Cuentos para Ulises

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Cuentos para Ulises © texto, Juan Carlos Ortega © ilustraciones, Julián Arranz © 2009, RTVE ISBN 84-00000-00-0 Drpósito legal: M-00000-2009 Fotomecánica e impresión: Impretex Edita: Sello RTVE Reservados todos los derechos. No se puede reproducir ninguna parte de este libro, ni almacenar en cualquier sistema de reproducción, ni transmitir de ninguna forma bajo ningún concepto, mecánicamente, en fotocopias, en grabación o de ninguna otra manera, sin el permiso del propietario de los derechos de autor.


Cuentos para Ulises índice

1.- La princesita exigente.......................

3

2.- La gente feliz....................................

7

3.- El lector Julián..................................

11

4.- El rey extraterrestre gruñón................

15

5.- El talento ajeno..................................

19


La princesita exigente

Había una vez en un país muy lejano un rey que tenía una hija muy guapa. Tan guapa era la princesita que todos los condes, duques y marqueses y por supuesto los hijos de todos los reyes de todos los países lejanos y cercanos pretendían tenerla por esposa. “Eres la princesa más guapa del mundo” “Gracias papá” Sin embargo la princesa Beatriz, que así se llamaba siempre decía que no a los pretendientes por que a todos encontraba defectos: “Este es alto, este es bajo, este es feo, este es tonto, este es gordo, este es muy delgado...”


El rey, vino que su hija se acercaba a la cuarentena, insistíale para que eligiera un esposo para ella. “Hija mía no puedes ser tan exigente, al final te tendrás que casar o te quedarás soltera”. Y la princesa Beatriz siempre respondía: “ Algún día encontraré el hombre perfecto”. Pero pasaron los años y ese hombre perfecto no aparecía. El rey se hizo muy viejo y una tarde fría de invierno enfermó. Estando en el lecho de muerte de esta manera habló a su hija: “Beatriz, me estoy muriendo y aun no te has casado, prométeme ahora que estoy a punto de partir al más allá que te casarás en breve”. La princesa Beatriz, sujetando la mano de su moribundo padre de esta manera le habló: “mira papá te diré algo antes de que partas para el otro mundo, creo que mereces oírlo”. Los ojos del rey llenáronse de lágrimas y a pesar de su estado moribundo una sonrisa de esperanza dibujose en su rostro: “dime hija, dime, dime…” “Escucha papá, no me voy a casar porque prefiero seguir así, acostándome con todo bicho viviente como vengo haciendo desde que era una jovencita”. Desapareció la sonrisa del rey y una mueca de dolor cubrió su rostro: “ ¡Pero, pero qué dices insensata!”


“Lo que oyes papá… mira, me he acostado con todo el servicio, con todos los jardineros, con todos los chóferes, incluso con el viejo Henry, el anciano que limpia la chimenea. Y en ocasiones con todos ellos a la vez, haciendo todas las posturas que te puedas imaginar, a mi me gusta eso, no quiero casarme”. Y el rey sin poder decir nada más murió con los ojos llenos de terror. Esto os enseñará queridos niños y niñas, que si tenéis que darle una mala noticia a vuestro padre no esperéis a decírsela cuando se esté muriendo, que no es momento ¡hombre! , que hay que saber elegir mejor cuando se dicen las cosas malas. Y colorín colorado este cuanto para Ulises ha terminado.



La gente feliz

Había una vez un país muy lejano donde todos sus habitantes eran personas alegres. Por las soleadas calles y avenidas los ciudadanos de todas las edades caminaban sonrientes y llenos de una tremenda ilusión. “Qué contento estoy”. “Pues anda que yo”. Y así era durante el día y durante la noche, de los 3 millones de habitantes ni uno sólo estaba triste. “La vida es maravillosa”. “Y que lo digas”. La total alegría de nuestros amigos llegó a oídos de un investigador de otro país que no podía creerse que todos los habitantes sin excepción fueran personas felices.


“Me parece muy extraño que en este lejano país estén todos tan contentos, voy a ir a hacerles una visita para investigarlos de cerca”. Y así fue como el investigador Ricardo decidíó ir a visitar el país de la alegría. Llegó un lunes por la mañana y topose de bruces con la felicidad de sus gentes. “Dios mío, qué felices están, parece haber alguna cosa que se me escapa no puede ser tanta alegría, esperaré a mañana”. Y llegó mañana y pasado mañana, y el investigador Ricardo no salía de su asombro. “Están contentos siempre, no puede ser, me quedaré aquí un mes para ver cual es el fallo, por que tanta alegría yo no me la creo” . Y esperose un mes y luego dos meses y luego dos años, y el investigador Ricardo no encontró ninguna grieta en la alegría de los habitantes del país lejano, parecían alegres de verdad. A todas horas preguntaba a las gentes del lugar: “Pero usted es feliz de verdad o lo simula” . “Lo soy de verdad leches, qué narices voy a simular yo nada”. “Pero seguro”. “Pues claro que seguro, qué tío más pesado” . Al cabo de 15 años de investigación Ricardo se dio por vencido y reconoció que la alegría era real, “Son felices de verdad, Santo Cielo”. Fue entonces cuando una anciana del lugar acercose a Ricardo y de esta forma le habló: “Investigador Ricardo ven aquí escucha”.


“Dime”. “¿Por qué la gente como tu nunca se cree la felicidad de los demás y siempre busca un fallo? , ¿por qué os creéis que la gente está triste y no os creéis que esté alegre? ¿por qué sospecháis de los felices y nunca de los tristes? ¿por qué la felicidad nunca va a ser real?, pedazo de plasta, vete de aquí y déjanos ser felices, imbécil”. Esto os enseñará queridos niños y niñas que aunque la alegría parezca cosa irreal en ocasiones puede darse y que cuando llega hemos de aceptarla sin analizarla profundamente porque es posible ser alegre durante mucho, mucho tiempo. Y colorín, colorado, este cuento para Ulises ha terminado.





Los “Cuentos para Ulises” que escuchamos cada sábado en “No es un día cualquiera” de RNE, nos dejan el alma limpia y dispuesta a afrontar otra semana de cruda realidad.


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