El cartografo: El barrio de la gente mediana - Christian Gutiérrez

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EL CARTÓGRAFO EL BARRIO DE LA GENTE MEDIANA

CHRISTIAN GUTIÉRREZ

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Christian Gutiérrez

EL CARTÓGRAFO

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El Cartógrafo Christian Gutiérrez Montecristo Cartonero 2017 Diagramación a cargo de Juan Cifuentes Diseño por Juan Cifuentes Ilustración: “Wegener’s theory”, Jacek Yerka, 2001. Impreso en los talleres de Montecristo Cartonero Corregidor Fernando de Alvarado 8, Hacienda Los Fundadores, Chillán Viejo, Chile Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

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Se permite la reproducciรณn parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorizaciรณn previa del autor.

EL CARTร GRAFO

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A Maxi GutiĂŠrrez, por supuesto

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“El verdadero juego empezará más tarde, en el momento menos pensado estaremos jugando sin saberlo”

Daniel Moyano “LIBRO DE NAVÍOS Y BORRASCAS”

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LA CIUDAD Llamaban la atención tantos cables: de electricidad, teléfono, video… ¿Quién podía distinguirlos? Una enorme maraña de hilos negros y filosos, cortando el cielo en trozos desiguales, flotando a solo metros de las cabezas de los peatones, balanceándose o rozándose, trepando desde un cartel hasta un techo y de allí, saltando hasta el techo del edificio opuesto. Una multitud compacta, intrincada, con aspecto sucio, que Luis observaba sorprendido con la cabeza hacia atrás, sin prestar atención a la ancha calle peatonal que recibía cada vez más gente. - Mirá para abajo que te vas a matar - Le aconsejó Humberto a su primo, riéndose. Luis obedeció y enseguida sintió el dolor en el cuello tensionado: - ¿Viste la cantidad de cables que hay?... Parece una telaraña, una telaraña de araña negra, de viuda negra... - dijo Luis _ Si, mirá, mejor sería que te caiga una araña en la cabeza antes que un cable de ésos. Era temprano, y por lo tanto las vidrieras se veían relucientes, las grandes baldosas grises y cuadradas lucían limpias y pulidas, como recién colocadas, las señoras azules de la limpieza apuraban el paso arrastrando unos tachos con 11


ruedas, se juntaban en una esquina, cruzaban unas palabras y volvían a separarse, siempre con sus tachos a cuestas. El sol levantaba el día desde el piso y lo desparramaba en el aire con olor a lavanda, mientras los vendedores ambulantes desplegaban paños, mesitas o atriles de madera en donde colocaban su mercadería. Los tíos de Luis caminaban unos pasos más adelante, los primos menores correteaban y gritaban tratando de darse alcance unos a otros, la tía repetía un reto de memoria, como una oración, sin fuerza ni convicción, un reto que ninguno de los mellizos, hermanos de Humberto, tenía en cuenta. Pasaron la mañana recorriendo tiendas de ropa, comprando para toda la familia y también para Luis, que estaba de visita, Los mellizos se quejaban sin parar pero eran acallados con caramelos y dulces Cerca del mediodía todos llevaban al menos una bolsa: - Bueno - Dijo el tío - Vamos al estacionamiento, dejamos todo esto en el auto y a comer ¿Qué les parece? - Y después… - Sugirió Humberto. - Ah, sí claro, no me olvidé, después a los video juegos, tengo que cumplir con lo que prometo. -¿Te acordás que tenemos un partido de metegol pendiente no? - Preguntó Humberto a Luis. - Me acuerdo ¿tanto apuro tenés por perder? - Mmmm, me parece que te veo mal. - Ya vas a ver que no, ¿dos de tres? - Bueno. Luis y Humberto habían nacido con pocos días de diferencia y desde muy chicos fueron engrosando un vasto historial de macanas conjuntas; algunas de ellas, no todas, tan memorables que se contaban incluso en las reuniones familiares. Como cuando, con tan solo cuatro años cada uno, cruzaron la ciudad de punta a punta, ida y vuelta, tomados de la mano, en busca de algo que nunca quedó del todo claro o la vez que incendiaron varios árboles de una plaza con la 12


excusa de buscar avispas dentro de los troncos, utilizando una antorcha de su propia fabricación. Los primos además se querían mucho. Ninguno podía estar más de una semana sin saber del otro y siempre encontraban la forma de juntarse, aunque estuvieran castigados, lo que ocurría bastante seguido. Esta era la primera vez que Luis pasaría las vacaciones en casa de Humberto. La innumerable lista de advertencias para los dos podría fácilmente llenar un libro. Entraron a un local de hamburguesas, el aire acondicionado les sacudió el calor pegado a los cuerpos, el lugar estaba lleno de luces, carteles, colores, de gente haciendo colas larguísimas, de prisas y pedidos por altavoz; parecía imposible que cualquier persona pudiera comer en medio de tanto escándalo, y sin embargo, ahí estaban, tragándose con gusto esas hamburguesas que nada tenían que ver con las de las fotografías, en mesas más convenientes para un juego de ajedrez que para un almuerzo. Pero como el hambre era más grande que sus ideas de comodidad, ninguno dijo una palabra hasta terminar de comer. El mundo se movía muy lento del otro lado de los vidrios. La poca gente que caminaba por las veredas se pegaba a los negocios buscando sombra, los autos cruzaban por la calle con cierta libertad, en la plaza Primero de Mayo, los artesanos se repartían bajo los árboles junto a los taxistas, vigilando sus puestos desde una distancia prudencial, las palomas deambulaban con la vista fija en el piso, en busca de alimento, soportando aparentemente sin problemas el azote despiadado del sol, el reloj del edificio municipal posicionaba sus pesadas agujas marcando las dos y cuarto de la tarde. Luis se miró la muñeca del brazo derecho recordando el reloj sumergible que había perdido en un viaje hacía dos años, lamentaba haberlo extraviado porque 13


además de ser el más llamativo de su clase, resistía hasta treinta metros de profundidad, aunque nunca llegara a probar ese atributo, gracias a la contradictoria insistencia de su padre para que se lo quitara al nadar. Por lo demás, la hora nunca le interesó mucho. Luis miró la muñeca de su primo, tampoco tenía reloj. Las manos de Humberto se ocupaban con los vasitos de postre que acompañaban a cada menú. - Está para quedarse acá adentro -Dijo Luis. -La verdad, prefiero la pileta… -Aseguró Humberto - Y hablando de pileta, todavía no la armamos. Ahí si podemos estar cómodos… salvo por los duendes - Señaló a sus hermanos - Pero no importa porque se van a dormir temprano y mami no tiene problemas en que nos quedemos un rato a la noche, para refrescarnos antes de dormir. -Sí, a la noche está bueno meterse en la pileta. - Entonces, cuando lleguemos la armamos enseguida. El padre de Humberto interrumpió la charla levantándose ruidosamente de su silla. -¿Vamos chicos? - Propuso - Primero a la heladería, por que la verdad yo me quedé con ganas de más postre, después los llevo a los juegos. Al salir de la heladería, la tía de Luis se separó del grupo para hacer algunas compras más y acordó con su esposo un punto de encuentro a una hora determinada. No había terminado de hablar cuando los chicos ya apuraban pasos hacia el local de videojuegos. Como de costumbre, los hermanos de Humberto entraron gritando y corriendo al amplio salón, que comenzaba con un pasillo en donde se alargaban dos hileras enfrentadas de máquinas contra cada pared. Luis y Humberto se movieron lentamente entre aquellos aparatos, mirando de reojo y analizando las opciones, el tío se había adelantado y ya subía unos escalones, en dirección al mostrador en donde un muchacho pálido y transpirado, con una expresión de 14


constante fastidio en el rostro, vendía las fichas. El calor navegaba a sus anchas por todo el recinto, dejaba sus huellas de sudor y olores agrios e indescifrables. Los juegos de mesa se encontraban más allá de los escalones, se alcanzaba a oir el murmullo de los diálogos confundiéndose con el golpeteo del molinete de metegol. El tío compró fichas para todos y las repartió, después dijo que se quedaría cerca de los indomables mellizos, que los otros dos podían manejarse como mejor les pareciera. Así lo hicieron Humberto y Luis, conviniendo postergar el duelo de metegol para lo último. Mientras tanto, perdieron la noción del tiempo y el espacio trabando feroces luchas en las pantallas, aventurándose en travesías espaciales plagadas de naves y seres alienígenas, disputando partidos de fútbol relatados indiferentemente por una voz con acento español o disparando contra soldados de un ejército desconocido y brutal. Una vez agotadas las fichas de video juegos, se encaminaron con paso decidido en busca de una mesa de metegol, hallaron una libre de las diez que había, eligieron los equipos, tomaron sus posiciones, Luis introdujo una de las fichas con sus dedos pegajosos, tiró de una palanca y liberó las bolas amarillentas con un ruido también amarillento de trabas y engranes; un tipo de enormes ojos negros fue el único espectador que tuvieron. Después solo fueron los encuentros, los enfrentamientos, volviendo a sumirlos en un estado inmune al calor y los gritos, un ir y venir de pupilas nerviosas y dilatadas, unos sacudones espasmódicos de los cuerpos, alguna palabra abandonada al aire y tal vez a los oídos muertos de los jugadores brillantes y tiesos. Humberto ganó los cuatro partidos disputados. Luis, aunque un tanto fastidiado, cumplió con su pago. ¬ - Esta vez tuviste suerte - Dijo - La próxima vas muerto Y acompañó las palabras con un puñetazo fingido y liviano que dio en el brazo izquierdo de su primo. 15


- ¿Vos estás ciego? Que suerte ni que suerte, esto fue un robo. Ya sin fichas, llegaron hasta donde el tío se aburría con la vista fija en la pared, dando las últimas pitadas a un cigarrillo casi extinto. Antes de salir, el mismo tipo bien vestido, de grandes ojos negros y rostro inexpresivo, pasó rozándolos, sin pedir disculpas miró a Luis y le hizo un gesto con el dedo pulgar hacia arriba mientras ensayaba una mueca que podía pasar por sonrisa. - ¡Están todos locos! Opinó el tío - Ni se fijan por donde caminan. A paso lento, llegaron hasta la calle ancha en donde terminaba o comenzaba la peatonal. Un estruendo de cohetes se acercaba desde algún sitio, el tío tomó las manos de los más chicos esperando que el hombrecito verde del semáforo habilitara el cruce, por la derecha, repentinamente, apareció la muchedumbre responsable del ruido, venían agitando carteles, encabezados por los encargados de tocar los bombos, con los brazos entrelazados, gritando, repartiéndose entre la calle y la vereda, ignorando los insultos de los conductores y las miradas severas de las demás personas. El hombrecito demoraba en cambiar a verde y la multitud ya estaba muy cerca, el tío respetaba las señales luminosas a pesar de haberse detenido el tránsito, los manifestantes venían sembrando cohetes y cantitos, convulsionando el cuerpo invisible de la tarde. Entonces el semáforo dio paso en el mismo instante en que se oyeron sirenas, motores y frenadas. - ¡Vamos! - Ordenó el tío arrastrando a los mellizos. Luis y Humberto adelantaron el cuerpo para cruzar pero los manifestantes comenzaron a correr para todos lados tratando de huir de la policía, chocándolos y empujándolos en dirección contraria. La fuerza del tumulto los movía a su antojo, los invadió un olor húmedo y asfixiante a pólvora y 16


transpiración, lucharon caminando hacia atrás. Humberto tiró dos o tres puñetazos que no surtieron efecto, Luis estiraba los brazos como única manera de frenar el avance de aquellas personas. Los patrulleros seguían llegando y pronto ocuparon la mayor parte de la esquina, los que paseaban se abrieron a cada lado, dejando lugar al paso de esa vertiginosa serpiente fragmentada, los primos se dieron vuelta y corrieron a favor de la huida para no caerse, se aproximaban a otro cruce de calles, allí los esperaban más uniformados blandiendo sus terribles garrotes, protegidos por cascos y chalecos antibalas. El encuentro era inminente, no había a donde ir, sintieron mil manos y brazos golpeándolos, mil piernas conmocionando el piso como una estampida de animales salvajes. Humberto alcanzó a ver a su primo de reojo, su mirada de sorpresa más que de miedo, su esfuerzo por mantenerse en esa carrera demencial: - ¡Al costado, al costado! - Gritó. Los dos se tiraron con sus últimas fuerzas, uno a la izquierda, el otro a la derecha y cayeron violentamente al suelo, Humberto se puso a salvo sin levantarse, Luis fue tironeado de la remera por las manos de una de las personas que se mantenían al margen. Agitados, con las caras rojas y mojadas, pudieron ver como la ciega furia del gentío era recibida y devuelta por la menos ciega y organizada furia de los policías, las exclamaciones e insultos se multiplicaron, los manifestantes fueron separados, la mayoría corrió hacia diferentes destinos, solo un grupo reducido se empeñaba en mantener la lucha golpeando y pateando hasta que finalmente todos ellos terminaron dentro de cuatro o cinco patrulleros Luis atravesó la vereda buscando a Humberto, todavía confundido, pero más calmado al notar que los últimos policías se retiraban y la gente retomaba su camino poco a poco, un bombo y un redoblante con sus respectivos palillos descansaban en el suelo como prueba de lo ocurrido. El 17


primo Humberto tenía sangre en la boca, estaba sentado en el escalón de un negocio, aceptando un vaso plástico con agua de manos de una anciana. - Dame un poquito por favor - Pidió Luis. El otro interrumpió el sorbo y estiró el brazo sin levantarse: - ¿Viste que lío? Pasa todos los días, dicen, pero yo la verdad es la primera vez que lo veo. - Y tan de cerca ¿No? - Sí, bastante, cuando lo cuente no me lo van a creer. - A mí menos, el problema es que si llego a hablar de esto, no me dejan venir más. - No te procupés que yo le digo a mi viejo que no cuente, me va a hacer caso, no pasa nada… y hablando de viejo, vamos a buscarlo. - Limpiate la sangre. Humberto tomó impulso, se levantó y se limpió con unas servilletas de papel que pidió a la misma señora. El tío de Luis y sus primos no estaban en la esquina, ni cruzando las calles, ni en las veredas, ni en los negocios en los que entraron a buscarlos; no había señales de ellos y por supuesto, preguntaron en vano a los indiferentes peatones. Luis sintió un peso en el pecho, miró hacia todos lados, interrogó con la mirada a su primo, contuvo los deseos de llorar. La ciudad crecía ahora sobre su miedo, le pareció que oscurecía, que los edificios habían cobrado más altura y se disponían muy juntos, demasiado juntos y laberínticos, hubiera querido ser capaz de acallar las bocinas y las voces de la gente, todo le resultaba desconocido, como si en un descuido la construcciones hubiesen cambiado de lugar solo para extraviarlo. Respiró hondo dos veces, las piernas le hormiguearon, se le antojaron flácidas, incapaces de dar un paso, hasta que la mano firme de Humberto apretó su hombro desde atrás:

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- ¿Todavía tenés unos pesos? Algo debe haber pasado, no te preocupés, nos vamos a casa en colectivo, yo sé cual tomar. - Me quedó algo, creo que alcanza - Respondió Luis con la voz entrecortada. Mientras andaban el mundo se acomodaba a las pisadas decididas de Humberto, en la parada, las personas se agolpaban en espera del transporte, los colectivos frenaban, subían pasajeros y arrancaban con una velocidad increíble, uno tras otro. - ¡Allá viene! - Dijo por fin Humberto - El 20. Le hicieron señas desde lejos, cuando el coche estuvo cerca alguien en su apuro chocó a Luis haciéndole volar las monedas a la vereda, los primos las juntaron a la velocidad de la luz y alcanzaron los escalones justo cuando el colectivo arrancaba. - Casi lo perdemos - Se rió Luis con cierto nerviosismo.

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COLECTIVO El coche estaba casi vacío, en los últimos asientos un señor dormía profundamente con los brazos cruzados en el pecho, otro leía el diario, dos asientos más adelante, una señora con anteojos desmesurado, oscurísimos y casi redondos, hablaba con tres niños pequeños sentados a su lado, en tono de reprimenda, por último, una muchacha se mantenía con la espalda arqueada y las manos en la cara, parecía estar llorando en silencio, movía la cabeza en forma pendular, recibiendo el consuelo de otro joven ubicado junto a ella que agitaba los brazos al hablar. Luis y Humberto pagaron y se sentaron en butacas individuales, el chofer les dedicó una mirada minuciosa detrás de sus lentes para sol. Avanzaban muy despacio debido al congestionamiento de tránsito, Luis abrió del todo su ventanilla y giró para hablar con su primo. - Que raro ¿no? - Empezó. - ¿Qué, que se fueran? - Respondió Humberto - No sé, a lo mejor pasó algo, es lo más probable. - Ni siquiera a tu mamá encontramos. - Ojala que estén bien, por nosotros no me preocupo, ya vamos a llegar - decía Humberto sin mirar a Luis, con los pies

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estirados y los brazos descansando sobre el respaldo del asiento. - Igual es raro, también ellos deben estar preocupados Luis vigilaba los movimientos de la pareja joven en el momento en que la chica dejaba que su compañero le besara y secara las mejillas húmedas, los dos tenían la vista fija en el piso, intercambiaban algunas palabras sueltas y delgadas. - Pobres los duendes, se habrán pegado un susto bárbaro Agregó Humberto. El chofer continuaba mirándolos con insistencia, a lo mejor le sorprendía que los primos viajaran solos, los sonidos del exterior no llegaban hasta los oídos de los pasajeros, el zumbido del motor ocupaba el espacio reducido pero libre del coche que ya marchaba sin interrupciones; salvo por los semáforos, no se habían detenido ni para recoger más gente. El monótono andar del colectivo aburría y daba sueño, fueron dejando atrás la sucesión de tiendas para internarse en calles más estrechas, flanqueadas por edificios y casas alternativamente, Luis entrecerraba los ojos luchando por no quedarse dormido, recién entonces sintió hambre, pensó en un buen plato con comida, una ducha fría y una cama mullida, Humberto prestaba atención al movimiento de afuera, cada tanto giraba la cabeza para observar con detenimiento algún punto en particular: una casa, un cartel, una escuela. Los demás pasajeros se mantenían en completo silencio y sin moverse del lugar: la mujer con sus niños, el tipo del diario, el que dormía y la joven pareja. Media hora más tarde seguían en ese viaje callado a una velocidad continua, percibiendo mínimos vaivenes, como si estuvieran abandonados en la mitad de un mar calmo y extenso; ningún pasajero había tocado el timbre para bajarse. La luz del día se evaporaba alrededor de ellos, oscureciendo los frentes de las casas, borrando las formas definidas y 21


dándole otras más caprichosas, Luis abrió del todo la ventanilla de su asiento, el viento le cubrió la cara y por unos segundos le dio un respiro, notó también que el chofer mantenía la puerta de adelante y la ventanilla a su lado completamente cerradas, de hecho, el total de los vidrios estaban clausurados. De repente, el colectivo fue disminuyendo la velocidad hasta detenerse en una esquina, las puertas se abrieron con un sonido largo y metálico, con una explosión aguda de aire, enseguida subió un hombre raquítico, casi tan alto como el techo, llevaba puesta una camisa elegante fuera del pantalón de vestir, zapatillas que no se ponían de acuerdo con su ropa y lentes oscuros descansando en su nariz respingada. Caminó hasta el fondo pero volvió de inmediato sobre sus pasos sin decidirse por un asiento, miró a los primos por un instante dedicándoles una sonrisa amable, el conductor parecía molesto por el comportamiento del nuevo pasajero, no le quitaba la vista de encima desde el espejo retrovisor mientras maniobraba y volvía a acelerar. El hombre aún no se sentaba, iba de un lado a otro sosteniéndose de los pasamanos superiores, bajando la cabeza para no estrellársela contra el techo. Después de un rato interrumpió su paseo justo en el medio, se quitó los lentes dejando ver unos ojillos claros hundidos en el cráneo huesudo, dejó caer esos anteojos y estalló en una carcajada que de no ser por el lugar y el momento se hubiera podido calificar de contagiosa: - “¡Bueno, vamos, despiértense! - Gritó golpeando las manos - “Acá estoy gente. ¿Qué pasa, no me ven? No me asustan, recorrí miles de kilómetros ya para tomar un colectivo. Eso a mí me da gracia ¿Y a ustedes? - Levantó los brazos y los sostuvo así, tenía buen equilibrio para aguantar los constantes sacudones del coche - “El mundo es más que ustedes, yo lo ví en mi viaje, no estoy sordo, estoy feliz aunque les pese” - Hizo una pausa para señalar a Luis y Humberto - ¿Y ahora por qué? ¿Para qué los quieren? - Gritó 22


con mayor vehemencia - “¡Yo encontré el camino idiotas! ¿Acaso piensan que ellos no?... ¡Miren la noche, miren la noche! ¿Ya es tarde no?... El viento fresco, la noche ¿Les da miedo la noche? El chofer frenó de golpe, se levantó y empujó al hombre hasta la puerta por donde había ingresado, éste no se resistió y simplemente dijo con voz ronca: “No importa, ya vendrá otro, tengo todo el tiempo del mundo” Reiniciaron la marcha, apurados por los impacientes bocinazos de los automóviles que formaban fila detrás. - Pobre loco - Dijo Luis a su primo. Pero Humberto no prestó atención, estaba atento al paisaje exterior, frunciendo el seño. - Primo - Comentó al fin - No te asustes, pero me parece que nos equivocamos de colectivo. Luis tragó una saliva amarga y áspera, esperó que el otro siguiera hablando: - No te asustes, no pasa nada, ya le pregunto al chofer. - Está bien, no estoy asustado - Mintió Luis. Se adelantaron, preguntaron. - A dos cuadras tengo la última parda, se pueden bajar y tomar el de vuelta en veinte minutos - Aseguró el conductor. - ¿Y no podemos volver con usted hasta el centro? Arriesgó Luis. - No, este coche queda fuera de servicio hasta la mañana, pero ya les digo, pueden tomar el de vuelta. - Gracias igual - Dijo Humberto un tanto enojado. Los mismos escasos pasajeros bajaron todos en un lugar común: la última parada. El tipo que dormía en el fondo se levantó de un salto, exagerando un bostezo ruidoso, abrió los ojos grandes redondos y negros, inspeccionó a su alrededor reconociendo el entorno, recogió un portafolio que Luis no había notado y descendió por la puerta trasera. Los chicos chocaron con el aire poco renovado de la noche, desde la vereda vieron alejarse el colectivo iluminado en su 23


interior, frente a ellos tenían una autopista salpicada por las luces suaves de los postes, atravesada por una peregrinación incesante de automóviles, a sus espaldas florecía un caserío pobre en una depresión del terreno, desde donde subía un griterío alegre, música lejana e igualmente festiva y un olor indefinido a comida, la casilla de la “Parada de Ómnibus” (así decía el letrero borroso) estaba casi desmantelada y tapizada por afiches sucios con propagandas de toda clase. Uno tras otro, los pasajeros se encaminaron hacia la pasarela que unía sin riesgo, ése con el lado opuesto, por arriba de la autopista. Los chicos los siguieron para llegar a la parada de enfrente. - Yo ya no tengo plata - Dijo Luis, preocupado. - En esta tarjeta queda un pasaje - Respondió Humberto sosteniéndola entre los dedos - Si le explico al chofer seguro nos deja pasar, después llamamos por cobrar a casa. - Sí, ya debe haber alguien y tienen que estar preocupadísimos. Los muchachos iban mirando hacia abajo, pegados a las barandas de hierro de la pasarela, apreciando la perspectiva que les brindaba esa posición elevada, desde donde contemplaban la parte superior de los automóviles y las luces que parecían salirles por los cuatro lados; Luis casi cayó al encontrarse desprevenidamente con el escalón que iniciaba el descenso a la vereda. Bajaron, las demás personas desaparecieron por un camino que atravesaba un parque bien cuidado y limpio, un camino delineado por pequeños farolitos de luz tenue y cálida, la nueva parada de colectivos se veía reluciente; increíble que ese lugar fuera tan diferente al que habían dejado atrás, teniendo en cuenta la mínima distancia entre uno y otro. Se sentaron en los fríos pero cómodos asientos, además de ellos, nadie perturbaba el silencio de la noche joven perfumada por la hierba recién cortada del parque, solo los autos corrían ante sus ojos sorprendidos como un río brillante y eléctrico, los mosquitos 24


notaron sus presencias y se lanzaron sobre ellos en un ataque encarnizado, furiosamente sedientos, numerosos, certeros, invisibles. Los primos repartían manotazos y maldiciones a media voz mientras el tiempo transcurría sin que apareciera el colectivo esperado: - Bueno, esperamos un rato más y si no viene, nos vamos por el caminito, a ver si encontramos un teléfono - Dijo Humberto - Esta es linda zona, bien iluminada, si nos quedamos acá nos van a llevar volando los mosquitos. - Algo hay que hacer, sí, el cole demora, tal vez no pasa, que se yo. - Seguro, no te preocupes, todavía es temprano, a alguien vamos a encontrar para que nos oriente, peor sería estar allá enfrente. - ¿Y si no encontramos a nadie? - El tono despreocupado de Luis ocultaba su real nerviosismo. - Te digo que sí… y si no, vamos a una comisaría o hablamos con un taxista para que nos lleve y se cobre el viaje cuando lleguemos, acá no se puede porque los autos van muy rápido y no paran. - Igual no vi taxis todavía. - Ya vamos a ver. Esperaron todo lo que aguantaron pero finalmente decidieron irse, apremiados por los mosquitos, desilusionados por la demora del colectivo, atravesaron el parque por aquel camino prolijo y lleno de curvas, sin hablar, oyendo el rechinar de sus zapatillas junto con el crujido áspero que hacían las piedritas coloradas del suelo al ser pisadas, un pájaro desafiaba con su trino a la noche que entumecía los árboles. Llegaron rápido al final del camino, un barrio refinado formado por edificios y casas elegantes, apareció de repente en la otra orilla de una calle angosta, los chicos divisaron entonces una cabina telefónica y cruzaron corriendo esa calle desierta, Humberto levantó el tubo, se lo

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pegó a la oreja pero no oyó ningún tono, colgó y descolgó varias veces; nada: - Al final, tanto lujo y los teléfonos no andan. Colgó definitivamente con cierta violencia: - Vamos - Continuó - Tiene que haber alguno que ande - Y se pusieron en marcha otra vez.

EL JOVEN CONRADO Caminaban por el medio de las calles estrechas, extrañamente vacías para esa época del año, unas pocas ventanas amarilleaban de luz sin que pudieran distinguirse movimientos en su interior, todo estaba en completo orden, el barrio entero resplandecía de limpieza; ni un papel en las veredas, ni una bolsa con basura en los cestos pintados de negro, ni un perro explorando los alrededores. Las casas y departamentos eran nuevos, de diseños abstractos, no se veían autos por ningún lado, ni siquiera estacionados, encontraron algunos negocios ya cerrados, con las vidrieras a oscuras. Continuaron por la misma senda solitaria, mirando para ambos lados, también hacia arriba, a las azoteas ocupadas por grandes antenas parabólicas que reflejaban la luz prestada de la Luna, para abajo, al asfalto pulido como un espejo. -Estos tipos si tienen plata, pero de verdad - Dijo Luis - Mirá lo que es esto, puro lujo ¿No? - Sí, pero aburrido - Afirmó Humberto - Muy aburrido, deben ser todos unos estirados. Humberto se adelantó un poco, su silueta esbelta, sus hombros anchos, su espalda recta, su cabeza pequeña con cabello corto y sus piernas largas comenzaron a moverse más rápido con perfecto equilibrio: 26


- ¡Una carrerita hasta el poste aquel! - Desafió, y su grito resonó en el espacio cercano. Luis arrancó con desventaja pero no dijo nada, tenía fe en su velocidad, se impulsó, dio unas zancadas y enseguida estuvo a centímetros de su primo, pisándole los talones: - Te voy a pasar - Advirtió, pero no pudo. Humberto aceleró y se adelantó dos metros, casi al mismo tiempo, dijo sin dejar de correr: - Mirá, el cartel ¡Vamos, dale! - No disimulaba su entusiasmo. Luis observó el letrero indicador en la esquina con el dibujo de un teléfono y una flecha de señalización, siempre a la carrera, giraron para seguir esa dirección, el cartel se repitió dos veces más, la última vuelta los dejó a tan solo una cuadra de la cabina telefónica. Luis apuró el paso, ya se sentía desfallecer, Humberto sentía las consecuencias del esfuerzo, bajaba la velocidad, respiraba con mucho ruido y se pasaba el antebrazo recogiendo el sudor de la frente. Quedaron iguales, uno al lado del otro, era un empate seguro, los cuerpos casi pegados despedían calor, energía que les daba presencia y peso en esa porción ahogada de la noche, absorbiendo el aire y poniéndolo en movimiento, la carrera le imponía sentido al barrio estático, le otorgaba el rol secundario de escenografía, de excusa para un hecho más real y vivo, el hecho de sus brazos yendo y viniendo en desorden, de sus ojos empañados, fijos en la meta, ojos que en ese instante captaron una figura humana apareciendo de repente desde un costado y plantándose en el centro de la calle con las piernas un poco abiertas. Luis y Humberto frenaron en seco, próximos a la persona que comenzaba a tomar forma gracias a la luz de la cabina. Un muchacho joven, de unos diecisiete o dieciocho años los examinaba extrañado, manteniendo la distancia, con las manos en la cintura, arqueando las cejas gruesas sobre la mirada apagada, era ciertamente más alto que los primos 27


pero no de una estatura exagerada, delgado, de hombros caídos, hasta donde le llovía el cabello lacio, usaba jeans negros, amplios, camisa suelta con estampas de flores, abierta hasta el pecho lampiño y una suerte de sandalias franciscanas envolviéndole los largos pies: - ¿Y ustedes que hacen por acá a esta hora? - Dijo con voz clara - Y además… - No terminó la frase. -Queremos usar el teléfono - Contestó Humberto, notablemente agitado. - ¿Acá? Los teléfonos éstos no funcionan - Resumió el joven -… ¿Y por qué corren? - Es largo de contar - ¿Por qué no andan los teléfonos? - Por la noche dejan de funcionar, así de simple - Ahora adoptaba una posición más cómoda acercando las piernas y dejando caer los brazos - deben tener sed, vengan conmigo, mientras descansan les doy algo para tomar. Los primos se miraron por un momento. - No tengan miedo, no les voy a hacer nada. Seguro ni tienen a donde ir; tampoco hay en que irse ¿Qué acaso parezco un maniático o algo así? - Se rió - Además son dos contra uno - Volvió a reír mostrando una hilera de diente bien blancos y desparejos. Los chicos aceptaron acompañarlo; aunque no lo conocían les inspiraba confianza, podía ser la única persona que les prestara ayuda o los orientara por allí. - Por cierto, me llamo Conrado - Estiró la mano para estrechar la de los otros dos. - Yo soy Humberto - Se presentó - Y él es mi primo Luis. - Hola - Saludó sencillamente Luis. Se internaron por más calles casi iguales: oscuras, limpias, apretadas, solitarias; vigilados por el sueño de casas muy cercanas entre sí, rectangulares y planas, carentes de cualquier adorno, con canteros desprovistos de flores. El joven Conrado se movía rápido, sin dudar, sin prestar atención a la marcha de los primos que se esforzaban en 28


seguirle el paso, cansados por la carrera, Luis por su parte, iba atento, tanto la disposición de las construcciones como los nombres de las calles, que no eran otra cosa que números blancos sobre un fondo azul; recordarlo resultaría una tarea imposible, teniendo en cuenta que eran de cuatro cifras y no seguían ningún orden aparente, Humberto avanzaba en silencio, con la vista clavada al frente, a veces en el suelo; continuaba agitado. El joven Conrado se detuvo frente a un grupo de casas que constituían el abrupto final de esa calle. - Bueno - Dijo - Por aquí señores, ya encontramos la solución para nuestra sed - Y señaló un expendedor luminoso de latas de gaseosas, plantado a poca distancia. - No me queda ni una moneda - Dijo Luis. - Bah, solo una hace falta - Comentó Conrado mirando a Humberto - Y está conmigo hace mucho tiempo. En seguida se puso a hurgar en uno de los bolsillos de su pantalón hasta sacar un circulito metálico perforado y con un hilo atado a esa perforación, que poco tenía que ver con una moneda: - También sirve para las papas fritas y los chocolates - Se rió el joven con una voz armoniosa y firme - ¡Ah! y para caramelos, claro. Luego obtuvo tres latas heladas con una destreza increíble, soltando y tirando del hilo como si jugara con un yo-yo, método que según explicara más tarde, servía para evitar trabar el circulito en los recovecos de la máquina. Caminaron solo unas cuadras más hasta un edificio chato, un tanto más alto que las casas a su lado, la palabra HOTEL, dibujada sobre la pared, ocupaba casi todo el ancho y la parte superior de la fachada. Conrado dijo que se hospedaba allí por el momento, que era un lugar seguro. Tranquilizó a los primos diciéndoles que podían pasar y ser sus invitados sin miedo y sin cargo alguno el tiempo deseado y que de sentirse inseguros podían atarlo 29


a una silla toda la noche. Los chicos aceptaron pasar, les abrió la puerta un hombre formalmente vestido con cara de sueño atrasado, sus ojos negros, redondos, enormes e inexpresivos, los inspeccionaron con fijación y desconfiaza. - No hay problema - Le dijo Conrado - Vienen conmigo solo por ésta noche. Pasaron a la sala principal que olía a desinfectante, iluminada a medias por tubos fluorescentes, limpia, libre casi de muebles, excepto por una mesa de caño, sus respectivas seis sillas también de caño, perfectamente acomodadas y tapizadas con cuerina color vino, un aparador con la vitrina llena de platos, vasos, pocillos y un mostrador blanco al fondo de la habitación, tras el cual se escondía una puerta vaivén que seguramente conducía a la cocina o a la casa de la familia. El dueño les hizo un gesto con la cabeza indicándoles la escalera. - No tengo mucho dinero, casi nada en realidad - Aclaró Conrado mientras subían los escalones con pasos cansados - Así que trabajo para él haciendo la limpieza y cosas por el estilo a cambio de la pieza y la comida, también pinto algunos cuadros, pero como no le gusta ocupar las paredes, me los dejo para mí; nunca pude cambiarlos por nada en éste lugar. - ¿Podremos ver alguno? - Se animó Humberto. - Sí, claro, porqué no. El cuarto del joven Conrado se encontraba en el tercer piso del hotel y tenía el número quince, la puerta se abrió sin necesidad de girar ninguna llave. Por dentro mostraba la misma escasez de muebles que el resto del edificio: una cama, un ropero de pino, mesa de luz, tres sillas dispersas, un bolso de viaje junto a la puerta del baño y la pila de cuadros que había mencionado, descansando uno sobre otro a un lado de la ventana sin cortinas, por donde se apreciaba un parque que al principio Luis confundió con el que habían

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cruzado desde la autopista hasta el barrio, aunque éste casi no tenía árboles. Conrado sacó dos paquetes grandes de papas fritas, los abrió y ofreció a los primos, comieron en silencio, sentados en las sillas, haciendo mucho ruido al masticar, casi sin mirarse. - ¡Ah, los cuadros! - Recordó el joven y se levantó ¡Vengan! se los voy a mostrar. Los chicos se acercaron y observaron los dibujos, en su mayoría paisajes sin personas u otro ser vivo a la vista, salvo por dos o tres incompletos que representaban animales salvajes en lucha, estaban muy bien logrados, sugerían soledad o lejanía en cada trazo. Luis identificó alguna cualidad en ellos que las fotografías de los diccionarios en los que solía perderse por horas, no tenían, aunque no logró ponerse de acuerdo con sus pensamientos para nombrarla. - Esto es lo que realmente me gusta hacer - Habló Conrado. - Están muy buenos, en serio - Agregó Humberto - Debe haber algún lugar a donde mostrarlos. - ¿Acá? Claro que no, a nadie le gusta la pintura en este barrio, pienso hacer una muestra cuando me vaya a la ciudad, por el momento que descansen tranquilos. - O en paz - Se rió Humberto contagiando a los otros. - Y hablando de hacer ¿Qué hacen ustedes solo por acá? Si se puede saber. Le contaron como habían llegado hasta allí, en realidad habló Humberto, con algunas intervenciones de Luis, refrescando detalles omitidos por su primo. - ¿Algo que les llamara la atención? - Preguntó Conrado. - ¿Algo como qué? - Dijo Humberto. - ¿Alguien raro? - No creo, no, nada raro, nadie… - A no ser que… - interrumpió Luis casi saltando de su silla. - ¿Qué? - Exigió Conrado.

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- Un tipo vigilándonos en los videojuegos, uno con los ojos de foca, bien negros, bien grandes, como los del dueño de esto, como los del que dormía en el colectivo… - ¡Eso! - Gritó Conrado. Los primos quedaron expectantes, aguardando una explicación. - Miren, no les voy a mentir, ustedes no llegaron por casualidad, puede que la manifestación si haya sido casualidad, pero no todo lo demás. Nadie entra en este lugar si no es gracias a la gente mediana. - ¿La gente mediana? - Interrogaron los otros a coro. - Existen tres tipos de gente en este barrio: la gente mediana, los acunadores de bebés, que tienen el don de tranquilizar y dormir en sus brazos a los niños que les resultan insoportables a ellos y personas como yo, encargados de la limpieza, construcción, mantenimiento, cosas así. Casi nunca traen a personas tan jóvenes como ustedes, pero seguramente se habían pasado el día sin encontrar a nadie… - Hizo una larga pausa, parecía pensativo - ¿Qué edades tienen ustedes? - Los dos tenemos doce - Respondió Humberto - Pero la verdad no entiendo nada. - La gente mediana es dueña de este lugar, pero no están quietos, para nada, se mueven en todos lados: la ciudad, las afueras, ciertos pueblos también, siempre buscando traer a quien sea para que hagan esas cosas que les dije. - ¿Y ellos que hacen? - Quiso saber Luis. - De todo, venden, compran, estudian, no sé, todo menos lo que dije. No se visten ni caminan ni hablan todos de la misma forma pero se los puede reconocer por sus ojos enormes de foca y su estatura; en eso son idénticos. - ¿La estatura? - Miden lo mismo, llegan a un tope y de ahí no pasan. - Pero como vos dijiste - Concluyó Humberto - Somos muy chicos, se equivocaron, no hay ningún problema. Aparte me 32


parece mentira que pueda haber gente así, será pura coincidencia lo de los ojos y todo eso - El primo Humberto se paró y fue en busca de la puerta de salida - Vamos primo, me parece que hasta mañana nos podemos arreglar solos. Conrado se levantó también y dijo en tono impaciente: - No se vayan, no es sencillo, de verdad, no se puede salir tan fácil; la gente mediana los trajo por algo y por ese algo querrán que se queden. - ¿Y por qué nos quedaríamos, qué ganamos nosotros con vos? - Estoy seguro de poder salir, conozco la manera, hace poco la descubrí, podríamos irnos mañana mismo, si me acompañan no tendrán problemas y de paso nos ayudamos, sino voy a tener que estar despierto todo el tiempo. No los lastimé ni nada ¿Les parece que lo voy a hacer ahora? Yo entiendo, no nos conocemos, pero es necesario que me acompañen. Ustedes vuelven seguros a su casa y yo desaparezco en la ciudad. Redondo ¿No? Humberto tomó a Luis del brazo y lo sacó de su silla: - ¿Y primo, a vos que te parece? - No sé, no me parece mala persona, pero… - Listo, con ese pero me alcanza - Afirmó Humberto arrastrando a su primo, luego dio media vuelta y saludó - Nos vemos, gracias por las gaseosas y las papas, preferimos salir solos, vamos a preguntar, a llamar por teléfono o solamente a tomarnos un taxi - En ese preciso instante recordó la ausencia total de automóviles en la calle, pero no dijo nada. - Está bien - Aceptó Conrado con una expresión más bien triste - No los voy a obligar. Mañana pienso salir, ya saben, pueden venir conmigo si todavía andan por acá, aunque es fácil perderse en este barrio. - Gracias pero no, un gusto. - Adiós - Se despidió el joven. Cruzaron la puerta abierta del hotel sin la ayuda del dueño, caminaron bajo las estrellas intermitentes, extraviadas en el 33


pozo oscuro y helado del cielo. A tres cuadras encontraron un teléfono público, Luis levantó el tubo solo para comprobar su mudez inútil. Finalmente se sentaron apoyando espaldas y cabezas contra una pared lisa, haciendo guardia a la cabina, como si ésta fuera a desaparecer, esperando el día, confiados en la brevedad de las noches de verano, respirando el silencio pegajoso. LA GENTE MEDIANA Los despertó un murmullo de pasos y de voces, la mañana iluminaba y calentaba de a poco un centenar de personas desandando las veredas anchas, cruzando las calles a zancadas, apurando el paso o deteniéndose. Nadie se fijaba en los dos muchachos cuando se levantaron lentamente y con esfuerzo, las espaldas doloridas, las bocas secas, los ojos ardiéndoles, los músculos tan adormecidos como sus mentes. Humberto buscó los colores familiares de los taxis pero ni siquiera circulaban coches particulares. - Me duele todo - Dijo conteniendo un bostezo - Ya deben ser como las diez, está bastante picante el sol. - No sé - Se impacientó Luis - Llamá a tu casa así nos vienen a buscar y nos vamos de una vez por todas. Humberto se adelantó y apoyó el auricular en su oreja, marcó los dígitos del cobro revertido, luego los de su casa y aguardó que la operadora lo comunicase, Luis observaba, ansioso. - ¡Llama! - Se animó Humberto. - Bien, bien. Del otro lado llegó un ruido áspero junto con una voz infantil: - Hola. - Hola, ¿quién habla? - Santiago… ¿Humberto? 34


- Sí Santi, dame con mamá. Se oyó un distante golpeteo de pasos, el rechinar de algún mueble: - ¡¿Hijo?! - Preguntó la tía de Luis casi con un chillido. Humberto iba a contestar pero lo detuvieron dos manos; una se posó en su hombro presionando con cierta fuerza, la otra se apoderó del tubo y lo colgó en un solo movimiento. - No están autorizados para hacer llamadas - Sentenció el hombre que sostenía a Humberto, junto al cual permanecía otro vestido idénticamente, reteniendo por su parte a Luis, clavándole esos ojos desproporcionados, oscurísimos, fríos, esos ojos de foca que ya habían visto antes. - Llamo a mi familia - Aclaró Humberto tratando de zafarse ¿Qué quieren? Nos van a venir a buscar en un rato. El hombre apretó un poco más. - No lo creo, necesitan venir con nosotros, después veremos que hacer. - ¿Son policías? Vamos a esperar acá, estamos perdidos y queremos volver a casa. - ¡Vamos!- Fue lo único que dijo el otro. Los primos fueron llevados a empujones, Luis pidió auxilio pero nadie le prestó atención, de reojo, asustado, notó que sus captores tenían la misma estatura. Hombres y mujeres, en el edificio al que llegaron luego de caminar varias cuadras, coincidían en la altura y en la forma odiosa de sus ojos. Los sentaron dentro de una oficina vidriada sin escritorios, con mucha luz artificial, los dos hombres de camisa blanca, pantalones azules y corbatas grises, permanecían de pié muy cerca de ellos, vigilándolos todo el tiempo. En ese momento, el teléfono celular de uno de ellos sonó escandalosamente, el tipo atendió y se limito a escuchar, emitiendo de vez en cuando un sonido de aprobación con la boca cerrada y los labios apretados, después cortó y se dirigió a Luis y Humberto:

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- Esperen acá sentados - Se encaminó hacia la salida - Ah, si. Vamos a estar en la puerta, nade de tonterías. Apenas esos hombres estuvieron del lado de afuera de la oficina, Luis se tomó la cabeza con ambas manos, resoplando: - ¿Y ahora qué hacemos? Era cierto, Conrado tenía razón, es la gente mediana. - Bueno, bueno - lo tranquilizó Humberto - no es para tanto, son personas nada más, vamos a tratar de hablar con ellos cuando vuelvan, no pasa nada. - Pero ¿te fijaste? Miden los mismo ¿Y los ojos, como puede ser que todos tengan los ojos así? - Eso no significa que sean malos, el flaco ese te llenó la cabeza ¿eh? ¬- ¿Y si de verdad no nos quieren soltar? ¿Si nos hacen trabajar para ellos? - Si se ponen duros ya se me ocurrirá algo para escapar, siempre hay una forma, a lo mejor les llamó la atención que anduviéramos solos por la calle, tal vez alguien nos vió dormidos y les avisó, nunca se sabe. En ese momento, una señora con la cara cubierta de pintura y productos cosméticos, metió su cuerpo regordete al cuarto en donde los primos hablaban, se paró frente a ellos y se quitó los anteojos negros dejando ver sus ojos grandes; a los chicos no les sorprendió que fueran iguales a los de aquellos dos tipos: - A ver qué tenemos hoy - Dijo y de su boca pareció escaparse un olor pesado a perfume - Sus nombres son… - Luis. - Humberto. - ¿Apellidos? - La mujer sacó una agenda electrónica de su bolsillo, anotó algo y esperó la respuesta. - Perdone - Se excusó Humberto - ¿Para qué es esto? Somos primos, nos perdimos y necesitamos un teléfono para llamar a nuestros padres. ¿Nos prestaría uno por favor? 36


- Sin apellidos - Corroboró la mujer - Mejor así. - Mire señora, no queremos faltarle el respeto pero me parece que no deberían tenernos acá, esto no se puede hacer, tenemos doce años pero no somos tontos. - ¿Doce? - Sí ¿por qué? - ¿Este es el barrio de la gente mediana? - Las palabras de Luis saltaron al vacío de la habitación, explotaron en los oídos de la dama, ella apuntó velozmente una mirada severa. - No sé de qué están hablando. Queda pendiente la asignación de un puesto para cada uno. - ¡Yo sabía! - Se quejó Luis. - ¡Qué estupidez! - Gritó Humberto - ¿Quiénes se creen que son? ¡Nos vamos de acá y no nos van a parar! Los gritos atrajeron a los guardianes de la puerta, quienes volvieron a aprisionarlos y nada más que forcejear o quejarse pudieron hacer los primos. Más tarde atravesaron corredores inacabables, subieron escaleras absurdas de color metálico, siempre retenidos y empujados por los dos hombres de camisas blancas y corbatas grises. Había gente por todos lados ocupada en distintas labores, en su mayoría de papeleo, personas que compartían el mismo tipo de ojos caricaturescos, la misma estatura. La situación era increíble ¿Cómo se les ocurría secuestrar personas así como así? ¿Acaso todos aprobaban aquello? ¿Era posible que nadie supiera lo que esa gente hacía? La cabeza de Luis daba vueltas sin poder ordenar un pensamiento, la de Humberto estaba en blanco, en espera de alguna idea afortunada para escapar. Después de deambular por muchos rincones, los dejaron en otra estancia, ésta era mucho más amplia y lujosa, con sillones afelpados, una biblioteca de madera noble sin libros, un escritorio, arreglos florales, una computadora, una mesa atiborrada de adornos tontos. Sonaba una canción 37


instrumental en la que proliferaban los instrumentos de viento, al fondo se abría un gran ventanal precediendo al balcón con sillones y más plantas. Al entrar habían leído el letrero DESIGNACIONES a varios centímetros de sus cabezas. Los hombres se ubicaron en los sillones del living y ordenaron a los primos hacer lo mismo en unas sillas de fórmica, quedando de esa manera enfrentados. Al rato llegó la misma mujer que los había entrevistado anteriormente, los hizo pasar a un reducido cuarto en donde los midió, los pesó y los examinó por completo, como en una revisión médica de rutina, anotó los resultados en su agenda, los invitó a volver a la sala principal y les dijo: - Ya han sido designados: Luis a mantenimiento y trabajos varios, Humberto como acunador de bebés - Chocó los talones al dar media vuelta - Muy bien, me retiro, en un rato serán conducidos a sus habitaciones - Y se fue bamboleando su cuerpo ancho. Al despedirse, Humberto guiñó el ojo a su primo y le dijo al oído: - Primo, tranquilo, yo te busco, estos me la van a pagar. Pero Luis casi no escuchó lo que le decían, estaba aterrado, confundido y además, el tipo que lo retenía no esperó demasiado antes de arrastrarlo fuera de la habitación y conducirlo a los empujones, hasta una construcción conectada al edificio principal por un puente enteramente hecho de metal. El lugar no era precisamente un edificio corriente, más bien recordaba a los tanques de agua, comunes en ciertos barrios, con una estructura o esqueleto que servía para sostener la única dependencia circular que lo coronaba. Adentro había personas, muchas personas, mujeres y hombres, más de las que el espacio se podía permitir, se amontonaban en círculo, sentadas, de pié e incluso acostadas, desde la pared hasta 38


casi el centro mismo, en donde tres hombres de la gente mediana se aburrían en sus sillas. A Luis le parecía muy raro que tan solo tres personas sin armas o cualquier objeto que sirviera de advertencia o amenaza, pudieran controlar de esa forma a muchos otros que, a pesar de su aspecto sucio, parecían gozar de buena salud y estar bien alimentados. Sumido en sus pensamientos, no vió cuando uno de aquellos tres hombres se levantó de su silla y caminó hasta él: - Acá estamos - Le dijo. Enseguida levantó la vista para hablar con el que aún apretaba su brazo - ¿Ángela aprobó a este niño? - Y a uno más igual que éste - Respondió el otro. - Bueno ¿Por qué no? Supongo que va a crecer rápido... Dejalo por ahí y andá a pedir la comida para todos. - Bien. Luis pasó de una mano a la otra y luego directamente a formar parte de la aglomeración de gente, se sentó junto a una mujer de unos cuarenta años de edad, morena, delgada pero atlética, con una mirada aguda e inquieta. - Tranquilo - Lo serenó esa mujer - No va a pasar nada Señaló a la gente mediana - Estos no matan ni una mosca pero tienen todo controlado, eso sí ¿Cómo te llamás? - Luis. - Hola Luis - Le tendió la mano - Un gusto, yo soy Verónica. - Hola - Saludó Luis, notando la aspereza en las palmas de ella. A los vigilantes no parecía molestarles que las personas hablaran entre sí todo lo que desearan, ni siquiera se tomaban el trabajo de mirarlos de vez en cuando; tan seguros estaban de su poder, o tan aburridos de sus trabajos. - Acá nos conocemos todos y tratamos de llevarnos bien. No tenemos mucho tiempo libre pero yo creo que es mejor, porque así pensamos menos y no nos angustiamos ni nos 39


sentimos solos... Mirá, por allá está Lucio (Lucio levantó la mano) Ella es Andrea. - Hola - Se apuró a decir Andrea con una sonrisa triste y forzada. - Y bueno: Andrés, don Lisandro - Iba señalando a cada uno que nombraba, aguardando la respuesta antes de proseguir Mario, Emmanuel... ¿Qué le ocurría? Luis sentía unas enormes ganas de gritar, pelear, correr o por lo menos llorar, como mínimo, sin embargo, algo así como un cansancio crecía dentro de él y, aunque no le impedía los deseos sí le robaba la voluntad. Lentamente comenzó a entender la razón por la que nadie intentaba escapar de ahí, siendo algo relativamente sencillo. No salieron del recinto durante el resto del día: Comieron, durmieron, se despertaron, volvieron a dormir... Verónica explicaba a Luis que esa tarde podía tomarse como un descanso, ya que, como cambiarían el lugar de trabajo en la siguiente jornada, los de la gente mediana necesitaban organizarse y trasladar herramientas, algo que solamente ellos se permitían hacer. Al día siguiente, partieron todos hacia el mismo destino pero en grupos de veinte personas más o menos, se fueron reuniendo en un descampado, ocupado ahora por maderas, piedras, picos, palas, máquinas y ladrillos, entre otras cosas. A cada uno le indicaron la tarea que debía realizar, menos a Luis, a quien solo le dijeron que se quedara al lado de Verónica para aprender los oficios. La mujer no paraba de hablar y dar indicaciones, corregía, demostraba y hasta se entusiasmaba mucho cundo volvía a reconocerse habilidades que creía olvidadas; parecía que hablaba solo consigo misma. Y realmente algo así ocurría, porque Luis, a pesar de esforzarse, no lograba retener nada y repetía error tras error, su cabeza era un tumulto de imágenes pasadas y recientes, atravesadas por todas esas palabras neblinosas, giraba como en una montaña rusa, veía 40


la realidad de ese lugar y ese presente con un aspecto similar al de los sueños. Al finalizar el día, como era previsible, se desmayó sobre un montículo de arena. Recobró la conciencia unos minutos antes de abrir los ojos, lentamente se desentumeció, sintió su cuerpo mojado, frío, oyó muchas voces desordenadas, algún grito parecido a una orden, pequeños y rápidos chapoteos, percibió el olor punzante de la tierra mojada, de la humedad en el aire, hasta que, logrando despegar los párpados, enfocó la cara sonriente de Humberto muy cerca de la suya. - Dale primo, que nos agarran - Dijo la voz tenue de Humberto, de la imagen de Humberto, que tranquilamente podía ser un sueño - ¿Te gusta como los llené de agua? _ Y esa voz aumentaba su volumen al igual que la conciencia de Luis en la realidad _ ¡Vamos! ¡Moviendo el cuerpito que ya vienen! Luis se dejó ayudar para incorporarse, se sentó y vió todo lo que sus otros sentidos habían notado antes: unos cuarenta centímetros de agua en el recinto circular, personas caminando a prisa en todas direcciones, sin rumbo aparente, su ropa y sus zapatillas completamente empapadas. - Pero... cómo... - Alcanzó al balbucear - ¿Que hiciste qué? - No importa - se apresuró Humberto, mientras levantaba a su primo de un solo tirón - Después te explico. Pero los gritos de la gente mediana pusieron fin a esa conversación: - ¡Allá, allá, allá están! - ¡Ése, el que rompió los caños! Los chicos no esperaron más y corrieron a los tumbos hasta una de las pequeñas ventanas redondas que tenía el lugar. Por esa estrecha abertura solo entraría uno a la vez, así que Humberto encajó a su primo en la primera e inmediatamente salió disparado hacia la siguiente, se impulsó con las piernas, se asió del borde y fue deslizando su cuerpo como una serpiente. Del otro lado, la cornisa era bastante 41


amplia pero la altura lo complicaba todo; si no encontraban la manera de bajar, no llegarían más lejos de lo que habían llegado. Pegados a la pared, fueron siguiendo la forma del edificio, pero se detuvieron antes porque sabían que en algún momento se encontrarían con la puerta de ingreso, donde casi seguramente los esperaban. Luis fue el primero que vió la saliente, una suerte de capitel que se alargaba por debajo de la cornisa y se unía a la estructura de sostén; dicho así y teniendo en cuenta el lío en el que estaban metidos, la idea de saltar no le pareció para nada descabellada, pero por las dudas no dijo nada, sabía que tarde o temprano, Humberto se encontraría con la misma posibilidad y no dudaría tanto como él. Más o menos así sucedió, aunque en lugar de descender por aquellos laberintos de metales entrelazados, saltaron directamente al techo de una casa lindera, rodaron por esa superficie hirviente hasta hacer pié en el tapial que la rodeaba y desde allí cayeron a la calle como dos bolsas de papas. - Bueno ¿te acordás por donde?- Preguntó Humberto, levantándose estilo resorte. Luis contestó, agitado más por el susto que por el esfuerzo: - No, no sé, todas las calles tienen números, de noche las casas me parecieron iguales. Oyeron los gritos y las corridas a sus espaldas, ni siquiera se volvieron e iniciaron la carrera por un camino arbitrario, doblando en casi todas las esquinas. El sol de la siesta ablandaba el asfalto creando espejismos, los acondicionadores de aire chorreaban agua hirviente, ronroneando como heladeras, escupiendo aire húmedo y más caliente aún, que irritaban cada tanto las mejillas de los primos cuando pasaban cerca, sus corazones se esforzaban para bombear sangre dentro de sus cuerpos empapados y las piernas comenzaron a pesarles en ese clima insoportable. Humberto ahora sí miró para atrás y notó que llevaban 42


bastante ventaja, más o menos una cuadra y media, pensó que no podrían mantener ese ritmo por mucho más tiempo, pero no hallaban ningún rincón que les resultara familiar, ni la avenida ancha por donde ingresaron a ese barrio, ni el parque, ni el hotel donde vivía Conrado, nada. - No doy más - Aseguró Luis, ahogándose pero sin dejar de mover las piernas. - Yo tampoco, tenemos que escondernos, ya no los veo, pero si paramos acá nos agarran seguro. Encontraron un pasillo con piso de tierra entre una medianera y una casa pequeña, al final del cual había un portón de rejas negras, se ocultaron tras un arbusto pegado a la pared de la casa, mareados por el esfuerzo de la fuga y soportando a duras penas la aridez de sus gargantas. A tan solo unos metros de donde estaban, una canilla surgía del suelo, sostenida por un caño colorado y rígido, pero prefirieron aguantar la sed con tal de mantenerse a salvo, desde esa posición, oyeron claramente las voces entrecortadas e inconfundibles de los tipos de camisas blancas, haciendo conjeturas sobre el paradero de los perseguidos, respirando con dificultad, discutiendo y quejándose, hasta que se alejaron por donde habían llegado. Aliviados, los primos dejaron el arbusto y abrieron el paso de la canilla, se mojaron la cabeza, el cuerpo y bebieron hasta no poder más. De pronto escucharon pasos, rápidamente buscaron el refugio de la planta, asustados. Los pasos se interrumpieron frente al pasillo, entraron en él, los primos contuvieron el aliento y se prepararon para enfrentar a quien sea, no volverían a ser presa de esa gente, todos sus músculos se tensaron, Humberto cerró los puños, Luis apoyó las manos en el piso para impulsarse. - ¿Hola? - La voz era conocida. Repitió - Hola ¿hay alguien ahí?

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La figura esbelta del joven Conrado apareció por encima del arbusto, los chicos lanzaron un suspiro y relajaron el cuerpo. - La verdad - Se rió Conrado - Este escondite es bastante tonto, gracias a dios, la gente mediana tiene la cabeza chata como una tabla. - Fue lo primero y lo único que encontramos - Contestó Humberto con fastidio. - No hay porqué enojarse ¿Vieron lo que les había dicho? Mi invitación sigue en pié. Ya me iba, de casualidad los encontré, menos mal que me demoré más de la cuenta, supuse que estaban con ellos. - Estuvimos. - Entonces se habrán dado cuenta que no son nada agradables… Pero qué dicen ¿Me acompañan? No me gusta viajar solo. - Sí, vamos - Aceptó Luis antes que hablara su primo, Humberto no dijo nada, no tenía más opciones. - ¡Muy bien! - Se alegró Conrado - Pero no ahora, los van a encontrar enseguida, a mí ya me conocen bastante bien, paso por ustedes cuando oscurezca, mientras tanto quédense donde están. A la noche, Conrado regresó cargando una mochila roja, les dio a los primos gaseosas y comida tibia que guardaba en un recipiente plástico con tapa, Luis y Humberto tragaron casi sin masticar, después salieron a la oscuridad desierta de gente, poblada de luces color ámbar.

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EL NUEVO CAMINO - La noche es buena - Dijo Conrado - hay Luna llena, se ve claro ¿No? No se preocupen, la gente mediana odia la oscuridad, seguramente confían en que no podrán salir y los buscarán de día. - ¿Y vamos a poder? - Preguntó Luis. - Si encontramos el árbol de los dedos, sí. - ¿Árbol de qué? - De los dedos, es nuestro boleto de salida… Bueno, en realidad no tiene dedos el árbol, las hojas se parecen algo a dedos humanos... De verdad les digo, no me miren así... Pero lo maravilloso no es eso, sino el viento que las mueve, solamente te parás enfrente, le preguntás al árbol y se levanta un viento que mueve las ramas y señala para donde ir… Así funciona ¡Como una brújula viva!... Hace unos cuantos días lo ví por casualidad, me alejé más de la cuenta y ahí estaba, frondoso, tan verde, esperando mi pregunta. - ¿Y por qué no te fuiste en ese momento? - Por dos razones: primero porque se acercaban tres hombres de la gente mediana y segundo, porque quería recuperar algunas cosas muy importantes para mí. - Lo de la mochila - Interrumpió Humberto. - Sí. - Bah, me parece demasiado fantasioso, propongo buscar la avenida ancha, la plaza y desaparecer por donde vinimos. - No, claro que no, acá hay tantas entradas como salidas, infinitos caminos, nunca se encuentra el correcto, todo se confunde. Para eso están los árboles. - Solo dos preguntas - Humberto se detuvo. - Escucho. - ¿Cómo vamos a hacer para encontrar el árbol ése? ¿La gente mediana sabe que existe? 45


- El árbol de los dedos nos encontrará a nosotros, me vió una vez y no me ha olvidado… Por favor créanme - Miraba a Humberto directamente a los ojos con las cejas arqueadas hacia arriba - No les mentí desde que nos conocimos, guardé el secreto cuando los encontré escondidos, pueden confiar en mí. - No me contestaste la otra pregunta. - Sí saben, han intentado cortarlo varias veces según me enteré, pero vuelve a crecer enseguida, por eso ya no gastan energía en eliminarlo, de todos modos casi nadie lo ha visto, solo corren rumores entre nosotros y los acunadores. Ojala hubieran podido venir también, pero complicarían la marcha, somos demasiados. Humberto pareció admitir la explicación, volvieron a marchar. - Caminen adelante - Les indicó Conrado - Yo voy un poco más atrás por las dudas, hay que alejarse, tomen por la calle que les parezca, yo después veré si vamos bien, esto funciona así. Anduvieron errando un largo rato, el barrio no terminaba nunca y aunque faltara el sol, el calor continuaba aferrándose al aire muerto de la noche. Conrado no ocultaba su desconcierto, paseaba la mirada nerviosa en todas direcciones sin pronunciar ni una palabra, Luis examinaba en detalle el camino recorrido mientras se comía las uñas solo por costumbre, marchando casi involuntariamente, Humberto iba matándose los mosquitos, fastidiado, hablando entre dientes. Se toparon con un terreno baldío en donde la calle terminaba, la hierba crecía sin control a un metro y medio de altura, Conrado vociferó exaltado: - ¡Hay que cruzarlo, sí, sí, estoy casi seguro! - Bien con el “casi” - Ironizó Humberto.

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El otro no le hizo caso, se había adelantado y escudriñaba el terreno como sobre una cornisa, moviendo la cabeza de un lado a otro. - Así es - dijo a los primos - Es por acá, la gente mediana no deja las cosas de esta manera ¡Vamos, rápido! Es el camino que buscábamos, ¡La salida! Miren como cambia el paisaje, no hay dudas - Se metió entre los pastos con un paso largo perdiéndose de vista. Desde adentro volvió a gritar - ¡Vamos, vamos, no perdamos tiempo! Entraron. Primero Humberto, después Luis, los tallos les hicieron cosquillas en el cuerpo, de inmediato percibieron el particular aroma de la tierra mojada. - Que raro - afirmó Humberto juntando un poco de barro con sus dedos - con el calor que hace.

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CE.DE.M.A. A pesar de la proliferación de pasto, existía un ajustado sendero que los primos y Conrado (esta vez encabezando el avance) siguieron torpemente, trastabillando gracias a los desniveles de la superficie. Los mosquitos no tardaron en atacarlos, los rodeaban cientos, miles de sonidos sordos producidos por quien sabe que clase de insectos, los primos se sentían extenuados por la caminata, por aquella carrera al escapar de la gente mediana, por la falta de sueño, los párpados comenzaron a pesarles, les resultaba arduo mantener los ojos abiertos, Conrado en cambio, se apresuraba delante de ellos sin volver la mirada, Luis respiraba hondo o bostezaba a cada instante, todo el aplomo del mundo caía sobre su frente, su cuerpo empujaba el aire que a cada paso se volvía más espeso, los tallos actuaban como bracitos, tironeándolo, ofreciéndole resistencia, incitándolo a desplomarse en el suelo blando, a Humberto le pasaba más o menos lo mismo; podían haberse quedado dormidos mientras caminaban si no fuera por la voz de Conrado que retrocedió junto a ellos y los sacudió despabilándolos un poco: - Allá adelante hay una pared, vamos, tenemos que treparla y continuar del otro lado, es alta pero algunos ladrillos sobresalen. - Yo quisiera sentarme un rato - opinó Luis - para descansar las piernas. - Y los ojos - agregó Humberto. - No se puede, si nos sentamos, nos dormimos acá mismo, cuando estemos del otro lado les prometo buscar un rincón en donde acostarnos. - Está bien - accedieron los primos al mismo tiempo. 48


El muro cruzaba la totalidad del baldío a lo ancho, sobrepasaba un tramo considerable a Conrado, que era el más alto, los ladrillos salientes se veían muy separados entre sí; Humberto ya estaba por mencionarlo cuando fue silenciado por los movimientos rápidos de Conrado, que se descolgó la mochila, la abrió, metió la mano para revisar el interior oscuro, extrajo un trozo de hierro con punta y lo enarboló como si se tratara de un premio o una bandera. Con la punta del hierro fue gastando cómodamente el cemento entre ladrillo y ladrillo hasta donde pudo, con la idea de hacer espacio para trepar. Subieron con relativa sencillez, con un último esfuerzo llegaron a la cima y se sentaron en el borde, del otro lado, el pastizal seguía, se alargaba, más adelante, a unos cien metros se alzaba otra pared. - ¿Qué es esto, una broma? - Se quejó Humberto sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban. _ Igual hay que seguir ¿no? _ Lo alentó Luis pasándose el revés de la mano por la frente. Conrado asintió con la cabeza, tomó impulso para brincar y cayó parado, con la precisión de un gimnasta - Vamos, salten, es fácil para ustedes que son livianos. Los muchachos se lanzaron hacia el suelo, aterrizaron pero con mucho menos éxito, dando tumbos hasta quedar de rodillas. - Supongo que vamos por la otra pared - Razonó Humberto sacudiéndose la ropa. - Solo un poco más - Suplicó Conrado - Estoy seguro que es la última, después podremos descansar. No había otra elección, el único camino posible era hacia delante. Luis dio los primeros pasos al frente de sus compañeros arrancando algunos pastos con la mano, no completó dos metros cuando sintió que el piso hacía ruido bajo sus pies, un ruido metálico, duro, profundo, con eco. - ¡Vengan!- Invitó - Escuchen esto - Y se puso a zapatear sobre la superficie, Humberto y Conrado miraban y oían 49


sorprendidos, se arrimaron, Luis se inclinó, pasó la mano como limpiando la tierra, pero no alcanzó a ver nada, el suelo resonó como si se estuviera partiendo y comenzó a elevarse pesadamente, la impresión hizo retroceder al chico hasta pegar la espalda contra el muro que habían escalado, los tres ahora se hallaban en la misma posición, contemplando atónitos como se levantaba una suerte de compuerta plateada y brillante a la luz de la luna, dejando a la vista una abertura ancha desde donde manaba una luz tenue. Aquella compuerta recién declinó su ascensión cuando estuvo completamente derecha, a 90 grados con el suelo, en su centro se leían claramente éstas siglas: CE.DE.M.A. “su búsqueda”. - Ya escuché de esto - Dijo Conrado - Pero nunca pensé que existiera. - ¿Es malo o bueno? - Preguntó Humberto. Conrado no alcanzó a contestar, una mujer de tez morena, con una atuendo como de azafata y una carpeta en las manos, emergió desde abajo de la tierra, junto con la luz. - Bienvenidos - Saludó con voz de secretaria de dentista, maquinal y sonora - Nos alegra que nos hayan elegido, esto es CE.DE.M.A. y estamos siempre a su servicio, mi nombre es Eugenia, síganme por favor. - ¿Qué hacemos? - Volvió a preguntar Humberto. - Vamos a seguirla, tal vez consigamos algo de comida Respondió Conrado - Al menos no son gente mediana. Fueron detrás de la mujer llamada Eugenia, naturalmente se encontraron con una escalera por la cual descendieron hasta alcanzar el subsuelo. Enseguida la compuerta se cerró sobre sus cabezas y siguieron caminando por un pasillo iluminado. Luis recordó vagamente las oficinas de la gente mediana y un escalofrío le recorrió la espalda. La temperatura era agradable ahí adentro, los tacos de la mujer sonaban agudos y solitarios, los muchachos se miraban sin saber que decir, hasta que finalmente alcanzaron 50


una puerta que Eugenia abrió de par en par, apartándose para darles paso. - Pasen por favor y pónganse cómodos, en un minuto serán atendidos, alguien de la compañía los guiará a través de las instalaciones para mostrarles nuestro trabajo, ha sido un placer. Dicho esto, estrechó la mano de cada uno y volvió sobre sus pasos hacia donde se encontraba la gran compuerta, luego desapareció por una entrada que ninguno de los tres había notado. Pasaron a una habitación absolutamente diferente, saturada por una luz vacilante de tono azulado, sonaban los acordes básicos de una música melódica con letra en francés, que brotaba de unos parlantes ajustados cerca del techo, las paredes eran de un color celeste parecido al de las piscinas, no había muebles, solo grandes almohadones blancos diseminados en el suelo también blanco, por todos lados colgaban trozos de telas multicolores. - ¿Qué es lo que sabés? - Interrogó Humberto a Conrado. - No mucho, pero no se preocupen - Los miraba a los dos Tengo entendido que son buenas personas. - ¿Y por qué bajo tierra? - No sé, ya preguntaremos cuando aparezca alguien, mientras tanto, si me perdonan, me voy a sentar, esos almohadones se ven bien cómodos. Los primos imitaron a Conrado y se desparramaron en aquellos almohadones que eran una bendición para sus cuerpos agotados, no tardaron en estirarse sobre ellos hasta quedar acostados. Luis evitó luchar contra sus párpados y los dejó unirse de una vez por todas, un perfume de mirra ingresaba por sus fosas nasales, se repartía dentro suyo como una niebla, la música lo invitaba a dormir, así que se dejó acunar por ese ambiente suave, aunque la punzada del hambre en la boca del estómago lo mantenía alerta.

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- Buenas noches señores, bienvenidos - La voz femenina resultó irritante a los oído de los chicos - Mi nombre es Marisa, es un placer... Ahora bien ¿Qué los trajo hasta aquí, en qué puedo serles útil? ¿Conocen nuestro trabajo? Atontados, trabajosamente, volvieron a incorporarse, Humberto contuvo los deseos de maldecir. Frente a ellos tenían a una mujer de edad media, vestida casi de la misma forma que la anterior, su cabello rubio permanecía ajustado hacia atrás, sus manos estaban inmóviles y entrelazadas a la altura de su vientre, les clavaba una mirada fría y penetrante bajo la cual se abría una sonrisa dibujada. - Hola, me llamo Conrado y éstos son mis compañeros de viaje, Humberto y Luis, venimos escapando de la gente mediana y por casualidad encontramos este lugar, vamos en busca del árbol de los dedos. - Del primero - Corrigió Marisa - Hay tres en total. - Eso es algo que no sabía. - Bueno, bueno, en verdad me alegro que hayan logrado escapar de esa gente horrible, pero yo no conozco la ubicación del árbol. - No, claro que no… mire, tal vez resulte atrevido de mi parte pero pensábamos pedirle un lugar a donde dormir y un poco de comida antes de seguir… si no es mucha molestia. - No es molestia por supuesto, no toleramos a la gente mediana y ayudamos a todo el que se oponga a su estilo de vida frío y devastador. Marisa se marchó y regresó a los pocos minutos empujando una mesa con ruedas, sobre la que humeaban doradas presas de pollo acompañadas con ensalada de papas. Luis, Humberto y Conrado olvidaron las costumbres corteses y se lanzaron sobre la comida sin decir gracias; una vez satisfechos sus apetitos apartaron los platos y se quedaron inmóviles junto a la mesa. - Muchas gracias - Dijo Luis.

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- No hay cuidado - Respondió Marisa alcanzándoles jugo en una jarra de vidrio. - Perdone los modales, teníamos mucha hambre… Entonces, si usted nos quiere contar su trabajo, nosotros escuchamos. - Ahora no mi niño, deben estar muy cansados además, más tarde hablaremos, después que descansen como debe ser. Eso sí, aquí no hay camas, espero que los almohadones les resulten confortables. - Hasta el suelo nos vendría bien - Bromeó Humberto. - Muy bien, entonces los dejo, hasta luego. - Adiós, gracias - Gritó Conrado a la mujer que ya se retiraba llevándose la mesita. Se tiraron otra vez sobre los almohadones y se durmieron como habían caído. Cuando despertaron, todo continuaba igual en ese lugar: la misma música, la misma luz azulada. - Esta es la décima vez que vengo - Exageró Marisa que acababa de entrar - ¿Realmente estaban cansados no? - Mucho… ¿Qué hora es? - Preguntó Corado. - ¿Hora? No lo sé, durmieron bastante. - ¿Cuánto? - Bastante, aquí los relojes no nos sirven, no son bienvenidos ¿Acaso no se sienten mejor? - Yo sí - Intervino Luis. - ¿Lo ven? Nada de horarios y prisas, es lo primero que aceptamos antes de formar parte del equipo, es lo primero que aceptan nuestros clientes sobre todo. Es imposible comenzar con el proceso sin olvidar el concepto convencional del tiempo. - Pero nosotros no somos clientes. Ni siquiera tenemos monedas, no podríamos comprarle sus servicios - Habló Humberto restregándose los ojos - Y hablando de eso: ¿Cuáles son sus servicios? 53


- Ya les contaré, primero deben lavarse la cara. El agua fría estallaba en el rostro de Luis para después caer en miles de pedazos en el abismo del lavamanos, repetía el acto una y otra vez sin lograr aliviar la modorra, aunque sentía su cuerpo liviano y fresco, renovado. Al volver encontraron otra vez la mesa, cargada con melones, uvas, jugo exprimido de naranja, chocolate caliente y una gran fuente con medialunas dulces. Comieron moderadamente, sentados, Marisa los acompañaba con la mirada, muy cerca de ellos. - Si estamos desayunando debe ser de mañana… O de día por lo menos - Razonó Humberto - Aunque no creo, cuando llegamos debe haber faltado mucho para que amanezca. Marisa sonrió: - Mmmm, un muchacho inteligente veo, pero demasiado apegado a las costumbres. El desayuno calzaba perfectamente en sus caras ojerosas, nada más. Mañana, tarde, no tiene importancia, lo importante es que se encuentren a salvo de la gente mediana y que pronto continúen su camino. Terminaron de comer y se pusieron en marcha de inmediato, guiados por Marisa a través de corredores llenos de curvas, la música aquella ya no se oía, pero perduraban la iluminación y las telas colgantes, que en un lugar tan reducido terminaban siendo una verdadera molestia. Marisa retomó la palabra: - Esto es CE.DE.M.A. Las siglas de nuestra organización significan: “Centro de desarrollo mental alternativo”. Nos dedicamos a expandir y liberar la percepción de nuestros clientes, ofreciéndoles diversas maneras de mirar y sentir el mundo, ayudándolos a recuperar sus sentimientos ocultos voluntaria o involuntariamente. - Fabrican locos, ya entendí - Se rió Humberto que siempre había tenido el don de resumir en dos o tres palabras concretas lo que a otros les costaba largos discursos. 54


Marisa hizo una pausa, no contestó. - Nos mantenemos invisibles a la gente mediana, ya que operamos en sus tierras, de hecho, la mayoría de nuestros clientes fueron gente mediana alguna vez. - ¿Y cómo consiguen clientes así? - Indagó Conrado. - Gracias a nuestro personal capacitado. Verán, el trabajo es delicado y riesgoso, el entrenamiento es arduo y extenso, ellos son los encargados de mezclarse con la gente mediana, sus ojos son fáciles de imitar, lo difícil es hallar personas con la estatura requerida. Como les decía, nuestro personal conoce sus costumbres y las practica a la perfección, deben además, tener muy en cuenta quiénes son en realidad, hemos perdido a muchos hombres de ese modo; afortunadamente olvidan por completo nuestra ubicación al convertirse en uno de ellos. - ¿Y entonces? - Entonces, los que conservan su entereza, se dedican a encontrar algún punto débil, algún indicio indicando que el futuro cliente desea cambiar de vida, luego, gradualmente y cuando lo consideran oportuno, invitan a esa persona a conocernos y adquirir nuestros servicios. Deben estar muy seguros, de lo contrario serían descubiertos. Nuestro personal también es entrenado para no revelar información. - En serio es complicadísimo - Reconoció Luis. - Sí, pero la recompensa es muy satisfactoria si el trabajo se completa. - ¿Cuál es el precio? - Insistió Humberto. - Todo - Afirmó Marisa - Los clientes nos entregan dinero y posesiones por nuestros servicios, bajo contrato por única vez, la gente mediana es muy rica y la organización necesita mantenerse. Una vez producido el cambio ya no les hacen falta los bienes materiales - La mujer se detuvo, giró sobre sus pasos, se acercó hasta casi pegar su cara a la de Humberto - De aquí no salen locos sino personas nuevas y mejores. 55


- Entiendo - Dijo el primo temiendo enojar a Marisa. - Creo que vimos uno de sus clientes en el colectivo Recordó Luis - Se veía un poco alterado pero parecía bueno… Pobre, lo bajaron a empujones. - Puede ser, puede ser. - ¿Y cómo es exactamente el proceso? - Preguntó Conrado. - Vengan por aquí - Marisa atravesó un cortinado blando que contrastaba agradablemente con las paredes celestes, los chicos la acompañaron, la tela de la cortina se sentía delgada y suave al tacto “como el mantel navideño de la abuela” se acordó Luis, de la misma abuela que compartía con su primo. Ingresaron a una habitación circular con cinco puertas de diferentes tonalidades, la luz era más nítida. - Ésta es la primera parada, el comienzo de nuestro trabajo acá adentro: la “Sala sensorial”, cada puerta es la entrada al centro de estímulo del sentido correspondiente - Fue señalando cada una - Gusto, vista, tacto, olfato, mi sentido preferido por cierto, y oído. Se le muestran imágenes al cliente, se lo expone a áreas agradables y se evalúan las respuestas. El objetivo es encontrar el estímulo que despierte sus sentimientos más profundos y desarrollar su sensibilidad ante esos sentimientos, para eso tenemos el agrado de contar con excelentes profesionales. Marisa no los hizo pasar a los cuartos, en cambio, los llevó directamente a la siguiente sala, la de “Supresión temporal”, en donde según explicó, se eliminaba la dependencia a relojes y almanaques o cualquier otro elemento de medición del tiempo que pesara sobre el entendimiento del cliente, mediante un complejo procedimiento que no consideró oportuno detallar. Más adelante visitaron la “Sala púrpura”, sin dependencias individuales, completamente vacía, destinada a desarrollar la imaginación y la fantasía. Por último arribaron a la “Sala de liberación absoluta”, que en realidad no era una sala, sino un jardín limitado por paredes y 56


techo de cristal, como un invernadero. El sol, adosado a un cielo limpio, daba de lleno en aquel paisaje cubierto de flores, inundado del placentero piar de aves, de aroma a jazmines y rosas, de hierba tierna y fresca, de árboles cargados con frutos pulposos. - El día que ven no es real - Contó Marisa ¬- No podemos exponernos de ese modo, la gente mediana está en todos lados. - Ustedes también - Dijo Humberto. - Es distinto, nosotros no forzamos a nadie… En este lugar, nuestros clientes, nuestras nuevas personas, tienen la oportunidad de reencontrarse con ellos mismos y disfrutar del cambio, después salen al mundo, listos para hacer uso de los conocimientos y capacidades adquiridas. El clima era tan lindo en el jardín que Luis lamentó aceptar el hecho de tener que marcharse. Marisa se despidió deseándoles suerte para el viaje, los acompañó hasta un extremo del jardín, subieron una escalera caracol que terminaba abruptamente contra una superficie dura. El cielo de primavera se abrió de repente en una grieta negra que se expandió hasta reemplazarlo por otro firmamento, uno más oscuro, el verdadero, el de la noche, atravesado por cardúmenes de nubes sucias y solitarias en continuo y lento desplazamiento hacia el horizonte. - Aquí estarán seguros - Dijo la mujer - Sigan su camino hacia el árbol, por cierto ¿Qué edades tienen? - Doce - Contestó Humberto señalándose y señalando a Luis. - ¿Y vos? - Preguntó a Conrado. - Me pareció entender que el tiempo no era importante para usted señora. - Es cierto, no lo es - Marisa descendió, la compuerta se cerró sin ruido. Luis sintió el calor apremiante del verano, los tres comprobaron que se hallaban a solo unos metros del muro 57


que habĂ­an escalado. SabĂ­an donde estaban pero ignoraban el tiempo transcurrido desde su entrada a CE.DE.M.A., de modo que aceleraron los pasos por el sendero para que no los sorprendiera el amanecer.

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PRIMER ÁRBOL DE LOS DEDOS Con las primeras luces del día desembocaron en el estacionamiento de un gigantesco centro comercial, luego de recorrer infinidad de callecitas casi iguales a las que habían dejado atrás. Conrado se animó nuevamente: - ¡Sí, acá es, acá termina el barrio de la gente mediana, detrás del centro comercial vamos a encontrar el árbol! - Por fin - Acompañó Luis - Somos libres, volvemos a casa, vamos, no perdamos ni un minuto. - Ojala, pero no, ya casi es de mañana, hay que buscar donde esconderse, en una hora esto estará lleno de gente mediana, comprar y pasear en estos lugares son unas de sus actividades favoritas, además, seguramente estarán tratando de encontrarnos todo el día. - ¿Esto es todo, acá termina? - Se interesó Humberto ¿Después del árbol ése salimos de este barrio de porquería y listo? - Más o menos, sé que acá termina el barrio, pero la gente mediana está en todos lados, acuérdense, ustedes los vieron en la ciudad y según Marisa, existen otros dos árboles que yo no conocía. De todos modos nunca ví más allá del primero. - ¿Hace cuánto estás acá, con ellos? - Se le ocurrió preguntar a Luis, pensando también en su suerte y la de su primo. Conrado adquirió de repente una expresión sombría, en su cara se manifestó la tristeza; esperó un minuto antes de responder: - No me acuerdo - Dijo - De verdad no me acuerdo, solamente me dura la necesidad de salir de aquí. - Perdón… yo no sabía… - No hay problema. - Bueno, a esconderse ahora que se puede, no nos vamos a dejar agarrar faltando tan poco - Cambió de tema Humberto. 59


Eligieron un tubo de cemento de un desagüe incompleto; olía mal y el calor se multiplicaba en ese reducto, pero sin duda era mejor que caer en manos de la gente mediana. Conrado estuvo callado toda la mañana, mirando el piso con el mismo semblante melancólico, como él había dicho, el centro comercial se llenó rápidamente. Las horas comenzaban a caer como plomo sobre la impaciencia de los tres, el sol castigaba la tierra y daba sin atenuantes sobre los tubos calentando el material, los primos intentaron en vano dormir un rato, cada molécula del aire hervía y comprimía los pulmones, Luis resoplaba ruidosamente, Humberto permanecía con las piernas flexionadas, apoyaba la frente en las rodillas, cruzando los brazos alrededor de ellas, se rió recordando el capricho absurdo de su madre de obligarlo a usar pantalones largos con esas temperaturas solo para visitar el centro de la ciudad, ahora le parecía gracioso lo que antes le había disgustado tanto. Luis se sentía tan mareado que solamente se concentraba en no desmayarse, movía la cabeza constantemente, se pasaba la mano por el cabello reseco y el rostro húmedo, allí no podían ver nada, aunque oían el movimiento interminable de la gente mediana entrando y saliendo para hacer sus compras. A pesar de todo, la tarde fue decayendo hasta perderse para siempre en la oscuridad, el ruido de afuera cesó tan repentinamente como había comenzado y los tres salieron sofocados y rojos de su escondite común para comprobar la ausencia de gente en el lugar, en el playón de ingreso saltaban en todas direcciones, algunos papelitos sueltos agitados por la brisa, alrededor de los focos que delimitaban el centro comercial, se agrupaban toda clase de insectos en un baile frenético y desordenado. - Por allá hay una canilla - Indicó Conrado y salió disparado hacia el lugar. Los otros fueron tras él.

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- Menos mal, no doy más, creí que nos íbamos a morir ahí adentro, perdí como diez kilos - Humberto trataba de bromear pero no le salía ni la risa. Saciaron la sed con el agua tibia que salía del grifo, Conrado sacó dos cantimploras de su mochila y las llenó hasta el borde. - Lástima - Dijo - Tengo mi moneda de la suerte pero no veo ningún expendedor de gaseosas, nos caería bien una bebida fría… Pero basta de charla, tenemos que movernos, a los mejor encontramos uno de camino. A medida que avanzaban la oscuridad ganaba espacio, ya casi no veían los faroles que anteriormente poblaban las veredas, el camino se tornaba accidentado, cada tanto tropezaban con una saliente o hundían los pies en las depresiones del suelo, la calle se ensanchaba aunque ellos no fueran capaces de notarlo claramente, las casas de formas rectangulares seguían tan juntas y parecidas como siempre. No tenían nada para alumbrar y se sentían muy fatigados, pero ninguno pensaba siquiera en detenerse, esperanzados en hallar el árbol lo antes posible para poder salir de allí. - Debemos andar cerca - Los animó Conrado - La gente mediana conoce la ubicación del árbol, ellos se encargan de complicar el camino, de confundir al que ande por acá por error o huyendo como nosotros. Seguir en la misma dirección era lo más razonable dentro de la negra quietud que los rodeaba, Luis experimentaba una aflicción que no comentó a los demás, pensaba en su madre, en los brazos de su madre, siempre dispuestos a envolver su cuerpo, pensaba en su hermano menor, Joaquín, se prometió prestarle más atención cuando le reclamara jugar, también su padre acudió a su mente, seguro estaría preocupado por él; le daría un gran abrazo cuando lo viera, los abrazaría a todos de una vez.

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- ¿Saben que falta? - Preguntó Humberto, la luz de la luna no alcanzaba para revelar su figura, no esperó una respuesta - Cantar, hay que cantar para matar el tiempo… Vamos a ponerle ganas, si lo hacemos en voz baja nadie nos va a escuchar ¿Qué les parece? - ¿Y qué cantamos? - Dudó Luis. Conrado miraba hacia el frente indefinido. - No sé, me parece que hay que empezar con una fácil, para entretenernos mientras caminamos. - ¿La de los elefantes? - Sí, porque no, dale. Humberto empezó: “Un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña y como veían que resistía fueron a buscar otro elefante” Conrado no conocía la repetitiva canción, pero accedió a cantarla con los primos después de haberla memorizado en un minuto, cuando se aburrieron de los elefantes cambiaron el animal junto con el objeto en el que se balanceaba. De ese modo anduvieron riéndose sin pensar en la distancia o el cansancio o en la desafortunada realidad de estar tan lejos de casa, en lugar desconocido y hostil. Lo único sorpresivo fue el grito de Conrado: - ¡Acá está, éste es, está oscuro pero lo reconozco, acá está, miren! - De inmediato se tapó la boca, aunque continuó dando saltos alrededor del pequeño árbol que apenas superaba su estatura. Las ramas tenían pocas hojas, hojas como las de cualquier árbol, nada similar a un dedo, un viento fuerte lo hubiera derribado sin problemas. - ¿Esto era, tanto lío por esto? - Se quejó Humberto. - ¿Qué esperabas? - Se impacientó Conrado. - Una secuoya, por lo menos. 62


- Pero, ¿Por qué está tan maltratado? Las hojas no parecen dedos - Afirmó Luis. Conrado se aproximó al árbol y desde ahí hizo señas a los primos: - Vengan, les voy a mostrar algo, toquen las hojas… ¡Vamos, acarícienlas! - Luis tomó una entre sus dedos, la frotó levemente - ¿Cómo la sentís? - Como si fuera de papel o cartulina - Dijo sorprendido. - Es que precisamente eso es, tirá para atrás con cuidado. Luis apretó la hoja de papel entre el pulgar y el índice, atrayéndola despacio hacia su cuerpo, controlando su fuerza, la funda emitió un ruidito breve al desprenderse, dejando al descubierto la hoja original, de un color más brillante, en forma de estrella con una de sus puntas verdaderamente parecida a un dedo. - La gente mediana se ocupa de hacer todas estas tonterías: las cortan, las tapan, las disimulan, hasta las queman - Explicó Conrado - Pero es inútil, crecen cada vez en solo una noche. Se lo tienen merecido esos idiotas Ahora miraba hacia atrás - ¡Sí hay forma de salir de sus dominios! ¿Me escuchan? Humberto consideró exagerada y teatral la palabra “dominios”, como si se aplicara a una legión de semidioses, después de todo, la gente mediana no eran más que eso, personas, desequilibradas, pero personas al fin y al cabo, podían hacer frente a personas aunque fueran numerosas y más grandes que ellos. - ¿Y ahora qué? - Se apuró a preguntar Humberto. - Ahora le preguntamos el camino… ¿Se animan? - Yo pregunto - Habló Luis. - Está bien - Decidieron los otros. Humberto se sentía ridículo, Luis se enderezó, tragó saliva y pegó los brazos a cada lado del cuerpo rígido, carraspeó para aclarar la voz y miró a su primo antes de decir:

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- Árbol de los dedos… - Estuvo a punto de reírse pero haciendo un esfuerzo se contuvo - ¿Cuál es el camino? Pensó un instante en como terminar la frase - ¿Para volver a casa? La brisa se deslizó desde atrás rozando y moviendo su pelo, se hizo sentir fría en las espaldas transpiradas, alcanzó las escasas hojas aferradas a las ramas, las empujó adelante, orientándolas un tanto hacia la izquierda. Parecía imposible, pero allí estaban, observando las hojas de un árbol que actuaba como un señalador impulsado por el viento. - ¡Se los dije! - Gritó Conrado - ¡Miren, nos vamos! El camino indicado era una calle empinada que descendía hasta culminar en unas vías ferroviarias casi ocultas por la maleza; seguro hacía mucho que no corría ningún tren sobre ellas. Recién entonces notaron la cantidad de caminos que tenían enfrente, apareciendo ante sus ojos, pálidamente iluminados: el primero era una arteria que describía una curva y se perdía tras unas casitas a medio construir, el otro subía, el de al lado continuaba recto y llano, también había uno ancho de tierra reseca, que se extendía junto a lo que parecía haber sido una estación de servicio y al menos cinco o seis calles más. - Sin la ayuda del árbol, hubiéramos ido para cualquier lado. Según cuentan, el camino equivocado te pierde para siempre y el correcto nunca se ve si no es por él, por el árbol digo Comentó Conrado. El abandono era absoluto, en contraste con la prolijidad del barrio de la gente mediana, eso les sugirió que iban bien encaminados. Humberto se adelantó: - ¡Vamos! - Invitó a sus compañeros - Ya va a salir el sol, está todo muy claro, tal vez podamos dormir en algún vagón vacío ante de seguir ¿No? Conrado y Luis emprendieron la marcha, contentos, bromeando con Humberto, sintiendo sus energías renovadas.

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Las sombras se resistían a abandonar la tierra y al mezclarse con la luz rosada del sol, creaban espejismos que fluían a través de los muros rotos, subiendo o bajando, entreteniendo la vista. Por eso no notaron a los cuatro hombres vestidos con camisas y pantalones de vestir que los rodearon en unos segundos. ¡La gente mediana! Se dirigieron primeramente a Conrado: - Señor Conrado, parece que está usted muy lejos de su lugar, y además acompañado por dos fugitivos. Esto no será pasado por alto, usted lo sabe. ¿Entiende que debe volver con nosotros? El joven se puso lívido, a Luis se le aflojaron las piernas, ahogó un sollozo, pensó en suplicar pero comprendió que sería inútil. Humberto tomó la palabra, había enrojecido: - ¿Y ustedes quiénes se creen? ¡Imbéciles! - Enseguida pateó en la rodilla al que tenía más cerca, la segunda patada dio de lleno en el estómago del tipo parado junto al que se quejaba del primer golpe - ¡Ahora o nos agarran! Los tres descendieron por la calle señalada anteriormente seguidos por los cuatro sujetos (uno de ellos rengueaba bastante), Conrado festejaba: - ¡Bien, eso estuvo genial, muy bueno, muy bueno! - Y después a los de la gente mediana - ¡Corran estúpidos, ya nos fuimos, perdieron! “Solo personas” pensó Humberto con satisfacción “No hay problema, puedo con eso”.

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EKA El ferrocarril desierto fue de gran ayuda: vagones, casillitas para las herramientas y hasta las oficinas polvorientas de la antigua boletería, favorecieron la agilidad de los muchachos, que prevaleció sobre la extrema torpeza de sus perseguidores. Las palomas y los gorriones alborotaban todos los rincones, asustados por las corridas, eso los delataba constantemente, los obligaba a cambiar de posición sin descanso. Poco a poco, de escondite en escondite, se fueron alejando por las vías hasta que estuvieron seguros de que ya no los seguían, entonces descansaron, acomodándose detrás de un vagón desmantelado, luchando contra el hambre y el sueño. - Tenemos que dormir un poco - Razonó Conrado - Así que vamos a hacer esto: ustedes duermen primero mientras yo vigilo, después vigilan ustedes y así. Hay que mantenerse alerta, cuando hayamos descansado nos pondremos otra vez en camino, necesitamos comida. Los primos no esperaron más palabras y se dispusieron sobre el suelo como pudieron. Cuando Conrado los despertó aún tenían sueño pero era justo dejarlo descansar también. No hacía tanto calor como en días anteriores, quizás a causa del viento que, en honor a la verdad, los había depositado allí. - ¡Esto es una locura pero es cierto! lo vimos, esa gente está demente - Inició el diálogo Luis - Por suerte los perdimos, creo que pronto vamos a estar en casa. Estaba pensando que de no haber seguido a Conrado, todavía estaríamos dando vueltas en círculos. - Sí, es bueno el pibe, pero también creo que hubiéramos podido escapar solos. - ¿Te parece? - Claro, no nos íbamos a dejar agarrar por unos “cuadrados” como esos. 66


- No, pero son muchos y conocen el lugar. - Un poco de fe por favor, por ahí nos daba más trabajo, pero al final... - Puede ser, igual ya estamos en camino, a algún lado vamos a salir, la ciudad no debe estar lejos. - Habrá que ver. - Che ¿Y dónde aprendiste eso de las patadas? - Con un amigo, a veces practicamos, hace Tae-Kwon-Do, a mí no me gusta que el instructor me esté dando órdenes, así que de vez en cuando nos juntamos con mi amigo y hacemos combate. Mami no sabe nada, ella preferiría que sea socio de un club aunque el profesor sea el más tonto del mundo. Si querés después te puedo enseñar. - Estaba por pedirte lo mismo. - No hay problema, cuando te parezca y tengas tiempo. - Primero hay que ver como van a reaccionar cuando lleguemos, en tu casa y en la mía. - Tenés razón, pero con lo de la manifestación y todo eso, fue un accidente, también vamos a tener que inventar dónde estuvimos todo éste tiempo, si contamos la verdad nadie nos va a creer. - Algo se nos va a ocurrir, eso es fácil. - ¿El año que viene vas a volver? - ¿Acá? - No bobo, a casa. - Si los convenzo. - Tenés todo un año, tenemos todo un año ¿Qué sabés? Tal vez lo logramos para las vacaciones de invierno - Humberto calló y se dedicó a dibujar sus nombres en la tierra con el dedo índice - ¿Raro lo del árbol no? - Te digo la verdad, no me asombró tanto. ¬- No, a mí tampoco… ¿Nos asomamos? - ¿Para qué? Pueden estar esperando eso los desgraciados. - No pasa nada, dale. 67


Levantaron las cabezas por sobre el vagón caído de costado, todo era calma en aquel cementerio de máquinas deterioradas, una locomotora parecía incrustarse en el suelo cincuenta metros más adelante, fuera de las vías, la ciudad no aparecía en el horizonte, los arbustos escalaban sin control por el alambrado que circundaba el sitio, ocultándolos casi por completo, podían percibir el olor a hierro y aceite de los vagones. - Tirá una piedra - Propuso Luis - En las películas funciona, si nos vigilan van a pensar que somos nosotros los que hacemos ruido y se van a dejar ver. - Me parece que ves demasiada tele vos - Se rió Humberto Pero igual, traiga para acá - Luis tomó una piedra pequeña y se la alcanzó _ No, no, más grande, con eso no hago nada Entonces Humberto señaló una del tamaño de su puño Dame esa. La arrojó con un movimiento veloz, la roca dio contra unos tachos de combustible amontonados y secos por dentro, provocando más escándalo del que esperaban, enseguida volvieron a ocultarse. Conrado se despertó sobresaltado: - ¿Qué pasa, la gente mediana? - Miraba para todos lados con los ojos entreabiertos, confundido. - No, nada - Lo tranquilizó Humberto - No anda nadie, ya comprobamos. Conrado no volvió a conciliar el sueño: - Vamos, si nos quedamos acá nos morimos de hambre, además ya quiero salir ¡No puedo creer que hayamos pasado el árbol! Ahora solo me interesan dos cosas: comer y alejarme lo más posible. - ¡Qué casualidad! Nosotros también queremos lo mismo. La estación se hizo más extensa de lo que pensaban, no dieron descanso a sus pies, al final, un portal ancho coronado por el cartel de “LINEAS FERREAS DE LA NACION”, suelto en uno de sus extremos, anunciaba la salida. Continuaron sirviéndose de las vías como referencia, a los costados 68


proliferaban juncos y plantas altísimas que les tapaban la visión pero no quisieron aventurarse contra esa maraña suponiendo la existencia de serpientes o alimañas de toda clase en su interior, otra vez entonaron la canción de los elefantes para no aburrirse y olvidar el hambre, el viento pasaba encima de sus cabezas, desviado en su ruta por la vegetación compacta. Pronto vaciaron las cantimploras. Al promediar la tarde, salieron a un descampado de pastos amarillentos, exiguos, y moribundos, en cuyo centro había una sencilla cabaña de madera. - Por fin - Suspiró Luis - Ojalá haya gente. - Vamos a ver - Dijo Conrado. Tocaron a la puerta con fuerza, ésta se sacudió con cada uno de los tres golpes que sonaron opacos, adentro se oyeron pasos acelerados viniendo hacia ellos, una voz masculina, clara, les habló desde el otro lado: - ¿Quién es? Hola, sí ¿Quién toca? - Buenas tardes, me llamo Conrado, vamos de paso con mis amigos, nos falta un largo trayecto y estamos sin comida. Encontramos su casa ¿Usted sería tan amable?... - No se puede, no se puede, digo, ahora no puedo, estoy por salir, me voy, no puedo. - Por favor señor - Repitió Conrado en tono suplicante, luego mintió - Hace días que no probamos un bocado, solo dénos un poco de pan y nos iremos. Se produjo un silencio, después la puerta crujió y se abrió de par en par. Un hombre flaco, narigón, con los ojos saltones, les hizo señas invitándolos a pasar. - Está bien, entren, entren, les daré algo, después me voy y se van, no puedo demorarme. Hablaba a toda velocidad, sobre el cabello se había acomodado unas antiparras como las de los nadadores, tenía la cara sucia, llevaba puesto un chaleco de cuero sobre la remera poblada de agujeros y bermudas estampadas con rombos azules y rojos. 69


La casa era humilde, reinaba un gran desorden que confundía las estancias; sillas, trapos, utensilios, herramientas, todo desparramado con descuido hasta en el piso cuarteado. La luz delgada del sol entraba por una ventana sin vidrios en el lado opuesto a la puerta. - Bueno, listo, qué decir, no sé - El hombre se veía muy nervioso, casi temblaba, se frotaba las manos sin descanso Soy Eka, digo, me llamo, quiero decir me dicen, mi nombre completo es Ekaitza, el nombre abreviado es mejor, todos me conocen así, por eso elegí Eka, aunque no recibo muchas visitas, no importa, por ahí hay sillas, sí por ahí, por allá también, búsquelas, siéntense ¡Rápido! Como sea. Los chicos les dijeron sus nombres y le relataron en pocas palabras sus peripecias. Mientras oía, Eka no dejaba de moverse y revolver los rincones en busca de objetos que iba guardando en una bolsa de tela. - Sí claro, la gente mediana, los conozco, a veces andan cerca, no me molestan, ya me conocen, no les convengo, claro que no, no todo es malo, comeremos liebre, tengo dos, yo mismo las cacé esta mañana, las voy a hacer a las llamas. - ¡Qué bueno! - Exclamó Conrado sintiendo que la boca se le llenaba de saliva - Hasta tengo un cuchillo por si necesita ayuda. - ¡Cuchillo! - Eka se puso pálido y retrocedió hasta chocar contra una de las paredes - No, no, a ver, dejame ver eso ¡Por favor! Con cuidado, ¡No puede ser, no puede ser!... y estando tan cerca. Conrado obedeció sin disimular su asombro, metió la mano en su mochila, el cuchillo emergió lentamente reflejando un rayo de sol que fue a parar al rostro del dueño de la casa. - ¡Oh no, qué suerte la mía! - Se adelantó - ¿Hay algo más en esa mochila que sea de metal? Cualquier cosa ¡Sí eso, el cierre, pero que tonto! ¿Qué más, qué más? - Exigió.

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- También tengo un tenedor, un vaso de acero, las cantimploras tienen partes de metal, mi moneda de la suerte… ¿Pero por qué? No entiendo. - ¡Dámelo! Tendrás que dármelo todo, todo, después les explico, pero todo, ¡Qué desgracia! - Se lamentaba - Justo ahora, justo aquí - Y aproximándose a Conrado le pidió que le entregara todas esas cosas. Una vez obtenidas salió disparado por la puerta, cargándolas, Conrado, Luis y Humberto se pararon desconcertados en la entrada de la casita, vieron a Eka correr como desaforado, dudando entre tomar hacia la derecha o hacia la izquierda, se decidió finalmente por la izquierda y se fue alejando hasta que los muchachos lo percibieron solo como un punto negro y movedizo. Más tarde regresó sin aire y sin mochila. La pregunta de Conrado fue obvia: - ¿Y mi mochila? - La voz se le soltó aguda. - Así es mejor, créanme, no se puede, después la recuperan, cuando me haya ido, ahora a comer, vamos, entren, entren, rápido. - ¿Pero qué es lo que pasa? - Quiso saber Humberto. - Que viene la tormenta, se acerca, ya casi está aquí, no es seguro que me quede, tampoco deben estar a mi lado, atraigo los rayos, no puedo evitarlo, me buscan, me encuentran, tengo que escapar antes que llegue, aprendí a evitarla, sobre todo eliminando el metal, no tiene que haber nada, por eso me llevé tus cosas - Explicó a Conrado - Nos dará tiempo, comeremos y nos iremos, ustedes a donde quieran, es así, ya me han golpeado treinta rayos hasta hoy, no quiero que aumente la cifra, es una maldición, una terrible, pero sigo vivo, seguiré vivo. - ¿No hay nada de metal en su casa? - A Luis le llamaba la atención ese detalle. Miraron con mayor atención, no había nada: no encontraron enchufes, o focos, o aparatos eléctricos, las mesas, los platos, los cuchillos y tenedores, las ventanas eran de 71


madera, todos los muebles estaban pegados, nada de tornillos o clavos. - Tampoco agua - Afirmó Eka - No hay nada peor que el agua, no hay rayos sin agua, una cosa va con la otra, con ese líquido son invencibles, tomo agua que busco en la laguna de allá - Señaló arbitrariamente pero nadie logró ver la laguna mencionada - La tomo en el día y enseguida lleno los bidones con tierra. A Humberto le costaba creer esa historia, sin embargo, en los últimos días había visto cosas tan extrañas que no se atrevió a contradecir al hombre. Eka sacó dos liebres ya limpias de un cajoncito ocre, todavía goteaban sangre. Preparó el fuego afuera, el cual encendió golpeando dos piedras, antes de comer les ofreció pan sin sal preparado por él mismo en un hornito de barro situado a un costado de su vivienda, bajo la sombra de un alero, a donde se ubicaron para el banquete. Comieron reclinados contra la pared lateral de madera, tomando los trozos asados de los animales con las manos. El hombre continuaba inquieto, atisbaba al horizonte cada diez segundos. - Ya viene - Decía ¬- Me encontró, ahí está ¿Ustedes qué harán? Ya todo está listo, hay que apurarse, no me atrapará, desde acá la puedo ver. Vos, vení ¿Cómo te llamás? - Luis. - Vení Luis, mirá, decime que ves, fijate bien, se está agitando, se prepara, tenemos poco tiempo, muy poco. Luis fijó la vista en la distancia deseando ver las puntas de los edificios, la ciudad conocida, en cambió divisó a lo lejos, los techos de muchos galpones agrupados en torno a una callecita tímida. - Galpones - Aseguró - ¿Son fábricas no? Debe ser un parque industrial. - ¿Galpones? No niño, arriba, arriba, sobre los techos, levantá la vista y mirá al cielo. ¡Ustedes, vengan! - Les indicó 72


a los otros - ¿Qué ven? ¿Lo ven? Ya está formada, ahora se acerca - Apuraba las palabras, las apilaba una sobre la otra, apenas sí se le entendía, Luis entrevió un remoto conjunto de nubes apelotonadas, de color claro; no parecían representar ninguna amenaza. - Hacía mucho que no veía nubes, no estaría mal que llueva un poco, venimos soportando calores infernales - Acotó Conrado. - Se los aseguro, no han sentido el calor, no lo conocen, el calor de diez mil voltios recorriendo los huesos es algo que no se olvida. - Pero todavía está muy lejos - Intentó tranquilizarlo Humberto. - No, no es así, vamos, hay que irse, si demoramos unos minutos más ya no podremos escapar. Adentro, ayúdenme a recoger unas cosas, dejen todo esto como está. Los chicos no podían hacer nada además que seguirle la corriente, de todas formas ya habían comido, eso era lo que buscaban. Conrado no se preocupó por la mochila ni por lo que tenía adentro. Ocupados como estaban, ayudando a Eka en su embalaje de cosas no notaron cuando se oscureció de repente. Con la primera ráfaga de viento fuerte la casita se conmocionó: - ¡Oh no, no, no otra vez! ¡Vámonos ahora mismo! - Eka tomó una de las bolsas y corrió hacia la puerta sin comprobar si lo seguían, los otros hicieron lo mismo, pisaron la tierra dura al mismo tiempo en que la corriente fría los golpeó con violencia, arriba, las nubes oscuras se habían unido formando una capota violácea, compacta y móvil que se iluminaba a intervalos, aparentaba ser una gran boca a punto de tragarse la tierra, teñida de tinieblas. El polvo reseco del suelo voló irritándoles los ojos, nadie excepto Eka entendía como la tormenta había llegado tan rápidamente.

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- ¡Volvamos a la casa hasta que pase! - Propuso Luis tratando de imponer su voz al rugido del vendaval, Eka se negó. - ¡No, no, nos vamos ahora, tendrán que venir conmigo por…! - No terminó la frase, el fulgor de la gran nube se concentró en un pequeño punto, resplandeció deteniendo el tiempo o volviéndolo más lento, mucho más lento, las facciones de Eka se contrajeron, el viento se paralizó y silenció, el aire se hinchó elevando su temperatura, quietud… uno, dos, tres segundos, cuatro segundos, se oyó un grito ahogado, un rumor grave se fue desprendiendo escalonadamente, un brazo ardiente surgió de la nube, gimió, se alargó quebrándose hasta tocar tierra y explotar en todo el ambiente, a escasos metros de ellos, arrojándolos al suelo, aturdiéndolos, dejándoles impregnado el olor del azufre, del fuego, impidiéndoles la respiración. Se levantaron sacudiendo los miembros incoherentes, Humberto buscó a su primo, lo encontró tomándose la cabeza con ambas manos y lo ayudó a levantarse. Los cuatro corrieron a favor del viento, en contra de los galpones del parque industrial, los rayos caían detrás, pisándoles los talones, Luis sentía que la espalda le hormigueaba tras cada explosión. Corrieron, corrieron como locos sin mirar atrás, acalambrados, cruzaron el descampado con sus pastos moribundos hasta una hondonada extensa cubierta de ramas, Luis, Humberto y Conrado se dejaron caer abatidos, como pudieron se taparon con las ramas en un desesperado intento por protegerse de las descargas, Eka continuó su huída sin aminorar la velocidad y la tormenta pasó estrepitosamente sobre los tres muchachos pero sin tocarlos. Pocos minutos después, el diluvio les caía encima pinchándoles el cuerpo miles de veces al mismo tiempo.

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LA BOCA DEL LOBO - ¿Qué habrá sido de Eka? - Preguntó Conrado. - No paró de correr, los rayos lo siguieron a él - A Luis se le antojaba casi heroico ese gesto - Para que no nos cayeran a nosotros. - Para mí que ni se fijó - Opinó Humberto - Con el susto que llevaba, ni siquiera debe haber parado… En fin, por lo menos estamos bien. Aún caía una llovizna homogénea, emergieron empapados de la hondonada, con la ropa arañada por las ramas, cubiertos de barro, sintiendo un frío repentino que traspasaba sus prendas de verano. Sosteniendo todavía las bolsas cargadas con las cosas de Eka, fueron en la dirección que él había tomado, hundiendo los pies en charcos marrones y esporádicos, estaba oscureciendo y las nubes adquirían una coloración anaranjada, salpicaban el cielo dándole un aspecto espeso, grasiento. Durante al menos cuatro horas buscaron infructuosamente un lugar en donde pasar la noche, estando a punto de elegir el suelo como colchón, divisaron una hilera de puntitos blancos y brillantes que fueron multiplicándose en la línea donde se unían el cielo y la tierra, al principio temieron haber vuelto al barrio de la gente mediana, no tenían mucha idea de hacia donde caminaban; sin embargo, la agrupación de luces no era lo suficientemente grande como para tratarse de aquel lugar. Al aproximarse oyeron un gran alboroto, música alegre, gritos, risas; al parecer se llevaba a cabo una festividad. Pasaron las primeras casas sombrías y mojadas por la lluvia a través de una callejuela, buscando el origen de la fiesta, se abrieron paso hasta un gran claro circular de concreto, en el que hombres, mujeres, niños y ancianos ejecutaban bailes alrededor de varios ombúes que se elevaban casi pegados unos con otros, formando de ese modo una especie de árbol 75


único y gigante, abierto en un ramillete compacto, coronando los troncos retorcidos y caprichosos, envueltos éstos por gruesos alambres de cobre rojizo, cuyos extremos sobresalían más arriba, rígidos y puntiagudos. Uno de los bailarines los vió y se acercó mostrando una gran sonrisa, pretendiendo verse elegante en su andar. - ¡Hola! Qué bueno que vinieron - Saludó el hombre de vientre abultado mientras se metía la camisa dentro del pantalón - ¿Extranjeros? Acá siempre son bien recibidos. ¡Qué casualidad! llegaron justo a tiempo, estamos celebrando un hecho histórico en nuestra comunidad - Abarcó al resto de las personas con un gesto del brazo _ Algo que hemos esperado durante años - Su papada de pavo junto con la agitación, le dificultaban el habla, provocando un sonido mojado, titubeante, que salía de sus labios finos - Yo soy el presidente de la comisión vecinal, cualquier cosa que necesiten deben pedírmela a mí, nos complace recibirlos, amigos. - Buenas camas donde descansar de un largo viaje - Dijo Conrado - Ah, perdón, mi nombre es Conrado, ellos son Luis y Humberto, venimos juntos. - Mucho gusto, les mostraré donde podrán dormir, después serán mis invitados de honor en la celebración final, todavía tenemos que cumplir con ciertas formalidades antes del inicio, vengan por aquí. Traspusieron el claro, pasando por el medio de la fiesta, saludando con la cabeza y siendo saludados de igual manera por los entusiastas celebrantes que no abandonaban ni por un segundo sus pasos de baile. El hombre dijo llamarse Rubén, les explicó que ese festejo podía organizarse y realizarse una vez cada cincuenta años, era una tradición en la que participaban todos los habitantes del barrio, un suceso incomparable esperado con ansias durante décadas, al cual se abocaban los esfuerzos y el trabajo de la totalidad de los vecinos. 76


- Este año - Señaló - Será mejor que los anteriores, estoy seguro, tenemos una carta bajo la manga, ustedes podrán llevar la noticia hacia donde vayan, hasta ahora son los únicos que han pasado por aquí. Los hizo entrar en una posada muy sucia y desvencijada, con el revoque descascarado que despedía un olor picante a humedad y los acompañó hasta uno de los dormitorios, al encender la luz, cientos de cucarachas huyeron hacia el cobijo de las tinieblas que les habían sido arrebatadas, el piso se encontraba repleto de manchones de todas formas y colores, las camas de hierro, con sus colchones hundidos y sin sábanas, se enfrentaban ubicándose a cada lado del cuarto, un ropero antiguo y despintado se mantenía milagrosamente en pie. - Bueno, los dejo, descansen, mañana es el día, nosotros continuaremos, espero que no les moleste el ruido. El presidente se marchó por la entrada sin puerta de la habitación, los chicos se tendieron sobre los colchones con cierto recelo. - Yo no apago la luz - Dijo Luis - Está lleno de cucarachas esta pocilga. - La dejamos prendida, no hay problema - Concluyó Humberto - Tratemos de dormir un rato aunque sea. Nos vemos más tarde. - Nos vemos - Le respondieron a coro. Luis sentía que algo le caminaba por el cuerpo cada vez que cerraba los ojos, la música resonaba y los gritos resultaban molestos, ensordecedores, los mosquitos completaban la tortura poniendo a prueba los nervios y los reflejos. Humberto fue el primero en oir los golpes en la pared provenientes del cuarto contiguo, luego de alertar a los otros, se arrimó y pudo escuchar débiles pero claros pedidos de auxilio emitidos por una voz conocida:

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- ¡Ese es Eka! - Vociferó - ¡Seguro, es su voz! No hay duda, vengan a escuchar. Luis y Conrado pegaron las orejas pero la voz no les resultó familiar, Humberto insistió: - No es la voz, es la forma en la que habla ¿Se dan cuanta?... Igual hay que ir a ver. - ¿Por qué? Talvez sea alguien jugando o haciendo una broma - Conrado amagó volver a la cama - ¿Y si nos metemos en un lío? Como para líos estamos. - No me importa, yo voy igual, el que quiera venir conmigo que venga, es acá al lado, no pasa nada. No tuvieron otro remedio que acompañarlo, salieron a la oscuridad del corredor, por suerte, la puerta de la habitación estaba a centímetros, Humberto logró encontrarla tanteando la pared a medida que avanzaba, tocó suavemente: - Hola - Susurró - Hola ¿Hay alguien? - Solo silencio como fondo de la algarabía de afuera - Hola ¿Necesita ayuda? La respuesta llegó débil y temblorosa: - Hola… - Hola, me llamo Humberto ¿Necesita ayu… - ¿Humberto? ¡Humberto, soy yo, Eka, sí, necesito ayuda, me encerraron. -¡Ya sabía! - Se alegró Humberto - Esperá un ratito, está bien cerrado, a ver que hacemos. - Si encuentro alambre en la pieza nuestra, la abro enseguida - Prometió Conrado - Esperá acá. Regresó un minuto después con un trozo de metal alargado y curvo, tal vez un tramo de los resortes medio oxidados de las camas y se puso a trabajar de inmediato, tratando de forzar la cerradura, luego de varios intentos, un ruidito de trabas aseguró el éxito de la operación. - Fácil - Aseguró Conrado en tono displicente - Pensé que costaría más. Eka salió como una exhalación y los empujó a todos en dirección a la única luz, afuera continuaba la música: 78


- Menos mal, menos mal que me encontraron, pensé lo peor, me sentí perdido, no pensé volver a verlos ¿Están bien? Que bueno, yo salí de una y me metí en otra ¡Dios mío! Que suerte la mía. - A ver, a ver, tranquilo - Dijo Conrado tomándolo de los hombros - ¿Por qué estabas ahí encerrado? A nosotros nos recibieron de maravilla. - A mí también, al principio, pero no sé, todo pasó tan rápido. Llegué corriendo, sin aliento, ustedes me vieron, la tormenta se desvió antes, eso no suele pasar, me ayudaron, me dieron agua, alguna tontería para comer, les conté de lo que huía, perdón por dejarlos, si me quedaba hubiese sido peor, cuando me di cuenta ya me habían apresado, acá estoy ahora, tenemos que irnos, estos están locos… - ¿Pero por qué? ¿Qué motivos tienen para tenerte así? - Se trata de la fiesta, me lo dijeron, solo viven para eso, están locos ¿No vieron el patio? - Sí, seguro ¿Qué tiene que ver eso? - Preguntó Humberto. - ¿Que no lo entienden? Los árboles, los alambres, ¡qué desgracia, qué desgracia! - Yo los vi., son ombúes - Recordó Luis surgiendo de su silencio. - ¡Exacto! Ombúes, ombúes con alambres de cobre, los ombúes están repletos de agua, atraen a los rayos mejor que cualquier cosa, a eso le sumaron el cobre. Lo que enfrentamos solo fue un anuncio de la tormenta más grande del año, usualmente estoy lejos para ésta época, no tardará en llegar, todos los rayos caerán en medio de éstas cosas, es su tradición, tradición de locos, enfermiza. - Y vos serías… - Sí, sí, el toque final ¡Qué estúpido, por qué les conté de mi problema! Me necesitan, conmigo tienen el espectáculo asegurado. - En cada lío nos metemos nosotros - Se lamentó Luis - ¿Y ahora qué hacemos? 79


- Irnos, claro - Se apurรณ Eka - Estas personas son muy descuidadas, ni siquiera me vigilaban, estan demasiado ocupados con su celebraciรณn. Todos estuvieron de acuerdo en marcharse aprovechando el ruido y los bailes para pasar desapercibidos, dejaron los bolsos que cargaban, en el camino no encontraron a nadie, al salir respiraron el aire viciado, lleno de polvo.

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SEGUNDO ÁRBOL DE LOS DEDOS Se mezclaron sin inconvenientes entre esa gente sudorosa, empeñada en sostener el ritmo de aquella frenética danza, eran tantos que casi no quedaban espacios libres en la plaza y el olor agrio de los cuerpos le daba un carácter hostil al tumulto. Como nadie allí ejecutaba pasos determinados de baile, sino que se dedicaban a saltar y a moverse como les viniera en gana, fue sencillo imitarlos y evitar ser vistos. De ese modo dieron tres vueltas alrededor de los árboles sin decidirse a huir, hasta que Eka les señaló el camino, a tan solo dos casas de donde habían sido alojados. Cambiaron de rumbo abriéndose paso a empujones, Luis cayó al piso y por un instante rememoró la manifestación que fuera el inicio de todo lo extraño sucedido hasta ese momento, cerró los ojos, apretó los dientes dejando la mente en blanco y se impulsó con todas sus fuerzas, quedando de pie junto a sus compañeros. - ¿Listo? - Preguntó Conrado - ¡Vamos entonces! Dieron unos pocos pasos antes de encontrarse de frente con la abultada figura del Presidente de la comisión vecinal que mostraba una expresión de sorpresa, los seguían al menos diez hombres jóvenes con vestimentas holgadas. Un silencio inflamado y suspenso tomó forma entre el puente de las miradas y el abismo que separaba los cuerpos. - ¡No! - El grito de Eka deshizo el trance - ¡Déjenme ir, déjenme ir! - Se acercó a Conrado, éste se adelantó unos pasos y lo sujetó con fuerza, doblándole los brazos contra la espalda, fingiendo cierta violencia. - ¡Quedate quieto! ¡Ayúdenme ustedes! - Les ordenó a Luis y Humberto, los dos lo aferraron como pudieron. Eka se sacudía tratando de liberarse y procurando no hacerlo al mismo tiempo. Conrado se dirigió a los que les cortaban el paso:

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- Encontramos a éste tipo intentando escapar del dormitorio pegado al nuestro, cuando le preguntamos qué le pasaba nos agredió y salió corriendo, esperamos no haber hecho mal persiguiéndolo, nos pareció sospechoso. Rubén caminó hacia ellos, Humberto supuso que no lo habían engañado: - ¡Muchas gracias, hicieron bien! Pero déjenlo a nuestro cuidado, lo necesitamos entero, es vital para la celebración, así como lo ven, éste hombre representa una amenaza para cualquiera, en cambio nosotros lo haremos provechoso, su destino era llegar aquí - El presidente se apoderó del prisionero. - Tenemos derecho a saber qué se celebra y cómo Argumentó Conrado. El presidente Rubén se explayó entonces en detalles históricos, fechas, nombres de antepasados y pioneros hasta llegar al hecho fundamental para el que se preparaban. - Comprendo - Prosiguió Conrado - Tengo que ser sincero con usted, la verdad ya habíamos escuchado de esto, su festividad es famosa en todos lados y nunca creímos tener la posibilidad de presenciarla. - ¿En serio, nuestra fiesta es famosa? ¡Qué alegría me da saber eso! - Se entusiasmó Rubén. - Solo una cosa - Pidió Conrado - Si es posible queremos participar llevándolo y atándolo al árbol. Por favor concédanos ése honor. - ¡Claro que sí, lo harán, y además llevarán la noticia a donde vayan! - Perdió su mirada por sobre los techos de las casas - Acortaremos los períodos, organizaremos visitas guiadas, ya me lo imagino - Otra vez puso su atención en los chicos - Yo sabía, ví en ustedes un signo de buen augurio, hoy adelantaremos la hora, el gran momento será al amanecer, pueden irse a descansar. Volvieron a aquella pieza odiosa pero no durmieron, oían a Eka a través de la pared medianera, temiendo que se lo 82


llevaran sin avisarles. Los bailes no cesaron en toda la noche. Los emisarios del presidente Rubén llegaron junto con el día para indicarles que la hora había llegado, Eka fue empujado hasta la plaza como un condenado, las personas ya no bailaban, se habían mudado de ropa y observaban el espectáculo con los brazos cruzados, sin solemnidades, algunos incluso charlaban animadamente con el que tenían al lado, sus ojeras enormes eran la consecuencia de tanta agitación. Cuando Luis, Humberto y Conrado salieron llevando consigo a Eka, estallaron en aplausos y gritos, antes de atar al prisionero, Conrado llamó mediante señas al presidente Rubén: - Mire, lo vamos a atar de ese lado - Explicó el joven, señalando el frente opuesto al que se encontraban - Es el mejor ángulo, así se verá mejor en las fotografías que tomemos para mostrar a todo el mundo - Exageró la última palabra aleteando como una gallina asustada - ¿Qué le parece si todos nos ubicamos de ése lado para apreciar el final? Rubén estuvo de acuerdo y recibió con alegría la proposición, después de unas órdenes rápidas a sus hombres, los espectadores fueron juntándose donde había indicado Conrado, dejando libre el sitio por el que pensaban escapar, luego solo fue cuestión de correr otra vez, como tantas otras veces. De reojo, vieron como el vecindario entero se les abalanzaba, la tormenta ganaba el cielo detrás de ellos, se concentraba sobre el gran ombú. La huida los condujo a una zona portuaria, allí lograron perder a los habitantes de aquel extraño barrio, escabulléndose entre los recodos que les ofrecían las instalaciones para carga y descarga de los buques, Luis y Humberto intentaron en vano reconocer el lugar, el río era el mismo: plácido, amenazador, inconmensurable, pero no sabían a donde dirigirse. Había tres barcos de buen porte 83


anclados en la orilla recta, aunque no se veían marineros o personal de mantenimiento, los adoquines del muelle y el estacionamiento para camiones no podían evitar el crecimiento de algunas plantas entre sus junturas, la red de cintas diagonales por donde viajaban las bolsas con granos y quién sabe qué otros productos listos para ser llevados a destinos distantes, se asemejaban a toboganes oxidados de un parque de diversiones ruinoso, habitado solo por el viento y el sonido espinoso del metal rechinando. De las grúas solitarias pendían grandes ganchos oscuros, oscilantes, frente al río se alzaban dos galpones despintados y con los vidrios rotos. - Vayamos a donde vayamos, todo está abandonado - Dijo Luis - la estación de trenes, este puerto…, Y cuando encontramos gente, la mayoría están locas. - O son raros - Interrumpió Humberto mirando a Eka. Después se rió - No, mentira, es solamente una broma. - Broma o no, yo tengo que volver, no voy a dejar mi casa Respondió Eka - La tormenta pronto se dispersará; de todas formas, no les serviría de nada, no conozco el lugar. - ¿Pero cómo vas a hacer para volver por el mismo camino? - Preguntó Conrado - Esa gente, vos sabés… - Esa gente ya contaba tres días sin dormir gracias a esa maldita fiesta, ahora que pasó, no seguirán despiertos por mucho tiempo más, pierdan cuidado, voy a ser cuidadoso, he escapado de los rayos desde que tengo memoria, creo poder con esto. Se despidieron de Eka y le desearon suerte, Humberto se disculpó nuevamente por la broma y le agradeció la comida que les había dado. Más tarde encontraron el segundo árbol de los dedos, apenas a cien metros del puerto, con las mismas hojas llamativas pero mucho más grande y frondoso que el primero. - Claro - Se dio cuenta Luis - La gente mediana no lo toca. Es muy lindo. 84


- Bueno Luis, preguntá, dale - Se impacientó Humberto. Luis preguntó una vez más, el viento movió ramas y hojas, los dedos señalaron un sendero sin veredas, bordeado por ligustrina alta, que los chicos alcanzaron, tomaron y recorrieron durante un rato más bien largo, encontrando cada tanto, pintorescos y lujosos caserones de estilo colonial, inmersos en terrenos grandes como estancias de campo. Eligieron una al azar para anunciarse y pedir lo que esta vez les hacía falta: un lugar a donde dormir.

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EL SEÑOR OLIDEO FUENTES El jardín de la casa era realmente extenso, el césped lucía bien cuidado y cortado, la finca estaba delimitada por un alambrado oculto detrás de unos pinos petisos, desde el portón de madera delicada y pulida, podía verse una piscina azul contrastando con el verde oscuro del suelo. Dos perros enormes acudieron ladrando y mostrando los dientes hasta donde Conrado apretaba el botón del portero, pocos minutos después, alguien salió de la casa en dirección a los perros enfurecidos. Con unos gritos, el hombre vestido con overol marrón apaciguó a los animales, que igualmente se mantuvieron a su espalda, el portón se abrió, Conrado retrocedió unos pasos, el del overol salió y cerró en un solo movimiento, sus labios pequeños cobraron vida en su rostro redondo: - ¿Sí, qué desean, vienen por el trabajo? - Buenos días - Saludó naturalmente Conrado - ¿Es el encargado o el dueño del lugar? - No soy el dueño. - No venimos por ningún… - ¿Cuál es el trabajo? - Quiso saber Humberto. - Ayudarme con el jardín. - Entonces sí, por favor dígale al dueño que queremos hablar con él. - Esperen aquí - Ordenó secamente el jardinero, luego se fue con pasos cansados por donde había llegado. - ¿Por qué le dijiste eso? - Se enojó Luis - Necesitamos volver a casa, no conseguir trabajo. - Tranquilo primo ¿Qué le iba a decir? Es que esta gente no habla con cualquiera así como así. Fue una excusa, después veremos. En ese momento apareció el jardinero, esta vez acompañado por un hombre elegante y alto que usaba un

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traje negro, sin corbata, demasiado abrigado para el clima reinante. - Bueno, veamos, son tres… Mmmm… Puede ser, no sé… Entren ahora, vamos, no soporto este calor, nada bueno se puede esperar del calor. No se preocupen, los perros son mansos en tanto yo o mi jardinero se los ordenemos. Los ovejeros se lanzaron enseguida sobre los visitantes, olfateándolos con insistencia, empujándolos con sus desproporcionados y húmedos hocicos, uno de ellos emitía un gruñido leve, intimidatorio y persistente. Subieron unos escalones de madera para ingresar al amplio y suntuoso recibidor de la casa, adentro ronroneaban los acondicionadores, volcando cascadas de aire frío, la luz abrasadora del sol parecía de mentira del otro lado de las puertas corredizas de vidrio. El hombre los invitó a sentarse, él también lo hizo en un sillón individual con ornamentos hindúes, cruzando las piernas, entrelazando los dedos a la altura del mentón: - Entiendo que vienen por el trabajo… ¿Alguna vez realizaron tareas de jardinería? - No - Se adelantó Luis. - Me lo imaginaba - Continuó sorpresivamente el dueño de casa - Entonces ¿Cuál es el verdadero motivo de su visita? Esta vez miraba a Conrado con expresión pícara. Le dijeron la verdad sin omitir detalles y le pidieron ayuda para encontrar la ciudad y un lugar donde dormir. - No conozco nada por aquí - Dijo - Estoy de paso, pero no tendré inconvenientes en prestarles las camas del cuarto de servicio para que descansen, mientras tanto, podrían considerar trabajar para mí algunos días, el pasto crece muy rápido en ésta época del año, les pagaré bien, siempre es necesario un poco de dinero. - Está bien, trato hecho - Aceptó Conrado con la sola imagen del colchón en su cabeza.

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- Contratados, todo listo, mi nombre es Olideo Fuentes, y pueden llamarme como mejor les parezca. Realmente me alegra tenerlos aquí, la casa ya no va a estar tan sola. Agradecieron la atención y prometieron comenzar al día siguiente con las labores, después durmieron durante doce horas ininterrumpidas en el cuarto de servicio, que fácilmente podía alcanzar para albergar a siete personas. Las jornadas de trabajo eran cortas y sencillas, el señor Olideo Fuentes les pagaba una suma exagerada al final del día, demorándose en conversaciones con cada uno por separado, tenían permiso de deambular por todos los rincones de la casa y hacer lo que quisieran, se juntaban al anochecer para cenar, porque el almuerzo era siempre más rápido y simple y el señor Olideo Fuentes nunca participaba en ellos. Una mañana, la quinta desde su llegada, los chicos se encontraban ordenando, regando y transplantando flores en el jardín, cuando Luis tiró por accidente dos macetas con sus respectivos plantines que se hicieron añicos contra un piso de cemento. - Tené cuidado, manos de lana - Se burló Humberto. Luis sintió enrojecer sus pómulos: - ¿Y a vos qué te pasa? Jardinero profesional. - Ni profesional ni tonto. - Ahora yo soy tonto ¿Y vos qué sos, un genio? - Puede ser - Se reía Humberto - ¿Por qué no? - A ver genio ¿Por qué no usás tu genialidad y nos llevás de nuevo a casa? Ah no, claro, si ya la usaste para tomar el colectivo equivocado y traernos acá, me había olvidado. Humberto se puso serio y clavó una mirada punzante en los ojos de su primo: - Tené cuidado. - ¿Y por qué tengo que tener cuidado?

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- Por nada, vos solamente tené cuidado con lo que decís… Mirá que yo no le tengo miedo a todo como vos, ni soy una gallina. - ¿A quién le decís gallina? - A vos, gallina, el señor Olideo tenía razón, sos débil, eso se nota, los débiles demoran la marcha. Conrado observaba la disputa sin intervenir. - En cambio, a mí me dijo que sos un arrogante, y no se equivocó, nadie te quiere de jefe, sos puras palabras, no necesitaba que me lo dijeran. - ¡Estúpido! - ¡Imbécil! Los primos soltaron sus herramientas y se fueron uno contra otro, trenzándose en una lucha furiosa, los cuerpos enredados cayeron y rodaron, las manos iban y venían tratando de hacer blanco, tironeando la ropa, apretando, reteniendo, el puño derecho de Humberto saltó libre y recorrió un corto camino que culminó en la cara de su primo, detrás de aquel llovieron otros puñetazos más, haciendo brotar sangre donde se estrellaban, Luis quedó tendido con la boca roja y los ojos llorosos, Humberto se paró de inmediato, agitado, secándose la transpiración, esperó un rato y le tendió la mano al caído, éste la rechazó con un manotazo. - Está bien, hacé lo que quieras - Concluyó Humberto. - ¡Claro que sí, me voy solo, ojala no te vuelva a ver! - Luis se sacudió la ropa, se limpió la sangre de los labios con la remera - ¿Y vos Conrado, qué vas a hacer? - No me quiero ir todavía. - Morite vos también entonces - Mientras decía esas palabras logró ver al señor Olideo Fuentes parado a cierta distancia, ensanchando una sonrisa socarrona. Luis se marchó sin saludar a nadie, los perros lo acompañaron gruñendo hasta la salida.

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EL PAYASO PROFETA Se internó por calles intrincadas y desconocidas sin saber a dónde iba. Buscó sin éxito alguna cabina telefónica, algún taxi, preguntó a gente que no supo orientarlo; nunca antes se había sentido tan solo pero no deseaba la compañía de su primo, sus palabras y sus golpes aún le dolían en la cara y en el pecho, también se sentía un poco culpable por haberle dicho todo aquello. Finalmente creyó conveniente buscar hospedaje (parecía que era lo único que hacía últimamente además de huir) La tarde desaparecía rápidamente frente a sus ojos, tenía suficiente dinero, dinero que le hubiera gustado tirar pero que necesitaba, ese dinero ganado fácilmente, proporcionado por el excéntrico y malicioso Olideo Fuentes. Al no hallar ningún hotel ni nada que se le parezca, ofreció pagar la noche en cualquier casa y aunque la gente siempre lo recibía con amabilidad, se negaba rotundamente a alquilarle una habitación. Intentaba no desesperar ante el avance implacable de la noche, miraba hacia todos lados, temeroso de ser abordado por un asaltante o algún loco, de esos que abundan en las calles. No teniendo más opciones, se refugió en el portal de una iglesia pequeña y alta en donde dormían unos vagabundos acurrucados contra las columnas lisas; ninguno de ellos les prestó la más mínima atención. Luis había dividido su dinero en partes iguales, guardando cada mitad bajo las medias que le regalara el señor Olideo Fuentes esa misma tarde. Repartió su cuerpo entre el último escalón y una columna libre, le costaba conciliar el sueño en ese entorno a pesar de la indiferencia de los que a su lado compartían suertes diversas y destinos similares, se imaginaba a sí mismo varios años después, vestido con andrajos, ocupando el mismo sitio, abandonado eternamente a un ocio malsano, cargando los billetes tan viejos e inútiles como las medias. 90


Sus pensamientos fueron interrumpidos de repente por el sonido de tambores, cascabeles y risas aproximándose desde su izquierda. Los responsables de esos sonidos formaban una fila que avanzaba a un ritmo desordenado, usaban las características vestimentas de payasos de circo: con sus zapatos desproporcionados y sus narices rojas de plástico imponiéndose a las verdaderas, dialogaban con buen ánimo, sus carcajadas se pegaban a las melancólicas y brumosas luces de los focos de los postes de hierro pintado, sus voces no se oían aflautadas sino como las de cualquier otra persona, iban charlando y discutiendo un partido de fútbol. Luis vió pasar la caravana, esa serpiente multicolor, sintiendo la necesidad de hablarles pero sin atreverse a hacerlo, sólo se decidió cuando el último de la fila pasó frente a él, un poco separado del resto de sus compañeros, con paso firme, callado, la cara limpia de pintura, sin peluca ni nariz falsa. - Disculpe señor - El payaso lo miró unos segundos, luego giró su cabeza con indicios de calvicie, hacia adelante. - Sí Luis, te oigo - La voz grave floreció en sus labios sin titubeos. - Bueno… ¿Cómo es que sabe mi nombre? - Se sorprendió Luis. - Yo sé muchas cosas, lo de tu nombre es sencillo, se te nota en la cara, ponete contento, solo sucede con las personas sinceras. Luis comenzó a caminar junto a él: - Mire, la verdad es que yo ando buscando un lugar en dónde pasar la noche, es lo que le iba a pedir, no me gusta nada por acá. - Es comprensible. Tengo un colchón en mi remolque, si no te molesta apoyarlo en el suelo, sos bienvenido. - Ah no, claro que no, gracias, es un alivio, además puedo darle dinero. - No hace falta conmigo, podés guardarlo para otra ocasión. 91


- Está bien… ¿Puedo preguntarle su nombre? - Podés, me llamo Ignacio… Es raro, hace ya mucho tiempo que no se lo digo a nadie, todos me conocen como “Perita”. - Prefiero Ignacio. - Sí, yo también, ese apodo es realmente odioso, yo no lo elegí, pero así quedó para el show, después pasó a la vida diaria sin que yo pueda hacer nada para impedirlo. La procesión de payasos se internó en una placita completamente oscura antes de llegar a los remolques apiñados en una cuadrícula, Ignacio hizo pasar a Luis sin despedirse de los demás, encendió las luces, había ropa tirada por todos lados, la puerta abierta de un ropero dejaba apreciar tres chaquetas coloridas de payaso colgando de sus respectivas perchas. - Perdón por el desorden - Se disculpó Ignacio mientras extraía un colchón que descansaba doblado en un rincón. - No hay problema, me alegra no estar afuera. - No tengo mucho para ofrecerte, pero podemos tomar un café con leche, lo acompañamos con galletitas ¿Que te parece? - Me parece bien. - Hecho, ya lo preparo. Terminó de estirar el colchón sobre el piso y retrocedió unos pasos hasta alcanzar la cocinita de dos hornallas. El interior del remolque era una casa abreviada a lo estrictamente necesario, un verdadero gusto de casa, Luis no podía imaginar una vivienda más refinada que esa, teniendo en cuenta además, la gran ventaja que suponía su capacidad de trasladarse. Tomaron el café con leche junto a una mesa plegable, en tazas de losa. Luis inició la conversación: - Entonces ¿Dieron una función? - Sí, para la gente mediana.

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El chico no disimuló su estupor ¿Esas personas andaban cerca? Quizás se había cruzado con una de ellas sin darse cuenta, Ignacio continuó: - Sé que los conocés, pero no hay de que preocuparse, ellos casi no salen de noche. - ¿Pero…. cómo? - Hacemos muchas funciones para ellos, pagan bien para reírse de tonterías, siempre montamos el espectáculo lejos de su barrio y de nuestros remolques, nadie medianamente cuerdo confía en esa gente horrible, después cada uno toma su camino. - ¿Cómo sabe todo eso de mí? - Y mucho más de lo que te imaginás, también veo el futuro, lo hago desde que era un niño, hoy en día casi todos mis compañeros vienen a consultarme. A veces me cansa un poco. - Entonces me podría decir si alguna vez voy a volver a mi casa… Si no es mucha molestia. - No, eso no es bueno, sos joven y todavía vivirás mucho tiempo más, no necesitás mis servicios por más que te desespere tener un indicio de lo que pasará, sé por que te lo digo. La expresión en la cara de Luis pasó de suplicante a triste en apenas unos segundos: - Es como te digo, vamos, una de las pocas personas que ha logrado escapar de la gente mediana debería tener algo más de confianza en sí mismo. - Eso creo, aunque no fui el único, pero me imagino que ya sabrá eso. - Sí. - Bueno, no voy a preguntar más, voy a hacer lo que tenga que hacer y listo. - ¡Eso, eso, confianza, confianza! En adelante hablaron muy poco, Luis no creía necesario gastar palabras con alguien que ya sabía todo de antemano y 93


se negaba a revelarle sus predicciones; estuvieron así hasta el momento de acostarse. - Buenas noches - Saludó Ignacio ya desde su cama. - Buenas noches - Respondió Luis - Hasta mañana. La madrugada inundó los sueños del chico con aviones en llamas surcando cielos vacíos de estrellas, gente mediana persiguiéndolo, paisajes desérticos, en los cuales se reconocía solo para siempre. Se despertó asustado y cubierto de sudor, los ronquidos de Ignacio retumbaban en el espacio reducido y caluroso del remolque, el payaso pronunció dos o tres palabras incoherentes, pastosas, se sacudió librándose de la camisa que le cubría el torso y dejando caer desde su almohada, un cuadernito azul demarcado por la luz apagada de la luna, Luis avistó también en el suelo (allí estaba casi todo) una linterna pequeña, la recogió, la encendió e iluminó el cuaderno que ya se había encargado de tomar y abrir cuidadosamente. En la primera página, escrito en letras mayúsculas, aparecía el siguiente título: “DIARIO DE IGNACIO, EL PAYASO PROFETA”. El párrafo comenzaba así, dos renglones más abajo: “Yo, Ignacio, el condenado a la alegría, el profeta escondido y pensante, sostengo que el hombre es una máquina de crecer al revés: primero aprende a balbucear, luego a moverse sobre sus extremidades posteriores y por último a pensar, y toda la vida no le alcanza para revertir éste proceso en parte involuntario. Esta es la verdad, el origen y el sostén de la vida tal como la conocemos y practicamos.” Los párrafos estaban separados unos de otros, dispersos a lo largo y a lo ancho del papel: “La gente mediana es la fuerza necia y aparentemente invencible, que nos acalla”. “¿Cuánto más cuesta volver de las funciones que dirigirse a representarlas?” Luis entendía muy poco de todo aquello, sin embargo, leía de corrido. Ignacio seguía roncando.

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“Déjenme decirles que lo importante es en verdad el espacio, la distancia. El poder reside en el que ve allá y no entonces”. En la penúltima hoja había otro título: “EJERCITO DE COLORES”. “Este es el nombre de mis camaradas, así nos reconocerá el mundo, jamás la posteridad. Ellos no lo entenderán al principio, pero se los iré explicando”. “Atacaremos durante una de las funciones, esos imbéciles creen tener todo los detalles controlados. Luego nos llevarán a sus dominios, no tendrán escapatoria, ese espacio será nuestro, es nuestro mientras escribo esto”. El muchacho dedujo que Ignacio tramaba una invasión al barrio de la gente mediana, le pareció algo imposible, pero al mismo tiempo, deseó ver el tal “Ejército de colores” llevando a cabo esa proeza, imaginó de repente a los acunadores y a los desdichados que aún permanecían ahí, resignados tal vez a la opresión, como alguna vez lo estuviera Conrado. El payaso manifestaba tanta seguridad en sus apuntes que a Luis casi no le quedaron dudas. La última hoja del cuaderno tenía un sobre adherido con cinta transparente, las letras eran claras y concisas: “PARA LUIS”. El destinatario guardó el sobre bajo su almohada después de quitarlo de un tirón, depositó el cuaderno y la linterna sobre el piso y juntó los párpados sabiendo que no los volvería a abrir hasta la mañana. - Hoy vas a seguir tu camino - Dijo Ignacio - Quiero que abras ese sobre cuando te hayas alejado de aquí ¿De acuerdo? - De acuerdo - Aceptó Luis. - Las cosas no son siempre tan complicadas niño, busqué el sobre en el cuaderno y no lo encontré, así de simple. Te dije que sé muchas cosas, pero no lo sé todo - Se rieron los dos sin mucho ruido - ¡Qué bueno! Ya no recordaba la risa sin ser forzada. 95


A la hora de la siesta, Luis le daba la mano a Ignacio para despedirse: - Suerte con sus planes - Le dijo - Me hubiera gustado verlos hechos realidad - Tu destino es otro, pero nuestros caminos volverán a juntarse algún día. Hasta entonces... - El payaso profeta hizo el ademán de sacarse un sombrero imaginario en una reverencia y después apretó con más fuerza la mano del que había sido su huésped, éste a su vez sintió una pena enorme hurgándole el pecho, fijándolo al suelo y en sus pupilas se dibujó la tristeza del humilde remolque anclado en ese pedazo de mundo.

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ENCUENTRO A Luis ya no le extrañaba la ausencia total de teléfonos o vehículos de transporte público, tenía la certeza de que perdería su tiempo buscando tales cosas, así que se dedicaba simple y decididamente a caminar, observando atentamente la distribución de las casas y el trazado de las calles recorridas para no pasar dos veces por el mismo sitio. Sentía gran curiosidad por revisar dentro del sobre en su bolsillo, pero se prometió hacerlo cuando encontrara donde pasar la noche. Como de costumbre, golpeó tantas puertas como se le cerraron, recién a eso de las ocho de la tarde, fue recibido en una casa que tenía una quinta de acelgas a un costado, por un anciano regordete que usaba anteojos como lupas, llenos de picaduras diminutas. - Te podés quedar en el galpón al fondo de la quinta - Aclaró el viejo - Solo hasta mañana. - Muchas gracias, voy a tratar de no aplastar sus plantas. - Da lo mismo, querido, yo no vivo de plantar acelgas, ésas crecen solitas, lo único que tuve que hacer es el cerco. Yo crío cuervos, esa es mi especialidad, y le daría toda mi tierra a quién lograra pisar uno de esos pájaros. - Que raro - Agregó Luis - ¿A quién se los vende? ¿Los vende, no? - Por supuesto, los vendo a quién los quiera comprar, nunca faltan clientes, la gente viene y elige generalmente a los de color más oscuro, es un buen trabajo si uno se cuida de no ser picado en los ojos, por eso mis anteojos están así. - ¿Y por qué no se los cambia? - ¿Tenés idea de cuanto cuestan? - No. - Mucho, querido, mucho… Y basta ya de charla porque me voy a dormir parado.

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El anciano criador de cuervos lo condujo hasta un patio perfectamente cuadrado en donde se erguía la jaula comunitaria de las aves, que se alborotaron al notar su presencia, de ahí pasaron directamente a la quinta de acelgas salvajes (según el hombre) y finalmente al galpón repleto de herramientas y latas de pintura vacías, la paja seca se amontonaba formando un colchón en los corrales sin animales. - Yo duermo ahí - Se adelantó Luis. - Sí, por supuesto - El criador giró sobre sus pasos y emprendió el regreso, antes de alcanzar la entrada recordó Son cien pesos por esta noche, mañana me los pagás, te dejo el farol de aceite prendido por cualquier cosa, buenas noches. - Hasta mañana - Respondió Luis, luego pensó: “Es mejor acá que en la calle”. Se acomodó en la paja, era mucho más suave de lo que parecía a primera vista, sacó el sobre de su bolsillo, lo abrió torpemente rompiendo parte del papel en su interior y extendió las hojas amarillentas bajo la luz del farol y leyó: “El día de Luis está por comenzar en otro lado del mundo, el día es toda su vida de…, un día más otro día, al lado de una noche, atravesando esos caminos agrestes y arduos”. “La noche contra el día Luis llega como un alivio, la mentira es un alivio duradero pero frágil”. “Luis ama el día, ese día que se va o se queda, pero que ya no le pertenece”. “Luis sufre la ausencia del día, el primer paso para aprender a odiar la noche”. “Luis dibuja las aguas que se llevaron el día, el día descansará hasta ser hallado”. El chico plegó nuevamente el papel sin haber comprendido una sola palabra, no reconocía nada excepto su nombre, se preguntó sin en realidad Ignacio era quien decía ser, y si lo

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era ¿Por qué le había escrito esas líneas que podían compararse fácilmente con jeroglíficos? Dejó el sobre a un costado, estaba aburrido y sin ganas de dormir, se paró y comenzó a recorrer los rincones del galpón, cada tanto se detenía para usar las latas vacías como tambores o golpear con los nudillos la madera carcomida, tomó una pala y ensayó unos movimientos improvisados de samurai, usándola como espada, se hizo tiempo para revisar todas las herramientas, para tomar carrera y lanzarse con varios saltos sobre la paja que amortiguaba la caída. Interrumpió sus juegos al oir ruidos que venían de afuera, creyendo que se trataba del criador de cuervos, se asomó por la ventana pero las luces de la casa estaban todas apagadas, las plantas de acelga escondían sus hojas a la penumbra. El ruido persistía, algo arrastrándose, chirriando, se asustó un poco al caer en la cuenta de su soledad, pero de todos modos pegó su cara al vidrio grasoso de la ventana, su respiración empañaba los cristales obligándolo a pasar la mano para mejorar la visión. Apareció lentamente por su derecha: una chica, tal vez de su edad, deslizándose con gracia arriba de unos patines de cuatro ruedas, Luis salió a su encuentro impulsado por la curiosidad, no fue por el pasillo sino que se aventuró a través del campo de acelgas procurando no pisarlas, la niña lo vió acercarse y dejó de patinar, lo miró avanzar hasta que estuvieron a unos pasos de distancia, el foco del alumbrado público volcaba luz sobre su cabello castaño, suelto y lacio: - Hola - Saludó Luis. - Hola - Respondió ella. - Me llamo Luis ¿Qué hacés a ésta hora? - Gabriela - Se presentó la chica - ¿Qué hago? Bueno, muchas cosas, pero ahora mismo paseo en patines. Su voz efervescente soltaba chispas diminutas al igual que sus ojos verdes.

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- Está bien, pregunté mal: ¿Qué hacés a esta hora y sola por acá? ¿No tenés miedo? - No ¿Por qué? Solamente paseo. - Bueno, como quieras. Luis sintió que algo le faltaba decir, pero nada se le ocurría, el silencio se adueñó de la escena, la muchacha continuaba mirándolo: - Bueno, gusto en conocerte - Se despidió por fin. - Chau, igualmente. El primer patín resbaló en el asfalto adelantando una pierna, Luis se volvió, estaba a punto de regresar al galpón cuando recordó lo que no había dicho y giró nuevamente: - Gabriela - Llamó - ¿Tenés a donde ir? - No voy a ningún lado. - Entonces te podés quedar conmigo, digo, acá, en el galpón, a dormir esta noche, yo estoy hasta mañana, de paso charlamos y no me aburro tanto. - Mmmm…bueno ¿Por qué no? Y vos, ¿Por qué estás solo? - Es una larga historia, ahora te la cuento. Entraron al galpón luego de colgar los patines junto a la puerta, se sentaron en la paja al mismo tiempo, Luis se excusó: - No tengo nada para ofrecerte, espero que no te moleste. - No me molesta, me gusta el lugar… ¿Y entonces? Yo respondí a tu pregunta, ahora vos respondé la mía. - Trato de volver a mi casa, un poco de eso y otro poco de escaparle a la gente mediana ¿Los conocés? - Sí claro, yo me escapé de ellos hace algunos años, no fue difícil, tenía la edad necesaria. - ¿Edad? - Interrumpió Luis. - Sí, edad. ¿Cuántos años tenés, doce no? Estás en el límite. - Pará, pará, pará, más despacio, ¿Qué tiene que ver la edad con escaparse de la gente mediana? ¿Cómo sabés que tengo doce años? 100


- Yo tengo quince, no hay mucha diferencia entre los dos, más o menos saqué la cuenta, y si te respondió el árbol de los dedos no podés tener más de esa edad. Luis se quedó mirándola sin entender, Gabriela echó su cabello a un costado con la mano izquierda y siguió hablando naturalmente: - Luis, la única forma de llegar hasta acá desde el barrio de la gente mediana es si te guían los árboles de los dedos, no te hagas el tonto. Y todos saben que los árboles contestan hasta que uno cumple trece. Ya sé que me estás engañando. - No, nada que ver - Tartamudeó el chico - Es que… No sé… ¿Por qué no nos dijo nada? - ¿De qué hablás? Ahora la que no entiende soy yo. Luis suspiró, se tiró de espaldas en la paja y perdió su vista en el techo: - ¿Es cierto lo que me decís? - Sí, por supuesto, no se bien de que se trata, pero es así. Un abatimiento repentino recorrió el cuerpo de Luis desde los pies hasta la cabeza, anidando por último dentro de su pecho, latente, como un espacio vacío en expansión. - Yo no salí solo de allá, hasta hace poco venía con mi primo Humberto, con él entramos por error en el barrio de la gente mediana, después nos encontramos con Conrado, nos invitó a su casa y nos contó de esas personas y de sus planes para escapar, pero no dijo nada de la edad, ahora veo porque insistía tanto en llevarnos con él, nos necesitaba, nos usó, todo este tiempo lo guiamos sin saber. No entiendo por que nos ocultó eso, si no era necesario. - No se me ocurre - Dijo Gabriela - Tal vez por miedo Apoyó su mano blanca y tibia en el brazo de Luis - Que pena. - Capaz pensó que no lo íbamos a llevar con nosotros y por eso mintió, en este momento debe estar con Humberto. - ¿Y por qué no estás con ellos?

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- Tuvimos una pelea con mi primo, nos agarramos a trompadas y todo. Ahora que lo pienso, todo pasó por tonterías, ojalá pudiera borrar lo que le dije. - Seguro él también estará arrepentido. - Eso quisiera, de verdad. Gabriela también se recostó, sus cabezas quedaron casi pegadas, sus pies apuntaban en direcciones opuestas, el perfume en los cabellos de ella lo hizo sentir extrañamente tranquilo y seguro, casi como en casa. - Ahora contame vos - Pidió Luis. - Como ya te dije, me escapé de la gente mediana, había llegado como todos, supuestamente por error, escuché los rumores sobre los árboles y me fui sola, anduve mucho, ahora estoy acá. Cumplí los trece antes de encontrar el tercer árbol _ Gabriela tejía la noche con su voz, susurraba un mundo nuevo en los oídos de Luis _ Desde entonces vivo de acá para allá, no me va tan mal, la gente me quiere. Un día encontré los patines casi destrozados, los arreglé porque no puedo estar quieta ¿Son increíbles no? Paseo a la noche por las calles, me encanta la tranquilidad, andar despacio cuando todos duermen dentro de sus casas. - No te preocupés, a mí me falta mucho para cumplir los trece, vamos a encontrar el tercer árbol y después volvemos a la ciudad, prometo llevarte hasta donde viva tu familia. Pero primero voy a esperar a mi primo, va a llegar en cualquier momento, a Conrado ya voy a ver lo que le digo. Entonces nos podremos ir los cuatro ¿Qué te parece? - No sé que decir, no se si alguna vez tuve familia. ¿Qué podría haber allá que no tenga acá? Al muchacho no se le ocurrió nada digno en la ciudad capaz de competir con los patines de Gabriela, pero no pensaba darse por vencido: - No sé… yo por ejemplo… me caés muy bien... podemos ser amigos, también tengo muchos otros amigos allá, no te

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vas a sentir tan sola... Digo, no sé - Trataba de disimular el temblor de la voz: - Dejame pensarlo - Dijo Gabriela - También me caés muy bien. Las respiraciones acompasadas de los dos conquistaron el espacio callado durante varios minutos, luego siguieron charlando a la luz lánguida del farol de aceite.

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UN MAPA - Tenemos que dormir - Propuso Luis. - ¿Por qué? Yo no tengo sueño - Aseguró Gabriela, que se había vuelto a sentar. - Es cierto, yo tampoco, de todas maneras ya va a salir el sol. Lo que si tengo es hambre, me comería una vaca entera. - Eso tiene solución, no lo de la vaca, eso no, pero en un rato vamos a lo de una señora que conozco, ella hace pan todos los días y siempre guarda uno para mí, podemos compartirlo porque nunca lo termino. - Contá conmigo y con mi estómago. De repente, Luis se acordó del pasillo en el que él y su primo habían tenido que esconderse, a un lado de aquella casa en el barrio de la gente mediana, la imagen se encendió en su mente como la pantalla de un televisor, reconstruyó de memoria cada detalle, cada casa, cada calle y recodo desandado incluso en la oscuridad, hasta llegar al punto en el que se encontraba. Se paró de un salto y comenzó a buscar algo entre la paja, Gabriela lo observaba perpleja: - ¿Qué te pasa, estás bien? - Sí, sí. ¿Tenés algo donde escribir? - No. - No importa - Encontró la nota que le había entregado Ignacio, el payaso profeta y tomó una tabla del suelo para apoyar el papel, después revolvió en todos lados hasta hallar un trozo de carbón con el que empezó a dibujar al dorso de la hoja. - ¿Qué estás haciendo? - ¡Un mapa! No lo vas a creer, pero me acuerdo de todo, voy a dibujar una forma de salir del barrio odioso ese sin necesidad de los árboles. - Pero el camino nunca se ve si no es por los árboles. Luis detuvo un instante su frenesí y miró de frente a Gabriela, la tomó por los hombros: 104


- ¿Alguien vió eso alguna vez? ¿Por qué todos están tan seguros? - Bueno, no sé, es lo que se dice, todos lo saben. - Si nadie lo vió, nadie lo sabe. Me tenés que creer. - Bueno, pero ¿Quién va a inventar algo así y para qué? - La gente mediana no puede cortar los árboles porque crecen otra vez ¿No es cierto? - Si, es verdad. - Por eso, inventar rumores y hacerlos correr por todos lados es algo fácil de hacer, barato y además da resultado. Una vez, un profe nos ayudó a hacer un experimento más o menos así. Y te puedo decir que de verdad alborotamos toda la escuela. Es como el cuento de cuco... Como la iglesia. Gabriela no dijo nada más, miraba el suelo, mordiéndose los labios. Luis se dio la vuelta y continuó dibujando con el carbón, trazando líneas, consignando apuntes: - No me alcanza - Afirmó - Necesito más papel. - El sobre - Señaló Gabriela. - Cierto - Abrió el sobre, lo extendió encima de la tabla y continuó la tarea sin pronunciar palabras, cuando terminó, tiró el carbón hacia delante y se quedó mirando su obra - Listo ¿Qué te parece? - Se lo estiró a la chica, exaltado, esperando su respuesta. - Está muy bien, pero la verdad yo no recuerdo nada de esto, Luis, las personas se olvidan muy pronto de su pasado al estar algún tiempo en contacto con esa gente. - ¡Por eso mismo! ¿No te dás cuenta? Hasta ahora yo tengo todo claro en mi memoria, por eso pude dibujar el mapa. Hay que salir de acá para poder completarlo y más adelante buscar la forma de mostrárselo a todos. - Estoy de acuerdo, ojalá estés en lo cierto. - ¡No lo dudes! - Ah, otra cosa, la respuesta es sí, me voy con vos, digo, con ustedes. - Mejor todavía, solamente falta Humberto para que todo sea perfecto. 105


En ese momento la puerta se abrió, desde atrás apareció el criador de cuervos, cargaba una bandeja sobre la que hacía equilibrio una taza con leche: - Mi esposa insistió… - Interrumpió la frase al notar la nueva presencia - Hola Gabriela. - Hola señor. - Veo que ya conociste al chico, no ví tus patines afuera. - Están colgados en un costado, como siempre los dejo cuando entro a cualquier lugar. Por las dudas, Luis se asomó y comprobó que los patines estaban en el mismo sitio; imaginó lo difícil que le resultaría ver a un hombre cuyos lentes albergaban todas esas picaduras. - Acá están, no hay de que preocuparse. El criador de cuervos cobró a Luis la noche de alojamiento y después acercó otro vaso con leche para que Gabriela desayunara.

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TERCER ÁRBOL DE LOS DEDOS Acordaron proseguir en busca del tercer árbol, una vez allí, esperarían a Humberto y Conrado para hacer la pregunta y marcharse definitivamente, Gabriela decidió dejar sus patines y de camino obtuvo el pan humeante que había prometido, comieron rápido, quemándose las manos y las lenguas. Nada llevaban más que unos billetes sueltos y el mapa en dos partes, guardado cuidadosamente en el bolsillo del pantalón de Luis, la mañana se anunciaba calurosa, las calles estaban descuidadas y rotas, al igual que las viviendas que crecían junto a ellas. Apenas habían caminado dos horas cuando hallaron lo que buscaban. - Nunca me imaginé que estuviera tan cerca - Los ojos de Gabriela brillaron, una lágrima transparente se descolgó muy despacio hasta su barbilla, dejándole una huella larga y despareja en el rostro. Luis tomó las manos de ella entre las suyas: - Vas a recuperar el tiempo perdido, te lo prometo. El gran árbol de los dedos los amparó bajo su sombra, ésta tenía la virtud de enfriar los chorros de aire caliente que traspasaban sus límites, se apoyaron contra el tronco sin soltarse las manos, se durmieron de a poco en medio de la siesta muda, indiferentes a todo, con la esperanza latente en la mueca de sus labios, inmersos en esa burbuja fresca y segura. El tiempo se disolvió invariablemente y solo existió ese espacio que los abarcaba, inamovible y eterno.

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LOS SUEÑOS SE HACEN REALIDAD Cuando Luis abrió los ojos al mundo, Humberto permanecía de pié frente a él, un poco más atrás, Conrado movía la cabeza en todas direcciones. - Primo ¬- Dijo Humberto tendiéndole la mano - Perdón por lo de allá, pensé que ya no te iba a encontrar. - No me voy a ir sin esperarte - Contestó Luis manteniéndose sentado - También te pido perdón, me porté como un idiota. - Quedemos de acuerdo en que somos un par de idiotas sin remedio - Se rió distendido, luego señaló a la muchacha que se despertaba con esfuerzo - ¿Y ella quién es? - Una amiga, va a venir con nosotros. Gabriela, él es mi primo Humberto, del que te hablé. - Hola - Gabriela se levantó al saludar. - Hola, espero que mi primo solamente te haya contado lo bueno. Conrado se acercó y saludó a todos, Luis se mordió los labios para no interrogarlo y prefirió esperar a estar del otro lado, camino a casa; de nada les serviría entregarse a discusiones, se encontraban frente al último árbol de los dedos, a solo un paso de volver. Pensó inevitablemente en todas las personas que aún permanecían contra su voluntad junto a la gente mediana, después pensaría en la manera de introducir su detallado mapa en el lugar; por el momento, la sola idea del barrio le ponía la piel de gallina. - Y bueno - Habló Humberto ¿Vamos, quién pregunta? Como las veces anteriores, detrás del árbol se multiplicaban las opciones de caminos - ¿Preguntás vos, Conrado? - No, te cedo el honor. - Como quieras. Humberto hizo la pregunta, el árbol cumplió con su parte señalando hacia delante con sus hojas como dedos, en línea

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recta, el primo además, dio las gracias y palmeó el tronco amistosamente: - Vamos chicos, no quiero volver a saber de éste lugar. El tramo siguiente mejoró mucho, caminaron por la vereda debido al aumento de tránsito en la calle de doble mano, las bocinas y los motores estallaron surgiendo de repente, el sonido afloró como cuando se destapan los oídos después de un rato de tenerlos tapados, aún no veían colectivos o taxis y la avenida no se parecía a ninguna de las que los primos estaban acostumbrados a ver en la ciudad. Un niño vestido con túnica blanca les cortó el paso: - Señor, señor - Dijo a Conrado - ¿Necesitan donde quedarse? Yo puedo invitarlos a mi casa, el precio por los cuatro es de cuatrocientos, pero se los voy a dejar a trescientos porque me caen bien, hay camas de sobra. - No queremos nada, no tenemos dinero, andate - Le contestó Conrado, apartándolo con el brazo derecho sin siquiera mirarlo, enseguida interrogó a Humberto - ¿Esta es la ciudad, dónde está? Tiene que ser ésta. - No sé - Dudó el otro - Yo no conozco por acá, y eso que conozco casi todas las esquinas. Vos, Luis ¿Te ubicás? - Ni idea… Qué raro el pibe ¿No? ¿Viste como estaba vestido? De chicos nomás pintan para locos. - ¿Eso qué tiene que ver? ¿Estamos o no? - Exigió el joven Conrado. - ¡Ya te dije que no sé! - Gritó Humberto - Puede ser, vamos a preguntar. Alcanzaron un cruce de calles y el panorama cambió íntegramente, las casas eran multicolores, alargadas, dobladas en los techos, en forma de pirámides lisas, escalonadas o invertidas, con puertas tan diminutas como para entrar arrastrándose, incluso esféricas o construidas por la mitad, de abajo hacia arriba, de un lado a otro, algunas no contaban más que con las vigas y las columnas sin el techo o edificios hechos enteramente de algún material traslúcido. 109


Había escaleras sueltas que no conducían a ningún lado, túneles conectando las casas entre sí o con la calle, los que a su vez se ramificaba más adelante en cientos de callejuelas enredadas. - Una cosa es segura - Afirmó Luis - No estamos ni cerca de la ciudad, ojalá el árbol no se haya equivocado. - El árbol jamás mentiría - Insistió Gabriela - Yo diría que la gente mediana no se mueve tan fácil por estos lados. Conrado miró a la chica: - Lo que vos digas, pero yo conozco a esa gente, voy a estar calmado solo cuando pise la ciudad. Otra vez, Luis realizó un esfuerzo enorme para no increpar a Conrado ahí mismo; en cambio, levantó la mano para interrumpir el discurso: - Esperen acá, ya vuelvo - Corrió volviendo sobre sus pasos hasta encontrar al niño de la túnica sentado en el cordón de la vereda, dialogó con él y regresó a donde los demás lo esperaban - Dice que él no conoce la ciudad pero que su papá tal vez podría ayudarnos, su casa está a cinco cuadras nada más. ¿Qué opinan? Todos asintieron al no contar con un plan mejor, siguieron al niño oyendo su constante parloteo, respondiendo a sus preguntas sin dar demasiados detalles: - Por acá pasan personas todo el tiempo - Relataba - Pero casi no se quedan… Este barrio nuestro se llama… ¿Cómo era?... Bueno, no me acuerdo, después les digo. Mi papá dice que al primero que se le ocurrió construir su sueño fue a mi tatarabuelo que tampoco me acuerdo como se llamaba: Un día se levantó y dijo: “Qué linda casa que soñé” después la hizo como la había visto y después todos hicieron lo mismo hasta ahora, lo bueno es que si alguien sueña una fiesta, se hace y listo, yo voy a todas las fiestas. - ¿Cómo te llamás? - Quiso saber Gabriela. - No tengo nombre, porque una vez soñé que no tenía y ahora no tengo, me gusta no tener nombre. 110


- ¿Cuántos años tenés? - Siete y después cumplo ocho. El padre del niño sin nombre los recibió en su casa con forma de iglú alargado, él también vestía una túnica blanca, se llamaba Augusto. Adentro, las paredes y el techo estaban revestidos con espejos de bordes exquisitamente decorados a pincel, en el enorme salón se extendía una mesa rectangular, también de cristal pintado, los motivos reproducían flores, esmerados arco iris y paisajes similares a los que Luis solía mirar en su diccionario enciclopédico, de los muros colgaban helechos, llovían desde sus respectivas masetas como cataratas verdes y silenciosas. Augusto despidió a su hijo y éste se marchó prometiendo regresar apenas oscureciera. - Es un buen chico - Comentó el anfitrión - Nos ayuda mucho, no sé que haríamos sin él, agradezco a Dios la bendición de tenerlo… Pero ahora a lo que vinieron: ¿En qué puedo serles útil? Humberto le preguntó como debían hacer para llegar a la ciudad, aunque no habló de la gente mediana. - ¿Solo eso? Bueno, es muy sencillo, yo mismo los llevaré en mi auto, será un placer; aunque ya va a oscurecer y el viaje dura más o menos dos horas, como solamente puedo alcanzarlos hasta el límite… No quisiera abandonarlos en medio de la noche. - No sé - Dijo Conrado - Estamos apurados, ya hemos marchado de noche, podría decir que es más seguro y todo. - No en la ciudad, créanme, si se quedan les reduciré la tarifa a la mitad, la cena es cortesía de la casa. ¿De acuerdo? - Yo creo que sí - Opinó Luis sin dejar de sentirse intrigado por las razones que impedían a Augusto traspasar lo que llamó “límites” - No nos hará mal un descanso antes de salir. Yo voto por el sí. Los demás coincidieron. 111


- ¡Qué bien! - Se alegró Augusto - ¡Así se habla muchachos! El niño sin nombre llegó acompañado de tres personas mayores que buscaban alojamiento. Durante la abundante cena se habló de todo, Augusto les contó una historia más o menos parecida a la narrada por su hijo acerca del origen del peculiar barrio, mientras su esposa, María, no paraba de escribir o dibujar en un pequeño cuaderno, les aclaró que a las túnicas las había soñado ella una semana anterior y que las usarían aún por otras dos; podían acordar, excepto cuando se trataba de una casa, el lapso para disfrutar o poseer lo que más tarde reemplazaría un nuevo proyecto destinado a volver realidad otro sueño interesante. Terminado el postre, fueron invitados a ocupar sus dormitorios; había tantos como huéspedes en la casa. Augusto se demoró en su silla y encendió un habano: - Nos vemos mañana a primera hora - Recordó - Si no se han despertado, yo lo hago sin problemas. - Vayan no más - Dijo Conrado - Yo voy a salir a tomar un poco de aire. Las habitaciones les fueron asignadas por el niño sin nombre, la de Luis tenía espejos triangulares que encajaban perfectamente, la cama de dos plazas rellenaba un rincón del cuarto, no había helechos colgantes ni ningún otro adorno, los reflejos se enfrentaban multiplicando las imágenes copiadas infinitamente. El niño saludó y se fue, Luis se tiró sobre el colchón, se dio cuenta que hacía días no se bañaba o se cambiaba de ropa. Bajo la lluvia de la ducha había una tina, la llenó con agua fría hasta el borde y al sumergirse, el líquido se derramó un poco formando un charco en el suelo, se adormeció dentro de ese pequeño y controlado lago artificial y con los ojos cerrados imaginó a su padre, a su madre, a su hermano Joaquín recibiéndolo con alegría, con esa sonrisa suya, tan blanca y abierta.

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Se estaba calzando la ropa de siempre cuando Conrado entró súbita y violentamente en el cuarto de baño, temblando, con la cara llena de gotas de sudor, exaltadísimo: - Huy, perdón, me equivoqué ¿No sabés cual es mi pieza? Ya abrí como cuatro puertas que no eran. - No sé - aseguró Luis - Creo que la de al lado de la mía pero enfrente. ¿Qué te pasa, por qué estás así? - ¿Así cómo? ¬- Tan agitado. - No tengo nada, es que me quiero ir, no aguanto más, nos tenemos que ir, estoy nervioso, ansioso ¿Por qué no agarrás tus cosas y nos vamos? - Ya decidimos quedarnos. - Qué gracioso, yo los saqué de allá y ahora no puedo ni opinar. Luis apretó los puños, bajó la cabeza, la sangre se le acumuló en las mejillas. ¿Por qué mentía de esa forma, qué podía llegar a conseguir con eso? Cada parte de sí pugnaba por hacerle esas preguntas, por reprocharle el descaro de atribuirse la responsabilidad, cuando habían sido ellos quienes lo habían ayudado a librarse de la opresión de la gente mediana. Gradualmente el chico se fue calmando, consideró que tampoco era el momento y el lugar para iniciar una pelea, “Ya estamos afuera, ya estamos afuera” se repetía. - Si querés podés preguntarle a Humberto, una noche más no nos quitará nada. Conrado golpeó la puerta al cerrarla, Luis se vistió y salió. Ya en la habitación, encendió el ventilador de techo, que arrancó con un ruido sordo, el colchón cedió a su peso lo suficiente como para proporcionarle descanso, se acomodaba a su cuerpo con cada movimiento y el chico no tardó en dormirse, sintiendo el cansancio de todos los días anteriores punzándole los músculos.

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UN PASO HACIA EL LÍMITE - Ayer soñé que nadaba solo en una piscina gigante - Contó Luis dentro del espacioso automóvil de Augusto, un coche cuidado e imponente que rugía su exageración de motor a través de la avenida - Tal vez quiera hacer una algún día. - Es posible - Respondió Augusto - Ya toda la familia la ha soñado pero nos falta el dinero ¿De qué color era la tuya? - Azul, o celeste… como todas, bah. - La mía era verde, la de mi hijo, rosa y la de María, blanca. Si algún día la construimos, vamos a mezclar los colores en un solo balde de pintura, a ver lo que sale. Luis iba sentado adelante, junto al niño sin nombre, atrás se ubicaban Humberto, al medio y Conrado y Gabriela a cada lado, las casas fueron desapareciendo hasta ser reemplazadas por un extenso camino de árboles espinosos, como un monte, las curvas se sucedían sin interrupción, hacían más lento el viaje, el cual se completó en silencio la mayor parte del tiempo. De dos horas y media después, Augusto detuvo el auto donde la ruta terminaba imprevistamente en unos bloques de cemento de un metro de altura, gruesos y separados algunos centímetros entre sí. - Ahora solo tienen que seguir ese sendero y en poco tiempo habrán pasado el límite, nosotros nos vamos, adiós y mucha suerte. - Muchas gracias - Saludaron a coro los cuatro, el auto se alejó a velocidad moderada. El sendero mencionado bajaba y se perdía entre los árboles, en línea recta. - Ahora sí, por fin - Se entusiasmó Humberto mientras pasaba su brazo sobre el hombro de su primo - Viste primito, nada ni nadie puede contra nosotros, vamos. - No, esperen - Pidió Conrado sentándose sobre uno de los bloques, denme un minuto, ¿Me lo merezco no? 114


Luis por fin se hartó y no pudo contenerse: - ¿Te lo merecés, por qué? Vos no hiciste nada, yo sé muy bien que los árboles de los dedos solamente nos respondían a nosotros. - ¿Qué cosa? - Preguntó Humberto. - Lo que escuchás, Gabriela me lo dijo sin querer, resulta que los árboles contestan si el que pregunta no pasó los doce años. Éste nos hizo creer que nos estaba regalando un favor ¡Mentira! Nos usaba, nada más que eso - Enfrentó a Conrado - Decime si no es verdad. - ¿Por qué hiciste eso? - Se asombró Humberto. El joven Conrado levantó la vista y apuntó sus ojos penetrantes hacia Luis: - Vos no entendés. Está bien, no les dije ese detalle, pero igual salimos ¿No? No podía confiar en nadie, no puedo, están en todos lados - Su rostro se contrajo, aumentó el volumen de su voz - ¿Acaso tenés una leve idea de lo que es estar ahí? No, claro que no, si apenas estuvieron unos días ¿Qué pueden saber? ¡Nada! Eso es, nada. Encontrar cara a cara la salida, el árbol, mirarlo a centímetros y sin embargo, tener la seguridad de que no te va a contestar; ustedes no entienden nada de eso. Yo, escuchen bien, yo haría cualquier cosa con tal de alcanzar la ciudad ¿Me escuchan? - Te estamos escuchando - Replicó Humberto - No nos asustás ¿Dispuesto a qué estás vos? - A entregar esto a la gente mediana por ejemplo - Sacó del bolsillo los papeles en los que Luis había dibujado su mapa, se paró - Lo saqué antes de pasar el tercer árbol, hay que tener más cuidado ¿No? Como les dije, están en todos lados, anoche, cuando salí a tomar aire, me encontraron afuera de la casa y no me quedó otra que ofrecerles este dibujito y a ustedes tres por mi libertad. En serio lo siento pero tendrá que ser así. En ese instante, cinco hombres de la gente mediana salieron de la espesura del monte, sus enormes ojos de foca 115


se fijaron en el grupo, Luis sintió náuseas, tambaleó sin poder reaccionar, Humberto en cambio, se arrojó sobre Conrado con furia: - ¡Qué hiciste, qué hiciste imbécil! ¡Te voy a matar! Pero el otro evitó fácilmente el ataque, los hombres se adelantaron y sujetaron a los primos y a Gabriela, Conrado comenzó a caminar por el sendero y tiró los papeles sin fijarse donde caían. - Adiós a todos, es una lástima, solo tuve la oportunidad y la aproveché, de verdad no lo quería así - Pero fue interceptado por los dos tipos que quedaban libres, un sexto apareció enseguida y se plantó frente a él, el joven palideció y comenzó a retorcerse tratando de liberarse - ¡Era un trato, les entregué tres, teníamos un trato! - No hacemos tratos con ustedes - Le dijeron, tajantes. - No por favor, solo por esta vez - Suplicaba - ¡Déjenme ir les digo! ¡Déjenme ir! Humberto les hizo una seña a Luis y Gabriela, ellos comprendieron que los invitaba a huir, aprovechando la distracción que causaba Conrado al luchar por su liberación. Se soltaron al mismo tiempo y corrieron hasta alcanzar la senda, los hombres salieron de tras de ellos de inmediato; por su parte, los que mantenían prisionero a Conrado se descuidaron al notar la fuga de los otros tres y el joven utilizó ese momento para zafarse él también y tomar el mismo camino de escape. Humberto volteó y pudo ver como Conrado tropezaba, perdía el equilibrio, caía golpeándose la cabeza contra una piedra y quedaba inmóvil. Uno de los hombres se agachó junto al joven y luego de examinarlo, aseguró con la mayor frialdad: - Este está muerto, que no se les escapen los demás. Al oir esto, el primo Humberto se detuvo en seco, no podía dejar de mirar el cuerpo tendido de Conrado. Para cuando hizo el ademán de ponerse en carrera otra vez, fue 116


aprehendido por tres de los perseguidores, Luis lo vió y volvió sobre sus pasos. - ¡No primo, no vengas, salgan de acá, busquen ayuda! Gritó Humberto - ¡No podemos solos! - ¡Allá! - Advirtió Gabriela - ¡Hay gente, vamos! Luis sintió crecer el miedo dentro de él, suspiró, gimió, dudó, ya aquellas odiosas personas se le abalanzaban. Finalmente corrió en busca de auxilio, llegaron a los tumbos y cayeron de rodillas sobre un fango sucio y hediondo, los de la gente mediana, al notar la aglomeración de ranchos de chapa al final de la bajada, volvieron sobre sus pasos y desaparecieron, llevándose a Humberto, hombres, mujeres y niños alarmados por los gritos, salieron de sus casas y rodearon a Gabriela y a Luis, les tendieron sus manos, ayudándolos a levantarse. - ¡Ayuda, por favor, secuestraron a mi primo, allá arriba….por favor! Entonces, casi toda la gente del lugar escaló la pendiente en cuya cima encontraron las hojas abandonadas del mapa y el silencio amargo de la ausencia del primo Humberto. Luis lloraba, miraba el horizonte y no podía hacer otra cosa que llorar, se sentía débil, paralizado, sus fuerzas lo abandonaban pero le dejaban un peso enorme que sentía más que nada en las piernas, en el pecho, en los brazos... Se dejó caer mientras un viento de tormenta se hacía cada vez más intenso.

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EL CARTÓGRAFO “Luis dibuja las aguas que se llevaron el día, el día descansará hasta ser hallado”. Repetía Luis para sí mismo. “Humberto es el día y solamente yo voy a poder encontrarlo” Y volvía a sumergirse en el trazado de los mapas que llevaba perfeccionando desde hacía cinco años, apuntando cada detalle con increíble precisión, cada calle con sus números y formas y cada rincón que habían recorrido, antes de haber escapado de la gente mediana. Los mapas llenaban las paredes de su habitación, colmaban sus cuadernos, rebalsaban sobre su escritorio, navegaban dentro del ropero. Esos papeles lo eran todo, lo mostraban todo y al mismo tiempo no le servían para nada ya que en realidad ninguno de ellos podía indicarle cómo llegar hasta esos lugares, no se relacionaban en absoluto con la ciudad a la que había vuelto, la que conocía. Los esfuerzos por encontrar a la familia de Gabriel habían resultado inútiles, esa chica parecía haber brotado de la tierra en forma espontánea, su fotografía deambuló como un fantasma por todos los rincones del país y su nombre estuvo en boca de mucha gente por algún tiempo, aunque a decir verdad, nadie estaba seguro que ese nombre fuera el verdadero; ella tampoco lo sabía con certeza. Así fue que la familia de Luis, después de superar innumerables y tediosos protocolos, obtuvo el permiso necesario para brindarle hogar junto a ellos. También, en el transcurso de esos cinco años, el chico tuvo que responder muchas preguntas: de sus padres, de sus tíos (los padres de Humberto), de la policía, de familiares a los que jamás había visto hasta ese momento e incluso de abogados, aunque parezca mentira y sin que él haya logrado saber bien la razón. Luis se perdió de todo, de bailes, amigos, encuentros, terminó la escuela secundaria sin problemas pero en forma 118


automática, dándose apenas por enterado. Cuando no estaba dibujando, caminaba sin rumbo por cualquier calle, barrio o plaza, se sentaba, pensaba, continuaba y volvía a su casa solo gracias a los ruegos de sus padres y de Joaquín, su hermano menor. Hablaba muy poco, su mirada había adquirido cierta dureza triste, parecía estar reflexionando todo el tiempo y siempre a punto de lanzar una exclamación o algo parecido; nadie iba a detener su obsesión: Volver al barrio de la gente mediana, encontrar a Humberto y sacarlo de allí de cualquier forma, esas eran sus únicas motivaciones. - Tía - Dijo una vez - Me parece que si yo no vuelvo ahí, nunca va a aparecer... Pero me tenés que prometer que no les vas a decir nada a papá o a mamá. La madre de Humberto no pronunciaba una palabra porque sentía tantos deseos de ver de nuevo a su hijo como miedo de perder también a su sobrino. Así fue como una tarde cualquiera, Luis llevó a Gabriela hasta una plaza, la invitó a sentarse en un banco de madera y después de un extenso silencio, mientras miraban las copas agitadas de los árboles, le dijo: - Tengo que volver... Voy a volver... No hay otra forma... Ahora tengo los mapas, solamente me preocupan los lugares que nunca ví... Pero pienso ir dibujándolos a medida que me vaya moviendo. Ella esperó unos segundos antes de hablar, sus ojos estaban llenos de pesar: - Sí, ya sé - Y apoyó su mano en la de él - Yo también voy. - Pero... - No se discute, yo voy... ¿Ya sabés cómo vamos a llegar? Luis bajó la cabeza, soltó la mano de Gabriela y se puso a mover las suyas: - Me parece que si... Hay que dejarse llevar otra vez - En su memoria perduraba la imagen de los enormes ojos de la gente mediana. 119


- ¿Y cuándo vamos? - La semana que viene empezamos a buscarlos. Vamos a salir todas las tardes con todo preparado, porque cuando los encontremos... - Cuando nos encuentren... - Si, cuando nos encuentren... - Está bien. Oscurecía lentamente, el frío renovaba sus fuerzas, se levantaron, se metieron en un bar y pidieron un café; demoraron poco más de una hora antes de volver a casa. Dejarse encontrar por la gente mediana, no fue tan sencillo como Luis suponía, tardaron alrededor de un año y medio luchando contra el tiempo, el fracaso y hasta el desgano en última instancia. Esa tarde estaba helada, esa misma tarde de invierno en que notaron cuatro ojos enormes y oscuros observándolos con demasiada atención e insistencia desde cierta distancia, esa tarde que ya no era tarde porque se convertía en noche a cada minuto, a cada segundo, a cada gota de sudor que empapaba sus cuerpos temblorosos, esa tarde noche en que tomaron un colectivo, sabiendo con claridad que no recorrerían los lugares conocidos de siempre, esa noche en la que pusieron los pies en la placita aquella del camino serpenteante y avanzaron en dirección al barrio de la gente mediana. Mientras atravesaban la plaza, Luis apretaba la mano de Gabriela, tanto como los mapas que llevaba en su bolsillo. Una ráfaga repentina de viento frío los obligó a caminar abrazados.

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ÍNDICE La ciudad Colectivo El joven Conrado La gente mediana El nuevo camino CE.DE.MA. Primer árbol de los dedos Eka La boca del lobo Segundo árbol de los dedos El señor Olideo Fuentes El payaso profeta Encuentro Un mapa Tercer árbol de los dedos Los sueños se hacen realidad Un paso hacia el límite El cartógrafo

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Christian Gutiérrez (Paraná 1976 - )

Escritor argentino que nació el 21 de Julio de 1976, en Paraná, Entre Ríos, Argentina. Ha publicado el libro de cuentos: "Los regalos y otros cuentos" en Olga Cartonera. Otros escritos (Cuentos para chicos y poesía para chicos y adultos) se encuentran dispersos o han sido editados de forma casera.

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El Cartógrafo Christian Gutiérrez

Se terminó de diseñar en el mes de febrero del 2017 En los talleres de Editorial Montecristo Cartonero

Tiraje según demanda

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EDITORIAL MONTECRISTO CARTONERO ESTÁ COMPROMETIDA CON EL DESARROLLO LIBRE DEL ESPÍRITU, LA CULTURA Y EL CONOCIMIENTO DEL SER HUMANO COMO VALUARTES DE NUESTRA SOCIEDAD. CADA LIBRO PUBLICADO POR NUESTRA EDITORIAL ES EN SÍ UNA OBRA DE ARTE CUYO TRABAJO ES MANTENER VIVA LA LLAMA DE LA SABIDURÍA.

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¿Es posible un mundo dentro de otro mundo de manera que parezca verosímil al lector que pueda situar el relato a su propia ciudad en la que se encuentra? Una difícil y a la vez exigente misión que tiene el autor de provocar la credibilidad en el público infantil-juvenil de situar una obra citadina en paralelo con otro mundo urbano. Christian Gutiérrez en su libro El cartógrafo nos sumerge en la historia de dos infantes de doce años, dos primos que a partir de una casualidad terminan enfrentando un mundo inexplorado para las personas comunes y bajo la ilusión de retornar, nuevamente, a su hogar. El cartógrafo es una obra atrapante que renueva los valores de la amistad, la solidaridad y el amor fraternal. Es el inicio del largo peregrinaje de dos primos unidos ya no solo por su sangre sino también por un destino.

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