas de guerra en medio de escenografías militares, que además incrementaban su prestigio como ingeniero militar. Y por eso también otros autores las mostraban en relación con sus personajes, humanos o animales, así como con sus instrumentos, que facilitaban la comprensión de su funcionalidad36. Y ello incluiría a los propios ingenieros, que eran mostrados en algunas imágenes dando instrucciones sobre la construcción o funcionamiento de la máquina, o explicando su uso a personajes cortesanos, identificados en su profesión a través del compás o de algunos otros instrumentos de medición. Unido a esto, los autores de los teatros de máquinas construyeron su narrativa visual empleando nuevas estrategias representativas con las que se creaban verdaderas escenografías, todas ellas vinculadas a un componente de sorpresa, secreto, misterio y rareza, que formaron parte de la identidad del género. Autores como A. Ramelli o J. Errard, utilizaron el corte de pared, que permitía al espectador descubrir el secreto de la máquina, vista desde arriba, a través de la arquitectura que la encerraba, pasando a desempeñar el papel de un telón que la ocultaba. En otras ocasiones, como en algunas de las imáge-
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FIG. 14 Corte de pared, en AGOSTINO RAMELLI, Le Diverse et artificiose machine del capitano Agostino Ramelli dal Ponte della Tresia, París, 1588.
nes de Salomon de Caus, la máquina aparecía en el interior de un edificio que había perdido el muro y conservaba solo la estructura. Y, asimismo, otros autores emplearon como recurso la división de la imagen en dos partes a través de la línea de separación del suelo, creando una composición que permitía al espectador contemplar lo que estaba escondido, como si de un secreto se tratara. H. Zeising hizo uso de la transparencia, que era ya empleada por los ingenieros del siglo XV, con la intención de representar formas o mecanismos ocultos37; y V. Zonca optó por el uso de una nueva técnica de presentación de la máquina que consistía en su despiece y exhibición en un espacio diferenciado. Todo ello tratado mediante recursos que incrementaban una puesta en escena con la que se intentaba crear imágenes atractivas a los ojos del espectador, como las sombras y las ambientaciones paisajísticas que otorgan a la imagen un tratamiento pictórico, así como las cartelas, letras y explicaciones al margen38. Estos recursos, como el resto de los empleados en los teatros de máquinas, creaban verdaderas escenografías de exhibición técnica, muy parecidas a las también usadas en el diseño teatral, donde la máquina se convertía en objeto de deleite, participando de un discurso representativo donde la ciencia y el arte se unían a la hora de construir una misma narrativa visual mediante imágenes que transitaban en el tiempo, adaptadas y reinterpretadas, al servicio de nuevas funcionalidades.
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NOTAS
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21.
22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29.
30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38.
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Entre 1578 y 1602 el libro de J. Besson, con los comentarios de Beroald, contó con ocho ediciones realizadas en latín, francés, italiano, alemán y español. VÉRIN y DOLZA, 2001; RAVIER-MAZZOCCO, 2008. DOLZA, 2008 y 2009; DOLZA y VÉRIN, 2002 y 2004; RAVIER-MAZZOCCO, 2013; CIGOLA y CECARELLI, 2006. VV. AA., 1980, 2003 y 2011. Ídem. STABILE, 2005; BERTOLONI, 2006. DOLZA, 2009, pp. 105-137; DOLZA y VERIN, 2002. VV. AA., 2011. Sobre el tema ver también LAMBERINI, 1988. CIGOLA y CECARELLI, 2006; VV. AA., 2011. De entre la amplia bibliografía merece atención en relación con el tema: DOLZA, 2009, pp. 106-117; COSTRANZO, 1964; CHRISTIAN, 1987; BARONCINI, 1989; ROUX, 2009. François Beroal en el prefacio a la obra de J. BESSON, Theatrum instrumentorum et machinarum, Bartholomaeus Vincentius, Lugduni, 1578. CIGOLA y CECARELLI, 2006. GALLUZI, 2005; LEFÈVRE, 2004; VV. AA., 1996; BRUSSATIN, 1980. DUBOURG GLATIGNY, 2013; LAMBERINI, 2001; BRUSSATIN, 1980. Sobre la reinterpretación de la tradición de la imagen técnica en los teatros de máquinas, GALUZZI, 2003; CHIRONE y CAMBIAGHI, 2007 y 2008; LAMBERINI, 2003. También RAVIER-MAZZOCCO, 2013, pp. 21-32 y 168-178; DOLZA, 2003 y 2009, pp. 65-88. Ídem. DI GIORGIO MARTINI, 1841, p. 199. Ver GALUZZI, 2003 y 2005. AGRICOLA, 1556. BERTOLONI MELI, 2006; GARÇON, 2012. En este contexto: VÉRIN, 1993; DOLZA, 2008. Ver DOLZA, 2009, p. 71. RAVIER-MAZZOCCO, 2013, pp. 50-62; DOLZA, 2009, pp. 10 y 137-141. El mote procede de un verso extraído de la «Elegía del Mecenas», de Virgilio, alcanzando difusión durante los siglos XVI y XVII, como expresión de las ideas de vanitas y de la melancolía. Fue recogido por A. VESALIO, De humani corporis fabrica, Basilea, 1543, lámina 22. Por su parte, Durero lo reproduce en el retrato de Willibald Pirckheimer, de 1524. VÉRIN, 1993. La cita, que procedía de la retórica aristotélica, formaba parte de la dedicatoria del editor P. Bertelli a Rainuccio Gambara. Esta misma vinculación entre ingenio, lenguaje, imagen, ciencia y maravilla aparece en la relevante obra de Emanuele Tesaurus, Il canocchiale aristotélico (TESAURUS, 1670). GALLUZI, 2005; VV. AA., 1996. Cfr. CHIRONE y CAMBIAGHI, 2008, p. 7. RAVIER-MAZZOCCO, 2013, pp. 38-40 y 55-56. BREDEKAMP, 1996; VV. AA., 2011. «Y como a tal le ofrezco este libro, por el buen nombre que ha de cobrar, mostrando de quien a sido admitido, para tenelle por suyo, pues basta su prudencia para vencer a las cabezas que la embidia hiziesse suscitar este libro…». Teatro de los instrumentos y figuras matemáticas y mecánicas, de Jacques Besson, (Horacio Cardón, ed.), León de Francia, 1602. CIGOLA y CECARELLI, 2006; RAVIER-MAZZOCCO, 2008, pp. 45-47, y 2013, pp. 274-305. RAVIER-MAZZOCCO, 2013, pp. 349-352 y 364-375. VV. AA., 1996; DOLZA y MARCHIS, 2007, p. 17. BRUSSATIN, 1980. En estos términos lo indicaba en 1671 el filósofo alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz en una carta dirigida al Duque de Hannover, futuro Jorge I de Inglaterra, comparando las máquinas italianas con las alemanas. Cfr. LAMBERINI, 2001, p. 3. RAVIER-MAZZOCCO, 2013, pp. 274-305. Ídem. Ibídem, pp. 279-292. Ídem. RAVIER-MAZZOCCO, 2013, pp. 131-143.
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3 La construcción naval en los escritos de los siglos XVI y XVII BERNARDO REVUELTA POL Fundación Juanelo Turriano
La más incierta de las actividades humanas, la navegación, en la que «…se pone la vida a tres o cuatro dedos de la muerte, que es el grueso de la tabla del navío». Pero también labor muy principal pues con ella «… se comunican y han comunicado los Reinos unos con otros, se proveen las cosas necesarias que han menester y se conocen y se tratan, aunque estén muy remotos y de naciones diferentes». Estas frases de Diego García de Palacio, autor de la Instrucción Náutica (1587), muestran el conflicto entre el peligro y la utilidad, debate permanente en los tratados y escritos de la época y siempre resuelto a favor de la utilidad, pero insistiendo en la necesidad de contar con navegantes y navíos aptos para enfrentarse a los peligros de la mar, y muy especialmente de los propios de la Carrera de Indias, considerada como el patrón, el ejemplo con el que medir la pericia de los marinos y la bondad de las naves. La sistemática exploración emprendida en el siglo XV por los portugueses a lo largo de la costa de África, la explosiva serie de expediciones castellanas y de otras naciones iniciadas a partir del primer viaje de Colón, culminadas con la vuelta al globo de Magallanes y Elcano, sirvieron de fundamento para el establecimiento de nuevas rutas comerciales de magnitud varias veces superior a las más extensas conocidas hasta entonces. Aunque no sean la única causa de la edad de los descubrimientos, sin duda esa expansión se debe en buena parte a los significativos avances en los campos de la navegación y la construcción naval producidos en la Baja Edad Media. Dejando a un lado el importantísimo factor de los nuevos instrumentos, la brújula, el sextante, la ballestilla, las cartas náuticas, etc… y ciñéndonos al campo de la construcción naval, en el siglo XV culmina una evolución estimulada, sobre todo, por el contacto entre las respectivas técnicas constructivas de las costas atlánticas y mediterráneas de Europa, contacto facilitado a partir del dominio del estrecho de Gibraltar por la corona de Castilla, desde finales del
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FIG. 1 Naves mancas y sutiles en la portadilla del Arte de navegar de PEDRO DE MEDINA.
Arte de navegar de PEDRO DE MEDINA, Valladolid, 1545.
FIG. 2
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siglo XIII. Producto de ese desarrollo es la aparición de naves de nombres y tipos diversos, pero que comparten ciertas características, unas nuevas, otras como consecuencia de la fusión de las técnicas de norte y sur. Las más significativas son el casco con estructura previa, el forro a tope, el timón de codaste y, sobre todo, un aparejo con varios mástiles, bauprés, trinquete, mayor y mesana, sobre los que se disponen velas cuadras y latinas (en el palo de mesana). Es decir, un motor vélico muy superior al de épocas anteriores [FIG. 1]. En este breve texto nos referiremos a las naves mancas, movidas solo a vela, únicas protagonistas de los descubrimientos y nuevas rutas comerciales. Las galeras, galiotas, galeazas y otras naves sutiles o de remo tienen un papel importante pero prácticamente reducido al Mediterráneo. De ahí que no sean mencionadas en los escritos que citaremos, en los que ante todo se pretende definir la nave ideal para la travesía atlántica. Antes de pasar a los textos de construcción naval propiamente dichos, será oportuno recordar la extraordinaria importancia de los tratados de navegación escritos, aunque no siempre publicados, por portugueses y españoles. Sin que por ello puedan considerarse textos de construcción naval, en estas obras a veces se incluyen referencias sobre las características de las naves, como en el Espejo de navegantes, manuscrito de Alonso de Chaves fechado en 1537. No es el caso de la obra de Pedro de Medina Arte de navegar en que se contienen todas las reglas, declaraciones, secretos y auisos a que la buena navegación son necessarios, y se deuen saber, cuya primera edición es de 1545, en Valladolid [FIG. 2]. Siendo fiel a su título, no trata del arte de construir, y el extraordinario éxito obtenido indica la mayor importancia concedida al arte de navegar, disciplina de base científica, sobre el arte de construir, considerado labor de artesanos. Por no mencionar su mayor utilidad a la hora de alcanzar las nuevas tierras y sus tesoros. A dos edi-
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ciones más en España, en una versión abreviada con el título Regimiento de navegación, debemos añadir trece ediciones en francés, tres italianas, dos inglesas y dos holandesas. De importancia y éxito comparables es el Breve compendio de la esfera y del arte de navegar de Martín Cortés Albácar, editado en Sevilla en 1551, y de nuevo en 1556, pero con nada menos que diez ediciones en Londres, la última de 1630 [FIG. 3]. Con estos dos libros la ciencia náutica española alcanza un nivel óptimo a partir del cual se produce una progresiva decadencia. No es hasta la segunda mitad del siglo XVI cuando se escriben obras más centradas en el arte de construir, o al menos en las que este tema tiene un peso mayor dentro de un conjunto más general. Un primer e importante ejemplo es el Itinerario de navegación de los FIG. 3 Portada de una edición inglesa (1609) del Breve compendio de la esfera y del arte de navegar de mares y tierras occidentales, datado en 1575, esMARTÍN CORTÉS, cuyo nombre se traduce como crito por Juan de Escalante de Mendoza, quien Martine Curtis. no logró verlo impreso y publicado, a pesar de sus intensos esfuerzos en ese sentido [FIG. 4]. Nacido hacia 1530 en Ribadedeva, Asturias, se trasladó aún joven a Sevilla, emprendiendo una larga carrera en las Flotas de Indias, llegando a ser nombrado Capitán General de la Flota de Nueva España en 1595, misión que solo pudo cumplir en el viaje de ida, al fallecer en Nombre de Dios (Panamá) en 1596.
FIG. 4
El manuscrito de ESCALANTE DE MENDOZA, actual-
mente custodiado en la Biblioteca Nacional de España, Ms. 3104.
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FIG. 5
Diseño de un galeón de 22 codos de manga, a partir de las medidas propuestas por Escalante de Mendoza, según (Arquitectura de las naos y galeones de las flotas de Indias, Málaga, Seyer, 1991)
JOSÉ LUIS RUBIO SERRANO
Obra modélica por muchos motivos, el Itinerario adopta la forma de un diálogo entre dos personajes, un viajero curioso, Tristán, y un piloto experimentado, simplemente llamado Piloto. Se encuentran en Sevilla, donde se prepara la partida de la Flota de Indias, y el Piloto, que lo es de la nao capitana, invita a Tristán a acompañarle. A lo largo del viaje, que es de ida y vuelta, el Piloto va explicando a su acompañante todo tipo de cuestiones, desde los principios de la cosmografía hasta los remedios para el almadiamiento, es decir, el mareo. De la construcción naval trata en el libro primero, describiéndose las proporciones y el tamaño de la nao ideal, así como los materiales necesarios para su construcción. Como en obras posteriores, la nave se define mediante una serie de medidas, siendo las principales las de la manga, quilla, eslora y puntal. Muy al modo renacentista, se establecen las proporciones que deben mantener entre sí estas y otras muchas dimensiones de la nave, de manera que basta con definir la manga, medida en codos, para fijar todas las demás. En la figura 5 se muestra la interpretación gráfica hecha por José Luis Rubio de un galeón de 22 codos de manga, a partir de la normativa de Escalante de Mendoza. La cuestión del tamaño ideal de la nao tiene considerable importancia, por varios motivos, pero conviene precisar que lo que se mide, en toneladas, no es el desplazamiento sino la capacidad de carga, es decir, cuántos toneles, de determinado tamaño, es capaz de llevar el navío en cuestión. Se debaten en este manuscrito, como en otros posteriores, las ventajas e inconvenientes de unas naves más o menos grandes, desde diversos puntos de vista, como la seguridad frente a los peligros del mar, la rentabilidad como transporte o su poderío en el combate. Pero el factor decisivo radica en que las subven-
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ciones y ventajas fiscales concedidas por la Corona y los sueldos que deben pagarse a los armadores cuando se embargan o alquilan las naves, se evalúan en función de las toneladas asignadas a la nave en cuestión. Por ejemplo, los Reyes Católicos decretaron una prima anual de 10.000 maravedís por cada cien toneladas a las naves de más de seiscientas toneladas, disposición que se mantuvo muchas décadas, incluso reduciendo la exigencia del tonelaje a 300 en tiempo de Felipe II. El afán de los monarcas por promover la construcción de navíos grandes se debe al hecho de su, presunta, mayor fortaleza para el combate, pues apenas existe una armada de guerra permanente, sino que esta se organiza temporalmente cuando es necesario, incautando, embargando o alquilando los buques de particulares. Es fácil imaginar la ingente picaresca creada en torno a estas «ayudas oficiales», corrupción facilitada por la falta de normalización en las unidades de medida, las diversas fórmulas de arqueo empleadas y la debilidad de una administración real todavía escasa y primitiva, cuyos funcionarios, aun admitiendo su honradez, debían enfrentarse con la falta de colaboración, incluso hostilidad, de constructores, armadores y autoridades locales. Escalante de Mendoza, hombre de gran experiencia en la ruta de Indias, sostiene a través de su personaje el Piloto, que la nave ideal sería de 500 toneladas, considerándola el deseable término medio entre los mayores galeones y naos, de hasta mil toneladas, y las naves menores de unas cien. Además que viene a ser el límite superior para salvar los difíciles accesos a puertos como San Juan de Ulúa en México y sobre todo la barra de Sanlúcar de Barrameda. Parecer en el que concurren autores posteriores, en obras más especializadas en la construcción naval. Pero antes de reseñarlos, mencionaremos el conjunto de documentos redactados entre los años 1581 y 1582 por un grupo de expertos coordinados, en expresión actual, por Cristóbal de Barros. Estas cartas, informes y memorias son el resultado del encargo hecho por Felipe II de construir un escuadrón de galeones para la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias. En Los barcos españoles del siglo XVI y la Gran Armada de 1588, Casado Soto considera este proyecto como la consolidación definitiva de una tipología, el galeón oceánico de guerra, símbolo del poderío naval hispánico. Partiendo del antecedente de los doce galeones agalerados o galeoncetes mandados construir por Menéndez de Avilés en 1568, los expertos debatieron las soluciones más idóneas y también el mejor procedimiento para su construcción, bien directamente dirigida por oficiales del rey, o mediante asiento con un armador. Finalmente se construyeron nueve unidades, por administración dirigida por el propio Cristóbal de Barros, personaje muy interesante de quien está pendiente hacer un estudio con la amplitud y profundidad que merece. Alto oficial del Rey, Barros desempeñó diversas funciones relacionadas con la construcción naval, como el cuidado y conservación de los bosques del norte de España, la redacción de normas para el arqueo de los buques o, como en este caso, responsabilizándose de la construcción de las naves del Rey. Terminó su carrera como proveedor de las Flotas de Indias, hasta su muerte en 1596. Como dato curioso señalemos que Miguel de Cervantes trabajó ocasionalmente para él en esta última etapa de su vida. En 1588, ocho de estos galeones formaron parte de la Gran Armada, integrando la Escuadra de Castilla; de su calidad da fe el hecho de que todos regresaron a España, superando los combates en el Canal y la penosa circunvalación de las Islas Británicas [FIG. 6].
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FIG. 6
Galeón español de finales del siglo XVI. Cortesía de CARLOS PARRI-
LLA PENAGOS.
FIG. 7
Instrucción náutica… de México,
DIEGO GARCÍA DE PALACIO,
1587.
En 1587, escrita por el doctor Diego García de Palacio, se publica en México la Instrucción náutica, para el buen uso y regimiento de las naos, su traza y gobierno conforme a la altura de México [FIG. 7]. García de Palacio (1540-1595), nacido en Santander, desempeñó diversos cargos de importancia en la administración del Virreinato de Nueva España aunque terminó su vida arruinado, tras ser condenado por corrupción. La Instrucción se compone de cuatro partes, o libros, tratando los tres primeros del arte de navegar o marear, incluyendo las correspondientes tablas y dibujos; el último se dedica a la traza de las naos, a su forma y proporciones, la composición de su tripulación y su empleo en el
FIG. 8 Cuadernas de una nao de 16 codos de manga, según la Instrucción náutica.
FIG. 9 Planta de una nao de 16 codos de manga, según la Instrucción náutica.
Alzado de una nao de 16 codos de manga, según la Instrucción náutica.
FIG. 11
FIG. 10
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Secciones transversales de una nao de 13 codos de manga, según la Instrucción náutica.
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combate naval, completándose la obra con un vocabulario de más de quinientos términos. A semejanza del Itinerario de Escalante está escrito en forma de diálogo, en este caso entre un vizcaíno y un montañés, siendo este quien responde a las cuestiones planteadas por el primero. Describe con detalle la nao ideal, de 400 toneladas, correspondiente a una manga de 16 codos. E incluye vistas y secciones acotadas de esta nao y de otra de 150 toneladas [FIGS. 8-11], siendo, aunque toscos, los primeros planos impresos de arquitectura naval. Más finos son los gráficos de O livro da fabrica das naos, del portugués Fernando de Oliveira, datado en torno a 1580, pero que quedó en manuscrito. Lo mismo ocurrió con el Livro FIG. 12 Trazado de cuaderna en el Livro Primeiro da Architectura Naval de JOÃO BAPTISTA LAPrimeiro da Architectura Naval (ca. 1600) del VANHA, h. 1600-1620. gran cosmógrafo y matemático João Baptista Lavanha, primera ocasión en la que el término y concepto de arquitectura se aplica a la fábrica de navíos [FIG. 12]. Los últimos años del reinado de Felipe II son testigos de una intensa actividad constructiva, que con altibajos se prolongará hasta 1640, cuando la derrota de Las Dunas, la rebelión de Portugal y la intervención francesa quiebran el poder naval de la Monarquía de España. Actividad constructiva que se pretende controlar en sus aspectos técnicos por la autoridad política, promulgándose en 1607 las Ordenanzas para la Fábrica de Navíos seguidas por otras en 1613 y 1618. Legislación que afecta tanto a los buques de guerra hechos para el Rey como a los mercantes promovidos por particulares. Protagonistas de estas iniciativas son el almirante Diego Brochero y el constructor Juan de Veas, al primero de los FIG. 13 Portada del tratado de THOMÉ CANO, cuales dedica su obra el tinerfeño Thomé Cano, publicado en Sevilla en 1611. autor del Arte para fabricar, fortificar y aparejar naos de guerra y merchante, publicado en Sevilla en 1611, aunque escrito hacia 1607, coincidiendo, en tiempo y contenido, con las primeras Ordenanzas. Impreso con la aprobación explícita, en sus primeras páginas, de los hermanos Juan y Lucas Guillén de Veas [FIG. 13]. A semejanza de los libros de Escalante y García de Palacio, el libro de Cano está escrito en forma de conversación, siendo tres los interlocutores que se encuentran al navegar Guadalquivir abajo, Gaspar, Leonardo y Thomé, este último en el papel de portavoz
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del autor como es fácil suponer. Y a quien Gaspar reconoce mayor autoridad por haber navegado a Indias durante cincuenta y tres años, completando veintinueve viajes. Fiel a su título, la obra de Cano es un tratado de construcción naval, sin tratarse cuestiones relacionadas con el arte de navegar, aunque sí habla, y en términos considerablemente críticos, de la política naval seguida hasta entonces. Se censuran las normas vigentes para el arqueo, que según el autor producen unos resultados muy perjudiciales para los armadores. Recordemos que las cantidades percibidas por estos se miden según la cuantía de toneladas, como se ha dicho antes. Se menciona con detalle la intensa inflación que afecta a los costes de construcción y operación de las naves, pero que no se ha reflejado en las sumas fijadas por la Corona para pagar los servicios exigidos a los propietarios ni en el importe de los fletes estipulados para el viaje a las Indias. Por ello insiste en la conveniencia de que el Rey construya y mantenga sus propios barcos, es decir Cano propone la creación de una Armada Real de carácter permanente liberando a los particulares de unas obligaciones que les resultan ruinosas. Es cierto que el Rey ha dispuesto y dispone de navíos de guerra propios, como los galeones encargados por Felipe II antes mencionados, amén de otros posteriores, pero nunca en número suficiente para la inmensidad del imperio. Otro tema de queja es la competencia extranjera, a pesar de las teóricas prohibiciones o limitaciones que se le imponen. Thomé Cano acierta al señalar la inferioridad del rígido sistema de una sola flota anual a las Indias en comparación con la operación libre, aunque ilegal, realizada por los marinos de otras naciones europeas, actuando como comerciantes, contrabandistas y piratas. Se completa el catálogo de agravios lamentando la poca consideración que se tiene hacia los hombres del mar, hombres que «trabajan con las manos» y por ello condenados a permanecer en un escalón social inferior, a pesar de la importancia de sus servicios. Conviene señalar, no obstante, que todas estas reclamaciones y quejas no son nuevas, encontrándose manifestaciones similares en fechas muy anteriores, expuestas en cartas, memoriales o peticiones, lo cual no carece de lógica habida cuenta de la multiplicidad de instituciones y personas implicadas en el tráfico marítimo, tanto en la paz como en la guerra, con la consiguiente diversidad de intereses. No utiliza Cano los términos arquitectura o ingeniería naval, al menos directamente, pero el concepto queda implícito en fragmentos como el que sigue: «…y que pues para edificar cualquiera suntuoso Edificio de la Tierra se pone y funda primero en toda Traza, Medida, Forma, Cuerpo, Compartimiento, Cuenta, Latitud, Altitud, y todo lo demás, que es puesto en razón, la misma cuenta y aún mucha más es justo tenga y lleve la Nao, que juntamente es Casa, Torre, Castillo, Fortaleza, Baluarte, Pavés, Caballero, Plataforma, Trinchera, y todo cuanto contiene cualquiera otra Fábrica: y más siendo esta de la Nao de un Edificio movible, y que se ha de tener y ha de contrastar con tantos y tan fuertes contrarios…». Sin embargo, a diferencia de García de Palacio o Lavanha, el libro no contiene planos o dibujos, ni se menciona siquiera su necesidad. Como tratado de construcción naval sigue el procedimiento usado por los autores anteriores o las coetáneas Ordenanzas, es decir se establecen las medidas de todas las partes y elementos del barco a partir y en proporción de una principal, la manga. Descarta la vieja regla del as-dos-tres, es decir por uno de manga, dos de quilla y tres de eslora, y propone, para una manga de doce codos, una quilla de treinta y seis, aunque no mantiene
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esa proporción para mangas superiores. Usando como modelo la nave de doce codos, fija el resto de las medidas, tanto en versión de guerra como «merchante». A modo de ejemplo: «El árbol mayor de la nao que tuviere doce codos de manga, ha de tener de largo dos mangas y media de la nao, y de grueso el quinto de la manga…». En la figura 14 puede verse el procedimiento similar usado en las Ordenanzas de 1618. Desprende el Arte para fabricar un pesimismo no visto en obras anteriores, haciendo un retrato demoledor, quizás exagerado, del estado de la Marina en esos años de principios del XVII, especialmente de la Marina mercante, pesimismo parcialmente compensado por las esperanzas puestas en las reformas emprendidas por Diego Brochero, a quien, recordemos, se dedica el libro. Concluye este con un cuarto Capítulo o Diálogo, en el que FIG. 14 Ejemplo de la minuciosa normativa de se resumen las normas establecidas por Juan de las Ordenanzas de 1618. Veas para la llamada «nueva fábrica de bajeles» y se añade un vocabulario de unos 75 términos. En cuanto a las Ordenanzas, no fueron acogidas con general beneplácito por todos los sectores afectados, y recogiendo parte de las objeciones recibidas así como la experiencia ganada desde su puesta en vigor, se promulgaron otras en 1613 y unas terceras en 1618. En todos los casos pretenden ser de aplicación obligatoria en la construcción de todo navío. Las de 1613 establecen quince órdenes de naves, en función de la medida de su manga, que como siempre se toma como dimensión principal de la que se deducen todas las demás. Comenzando por las más pequeñas, de 8, 9 y 10 codos de manga, denominadas pataches, sigue con los navíos, de 11 a 13 codos, galeoncete, de 14 codos, y galeones, de 15 a 22 codos. Y las normas son ligeramente diferentes según se trate de naves de guerra o mercantes, si bien estas últimas eran utilizadas para la guerra cuando convenía, sin necesidad de grandes modificaciones. No contienen dibujos o gráficos, carencia compensada por la exhaustiva definición de las medidas de todo tipo de elementos. Las Ordenanzas de 1618 definen catorce órdenes, desde los 9 codos de manga hasta los 22, llama a todos navíos y no distingue entre los de guerra y los mercantes. En algunos aspectos son más conservadoras que las de 1613, reduciendo la longitud de quilla y eslora, o reintroduciendo los quebrados [FIG. 15]. Comparando las principales medidas contenidas en las obras mencionadas arriba, incluyendo las Ordenanzas, se observa un proceso evolutivo en las naves, con una tendencia a una mayor esbeltez, tanto por el aumento de la relación quilla/manga como por reducirse el volumen de alcázar y castillo, haciendo navíos más «rasos», expresión utilizada por Cristóbal de Barros ya en 1581, equivalente al término inglés «razed» o «race-built», aplicado a las mejoras introducidas por Hawkins en los galeones ingleses por esa misma época. Coincidencia poco conocida por los historiadores británicos.
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FIG. 15
Esquema comparativo de las dimensiones principales de las naos propuestas por los diversos autores, según JOSÉ LUIS RUBIO SERRANO (Arqui-
tectura de las naos y galeones... op. cit.)
Las Ordenanzas permanecieron largo tiempo en vigor, prácticamente todo el siglo XVII, con algunas modificaciones introducidas en 1666 y 1679. Lo cual es señal de estancamiento en la evolución de la construcción naval en España, pues hacia la mitad del siglo se consolida en Europa, especialmente en Inglaterra y Holanda, lo que terminará denominándose navío de línea, buque exclusivamente de combate, un combate esencialmente artillero, quedando obsoleto el concepto del galeón como nave capaz de simultanear las funciones de navío de guerra y transporte armado, y en el que el juego de la artillería se subordina a las técnicas de abordaje. Una obra de contenido crítico con las Ordenanzas es el manuscrito Dialogo entre un Bizcayno y un Montañes sobre la fabrica de navios que, como indica el título, se asemeja en la forma a la Instrucción naútica de García de Palacio. En su estudio sobre este texto, Isabel Vicente Maroto propone la posible autoría de Pedro López de Soto, experimentado constructor, que en una carta se califica a sí mismo como montañés y vizcayno. La fecha de su redacción debe ser en torno a 1631 o 1632. Desde las primeras páginas hace referencia a las Ordenanzas promulgadas a partir de 1611, declarando que la intención de la obra es hacer FIG. 16 Primera página del Dialogo entre un Bizcayno y un Montañes, custoun «tratadillo» con el que corregir los defectos de las diado en la Biblioteca de la Universidad de últimas y vigentes Ordenanzas de 1618 [FIG. 16]. Salamanca, Ms. 2593 (h. 1601).
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Establece con detalle las medidas de todos los elementos del navío, comenzando con el mayor, el galeón de 22 codos de manga, hasta llegar al patache de 10 codos. Lo hace para navíos de Armada, es decir de guerra, pero explica cómo con ligeras modificaciones pueden adaptarse para servir como mercantes. A preguntas del vizcaíno, el montañés expone los motivos de los cambios que propone con relación a lo establecido por las Ordenanzas. Y en muchos casos aduce como ejemplo y justificación de sus propuestas lo hecho en la Armada de Flandes, las famosas fragatas de Dunkerque, cuyas naves se construyen y tripulan siguiendo los sistemas flamencos, que el autor reconoce como superiores a los empleados en España, superioridad que igualmente atribuye al enemigo holandés. Es notable el contraste con el criterio expresado medio siglo antes por Escalante de Mendoza, quien declaraba a la construcción «vizcaina», es decir de Vizcaya, Guipúzcoa y Cantabria, como superior a todas, junto con la portuguesa. Entre las reformas propuestas por el autor del Dialogo, reconocemos algunas ya adelantadas por autores anteriores, como la conveniencia de navíos «rasos», suprimiendo alcázares y castillos, así como la mejora de la artillería, la modificación del puntal para aumentar la elevación de las portas de los cañones sobre el nivel del agua o la proporción entre gente de mar y gente de guerra a bordo. Desde la perspectiva actual, son propuestas avanzadas, que van en el sentido de la evolución general hacia el navío de línea, aunque ya a remolque de lo hecho en otras naciones, especialmente Holanda. Dejando atrás los aspectos puramente constructivos o de operación de los navíos, el manuscrito termina en un tono típicamente arbitrista, con una serie de propuestas de carácter social y económico relativas a la política naval. Esperando que el manuscrito vea la luz, el autor concluye proponiendo a las autoridades la construcción de un galeón de 500 toneladas proyectado según las medidas contenidas en el «tratadillo», a modo de prototipo con el que demostrar la bondad del diseño. El largo tiempo transcurrido hasta la aparición de nuevos textos, que solo quedaron en manuscritos, es prueba indudable del mal estado de la Marina española a partir de 1640. Faltan barcos y hombres para cubrir las rutas más estratégicas, como la Carrera de Indias o las comunicaciones con Italia, incluso la defensa de las costas, recurriéndose al socorro ocasional por parte de antiguos enemigos, unas veces franceses, en otras holandeses. De 1691 data el manuscrito Recopilación para la nueva fábrica de baxeles españoles, donde se declaran las proporciones y nuevo gálibo correspondientes a seis órdenes de diferentes portes, con la utilidad de servir de guerra... y de merchantes, escrito por el capitán Francisco Antonio Garrote [FIG. 17]. Obra muy crítica con las FIG. 17 Cuaderna maestra del navío de primer orden (14 codos), normas vigentes que siguen siendo según el manuscrito Recopilación para la nueva fábrica de baxeles esbásicamente las de 1618, aunque pañoles... (1691) de FRANCISCO ANTONIO GARROTE.
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Plano de un bajel de guerra de 60 codos de quilla, según las Proposiciones de las medidas arregladas a la construcción de un Bajel de Guerra de sesenta codos de quilla (1712) de ANTONIO DE GAZTAÑETA.
FIG. 18
cabe preguntarse si los defectos señalados se deben a las propias normas en sí o a que no se cumplen rigurosamente. Los seis órdenes a que se refiere comprenden naves de 14 a 24 codos de manga e incluye planos de todas ellas. Poco antes, en 1688, Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga escribe su Arte de fabricar reales, manuscrito no publicado hasta la excelente edición comentada de 1992. Obra incompleta, es en cierto modo una crónica del proceso de construcción de dos de los últimos galeones, las «reales», es decir la Capitana y la Almiranta de la Armada del Mar Océano. En 1720 publicará su obra más importante, Proporciones de las medidas más esenciales para la fábrica de nuevos navíos y fragatas de guerra, cuyas prescripciones son adoptadas como normas oficiales en 1721, quedando vigentes hasta Jorge Juan. Previamente, en 1712, había publicado Proposiciones de las medidas arregladas a la construcción de un Bajel de Guerra de sesenta codos de quilla. En ambas obras se incluyen planos y dibujos cuya comparación con los primitivos de García de Palacio es harto elocuente [FIG. 18]. Y con Gaztañeta, a caballo entre dos siglos, dos dinastías y dos procedimientos de proyectar y construir navíos, se cierran estas breves notas.
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4 Los tratados en la formación de los ingenieros artilleros de los siglos XVI y XVII MARIANO ESTEBAN PIÑEIRO Instituto de Historia Simancas. Universidad de Valladolid
INTRODUCCIÓN
El término «ingeniero militar» correspondía en la segunda mitad del siglo XVI a todo aquel experto en ingenios para la guerra ofensiva y para la fortificación1 mientras que al final de la centuria siguiente se refería ya a un oficial militar que se diferenciaba del ingeniero de fortificación por una especial formación en artillería, obtenida en instituciones específicas vinculadas a los ejércitos. El progreso de las técnicas de la artillería2, especialmente desde la segunda mitad del quinientos, supuso el nacimiento de grandes «ejércitos de artillería» provistos de ochenta piezas de gran calibre, más de mil arcabuceros y mosqueteros, una impresionante cantidad de pertrechos, cientos de carros, varios miles de caballos, cientos de soldados y gastadores y numerosos maestros y artesanos hábiles en diversos oficios, como carpinteros, toneleros, engrasadores, herreros, forjadores, etc. Esta impresionante máquina de guerra que llegó a ser la artillería a finales del siglo XVI fue exigiendo mayores conocimientos de los artilleros, no solo en el uso de las piezas artilleras, sino también en otros muchos aspectos, como los de la fundición, la elaboración de la pólvora, el cuidado, mantenimiento y reparación de las piezas, la fabricación de las cajas o cureñas y carromatos para su encabalgamiento y transporte, la construcción de los cabrestantes y grúas para el movimiento e izado de las piezas, las elaboración de los cestones, zanjas y otros modos de protección, la fabricación de las balas y la determinación de su calibre, el desarrollo de las balas incendiarias y otros tipos de fuegos artificiales, el dominio de las técnicas de las minas explosivas o el diseño y la fábrica de los puentes de barcas y pontones para cruzar los ríos. Todos estos aspectos técnicos fueron desbordando la capacidad de los primeros artilleros, requiriendo la presencia de nuevos expertos, como los mayordomos, gentileshombres y condestables y la nece-
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FIG. 1 DIEGO UFANO, Archeley, das ist gründlicher und eygentlicher Bericht, 1614. Estampa 6. La Artillería. Edición alemana del Tratado de la Artillería.
sidad de una figura que tuviera además formación matemática para medir distancias y trazar geométricamente los diseños de nuevos ingenios e instrumentos. Era un nuevo tipo de ingeniero, en muchos aspectos diferente al que era capaz de dibujar y construir fortalezas y bastiones, el arquitecto militar. Fue naciendo así, desde la segunda mitad del quinientos, el ingeniero de artillería3, cuyas tareas y funciones quedaron claramente establecidas y delimitadas hacia los años centrales de la centuria siguiente, y su figura institucionalizada en los ejércitos.
LOS PRIMEROS TRATADOS DE ARTILLERÍA. PLÁTICA MANUAL DE ARTILLERÍA
Consecuentemente, también evolucionaron los medios y procedimientos para la formación de todo ese personal especializado que fue requiriendo la artillería, desde las escuelas de artilleros en castillos y guarniciones en el quinientos, que contarán con fundiciones y elaborarán pólvora, hasta las Academias de Ingenieros de Nápoles, Milán, Amberes y Bruselas en el siglo siguiente4. Ese proceso determinó lógicamente también la evolución de los textos empleados en esa formación5, desde elementales cartillas con los conocimientos básicos de la práctica artillera dirigidos a los aprendices de artillero hasta extensos y detallados tratados, que recogían todos los aspectos prácticos de la artillería e, incluso, con análisis y demostraciones geométricas relacionadas con la nueva ciencia de la balística y con la construcción de los distintos instrumentos de medida, como los calibres, las distintas reglas, las escuadras, los niveles o los planisferios y cuadrantes. Estos tratados, que iban dirigidos a los oficiales de la artillería, a los nuevos expertos más arriba citados y, esencialmente, a los nuevos ingenieros, disminuían progresivamente las páginas destinadas a la fortificación, que se recogían ya en otros tratados específicos6. Desde la segunda mitad del siglo XVI varios de esos tratados salieron de la pluma de autores españoles7, alguno de los cuales permaneció manuscrito sin llegar a imprimirse. El primero que vio la imprenta apareció al otro lado del Atlántico: en 1583 Diego García de Palacio, Oidor de la Audiencia de la ciudad de México, publicó Diálogos Militares. Su
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Impresos españoles de artillería 1580 a 1600: Diálogos militares, 1583, de DIEGO GARCÍA DEL PALACIO; Pratica manuale di arteglieria, 1586, y Plática manual de artillería, 1592, de LUIS COLLADO DE LEBRIJA; Breve tratado del arte de artillería, 1595, de LÁZARO DE LA ISLA; El perfeto capitán, 1595, de DIEGO ÁLAVA Y VIAMONT.
FIG. 2
libro tercero, dedicado a la artillería, De la naturaleza y composición de la pólvora y buen uso de los arcabuces y artillería y reglas respectivas, con algunos instrumentos necesarios, está tomado esencialmente de Quesiti et inventioni díverse de Nicolás Tartaglia, publicada en 1546. No aporta nada realmente nuevo respecto a la obra de Tartaglia e, incluso, la mayor parte de las ilustraciones son copias de las que aparecen en esta. En 1586, se publicó en Venecia la Pratica manuale di arteglieria, escrita en italiano por el ingeniero del Real Ejército de Lombardía y Piamonte Luis Collado de Lebrija. La obra, de 194 páginas, reproduce la estructura, aunque ampliando el contenido, de un breve tratado de 110 páginas aparecido dos años antes, en 1584, Instrutione dei Bombardieri, del milanés Gabriele Busca, capitán de artillería al servicio de Felipe II en Milán. En 1592 Collado sacó en Milán una nueva versión mucho más extensa y escrita en castellano, Plática manual de artillería. En la qual se tracta de la excelencia de el Arte Militar, y origen de ella, y de las maquinas con que los antiguos começaron a usarla. De la invención de la pólvora, y Artillería. Del modo de conduzirla, y plantarla en qualquier empresa. Fabricar las Minas para bolar las Fortalezas, y Montañas. Fuegos artificiales. Varios secretos, y importantísimos advertimientos, al arte de la Artillería, y uso de la Guerra utilísimos y muy necesarios. Y a la fin un muy copioso e importante examen de Artilleros. Su largo título proporciona una información precisa del contenido de la obra, que tuvo una enorme influencia sobre la mayoría de los tratados aparecidos en el siglo XVII en Europa. Puede considerarse, sin ninguna duda, como el primer manual completo y sistemático relativo al conjunto de cuestiones técnicas que entonces eran competencia de los «artilleros», y de los nuevos expertos e ingenieros militares, publicado en Europa. Dedicado a Felipe II, es el resultado de toda una vida consagrada a la práctica militar: «no hay cosa en ella escripta, que de mí no haya sido experimentada». La obra, de 236 páginas de tamaño folio, se divide en cinco partes o «tratados», cuyos títulos dicen literalmente: Comienza el primer tratado, en el cual el autor trata de la excelencia del Arte Militar y origen della. De las máquinas con que antes de la invención de la pólvora y artillería solían los antiguos capitanes expugnar y batir cualquier fortaleza.
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Tratado segundo, en el cual se trata de las diferencias o géneros de piezas que en las fundiciones modernas se hallan della, con el modo de saber si tienen su razón de metal o no. Tratado tercero que en general trata de diversos oficios y operaciones tocantes al exercicio y plática del Arte del Artillería, sin los cuales sería imposible poder el artillero exercitarla como debe en ninguna empresa. Tratado cuarto, en el cual se trata de diversas operaciones necesarias al exercicio della. Fabricar Minas, Fuegos Artificiales y otras operaciones. Tratado quinto, en el cual a modo de diálogo trata de las cualidades que en la persona del General de Artillería deben concurrir y de la importancia de su cargo y recta administración de él.
Esta estructura de contenidos será reproducida de manera similar en los principales tratados de artillería del siglo XVII, y no solo de autores españoles. El texto está complementado con gran número de grabados, ochenta y seis, de distintos tamaños, muy minuciosos, bellos y técnicamente rigurosos, que contribuyeron decisivamente al éxito de la obra. Se inicia con una exposición sobre el arte militar en general, sobre su historia y sobre la aparición de la artillería de la pólvora. Estudia a continuación la fundición y construcción de cañones, los problemas de las cargas, tiros y punterías, la fabricación y el manejo de la pólvora, aunque no detalla en qué proporciones deben entrar en su composición el salitre, el carbón y el azufre, pero indica algunos efectos que se consiguen aumentando la cantidad de cada uno de los componentes. En relación con la fundición8, no entra en detalles y no facilita las proporciones del estaño y el cobre para obtener el bronce idóneo, quizás por motivos estratégicos, deteniéndose solo en características generales del horno. Es más concreto en el tema de las cucharas (herramienta indispensable formada por una plancha de cobre o hierro abarquillada con largo mango de madera que sirve para introducir la pólvora y las balas en el ánima), indicando que con cada pieza debe fundirse la cuchara apropiada. Resalta las relaciones que deben existir entre el diámetro de la bala apropiada a cada pieza y las dimensiones (anchura y longitud) de cada sección de esta, desde el fogón hasta la boca, que se expresarán siempre en función de unidades de aquel.
Los tiros y la elevación de la pieza: COLLADO, 1586; COLLADO, 1592; COIGNET, 1612; PRADO, 1591; UFANO, 1613 y 1614; FIRRUFINO, 1648; FERNÁNDEZ DE MEDRANO, 1699.
FIG. 3
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Minas o galerías: COLLADO, 1586; COLLADO, 1592; ALVARADO, 1595 a 1598.
En el tratado tercero, en gran parte dedicado a la balística, Collado, siguiendo la doctrina de Nicolás Tartaglia en la Nova Scientia, descompone la trayectoria del proyectil en tres partes: movimiento violento (recto), mixto (arco de círculo) y natural (recto). No obstante, a partir de sus propias experiencias, critica algunos aspectos y consecuencias de esas teorías9. Así, por ejemplo, Collado concluyó que disparando con un falconete de 3 libras de bala era imposible calcular todos los alcances obtenidos con diferentes inclinaciones a partir de conocer uno, como opinaba Tartaglia10. Collado realizó también experiencias para investigar la influencia sobre el alcance del tiro de la relación entre el calibre y la longitud de la pieza. El tratado cuarto incluye descripciones de máquinas e «ingenios» para elevar grandes pesos y para el montaje de puentes, un resumen sobre fuegos artificiales de carácter ofensivo, y también de disfrute, y un capítulo acerca de «las minas para volar las fortalezas y montañas». En el quinto, de más de cuarenta páginas, se razonan las cualidades que deben tener desde el General de la Artillería hasta la última de las personas a su cargo, indicando los distintos salarios y el personal que cada pieza necesita según su género. Todo este tratado –según Collado, nunca antes escrito– está configurado como un diálogo entre un General de Artillería recién nombrado, su Lugarteniente, con amplia experiencia, y cuatro artilleros viejos, uno de ellos cabo maestro. Hablan sobre diversos temas, pero especialmente sobre la necesidad de disponer en cada lugar en donde exista artillería de una escuela para formar artilleros. Precisan su reglamento, el personal necesario, las instalaciones, el coste, las prácticas que deben hacer los aspirantes y la manera de realizar los exámenes. Consecuentemente, finaliza el texto con un extenso «examen de Artilleros», expuesto mediante una amplia sucesión de preguntas y respuestas. Collado escribió su tratado dirigido a dos posibles tipos de lectores. En gran parte podía ser entendido por artilleros sin formación matemática y aún por aspirantes, ya que a estos, además, va dirigido el «examen de artilleros». Pero también pretende el autor, al introducir reflexiones y demostraciones más complejas y rigurosas, que fuera una obra de consulta necesaria y útil para los ingenieros y arquitectos militares y para los tenientes, gentileshombres, mayordomos, etc. Por todo esto, la Plática manual de artillería será el modelo que, con menor o mayor fortuna, seguirá el resto de los tratadistas europeos de artillería hasta finales del siglo XVII. Además, su lectura es hoy imprescindible tanto para apreciar las aportaciones originales de los tratados posteriores como, y sobre todo, para conocer el estado y la importancia de la artillería española a finales del siglo XVI.
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Cureñas o cajas: COLLADO, 1586; PRADO, 1591; ANÓNIMO, ca. 1612; FIRRUFINO, 1648; FERNÁNDEZ DE MEDRANO,
1699.
En 1590, dos años antes de la aparición de la Plática de Collado, se publicó en Madrid El perfeto capitán, instruido en la Disciplina Militar, y nueva ciencia de Artillería, de Diego de Álava y Viamont, hijo del capitán general de artillería don Francés de Álava11. Don Diego era jurista de profesión y con una excelente formación humanística12, pero carecía de experiencia tanto en la enseñanza de la artillería como en su práctica. A continuación del título se indica ya que el tratado no va dirigido a artilleros sin cualificación sino a capitanes y oficiales de la artillería con formación matemática, idea que refuerza con la alabanza, que dirige el autor en las primeras páginas, a la aritmética y a la geometría como ciencias básicas de la artillería y de la milicia en general. La obra de Álava se estructura en seis libros. En los dos primeros se analiza cómo deben ser las actuaciones de un «perfecto capitán» antes de la batalla (organización, reclutamiento, marchas, alojamientos, etc.), y durante y después de ella (cuándo y cómo se ha de combatir, posicionamiento, protección y defensa,...). Los otros cuatro libros están dedicados a la artillería. El tercero y el cuarto prácticamente reproducen los contenidos de la Pratica manuale de Collado de 1586 sobre los tipos de piezas y su fundición, mientras los dos últimos tratan de la balística o «nueva ciencia de la artillería» sin apenas novedades relevantes sobre lo ya publicado por Collado, salvo la inclusión al inicio del Libro V de un tratado de geometría práctica y trigonometría en el que se describen el astrolabio, el cuadrante y otros instrumentos matemáticos y la inclusión de unas tablas, por primera vez publicadas en Europa, para conocer los alcances de distintos tipos de piezas según las elevaciones. El último texto significativo sobre artillería13 impreso en castellano en el quinientos es el Breve tratado de la Artillería y fábrica della y instrumentos de fuego escrito por Lázaro de la Isla14 y publicado en Madrid en 1595. En 133 folios en 8ª el autor recogió los conocimientos obtenidos en tantos años de experiencia con el fin de que pudieran ser de utilidad a los artilleros, especialmente a los de las flotas. Posiblemente lo más interesante sea el Capítulo II, «De cinco oficios necesarios al artillero», en donde se recalca que el artillero además de saber distinguir y usar las dife-
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rentes piezas de fuego debía tener conocimientos de fundición, carpintería y herrería junto a los necesarios para fabricar y refinar la pólvora En su conjunto el tratado resulta ser muy elemental y con un planteamiento ya bastante retrasado en comparación con la obra de Collado de 1592. A pesar de esto se reeditó dos veces en quince años, posiblemente porque por su sencillez estaba al alcance de personas de baja formación, como era el caso de la mayoría de los aprendices a artilleros, y porque su precio era reducido al contener muy pocos grabados.
CUATRO TRATADOS DE ARTILLERÍA MANUSCRITOS A FINES DEL SIGLO XVI
También de la última década del quinientos proceden cuatro tratados de artillería que aunque no llegaron a imprimirse merecen citarse. El primero, Obra manual de la Artillería15, fue firmado en Málaga el 10 de agosto de 1591 por Diego de Prado, teniente del capitán general de la artillería de Cataluña. Bastante extenso y con 91 dibujos a pluma, algunos de gran interés como los que muestran distintos tipos de piezas. El contenido se expone a modo de diálogo entre tres personajes: un cabo, un artillero y un aprendiz. En el primero de sus cuatro libros, el cabo, ayudado por el artillero, va dando los datos de todos los géneros habituales de piezas artilleras; en el segundo se explica el método para reconocer el estado de las «cañas» de las distintas piezas. La enumeración de los diferentes pertrechos con la explicación de sus respectivos usos centra el contenido del tercero, mientras que el cuarto y último libro enseña al aprendiz a reconocer el tipo de terrenos en donde pueda extraer el salitre para la pólvora y el modo de realizar esa extracción. Se aprecia fácilmente que el tratado de Diego de Prado tiene bastantes similitudes, además del título, con la Plática manual de artillería de Collado, aunque abarcando menos temas16. Otro manuscrito muy interesante es Alvaradina, la qual contiene en sí muchos mui necesarios avisos de las cosas tocantes al Artillería, de Espinel de Alvarado17. El texto carece de fecha, pero debió de ser redactado entre 1595 y 1598, afirmando el autor al principio
Obra manual de la Artillería, 1591, de DIEGO DE PRADO; Dexamen de artilleros, ca. 1600, ANÓNIMO; Alvaradina, 1595 a 1598, de ESPINEL DE ALVARADO; y Descrition y Tratado muy breve, 1599, de JULIÁN FERROFINO.
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Balas de artificio: ÁLAVA Y VIAMONT, 1595; ALVARADO, 1595 a 1598; UFANO, 1613; ANÓNIMO, ca. 1612.
que en él se halla todo lo que debe saber sobre artillería cualquier buen artillero «para gobernalla y tratalla y entendella, así a ella como a lo accesorio y anexo a ella». Indica que la obra puede ser útil y provechosa para el general y hasta para cualquiera que «tocare el examen de los artilleros como también para los mismos artilleros para que sepan lo que deben hacer en sus operaciones y estén más previstos para subir sus exámenes». Se expone como un diálogo entre Espinel de Alvarado, «artillero viejo, sabio y experto en su arte», y «un soldado su mucho amigo llamado Juan Machado». Se divide en cinco partes, siguiendo estrechamente a Collado18, con algunas pequeñas aportaciones en la última, sobre la construcción de minas y la utilización de balas incendiarias. Lo más interesante del tratado son los dibujos que ilustran el texto, no tanto por su originalidad sino por el detalle con que están realizados. El manuscrito procede de la biblioteca de Juan Fernández de Velasco y Guzmán, duque de Frías y condestable de Castilla, a cuyo servicio estaba el autor y a quien este dedica la obra. De la misma biblioteca procede Dexamen de artilleros en el qual se trata de todo lo que es obligado a preguntar el que fuere juez de la dicha arte de la artillería al que se va a desaminar para ser artillero19. Al contrario que en el manuscrito anterior, en este no aparece ninguna referencia al autor. El texto sigue bastante fielmente los contenidos de los tratados segundo a cuarto de la Plática manual de artillería de Collado, y muchos de sus abundantes dibujos se asemejan a grabados de esta obra. Es difícil saber si estos dos manuscritos se difundieron en su tiempo, en cambio sí se tiene la seguridad de que Descrition y Tratado muy breve y lo más provechoso de Artillería. Hecho y experimentado por el doctor Julián Ferrofino, cosmographo Mayor del Su Mag. Año de 1599 fue conocido, al menos, en la Corte por su empleo en las lecturas realizadas en la Academia Real Mathematica, de la que era titular su autor20. En el texto se desarrollan prácticamente los mismos contenidos que en los tratados dos a cuatro de la Plática de Collado, aunque añade datos sobre diversos tipos de piezas fundidas en distintos países por él visitados e incluye, siguiendo a Álava y Viamont, demostraciones geométricas, ilustradas con dibujos, referentes a la construcción de instrumentos, como el cálibo. En sus últimas cuatro páginas, «Adbertencias particulares de lo que debe saber el curioso artillero», se puede leer consejos como: «…deben advertir los que a cuyo cargo está hacer la elección de los artilleros, por ser la máquina de la artillería tan peligrosa, que sean hombres de mucho ánimo y prácticos en la milicia, hábiles de ingenio… Con-
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viene que sean robustos y sanos, para poder llevar el penoso trabajo que cada día se pasa… Los que fueren admitidos a este servicio deben ser oficiales carpinteros, herreros, canteros, albañiles. De toda necesidad deben saber leer, escribir y contar…».
LOS PRIMEROS TRATADOS DEL SIGLO XVII. DOS MANUSCRITOS
De los primeros años del seiscientos cabe mencionar dos tratados empleados en la enseñanza de materias vinculadas a la artillería. El primero de ellos, Instrvccyon, y Regimiento, para q los Marineros sepan vsar del artilleria, con la seguridad (asi) q conuiene, fue escrito entre 1600 y 1607 por Andrés Muñoz, «Artillero Mayor del Rey Ntro. Sr. de su Casa de la Contratación de las Indias, y Armadas, y Flotas que a ellas se despachan» y titular de la cátedra de artillería del Consejo de Indias en Sevilla21. Es una obra de corta extensión, unas 40 páginas, sin dibujos ni tablas. Resulta ser un resumen de la Plática de Collado que incide en tres temas: instrumentos, piezas y tiros. El primero se concreta en el capítulo «Ante todas cosas se advierte de los instrumentos que son necesarios al uso del artillero», en donde se da relevancia a: – Dos compases, «uno de puntas derechas y otro de corbas». – Un calibre, «que se llama así a una reglilla de hierro o de otro metal,… en que están señalados por graduación los diámetros de las balas de hierro, bronce, plomo y piedra, cada uno por un lado, con declaración de lo que cada bola podrá pesar según su diámetro». – Un cuadrante astronómico, «con pendículo». En cuanto a las piezas, hace una descripción de los tres «géneros» principales de piezas (culebrinas, cañones y pedreros) y de las piezas menores (arcabuces, mosquetes, mos-
FIG. 8 Instrvccion y Regimiento, 1660 a 1607, de ANDRÉS MUÑOZ; y Sumario de la milicia antigua y moderna. Parte tercera Trata del artillería, de CRISTÓBAL DE ROJAS, 1607.
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FIG. 9 Instrumentos del artillero: Nivel, COLLADO, 1586; Estuche, ALVARADO, 1595 a 1598; Dioptra, COLLADO, 1592; Dioptra geométrica, COIGNET, 1612; Escuadras, UFANO, 1613; Compases, ANÓNIMO, ca. 1612.
quetones, falconetes, falcones, sacres…). Da las reglas para averiguar su género, señala los nombres de sus diferentes partes o secciones y explica las causas por las que revientan. Respecto a los tiros, explica los diferentes modos de realizarlos e incide en las dificultades añadidas de tirar desde un navío en movimiento. Este aspecto, junto con el de la conservación de la pólvora en los navíos, es el más novedoso del tratado y corresponde al hecho de ir dirigido a la enseñanza de los artilleros de las flotas. De extensión similar es el Sumario de la milicia antigua y moderna. Parte tercera Trata del artillería. En la dedicatoria a Felipe III firma la obra en Cádiz, el 20 de enero de 1607, el capitán e ingeniero militar Cristóbal de Rojas22. Recoge posiblemente los contenidos de las enseñanzas que impartió con Julián Ferrofino en la Academia Real Mathematica de Madrid23, y que fueron tomados de autores anteriores y de su propia experiencia, como indica en el fol. 89: «Habiendo leído casi todos los autores que han escrito del artillería, ansí antiguos como modernos. Como son Nicolas Tartaglia, el cataneo, Luis Collado, Lázaro de Isla y Andrés Muñoz, artillero mayor de la Contratación de Sevilla… y haber manejado y tirado en muchas partes, especialmente en Bretaña en el campo del Duque de Mercurio y con don Juan del Águila…». No aporta ninguna novedad relevante en los temas en que más incide (tiros, confección de la pólvora, fuegos artificiales e ingenios para izar las piezas). Los ocho dibujos que ilustran el texto se basan en grabados de la obra de Collado.
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Discurso del capitán Cristoval Lechuga, 1611, de CRISTÓBAL LECHUGA; y Tratado de la Artillería de DIEGO UFANO: 1612, edición alemana de 1614 y edición francesa de 1614.
FIG. 10
LOS GRANDES TRATADOS DE LECHUGA Y UFANO
En la segunda década del seiscientos salieron de las prensas dos grandes tratados de artillería españoles, que conservan en lo esencial la estructura temática de la Plática de Collado, pero que incorporan novedades y progresos producidos en la artillería en los veinte años trascurridos desde la publicación de esta obra. Uno va dedicado a Felipe III, mientras que el otro se dedica a su primo el archiduque Alberto, gobernador de los Países Bajos junto a su esposa, e hija de Felipe II, Isabel Clara Eugenia, auténtico artífice de la modernización de la artillería española en Europa. Los dos autores, Cristóbal Lechuga y Diego Ufano, son dos militares-ingenieros de amplia formación y dilatada experiencia y colaboradores durante años del archiduque y del gobernador de Milán. Los dos textos se escribieron de manera paralela, con criterios parecidos y destinados respectivamente a los ingenieros y artilleros de cada uno de los dos grandes ejércitos españoles en Europa, el de los Países Bajos y el del norte de Italia, por lo que las dos impresiones corrieron por cuenta de la Hacienda Real. Aunque ambos tienen la fecha de mayo de 1611 en el Prólogo, uno salió a la luz ese mismo año y el otro, al siguiente. En Milán el primero, Discurso del Capitán Cristóbal Lechuga, en que trata de la Artillería y de todo lo necessario a ella con un tratado de fortificación y otros advertimientos24.El autor, nacido en Baeza (Jaén) en 1557, con una extraordinaria experiencia bélica en las guerras de Flandes y mandando la artillería en Milán25, recogió sus amplios conocimientos en un gran volumen en folio de 310 páginas. Las 238 primeras están dedicadas a la artillería, con 104 grabados xilográficos, la mayoría de ellos a página completa o casi completa. A continuación, y hasta la página 273, se recoge un tratado de fortificación y en las últimas seis páginas del volumen hay unos «Advertimientos» a los ingenieros y otros a Su Majestad. En los «Advertimientos al lector para entendimiento del libro» señala Lechuga que los términos y denominaciones que utiliza son los empleados en Flandes y en Milán y que desconoce los utilizados en España por no haber servido como artillero en su país. Prima en el Tratado de Artillería de Lechuga la imagen sobre el texto, que aparece frecuentemente como un complemento a lo reflejado en el grabado, lo que le diferencia de los tratados anteriores. Otro aspecto que distingue a esta obra es que no se estructura en cuatro o cinco
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FIG. 11 Piezas de artillería: Cañones de batir, PRADO, 1591; cañón acampanado, COLLADO, 1592; medio cañón, LECHUGA, 1611; «fundición moderna», UFANO, 1612; Medio cañón, ANÓNIMO, ca. 1612, fol. 45; Pedrero acampanado, FIRRUFINO, 1648.
grandes partes, como era habitual, sino en 23 capítulos, más breves, aunque los temas tratados son básicamente los mismos. La obra comienza con el «trazado» correcto de las piezas de artillería, centrándose en los cuatro «géneros oficiales de piezas», aprobados en 1609 por el archiduque Alberto a propuesta del mismo Lechuga y de Ufano un año antes26. El criterio básico fue el de limitar a cuatro los pesos de las balas a utilizar: 40, 24, 10 y 5 libras. En función de que
Fundir y barrenar: Horno, LECHUGA, 1611; Moldes, LECHUGA, 1611; Extracción del horno, LECHUGA, 1611; Máquina para barrenar, LECHUGA, 1611; Barrenar la pieza, ANÓNIMO, ca. 1612; Moldes para el fogón, LECHUGA, 1611; Máquina de barrenar, ANÓNIMO, ca. 1612.
FIG. 12
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FIG. 13
Carromatos: COLLADO, 1592; LECHUGA, 1611; ANÓNIMO, ca. 1612; FIRRUFINO, 1648.
fueran de piedra, hierro o plomo, tendrían un diámetro concreto para cada peso27. Los tipos oficiales de piezas correspondían a cada una de las balas permitidas. De manera que previamente a la construcción de una pieza había que fabricar el molde de la bala, para que todas tuvieran el mismo diámetro, que serviría como unidad de longitud y anchura de todas y cada una de las secciones (faja, fogón, refuerzos primero, segundo y tercero, cuello y joya) de la pieza que tiraría esas balas. Así, el «cañón o cañón de batir», que lanzaría balas de 40 libras, tendría que tener una longitud total de 19 diámetros y un peso de unos 64 quintales; el «medio cañón», con balas de 24 libras, su longitud sería de 21 diámetros y su peso de 42 quintales; el «cuarto de cañón», para balas de 10 libras, con longitud de 27 diámetros y peso de 23 quintales; por último, la «culebrina», para balas de 5 libras, tendría 36 diámetros de longitud y 25 quintales de peso. Los tres primeros tipos tendrían una anchura máxima (en la faja) de 3 diámetros y cuarto, mientras que en la culebrina esa anchura será de 4 diámetros28. Lechuga dedica los seis primeros capítulos a explicar la estructura de estos cuatro tipos de piezas y, además, de la media culebrina y el cuarto de culebrina, que considera también útiles. En el capítulo VII, de gran extensión, explica con detenimiento la fundición de esos seis tipos y también la de los morteros y los arcabuces. Aconseja diversas mejoras, especialmente en los moldes, la alimentación de los hornos, los diseños de las cucharas y el barrenado de las piezas; además incluye un nuevo tipo de cabria, ideado por el autor, para levantar los tubos de los cañones en la fundición. Por todo ello, resulta ser el análisis más completo y detallado sobre la fundición de artillería aparecido en Europa hasta 1650. En los capítulos VIII a XIII explica cómo deben ser y cómo han de construirse las respectivas «cajas» (cureñas) en donde deben ir encabalgadas cada uno de los seis géneros de piezas. La descripción de los carriños y carromatos para el transporte de las piezas se explica, así como su fabricación, en el capítulo XIV. El siguiente lo dedica Lechuga a la herramienta más importante en la artillería, la cuchara, que es la que debe introducir la bala y la pólvora en el interior de la pieza y que tiene dimensiones diferentes para cada tipo de pieza. La pólvora y los procedimientos para fabricarla y refinarla ocupan el capítulo XVI. En el capítulo más extenso del tratado, el XVII, que titula «En que se trata lo que deben saber los que mandaren en la Artillería
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Cucharas y otras herramientas: Lanada, botafogo y calibrador, ALVARADO, 1595 a 1598; Cucharas culebrinas, LE1611; Cucharas tipos de cañón, UFANO, 1612; Conjunto de herramientas y accesorios, ANÓNIMO, ca. 1612; Herramientas e instrumentos, FERNÁNDEZ DE MEDRANO, 1699. FIG. 14
CHUGA,
y los curiosos artilleros», recoge todos los temas vinculados a la utilización y mantenimiento de las distintas piezas. Comienza con los conocimientos e instrumentos que debe poseer y manejar el artillero y continúa con los ejercicios y prácticas que debe realizar, las formas de hacer fuego, la manera de manejar el cálibo o calibre, cómo cargar las piezas, los problemas que pueden surgir al introducir la pólvora en la pieza, el cálculo de la elevación de la pieza según la distancia al blanco, el manejo de los instrumentos adecuados para la nivelación de la pieza, los distintos modos de tiro y las peculiaridades sobre el tiro de las balas de hierro, de plomo o de piedra, las diversas cuestiones que se pueden plantear por el calentamiento de las piezas y sobre los tiros nocturnos. Prosigue con los medios de defensa de la artillería, como los cestones y su construcción o el «enterramiento de las piezas», y analiza la distancia conveniente de las baterías a la muralla que se ataca. El capítulo XVIII, mucho más breve, ilustra de los procedimientos para probar el estado de las piezas, y en el siguiente, «De las prevenciones necesarias al príncipe que tuviere artillería», se aconseja al príncipe, pues «la artillería es cosa de príncipes», los pertrechos necesarios para ella: las balas y la pólvora que precisan cada una de las casi cien piezas artilleras y treinta mil arcabuces y mosquetes, sesenta mil cuerdas de arcabuz, diez o doce mil picas, ocho o diez mil «cossoletes», mil petos y morriones, seiscientas rodelas, dos mil armas a caballo, etc. En el apartado «Cosas de respecto para la artillería» indica Lechuga que se han de sacar en campaña con sus cajas o cureñas treinta cañones, otros tantos medios cañones y veinte cuartos de cañón. Además, sesenta carromatos para el transporte, reservas de hierro y de maderas para reparaciones, trescientas palancas de madera para el manejo de las piezas y para levantar y moverlas doce cabrillas, otras doce levas y cuatro cabestrantes, junto con un gran número de cuerdas para las sujeciones. Como herramientas, cien cucharas con sus atacadores y limpiadores, más una cuchara más para cada culebrina que se lleve. También menciona los puentes de barcas para cruzar los ríos y los pontones con todos sus accesorios y cuerdas. Además, un elevado número de cueros de vaca, carnero y cordero para los limpiadores, grandes
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FIG. 15 LECHUGA,
Protecciones para la artillería: COLLADO, 1592; ÁLAVA Y VIAMONT, 1595; ALVARADO, 1595 a 1598; UFANO, 1612; 1611; ANÓNIMO, ca. 1612.
cantidades de grasa de puerco para engrasar los ejes de los carros, cureñas y pontones, lo mismo de antorchas de cera con resina y de candelas de sebo para el general y sus oficiales y otras diversas provisiones. A continuación se detallan las distintas «personas» necesarias empezando por el general, cuatro o cinco tenientes y el mayordomo a «cuyo cargo están las municiones y cosas de la artillería». Además, para cada dos piezas, un «gentilhombre» que cuida de ellas y manda a los que las sirven, un conductor a caballo y otro a pie y dos «hernicus» para cargar y descargar las municiones y engrasar los ejes de las cureñas y carros. Se señala el número de artilleros necesarios por pieza (cinco para cada cañón, cuatro para el medio cañón y tres para el cuarto de cañón) y los gastadores (diez, siete y cuatro, respectivamente) estimando así que «haya de respecto por los que matan». Sigue una relación con los distintos artífices que debe haber: tres maestros de hacer cajas, otros tres de ruedas, tres maestros herreros, dos maestros barrileros, dos aserradores, dos fundidores, dos maestros de petardos, seis minadores, un médico, un boticario, un cirujano, un barbero, un capellán y «todos los ingenieros que tuvieren sueldo ordinario». En el capítulo XX, «Qué cosas son necesarias para sacar la artillería en campaña, y cómo se marcha con ella», detalla diversos aspectos de la puesta en marcha de la artillería, destacando el número de caballos necesarios: veinte y un caballos para tirar del carromato de cada cañón, quince para el medio cañón y nueve para el cuarto de cañón.
LOS TRATADOS EN LA FORMACIÓN DE LOS INGENIEROS ARTILLEROS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
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FIG. 16
Desplazamiento de piezas: COLLADO, 1586; ANÓNIMO, ca. 1612; COLLADO, 1592; UFANO, 1612.
Además, nueve caballos para arrastrar cada caja o cureña, quince para cada carro con barca y veinte y uno para cada pontón. Aún más, para trasportar las balas, pólvora, herramientas, mosquetes, etc. se requerían otros setecientos carros y varios miles de caballos. Lechuga advierte que los caballos pueden ser sustituidos por bueyes, pero estos son más lentos y menos ágiles en terrenos dificultosos. En el capítulo XXI, «De cómo se han de ganar tierras con artillería», explica el autor las tácticas adecuadas y las preparaciones previas de los terrenos, trincheras y defensas, así como la adecuada disposición de las piezas, el lugar a donde hay que dirigir los tiros en la muralla, los procedimientos para la recarga, el número de tiros de cada pieza y su refresco con agua, etc. En el capítulo XXII, «De diversos advertimentos», se expresa el trato que debe darse a los artilleros durante la batalla: recompensas por los buenos tiros, buena provisión de pan, queso, vino con mitad de agua y vino, para «que no puedan emborrachar». Se explica entre otras muchas cosas que el general deberá reunirse cada día con los tenientes e ingenieros para programar los trabajos que se han de realizar por la noche. Por último se da una relación de los sueldos de todo el personal, desde los 360 florines (1.440 reales) del general, a los 40 del gentilhombre, los 36 del cabo de artilleros, los 18 del artillero, los 50 del capitán de minadores, los 35 del minador, los 60 del médico o los 50 del cirujano. Se precisa que para los ingenieros, petarderos y maestros de fuegos artificiales no había sueldos señalados, pues no eran nombrados por el general de la artillería, sino por el capitán general del ejército, quien determinaba sus salarios, que estaba en torno a los 50 florines para los ingenieros. En el capítulo XXIII, «De algunos advertimientos al general de la artillería en particular», el autor ofrece algunos consejos, entre ellos el que el general conozca todo lo contenido en este tratado y que pida el consejo de los tenientes e ingenieros. Recomienda, entre otras muchas cosas, que si hay falta de artilleros se recurra a soldados alemanes
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FIG. 17
Medir o terciar la pieza:
COLLADO, 1586; ANÓNIMO, ca. 1600; UFANO, 1612; FIRRUFINO, 1648.
porque en todas sus ciudades «se ejercitan con artillería», pero considerando que «son gente que se mueven por interés… son gente que ha de ser rogada, pagada, acariciada y no castigada». El capítulo XXIV recoge un tratado de fortificación, con un enfoque muy práctico, al igual que todos los capítulos anteriores. El volumen concluye con dos apartados: «A los ingenieros» y «Volviendo a Su Majestad». En el primero opina Lechuga que los ingenieros nuevos deben estar auxiliados por personas con experiencia y curtidos en las batallas, y que deben seguir sus consejos para evitar caer en errores porque «hay muchos soldados que, sin ciencia, dejarán muy atajados y aún atrasados a los ingenieros» y que «la ciencia, por grande que sea, sin la experiencia no les [a los ingenieros] vale para que a sus obras… se dé crédito». En el segundo solicita al rey que establezca seis academias «de cuarenta piezas» y con doce artilleros españoles en: Sevilla o Málaga (para «lo que se pueda ofrecer en África»), Portugal, Vizcaya, Aragón y Navarra, Cataluña (para las respectivas «defensa ante los vecinos») y Castilla («para acudir a lo que pueda ofrecerse en todas las dichas partes»). En estas escuelas aconseja que haya un gentilhombre y algún ingeniero con sueldos suficientes, y en su defecto alguna persona experta. De esta manera, Lechuga está pidiendo que haya «ejér-
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FIG. 18
Romper y reparar piezas: COLLADO, 1586; LECHUGA; 1611; FIRRUFINO, 1648; ANÓNIMO, ca. 1612; FIRRUFINO,
1648.
citos de artillería» en cada una de esas zonas y en cada uno haya una academia para formar a artilleros. El Tratado de la Artillería y uso della platicado por el capitán Diego Ufano en las Guerras de Flandes fue impreso en Bruselas, en Casa de Juan de Momarte, en 1612 y posiblemente sea la obra sobre artillería que más se difundió en Europa en la primera mitad del siglo XVII. Fue traducido al francés y al alemán y reimpreso varias veces, además de servir de modelo a obras extranjeras29. Ufano, nacido en Yepes (Toledo), desarrolló su vida militar en el ejército español en Flandes, trabajando durante años como ingeniero militar bajo las órdenes del general de artillería Luis Velasco. Concluyó la redacción de su extensa obra mientras estaba destinado en el castillo de Amberes. El volumen en 4ª está ilustrado con 398 grabados, muchos de ellos de gran calidad, lo que posiblemente favoreció su amplia difusión a pesar de que su precio, como el del tratado de Lechuga, pasaba de los 20 reales, el doble que el de obras con menos imágenes. En el «Prologo… al prudente y avisado lector» Ufano argumenta que, en la artillería, desde el general hasta el «de menor oficio» deben acompañar la teoría, la práctica y la experiencia en la batalla. Precisa que aunque al ingeniero le corresponde medir distancias, trazar trincheras, fabricar plataformas y todo género de «reparos y fortificaciones», debe saber también lo que corresponde a un gentilhombre respecto al cuidado, mantenimiento y protección de las piezas. De igual manera, el buen artillero debe tener conocimientos de todo lo que «hay en la Artillería» porque en campaña pueden surgir muchos problemas y a veces no se dispone de un ingeniero para solucionarlos. La obra está estructurada en tres partes, cuyos contenidos corresponden en lo esencial a lo recogido en los capítulos del tratado de Lechuga. Así, lo tratado por Ufano en la pri-
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Puentes y recuperación de piezas en el agua: COLLADO, 1586; COLLADO, 1592; UFANO, 1612; UFANO, 1612; ANÓca. 1612, fols. 254 y 236v.
FIG. 19 NIMO,
mera parte, en que «… se muestra la traza de las piezas de artillería antigua y moderna, así por plática como por figuras y la razón que deben tener en su fundición», corresponde con lo que se expone en los seis primeros capítulos del Discurso, aunque Ufano comienza, siguiendo a Collado, con una historia de la artillería. A continuación se analiza una gran variedad de piezas artilleras, más de cincuenta, que se utilizaban en ese momento por los distintos ejércitos, y concluye con un estudio, menos extenso que el de Lechuga, sobre los cuatro géneros aprobados por el archiduque Alberto, pero sustituyendo la culebrina por el cuarto de culebrina, a la que también denomina «pieza de campaña», y con ligeras modificaciones en tamaños en los otros tres géneros. La segunda parte, «... se declara la Theórica y Plática del estado de la Artillería, en forma de diálogo entre un General y un Capitán,...», trata los mismos temas que Lechuga en sus capítulos XIX y XX, sin contradicciones relevantes pero con la inclusión de diversos ingenios y técnicas nuevas, como las referentes al salvamento de navíos hundidos, a la construcción de pasarelas y puentes30 o a la utilización de buzos para extraer piezas hundidas. Bajo el epígrafe «En la tercera se trata del primor, doctrina y escuela que más necesaria es a la plática de los artilleros y como se pueden gobernar, en la composición de los fuegos artificiales, así de guerra como de salvas», Ufano desarrolla en treinta y una «lecciones» temas análogos a los de los capítulos VII a XVIII de Lechuga, pero con ciertas
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diferencias apreciables, como un estudio más teórico de los tiros, siguiendo a Tartaglia, Collado y Álava, o la aportación de nuevas reglas prácticas, como una para calcular alcances31. Posiblemente, Ufano, al recoger la balística más ampliamente que lo que hace Lechuga, con razonamientos geométricos más detallados, pretenda convencer al lector de que su formación no es únicamente la de un capitán de artillería experto sino la de un militar que conoce la teoría como un ingeniero y la práctica como un maestro artillero, es decir, la que debe tener un general de la artillería. Las últimas veinte páginas corresponden a la lección 32 «… en que evidentemente en breve prática se muestra el examen que se hace a un curioso y buen Artillero que pretende la plaza de Condestable». Un teniente examina a un «artillero viejo» para ser maestro de artillero (condestable) y Ufano reitera aquí su idea de que el buen artillero debe dominar todos los aspectos prácticos de la artillería, como un ingeniero, aunque no necesite conocer la teórica tan profundamente.
DOS MANUSCRITOS Y EL ARCHIDUQUE ALBERTO
En la Biblioteca Nacional de Madrid se conservan dos manuscritos de gran belleza que están relacionados, sin duda, con el gobernador de los Países Bajos, el archiduque Alberto. Uno de ellos32, Usus trium mathematicorum instrumentorum, aparece fechado por su autor el ingeniero, matemático y prestigioso constructor de instrumentos científicos de Amberes Michel Coignet. En la primera página, escrita en latín, tras el título aparece la dedicatoria a Rodrigo Calderón, conde de Oliva, y a los archiduques Alberto e Isabel. A continuación, el nombre del autor con la indicación de que la obra está escrita y dibujada por su propia mano en octubre de 1612. Unos dibujos muy precisos y detallados, como corresponde a un matemático de su experiencia, ilustran un texto escrito totalmente en castellano sobre temas muy diferentes, pero que en realidad consisten en aplicaciones prácticas en los campos de la fortificación, la construcción de relojes de sol, el trazado de cartas geográficas, la medida de distancias y la balística de tres instrumentos matemáticos «de los quales los Generales o Maestros de Campo se pueden servir»: la dioptra geométrica, la escuadra para la ingeniería y la varilla de la raíz cuadrada. Explica el autor
FIG. 20 Usus trium mathematicorum instrumentorum, 1612, de MICHEL COIGNET; Máquinas militares y Arquitectura, ca. 1612, ANÓNIMO.
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con detalle el fundamento geométrico de sus respectivas graduaciones y los procedimientos para su utilización en los problemas citados más arriba. En los referentes a la balística utiliza los datos de los tiros de la Plática de Collado y los relaciona con las medidas de las respectivas elevaciones obtenidas con el cuadrado geométrico. En este tema incluye una regla graduada que facilitaba, sin ningún tipo de cálculo, midiendo el diámetro, el peso en unidades de Castilla de las bolas de hierro. El otro manuscrito33 es una impresionante colección de dibujos a tinta en 317 folios de 42 x 28 cm. En el lomo de la encuadernación se lee Máquinas militares y Arquitectura. Todas las páginas llevan encuadre también dibujado a tinta. En las páginas iniciales aparecen frontispicios arquitectónicos y orlas, en donde destaca el escudo del archiduque Alberto con el collar del Toison y los de las distintas provincias de los Países Bajos. También, en otras orlas, aparecen motivos de la artillería, como piezas, cucharas, cestones, etc. No existe ninguna referencia a la autoría ni tampoco a la fecha de su elaboración, pero sí los años en que se fundieron las piezas artilleras cuyas imágenes se recogen, de 1609 a 1611. Además, puesto que el fallecimiento del archiduque Alberto se produjo en 1621, parece sensato pensar que fue escrito entre 1611 y 1621, y más cerca de la primera fecha que de la segunda. El escaso texto que aparece, una línea o ninguna en la mayoría de las páginas, está escrito en francés. Las primeras 38 láminas, sin ningún texto, recogen dibujos de fortificaciones sobre las que tiran piezas artilleras desde diferentes ángulos y también disposiciones de tropas en escuadrones. Desde la lámina 39 la artillería será el objeto principal de todos los dibujos, recorriendo prácticamente todos los aspectos tratados en las obras de Lechuga y Collado, desde los géneros de piezas y su fundición hasta los ingenios para sacar del fondo de los ríos piezas artilleras. Los más de seiscientos dibujos hacen de este volumen, a nuestro entender, uno de los más bellos e interesantes «teatros de máquinas» que se conocen. Por otro lado, resulta un magnífico complemento gráfico para el estudio de esos dos tratados, pues cada uno de sus dibujos son enormemente ilustrativos por su detalle y rigor, además de por su belleza.
EL PERFETO ARTILLERO Y THEORICA Y PRACTICA DE FIRRUFINO
Julio César Firrufino, titular de la cátedra de Matemáticas y Fortificación del Consejo de Guerra en Madrid34 publicó en 1626 en esta ciudad la Plática manual y breve compendio de artillería, dedicada al marqués de la Hinojosa, capitán general de la artillería de España. El volumen en 4ª de 160 páginas, con escasas ilustraciones (todas sobre demostraciones geométricas de instrumentos), apenas pudo difundirse pues, a pesar de haber conseguido todas las licencias, una vez impreso el Consejo de Estado decidió prohibir su difusión y requisar los ejemplares. Se argumentó que contenía datos de valor estratégico, especialmente sobre fundición y elaboración de la pólvora. Pero no aportaba nada que no estuviera ya publicado en los tratados de Lechuga y de Ufano. Unos años más tarde, en 1648, Firrufino consiguió publicar El perfeto artillero. Theorica y Practica que, a pesar de ser una obra que ampliaba la anterior y no eliminaba nada de lo considerado inconveniente, sí pudo difundirse aunque con problemas35. El volumen,
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FIG. 21
Plática manual y breve compendio de artillería, 1626, y El perfeto artillero. Theorica y Practica, 1648. de JULIO CÉSAR
FIRRUFINO.
de 444 páginas, está estructurado en un amplio Prólogo, un listado de 35 definiciones básicas, 96 capítulos, unos «Fragmentos Geométricos» y unas «Adiciones al tratado de Artillería». Muy ilustrado, con más de 300 grabados, muchos de ellos originales y otros inspirados en algunos que aparecen en Collado y también en Lechuga y Ufano. Esta obra corresponde a la formación que se pretendía dar en los años centrales del seiscientos a los ingenieros de la artillería, aunque con la idea de que sus aspectos más prácticos pudieran ser útiles al artillero. En el Prólogo Firrufino expresa que todo lo contenido en el libro es necesario «y digno de que con todo fundamento los Ingenieros lo sepan; siendo así que la Artillería es la llave de todo su ministerio», lo que indica que está dirigido expresamente a los ingenieros. Por este motivo, la obra, como ya indica su título, hace especial énfasis en la teoría, es decir, en los fundamentos geométricos, esencialmente en lo que respecta a la balística y a los instrumentos matemáticos que deben utilizar los ingenieros. Así, comienza con un sencillo tratado de geometría, con las «operaciones geométricas necesarias para la fábrica de los instrumentos de la Artillería» y «Los instrumentos precisamente necesarios, que ha de traer en su estuche el artillero, para las Operaciones de la artillería», en donde enumera hasta catorce instrumentos, en la línea de El perfeto capitán de Álava y Viamont. Los siguientes contenidos de El perfeto artillero se refieren a los mismos temas recogidos por Collado, Lechuga y Ufano, pero siempre incidiendo en las justificaciones geométricas de las distintas medidas que ha de hacer el artillero y, sobre todo, el ingeniero. En lo que respecta a las piezas, Firrufino sigue más a Ufano que a Lechuga, pues aunque las clasifica solo en tres géneros, culebrinas, cañones y pedreros, enumera un gran número de tipos y subtipos, en función de sus cálibos o diámetros de boca y de sus longitudes y no cita la limitación impuesta por el archiduque Alberto para los Países Bajos en 1609. En relación a los tiros, recoge las teorías sobre el movimiento de los proyectiles de Tartaglia y las críticas que a ellas hizo Álava y Viamont, pero también incorpora tablas con los alcances de los proyectiles confeccionadas con datos extraídos de la práctica y sacados de los tratados de Collado, Lechuga y Ufano. El último capítulo, el XCVI, contiene un «Examen de Artillero» en cinco páginas, similar a los publicados anteriormente. Sigue un extenso tratado geométrico «Fragmentos geométricos», en que en 128 páginas
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FIG. 22
Medir el calibre de las balas: COLLADO, 1586; COLLADO, 1592, pp. 76 y 86; UFANO, 1612; FIRRUFINO, 1648; 1595; FIRRUFINO, 1648, pp. 52 y 62; FERROFINO, 1599.
ÁLAVA Y VIAMONT,
se estudian diversos instrumentos geométricos y sus aplicaciones en diferentes mediciones, y concluye el volumen con «Adiciones al tratado de Artillería», seis páginas en las que se muestra un nuevo tipo de trabuco o mortero y se discute sobre un nuevo método de probar las piezas artilleras. El resto de los tratados publicados en España, o por autores españoles en el extranjero, en el siglo XVII no ofrecen novedades relevantes ni en los temas tratados ni en el enfoque de ellos. En 1642 apareció en Barcelona, entonces bajo soberanía francesa, el Breu Tractat
Breu Tractat de Artilleria, recopilat de diversos autors, 1642, de FRANCESCH BARRA. FIG. 23
LOS TRATADOS EN LA FORMACIÓN DE LOS INGENIEROS ARTILLEROS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
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de Artilleria, recopilat de diversos autors, escrita en catalán por Francesch Barra, maestro de la Escuela de Artillería de la Ciudad de Barcelona. El volumen estaba dirigido a los alumnos de la escuela, ubicada en la Torre de San Pablo, y fue impreso a costa del vicario general de la ciudad. En la Aprobación, dada por un clérigo doctor en Teología en el convento de Santa Catharina Mártir, se afirma que la obra «se iguala en la theorica a Luis Collado, primer maestro de ella; en el Arte a Lechuga; en la agudeza a César Firrufino y en la invención a Diego Ufano». En realidad, Barra en las 130 páginas y 62 capítulos de su obra recoge de manera simplificada los contenidos de Collado e incluye algunos párrafos tomados de los otros tres autores. Lo más interesante y lo único original se encuentra en las noticias que proporciona sobre la fábrica de pólvora de Barcelona y sobre los datos de las prácticas de tiro que el autor dirigió en la Escuela, ya que sobre esta academia no existe casi información.
LOS TRATADOS DE FERNÁNDEZ DE MEDRANO
En las dos últimas décadas del seiscientos se publicaron en Bruselas los últimos tres tratados a los que haremos mención. En 1680 aparece El practico artillero, un pequeño volumen36 cuyo autor es el capitán Sebastián Fernández de Medrano, Maestro de Mathematicas por S. M. en esa ciudad belga. La obra, que está dedicada al marqués de Gastáñara, capitán general de la artillería de los Países Bajos, se divide en tres breves tratados, cuyos contenidos son esencialmente los del Discurso de Lechuga, aunque muy simplificados, incluyendo únicamente cinco estampas. Once años más tarde, Fernández de Medrano, ya maestre de campo y director de la Academia Real37, saca a la luz El perfecto bombardero y practico artificial, dedicado al marqués de Bedmar, maestro de campo general del ejército de los Países Bajos. El volumen, también de poca extensión, 128 páginas en cuarta y sin ilustraciones, está dirigido a los alumnos y profesores de la Academia Real y Militar de Bruselas. Consta de dos tratados: el primero consiste esencialmente en una reproducción de El practico artillero, y el segundo, «De los fuegos marciales», está tomado de las obras de Collado y Lechuga.
FIG. 24
El practico artillero, 1680; El perfecto bombardero, 1691; El perfecto artificial bombardero y artillero, 1699, de SEBAS-
TIÁN FERNÁNDEZ DE MEDRANO.
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Justo antes de acabar el siglo, en 1699, Fernández de Medrano, ascendido a sargento general de batalla y manteniendo su cargo de director de la Academia Real y Militar, publica El perfecto artificial, bombardero y artillero, dedicado al conde de Monte-Rey y de Fuentes, presidente del Consejo Supremo de Flandes. La obra es ligeramente más extensa que la anterior, 195 páginas, y está complementada al final del volumen por nueve magníficas calcografías debidas a la familia de grabadores holandeses Van Harrewij. Se estructura en dos libros, divididos a su vez en tratados y en capítulos. El primer tratado del Libro Primero está dedicado a la pólvora, a los cohetes y a otros fuegos de artificio, sin novedades notables respecto a El perfecto bombardero. En el segundo tratado, «Artificios marciales», se analizan las granadas, las bombas, los morteros, las minas y otros muchos artefactos explosivos, algunos novedosos respecto a Lechuga y Ufano, pero que tampoco son originales, pues ya aparecen en algunos tratados europeos anteriores38. El Libro Segundo, Del practico artillero, reproduce con muy pocas novedades El perfecto bombardero. A pesar del prestigio de Fernández Medrano por sus obras de fortificación militar, sus tratados sobre artillería no mejoran sino todo lo contrario a los de Collado, Lechuga, Ufano y Firrufino, muy anteriores en el tiempo. Pero esto es una prueba más de la pérdida de nivel y de prestigio de la artillería española a finales del siglo XVII.
LOS TRATADOS EN LA FORMACIÓN DE LOS INGENIEROS ARTILLEROS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
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NOTAS
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.
9.
10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20.
21. 22. 23. 24.
25. 26.
27.
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Diversos aspectos de los ingenieros militares son magníficamente estudiados en CÁMARA MUÑOZ, 2016; DE LA FUENTE DE PABLO, 2016. Sobre la historia de la artillería española siguen siendo imprescindibles ARÁNTEGUI Y SANZ, 1891; VIGÓN, 1990. Sobre los conocimientos de los ingenieros militares, LASO BALLESTEROS, 1991. Sobre las escuelas y academias de artillería, FRONTELA CARRERAS, 1997; GARCÍA TAPIA y VICENTE MAROTO, 2002; VICENTE MAROTO, 2002 y 2003; ESTEBAN PIÑEIRO, 2004. ALMIRANTE, 1876. En relación a los tratados de fortificación, es esencial CÁMARA MUÑOZ, 1990. Sobre los tratados aparecidos durante el siglo XVI ver ESTEBAN PIÑEIRO, 2008, y MERINO PERAL, 2002. Este silencio es el habitual en la época en todo lo que tenga que ver con los «secretos del arte». Todavía permanece la costumbre medieval de que el artesano solo transmite sus conocimientos más importantes a sus aprendices y oficiales, que están obligados a mantener el secreto por su pertenencia al gremio. Nova Scientia fue publicada en 1537. Es cierto que algunas teorías ya las había corregido Tartaglia en su obra posterior, Quesiti et inventioni diverse, que parece desconocer el ingeniero español. Además, la Nova Scientia se siguió reeditando, sin alterar sus contenidos, a lo largo del siglo XVI. En relación con las críticas a las teorías de Tartaglia contenidas en los tratados españoles nos remitimos a ESTEBAN PIÑEIRO, 2008, y al excelente trabajo GARCÍA HOURCADE, 2014. Personaje muy influyente en la corte, miembro del Consejo de Guerra y con amplias relaciones en el exterior por haber sido embajador en Francia durante unos años. Estudió primero en Alcalá con el cronista real Ambrosio de Morales; después en la universidad salmantina acudió a las lecturas de Francisco Sánchez el Brocense y aprendió matemáticas con el cosmógrafo y catedrático Jerónimo Muñoz. En 1596 se imprimió en Amberes Theorica y practica de guerra del militar y embajador don Bernardino de Mendoza. De gran interés para el análisis de las estrategias militares de esa época, dedica escaso espacio a las técnicas de la artillería. Un capitán genovés que sirvió como artillero en las galeras de Felipe II durante treinta años y destacó en la toma de la Isla Tercera por don Álvaro de Bazán. Se conserva el manuscrito en la Biblioteca Nacional, Ms-9024. Un volumen de 304 páginas de 21 x 15 cm. Es posible que el autor no llevase a las prensas su obra no por falta de recursos económicos, como era frecuente, sino por la aparición en esas mismas fechas de la versión castellana de la Platica manual de artillería de Collado. Biblioteca Nacional, Ms-8895. Su extensión es de 146 páginas de 22 x 15 cm. El autor se presenta como un experto artillero, que ha combatido durante más de 46 años al servicio del Emperador y de Felipe II. En las primeras líneas indica el autor que todo lo escrito es fruto de la experiencia y no como otros que «nunca han visto baterías ni operaron la artillería», quizás refiriéndose a Álava y Viamont. Biblioteca Nacional, Ms. 12723. Es un volumen de 112 páginas de gran formato, 42 x 27 cm. De algunos datos extraídos de su lectura puede centrarse la fecha de su redacción entre los últimos años del siglo XVI y los inicios del siguiente. Biblioteca Nacional, Ms. 9027. Volumen de 320 páginas, de 21 x 15 cm. El autor solicitó licencia para imprimir su libro, pero se le denegó porque se estimó que contenía datos de valor estratégico. Sobre Julián Ferrofino y sus actividades al servicio de Felipe II, ver ESTEBAN PIÑEIRO, 2000 y 2008, y VICENTE MAROTO y ESTEBAN PIÑEIRO, 1991. El manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional, Ms. 9282, fols. 42 a 63. Se imprimió en Málaga en 1627. Sobre su autor y sobre la actividad de la Escuela de Artillería de Sevilla ver FRONTELA CARRERAS, 1997, y VICENTE MAROTO, 2002. Biblioteca Nacional, Ms. 9286, fols. 89 a 111v. Existe otra copia en Biblioteca Nacional, Ms. 9315. Sobre Cristóbal de Rojas ver MARIÁTEGUI, 1985. Sobre la Academia Real Mathematica, ESTEBAN PIÑEIRO, 1993, 1999 y 2000, y ESTEBAN PIÑEIRO y VICENTE MAROTO, 2002. Fue encargada su redacción por el gobernador de Milán, el conde de Fuentes, para ser utilizado como texto en la Escuela de Artillería, que había sido creada en los primeros años del siglo XVII con el objetivo de formar a doscientos artilleros. En relación con esta Academia se encuentran datos interesantes y poco conocidos en NAVARRETE, 1642. Datos sobre Cristóbal Lechuga en ESTEBAN PIÑEIRO, 2008. En los inicios del seiscientos todavía la artillería empleaba un gran número de tipos de piezas: cañones de distintos tamaños, con balas de veinte a cincuenta kilos, culebrinas diversas, que lanzaban balas desde cinco a veinte kilos, junto a una gran variedad de otras piezas menores, como pedreros, trabucos, dragones, áspides, basiliscos, serpientes, serenas, pelícanos, sacres, falconetes y falcones, gerifaltes, ribadoquines, esmeriles, despertadores, sitiantes, trabucantes, rebufos, berracos, etc. Para racionalizar y economizar recursos, en 1608, Lechuga, Ufano y el fundidor Sumarriba solicitaron una reforma del sistema de artillería que redujera el número de géneros, tipos y subtipos de las piezas de artillería. A pesar del informe en contra del capitán general don Juan de Mendoza, el archiduque Alberto, gobernador de los Países Bajos, dispuso en 1609 que se redujesen a cuatro los tipos de piezas que salieran de las fundiciones de estos territorios. Así, por ejemplo, una bola de hierro de 24 libras tiene un diámetro de 0,6 pies, y en la del mismo peso pero de piedra su diámetro será de 0,9 pies. Hemos empleado para los cálculos la libra de 16 onzas (unos 460 gr) que era la utilizada en España y Flandes. Lechuga emplea la libra vigente en Milán que era de 12 onzas (345 gr), pero hemos convertido sus datos a libras de 16 onzas para poder compararlos con los proporcionados por Ufano. Hay que notar que si la bala es de 40 libras de hierro, su diámetro es de 16 cm. La longitud del cañón sería de 3 m y la anchura en la faja de 52 cm. Pero si la bala de 40 libras fuera de piedra tendría un diámetro de 23 cm y el cañón llegaría a los 4,40 m de longitud con una anchura en la faja de 75 m. Con los mismos cálculos, la culebrina que dispare balas de 5
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libras de piedra (12 cm de diámetro) tendrá una longitud de unos 4,30 m y una anchura en su faja de 48 cm; en cambio, si la bala es de hierro tendrá un diámetro de 8 cm y la culebrina que le dispare llegará solo a los 2,9 m de longitud y 32 cm de anchura máxima en su faja. Se reeditó tres veces en español, cuatro en alemán y otras tantas en francés en dieciocho años. En The Gunner, showing the Whole Practice of Artillerie, 1628, el inglés Robert Norton se presenta como compilador de Niccoló Tartaglia y Diego Ufano. El francés Nicolas-Francois Blondel, en su L’art de jetter les bombes, 1683, dedica tres capítulos del libro segundo a estudiar y criticar las aportaciones de Ufano a la luz de los nuevos conocimientos, especialmente la dinámica de Galileo. HENNEBERT, 1887: «Vraye Instruction de l’Artillerie de Diego Ufano puede ser considerado como el primer libro clásico sobre la materia». Con una barca-puente doble de su invención, que fue empleada con frecuencia por los ejércitos españoles en los Países Bajos y en Italia. Consiste en hallar, por ensayo o prueba, el alcance de la pieza concreta para el tiro horizontal y asignar los alcances para cada grado de elevación de modo que los incrementos de los mismos sigan una progresión aritmética, decreciendo regularmente hacia el máximo. Biblioteca Nacional, Ms. 9213. Es un volumen de 58 páginas con encuadernación en holandesa. Michel Coignet trabajó durante años al servicio del archiduque, fundamentalmente como constructor de instrumentos, y más concretamente de astrolabios. Biblioteca Nacional, Ms. Res 210. Sobre esta cátedra ver ESTEBAN PIÑEIRO, 2000, VICENTE MAROTO y ESTEBAN PIÑEIRO, 2006, y ESTEBAN PIÑEIRO, 2008. El autor, sin formación militar ni ninguna experiencia bélica, era hijo del ingeniero Julián Ferrofino, junto al que se formó sin salir prácticamente de la Corte. Aunque la portada y algunas de las licencias están fechadas en 1642, el Privilegio de impresión está dado el 23 de febrero de 1643, las Erratas el 28 de marzo de 1648 y la Tasa el 3 de abril de ese año. De solo 140 páginas y de un tamaño muy reducido, 14 x 14 cm. En relación con esta Real Academia, BARRIOS GUTIÉRREZ, 1983. Por ejemplo en KÄSTNER, S. (1671), Vestibulum pyroboliae, Franckfurt, y en SARDI, P., (1689), L’ artiglieria di Pietro Sardi, Bolonia. .
LOS TRATADOS EN LA FORMACIÓN DE LOS INGENIEROS ARTILLEROS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
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ARÁNTEGUI Y SANZ, J.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
5 Escuela de Palas (Milán, 1693): debate, eclecticismo y heterodoxia en la tratadística española de la fortificación FERNANDO COBOS Arquitecto
EL CONTEXTO Y LAS CLAVES PARA SU INTERPRETACIÓN
Habitualmente se distingue entre tratados y manuales, siendo los tratados aquellos que desarrollan toda la teoría y los principios de una ciencia mientras que los manuales se limitan a ofrecer fórmulas o soluciones a problemas concretos. La diferencia esencial entre tratado y manual es, por tanto, que el tratado permite al que lo domina tomar decisiones que no están prefijadas de antemano, mientras que el manual solo permite seguir las instrucciones. El caso es que la mayor parte de los tratados de fortificación publicados entre los siglos XVI y XVII eran realmente manuales que explicaban cómo desarrollar un método o modelo concreto de fortificación, el que el autor proponía, normalmente acompañado del argumento de que dicho modelo era el más avanzado, el más perfecto o el más inexpugnable. La definición y el estudio de los principios de la fortificación abaluartada, con sus pros y sus contras, su razón de ser y sus contradicciones no se abordan realmente en la mayoría de los tratados españoles o extranjeros que se publicaron en esta época. Los pocos que inicialmente lo abordaban son bastante complejos de entender y algunos requieren de un análisis crítico no siempre disponible; pero la inmensa mayoría de autores se limita a explicar su modelo, que normalmente ni siquiera es propio y no entran en más profundidades. Esta distinción es sin embargo básica para poder entender la evolución de la fortificación del periodo, en un campo en el que los tratados no son normalmente anteriores a la construcción de las obras concretas en las que están inspirados, ya sean las propias obras del autor del tratado (Escrivá), ya sean las obras que inspiran un tratado que no escribe el mismo ingeniero que las proyecta (Vauban), de forma que la genialidad nunca reside en el propio tratado sino en los diseños que lo inspiran.
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Obviamente un tratado entendido en su significado estricto permite también que se diseñe a partir de los principios que en él se exponen y sus reflexiones pueden tener una enorme repercusión en la fortificación de su época, pero como no presenta modelos fácilmente reconocibles, es más complejo determinar hasta dónde llega su influencia; este es obviamente el caso la Apología de Pedro Luis Escrivá. Con los manuales el asunto es más sencillo, el manual refleja un modelo de fortificación completo y los que lo siguen se limitan a copiarlo, convencidos de su incuestionable validez o eficacia incluso en lugares muy distintos de los originales para los que fue concebido. Para el historiador resulta mucho más fácil reconocer las obras que proceden de la plasmación de los modelos sacados de manuales que las salidas de la aplicación de los FIG. 1 Escuela de Palas ò sea Curso Matheprincipios de los verdaderos tratados. Pero que sean matico, Milán, Emprenta Real, 1693. Portada introducción tomo I. más fáciles de estudiar y que por tanto se hayan estudiado más no significa que sean más importantes; antes al contrario, como se comprende fácilmente. Ya avanzado el siglo XVII, un segundo grupo de tratados empieza a exponer la teoría mediante el estudio y el análisis de las soluciones que los tratadistas anteriores y coetáneos han presentado. En este caso los tratados no ofrecen el modelo a imitar de los manuales, puesto que estudian y analizan muchos, y aunque este análisis puede ser tendenciosos en función de la conclusión que el autor del tratado quiera llegar a establecer, si hay ejemplos de tratados cuyo análisis de los modelos de fortificación precedentes y coetáneos son, aparentemente, muy rigurosos. Escuela de Palas es en principio uno de los mejores ejemplos. Cuando en trabajos anteriores hemos estudiado el tratado de Escrivá1, hemos comprobado que representa el primer y mejor ejemplo del escepticismo, entendido este como una de las características definitorias de la fortificación hispánica. Este escepticismo de Escrivá nace de la creencia de que no hay modelos perfectos universalmente válidos, lo que es por sí mismo una negación de la validez de los manuales y una reivindicación de los tratados que hablan de principios y no de soluciones predefinidas. Escuela de Palas puede presentarse inicialmente como ejemplo de otra característica que nos interesa resaltar: el eclecticismo, aunque solo sea por la diversidad de sistemas de fortificación que nos presenta. Este punto de vista es, como veremos, esencial para entender el tratado Escuela de Palas y el lector comprobará hasta qué punto el escepticismo pero sobre todo el eclecticismo y, en base a ello, la heterodoxia están presentes en el discurso del tratado. Sin embargo, a diferencia del tratado de Escrivá que marca claramente el debate al estar escrito en diálogo entre dos posturas supuestamente (y solo supuestamente2) antagónicas, Escuela de Palas no pierde la apariencia de objetividad de un gran tratado enciclopédico y solo la lectura completa y crítica permite ver hasta qué punto el autor ha marcado una
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línea precisa argumental que conduce necesariamente a su conclusión, aunque la fingida modestia a la que el libro saca tanto partido desde el principio, impide mostrarla abiertamente. Igual que en su momento dedicamos un artículo al tratado de Escrivá en Ingenieros del Renacimiento, de esta misma colección, resultaba especialmente interesante, casi inevitable, dedicar la atención en este tomo a estudiar Escuela de Palas; porque uno y otro constituyen el principio y el cierre de la tratadística hispánica en Italia, porque uno y otro conforman la apertura del debate sobre unos principios y el cierre del mismo debate 150 años más tarde; porque ambos pueden considerarse los dos mejores tratados de fortificación de la monarquía hispánica anterior a los Borbones, siendo curiosamente los dos más desconocidos. Escuela de Palas representa además el fin de los ingenieros al servicio de la dinastía de los Austrias de la monarquía hispánica, ya que en la guerra de sucesión española la mayor parte de los ingenieros destacados en Milán y Flandes tomaron parte por los Austrias, muchos murieron y los que no murieron acabaron encarcelados. La nueva dinastía borbónica tuvo que reconstruir su nueva escuela de ingenieros con la aportación de los ingenieros franceses y de los textos y de los modelos franceses con la muy reseñable excepción de Verboom3, pero los presuntos autores de Escuela de Palas o murieron (Chafrión) o acabaron sus días en prisión (Leganés). No conozco cómo eran las relaciones entre Leganés y Verboom, pero siempre he pensado que el lema de la Escuela borbónica de Matemáticas y Fortificación que éste fundó en Barcelona, «nunc Minerva postea Palas» era una especie de descalificación de la Escuela de la anterior dinastía, y la historiografía posterior aceptó este juicio4.
LA AUTORÍA DEL TRATADO
Escuela de Palas es un tratado anónimo y teóricamente no sabemos quién es su autor. Tosca, en su Compendio5, dice que el autor es José Chafrión, ingeniero y matemático español (Valencia, 1653 - Barcelona, 1698) que tuvo por maestro al famoso matemático jesuita José de Zaragoza cuando este estaba en Valencia. Luego se fue a Roma, a estudiar matemáticas, siendo discípulo del también famosísimo matemático español Juan Caramuel, quien le hizo heredero de su biblioteca. Capitán e ingeniero del ejército de Milán, diseñó numerosos proyectos de fortificación y terminó siendo la mano derecha del tercer marqués de Leganés, gobernador de la Lombardía. Por su parte, Pedro de Lucuze, en sus Principios de fortificación6, dice que el autor es precisamente Diego Felipe de Guzmán, duque de Sanlúcar, tercer marqués de Leganés. Fue también discípulo del padre Zaragoza cuando fue virrey de Valencia (1667-1669/1685-1688), de donde se lo llevó a su academia de matemáticas en Madrid. Fue virrey de Cataluña (1685-1688) y gobernador de Milán (1691-1698), donde «regolò le problematiche connesse alle truppe, come le vettovaglie, le munizioni, la fortificazione delle piazze». Partidario de los Austrias en la guerra de sucesión y acusado de conspiración por los Borbones, fue encarcelado en Francia y murió en prisión, en el castillo parisino de Vincennes, en 1711. Para los que leímos a Lucuze antes que a Tosca, la autoría es claramente del marqués de Leganés, pero hay muchos investigadores que se lo adjudican a Chafrión. El problema
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es que la única referencia biográfica que aparece en el texto y que se encuentra en el capítulo dedicado a la fortificación del padre José Zaragoza, «varias fueron las ciencias que con perfección supo este autor; fue mi primer maestro, y así debo por obligación restituir lo que me ha enseñado», es válida tanto para Leganés como para Chafrión. Por otro lado, cuando el tratado habla de Caramuel, maestro de Chafrión, el autor no dice que sea su maestro pero curiosamente su teoría de fortificación es una pieza clave en el discurso oculto del tratado que luego explicaremos. Resolver este problema, sin ser determinante para la historia de la fortificación española, va a tener, como se verá, cierta gracia. Podemos empezar por considerar que hay varios tipos de libros anónimos: los que son anónimos porque ignoramos su autor (el Cantar del mío Cid) y los que son anónimos porque su autor no quiso que supiéramos su nombre por las consecuencias negativas que para él podía tener (el Lazarillo de Tormes). Escuela de Palas pertenece a un tercer tipo de libros anónimos: anónimos de «coña»; puesto que aunque el libro dice que es anónimo, hay más de una docena de poemas en latín, francés, italiano y español dedicados a glosar la modestia del autor por no revelar su nombre con títulos o versos tales como «Avctor cum nollet permitter nomina libro»,... «Avctor tacite express vs»,… «Au suit de l’autheur de ce livre qui ne veut point être connu»,… «La scola di pallade libro d’ arte militare senza nome dell’ autore»,… «Libro militare che esce in luce senza il nome dell’ autore»,… «Esta, de oculto autor obra eminente»,… «Tu nombre será eterno en las historias»,… Obviamente debemos suponer que todo ello es un juego barroco de máscaras y que todos los coetáneos en Milán sabían perfectamente quién era el autor del libro y hacían chanzas y fingimientos en los actos sociales del palacio de la gobernación. Además podemos suponer que, sabiendo de qué va el juego, los poemas esconden claves y acertijos que permiten identificar al autor. De hecho un buen número de ellos incluyen referencias al gran militar y guerrero que ha escrito el libro. «Libro di scienze militari di guerrier grande senza il suo nome»,… «A la espada y pluma del Autor del libro sin nombre»,… «Scuola di pallade aperta da guerriero e scrittor grande»… E incluso el poema en francés presenta el retorcido argumento de que las personas de alta cuna hacen bien en ocultar su autoría porque si firmaran el libro muchos pensarían que realmente lo ha escrito otro y el poderoso lo firma abusando de su poder. Estas argumentaciones y referencias hacen inclinar la autoría hacia el marqués de Leganés puesto que Chafrión, aun siendo un buen militar, no era ni capitán general, ni marqués. Hay, sin embargo, pistas algo más elaboradas y el soneto titulado «A la modesta acción de ocultar el autor deste libro su nombre» incluye un terceto que dice: Para saber cuyo es el libro, sobra, Pues no importa faltar a la obra el nombre, Si (h)a de decirlo el nombre de la obra
Si suponemos que esto es una pista, podríamos empezar por buscar algún significado metafórico en ambos nombres. Así encontramos que Diego es Didachós en griego, didaccus en latín, de donde viene nuestro didáctico que significa que enseña o instruye; Guzmán, del alemán por lo visto, significa hombre apto para la guerra. Según esto Escuela de Palas y Diego Guzmán son casi sinónimos.
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Muy barroco y complejo desde luego y aunque supongo que en manos de alguien más versado en mitologías y literatura de la época sería posible sacar pistas aún más complicadas; hay algunas muy sencillas y evidentes para identificar como autor al marqués de LEGANÉS, CAPITÁN GENERAL de la artillería y GOBERNADOR de Milán. Así el primer cuarteto del soneto dedicado «al título y asunto de este libro y de su oculto autor» dice: Es esta Escuela MILITAR GOBIERNO, Espejo de FAMOSOS CAPITANES Norma con que le adquieras o LE GANES Modo de colocar TU NOMBRE eterno
Aunque las mayúsculas las he puesto al transcribirlo para que no se pierda algún lector despistado, creo que esto sí lo podemos dar por una prueba razonablemente concluyente de que el autor es el marqués de Leganés.
EL CURSO MATEMÁTICO
Una razón para que no sea Chafrión el oculto autor es que figura como redactor de la «Exhortación para los que quisieren entrar a ser discípulos en esta noble escuela de Palas», en su calidad de Teniente de maestro de campo general del ejército del Estado de Milán. Tendría poco sentido que Chafrión fuera el autor anónimo y luego firmara el interesante prólogo en el que explica el contenido del libro manifestando las utilidades de la Trigonometría con la que se resuelven «todo género de triángulos y por consiguiente todo lo que se puede reducir a ellos» o las ventajas de «La logarithmica, que es ciencia admirable y nueva que con sus reglas nos quita la molestia de multiplicar, partir, extracción de raízes, y reglas proporcionales». El curso matemático, que se desarrolla en el primer tomo de los dos que tiene la publicación, comprende diez tratados en los cuales habla de diversas ciencias relacionadas con las matemáticas, como aritmética, geometría, geometría práctica, lugares planos, dados de Euclides, geografía, arte analítica o álgebra, álgebra especiosa, trigonometría plana, esférica y logarítmica. En el primero de los tratados, dedicado a la Arithmética, nos introduce en las distintas operaciones con números, «del sumar, del restar, del multiplicar, del parter, de los quebrados; además de la razón y proporción», y sus reglas; de la «raíz quadrada y raíz cuba» y de cómo llegar a su extracción. Sigue con el tratado II, De la geometría, introduciéndonos en la geometría especulativa hablándonos de los proemiales sobre líneas, triángulos y paralelogramos; potencia de las líneas, del círculo, de la razón y proporción en común, de los triángulos y sus ángulos; y por último de los sólidos. Una vez nos ha introducido en el mundo de la geometría, en el siguiente tratado, tratado III, pasa a hablarnos de lo que sería la Geometría práctica, y enuncia proposiciones para cada grupo de problemas, en total 8; «de las rectas angulares y paralelas; de los triángulos y paralelogramos; del círculo; de las figuras inscriptas y circunscriptas; de la proporción, suma diferencia y
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Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, páginas 60-61. Láminas desplegables explicativas del tratado V, figuras 11, 12, 13 y 14: explicación de la teoría de Copérnico.
FIG. 2
Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 125. Instrumentos de geodesia.
FIG. 3
transformación de figuras; de la superficie y la solidez»; y enuncia otros problemas. Seguidamente en el tratado IV explica los Lugares planos y en el V, Los dados de Euclides. Como era habitual en los tratados de matemáticas de la época y aunque no tiene una aplicación directa a la fortificación, se incluye un tratado, el VI, dedicado a la Esphera celeste y terráquea, que contiene aspectos de geometría esférica como «la sección y contacto de la esfera, rectas en la esfera, círculos en común; los máximos y menores; la sección y el contacto de los círculos; los ángulos y arcos de los círculos máximos; de los círculos paralelos, de los círculos equangulares, de los segmentos desemejantes; de la razón de los segmentos; y de problemas esféricos». Se incluye además, en el “Breve Compendio de la Esphera Celeste, y Terráquea”, disertaciones sobre el cielo, las distancias, los círculos de la esfera, la división de esta, el movimiento de los planetas, de los astros, del día natural y artificial, de los climas, de los eclipses de sol y de luna, de las estrellas, de los cometas, el aire y viento, de la superficie de agua, de la navegación y del mundo subterráneo,… entre otros muchos temas. Es significativo el apartado “Definiciones Comunes de la Esphera”, donde habla de las distintas interpretaciones del sistema solar y sus planetas. Estamos en el siglo de la condena papal a Galileo y aunque no habla de él, sí lo hace de Copérnico, del que dice que «pone al sol por centro común inmóvil... y atribuye el movimiento anual y diurno sólo a la tierra, y así de esta opinión sólo nos podemos servir por hipótesis, por ser con-
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denada». El autor de Escuela de Palas se muestra aquí buen discípulo del padre Zaragoza, que cuando incluía en su obra la teoría heliocéntrica decía que «está condenada por la congregación de los SS. Cardenales Inquisidores como contraria a las divinas letras, aunque por modo de hipótesis o suposición, pueden todos valerse de ella para el cálculo de los planetas con que sólo se condena la actual realidad de esta composición pero no su posibilidad»7. Demostración clara de que ser católico, e incluso jesuita, y un buen científico no era tan incompatible como la historiografía anglosajona nos ha hecho creer. En el tratado VII, De la Geographia, se centra en la división y términos del globo terráqueo, comenzando por definir «términos naturales de la tierra, los términos naturales de las aguas y la división y términos artificiales de la Tierra»; para después seguir con unas descripciones relativas a la geografía de los diferentes lugares de la Tierra organizándola por continentes; Europa, Asia, África, América septentrional, América meridional, y las tierras polares; y por último, concluir con el modo de medir el globo terráqueo de las maneras antiguas y modernas. El tratado VIII, que nos introduce en el Arte Analítica o Álgebra, tiene dos partes: la primera trata de los números cósicos o denominados, y de la forma de operar con ellos; la segunda habla de la igualación y de las formas de operar con ella; de dobles raíces y de qué operaciones realizar con ellas. Dentro del tratado IX, Del álgebra especiosa, se encuentran también dos apartados, uno de ellos nos habla «de la invención de los nombres y fundamentos del Algebra especiosa; de las notas de que se vale el álgebra especiosa para mostrar especies de las quantidades; de la suma y resta; de la multiplicación y división; de las fracciones». Y el otro está dedicado a «las igualaciones; la reducción de las igualaciones, o sea de la práctica del analítica especiosa; de la igualación; de las reducciones de las igualaciones; de la diversidad de problemas y cómo se resuelven; y problemas resueltos analíticamente y aplicados así a números como a líneas». Para terminar con los tratados de matemáticas, el tratado X, De la trigonometría plana, espherica y logarítmica, nos introduce en la trigonometría y los logaritmos, dividiéndose el tratado en tres libros: del canon trigonométrico y de los logaritmos; de la trigonometría FIG. 4 Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 217. plana; y de la trigonometría esférica. Lámina 2 de la Trigonometría del Libro 3, desplegable.
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Aunque el curso matemático es básicamente generalista, hay partes de él que tienen una aplicación directa en la fortificación, como el cálculo básico y la geometría. Se insiste especialmente en la trigonometría porque, como hemos explicado en anteriores estudios8, durante el siglo XVII el cálculo de las distancias y los ángulos de las distintas soluciones de fortificar, había dejado de depender de la traza geométrica con regla y compás y había empezado a formularse a partir de relaciones y ecuaciones trigonométricas que partían de datos previos como el ángulo central del polígono o dimensiones fijas de determinados elementos. En este sentido la invención de los logaritmos en la primera mitad del XVII supuso una simplificación importante del cálculo y resolución matemática de estas ecuaciones y su conocimiento y aplicación se incorporó muy pronto a los tratados de fortificación, inicialmente a través de diversos caminos. John Napier9, que era escocés, pero acérrimo protestante, pudo haber estado sin embargo en un principio estudiando matemáticas en la universidad de Lovaina, en los Países Bajos españoles, junto con los jesuitas que allí enseñaban y estudiaban. De hecho es casi paradójico que el único ábaco neperiano de fichas para el cálculo logarítmico conocido se guarde actualmente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, procedente de las colecciones reales, y que se construyese en el monasterio del Escorial10, posiblemente en la primera mitad del siglo XVII, para la Academia Real de Matemáticas y fortificación de Madrid. Ya en la segunda mitad del siglo, primero Caramuel y luego Zaragoza publicarían sus tablas de logaritmos y cologaritmos, hasta el punto de que Caramuel escribiría «la logarítmica es ciencia nueva que une la Aritmética con la Geometría; fue inventada por Neper en el año 1615, adelantada por Briggio y finalmente, creemos, perfeccionada por nosotros»11.
LA TEORÍA DE LA FORTIFICACIÓN
El segundo tomo de los dos que componen la obra lo conforma íntegramente el tratado XI, Del Arte Militar. Su introducción nos dice que «Es el Arte Militar la Ciencia más noble, y la que más importa saber a la Nobleza, y Militares; y siendo el principal motivo de escribir este Libro para estas Personas, me dilataré mucho más en las Descripciones, y Delineaciones deste Tratado, que en las de los pasados; pues lo requiere también así, la variedad de Operaciones, que contiene el Arte. Dividese en dos Libros; en el primero se describirá con diligencia, la Fortificación regular, con las Construcciones de la mayor parte de Authores de todas Naciones, que asta oy an escrito desta famosa Ciencia, como también se enseñará la manera de delinear las Fortificaciones sobre el papel, y el terreno. En el Libro segundo se tratará de todo género de Fortificaciones irregulares a el modo de acampar los Exercitos, y el conocimiento de quanto se necesita para sitiar, atacar, y defender las Plazas fortificadas». El libro primero trata pues De la Fortificación regular con las Construcciones de los más famosos Authores, y el modo de delinear las Fortificaciones sobre el papel, y terreno. Se divide a su vez en 14 capítulos; los tres primeros se dedican a los tipos de fortificación que son: Ofensiva, Defensiva, Natural, Artificial, Compuesta, Antigua, Moderna, Regular, e Irregular; los tipos de representación, que consta de cuatro partes: Delineacion Ichnographia, Ortographia, y Scenographia; que se dividen en Scenographia, Cavallera, y Ri-
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FIG. 5
Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, páginas 3-4. Láminas desplegables explicativas del tratado XI, libro I.
gurosa; la comparativa de distintas unidades de medida y escalas que será útil cuando se estudie los distintos sistemas de fortificación de distintos autores y países; y la geometría básica aplicada a la fortificación. El cuarto capítulo se dedica a explicar las «Maximas, y Preceptos Generales, que se an de observar en una buena Fortificacion». La formulación de estas máximas se había consolidado a lo largo de la mayoría de los tratados del siglo XVII, pudiéndose distinguir entre ellas las que eran comúnmente aceptadas por todos los tratadistas y que solo variaba en el orden de las mismas; y por otro lado, las máximas que eran específicas del modelo del fortificar del autor12. Las máximas de Escuela de Palas son: 1. Que no ayga en toda la Fortificacion punto alguno, que no sea visto, y defendido, alternativamente, uno de otro, de muchos puntos de la Fortificacion, al tiro del Mosquete. 2. Que toda la Plaza este igualmente fortificada de modo, que pueda resistir al mayor tiro de Cañon, y todos los Parapetos a su prueva. 3. Que la Linea de defensa, no sea mayor del tiro de Mosquete, que lo mas ordinario llega a 900 pies. 4. Que el angulo Flanqueado, o del Baluarte, que se acercare mas al recto, sera el mejor, y nunca sera menor de 60 grados. 5. Que el angulo Flanqueado, o del Baluarte, que se acercare mas al recto, sera el mejor, y nunca sera menor de 60 grados.
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6. Los Baluartes terraplenados, seran mejores, que los vacios, porque en estos no se pueden hazer Cortaduras. 7. Que los Baluartes de gran circuito, donde el Terraplen esta muy descubierto, se desechen del numero de los buenos. 8. Que no sean tan grandes los Baluartes, porque su capacidad no es suficiente a recebir la tierra que se saca del Foso, y no permite, que los Defensores se puedan atrincherar en caso de necesidad. 9. Que los Baluartes, que estan muy altos, esten excluidos de la buena fortificacion, porque por su altitud, los que sitian estan cubiertos de sus tiros, luego que llegan a la Controscarpa. 10. Que las grandes Golas de los Baluartes sean preferidas a las pequeñas, porque en las grandes, en todo tiempo, se pueden hazer diversas Cortaduras, lo que no se puede hazer en los pequeños. 11. Que los Flancos sean de justa longitud, ni menos de 100 pies, ni mayores de 150. 12. Que desde qualquier flanco, se descubra sin ningun impedimento, la Cortina, el Flanco, la Frente, el Foso, Estrada Cubierta, y Espalto, que le esta opuesto. 13. Que los Flancos, que tienen Casas matas, Plazas baxas, o Tenallones para la Artilleria, sin estorvar, que se pueda usar la Mosqueteria, se prefieran a los Flancos adonde solo puede servir el Mosquete, para defender el mismo Foso. 14. Que las Casas matas, y particularmente aquellas, que estan guarnecidas de Artilleria cubierta, se prefieran a las Falsas bragas, que estan expuestas a las Baterias de los que sitian. 15. Que las Frentes de los Baluartes, como las partes mas debiles de la Plaza, esten defendidas asi de la Mosqueteria, como de la Artilleria de los Flancos opuestos. 16. Que la longitud de las Fretes, que se acercare, a los dos tercios de la Cortina, se prefieran a los otros. 17. Que la Frente de un Baluarte, o fuerza del, no depende, que sea en angulo agudo, recto, o obtuso, sino de la mayor, o menor longitud de los Flancos opuestos a sus Frentes. 18. Que los Fosos profundos se prefieran a los anchos, quando los unos, y los otros dan la misma cantidad de tierra, que se necesita para los Rampares, y Parapetos. 19. Los Fosos anchos, y poco profundos son los peores, porque los que sitian se pueden atrincherar en ellos, y descubrir facilmente el pie del Rampar. 20. Los Fosos angostos, y poco profundos, en las grandes Plazas, no son de provecho, porque no dan bastante tierra para los Rampares, Parapetos, &c. y se pasan, y ciegan presto. 21. Los Fosos secos, en las Plazas grandes, y de mucha Guarnicion, se deven preferir a los llenos de agua, para facilitar las salidas, socorros, y retiradas, en los sitios. 22. Los Fosos llenos de agua son mejores, en las Plazas pequeñas, y de corta Guarnicion, porque no es tan facil la sorpresa. 23. Que las partes mas apartadas del centro de la Plaza, sean vistas, y mandadas, por las que estan mas cerca. 24. Que las Plazas, que contienen tanto terreno como otras, con menos Baluartes, son las mejores, y mas capaces.
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25. Que las Plazas Irregulares, que se parecieren, y aproximaren a las Regulares, se prefieran a las que no. 26. Que las Plazas dominadas de alguna Eminencia, o que tenga Fosos, y barrancos en su contorno, no son tan buenas, como las que no los tienen, y tuvieren su Campaña rasa, y descubierta. 27. Que todos los Parapetos, y partes expuestas a las baterias, son mejores los de tierra fuerte, que no los de muralla. 28. Que la Plaza, que tuviere el Terraplen capaz de hazer el Parapeto a prueva, y suficiente para el reculo de la Artilleria, sea preferida, a las que no tuvieren.
ANÁLISIS CRÍTICO DE LOS MODOS DE FORTIFICACIÓN DE LOS AUTORES DE TRATADOS DE FORTIFICACIÓN
El capítulo V «En que se propone, el modo de Fortificar, Construccion, y Descripcion, de los mas Famosos Authores, que an escrito», es posiblemente el apartado más interesante del tratado. Si muchos autores incluían unas breves referencias a los otros tratados para mostrar su cercanía o lejanía a las tesis que estos explicaban, Escuela de Palas hace sin embargo una prolija descripción y explicación tanto geométrica como matemática de las claves de cada uno de los tratados que el autor considera importantes. En total se describen con dibujos, y cálculos matemáticos en muchos casos, las construcciones de 53 autores desde el siglo XVI a finales del XVII. Podría pensarse que tan prolija descripción de otros tratadistas servía al objeto fundamental del curso que es mostrar y enseñar a los alumnos las distintas soluciones inventadas sobre fortificaciones de la época (de hecho cuando no se tiene la posibilidad de leerse todos los tratados aquí citados Escuela de Palas se convierte en una magnífica herramienta para conocer el contenido de estos tratados para el historiador moderno, lo que hace aún más inexplicable que este tratado no tenga aún una edición crítica). Sin embargo la descripción que se hace de los otros tratadistas, el orden en el que se colocan y los aspectos que se tratan, no son estrictamente objetivos y esconden la valoración y el criterio del autor, y nos preparan para la conclusión final del propio tratado. Como algunas máximas de fortificación obedecen al modo particular de fortificar de cada autor y como ya se han mostrado las de este tratado, este capítulo empieza explicando que son muy pocas las diferencias que los distintos autores tienen en cuanto a las máximas: Todos los Authores, que tratan de Fortificacion, y quantos buenos Ingenieros, y Soldados inteligentes ay en esta Profesion, apruevan, y convienen en lo general, con las Maximas, y Preceptos que en el Capitulo pasado, se an propuesto: los quales observan con diligencia, quando an de hazer nuevas Plantas de Plazas, ó antes de reconocer, ó remendar alguna ya fortificada: Solo en lo particular de tales Maximas, y Reglas se diferencien, como en la Delineacion, si el Angulo Flanqueado ser mayor, ó menor del Recto; Si la línea de Defensa deve ser Ficante, ó Razante, y si corta, ó larga; Si los Flancos an de estar obtusos, ó rectos a la Cortina. En la Ichonographia disputan, qué anchos se deve dar a los Terraplenes, Pa-
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Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 23. Construcción de Lorino.
FIG. 6
Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 27. Construcción de Vauban.
FIG. 7
rapetos, Fosos, Estrada Cubierta, y Esplanada. En la Ortographia, ò Perfil, discurren si deve ser de tierra, ò muralla, y de las alturas, ò escarpes, que se deven dar a los Rampares, y Parapetos. Desta variedad de Pareceres, à nacido, el que los Authores, que an escrito desta materia, desde que se inventó la Artillería asta oy, se diferencien entre si, siguiendo cada uno su Opinión, y inventando nuevas Descripciones, y modos de fortificar, para mostrar cada uno, a la Posteridad, su Ingenio, y bizarría de tirar líneas...
Expresa después la intención de este capítulo cuando continúa diciendo «... De muchos Authores de todas Naciones, è leydo, y examinado sus Construcciones, y de los que me an parecido más probables, y curiosas é recopilado en una Lámina, su Delineacion, para que el Erudito siga la que mejor le pareciere, ò para que à vista della, pueda componer otra nueva a su fantasía…», lo que es una invitación clara a la composición ecléctica y, de nuevo con su proverbial modestia, añade «… Dexando para lo último el proponer la mia, por parecerme mas flaca, y debil, destas, que describo primero». Comienza así describiendo la construcción de Gerónimo Maggi, y Iacomo Castrioto (Construcción I) y sigue por las de Galasso Alghisi de Carpi (en la relación conservaremos la grafía de los nombres como aparecen en el tratado) para continuar con Francisco de Marchi y Bonaiuto Lorino, delineando las plantas y los perfiles. El orden de los autores que parece ser cronológico se rompe al incluirse seguidamente la construcción de «Mons. de Vauban, ò sea, a la moda presente, de Francia». El tratadista se disculpa: «Avnque
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esta Construcion devia ponerse a lo ultimo, por ser de las mas Modernas; me a parecido bien, el descrivirla imediatamente despues de las de Marchi, y el Lorino, para hazer veer, que ella, se compone de entrambas». En el análisis que se hace en Escuela de Palas de la fortificación de Vauban (Construcción V) es significativo que al marqués de Leganés le interesa especialmente lo que luego sería el tercer sistema de Vauban, que las primeras obras sobre Vauban no incluyen, sin entrar a valorar (y por ello poniendo en duda) que dichos diseños sean realmente de Vauban: «No me pongo en averigar, si la Construccion, que ponen en el Libro, que se estampo en Amsterdam ano 1680. sea de Moni. de Vauban, o de su Discipulo el Cavallero Cambray, lo cierto es, que ahora se Fortifican las Plazas con este methodo, no solo en Francia, sino en las demas partes de Europa, donde ay medios, para el gasto, que a menester». Se refiere lógicamente a los luego llamados primer y segundo sistema de Vauban, pero el que delinea para compararlo con Marchi y Lorino es una versión propia del tercero. «Lo que tambien, es cierto, que las que a designiado nuevamente Vauban, como son Brifac, Argentina, Vnigen, Montluis, y otras muchas, an sido construidas con esta Planta, y particularmente la Ciudadela de Casal (fabrica, que fue de Lorino) que la a remodernado, con tal Construccion, y se conoce a puesto todo su saber, pues no a havido obra, por minima, que sea, que no aya delineado, y todas son con poca diferencia, como descrive el Capitan Francisco de Marchi, que se puede veer en la Planta, que pongo aqui, y explicare despues de haver descrito la Construccion». Prosigue indicando que «la Ciudadela de Cafal fue fabricada de Lorino, con esta defensa; Veamos ahora que genero de Fortificaciones le a añadido Vauban mas, de las, que designia Marchi…», para sacar finalmente la conclusión de que lo propuesto por Vauban ya estaba inventado. Curiosamente como ya hemos explicado con anterioridad13, la fortificación del siglo XVIII supuestamente vaubantiana se construiría con el desarrollo de los sistemas primero y segundo que no son realmente un invento original de Vauban, mientras que el tercero, más original aunque Leganés lo niegue, no se empleó casi nunca. Las construcciones que van de la VI a la XIV se dedican a Fancisco Tensini, Pedro Sardi Romano, Francisco Florencia, Samuel Marolois, Adam Fritach, Mathias Dogen, Simon Stevin, Errard de Barleduc y Nicolas Goldman, algunos de los cuales ya se sirven del cálculo trigonométrico para confeccionar sus diseños. De Fritach, cuya construcFIG. 8 Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, páción delinea y calcula minuciosamente, dice gina 41. Fortificación de Adam Fritach, libro I. que «Bien se conoce, que este Author á es-
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Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 42. Prosigue el Computo de las Lineas de Fritach.
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Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 57. Construcción de Antonio de Ville.
FIG. 10
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crito en los Payses baxos, donde ay mucha agua, y poca tierra; pues prefiere los Baluartes vacios, a los llenos, y estima en mas las Plazas, que estan revestidas de Tepes, que las de Muralla. Quiere la Falsabraga todo alrededor de los Rampares, y que su Plano sea Paralelo al Horizonte, para que se pueda defender el Foso, y Estrada Cubierta… Designia bizarramente todo genero de Fortificaciones exteriores, diciendo: ser precisas para tener lejos el Enemigo, y escribe contra Marolois, porque no las admite». La Construcción XV se dedica al Cavallero Antonio de Ville. Y aunque en su primera edición solo usa el trazado geométrico, explica que «para su segunda Delineacion, se sirve de las Tablas de Senos, como tambien de sus de Logarithmos, acabando su Calculo, con la suputacion de quatro Triangulos rectangulos b q g, m i g, m i a, m q s, y un Triangulo Obtusangulo k s a» (letras referidas al plano que lo acompaña), procediendo a explicar el cálculo a partir de suponer «que el lado interior se divida en 900 pies, y la Media gola, y Flanco sea la sexta parte de la Cortina esto es 150, pies». Sigue con la construcción del Conde de Pagan, al que luego pondrá en relación con Caramuel, y continúa con las de Enrrique Russen, Bitainvieu, Gerardo Melder, Aurignac, la Fontaine, Allain Manesson Mallet hasta finalizar con la Construcción XXIII de Blondel. En todos los casos incluye la delineación y los cálculos a partir de los datos iniciales que cada autor da por fijos. En el caso de Manesson Mallet explica por ejemplo que «Para el Computo de su Delineacion, supone tres cosas; La Primera, que el Angulo del Flanco, y Cortina sea siempre de 98 grados; La Segunda, que la Media gola tenga la Proporcion con el Lado interior, como 1, a 5. Y la Tercera, que la Capital sea siempre una Tercera parte del Lado interior. Con estos Fundamentos se sirve de una
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misma Regla, para la extraccion de los Angulos, y el Computo de las Lineas, por la via de los Logarithmos de los Senos, Pone el exemplo en el Exagono, y suputando los Angulos del Centro, Circunferencia, y su Medio, como todos los demas Authores, empieza su Calculo por el Medio Angulo flanqueado o p a, en la manera, que se declara en la Plana siguiente» [FIG. 11]. En el caso de Mallet incluso en Escuela de Palas se completan los cálculos que el autor no hizo para todas las figuras. Mallet dió la Regla para su Calculo, pero se olvido, de hazer el Computo, de las demas Figuras regulares, y del formar una Tabla, para alivio de los que quisieren seguir sus Trabaxos de Marte; de lo que Yo compadecido, por si no se hallaren a mano el Canon Logarithmico, la é formado asta el Decagono; advirtiendo, que los numeros de los Angulos son grados, minutos primeros, y segundos; y los de las lineas son Pies de Paris.
Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 77. Modo de fortificar según Mallet.
FIG. 11
Aunque hay 53 autores de construcciones de fortificación estudiados, la relación se puede dividir en tres partes. Los 23 vistos hasta aquí, los 20 incluidos en una especie de apéndice titulado «De diversos Authores tanto antiguos, como modernos» a partir de la Construcción XXXIII14, y un tercer grupo muy significativo entre las construcciones XXIV y la XXXII que incluye la Construccion austriaca, seguida de las de Enríquez de Villegas, y un importante conjunto de autores españoles (Zepeda, Zaragoza, Medrano, Morán y Caramuel), junto con el italiano Donato Rosetti, y el Capitan Franck. La razón de ser de este grupo parece estar en su heterodoxia respecto a lo que se ha visto con anterioridad. De hecho la Construccion austriaca empieza su explicación diciendo: Después de haber demostrado las construcciones de los autores Italianos, Alemanes, Olandeses, y Franceses, como la mayor parte dellos han procedido por Computo de Angulos, y Lineas, en que emplean la Geometria, Trigonometria, y Logarithmica, que no todos los Ingenieros, y Soldados entienden, y assi entendiendolas mal nuncan podran executarlas bien; para remediar a este Laberinto de Lineas, Angulos, y Numeros, é querido poner la Construccion del Emperador Ferdinando Tercero.
Para la descripción del modo austriaco Escuela de Palas utiliza la explicación que ya había publicado Caramuel en su tratado, citándolo:
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En cada poligono tiene medidas diferentes. Para determinarlas sin error los Mathematicos recurren a la Trigonometria, Ciencia comunmente ignorada de los Ingenieros militares, y resolviendo Triangulos, segun la dotrina de Senos, Tangentes, y Secantes, sacan la Conclusion precisamente, sin errar un cabello. Pero como en la Architectura Militar es inutil y superflua toda extraordinaria precision, porque jamas pudo el azadon, por ser gobernado de mano rustica y absolutamente ignorante, executar precisamente las medidas, que el Ingeniero definio, sino que siempre corre a poco mas o menos, y como jamas se perdio o gano alguna plaza por ser sus lineas un pie mayores, o menores, de lo que prescriben las Resoluciones Triangulares. Luego siguiendo las ideas del Emperador Ferdinando Tercero, dare una regla facil, con que, pies mas o menos, se venga a hazer lo mismo, que con toda la Geometria y Trigonometria, que sin causa desperdician los Mathematicos Especulativos15.
El método austriaco es, en el fondo, un método determinado y no proporcional, donde se determinan las magnitudes principales y no varían con el cálculo en los diferentes polígonos. No es por tanto casualidad que a continuación del método austriaco Escuela de Palas explique la construcción de Diego Enríquez de Villegas, que es también un método determinado no proporcional que hemos estudiado con anterioridad de forma específica16. La valoración que hace Escuela de Palas del tratado de Enríquez de Villegas es curiosa, porque por un lado está de acuerdo con el autor portugués en el diagnóstico y los principios que propone, pero por otro lado, no le convencen los planteamientos finales y la forma de resolverlos. Así nos dice que «Fue Eloquente, y Erudito…», pero reconoce que era «mas abundante de repetidas Frases Retoricas, que de Reglas de lo que trata». Le parece obviamente bien «ahorrar gasto a su Principe, pues haze menos Baluartes, en mayor terreno y se defiende con menor guarnición,... y Artillería», pero no está convencido de que sea el «lado interior de la Figura … de 1100 pies Geométricos… porque pretende defender sus Plazas con Mosquetes Bizcainos»… «Admite Flanco cubierto con Orejones y Espaldas… levanta el orejón hasta el plano del Baluarte, pretende que no haya punto que no defienda pero no confiesa que queda descubierto por todas partes». Como es un método no proporcioFIG. 12 Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 88. nal ocurre que «a las demás partes de Construcción austriaca.
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la Fortificacion señala siempre las mismas medidas para todas las Figuras no importándole el que salgan Angulos flanqueados muy agudos y que sean grandísimos los segundos Flancos», lo que parece que no convence del todo al autor de Escuela de Palas, aunque reproduce su argumentación de que «la defensa de los Frentes que son las atacadas dependen totalmente del segundo Flanco pues las defensas (de los flancos primeros) son ficantes y se meteran las balas en la Brecha al tiempo del asalto», concluyendo que aunque «se quiere diferenciar este Cavallero de los demás Authores, tambien en la ereccion de su Ortographia, quiere apartarse de todos», admite que «Grandes maximas son las deste Author, que si su gran gasto las dexara executar, no serian del todo malas… Pero a esto dice, que las fortificaciones son como la fruta, que la mas barata es la peor». El grupo de los heterodoxos acaba con la descripción de la construcción de Juan de Caramuel, que también es un método determinado y que coincide con la del Conde de Pagan en muchos aspectos, explicando Escuela de Palas que «Esta Construccion se escrivio algunos años antes que diese a la luz la suya el Conde de Pagan, casi con las mismas reglas que da el Conde las suyas» citando al propio Caramuel cuando dice «Este nuevo modo de fortificar, que entra de la exterior hazia dentro, se me ocurrio año 1645, con la ocasion, que me davan a especular las Fortificaciones de Ungria, que queria hazer una de nuevo, y otras perfecionar, y corregir, el Emperador Ferdinando III, que gustava oir las mias y comunicarme sus especulaciones». Como ya hemos explicado anteriormente17 la fortificación de Caramuel y Pagan mantienen fijas todas las dimensiones del frente fortificado, cortina con sus caras y flancos adyacentes; y se ajustan a los distintos polígonos, sobre el eje de la línea capital, modificándose exclusivamente el ángulo flanqueado. El método es claramente distinto de las soluciones de cálculo proporcional imperantes en la época, pero aparte de tener una lógica defensiva incuestionable será determinante para la asimilación a soluciones regulares de fortificaciones irregulares, como veremos.
CÓMPUTO Y DELINEACIÓN DE UNA FORTIFICACIÓN REGULAR E IRREGULAR
La relación y el estudio de los distintos autores acaban con la construcción del autor, cuya transcendencia para comprender la argumentación que subyace en el tratado explicaremos más adelante. Pese a que el autor de Escuela de Palas había asegurado al inicio que su construcción era la más débil de todas las presentadas, la utiliza sin embargo para explicar el cómputo y delineación de la fortificación de forma pormenorizada. Enseña a delinearla geometricamente con el Compas, y la regla solamente, en donde salen los Angulos, y Lineas, según el Computo que haze por Trigonometria, y Logarithmos, que de todo se pone un exemplo, y una Tabla general, para que el Aficionado pueda obrar con justificacion, y brevedad.
Procede pues con el COMPUTO. De los Ángulos, y Líneas del Author, siguiendo con los Flancos retirados, Orejones, Plazas Altas, y Baxas donde la solución dibujada presenta los flancos curvos que también usaría Medrano y Vauban.
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Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 135. Flancos retirados orejones plazas altas y baxas, construcción del autor.
FIG. 13
FIG. 14 Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 139v. Libro I, figuras 1, 2, 3 y 4: obras exteriores.
El capítulo VII del libro primero de Arquitectura Militar se dedica a la delineación de las obras exteriores18: Después de haber delineado el Recinto principal de una Fortificacion regular, y haberle señalado las medidas, que debe tener tanto en ancho, como en elevacion, y profundidad sus Rampares, Terraplenes, Parapetos, Fosos, Estrada cubierta, Espalto, y demas partes, para que puedan resistir a las ofensas, que les puede hacer el Enemigo; Confiando despues de todas estas prevenciones, que tales obras no bastan para tenerle lejos, de modo no se acerque tan presto al Foso, y Recinto principal, han inventado algunas Fortificaciones exteriores, (cuyos nombres, y definiciones quedan ya explicadas en Lamina primera del I lib) las cuales sirven; las del Foso para arrasarle horizontalmente, y romper las obras, que hicieren en el los sitiadores; y las demás sirven para que el Enemigo empiece sus ofensas mas lejos del cuerpo de la Plaza, como tambien se hacen para descubrir algunas profundidades, rios, acequias, y otras imperfecciones, que suelen tener las Plazas en sus Contornos.
Aparte de algunas precisiones sobre el uso adecuado de los términos, suelen equivocarse los militares entre el nombre del revellin y media luna, pues casi la mayor parte llaman media luna al revellin, que se haze delante las cortinas para cubrir las
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puertas, flancos, plazas baxas y falsas bragas […]. Media luna propiamente es la que se construye delante las puntas de los baluartes, y que tienen sus golas en arco19.
Es realmente curioso que siendo Leganés gobernador de Milán y estando el tratado publicado en dicha ciudad, no haya una crítica general al uso de obras exteriores, aparte de algunas referencias a su coste elevado cuando las proponen otros autores, ya que es en Lombardía donde más tempranamente20 se ponen en duda su eficacia dado el enorme costo económico y de gente que tienen. Para finalizar el primer libro, en los últimos capítulos se centra en las formas de trazar el entorno y la fortificación, enunciando los siguientes apartados: «De la Ortographia, ò Perfil; De la Construccion de las Ciudadelas; De la Scenographia, ò Perspectiva; Del Computo stereometrico de una Fortificacion, y todas sus partes; Del modo de delinear las Plazas, y Fortificaciones en la Campaña sobre el mismo Terreno; De la manera de delinear sobre el Terreno los Fossos, Ravellines, Terraplenes, Estrada cubierta, y demás partes; De la manera de tomar la Planta de los Lugares, que se an de fortificar, y de las Plazas ya fortificadas». El libro segundo, De la Fortificación irregular, con el modo de acampar, y marchar de los Exercitos, y de quanto se necesita para sitiar, atacar y defender las Plazas fortificadas, empieza dando soluciones y reglas para fortificar en terrenos irregulares21 siguiendo la máxima 25 del propio tratado: «que las plazas irregulares, que se parecieren, y aproximaren a las regulares, se prefieren a las que no. Esta se á de procurar observar en los lugares irregulares; pues no hay lugar por impropios que tenga los angulos y lados que pudiendose salir o entrar con la figura no se le pueda describir alguna fortificación que se aproxime a lo regular». Este libro incluye un apartado dedicado a «reducir las Plazas, que tienen la defensa larga de la Artilleria, a la corta de el Mosquete», que incide en uno de los debates más interesantes del siglo XVI entre los ingenieros españoles y los tratadistas italianos respecto a las dimensiones de la línea de defensa22. Se explica así en Escuela de Palas que «Ay muchas plazas, que tienen los Baluartes FIG. 15 Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página muy buenos, muy capaces, y con muy 169. Libro II, figuras 1, 2 y 3: construcciones irregulares, asimilación a traza regular de emplazamiento irregular y métodos de buenas Espaldas, y Casamatas, fortifireducción de la línea de defensa en fortificaciones italianas del siglo XVI. cadas cosa de 150 años havra, pen-
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sando los que las fortificaron defenderlas con la Artilleria sola. Tales son la mayor parte de las Ciudades grandes de Lombardía, Padua, Verona, Bergamo, Milan, Pavia, y otras muchas de Italia, pero habiendo enseñado la experiencia que la defensa de la Artilleria no es suficiente, ó porque no puede haber tanta en una plaza, que baste para ello, ni tanta gente practica que continuamente la sirva, de precisa necesidad, es menester se defiendan tambien con el Mosquete, y por ello debe reducirse a su defensa…». Curiosamente la figura que Escuela de Palas utiliza para ilustrar esta regularización del espacio irregular y la que utiliza para explicar la reducción de la línea de defensa, juntas en la misma lámina, recuerdan poderosamente al diFIG. 16 Comparativa entre figura irregular reducida a frentes seño que 60 años después desarrollaría regulares (Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 169, Juan Martín Cermeño en el fuerte de fragmento) y planta del Castillo de San Fernando de Figueras diseñada por Juan Martin Cermeño en 1753 (abajo). San Fernando de Figueras adaptándose magistralmente al cerro con un diseño irregular pero simétrico [FIG. 16]. Los últimos capítulos del libro segundo se dedican a todos los elementos necesarios para la guarnición y el asedio de las plazas y de los instrumentos que se utilizan para su diseño; de esta manera nos explica cómo han de ser las plazas y sus partes, almacenes de guerra, los puentes, de las partes necesarias para la marcha de los ejércitos y su modo de actuación, del modo de sitiar las plazas, y describe todos los tipos de ataques según ciudades y terrenos y la manera de llevarlos a cabo en cada una de esas condiciones23.
ECLECTICISMO Y HETERODOXIA EN ESCUELA DE PALAS
Ya hemos visto que la ordenación de las construcciones de otros autores no es casual ni obedece a razón cronológica, sino que sirve para diferenciar las distintas posturas y modos de fortificar. La clave del tratado la encontramos en la Construcción LIV, que se corresponde con la del propio autor de Escuela de Palas. Modestamente, el marqués de Leganés nos dice que «Estava en animo de no poner Construccion del Author, pues à vista de tantas, y tan bizarras, como tengo descritas, y delineadas, que por ser de Hombres tan calificados, y versados en las Mathematicas, y particularmente en la Architectura Militar tanto en su Theorica, como su Practica, no ay que dudar, que se habran desvelado en especular, y hallar nuevas maneras de fortificar proporcionadas al modo de atacar la Plazas
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
del tiempo presente; y dellas podra el Erudito aprender en poco tiempo lo que ellos alcanzaron en mucho». El texto, escrito en tercera persona, como si el autor y el que lo escribe no fueran el mismo, es una clara invitación a que el «erudito» adopte una postura ecléctica, formulando una solución específica basada en el conocimiento de muchas otras soluciones con sus defectos y sus virtudes. Vemos cómo el tratado huye de ser un simple manual que muestre un modelo a seguir por el complejo proceso de aportar muchos modelos contradictorios. Sin embargo está claro que el marqués de Leganés comparte muchos de los considerandos del grupo que hemos llamado heterodoxos y «No obstante por haverlo prometido (presentar su propuesta), y porque no parezca omision, y descuido, antes de pasar a explicar la Fortificacion irregular, y las demas partes que se necesitan, tanto para la defensiva como ofensiva, descrivirè lo más breve que me serà posible la manera, que tiene el Author para delinear, y suputar sus Fortificaciones regulares; el qual antes de enseñarla, haze la siguiente Reflexión…» y presenta entonces una crítica que nace de las objeciones de la escuela austriaca, de Caramuel y de Villegas principalmente24: Casi todos los Authores, que an escrito de Fortificacion, en sus Hypotheses dan conocidos algunos Angulos, y Lineas, por las quales infieren precisamente la cantidad de las otras: y la mayor parte suponen en todas las Figuras regulares sabido el lado del Poligono, la Capital, la Cortina, y la Frente, y les señalan determinadas medidas, observando entre ellas una tal proporcion; y de las demas partes, como son la Linea de Defensa, Flanco, y Media gola, en cada Figura se mudan las medidas; siendo assi que estas son las que havian de ser siempre fixas en todos los Poligonos: pues el Flanco tan capaz deviera de ser de Artilleria, y Tiradores para defender el Baluarte de un Pentagono, como el de un Octagono; La Media gola tanta capacidad à de tener para hazer Cortaduras, y levantar Cavalleros en el Baluarte de un Pentagono, como en el de un Nonagono. La gran Linea de defensa tan larga deviera de ser en el Quadrado, como en el Eptagono, pues con las mismas fuerzas, y armas atacarà el Enemigo una Plaza de ocho Baluartes, que una de quatro ù cinco, y en este absurdo (a mi parecer) no solo incurre Fritach, Dogen, y todos sus sequaces, (que para el Flanco del Quadrado en la Fortificacion Real dan 112 pies, y para el Dodecagono 249, que es mas del doble; sino es tambien los Franceses modernos, como Mallet, y Vauban, pues Mallet dà al Flanco del Quadrado 102 pies, y en el Decagono 161, y Vauban dà 108 pies al Flanco del Quadrado, y 222 en el Dodecagono, y no declaran la razon militar, sino es la del Computo.
Lo que plantea Escuela de Palas es, en el fondo, una revisión completa de los modelos matemáticos proporcionales, una sublevación ante la tiranía de las matemáticas entendidas estas como un modo totalizador del proyecto y no como un instrumento al servicio de un diseño basado en la experiencia y en la realidad de la guerra. Propone en el fondo romper con los modelos teóricos apriorísticos, ortodoxos para las escuelas de matemáticas y fortificación de la época. Los años le darán la razón y las fórmulas trigonométricas dejarán de ser las determinantes del trazado en el siglo siguiente y volveremos a un diseño dibujado geométricamente a partir de medidas comunes aceptadas como válidas para el uso necesario de las partes de la fortificación.
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Pero al igual que ocurre con las obras exteriores, que se incorporan profusamente al tratado pese a que la fortificación española ya las consideraba excesivas, la ruptura con el modelo matemático es solo parcial y, como hemos visto, el marqués de Leganés da el cálculo por logaritmos y por trigonometría de las líneas y los ángulos de su traza. Fija, eso sí, unos parámetros mucho más rigurosos de salida para evitar los errores que denuncia: En mi opinion la Cortina, la Frente, y la Capital, como esten dentro la defensa del mosquete, no importaria tanto, que saliesen algo mayores, ò menores, pues son partes, que no dan tanta Ofensa, y an menester ser defendidas de las otras. Para remediar a este inconveniente, haze primero estos Supuestos. En todas las Figuras quiere la línea de FIG. 17 Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 61. Construcción de Pagan. Defensa ficante CA de 900 pies Geometricos, que es la distancia, que le señala el Author, pues segun la experiencia de los modernos, su alcanze de punta en blanco llega a 1000 pies y algo mas. Supone con esta distancia de 900 pies, que se defenderan muy bien con el Mosquete todas las partes de la fortificacion, sin que puedan maltratar mucho a los Artilleros los tiros de Mosquete de los Enemigos, que se fortificaren en el Espalto.
Señala además que a partir del pentágono el flanco en todos los polígonos sea de 160 pies siendo en el cuadrado de 140 y siendo la media gola siempre de las mismas medidas que el flanco. Estas dos medidas serán fijas porque, como explicaba Cassani al hablar de Escuela de Palas,s el número de defensores y de piezas de artillería debería ser igual en todos los baluartes con independencia del número de lados que tenga el polígono fortificado25. Este sapientisimo autor establece por principio para su fortificacion que las líneas en qualquier polygono deben ser iguales, porque tan capaz ha de ser de defensa el pentagono como el nonagono; luego las líneas del flanco y semigola que defienden qualquiera de las figuras deben ser iguales, para admitir igual numero de defensores y artillería en qualquier polygono, siendo cierto que en aquel en que fueren menores avra menos defensa. Luego para igualar la defensa en todos los polygonos, se deben constituir iguales las líneas.
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Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 87. Construcción de Villegas.
FIG. 18
Escuela de Palas ò sea Curso Mathematico, página 113. Construcción de Caramuel.
FIG. 19
Cuando el propio Cassani asume que existe un modo de fortificar a la española del que Palas sería su ejemplo más significativo, está asumiendo en el fondo, la línea argumental que subyace en el tratado de Escuela de Palas, agrupando junto con el marqués de Leganés las reflexiones, antes que los modelos, de Caramuel, de Enríquez de Villegas y parcialmente de Zepeda, de Medrano y de Morán, en un grupo de autores cuya característica principal en el contexto de finales del siglo XVII será la heterodoxia respecto a los otros modelos y escuelas que tan prolijamente el propio tratado de Escuela de Palas ha descrito.
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NOTAS
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14.
15. 16. 17. 18.
19. 20.
21.
22. 23.
24. 25.
COBOS GUERRA,
2014. Esa sería la nueva interpretación que nace de la coincidencia entre la traza del tratado y la traza real de L’Aquila: COBOS GUERRA, 2016. Que decidió aceptar a su nuevo rey en parte para librarse de la cárcel y en parte por su amistad con Vauban, rescatando de alguna manera la labor de su maestro Medrano para la nueva dinastía. MUÑOZ CORBALÁN, 1993 y 2015. CAPEL SÁEZ, SÁNCHEZ y MONCADA, 1988. TOSCA, 1707. LUCUZE, 1772. ZARAGOZA, J. (1675), Esphera en común celeste y terráquea, Madrid, Juan Martín del Barrio, pp. 42-43; citado por NAVARRO BROTONS, 2005. COBOS GUERRA, 2005. Publicó su Mirifici Logarithmorum Canonis Descriptio en 1614 y fue Henry Briggs quien en 1624 publicó sus tablas de logaritmos en base 10. Ver MANKIEWICZ, 2000, cap. 10. GRANADOS ORTEGA, 2013. SÁNCHEZ PÉREZ, 1935. COBOS GUERRA, 2005. COBOS GUERRA, 2005. «De Gerónimo Cattaneo; Del Capitán Christoval Lechuga; De Pedre Antonio Barca; De Adriano Metio; De Francisco Esarmo; De Matheo Oddi; De Christoval de Roxas; Del P. Bourdin, Pedro Brolini, y Manuel Álvarez; Del P. Jorge Fournier; Del Capitán Pedro Rugero; De Antonio Meurshauser; De Notnaguel; De Carlos Theti; De Gabriel Busca; De Don Diego González de Medinabarba; Del Marqués Annibal Porron; De Dillich; De Mathias Geyger; De Pedro Beker; Del Sargento Mayor Dalmont». Escuela de Palas, tomo II, p. 83. Ver COBOS GUERRA, 2013. COBOS GUERRA, 2013. «Delineacion I. De los Ravellines; Delineacion II. De las Medias lunas; Delineacion III. De las Contraguardias; Delineacion IV. De los Ravellines con flancos; Delineacion V. De los Ravellines dobles; Delineacion VI. De los Ravellines con Contraguardias dobles; Delineacion VII. De las Obras Coronadas; Delineacion VIII. De las Tenazas sencillas; Delineacion IX. De las Tenazas dobles; Delineacion X. De la Cola de Golondrina sencilla, y doble; Delineacion XI. Del Ornabeque; Delineacion XII. De los Ornabeques Coronados; Delineacion XIII. De las Obras exteriores, con Flancos dobles; Delineacion IX. De los Baluartes apartados». Escuela de Palas, tomo II, p. 136. Ver por ejemplo los informes contra los proyectos de Baldovino en 1623, como el «Parecer del marqués de Villafranca de 10 de enero sobre la fortificación de Valencia, Novara, Alexandría y Mortara», donde se aprueba la traza de Valencia «excepto los rebellines o medias lunas que señala que soy de parecer que no los hubiese en esta ni en las demas plazas porque no es cosa en que esta totalmente la defensa dellas y se crece gasto de gente», en COBOS GUERRA y CASTRO FERNÁNDEZ, 2005. «Fortificar los Triangulos Equilateros, y Lineas rectas; Fortificar los Baluartes planos, que se construyen sobre lineas rectas; De los Fuertes de Campaña, y Reductos; Reducir, y conocer los Lados, y Angulos de un Lugar irregular, que sean capaces de fortificarse; De fortificar los Lugares irregulares de lados, y angulos propios, en donde no se puede mudar la figura; De reducir, y fortificar regularmente los lugares irregulares de lados, y angulos propios, quando ay campo de retirarse, ò salirse con la figura; Fortificar los Lugares irregulares de lados impropios, quando no se puede alterar la figura; De fortificar los Lugares irregulares de lados impropios, quando ay terreno para salirse, o entrarse con la figura; De reducir las Plazas, que tienen la defensa larga de la Artillería a la corta del Mosquete; De fortificar los Angulos entrantes de las Plazas irregulares; De fortificar los Lugares irregulares por donde pasa algún Rio; De fortificar las Plazas Maritimas; Fortificar los Lugares circundados de Pantanos, ò que tienen terreno, y caminos baxos en sus cercanías; Fortificar los Lugares mandados de alguna eminencia; Fortificar los Lugares, que están sobre Rocas, ò Montañas». Y su relación con las dimensiones y número de lados de las plantas ideales: COBOS GUERRA, 2014. «De las Puertas, Sortidas, Puentes, Cuerpos de guardias, y otras partes de una Plaza; De los géneros de Estacadas que se plantan en las Plazas; De la Construccion de los almacenes de las municiones de guerra, y viveres, y las que se necesitan en una Plaza de guerra; De la disposicion, y orden de marcha de los Exercitos; De los Puentes, que son menester para la marcha de los Exercitos; Del Acampamento general de los Exercitos; De la manera de sitiar las Plazas, y de las Lineas de Circumvalacion, y Contravalacion; De todos los generos de Ataques, su conocimiento, medidas, y Perfil, según las calidades de los terrenos; Como, y donde se deven empezar, y por donde, y como se deven conducir, y encaminar los Ataques; De la variedad de Lineas con que se guian, y encaminan los Ataques; De los Instrumentos, y Materiales, que se necesitan para el Ataque, y Defensa de las Plazas; De la Defensa de las Plazas; De todos los géneros de Piezas de Artillería antiguas, y modernas; De los Trabucos, ò Morteros; De los Exercicios Militares de la Infantería Española». Sobre las variantes de esta postura heterodoxa ver COBOS GUERRA, 2013. CASSANI, 1705.
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BIBLIOGRAFÍA
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6 Miguel Sánchez Taramas y Benito Bails, dos tratados de ingeniería hidráulica de la España de la Ilustración* DANIEL CRESPO DELGADO Fundación Juanelo Turriano
En 1777, uno de los protagonistas de estas líneas, el matemático Benito Bails, redactó un informe sobre Los veinte y un libros de los Yngenios, y Máquinas de Juanelo para Juan de Santander, bibliotecario mayor de la Biblioteca Real. La intención de Santander era la publicación de esta completa «obra de arquitectura hidráulica». Pero a pesar de su voluntad, los consejos alentadores de Bails y que todavía a principios del siglo XIX el prestigioso erudito Juan Agustín Ceán Bermúdez abogaba por la impresión de este manuscrito, lo cierto es que no se estampó hasta fechas recientes1. Esto no significa que este excepcional tratado de hidráulica atribuido antiguamente al cremonés Juanelo Turriano (h. 1500-1585) no tuviese ninguna presencia en la literatura técnica impresa en España. El arquitecto Teodoro Ardemans, quien sabemos tuvo Los veinte y un libros en su copiosa biblioteca2, lo utilizó en sus publicaciones, en especial en Fluencias de la Tierra, y curso subterráneo de las aguas (1724) [FIG. 1]. Efectivamente, Los veinte y un libros son citados y comentados como autoridad –junto a Alberti, Vitruvio, Rojas y otros tratadistas– desde el capítulo sobre el método de buscar las aguas, al relativo a la construcción de puentes3. Según FIG. 1 TEODORO ARDEMANS, Fluencias de la uno de sus censores, las Fluencias de Ardemans Tierra, y curso subterráneo de las aguas, Madrid, informaban sobre las «reglas para conocer en 1724.
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FIG. 2
Lámina de las Maquinas Hydraulicas de molinos, y herrerias, y gobierno de los arboles y montes de Vizcaya, 1736, de
PEDRO BERNARDO VILLARREAL DE BÉRRIZ.
donde se puedan encontrar las aguas subterráneas, el modo de conducirlas y fábricas de instrumentos para que sin engaño se logre el fin», así como sobre «el modo de fabricar estanques, aljibes, norias y pozos, y puentes y zampeados»4. A pesar de su interés y de recoger en parte un rico legado escrito anterior, las Fluencias no fue la única obra impresa en la España del siglo XVIII que abordó temas hidráulicos, ni siquiera de manera monográfica. A modo de ejemplo, citemos cómo unos años después aparecieron las conocidas Maquinas Hydraulicas de molinos y herrerias, y gobierno de los arboles y montes de Vizcaya (1736) de Villarreal de Bérriz y, algo más tarde, las Conversaciones instructivas, en que se trata de fomentar la agricultura por medio del riego de las tierras (1778) de Francisco Vidal [FIGS. 2 y 3] o las breves Memorias de arquitectura hidraúlica de Luis Chimoni (1781). Sin embargo, estas obras fueron muy distintas por extensión, formato o carácter a las que analizaremos aquí: el Tratado de fortificación, o Arte de construir los Edificios Militares, y Civiles (1769) de Miguel Sánchez Taramas y la Arquitectura Hidráulica (1790) de Benito Bails [FIGS. 4 y 5]. Por contenidos, voluntad globalizadora y modo de exposición, los libros de Sánchez Taramas (1733-1789) y de Bails (1730-1797) pueden considerarse los dos primeros grandes tratados modernos sobre ingeniería hidráulica publiFIG. 3 Ilustración de las Conversaciones instructivas, en que cados en España. De ahí que nos cense trata de fomentar la agricultura por medio del riego de las tierras, 1778, de FRANCISCO VIDAL. tremos en ellos.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
Tanto la obra de Sánchez Taramas como la de Bails presentan la suficiente enjundia como para abordarlas de manera autónoma, y más cuando hasta la fecha han merecido aproximaciones parciales pero no estudios monográficos. Que nos centremos en las dos se debe a que nos permitirán trazar mejor un momento determinante para la ingeniería civil: las décadas anteriores a su institucionalización, marcadas por las luces y las sombras de la Ilustración española. Es sabido que a lo largo del siglo XVIII se vivió un proceso de parcelación, profesionalización e institucionalización de las tareas proyectivas de la edificación. A principios de la centuria se creó el cuerpo de ingenieros militares, del que surgió en 1770 el de Marina; a mediados de siglo, la fundaFIG. 4 MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS, Tración de la Real Academia de Bellas Artes de San tado de fortificación, o Arte de construir los EdiFernando supuso la existencia de una titulación ofificios Militares, y Civiles, Barcelona, 1769. cial y centralizada para ejercer la arquitectura5. A medida que avanzaba el siglo, los maestros no integrados en ninguno de estos cuerpos tendrían un espacio cada vez más reducido para trazar y dirigir la construcción de edificios; también en el caso de las obras públicas6. De hecho, los ingenieros militares y los arquitectos asumieron importantes competencias en el ramo de la ingeniería civil, siendo responsables de destacados y numerosos puentes, calzadas o canales llevados a cabo en la España de las Luces7. En 1799, gracias al impulso de Agustín de Betancourt y reflejo del peso y la consideración que tal disciplina iba adquiriendo en el contexto ilustrado, se creó la Inspección General de Caminos y Canales8. Aunque los ingenieros militares, los de Marina y sobre todo los arquitectos continuasen manteniendo competencias en este ámbito, los ingenieros de la Inspección fueron los primeros en FIG. 5 BENITO BAILS, Elementos de matemática, Madrid, 1790. España cuya labor se predicó de manera exclusiva de los caminos, puentes y canales. Por tanto, los tratados que nos ocupan aparecieron en los años anteriores a la creación de la Inspección de Caminos y Canales, en las décadas previas a la definición autónoma y a la institucionalización de la ingeniería civil en España. Y este particular momento se refleja en las mismas portadas de Sánchez Taramas y de Bails. En ellas se constata que ninguno de los libros está dedicado en exclusividad no ya a la ingeniería civil, ni siquiera a la arquitectura hidráulica, esto es, a las «obras construidas en el agua» según la defini-
LOS TRATADOS DE INGENIERÍA HIDRÁULICA DE MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS Y BENITO BAILS
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ción de Sánchez Taramas. El tratado de este autor, tal y como indica el propio título, versaba en primer lugar sobre fortificación. En cuanto a la «arquitectura hidráulica» de Bails, era un tomo perteneciente a una enciclopedia matemática compuesta por 11 volúmenes, los Elementos de Matemática (1779-1790). También en las portadas se señala que Sánchez Taramas era ingeniero militar y profesor de su escuela, la «Real Academia Militar de Matemáticas establecida en Barcelona», y que Bails era profesor de matemáticas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que financió la obra como manifiesta el escudo de dicha institución que campea en la misma portada. Es decir, nuestras obras se vinculaban con los principales cuerpos e instituciones que antes de la creación de la Inspección General de Caminos y Canales tenían concedidas amplias responsabilidades en las obras públicas.
SÁNCHEZ TARAMAS, EL DISCURSO DE UN INGENIERO MILITAR
Ni siquiera en su título, Sánchez Taramas ocultó que su obra era una traducción de un tratado «escrito en inglés por Juan Muller», en concreto del recientemente impreso A treatise containing the practical part of fortification (1755) del matemático e ingeniero militar alemán afincado en Inglaterra John Muller (1699-1784). Pero era algo más porque se había «aumentado con notas, adiciones y 22 láminas finas». Efectivamente, Sánchez Taramas engrosó –y bastante– el tratado de Muller, siendo fácil detectar sus aportaciones porque las entrecomilló. De este modo, podemos saber que de las 802 páginas (incluidas las 16 del prólogo del autor sin paginar) que componen la edición de Sánchez Taramas, unas 290 páginas –incluidas notas– fueron adiciones suyas, es decir, algo más de un 35 % de la obra. No todo el tratado aumentó del mismo modo. En las dos primeras partes –la primera versó sobre la edificación de muros, arcos y con madera, pp. 1-145; la segunda sobre los materiales de construcción, pp. 146-188– Sánchez Taramas solo incluyó muy puntuales y breves notas. En la tercera parte, «que contiene el modo de trazar una fortaleza sobre el terreno, formar el cálculo y ejecutar las obras» (pp. 189-430) ya se adjuntaron más adiciones, casi 40 páginas en total. Pero fue la cuarta parte, la dedicada precisamente a la ingeniería hidráulica, la que sin duda acaparó los más copiosos aumentos, unas 248 páginas. En el tratado original de Muller, el capítulo relativo a las «obras que se construyen en el agua» era casi un breve apéndice, una adenda al meollo del libro que lo conformaba la parte dedicada a la fortificación. Impreso en un formato similar aunque no igual a la edición de Sánchez Taramas, el libro de Muller llegaba a las 304 páginas, de las que el capítulo sobre arquitectura hidráulica ocupaba solo 54. Por el contrario, Sánchez Taramas engrosó la parte de ingeniería hidráulica de tal modo que llegó a darle mayor extensión que la centrada en la fortificación –356 páginas por 241. Es más, la parte de ingeniería hidráulica se publicó como un tomo por separado, adquiriendo incluso autonomía física. Que en el tratado de Sánchez Taramas se abordase cómo erigir una fortaleza y edificios anexos no debería extrañarnos puesto que, como ya anotamos, él era ingeniero militar y la escribió para su escuela, de la que era profesor9. En su dedicatoria y advertencia ini-
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
FIG. 6
MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS,
Plano de la Plaza, Puerto y Contornos de Tarragona, Archivo Histórico Nacional, Con-
sejos, MPD 85.
ciales reiteró, como a lo largo de todo el libro, que su objetivo era la formación de los estudiantes de la escuela de Barcelona. Pero ¿por qué una obra realizada desde y para la escuela de ingenieros militares trató de temas de ingeniería hidráulica y con tamaña extensión? Lo cierto es que el cuerpo de ingenieros militares emprendió una ambiciosa campaña de publicaciones, aunque los aspectos hidráulicos en ningún otro tratado del periodo tuvieron la extensión que les confirió Sánchez Taramas. Sin embargo, aun siendo original, su opción no fue extravagante. Recordemos de nuevo que desde su creación, el cuerpo de ingenieros militares tuvo competencias en el ramo de obras públicas y participó activamente en la edificación de puentes, puertos y canales. En 1774, cuando se reorganizó este cuerpo de ingenieros en tres secciones, una de ellas se dedicó a caminos, canales, puentes y arquitectura civil10. Sin ir más lejos, quien fuera director de la Academia de Barcelona, el ingeniero Pedro Lucuce, por orden del Consejo de Castilla comisionó en 1777 a Sánchez Taramas, que no solo fue un ingeniero de lección y pupitre, «la formación del proyecto de habilitación del puerto de Tarragona» [FIGS. 6 y 7]11. De hecho, un aspecto muy destacado de su tratado es que recogió esta decisiva participación de los ingenieros militares en la ingeniería civil. Es más, no solo la recogió sino que la reivindicó. El tratado de Muller tiene una indudable vertiente formativa que Sánchez Taramas completó en algunos puntos. Con unos previos conocimientos matemáticos, en esta obra se enseñaba de manera pautada, organizada y clara cómo construir las distintas tipologías militares y civiles abordadas. No solo la palabra, también las ilustraciones que formaron parte del tratado, repletas de cifras que tenían sus precisas correspondencias en las explicaciones del texto, jugaban un papel destacado [FIG. 8]. Por su carácter excepcional en el panorama editorial español, pero también por su valor intrínseco, el tratado de Sánchez Taramas tuvo una notable difusión, y la tuvo más allá del estricto círculo de la ingeniería militar. Gracias a la documentación y al examen de las propias construcciones, sabemos que distintos maestros y arquitectos del siglo XVIII lo utilizaron en sus obras hidráulicas12. Todavía en una fecha tan avanzada como la década de 1830, cuando se habían acumulado
LOS TRATADOS DE INGENIERÍA HIDRÁULICA DE MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS Y BENITO BAILS
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FIG. 7
MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS,
Plano de la Playa y Edificios del Cabo de Salou, Archivo Histórico Nacional, Consejos,
MPD 88.
notables aportaciones sobre la arquitectura de puentes en toda Europa e incluso en España ya asomaban los de hierro13, en la Academia de San Fernando se seguía citando a Sánchez Taramas como autoridad en la edificación de puentes de piedra14. En la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid se conserva un tratado de Sánchez Taramas anotado por Juan López de Peñalver15. Que un personaje del nivel y de la importancia para la ingeniería civil española como Peñalver estudiase y anotase esta obra, resulta revelador de cómo se convirtió en una referencia ineludible para la ingeniería hidráulica de las Luces. No casualmente, él y Bails fueron los autores españoles más destacados en el enciclopédico Tratado sobre el movimiento y aplicaciones de las aguas (1833) de José Mariano Vallejo16.
FIG. 8
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Detalles de la construcción del puente de Molins de Rei. Tratado de fortificación, 1769, de MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS.
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FIG. 9 Diques de carenar en seco y gradas de construcción de navíos del arsenal de Cartagena. Tratado de fortificación, 1769, de MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS.
Pero a pesar de su voluntad formativa –acabamos de ver que ampliamente alcanzada–, las adiciones de Sánchez Taramas a la obra de Muller tuvieron otras motivaciones. En gran medida, sus adendas se centraron en la descripción de obras de envergadura recientemente realizadas en España. Esto se evidencia de manera especial en el tomo sobre ingeniería hidráulica que, subrayémoslo, trató sobre la construcción de puentes de piedra, puertos de mar y canales. En esta parte, Sánchez Taramas defendió la relevancia de dichas infraestructuras para el desarrollo del país y elogió las medidas que los últimos reyes, la recién instaurada dinastía borbónica, habían tomado para su efectivo fomento en España. Resulta clara la pretensión de reivindicar las obras públicas, así como las realizaciones actuales de los ingenieros españoles gracias a la protección de los monarcas. En el capítulo de puertos (pp. 113-184), por ejemplo, anotó la importancia comercial y estratégica de estas infraestructuras y cómo España, por su ubicación, parecía predestinada para hacerse y controlar el mar. Se habían realizado interesantes actuaciones en Barcelona o Málaga pero, según Sánchez Taramas, las más dignas de atención eran las llevadas a cabo en los Reales Arsenales de Ferrol, Cartagena y Cádiz. En estos arsenales se habían erigido en los últimos años numerosas y heterogéneas construcciones como diques, varaderos, muelles, almacenes, etc., tantas que «serían necesarios algunos volúmenes para describir con puntualidad la forma y construcción de todos los edificios que contienen los tres arsenales referidos»17. Aunque recomendó se acometiese dicha descripción, él se centró en los diques de carenar en seco y las gradas de construcción realizadas en Cartagena. Les dedicó cuarenta páginas y tres ilustraciones [FIG. 9]. Tales trabajos podían tener y de hecho tenían un valor formativo, pero es indudable que resultaban obras excepcionales, en absoluto habituales, que comportaban unos problemas y recursos especiales. El propio Sánchez Taramas insistió en distintas ocasiones y con no escondido orgullo en que eran los primeros diques de este tipo realizados en el Mediterráneo, donde
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FIG. 10
Proyecto general del Canal de Castilla. Tratado de fortificación, 1769, de MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS.
habían surgido dudas de si podían hacerse. Por tanto, nuestro ingeniero apostó por centrarse en el modo de construcción de una obra única, dejando de lado muchas otras operaciones más comunes en los puertos que tampoco Muller abordó. En la extensa sección centrada en los canales, esclusas y acueductos (pp. 184-356), Sánchez Taramas llevó a cabo una intensa defensa de las «utilidades de los canales de navegación», que cabe considerar una de las primeras impresas en España de este tipo de obras anheladas por la Ilustración. Todavía bastantes años después y en una publicación de una institución tan significada como la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid se citaba a Sánchez Taramas como autoridad para informarse sobre los beneficios que para el comercio, la industria y la agricultura tendrían tales caminos de agua18. Tras esta defensa, y siguiendo de cerca referencias ineludibles de la literatura hidráulica dieciochesca como la Architecture Hydraulique (1737-1739) de Bernard Forest de Belidor, Sánchez Taramas se refirió a los más conocidos canales de la historia, pretendiendo demostrar que «se han mirado siempre estas obras como objeto digno de los grandes príncipes»19. El más destacado para nuestro ingeniero había sido el Canal Real del Languedoc, del que ensalzó las muchas dificultades que tuvieron que superarse para finalizarlo, la envergadura de sus construcciones y los benéficos efectos que había tenido para su país. Sánchez Taramas, en esta exaltación del canal vecino, no dejaba de sumarse a una tradición ya enjundiosa desde que el canal se finalizó bajo el reinado de Luis XIV. Aunque las obras de ingeniería, desde la Antigüedad, se han instrumentalizado por parte del poder y admirado por los hombres, creo que nunca antes una infraestructura había generado tal respuesta –perseguida en unos casos, espontánea en otras– como el canal ahora conocido como du Midi. La literatura, las imágenes y las estampas producidas en el último tercio del siglo XVII y a lo largo de todo el XVIII sobre este canal son incomparables. Tal fue su prestigio que Sánchez Taramas, nada más acabar el epígrafe que le dedicó, abrió otro donde describió un proyecto de un canal que, según su opinión, una vez concluido sería tan extraordinario y útil como el francés. Por supuesto, era un canal que se iba a realizar en España y gracias a la promoción de sus reyes. Este canal no era otro que el de Castilla. También en este caso proporcionó unas estampas ilustrativas: del puente acueducto de Abánades, uno de los hitos más complejos de la conducción, y un plano del proyecto del propio canal [FIG. 10], que es, con diferencia, la estampa de mayor tamaño del tratado
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FIG. 11
Planta y alzado del puente romano de Alcántara. Tratado de fortificación, 1769, de MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS.
(26 x 75 cm). Este rasgo nos parece igualmente significativo de los intereses propagandísticos e ideológicos presentes en las adiciones del profesor de la escuela de Barcelona. En el capítulo de los puentes de piedra (pp. 2-113), Sánchez Taramas incluyó una aportación excepcional al trazar la considerada primera historia de los puentes en España20. Efectivamente, nuestro ingeniero describió e incluyó varias estampas de puentes españoles, desde los levantados en época prerromana –así consideró el de Martorell– hasta la actualidad [FIG. 11]21. Y como él mismo aclaró, no lo hizo con una mera intención erudita sino para mostrar que en España había numerosos puentes –dijo que más de 700– y entre ellos «había no pocos que cediendo en honor de la Nación su magnífica estructura, ofrecen admiración e instrucción a los más hábiles arquitectos»22. Su objetivo, por tanto, era claramente reivindicativo. No podemos olvidar que una referencia básica del momento como el Traité des ponts (1716) de Gautier, uno de los primeros tratados dedicados monográficamente a esta tipología constructiva, en su primer capítulo se centró en la descripción de los más prestigiosos puentes, en especial de la Antigüedad romana y los franceses [FIG. 12]. El propio Muller se refirió en diversas ocasiones al puente de Westminster [FIG. 13] recientemente erigido por Charles Labeyle y, con grandes elogios, al de Trajano sobre el Danubio23. Con su relación sobre los puentes españoles, Sánchez Taramas contestaba a todo ello creando una equivalencia esFIG. 12 Pont Neuf, París. Traité des ponts, 1716, de H. GAUTIER. pañola de obras de prestigio, su-
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FIG. 13
CANALETTO,
Puente de Westminster, 1747. Yale Center for British Art, Paul Mellon Collection.
brayando que en el propio país, en todas las épocas, se habían levantado puentes tan o más admirables que los erigidos en las demás naciones. Sin embargo, no cabe perder de vista que la culminación del inédito recorrido histórico abordado por Sánchez Taramas fue destacar las últimas medidas tomadas por Fernando VI y Carlos III para la promoción de los caminos en España, y, sobre todo, la descripción del puente de Molins de Rei, finalizado hacía un escaso año y que calificó de «magnífico»,
FIG. 14
MARIANO SÁNCHEZ,
Puente de Molins de Rei, h. 1788. Museo Nacional del Prado.
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merecedor de un «lugar entre los más celebrados de su especie» [FIG. 14]24. De hecho, destinó bastantes páginas, elaborando casi una breve monografía, a analizar con detalle su estructura y modo de construcción, cómo se habían fundamentado sus pilares, realizado sus arcos, erigido sus tajamares, etc., poniéndolo como ejemplo para los posteriores puentes que se fuesen a levantar. Hasta la fecha, en ningún impreso español la construcción de un puente concreto había ocupado tantas páginas y merecido tantas estampas [FIG. 8]. Sabemos que el puente de Molins de Rei fue trazado por un ingeniero militar, Pedro Martín Cermeño25. No fue un ingeniero cualquiera puesto que llegó a ocupar los más altos cargos en el cuerpo; es más, Pedro era hijo de Juan Martín Cermeño, nada más y nada menos que el Ingeniero General de Su Majestad en la fecha de publicación del Tratado de Sánchez Taramas. Por ello, nuestro autor publicó al inicio de su libro una carta de Juan Martín aprobando el contenido de la obra. Sin embargo, más allá, permítasenos la expresión, de ponderar «al hijo del jefe», lo cierto es que en todas las construcciones descritas, como los diques de Cartagena o el canal de Castilla, destacó el papel jugado por los ingenieros militares. No ocultó la contribución que en ellas habían tenido marinos como Jorge Juan o Antonio de Ulloa, pero ni mucho menos olvidó las aportaciones decisivas en su proyección o construcción de ingenieros militares como Sebastián Feringán o Fernando de Ulloa. De hecho, a lo largo de su tratado citó otras infraestructuras de interés protagonizadas de igual modo por ingenieros militares. Por tanto, no solo vindicó las obras españolas del pasado, las consecuciones actuales de la ingeniería, las medidas emprendidas por los últimos monarcas, sino también el papel clave desempeñado por un cuerpo concreto, el de los ingenieros militares, responsables a su entender de infraestructuras modélicas que estaban consiguiendo la modernización y puesta a punto del país. Lo dejamos para otro momento por la falta de espacio, pero es muy revelador reconstruir la trama de colaboradores que Sánchez Taramas utilizó –y afortunadamente citó– para describir con la rigurosidad con la que lo hizo, tantas y tan diversas construcciones dispersas por toda la geografía española, de Extremadura a Barcelona pasando por Castilla y Levante. Revela que contó con un amplio ramillete de colaboradores y, además, de alta posición. Esto a su vez nos permite deducir que Sánchez Taramas gozó de la protección de poderosas figuras del Ejército y del cuerpo de ingenieros, puesto que si no hubiese sido así no hubiese tenido, un mero profesor de la escuela de Barcelona, las colaboraciones que tuvo. Él respondió con una obra que ensalzaba a dicho cuerpo, haciendo gala de un marcado carácter corporativo. La documentación manifiesta que los costes de impresión de su tratado –que serían considerables por la extensión y por el número y calidad de las estampas– fue «costeada por el Rey» y que los beneficios de su venta fueron para la escuela de Barcelona. De hecho, en 1776 solicitó se le diesen la mitad de los ejemplares que todavía estaban a la venta, incidiendo en que cuando se publicó no se la había concedido «siquiera un competente número de ejemplares». Esto no quiere decir que Sánchez Taramas no obtuviese ninguna recompensa. Todo lo contrario. Al año siguiente de la publicación del tratado, por esta misma razón, se le ascendió de capitán a teniente coronel de infantería26. Es más, en algunas de las reclamaciones y peticiones que hizo en los años siguientes arguyó su libro como mérito27. El libro, por consiguiente, tuvo una utilidad para los jóvenes pupilos de la escuela de Barcelona, para todos aquellos interesados en la ingeniería hidráulica, para el poder, para el cuerpo de ingenieros militares, pero también para el propio autor.
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UN LIBRO DE INGENIERÍA DE LA ACADEMIA DE SAN FERNANDO
El catalán Benito Bails fue nombrado profesor de matemáticas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1768. En 1779, para la enseñanza de la Academia y para cubrir un vacío bibliográfico en la literatura española, inició la publicación de los 11 volúmenes que acabaron conformando sus Elementos de Matemática (1779-1790). Este enciclopédico compendio de saber matemático, de gran difusión e importancia en la España de la Ilustración, incluyó dos tomos dedicados a la arquitectura. Uno de ellos, aparecido en 1783, trató sobre la arquitectura civil, «enseñando como se edifican ciudades, templos, teatros, hospitales, palacios, casas, etc.»28. El segundo, editado ya en 1790, fue precisamente el que versó sobre arquitectura hidráulica, esto es, sobre las «obras acuáticas» [FIG. 5]. Cabría recordar que fue la Academia de San Fernando la que promovió, financió y vendió los Elementos. Que de esta colección formase parte un tomo que abordase la arquitectura, no debiera extrañarnos puesto que uno de los objetivos principales de la Academia fue la definición de una gramática arquitectónica que imponer en el país a través de su enseñanza y del control de la edificación. No obstante, cabría preguntarse de nuevo por qué se interesó también por la ingeniería hidráulica. La razón es simple: la hidráulica se consideraba una parte de la arquitectura y, por tanto, caía bajo su responsabilidad. Y esto no solo era una definición teórica sino que, a partir de los años 80, la Academia asumió las competencias de revisión de los proyectos de obras públicas financiadas con los propios y arbitrios de las poblaciones españolas. Esto hizo que a la comisión de arquitectura de la Academia llegasen para su aprobación, desde el Consejo de Castilla, cientos de proyectos de puentes, acueductos, presas o acequias29. La documentación inédita sobre la arquitectura hidráulica de Bails es notable. Aquí solo daremos unas breves pinceladas a la espera de una oportunidad más adecuada para
Venta de la Arquitectura Hidráulica de Bails
Fuente: Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Agradezco la ayuda de Covadonga ÁlvarezQuiñones en la realización de esta tabla.
FIG. 15
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desarrollar con detalle la conformación y proyección de este tratado. Entre otros aspectos, conocemos con precisión las ventas anuales de este voluminoso libro, cuyo precio era de 51 reales [FIG. 15]30. Sin entrar en su análisis, digamos que se vendió menos que otros tomos de los Elementos, por ejemplo que el de arquitectura civil, que gozó incluso de una segunda edición en 1796. No obstante, su salida fue notable si la comparamos con las ventas de este tipo de libro en la España de la Ilustración y, más concretamente, con otras publicaciones de la Academia31. El esquema de la evolución de su venta es el habitual: gran número de ejemplares comprados en los primeros años, estabilización en los siguientes y descenso pronunciado en el atribulado periodo de 1808-1812. Que de los 1.500 ejemplares tirados, más de la mitad ya se hubiesen vendido en 1802 revela su éxito. La propia documentación desvela que muchos compraron el juego completo de los Elementos. Al ser una obra de referencia en la España de las Luces para el conocimiento matemático, quienes acabaron adquiriendo la Arquitectura hidráulica fueron muy variados. Sin embargo, todos los tomos también se vendieron por separado y que duda cabe que quienes se hicieron específicamente con nuestro volumen fueron ante todo arquitectos y profesionales de la construcción. Su información sobre cómo fundamentar obras hidráulicas, intervenir en los ríos, construir esclusas en canales o desaguar pantanos, tenía un público objetivo bien definido. Sin ir más lejos, uno de los ejemplares de esta obra conservado en la biblioteca de la Fundación Juanelo Turriano32 perteneció a Pedro Serra Bosch, teniente coronel de los Reales Ejércitos, arquitecto de la Real Hacienda y socio de mérito de la Academia de San Carlos de Valencia. En 1823, Serra publicó la traducción de Ignacio March del Arte de saber ver en las bellas artes del diseño de Francesco Milizia, junto a su propia traducción de un tratado de las sombras y de la distribución de casetones en todo género de arcos y bóvedas, del arquitecto Antonio Ginesi. En la Academia de San Fernando se conserva una memoria de Serra de 1830, titulada De la conducción de aguas a las fuentes: construcción de acueductos, pozos, cisternas y estanques, donde, entre otras autoridades, cita a Sánchez Taramas y a Belidor33. Como Bails se encargó de advertir en sus trabajos y la erudición moderna ha demostrado34, tanto sus enciclopédicos Elementos como sus Principios de Matemática (1776) –un compendio en tres breves tomos de los Elementos– eran producto de capítulos y fragmentos tomados de otras obras: «cuanto publicamos es ajeno y no hay en nuestros escritos nada nuestro sino es la coordinación y las equivocaciones»35. También su ingeniería hidráulica fue compuesta a partir de la traducción de libros extranjeros y, lo subrayó, modernos: «…he proseguido componiendo todos sus tratados de extractores de las obras mejores y más modernas, cuya publicación, poniendo yo toda la posible diligencia para saberla, llegase a mi FIG. 16 BERNARD FOREST DE BELIDOR, Architecture Hydraulique, 1737-1739. noticia»36. Como hiciere en los
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Distintas máquinas para extraer agua, en Architecture Hydraulique, 1737-1739, de B. F. BELIDOR.
FIG. 17
Máquinas para agotar agua, en Arquitectura Hidráulica, 1790, de BENITO BAILS.
FIG. 18
otros tomos y estudiosos de referencia como Pedro Navascués han subrayado, Bails no siempre citó sus fuentes, como por otra parte era común en la época. En todo caso, esta tarea de traducción resultaba compleja y un factor determinante en la conformación de la tratadística dieciochesca europea37. Aunque no sea este el momento de hacer una relación detallada de qué tratados manejó para componer el tomo que nos ocupa, señalemos que la ya citada Architecture Hydraulique de Belidor fue una de sus principales referencias. Incluso resulta evidente que una buena parte de las estampas del libro de Bails se copiaron de esta autoridad francesa [FIGS. 16-18]. Gracias a la conservación del inventario de la enjundiosa biblioteca de Bails, constatamos que poseía muchas de las obras –entre otras, por supuesto, la de Belidor– utilizadas para su tratado38. Sin embargo, Bails no solo echó mano del rico material bibliográfico del que disponía en su biblioteca. Sabemos que solicitó a la Academia de San Fernando que comprase la Description des projets et de la construction des ponts de Jean-Rodolphe Perronet (1783) [FIG. 19]. Así lo hizo la Academia, conservándose incluso referencia al elevado desembolso que tuvo que hacer para traer desde París un tratado espectacular desde un punto de vista editorial, pero no menos revolucionario en cuanto a sus contenidos39. De hecho, el ejemplar de Perronet conservado hoy en día en la Academia de San Fernando es el que utilizó Bails. En una de las estampas, la LII del tomo II, y en su explicación, aparecen unas rectificaciones manuscritas que luego vemos trasladadas a la Arquitectura Hidráulica de Bails [FIG. 20]. No hay duda, por FIG. 19 Description des projets et de la constanto, de que tales anotaciones se deben a nuestro truction des ponts, 1783, de JEAN-RODOLPHE matemático. PERRONET.
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Puente-acueducto de un canal y mecanismo para apertura de una compuerta de una esclusa. Arquitectura Hidráulica, 1790, de BENITO BAILS.
FIG. 20
Puede sorprender que Bails utilizase a Perronet no para hablar de puentes, un aspecto en el que el ingeniero francés aportó grandes novedades40, sino a la hora de abordar la construcción de canales y de sus exclusas [FIGS. 21 y 22]. Recordemos que tal y como indicaba su propio título, en el segundo volumen de su obra Perronet trató «du projet du canal de Bourgogne… et celui de la conduite des eaux de l’Yvette et de Bièvre à Paris». Lo cierto es que este particular interés de Bails resulta lógico porque su obra se centró sobre todo en los canales de navegación (pp. 187-373), que fue la tipología ingenieril protagonista de su libro. A diferencia de Sánchez Taramas, no trató ni sobre puertos ni sobre puentes, si bien los consideró obras características de la arquitectura hidráulica41. Esta focalización en los canales de navegación no fue azarosa. En el prólogo realizó una encendida defensa de sus utilidades para promover el fomento de la nación. Trans-
Planta y elevación de una exclusa de un canal. Description des projets et de la construction des ponts, 1783, de JEAN-RODOLPHE PERRONET. FIG. 21
Planta y elevación de una exclusa de un canal. Arquitectura Hidráulica, 1790, de BENITO BAILS.
FIG. 22
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cribamos sus palabras: «la necesidad cada día más urgente de estas obras [refiriéndose a los canales], su trascendental beneficio a todas las provincias del reino, la solicitud, los auxilios con que promueve el gobierno fueron nuevos estímulos que avivaron no poco mi genial eficacia»42. La referencia al gobierno y a tales «nuevos estímulos» es importante. En su correspondencia privada, Bails señaló que su publicación despertaría gran interés porque abordaba un tema de actualidad: «será no poco cebo, por ser, sobre de mucha importancia, todos muy del día los asuntos que incluye, siendo el último los canales de navegación»43. No se equivocaba puesto que en esos años se estaba intentando dar un impulso a los canales, algunos de los cuales no se habían concretado o no habían avanzado en las últimas décadas según lo esperado44. De hecho, la fecha de publicación del libro de Bails, 1790, resultaría clave puesto que fue cuando se pudieron dar por finalizadas las obras del primer tramo del canal de Aragón con la conclusión de la presa de El Bocal. Algo que por supuesto no pasó desapercibido a nuestro matemático, quien incluyó un encendido elogio de Ramón Pignatelli, director de las obras, tildándolo de esforzado y modélico patriota, así como del conde de Floridablanca, primer ministro a quien le atribuyó responsabilidad del revitalizamiento de este decisivo ramo para el desarrollo del país45. En la Arquitectura Hidráulica, Bails incluyó una amplia descripción del canal du Midi a partir del libro Des canaux de navigation, et spécialment du canal de Languedoc (1778) de Jérôme Lalande [FIGS. 23 y 24]46. Según Bails, los obstáculos enfrentados y las soluciones halladas hacían de esta conducción un magnífico ejemplo de cómo abordar este tipo de obras, convirtiendo a dicha descripción en «doctrina que no podía menos de confirmar o ilustrar muchos puntos de teórica»47. Confesó que tras ella su intención había sido publicar la historia del canal de Aragón. Sin embargo, cómo en España se habían iniciado «otras obras del mismo género», decidió «hablar de todas» en un próximo tomo que conformaría la segunda parte de la Arquitectura Hidráulica48. En el tomo aparecido en 1790 sólo abordó al final del mismo (pp. 401-418) unas reflexiones genéricas sobre la navegación interior de España, abogando por la necesidad de definir un plan general de actuación. Destaquemos que transcribió como precedente y posible punto de partida la propuesta que en este sentido hizo el ingeniero Juan Bautista Antonelli en época de Felipe II49. En el tratado de Bails, la historia y el pasado también proporcionaban un argumento de validación de lo anhelado para el presente.
FIG. 23 Planta y elevación de la exclusa de Fonsérannes en el canal del Languedoc. Des canaux de navigation, et spécialment du canal de Languedoc, 1778, de JÉRÔME LALANDE.
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FIG. 24
Planta y elevación de la exclusa de Fonseránnes en el canal del Languedoc. Arquitectura Hidráulica,1790, de BE-
NITO BAILS.
Sea como fuere, esa segunda parte prometida por Bails nunca llegó a publicarse. Tras la aparición de la Arquitectura Hidráulica, en 1791 Bails fue procesado y encarcelado por la Inquisición50. Finalmente repuesto a su vivienda y empleo en 1793, Bails pudo trabajar poco tiempo antes de que la vejez y la enfermedad lo venciese. Sin embargo, sabemos que empezó a trabajar en esa segunda parte puesto que sus familiares, tras el fallecimiento del matemático en 1797, presentaron a la Academia los apuntes que había llegado a escribir. Estos apuntes, según informe de la propia Academia, versaban sobre «la navegación interior del reino en particular, y por tanto se habla en ellos de las obras hidráulicas de Lorca, del canal de Tauste, de la Acequia Imperial de Aragón, de un proyecto de hacer navegable el Guadalquivir, etc.». Del mismo modo, se habían realizado 24 láminas para esta segunda parte que «demuestran los referidos canales de navegación, arcos de puentes, construcción de sus cimbras, emparrillados de los estribos y cepas, máquinas funiculares para subir las dovelas de los arcos, bombas para los desagües, etc. Algunas de estas láminas están tomadas según he visto, de la obra de Mr. Perronet sobre puentes construidos en Francia»51. Parecería que en esta lamentablemente frustrada segunda parte también se trataría sobre los puentes, teniendo a Perronet como referencia. La documentación revela «la insinuación» que se le hizo a Bails –no detalla por parte de quién pero no hay duda de que por parte de las autoridades académicas y gubernamentales– «de dar con brevedad» la primera parte de la arquitectura hidráulica. El mismísimo conde de Floridablanca le prometió proporcionarle los materiales que necesitase sobre el canal de Aragón y las otras conducciones españolas, llegando incluso a comprometerse a abonarle la ejecución de los «dibujos y láminas» pertinentes52. Por tanto, resulta claro que el interés prioritario de Bails por los canales de navegación estuvo condicionado por la voluntad del poder en promocionar ciertas obras y, por extensión, por promocionarse. De hecho, aun no apareciendo la segunda parte de la hidráulica de Bails, el poder no renunció a publicitar lo que consideró o vio que podía presentar como éxitos suyos.
LOS TRATADOS DE INGENIERÍA HIDRÁULICA DE MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS Y BENITO BAILS
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Así, en 1796, se publicó la suntuosa Descripción de los canales Imperial de Aragón i Real de Tauste, uno de los libros mejor editados en la España de la Ilustración [FIGS. 25 y 26]53. Esta fastuosa y voluminosa obra, repleta de finos grabados, impresa en un papel y con una tipografía de primera calidad, imitaba libros extranjeros, sobre todo los franceses que describían el canal del Languedoc. Fue un libro que, tanto en el formato como en el contenido, siguió y se asemejó a otros libros que también quisieron convertir una obra pública –en este caso lo realizado en el canal de Aragón– en un monumento de prestigio. Todo ello, como las obras de Sánchez Taramas y Bails, revela que la ingeniería civil se había y se estaba redefiniendo bajo la luz de la Ilustración. Podía no haberse llegado a su definición autónoma y a su institucionalización, pero que se publicasen dos amplios tratados testimonia el creciente interés y preocupaFIG. 25 Descripción de los canales Impeción por estas materias. No importa que estos dos lirial de Aragón i Real de Tauste, 1796. bros tratasen también de otras materias, porque como hemos comprobado la parte relativa a temas de construcción hidráulica tuvo entidad física y conceptual tanto en el caso de Sánchez Taramas como en el de Bails. Fueron obras realizadas y paridas en el seno de las principales instituciones y cuerpos vinculados a la edificación de la época, los ingenieros militares y los arquitectos académicos, que habían sido creados recientemente y gozaban de la protección gubernamental. Es más, en ambos casos hemos detectado que el poder, o algunos de sus resortes, intervino o al menos condicionó la dirección que tomaron estos tratados y, de manera especial, en el ramo de la ingeniería hidráulica. Esto pone de manifiesto que estas obras habían pasado a considerarse un aspecto importante de una nación, que no podía quedar olvidado o al margen de las preocupaciones de las autoridades. Las condiciones, al menos contextuales, para la creación de la Inspección General de Caminos y Canales, de un cuerpo específico que definiría un nuevo ámbito de la construcción, estaban dadas.
FIG. 26
Acueducto del río Jalón en el canal de Aragón. Descripción de los canales Imperial de Aragón i Real de Tauste, 1796.
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NOTAS
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1. 2. 3.
4. 5. 6. 7. 8. 9.
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Este trabajo se ha desarrollado en el seno del proyecto de investigación titulado: El patrimonio histórico de Agustín de Betancourt: estudio integral de las aportaciones a la ingeniería civil desde la ingeniería gráfica para su puesta en valor y difusión (HAR2015-63503-P) financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (MINECO), dentro del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, en el marco del Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación 2013-2016, y por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER). El informe de Bails apareció trascrito y con un breve comentario a cargo de Ceán Bermúdez en: LLAGUNO y CEÁN, 1829, t. II, pp. 250-258. BLASCO, 1994 y 1996-1997. Beatriz Blasco es también la autora de los estudios de referencia sobre la trayectoria de Ardemans: BLASCO, 1991 y 2013. Sobre el uso y citas por parte de Ardemans del manuscrito de Los Veintiún Libros, ver GARCÍA TAPIA, 1997, pp. 221 y ss. En este trabajo también se hace referencia al ingreso de dicho manuscrito en la Biblioteca Real en 1771 (p. 233). El Colegio de Ingenieros de Caminos y Turner publicaron Los Veintiún Libros en 1983; la Fundación Juanelo Turriano financió una edición facsimilar con su transcripción y su traducción al inglés aparecida en 1996. ARDEMANS, 1724, Aprobación de Gabriel Valenciano, s.p. SILVA, 2005; BÉDAT, 1989. Abordamos este fenómeno a partir de un caso concreto en CRESPO, 2013. NÓVOA, 2005; SÁENZ, 2014; ROMERO, 2014. SÁENZ, 2012. Según consta en su expediente personal, «estudió las matemáticas en la Academia de Barcelona» y en enero de 1764 se le nombró «ayudante de la citada Real Academia». Habiendo entrado en el Ejército en 1749 como cadete del Regimiento de Infantería de Soria, estudió en la Academia barcelonesa desde agosto de 1751 hasta septiembre de 1754. Tras su salida de la Academia ingresó en el cuerpo de ingenieros con el empleo de ingeniero delineador y fue destinado a Sevilla, donde participó ante todo en las obras de la fábrica de tabaco y de la casa de la Moneda. Su superior en Sevilla, Sebastián Van der Borcht, destacó el buen servicio de Sánchez Taramas en sus ausencias y «su aplicación a las matemáticas y física experimental». Sánchez Taramas, arguyendo motivos de salud, solicitó en septiembre de 1763 un destino en el Levante, «principalmente en Barcelona» si lo consideraba «capaz de desempeñar el encargo de profesor en aquella Real Academia, pues tengo entendido hay en el día dos plazas que proveer, y mi amor a la ciencia me inclina naturalmente a los estudios». Su nombramiento como profesor de la Academia de Barcelona se produciría el 11 de octubre de 1763, si bien no pudo trasladarse hasta algo más adelante a la ciudad condal pues su mujer se hallaba a punto de dar a luz. En una carta de 1763, firmada en Sevilla, se refiere a su «satisfacción de mi deseado destino en la escuela de Matemáticas de Barcelona». En febrero de 1764, firmó una carta en Barcelona donde pidió el ascenso de teniente a capitán. Según testimonio de Pedro Lucuce, director en esos años de la Academia, Sánchez Taramas estaba «destinado a la dirección de la clase de dibujo». En 1779, solicitó se le concediese en propiedad la dirección de la Academia que desde el 15 de junio (tras la muerte de Pedro de Lucuce) ocupaba de modo interino. En 1782 estuvo en el sitio de Gibraltar pero se reincorporó a la Academia al año siguiente. No se le nombró su director hasta mayo de 1784, ocupando este cargo hasta su fallecimiento en 1789. Archivo General Militar de Segovia (en adelante AGMS), 1ª-135T-exp.0. En este mismo expediente se aclara que nuestro ingeniero nació en Ceuta el 29 de marzo de 1733 y falleció en Barcelona a finales de 1789. CAPEL, SÁNCHEZ, MONCADA, 1988. AGMS, 1ª-135T-exp.0; AHN, Consejos, leg. 1170-1. Si bien creemos que los planos de Sánchez Taramas sobre el puerto de Tarragona –algunos de los cuales reproducimos aquí– son inéditos, sí se conocía su proyecto de 1777, que no llegó a ponerse en práctica. SÁNCHEZ REAL, 1995; ESCODA, 2002, pp. 54-55. Un caso conocido es el del polémico maestro de obras Martínez de Lara y el uso del tratado de Taramas en sus obras hidráulicas de Lorca. ESPÍN, 1925. LUJÁN, 2015. Véanse algunas de las memorias de esos años sobre temas hidráulicos presentadas para la obtención del grado de académico de mérito. La edición de Muller de Sánchez Taramas se cita de manera recurrente. Por ejemplo en: Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (en adelante ARABASF), ANTONIO VICENTE, Tratado de puentes, 1830, sign. 310-30/3, o ARABASF, INOCENCIO LADRÓN DE GUEVARA, Disertación sobre la construcción de un puente en que la abundancia y velocidad de las aguas no facilita se pueda construir por el método común, 1837, sign. 313-16/3. SÁNCHEZ LÁZARO, 2001. VALLEJO, 1833, t. I, pp. 481-486. MULLER, 1769, t. II, p. 140. Memorias, 1780, p. 311. MULLER, 1769, t. II, p. 226. Inmaculada Aguilar contextualiza este hito historiográfico en su ineludible estudio AGUILAR, 2012, pp. 91-98. Para la atribución a las huestes de Aníbal del puente de Martorell en el siglo XVIII y su restauración en 1768 a cargo del ingeniero militar Juan Martín Cermeño, quien también subrayó este antiguo origen en la lápida conmemorativa de su intervención, véase CRESPO, 2014c. MULLER, 1769, t. II, p. 57. MULLER, 1769, t. II, pp. 55-56. MULLER, 1769, t. II, p. 74. CRESPO, 2014b.
LOS TRATADOS DE INGENIERÍA HIDRÁULICA DE MIGUEL SÁNCHEZ TARAMAS Y BENITO BAILS
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26. Era ingeniero ordinario desde diciembre de 1768, no pasado a ingeniero segundo hasta agosto de 1779. 27. Todos los datos anteriores se extraen de AGMS, 1ª-135T-exp.0. En cuanto a la venta de su tratado, este expediente contiene
28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53.
un par de referencias, si bien no del todo fiables porque fueron hechas por el propio Sánchez Taramas. En una, donde solicitaba un ascenso por su antigüedad y méritos, calificó su tratado como «extraordinario y laborioso trabajo que ciertamente ha producido la utilidad que se esperaba en la instrucción de los ingenieros jóvenes». Cuando pidió la mitad de la edición en 1776 para venderlo él directamente, se refirió a la «suma lentitud con que se despachaban» en la Academia. BAILS, 1783, p. 1. La arquitectura civil cuenta con una extraordinaria edición crítica que sirvió, además, para relanzar el interés de Bails en la cultura artística española del siglo XVIII: NAVASCUÉS, 1983. GARCÍA MELERO, 1996; CRESPO, 2013. Los datos los extraemos de los libros de cuentas de la Academia de San Fernando del periodo 1790-1820. ARABASF, Libros de cuentas, 1790, 3/232-260. CRESPO, 2007 y 2016. Biblioteca de la Fundación Juanelo Turriano, sign. 4ANT/59bis. ARABASF, PEDRO SERRA Y BOSCH, De la conducción de aguas a las fuentes: construcción de acueductos, pozos, cisternas y estanques, 1830, sign. 313-15/3. Véase especialmente el minucioso análisis de NAVASCUÉS, 1983. BAILS, 1776, p. 3. BAILS, 1790, p. VIII. NAVASCUÉS, 1983. ARIAS, 2002, p. 89. El coste fue altísimo, ascendiendo a 768 reales (628 reales el libro, el transporte desde París hasta Bayona 100 reales, y desde Bayona a Madrid 40). ARABASF, Libros de cuentas, 1784, 3/226, pp. 10 y 22. LEÓN y BAUDER, 1999; PERRONET, 2005. BAILS, 1790, p. 1. BAILS, 1790, p. III. ARABASF, Publicaciones 1761-1791, sign. 1-26-1. PÉREZ SARRIÓN, 2005; ESTRADA y ROMERO, 2014. BAILS, 1790, pp. V-VI. Este tratado también se encontraba en su biblioteca. ARIAS, 2002, p. 88. BAILS, 1790, p. IV. BAILS, 1790, p. VI. Se abordó la figura de Antonelli en un anterior curso de este ciclo. TORRE, 2014. Bails fue detenido el 3 de febrero de 1791 y si bien en noviembre, por motivos de salud, se le autorizó a volver a su casa, en febrero de 1792 una real orden lo desterró a Granada. No se le indultó hasta enero de 1793. BÉDAT, 1968. ARABASF. Publicaciones 1815-1852, sign. 1-25-5. ARABASF. Publicaciones 1790-1826, sign. 1-26-5. CRESPO, 2014a y 2015.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
7 Las imágenes y los tratados de ingeniería como fuentes de información para la reconstrucción del Real Ingenio de la Moneda de Segovia JOSÉ Mª IZAGA REINER Ingeniero Industrial
La Casa de Moneda de Segovia, también conocida como Real Ingenio de la Moneda, fue una importante fábrica de acuñar moneda construida entre 1583 y 1588 por encargo del rey Felipe II. Se instaló con la tecnología más avanzada de la época en un edificio diseñado específicamente por el arquitecto Juan de Herrera. En su tiempo fue modelo para la mecanización de las demás cecas españolas. Hasta mediados del siglo XVI la fabricación de monedas se realizaba por métodos artesanales utilizando la fuerza del hombre; el grabado se acuñaba sobre ellas con un golpe de martillo manual sobre un cuño. Todo ello originaba monedas no homogéneas y de baja calidad. En la época mencionada se desarrollaron en el sur de Alemania ingenios que permitían acuñar muchas monedas de grosor y diámetro iguales, y con un grabado de buena calidad. Se sustituyó una labor artesanal por otra mecanizada. Con objeto de mejorar la imagen e incrementar la capacidad de acuñación, Felipe II solicitó al archiduque del Tirol la venta de varios ingenios de laminar y acuñar monedas y se decidió instalar una nueva casa de moneda en Segovia. En octubre de 1583 el arquitecto Juan de Herrera diseñó un conjunto de edificios específicamente concebidos para albergar la nueva fabricación. Los ingenios estarían accionados por la fuerza del agua utilizando ruedas hidráulicas de eje horizontal. En 1592, en la Casa de Moneda de Segovia llegó a haber un máximo de quince ruedas que movían cinco ingenios de laminar metales, dos de acuñar, un martillo de forja, un fuelle, dos tornos y cuatro ingenios para laminar y acuñar oro. El conjunto estaba accionado por las aguas del río Eresma, que se conducían a las ruedas por un sistema de canales.
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Esta ceca se mantuvo activa hasta 1868. Se han conservado casi la totalidad de los edificios, así como la presa y el canal de piedra construido en 1771, pero no el inicial de madera construido en el siglo XVI. No ha llegado hasta nuestros días ningún resto de los ingenios ni de las ruedas hidráulicas. Desde el año 2007 al 2011 se ha procedido a la rehabilitación de los edificios y del sistema hidráulico con objeto de convertirla en Museo de la Tecnología de Acuñación de Monedas. Entre la última fecha y 2014 se han reconstruido varios ingenios. La Fundación Juanelo Turriano financió la la investigación y la reconstrucción de cuatro ruedas hidráulicas que se encuentran en funcionamiento movidas por el agua del río Eresma, así como la de uno de los ingenios de laminar y acuñar moneda, fiel muestra de los que existieron. El Ayuntamiento de Segovia ha reconstruido los tres ingenios de la herrería que se encuentran en funcionamiento movidos por las mencionadas ruedas. El proyecto de los canales, ruedas hidráulicas e ingenios fue realizado por Jorge Soler y este autor, y completa el trabajo titulado El Real Ingenio de la Moneda de Segovia. Maravilla Tecnológica del siglo XVI (Murray, Izaga y Soler, 2006).
LAS INFORMACIONES DISPONIBLES
Se conservan documentos en los archivos de Simancas, Histórico Nacional y de Palacio, con testimonios de forma parcelada, no existiendo una descripción completa del ingenio. Respecto a la documentación gráfica propia de la Casa, se ha contado con tres planos: 1678, 1770 y 1867. Un plano de la ceca de Cuenca fechado en 1664, construida según el modelo de la de Segovia, ha aportado amplia información. Quedaban muchos aspectos sin determinar necesarios para la reconstrucción de unos ingenios que debía moverse y fue preciso documentarse y conocer la tecnología de los siglos XVI y XVIII. La del primero pues es el de la instalación del ingenio, y la del segundo por ser cuando se modificaron los procesos de elaboración con nueva maquinaria y cambios en el sistema hidráulico.
FIG. 1 JOSÉ DE VALLEJO Y VIVANCO,
plano de la Casa de Moneda de Segovia, 1678. Archivo General de Simancas, MPD, XL-37.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
FIG. 2 FRANCISCO SABATINI, plano de la Casa de Moneda de Segovia, 1770. Archivo Histórico Nacional, Fondos Contemp, Mº Hacienda, FNMT, leg. 7888, exp. 16 (plano 52 del Catálogo del Archivo de la Casa Moneda de Madrid).
Para ello se recurrió a las imágenes y tratados de ingeniería del periodo citado. Los más utilizados fueron: – Los Veintiún Libros de los Ingenios y las Máquinas. De mediados del XVI, y autor no identificado con certeza, escrito en castellano. Primer tratado conocido de ingeniería hidráulica, describe la forma de los artefactos pero no aporta criterios que permitan dimensionarlos. – El Manuscrito de Francisco Lobato, que trata de obras y máquinas hidráulicas, de carácter personal, fue escrito entre 1547 a 1585, pocos años antes de la construcción del ingenio de Segovia. Es una importante muestra de estos conocimientos en Castilla en el siglo XVI. Puede encontrarse en la edición de García Tapia y GarcíaDiego, 1990. – De Re Metallica. Editado en latín en 1556 en Basilea. Autor, Georgius Agricola. Tratado de minería y metalurgia centroeuropea con numerosas imágenes incluidos ingenios hidráulicos. Al igual que el anterior no da dimensiones. Existen traducciones. – Le Diverse et artificiose machine del capitano Agostino Ramelli dal Ponte della Tresia. Publicado en italiano, en París, en 1588. Con numerosas figuras de máquinas, muchas de ellas idealizadas, útil en cuanto a los mecanismos menores. – De la Pirotechnia. Editado en Italia en 1540, autor Vanoccio Biringuccio. Trata de la minería y metalurgia de los metales, con algunos dibujos de ingenios. – Máquinas Hidráulicas de Molinos y Herrerías y Gobierno de los Árboles y Montes de Vizcaya. Editado en 1736, autor Pedro Bernardo Villarreal de Bérriz. Se exponen los resultados de las experimentaciones realizadas por el autor sobre diversos tipos de ruedas hidráulicas y presas fluviales, dando criterios para su elección y dimensiones, y recomendaciones para su construcción. – L’Encyclopédie. Recueil de planches sur les sciences... Diderot et D’Alambert, siglo XVIII. En especial: Forges ou l’art du fer y Monnayage. Travail de l’or. – El Tratado de Metalurgia de las Comisiones (Segundas) de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, 1765-1773. Recoge lo tratado por la citada Comisión conteniendo información sobre técnica e instalaciones para la obtención y transformación del hierro, arquitectura hidráulica (presas), maquinaria, metalurgia, y para nuestro caso con descripción de ruedas hidráulicas y martillos de ferrerías vascas y del País, de Foix. Existe una edición crítica.
IMÁGENES Y TRATADOS EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL REAL INGENIO DE LA MONEDA DE SEGOVIA
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– Una recopilación de los conocimientos y figuras expuestos en los tratados del periodo considerado puede verse en Stronger than a Hundred Men. A History of the Vertical Water Wheel. Autor: Terry S. Reynols, 1983. A toda esta información se han unido los datos suministrados por los restos arqueológicos encontrados durante las obras de restauración, que han aportado información de valor principalmente respecto a los canales y ruedas hidráulicas.
CRITERIOS ADOPTADOS PARA SU RECONSTRUCCIÓN
A partir de lo anteriormente expuesto se interpretó la información disponible con objeto de diseñar y reconstruir los canales, las ruedas hidráulicas y los ingenios, con los criterios siguientes: – Seguimiento fiel de las informaciones documentales, completadas con los restos arqueológicos. – Diseño de la reconstrucción de acuerdo con la tecnología de la época. – Aquellos aspectos que no pudieron ser resueltos siguiendo los criterios anteriores, fueron abordados desde la idea de que las instalaciones debían efectuar su trabajo en las mejores condiciones posibles y a la luz de los conocimientos técnicos actuales, dado que se pretendió efectuar una reconstrucción capaz de hacer demostraciones y de funcionar correctamente.
EL PROCESO DE ELABORACIÓN DE MONEDAS
El nuevo proceso de elaboración de monedas consistía en: – El metal, cobre principalmente, se fundía obteniéndose la aleación establecida, que se solidificaba en moldes resultando lingotes o rieles de metal de 25 a 30 cm de longitud y 1 a 2 kg de peso. – Estos rieles debían ser adelgazados hasta el mismo espesor de la moneda deseada, para lo que se laminaban haciéndolos pasar entre dos cilindros giratorios repetidas veces. Eran los llamados ingenios de laminar que estaban accionados por ruedas movidas por el agua desviada del río por una presa o azud, y un sistema de canales. Así como los ingenios de laminar y acuñar eran instrumentos nuevos, el aprovechamiento de la energía del agua ya estaba ampliamente extendido a numerosas labores en España, en donde la tecnología hidráulica estaba a la altura de la de los países más avanzados. – Obtenidas las láminas de metal o llantas con sus superficies lisas, estas se hacían pasar de nuevo entre dos rodillos giratorios que, a diferencia de los de laminar, tenían grabada sobre su superficie las imágenes de las dos caras de la moneda a obtener, que de esta forma quedaban impresas sobre ellas. Era el proceso de acuñado. – Seguidamente con una prensa de accionamiento manual se troquelaban, separando las monedas.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
LOS EDIFICIOS
Para determinar la construcción de los edificios se enviaron técnicos desde Austria a España, con los que se reúne en 1583 el arquitecto Juan de Herrera en el molino de papel de San Millán, junto al Eresma, con su presa y canales, con objeto de diseñar la nueva fábrica, «… y no sin arta dificultad se llegó a un acuerdo y se hizo la traza» (Murray, Izaga y Soler, 2006). Traza que no ha llegado a nosotros. El mismo Juan de Herrera menciona que sacó tres copias: una se la envió a Felipe II, otra se la quedó él y la tercera se la entregó a un maestro experto para que dirigiera las obras. Para albergar este nuevo proceso, Juan de Herrera diseñó un conjunto de edificios específicamente concebidos. Su configuración, la distribución en planta del conjunto y su estilo fueron consecuencia del nuevo proceso y de la utilización de la fuerza del agua, así como del lugar elegido, en fuerte ladera junto al río Eresma. Para instalar las labores en las que no se utilizaba la energía del agua, se diseñó una edificación en ubicación elevada sobre el río. Es el edificio de la fundición. Los procesos que requerían la fuerza del agua se situaron junto al río en un edificio inferior o de los ingenios. El problema de la pendiente de la ladera se resolvió creando entre ambos edificios un gran muro de contención que generó dos patios, superior e inferior. El resultado fue un conjunto de edificios escalonados en la ladera. El edificio inferior principal se diseñó inicialmente para albergar 3 ingenios de laminar y 2 de acuñar. Se instaló un taller de forja en el que fabricar los rodillos de laminar y los de acuñar para reponer los que se desgastaban y rompían; consistía en una fragua, un martinete de forjar y un torno mecánico para cilindrar los rodillos. Cada ingenio estaba movido por su respectiva rueda hidráulica. Eran en total 8 máquinas y ruedas hidráulicas, a las que antes de finales de 1588 se añadieron otras dos. En siglo XVI y hasta bien entrado el XVIII cada ingenio tenía incluida su propia fuente de movimiento o su propia rueda hidráulica, pues no se dominaban los mecanismos de transmisión del movimiento desde un punto a otro alejado. Tampoco se entendían separadamente las distintas partes que hoy llamamos mecanismos, de forma que rueda motor y máquina eran un ingenio único, unidas por un eje central sobre el que se montaba todo el conjunto. De esta forma aparecen representados siempre en los tratados. Si se dibujaba un ingenio para realizar una labor, llevaba aparejado su rueda motora, y si seguidamente se presenta otro ingenio para otro trabajo, se vuelve a dibujar con su correspondiente rueda hidráulica, frecuentemente la misma. Se reconstruyó la presa existente y se diseñó un canal que salía de ella, continuaba paralela al río y finalmente devolvía el agua al cauce. Las ruedas hidráulicas, y por lo tanto también cada uno de los ingenios a los que iban unidas, se dispusieron a lo largo del canal lineal, en la misma secuencia u orden que el proceso de fabricación, y ello dio lugar a una distribución en planta de forma lineal. Para albergar estas instalaciones Juan de Herrera diseñó un edificio que las envolvía y que resultó necesariamente también de forma lineal, en paralelo al río y al canal. Para Juan de Herrera supuso la resolución por primera vez de un problema tipológico, pues debía construir un edificio industrial de nueva planta y diseñado para un proceso concreto, lo que suponía crear un nuevo estilo de arquitectura industrial.
IMÁGENES Y TRATADOS EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL REAL INGENIO DE LA MONEDA DE SEGOVIA
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FIG. 3
Edificio inferior para los ingenios hidráulicos.
Planteó, fiel a su estilo, una solución austera y sencilla, un bloque lineal de dos alturas; abajo se instalaron las labores de producción con ingenios mecánicos, arriba viviendas y labores manuales, con unos amplios ventanales para permitir la entrada de la luz natural necesaria para desarrollar los trabajos que se sitúan en forma lineal y simétrica, con solo recercos en las ventanas y molduras entre plantas que resaltan la linealidad del edificio. Los muros, sólidos, se construyeron en sillería y mampostería con grandes piezas de granito. Se cubrió todo con tejado de pizarra de fuerte pendiente, al igual que en aquel momento el del Alcázar. El río, la utilización de la energía hidráulica y el proceso de fabricación condicionaron el diseño de este edificio inferior. Inicialmente solo fue construida la primera nave recta, en primer plano de la fotografía, hasta lo que es el quiebro de la edificación hoy existente [FIG. 3]. En 1588 se había construido una sala nueva del mismo estilo a continuación de la inicial, a partir del ángulo. En esta nueva nave se ubicaron las labores de recorte de moneda. Al poco tiempo se necesitó incrementar la producción de monedas, y como el cuello de botella eran las labores de laminación, para eliminarlo se decidió pasar de 3 ingenios de laminar a 5, y se instalaron dos ingenios de acuñar en la nave nueva. Pero esta nave no había sido proyectada para ubicar en ella ingenios movidos por el agua, por lo que no se habían previsto los agujeros para los ejes que debían atravesar los muros, por este motivo los ejes se introdujeron por las ventanas y para ello se rebajaron los alfeizares. Junto al río se mantuvo en activo el primitivo molino de San Millán como molino de papel, hasta que en 1592 fue reconvertido en ingenio para acuñar monedas de plata y oro. En él llegó a haber cinco ruedas hidráulicas, dos para los ingenios de laminar, dos para los de acuñar y una para el torno. Por lo que durante un tiempo llegó a haber un máximo de quince ruedas en funcionamiento simultáneamente. El edificio de la fundición fue construido con un diseño menos homogéneo y con materiales más pobres, sin que se conozcan los motivos.
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LA PALABRA Y LA IMAGEN. TRATADOS DE INGENIERÍA ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVIII
LA PRESA O AZUD
Para desviar el agua del Eresma a los canales e introducirla en la Casa de Moneda se utilizó el azud del molino de San Millán que ya existía, aunque fue sometido en 1584 a una importante reconstrucción. Según documentos se utilizaron 400 vigas de madera de hasta 50 pies (14 m) de longitud y 5.000 carros de piedra. En 1771 fue elevado y se modificó el inicio del canal dentro de la reforma efectuadas por el arquitecto Sabatini. En esa situación se mantuvo incluso tras el cierre de la Moneda. En agosto de 1994 se encontraba muy deteriorado después de años sin mantenimiento, y la Confederación Hidrográfica del Duero efectuó una «recuperación». La obra consistió en eliminar todo el azud, excepto las compuertas de desagüe y el arranque del canal, y fue sustituido por una nueva estructura de cajones de hormigón y un relleno de piedra. Se mantuvo la forma y dimensiones exteriores del azud original y se recubrió la superficie de vertido con sillares de granito, entre ellos 82 que fueron recuperados del primitivo. Durante las obras quedó al descubierto la estructura original de la presa consistente en un entramado de vigas de madera rellenado de piedra irregular y recubierto con los mencionados sillares de granito. Esta técnica constructiva fue muy utilizada hasta el siglo XVIII.
Una de las pocas imágenes conocidas del azud de la Moneda durante su eliminación en 1994. Se aprecia la estructura interior de madera macizada con piedra, que se asimila a la imagen del tratado Los Veintiún Libros...
FIG. 4
Estructura de madera para azud (azute) según Los Veintiún Libros de los Ingenios y las Máquinas de mediados del siglo XVI, coetáneo por tanto con el azud de la Moneda. Se formaba una armadura de vigas de madera con vertientes a una o dos aguas que se fijaba al lecho del río por medio de pilotes hincados, se rellenaba de piedra y se recubría con sillares. El conjunto actúa como presa de gravedad.
FIG. 5
IMÁGENES Y TRATADOS EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL REAL INGENIO DE LA MONEDA DE SEGOVIA
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FIG. 6
Plano parcial de la Casa de Moneda de Cuenca, 1664. Archivo Histórico Nacional, Consejos, leg. 25084, plano nº 635.
EL CANAL EN EL INTERIOR DE LA CASA
El agua del Eresma se introducía en la Moneda por medio de un canal. Para su reconstrucción se ha dispuesto de documentos que tratan siempre de arreglos parciales y del plano de todo el ingenio de 1678 ya citado. Se ha utilizado también un plano de 1664 de la Casa de Moneda de Cuenca que se sabía había sido construida a imagen de la de Segovia. Es un magnífico dibujo [FIG. 6], primera representación hecha con rigor, escala y todo detalle de canales y ruedas (mitad inferior), taller de herrería con martinete y torno (a la izquierda) e ingenios de laminar y acuñar (a la derecha). Esta imagen ha sido una importante fuente de información, confirmando hipótesis desarrolladas a partir de textos documentales y restos arqueológicos, y aportando detalles constructivos menores de la instalación y sus dimensiones. Según las hipótesis elaboradas, el canal era de madera desde que entraba en la Casa a través de dos compuertas; a partir de ellas comenzada un canal de 16 pies (4,45 m) de anchura (en color amarillo y a la derecha en el plano de 1678 [FIG. 1]). Entre este canal y el muro del edificio existían tres ruedas hidráulicas que eran movidas por el agua que se dirigía a las ruedas por medio de sendos saetines. Más adelante tenía un segundo tramo con una anchura de 18 pies (5,00 m), también de madera, que se dividía en 5 canalillos de 2 1/2 pies (0,70 m) cada uno capaces de conducir 115 litros/segundo. Rápidamente se añadió un sexto canal para abastecer a las dos ruedas que se añadieron. Todo ello respondía a la tecnología del Renacimiento; en aquella época la mayoría de los canales se construían de madera, tanto en España como en el resto de Europa, lo que está ampliamente representado en los tratados. En 1770 se decidió introducir una nueva tecnología de acuñación por la que las piezas de metal ya recortadas se acuñaban por medio de un golpe en prensas de tornillo y volante, que se movían por el esfuerzo de varios hombres que tiraban de cuerdas y que sustituyeron a los dos ingenios de acuñar. Se encargó la remodelación al arquitecto Sabatini, quien realizó una nueva distribución de los procesos de trabajo dentro del edificio. Retiró la forja de su ubicación anterior y con ello también las 3 ruedas hidráulicas que lo movían, y en su lugar instaló tres prensas de volante; también eliminó uno de los ingenios de laminar y su rueda hidráulica. El
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Canales de madera adosados alimentando de agua a tres ruedas hidráulicas. Instalación que tiene características similares a los primeros canales del ingenio de la Moneda. Novo teatro di machine..., 1607, de VITTORIO ZONCA.
FIG. 7
número de ruedas hidráulicas se redujo de 10 a 4. Sabatini eliminó la primera parte de canal de madera y lo sustituyó por un nuevo canal de piedra de menor anchura que quedó adosado a la fachada del edificio desde la entrada en la ceca hasta el inicio del segundo tramo que se dividía en cinco canalillos. Antes del inicio de los trabajos de restauración, el patio de canales se encontraba rellenado de tierra y solo se apreciaba la parte alta de unos muretes laterales de un canal aparentemente de mala factura, que se suponía era el mencionado canal construido por Sabatini. El segundo tramo del canal de madera, que se dividía en canalillos, se mantuvo en su estructura y ubicación dando agua a las 4 ruedas de laminar, únicas que quedaron en toda la fábrica. En el siglo XVIII fue una práctica habitual sustituir los canales de madera construidos en los siglos XVI y XVII por otros de piedra. Un plano que ha ayudado a la reconstrucción de los canales es el mencionado de Sabatini (1771). En él aparece la nueva distribución con el de granito diseñado y construido en esa fecha y los pequeños canales de madera primitivos [FIG. 2]. Desde el primer momento de la elaboración del Plan Director Museológico para el Ingenio o Casa de Moneda, se había decidido que todo el sistema debía funcionar realmente tal como lo había hecho desde 1585 hasta 1771, pues fue cuando supuso una importante innovación en maquinaria, en fuente de energía y métodos de trabajo, y fue referente para otras casas de moneda. El agua debía fluir por los canales y mover las ruedas, estas debía accionar realmente a los ingenios, y estos trabajar el metal y acuñar monedas. Se deseaba la secuencia aguarueda-ingenio-moneda. Debía ser una fábrica en funcionamiento real. La energía del agua acuñaba monedas. Con las obras de rehabilitación se realizaron excavaciones arqueológicas, se vació el canal de desagüe o socaz hasta alcanzar el nivel de fondo en el siglo XVI. A medida que fue extrayéndose el material de relleno, fue apareciendo la parte inferior de un canal de piedra. Este aparece apoyado en un muro de sillería formado por grandes piezas de granito bien trabadas, con un frente muy visible de 3 m de altura, 6 pies (1,67 m) de anchura
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FIG. 8 Canal de granito diseñado por Sabatini en 1771 que sustituyó en su misma ubicación al de madera del siglo XVI, con las tres ruedas de los ingenios de la herrería y sus saetines adosados a él.
y una longitud del orden de 40 m. Las losas superiores que forman los muros del canal aparecen también de gran tamaño, machihembradas y unidas por medio de grapas metálicas emplomadas. Todo el canal de piedra se encontraba en perfecto estado y se le identifica sin duda con el canal construido en 1771. Se estudiaron sus características hidráulicas. Su pendiente es de 0,42 %, la adecuada para un canal de este tipo, y su capacidad del orden de 500 litros/segundo, lo que le permite aportar el caudal de agua necesario para mover los cuatro ingenios de laminar que se conservaban. Además de mantenerse en buen estado, había sido bien diseñado y era una muestra de la técnica de la segunda mitad del siglo XVIII, en la que las instalaciones hidráulicas importantes ya se construían aplicando los nuevos conocimientos científicos. Sin embargo se planteó un importante dilema. El canal de piedra se encontraba en el mismo lugar en el que se había previsto reconstruir el anterior de madera, y además, al contrario que este último, el nuevo se encontraba adosado al muro del edificio de máquinas. Hemos de recordar que el de madera se encontraba separado y en el espacio intermedio se situaban las tres ruedas hidráulicas que movían los tres ingenios del taller de herrería. Los dos canales eran incompatibles entre sí. Si se mantenía el de piedra no se podía reconstruir el de madera, tampoco las tres ruedas, y por lo tanto los ingenios del taller de forja no podrían moverse accionados por el agua, lo que era una idea fundamental del proyecto. ¿Qué hacer? El primer impulso fue mantener el proyecto original de construir el de madera, lo que implicaba desmontar el canal de piedra del siglo XVIII, en perfecto estado, y trasladarlo
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Reconstrucción de los cinco canalillos y una de las ruedas de laminar.
FIG. 9
a uno de los patios donde quedaría sin función y desubicado, y en su lugar construir un nuevo canal de madera hipotético. Enseguida se cuestionó esta posibilidad. No se podía actuar sobre el canal de Sabatini, también era una parte de la historia de la Casa, sería una actuación irreversible, debía mantenerse in situ y también podía y debía conducir agua. Esta decisión planteaba problemas que aparecían como de difícil solución. ¿Donde instalar las tres ruedas que debían mover los ingenios de la herrería? Finalmente se optó por colocar las tres ruedas hidráulicas adosadas a la cara norte del canal de Sabatini. Este canal les suministraría agua a través de unos saetines de madera, reconstrucción de los que existieron en el siglo XVI, pero situados en la cara opuesta del canal. Siendo conscientes de que el citado canal de Sabatini nunca había dispuesto de ruedas en su costado norte, aunque sí las había tenido el de madera al que sustituyó, que estuvieron en su cara sur. Los ejes de las ruedas atravesarían la base del canal de Sabatini por sendos orificios que se taladrarían para, ya dentro del edificio, mover realmente los ingenios. La solución, aunque reúne en un único conjunto dos situaciones no coetáneas, presenta las siguientes ventajas: – Se mantiene el canal de Sabatini, que es de necesaria conservación en cumplimiento de los criterios establecidos en la Ley 12/2002 sobre el Patrimonio Cultural de Castilla y León y de los criterios comúnmente admitidos en la rehabilitación del Patrimonio Histórico. – Se mantiene la instalación de los ingenios de la herrería, parte importante de la fábrica del siglo XVI. – Se mantiene la posibilidad de mostrar al público la función del agua moviendo realmente las ruedas y estas los ingenios del taller de herrería y de laminar y acuñar, con su importante sentido expositivo y didáctico.
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Para reconstruir los cinco canalillos de madera se volvió a acudir al plano del ingenio de Cuenca, que dio información clara y ayudó a entender los planos de 1678 y 1771. Aparecían representados esquemáticamente en estos dos dibujos. Las informaciones parciales de textos y los restos arqueológicos coincidían con ello.
LAS RUEDAS HIDRÁULICAS
Según documentos de 1770, las cinco ruedas de los ingenios de laminar eran de «13½ pies de diámetro, con la guarnición, con sus cruces de un pie de tabla y 4 dedos de grueso, con 20 álaves cada una», tenían «... saetines, que son por donde vaja el agua a los álaves de las ruedas, desde el remate de los canales». Una de las ruedas de la herrería «...tenía 16 álaves...» (Murray, Izaga y Soler, 2006). Las imágenes y los tratados del siglo XVI nos informan que se utilizaban dos tipos de ruedas hidráulicas: las de palas y las de cangilones. En las primeras el agua que cae es dirigida por un saetín o bomba hacia las palas radiales de la rueda y actúa sobre ellas principalmente por choque. En el segundo tipo el agua cae necesariamente sobre la parte superior de la rueda desde una altura mínima y se introduce en cangilones situados en su perímetro, haciendo que la rueda gire únicamente por el peso del líquido recogido en ellos. Desde el inicio del estudio de los ingenios de la Moneda fue un asunto primordial la determinación del tipo de rueda que se utilizó. Las iniciales posiblemente fueron construidas por los austriacos; entre las instrucciones que recibieron antes de salir se les decía que, una vez en Segovia, debían ellos decidir construirlas del tipo de las alimentadas de agua por encima o de las alimentadas por un lateral, según la ubicación y situación del lugar. En Los Veintiún Libros de los Ingenios y las Máquinas, que refleja la tecnología constructiva de ruedas en España en la época en la que se construyó el ingenio de Segovia, se exponen diversas ruedas de palas coincidentes con las descripciones que nos hacen los documentos del ingenio, utilizándose incluso términos similares tales como saetín, cruces y palas.
Rueda de palas rectas, saetín y canal. La misma disposición presentan las ruedas del ingenio de la Moneda. Máquinas Hidráulicas..., 1736, de VILLARREAL DE BÉRRIZ.
FIG. 10
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Otra fuente de información fueron los restos arqueológicos. En el muro que separaba el interior del edificio de máquinas del canal aparecieron claramente los huecos por los que lo atravesaban los ejes de las ruedas, eran precisamente ocho, el mismo número que el de ingenios, su posición marcaba el centro de la rueda con su cota. Se conocía el nivel de coronación de la presa, el del agua en el canal y el diámetro de la mayoría de las ruedas. Se dedujo que la parte superior de la rueda quedaba del orden de un metro por encima del nivel del agua en el canal, por lo que forzoFIG. 11 Rueda de palas rectas que mueve un molino de grano con samente el agua debía incidir sobre un mecanismo de rueda dentada y de travesaños o linterna, dispositivo que se utilizó en los ingenios de laminar, como veremos más adela rueda lateralmente a través de un lante. Los Veintiún Libros..., siglo XVI. saetín, por lo que las ruedas debían ser de palas, que podían estar exentas o cerradas lateralmente. En el plano de Cuenca se observa claramente que los saetínes inciden lateralmente en las ruedas, aproximadamente a la altura de los ejes. También que las palas son rectas y que disponen de un recubrimiento lateral. Sobre estas palas se recomienda en Los Veintiún Libros «... conviene que tengan los costados de las palas cerrados para que tengan mayor fuerza en el mover de la rueda, que estando cerrados no se derrame el agua con el herir en la rueda». Se concluyó que todas las ruedas utilizadas en el ingenio de la Moneda eran del tipo de eje horizontal con palas rectas cerradas lateralmente. La alimentación de agua desde el saetín se efectúa en ellas lateralmente. En Los Veintiún Libros su autor incide en algunos aspectos alarmado por lo errores que aprecia en lo que ve construido. Dedica más de tres páginas y varias figuras para explicar cómo el saetín y el agua deben incidir sobre la rueda: «... todo el artificio y primor
Esquema rueda-saetín. Los Veintiún Libros..., siglo XVI.
FIG. 12
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del consiste en saber asentar la canal que el agua vaya a herir en las palas de la rueda en un cierto modo», y recomienda que su inclinación sea según la diagonal de un cuadrado: «la diagonal es AD, de modo que conviene que la canal este asentada en esta manera como va la línea Ad, que divide el quadro en dos partes....». Lo que hoy nos parece evidente no debía de serlo: FIG. 13 FRANCISCO LOBATO, ruedas verticales moviendo molinos «... mas tantos quantos molineros con mecanismos rueda dentada-linterna, ca. 1577. ay, tantas opiniones hallaran en ellos, y esto lo causa que los mas de ellos son hombres de muy poco ingenio y de menos especulación». El tratado Máquinas Hidráulicas de Molinos y Herrerías de 1736 aportó imágenes detalladas y a escala de ruedas de palas instaladas en posición relativa respecto al canal muy similar a la que nos indicaban los datos anteriores. Su autor, Villarreal de Bérriz, expone una serie de seis suposiciones o principios que rigen el funcionamiento del agua que comenzaban a ser conocidos en la época. Entre ellos, la potencia que puede proporcionar un salto de agua: «el mayor salto o altura perpendicular del agua necesita menos cantidad de agua que el menor salto; y al contrario, el menor salto necesita mas agua que el mayor en proporción dupla...». Ya se estaban aplicando los nuevos conocimientos científicos a aplicaciones prácticas. Villarreal de Bérriz era propietario de ferrerías y estaba muy interesado por las ruedas y los martillos hidráulicos. En el prólogo de su obra nos expone una imagen de los conocimientos que en su tiempo se tenía diciendo que había buscado escritos sobre máquinas hidráulicas no habiéndolos encontrado, «lo que me persuadió a que científicamente nada hay escrito sobre la materia pero la experiencia demuestra aver necesidad de instrucciones para molinos y mucho más para herrerías». Con el proyecto avanzado se dispuso de otra fuente de información. En el Museo de Segovia se localizó una maqueta [FIG. 16] de una máquina que enseguida se identificó como un ingenio de laminar. Integraba su propia rueda hidráulica, es de palas rectas con recubrimiento lateral y presentaba todas las diferentes piezas que la formaban, conformadas y montadas siguiendo la técnica de los carpinteros de armar. De acuerdo con ellas se realizó la estructura y la unión de sus diferentes piezas. Para determinar algunas dimensiones, como la longitud de las palas, se recurrió a los primeros conocimientos científicos que se desarrollaron en el siglo XVIII. Aunque las ruedas habían sido construidas dos siglos antes, nos podían ayudar a determinar aspectos de ellas necesarios para su buen funcionamiento. En 1767, Borda publicó la teoría científica correcta de la rueda hidráulica de palas rectas y alimentación inferior y demostró que la máxima energía que podía aportar era ½ de la energía que disponía el agua, es decir un rendimiento máximo del 50 %. Además este máximo rendimiento se obtenía cuando la velocidad de las palas era 1/2 de la del
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agua. Pocos años antes el británico J. Smeaton había llegado a conclusiones similares por la vía experimental1. Ello permitió terminar el diseño, conocer la cantidad de agua necesaria y la velocidad a que girarían las ruedas, lo que también era necesario para reconstruir los ingenios.
LOS INGENIOS
El fuelle de la fragua, un martinete de forja y un torno para cilindrar eran las máquinas movidas por el agua instaladas en el taller de herrería, que era donde se fabricaban los cilindros que se utilizaban en los ingenios para laminar y acuñar. En salas contiguas estaban los cinco ingenios de laminar y los dos de acuñar. El martinete consiste en un mago de madera, al igual que cualquier martillo de uso manual, procedente del tronco de un árbol con una longitud que habitualmente podía oscilar entre 2,5 y 4,5 m. En una zona intermedia, el mango dispone de un anillo de hierro que lo envuelve, con dos gorrones, uno a cada lado, sobre los que gira. En el otro extremo de este mango se sitúa la cabeza del martillo consistente en una masa de acero, fundida o forjada, con la forma adecuada y sujetada al mango por medio de cuñas. Esta cabeza es la que golpea a la pieza que se desea trabajar. El eje de la rueda hidráulica dispone de cuatro levas o muñones que sobresalen de él y al girar pulsan hacia abajo la cola del martillo haciendo que la cabeza se eleve. Cuando debido a la continuación del giro la leva deja de presionar, la cabeza cae por su propio peso y golpea la pieza de hierro. El sistema rueda-martillo se extendió por Europa en los siglos XIII y anteriores. Los martillos de forja accionados por una fuente de energía natural aprovechada por medio de una rueda hidráulica vertical, sustituyeron los brazos de los forjadores y permitieron trabajar masas de hierro de mayores dimensiones. Desde los siglos citados eran muy utilizados para la obtención de hierro a partir de su mineral y para su transformación. Una de las primeras referencias aparece en el Fuero de la Villa de Segura en Gipuzkoa, fechado en 1335, mencionándose «avemos ferrerías mazuqueras y otras de mazo de agua...». La imagen [FIG. 14] de 1488 que FIG. 14 Martinete de forja movido por una rueda hidráulica vertical reproducimos está tomada de un de palas rectas, 1488. Tomado de Stronger Than a Hundred Men.
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tratado de música. Al margen de esta no se conoce ninguna otra representación de martillos de forja en los tratados del XVI y XVII. Llama la atención el que ni siquiera se mencionen en Los Veintiún Libros. La siguiente representación conocida vuelve a ser la del plano de Cuenca de 1664, el detalle del dibujo permite conocer su estructura y medidas aproximadas. El mango tenía una longitud de 10 pies (2,78 m) y el eje o árbol de la rueda un diámetro de cerca de 50 cm y disponía de cuatro levas lo que le permitía trabajar a una cadencia del orden de 80 golpes al minuto. Por las medidas se ha estimado que la cabeza de acero pesaba cerca de 57 kg. Los siguientes tratados con imágenes y o descripciones no aparecen hasta el siglo XVIII. Villarreal de Bérriz en el primer tercio recomienda detalladamente las dimensiones que deben tener las ruedas que los han de mover pero no describe las de la máquina que debe ser movida, aunque sí da instrucciones sobre la construcción del eje principal, con indicaciones sobre su refuerzo con herrajes y la colocación de las levas, partes que requieren especial atención por estar sometidas a fuertes y continuos impactos. La construcción del martillo de la Casa de Moneda se ha realizado siguiendo detalladamente sus recomendaciones.
FIG. 15
Martinete de forja reconstruido en la Casa de Moneda de Segovia.
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Da por supuesto que sus lectores los conocen, aunque también nos dice que no había encontrado ninguna información sobre ellos en los muchos tratados que había utilizado. Maestros carpinteros y ferrones debían seguir un modelo muy conocido que desde el XV cumplía adecuadamente su función y sufrió pocas modificaciones. Otros tratados que han aportado información son los ya mencionados Tratado de Metalurgia (Segundas) de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, 1765-1773, y L’Encyclopédie en sus recopilaciones de planchas, en especial Forges ou l’art du fer. Respecto a los ingenios de laminar y acuñar, la maqueta localizada en el Museo de Segovia fue la principal fuente de información para reconstruir el que se encuentra en funcionamiento. Su construcción es anterior a 1868 y posiblemente de la primera mitad del siglo XIX. Representa con gran detalle a escala 1/5 uno de los ingenios y procede de la citada Casa de Moneda de Segovia. Habiendo cerrado la Casa en 1868, la Comisión de Monumentos reclamó en 1871 «... ciertos objetos que existen en el edificio que fue Casa de Moneda, a fin de evitar que de realizarse la venta no se haga la salvedad que para estos casos está prevenida; y consisten en un modelo (maqueta) de la maquina hidráulica para el estiro del metal del tiempo de Felipe II,...»2. Incluye la rueda motora y la máquina propiamente dicha; esta consiste en una rueda central con travesaños llamada linterna que mueve dos ruedas colaterales con 44 dientes cada una. Los ejes de estas ruedas mueven dos rodillos de laminar o acuñar que se encuentran instalados en la caja central de metal. El metal para elaborar monedas se introducía a mano por el hueco superior y tras pasar entre los rodillos de acero que lo comprimían, caía por la inferior, laminado si las superficies de los rodillos eran lisas, o acuñado si habían sido grabados con el anverso y reverso de las monedas.
Maqueta de ingenio de laminar procedente de la Casa de Moneda de Segovia, anterior a 1868. Expuesta en el Museo de Segovia.
FIG. 16
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FIG. 17
Ingenio de laminar reconstruido en la Casa de Moneda de Segovia.
Las maquetas fueron otro de los medios de transmitir conocimientos sobre máquinas. Informaban a los artesanos, que con frecuencia tenían dificultad para interpretar dibujos y textos, sobre cómo debían construir los ingenios que se les encomendaban. Cuando en 1750 se construyen en Sevilla ingenios similares para ser instalados en la Casa de Moneda de Potosí (Bolivia), se enviaron desmontados y acompañados de «otro cajón con numº del margen incluye el modelo del Molino». Modelo que se consideraba necesario para volver a montar los ingenios en su destino3. Ya anteriormente, en 1585, cuando se estaba instalando la maquinaria en la Casa de Moneda, se envía a Mondragón (Gipuzkoa) un emisario con varios modelos para contratar la fabricación del yunque y la cabeza del martinete, y otras piezas de la herrería. En el contrato ante escribano se manifiesta que «hiziese y fabricase para la Casa de moneda / que su magestad ha mandado se haga en la dicha çiudad de segovia çinco pieças de hierro / que heran dos yunques y un mazo y una boga y una bigornia larga hazeradas / en las partes nezesarias hechas y acavadas conforme a los modelos de madera que para ello entregole dicho Castañeda al dicho sanblas»4.
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NOTAS
Los resultados fueron publicados en Philosophical Transactions (1759-1760) vol. 51, disponible vía internet (http://rstl.royalsocietypublishing.org/content/51/100). Existe una publicación en francés: SMEATON, J. (1810), Recherches expérimentales sur l’eau et le vent, París, Courcier. 2. Texto según la ficha en el Museo de Segovia. 3. FUERTES LÓPEZ, J. A. (1998), Molinos de sangre: Casa Real de Moneda Circular, Potosí, Sociedad Geográfica y de Historia «Potosí». 4. Archivo de Protocolos de Oñati, Gipuzkoa. GPAH 12 345 D 0072 D 0074. 1.
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y REVUELTA POL, Bernardo (coords.), Ingeniería romana. Edición en inglés (2016): Roman Engineering.
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OTRAS PUBLICACIONES 2017
Pedro y REVUELTA POL, Bernardo (eds.), Maquetas y Modelos históricos. Ingeniería y construcción.
NAVASCUÉS PALACIO,
2016
José Manuel, José Echegaray (1832-1916): el hombre polifacético: técnica, ciencia, política y teatro en España.
SÁNCHEZ RON,
2014
Pedro y REVUELTA POL, Bernardo (eds.), Una mirada ilustrada. Los puertos españoles de Mariano Sánchez.
NAVASCUÉS PALACIO,
2013
Juan Ignacio, Submarino Peral: día a día de su construcción, funcionamiento y pruebas.
CHACÓN BULNES,
2012
Inmaculada, El discurso del ingeniero en el siglo XIX. Aportaciones a la historia de las obras públicas. CRESPO DELGADO, Daniel, Árboles para una capital. Árboles en el Madrid de la Ilustración. AGUILAR CIVERA,
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Pepa y REVUELTA POL, Bernardo (eds.), Ildefonso Sánchez del Río Pisón: el ingenio de un legado.
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2010 CÁMARA MUÑOZ, Alicia
(ed.), Leonardo Turriano, ingeniero del rey. CASSINELLO, Pepa (ed.), Félix Candela. La conquista de la esbeltez. 2009
Ricardo, Ciencia y técnica monetarias en la España bajomedieval. NAVARRO VERA, José Ramón (ed.), Pensar la ingeniería. Antología de textos de José Antonio Fernández Ordóñez. CÓRDOBA DE LA LLAVE,
2008 RICART CABÚS, Alejandro,
Pirámides y obeliscos. Transporte y construcción: una hipótesis. GONZÁLEZ TASCÓN, Ignacio y NAVASCUÉS PALACIO, Pedro (eds.), Ars Mechanicae. Ingeniería medieval en España. 2006
Glenn; IZAGA REINER, José María y SOLER VALENCIA, Jorge Miguel, El Real Ingenio de la Moneda de Segovia. Maravilla tecnológica del siglo XVI.
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Ignacio y VELÁZQUEZ SORIANO, Isabel, Ingeniería romana en Hispania. Historia y técnicas constructivas.
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José Ramón, El puente moderno en España (1850-1950). La cultura técnica y estética de los ingenieros.
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Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas de Juanelo Turriano 1995 MORENO,
Roberto, José Rodríguez de Losada. Vida y obra.
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En este libro se publican las conferencias impartidas en el curso celebrado en 2016 en el Centro Asociado de la UNED de Segovia. La palabra y la imagen. Tratados de ingeniería entre los siglos XVI y XVIII supone la novena entrega de la colección Lecciones Juanelo Turriano de Historia de la Ingeniería, que recoge principal, aunque no exclusivamente, los cursos que la Fundación Juanelo Turriano organiza anualmente en colaboración con diversas universidades. Su objetivo es contribuir al conocimiento de las aportaciones históricas de la ingeniería y a la puesta en valor de su relevancia cultural. La imprenta permitió que un saber hasta entonces transmitido en manuscritos, se difundiera en libros y tratados que contribuyeron a globalizar los conocimientos de ingeniería en el mundo occidental. Desde fines del siglo XVI fueron sobre todo los tratados impresos los que se utilizaron para la formación científica de los ingenieros. En los tratados de ingeniería las imágenes fueron imprescindibles, por lo que en los estudios que se publican en este libro se ha dado tanta relevancia a la palabra como a la representación visual de ingenios, ciudades, fortificaciones, puentes, etc. Conocer cómo se codificó el saber y su transmisión, posibilita detectar algunas de las líneas maestras que fueron pautando la evolución de la ingeniería en época moderna.