Relatos de Ciudad

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RELATOS DE CIUDAD ORDEN CAÓTICO


Sebastiรกn Campuzano - 2020


11 de febrero Te despiertas desorientado, pero sabes que estás en tu casa. Un rayo de sol entraba por la ventana. El ruido de la calle te avisa que ya los comerciantes están trabajando. Te levantas de la cama con deseos de conseguir algo para el dolor de cabeza que te abruma siempre después de una noche con amigos. Tocan la puerta y al abrir ves a la vecina de la habitación del lado, te pregunta por tu estado de salud y también te trae comida para el desayuno. Varias veces a la semana la vecina te hace ese tipo de favores, sin embargo, para ti solo es un acto de solidaridad, según tus amigos ella está buscando algo más y tú no te quieres dar cuenta. Simplemente no es tu tipo, las relaciones nunca han sido lo tuyo, prefieres estar solo o quizá buscar momentos efímeros para después desaparecer de la vida de la otra persona. - ¿Qué tal estuvo la noche? – te pregunta María, la vecina - Normal, la pasé bien – le respondes desinteresado. Te sigue preguntando por temas los cuales no te interesan mucho, el pago de la renta, los servicios, trabajo, etc.; nunca te has sentido cómodo viviendo dentro del sistema impuesto por la sociedad, prefieres vivir fuera de este, en la periferia, evitando cualquier clase de control o sometimiento de cualquier clase.


Entiendes y ves el mundo de forma diferente, un cartón enmarcado en la antigua casa abandonada de tus padres difuntos dice que eres arquitecto, pero nunca te has sentido como tal, nunca te has sentido identificado bajo ese denominativo. La arquitectura significa para ti algo más que simplemente diseñar espacios y construir edificios imponentes, prefieres pensar que la arquitectura, tu arquitectura, suele ser un vínculo entre el ser humano y el lugar donde habita; piensas en materialidad, proporción y detalle, pero al final nunca consigues definir esa palabra, esa profesión, la cual alguna vez decidiste que era lo que te apasionaba. Sales del edificio donde vives, ubicado a una cuadra de la carrera 10 en el centro de la ciudad, te enfrentas a esos contrastes fuertemente marcados entre los edificios de arquitectura moderna, el impacto urbano que genera el sistema de transporte y la aparición de algunos edificios institucionales un poco más contemporáneos. Caminas entre la multitud de gente que abruptamente aborda a los transeúntes para ofrecerles cualquier producto o baratija con tal de tener ganancias, siempre te ha molestado el hecho de que te hablen en la calle, desconocidos, te molesta la multitud. Te bajas del andén y caminas por la calle donde los carros cuando pasan rosándote el cuerpo pitan y siguen adelante.


Te diriges hacia la Plaza de Bolívar para encontrarte con un amigo de tu época universitaria que te contacto dos semanas atrás por medio de una carta en la que te contaba algunos detalles de su vida los cuales no te interesaban mucho, lo que te hizo valorar la posibilidad de un reencuentro con esta persona fue para recordar aquellas lejanas tardes en las que se perdían entre el laberinto de la ciudad y terminaban en cualquier andén o parque discutiendo sobre temas que salían espontáneamente, un edificio, las personas, los comportamientos, etc., era el resultado de una amistad entre estudiantes de arquitectura y sociología motivados por la vida. En el recorrido hacia la plaza, los puestos comerciales de los primeros pisos hacen el ambiente un poco denso por la mezcla de olores que te encuentras, encuentras ventas de cualquier clase de comida en tu recorrido, desde un restaurante de comida de mar que tuvo su época dorada hasta un lugar de poca confianza con alimentos de dudosa procedencia. En el camino, te gusta probar nuevas rutas, te aburre la costumbre y buscas siempre encontrar nuevas formas, nuevos escondites dentro de la ciudad, los pasajes comerciales que tienen estos edificios, si bien algunos hechos a conciencia para la comunidad y otros simplemente producto de la ambición y avaricia de los empresarios de los años 40, siempre logran sorprenderte por la cantidad de posibilidades que puede haber para un único destino, al atravesar los edificios uno tras otro, en la calle, percibes una especie de cápsula, los edificios con alturas considerables y la angostas vías te encierran en un encuadre tridimensional, se siente la transición entre la amplitud de la décima al encierro de estos edificios de distintas épocas.


Finalmente llegas a la Plaza de Bolívar después de medio día, era una jornada normal sin mayor relevancia, vendedores de maíz para las palomas, turistas extranjeros observando los imponentes edificios del poder del país, uno que otro personaje sospechoso observando y analizando su siguiente víctima, algunos guías autorizados, otros simples personas que fueron creciendo y aprendiendo con la ciudad, ganándose la vida con esa memoria histórica que solo las personas que vivieron el desarrollo de primera mano pueden tener. Antes de que llegara tu compañero, reconoces entre las voces de las personas a Efraín, un viejo conocido del centro de la ciudad que se dedica a compartir la historia del centro histórico de la ciudad, estaba sentado en el altozano de la Catedral Primada cubriéndose del sol con el poco de sombra que hay a esa hora. Conoces a Efraín desde tus últimos años de universidad, te ayudó con algunas cuestiones académicas y se convirtió en una persona bastante relevante en tu vida, a veces se veía a Efraín vestido con su traje bien arreglado, otras veces tenia puesto cualquier saco y pantalón que encontraba y podía durar hasta una semana seguida con la misma muda de ropa. -¡Efraín¡, ¿Cómo está? – Le preguntas emocionado por verlo. -Hermanito, como le ha ido, como lo trata la vida últimamente – te responde casi sin reconocerte, quizá por el exceso de vicio o la vejez ya no está en todas sus capacidades. -Por acá esperando a un viejo conocido, ya sabe, los fantasmas del pasado nunca lo dejan solo a uno. A usted como le ha ido con estos gringos. -El pasado nunca se va yo se lo he dicho – dice mientras observa el Palacio de Justicia – Estos días han sido difíciles siempre lo están juzgando y humillando por no tener la plata que tiene toda esa gente, y si no es eso, la policía no lo deja a uno trabajar y ya lo echan así no más, imposible poder vivir de ese modo. Se quedan hablando por hora y media en uno de los costados de la plaza mientras observan como viene y se van los visitantes, los flujos y recorridos que hacen las personas en el lugar, los vuelos de las palomas, el tiempo pasar. Te das cuenta de la hora y caes en cuenta tu verdadera razón de estar donde estás, despides de Efraín y te vas hacia la calle 11, cerca al Colegio Mayor de San Bartolomé, allí era el punto de encuentro acordado, pasa media hora y no sabes si alguien va a llegar o si se le olvidó o si decidió simplemente no ir. Esperas otra media hora y el cielo empieza a opacarse rápidamente, te das cuenta de que dicho reencuentro nunca se va a dar y te devuelves a tu casa entre las calles mojadas de esa ciudad caótica. Todo se oscurece entre rayos y truenos con las gotas de lluvia golpeando el suelo y tú, con una gorra puesta solo caminas, intentando no mojarte tanto o aceptando la situación. Llegas a la décima y caminas unas cuantas cuadras hacia al norte hasta el edificio casi abandonado en el que vives. En el camino, entre huecos y charcos, el alto tráfico de la calle te moja, pareciera que lo disfrutan, y lo único que puedes hacer es seguir caminando hasta llegar a tu destino. Al llegar, te encuentras con María, no la saludas, estas agotado, exhausto, solo te recuestas en la cama y cierras los ojos.



17 de marzo Llevas varias semanas intentado enfocarte en una propuesta de un proyecto que te ofrecieron para hacer a las afueras de la ciudad, sin embargo, tus problemas de depresión no te lo permiten, intentas buscar soluciones como hacer actividades distintas a la rutina que muchas veces te aburre, sales a caminar hasta perderte, algunas noches ni vuelves a la casa, solo te quedas en ese laberinto de asfalto. María a diario te pregunta por tu estado, respondes con una o dos palabras a sus preguntas. - Me contaron de un médico especializado en eso que usted tiene, podría ayudarlo. – te dice mientras revisa que todo en la habitación esté bien. - No me interesa – le respondes bruscamente – he vivido así toda la vida, puedo seguir viviendo así. María se limita a sonreír, por alguna razón ella siempre esta pendiente de ti, sin importar cual indiferente puedes llegar a ser. Te deja el almuerzo sobre una mesita que hay en la habitación y sale por la puerta. Te dispones a analizar algunas ideas básicas que tienes sobre el proyecto cuando suena el teléfono que está pegado en la pared, es Carlos Díaz, el señor que te propuso el proyecto, te dice que va a estar cerca en las horas de la tarde para ver tu proceso y acordar si continua o no trabajando contigo, aceptas y cuelgas. El señor Carlos es un político que se lanzo al congreso para las siguientes elecciones, y aprovechó el ingreso de dinero para hacer unas inversiones, nunca entendiste como fue que ese personaje llegó hasta ti para un trabajo como ese.


Presionado ahora por la falta de tiempo, junto con la poca energía que tienes por la depresión que estas cruzando, intentas improvisar un poco entre las ideas que pasan por tu cabeza y los dibujos que ya tenias en el papel, cuando eras joven te funcionaban beber un poco para dejar correr la imaginación, entonces decides sacar la botella que tienes escondida debajo de la cama. Pasaron las horas y alcanzaste a desarrollar un poco tu propuesta, sin embargo, por la falta de comida y tu estado de salud, te sentías un poco mareado y no estabas en todas tus capacidades, te das cuenta de la hora y sales rápido de la habitación, no alcanzas a almorzar. Debes llegar al Parque Santander, caminas rápido, esforzándote un poco por la leve inclinación que tiene la ciudad a medida que te acercas a los cerros orientales. Llevas en una carpeta los papeles con tus dibujos y bocetos a medio hacer, en el fondo sabes que no hiciste lo que debías, el resultado no es el esperado y eso te frustra aun más. Llegas al parque que queda al frente del Museo del Oro y esperas a que aparezca el señor Carlos, te quedas observando a los pequeños comerciantes y artesanos que colocan sus productos sobre unas cuantas telas y se dedican a esperar a que algún transeúnte o un turista curioso llegue a ese punto y les haga una compra y de esta manera tener algún sustento, así todos los días, algo rutinario, periódico, te atormentan esas imágenes y volteas la mirada. Por la carrera séptima, del sur viene el político con su porte de elegancia y superioridad. Se saludan y te dice que entren a uno de los cafés que se encuentran a los costados de la vía, entran y se sientan en una de las mesas al lado de un ventanal que da a la calle. Piden dos cafés para cada uno, él paga todo. Desconcentrado, empiezas a comentarle lo que has trabajado las ultimas semanas, intentando convencerlo de que continúen con el proceso, de que hiciste un buen trabajo, a pesar de que eres consciente de que no es así. Te hace algunas preguntas las cuales puedes sortear desviando el tema, pero otras si te dejan mudo, no respondes. Te sientes incómodo. El señor ya acabó su café, tú apenas vas por la mitad del tuyo, la conversación termina con un apretón de manos, se ponen de pie los dos. - Esperaba un poco más de avance en el proyecto – te dice demostrando decepción en el rostro. - Con un poco más de tiempo quedaría mejor, casi definitivo – afirmas sabiendo que no sirven de mucho las excusas. - Estaré pensando, mientras tanto, dedíquese tiempo para usted mismo, se ve terrible.


Sale del local y te quedas solo en la mesa con tu pocillo de café, por la ventana ves como las personas van de un lado a otro, quizá sin ninguna motivación o razón, solo se mueven, existen por inercia. Te cuestionas el por qué tu vida no puede ser así de simple, sin tantas preguntas ni reflexiones casi sin solución. Te acabas el café y sales del lugar. Son casi las tres de la tarde y no tienes destino alguno, caminas hacia el sur y llegas a la Iglesia de la Tercera Orden, decides entrar. Cuando solías venir más seguido a misa tenías un sacerdote amigo, Wilson, en ocasiones esperabas a que terminara la última celebración e iban a recorrer la ciudad, o simplemente se quedaban parados hablando desde temas personales hasta temas sin relevancia alguna. Al entrar al templo preguntas por el y te dicen que llega en 15 minutos. Lo esperas. Cuando llega, se saludan efusivamente, tenían años sin verse. Te quedaste mientras Wilson celebraba la eucaristía y al final lo esperaste hasta que terminara todo el protocolo que tiene como sacerdote. Cuando salieron de la iglesia, te estaba contando todo lo que había pasado en los últimos años. Unos cuantos metros delante de la iglesia se detuvieron y un par de jóvenes abordaron al sacerdote, le pedían ayudado para algo, tu no entendías muchas cosas de las que decían.

- Padre, ayúdenos con esto, es urgente, no tenemos otra alternativa – decía uno de los dos jóvenes, era un poco más alto que tú, esbelto, rasgos físicos fuertemente marcados y una actitud que demostraba preocupación. - Por favor Padre, si no fuera una urgencia no lo molestaríamos – El segundo habló, era más pequeño, como de unos 22 años. Sientes una tensión extraña entre los dos jóvenes, no te incomoda, pero te causa curiosidad - ¿Qué sucede? – responde Wilson intentando calmarlos, se dirige hacia ti – Ellos son Santiago y Andrés, hacen parte del grupo de jóvenes de la iglesia. - Síganos, es por allí – Responden al unísono.


Al parecer a donde se dirigían te quedaba de camino a la casa así que decidiste acompañarlos. Wilson te dice que son homosexuales, la iglesia ha venido incorporándolos de a poco en los últimos años a todas actividades que hacían. Santiago y Andrés fueron de los primeros en entrar al grupo, al principio fue difícil por la manera tan cerrada y ciega de pensar de algunas personas que no estaban de acuerdo con esto, sin embargo, con ayuda de otros sacerdotes que apoyaban la iniciativa de a poco han ido promoviendo el grupo para todas las personas. Llegan hasta la Iglesia Nuestra Señora de las Nieves, en donde ya te queda complicado llegar a la casa y te despides de todos, te quedas observando por un momento el estilo bizantino de la iglesia representado en sus colores y formas que se alcanzan a ver por algunos rayos de luz que salen del alumbrado público tenue. Te vas caminando en medio de la oscuridad de la noche pensando en lo que acabas de escuchar, la iglesia trabajando de la mano con la comunidad LGBT, además en una de las iglesias más tradicionales de la ciudad. Te das cuenta que quizá aun todavía hay personas que no quieren seguir bajo los moldes de la sociedad, sino que buscan otras alternativas, quieren ir en contra de la corriente. Te encuentras con algunos habitantes de calle que van apareciendo a medida que entra la noche, no te intimida, al contrario, te sientes un poco mas tranquilo que cuando, de día, te sientes encerrado entre la multitud de gente. Entras satisfecho a tu habitación, por un momento, lograste dejar de lado todos los problemas de tu cabeza, pero al final siempre regresan.



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