Grandes pequeñas metamorfosis

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Mitos de por qué algunos animales son como son Para Natalia y Viviana, mis tiernas mitopoetas: tlacuachas que me han robado el corazón, luciérnagas que iluminan mis noches y escarabajitas que han cambiado mi vida.

Anoche encontramos en el jardín un tlacuache que, espantado por nuestra presencia, trepó torpemente por un árbol para esconderse.

Natalia y Viviana, mis dos hijas, estaban fascinadas ante un ser tan extraño. Viviana me preguntó qué animal era y, al responderle que un tlacuache o zarigüeya, corrió con Natalia a buscar información en la


enciclopedia, donde descubrieron que era aún más extraño de lo que parecía a simple vista. Los tlacuaches son, por ejemplo, marsupiales originarios de América como el canguro o el koala lo son de Oceanía. Tienen dos úteros y dos vaginas (de ahí su nombre científico de Didélfidos), y prácticamente son omnívoros: se alimentan lo mismo de insectos que de aves, maíz,

tubérculos

o

culebras.

También

conocidos como filandros, llacas, coyopollines, guaquis, runchos, mucuras, paricatas, opossums, zorros mochileros o comadrejas overas y otros nombres raros, tienen mala fama de hábiles ladrones, borrachos, sutiles actores,

parranderos

y

astutos. Después de que me platicaron todo lo que habían encontrado

y

preguntaron

por

leído, qué

me el

tlacuache tenía la cola pelada.


- Ah, bueno, esa es una larga, larga historia. ¿Quieren escuchar el mito del Tlacuache? - ¿Y qué es un mito?- me interrogó Natalia. - Bueno, pues un mito es un relato que es contado de generación en generación para explicar lo inexplicable y que es verdadero a pesar de no ser cierto- les dije, después de pensarlo bien. - O sea que es como un cuento- afirmó decidida Viviana. - Sí, pero un cuento busca entretener, sin explicar nada. - ¿Y cómo puede ser verdadero si no es cierto?- preguntó, por suerte, Natalia, librándome de tener que aclarar la paradoja (¿y qué es una paradoja?) de la explicación de lo inexplicable. ¡Ufff! - Cuando su abuelita, les dice que tienen ojos de estrellita, ¿es mentira o es verdad? Es verdad, aunque sus ojos no sean estrellas en realidad. Cuando les dice su mamá que las lleva siempre en su corazón, ¿será posible? Es verdad, aunque no sea cierto. ¿No? Así pasa con los mitos nos narran algo que es verdadero aunque nunca haya sucedido. Si bien se supone que sí sucedió hace mucho, muchísimo tiempo, cuando todas las cosas apenas empezaban. - Ya entendimos, ahora cuéntanos sobre los tlacuaches- me apuró Viviana.


- Bueno, siéntense aquí para que les platique... El Mito del Tlacuache En el principio no había nada de nada, todo estaba vacío, en silencio y en calma. No había animales de los que vuelan, nadan, caminan o se arrastran; no había plantas de las que dan flores o frutos, ni piedras, ni ríos, ni sol, ni estrellas, ni gente; no había montañas ni valles, ni desiertos, ni barrancas. No había nada de nada. Como no había nada que pudiera hacer ruido, todo era silencio y no se conocía el canto del cenzontle ni del xkokolché. Como no había nada que se moviera, todo era calma y no se conocía el vuelo del quetzal ni del cocay. Como no había nada que ocupara un lugar, todo era vacío. No había nada, solamente el Abuelo de los dioses, el más primero de todos, que vivía solo, alumbrado por el fuego de su propio corazón. El dios Abuelo se sintió solo en su absoluta soledad y decidió crear el Universo. Creó en primer lugar a otros dioses que le ayudaran con la creación. Así, el dios Abuelo creó al Corazón de la Tierra y al Corazón del Cielo. En un abrazo de amor, Corazón de la Tierra y Corazón del Cielo crearon a todos los primeros dioses.


Los primeros dioses fueron imaginando y modelando cada animal, cada estrella, cada flor, cada sombra, cada sonido del Cosmos. Después de que los primeros dioses, los más primeros, crearon este mundo con todas sus estrellas, animales, sonidos,

plantas

y

piedras

decidieron crear a las mujeres y a los

hombres.

Después

de

fracasar con barro y madera, finalmente los crearon con maíz. Los primeros dioses crearon a los hombres y a las mujeres de maíz, nuestros primeros padres y madres, tan hermosos y al mismo tiempo tan desvalidos que los animales y las plantas los acogieron, al momento, como hermanos y hermanas menores. Los primeros dioses les tuvieron entonces envidia y se guardaron su último regalo: el maravilloso fuego. Después les soplaron vaho en los ojos para que no pudieran ver todo lo que pasa arriba en el cielo y abajo en la tierra.


Así, los hombres y las mujeres de maíz no tenían con qué cocinar sus alimentos, calentar sus hogares e iluminar sus noches. Y los animales sintieron compasión por ellos y ellas, y se reunieron en una gran asamblea en el claro de un bosque. Ahí, Tunkulunchú, el sabio Búho, les preguntó a los animales quién se ofrecía para robar el fuego que guardaban los primeros

dioses,

para

que

los

hombres y las mujeres de maíz tuvieran

con

qué

cocinar

sus

alimentos, calentar sus hogares e iluminar sus noches. Ix Toloch, el Abuelo Tlacuache, se ofreció el primero, pero todos los demás animales soltaron una gran carcajada: ¿cómo, él que era tan viejo, pequeño, débil y lento podría robarle el fuego a los primeros dioses?


Cuando cesaron

las

risas,

Balam, el Jaguar de hermosa piel color ocre -de la que estaba muy orgulloso-, se ofreció y todos los demás animales aceptaron porque él era un animal grande, ágil, fuerte y veloz. Echóse a correr Balam, el feroz Jaguar, hacia el Monte Sagrado donde los primeros dioses guardaban celosamente el regalo negado, el maravilloso fuego.


Los primeros dioses, escondidos en unos arbustos, dejaron al Jaguar acercarse a la gran hoguera y cuando

lo

tuvieron

cerca

le

arrojaron grandes ascuas que le quemaron su piel color ocre. Balam,

el

Jaguar,

corrió

espantado hasta el río, sintiendo cómo las ascuas le quemaban su piel. Se sumergió en el agua de un salto y se sintió aliviado. Cuando salió del río vio cómo las ascuas le habían dejado grandes manchas negras en muchas partes de su piel y sintió vergüenza. Balam ya no regresó a la asamblea de animales y, desde entonces, se esconde tras los árboles para ocultar su piel manchada y sólo sale a cazar de noche, cuando ningún animal lo ve. Como Balam, el Jaguar, no regresaba, Tunkulunchú, el sabio Búho, les preguntó nuevamente a los animales quién se ofrecía para robar el maravilloso fuego que guardaban los primeros dioses, para que los


hombres y las mujeres de maíz tuvieran con qué cocinar sus alimentos, calentar sus hogares e iluminar sus noches. De nuevo, Ix Toloch, el Abuelo Tlacuache, se ofreció el primero, pero todos los demás animales, otra vez, soltaron una gran carcajada: ¿cómo, él que era tan viejo, pequeño, débil y lento podría vencer donde Balam, el feroz Jaguar, había fracasado?

Cuando cesaron las risas, se ofreció Chom, el Zopilote de alas enormes de hermosos colores y largas plumas en la cabeza, de las que estaba muy orgulloso. Los demás animales aceptaron su ofrecimiento inmediatamente, porque Chom era fuerte, enorme y el animal más rápido de todos. Chom,


el veloz Zopilote, desplegó sus majestuosas alas y emprendió el vuelo hacia las alturas de la Montaña Sagrada. Después de dar algunas vueltas y no ver por ningún lado a los primeros dioses, desde las nubes, Chom se lanzó veloz para robar el fuego. Los primeros dioses, que estaban escondidos en unos arbustos, lo dejaron acercarse y, cuando lo tuvieron a su alcance, le quemaron las hermosas plumas de la cabeza y le tiznaron el cuerpo con humeantes teas encendidas. Cuando Chom, el orgulloso y veloz Zopilote, sintió la cabeza caliente, escapó lo más rápido que pudo, volando hacia un lago donde se sumergió de inmediato. Una vez que el agua se calmó, Chom contempló su imagen en el lago y quedó horrorizado: no le quedaba una sola pluma en la cabeza y las plumas que le quedaban en su cuerpo, por más que las lavaba, ya no eran de colores sino negras y opacas como el tizne. Tanta vergüenza sintió Chom, el Zopilote, que, desde entonces, ya no se deja ver por los demás animales y se la pasa volando en círculos a grandes alturas, sólo bajando a comer cuando ningún animal lo ve. Como Chom, el Zopilote, no regresaba, Tunkulunchú, el sabio Búho, les preguntó por tercera ocasión a los animales quién se ofrecía para robar el fuego maravilloso que guardaban los primeros dioses, para que los


hombres y las mujeres de maíz tuvieran con qué cocinar sus alimentos, calentar sus hogares e iluminar sus noches. Por tercera vez, Ix Toloch, el Abuelo Tlacuache, se ofreció el primero, pero todos los demás animales, nuevamente, soltaron una gran carcajada: ¿cómo, él que era tan viejo, pequeño, débil y lento podría vencer donde Chom, el enorme y veloz Zopilote, había fracasado? Cuando cesaron las risas, se ofreció Xi, el gigantesco Cocodrilo de enormes quijadas y una piel lisa y tornasolada, de la que estaba muy orgulloso. Los demás animales aceptaron su ofrecimiento inmediatamente, porque era enorme y el animal más fuerte de todos. Xi, el gigantesco Cocodrilo, emprendió la marcha hacia las alturas de la Montaña Sagrada. Con cuidado y temeroso se acercó a la gran hoguera del dios Abuelo. Los primeros dioses, que estaban escondidos en unos arbustos, acercarse

lo y,

dejaron cuando

lo

tuvieron a su alcance, le tomaron

de

la

cola

y

dándole vueltas lo arrojaron


lo más lejos que pudieron. Xi, el orgulloso y colosal Cocodrilo, salió disparado y fue a caer en un pantano lleno de rocas. El pobre Cocodrilo contempló su imagen en el agua lodosa del pantano y quedó horrorizado: todo su cuerpo estaba lleno de chichones y su piel había perdido su color tornasolado. Tanta vergüenza sintió Xi, el Cocodrilo, que, desde entonces, ya no se deja ver por los demás animales y se la pasa sumergido en el pantano, sólo asomando sus ojos. Como Xi, el Cocodrilo, no regresaba, Tunkulunchú, el sabio Búho, les preguntó por cuarta ocasión a los animales quién se ofrecía para robar el fuego maravilloso que guardaban los primeros dioses, para que los hombres y las mujeres de maíz tuvieran con qué cocinar sus alimentos, calentar sus hogares e iluminar sus noches. Por cuarta vez, Ix Toloch, el Abuelo Tlacuache, se ofreció el primero, pero en esta ocasión todos los demás animales guardaron silencio. Tunkulunchú, el sabio Búho, aceptó el ofrecimiento de Ix Toloch, el Abuelo Tlacuache, por que sabía que si bien era viejo, pequeño, débil y lento, era el más astuto de todos los animales. El Abuelo Tlacuache emprendió la marcha lentamente hacia la Montaña Sagrada. Los primeros dioses, que estaban escondidos en unos arbustos,


al ver que era Ix Toloch, el Abuelo Tlacuache, salieron de su escondite y fueron a saludarlo, pues estaban seguros de que él no venía a robarse el maravilloso fuego, el regalo que le habían negado a los hombres y las mujeres de maíz. Sólo el dios Abuelo guardaba sus dudas y le preguntó: - ¿Ix Toloch, hermano Tlacuache, a qué vienes a la Montaña Sagrada? ¿No pensarás robarte mi fuego, verdad? -No, Abuelo. Sólo me quiero acercar al fuego porque ya estoy viejo y tengo frío- respondió el astuto Tlacuache. Ix Toloch, el Tlacuache les pidió a los primeros dioses que se sentaran formando un círculo alrededor de él y, sacando una pequeña bola de hule de su marsupio, les comenzó a enseñar el Juego de pelota. Les explicó cómo el Juego de pelota representaba a todo el Universo, la lucha entre el bien y el mal, la luz y la obscuridad. Los primeros dioses construyeron una cancha para el Juego de pelota, según las indicaciones de Ix Toloch, el astuto Tlacuache, y todos se pusieron a jugar. Todos, excepto el dios Abuelo que no se separaba de la gran hoguera. El Tlacuache se fue a sentar más cerca del fuego y el dios Abuelo le preguntó: - ¿Ix Toloch, hermano Tlacuache, no estarás pensando robarte mi fuego, verdad?


-No, Abuelo. Sólo me quiero acercar al fuego porque ya estoy viejo y tengo frío- respondió el astuto Tlacuache y comenzó a contarle un cuento muy largo y aburrido. El dios Abuelo sentía que le iba dando sueño y se le cerraban los ojos, como si en sus párpados fuera cayendo un granito de arena con cada palabra que contaba el Abuelo Tlacuache, que no paraba de narrar su cuento. Cada vez que el dios Abuelo cerraba los ojos, vencido por el sueño, el Abuelo Tlacuache se acercaba un poco más al fuego. El dios Abuelo despertaba y, al mirar al Tlacuache más cerca de su querida y celosamente guardada hoguera, le preguntaba: - ¿Ix Toloch, hermano Tlacuache, no estarás pensando robarte mi fuego, verdad? -No, Abuelo. Sólo me quiero acercar al fuego porque ya estoy viejo y tengo frío- respondía cada vez el astuto Tlacuache y seguía contándole el cuento largo y aburrido. Finalmente, el dios Abuelo se durmió y no despertó más. El astuto Tlacuache se metió en la hoguera para robarse unas ascuas encendidas. Al entrar en la hoguera, el Tlacuache se quemó su cola y por eso, desde entonces, todos los tlacuaches tienen la cola pelada. Rápidamente, tomó cuatro ascuas y las introdujo en su marsupio. Con prisa regresó a la asamblea de los animales que lo esperaban con cuatro montones de leña.


Sacó las ascuas y colocó con cuidado una en cada montón de leña. El Tlacuache sopló sobre las ascuas hasta que de cada montón de leña surgió una hermosa hoguera de la que los hombres y las mujeres de maíz tomaron fuego para cocinar sus alimentos, calentar sus hogares e iluminar sus noches. Por eso, desde entonces, aunque Ix Toloch, el astuto Tlacuache, se robe su maíz o sus gallinas los hombres y las mujeres de maíz nunca matan a un Tlacuache. Ahora a dormir, porque mañana tienen clases. - Y, ¿dónde va a dormir nuestro tlacuache?- preguntó Viviana - Podríamos hacerle una cama en nuestro cuarto, para que duerma calientito o...- empezó a idear Natalia. - Ni lo sueñen, ese tlacuache se queda en el árbol. Y me las llevé trepadas en la espalda como verdadera mamá zarigüeya. Las Luciérnagas Ayer al anochecer Natalia y Viviana, que toda la tarde habían estado jugando muy entretenidas en el jardín, vinieron corriendo por mí y prácticamente me arrastraron para que viera a cientos de luciérnagas


bailando, luminosas y al compás del canto de los grillos, en la oscuridad creciente. - Papá, ¿sabes por qué brillan las luciérnagas?- me preguntó intrigada Viviana, mientras los tres las admirábamos absortos. - Bueno, creo que es la forma en que las parejas de luciérnagas se buscan en la noche... –comencé a explicarle, cuando Natalia me interrumpió. - No, Papá. Viviana no te preguntó para qué brillan, sino por qué... - Tienes razón. Mmmm... No sé bien, pero creo que producen una sustancia llamada

luciferina

o

luciferasa que al reaccionar con... - No, Papá- nuevamente me interrumpió Natalia e impaciente me aclaró: No queremos saber cómo brillan, sino por qué. A ver, déjame explicarte.


¿Te acuerdas que hace tiempo nos contaste una historia de cómo el abuelo tlacuache robó el fuego a los primeros dioses para que las mujeres y los hombres de maíz tuvieran con qué iluminar sus noches, calentar sus hogares y cocinar sus alimentos...? - Sí, y cómo se quemó la cola cuando se robó el fuego y por eso, desde entonces, todos los tlacuaches tienen la cola pelada- completó Viviana. ¿Entiendes? Así queremos que nos platiques por qué brillan las luciérnagas. - Ah, ya entendí. Quieren que les cuente el mito de las Luciérnagas. Pues bien, creo que los mayas cuentan una historia de cómo Cocay, que así llamaban a la primera luciérnaga, se encontró una piedra que brillaba... - Pero no estás seguro- dijo Viviana, mirándome desconfiada, con sus pícaros ojitos de turmalina. - No, no estoy seguro, pero si quieren investigo en algún libro... - Me encantaría- dijo Natalia-, pero nosotras sí sabemos... - ¿Quieres oír la historia de por qué las luciérnagas brillan en la noche?preguntó traviesa Viviana.


- Hace mucho, mucho tiempo- comenzó a narrar Natalia, sin esperar una respuesta. - Pero muchísimo tiempo, Papá. Cuando tú eras chico, cuando yo era grande o antes- completó Viviana. - Cuando el abuelo de los dioses, el más primero, recién había creado el Mundo y lo estaba empezando a ordenar. - Sí, porque estaba todo hecho un desastre, unas nubes tiradas por aquí, unos insectos amontonados por allá, el mar encima de las palmeras, las flores no tenían olor, las cosas no tenían el color que les tocaba y los juguetes estaban arrumbados debajo de unos volcanes que tenían hipo. Un verdadero y completo desorden. - Algo así como su recámara...- dije, bromeando. - O tu escritorio... Pero ya no nos interrumpas, Papá. - Perdón. Me decían que el abuelo de los dioses estaba ordenando todo... - Sí y entonces, una noche que hacía mucho frío, el abuelo de los dioses salió a colgar las estrellas en la cúpula del cielo. Ya había colgado muchas, pero le faltaban otras tantas, por que son muchísimas, más de mil, chorromil y pico, o más.


- Tal vez, un gogol... - Pues estaba el abuelo de los dioses colgando estrellas, pero salió sin ponerse un suéter. A pesar de que su mamá siempre le decía “Ponte suéter. Hace frío. No salgas sin tu suéter”. Pero no hizo caso y, esa noche helada, salió sin taparse y cuando uno sale sin taparse... - Pues, se resfría y empieza uno sentirse mal y a estornudar. - Así que el abuelo de los dioses empezó estornude y estornude, hasta que tiró todas las estrellitas con tanto estornudo. - Porque era el abuelo de los dioses y su estornudo era peor que un huracán, y las estrellas cuelgan apenas de un hilito. - Y luego se rompe el hilo y caen, ¿te acuerdas de la estrella que vimos caer en vacaciones? Pues a esa se le rompió su hilito. - Y así, además de enfermo, el pobre abuelo de los dioses se puso todo triste. Las luciérnagas que en ese entonces no brillaban y eran unos insectos sin mucho chiste, sin colores bonitos como los de esos escarabajos que tienen el arco iris en su lomo o las mariposas, vieron al abuelo de los dioses que lloraba desconsolado. Todas las luciérnagas se


conmovieron y empezaron a recoger las estrellas y, cargando con ellas, volaban para volver a colgarlas de la cúpula de la noche. - Para que ya no estuviera triste el abuelo de los dioses y dejara de llorar, porque estaba inundando el mundo. Así se formaron los océanos y por eso saben salados porque se formaron de las lágrimas del abuelo de los dioses. - Y cuando el abuelo de los dioses vio a las luciérnagas volando brillando

y con

las estrellas a cuestas, le dio tanto gusto y le parecieron tan bonitas que desde entonces brillan las luciérnagas. - Ya veo, pero me queda una duda- les dije. - ¿Una duda? ¿Cuál?


- ¿Por qué hay escarabajos que tienen un arco iris en el lomo? - ¡Ay, Papá! Ya es muy tarde y es mejor que vayamos a dormir. Si te portas bien, mañana te contamos por qué algunos escarabajos tienen un arco iris en el lomo...

El escarabajo Como

me

habían

prometido,

después

de

haber

comprobado

minuciosamente que yo había tenido un buen comportamiento ese día, Natalia y Viviana accedieron a contarme en el jardín el Mito del escarabajo: “En el tiempo en que el tlacuache todavía no se robaba el fuego ni las luciérnagas brillaban en las noches, había un escarabajito bebé todo negro, que no era feliz. Quería tener muchos colores en su espalda. Le gustaba mucho el negro, es más era su color favorito (le encantaba porque era el fondo donde podían brillar las estrellas durante las noches, porque si fuera, por ejemplo, blanco ¿cómo las veríamos?), pero le aburría tener un solo color. Por lo que le preguntó a su hermano mayor: Oye, hermano, ¿por qué nuestra espalda es toda de un solo color? ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco ese que aparece en el cielo cuando


llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? - Mira hermanito, no entiendo tu pregunta. Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y, si no me crees, pregúntale a Mamá o a Papá. Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a su mamá: Mamá, tú debes saber la respuesta a una pregunta que no me deja dormir por las noches. -

Escarabajo, escarabajito, el más pequeño de mis hijos ¿qué pregunta es la que quieres hacer? Anda dime. - Mamá, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece


en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? - Mira Escarabajo, escarabajito, el más pequeño de mis hijos, no entiendo tu pregunta. Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y, si no me crees, pregúntale a Abuelito. Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a su abuelito: Abuelo, abuelito, por favor, tú debes saber lo que mi hermano y mi mamá no supieron decirme. - Escarabajo, escarabajito, el más pequeño de mis nietos, dime ¿qué es lo que quieres saber? - Abuelo, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda?


- Mira Escarabajo, escarabajito, no entiendo tu pregunta. Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y, si no me crees, pregúntale a la Gran Escarabajo, la más vieja y sabia de todos los escarabajos. Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a la Gran escarabajo, porque era la más vieja y más sabia de todos los escarabajos: Gran Señora escarabajo, por favor, tú debes saber lo que mi hermano, mi mamá y mi abuelo no supieron decirme. - Escarabajo, escarabajito, el más el pequeño de los escarabajos dime ¿qué es lo que quieres saber? - Gran Señora escarabajo, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? - Mira Escarabajo, escarabajito, no entiendo tu pregunta. Nuestra espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y, si no me crees, pregúntale a Tunkulunchú, el Búho, el más viejo y sabio de los animales.


Y así lo hizo, Escarabajito fue a preguntarle a Tunkulunchú, el sabio Búho que vivía en la rama más alta del más alto de los árboles del bosque. - Gran Tunkulunchú, Sabio Búho, quiero saber por qué nuestra espalda es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda? - Mira Escarabajo, escarabajito, no entiendo tu pregunta. Tu espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos. Y por cierto ese arco que aparece en el cielo cuando llueve y hay sol se llama arco iris y es la paleta de colores con que el Abuelo de los dioses pinta a los animales. El ha sido el que ha pintado la espalda de los escarabajos negra y sólo el sabe la razón. Si quieres preguntarle tienes que seguir el arco iris y al final lo encontrarás. Y así lo hizo, Escarabajito esperó a que lloviera con sol y fue a preguntarle al Abuelo de los Dioses, buscando el final del arco iris. Bajo la lluvia y el sol, caminó y caminó y caminó hasta que llegó al lugar exacto donde terminaba el arco iris. Encontró al Abuelo de los Dioses, el más primero de todos, que estaba dormido, cansado de tanto pintar.


Escarabajito llegó todo mojado y sobre su espalda húmeda se reflejaban los colores del arco iris. Esperó un rato a que despertara el Abuelo de los Dioses, pero como vio que tardaba mucho, tosió para despertarlo sin parecer mal educado. El Abuelo de los Dioses despertó, miró al Escarabajito con simpatía y le preguntó que hacía tan lejos de su casa. Escarabajito le platicó que no era feliz: “Quiero saber por qué la espalda de los escarabajos es toda de un solo color ¿No sería más divertido tener muchos colores, como el arco iris? ¿Verdad que nos veríamos más bonitos como la guacamaya o el tucán? Entonces, ¿por qué sólo es negra nuestra espalda?”. También, Escarabajito le platicó al Abuelo de los Dioses cómo le había preguntado a su hermano, su mamá, su abuelito, la Gran Señora Escarabajo y al Sabio Tunkulunchú y cómo todos le habían dicho que su espalda es negra porque así es, así ha sido y así será siempre la espalda de los escarabajos; pero él no estaba convencido, las cosas podían ser diferentes a como eran o habían sido, le explicó al Abuelo de los Dioses, el más primero de todos. El Abuelo de los Dioses, en silencio, lo observó bien por un momento. Vio cómo la mojada espalda del Escarabajito iluminada por el sol reflejaba los colores del arco iris, y le dijo: Escarabajo, escarabajito, la más pequeña


de mis criaturas entiendo muy bien tu pregunta y tienes razón dos veces: hasta el Abuelo de los dioses se equivoca y, tengo que reconocer que te ves más bonito con todos los colores del arco iris en tu espalda. Además, las cosas pueden ser diferentes a como son o como han sido: de ahora en adelante tendrás el arco iris en tu lomo.”- concluyó Natalia. Anochecía y tuvimos que entrar a la casa. Les propuse despedirnos del tlacuache, las luciérnagas y los escarabajitos. Y las catarinas, los caracoles, las golondrinas, las mariposas, las arañas, el árbol, las estrellas y las flores- completó Viviana. Y Natalia prometió contarme por qué las catarinas tienen manchas, los caracoles cargan su casa y muchos mitos más. Pero sería en otra ocasión.


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