25 de noviembre DĂa Internacional contra la Violencia de GĂŠnero
Eli Misa Valverde 2º ESO
Los viernes a las seis, cogiendo pimientos
Yo vivo en una casa, la vivienda ya es antigua y de piedra, pero a mi me gusta, es mi casa. No conozco a todos mis vecinos aunque si a un niño de mi edad, a una señora que se pasa el verano tomando el sol y una joven pareja de colombianos, no esta mal. También tengo otra vecina, tendrá cincuenta años más o menos y vive en una casa antigua, pero no tanto como la mía. Tiene un marido, o eso es lo que ella dice porque yo nunca lo veo. Tiene una pequeña finca con un corral, una caseta de perro sin ninguno dentro y un huerto. Ella se llama Rosa y no es madre ni abuela. Tiene una hermana que vive en Brasil y que cuando yo tenía más o menos cinco años ella la venia a visitar con sus hijos. A Rosa le encanta estar por el huerto, a veces me llama para que le ayude a coger verduras. Ya tengo una escalerita en mi muro para saltar aunque mi madre me dice que vaya por el portal. Tiene cuarenta años más que yo pero es una buena amiga. Lo que más cogemos son pimientos, son los que más rápido nacen. Si hay muchos, nos regala unos pocos, aunque a mí no me gustan. Cuando llego del cole hago los deberes y sobre las seis veo por la ventana si ella está en el huerto y voy, solo los viernes. No es una buena cocinera, pero la limonada la hace para chuparse los dedos, siempre meriendo con ella en el porche. A veces hablamos sin parar pero otras, no decimos nada. Varias veces (más o menos una vez al mes) le veo moratones por el cuerpo, yo le pregunto que le pasó y ella siempre me contesta que resbaló mientras limpiaba, aunque no lo dice muy convencida. Luego se lo pregunto a mi madre y dice que aun tengo nueve años y que ya aprenderé, pero creo que ya soy mayor.
Un día, llegué a casa, un viernes, eran las seis y en el huerto no había nadie más que los pájaros. Me pareció raro. Pensé que igual habría ido a hacer la compra, pero al cabo de varias semanas si verla, fui a su casa (por el portal) y cuando salió, estaba en bata y tenía un moratón en el ojo y le estaba sangrando el labio. Mientras hablaba con ella me fijé que la casa estaba más desordenada de lo normal. El mueble donde guardaba la vajilla estaba tirado y las sillas manchadas de sangre, le pregunté que pasaba y dijo que se resbaló mientras limpiaba y tiró el mueble. No me lo creí aunque a ella no se lo dije. Se lo fui a contar a mi madre y ella vio para mi padre, no sabían que decirme. Ya era por la noche y llegó el marido, muy tarde, como de costumbre. Oí abrir la puerta, después un grito y cristales rompiéndose. Mi padre llamó a la policía rápidamente y vinieron lo más deprisa posible, se llevaron al marido de Rosa, y a ella en la ambulancia. Sabía que se trataba de violencia de género. Desde aquel día, nunca sale a recoger pimientos los viernes a las seis.
Sandra González- Besada Gómez 2º ESO
No es un mal sueño Abro los ojos y respiro aliviada. `` No ha sido más que un sueño´´, pienso. Me levanto y bajo a desayunar con una sonrisa en los labios. - ¡Hola a todos, buenos días!- exclamo contenta. Entro en la cocina y lo que veo me deja sin respiración: rastros de sangre en las paredes y en el suelo. En ese momento, todas mis sospechas se hacen realidad, como en una terrible pesadilla: mi padre ha pegado a mi madre. La verdad me golpea como un puñal, hasta que lo comprendo todo. Las pesadillas, el ver a mi madre destrozada, y las horribles manchas en el cuerpo. No son manchas, son cicatrices. La sombra de mi madre se perfila entre el umbral de la puerta. Al verme así, comienza a explicarme como ocurrió todo: fue una tarde de junio. Veníamos de un viaje a Toulouse. En el avión, mis padres no dijeron ni mú. Era demasiado extraño. Desde aquel momento, he ido notando que en mi casa la felicidad se desvanecía minuto a minuto. Todo encaja. Las palizas, los malos modos, las heridas, todo. Pasan las semanas y los golpes continúan. No lo soporto más. Hablo con mi madre, le suplico por favor, que denuncie el caso a la policía. Mi madre se niega y, aunque yo insisto, ella no cede. En ese preciso instante, tomo una decisión: le haré entender a mi padre, que, si tiene problemas, que busque ayuda profesional, no que pague sus problemas con la violencia. Pero su respuesta es totalmente negativa. Desisto. Enciendo la televisión y en aquel momento, en el telediario, anuncian un nuevo caso de violencia de género. Contemplo el número de fallecidos por este mal y los ojos se me salen de las órbitas. ¡Es terrible! Un pensamiento me atraviesa el corazón: no pienso permitir que el número aumente gracias a mi madre. Aviso a mi madre de que voy a salir, aunque le miento sobre el motivo: voy al médico. Mi madre que es muy atolondrada, me pide siempre que recuerde yo las cosas importantes, como el colegio, el médico… Mi madre coge su cazadora y las llaves. Salimos en el coche. Esta mañana, sin que mis padres se enteraran, llamé a la comisaría. Les conté rápidamente el problema que mi madre tenía. Ellos me comprendieron a la perfección, y les dije que fueran a las 17:30 a la clínica del doctor Giraldes, disfrazados. Entramos en la clínica, nos atienden, y pasamos a la consulta del doctor. Allí encuentro, según lo acordado a los dos policías. Mi madre, sin sospechar nada, firma la documentación necesaria para presentar la denuncia por maltrato. En ese instante, mi madre se acuerda de una cosa, se ha dejado el DNI en casa. Los dos policías le dicen
que no pasa nada, pero ella insiste. Los dos guardias, por miedo a que ocurra alguna desgracia, deciden venir con nosotras. Mi madre acepta, un tanto extrañada. Volvemos a casa, y allí está mi padre, esperándola. -¿Quiénes son estos?- pregunta alarmado. - Son dos médicos que han venido con nosotras, para comprobar mi DNI.responde mi madre asustada. - Bueno, en realidad, no venimos para eso.- dicen los dos agentes quitándose las batas- Queda arrestado por maltrato y acoso- indican los agentes. Mi padre, más rápido que ellos, coge un cuchillo que tenía en el bolsillo trasero del pantalón y lo lanza hacia mi madre.`` No pienso permitir que mi madre muera´´, esa frase resuena en mi cabeza mientras me interpongo entre el cuchillo y mi madre. El cuchillo se hunde en mi carne: me muero, pero es una muerte feliz, porque he salvado a la persona que me dio la vida: mi madre.