MANUEL PITA DÍAZ - Un hombre y su tiempo

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LA VOZ DE LA CALLE EDICIONES


Carlos Burmester Landauro

MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Trujillo 2012



Copyright © 2011 Reservados todos los derechos MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Carlos Burmester Landauro Jirón Zepita 452, Trujillo, Perú. Teléf.: 281995 Impreso en Perú. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquier forma o por cualquier medio, sin la expresa autorización del autor.


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PARTE UNO

MANUEL PITA DÍAZ EN POCAS PALABRAS Nota publicada en una página asociativa que aparece en Internet, seguida de un sentido "In memoriam" que publicaron, tras su muerte, en afectuoso gesto, sus hijos.

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anuel Pita Díaz, abogado e intelectual comprometido con su pueblo y con el destino del país, nació el 21 de Abril de 1926 en la andina ciudad de Celendín, en el Departamento de Cajamarca. Fue hijo de don José Mercedes Pita Dávila, negociante en madera cajamarquino, y de doña Julia Díaz Mori, profesora y música celendina. Un agitado y precoz destino lo sacó, adolescente, de la provincia y lo llevó a Lima donde esperaba labrar su futuro con el apoyo de su primo y mentor, el reconocido médico Horacio Cachay Díaz. Diversas circunstancias hicieron que el joven celendino se encontrara volando, sin ser mayor de edad, por los cielos de Sudamérica, como tripulante auxiliar en los aviones de la compañía norteamericana Panagra, empresa que luego de cuatro años lo despidió al descubrirse que participaba en la organización de una huelga y de un sindicato de trabajadores del transporte aéreo. Como consecuencia de ello, volvió a su tierra, a terminar sus estudios secundarios. Al culminar estos, empezó la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Trujillo, donde se unió a un grupo de jóvenes politizados e inquietos que por entonces militaban en el Apra y que lideraba Luis Felipe de la Puente Uceda. Fue presidente de la Federación Universitaria de Trujillo y, en 1959, fue uno de los 05


En pocas palabras expulsados del partido que, con De la Puente a la cabeza, formarían de inmediato el Apra Rebelde, el embrión del grupo que en 1965, y bajo el nombre de Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, lanzó un intento de lucha armada que fue derrotado rápidamente, pero que, por sus repercusiones y efectos, remecería el Estado oligárquico y terminaría cambiando el rumbo de la historia del Perú. En su prolífica existencia fue actor y coparticipe de trascendentes episodios de la vida política peruana, destacó como profesional en el derecho laboral, la docencia universitaria y la promoción de la cultura popular. Falleció en Lima, el 2 de Mayo de 2006, a la edad de 80 años.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

MANUEL PITA DÍAZ IN MEMORIAM

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as allá del punto en que la nada estalló para dar paso al tiempo, a la materia y a la vida, al menos tal como la concebimos en este rincón del Universo que nos alberga, debe estar el Gran Hacedor que permitió y permite, entre otras maravillas, la compleja y hermosa mecánica que es la mente y la conciencia del ser humano. Manuel Pita Díaz recibió una educación cristiana que marcó, sin duda, sus opciones en tanto que hombre de principios y ciudadano responsable, que desde joven combatió la injusticia, estuvo al lado de los humildes y desvalidos y practicó la honradez y la limpidez de corazón, tanto en su vida pública como privada. Estas enseñanzas del Nazareno nunca lo abandonaron pese a que no fue persona afecta a frecuentar iglesias. Manuel Pita Díaz no tenía respuestas para las grandes preguntas que se hace el hombre y las que en general dan las iglesias constituidas no le satisfacían, pero ello no le impedía saber que la dimensión religiosa es esencial en la formación espiritual y ética de las personas, al punto que alguna vez recomendó a sus hijos que la educación de sus nietos debía comprender elementos religiosos y morales. Manuel Pita Díaz ha partido, tras vivir una existencia plena, activa, comprometida con valores irrenunciables; una existencia cuyos mayores blasones tal vez sean, en una sociedad como la nuestra, el haber mantenido en alto sus principios y su conciencia, el no haberse dejado ganar nunca por la corrupción y el haber acabado, pobre y honrado, con la íntima y clara satisfacción de no haberle hecho nunca daño a nadie. Ahora Manuel Pita Díaz transita por caminos desconocidos en los que tal vez encuentre respuesta a las preguntas que, como todos los hombres, 07


In Memoriam de todos los tiempos, él también se hacía: Cuál es el origen y la explicación del milagro de la vida y del Universo, ante el cual nuestra conciencia apenas si puede pestañear sin enceguecerse. Quién es el responsable de esta complejidad de este caos que, finalmente, al parecer, obedece a un orden misterioso y a una armonía indescriptible. Que los senderos por los que ahora transita su espíritu, o su conciencia, lo lleven a encontrar la respuesta. Que esa conciencia, que desde siempre estuvo maravillada por lo trascendente, se sume tal vez —mas allá del punto en que la nada estalló para paso al tiempo y a la materia— a la conciencia suprema del Gran Hacedor, del Gran Organizador de lo que existe, de lo que vive e incluso de lo que muere para seguir viviendo. Que Manuel Pita Díaz, un hombre bueno, haga su camino en paz, acompañado, más que por el dolor y las lágrimas, por la sonrisa y la gratitud de quienes lo quisieron y lo recuerdan.

Sus hijos Mayo 2006

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PRÓLOGO CULTURA, VERDAD Y LIBERTAD EN EL PERIODISMO DE CARLOS BURMESTER LANDAURO Por Saniel E. Lozano Alvarado

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on esclarecedora, sugerente y contundente prosa, Carlos Burmester Landauro nos sumerge en este libro en las recónditas entrañas de sus recuerdos y vivencias, para entregarnos, viva y plástica, la señera imagen de su dilecto amigo, el intelectual, pensador, líder y luchador social Manuel Pita Díaz, a quien rinde el homenaje de su fraterna e incondicional amistad y admiración, acrecentada, no por la afinidad ideológica o política, sino por el vasto y tolerante mundo de la otra orilla y el otro sendero que, sin embargo, conducen al horizonte y destino común, como lo es, sin duda, la construcción de un mundo libre, justo, digno y soberano. Sin embargo, no es éste libro un derrotero biográfico exhaustivo y minucioso. No se pierde en la búsqueda y exhibición de datos fríos, objetivos y despersonalizados. Se trata, más bien, de un conjunto de impresiones, memoria y testimonio urdidos en la fina y refrescante trama del afecto y de los recuerdos que, de pronto, se revelan frescos, intensos y desbrozadores, hasta resolverse en el conocimiento de una personalidad íntegra y en la comprensión de un acontecimiento político que marcó de modo decisivo los primeros años de la segunda parte del siglo XX, con innegables repercusiones en la comunidad nacional. Elaborado desde una perspectiva personal en cuanto se recrean, reconstruyen y actualizan hechos y acontecimientos conocidos y vividos 09


Prólogo por el autor como coprotagonista y personaje vivencial, seguramente el libro no se distingue por la imparcialidad que debe caracterizar a toda auténtica biografía o texto histórico. En este caso no puede serlo, porque los hechos aquí revelados están transidos de subjetividad, de añoranza, de testimonio personal, de tensa espiritualidad. Por eso, y porque tampoco es lo que pretende el autor, nos encontramos con páginas henchidas de datos ignorados o velados por el tiempo, o sesgados por la difusión parcializada o incompleta; con una profusión de revelaciones, confesiones y testimonios de primera fuente; con una riqueza fecunda de ideas, pensamientos y concepciones que transmiten una visión distinta del mundo, de la vida y de la historia; con el calor y el fuego de la verdad; con la intensidad de sentimientos acrisolados por la fraternidad, la comprensión, la tolerancia y el amor; con la información y difusión de los hechos pletóricos de adhesión por los desposeídos y explotados, con la fe de todo auténtico creyente en el triunfo de la justicia y la libertad. Como es obvio, la Introducción está dedicada a explicar el sentido del libro, motivado en gran medida por la amarga, dolorida y antipática noticia de la muerte del amigo y el acompañamiento en sus exequias. El hecho, en medio del explicable dolor, enmarca el ambiente en el que la dimensión intelectual de Carlos Burmester Landauro se vuelca en frases certeras y contundentes, brotadas al conjuro de la impotencia por no poder encontrar palabras que estén a la altura de la aprehensión del acabamiento total de la vida. Entonces el tono filosófico se torna inmenso y vasto, porque "Hay silencios que expresan más que las palabras, mientras que hay palabras que no dicen nada". Precisamente en esta misma sección nos topamos con la contundencia irrebatible de verdades que, en realidad, no son novedosas en sí mismas, sino cuya riqueza hay que encontrarla en la vasta y profunda dimensión de su formulación, como lo siente, piensa y dice el autor: "Al nacer comenzamos a morir. Lo doloroso e ignoto es la Eternidad, símbolo de la injusticia. No hay nada más desesperadamente injusto que la Eternidad, porque no tiene principio ni final, como sí lo tiene la vida". Pensamientos como los citados no son únicos ni aislados, porque en la misma y en otras secciones de su libro, Burmester redondea frases que condensan el sentido y destino del más allá, cuando la vida se acaba: "El más terrible dolor de la Muerte, confabulada con la Eternidad, es que todo lo que amamos se queda cuando nosotros partimos y nunca más lo volveremos a encontrar, salvo, al final de los tiempos y éstos no tienen final porque si lo tuvieran, entonces la Eternidad no existiría". A continuación, abundando en datos e informaciones, Burmester refiere 10


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO los detalles de cómo conoció al protagonista del libro, distinguido militante de la primera parte de la vida del Apra; su amistad con el líder y luchador social Luis de la Puente Uceda y los albores del Apra Rebelde, cuyo vocero radial, "Voz Aprista Rebelde", se difundió precisamente por las ondas de Radio Libertad, bajo la dirección de Manuel Pita Díaz, sin que ello haya significado una claudicación en el plano de las ideas, de las concepciones y de las actitudes. Simplemente fue una lección de tolerancia y de espíritu superior. Ante tal circunstancia, recuerda al referente motivador del libro, "fue inevitable conocernos y luego hacernos amigos". El contenido primordial de la obra se desarrolla a través de secciones sin numerar, pero sí nombradas específicamente. Así, en "El paraninfo de la Universidad Nacional de Trujillo", por ejemplo, nos informa de la elección de Manuel Pita Díaz como Presidente de la Federación Universitaria de Trujillo, al mismo tiempo que destaca la actuación de un grupo de jóvenes universitarios de la época, entre los que cita a Horacio Alva Herrera, Wilfredo Torres Ortega, Luis Iberico Mas, Miguel Angelats Quiroz, Luis Alva, Gonzalo Fernández Gasco. Asimismo rescata el hecho singular de la composición del himno universitario, con letra del poeta Horacio Alva y música del sacerdote José de Arbilla. En esta misma sección nos encontramos con una insuperable descripción que Manuel Pita Díaz hace de Luis de la Puente Uceda. En "Necesidad de un Partido Revolucionario" nos encontramos con la imagen típica de la ciudad de Trujillo de los años 50, cercada y tranquila, aunque enrarecida y asfixiada por los cañaverales que la circundan; el magisterio que ejerció en su generación Manuel Pita Díaz y su cese como empleado en la Aduana de Salaverry, dispuesto por el gobierno de la Convivencia Apra – Pradismo; la evocación de la casa natal del autor en el pasaje San Agustín; la aparición de la primera urbanización de la ciudad: Palermo; el perfil de preclaros militantes y líderes apristas: Ramiro Prialé, Manuel "Búfalo" Barreto, Manuel Seoane, Manuel Arévalo; el entreguismo de la dirigencia del mencionado Partido al Gobierno de la época; la descripción del centro de operaciones de los apristas rebeldes en el jirón Pizarro, donde se reunían los jóvenes y románticos abogados "defensores de los pobres": De la Puente, Fernández Gasco, Pita Díaz, Luis Pérez Malpica, Sigifredo Orbegoso, entre otros. En estas evocadoras páginas asistimos también al recuerdo y añoranza de la casa de la familia Burmester, en la cuarta cuadra del jirón Bolívar, "donde transcurrió la parte de mi infancia y juventud", allí mismo, desde donde y a través de Radio Libertad se anunció la creación de la Facultad de Medicina de Trujillo y nació el influyente radioperiódico "La Voz de la 11


Prólogo Calle". Al recordar este acontecimiento, Carlos Burmester no reclama ninguna paternidad ni exclusividad; él simplemente consigna el hecho libre de pasiones y subjetivismos, amparado en la dimensión testimonial de su memoria: "en esa casa nació 'La Voz de la Calle' bajo el impulso creador de mi tío don Gustavo Landauro Gómez y del padre José Gamboa, que le llamaron primero "La Voz de la Calle… y el Sentir del Pueblo". En esta misma sección consigna la relación de los primeros expulsados del Apra como consecuencia del acuerdo impuesto por la dirigencia del Partido en la Cuarta Convención Nacional Aprista de octubre de 1959, por haberse atrevido a presentar una Moción de Orden del Día denominada "En Defensa de los Principios Primigenios y por la Democratización Interna del Partido". El delito de los procesados fue denunciar el entreguismo de la dirigencia del histórico Partido al Gobierno de la Convivencia encabezado por el banq uero Manuel Prado Ugarteche. "Los principales expulsados fueron Luis de la Puente Uceda, Carlos Malpica Silva Santisteban, Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz, Luis Olivera Balmaceda, Luis Iberico Mas, Máximo Velezmoro Atalaya y Edilberto Reynoso". En relación con este asunto, se subraya la claudicación de Haya de la Torre, quien, en vez de dar la razón a los jóvenes rebeldes, que lo esperaban ansiosamente de su estadía en el extranjero, llegó y convalidó el acuerdo de la mencionada Convención. Otras partes del libro describen la fiesta de Alba de la Virgen de la Puerta, patrona de Otuzco; la fundación del primer Sindicato de Campesinos y Yanaconas de la hacienda Lláugueda, por acción de un dirigente agrario y del propio Burmester; el riesgo de un ataque de los dirigentes gremiales "cañeros" de Casa Grande a Manuel Pita Díaz; la adhesión a la Reforma Agraria emprendida a fines de la década del 60 por el gobierno de Juan Velasco Alvarado. En este punto, el análisis y la conclusión correspondiente que realiza Burmester es claro y categórico: "No fue la Reforma Agraria la que fracasó sino las maniobras perversas que, desde los gobiernos que remplazaron al del General Velasco, se hicieron para lograr su desprestigio con fines estrictamente políticos y económicos. Cuarenta años después la enorme hacienda que por la época cubría amplias extensiones de ricas tierras cultivables en tres departamentos del Perú no ha sido devuelta a sus legítimos propietarios sino que ha caído en ávidas manos de empresarios criollos en alianza comilitona con políticos inescrupulosos". También se da cuenta de una escaramuza política en Celendín, la tierra natal de Pita Díaz; sobre todo, en esta parte se destaca el ataque a mansalva de "búfalos" apristas contra los apristas rebeldes, en el centro de Trujillo, y el subsiguiente encarcelamiento de 12


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO los dirigentes Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz y Luis de la Puente; la reconstrucción de los sucesos y la confabulación del poder político y judicial para acusar a De la Puente, pese a la opinión en contra del Agente Fiscal, Carlos Burmester Barrionuevo, quien se vio forzado a renunciar, mientras que el juez encargado del proceso llegó en su meteórica carrera como magistrado hasta la jerarquía de Vocal Supremo, como bien recuerda el autor del libro: “Mi padre, Agente Fiscal, era de la misma opinión que el Juez Suplente, en el sentido de que sí procedía la libertad condicional, de modo que era perfectamente posible que ese mismo día De la Puente fuera puesto en libertad. Pero los hechos se dieron de diferente manera, pues, intempestivamente, el Dr. Róger Ganoza suspendió sus vacaciones haciéndose presente en el Juzgado y, tras relevar al Juez que transitoriamente lo reemplazaba, dictaminó en definitiva, oponiéndose a la libertad solicitada. A partir de ese momento la carrera judicial de Ganoza fue casi meteórica y en base a sus méritos personales, se supone, llegó a Vocal de la Corte Suprema. Mi padre se vio obligado a renunciar, pues el régimen 'conviviente' se disponía a no ratificarlo, lo que hubiera constituido un baldón en esa época en que el honor todavía tenía cierto valor en la sociedad". Hasta aquí se extiende la palabra testimonial de Burmester Landauro. Lo que viene después, en la parte final del valioso libro, es la transcripción de textos medulares del pensamiento ideológico, filosófico, político, educativo y social de Manuel Pita Díaz, intelectual de notable valía, cuya singularidad se revela en la hondura, pertinencia y consistencia de sus conceptos, la originalidad de sus ideas, la preo-cupación por el destino de la juventud, el valor pedagógico del turismo, la admiración por Luis de la Puente, el liderazgo de la Universidad Nacional de Trujillo, el entreguismo del Apra ("¿Qué había pasado con el espíritu de lucha antioligárquica, antiimperialista y por los derechos laborales del APRA? ¿Qué fueron de aquellas voces iracundas que electrizaron masas fervorosas en los mítines incitando la insurgencia contra el capitalismo feudal? Sencillamente, comprometidas con la oligarquía, habían hecho mutis en la conducta pública de los miembros del Comando Nacional del Partido."). Asimismo, en esta parte, Manuel Pita Díaz destaca, explica y proyecta el sentido de las guerrillas que se lanzaron a la lucha en la década del 60, que no deben entenderse como acción de jóvenes dementes ni confundirse con los movimientos terroristas que se produjeron años más tarde; y, sobre todo, la justificación y dignificación del Apra Rebelde, que posteriormente derivó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

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Prólogo En conclusión, a través del recorrido de estas páginas asistimos al conocimiento, comprensión y valoración de hechos decisivos de la historia del Perú contemporáneo. Pensamos que el justo homenaje y adhesión de Carlos Burmester Landauro por la integridad intelectual y moral de Manuel Pita Díaz, siendo de por sí un valor supremo, temáticamente funciona como punto de apoyo para difundir su propia voz, su memoria y testimonio para propagar los "entretelones" de la inquietud política de su tiempo; para develar los hechos como él los vivió y en los cuales no fue un simple testigo u observador sino también un protagonista o partícipe directo; para reconstruir el ambiente "citadino" de Trujillo en esa generación "bisagra" de fines de los años 50 y la década del 60. El referente del libro, la personalidad de Manuel Pita Díaz, es, entonces, un elemento humano y personal, pero a partir de él es posible conocer y comprender hechos ignorados, velados, opacos y oscuros. Es que, aunque el tema inspirador sea el recuerdo y valoración del amigo, a través de él, también podemos acceder al conocimiento de la imagen extraordinaria, señera y cincelada de Luis de la Puente Uceda; la claudicación y entreguismo de la dirigencia aprista; el nacimiento del Apra Rebelde y su desembocadura en las guerrillas de los 60, que tuvieron como figuras precursoras a los poetas guerrilleros Javier Heraud y Edgardo Tello, muertos en 1963, y como héroes y mártires a De la Puente y sus compañeros, muertos en 1965. Al mismo tiempo, el libro nos da una imagen del Trujillo de mediados del Siglo XX y nos invita a recorrerlo. No es, pues, la presente una obra de ficción. El tema es realista e histórico, político e ideológico. Quiero decir con esto, que Burmester no necesita inventar o crear historias. Le basta con decir su palabra directa, aunque no fría ni cerebral, sino con frecuencia fuertemente emotiva por el peso vivencial y la densidad de la memoria. Y como el lenguaje es transparente y objetivo, calza cabalmente con el ejercicio periodístico, por supuesto; pero también nos deja la sensación de que Carlos Burmester Landauro, cautivador de una excelente prosa es también un excelente descriptor y narrador. Un caso ilustrativo de esa corriente teórica que tiende a encontrar puentes fraternos y entrañables entre periodismo y literatura. Por eso nos felicitamos de conocer y compartir la amistad de uno de los periodistas de más alto brillo en nuestra escena pública y en nuestras letras. Sus libros anteriores y el presente lo acreditan como hombre de notable bagaje cultural, como una figura emblemática de nuestro periodismo, como un escritor cuya pluma enarbola y fusiona admirablemente cultura, verdad y libertad.

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UN ÚLTIMO ADIOS

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l día siguiente de ocurrido supe del fallecimiento de Manuel Pita Díaz, mi amigo y compañero de épocas agitadas y trascendentes en nuestras vidas. Me enteré temprano, por la mañana. No recuerdo quien me avisó por teléfono mientras me disponía a desayunar, pero puedo asegurar que con la mala nueva la mañana se me tornó amarga, a la par que sentí urgencia de viajar a Lima para darle el último adiós. Por la naturaleza tan personal de mi trabajo en la radio, que me obliga a una presencia permanente, no me es sencillo ausentarme intempestivamente de la ciudad. A ello se sumaban mis entonces obligaciones como regidor en la Municipalidad de Víctor Larco, que me exigían tanto tiempo (y esfuerzos tan onerosos que al final terminaron por aburrirme, de modo que cuando, años más tarde, me propusieron repetir el plato en Trujillo, di las gracias y me despedí). Conseguí comunicarme con los hijos de Manuel para conocer la hora del sepelio y me tranquilicé cuando me dijeron que sería por la mañana del día siguiente, pues se esperaba la llegada de Alfredo, su hijo mayor, que vive en Francia. Ese día trabajé normalmente, comuniqué la noticia a través de la radio y por la tarde, almorzando en la casa con Nora, mi esposa, nos pusimos a recordar a Manuel, rememorando nuestra fraternal cercanía de tantos años. Caímos en la cuenta que el "Cholo" acababa de cumplir 80 años un mes antes y, no habiéndole conocido complicaciones de salud, supusimos, como luego nos lo confirmaron, que su muerte había sido repentina, traicionera. Esa misma noche viajé a Lima. Cuando llegué al lugar del velatorio me conmoví en abrazos con sus hijos. Siendo esto natural puesto que a todos, a Alfredo, Julia, Victoria y Luis Felipe, los había conocido pequeños cuando frecuentaba la casa de Manuel, y 15


Un último adios ahora, al cabo de muchos años, me reencontraba con ellos viéndolos tan realizados. Ellos conocían la cercana y fraternal amistad que nos unía con su padre, por ello, sin palabras, intercambiamos nuestro mutuo dolor, sin que yo pudiera pronunciar más que algunos sonidos guturales. Todas las palabras se quedaban enraizadas en la garganta y solo se mostraban a través del rostro. En los de sus hijas, en particular, transidos en lágrimas. Abracé a otros amigos, muchos de ellos compañeros de la juventud, copartícipes de vivencias, anécdotas, amarguras y algunos temores. Luego me armé de valor y me dirigí al féretro. Para reunir coraje y llegar al encuentro, de pie, junto a las innumerables tarjetas, piezas florales y un reclinatorio ensayé hacia dentro de mí, una oración, un Padre Nuestro creo, porque extendí las manos con las palmas hacia arriba y me sentí ridículo porque pensé que estaba desempeñando una exhibición teatral para los que me miraban. El “Cholo” estaba allí, seguramente sentado sobre el ataúd y matándose de risa mirando mi cara. Pero yo no podía verlo. Solo veía al Manuel que, en el ataúd, aparentemente dormía. Llegó el momento de ir al cementerio y hacia allá nos fuimos recorriendo el largo camino con Manuel para llegar a su última morada. En silencio, en el vehículo que nos llevaba, rumiaba yo las palabras que iba a decir buscando las frases y escogiéndolas con cuidado. Vano trabajo. Hicieron uso de la palabra muchos aunque dijeron muy poco. Manuel Pita Díaz era mucho más que todos los discursos, los ditirambos, las condolencias y las frases amables y yo volví a sentirme ridículo y cuando me tocó mi turno me excusé. Además no hubiera podido pronunciar palabra. Me consolé diciéndome que ese silencio era mejor que los discursos. Hay silencios que expresan más que las palabras mientras que hay palabras que no dicen nada. Pasó más de una hora y al fin, lo que fue Manuel de carne y hueso se quedó en el fondo de ese foso tenebroso del que ya nadie puede salir, aunque lo quiera. El regreso fue, como todos los regresos de todos los cementerios, apresurado y triste. El "Cholo" venía con nosotros, así quería suponerlo o esperarlo. En nuestras largas conversaciones del pasado, y de los años recientes, porque ocasionalmente nos veíamos, no solamente hablábamos de política, aunque fue la política la que nos hizo conocernos y tratarnos durante tanto tiempo. En nuestras reflexiones le decía que la Muerte, como muerte de la carne, los huesos y el cerebro no es más que el epílogo normal de una vida desde el nacimiento. Al nacer, comenzamos a morir. Lo doloroso e ignoto es la Eternidad, símbolo de la Injusticia. No hay nada más desesperadamente injusto que la Eternidad, porque no tiene principio ni final, como sí lo tiene la Vida. Y la Vida no es solo el respirar, el palpitar, el comer y el defecar, sino que es, sobre todo el Amor. Y he 16


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO aquí que el Amor es derrotado por la Eternidad. Lo injusto de la Muerte confabulada con la Eternidad, es que todo lo que amamos se queda cuando nosotros partimos, sin ninguna posibilidad de reencuentro, salvo, al final de los tiempos; lo cual tampoco es viable porque los tiempos no tienen final, porque si lo tuvieran no existiría la Eternidad. En medio de nuestro odio a la injusticia esta fue siempre, también, mi protesta y sobre esto discutíamos. No recuerdo exactamente cuándo y cómo nos conocimos con Manuel Pita Díaz, pero habiendo yo crecido en un hogar antiaprista, porque mi padre lo era, furibundo y glandular, es improbable que en la época de militancia aprista de Manuel nos hayamos tratado. Tiene que haber sido hacia 1959, es decir a partir del rompimiento de la dirigencia joven del Apra con sus líderes mayores. Es el momento en que a los jóvenes disidentes, a los líderes del Apra Rebelde, mi padre les concede un espacio en Radio Libertad de Trujillo, la emisora de su propiedad, para que defiendan sus posiciones, y es el momento en que Manuel se convierte en uno de los principales protagonistas de este espacio radial, que en ocasiones se grababa en su casa, en su grabadorita marca Geloso y que salía al aire bajo su propia coordinación con el operador de turno al que , y lo recordaba entre risas, terminó catequizándolo. Este espacio radial, "Voz Aprista Rebelde", fue conseguido por Luis de la Puente Uceda en base a la amistad que él tenía con mi padre, la cual, pese a la militancia aprista de Lucho, era de carácter fundamentalmente social, conforme lo atestiguan algunas fotografías en grupos familiares y de amigos anteriores a 1959. Este contacto inicial con Manuel marca el comienzo de una amistad cercana y fraterna, una amistad que terminó siendo en la vida y en la muerte, y que perdura ahora que el "Cholo" se ha ido. En el marco de esa amistad al comienzo yo trataba a Manuel con el respeto que se le tiene al amigo o al hermano mayor que sabe más que uno mismo, porque se había formado en niveles a los que yo aún no había llegado. Y en ese proceso amical se fueron dando cambios que, por lo menos en mi caso, yo no había considerado posibles, pues, como ya lo he dicho, crecí en un hogar antiaprista. Yo lo era también, por lo tanto, porque era como me lo había enseñado mi padre, con sus estereotipos, sus propios estigmas y, ¿porqué no decirlo?, también paradigmas. Pronto comencé a mirar al Apra desde otra perspectiva, muy distinta a la anterior, aunque siempre antiaprista. Aparece en nuestros diálogos el "Apra claudicante", distinta del "Apra revolucionaria", que combatió en 17


Un último adios 1932; diferentes una de la otra, pero, siempre Apra, en esa década cincuentera de luchas y frustraciones. Fue para mí una trasfiguración que por momentos me desorientaba y a la que tenía que apuntalarla con alguna base científica. Es allí, entonces, cuando irrumpe, al calor de la amistad y de los diálogos continuos, el análisis dialéctico del fenómeno político. Y en esto, Manuel Pita Díaz era un maestro. En esos días, fue providencial la llegada al grupo del "Loco" César Espinoza Villanueva, que venía de las canteras estudiantiles comunistas de San Marcos y que aportó lo suyo, contribuyendo a desarrollar ya no sólo la pituitaria política sino el análisis serio, que te lleva a descubrir e identificar al personaje, al protagonista, con pleno conocimiento de lo que es, de lo que representa, de lo que defiende y de lo que aspira. En algún momento, lo digo y lo voy a repetir a lo largo de mi relato, percibí en Manuel Pita Díaz y en sus compañeros la amargura noble que se manifiesta en los sentidos y en el alma de los que se saben burlados. Y es que para llegar a la amargura hay que transitar por el desengaño. Y ellos ¡vaya que lo experimentaron ese desengaño…! Manuel lo describe, desde aquella primera mentira, cuando les dicen que el pacto conviviente del 56 con Manuel Prado Ugarteche era transitorio, que iba a durar sólo unos meses y que después el Apra y sus huestes volverían a la senda revolucionaria de Arévalo, Barreto, Negreiros, Tello, Cucho Haya y tantos otros; y cómo, poco a poco, se van dando cuenta que en la alta dirigencia partidaria ya no existía ninguna actitud de rectificación, hasta que el telón se levanta con las masacres de Chepén y Talambo, con sus muertos y la cruz definitiva sobre las tumbas de los caídos en la protesta. Es en este marco en que arrecia nuestra amistad. Yo era el amigo que reconocía en Manuel a un maestro y él, poco a poco, me fue entendiendo, fue tomándome en cuenta, dedicándome su tiempo en esa aula que era su propia casa del Jirón Colón. El programa radial terminó siendo una anécdota que no tomaba mucho tiempo y, más bien, el trato cotidiano, la búsqueda mutua permanente, me va convirtiendo, para Manuel, en el hermano menor recién llegado a su vida. Es en este proceso, un día, muchos años después y ya muy cerca de su muerte, que Manuel siente la necesidad de proyectarse un poco más en el tiempo y, confiando en mí, me dedica los opúsculos que voy a citar ampliamente aquí y que forman parte de su reflexión política, labrada con tantos aportes de su generación, tanto en la doctrina como en la praxis. No es este trabajo una biografía o una recapitulación de la vida de Manuel Pita Díaz. En su primera parte, el tema es sencillo, se limita a los años de nuestra amistad en Trujillo, sin considerar el periodo de su vida en Chiclayo, donde a mediados de los 60 llegó a ser un alto funcionario laboral, que fue defenestrado por el gobierno de entonces atendiendo el 18


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO reclamo de Andrés Townsend Escurra: "¿Cómo puede ser posible que un íntimo de De la Puente, el guerrillero, maneje las relaciones laborales en un fuerte departamento cañero, mientras su correligionario combate al Estado en el Cusco?". Fue este un razonamiento justificado pero superficial, porque nadie pudo probar, en lo absoluto, que Manuel haya creado una sola discordancia en las funciones que se le había encomendado y, mucho menos, una concordancia o comunicación con los combatientes del sur. Ello, estando como estaba entonces, dedicado a su hogar y a sufragar sus obligaciones, a trabajar fuerte, con lealtad y justicia, en las responsabilidades de su cargo. Aunque, por supuesto, nadie podría jurar que, en esos días, su atención y su mente no estaban atentos a lo que acontecía en las frígidas alturas del Cusco. En los años 70, vendría para Manuel un ciclo largo dedicado a la democratización de la cultura desde la dirección del INC de Chiclayo, cargo que ejerció por más de diez años. A comienzos de los 80 se da un momento en la vida de Manuel en el que prácticamente nos desconectamos. Fue cuando Alfonso Barrantes lo llama a colaborar con él en la Municipalidad de Lima. "Frejolito" había llegado a la alcaldía en un momento cumbre para la izquierda peruana, que por la primera vez veía la posibilidad de que el cambio de la sociedad podía ser viable democráticamente, a través del voto popular y con el fortalecimiento de la Izquierda Unida (IU) como gran catalizador de todas sus tendencias y gracias al líder que tenía al frente. Alguna vez le escuché decir a Manuel que nunca estuvo de acuerdo con el desfallecimiento de Barrantes, al negarse a ir a la segunda vuelta electoral con Alan García, en 1985, por lo que barrunto que fue esa decisión la que originó su distanciamiento. Sin duda, el propio Barrantes lo comprendió años más tarde, cuando los peruanos coexistíamos con el letal fenómeno de Sendero Luminoso, con Fujimori, con Montesinos y con los generales ladrones que ensangrentaron al país; y, tiene que haber sido así, porque durante una entrevista que le hice a Alfonso Barrantes en la radio, poco antes de su último viaje a Cuba, donde falleció, él reconoció que había sido el suyo un grave error histórico y trascendental. ¡Cuánta sangre y dolor hubieran podido evitarse! Para evocar la etapa trujillana, y habiendo sido César Espinoza Villanueva, en aquellos años, compañero inseparable nuestro, y por lo tanto personaje de este relato, consideré que era necesario ubicarlo y conversar con él para, tal vez, refrescar un poco los recuerdos y encontrar algún aporte adicional. Fue toda una odisea, pues habían pasado casi 37 años desde que desapareció de Trujillo. Hijo de un importante oficial de la Marina, se había casado con una magnífica 19


Un último adios dama, hija también de marino, con quien tuvo seis hijos. Lo busqué hasta en la Internet infructuosamente, descubriendo que tenía un homónimo que vivía en un distrito popular de Lima y que rápidamente me despachó luego de mis primeras preguntas. Siguiendo sus huellas con olfato de periodista al fin lo encontré y llegamos a reunirnos. Fue emotivo el reencuentro y largas las conversaciones a lo largo de dos días en Lima. La verdad es que yo, fundamentalmente, trataba de adelantarle que algunas escenas incluidas en el texto eran "creaciones heroicas" pero no desajustadas con nuestras verdaderas personalidades. "Solo me enteré de la muerte de Manuel hace tres meses…", me dijo cuando le pregunté sobre su ausencia en el sepelio del querido amigo. Había enviudado seis años antes y seguía empecinado en sus antiguas inquietudes, en la construcción de edificios y tiendas, habiéndole ido unas veces bien y otras no tanto. Físicamente estaba bastante bien, aunque de algún modo ocultaba sus 80 años por cumplir con la típica manera de los veteranos limeños de vestir la camisa afuera. Cuando le pregunté si es que en estas casi cuatro décadas había aprendido a comer cuyes, me hizo un gesto elocuente que significaba que no había cambiado en su rechazo del maravilloso potaje serrano. Completadas las fechas, los personajes y establecidas las vivencias no queda sino finalizar este introito a nuestro trabajo con el recuerdo acongojado del amigo que se fue y la certeza, irrebatible, de que en el trascurso de nuestra existencia son precisamente los amigos los seres que de verdad nos entienden, nos escuchan, nos enseñan y se mantienen firmes a nuestro lado frente a las alternativas de la vida. Y aquí, debo ahondar en el recuerdo de otro querido amigo que se fue y que también merece unas líneas proyectadas a la historia y al futuro. Decía Álvaro Aguilar Luna Victoria, periodista trujillano de raza y coraje, honra y honor de su distinguida familia, que "un hermano es un amigo obligado y un amigo, un hermano escogido". En mi caso, con Manuel Pita Díaz se cumplió este aserto.

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ace algo más de 50 años, hacia 1959, ubicación cronológica del comienzo de estos recuerdos, la cuadra 2 del Jirón Colón en la ciudad de Trujillo era de una discreción casi absoluta y yo la conocía muy bien, pues cerca de la casa a la que me dirigía en el momento que estoy evocando, vivían unos familiares míos muy cercanos y queridos. Había doblado la esquina y, antes, en pleno Jirón San Martín, había pasado por la enorme puerta de la casona donde vivía uno de mis catedráticos preferidos en la Universidad Nacional de Trujillo, el Dr. Víctor Armas Méndez. Siete años atrás había comenzado con poco entusiasmo a cursar mis estudios universitarios, primero en la Facultad de Letras y, luego, en la de Derecho y Ciencias Sociales, para hacerme abogado. Sólo lo lograría muchos años después por razones y exigencias que tal vez aparecerán, en cualquier momento, en esta historia. Al llegar a mi destino ni siquiera tuve la necesidad de tocar la puerta pues ésta ya estaba entreabierta, lo que contribuía a darle una apariencia de misterio o de clandestinidad subversiva a la reunión que iba a tener lugar en esos momentos. Al llegar al rellano al final de la escalera, la voz amiga de Manuel nos invitaba a pasar, ya sea con un "pasa Loco" o con un "pasa Flaco", a la habitación austera que ocupaba, donde resaltaba la vieja cama de cedro que hacía años había traído de Celendín, además de la pequeña mesa donde destacaban un termo y unas tazas memorables de tiempos dichosos. También se veía un estante con gran cantidad de libros de pastas gastadas, lo que evidenciaba su uso constante; y una mesa de trabajo donde había un vaso con numerosos lápices y una regla que le servía para resaltar los textos que consumía con ardor y 21


Jirón Colón 216 pertinacia. Como siempre, cuando nos recibía, estaba sentado al filo de la cama frente a una mesilla sobre la que había una pequeña máquina de escribir, cuya marca ya no recuerdo, pero que terminó por sernos muy familiar, pues en ella se escribían proclamas, análisis, respuestas airadas y severos párrafos de una profundidad dialéctica incontrastable escrita con galana prosa y abundante sustentación. El "Loco", al cual se refería la invitadora voz del "Cholo", era César Espinoza, compañero de trabajo de Manuel en la Aduana de Salaverry donde ambos prestaban sus servicios. Rubio, de ojos entre verdes y azules, casi siempre enrojecidos por el humo interminable de sus cigarrillos, César, había llegado a Trujillo desde Lima, donde había nacido. Al conocer a Manuel había coincidido con sus extravagancias rebeldes, su comunismo sanmarquino y con su profunda animadversión por el "Apra claudicante" que se había entregado al "pradismo" oligárquico. Ambos, sin embargo, figuraban en los registros de los empleados estatales y, por ello, eran siempre susceptibles de ser despedidos en cualquier momento, como efectivamente sucedió años después con Manuel, como consecuencia de los trágicos sucesos de la Plaza de Armas de Trujillo, en marzo de 1961; y, más tarde, en el caso de César como resultado de un cambio o traslado a la capital, seguramente solicitado por su influyente padre, un marino retirado que había ocupado altos cargos durante el gobierno del general Odría. Obviamente el "Flaco" era yo. Cuando llegamos, Manuel no estaba solo en su habitación. Junto a él, en actitud respetuosa y admirativa, lo escuchaba un hombre de unos 50 años, de apariencia marcadamente serrana, de rostro sanguíneo, nariz aguileña, rostro lampiño y cejas pobladas. El diálogo, que se había interrumpido con nuestra llegada y el saludo afectuoso, dado que el visitante, como nosotros, era contertulio frecuente de la casa, se reanudó inmediatamente como invitándonos a conocer de qué se estaba tratando. Paisano y pariente de Manuel, cajamarquino y shilico para más señas, el tempranero visitante esperaba que se acabara la redacción de un manifiesto político que quería lanzar desde las trincheras de Acción Popular, partido al que pertenecía y que, por razones del desarrollo político de esos tiempos, encontraba que tenía ciertas afinidades con aquellos que se habían desgajado del Partido Aprista. La pulcritud de estilo y los conocimientos que tenía Manuel le permitían ayudar a su pariente con un texto que le iba a granjear muchas admiraciones en su partido, al tiempo que dejaba aparecer, por supuesto, leves destellos de la entraña doctrinaria del aprismo romántico y sacrificado que el mentor intelectual cultivaba sin abusar en la interpretación de las ideas.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO “La lucha contra la 'convivencia' tiene que tener un basamento doctrinario que refleje el sentimiento de un pueblo olvidado y defraudado, pero también la rabia contenida de siglos de explotación en el campo y contra los trabajadores manuales e intelectuales. Si Belaúnde dice que Acción Popular tiene al "Perú como doctrina", no podemos olvidar al Perú profundo en un manifiesto como el que me pides… y más aún si han lanzado como grito de guerra lo de 'elecciones libres o revolución'…". (Recuerdos del autor, recogidos en esas tertulias) Sentados en dos magras sillas en un rincón del cuarto, mirábamos la escena con diferentes observaciones. César, mordaz, con enmascarado gesto de menosprecio para el político criollo que tenía frente a sí a un aprista que sabía más de Acción Popular que él mismo, y esto que era dirigente con aspiraciones a congresista, a senador o diputado, lo que dicho sea de paso nunca alcanzó a pesar de sus esfuerzos y de las clases doctrinarias que gratuitamente recibía en esa mañana frente a incómodo público. Yo, por mi parte, entendía mejor su impaciencia, pues estaba claro que su presencia esa mañana, y muchas otras, era prueba palpable de su ignorancia y de su necesidad de que alguien que supiera le escribiese lo que después aparecería como de cosecha propia. Que eso ocurriera teniendo como testigo a un periodista no le hacía ninguna gracia a pesar de su ligera amistad conmigo. Y para mí era evidente que Manuel, en el fondo, se divertía mucho tras su expresión magistral y didáctica. Manuel Pita Díaz había ingresado a la Universidad Nacional de Trujillo en 1950 para seguir estudios de abogacía. Oriundo de Celendín, desde la época de la secundaría había abrazado, como muchísimos peruanos, la doctrina aprista y había leído el libro fundamental de Haya de la Torre, "El antiimperialismo y el Apra", por lo que su aprismo, convicto y confeso, tenía una clave revolucionaria y un sincero afán y esperanza en que "sólo el Apra podría contribuir a salvar al Perú" de los males endémicos que lo aquejaban desde la Independencia. Había estudiado en el tradicional e "inolvidable" colegio celendino que llevaba el nombre de Javier Prado y había llegado a la costa, a Trujillo, siguiendo la ruta escogida por la juventud serrana del norte en busca de la instrucción superior y del cartón profesional. Su ánimo, predispuesto para entender y aplicar la praxis combativa que se había demostrado durante la revolución de 1932, no tardó en dejarse sentir al entrar en contacto con la efervescencia estudiantil de una época en la que apristas y comunistas se disputaban los liderazgos y donde los primeros habían logrado ganar cuantiosas preferencias juveniles. Para el joven shilico, entrar en la UNT fue sentirse como un pez inmerso en el océano y las ruedas de su destino político comenzaron a rodar en un soleado mes de abril, en el preciso 23


Jirón Colón 216 momento en que transpuso las puertas de la vieja casa de estudios que habían fundado e instituido Bolívar y Sánchez Carrión. “Situada en la esquina de las calles Independencia y Almagro con portón hacia la Plaza de Armas, hace ángulo con una capillita ya transformada*. En sus aulas, acondicionadas en ambientes de lo que fuera Convento de monjes, se turnaban las clases de Letras, pre-médicas, Derecho, Comercio, Educación Primaria y Secundaria, Farmacia, e Ingeniería Química. Integralmente, era forzada estructuración con deficiente funcionalidad, pero saturada de vida y energía, de ilusión y audacia, de idealidad y romance de Juventud procedente del medio y de las regiones septentrionales del país. En ese entonces esta flotante población promediaba ochocientos estudiantes de ambos sexos. El protagonismo estudiantil femenino iba en aumento, pero comparado con el actual tan extenso e intenso en actividades post académicas, estaba en estado larval. El prejuicio discriminador y aplastante de las clases altas contra la superación de la mujer de clases pobres se grafica en la expresión atribuida en ese momento a un aristócrata trujillano: 'Es casi imposible encontrar cocineras porque todas están en la Universidad'…” (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004). El ambiente político en el Perú de mediados de los 50 estaba sumamente caldeado. Las reflexiones, saturadas de practicismo o pragmatismo, del líder del Apra, habían llevado a su partido a compartir las delicias del poder con el "pradismo", configurando lo que con frescura sus mismos líderes habían calificado como "Convivencia". De alguna manera, Haya quería acabar con la situación de ostracismo y persecución a que se habían visto sometidos los dirigentes y militantes apristas desde las épocas aurorales del partido. Las décadas de destierros, encarcelamientos y muertes, si bien habían enriquecido el mito y el martirologio del Apra, que a la par lograba un crecimiento significativo de su caudal electoral, no habían significado, en cambio, para sus dirigentes, nada positivo, pues poco era lo que habían conseguido para ellos mismos. En las postrimerías del "ochenio" de Odría, estando ad portas las elecciones de 1956, la cúpula aprista, dubitativa entre dar su apoyo a Hernando de Lavalle o a Manuel Prado Ugarteche, había optado por este último. Y así, con el decisivo aporte electoral aprista, este conspicuo representante de la oligarquía bancaria de esos años, había * Se refiere a lo que fue la Iglesia de la Compañía de los Jesuitas y es hoy el bello y funcional auditorio que lleva el nombre de César Vallejo.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO ganado las elecciones. Sumando senadores y diputados, los "convivientes" dominaron el Legislativo, y, asociados con Prado, el Ejecutivo. La época de las vacas gordas había llegado para la dirigencia de entonces. La juventud aprista había aceptado inicialmente este pacto oscuro porque se le dijo que debía ser interpretado como un triunfo, ya que desde dentro, desde el mismo corazón del gobierno, el Apra iba a imponer su programa favorable al pueblo. Con más experiencia, sus dirigentes iban a lograr avances populares para llegar al poder inmediatamente después. Les dijeron además que no se iba a repetir la desafortunada experiencia del "Frente Democrático" con Bustamante Rivero. A regañadientes, el ala izquierda, ya notoria dentro del Apra, había aceptado, pero dando plazos para que en los hechos, en el inmediato futuro, se cumpliera lo prometido. Las compuertas de la rebelión de la juventud aprista habían comenzado a abrirse. Conocí a Manuel Pita Díaz en circunstancias difíciles y hasta peligrosas. Cuando ya se había producido el rompimiento de la juventud, encabezada sustancialmente por Luis Felipe de la Puente Uceda y un grupo generacional dotado de indudables cualidades no solo intelectuales o doctrinarias sino también dotado de gran exasperación militante. Cansado de esperar, el grupo que encabezaba De la Puente había adoptado posiciones drásticas que, sin duda, afectaban los compromisos del partido con el sector conservador que le había abierto las puertas de la legalidad. Mucho antes de que mi amistad con Manuel comenzara a cultivarse, una vieja amistad unía a Luis de la Puente con mi familia. Concretamente, mi padre estaba vinculado a él por razones de mutua simpatía y coincidencia profesional, aunque en esa época el protagonismo de ambos era muy disímil. Mientras que mi padre era ya magistrado, Agente Fiscal, luego de haber sido durante varios años Juez de Paz y de Tránsito, y su emisora, Radio Libertad, iniciaba sus pininos periodísticos, De la Puente, como dirigente de la juventud aprista, díscolo, subversivo, cual moderno Catón, ya fustigaba a los líderes apristas y hasta los latigueaba y escarnecía con su verbo urticante. Por las mismas razones, yo me fui haciendo compañero de circunstancias políticas del grupo y, aunque sin pensar en compartir su militancia, se fue desarrollando una amistad con las limitaciones propias que yo reconocía en cuanto a diferencia de edad, conocimiento y experiencia en política. Luis de la Puente, el futuro guerrillero de 1965, desarrollaba en esta época una vida social acorde con sus vinculaciones familiares y distintiva personalidad. No son pocas las fotografías que han recogido su 25


Jirón Colón 216 comportamiento social y amical que, incluso, lo llevaba a alternar en los mejores círculos sociales con trujillanos de renombre, figuración o postín, e incluso en los de Lima, donde su padrastro, don Augusto Gildemeister Prado era toda una personalidad. Recordaba Manuel, en una de sus muchas referencias sobre el "Colorao", como llamaban a Lucho en la intimidad sus más cercanos amigos, que su padrastro, casado con su viuda señora madre fue un "apasionado estudioso de la realidad potencial de las riquezas peruanas, en especial de las agropecuarias y mineras". "Conversar con él -nos contaba Manuel-, debido a su erudición y sencillez resultaba positivo, instructivo y ameno". Luis Felipe dedicó a su padre político la tesis "Reforma Agraria Peruana", con la que obtuvo el grado de bachiller en la Facultad de Derecho de la UNT. En octubre de 1959, cuando se produjo el rompimiento entre los jóvenes apristas inconformes y la dirigencia del partido, De la Puente propuso que la radio le cediera un espacio para sacar al aire un programa donde difundir sus posiciones. Mi padre aceptó gustoso. El encargado de organizar, producir y transmitir la "Voz Aprista Rebelde" fue Manuel Pita Díaz, y como yo desde hacía años trabajaba en la emisora, fue inevitable que alternarse con él y que luego nos hiciéramos amigos, a pesar de la notable diferencia de edad, diez años exactamente, que nos separaba. La casa donde trascurrieron los años trujillanos de Manuel, fuera de sus actividades profesionales en la Aduana del puerto de Salaverry y de su actividad política partidaria, estaba situada en el número 216 del tranquilo Jirón Colón, un barrio trujillano tradicional y calmo, vecino a la manzana donde en la década del 50 funcionaba la Compañía de Luz Eléctrica de Trujillo, predecesora de la actual Hidrandina, en la que devino luego de ser estatizada durante la época de transformaciones que emprendiera el llamado gobierno revolucionario de la Fuerza Armada, entre 1968 y 1974. En la época que nos ocupa, esta empresa no tenía mucha significación dado que, además de sus generadores principales, se abastecía de energía en la pequeña y anémica hidroeléctrica de Poroto, cuya limitada capacidad, sumada a la antigua y siempre obsoleta red de postes y conductores en las calles, originaba frecuentes interrupciones y baja calidad del fluido, lo que daba pie a constantes protestas de los vecinos y a esporádicas y a regañadientes intervenciones y reconvenciones de la Municipalidad. Los propietarios de la empresa eran miembros de una familia trujillana muy estimada, (los Dalmau), que hacían esfuerzos sobrehumanos para mejorar el servicio que todos le exigían "sea mejor y más barato". Incongruencia, paradoja y disyuntiva que hoy, en las situaciones actuales, puede parecer insostenible, ya que lo que se busca y ofrece, aún a nivel gubernamental es "lo mejoramos, pero les cuesta más", olvidando una sentencia comercial moderna que nos explica que "a 26


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO mayor crecimiento del mercado, previa inversión, bajan los costos". Volviendo a nuestra historia, la cuadra del Jirón San Martín donde estaba la fachada de la empresa eléctrica, tenía, además de ésta, otro referente importante. En la vereda de enfrente estaba uno de los sitios más tradicionales de Trujillo, que ha ido sobreviviendo de generación en generación: la dulcería de "Doña Carmen", que era la expresión más evidente y concurrida de la repostería de las trujillanas, que lamentablemente, con su sola excepción, ha ido desapareciendo con el devenir cronológico de las respetables damas que lo ejercían como negocios familiares y cuya larga lista nos es imposible, hoy, reproducir. Cuando lo decidíamos, generalmente por la tarde o al anochecer, con el "Loco", con quien nos habíamos hecho inseparables, no perdíamos oportunidad de saborear el "mejor arroz con leche del mundo", como ladinamente le decía Manuel a la rubicunda señora Carmen, cuya gordura la hacía casi inamovible pero que, sin duda, era la mágica artífice de ese dulce que hasta ahora nos parece inimitable pues la fórmula fue transmitida a sus descendientes. La buena señora no dudaba, muchas veces, en sumarle una cucharada más, agregándole unas gotas de jarabe de higo, al plato de Manuel, lo que daba motivo para gruesas chanzas del "Loco", quien afirmaba que nuestro amigo no tardaría en mudarse a su "nuevo y lucrativo hogar". El "Cholo" sonreía sin inmutarse respetuoso siempre del aprecio que doña Carmen nos prodigaba. Del otro lado del Jirón Colón quedaba el tradicional barrio de Santa Rosa, donde funcionaba el Camal de Trujillo, matadero por el que siempre evitábamos pasar en esos años finales de los 50, como resultado de los consejos de Manuel que, sin explicarnos las razones, siempre nos decía que no lo hiciéramos. Y es que, por esos años, la seguridad era una de nuestras preocupaciones, pues la agresividad manifiesta del sector oficial más ofuscado del Partido Aprista, muchas veces puso a prueba nuestra serenidad e incluso nuestra integridad con acciones que a breve plazo se radicalizarían y que incluso luego alcanzaron a mi padre y a mí mismo. En esta casa se desarrollaba la escena con el accionpopulista de la que fuimos testigos César y yo. Manuel despachó a su pariente y paisano con la velocidad de quien conoce el tema y que conoce, además, la idiosincrasia política de los futuros receptores del mensaje, los cuales ni remotamente eran “revolucionarios” sino mas bien seguidores de Fernando Belaunde, líder aristócrata e intelectual que se había erigido en conductor de multitudes y esperanzas desde aquella noche del 1 de junio de 1956, en la que, previo baño y revolcón consagrador, inició una carrera política que lo llevaría dos veces a la Presidencia de la República. A Manuel Pita Díaz, nunca hubiera podido engañarlo o reclutarlo, como 27


Jirón Colón 216 sí ocurrió con otros líderes de la izquierda colérica, que lo siguieron con la secreta esperanza de infiltrarlo, para después abandonarlo luego de algunos años, decepcionados de él y de sí mismos. En la intimidad cómplice del conciliábulo político criollo, Manuel podía ser más "populista" que cualquiera de los seguidores de Belaunde, por lo que el trabajo solicitado por el pariente y paisano era impecable y deslumbró a su interlocutor. Lo despidió con un seco, "listo, aquí lo tienes…", pronunciado con ese dejo cajamarquino que nunca los abandonaría a ambos hasta el final de sus días. El pariente accionpopulista le agradeció con un abrazo y luego se fue, feliz de la vida. En esta casa también, y en la misma habitación de Manuel, se habían desarrollado muy a menudo, en esos años, otro tipo de reuniones, más trascendentes, en las que participaban sus compañeros apristas, el grupo encabezado por Luis de la Puente, de militantes que tras ser expulsados del partido en 1959 iba a formar el Apra Rebelde. En lo que a nosotros concernía, era frecuente que para nuestras tertulias el "Cholo" nos recibiera aún en pijama, tal era el grado de nuestra familiaridad. Así nos explicaba el tema que por entonces tenía el mayor interés para nosotros, Fidel y la Revolución Cubana, y la manera como en algunos puntos de Latinoamérica comenzaban a aparecer imitadores ingenuos que pensaban que a los gringos se les podía sorprender dos veces seguidas en tan corto tiempo. Los hechos demostrarían que no y que la idea romántica de los fusiles en la sierra no iban a ser sino aventuras con trágicos resultados la mayoría de las veces. Esto no quita que, en aquellos días, si alguien nos hubiera propuesto alzarnos para las montañas, la mayoría lo hubiéramos hecho sin dudarlo. Manuel nunca nos lo propuso, ni siquiera nos lo insinuó, pues con vocación de maestro prefería explicar los fenómenos políticos, ilustrarnos con la dialéctica, permitiendo que nos identifiquemos con los actores y sus motivaciones, no con sus particulares itinerarios. Nunca olvidaré, cuando conmovido por mi interés y mis preguntas, una mañana de esas y ante la mirada envidiosa del "Loco", me dijo: "Flaco…, agárrate esos dos libros, son para ti, los lees y luego los discutimos desde una perspectiva analítica marxista". Eran los dos tomos de la "La Realidad Argentina. Ensayo de interpretación sociológica", de Silvio Frondizi, cuyos contenidos eran claras lecciones para mí (Vol. I: El sistema capitalista; Vol. II: La revolución socialista), libros que desaparecieron años después de mi casa en Huanchaco, cuando por la repentina enfermedad de una de mis hijas tuve que volverme a Trujillo por varios meses. Al regresar comprobé el latrocinio cometido por desconocidos, que se llevaron entre otras cosas invalorables, los tomos mencionados, las fotografías de mi primer viaje a Estados Unidos, acompañando a mi madre, y un precioso fusil Máuser original peruano, que la largueza esplendida y cariñosa del gringo 28


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Richard Martín Alva me había entregado como obsequio, una noche de esas en que con su yerno, mi hermano Pedro, contábamos las ramas cargadas de hojas y cacas de pájaros de los ficus históricos de la Plazoleta El Recreo. La pérdida era enorme, en particular por los libros del "Cholo", porque se habían convertido para mí en el diccionario inmutable e incontrastable de mi formación política. Allí encontré las respuestas, claras, precisas, contundentes, a todas las inquietudes y preguntas que frente al flujo de noticias me formulaba a mí mismo, permitiéndome interpretar bien los actos y conductas de los políticos de aquí y allá. Fue el regalo más valioso que nunca pudo haberme hecho alguien y que me han servido luego en toda mi vida profesional de periodista cuando he debido andarme con mucho cuidado para no caer en extravagancias ni apresuramientos. Muchos años después, alojado en mi casa trujillana, pues lo había invitado a que celebrásemos nuestro cumpleaños, puesto que los cumplimos el mismo día, Manuel volvió a emocionarme pues me había traído de regalo el primer tomo de la misma obra de Frondizi que me fuera sustraída en Huanchaco; para mí el más valioso de los dos tomos, y del que se desprendió con esa generosidad llena de sencillez, afecto y modestia, que hasta el mismo día de su partida demostró hacia mi persona. Fue un par de años antes de su ausencia final y definitiva, y, ante su gesto, no sé por qué, me emocioné terriblemente. Estoy seguro de que pudo notar mi emoción y hasta la presencia húmeda de una lágrima que yo me empeñaba en contener. Era su ejemplar, sin duda alguna, empastado y gastado por el uso. Volvamos a la rememoración y volvamos al marco. Para todos los jóvenes norteños de esa turbulenta época, el ingreso a la Universidad Nacional de Trujillo constituía la culminación de un viejo sueño acariciado desde la infancia en su pueblo natal, y podía significar el comienzo de una carrera en la política o simplemente, con la consecución del cartón profesional, el joven disponía de un punto de partida, de un requisito insustituible para ganarse un lugar en la vida del país. Los dados quedaron echados con respecto al futuro, aquella mañana del mes de mayo de 1950 cuando Manuel conoció a Lucho de la Puente. Él mismo nos narra cómo fue ese primer encuentro. “En este ambiente y circunstancias, una soleada mañana de mayo 1950 conocí a Luis Felipe de la Puente Uceda en el enlocetado rojo del Patio de Honor de la Universidad, centralmente presidido por el busto del Libertador, rodeado de arcos conventuales y resguardado, en los ángulos, por floridos jacarandás.

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Jirón Colón 216 Conversábamos sentados en las gradas del monumento Gonzalo Fernández Gasco, Manuel García Plasencia, Luis Iberico Mas, Luis Pérez Malpica y otros amigos, comentando seguramente noticias políticas del día o detalles de la resistencia que opusieron los estudiantes, comandados por el Ing, Manuel Carranza Márquez a la policía, cuando bestialmente invadió el recinto universitario el año anterior. Entre ellos estuvo De la Puente Uceda, estudiante de pre-médicas en ese momento. Apareció pulcro, erguido y escudriñador por el ángulo de entrada convocando la atención del grupo. No sólo porque algunos conocían su trayectoria sino porque su personalidad, naturalidad y sencillez impresionaban gratamente. Con el correr del tiempo lo conocí a fondo. Llegamos a compatibilizar tanto y a compartir tantos momentos inolvidables como los que, en algunos aspectos, serán materia de este trabajo. Fuimos fraternos amigos, condiscípulos, militantes revolucionarios y hasta 'compadres', tras viajar en caravana con otros amigos hasta Celendín, mi tierra natal, donde apadrinó el bautizo de mis hijos Victoria y Luis Felipe”. (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004)

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

EL PARANINFO DE LA UNT

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l Paraninfo de la Universidad Nacional de Trujillo es uno de los edificios con más historia acumulada en el venerable centro de estudios trujillano, que fundaran el Libertador Simón Bolívar y el tribuno José Faustino Sánchez Carrión el 10 de Mayo de 1824. Sede del Consejo Universitario, este enorme salón de actos ha sido testigo silencioso pero expresivo, en sus páginas vívidas, de la elección de casi todos los rectores que se han sucedido desde que fuera elegido para el cargo el sacerdote y doctor Don Carlos Pedemonte. Es uno de los ambientes más estimado por todas las generaciones de universitarios que pasaron por esas aulas, ya que, de alguna manera, los hechos ocurridos dentro de sus cuatro paredes han ejercido influencias emotivas e imperecederas en sus respectivas vidas, por ser el lugar escogido, al menos desde hace más de 60 años, para entregar los grados académicos alcanzados al término de los estudios profesionales. En 2004, Manuel viajó a Trujillo, como habíamos quedado quince días antes, para que celebráramos nuestro cumpleaños juntos, pues ambos habíamos nacido un 21 de abril. Ese día, por la noche, decidimos ir a la Universidad, donde iba a tener lugar una ceremonia académica a la cual quería asistir. "Luego nos iremos a comer donde tú quieras, flaco", me dijo. Nos habíamos sentado en la parte más retirada del recinto, desde donde podíamos ver con toda comodidad lo que ocurría en la parte central y en la mesa principal, donde estaban el Rector y sus acompañantes. Junto a ellos estaba el micrófono y un lamentable animador que pretendía conducir, sin éxito, la ceremonia, con la misma parsimonia y calidad con que lo hacía el recordado director de Extensión 31


El paraninfo de la UNT Universitaria, don Manuel Gálvez, quien estableciera las trasmisiones radiales de difusión universitaria en Radio Libertad, allá por 1955. "Poca gente viene, ahora, a estos actos…", le dije, procurando sacarlo de su ensimismamiento, pues parecía sumido en los recuerdos que el Paraninfo le estimulaba. En ese lugar, Manuel Pita Díaz, como presidente de la Federación Universitaria de Trujillo, desde esa tribuna en forma de púlpito, pronunció su Discurso de Orden en 1955, ante la mirada atenta de cientos de asistentes que abarrotaban el viejo local. Antes, en los años anteriores, las figuras de cada época habían blandido sus verbos restallantes y guerreros desde ese mismo sitio que, por estar ubicado en el centro del recinto, permitía que el orador pudiera dirigirse con pocos movimientos a las dos alas de la concurrencia. En ese mismo lugar, en 1943, Héctor Centurión Vallejo, estrenaba su hoy perdido y olvidado himno universitario "Los universitarios pasan", que, al impulso de su emoción y poderosa convicción rebelde, contagió a los presentes cuando arrancó a cantarlo: “Redoblan los tambores, suenan los clarines, vibra de entusiasmo la viril juventud, redoblan los tambores, suenan los clarines, pasan los muchachos de la eterna inquietud…”. La música fue creación del inolvidable sacerdote español Juan José de Arbilla, músico y filósofo que fue profesor en el Colegio Seminario. Centurión Vallejo, abogado primero, luego profesor universitario y magistrado más tarde, se quedó, sin embargo, hasta sus últimos día, en su Alma Mater, hasta que decidió, una tarde en que el sol se zambullía en el mar frente a su casa de Huanchaco, coger por los cabellos uno de sus rayos y partir con él al infinito, "donde nuestra voz no alcanza", como lo dijera en verso el inolvidable vate colombiano José Asunción Silva. Ese mismo año y en el mismo lugar donde Manuel y yo, aquella noche, nos aburríamos escuchando al protagonista del evento, Horacio Alva estremeció con su verbo poético, elegante y profundo, en un soneto que fue siempre un misterio respetable, porque nunca quiso revelar a quien lo había dedicado, aunque concedió en decir que se trataba de "un amigo entrañable que partió presuroso sin que nadie pudiera impedírselo": "Lloré y lloro y lloraré tu ida, llanto del alma, dentro de mí mismo, como el agua del pozo, contenida, esconde su amargura en el abismo". Alva tuvo luego una intensa vida en la que, como lo hizo otro gran poeta generacional, Wilfredo Torres Ortega en la Corte de Justicia, alternó la poesía con su prosaico trabajo burocrático en los Registros Públicos, “en 32


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO los que muero cada día consumido por su inaguantable abulia”. Y así, un día también se fue, admirado y respetado, “a esconder su amargura en el abismo”. Con Horacio siempre fuimos amigos y nunca olvidaré que fue mi padrino al ingresar a la Logia Masónica Cosmopolita XIII, donde me convertí en el peor masón-dormilón de toda su historia, porque sólo fui un par de veces y de esto hace como 40 años, por lo que hablando en términos masónicos estoy "en sueños indespertables". De todos modo fui, en ese momento, el más joven miembro de tan honorable institución, a la que han pertenecido, para orgullo nuestro, muy respetables figuras de la política, de la ciencia, de la cultura, de las fuerzas armadas, del deporte y hasta de la religión en la época de la guerra por la Independencia. Muchas veces quise reintegrarme, pero quedó en deseos porque soy un pésimo institucionalista, me hago socio pero no me amarro a las sesiones pues soy indisciplinado. Esto mismo me ocurrió en el Club de Leones de Trujillo, del que mi padre fue el primer secretario tras haberse fundado en mi casa cuando vivíamos en el Jirón Bolívar 437. Por otra parte, estaba el hecho que un edificio de mi familia, situado en el Jirón Zepita 450-452, colinda con el Templo Masónico, por lo que el reproche de los hermanos al masón aprendiz era correspondido con una frase mentirosa que pretendía ser graciosa: “sí voy, hermanos, ustedes no me ven porque hay un túnel que une la radio con el templo, por allí me meto”. Horacio me celebraba pero creo que de los dientes para afuera. Manuel Pita Díaz fue elegido presidente de la Federación Universitaria no sólo porque era aprista sino porque, en primer lugar, tuvo un papel descollante en la lucha por la recuperación académica de la Universidad, cuando tuvieron que declarar con De la Puente y otros valiosos dirigentes estudiantiles, en 1951, la primera huelga universitaria que tuvo éxito en nuestro país, nada menos que en pleno gobierno militar de Odría; logrando sentar, a partir de ese memorable hecho, “los cimientos definitivos de la proyección académica y científica de la primera universidad republicana del Perú”. Pero este logro tuvo elevado costo, pues a pesar de su condición de apristas se resignaron a llegar hasta el Presidente, previa conversación con el Ministro de Educación, a la sazón el General Juan Mendoza Rodríguez, suscitándose entonces el diálogo que muchas veces lograba que Manuel, recordándolo, soltara esa risotada serrana, tan profunda y socarrona, que era difícil no celebrar. Yo me mataba de risa escuchándolo. Resulta que para llegar al Presidente había que hablar antes con el Ministro, que era tan antiaprista como el primero, por lo que decidieron guardar a De la Puente para la más alta instancia, tocándole entonces encabezar al grupo a Manuel. Estaban todos, sentaditos, frente a Mendoza, que era un militar correcto y al que se le recuerda porque fue el impulsor de la construcción del edificio del Ministerio de Educación, que con sus 20 pisos se convirtió en el "rascacielos" de su época. Manuel, muy serio y casi solemne como buen 33


El paraninfo de la UNT "shilico", soltaba, sin inmutarse, su exposición de motivos, cuando, de repente, entra un oficial asistente con un papel en la mano y se lo entrega a Mendoza, quien luego de leerlo se queda mirándolo y le dice: "¡Aja…! Con que "apristita", ¿no…? El Ministro se quedó muy serio, mirando a esos muchachos llenos de audacia y coraje, sólo armados con ese valor y sinceridad propio de los jóvenes, animados por la ilusión de servir a su universidad, que venían a pedir algo justo y que por su condición política se exponían, machos, a terminar presos. La situación fue tal que le afloró lo "decente" que tiene todo hombre culto y bien formado. Interrumpió a Manuel y poniéndose de pie, les dijo: "Ya, está bien "apristitas", vamos a ver al Presidente, los vamos ayudar…" Ya en el patio, pues terminamos escapándonos de la insufrible ceremonia del Paraninfo, tras rememorar por quincuagésima vez la anécdota, le dije: "no podrás negar que Mendoza se portó bien…" "Y Odría también", me respondió, agregando: "Odría convenció a Julio Chiriboga para que venga a reorganizar y a reivindicar a la Universidad, porque al principio el Maestro se había negado a venir, como muchos otros con los que fuimos a conversar… Si no venía, Carlitos, era el fracaso, pero vino y salvó nuestra lucha… Es innegable". No era de extrañar la conducta del general Mendoza, quien nació en 1902 en el pueblo de Santa, a pocos kilómetros de Chimbote, y tuvo una larga vida pues falleció en Lima en 1995. Como militar fue brillante. Fue Espada de Honor e hizo su perfeccionamiento en Francia y Estados Unidos. Ya como Coronel fue Director del Colegio Militar Leoncio Prado entre 1946-1948, creando la Editorial que hasta ahora funciona en ese colegio. Cuando ocurrió el pronunciamiento de Arequipa integró la Junta Militar presidida por Odría, y se le dio la responsabilidad de la cartera de Educación, que desempeñó brillantemente. Por su labor fue declarado Doctor Honoris Causa en las universidades de Cusco, Fordham y North Dakota. Encabezó la delegación peruana ante la Junta Interamericana de Defensa y, a su retiro, presidió la Asociación de Oficiales Generales y la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia, a partir de la cual dejó innumerables documentos y libros que siguen siendo de gran valor en el campo de la educación en el Perú. No es de extrañar, pues, su noble conducta. Su formación le permitió auscultar el corazón y la mente de los valerosos jóvenes "apristitas" que se atrevieron a llegar a su despacho pidiendo su ayuda. ¿Te acuerdas cuando los apristas masacraron a Constante (reservo el apellido) por lo que pasó esa mañana allí en el Paraninfo...?, le pregunté a Manuel, "jalándole" la lengua, mientras caminábamos ya cruzando la Plaza de Armas en dirección al "Demarco", donde nos encontraríamos 34


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO con otros amigos para celebrar nuestro "cumplemenos". "En realidad, fue una burrada del 'Chino', pero no tuvo intención terrorista como la calificaron algunos periódicos al día siguiente… Casi matan al pobre Constante, que mientras recibía los golpes no sabía de qué se trataba pues no había estado esa mañana en la universidad", me dijo, sin poder contener una media sonrisa compasiva. "Lo que el 'Chino' quiso era sólo hacer un acto de presencia y poner a prueba los nervios de los asistentes…, pero le salió mal, pues el propio Haya reaccionó con temple…, claro que los apristas en el primero en quien pensaron como culpable del 'crimen' fue en Masahiro Ywanaga, pues lo conocían bien como sujeto de 'huevos' y con conocimientos como para haber fabricado el artefacto…". (Llegó a ser reputado ingeniero químico). Así fue. En 1962, año electoral, se había publicitado durante toda una semana que Haya de la Torre iba a dar una conferencia y que ésta se iba a desarrollar en el Paraninfo de la UNT. Ya por esos días los apristas habían comenzado a perder terreno entre la juventud universitaria de Trujillo, terreno que ya nunca recuperarían, como consecuencia de su "pacto conviviente" con los Prado y la oligarquía bancaria. Este rechazo se hacía evidente, sobre todo en los predios bolivarianos, por la fuerte actitud de rechazo de los "rebeldes" comandados por De la Puente. Era necesario, casi imprescindible, que se dejara sentado que el Apra seguía mandando en Trujillo. Por eso, nada mejor que el Jefe dictara esa conferencia a la que se había invitado a toda la gente importante de la ciudad. Todo trascurría muy bien y los asistentes se deleitaban escuchando a Haya contar sus anécdotas, sus viajes, derramar sus ironías y sus dardos, que caían sobre sus adversarios y, sobre todo, sobre los díscolos que habían osado insubordinarse, cuando, de repente, como viniendo del cielo se escucha una fuerte, poderosa explosión, algo así como un triple petardo que estremece el techo haciendo que descienda una nube de polvo que cae sobre los asistentes originando el principio de una estampida hacia afuera. Contra lo que habían calculado los organizadores de la palomillada juvenil, fue Haya quien salvó la situación y evitó el desbande. Con presencia de ánimo siguió hablando y les pidió tranquilidad a todos: "no es nada, es sólo ruido… Sólo ruido… Ruido, nada más… Sigan en sus asientos…". La gente atendió sus palabras y volvió a sus sitios, incluso los más ágiles, los que ya habían puesto pies en polvorosa. Todo se normalizó menos la furia de los seguidores de Haya. Alva Castro, muy joven por entonces, reacciona furioso, gritando: "¡Esto es cosa del Chino Ywanaga…! Y dirigiéndose a Miguel Angelats, le dice: "Búsquenlo, debe estar arriba, en el techo…" Casi se cae de espaldas cuando escuchó la voz de Iwanaga diciéndole: "Yo estoy, aquí, detrás de ti, Lucho, escuchando…" Y, efectivamente, allí había estado desde el principio. Pero, en esos momentos era necesaria una víctima propiciatoria y es cuando le caen a Constante, que había ido a la universidad a buscar 35


El paraninfo de la UNT unas notas. Pagó siendo inocente. Yo tuve que informar y criticar el "atentado" sonoro, en la radio, ese mismo día, y, obvio, por la noche ya sabía, aunque nunca lo revelé hasta ahora, quien había sido el organizador del reprobable hecho. Masahiro Iwanaga Angulo, brillante alumno de la Facultad de Ingeniería Química era el autor manual e intelectual. Él tenía los conocimientos suficientes para fabricar un artefacto que fuera inofensivo por sí mismo, pero que a la vez sirviera para darle un gran susto al "Viejo", y que sirviera, además, de publicidad a la izquierda universitaria. Le entregó el artefacto bien preparado al alumno Salvatierra, con mecha larga, "para que tengas tiempo de correr". "No lo arrojes…, allí no más que reviente…", le recomendó a su joven compañero, que cumplió al pie de la letra sus instrucciones. Como he dicho, el objetivo de asustar al "Viejo" no se consiguió y en el fondo Alva Castro no se equivocó al señalar al verdadero artífice del "atentado". En la 5ta cuadra de la Avenida España, en Trujillo, hay un "huarique" al que concurrí no hace mucho buscando a mi querido amigo Masahiro Iwanaga, que hasta el presente me honra con su fraterna amistad. Mi objetivo era recordar detalles del hecho ocurrido hace 51 años. Sentados alrededor de una pequeña mesa con mi hermano Pedro, a quien le pedí que me acompañara como testigo para que se enterara de un acontecimiento que él desconocía. Los años no pasan en vano y el cuerpo y la cara se resienten con las décadas vividas, pero el humor de los hombres, cuando son hombres, no se pierde nunca. Allí estaba impertérrito, el querido "Masa", alternando la seriedad con una sonrisa. "No lo asusté al "Viejo", dijo, refiriéndose a Haya, pero la noticia sí repercutió en todo el país y le demostramos a los "búfalos" que nosotros no les teníamos miedo y que debían respetarnos… Lo que nos dolió fue la pateadura a Constante, que ni sabía del asunto… Una canallada..." Constante mantuvo, a pesar de los golpes de aquella mañana, firme su posición política, y continuó y terminó sus estudios de profesor en la UNT, desplegando luego, incansable, su trabajo y su preocupación por la justicia social y por su tierra. Era profesor y sociólogo, y dicen, aunque no me consta, que estuvo allá arriba, en las montañas, acompañando a Lucho, pero tuvieron que bajarlo y regresarlo a la costa, porque tenía una dolencia cardiaca y en el frio de la altura y con las caminatas a 3.000 metros prácticamente se ahogaba. Volvió a casa y fue un sobreviviente. Muchos años después, una noche, regresando a su hogar, cansado, repentinamente se sintió débil y optó por sentarse en una banca, en un parque que no tenía luces, por lo que quienes pasaban sólo veían a un hombre sentado entre las sombras, quizá durmiendo, tal vez cavilando. Ni una cosa, ni la otra. Constante había escogido partir así, silenciosamente, como fue su vida cuando tuvo que escoger, contra su voluntad, vivir. Lo hizo de una manera envidiable y tierna, mirando por 36


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO última vez a las estrellas desde la Tierra, como anunciándoles su pronta llegada. De todo eso hablábamos con el "Cholo" mientras caminábamos. Nunca más celebramos juntos nuestros cumpleaños, pero aquella noche, en el "Demarco", el añoso restaurant que más historia alberga en la ciudad de Trujillo, fue grato el ambiente. Lo rodearon y abrazaron muchos amigos comunes, de esos que aunque no se les trate todos los días, guardan siempre el calor de la amistad y en el caso de Manuel, la admiración y el respeto que se reservan para los hombres dignos. Como a las 11 de la noche nos retiramos y regresamos a casa. Nora nos esperaba con una tisana de hoja de coca con uña de gato. "Te ha llamado tu hermana, está molesta…", le dijo. Manuel se agarró la cabeza, lamentándolo…

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El paraninfo de la UNT

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

NECESIDAD DE UN PARTIDO REVOLUCIONARIO

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s obvia la impresión que en el ánimo del joven estudiante de la Facultad de Derecho dejó la fuerte personalidad de Luis Felipe de la Puente, en esos primeros días de su presencia en las aulas bolivarianas. Lo mismo ocurrió con el resto de jóvenes que "aquella mañana soleada de 1950" departían al pie del busto del fundador de la Universidad. Si no, veamos. Tanto Gonzalo Fernández Gasco, Luis Iberico Mas, Luis Pérez Malpica, así como el propio Manuel, junto con muchos otros miembros de la juventud del partido, años más tarde formarían el Comité de Defensa de los Principios Primigenios del Aprismo y acompañarían, doctrinaria e ideológicamente, sin dudas ni retrocesos, el proceso evolutivo cada vez más radical e impaciente del entonces joven estudiante de pre-médicas. Un año antes, la policía, violentando la autonomía universitaria, había invadido el recinto bolivariano, iniciando una etapa de intromisión y control de la vida en el claustro académico, pero, a su vez, los estudiantes, la mayoría de ellos apristas, había opuesto tenaz resistencia, encabezados por Manuel Carranza Márquez. Sin duda, la posterior simbiosis amical y política que se dio entre De la Puente y Pita Díaz fue mucho más profunda que la que existió con sus otros compañeros, llegando a adquirir contornos familiares, ya que hasta decidieron hacerse compadres. En efecto, Luis Felipe, en 1957, viajó a Celendín, junto a otros de sus compañeros, para ser el padrino de los dos hijos menores de Manuel, de Victoria y Luis Felipe. Y no hay duda que esta amistad, afecto y admiración, llevó a Manuel a bautizar a su benjamín con el nombre de su compadre y correligionario. Pocos de los biógrafos del futuro líder guerrillero han podido retratar con 39


Necesidad de un partido revolucionario tanta propiedad y precisión sus características faciales, presenciales y los detalles de su personalidad, como lo hace Manuel, sin duda inspirado por una larga convivencia amical y doctrinaria. “Enhiesto, enjuto de carnes, pero sólido en su apostura y expresión cualesquiera fuera ésta dentro de la familia, la tertulia, la polémica o la arenga frente a multitudinarias manifestaciones políticas. Su protagonismo fue múltiple, dinámico, magnético. 1.80 m. de estatura. Pelo lacio castaño claro enmarcaba abovedada frente con profundas entradas anunciadoras de futura calvicie. Tez rosada propensa a incendiarse cuando el rubor o la cólera agitaban su corazón. Facciones angulosas pero simpáticas, nariz aguileña sobre la que cabalgaban gruesas gafas debido a su acentuada miopía izquierda que le achicaba el ojo. Boca chica, labios finos, que apretados, perfilaban en las comisuras característico rictus. Rictus que denotaba de concentración conceptual o emotiva. Risa franca y contagiosa. En su caminar y postura mantuvo altivo rostro de bien afeitada barba. Cuello delgado surcado de rayas anunciadoras de venideras arrugas. Sus padres fueron Don Juan de Dios de la Puente y Ganoza y Doña Rita Uceda Callirgos, coherederos de la entonces gran Hacienda Julcán, en la provincia de Otuzco en La Libertad. En la división y partición les tocó el fundo llamado Cruzpampa. Nació en Santiago de Chuco el 1º. de Abril de 1926” .(Manuel Pita Díaz, nació en Celendín, departamento de Cajamarca, sólo veinte días más tarde del mismo año). (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004) Las reuniones y conversaciones, que sobre todo eran disertaciones de Manuel, en su habitación del Jirón Colón, eran verdaderos coloquios donde respondía a nuestras preguntas e inquietudes, alrededor del papel que podría estar cumpliendo el Partido Aprista desde el célebre volteretazo ideológico que separa a las dos obras fundamentales de Haya, "El Antiimperialismo y el Apra" y "Veinte Años de Aprismo". Nuestras preguntas eran muchas y a veces le expresábamos nuestra discrepancia, especialmente la mía, ya que mi formación venía de un hogar profundamente antiaprista y Manuel se las veía gordas para arrancarme de algunas posiciones que se tornaban irremediables y tozudas. Más aún, cuando yo las enunciaba casi cotidianamente en la radio, en el programa cuya dirección había asumido a partir de 1957, obligado por la disyuntiva en que mi padre me había puesto, "o tú te haces cargo o lo cierro", refiriéndose al radioperiódico "La Voz de la Calle", que mi tío Gustavo Landauro Gómez había fundado a mediados de 1955 y cuya 40


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO dirección le fue encargada durante un tiempo al periodista y maestro universitario Eduardo Quiroz Sánchez. Con actitud de maestro, Manuel nos invita, entonces, a leer el certero análisis de Silvio Frondizi en la singular obra que ya he mencionado, en particular la parte III, “Partidos Políticos, Generalidades”. “Antes de penetrar en el estudio de los partidos políticos burgueses, creemos conveniente dilucidar algunos aspectos de carácter general, algunos rasgos comunes a todos ellos, como representantes de un mismo sistema, el capitalista, y una misma clase social, la burguesía. Haremos especialmente esto, en relación a las fuerzas centristas, que son las que llevan la voz cantante en el país, como representantes del gran capital. El estudio de estos caracteres no ofrece mayores dificultades porque la gran burguesía tiene una gran cohesión, dado que se trata de una fuerza histórica que ha tenido tiempo de montar un aparato económico-político varias veces centenario. En dicha fuerza se agrupan todos los elementos reaccionarios, muchos de ellos parasitarios que viven y han vivido siempre del sistema capitalista. Puede indicarse en los métodos empleados por las fuerzas reaccionarias, aspectos distintos: uno de ellos está dado por el contralor económico, político y cultural, circunstancia que le permite realizar una tarea de corrupción y confusionismo. La más interesante de las manifestaciones a este respecto está dada por el contralor sobre la educación. Esta se haya dirigida desde la escuela primaria en adelante hacia la defensa del orden establecido; lo que no hace mas que acentuarse cuando a consecuencia de sus crisis recientes, el capitalismo pasa del Estado burgués –liberal al totalitarismo. Junto a la educación, el capitalismo emplea como arma de lucha la propaganda, basada en el dominio de los órganos de expresión.” (Cierro la cita). Resulta pues, entonces, docta, la interpretación que nos hace Manuel sobre la necesidad de un “partido revolucionario”, evidenciando ya su desencanto por el Apra, partido al que la juventud, él mismo incluido, ingresa por su apariencia revolucionaria jalonada por el sacrificio de miles de mártires en sus esfuerzos por cambiar la situación del país, diciéndonos que : “Las contradicciones actuales, la creciente decepción popular y la 41


Necesidad de un partido revolucionario magnitud de su volumen, imponen en el Perú la organización de un partido revolucionariamente actualizado, capaz de enfrentar y desenmascarar las posturas "democráticas" del capitalismo imperialista. Tarea difícil en este rato por la porfía personalista de "párrocos" politiqueros, congelados y fanfarrones. Tenemos izquierdistas, inteligentes y versados, pero en el horizonte político peruano y latinoamericano, no se perfilan todavía como figuras magnéticas con autoridad moral y vigor político. (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004) Hace 50 años, corría 1959, Trujillo era la pequeña y somnolienta ciudad que alguien había llamado con toda propiedad el "paraíso de los jubilados", donde, milagrosamente, las horas eran mucho más largas que en otras ciudades. También era el único lugar en el mundo donde las plantaciones de asfixiaban la urbe, pues bastaba con trasponer sus límites por el norte, por el este, por el oeste y era posible, para admiración de los visitantes, ya que los vecinos ni cuenta se daban, escuchar el sordo zumbido aflautado de sus pulmones que como los de un asmático estaban a punto de reventar de la asfixia que le imponían los extensos y omnipotentes cañaverales de las haciendas azucareras cercanas. Repantigados en sus viejos asientos de "virreycillos de pacotilla", los prefectos de la época, casi sin excepción, sólo se preocupaban de mantener las mejores relaciones con los hacendados, "cuidando con esmero y sentido cívico" los sagrados intereses de esos enormes latifundios que "daban trabajo a tanta gente", gente en su mayoría desagradecida, ya que no reconocía todo lo que los esforzados patrones hacían por ellos con "tanto sacrificio". Por entonces, por supuesto, y ya varias veces, bajo la dirección de De la Puente y sus jóvenes y vehementes compañeros, se habían producido alteraciones muy serias del orden público en los mismos lugares de las contratas, donde se amarraba mediante acuerdos siempre leoninos a jóvenes trabajadores que, tentados por promesas que nunca se cumplían, dejaban sus chacras serranas para bajar a trabajar a la costa, donde abundantes fuentes de trabajo en el campo aseguraban un "futuro prometedor para ellos y sus familias". La verdad es que esos contratos leguleyos, amparados por las complacientes autoridades locales, y desde la instauración de la "convivencia" por los sindicatos azucareros controlados por el partido aprista, habían creado la figura del neoservilismo, que, como el moderno "neoliberalismo", sólo aseguraba enormes beneficios a los patrones, unas utilidades ganadas mediante la explotación del "cholo barato", el que muy tarde se daba cuenta de que lo habían atrapado.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO “El Trujillo de mi época, con su estructura urbana castizorepublicana, plano de trazo cuadriculado, calles anchas asfaltadas y algunas todavía con adoquines y lajas, casonas de "cadena", ventanas voladas, patios, zaguanes y portones blasonados, edificios de arquitectura moderna armonizada con la fisonomía de la ciudad como el Hotel de Turistas, la Beneficencia Pública, el Palacio Municipal, etc., y, en mayoría casas de uno y dos pisos, era una luminosa, apacible ciudad costeña de vida rutinaria, sin las congestiones y estridencias con que el mercado de consumo y la explosión demográfica concentrada y pauperizada la vienen trastornando en la actualidad. En ese tiempo eran audibles, a lo lejos, las campanitas de Santa Clara, del Carmen y las roncas campanas de la Catedral y Santo Domingo de Guzmán. El movimiento comercial era lento, mayormente concentrado en los jirones Pizarro, Ayacucho, Mercado Central y sus alrededores. Un gran porcentaje de consumidores campesinos y distritales del Valle Santa Catalina, no concurrían porque estaban copados por el sistema de abastecimiento establecido, en la vasta área geográfica de su total dominio, por la firma Gildemeister en "Casagrande". El parque automotor, si se lo compara con el actual, era reducido. Contadas agencias de transporte interprovincial diurno, lujosos automóviles particulares de terratenientes, profesionales y gente adinerada, carros de servicio público citadino e interurbano, estación del tren a Ascope, placita de toros, su puerto de Salaverry, su villa de Moche y sus caletas de Buenos Aires y Huanchaco. Aparte de la hacienda Chelín, de los Larco Herrera, y de pequeños fundos cañeros de propiedad particular, la influencia dominante del imperio Gildemeister absorbía a importantes poblados laborales como Laredo, Chocope, Casa Grande, Roma, Ascope, Sausal, Paiján, etc, etc. (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004) La noche ha caído con sombras puntiagudas sobre la apacible ciudad, inundando rincones y creando fantasmas a los ojos temerosos e incluso a los desprevenidos que vienen por la vieja Avenida Circunvalación Interior, que a pesar de lo temprano de la hora se sorprenderían si se encontraran con alguna alma viviente transitando o a la espera de almas parecidas. Uno que otro silbido procura establecer comunicación con alguien que se demora en contestar o tal vez una pequeña puerta del Barrio Obrero se ha abierto para permitir deslizarse a alguna sombra delgada y cautelosa, que avanza con destino ya conocido y sin titubeos. Son los habitantes de la noche en una ciudad donde la gente se acuesta temprano. La subversión y la conspiración popular de antaño, la de las épocas legendarias de Manuel "Búfalo" Barreto, muerto en la Revolución 43


Necesidad de un partido revolucionario de Trujillo, en 1932, o de Manuel Arévalo, ejecutado sin piedad por la dictadura de Benavides, han desaparecido tal vez para siempre. En este ambiente, donde la radio aún no ha sido desplazada por la televisión y permanece entronizada en una pequeña mesa instalada en las salas de todos los hogares, en torno a la cual se sienta cada noche la familia, a escuchar radioteatros como "El Derecho de Nacer", que hace llorar a grandes y pequeños con la triste vida de Albertico Limonta, de su madre María Elena y de la negra Mamá Dolores. Pero no todos escuchan "novelas". En el Trujillo de entonces también había quienes esperan un programa más importante, un programa político, "Voz Aprista Rebelde", que por las ondas de Radio Libertad había comenzado a transmitirse, una vez por semana, los días sábados a las ocho de la noche. Al acercarse ese día, buena parte de la vida de la familia de Manuel Pita Díaz giraba en torno de ese programa. Era indistinta la hora en que el "empijamado" Manuel nos recibía a sus amigos y alumnos, que así nos considerábamos dentro de los linderos de la amistad y el reconocimiento al maestro. A veces, por la mañana, para invitarlo a salir a dar una vuelta o a ir a buscar un desayuno más sustancioso en el viejo mercado central, que años después sería consumido por misteriosas llamas; o en el mismo Pasaje del Mercado, bautizado después como San Agustín, culpable de que la casa donde yo nací haya desaparecido para siempre, y donde un inmigrante japonés preparaba una sopa que llaman "rache" y que se toma con las sabrosas aunque plenas de grasa o aceite "yucas chinas"; o irnos ya al filo de la ciudad, donde la nueva Urbanización Palermo había comenzado a rodear al Mercado Mayorista y donde íbamos a encontrar a doña Sabinita, que preparaba como los ángeles poderosos caldos de gallina que hacen transpirar a los trujillanos obesos, que por esa época ni sospechaban que estaban a punto de reventar con ese personaje, hoy tan de moda, al que llamamos Señor Colesterol. Por las mañanas no era tan fácil sacar a nuestro amigo pues, como ya he dicho, Manuel vivía con sus pequeños hijos, dos hombres y dos mujeres, sobre los que ejercía vigilancia y amor sin límites. Profundamente tierno y cariñoso, como son aquellos hombres que son capaces de entregar la vida por sus ideales, Manuel adoraba a sus hijos y procuraba, siempre con éxito por ellos reconocido, hacer las veces de padre y madre, con la ayuda, hay que decirlo, de su colaboradora fiel, la señorita Carmela Villalobos, y prodigándoles a todos los cuidados y atenciones que su modesta economía le permitía. A veces, mientras nos explicaba algunos reglones de "La Realidad Argentina" y establecía los paralelos con la realidad peruana, de pronto se interrumpía cuando llamaba su atención una cabecita que se asomaba por el vano de la puerta que siempre 44


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO permanecía abierta. Era para recordarle alguna necesidad o urgencia doméstica. Manuel se ponía de pie y se iba en busca del pequeño impertinente y entonces sólo nos llegaban murmullos. Unos instantes después volvía para decirnos la frase de siempre: "todo solucionado". Pero nosotros sabíamos que no era así y que era mejor despedirnos para que con toda libertad pudiera dedicarse a sus quehaceres sin que nosotros estorbáramos su trabajo. Tiempo sobraba, ya que por aquellos días, el gobierno de la "convivencia" lo había suspendido de su trabajo en la Aduana de Salaverry por su agitada y decidida participación política, contraria a la de la dirigencia partidaria del "oficialista" Apra. “A esta altura de tiempo, pasados los años febriles y soñadores de la juventud de protagonistas rebeldes supérstites, como es el caso mío, se puede retromirar, a vuelo de pájaro, en notas como la presente, los aspectos positivos del aprismo. En primerísimo lugar, es indiscutible la personalidad política de V. R. Haya de la Torre, su fundador. Las razones dialécticas que esgrimió contra los comunistas en Bruselas, demostrando la diferencia de los procesos de desarrollo en los países industrializados y en los productores de materias primas, sin industria desarrollada, fueron y siguen siendo irrefutables. Sin industrialismo no hay clase proletaria consciente y sin capitalismo inicial de fomento es imposible el desarrollo de los segundos. El capitalismo en los países desarrollados es la etapa culminante. En los retrasados, la básica. Su adhesión principista al sueño integrador del Libertador Bolivar, y, su razonado y enérgico enfrentamiento al imperialismo yanqui y a sus aliados plutocráticos internos, determinaron la encandilada adhesión de la juventud intelectual y obrera de la época. Juventud y pueblo, bárbaramente perseguidos luego, que, en históricas jornadas, entregaron valerosamente a las balas genocidas su pecho descubierto. Gestos de valor y audacia protagonizaron Haya y sus fervorosos seguidores. Surgieron mitológicos los nombres de Barreto, Arévalo, Esquivel, Negreiros, etc., y afectuosos apodos "el Cachorro" (Manuel Seoane), "el Cuco" (Luis Heysen), "el Negro" (Ramiro Prialé) etc., etc. (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004) Esta generosa reflexión no queda allí. Airado, flamígero, severo, Manuel Pita Díaz agrega luego, al comentario anterior, las siguientes líneas, donde aflora como las aguas fogosas y calientes de un geiser el sentimiento de acusadora condena a los hechos históricos posteriores: “Lamentablemente, la dilatada lucha clandestina, la indecisión para comandar levantamientos populares y campesinos en momentos en que las condiciones objetivas estaban dadas, el 45


Necesidad de un partido revolucionario progresivo afán concertador con la dirigencia política adversaria, alisó las aristas combativas del movimiento, dejando sólo un partido vertebrado, grande, indiscutible actor político, decididor en los tres cuartos del Siglo XX, pero a la vez infestado, moralmente debilitado y políticamente veleidoso”. (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004)

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

UNA INEVITABLE SEPARACIÓN

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n aquellos años la vía carretera que une a Trujillo con el puerto de Salaverry se encontraba en aceptable estado, o por lo menos así nos parecía cada vez que con Manuel nos embarcábamos en el viejo Simca, color celeste, que era la única propiedad que, por esos años, tenía el otro triunviro que era el "Loco" Espinoza, el viejo amigo que, por entonces, compartió con Manuel muchas de sus vicisitudes y de las que también fui coparticipe. No fueron pocas las oportunidades en que tuvimos que enfrentar insultos e intentos de agresión de parte de sujetos que, procurando hacer méritos ante sus "jefes", nos buscaban una gresca que nunca estuvimos en posibilidad de enfrentar pues los insolentes jamás atacaban solos sino en grupos de seis, ocho o más. Era notorio el contraste con la pasividad que estos personajes mostraban cuando nos encontrábamos solos cara a cara con ellos. Los insultos eran particularmente rabiosos contra mí pues con el ardor juvenil de la época, desde mi radioperiódico fustigaba a los "convivientes" y de mis comentarios, muchas veces, no se escapaba ni el mismísimo Haya de la Torre. El recorrido carretero a Salaverry también era de cuidado, pues debíamos escoger los lugares donde podíamos detenernos a almorzar o a comer un “cebichito”, ya que un análisis mínimo y desapasionado nos mostraba que no había casi sitio donde los dueños o conductores no fueran apristas y de los más agresivos. El puerto era conocido como cuartel general de los "dorados" o sea de los disciplinarios de más confianza, que eran convocados a Trujillo cada vez que el "Jefe" llegaba. Mucha de esa gente no me conocía personalmente, sino solo por la voz en 47


Una inevitable separación la radio, pero sin duda estaban dispuestos a "darme duro" si es que me llegaban a identificar teniéndome a su alcance. Algunos de esos "bufalillos", como les llamaba mi inolvidable y viejo amigo Lucio Ponce Castro, gran periodista tempranamente desaparecido, hoy son grandes y afectuosos amigos míos pues su enfervorizado aprismo se fue disipando, como la neblina del puerto al llegar el mediodía, conforme iban creciendo las decepciones y los desengaños partidarios. Dadas las circunstancias, refugio de nuestra soledad de entonces, eran las casas donde vivía la gente de pensamiento progresista o de izquierda, o simplemente los comunistas; lugares donde Manuel, al igual que el "Loco" Espinoza, quien era, hay que reconocerlo, muy docto en materia marxista, eran muy bien recibidos y donde, sobre todo el "Cholo", recibía muestras de gran respeto y admiración. Por aquella época, prácticamente todas las organizaciones sindicales eran manejadas por el Partido Aprista, aunque algunos dirigentes comunistas, vinculados a la Confederación General de Trabajadores del Perú, la legendaria CGTP, casi clandestina, ya organizaban a los trabajadores de Construcción Civil, para desesperación de la Confederación de Trabajadores del Perú, la CTP, manejada por dirigentes sindicales de probada militancia aprista, cuyo máximo líder era Julio Cruzado. En el campo de las haciendas azucareras, Leonidas Cruzado, pariente de Julio, conducía con férrea dureza la Confederación de Trabajadores Azucareros, que movilizaba a todas las bases en las haciendas azucareras, las cuales le deparaban al Apra enorme caudal de votos en épocas electorales. Como era natural, por entonces, las organizaciones sindicales controladas por el Apra eran conducidas en función de los intereses económicos y políticos de la "convivencia", esto es de la alianza conformada por el Movimiento Democrático Pradista y el Partido Aprista. Vistas las cosas en perspectiva, era inevitable pues que Manuel Pita Díaz, al igual que Luis de la Puente y el resto de sus compañeros, tuvieran que apartarse de la dinámica de consentimiento irrestricto hacia el Capital que la nueva orientación política del Apra imponía a su militancia, a partir de su compromiso electoral con el sector más recalcitrante de la oligarquía peruana, como era el de los banqueros Prado. Se vieron obligados a escoger entre alinearse con el reclamo de las grandes masas explotadas del campo y la ciudad, o comprometerse con los privilegiados de siempre, con los grandes propietarios, con los conspicuos miembros de la clase social y económica a la que responsabilizaban del atraso de la sociedad peruana. De allí que, en recuerdo y reproche a lo acontecido en aquellos años, en una carta que Manuel le dirige al joven aprista Alan García Pérez, a la sazón, en junio de 1986, Presidente de la República, 48


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO con sólida amargura le dice: "Veintisiete años hace que mi generación trujillana, la ''Generación del Medio Siglo'', desde el sacrosanto osario de CHAN-CHAN, exigió de la dirigencia del PAP consecuencia revolucionaria, porque venía tratando con sordina cómplice, las masacres policiales de obreros y campesinos en Toquepala, Atacoche, Chin-Chin, Talambo, Casa Grande, Calipuy, etc., etc. Expusimos y defendimos entonces con sólidos argumentos la urgencia de la práctica democrática interna y del retorno a los principios ideológicos esenciales del partido. Es decir, la importancia de ser revolucionarios consecuentes y de optar por la dialectica antes que el sectarismo. El ciego mecanismo partidario nos ''expulso'' de su seno. Gracias a ello, horizontes amplísimos de concepción y acción revolucionarios surgieron ante nosotros; y, nunca como antes, sentimos identificación con el mandato de Barreto, Arévalo, Negreiros y de miles y miles de mártires apristas que se inmolaron, y de otros que lo seguirán haciendo, mientras subsista la escandalosa injusticia social que desconcierta y enloquece a la juventud". (Textual de "Memorias Políticas", 2004. Carta de Manuel Pita a Alan García, Lima, el 26 de junio de 1986.) De los hijos de Manuel Pita Díaz, el mayor era Alfredo, ya lo he dicho, quien ahora es el reconocido escritor y periodista internacional que todos sabemos. Él es el protagonista de las escenas que narro en los párrafos que siguen. Era una noche de invierno de 1960. El niño, que apenas tenía diez u once años, venía caminando con paso ágil pero no exento de cautela desde el cruce del Jirón Colón con Independencia. Avanzando por ese tradicional jirón de Trujillo tuvo en cuenta que a pesar de lo temprano de la hora no se veía sino a muy pocas personas, las que al parecer no repararon mayormente en su esmirriada figura, ni en que cargaba una bolsa de tela gruesa en la que se dibujaba una forma indefinible a simple vista. Apuró el paso cuando la campanilla del reloj de la Catedral anunciaba las siete y media de la noche. Era necesario que se apresurase porque la hora estaba cerca y todavía le falta recorrer algunas cuadras antes de llegar al lugar donde lo esperaban. En la esquina de la Iglesia Santa Clara le pareció divisar a unas personas paradas , como conversando y mirando en la dirección por donde él venía. El corazón le comenzó a saltar ante el 49


Una inevitable separación temor de que le fueran a arrebatar lo que llevaba. No quiso cambiar de vereda para no llamar la atención y valientemente se dispuso a pasar entre las personas que finalmente, no dieron señales de haberlo reconocido o identificado. Su padre lo iba a reconvenir más tarde por no haberlo hecho. "No te pongas al alcance de nadie y si ves alguna actitud sospechosa, corres", le había dicho lleno de inquietud al no quedarle otra alternativa que él para ese cometido. Los sujetos conversaban en voz alta y mientras daban de pitadas a un solo cigarrillo que compartían, soltaban una que otra carcajada que evidenciaba lo sabroso del tema sobre el que platicaban. El niño siguió su camino, aparentemente impertérrito y sin dejar traslucir la angustia y el temor que el encuentro le había provocado. Al llegar al cruce con el Jirón Gamarra le echó una mirada de reojo a la vieja Iglesia de San Francisco donde los padres Carmelitas no habían logrado que concurriera al Catecismo y donde tantos otros niños aprendían a rezar y a ser buenos y responsables. La vida lo había tornado prematuramente maduro a sus pocos años y le parecía que esas reuniones en la iglesia los domingos por la tarde eran para otros niñitos, no para él que ya tenía casi doce años y que, con toda la energía de su carácter, le había asegurado a su padre que podía encargarle la tarea de llevar lo que llevaba en esa bolsa de tela que tan diligentemente había confeccionado la señorita Carmela Villalobos, mujer de bondad sin límites, que había asumido la tarea de cuidarlo junto a sus hermanos. La puerta del templo estaba cerrada, lo que era perfectamente comprensible, dada la hora y el día. Tampoco se veía un alma en los alrededores esa noche y casi sin mirar continuó su camino. La bolsa que llevaba no dejaba de tener su peso, obligándolo de cuando en cuando a cambiar de hombro, plenamente consciente que el regreso iba ser lo mismo pero ya sin los peligros de la ida. El niño dudó primero, pero luego se decidió, sin presentimiento, alguno a subir los escalones del atrio lateral de la Catedral, en esos días sin la verja que la circunda hoy. Así cortaba camino, sólo ganaba unos pocos metros, pero, por lo menos, desde lo alto podía ver a la hermosa Plaza de Armas con sus pisos bruñidos y otear si alguien estaba siguiéndolo o esperándolo. No habrían de pasar sino unos seis meses, y en ese mismo lugar por el trascurría su nervioso paso infantil, un 11 de marzo de 1961, su padre y sus amigos enfrentaron la muerte en un hecho de sangre que conmovió a la ciudad y al país, y que dio origen a un cambio trascendental en sus vidas, encaminándolos por rumbos definitivos que ya no tendrían regreso. Pero eso era aún el futuro. Al pasar por el viejo Bar Porturas se dio tiempo para mirar hacia la izquierda, hacia el Jirón Pizarro, esperando ver a alguien conocido, en esa cuadra donde habían instalado su padre y sus amigos lo que llamaban su "cuartel general", el estudio de abogados donde a la par que trazaban los destinos de su vida 50


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO política, procuraban ganarse la vida con los exiguos honorarios que muchas veces se quedaban sin cobrar a la modesta gente que venía en busca de amparo contra la injusticia. No vio a nadie, cruzó la calle mientras que al fondo la tranquilizadora forma de la Iglesia San Agustín le estaba anunciando que la meta de su viaje, la cuarta cuadra del Jirón Bolívar, estaba ya muy cerca. Volvió a apresurar el paso, y, casi corriendo, al doblar la esquina, vio a una figura conocida que, intranquila, agitaba los brazos urgiéndolo a que llegara de una buena vez. Cuando su preciosa carga cambió de manos y la persona que la recibiera ingresó a la casa, el niño sonrió satisfecho y orgulloso, pues había cumplido la tarea que le habían encomendado. Él le había exigido a su padre que le confiara esa tarea no exenta de peligros, no tanto para él mismo, sino porque le podían haber arrebatado la pequeña grabadora Geloso que llevaba dentro de la bolsa, donde estaba grabado el programa de la semana de la "Voz Aprista Rebelde" que, en el horario de las ocho de la noche, iba a ser transmitido por la Radio Libertad y que en unos minutos iba a hacer vibrar éter trujillano con las voces enérgicas y viriles de los expulsados del Apra. Cuando Carmela Villalobos se enteró de que a su niño le habían encargado la tarea que hemos contado, montó en santa cólera e indignación, plena de justificados reproches, que Manuel resistió estoico y a pie firme, porque sabía que la buena señorita tenía toda la razón del mundo. El programa radial había calado en el seno de la colectividad trujillana y aunque sus efectos demorarían algunos años aún en sentirse, lo cierto era que muchos militantes del Apra oficial, y muchos "búfalos", estaban furiosos con sus autores, por lo que los esperaban en las calles, emboscados, haciendo difícil y riesgoso que los locutores y oradores del programa concurrieran a los estudios de la emisora. Esta era la razón por la que se había decidido grabarlo en la casa de Manuel, donde se disponía de una pequeña y muy manuable grabadora italiana, la Geloso G256, que él había comprado hacía poco, la que sin embargo planteaba el problema de la velocidad de grabación, que impedía la reproducción de sus cintas en las grabadoras de la emisora, de fabricación norteamericana, por lo que era ineludible trasladar el aparatito entero a la estación radial. Por todas estas razones, una noche, a falta de otro emisario, el niño Alfredo Pita se encargó, entre sustos y carreras, de la tarea de acercar el aparatito a la radio. Evocar todo esto me lleva a recordar las condiciones en que se hacían esas grabaciones las más de las veces. Veo perfectamente la grabadora, con sus teclas de colores, rojo, verde, azul y amarillo, que tanto cautivaban la atención de los hijos de Manuel, que la observaban con fascinación en la mesa del dormitorio de su padre. En esa habitación, que tanto visitábamos el "Loco" y yo, los apristas rebeldes grababan los programas semanales, sentados unos en las sillas y otros sobre el filo de 51


Una inevitable separación la cama de Manuel, que inútilmente les clamaba que no se sentaran de golpe pues en cualquier momento terminarían en el suelo, lo que no dejaba de originar algunos comentarios sarcásticos de los confabulados, comentarios que el "Cholo" absorbía con dignidad franciscana. Años después le pregunté a Manuel cuál había sido el destino del aparatito, digno de figurar en un museo histórico de la política de Trujillo, y no me supo dar razón. Alguien la guardó, no recordaba quién, en el tráfago de los desplazamientos, clandestinidades y escondites que impuso a muchos el carácter subversivo que la organización adquirió en los años siguientes y que se fue acentuando hasta que Lucho y sus guerrilleros se fueron "pal'monte" en 1965.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

EL CUARTEL GENERAL REBELDE

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n la quinta cuadra del tradicional Jirón Francisco Pizarro, en lo que hoy es un edificio inconcluso, frente a lo que fue el local del Banco Popular antes de su estatización durante el gobierno del General Velasco y que ahora es ocupado por la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria, se erigía un viejo local de caprichosa estructura donde se amontonaban, por un lado el Club de Leones y, de otro, diversas oficinas y la clínica de un conocido médico que fue líder local de Acción Popular. En el segundo piso del edificio, subiendo unas escalerillas, se ubicaba el estudio jurídico que reunía a lo más representativo del grupo de jóvenes que, separados del Apra formal, habían constituido el Apra Rebelde. Todos abogados, Luis de la Puente, Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz, Luis Pérez Malpica y Sigifredo Orbegoso Venegas, compartían oficinas y escritorios, y una que otra vetusta máquina de escribir de uso común y de impaciente espera. A estas oficinas llegaban con fe y esperanza dirigentes sindicales, líderes campesinos o simplemente amigos en busca de justicia y comprensión, y a veces para recibir solo consuelo e identificación, ya que dadas la situación política y gubernamental de la época era lo único que se les podía dar. Ese local, vetusto e incómodo, se ganó, sin embargo, un lugar en la historia política peruana, pues allí se forjaron, en el dramático fragor de la confabulación juvenil, los lineamientos de la nueva organización partidaria y los más arrojados y arriesgados planes insurreccionales. También allí se redactaron los escritos jurídicos que más dolores de cabeza provocaron en los líderes del Partido Aprista "conviviente", ya que 53


El cuartel general rebelde la palabra inflamada de los jóvenes rebeldes, que daba forma a sustentados argumentos, ponía en difícil trance a los jueces de la época, atrapados como estaban entre la centelleante defensa social de esos jóvenes y la presión poco menos que evidente de los capitostes políticos, empeñados en defender los intereses de los grupos privilegiados, en desmedro de los que sólo buscaban justicia. Cuando se trataba de forjar argumentos para defender a los campesinos de la avaricia de los gamonales o de los empresarios insensibles e inescrupulosos, entonces la delgadez de las paredes no era problema pues, adrede, se levantaba la voz para que todo el vecindario, los socios leones, los pacientes de la clínica o los clientes de los médicos que se atendían cerca, escucharan con toda claridad las voces de trueno del pueblo exigiendo que se cumpla ley y se le restituyan sus derechos. No faltaron ocasiones en que algunos facultativos llegaron con toda educación y timidez a pedir que no se hablara tan fuerte pues tenían en consulta a alguno que otro líder o lidercillo aprista, o simplemente a un gran propietario que se sonrojaba y bufaba al verse tratado de una manera tan poco piadosa. Entonces, la voz del "Colorao" De la Puente, se imponía ante el reclamante para decirle que a ese su paciente mejor habría que curarle el alma antes que el cuerpo, ya que era lo que realmente tenía enferma. Manuel nos contaba después que no faltaban las risotadas y chanzas, porque luego el mismo De la Puente les confesaba que al ingresar al edificio se había percatado quién era el paciente y se mataba de risa del sofocón que luego le darían, obligándolo a escuchar lo que de otra manera no habrían tenido la oportunidad de decirle. Del grupo, De la Puente y Pérez Malpica eran los que mayor sentido del humor demostraban, lo que resulta comprensible pues en la situación de tensión que vivían requería otorgar a los demás momentos de jolgorio y de esparcimiento. Muchas veces, Manuel nos refería el gran sentido del humor de Lucho, que contrastaba con la seriedad y energía de sus actitudes políticas. Bromista impertérrito y burlón, no cesaba sin embargo de impartir instrucciones entre los más jóvenes del grupo, a fin de que no se expusieran y tomaran todas las providencias para que no se repitieran las agresiones que había sufrido ya, por ejemplo, hasta dos veces, Walter Palacios Vinces, quien como dirigente universitario que era, se veía en la necesidad de asistir al claustro donde pululaban los mismos que fueran sus "compañeros" convertidos de la noche a la mañana en feroces enemigos. La noche del 9 de marzo de 1961, luego de una de las varias oportunidades en que me reuní con ellos en el famoso estudio del Jirón Pizarro, salimos con Luis de la Puente, Manuel Pita Díaz y Lucho Pérez Malpica en dirección al Bar Demarco, ubicado, como hasta ahora, al 54


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO comienzo de la cuadra séptima del Jirón Pizarro, siendo inevitable, para llegar, tener que pasar por delante del local del Partido Aprista. Ese local, por ese entonces, rebosaba de gente, de "compañeros", disciplinarios, activistas y buscapuestos, no como ahora en que se mueren las hormigas de frío y de soledad pese a que un aprista ejerce la Presidencia de la República. Entonces, hasta quienes simplemente discrepábamos con el "partido" éramos objeto, al pasar, de gritos y hasta de insultos que, muchas veces, al paso y sin detenernos, con entusiasmo correspondíamos. Yo no pude captar con precisión lo que pasó aquella vez y sólo me percaté del hecho cuando vi a De la Puente, pistola en mano, intercambiar insultos con uno o dos de los disciplinarios que habían salido del local para agredirlo. Incluso cruzaron la calle de una vereda a otra y al hacerlo no iba a ser sólo para intercambiar los clásicos epítetos de "traidor" que, unos y otros, solían lanzarse, sino para algo más concreto. No hubo más porque los sujetos al ver la actitud decidida de De la Puente optaron por detenerse y soltar únicamente los acostumbrados disparos verbales. Años después, al comentar con Manuel este altercado que ambos recordábamos perfectamente, me decía que al parecer la dirigencia aprista conocía muy bien los calibres y el coraje de Lucho, y que por eso se puso en marcha la componenda para eliminarlo, que tuvo como corolario los acontecimientos del 11 de Marzo de 1961, que requirieron la presencia de elementos más fogueados, como lo fuera, entonces, Luis Sarmiento Ghiorzio, cuyo renombre en los barracones del Callao era harto conocido. El aprovechamiento de las resonantes paredes de su "cuartel general" que los apristas rebeldes hacían para hacerles llegar filípicas a los destinatarios que frecuentaban a los médicos e instituciones vecinas, se trastocaba en cuidadoso cuchicheo cuando de lo que se trataba era de trazar planes de acción frente al enemigo, o para lo que ya se elucubraba a distancia remota, pero real, el "irse al campo", eufemismo revolucionario que, en el fondo, no era otra cosa que organizar la guerra de guerrillas, al estilo Fidel Castro, e "incendiar los Andes", cosa que ocurrió no muy lejos en el tiempo, 1965, a sólo cuatro o cinco años de los momentos históricos que procuro narrar, en el marco de la visión testimonial de mi vinculación política y fraternal con Manuel Pita Díaz. Entonces, las caras se ponían serias y aparecía entusiasta y transparente, juvenil y aguerrido, el joven universitario Enrique Amaya, quien, como Walter Palacios Vinces, mostraba su decidida vocación de dejar los discursos y la "verborrea politiquera" para empuñar las armas. Allí, en esa pequeña oficina compartida se iba plantando la semilla de sucesos que iban a ser trascendentales en la historia política del Perú. En medio de los roces que la tensión originaba, la impaciencia de algunos, la 55


El cuartel general rebelde prudencia cautelosa de otros, en los papeles, en las interminables sesiones que se sucedían procurando bajar la voz para que oídos indiscretos no captasen lo que se trataba, un grupo de jóvenes rebeldes se insinuaba ya con los primeros borradores de lo que sería la insurgencia armada que explotaría después en los tres frentes revolucionarios, el norte, el centro y el sur, comandados por Gonzalo Fernández Gasco, Máximo Velando y Luis de la Puente Uceda con los resultados ya conocidos. Años después, en aras de la modernidad, fue demolido el local cuyas paredes enmarcan nuestros recuerdos. Se perdió así la valiosa oportunidad de contar, dentro de la relación de locales históricos, con éste, que al margen de prejuicios, celos o egoísmos, tenía mucha más trascendencia que algunos que hoy se elevan o se amplían, refaccionados con dudoso gusto, en procura de mostrar algunos brillos del pasado y que son presentes anémicos y oscuros, sin nada que ofrecerle a las generaciones del futuro. El detonante para la revolución de la Fuerza Armada en 1968, cuando un grupo de generales y coroneles con visión patriótica y progresista irrumpieron en la vida de la Nación con una postura distinta a la de todos sus antecesores castrenses, y que definitivamente cambió al Perú, fue, precisamente, el enfebrecido sacrificio de un grupo de jóvenes valiosos que entregó su vida "entre pájaros y árboles, pero traspasados de ideales generosos", como bien acotara el padre del poeta Javier Heraud durante el sepelio de su hijo, muerto, cosido a balazos, en la frágil barca con la que pretendía cruzar un río de la selva. Este sacrificio generacional logró que la sociedad y los militares más retrógrados y conservadores de América Latina, pudieran, por fin, percibir que el tiempo se había estacionado peligrosamente dentro de un sistema y unas fronteras que eran virreinales y que se iban encogiendo irremisiblemente, que por esta razón mil amenazas acechaban a la patria, a la Nación peruana y que por ello era necesario "hacer algo". La dinámica y el sacrificio del grupo juvenil del Jirón Pizarro, en Trujillo, en aquellos primeros años de los 60, lanzó el comienzo de la transformación.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

EN LA CLANDESTINIDAD I

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na noche, el "Loco" Espinoza y yo nos habíamos aventurado por los arrabales de Trujillo en busca de diversión fácil y hacia lugares donde siempre encontrábamos amigos que buscaban lo mismo que nosotros y donde, en medio del musical ambiente que nos rodeaba, se forjaban compañerismos y complicidades. Como yo trabajaba en las comunicaciones con mi programa radial, que por esos años tenía ya bastante presencia y era temido, especialmente por autoridades y policías, algunos buscaban mi amistad. El "Loco", de su lado, en tanto que aduanero, servicial por mutua conveniencia, tenía también numerosos amigos, especialmente en la entonces llamada Policía de Investigaciones del Perú. Fue así que de repente se nos acerca un "investigador", que así se les denominaba a los miembros de la PIP para pedirnos, con ademán misterioso, que hiciéramos un aparte pues tenía que contarnos algo. Dejamos a nuestras ocasionales acompañantes y nos retiramos por un momento con el hombre que nos invitaba a la confidencia, a quien, por otra parte, ambos conocíamos, ya que sin frecuentarlo lo habíamos tratado en otras oportunidades. "¿Ustedes son amigos del doctor Manuel Pita Díaz, el que trabaja en la aduana?", nos dijo de frente y sin mayor preámbulo… "Hemos recibido orden de detenerlo y llevarlo a Seguridad del Estado". "¿Pero, por qué, Pepe?…", dije yo, resistiéndome a creerle al hombre, que no se llamaba "Pepe" y al que bautizo así para simplificar el diálogo… "No lo sabemos, pero esa es la orden que tenemos. Sabemos que vive en el Jirón Colón y allí vamos a ir en la mañana a buscarlo…". Luego trató de explicar por qué nos daba el aviso, que en el fondo era una infidencia flagrante para un policía. En una oportunidad, Manuel había servido al marido de su 57


En la clandestinidad I hermana, que tenía un problema en el trabajo y logró que no lo despidan a pesar de la falta cometida, que no era gran cosa, pero que por interés en el puesto trataron de magnificarla para despedirlo y así poder reemplazarlo. "El Dr. Pita Díaz se portó muy bien, como hombre comprensivo, generoso, desinteresado…", nos dijo el hombre, rogándonos que guardáramos el secreto de su oportuno gesto. Sin compasión nos despedimos de las ocasionales amigas y nos fuimos a la carrera. Llegamos al Jirón Colón y, tocando con nudillos y discreción, con urgente insistencia, la puerta de la calle, despertamos a Manuel. Cuando le contamos lo sucedido no se mostró sorprendido, pues comprendía que por su situación de intelectual comprometido era considerado hombre peligroso para el régimen pradista o convivencial. Sabía por lo tanto que estas cosas podían ocurrir. El asunto, nos lo dijo claramente, "es que no tengo a donde ir y para irme necesito plata…" Y era totalmente cierto, su sueldo como abogado en la Aduana le alcanzaba con las justas para los gastos elementales que le imponían sus cuatro hijos, el "Cholo" no tenía otros ingresos. Por su reconocido nivel profesional, cultural y político hubiera podido integrarse de lleno en el régimen apro-pradista, que lo hubiera recibido alborozado, que lo tentó muchas veces pero que se estrelló siempre con la férrea moral e indestructible ética de un hombre íntegro como las rocas andinas de su Celendín natal, de alguien que tenía un celo visionario de su papel en la vida, algo de lo que nunca hubiera claudicado. La situación no admitía soluciones lentas. Con el "Loco" Espinoza hicimos un rápido balance de nuestros bolsillos y no era mucho. El pago de las cervezas en el lugar donde habíamos estado nos había mermado los fondos. Pasar a la clandestinidad a Manuel no era sencillo, amén de hallar el lugar donde debería permanecer escondido, a salvo no sólo de la búsqueda policial sino también de la mirada de curiosos o de algún acomedido delator, teníamos también que pensar en la alimentación y otros detalles que contribuyeran a hacerle más llevadero el obligado encierro al amigo, y por un tiempo que no sabíamos cuánto iba a durar. "Pepe" sólo nos dijo que había la orden y que se cumpliría al día siguiente. "Tu casa", "la tuya" nos dijimos casi al unísono, revelándonos que ambos teníamos la misma idea, pero que a la vez veíamos la imposibilidad. El "Loco" no tenía solamente una, tenía dos, pero ambas muy pequeñas y ocupadas en extremo por numerosos niños en edad escolar y en las que, especialmente, en una, me trataban como a miembro de familia, por lo que "definitivamente no… donde Meche no" le repetí, terminante. "¿En la Radio, tampoco…?", me retrucó entonces. Por aquella época yo vivía con mis padres y hermanos en nuestra vieja casa de la cuadra cuarta del Jirón Bolívar, donde también funcionaba Radio Libertad, y me resultaba muy difícil concebir que 58


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO pudiera llegar con un perseguido político para esconderlo del acoso policial y que además mi padre, por entonces magistrado judicial, lo pudiera aceptar. La casa signada con el 437 del Jirón Bolívar desde aquellos años ya había comenzado a llenarse de historia y no faltarán en sus espacios y recintos la presencia clandestina de algún perseguido de la izquierda trujillana, como lo recuerda la siguiente remembranza, publicada en la revista conmemorativa de los “50 años del radioperiódico trujillano La Voz de la Calle”, celebrado en el 2005.

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En la clandestinidad I

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

NUESTRA VIEJA CASA, LLENA DE TANTA HISTORIA

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n un párrafo del prólogo que me pidiera Juan José Vega para su opúsculo dedicado a Trujillo "De la Zamacueca a la Marinera" ("La Voz del Norte", Nº 203), me refería a la vieja casa donde trascurrió la mayor parte de mi infancia y juventud, ubicada en el número 437 del Jirón Bolívar. Como algunos amigos han mostrado curiosidad por la "tanta historia" de aquella casa "hoy convertida en reluciente tienda de venta de anteojos", voy a complacerlos y contarles qué sucesos ocurrieron en el hogar de Carlos y Blanca, mis padres, tal vez adelantando algo de lo que publicaré en mi próximo libro. En esa casa nació el Club de Leones de Trujillo, del que mi padre fuera el primer secretario y al que pertenecieran inicialmente otros trujillanos de vieja prosapia y calidad. Fue un 12 de diciembre de 1947 en que se reunieran Manuel Delfín Magot, Jorge Juan Pinillos Cox, Luis Cook, Mario Jacobs, Carlos "Calalo" Larco para formar la institución que hasta la fecha actúa de manera tan descollante. Infructuosamente hasta ahora he solicitado que los Leones pongan una plaquita de recuerdo en el lugar donde nacieron en Trujillo. Único sobreviviente a la fecha de esa primera directiva es el caballero trujillano don Fernando Roeder Hurtado. (Actualmente fallecido) Mi padre luego de muchas discusiones convenció finalmente a mi madre, consiguiendo que le cediera la sala y su dormitorio para que allí funcionara la Radio Libertad, que había fundado a fines del año anterior (1951). La sala era el "auditorio" y el dormitorio era la cabina de control y la sala de locución. Por ello, si es verdad que las almas recogen sus pasos 61


Nuestra vieja casa, llena de tanta historia en la tierra, es muy posible que allí penen algún día Libertad Lamarque, Los Panchos, Hernando Avilés, Los Dávalos, El Chico de Arizona, Nicolás Urcelay, Joe Carson, Julian Robledo, Julio Genta, Tin Tan, Xiomara Alfaro, el Cholo Berrocal, Edith Barr, Raúl Martinez, Alberto Castillo y mis inolvidables amigos Ángel Gutiérrez Sánchez, el chato Méndez y el "Chingao " Bocanegra. No menciono a Luis Abanto Morales porque si bien allí nos cantó el cuento aquel de "cholo soy y no me compadezcas", ese cholo bandido tan querido por el pueblo no va a morirse nunca, s.e.ú o. Fue allí, en esa sala y al pie de la bella ventana enrejada de hierro que da a la calle, que, por si acaso, todavía existe, donde un soleado mediodía del mes de diciembre de 1952, el senador odriísta y consuegro del presidente Manuel A. Odría, don César Arméstar Valverde, anunciara por Radio Libertad la creación de la Facultad de Medicina de Trujillo, hecho que ha sido premeditadamente olvidado por razones de vulgaridad política. Creo que bien valdría que una placa conmemorativa rememore igualmente el histórico acontecimiento como patrimonio de todos los trujillanos. Un celeste noviembre de 1980 en la vieja y querida casa de "tanta historia" se reunieron Alvaro Acuña Chopitea, Eduardo Bles, Carlos Burmester Barrionuevo, Constante Calonge, Manuel Cisneros Durandeau, Alejandro Jones, Raúl León, Wenceslao Rosell de Cárdenas, Marcial Rubio y otros que, lo siento, escapan a mi memoria para celebrar los 50 años de su salida del Colegio Seminario (Promoción 1930). Muchas personas de la vieja guardia trujillana podrán recordar a todos estos caballeros. En el estudio de radio instalado en lo que fue el dormitorio de don Carlos y doña Blanquita, se trasmitía el programa "Voz Aprista Rebelde", nacido al calor de la más importante escisión doctrinaria que haya sufrido el viejo partido de Haya de la Torre, cuando la juventud fue expulsada a raíz del pacto electoral y de gobierno con Manuel Prado, en lo que se llamó el régimen de la "convivencia". Algún medio electrónico podría tal vez recoger las vibraciones enérgicas de las voces de Luis de la Puente Uceda, Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz, Sigifredo Orbegozo Venegas, Walter Palacios Vinces, Luis Pérez Malpica y otros más, seguramente estampadas para siempre en las gruesas paredes de adobe de esa casa construida a principios del siglo pasado. Aunque ya de singular valor será recordar, sin duda, las peripecias y arrojo demostrado para conseguir que las cintas donde se grababa el programa en la casa de quien era el director del espacio, el político cajamarquino, natural de Celendín, Manuel Pita Díaz, llegaran a la radio burlando acechanzas y amenazas de sumo peligro confrontacional. Por aquellos años eran famosas y conocidas las "redadas" contra la gente de ideas izquierdistas que, según el Ministro de Gobierno, subvertían el orden constitucional y servían al comunismo internacional. Mi padre, magistrado judicial, 62


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO empalideció cuando se enteró que su irresponsable hijo había escondido en la casa a dos conspicuos líderes de la izquierda para librarlos de la persecución policial. Son figuras indiscutibles de la intelectualidad nacional en estos días, por lo que no puedo revelar sus nombres y tendremos que esperar hasta que ellos mismos lo hagan cuando lo consideren oportuno. ¡Pobre mi casa!, también fue "guarida de comunistas..." También debo mencionar que en esa casa nació "La Voz de la Calle" bajo el impulso creador de mi tío don Gustavo Landauro Gómez y el padre José Gamboa, que le llamaron primero "La Voz de la Calle... y el Sentir del Pueblo". No reclamo ditirambo alguno para mí, pero creo que bien vale mencionar, como parido en esa casa tan querida, a un programa periodístico que pronto cumplirá, Dios mediante, 50 años de vida, el 10 de agosto del 2005. Larga es la lista de personalidades nacionales que fueron contertulios o invitados de la Radio en el hogar de la familia Burmester Landauro. Allí, buscando propiciar un fallo justo, lo convencíamos, al General José Rodríguez Razzeto, Jefe Político-Militar en 1962, para que asistiese a las audiencias de la Corte donde juzgaban a Lucho de la Puente Uceda. Noches en que Genaro Carnero Checa y su esposa Maruja Roqué, comunistas puro corazón, estremecían las bases de la Federación de Periodistas del Perú con sus diálogos encendidos con Lucho Loli Roca y Genaro Ledesma Izquieta, bajo la sonrisa mordaz, cuando no, de Antonio Fernández Arce. Entre guitarras y canciones Lucho Loli conoció, conquistó a Ivonne Puente y luego le pidió que fuera su esposa, bajo la severa mirada de mi madre, su amiga y de su celoso "fratello". Apuesto y de conversación cautivante, Ricardo Napurí, jefe del trostkismo peruano y luego diputado constituyente en 1979, arrancaba suspiros a las muy veteranas y solteronas "jailosas", amigas de doña Blanquita, que no faltaban a las reuniones. Años antes llegaba a recitar poesías en la radio y a estrechar amistades un joven piurano, poeta, idealista y luego revolucionario llamado Walter Palacios Vinces, guerrillero en 1965 y luego, tras un periodo en Sinamos, en 1969, terminó acusado de "traidor a la patria" por el hoy prófugo Alberto Fujimori. Otra noche inolvidable, con Efraín Ruiz Caro, Mirko Lauer y otros periodistas, se elaboró, sobre la mesa de nuestro comedor, la primera página del diario "La Gaceta", que mi padre le había comprado a Javier Ortiz de Zevallos (aunque éste luego se retractó por presiones apristas). El tremendo titular anunciaba, a manera de pregunta, "¿Quién muere mañana en Trujillo?" Pocas horas después, el General Juan Velasco Alvarado anunciaba al país la Reforma Agraria. Mi padre era un reconocido y acérrimo antiaprista, pero a la vez era gran amigo del hermano de Víctor Raúl, Edmundo "Piño" Haya de la Torre, años más tarde senador por el Callao, quien tenía marcada su ruta en Trujillo. De la casa de su concuñado Jorge Arce Larreta salía de frente hacia la casa de su amigo (en el mismo Jirón Bolívar) Carlos Burmester Barrionuevo, 63


Nuestra vieja casa, llena de tanta historia para tomarse un trago y ver luego si se iban a Buenos Aires o a Huanchaco a visitar a Carlos Uceda Castañeda. Una tarde llegaron, desde Lima, a la casa para formar una amistad perdurable Haydee Benavente y Vicky Pérez Araníbar de Valcárcel (su esposo Carlos Daniel, el historiador también era de la collera), para poner, con mi madre, la semilla que llevó a la formación del Club Soroptimista, del cual doña Blanquita fue alguna vez proficua y reelecta presidenta. En la misma modesta salita, años antes, Carlos y Joaquín Miró Quesada se mataban de risa escuchando al humorista Verdaguer y comentando el libro del primero, "Autopsia de los Partidos Políticos". Años más tarde Carlos Miró Quesada fue asesinado en Bruselas, atropellado por un automóvil cuyo piloto desapareció y nunca pudo ser ubicado. Fue Radio Libertad, en su viejo local hogareño del Jirón Bolívar, la única radio trujillana que visitó Fernando Belaúnde Terry, para decir su primer mensaje a los trujillanos de buena voluntad. Allí mismo, mi padre preparaba estrategias políticas con Ciro Alegría, durante la campaña electoral de 1962. El ilustre autor de "El Mundo es Ancho y Ajeno" postulaba para diputado liberteño, pero perdió hasta en Sartimbamba, su pueblo natal, tal era el fanatismo de aquella época. Nunca olvidaré la clase política que una noche me dio Luciano Castillo, el jefe del Partido Socialista Peruano, en una tertulia con su esposa Maruja Cabredo, que duró hasta la madrugada. Pocos meses antes de ser asesinado por el macabro Grupo Colina, Hugo Muñoz, discípulo de Juan José Vega, rector durante muchos años de la Universidad de La Cantuta, quien lo llevó allí como profesor, me llamó por teléfono anunciándome su paso por Trujillo, encabezando una excursión de sus alumnos al norte para visitar Chiclayo y las tumbas del Señor de Sipan. Hugo le decía mamá a mi madre, con profundo cariño dentro de una amistad con nosotros forjada en el Perú y en el extranjero. Una taza de café y bizcochos de Castañeda enmarcaron un encuentro que ninguno de nosotros presintió que jamás se iba a repetir y del que queda el testimonio de fotografías tomadas en la casa y en el Club Libertad. Anécdota inolvidable fue aquella que nos sucedió con Juan Vicente Requejo, compañero promocional mío en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Trujillo, luego Decano Nacional del Periodismo, y, por la época, futuro cuñado. La tarde del terremoto del último día de mayo de 1970 salimos corriendo, espantados, ganando la calle para que la casa no nos caiga encima. Falsa alarma. La casa, hecha de adobe, amalgamada de historia y recuerdos, ni se inmutó, nada se rajó, resistió al sismo con la firmeza de las ideas y el carácter de los que alguna vez la visitaron y de los que allí vivieron y permaneciendo enhiesta y segura. Hoy, los comerciantes inquilinos que la habitan pueden estar seguros que sus relucientes anteojos, ni con bomba ni terremoto, jamás serán quebrados. Así era (es) nuestra vieja casa... llena de tanta historia... 64


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

EN LA CLANDESTINIDAD II

A

l comenzar la última cuadra del Jirón Ayacucho, uno de los más exitosos empresarios que ha tenido Trujillo, don Juan Clarke, había construido pocos años atrás un gran edificio donde, en su primera planta, había instalado su propio negocio de automóviles y repuestos, dejando varias habitaciones o cuartos para oficinas comerciales a precios bastante accesibles. Don Juan, como se le decía y recuerda hasta la fecha, a pesar de que falleció hace bastantes años, no menos de 25 o 30, fue un pionero de la actividad comercial de Trujillo y uno de los primeros en la construcción de edificios para rentar. Por aquellos años ese campo era nuevo y la demanda de oficinas comerciales en esa zona terminó siendo exigua por lo que, con sentido práctico, dispuso que se le alquilara a todo aquel que lo solicitara, inclusive si se tratara de un lugar para vivir. Tampoco le fue muy bien a don Juan al abrir su edificio para domicilios familiares, porque en realidad los cuartos eran pequeños, aunque sí disponían de un baño elemental que no incluía ducha. Así, los precios fijados para el alquiler fueron descendiendo hasta ponerse a la altura de gente joven como nosotros que los necesitábamos para actividades no tan comerciales. Esa fue nuestra solución para el problema de hallar un refugio para el "Cholo". Esa misma madrugada hicimos el traslado, que nos tomó algún tiempo porque Manuel nos exigió cargar con sus libros, además de su pequeña máquina de escribir y las misteriosas pastillas que su cercanísimo amigo y médico, el Dr. Heraclio Olguín Pinillos, le había recetado. La discreción natural del lugar, en una zona tranquila del Trujillo aquel de hace más de 50 años, contribuyó a que la forzada 65


En la clandestinidad II reclusión de Manuel trascurriera en la mayor seguridad y sin sobresalto alguno. Nos turnábamos para llevarle las comidas, aunque en realidad se trataba sobre todo del almuerzo, ya que por las mañanas y por las noches lo abastecíamos de fruta y galletas, por lo que al final nuestro amigo, en dieta forzada, obviamente en esos días bajó de peso, mejorando su salud a ojos vista, lo que llevaba al "Loco", inacabable bromista, a decirle que mejor se quedara allí, en su "celda", que le sentaba mejor que en su casa del Jirón Colón. Mientras tanto el amigo "Pepe" había desaparecido. No lo encontrábamos en los lugares que solía frecuentar, ya que, según supimos, estaba encamotado de una famosa prostituta que era de las más requeridas en el prostíbulo del Jirón Canterac, hoy Avenida América Sur y a la cual se le conocía por el mote de “la shilica”,(motivando las bromas crueles del “Loco” que , de cuando en cuando le preguntaba a Manuel “¿Cholo, cómo anda tu paisana?) . Era una hermosa mujer de la sierra del norte, de la cual se decía había ya originado dos muertes, una por suicidio de un comerciante de Otuzco, que prefirió perder la vida antes que perderla a ella, y otra como consecuencia de un combate a muerte de dos delincuentes, que se la disputaron en un duelo a cuchilladas que terminó con uno en el cementerio y el otro en la cárcel por largos años, mientras ella continuó, también por mucho años, sacándole utilidades a sus habilidades y a su hermosura física sin acordarse de sus enceguecidos pretendientes. Una mañana me decidí a buscar al acomedido policía que nos dio el "soplo" en el mismo local de la PIP, que por entonces quedaba en el Jirón Mariscal Orbegoso, a media cuadra de la Plaza de Armas y frente al costado del entonces Hotel de Turistas. Grande fue mi sorpresa cuando me enteré por la boca de sus compañeros que "Pepe" había sido cambiado, que ya no estaba en Trujillo y, lo más curioso, que desconocían su destino. Comprendí, perplejo, que ya no teníamos fuente de información por lo que, de inmediato, contactando con el "Loco", nos fuimos a buscar a Manuel y a comunicarle que, aun arriesgando, era mejor terminar con su clandestinidad. Casi nos caímos de espaldas de pura sorpresa cuando al llegar no lo encontramos, así que nos sentamos a esperarlo para verlo regresar muy orondo trayendo los periódicos del día y un alfajor trujillano del que nos convidó pues, como la reclusión terminaba, no teníamos que guardar provisiones. Solo tiempo después, en mutuas confidencias, Manuel nos confesó que, "de verdad, nunca me encerré totalmente, pues aunque no fui a mi casa mantuve contacto con la señorita Carmela para no descuidar a mis hijos, mas sí aproveché para, en la soledad y abstracción de esa habitación que 66


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO ustedes me dieron, continuar mi trabajo político y escribir sin que nadie me interrumpiera…, inclusive una noche me fui al cine con toda tranquilidad…", nos dijo muy fresco. Las salidas nocturnas eran muy frecuentes y en ellas usábamos el autito Simca del "Loco" Espinoza, que caminaba como de milagro, por una de esas fantasías mecánicas que ni los propios entendidos de carros pueden explicar. A veces nos enrumbábamos hacia el norte, en busca de un lugar donde poder comer un buen cebiche y conversar o entrenarnos en el discurso o el alegato, a lo que Manuel era muy afecto como buen maestro que era para nosotros. Nos daba, por ejemplo, un tema polémico de actualidad, en general sobre política nacional y, a veces, internacional. Luego me nombraba a mí "abogado defensor" y a Espinoza "fiscal acusador", quedando él mismo como juez, en unos debates que terminaban las más de las veces con Espinoza y yo mandándonos mutuamente al diablo, porque a él no le gustaba reconocer que había perdido y a mí tampoco, mientras Manuel, muy serio, nos reconvenía y, con toda justicia y sin favoritismo alguno, declaraba el empate o al vencedor. En esos viajes, debates y entrenamiento, como solía llamarlos, aprendimos el "Loco", y yo, en particular, muchas cosas y métodos que después he aplicado en diversas circunstancias de la vida, más o menos motivada, que me ha tocado. Un tema predilecto del "Loco" Espinoza era la "dialéctica", que él había bebido en sus años sanmarquinos con profesores de orientación marxista y sobre la cual creía tener abundantes conocimientos y aplicaciones, pero que, a la postre, se le volvía una confusión caótica y una jeringonza de la que sólo salía con la ayuda dúctil y experimentada de Manuel, que por otra parte buscaba aclararme el panorama, simplificándolo, poniéndolo a la altura del novel alumno que caminaba con él. Nunca lo olvidaré. "Dialéctica es solo contraposición, Carlos…", me decía, defendiéndome del apabullante y jeroglífico argumento de Espinoza, o cuando yo argüía con mis recuerdos del curso de Lógica del sacerdote español Juan Jose Arbilla, que fue mi profesor de 5to de secundaria en el Colegio Seminario, que luego contrapondría con las rosadas conferencias magistrales que nos ofrecía, en su dictado de clases, el también inolvidable profesor, Dr. Víctor Armas Méndez. en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Trujillo. "No confundas nunca la dialéctica con el materialismo dialéctico marxista, la dialéctica es la lógica, como tú bien recuerdas y ésta resulta sólo de contraponer una idea o concepto, llamada "tesis", con otra que es la muestra de sus contradicciones, llamada "antítesis" y de esta confrontación surge una nueva comprensión de la idea original, llamada "síntesis". A eso se resume la cosa, Carlos. Vamos a leer a Hegel, lo negaremos y veremos quién tiene la razón…", terminaba diciéndonos y poniendo punto final a las discusiones. 67


En la clandestinidad II

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

DEL ODIO A LA AMISTAD EN TRANCES DIFICILES

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uando, alguna vez, indiscretamente le pregunté a Manuel por qué Lucho no lo escogió para ir al monte, que es como eufemísticamente se aludía a la decisión de pasar a la guerra de guerrillas (cosa que, dicho sea de paso, De la Puente hizo partiendo, desde Trujillo, en el vehículo de un joven pariente, para no despertar sospechas), no me contestó con esa seguridad drástica de quien no tiene dudas. "Fue por mi salud…", me dijo casi evasivamente como si eso hubiera podido ser un impedimento para marchar al sacrificio, tal como lo hicieron, asmáticos, De la Puente y el mismo Ernesto Che Guevara. La razón fue otra. El líder guerrillero, muerto en combate en el paraje Mesa Pelada, en las alturas de Quillabamba, en Cusco, tenía ya una visión de estadista que hubiera permitido esperar de él una acción de gobierno sensata, prudente, que hubiera privilegiado a la intelectualidad, pero, a la vez, también en él había claridad sobre el destino final de su aventura idealista, conocedor de su magro poderío militar frente al enorme potencial de aquellos que saldrían a buscarlo, a eliminarlo. La retaguardia en la ciudad debía tener un nivel intelectual excepcional, comparable con los valores de los que iban al campo, por lo que era absolutamente necesario que estuviera conformada por hombres del nivel de Pita Díaz, Orbegoso Venegas, Malpica Silva Santisteban, entre muchos otros. El enorme poder persuasivo de Manuel, como teórico y maestro, se confirmó muchas veces en el diario combate de ideas que los periódicos recogían eventualmente, o en circunstancias que los acontecimientos nos ponían al frente. Una noche que estábamos comiendo en un restaurante del Jirón Grau, 69


Del odio a la amistad en trances difíciles en el edificio "La Giralda", no nos percatamos que en uno de los extremos había una mesa integrada por ocho activistas apristas, de aquellos que el inolvidable Lucio Ponce Castro llamaba "bufalillos". Al parecer, ellos si nos vieron, por lo que decidieron darme una lección, a mí solo, como los hechos lo probarían instantes después ya que, de repente, uno de ellos se levantó y armado de una cuchilla intento dar un corte a mi saco por la espalda. Yo reaccioné, iracundo, y soltando improperios e insultos antiapristas, enfrenté al agresor y cogiendo una silla se la arrojé encima. Esto motivo a que los otros que se habían quedado en la mesa vinieran hacia mí. Fue entonces que Manuel que ya había comenzado a ponerse de pie frente a los hechos, da un paso adelante y se pone a mi lado. Desconcertados los jovenzuelos sólo atinaron a decirle, "con usted no es, compañero…, es con este Burmester, ¡enemigo del partido!" La clase que Manuel Pita Díaz les dio, en pocos minutos, en lenguaje muy sencillo y apropiado a esos jóvenes, fue tan elocuente, tan persuasiva, tan fundamentada, que los "bufalillos" se fueron enfriando poco a poco hasta terminar pidiéndole disculpas y hasta rogándole que mejor regrese al Apra, donde lo necesitaban de verdad. A mí no me pidieron disculpas y me siguieron mirando con ojos rencorosos pero se fueron, apabullados y confusos sin hallar argumento ni respuestas. En cuanto a mí, alguna vez, con el paso de los años, los he encontrado en las calles de Trujillo, ya mayores, y hasta me saludan muy serios, como si hubiera enterrado para siempre en el olvido el incidente. Situaciones parecidas tuvimos varias en esos años difíciles en que radicalizábamos nuestra posición y por otra parte , imprudentemente, alimentábamos en los apristas sentimientos profundos de animadversión que se centraban, especialmente sobre mí, porque era yo quien desde mi radio periódico, casi cotidianamente , fustigaba el “pacto conviviente”; ataques que , generalmente, eran correspondidos en las páginas del diario aprista Norte, que había tenido una época auroral deslumbrante cuando la persecución y martirologio con figuras verdaderamente prometedoras y que permitían anunciar un recambio generacional auténtico y doctrinario, pero que luego de los acuerdos con los banqueros, sus redactores se iban disgregando o simplemente desaparecían de sus páginas castigados, voluntariamente alejados o simplemente se pasaban al bando rebelde. Otros se quedaban, sin perder su ecuanimidad, pero militantes y disciplinados aceptaban mi reto y los audios de La Voz de la Calle encontraban airada pero hábil respuesta en las páginas de “Norte”. Con Sigifredo Orbegozo Venegas, editorialista del periódico fue un caso especial pues rápidamente se unió a De la Puente, pero con Miguel Angelats Quiroz, extraordinario orador, 70


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO para muchos superior al propio Haya, además de inteligente y hábil, el cruce de sables fue muy fuerte y caballeresco, pero tenaz, ni él ni yo desperdiciábamos la oportunidad de combatirnos a veces con crudeza e ironía, arena que nos gustaba transitar. Fue la discrepancia tan fuerte que, preocupados por los alcances que tomaba, los organizadores de los “Cursillos de Cristiandad” nos invitaron a ambos y se confabularon para que tuviéramos una reunión de trabajo que prolongamos, heroicamente, hasta la madrugada y donde, sin declinar nuestras respectivas posiciones, encontramos muchas coincidencias de carácter social y forjamos las bases de una amistad respetuosa y sincera que se prolongó hasta la víspera de su sentido fallecimiento que nos entristeció a todos sus amigos y sobre la cual, Marco Mata, abogado y aprista irreversible escribiera un sentido artículo en el diario La Industria calificando de paradigmática y ejemplar, la amistad “entre Angelats y Burmester”, muy al margen de sus respectivas posiciones políticas*. Parecidas situaciones se suscitaron con Eduardo Cruz Velezmoro, Segundo “Goyito” Ortiz Bocanegra, Francisco Paredes Carbonel, Teodoro Rivero Ayllón e incluso con Eduardo González Viaña, equipo de lujo de “Norte” con quienes me honré cruzando juveniles espadas y combatiendo con ideas que es como deben combatir los hombres que pasaron por la Universidad y recibieron ejemplos dignos en sus casas. Pero había sectores apristas que no entendían esa rivalidad de primer nivel y más bien la rebajaron a otros mucho más abajo. Una noche salíamos con Manuel y César de tomar un café en la calle Pizarro cuando de repente fuimos rodeados por una turba vociferante de unos 20 o 30 individuos, entre hombres y mujeres, que se regodeó lanzándome toda clase de improperios e insultos que llegaron hasta las menciones familiares y que de no haber mediado nuestra posición enérgica de enfrentarlos, cara a cara, quizá hubieran llegado a la agresión o la impidió la oportuna presencia de la Policía que montaba vigilancia en esas zonas cercanas. Pero era evidente que el objeto de la antipatía tan pronunciada era yo, el periodista que fustigaba desde la Radio y como lo revela una anécdota, casi pintoresca, que me sucedió en el puerto de Salaverry, lugar de donde el Apra conseguía sus más fuertes, fanáticos y agresivos disciplinarios. Por aquellos años había cimentado una fraternal amistad con Enrique Saravia, funcionario de Petro Perú y con Elio Silva Díaz*, diligente Jefe de Operaciones de la Empresa Nacional de Puertos, comunista teórico para mayor abundancia y por supuesto habitual contertulio de César Espinoza, quien como ya hemos dicho era Vista de Aduanas del puerto de Salaverry.

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Del odio a la amistad en trances difíciles Enrique, quien desde su Miraflores, Lima nativo, había llegado a Trujillo con el afectuoso apelativo de “el chato”, que no lo molestaba en lo absoluto ya que, irrefutablemente, era tan cierto como su locuacidad, su natural simpatía y su fantástica memoria para recordar los valses de la Guardia Vieja que cantaba con bien acompasada voz, era amigo de todo el mundo en el puerto donde se le recibía con sinceridad y simpatía en casas, bares y restaurantes. Entre sus amigos más cercanos figuraba Róger Campos, conocido también como “El Chino”, aprista enternecido, invicto peleador, rey de la “chalaca, puntapié a la garganta” amo y señor de la gallada porteña y respetable ciudadano con quien era mejor mantener adecuada distancia si es que se llegaba a conversar de política con él y uno no compartía sus ideas apristas y sobre todo su lealtad hacia Haya de la Torre. Tal vez el único que se permitía bromas con el Chino era “el Chato” al que le encantaba mortificarlo repitiendo las cosas que Carlos Burmester decía en la radio sobre el Partido y sus líderes “convivientes”. Entonces el Chino Campos montaba en santa cólera y le decía a “el Chato” que si alguna vez podía tener a su alcance al tal Burmester, “tenlo por seguro Chato que le romperé el alma, no le dejaré un hueso sano y no podrá abrir la boca por un año” todo, por supuesto, acompañado del más completo repertorio de lisuras escogidas del lenguaje de los trabajadores estibadores de todos los puertos del mundo que no se distinguen, precisamente, por la delicadeza de su expresión. Un domingo al medio día, Enrique, con quien nos veíamos casi todos los días, tal era nuestra cercana amistad, me propone “irnos a comer un cebichito a Salavery y tomarnos unas cuantas bielas en el bar restaurant de un amigo…pero, Carlitos, no digas tu nombre porque tú sabes que todos allá son apristas y es mejor no hablar de política no nos vayamos a ganar un pleito y tengamos que salir corriendo…”. Yo le acepté la proposición inmediatamente, tanto porque en esos años éramos “uña y mugre”, cuanto porque el puerto , cercano desde Las Delicias donde nos encontrábamos, a mí, particularmente, me gustaba mucho desde que, muy niño , con mi padre hacíamos inolvidables, aunque, peligrosas excursiones por sus áreas enrocadas y el viejo muelle y yo me sentía capitán de grandes y novelescas hazañas. Cuando llegamos al bar del Chino Campos no hubo necesidad de mayores presentaciones y a poco estábamos los tres, con otros amigos que se llegaron sumando, frente a unas fuentes de cebiche y amontonadas a la espera, un par de cajas de cerveza, unas heladas y otras sin helar. Por mi parte, yo inocente de lo que tramaba el Chato desgraciado, y en el fragor de las chelas, el cebiche, las yucas y los 72


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO camotes, la conversación, los chistes recontrarojos, las historias eróticas en la cuales todos habíamos sido protagonistas exitosos, los valses que sin que se lo pidamos el Chato se arrancaba a cantar, a las tres horas éramos los más grandes “patas” del mundo con el Chino que no se cansaba de pedirme que nos reuniéramos todos los domingos y que podíamos invitar a algunas amiguitas para que nos acompañaran en esa horas de sano jolgorio y amistad. Fue allí, cuando de repente, el Chino que siguiendo la familiaridad de “el Chato” me decía simplemente “flaco”, me espetó diciéndome, “bueno…y “cuál es tu nombre, flaco”. Yo, siguiendo las recomendaciones de Enrique me quedé callado sin saber que decir. Fue entonces, cuando Enrique, ¡desgraciado! con ese desenfado que todos le conocíamos, le dijo, “ Ya pues Chino, llegó la hora de que le saques la mierda al flaco…como siempre dijiste que harías…”.Y mientras el aludido se quedó mirándonos, de una pieza, asombrado y divertido le agregó, “cómo, ¿tú no decías que cuando tuvieras a tu alcance a Carlos Burmester le ibas a sacar la mierda para que nunca más se meta con el Apra…allí, pues, tienes tu oportunidad, este flaco es Carlos Burmester…..” No pasó nada más esa tarde y por el contrario iniciamos con el temible disciplinario aprista una amistad que perdura hasta nuestros días. Cuando le conté la anécdota a Manuel, no le gustó en lo absoluto y hasta me llamó la atención, “Carlos, (siempre me llamaba, serio, por mi nombre en esas ocasiones), no debiste haber ido nunca por allá, era algo muy arriesgado, no puedes actuar de esa manera, has tenido suerte, un día se te va a acabar la suerte y lo puedes llegar a lamentar…”.No le dije nada pero en mi fuero interno comprendí que el Cholo tenía razón. Tal era la situación que por esos días vivíamos en Trujillo. *Página Editorial de “La Industria”, miércoles 24 de Junio de 1998, artículo “Miguel Angelats Quiroz, por Marco Mata Montenegro, párrafo final, “Y por ser aprista lo enjaularon varias veces, pero cuando salía de la prisión como si nada, siguió en la brega y a propósito de batallas, recuerdo una, muy anecdótica, la que sostuvieron Carlos Burmester Landauro, que parapetado en su radio disparaba y Miguel desde “Norte” le arremetía, contestatarios y en combate juvenil, fragoroso y quijotesco…¡caballeros!. Conservaron la amistad, a tal punto que Carlos lo acompañó desde el primer instante hasta su último momento. Un amigo íntegro y total .Muy difícil e imposible de olvidarlo, porque el pueblo lo tendrá presente por mucho que se aleje hacia la eternidad”. (Marco Matta Montenegro también partió ya hacia la eternidad y 73


Del odio a la amistad en trances difíciles seguramente cantan juntos la vieja marsellesa aprista de los años heroicos columpiándose entre las estrellas) *Años después en la búsqueda de los recuerdos que se quedaron regados allí entre las viejas casas de madera del puerto de Salaverry, igual en su pobreza y abandono, he visitado la casa de Elio Silva, adonde repetidamente llegaba con Enrique Saravia a gozar de su hospitalidad o simplemente a conversar. Una vecina me dijo, “toque fuerte” y asi lo hice esperando en vano hasta que un joven, viniendo de algún sitio me dijo “ ¡que desea?”. Tú eres Huguito, el menor de los hijos de Elio le dije ¿y tu mamá?, a lo que me contestó “mi madre falleció hace unos años”. Por lo que en ese momento caí en la cuenta que no venía a Salaverry desde el fallecimiento de Elio que perdió la vida en un accidente automovilístico cerca de Huanchaco y donde la señora quedó gravemente herida, sobreviviendo, Huguito me completó el recuerdo, por unos años más. Viejo amigo, Elio, sencillo y afectuoso era querido por todos en el puerto, uniéndonos en mi caso, por un compartido y casi febril antiaprismo.

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LA CRÍTICA A HAYA Y EL 11 DE MARZO

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a primera acción armada del naciente MIR, cuando aún era Apra Rebelde, no fue como pudiera suponerse en las alturas serranas de Mesa Pelada, sino en las mismas calles de Trujillo, con resultados que atrajeron la atención de la prensa local y nacional durante muchos meses; y no fue un enfrentamiento con las fuerzas del orden sino con los hombres de mano lanzados contra ellos por los altos dirigentes del Partido Aprista. Fue el corolario de varios meses de una tensión que, como ya hemos narrado, se originaba en la intensa actividad política que realizaba principalmente en las pequeñas oficinas del estudio del abogado Luis de la Puente, en el Jirón Pizarro, y en la casa de Manuel Pita Díaz, en el número 216 del Jirón Colón. En octubre de 1959, durante la Cuarta Convención Nacional Aprista, en Lima, el grupo de jóvenes apristas encabezados por De la Puente se atrevió a presentar una Moción de Orden del Día denominada "En Defensa de los Principios Primigenios y por la Democratización Interna del Partido", cuya redacción en parte muy importante correspondió a Manuel. Este fue el detonante que la Alta Dirección aprista no estaba dispuesta tolerar por lo que en actitud vertical e impositiva procedió a expulsarlos sin que mediara discusión ni proceso estatutario interno. Los principales expulsados fueron Luis de la Puente Uceda, Carlos Malpica Silva Santisteban, Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz, Luis Olivera Balmaceda, Luis Iberico Más, Máximo Velezmoro Atalaya y Edilberto Reynoso, entre otros. Las razones de la rebeldía juvenil aprista son harto conocidas y se sintetizan en su rechazo y disconformidad frente al pacto político que sus líderes, encabezados por el propio Haya de 75


La crítica a Haya y el 11 de marzo la Torre, habían suscrito con la derecha banquera y con la oligarquía terrateniente del país, lo que dio lugar, como ya hemos visto, en primer lugar, al llamado "Gobierno de Convivencia" con el pradismo, y luego, pocos años después, a la denominada "Coalición del Pueblo", con el odriísmo y la Sociedad Nacional Agraria. Las razones ideológico-doctrinarias para la enérgica discrepancia de la juventud aprista están perfectamente delineadas en varios párrafos de la carta que Manuel Pita Díaz escribió a Frida Manrique, una preocupada militante, el 20 de diciembre de 1958: "Bien, demás está inventariar los hechos de la política frontal del PAP. Harto hemos compulsado su equívoca posición. Existe, hasta cierto punto, no la negamos, una razón de supervivencia que debería atenuar la crítica, porque comprendiendo lo difícil, por no decir imposible, de subsistir en medio de tan poderosos enemigos como son el ejército y la plutocracia, justificaríamos en línea general la formula de la "Convivencia". Pero, ¿qué nos incomoda hasta el punto de decepcionarnos, no del contenido doctrinal de nuestro Partido, sino de su estructura directriz? ¿En qué bases reposa el manido uso del recurso disciplinario, el sentir omnímodo de los "calificadores", que en nombre de la "auténtica línea" del movimiento nos sumarian procesos y nos condenan? En otro párrafo de la carta dice: "Quizá me equivoque. Ojala. Pero para mi modesto criterio, la reacción de la juventud aprista se debe a la tergiversación que vienen sufriendo los "medios", porfiadamente expuestos y sostenidos en la actualidad como "objetivos" de nuestra lucha; al uso absurdo, desatinado, del recurso coercitivo para ahogar el inconformismo de los militantes -sobre todo jóvenes-, que ante la flagrante quiebra de la tónica revolucionaria -rayana en claudicación-, levantan su voz de alerta en salvaguarda del porvenir de este gran movimiento, de este poderoso partido, que por su envergadura doctrinal, masiva y mística no puede, no debe tratarse jamás como patrimonio exclusivo de ningún líder, por grande que haya sido su concurso en su forjamiento, si en la progresión del tiempo, sus hechos, su actitud humana, no concuerdan con las razones y objetivos de su propia criatura…" Innegablemente la crítica de Manuel alcanzaba al propio Haya de la Torre, y lo reafirma con la fuerza de sus conceptos cuando agrega:

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO "Y si es así, si todas las demostraciones de la mutabilidad hegelianas son evidentes, ¿por qué las iracundas reacciones del c. Jefe cuando alguien de nosotros -elementos de una nueva generación- ha osado discrepar? Los jóvenes contestatarios no se arredraron ante la dureza de las decisiones que culminaron con su expulsión del partido, y más bien evolucionando políticamente, dialécticamente, poniendo a Hegel a un lado, sobre la marcha fundaron el Apra Rebelde en la casa de Luis Olivera Balmaceda, en el Jirón Ancash, en Lima. En el fondo, abrigaban la esperanza de que cuando regresara Haya de la Torre, que por entonces se encontraba en Europa, este comprendería sus razones y en esa espera realizaron la Primera Convención Nacional del Apra Rebelde, eligiendo como su primer presidente a Manuel Pita Díaz, histórico cargo del que él, modestamente, nunca se ufanó. La lucha, sin embargo, a nivel de los mandos del partido, ya estaba lanzada y el terreno fundamental donde se desarrollaría era, sin duda, Trujillo, el principal bastión ideológico e histórico del aprismo. Y es en este clima y terreno de combate en que el grupo comienza a trasmitir el programa "Voz Aprista Rebelde", ocupando el espacio que mi padre, Carlos Burmester Barrionuevo, les concede en Radio Libertad. La dirección la asume, como era de suponer, el ideólogo Manuel Pita Díaz, aunque participan activamente ya otros notables personajes como Sigifredo Orbegoso Venegas, Luis Pérez Malpica y Walter Palacios Vinces. El programa, que se trasmitía en circunstancias difíciles por la creciente animadversión aprista, contribuyó a alimentar las tensiones y expectativas, pero sobre todo consolidó la voluntad de existir del grupo y les permitió hacer pública su fe. Ya he narrado los alardes de imaginación que hacían para, superando riesgos, hacer llegar a la radioemisora las cintas grabadas del programa. El regreso al país de Víctor Raúl no significó ningún cambio en las decisiones tomadas por la dirigencia partidaria contra los rebeldes, sino más bien, contra lo que éstos esperaban, agravó el distanciamiento al consentir la aplicación de políticas persecutorias más duras aún contra ellos. Así se llegó a los luctuosos acontecimientos del 11 de marzo de 1961, episodio culminante de las escaramuzas ocurridas la tarde del 8 y la noche del 9 de marzo en el Jirón Pizarro, frente al local del Apra, entre los disidentes y los activistas y disciplinarios del partido. No escapaba a los jóvenes rebeldes que en cualquier momento podían suscitarse enfrentamientos de índole mayor con los elementos de choque del partido. Las escaramuzas con los "búfalos" locales no llegaban a más porque, en el fondo, todos se conocían, pues hasta pocos meses antes 77


La crítica a Haya y el 11 de marzo habían compartido reuniones y circunstancias en tanto que militantes apristas. Salvo uno que otro afiebrado, no existía la voluntad del castigo que desde arriba trataban de imponerles. Así que cuando se enteraron de que llegaban a Trujillo los lideres encabezados por Villanueva del Campo, consideraron que era mejor estar prevenidos, porque, era casi seguro, traerían gente alquilada de Lima o de los barrancones del Callao, lugares de donde provenían la mayoría de la gente de choque del Apra, siempre lista para ser utilizada en asonadas punitivas contra los adversarios políticos. La mañana del 11 de marzo se reunieron con De la Puente en el estudio del Jirón Pizarro y considerando que era necesario prepararse, y de acuerdo a lo ya establecido, le pidieron a Sigifredo Orbegoso que distribuyera las armas. No eran muchas y ni siquiera sabían si estaban en buen estado. Salvo Lucho, los demás nunca habían manejado armas de fuego, pero los que las recibieron se sintieron más seguros. Estaban determinados a usarlas para defenderse en caso de una agresión que, por todos los indicios, no iba a ser a puño limpio, sino utilizando armas contundentes como manoplas, cadenas y, con seguridad, armas de fuego. Ellos también se iban a armar, pero no tenían tiempo para entrenarse esa mañana, pues debían cumplir con algunos cometidos, por lo que salieron a la calle dispuestos a asumir lo que viniese. Las únicas armas que había las recibieron De la Puente, Fernández Gasco y Pérez Malpica. Curiosamente, Pita Díaz y Orbegoso se quedaron desprotegidos. Los dados del destino estaban echados. El grupo salió a cumplir con sus objetivos y había entrado a la Plaza de Armas por el Jirón Orbegoso. Avanzaban a la altura del atrio de la catedral cuando apareció la camioneta llena de "búfalos" foráneos, los que iban al mando de Luis Sarmiento Ghiorzo. Con ellos iba también, Nicolás Cava, el único trujillano. Lo que vino después fue rápido y sangriento. El ataque de los matones apristas fue feroz. Su objetivo era demolerlos a todos, pero ante todo era acabar con De la Puente, la cabeza de la disidencia. En medio de la trifulca él fue más rápido que el jefe de la banda que se disponía a rematarlo y, disparándole desde el suelo, lo mató de un balazo. Poco después, él y sus compañeros, heridos y bañados en sangre fueron apresados. Los jóvenes rebeldes habían pasado el Rubicón, la dirigencia del Apra los había empujado a ello y ya no había retorno. En los años siguientes su destino se confirmaría y avanzarían en el camino de la rebelión armada. En este camino muchos de ellos, empezando por Lucho, sacrificaron la vida, pero según los estudiosos más serios de nuestra historia contemporánea, con su acción sacaron al Perú de los tiempos virreinales y lo pusieron en la ruta de la justicia social, de la democracia y de la modernidad.

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EN LOS CAMINOS A LOMOS DE “TORIBIO”

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os problemas que daba el pequeño "Simca" del "Loco" Espinoza limitaban seriamente nuestros desplazamientos, lo que nos apenaba porque tanto a su dueño como a mí nos gustaba salir de la ciudad, alejarnos de las tensiones cotidianas que vivíamos por razones de trabajo. A César, al igual que a Manuel, el empleo burocrático los amarraba a la Aduana con sus horarios fijos, obligaciones y exigencias de los jefes, a pesar de que uno de ellos, Urtecho, otro personaje inolvidable de la época, era bastante elástico y consentidor, aunque exigía la presencia de ambos cuando se presentaban situaciones difíciles. En mi caso, con mi padre como "jefe", el cumplimiento de mis obligaciones en la radio era mucho más severo y exigente. Una vez, yéndonos a Moche nos ocurrió una anécdota increíble y cómica, única entre las leyendas de los carros viejos. Habíamos cruzado, con poco cuidado, el peligroso y mortal disloque llamado el "Cruce del Gallo" (menos mortal que ahora, por supuesto), un desvío que, apartándonos de la carretera Panamericana, nos llevaba a Moche, luego a Las Delicias y finalmente a Salaverry, a donde solíamos ir en busca de los excelentes cebiches de las picanterías del puerto o a encontrarnos con un común amigo, Elio, dirigente sindical comunista que obviamente había hecho muy buenas migas con Espinoza primero y luego con Manuel y conmigo, por la cotidianeidad de su trato en el puerto y porque, además, era una excelente persona, padre de familia ejemplar, con unos hijos correctísimos e inteligentes y unas hijas que sumaban a todo ello simpatía y belleza. Ese día no llegamos a nuestro destino, eran como la una de la tarde y luego de haber soportado con estoicismo un enorme 79


En los caminos a lomos de “Toribio” bache, que el piloto, enfrascado como estaba en la habitual discusiónconversación no había podido esquivar, escuchamos un tremendo ruido que la imaginación siempre fértil de Manuel nos hizo poner en alerta. En efecto, parecía que nos había impactado un proyectil muy grande ya que al estruendo se sumó el hecho de que el viejo carro, al que antes, confabulados, le habíamos puesto, como si fuera un jumento, el circense apelativo de "Toribio", comenzó a traquetear, a dar saltos y corcovas, como si algo le impidiera continuar. Desapareció el ruido del motor, la inercia de la escasa velocidad que traíamos logró hacernos avanzar unos pocos metros más hasta que, al fin, el auto se detuvo y nosotros no nos imaginábamos qué podía haber pasado. El desconcertado piloto, al ver que el arrancador se negaba a responder y solo hacia los clásicos "tap tap" de cuando no hay batería, decidió jalar el tirador de la capota delantera para revisar que es lo que pasaba con el motor. Bajaron, junto con Manuel, mientras que yo, "comodón", me preparaba para leer el periódico. De repente, el "Cholo" comenzó a reírse a carcajadas, poniendo marco sonoro a las imprecaciones y lisuras de Espinoza, que no alcanzaba a comprender dónde estaba el motor. Sólo quedaba el espacio vacío ya que hasta el carburador se había evaporado. "Baja, flaco… Ven para que veas… No hay el motor, alguien se lo ha robado…", me decía Manuel a grandes voces y riéndose, mientras que Espinoza seguía maldiciendo. Cuando bajé nos dimos cuenta que el bendito motor se había desprendido de sus soportes, seguramente como consecuencia del bache que nos sorprendió momentos antes y estaba lejos, tirado en la pista, entre el polvo que el golpe había levantado, mientras otras partes descansaban a un costado sobre las bermas. Tuvimos que recoger con paciencia y buen humor las piezas del buen "Toribio", desprendidas y desparramadas en la vía, soportando las imprecaciones del ateo propietario, e ir guardándolas para intentar luego su posterior reparación. Contra todo pronóstico esto fue logrado, para satisfacción nuestra, porque el viejo carro era, a fin de cuentas, la única movilidad de que disponíamos para nuestras giras filosófico-políticas. Nunca nos hubiéramos arriesgado a subir a Otuzco en tan destartalado automóvil y más aún luego de la desafortunada y carcajeante experiencia camino a Salaverry, pero las giras cercanas eran para nosotros no sólo oportunidad de diálogo y aprendizaje siempre bajo la experta y orientadora batuta de Manuel, sino también de desfogue, ya que tras el duelo argumental, casi siempre, cuando llegábamos al clímax de la discusión, por no decir la pelea, lo que sucedió muchas veces, nos quedábamos en frío silencio por varios minutos para luego olvidarlo todo y empezar otra discusión con mejor talante. En una oportunidad, Espinoza quiso mostrarnos algo que, según él, había descubierto gracias a la grata enseñanza de una damisela que le tenía, en palabras de Palma, 80


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO “sorbido el seso”. Poco después, tras haber recibido garantías, para nuestra tranquilidad, que esta vez el Simca no nos iba a traicionar, emprendimos viaje en dirección a Poroto, mientras el "Loco", con convincente verborrea, nos informaba que ahora íbamos con "zapatos nuevos", refiriéndose a las llantas de su pobre y maltratado vehículo. En aquellos días, antes de la construcción por el gobierno de Juan Velasco Alvarado, de la carretera asfaltada a Shirán por la margen derecha del río Moche, la vieja ruta, por momentos pedregosa y por otros terrosa y barrosa, subía por la margen izquierda y por ella íbamos, rogando en nuestro pensamiento que lo de los "zapatos nuevos" fuera verdad y que no nos fuéramos a quedar plantados por esos lugares donde el tráfico se circunscribía, principalmente, a los ómnibus que iban al interior, es decir a la sierra del departamento. De repente y sin avisarnos. Espinoza dobló hacia la izquierda lo que determinó que el viejo "Toribio" aminorara su paso porque, obviamente, estábamos de subida y la fatiga, propia de sus años, ya comenzaba a sentirse. "Oye, loco, ¿adónde nos llevas…?", le dijo Manuel con la autoridad que ambos le reconocíamos y que yo apoyé sin ambages porque suponíamos que como el carro había comenzado a fallar, lo que Espinoza quería era regresar, sin cumplir con su promesa. No fue así. Seguimos por una huella que se iba estrechando como en un desfiladero y, de repente, nos vimos pegados al cerro y entonces nos percatamos que era uno de aquellos sitios donde los constructores consiguen las lajas que hermosean los edificios o las piscinas de la gente acomodada y que resultan tan costosas. Pero era este uno especial, las lajas incrustadas eran de diferentes colores, azules, moradas, rojizas, verdes, amarillas y otras de elegante color negro, que Manuel comparó, recordando, como las de los mausoleos del cementerio de su pueblo, Celendín. Allí, mientras mirábamos asombrados esa obra de la Naturaleza, indiscutiblemente bella, ese verdadero palacio de rocas, el "Cholo" comenzó a hablarnos de su pueblo natal, cuya historia conocía perfectamente, mientras nuestros embobados ojos recorrían el espléndido espectáculo que teníamos ante nosotros, de cuya existencia no habíamos tenido antes ni noticia ni presentimiento. Manuel nos habló entonces del hermoso valle por donde corría el río Grande y donde se hallaba incrustada la ciudad de Celendín, fundada en el siglo XVIII por familias españolas y portuguesas, en buena parte judíos conversos, aunque su fundación política propiamente dicha databa de apenas siglo y medio atrás, de 1802. El río Grande no es muy grande y discurría apretado al alto cerro de Jelig, nos dijo, desde cuya cresta se puede divisar, a lo lejos, al caudaloso y rugiente Marañón, que avanza en la cordillera como "la serpiente de oro" de la que habla Ciro Alegría, en 81


En los caminos a lomos de “Toribio” busca de la selva. Para llegar a Celendín, si se llega de Cajamarca, hay que cruzar la cordillera de Cumullca, alturas gélidas que bordean los 4.000 metros de altitud. En 1792, nueve años después de su fundación real en 1783, cuando el obispo de Trujillo, Baltazar Jaime Martínez de Compañón efectuó la fundación formal, la comarca contaba ya con una población de más de 6.000 habitantes. "¡Seis mil shilicos!", espetó Espinoza, lo que motivó que Manuel, sin perder la compostura y el hilo de su narración, lo mandara al diablo, con mi aprobación, pues estaba más molesto que el narrador por esa interrupción de la historia. Esa era la población, dijo Manuel, según el censo que mandó levantar el obispo, entre "eclesiásticos, españoles, indios, mixtos, pardos y negros", quienes se dedicaban a la siembra de papa, maíz, coca, cebada y a la crianza de ganado, al que alimentaban con los pastos que propiciaba el río Grande. Manuel todavía alcanzó a contarnos que la ciudad se llamó al principio, por real cédula, la Villa Amalia de Celendín, pero tuvo que interrumpirse porque la siguiente sorpresa nos obligó, extasiados, a bajar del noble "Toribio". Y es que, entretenidos por la conversación y el relato de Manuel, poco nos percatamos de que, siguiendo la huella del camino terroso y como colgado del cerro, luego nos habíamos internado en una pequeña jungla donde crecían sauces llorones, larguiruchas pajas bravas, flores variadas, retamas amarillas, plantas silvestres de maíz y de caña de azúcar que por su tamaño nos impedían ver el paisaje de los costados y a veces el propio camino por donde avanzábamos, espantando a los "pájaros coche", palomas silvestres y pajarillos diversos, arroceros amarillos y putillas de cabeza roja, haciendo de todo ello un lugar encantador porque por momentos hasta el sol se filtraba en armoniosos prismas que reflejaban luces de todos los colores. Después del Palacio de las Lajas, disfrutábamos ahora de otra bella manifestación de la naturaleza. "Toribio" descansaba, lo que demostraba que Espinoza ya había llegado antes por allí, guiado por su desconocida damisela, y nos invitaba a ver lo que había al otro lado de una cerca de un metro de altura, adornada por buganvillas de diferentes colores. Allí, llegamos a contemplar, boquiabiertos, la más hermosa y numerosa reunión de pavos reales que hayamos visto nunca, los cuales de inmediato comenzaron a hincharse y a emitir sus guturales sonidos. Nos estábamos solazando con la hermosa vista que poca gente tiene la oportunidad de admirar, cuando, de repente algunos de ellos comenzaron a abrir su hermosa cola que en forma de rueda, con un diámetro de casi dos metros, desplazándose a lo largo y ancho del corral, ofreciéndonos un espectáculo inenarrable y sin duda maravilloso. Eran quince por lo menos, esos pavos reales machos que mostrando su plumaje de colores irisados con titilantes fulgores que brillaban al sol de la tarde, en ese lugar de privilegiada belleza natural. Fue un paseo que debimos agradecerle a Espinoza y al mismo tiempo, él y yo, a Manuel, 82


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO porque en cada cosa que veíamos y nos impresionaba, siempre estaba su palabra docta que no nos permitía divagaciones fútiles o vulgares, sino que nos invitaba al conocimiento serio y al diálogo. Eso ocurrió aquella misma tarde, unas decenas de metros más allá de donde estábamos. Desembocamos en un pequeño claro donde un jumento –sin duda hermano de "Toribio", bromee con el "Loco"-, imbuido de admirable paciencia y resignación, hacía girar a un pequeño trapiche, a cuyo alrededor se amontonaban, desordenados tallos de caña de azúcar. Al exprimirlos, el dulce jugo chorreaba hacia unas bandejas o recipientes. “En Celendín hay muchos trapiches como este”, dijo Manuel. Era una pequeña fábrica de chancaca, en la que el jugo que el pobre y sufrido animal extraía sin descanso se convertía, luego, al secarse, en unas tapas de color oscuro que la gente compraba para hacer la "miel de caña", compañera inseparable de la leche cortada, de los quesillos y de los sabroso buñuelos o picarones que se han hecho famosos como postres de Lima, pero que, en realidad, no son sino viejas tradiciones de la repostería provinciana, que los inmigrantes de la sierra a la costa han llevado a la capital con su cultura y sus costumbres. Ya de regresó a la ciudad, cuando las sombras de la noche obligaban a los mortecinos faros del sufrido "Toribio" a hacer esfuerzos enormes para romperlas, íbamos con Espinoza casi en silencio, mientras Manuel nos comentaba que ciertas costumbres antiguas aún no se habían perdido en Trujillo por aquellos años, por ejemplo la ausencia de guardianía a los pavos reales y el trabajo esclavizado del heroico pollino que daba incansables vueltas al trapiche. Era principios de la década del 60, ¡hace 50 años!, o medio siglo si se quiere, y la miseria, el desgarramiento social, recién comenzaban a sentirse y estas costumbres aún permanecían. Agudamente, Manuel nos explicaba que la gran industria azucarera de nuestra región bien podía haber comenzado así, con pequeños trapiches de los lugareños laboriosos, hasta que por diferentes razones, la cronología familiar, el desinterés de las siguientes generaciones, los terrenos fueron a caer en manos de los grandes capitales para convertirse en lo que eran entonces, los grandes ingenios azucareros con decenas de miles de hectáreas sembradas de caña y miles de trabajadores para cortarla y azúcar, aguardiente y ron. El camino de regreso a Trujillo era lento y la noche despejada nos ofrecía su estrellada bóveda, mientras la luna parecía atisbarnos desde los cercanos contrafuertes, como lanzando pinceladas de luz que rasgaban la oscuridad. A lo lejos, hacia el oeste, dos resplandores, uno pequeño que provenía del alumbrado del histórico pueblo de Laredo y otro, mucho más grande, que, sin duda era el de Trujillo mismo. Y como siempre sucedía, Manuel nos trajo el tema político, como invitando a un soliloquio teatral con dos únicos y silenciosos oyentes, más que 83


En los caminos a lomos de “Toribio” espectadores. De pronto estalla su risa, llena de jocundidad serrana, que es distinta, suena diferente, a la del criollo de la costa y nos mueve a curiosidad preguntarle de qué se acordaba. Fue para que nos hable, una vez más, del Apra y de su tierra, de Celendín, que en varios momentos había aparecido esa tarde. Interesados en lo que Manuel nos contaba, nos confabulamos para que "Toribio" marchara aún más lentamente de como lo venía haciendo. Por costumbre, mientras Espinoza manejaba, yo iba como copiloto a su lado en el asiento delantero y Manuel en el asiento posterior, repantigado, pero despierto e insomne. Siempre fue así, por lo que mientras el "Loco", al timón, aguzaba su oreja derecha, yo medio volteado lo escuchaba casi mirándolo. En esos años, la carretera no era tal, sino más bien una huella en el terral, por lo que era necesario mirar bien para no caer en alguna zanja o bache peligroso, pues la noche había caído sobre nosotros y por momentos el camino se nos perdía como desvaneciéndose entre los sembríos de caña y los canales del regadío. De repente, como saliendo de entre las sombras y del apretado cañaveral donde pululan los bichos, las arañas y los alacranes, aparece como una exhalación, cruzando por delante nuestro, un pequeño zorrito de ojos brillantes que cambiaba su escondite de un cuartel a otro, arrastrando su copiosa cola y un poco deslumbrado por las luces del vehículo. Con las justas se libra de las llantas y se interna otra vez en el cañaveral, perdiéndose sin dejar huella ni hacer sonido alguno. "Estos bellos animales de la fauna silvestre de la zona, junto con otros ya prácticamente desaparecidos, como los hurones, son las primeras víctimas de los incendios provocados en las plantaciones de caña de azúcar…" El que habla es Espinoza, pues Manuel parece perdido en sus recuerdos y guarda un largo silencio en el que parece evocar algo casi dolorosamente. Cuando habla, se refiere a su prehistoria, cuenta que, muy joven, una noche en Celendín realizó su primera acción insurreccional, inocua, inofensiva, idealizada, sin muertos ni heridos, sólo con ruido que retumba en los cerros mortificando indoloramente a las pequeñas autoridades de ese su pueblo perdido en la Cordillera de los Andes. No fue terrorismo, fue una palomillada, como decimos por acá, fue el grito de una juventud que clamaba por ser oída o por decir que estaba presente, aunque eso molestara a la policía. Años antes de este episodio, a comienzos de la década del 40, siendo aún adolescente y en plena Segunda Guerra Mundial, cuando muchos trabajadores norteamericanos fueron llamados a filas, Manuel, tempranamente salido de su tierra, siguió cursos de mantenimiento y navegación en la escuela de la compañía Panagra, en Limatambo, y al poco tiempo se desempeñaba, primero como ayudante de mecánico y, 84


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO luego, como auxiliar a bordo en los vuelos continentales de esta empresa de aviación, la más importante entonces en el Perú y en América. Permaneció en la empresa durante cuatro años, siendo despedido cuando se comprobó que como sindicalizado y simpatizante aprista, había sido uno de los promotores de la huelga de 1944. El ingreso de Manuel a Panagra fue gestionado por un piloto norteamericano, quien años antes, al sufrir un aterrizaje forzoso en Cajamarca, fue auxiliado por su padre, don José Mercedes Pita Dávila. Secuela de esa aventura sindical fue la fundación del Sindicato de Trabajadores Aéreos del Perú, actualmente desaparecido.

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En los caminos a lomos de “Toribio”

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FOGATAS ANUNCIADORAS EN EL ANDE

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as noches en la sierra son frías y muy hermosas. El cielo se comba como un gran escenario artificial y se llena de tantas estrellas que uno cree tenerlas al alcance de la mano y la mirada se pierde infinitamente, saltando de una a otra e imaginando cualquier cosa, porque, como el cielo, la imaginación no tiene límites. De vez en cuando un chispazo, fugaz como el suspiro de un sueño, rasga el techado celeste y se pierde en la negrura del firmamento serrano, sin que sepamos de donde ha venido y menos a donde se ha ido. Durante el día, si uno quiere abrigarse pues simplemente se pone al sol y si el calor sofoca uno retorna a la sombra, hasta que nuevamente se siente frío y así, sucesivamente, hasta que el blanco y negro se acaba cuando la tarde se termina. Durante la noche, el serrano tiene que abrigarse a la fuerza si está lejos del calor de la casa o del hogar y entonces busca su “calientito” hasta que regresa, y, si ya se entonó demasiado, el paso es zigzagueante y consentido. Todos lo entienden. Una noche, habíamos llegado de Trujillo a Otuzco, mediante un ómnibus serrano y soslayando a "Toribio", que no ofrecía ninguna garantía para llegar tan lejos ni tan alto, hasta ese pueblo que está a unos 70 kilómetros de la costa. Era nuestra intención, la de Manuel y la mía, ir a adorar a la Virgen de la Puerta, en la enorme basílica de piedra que los otuzcanos han construido bajo la entusiasta y generosa conducción de Jorge Torres Vallejo, que fue el primer aprista, después del episodio de los jóvenes rebeldes expulsados, que se atrevió con varonil firmeza a contradecir al propio Haya de la Torre y que luego, más tarde, durante el primer gobierno de Alan García, le enrostró a éste públicamente su 87


Fogatas anunciadoras en el ande conducta. El templo, de tres espaciosas naves, la central más ancha que las otras dos, está lleno de bancas y reclinatorios que son insuficientes durante los oficios, pues es tanta la concurrencia de fieles devotos que muchas veces las damas otuzcanas llevan sus propias sillas como gesto de cortesía, "no vaya a ser que el turista se sienta mal y no regrese". El altar mayor está dispuesto de tal modo que mirando al norte desde una banca, a través de una claraboya colocada en la parte más alta, sobre el altar mayor, se ve como un ojo brillante y gigantesco, recostado sobre el cerro vecino, dando una sensación de majestad y grandeza como si fuera la pupila de Dios vigilando a sus hijos. En la calle, mientras estirábamos las piernas, nos habíamos detenido a saludar a una amiga a la que encontramos de casualidad y ésta nos había ofrecido un el necesario “calientito”, que declinamos los tres casi al unísono, arrancando una sonrisa de la gentil oferente. Lo reemplazamos con una infusión de yerbaluisa muy caliente que nos cayó de maravilla. Luego de una conversación casi de compromiso por lo cansados y soñolientos que estábamos nos despedimos con la promesa de volver al día siguiente por la mañana, pues la amiga no quería desperdiciar la oportunidad de contarme los sinsabores que vivía la Hermandad, como siempre en grave diferendo con el señor Cura. Esta era una historia repetitiva, conocida en la bella y pintoresca capital de la provincia del mismo nombre, donde al parecer la causa de las peleas eran las jugosas alcancías y valiosos “milagros” de oro y plata que repletaban sobre los mantos gran número de fieles fieles venidos de todas partes del Perú y del mundo para la fiesta de la Virgen de la Puerta. Esta celebración congrega, durante tres días, grandes manifestaciones del fervor católico, sembrado por más de tres siglos por los colonizadores españoles y sus descendientes. Es una fiesta emblemática del departamento de La Libertad y de Trujillo, siendo necesario reforzar las medidas de seguridad, pues también viajan individuos de mal vivir, no para postrarse y rezar, sino para asaltar los bolsillos de los distraídos devotos, además de que el intenso tráfico de toda clase de vehículos deja, cada año, tristes accidentes con pérdidas de vidas. El "Loco" quería quedarse porque, en su afiebrada imaginación romántica, había creído ver que nuestra amiga le había hecho, según él, "cambio de luces" con sus preciosos ojos, lo que le prometía una nueva historia de amor, que se sumaría a tantas que ya nos había contado y que, en más de una oportunidad, comprobamos que habían sido inventadas. Lo cierto es que en Trujillo lo esperaban su esposa, agraciada dama limeña madre de sus hijos, mujer de admirable ternura y comprensión, además de otras amistades, entre las que destacaba su última conquista, una bella morena de origen local que lo amó, nos 88


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO consta, para siempre y para toda la vida, cerrando sus puertas al amor cuando el gandul un buen día desapareció de la ciudad. Manuel y yo nos impusimos y preferimos regresar al hotel no pudiendo el "Loco" hacer otra cosa que seguirnos. Situada a sólo 70 kilómetros de la ciudad de Trujillo, en plena cordillera de los Andes liberteños, Otuzco podría ser un gran centro turístico si tuviera adecuados restaurantes y hoteles, dos cosas imprescindibles que ayer como hoy le siguen faltando. Los que tiene son muy elementales, los restaurantes son muy poco acogedores y los hoteles más bien parecen simples hospedajes. Estas circunstancias siempre las aprovechaba Manuel para convencernos de que en tales aspectos era mejor su Celendín natal, o simplemente las usaba como pretextos para contarnos nuevas historias y experiencias inolvidables vividas en su terruño. Yo, para no quedarme atrás, les conté, entonces, una truculenta historia que incluso había llegado hasta la redacción de la radio donde trabajaba, que indiscretos policías me habían hecho llegar y que se había originado, para desventura de sus protagonistas, precisamente por la precariedad hotelera de la que adolecía la población. El hotel, así habría que llamarlo, estaba a unos ochenta metros de la Plaza de Armas del pueblo y sus cuartos eran pequeños y muy parecidos unos a otros por lo que era fácil confundirse e ingresar a una habitación que no era la que uno había contratado originándose algunos entuertos verdaderamente pintorescos y graciosos para quienes los llegaban a conocer aunque lamentables para los que los vivieron. “Una noche, de esas de abundante libar para hombres y mujeres, en la repleta plaza otuzcana, en la que por la fiesta decembrina no cabía un alfiler, se encontraban muchas personas en interminables conversaciones y donde la cerveza y la chicha de jora, lejos de la devoción religiosa, corrían con más liquidez y abundancia que en el agua del río cercano, la esposa, quien con su marido se había alojado en el hotelucho de marras, le comunicó que ya no quería seguir tomando y que prefería irse a su cercano alojamiento para acostarse y dormir y que “mejor nos fuéramos ya que era tarde y yo estoy mareada”. Como el esposo daba la impresión que no se retiraría sino en la mañana siguiente, ella se retiró a su habitación en el hotel, mientras el marido la despedía con un “ya, ahorita voy”. Un par de horas más tarde, como luego lo comprobó la policía, el pasajero que ocupaba la habitación contigua también decidió irse ocurriendo lo que nadie hubiera podido imaginarse. En esos hoteles no hay luz eléctrica porque se encienden velas cuando se necesitan pero a veces no, así que el procedimiento habitual es sencillo pues basta con tumbarse a la cama y si estas se acaban pues, sobre los colchones, sobre el mismo piso. Al parecer el pasajero, con sus alcoholes encima también, confundió su habitación con la de la vecina y, al tenderse sobre la cama en medio de la oscuridad más completa se dio con la sorpresa de un 89


Fogatas anunciadoras en el ande cuerpo de mujer que sin resistencia ninguna lo abrazó y se le entregó con la acogida natural de una esposa ansiosa pero sin imaginarse que se trataba de otra persona y no de su esposo, como compungida y llorosa lo repitió una y mil veces ante la autoridad policial que con mirada maliciosa y divertida le escuchaba su versión, más para tranquilizar y contener al violento marido que quería matarla cuando horas después los encontró abrazados en su propio lecho conyugal a su regreso en la madrugada. Del otro protagonista, tan inocente como la pobre mujer, nadie ha sabido nunca más nada, ni siquiera en el consabido parte policial de donde alguien arrancó la cómica aunque dolorosa ocurrencia. Vanos fueron mis esfuerzos en convencer al “Loco” que esa parte era todo lo que sabía de la historieta que les había narrado. Y era verdad, los nombres del denunciante y de los denunciados nunca llegué a conocerlos, ( le di hasta mi palabra de honor, tanta era su insistencia), pero aun conociéndolos jamás los hubiera revelado como actores de esta tragi-cómica situación. En el cuarto que compartíamos, la conversación se iba apagando, las velas se habían consumido y ya nos dormíamos cuando alguien tocó la puerta con mano vigorosa. "¿Quién mierda será…?", dije yo, sin preocuparme por hablar con propiedad. "La PIP", dijo Manuel, siempre pendiente del tema. "Tu amiga", susurró el "Loco". Ni lo uno ni lo otro, pues cuando la persona se identificó reconocí la voz cálida y amistosa de un dirigente campesino que se había enterado de nuestra presencia y venía a buscarnos. En realidad, Efigenio iba a buscarme a mí. Se había enterado en el pueblo de mi presencia y sin perder un minuto se había puesto a averiguar dónde estaba. Quería hacerme un pedido insólito, casi a medianoche y en medio del frío andino. "Vámonos a Muchamaca, Carlitos…", me dijo, "mañana es cumpleaños de Balbina, mi mujer, hemos matado un ternero y tendremos fiesta para pasarla contigo". Sólo un amigo tan querido como este campesino podía formularme un pedido de tal naturaleza. Yo había estado antes en ese lugar, un punto perdido en la inmensa sierra otuzcana, donde tenía su pequeña casa y donde sembraba, en espacio muy reducido, una variedad de papas muy fuerte pero muy sabrosa a tenor de los entendidos, además de criar sus animalitos. En ese lugar, años más tarde la cruel naturaleza sembró de dolor su casa cuando un huayco se llevó a Nikita, uno de sus hijos, mientras pastaba sus dos únicos huachitos. Años atrás me había conocido a través del micrófono de mi programa radial y luego nos conocimos personalmente, en medio de una gira de ocho días a lomo de bestia por la provincia, durante la cual fundamos el primer Sindicato de Campesinos y Yanaconas de la Hacienda Llaúgueda, cuyo administrador era, nada menos, que el secretario general del Partido Aprista de la 90


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Provincia de Otuzco. Este personaje era un médico al que años más tarde disculpé por haber hecho correr la calumniosa historia de que Efigenio Villarreal, Ángel Gutiérrez y yo habíamos esquilmado a los campesinos cobrándoles nuestros servicios por "fundar el sindicato comunista". Recuerdo mucho aquella noche cuando, alumbrados con velas y con toda la seriedad que el caso exigía, solemnes y decididos, rodeados de bultos ensombrerados cuyos rostros no alcanzábamos a ver, firmamos, con nuestros nombres o sólo con huellas digitales, el libro de actas de la fundación del sindicato, cuyo destino final nunca conocí, lo cual me provoca gran pena, porque fuimos en aquella ocasión los avanzados históricos de un hecho con profundo contenido democrático, cuya evolución natural vendría a truncar muchos años después Sendero Luminoso. "Imposible, Efigenio…", le dije, fingiendo pesadumbre, pues lo que menos quería en ese momento era salir de la tibieza de ese cuarto al frío de la intemperie y de la altura. "He venido con mis amigos y no puedo abandonarlos, ellos tiene que hacer en Trujillo, trabajan, deben regresar mañana temprano después de la Misa…" Efigenio no se inmutó con mi falsa tristeza al declinar su invitación. "Conozco al Dr. Manuel, es un gran hombre, un líder que admira, como yo, a Fidel… Lo invito también, me hará un honor aceptando mi hospitalidad en mi humilde choza…" Y, mirando al "Loco", agregó: "al señor no lo conozco, pero lo invito también…" Yo me disponía a ponerme serio, a apoyar con rotundidad mi negativa, cuando, de repente, Manuel sale traicionándome. "Aceptamos, Efigenio, tu invitación, vamos los tres… Pero nos garantizas que hay mulas suficientes y que el lunes estaremos de regreso en Otuzco. Si es así, nos vamos ahora mismo…" Y así fue, comandante del grupo, Manuel no nos dejó escape y dos horas más tarde, aspirando la neblina de la madrugada serrana, ascendíamos lentamente el cerro Pollo rumbo a Muchamaca, Paredones. Por supuesto que no había mulas suficientes, pues éstas eran solamente tres y sirvieron para cada uno de nosotros, que nos pusimos ponchos y sombreros prestados para mitigar el frío. Efigenio y los amigos que lo acompañaban caminaban sudorosos, serios y silenciosos, respirando con fuerza y agitación, en una increíble demostración de resistencia, cargando todo aquello que habían comprado en el mercado del pueblo para el agasajo que se venía. En una de las alforjas, que cargaba la mula que yo montaba, iba el compañero insustituible de los campesinos de la época, el radio a batería. Efigenio lo encendió y en medio de la oscuridad de la noche, mientras avanzábamos, con el cielo plagado de estrellas y de esperanzas, llegó hasta nosotros, potente y retadora, la voz de Radio Habana Cuba y con ella, inconfundible, la "voz libre en América", la de Fidel Castro Ruz. Así marchamos todo el resto de la noche, en silencio, escuchando la radio y escuchando también como tamborileo rítmico el golpe de los cascos de las mulas sobre las rocas del camino, hasta que 91


Fogatas anunciadoras en el ande llegamos, ya de madrugada. Desde la cocina de la casa emergían, ya a esa hora, prometedores humos. En la soledad de su vivienda, hecha de barro y paja, Efigenio había reflexionado muchas veces sobre su pobreza y, alentado por los mensajes socialistas que por la radio le llegaban, se había convertido en líder campesino de la zona y había soportado las agresiones de aquellos que él calificaba como "los contrarios", los que le habían dado no pocas amarguras. Su mujer, Balbina, había sido, desde que la conoció y logró que se le uniera, una compañera ideal, fuerte, tierna, pero nada sumisa. Le ayudaba en las tareas del campo, manejaba como nadie el arado elemental con que abrían con dificultad los surcos. Se ocupaba de los pocos animales que criaban entre las peñas cercanas, procurándoles su comida, y hacía lo mismo con la familia. Nos recibieron en su intimidad, con el calor que despedía el pequeño fogón donde cocinaba, los cuyes que tenían sus nidos allí mismo y que eran, con sus chillidos, la orquesta que acompañaba la reunión, en la única habitación de la casa, que servía para todo. Nosotros, sentados en el suelo, recibíamos los platos de choclos, chochos y papas sancochadas que Balbina había preparado en sus ollas sobre las brasas del fogón de leña. En la sierra la edad es un argumento de mucho peso y suscita gran respeto. Con su palabra cargada de experiencia y su dejo cajamarquino, Manuel pronto se convirtió en el huésped preferido, mientras les hablaba de la vida allá en su tierra celendina, de sus recuerdos y vivencias políticas, algunas de las cuales coincidían con las de la familia Villarreal, que nos acogía, y con las de los amigos que aquella noche nos acompañaban y que lo escuchaban deleitados, deseando que nunca termine. "Yo sigo siendo aprista", sentenció Manuel con ese tono de amargura que bien le conocíamos, "ellos, los otros, son sólo 'convivientes'", agregó, aludiendo al pacto infame que Haya de la Torre había firmado con los banqueros de la familia Prado y que los mismos socios habían bautizado como "la Convivencia". Los campesinos querían saber más de ese pacto, que ellos no alcanzaban a entender, al punto que alguno llegó a decir que le parecía bien porque "la derecha se le había echado al Apra". Manuel les explicó cómo eran las cosas, con paciencia, esforzándose por no utilizar palabras que para sus oyentes pudieran resultar difíciles o ininteligibles por más atentos que estuvieran. Fue otra lección política, con otro público y en la madrugada fría de la cordillera. Habíamos terminado la comida y las sombras habían convertido el cercano barranquillo en un foso inescrutable y peligroso para quienes desconocían los senderos que llevaban de un cerro a otro, donde se ubicaban dispersas otras pequeñas chozas, que a esa hora era imposible distinguir. Sentados sobre pequeños y gastados petates de junco, nosotros habíamos visto como Balbina nos había preparado la cena. Habíamos escuchado los chillidos finales de dolor soltados por los cuyes 92


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO a los que con mano diestra la buena mujer les cortaba el cuello para luego sumergirlos en la enorme olla de agua, ni fría ni hirviendo, porque al cuy no se le pela con agua hirviendo como al pollo que tiene plumas, ya que el pelo se le endurece y se torna difícil de quitar, por más que se le rasquetee con un cuchillo. Ya, "calatos", los sazonó con vinagre, orégano, ajos, sal, pimienta, comino, culantro, ají amarillo, antes de freírlos y cocinarlos, guisándolos en punto de "cabrito", para luego servírnoslos con su mote "arrecho". Las entrañas del cuy iban a una olla aparte, de barro, para ser cocinadas hasta tostarse y ponerse duras y sabrosas junto a unas papitas redondas y pequeñitas, sazonadas con hierbabuena. Todo debía comerse con ají rocoto serrano, que es mil veces mejor que el limeño, "que solo sirve para hacer mermelada ya que no pica dos veces y a veces hasta ni una", según un recalcitrante norteño. Con Manuel nos divertíamos de la cara que iba poniendo el "Loco", que por limeño, "apitucado" o "caviar", como les dicen ahora, era muy proclive a sentir asco. El degüello de esas "ratas", como les decía, le asqueaba y se iba poniendo enfermo sólo de pensar que tendría que comerlas. Como si fuera poco, iba también a engullir los hígados, los corazones, los pequeños riñoncitos y encima "descalaverar" el cuy y, con los incisivos y la lengua, como le explicamos, buscar hasta encontrar el cuycito, el pequeño huesecillo que no es otro que el tímpano, el que luego se pone en el vaso de cerveza o de chicha, para poder pasarlo en el primer sorbo y, si no, en el siguiente. Hallarlo no era fácil, era todo un arte, le dijimos, costumbres heredadas de los antiguos. "Jamás, flaco, ¿cómo pueden comerse esas cosas?, ustedes son indios antropófagos…", protestaba con gesto patético, mientras nosotros, cómplices, nos matábamos de la risa recordándole su obligación de no despreciar la humilde comida de esos amigos. "No son ratas, idiota, ¿no los has visto cuando llegamos, recorriendo el piso de la estancia, buscando el calor del fogón y recibiéndonos con sus chillidos?", le decía yo, con inútil insistencia, porque ya había notado las arcadas que se le venían al pobre, contra su voluntad, hay que reconocerlo. Y luego, Manuel pontificaba, "no, loquito, mira, en la Universidad Agraria han hecho experimentos entre ratas y cuyes y nunca han logrado cruces, son genéticamente intolerables. Más aún, cada vez que las ratas han tenido a su alcance a cuycitos recién nacidos los han matado y se los han comido, la rata es rata y el cuy es cuy…” El “Loco” no quería creerle y mentía para salir del apuro. “Si, pero a estos les he visto el rabo…”, gemía. Una carcajada de los tres cerró el diálogo que habíamos sostenido en voz baja, procurando que no la escucharan nuestros bondadosos anfitriones. Y así, entre risas, se nos venían recuerdos que como páginas leídas figuraban en nuestras historias personales. “¿Te acuerdas, Efigenio, cuando llegamos con Juan Vicente y Walter montados en unas mulas 93


Fogatas anunciadoras en el ande viejas que nos habían dado unos amigos de Ángel, en el pueblo?” Había sido un viaje épico, porque, para nuestra seguridad, yo iba armado con una pistolita calibre 25 que sólo hubiera servido para matar un conejo o una vizcacha, si se hubieran puesto a tiro y a condición que permanecieran quietas como estatuas para que yo pudiera acertarles. Fue un viaje sin otro objetivo que pasar gratos momentos en la sierra entre gente tan buena como pacífica y amigable. “Si me acuerdo, Dr. Carlitos, que se quedó mudo y no sabía qué hacer cuando mi compadre Blas lo sacó a bailar…”, terció Balbina con una sonrisa. Todos se rieron de buen grado y yo recordé la anécdota. Habíamos estado, como en ese momento, en la misma cocina de la choza de Efigenio, sentados en el suelo, cuando apareció entre las sombras, como emergiendo de la quebrada vecina, un “cajero” o “chiroco” de esos que, premunidos de flauta y de un bombo que les cuelga del cuello, suelen arrancarles unos huaynos llenos de nostalgia que ponen a la gente evocadora y hasta triste. De pronto, uno de los presentes, seguro el compadre Blas de mis amigos, se puso de pie, muy serio y acercándose a mí, sin mediar palabra, me invitó a bailar el huaynito tristón. Yo, primero , no supe que hacer, en ese momento que, ¡tan bien!, recordaba Balbina, pero luego, reaccionando, me levanté y tras saludarlo con mi sombrero me puse a bailar con él en el centro de la pieza. Nunca me pareció tan larga una pieza musical, entonada por ese anónimo cajero a quien nunca más en mi vida volví a ver. En medio de las risas que mi relato había despertado, pronto encontré ocasión de vengarme de Balbina. “Y te acuerdas cuando al día siguiente bailé contigo y, según la foto que te envié, hice un paso y te ‘chuequié’ y casi te caíste, ¿por qué no traes esa foto para que todos la vean?” Volvimos a reír. El ambiente cálido se había hecho en ese momento más agradable, se rompieron todas las distancias y todos nos sentimos amigos, incluido el “Loco”, que, atenaceado por el hambre, se había dedicado a engullir con frenesí canchita y papas, choclos con queso de cabra, resistiendo estoico a nuestras exigencias de que probara los cuyes, aunque así, como nosotros, no le hacía ascos a la chicha de jora. Manuel volvió a tomar la palabra luego de regresar del exterior lleno de sombras, a donde había salido a hacer aguas. No había querido que nadie lo acompañe. “Soy serrano y a mí los cerros y la oscuridad no me asustan”, dijo. Los cerros y la oscuridad seguramente le removieron la memoria, pues con la enjundia que le conocíamos pasó a contarnos, con detalles, la vez aquella en que siendo muy joven, en su Celendín querido, junto a otros jóvenes, una noche, en su primer enfrentamiento con la dictadura odriísta, había encendido fogatas en un cerro contiguo al pueblo, con motivo del cumpleaños de Víctor Raúl Haya de la Torre, pero en realidad anunciando su compromiso con el Apra y con los ideales de cambio que representaba.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

LA TRAMPA EN CASAGRANDE

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n otra ocasión, los tres habíamos quedado en ir a Casagrande y ya estábamos en la carretera Panamericana, rumbo al Norte, con el propósito de llegar a la hacienda antes de las cuatro de la tarde, cumplir con las cosas que teníamos que hacer y regresar. El viejo Simca nos llevaba con toda tranquilidad, pese a lo cual no dejábamos de exigirle a César que no apretase demasiado el acelerador ya que nos podíamos "desmondongar", como dijo Manuel, preocupado ante la idea que pudiéramos quedarnos varados en la carretera si el motor volvía a caerse, o si las nuevas llantas, de segunda, que el "Loco" había comprado resultaban un fiasco, desmintiendo la garantía de dos años que le había prometido el astuto vendedor. La carretera estaba en buen estado y no teníamos temores por ese lado, lo que me permitió recordar una entrevista hecha hacía algunos años a un funcionario norteamericano que venía desde Colombia por tierra a un evento del Touring Automovil Club del Perú y que al ser preguntado por qué no había preferido viajar en avión había respondido que la carretera Panamericana "is a dream", calificándola como excelente. Debía ser así porque ese asfalto parecía de primera calidad y de larga duración, tanto es así que sólo se terminó de malograr, por falta de mantenimiento, hacia 1985, o sea 30 años después. "Toribio" ronroneaba como un gato feliz y se deslizaba por la pista tan suavemente que nos inducía a una peligrosa modorra a Manuel y a mí, pero felizmente no al "Loco", que siguiendo su inveterada costumbre no paraba de hablar. Cada uno de nosotros tenía un objetivo distinto, no revelado al comienzo, para hacer esa pequeña gira a Casagrande, que por esos años ya era calificada como la hacienda 95


La trampa en Casagrande azucarera más grande del mundo, siendo manejada no sólo por los miembros y herederos de la familia Gildemeister, sino por técnicos peruanos de primera línea, lo que, en los años siguientes a la Reforma Agraria de 1969, permitió que la productividad se incrementara, lejos de disminuir, una vez que se alejaron los "gringos". No fue la Reforma Agraria la que fracasó sino las maniobras perversas que los gobiernos que reemplazaron al del General Velasco, pusieron en práctica para lograr su desprestigio, evidentemente con fines políticos y económicos. Cuarenta años después, la enorme hacienda que por la época cubría amplias extensiones de ricas tierras cultivables en tres departamentos del Perú, no fue devuelta a sus legítimos propietarios sino que cayó en las ávidas manos de empresarios criollos en alianza comilitona con políticos inescrupulosos. Manuel buscaba en Casagrande contactar a cierto dirigente sindical con el que mantenía amicales relaciones de corte partidario y cuyo nombre no quiso revelarnos. Conocía su dirección y había exigido que la primera visita fuera a la modesta casa del sindicalista, con el que pensaba conversar para explicarle su toma de posición. Su temperamento generoso y discreto lo llevó a pedirnos que el Simca se detuviera en la esquina de la cuadra donde vivía el compañero, a fin de no comprometernos. "Se detendrá siempre y cuando los frenos funcionen", dije yo con tono malvado. El "Cholo" iba vestido informalmente, en mangas de camisa y en la cabeza se había puesto una pequeña gorra que le había tomado prestada a uno de sus hijos. "Sólo te faltan los lentes oscuros", le dije, cachaciento, seguro que sólo sonreiría como lo hacía cada vez que buscábamos "tomarle del pelo". Curiosamente yo también buscaba a un dirigente sindical amigo, también casagrandino, al que veía con frecuencia ya que su esposa e hija vivían en la casa de mis padres en Trujillo, donde Matilde era la encargada de la cocina y Chona, su hija, asistía a la escuela pública que quedaba a la vuelta, en el Jirón Almagro. Migdonio, el padre, un leal aprista y al mismo tiempo dirigente sindical, estaba convencido de que la "estrategia" de Haya de ayudar a los hacendados para evitar el peligro comunista era la más acertada. "No hay nada peor para los trabajadores que el sistema socialista o comunista, y mientras más lejos esté de Fidel Castro y sus barbudos al servicio de Moscú mejor será para la clase trabajadora… Ni Washington ni Moscú es una frase y un anatema que sólo podía venir de un cerebro privilegiado como el de Haya de la Torre…" Me lo había repetido infinidad de veces mientras compartíamos, junto a amigos u otros servidores la cena que su mujer, "la vieja Matilde", preparaba en la cocina de mi casa. Vanos fueron mis esfuerzos por rebatirlo con éxito. Yo lo observaba y tenía la seguridad de que era 96


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO sincero y creía firmemente en lo que argumentaba ya que, además, era un sindicalista bien entrenado pues había ido hasta en dos oportunidades a Estados Unidos para asistir a cursos de la OIT. En cuanto a César, él tenía intenciones mucho más pragmáticas. ¡Al fin, "el amor llegó hasta mi…"!, nos dijo, parodiando la célebre canción de Cole Porter, "Love is very splendor thing", aplicándola a su caso particular en referencia a una preciosa morena casagrandina cuyos vientos bebía en esos tiempos y a la que había seducido con su verborrea graciosa y no exenta de grandilocuencia romántica. La muchacha parecía corresponderle, pese a la recia oposición de su familia. Es más, los hermanos de la chica, rotundos y fuertes mocetones, le habían prometido con toda seriedad una paliza de órdago si lo encontraban en las proximidades de su casa, por lo que él evitaba el riesgo, siempre precavido y caballero, para evitar un escándalo, no por otra cosa, decía. "No, Carlitos", me explicaba, muy seguro, "jamás se van a imaginar que yo voy a venir hasta Casagrande a buscarla…" "Y menos en esta carcocha…", le espetaba yo mostrándome injusto y poco simpático con el viejo y servicial "Toribio", culpable de nada e inocente de todo, ya que quien debía mantenerlo en buen estado era su dueño. Convinimos amigablemente el orden en que haríamos las visitas. Primero la de Manuel, luego la mía y finalmente la del "Loco", pero con la advertencia de que si se suscitaba una situación violenta con la familia de su "Julieta", nosotros no participaríamos y, más bien, emprenderíamos inmediata y prudente retirada. Para mí era una situación forzada pues los presuntos "cuñados" además de ser buenas y correctas personas, eran amigos de mis hermanos y no tenía ninguna gana de alterar esa relación. Eran como las seis de la tarde cuando llegamos a la esquina de la cuadra donde vivía el sindicalista amigo de Manuel, por lo que César se estacionó y apagó el motor frente a una pequeña panadería. Yo estaba intrigado porque el lugar me resultaba algo familiar pues estaba casi seguro de haber estado antes por allí, pero preferí no decir nada y permanecí callado mientras observaba las maniobras de Manuel para acercarse al lugar donde, presuntamente, lo esperaba su "compañero". "¿Estás seguro que es aquí …?", le pregunté mientras lo seguía y lo veía caminar procurando que sus pisadas no hicieran ruido. La calle estaba silenciosa y vacía, y sólo se escuchaba un rumor un tanto lejano como si viniera de un salón o de un teatro que no acertaba a definir. El pueblo de Casagrande en esos años era de amplias calles de tierra apisonada, adornadas con algunos maceteros y no pocos árboles sembrados por los propios vecinos. Los pobladores de Casagrande, en su gran mayoría, trabajaban para la hacienda, principalmente en la Fábrica, que era considerada como uno de los más grandes y modernos ingenios azucareros del mundo.

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La trampa en Casagrande Mientras Manuel avanzaba yo tuve un presentimiento y recordé de repente que, en efecto, ya había estado antes en ese lugar. Le tiré de la casaca. "Manuel, espera… Déjame ir primero a ver qué pasa", le dije, preocupado porque el ruido crecía a medida que nos acercábamos. Me puse adelante y avancé. "¿Qué pasa?", me dijo. Yo le contesté con otra pregunta, "¿tu compañero, al que vienes a buscar, se llama Migdonio…?" "¿Cómo lo sabes, Carlos"?, dijo con sequedad, ya que cuando enfrentábamos cosas serias siempre obviaba el diminutivo. "Lo conozco y mucho, voy a ver de dónde vienen esas voces fuertes, Manuel", le dije avanzando hacia la casa que yo conocía. Pronto comprendí el peligro en que Manuel podía haber estado, de haber avanzado y de haber sido reconocido por los asambleístas que repletaban la casa de Migdonio, mi amigo, el esposo de Matilde y padre de Chona. Era evidente que en la reunión había corrido mucho licor porque el estado de los asistentes, unos veinte o treinta, era fuertemente alterado y violento. Como si fuera poco, los beodos gritaban consignas y amenazas de muerte contra De la Puente y los "traidores del Apra rebelde", con ese fanatismo que había sembrado la dirigencia "conviviente" del partido y que el estado etílico en que se encontraban potencializaba. No quiero imaginar lo que le hubiera pasado a Manuel si esa gente, tras reconocerlo como uno de los "aprista rebeldes", lo hubiera rodeado y le hubiera echado mano. No llegaron a verme, por lo que yo tampoco me hice presente, decidiendo postergar la recepción de la botella de "melao" que Migdonio me había prometido solemnemente en días pasados y que iba a servir para que su mujer, Matilde, nos sirviera el delicioso requesón que solía preparar en nuestra casa. En retirada llegamos hasta el auto donde el "Loco" nos esperaba. "Arranca Cesar, nos vamos a Trujillo…", le dijimos. "Pero, ¿cómo?, ¡falta tu visita y la mía!", dijo quejándose, protestando. "Otro día, César…", le dijo Manuel con gesto terminante, agregando un tranquilizador "en el camino te explico…". Era lo mejor que podíamos hacer desde todo punto de vista. El propio "Loco" nos contó después que su damisela le confesó que aquel día no había estado en Casagrande. Era casi de noche cuando emprendimos el regreso, echando maldiciones pues no habíamos visto un anuncio premonitorio: el viejo y maltrecho Simca estaba tuerto. A quien no haya vivido en esos años de la década del 60 en Trujillo, tal vez puede parecerle exagerada la apresurada huida del pueblo, pero es que eran muy frecuentes las palizas y pateaduras con que los "búfalos", los hombres de choque del Apra, agasajaban a sus adversarios. Esto era frecuente en la Universidad de Trujillo, en donde terminaron emergiendo las primeras y legendarias figuras que osaron oponérseles, enfrentarlos con la dureza de sus puños y con una valentía y resistencia física a toda prueba, que sorprendía a los mismos agresores. Uno de ellos, un joven militante de Acción Popular, Jorge Díaz León, apodado por sus fieras 98


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO arremetidas contra los "búfalos" como "el Macho salvaje", nunca fue enfrentado individualmente y terminó siendo respetado por los propios apristas. Posteriormente llegó a ser diputado de su partido, pero murió demasiado joven víctima de una antigua enfermedad. Y no era solamente eso. En aquellos días, oportunamente revividas por la prensa antiaprista, se recordaban paginas luctuosas y terribles protagonizadas por elementos fanatizados de ese partido que terminaron con la muerte de sus víctimas. No era pues improbable que de haber sido identificado y descubierto por los asambleístas ebrios que llenaban la casa de Migdonio, Manuel hubiera acabado victimado y, con él, nosotros, sus acompañantes, que ya teníamos vela en ese entierro porque desde la Radio yo fustigaba a los "convivientes" y "claudicantes". "No creo que Migdonio te haya preparado una trampa…", le dije a Manuel, plenamente convencido de que todo eso sucedió por coincidencia. Es más, le agregué, creo que las señoras que en ese momento salieron de la casa y me vieron, sin duda, me reconocieron y te reconocieron, pero guardaron silencio cuando vieron que nos alejábamos…" Lo cual era plenamente cierto ya que familiares de Matilde iban con frecuencia a mi casa y compartían momentos conmigo y en particular con mi madre, siempre cariñosa y abierta con las personas que visitaban a su "cocinera". Yo estaba seguro que me reconocieron, pero no dieron muestra de ello, le insistí. Manuel tampoco creía en la trampa. En cambio, César, menos sentimental, sí creía en el engaño y se inclinaba por la tesis de la celada. El diálogo al respecto se animó porque el "Loco" sazonaba sus opiniones con gruesas palabras de condena para con los apristas y para con el mismo Migdonio. La verdad es que si bien los dirigentes apristas ya estaban plenamente coludidos con la oligarquía, "por estrategia", como les había hecho creer a sus militantes, éstos se habían quedado en una especie de limbo. La historia del partido no había sido muy edificante para ellos, y esto era entendible, en el sentido de que la represión, con cárceles, torturas y muertes, que se abatió sobre ellos, especialmente después de la revolución de 1932, los llevaba, a su vez, a actuar con parecida dureza frente a sus opositores o perseguidores. Pero mientras tanto había ocurrido algo trascendente: el Apra había cambiado de bando, y del campo de los pobres se había pasado al de los ricos. La masa, sin embargo, no lo percibía y seguía creyendo en una "revolución" por la que, si era necesario, podían morir, pero también matar. Desde esa perspectiva, a Manuel lo hubieran linchado sin posibilidad de defensa alguna, esa tarde, en ese silencioso y hostil pueblo de hace medio siglo, sin que ninguno de los pobladores interviniera ni hiciera nada a su favor, sin contar que de la policía poco podía esperase, no sólo porque estaba lejos, sino coludida con los intereses de la "Convivencia". Casagrande, por su situación, tenía un rico, un enorme valor político 99


La trampa en Casagrande para el Partido Aprista. La masa electoral del valle de Chicama, que incluía a las poblaciones de Cartavio, Chiquitoy, Magdalena y Santiago de Cao, Chicama, Paiján e incluso los llamados Anexos de la enorme hacienda, votaba por consigna, aportando al partido decenas de miles de votos, asegurándole, junto con la propia ciudad de Trujillo, donde "hasta las piedras eran apristas", aplastantes victorias electorales sobre las pequeñas fuerzas políticas rivales y consolidando el mito del "Sólido Norte" aprista. Sobre ese voto disciplinado, muy fuerte en ese momento, pero no eterno, como la dirigencia aprista lo descubrió, dolorosamente, años más tarde, se consolidó un predominio tan exagerado que permitió que muchos miembros de la pequeña burguesía trujillana, que nunca fueron apristas, se subieran oportunistamente al carro con el beneplácito bonachón del "Jefe". De este modo, aprovechando la senilidad caprichosa de Haya de la Torre, a quien en sus últimos años se le dio por una tardía condescendencia "aristocrática", cierta gente se hizo de grandes fortunas y caudales, que los arrancó de su petulante pobreza. En opinión de muchos, la muerte, el asesinato, de Manuel Arévalo, a manos de la dictadura de Benavides, le permitió a Haya de la Torre deslizarse en esas extravagancias que el recordado y pugnaz líder obrero jamás hubiera permitido. Manuel, durante el trayecto de retorno, guardaba silencio como era su costumbre, hasta que consideraba el momento de que debía intervenir para zanjar la discusión o para apoyar algún juicio que consideraba correcto. Por ello la discusión corría por cuenta mía y de César. El "Loco", ya lo dijimos, creía que a Manuel le habían tendido una trampa. Por mi parte, yo defendía a Migdonio, a quien consideraba incapaz de tamaña trastada. La discusión, sin embargo, terminó agarrando un tono más trascendente en torno al enorme valor económico, político, social y electoral de Casagrande. Allí intervino Manuel con su habitual conocimiento e información para subrayar la importancia estratégica de la gigantesca hacienda, reconocida como una de las principales contribuyentes en el campo tributario nacional y cuya presencia en el campo agroindustrial era destacada en las más importantes publicaciones de negocios del país y el extranjero. La discusión derivó cuando el "Loco", contemplando los cañaverales, se puso a sostener en forma insistente que si las culturas precolombinas hubieran conocido o presentido el marxismo su desarrollo hubiera sido socialmente más fuerte. Yo le rebatía alegando que eso no hubiera sucedido nunca porque esas sociedades, incluyendo la incaica, eran realmente autocráticas y elitistas, de modo que si alguien hubiera planteado algo así, sin duda hubiera terminado sometido a la esclavitud o muerto. "Los dos tienen razón…", apuntó sorpresivamente Manuel, "pero tampoco la tienen porque ni los incas, ni los chimús, ni los mochicas, ni nadie en el Perú conocían la caña de azúcar, pues la trajeron los españoles con la Conquista…" Y punto. Nos dejó mal 100


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO parados, como casi siempre sucedía cuando intervenía en nuestras discusiones aunque siempre abriendo la posibilidad de una nueva. El "Loco", nada contento, siempre picón, intentó hacer broma sobre el tema y le dijo, "entonces los españoles la trajeron desde Madrid o fue Colón, con sus carabelas…". Manuel, sin detenerse en la ironía, empezó a explicarle, mientras yo permanecía atento porque, en su euforia, nuestro amigo podía descuidar el manejo y era ya de noche. "Acertaste, César", le dijo, "la trajeron a América los españoles. Colón, Cortés, Pizarro u algún otro con más visión comercial que ellos, pero antes, a la caña de azúcar la llevaron a Europa y a otros territorios subtropicales otros conquistadores, los árabes, durante la Edad Media. Pero no creas que fueron los árabes los que la conocieron originalmente. Hacia el año 1000 a.C. ya había refinerías de azúcar en Egipto… y es posible que los primeros cultivos de caña de azúcar aparecieran en Nueva Guinea, hace 8.000 años, emigrando, luego, lentamente, hacia la India y a otras zonas del mundo conocido o por conocer… " Yo traté de meter mi cuchara y comenté que en esos tiempo los hombres "seguramente mascaban las cañas, como hacen los chicos que las roban en los cuarteles de la hacienda…" Manuel dijo que sí, que al comienzo la mascaban pero que luego, los hindúes probablemente, la convirtieron de planta de jardín en planta de cosecha varios siglos antes de la era cristiana. Cincuenta años atrás, la intensidad del tránsito en la carretera Panamericana era en realidad pequeña, al punto que algunos aficionados a las carreras de autos no tuvieron mayores dificultades para organizar una competencia de gran aliento y extensión, la cual, en 1947, arrancó en Buenos Aires, Argentina, y terminó en Caracas, Venezuela, "sin paralizar la economía ni afectar el comercio nacional…", dije. "Entre los participantes en esta competencia figuró el gran Juan Manuel Fangio, campeón mundial de automovilismo", apuntó Manuel, seguro para demostrarnos que el deporte no era un tema ausente para él. Yo no me quedé atrás porque, como les conté en ese momento, recordaba con claridad la noche en que pasaron por Trujillo, disputándose la punta, Fangio y uno de los famosos hermanos Gálvez, figuras preponderantes del automovilismo argentino. "A la velocidad que iban, menos de 10 minutos después de pasar por Trujillo se accidentaron en una curva a la altura de Chicama, falleciendo el copiloto de Fangio, un muchacho de apellido Urrutia…" Fue una tragedia muy lamentable, pues a raíz de ella, para Fangio y para otro automovilista, amigo de Fangio, de apellido Mujica, terminó la competencia, con el agregado que, este último, luego de conocer Trujillo, se quedó para siempre por estas tierras. La conversación derivada, más que al deporte, a los recuerdos, nos desvió momentáneamente de los temas políticos que discutíamos en competencia interminable para establecer, entre César y yo, quien sabía 101


La trampa en Casagrande más. Así, distraídos de la ruta y del tiempo transcurrido, de pronto caímos en cuenta que hacía bastante rato que habíamos dejado atrás Chocope, con su famoso hospital obrero, y ya habíamos atravesado el primer paso a desnivel que se construyera en nuestro departamento, ejecutado precisamente por la hacienda Casagrande, para facilitar el transporte de la caña quemada desde sus cuarteles más alejados del litoral hasta la fábrica. La noche estaba oscura como boca de lobo y la luz que emanaba el único faro activo del Simca alumbraba difícilmente la carretera, originándome una preocupación que ni la discusión con César ni la conversación con Manuel lograban disipar. De vez en cuando nos cruzábamos con otro vehículo, cuyo conductor nos torturaba con sus potentes luces largas y, entonces, las maldiciones y palabrotas del "Loco" se disparaban como ráfagas de metralleta anatematizando la estupidez de la gente "y la desidia de las autoridades que le daban brevete de conducir a tanto imbécil". "Lo increíble, y esto lo sabe poca gente, como fue que el cultivo industrial de la caña de azúcar alcanzó su gran desarrollo en América, a partir de la conquista y mucho antes que los alemanes llegaran a Casagrande. En el siglo XVII ya era aquí, en el Perú, la industria del azúcar, una de las mayores del mundo…", siguió explicando Manuel, luego de un largo y sobresaltado silencio. Agregó, para gusto de César, que "era posible que las relaciones de producción hayan exigido en esa época la introducción de la esclavitud negra para el duro trabajo de los campos. Los negros, que fueron un importante factor en el cultivo primitivo de la caña, la desarrollaron aquí… Aunque aquí, en el Norte, no trajeron negros, pues tenían a la mano suficientes "cholos baratos…" "El cholo barato además de caña produce votos, y los votos producen nuevos ricos cuya vida es más dulce que la caña", le espeté yo, de pronto indignado, inmisericorde, como cada vez que se trataba del predominio aprista en la zona. Casi sin darnos cuenta y pese a la lentitud natural del viejo "Toribio", habíamos llegado a la ciudad por el lado norte, sanos y salvos. César nos fue dejando a cada uno en su casa y nos quedamos con la sensación que, sobre el tema, hubiéramos tenido mucho más que conversar. Llegado a mi casa tuve, al día siguiente, que explicarle a la vieja Matilde que no había podido recoger el "melao" de la casa de su marido, y que mejor ella lo trajera, personalmente, la semana siguiente. "Nos faltó tiempo, Matilde", dije. La buena mujer, sin reprocharme, masculló algo sobre la necesidad de ese "melao", llamado también "miel de chancaca", que es un jugo oscuro, algo espeso, una etapa en el proceso de transformación del azúcar y que, para muchos, es una creencia de siglos, "tiene propiedades curativas".

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

MANUEL PITA DÍAZ, PROTAGONISTA Y TESTIGO

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e dicho antes, páginas atrás, cuando contaba nuestra aventura en Muchamaca, Paredones, cerca de Otuzco, que en la casa de Efigenio, al final de la noche, Manuel terminó contándonos un suceso ocurrido en su tierra, en Celendín, con motivo del cumpleaños de Haya de la Torre, años antes de que él se convirtiera en uno de los dirigentes jóvenes del Apra en la Universidad de Trujillo, mucho antes de los choques y conflictos que provocaría dentro del partido el pacto ominoso del máximo líder del Apra con la oligarquía peruana. Aquí quiero incluir la versión que él da en sus escritos y apuntes del suceso. La estampa, que él ha titulado "Una celebración onomástica en Celendín", es muy representativa pues cuenta un suceso que es un hito en su vida y en su formación política.

UNA CELEBRACIÓN ONOMÁSTICA EN CELENDÍN (21 de Febrero de 1950, cumpleaños de Víctor Raúl) A la memoria de Homero Horna Gil. Esa tarde, las calles empedradas de la plana, cuadriculada y nororiental ciudad andina donde nací, exhibían cara limpia, fresca sonrisa y aromado aliento como suele percibirse después de la lluvia. De nuevo circulaba la poca gente que entre semana se desplaza de un lugar a otro. Todo estaba tranquilo y nada indicaba algo fuera de lo normal. El sol, todavía muy alto eliminaba humedades, abrigos y tristezas. Los comerciantes, tras sus 103


Manuel Pita Díaz, protagonista y testigo mostradores o reclinados en las puertas de sus negocios, alternaban chanzas y chismes con clientes y vecinos. En las casas, las familias se aprestaban a tomar el tradicional chocolate celendino de las dos de la tarde. Los "confabulados" nos dispersábamos luego de clandestina reunión en la que se afinó el operativo para celebrar el cumpleaños de Víctor Raúl. La consigna al salir fue que cada concurrente armara su correspondiente coartada. La represión sería muy fuerte y sobre los apresados caería el rigor de la llamada Ley de Seguridad Interior, pero la ocasión era importante y significativa, no sólo por el natalicio del máximo dirigente del partido, sino porque en el momento político que se vivía era vital demostrarles al país y al tirano la sólida organización del Partido Aprista Peruano (PAP), del Apra, en todo el territorio nacional. El General Manuel A. Odría, con apoyo del militarismo y del imperialismo norteamericano, había derrocado al Dr. Luis Bustamante y Rivero, presidente constitucional, desatando implacable represión contra el PAP por ser la organización política más poderosa del pueblo. Su jefe, Víctor Raúl Haya de la Torre se había visto forzado a pedir asilo en la Embajada de Colombia. Aquel día fue memorable para mí porque se afianzó racionalmente mi filiación política. No sólo por las razones con que autorizados dirigentes explicaban la sombría realidad política y socioeconómica del Perú y de Indoamérica, entonces subyugados por la expansión imperialista aliada con intereses capitalistas u feudales del interior, sino porque en aquella clandestina reunión pude contemplar cómo y hasta qué extremo de sacrificio consciente podían demostrar jóvenes de toda condición y nivel social, capaces de exponer su libertad combatiendo a la tiranía. El Plan celebratorio en Celendín consistió en lo siguiente: 1) Armar y encender con leña empapada en kerosene la palabra APRA, con caracteres gigantes, en la colina cercana de San Isidro, al pie de la capilla, visible desde todos los rincones de la ciudad y la campiña, y 2) Armar y encender tres baterías de veinticuatro cohetes de estruendo cada una, en la parte del río Chico que daba a la esquina de la plazuela de la Alameda, en una huerta abandonada del barrio de Colpacucho, hoy rebautizado El Rosario y, la última, en el solar desocupado frente a la casa de don Santiago Pereyra, a media cuadra del puesto de la Guardia Civil. La implementación estaba totalmente cubierta. En la reunión tratamos de cómo, de manera sigilosa y segura, se iban a armar los cuatro ejes alborotadores, de quiénes se encargarían de montarlos y, en especial, de quienes serían los "encendedores". Estos últimos no solo arriesgarían al máximo su seguridad personal sino también el éxito de la acción. 104


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO De los concurrentes, nadie regateó su participación, lo cual fue resaltado por el Dr. Homero Horna Gil, secretario general del Comité Ejecutivo Provincial, quien, reclamando máxima atención, nos explicó la naturaleza, significado y objetivos del operativo, cuyo éxito debía garantizarse con total responsabilidad. Por esta razón, dijo, le correspondía informar que los "encendedores" habían sido designados teniendo en cuenta su capacidad operativa, es decir, sus cualidades, su firmeza de carácter, su estado físico que asegurara rapidez en el uso de las vías de escape y su demostrada habilidad para realizar tareas delicadas en el menor tiempo. Agregó, "por el momento sus nombres los mantendré en secreto". Tal decisión incomodó porque evidenciaba una cierta discriminación. Tal reacción fue percibida por Homero, quien levantando elocuentemente al aire el muñón de su amputado brazo izquierdo, dijo: "quisiera hacer todo, pero todo no lo puedo hacer". "Nunca olviden que somos una fraternidad, cuyos miembros están en todos los rincones de la patria haciendo disciplinadamente lo que les corresponde hacer y aprender. Estas reuniones son escuelas cívicas de valor, comprensión y solidaridad", agregó. Respetando el turno de salida me fui a ver a mi amigo Américo Aguilar, instructor militar del Colegio Javier Prado y gran aficionado a la riña de gallos. Debido a esto último había retornado de Lima antes del término de sus vacaciones. Esa tarde, Aguilar respondería al reto de don Agustín Pereyra, sin duda el más aficionado gallero de la provincia, con sus ejemplares "Caramelo" y "Sacapico". Lo acompañé portando al segundo. En el trayecto, mi amigo ponderaba entusiasmado las cualidades de sus engreídos, dando por descontado el triunfo. Ya en la "cancha", con naturalidad afectuosa, saludé a respetables aficionados que no eran apristas, a los señores Santiago Pereyra, Oscar Merino, Manuel Tirado, Artemio Tavera y otros, cuyo testimonio en el rato previsto serían decisivos. En la contienda, "Caramelo" destrozó a su rival, y "Sacapico", valeroso y aguerrido hasta lo último, "enterró el pico" obligando a su dueño a levantarlo con compasión. De retorno, encontré en casa a un primo mío, el Dr. José Mercedes Pita Vásquez, Juez de Primera Instancia de Celendín, quien, en vista de mi filiación política y de lo significativo de la fecha, consideró oportuno recomendarme "mucha prudencia" para no comprometer mi libertad en vísperas de mi ingreso a la Universidad. Eran ya más de las siete de la noche. Lo acompañé un poco y nos despedimos a la altura del despacho parroquial. El Cura, el Rvdo. Manuel Quiroz, locuaz, dicharachero, vecino y gran amigo mío, aceptó jugar una partidita de casino para desquitarse de derrotas anteriores. En la intimidad simpatizaba con la causa aprista, pero 105


Manuel Pita Díaz, protagonista y testigo esa noche ni remotamente pensaba en ello. Me angustiaba la lentitud del reloj de la pared y erraba mi juego provocando el regocijo en mi contrincante. Más que temor a la inevitable represión temía el fracaso del operativo… Las nueve y cinco y nada… Las nueve y quince… y nada. La cosa debía arrancar a las nueve… Los nervios, pese a mis disimulados esfuerzos, me hacían transpirar… Cuando de repente, desde la calle, voces de toda edad y sexo se pusieron a gritar "¡miren a San Isidro…! ¡miren a San Isidro…!" Salimos volando, y el Cura, que por referencia mía recién daba con lo significativa que era la fecha, sugirió que fuéramos a la Plaza de Armas para mejor apreciar lo que sucedía. ¿Qué más respetable compañía podía yo tener en esas circunstancias? Gigantes ardían las letras A P R A en la colina y la gente se aglomeraba poco a poco dejando oír comentarios diversos. "Son los apristas…", "son los apristas…", se oía por todo lado. Nos informaron que guardias civiles ya subían a sofocar la luminaria. En ese momento, sucesivos estruendos se dejaron escuchar del lado de la Alameda, desorientando la atención y aumentando el asombro. El sacerdote, simpatizante pasivo, no podía ocultar su satisfacción… "!Pero que lindo está todo esto!", decía una y otra vez. Varias personas lo saludaban afectuosamente. Todos expresaban su sorpresa y se complacían en conjeturar el ánimo, en esos momentos, del prepotente Subprefecto. En eso, desde Colpacucho, otra andanada de estruendos aturdía a los sudorosos policías, que ya habían vuelto. "¡Era el colmo…!", dijo uno de ellos. El párroco decidió retornar al barrio y, despidiéndose de unos y comentando brevemente el suceso con otros, ya salíamos de la Plaza de Armas cuando…, otra vez, en las barbas de los custodios del orden, unos tras otro, veinticuatro camaretazos retumbaron cercanos, ensordecedores. La estupefacción general no tuvo límites. "Ahora sí, ¡que venga lo que venga…!", clamó, regocijado, algo en mi interior. Esa misma noche fueron apresados Homero Horna Gil, José Alejandro Chávez Pereyra, Félix Zamora y otros consecuentes luchadores. Al día siguiente fui conducido a la Policía de Investigaciones, donde hice turno para dar mi "manifestación". Al final me liberaron, advirtiéndome que no podía salir de la ciudad "sin autorización". Estoy casi seguro que mi libertad se debió, antes que a la investigación, a los nombres de las autoridades que involucré en mi declaración. No más fui requerido y, pocos días después, sin "autorización", viajé a Trujillo para ingresar a la Universidad. Este episodio político, ocurrido en Celendín, tiene para mí singular importancia referencial. Revela el grado de concientización alcanzada, en la juventud y el pueblo, gracias a la prédica de 106


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO dirigentes ejemplares, no contaminados por la fiebre que suele darse en las organizaciones políticas cuando compiten en elecciones representativas. Esta fiebre, surgida en la vida del Apra en etapas posteriores a la época de este relato, desnaturalizó, debilitó su mística revolucionaria, franqueando el paso al desbordamiento de apetitos de poder, de arbitrariedades e inconsecuencias frente a los principios, y todo ello decorado conveniente y demagógicamente. (Textual de "Memorias Políticas", Manuel Pita Díaz, 2004) Esto es lo que Manuel contó, aquella noche, más o menos con las mismas palabras, en la humilde casa de Efigenio, en Muchamaca, Paredones. Todos nos quedamos en silencio mientras escuchábamos la narración y solo se oía, como fondo musical, proveniente de la honda noche que rodeaba y apretaba la pequeña casita colgada de los cerros, al borde de una quebrada asesina, el violín de los grillos y cigarras. El silencio persistía mientras pensábamos en la reflexión final con la que Manuel remató, incorporando a su historia la pedagogía a la que era tan afecto.

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Manuel Pita DĂ­az, protagonista y testigo

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

ONCE AÑOS DESPUÉS, EN TRUJILLO (11 de marzo de 1961) La Plaza de Armas de Trujillo es, sin duda, una de las más hermosas del Perú. Su trazo, de un cuadrado exacto, fue delineado por el teniente del ejército almagrista Miguel de Estete en diciembre de 1534, a inicios de la conquista española. De Estete realizó el trazado acompañado por un pequeño grupo de soldados, cumpliendo un encargo del mismo Diego de Almagro. El conquistador estaba de regreso de Quito y, "cautivado por la belleza y fertilidad de la zona", le ordenó el trazado de la plaza, lo que marcó la futura ubicación de la ciudad de Trujillo, cerca de la impresionante Chan Chan, la ciudadela de barro gigantesca de los chimú, situada a unos kilómetros al norte, y también cerca de una caleta de pescadores llamada Huanchaco, al borde del Océano Pacífico. Almagro siguió su rumbo para encontrarse con su socio, Francisco Pizarro, en un lugar del sur, muy cerca del río Rímac, denominado Pachacamac, donde los españoles se preparaban para fundar la ciudad de Lima, que iba a ser la capital del país que estaban conquistando. Informado por su socio sobre la ciudad que había fundado en el norte, y a la que iba a ponerle el nombre de Trujillo, en recuerdo de la ciudad en la que había nacido Pizarro, éste "se constituyó en el Valle del Chimú y formó e instaló el primer cabildo el 1º de Marzo de 1535, dejando el primer documento fehaciente de la fundación y organización de la ciudad de Trujillo". Versión histórica recogida por Santiago Vallejo, autor del libro "Homenaje al IV Centenario de la ciudad de Trujillo", editado con ocasión de ese acontecimiento histórico, que, sin embargo, deja una duda: ¿Trujillo fue fundada antes que Lima? Si nos atenemos a la costumbre española de signar las fechas de las fundaciones, o de las 109


Once años después, en Trujillo construcciones, desde que se pone la "primera piedra", Trujillo viene a ser alrededor de un mes más antigua que Lima, fundada el 16 de Enero de 1535, pero, si nos referimos a las actas de fundación o primeros cabildos, Lima es más antigua en 42 días, ya que la fecha oficialmente señalada para la fundación oficial de Trujillo es el 1º de Marzo de 1535. En esta misma Plaza de Armas, testigo de los más importantes acontecimientos históricos de la ciudad, un sacerdote español le pronosticó a la urbe, en un rapto de furia impropia de su alto rango, que un día los barcos atracarían al pie de su iglesia catedral. Ya la ciudad ha sido destruida por los terremotos de 1619 y 1759, por el aluvión de 1728 e incluso por el sismo de 1970. Sin embargo, ha sido de nuevo levantada, una y otra vez, con singular valor y coraje, por los trujillanos, de verdad, de entonces y de ahora. En la actualidad el avance incontenible de las aguas del Océano Pacífico viene lentamente erosionando, desapareciendo, bajo sus infatigables e indomables olas, anchos espacios de playa originando justificada alarma en la población. Pero esa es otra historia, mejor volvamos a la nuestra. Regresemos a ese medio día del sábado 11 de Marzo de 1961 que se grabaría en forma indeleble en la vida de Manuel Pita Díaz y de sus compañeros y que él recordaría siempre, dando su versión personal, nítida pese al paso vertiginoso de los años. Los sucesos de ese tarde ocurrieron 11 años y 17 días después de su debut político juvenil, aquella noche de hogueras y pirotecnia en Celendín, la noche del cumpleaños de Haya de la Torre, el 21 de Febrero de 1950. Aquella vez fue un acto arrojado pero inofensivo, destinado más que nada a resaltar con hogueras y cohetes en una fecha importante, la presencia de un partido político, pero, a pesar de los riesgos y detenciones posteriores, el hecho, para muchos, e incluso para algunos de sus protagonistas, no pasó de ser una palomillada que dejó a las autoridades y a los policías de la época no muy bien parados y que permitió a la gente comentar socarronamente la audacia de los jóvenes apristas. El ambiente estaba cargado en Trujillo a comienzos de marzo de 1961, unos días después de la tradicional celebración aprista del cumpleaños de Haya de la Torre, en el llamado Día de la Fraternidad. Desde hacía cinco años, desde que el conservador Manuel Prado Ugarteche fuera elegido presidente con el apoyo de Haya de la Torre en las elecciones de 1956, el Partido Aprista compartía las exquisiteces del poder con el Movimiento Democrático Pradista, emanación política de una familia de banqueros. Como en años anteriores, el 21 de Febrero, la fecha onomástica, había sido celebrada con gran despliegue festivo, sólo enturbiado por el comunicado aparecido en el diario La Nación de Trujillo, en el que los apristas rebeldes ponían los puntos sobre las íes, respecto a la línea política del Apra. El gesto suscitó revuelo, alarma y 110


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO rabia entre los dirigentes locales del partido, quienes de inmediato informaron a Lima del hecho, planteando la seriedad de la situación y la necesidad de encarrilar a los "rebeldes", que estaban dañando la unidad y provocando gran confusión ideológica entre la militancia y la población en general. El comunicado rebelde fue la comidilla en todos los ámbitos, desde los salones solemnes hasta los ambientes universitarios. Todo el mundo comentaba la justeza de sus argumentos y el vigor de la exposición. En este contexto, los seguidores de Luis de la Puente fueron prudentes y dejaron pasar quince días para que las cosas se calmaran, al cabo de los cuales, considerando que la temperatura ya había descendido y que el peligro de una agresión había desaparecido, comenzaron a salir. Pronto comprobarían lo errado de tal suposición. El ambiente, pese a todo, seguía siendo de amenaza. En las reuniones que el grupo trujillano sostenía para analizar la situación por la que atravesaba el movimiento, Luis Pérez Malpica había alertado sobre el silencioso seguimiento y provocación de la que eran objeto él y otros rebeldes, ya que les bastaba con voltear la mirada hacia atrás para ver la inconfundible figura de un activista, o disciplinario, que, siguiendo instrucciones de la dirigencia, no les decía nada pero les quedaba mirando en forma amenazante y provocadora. "Es 'Pelito de Oro'…, el del caso de Morales Bermúdez", le explicó, ilustrado, Manuel Pita Díaz, lo que corroboró Fernández Gasco, mientras De la Puente se limitaba a escucharlos sin pronunciar palabra. El "Colorado", hombre de pocas palabras, lucía sin embargo un permanente sentido del humor, lo que proviniendo de él, en la forma de chistes y chanzas y tomaduras de pelo, contribuía a eliminar tensiones y a fortalecer la necesaria camaradería entre todos ellos, sobre todo en momentos como ese en que los latentes peligros amenazaban con ser más concretos en los días siguientes. Un jefe tiene que infundir confianza y seguridad. Como ya he dicho, el grupo había contemplado la posibilidad de caminar armado, pero sólo disponían de un arsenal mínimo, que no superaba los dos revólveres y una pistola. Sigifredo Orbegoso Venegas, que era el secretario general del movimiento, era el encargado de distribuir las armas. Uno de los revólveres, un Smith & Wesson, fue entregado a Lucho de la Puente, el jefe, otro, de marca no definida y de calibre mínimo, fue dado a un compañero que había llegado de Lima, mientras que la vieja y gastada pistola la recibió Gonzalo Fernández Gasco. Luis Pérez Malpica había recibido su arma días antes, pero la policía se la había decomisado. Este hecho no fue revelado a Orbegoso para no despertar su ira. Las armas disponibles no alcanzaban para entregarle una a Manuel Pita Díaz, por lo que éste camina desarmado e inerme. Es decir, una pobre artillería, que se sumaba al hecho de que sólo uno de ellos tenía experiencia en armas. En caso de enfrentamiento, era evidente que el grupo iba a estar en gran desventaja. No habían tenido ni orden ni tiempo para practicar, encima 111


Once años después, en Trujillo el costo de las municiones era fuerte. En esas circunstancias, y por ello, la orden del "Colorado" fue concisa y terminante: "Procuremos evitar…, hasta donde se pueda". El compañero que había llegado de Lima y a quien se le mantuvo siempre al margen de los acontecimientos que siguieron a ese día, les había traído buenas noticias de la capital, refiriéndoles que muchos apristas, especialmente de la juventud, miraban con simpatía a los rebeldes. No sólo eso, sino que el Manifiesto que había sido publicado y estaba circulando mimeografiado, había provocado gran expectativa y era objeto de discusión soterrada en el seno mismo del Partido, allá, en el local de Alfonso Ugarte en la capital donde circulaba de manera clandestina. Entusiasmados y en señal de camaradería con el visitante limeño, y tal vez a pedido suyo, el grupo decidió llevarlo a almorzar al balneario de Buenos Aires, al famoso restaurante Morillas. "Vamos pues…, pero mejor llevemos los 'fierros'…", dijo Pérez Malpica, que andaba inquieto porque era uno de los que más había soportado el amenazante asedio. Por su lado, Orbegoso, que sí tenía un arma, no los acompaña por tener que ir a su domicilio en busca de ejemplares del Manifiesto impreso, para entregárselos al amigo visitante. Tras despedirse él, el pequeño grupo de cinco rebeldes, luego de cerrar la puerta del estudio, salió al Jirón Pizarro, enrumbando hacia la Plaza de Armas. Como ya he dicho antes, el destino había echado sus dados ese mediodía. ¿Qué hubiera pasado si Orbegoso, que estaba armado, se quedaba y formaba parte del grupo? ¿Cuántos muertos hubieran quedado ante la Catedral, escenario del combate, si el arma no se le atascaba a Fernández Gasco o si Pita Díaz hubiera tenido también un revolver o pistola? Era un mediodía de verano todavía muy caluroso y poca gente circulaba por la Plaza a esa hora. El centro de Trujillo era así hace 50 años. Todavía regía para los trabajadores el horario partido, esto es con asistencia obligatoria en la mañana y en la tarde, como en los colegios. Las puertas de la Municipalidad, la Prefectura y la Beneficencia Pública estaban cerradas, el querido Centro Viejo, con su maravilloso local, tenía sus puertas abiertas y los profesores que dictaban clase en las mañanas iban a sus casas, mientras que los que trabajaban por la tarde aún no llegaban. Era el Trujillo somnoliento y perezoso que se disponía a la siesta mientras unos turistas miraban el monumento que se yergue en el centro de la plaza. Uno de ellos, una señora de edad, tal vez una jubilada norteamericana, le pregunta algo a su esposo, que centra el "zoom" de su cámara fotográfica en la entrepierna del ángel del monumento, que carga una antorcha con la mano izquierda. "What do you see?", inquiere la buena señora y el marido responde con un gutural, "I see…, nothing". Y es que el ángel está capado, su enorme pene de mármol, como lo consigna su folleto informativo, ha desaparecido y en su lugar sólo hay 112


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO un muñón indescifrable del que con rubor nadie quiere dar cuenta ni averiguar. Fue un crimen esa cirugía. Antes, en el centro de la plaza, según se aprecia en las viejas fotografías del siglo XIX y comienzos del siglo XX, estaba la bellísima pileta que fue trasladada a la Plazuela del Recreo, a la entrada Este de la ciudad, para dar lugar, a poco más de un siglo de la proclamación de la independencia, a la instalación del Monumento a la Libertad, obra escultórica del artista alemán Edmundo Moeller. Era un homenaje al primer grito de libertad que se dio en el Perú y que fue proclamado en Trujillo el 29 de Diciembre de 1820. El conjunto escultórico fue trabajado en Alemania y luego embarcado hacia el lugar de su instalación. Costó al erario nacional algo así como medio millón de soles de la época, aunque nunca pudo conocerse su costo exacto porque el diputado Enrique C. Marquina, autor de la iniciativa, como sus colegas de la época actual, sabía guardar muy bien sus secretos, seguramente por modestia. Dice la historia, o la leyenda, o la crónica de chismes, que una mañana, un grupo de buenas señoras de la aristocracia provinciana cruzaba la plaza en animada conversación sobre el Tercer Congreso Eucarístico Nacional que en unas semanas se iba a realizar en Trujillo. El grupo se detuvo y elevó la vista hacia el monumento, reparando en algo que hirió su sensibilidad no tan ingenua: el pene del ángel se proyectaba como un enorme banderín contra el santo cielo. Una de las buenas mujeres exclamó: "Santo cielo, María, ¿te has dado cuenta lo que muestra este monumento…? ¡Fíjate…, se le ve el miembro! ¡Es una exageración, una lisura, un exceso…" María, levantó la vista pero no puso cara de asombro, pero, para no contradecir a su amiga, le dio la razón, asumiendo su indignación hipócritamente. "Tienes razón, Julita, ¡qué vergüenza!... ¿Qué crees que dirá el Cardenal cuando venga al Congreso?", le preguntó, pero Julia, que seguía encendida y ruborizada, no respondió. Poco después el grupo entraba al Arzobispado. Al día siguiente, según la leyenda, alguien le pidió prestada una enorme escalera de madera a los bomberos y fue un malicioso y procaz obrero que no dejaba de sonreír, divertido y burlón, para sus adentros, quien procedió a golpe de cincel a la castración. Desde entonces, siempre según la fuente inescrutable, poco creíble, del chismorreo popular, los trujillanos que sobrevivieron a los que, cantando su fe y sus ideales cayeron frente a las balas y al pelotón de fusilamiento en 1932, han perdido parte de su valentía tradicional para conformar, salvo honorables excepciones, como los jóvenes rebeldes de esta historia, el pueblo condescendiente e imperturbable que es ahora. Pero volvamos al 11 de marzo de 1961. De la Puente trazó el itinerario hacía Buenos Aires indicando que iban a tomar el ómnibus del "Chalaquito", "que no tardaría en pasar por la esquina de la Catedral…", por lo que caminaron por el Jirón Mariscal Orbegoso hasta detenerse en 113


Once años después, en Trujillo la esquina con el Jirón Independencia, en diagonal frente al Hotel de Turistas y frente a lo que era la mansión del millonario y excéntrico hacendado chiclinense, y Cónsul del Japón en Trujillo, don Carlos Larco Herrera. En la lejana cuadra de la esquina formada por los Jirones Mariscal Orbegoso y Simón Bolívar, el ómnibus había reemprendido su lenta marcha hacia el lugar donde esperaba el grupo tras recoger a unos guardias civiles que también iba a almorzar a sus hogares en Buenos Aires. El "Chalaquito" bromeó con ellos, cachaciento, como viejo conocido, diciéndoles que subieran rápido porque tenía pasajeros esperándolo, "o ya no pueden levantar la pata". Así, perezosamente, el viejo armatoste siguió su marcha con dirección a la plaza y unos minutos después, cuando cruzaba el Jirón Pizarro, se escucharon los disparos que retumbaron con curioso eco en las paredes de la catedral y la plaza, espantando los gallinazos que anidaban en el campanario. ¿Qué había ocurrido? No habrían pasado más de tres minutos desde que el grupo, integrado por De la Puente, Fernández Gasco, Pérez Malpica, Pita Díaz y el amigo llegado de Lima, se había puesto a esperar el ómnibus, cuando un minibús se detuvo frente al atrio de la catedral, y frente a ellos, por el lado del Jirón Independencia. Del mismo bajaron rápidamente unos ocho individuos que, sin mediar palabra, arremetieron contra el grupo. Uno de ellos, Alejandro Mendieta, un "búfalo" chalaco, atacó a Fernández Gasco, golpeándolo en el rostro con una manopla, rompiéndole la nariz y bañándolo en sangre. Al mismo tiempo, un individuo alto y corpulento arremetió contra De la Puente, arrojándolo al suelo y, según se estableció luego, en la posterior reconstrucción, desenfundó un arma para dispararle. No llegó a hacerlo pues De la Puente, en posición decúbito dorsal como estaba, disparó primero atravesándole la garganta. El hombre era Luis Sarmiento Ghiorzo, natural del Callao y de oficio panadero, y había llegado de Lima, junto Mendieta, como hombre de mano del partido para cumplir con una tarea. Mientras tanto, Fernández Gasco, que estaba en el suelo tratando de recuperarse, iba a ser de nuevo agredido, esta vez por Nicolás Cava, el único trujillano del grupo atacante. Al escuchar los tiros y suponiendo que lo iban a rematar, Fernández Gasco desenfundó y rastrillando su pistola disparó sin titubear contra su nuevo agresor. El arma se trabó y el tiro no se produjo. Al ver esto, Cava empalideció y se retiró dándose cuenta de que había estado a punto de morir. De la Puente vino en auxilio de su compañero y ambos observaron lo que ocurría. Mientras unos "búfalos" perseguían a Pérez Malpica, más lejos, en las gradas que suben al atrio, en ese entonces sin cerco, otros masacraban a Manuel Pita Díaz. Poco antes alguien había gritado en medio la trifulca: "¡ese es Pita, el que habla por la radio, mátalo!". Manuel era el que llevaba la peor parte. Estaba desarmado y con él se ensañaron los agresores. Los matones lo golpearon y tras hacerlo caer le patearon el cuerpo y la cara, desfigurándolo. Sobre 114


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO la marcha, Fernández Gasco disparó de nuevo y esta vez la bala salió y alcanzó en un glúteo a uno de los perseguidores de Pérez Malpica. La identidad del herido que llevó para siempre en su glúteo la marca de esa tarde trágica nunca fue dada a conocer. A todo esto, De la Puente, plenamente consciente de lo que estaba pasando, se refugió en el Hotel de Turistas, al tiempo que los guardias civiles que llegaban en el ómnibus del "Chalaquito" intervenían deteniendo a los protagonistas del enfrentamiento. Fernández Gasco quedó con el tabique nasal destrozado y manando abundante sangre, mientras que Pita Díaz tenía el rostro hecho un amasijo y serios golpes en las piernas y el abdomen, por lo que fueron conducidos al Hospital Belén, lo mismo que De la Puente, quien había fingido un ataque de asma para ponerse a salvo de las represalias que en cualquier momento podían producirse. Tres anécdotas rubrican este hecho. Al conocerse la noticia me acerqué de inmediato al Hospital para inquirir por el estado de los amigos y estaba en la puerta cuando veo llegar a un chiquillo corriendo, acezando y sorbiéndose el llanto. Era Alfredo, el hijo de Manuel, que también había oído la noticia y había cruzado Trujillo, de una sola carrera, desde la casa del Jirón Colón. Lo tranquilicé diciéndole que su padre estaba herido pero no de gravedad, que fuera a decírselo a la Srta. Carmela y a sus hermanos, que no se preocupasen. En otro lado de la ciudad, una hermana de Fernández Gasco llegó a darle la noticia a su mamá, la Sra. Emperatriz Gasco de Fernández. "¡Mamá…, mamá…, Lucho de la Puente ha matado a un aprista…!" "Ya, hija", le contestó la aguerrida señora, "¿y Gonzalo, a cuantos ha matado?" Más tarde, el Dr. Heraclio Olguín Pinillos, médico del Hospital Belén, muy amigo de Manuel y muy respetado facultativo trujillano, haciendo caso omiso de la presión de la policía, se puso a curar el rostro desfigurado de los heridos. Cuando acabó con Fernández Gasco, éste le preguntó: "Doctor, ¿cómo he quedado?" "¡Desgraciadamente, el mismo, Gonzalo, desgraciadamente…!", le contestó el médico sin rictus ni pestañeo. Los acontecimientos de ese día en Trujillo tuvieron gran repercusión en la prensa nacional y en los diarios de la ciudad, que le dedicaron grandes titulares al día siguiente y obviamente los interpretaron de diferente manera, de acuerdo a las simpatías o líneas editoriales de sus propietarios. Sin embargo, ninguno acertó a vislumbrar las enormes repercusiones que los hechos de ese mediodía iban a tener en la evolución política del país y de qué manera terminarían afectando la vida de mucha gente, cambiando el rumbo de sus vidas e imprimiéndole a sus destinos un sello trágico. Ese mediodía fue el detonante de la terrible aventura que terminaría a sangre y fuego, sin cuartel y con odio, cuatro 115


Once años después, en Trujillo años más tarde, en octubre de 1965, en Mesa Pelada, Cuzco, y tres meses antes, en los parajes de Junín y Ayacucho. Luis de la Puente Uceda y muchos de sus compañeros murieron en esos parajes a manos del Ejército, y al mismo tiempo, esas acciones determinaron también el encuentro con su propio destino de un grupo de jóvenes coroneles, que percibieron, luego de un análisis serio y concienzudo de los hechos, la necesidad de llevar a efecto una modificación estructural en el país. Era evidente que la situación del país se volvía insostenible por la justificada impaciencia de los sectores más esclarecidos y socialmente más sensibles al drama del pueblo, frente a una élite, que como bien apuntó Pita Díaz, años después, solo atinaba a "decorarse demagógicamente". Quedaron detenidos y hospitalizados, De la Puente, Fernández Gasco y Pita Díaz. Poco después los dos primeros fueron encarcelados en el Penal de Trujillo, que por la época quedaba a escasos cien metros de la Plaza de Armas, junto al templo de Santo Domingo de Guzmán. Ambos recintos pasaron a formar parte de la historia de la ciudad, no sólo porque entre sus paredes colindantes se tejieron y prepararon las audaces fugas de connotados delincuentes comunes, sino porque entre sus muros pernoctaron presos tan ilustres como los jóvenes políticos rebeldes que, en ese mediodía que evocamos, sin proponérselo, habían tenido su bautizo de guerra, del que habían salido, de algún modo, con cierta fortuna. Los apristas rebeldes estaban premunidos de una doctrina e ideología, la misma que aprendieron de la obra vital de Haya de la Torre, "El AntiImperialismo y el Apra", y que se había acrecentado poderosamente por la irradiación del triunfo de Fidel Castro Ruz y de Ernesto Guevara de la Serna en Cuba. Esta es la espada que blanden y que acalla a sus detractores, porque no tienen argumento válido que oponer, dado que, a decir de Pita Díaz, “el Apra se desnaturalizó, debilitó su mística revolucionaria, franqueando el paso al desbordamiento de apetitos de poder, de arbitrariedades y de inconsecuencias principistas demagógicamente decoradas”. La doctrina de estos jóvenes, expuesta desde esa perspectiva, les daba ampliamente la razón, pero la muerte del infortunado activista Sarmiento Ghiorzo les develó una realidad preocupante y de primera urgencia: el movimiento no tenía aparato jurídico especializado en temas penales ni recursos económicos para enfrentar la poderosa maquinaria del oficialismo apro-pradista. Más tarde comprobarían, no sin sorpresa, que ninguno de los grandes penalistas apristas, Carlos Enrique Melgar, entre ellos, aceptó prestarse para acusar a De la Puente, por lo que la defensa de la parte civil corrió a cargo de un viejo abogado aprista trujillano, el Dr. Jesús Diez Canseco. Al parecer, al socio principal de la "Convivencia", Manuel Prado Ugarteche, 116


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO no le agradó en lo más mínimo el hecho de sangre, que de alguna manera comprometía a su gobierno y por lo que no tomó disposiciones particulares y dejó a los apristas resolver el caso, eso sí limitándolo al ámbito trujillano. Era evidente que parte del acuerdo "conviviente" implicaba que Trujillo, política, física y económicamente, fuera propiedad del Apra y de nadie más. Un hecho anecdótico confirma la situación y el poder que tenía el socio menor de la extraña alianza. Al ingresar a la cárcel, De la Puente y Fernández Gasco fueron recibidos por el alcaide, que los conocía y seguramente admiraba. El hombre no vaciló en permitir que lo fotografiasen en el momento en que daba la bienvenida a los nuevos reclusos. La fotografía, muy clara, muy efusiva, es publicada al día siguiente por La Industria, lo que le valió drásticas sanciones al pobre alcaide. En todo el proceso de la instrucción, Pérez Malpica y Orbegoso Venegas se vieron obligados a asumir la defensa. Hecho éste admirable, y también aventurado, porque Orbegoso sólo tenía tres meses de abogado, puesto que recién se había recibido en Enero de ese año. Pero no había otra salida, De la Puente se lo exigía al "Negro", que así le llamaban desde las épocas en que era editorialista del diario "Norte", y éste acató. Dicho sea de paso, "Norte", un heroico periodiquillo editado a tipo, era dirigido por Julio Garrido Malaver, celendino como Manuel, y uno de los escritores más importantes que tenía el Apra. De este modo, Sigifredo Orbegoso tomó la batuta en esta parte del proceso penal, porque no había dinero para contratar a penalistas con mayor experiencia y prestigio. Más tarde, para las audiencias, llegan, de motu propio, en visitas relámpago, Ángel Castro Lavarello, Raúl Peña Cabrera, Domingo Villavicencio y hasta David Aguilar Cornejo, por la época, relevante figura del odriísmo, quien, sin embargo no llega a participar. Recuperado de las serias heridas que le infringieron los apristas y que lo tuvieron postrado, en el Hospital primero y luego en su casa del Jirón Colón, Manuel Pita Díaz se reincorporó al grupo para participar en la elaboración de las estrategias que los noveles penalistas tenían que trazar. Gran parte de ese tiempo lo acompañé, no sólo como amigo sino como periodista, pues consideraba necesario que la opinión pública estuviera informada de lo que estaba pasando. El papel que cumplió por esos días Manuel Pita Díaz fue importante y esto intensificó la enorme confianza que le tenía Luis de la Puente Uceda, con quien no en vano eran compadres espirituales, ya que tres años antes el "Colorao" había viajado especialmente al lejano Celendín para ser padrino de dos de sus hijos. Unos meses antes del acontecimiento que he relatado, como un eco de otros hechos que se preparaban e iban a resonar en las gigantes paredes 117


Once años después, en Trujillo de roca de la Cordillera de los Andes, en días en que se comenzaba a tomar las determinaciones definitivas, Luis de la Puente Uceda, desde La Habana, Cuba, le dirige a Manuel Pita Díaz una carta que es todo un documento histórico, porque en la entrelínea se desprende con facilidad la certeza que la suerte estaba echada y de que el MIR, el partido evolucionado que iba a surgir del Apra Rebelde, terminaría yéndose "p'al monte". Esta carta, además, por encima de su trascendencia política, demuestra el tamaño de la amistad que ambos se tenían, lo cual explica esas confidencia que sólo se dan frente a los actos trascendentales de la vida y de la historia, como un reconocimiento a la inteligencia y a la lealtad del compañero en quien se confía plenamente. Habana, 12 de Diciembre de 1960. Querido compadre: Esta es la tercera carta que te escribo sin tener noticias tuyas. La última con mayor probabilidad. Me tienes padeciendo la ausencia de la tierra. Pese al trabajo que aquí tengo y a la responsabilidad que me incumbe, es difícil disipar el recuerdo y las ansias de volver. He estado viajando por las provincias, haciendo recorridos por las cooperativas, para informar a la INRA sobre los aspectos que consideraba más importantes en cada una de ellas. Ya estoy terminando los informes de las últimas; todo esto es muy importante. Por otra parte, colaboro en varias revistas con artículos agrarios y políticos, y he estado haciendo lo posible por conseguir la edición de una revista latinoamericana. Lastimosamente hasta ahora no se ha conseguido, pese a que en principio fue aceptada. Teniendo en cuenta la urgencia de mi presencia en el Perú y la demora aquí, he decidido regresar el lunes 19, salvo disposición de última hora que comunicaré. Desde allá veré la forma de culminar lo que queda de mis tareas. Por Sigifredo y por Ricardo estoy más o menos enterado de la situación por allí. Veo que por tu labor magnífica y esforzada, las audiciones radiales no se han interrumpido en ningún momento. Ello es ya un gran triunfo. Te felicito. Lamento los rozamientos producidos en el Comité. Ojalá que sea para mejorar. Sigifredo es un gran muchacho y me imagino que estará trabajando en forma. Hay que esforzarse por aglutinar a la gente tras metas concretas. Le escribí a Gonzalo dos veces. La última a Lima, donde me informaron se estaba haciendo curar. Hasta ahora no me ha contestado. Creo que tiene la amplitud y 118


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO lealtad suficientes como para seguir cumpliendo su tarea, en la forma que corresponde a su calidad de dirigente con experiencia y decisión. Si te fuera posible, prepara un cuarto para mí en la pensión. Aunque no creo que pueda estar mucho tiempo en Trujillo, necesitaremos un lugar a donde llegar cuando hagamos viajes. Especialmente yo. Lamenté mucho lo de Iberico. Los caprichitos dieron su resultado. Primero para eliminarlo de la lista de los viajeros en la forma más arbitraria que pueda concebirse, y después, para no aceptar el pasaje que en forma especial enviara yo a fin de que viaje. Cualquiera que sea la situación escríbele y dile que regreso muy pronto y que necesitamos trabajar juntos en una tarea agraria de manera urgente. Y que lo considero el más llamado a colaborar conmigo. El conoce los planes que tenía antes de viajar aquí. Tú también recordarás que pensábamos conformar una comisión para que estudie el problema agrario. Pues bien, ahora tenemos que hacerlo violentamente. Yo tengo mucho avanzado. No quisiera que él estuviera ausente de lo que ha de tener resonancia histórica en nuestro país. Pienso que será un trabajo trascendental. Es doloroso llegar a la etapa de las disculpas y reparaciones, por la irresponsabilidad de algunos. Creo que esto nos servirá de experiencia. Muchos saludos a tu tía Victoria, y a los niños. Recuerdos a los amigos. Saludos a la Srta. Carmela. Te abraza, Luis

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Once años después, en Trujillo


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

LA RECONSTRUCCIÓN

L

a enorme Plaza de Armas de Trujillo se había ido quedando totalmente vacía, tanto por la hora que el Juez escogió en forma premeditada, cuanto porque en esos años la ciudad y sus habitantes mantenían sus costumbres tradicionales y se "acostaban con las gallinas". Sin embargo, por la Radio me había encargado de anunciar que de todas maneras la reconstrucción se llevaría a cabo, según disposición del Juez Instructor, el 12 de septiembre, a partir de las 9 de la noche. Contando con la costumbre peruana de la impuntualidad, era de esperarse que la diligencia comenzara pasadas las 10, y así sucedió. Los hechos materia de la diligencia judicial habían tenido lugar el 11 de marzo de 1961, o sea seis meses atrás, en esa misma plaza. Mi amistad y permanente contacto con Manuel y Sigifredo me daba la oportunidad de estar al tanto de todo lo que estaba pasando o iba a pasar. Mi madre, con la prudencia de todas las madres, me recomendaba que no me implicara mucho, pero la verdad es que doña Blanquita no podía ver a los apristas, aunque recordaba siempre su amistad con los Spelucín, especialmente con Belisario, por quien guardaba una amplia consideración. La posición de la defensa era clara. El grupo encabezado por De la Puente había llegado al lugar de los hechos sin más voluntad e intención que abordar el ómnibus que los llevaría a almorzar en un restaurante del cercano balneario de Buenos Aires. En la esquina de la Catedral fueron agredidos por un grupo de personas, encabezados por Luis Sarmiento Ghiorzo, con el siniestro propósito de eliminarlos físicamente o de secuestrarlos. Fernández Gasco, Pérez Malpica, Pita Díaz y el propio De la Puente fueron golpeados salvajemente como lo atestiguan las lesiones 121


La reconstrucción sufridas. De la Puente, golpeado y arrojado al suelo por el activista del Callao, iba a ser rematado con el arma de fuego que su agresor portaba y se disponía a usar, por lo que no le quedó más remedio que desenfundar la suya y disparar primero, en actitud de legítima defensa para impedir ser victimado. La tesis había sido discutida ampliamente en el seno de la defensa y su autor, Sigifredo Orbegoso Venegas, a pesar de su juventud y de que acaba de graduarse de abogado la defendió con apasionamiento, logrando convencer a todos de su solidez. La verdad es que, a pesar de su posición de izquierda, algunos de los abogados que vinieron desde Lima daban la impresión de no desear comprometerse mucho en el caso. "Lío de apristas, escaramuza entre "convivientes"…, solía calificar un sector de la prensa al informar sobre el sangriento hecho, y no faltaban otros sectores de izquierda que por ser glandularmente anti-apristas se resistían a acompañar a los rebeldes y los miraban con desconfianza. Estas actitudes convencieron a los jóvenes defensores, que no quedaba más remedio que sumar opiniones entre ellos para elaborar una estrategia de defensa que les permitiera sortear con éxito el argumento que esbozaría un viejo penalista como el abogado Jesús Diez Canseco, a quien la dirigencia nacional del Apra le había encargado el caso. De nuestro lado, en las conversaciones familiares a la hora del almuerzo, no había dejado de extrañarnos que ningún abogado penalista "estrella" del partido hubiera recibido el encargo que se le dio al Dr. Diez Canseco, quien, disciplinadamente, aunque a regañadientes, lo había aceptado. Era notoria esa reticencia, De la Puente era trujillano, mantenía una relación no sólo política sino social con muchísima gente de Trujillo y se le respetaba incluso dentro del Apra formal, porque el pacto "conviviente" era acatado sólo porque Haya de la Torre así lo había decidido y el jefe no aceptaba discusión alguna sobre sus decisiones. Hasta el día de los hechos, los enfrentamientos entre apristas y apristas rebeldes en Trujillo no habían pasado de simples intercambios de palabras gruesas, que se alternaban con el epíteto de "traidor", que para cada campo expresaba diferente sustancia. En tal sentido, era evidente que para pasar a la vía de los hechos francos y graves, a la dirigencia limeña no le había quedado más remedio que traer un "búfalo" de fuera, del Callao en este caso. Estaba claro que entre los trujillanos nadie había querido hacerse cargo de la "tarea". Ya en el proceso, no era que al disciplinario muerto sus líderes le dieran mucha importancia, esto era notorio, pero la situación fue usada para intentar castigar la rebeldía de los impugnadores, que era la motivación de fondo que le costó la vida a su curtido militante. La dirigencia, calculando usar su recientemente adquirida influencia política, esperaba obtener un fallo suficientemente duro que sirviera de escarmiento y de severa advertencia. En realidad, Sarmiento no fue reconocido como el único agresor, pues también fue detenido el otro 122


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO activista chalaco del grupo, Alejandro Mendieta, quien, premunido de una manopla, masacró Fernández Gasco fracturándole la nariz. Mendieta, ayudado por un correligionario intentó fugar subiéndose a un automóvil, pero no lo logró. Su cómplice nunca fue comprendido en el juicio. Frente al proceso, por otro lado, la gran prensa limeña no había adoptado una actitud de fuerte condena para De la Puente, tal vez porque en aquel tiempo se evidenciaban fuertes disensiones entre los sectores de la derecha que se disputaban el poder político en el país. Los bandos estaban de alguna manera representados, por un lado, por el diario "La Prensa", con Pedro Beltrán al frente, que era vocero sobre todo del sector agrario, y, por otro, el diario "El Comercio", de don Luis Miro Quesada, que por entonces daba voz a una derecha moderna. Un factor a tener en cuenta era el rencor insalvable entre "El Comercio" y el Apra debido una vieja deuda de sangre, atribuible al pasado violentista de un sector del partido, que dejó entre sus víctimas a prominentes miembros de la familia Miro Quesada. Estas rencillas entre los sectores derechistas en cierto modo debilitaban a su viejo enemigo político, que a su vez era, en aquellos momento, su inexplicable aliado. El equipo de la defensa de De la Puente, se pasaba las noches discutiendo la forma en que se debía sustentar, de modo claro y rotundo, la teoría de la "legítima defensa", de modo que impresionara al propio Juez, cerrándole el camino a toda disquisición contraria, barajando incluso la posibilidad de recurrir al argumento de la "defensa propia imperfecta" en caso en necesidad. De lo que se trataba era de contrarrestar la notoria presión política que iba a sufrir el Juez en torno a sus decisiones, en vista que la parte civil buscaba presentar a los apristas rebeldes como un grupo violento y agresivo que había provocado el luctuoso incidente. Si bien la opinión pública era favorable a los apristas "oficiales", también era cierto que eso ocurría sólo en Trujillo, reconocido como "predio aprista" hasta por el propio presidente Prado Ugarteche. En otras partes del país este favoritismo no era significativo y esto se reflejaba en la forma como los periódicos informaban sobre los hechos. Aún así, decían los penalistas improvisados, la defensa no sería contundente si no se contaba con la propia y decisiva intervención del encausado. De la Puente era el jefe y mentor del movimiento, y sería el eje de la defensa cuando tuviera que protagonizar la "reconstrucción". Y esto era un problema porque, como bien lo decía Manuel, "a la hora de los hechos su temperamento transparente y su expresión contundente pueden explotar" perjudicándolo. Finalmente, en la cárcel, donde Lucho ya llevaba recluido varios meses, tras discutirlo ampliamente, llegaron a la conclusión que era capital asumir el papel de víctimas, aun teniendo en 123


La reconstrucción cuenta el hecho de que había un muerto en el otro bando. Era no sólo necesario, sino fundamental, llegar a demostrar lo que de verdad había ocurrido, que los rebeldes fueron agredidos sin otra justificación que la discrepancia ideológica. En aquellos años vivía con mi familia en la cuarta cuadra del Jirón Bolívar, a unos 250 metros del lugar escogido para la diligencia judicial, por lo que fui uno de los primeros en llegar. En el sitio encontré a algunos colegas de "La Industria", que habían llegado con antelación, en clara prueba de la expectativa reinante. La Policía, desde las primeras horas de la noche, impedía el paso de los transeúntes que intentaban bajar o subir por el Jirón Mariscal Orbegoso o cruzar la Plaza de Armas. El atrio de la Catedral, entonces abierto sin la verja actual, estaba totalmente vacío y se cuidaba que nadie pudiera obstruir el desempeño de la autoridad judicial. Nos saludamos con algunos colegas y nos dispusimos a esperar la llegada del Juez y sus amanuenses intercambiando algunas bromas sobre lo que iba a pasar. Los apristas rebeldes llegaron en grupo caminando desde su reducto en el Jirón Pizarro y con ellos, Manuel, que respondiendo a mi saludo no abandonó, sin embargo, la natural preocupación que lo embargaba por lo que estaba en juego, pues de lo que ocurriera allí iba a depender la libertad del "Colorao" o su larga permanencia en la prisión. Correspondí, cordial, el saludo de Sigifredo, con quien aún no cimentaba la poderosa amistad que nos unió en los años posteriores, de la misma manera que con Luis Pérez Malpica. Los otros abogados de De la Puente, Pablo Uceda y Víctor Julio Ortecho intercambiaron miradas con Manuel Pita Díaz y se saludaron con leve inclinación de cabeza con el abogado aprista Arnaldo Estrada, que representaba a Mendieta, quien instantes después se retiró siendo reemplazado por su colega Ulpiano Medina. A pie, casi informalmente, llegaron los guardias civiles Alfredo Meléndez, Urias Torres Vargas y Augusto Rodríguez, quienes eran parte importante del proceso pues viajaban en el ómnibus que conducía el "Chalaquito", desde el cual presenciaron parte de lo sucedido. De pronto apareció, por el cruce de los Jirones Pizarro y Almagro, la pequeña camioneta que traía al preso. Un murmullo, como un estremecimiento, recorrió al ya numerosos grupo de curiosos que, contenido a duras penas por los policías, trataba de lograr una mejor ubicación desde donde poder ver el desarrollo de la diligencia. A los simpatizantes ya se les había advertido que debían guardar silencio, sólo observar, para que el acto no fuera a postergarse si es que se daba pretexto para ello. Manuel, entre serio y risueño, reconvino a uno de sus compañeros, a Ignacio, para que no se le ocurriera desplegar el papelote que había llevado, donde claramente se leía: "Justicia para De la Puente, señor Juez". Natural del departamento de Piura, Ignacio había abrazado la causa de los rebeldes desde el primer momento y nunca 124


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO flaqueó en su lealtad. Unido a una hermosa morena que lo reconvenía por su posición y con quien había tenido dos hijos, el hombre estaba siempre dispuesto a colaborar y a ayudar en lo que se le pedía. Hoy, cincuenta años después de los acontecimientos que narramos, suele llegar, desde su ardiente tierra natal, con el rostro animoso y sonriente ya surcado por los años, hasta mi oficina, a testimoniar sobre nuestra vieja amistad y sobre algo seguro: "sigo en la lucha, Carlitos". Querido y noble amigo, lleno de generosidad y desprendimiento, sigue, ayer como hoy, pobre de recursos, pero siempre enhiesto en su dignidad e intachable existencia. En simultaneo con la camioneta que conducía al preso, fuertemente custodiado por guardias republicanos, llegó también el Juez en evidente, telefónica, coordinación con el alcaide, quien, entusiasta como siempre, se había subido al vehículo con el pretexto de sumarse a la custodia del reo. Los policías, blandiendo sus varas, habían hecho retroceder unos metros a los curiosos, aunque respetando el trabajo de los periodistas, dándose las condiciones para que comience el acto. "Señor secretario, tenga la bondad, disponga que el preso descienda de la camioneta y escuché el atestado correspondiente…", dijo el magistrado con voz solemne, aunque con un leve nerviosismo que no podía esconder. Cómplices en la percepción nos miramos con Lucho Ríos Miranda, pues ambos nos habíamos dado cuenta del clima. Delgadísimo, pero siempre elegante en el vestir, Luis era uno de los más brillantes periodistas del medio y muy estimado en el seno de la colectividad, pues no solo trabajaba para los principales diarios locales sino que era corresponsal de "El Comercio" de Lima, donde gozaba de gran confianza por su estilo directo, poco afecto a los ditirambos, pero sobre todo por su integridad a toda prueba. Falleció muy joven, años después, dejando una notoria huella entre los hombres de prensa que lo trataron y leyeron. De la Puente descendió ágilmente del vehículo por la parte posterior, desdeñando la mano del guardia republicano que intentó ayudarlo, y se puso a escuchar la larga y tediosa lectura del atestado policial. Lo hacía atento, sin perderse silaba o frase y asintiendo o negando con la cabeza algunas de las expresiones del documento. Vestía camisa y pantalón informales y una casaca de color marrón, la misma que llevaba el día de los hechos. Cabalgaban sobre su nariz sus lentes, redondos y gruesos como "poto de botella", según palabras de Manuel, quien solía hacerle bromas al "Colorao" que terminaron siendo premonitorias. "No vas a ver venir al enemigo", le decía entre chanza y chanza. Todos estábamos de pie, salvo el secretario del juzgado, para quien se había habilitado una pequeña mesa y una silla donde iba escribiendo lo que allí sucedía para ser incorporado al grueso expediente que alcanzaba ya una dimensión 125


La reconstrucción más que respetable. Yo me había puesto prácticamente en primera fila, detrás de Sigifredo. A su derecha estaba Manuel, muy serio, preocupado, con las manos en los bolsillos. Estaba casi elegante. Lucía un terno plomo, corbata a rayas en el cuello y pañuelo en el bolsillo superior del saco. Orbegoso miraba todo con gesto inquisidor, atento a los detalles. Estaba de terno oscuro, con corbata y pañuelo también chompa o chaleco de color claro. A mí nadie ha podido reconocerme en las fotografías. Llevo sobretodo y chalina, de la que sobresalen mis orejas y, sobre mi rostro flaco, unos lentes negros que poco antes me había regalado Manuel Taboada, queridísimo amigo desde el Colegio Seminario de San Carlos y San Marcelo, donde ambos estudiamos la primaria y la secundaria. Había muchos policías dentro de sus uniformes clásicos de la época, con botines, polainas y correaje de la cintura al hombro, todos con quepí y con una amenazadora vara de color negro en la mano. Por su parte, el Juez, el Dr. Roger Ganoza y Ganoza, lucía impecable de terno oscuro, llevaba anteojos y en el conjunto destacaba no sólo por blanquiñoso sino porque dirigía la ceremonia con gestos claros y autoritarios. Muy cerca, estacionada en el centro de la calzada del Jirón Independencia, frente al atrio de la Catedral, estaba, por ser elemento imprescindible en la diligencia de reconstrucción, la camioneta o microbús que había transportado a Sarmiento y a sus acompañantes el día del luctuoso suceso. Culminada la lectura, el Juez, dirigiéndose a De la Puente, le indicó que debía narrar su versión de los hechos y responder a las preguntas que se le iba a hacer, cosa que él hizo con claridad y manifiesta energía. No era el preso persona que se arrugara frente a un Juez o ante una autoridad, aunque sin perder nunca su talante de hombre educado y elegante. De la Puente buscaba graficar sus actos y gestos con posturas evidentes y lógicas, por lo que sobre el asfalto se colocó en posición decúbito dorsal, pero a medias incorporado, apoyándose en el codo y brazo izquierdos mientras con la mano derecha levantaba el revólver. Procuraba darle consistencia a la versión de la defensa, que había señalado que "el agredido es De la Puente, por eso tiene que disparar de abajo hacia arriba", ya que la bala había ingresado bajo la mandíbula de Sarmiento. Fue entonces cuando se produce el primer roce de los muchos que a lo largo del proceso tendría con jueces y vocales. "Yo estaba con mis compañeros esperando el ómnibus que nos llevaría a Buenos Aires cuando de una camioneta descendió un grupo de individuos del Apra conviviente y avanzaron hacia nosotros con paso de manganzones…" Al decir esto abrió los brazos y balanceó el cuerpo para darle más fuerza a su calificación, lo que provocó apagadas risas entre los presentes. El Juez hizo esfuerzos para no sonreír también como todos, incluidos los policías, y para hacerlo levantó la voz, reconviniéndole: "Dr. de la Puente, 126


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO debe Ud. moderar su lenguaje y no proferir insultos…" Nadie supo si se refería al calificativo de "Apra conviviente" o al peyorativo de "manganzones". De la Puente le contestó de inmediato: "sólo estoy narrando los hechos, Sr. Juez…" El magistrado volvió a hablar para decirle que de seguir con su actitud se vería obligado a suspender la diligencia. Cosa que nadie quería, por supuesto. Pasadas las doce de la noche todo había terminado y con Manuel nos dirigimos a mi pequeña camioneta, a fin de que lo llevara hasta su casa. Iba taciturno y preocupado, había percibido en el Juez una cierta predisposición contraria a la imparcialidad que, en este caso, debía mostrar. Era evidente para él que los apristas estaban presionando políticamente para mantener encerrado a De la Puente durante largo tiempo. "No lo creo, Ganoza es un hombre correcto, no creo que se deje presionar…", le discutí yo, pues conocía al magistrado y lo había tratado con frecuencia en casa de mi padre, ya que eran colegas y eran frecuentes sus reuniones amicales. No pasaría mucho tiempo antes de que yo tuviera que modificar mis opiniones. Pasaron varias semanas. Se trataba, entonces, de la solicitud de "libertad bajo caución" que la defensa del acusado presentó para lograr su libertad, dado a que estaban claramente establecidas las circunstancias en que se habían desarrollado los hechos y que éstos configuraban un caso de "defensa propia". Además corrían todo tipo de rumores, que, ciertos o no, causaban preocupación, ya que se decía que la propia vida de De la Puente estaba en peligro y que se había encargado, entre los reclusos, a uno para que lo victimara. El escrito había sido presentado ante el Juez Ganoza, quien en esos días estaba de vacaciones, por lo que el Juez Suplente que lo reemplazaba lo remitió a la Agencia Fiscal para conocer la opinión del Ministerio Publico. Mi padre, Agente Fiscal, era de la misma opinión que el Juez Suplente, en el sentido de que sí procedía la libertad condicional, de modo que era perfectamente posible que ese mismo día De la Puente fuera puesto en libertad. Pero los hechos se dieron de diferente manera, pues, intempestivamente, el Dr. Ganoza suspendió sus vacaciones haciéndose presente en el Juzgado y, tras relevar al Juez que transitoriamente lo reemplazaba, dictaminó en definitiva, oponiéndose a la libertad solicitada. A partir de ese momento la carrera judicial de Ganoza fue casi meteórica y en base a sus méritos personales, se supone, llegó a Vocal de la Corte Suprema. Mi padre se vio obligado a renunciar, pues el régimen "conviviente" se disponía a no ratificarlo, lo que hubiera constituido un baldón en esa época en que el honor todavía tenía cierto valor en la sociedad. Su independencia le significó truncar una carrera profesional escogida y desarrollada, desde un inicio, en las más duras condiciones, pues mientras estudiaba en la 127


La reconstrucción universidad, ya trabajaba en el diario La Industria y mantenía a su familia. "El Poder Judicial se ha politizado. Es difícil encontrar magistrados honorables que no toleren presiones de los políticos… El régimen va a tratar por todos los medios de condenar al 'Colorado'", me dijo Manuel, ya en la puerta de su casa, donde nos habíamos detenido a conversar sobre lo acontecido. "Tienen la fuerza y los medios como para hacerlo", agregó. Su tono era de amargura y de ira. "Mi padre nunca se hubiera doblegado", le dije, casi orgullosamente. "Es cierto, conozco al Doctor", me contestó. Como siempre sucedía cuando se ponía evocador, levantó la mirada como tratando de ver en el pasado lejano, de retornar a su juventud en su Celendín inolvidable. "Es un orgullo tener esa clase de hombres en la familia. Me recuerda a mi primo José Mercedes Pita Vásquez…", dijo. Más tarde, entre los escritos que me dejó, encontré esta nota que ilustra claramente el por qué la circunstancia narrada le había evocado a su honorable pariente: "A propósito de este, para mí, inolvidable personaje, considero ineludible hacer mía esta digresión para rendirle un justo homenaje. No sólo porque fuera cercano familiar mío, por lo cual llevaba los nombres y el apellido de mi padre, sino, sobre todo, por la entereza de su respetable personalidad, así como por el afecto y consideración recíprocos que nos unió. De mediana estatura, trigueño, de suaves y proporcionadas facciones, ojos pardos de penetrante mirada, serenamente convocaba respetuosa atención. Su era voz timbrada, afable para la persuasión y conminatoria y firme cuando reclamaba de reos y litigantes veracidad y decoro en las diligencias en las que actuaba. Resistió las presiones de los poderes económicos y políticos respaldándose en la Ley y en sus principios éticos y morales. Una anécdota sobre él me fue referida por quien fue testigo circunstancial, Don Julio Cacho Vargas, la misma que, a requerimiento mío, fue ratificada con modestia por mi primo: El Subprefecto de Celendín, Enrique Thio, un limeño recién llegado, cuya recia e imponente estatura provocó que la picardía celendina lo apodara "Vaca parada", irrumpió en el Juzgado para exigir la inmediata liberación de un Teniente Gobernador apresado por abuso de autoridad y lesiones certificadas. El Juez, serena pero firmemente le respondió: "Es imposible, señor Subprefecto, aún si Ud. me lo pidiera con tono más benévolo. Debe Ud. saber que yo actúo y obedezco solamente de acuerdo a la Ley. Si por esta actitud 128


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Ud. u otra persona con poder me destituyera, en buena hora". El prepotente, disimulando su desconcierto pero cuidando de no debilitar su ridículo gesto, dijo al retirarse: "Bien señor Juez, de su negativa informaré al Supremo Gobierno". Que se sepa, nunca más tal sujeto se cruzó en su camino. Poco tiempo después, por méritos y antigüedad, José Mercedes Pita Vásquez, fue ascendido a Vocal titular de la Corte Superior de Justicia de Cajamarca. Murió pobre, pero muy rico en honor, amor y respeto." Mientras hablábamos en la puerta de su casa y al evocar el pasado y a su familiar, la voz le tembló, tal vez por la tensión vivida durante la reconstrucción. Yo conocía su sensibilidad y estaba acostumbrado a verlo emocionarse al evocar afectos o injusticias. Esto provocaba burlones comentarios del "Loco", que decía que se trataba de arranques "sentimentaloides", adjetivo que había copiado de un respetado maestro universitario. Manuel le respondía con una sonrisa y un gesto displicente pero afectuoso. La noche había sido larga. Era hora de volver a casa, como ya lo habían hecho todos los que concurrieron a la reconstrucción, con excepción del reo, que había sido devuelto a la cárcel. Eran ya casi las 4 de la mañana, tenía que guardar mi pequeño vehículo en la casa de enfrente a nuestro domicilio. El Agente Fiscal descansaba y, con seguridad, al día siguiente, tendríamos que conversar sobre lo ocurrido y analizar lo que dirían los diarios.

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La reconstrucci贸n

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

LA ENTREVISTA

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esulta curioso que a pesar de los años de amistad e intercambio de opiniones, consejos, experiencias con Manuel solo en dos momentos lo entrevisté para la Radio. Una, la primera, fue cuando los sucesos de la Plaza de Armas el 11 de marzo de 1961 y como resultado de los golpes que le propinaron entre cuatro o cinco disciplinarios apristas que cobardemente lo atacaron a mansalva, se encontraba internado en el Hospital Belén. Del grupo, quien tuvo heridas y golpes en todo el cuerpo fue él, pues a De la Puente no lo tocaron, solo el empujón que le propinaron que lo arrojó al suelo y desde donde le disparó a Sarmiento Ghiorzo y a Fernández Gasco, al que de un puñetazo con manopla que le asestó Mendieta le rompieron el tabique nasal. Por eso es que privilegié entrevistarlo, y porque, además, la vigilancia sobre Manuel por parte de la policía no era tan estricta como con De la Puente. Tenía yo una incómoda grabadora del tamaño de una lap top de ahora pero que pesaba el doble y a la que tenía cargar en mis correrías periodísticas llevando además una buena provisión de baterías grandes, (pilas), y que, con frecuencia, me hacía jugarretas o bien descargándose deteniendo los carretes o bien dejando de grabar sin que yo me percatara como una vez me sucedió cuando Armando Villanueva me concedió una entrevista personal en el Hotel de Turistas y luego de una media hora de intenso diálogo, al terminar, me pidió escuchar y yo comprobé medio horrorizado que no había grabado nada. Algo me dijo el “Zapatón” cuando balbuceando le pedí que repitiéramos, desapareciéndose dentro del hotel. Gajes del oficio diremos recordando que en esos años no existían los adminículos que tenemos en estos tiempos y donde, muchas 131


La entrevista veces había que confiar en la memoria y en las clásicas libretitas de apuntes para recoger las impresiones de los entrevistados. Recuerdo que la entrevista a Manuel, cubierto de gasas y vendajes, con los labios tumefactos, un brazo en cabestrillo, oliendo a mertiolate, frotación Charcot y agua oxigenada se realizó sin inconvenientes y los oyentes tuvieron la oportunidad de escuchar su fiel relato de los hechos, porque su sentido de la nobleza era tan grande que ni aun tratándose de reconvenir o denunciar a sus enemigos faltó a la verdad. “ El cholo es un cojudo…”, me dijo César cuando escuchó la grabación y se molestó de la forma como Manuel narraba los hechos ajustándose estrictamente a lo sucedido, sin aprovecharse del micrófono. No levantó la voz, no encendió el lenguaje con lisuras o imprecaciones, mas bien con esa admirable serenidad que muchas veces motivó las reconvenciones de nosotros, dijo lo que tenía que decir interrumpiéndose solo cuando la enfermera Yolanda de la Puente, prima de Luis se acercó y me dijo que me fuera porque el herido tenía que descansar. En el inmenso archivo de más de medio siglo, desde los albores de la emisora y del radio periódico, que con mi esposa Nora hemos acumulado en estos últimos 40 años y que causa la admiración de todos quienes visitan nuestros estudios hemos buscando esa grabación sin poderla encontrar. Hemos hallado otras muy antiguas e importantes y que ni siquiera recordábamos tenerlas, pero esa no, lamentablemente. La que si hallamos es la otra, la segunda, a la que me referí líneas arriba y que tiene un valor especial, pues en ella percibimos al Manuel Pita más maduro, más reflexivo, pero también más contundente, menos político quizá, pero más pedagogo y testificante. Esa es la que les ofrezco a continuación pues está hecha en ese momento de la madurez otoñoinvernal de los protagonistas, donde cada uno ocupa su papel, indesligable, magisterial en un caso, periodístico en el otro y que seguro nos acompañará cuando nos re-encontremos. Ocurrió el 7 de Junio de 2003 en la cabina de trasmisión de Radio Libertad, programa Radio periódico “La Voz de la Calle”, 13.00 horas. Burmester: Amigos de La Voz de la Calle, con ocasión de la juramentación de la Directiva del Instituto Luis de la Puente Uceda, que tuvo lugar ayer en un escenario realmente impresionante y totalmente repleto, el paraninfo de la Universidad Nacional de Trujillo, vinieron a nuestra ciudad personalidades de todo el país, delegaciones de diversos departamentos, estudiosos, intelectuales, compañeros de toda la vida de Luis de la Puente, compañeros que compartieron con él la dureza de la lucha en los momentos políticos que le tocó vivir antes de su muerte, en 132


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO 1965. Entre esas personalidades que han estado y están aún en Trujillo, llegó el Dr. Manuel Pita Díaz, uno de los compañeros, de los leales compañeros de De la Puente, quien ha venido desde Lima a participar en este evento político; él, durante su vasta trayectoria comenzada en sus años de estudiante en la Universidad Nacional de Trujillo, al lado de De la Puente, mantuvo una conducta invariable, que en este momento de su vida se mantiene y se presenta como un haz luminoso y como ejemplo y paradigma para las nuevas generaciones estudiantiles. Le hemos pedido al Dr. Pita Díaz que venga un instante aquí, no para una entrevista en sí, sino para hacer en este momento un derroche de recuerdos, a los cuales seguramente él va a responder con emoción. Viejo amigo de esta casa, Manuel, muy buenas tardes, bienvenido. Pita Díaz: Mi querido Carlos, está de más extenderme en lo que acabas de afirmar. Sabes perfectamente la profundidad de las emociones que me embargan cuando transito por todos estos rincones donde la juventud, todo el vigor juvenil, se expandió en acciones a cual más impetuosa, pensando en el porvenir del país, en el progreso del país, en la liberación del hombre del Perú. Burmester: Manuel, tú estuviste ayer en la ceremonia de juramentación de la primera directiva del Instituto De la Puente. ¿Cuáles fueron las sensaciones que experimentaste en ese momento al ver la respuesta de los estudiantes, de los profesionales? Incluso el propio secretario general departamental del partido aprista, el Prof. Juan Julio Luján Burgos, estuvo confundido con todos los concurrentes. ¿Qué te pareció este acto? Pita Díaz: Mira, es fácil que tú entiendas que dadas las circunstancias relacionales humanas que tuve con Luis de la Puente y con todo el conjunto de su obra y de su influencia, el ambiente de la universidad que me cobijó, que nos cobijó, el paraninfo en donde habíamos intervenido y tantas cosas se definieron, tuvo forzosamente que aplastarme y ver reeditada otra vez la concurrencia alrededor, ya no, de Lucho tal y conforme actuó, sino del espíritu de Lucho presente y convocativo, por el cual las emociones otra vez estaban a su alrededor; sinceramente me llevó a ese especialísimo estado de ánimo que el recuerdo, la gratitud y el afecto pueden producir en cualquier alma, como la tuya o como la mía. En realidad, ha sido un reencuentro emocional, inolvidable y un homenaje que todavía no ha terminado, que Gonzalo Fernández está comentando, como lo comentaremos todos aquellos que conocimos de cerca al hombre que ahora tratamos de proyectar a través de su pensamiento y su deseo. 133


La entrevista Burmester: Manuel, fuiste compañero de luchas, desde los años estudiantiles, de Luis de la Puente Uceda. ¿Cómo conociste tú a De la Puente? Pita Díaz: Lo tengo narrado en mi crónica. Fue en 1950. Era una tarde soleada en la que estuvimos con Gonzalo Fernández; estuvo el Sr., el muchacho entonces, Manuel García Placencia, Pérez Malpica y Luis Ibérico Más. Lo vimos entrar erguido, con la mano derecha en el bolsillo del saco cruzado que utilizaba. En ese momento, Gonzalo comentó que había intervenido en la lucha, en la resistencia que el estudiantado puso a la policía cuando invadió el claustro el año anterior… Burmester: Manuel, perdona… Pita Díaz: Entonces estudiaba De la Puente pre-médicas… Burmester: Sí, sí… lo que tú dices coincide con lo que contó Gonzalo Fernández Gasco anoche durante su intervención, o sea, ustedes lo vieron entrar a De la Puente a la universidad, pero la pregunta que tiene que surgir es la siguiente: ¿por qué no lo conocían ya antes?, es decir, Uds., como De la Puente, eran apristas. ¿Cómo es que no lo habían conocido previamente? Pita Díaz: En el caso mío porque ese año recién yo ingresaba a la universidad y desconocía totalmente lo que había sucedido dentro del claustro los años anteriores. Gonzalo sí que estaba acá, ya tenía razones para conocer algo de la trayectoria y de la personalidad de Lucho, tan es así, que lo miró con simpatía. Al acercarse a saludarnos, también se apoderó de nosotros, por la forma sencilla, cordial, convocativa que su presencia estimulaba. No fue en ese momento cuando nació la amistad, no; fueron las conversaciones posteriores y la realidad de la tragedia universitaria, académica, de esa hora, la que promovió las discusiones y encaminó los pasos que teníamos que dar. Es así como, poco a poco, De la Puente tomó nota de que podíamos emplazar la crisis universitaria y lo hicimos en forma muy coordinada, con las escuelas, organizaciones, etc. El resto de la vida estudiantil de De la Puente la conocen las personas que estuvieron en esa época junto con nosotros. Burmester: Manuel, acabas de decir algo que es nuevo también para mucha gente. Que De la Puente, como Ernesto Guevara, quien también buscó ser médico, ingresó a la universidad a estudiar medicina. ¿Cuándo se produce ese traspase hacia el campo de las leyes por parte de De la Puente y qué fue lo que, en realidad, los impresionó más de De la Puente? 134


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO ¿Fueron sus planteamientos doctrinarios, sus conocimientos ideológicos, o fue su temperamento ejecutivo y radical? Pita Díaz: Su simpatía natural, magnética, su sinceridad y sencillez. Hablaba de tal manera que la imposición era totalmente desconocida, pero sí el compromiso de colaboración que su trato daba. De la Puente fue cálido y recibió la recompensa del afecto y de la colaboración que se le brindó. A De la Puente hay que analizarlo desde el punto de vista de su pensamiento, de su planteamiento y de la proyección de sus acciones. De la Puente es un símbolo de responsabilidad del hombre joven frente a la realidad presente del país y a su porvenir. De la Puente fue un hombre que encaró el problema de inmediato y convocó a la lucha para que se resolviera, así fue como se dio la crisis universitaria que la dictadura de Odría provocó, suplantando la academia con improvisados, con gente que ese momento arribó a la universidad, que llevó a la academia a niveles más bajos, a veces, que los primarios. Entonces indignaba recibir clases en el nivel universitario, ya, de algo que tú te habías imaginado significaba superioridad mental, superioridad de pensamiento. Burmester: En esa época, tú lo acabas de mencionar… Pita Díaz: Entonces… Burmester: Se vivía la dictadura de Odría, ¿no? Había un imperativo político, ustedes eran apristas. ¿Cómo actuaba el estudiantado frente a la dictadura? Pita Díaz: …pero primero, contestando a tu pregunta del por qué, en ese año que De la Puente ingresó, cambió el curso de su carrera. Burmester: Así es, así es, ¿por qué, de médico, se pasó a abogado? Pita Díaz: en ese día en que se conoció con nosotros, él ya venía a inscribirse a la facultad. Luego, con el correr del tiempo, cuando ya fuimos amigos, explicó que su hermano mayor estaba en EE UU, Teresa y Antonio en Lima, y que a él no le correspondía otro papel que el de acompañar a su madre y administrar el fundo Kuspampa que tenía en Julcán. Es así como cambió el curso de su vocación y, luego… Me parece que en una entrevista como ésta no podría yo desarrollar todas las situaciones que hemos vivido, que han sido tan largas, tan ricas, tan densas y tan sinceras. Burmester: ¿En qué momento…? Yo, digamos, a propósito, he 135


La entrevista mencionado este origen político aprista de ustedes. ¿Por qué, entonces, luego se produce un disloque, ustedes son expulsados del partido aprista? ¿Como afectó a este grupo aprista juvenil esta situación de verse fuera del partido al cual habían pertenecido desde muy jóvenes? Pita Díaz: Precisamente, yo creo que la amalgama fundamental de la amistad que nosotros construimos fue la comunión de ideales alrededor de los principios de un partido que aglutinaba a la juventud de entonces, a la juventud libertaria, a la juventud que presenciaba en ese momento todos los extremos de las presiones explotadoras extranjeras y de sus aliados internos. Éramos apristas sinceros, teníamos vocación libertaria, habíamos estudiado y seguido los principios primigenios que dieron origen a este movimiento y luego durante la época clandestina corrimos todos los riesgos y sufrimos las consecuencias registradas en mil oportunidades, de tal manera que el sentimiento aprista que nosotros teníamos nos llevó a defender hasta el último momento nuestros principios, de ahí que la moción de orden del día que la cuarta convención del partido sustentara, y que ¿? no sustentamos, porque no nos dejaron sustentar, se llamó: “En defensa de los principios primigenios y por la democracia interna del partido”. Por esas razones en ese momento en que criticábamos la convivencia que nos parecía absurda, antinatural desde el punto de vista político, algo que no podía caber dentro de la ética de nuestro comportamiento juvenil, es que nos revelamos contra esta comunión pública con los opresores, de los representantes de los oprimidos con los opresores. Era inconcebible, pero, sin embargo, real, que las principales figuras del partido convivieran en comilonas y en situaciones muy especiales cuando los campesinos eran masacrados, los derechos de los obreros estaban conculcados y había tanta persecución en contra de los militantes del partido. Burmester: Manuel, debo informar a los oyentes que el Dr. Manuel Pita Díaz está precisamente publicando un libro donde reseña toda esta trayectoria de De la Puente, del movimiento aprista rebelde, sus antecedentes políticos que culminaron con la creación del movimiento de izquierda revolucionaria y luego con la inmolación de De la Puente en Mesa Pelada, Cusco, en el año 1965, tema que sería, pues, larguísimo poder resumir en una entrevista radial como ésta, pero quiero preguntarle algo más que me parece fundamental. Manuel, se ha formado este instituto que preside un compañero de armas cercanísimo a De la Puente como es Gonzalo Fernández Gasco; ya la idea de una posibilidad militar subversiva está abandonada. Diremos que, aunque siempre existe esa posibilidad en el terreno teórico pero no en el terreno práctico, en este momento, sin embargo, nosotros notamos una gran 136


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO diferencia. Mientras que al más grande criminal del siglo, Abimael Guzmán, se le trató con guante de seda, poniéndole a su esposa al lado, dándoles tortas, regalos y conversaciones, etc., etc., De la Puente, al ser capturado, fue ejecutado o murió en un combate, eso no está determinado todavía; sin embargo, sus restos mortales no han sido devueltos por el ejército hasta ahora. ¿Cuál es la visión que tienes, Manuel, de esta contradicción verdaderamente asombrosa? Pita Díaz: la respuesta es muy sencilla, dadas las circunstancias que tú y yo vivimos desde que hemos tenido conciencia social, no me llama la atención, no me asombra ya, por qué, en este momento, la injusticia en todas las expresiones de la conducta oficial es prácticamente la misma, más refinada o más taimada de acuerdo con las circunstancias. Es cierto, tenemos a un ladrón inescrupuloso, organizador de bandas, como al que acabas de mencionar, y a otro hombre, como De la Puente, que pensó en el progreso de la patria con justicia social, de tal manera que recibieran como recompensa el salario justo, el reconocimiento que sus esfuerzos y su colaboración exigían. Uno, De la Puente, es un mártir y al otro, lo vemos, prácticamente como un privilegiado? Es precisamente por eso que De la Puente tiene un valor invencible. No hay, estoy absolutamente seguro, dentro de las entrañas del partido aprista, ya sea joven o viejo, quien conscientemente se atreva a hablar algo en contra del símbolo de la consecuencia ideológica y del sentimiento de justicia que lo llevó a la muerte a Luis de la Puente Uceda. Luis de la Puente Uceda reivindicado es el símbolo del hombre rebelde que no solamente debe retomar su papel en el Perú sino en Latinoamérica y en todos los pueblos oprimidos del mundo. Uno de los principios, precisamente, del Apra fue la solidaridad con los pueblos oprimidos del mundo. Y contra ese principio, que fue el tercero del ideario aprista, surgió la Convivencia como paradoja, se unió el libertador con el opresor, convivieron en una sola mesa, Carlos. El pasaje de la Convivencia es uno de los pasos vergonzantes de la historia de los movimientos libertarios que, como el aprismo, tantas expectativas y tantos sacrificios, tanta sangre le costó al pueblo que lo siguió. Este Trujillo hermoso, este Trujillo luminoso, este Trujillo cálido dio su sangre por las calles, avivó, sintió todas la emociones que registra el pueblo de Trujillo al conjuro de hombre que, en la etapa en la que estamos comentando, sintetizó Luis de la Puente Uceda, pero detrás de el, un Manuel Arévalo, un Búfalo Barreto y todos aquellos que estuvieron alrededor del cuartel O´Donovan o de todas las batallas que en estas calles y en estas campiñas se dieron en una desesperación libertaria, comprometen la conciencia y seguirán comprometiendo la conciencia de todos aquellos que todos los días levantan la mano para cantar una marsellesa cuya letra traza una conducta, pero, lamentablemente, los de arriba no practican y los de 137


La entrevista abajo tienen la esperanza de que alguna vez sea una realidad en el horizonte peruano. Burmester: Vamos a terminar la entrevista porque el tema del Instituto De la Puente, lo ha dicho Fernández Gasco, no es un partido político; éste no es un instituto de enseñanza, esto es un centro de investigación, lo ha dicho, para investigar y analizar el pensamiento político de Luis de la Puente Uceda. Entonces yo te hablaba por esto, esta contradicción de que los restos de De la Puente no son devueltos y como abogados, tú y yo, decimos, si De la Puente murió en combate, como ayer lo ha dicho Gonzalo Fernández Gasco, si murió en combate en un intercambio de disparos y armas, entre su grupo y el ejército, vencido y liquidado el grupo de De la Puente, el ejército debe haber levantado un acta en recogimiento e identificación de los cadáveres. Porque tenemos entendido que inclusive la sortija y el reloj de De la Puente aparecieron en manos de un teniente del ejército. Esa acta tiene que existir en el caso de que haya muerto en combate, pero en la hipótesis, todavía no desmentida, de que De la Puente fue capturado vivo y luego fusilado tiene que haber existido un juicio sumario, no sumario, sumarísimo, donde tiene que haber habido un alegato fiscal, una defensa y una sentencia y la sentencia tiene que haber sido firmada por un tribunal o por quienes tenían la autoridad para decidirlo. En uno u otro caso esos documentos tienen que existir. ¿Por qué no aparecen hasta ahora? ¿Por qué, mientras el criminal más grande del siglo, Abimael Guzmán, goza de una reclusión privilegiada con televisión, noticias, tortas, mujer al lado, hasta ahora se niegan a entregar los restos de De la Puente? Yo quisiera, para finalizar la entrevista, un corto análisis tuyo respecto a esto, Manuel. Pita Díaz: Precisamente, la respuesta más sintética es porque sencillamente no pueden hacerlo, no deben hacerlo, en tanto están presionados por el súper poder que gobierna todos los países dominados del continente, en el que los ejércitos, las organizaciones que los llamados estados soberanos tienen y son subdesarrollados no pueden de ninguna manera abrir una ventana que oxigene, que alimente la subversión en la defensa de los derechos más elementales que el hombre o el pueblo se merecen… Burmester: Perdón, un detalle Manuel, De la Puente es símbolo, mientras que Abimael Guzmán no es un símbolo ninguno, es un terrorista. Pita Díaz: También es símbolo. Burmester: Pero de la maldad, negativo. 138


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Pita Díaz: Naturalmente. Burmester: Obvio. Pita Díaz: Es símbolo y nos sirve muchísimo porque precisamente es un punto de apoyo para argumentar qué clase de valores o desvalores son apoyados desde el punto de vista oficial de los regímenes que gobiernan entre comillas. Burmester: Abimael está en el nivel moral y… Pita Díaz: Entonces, esos hechos, ese simbolismo que se recoge, este es el hombre precisamente que tiene tales respaldos y tales garantías y por el cual se hacen gastos todos los días para su traslado en helicóptero y se le arman todos los ambientes teatrales… Burmester: Estamos hablando de Montesinos, ¿estamos hablando de Montesinos ahora, no? Pita Díaz: Este es el símbolo de la “justicia” que tienen regímenes como los que estamos viviendo. Mientras que el silencio, el marginamiento, el esfuerzo por ocultar y por tapar a aquellos valores que dieron su vida por sus ideales, no pueden pues en estos ambientes, Carlos, surgir como estandartes ni como expectativas de la acción de la juventud. Entonces son los intelectuales en este momento, los profesionales, los que conocieron y los que siguieron y siguen la vida de De la Puente, los llamados, tal vez al instituto que ahora acaba de inaugurarse, a poner su aporte y su esfuerzo, no para levantar a Luis de la Puente, que no necesita levantarse, sino para seguir, para proyectar la obra, y para transmitir al espíritu de la juventud decente el sentimiento de responsabilidad que tienen por el destino del país, que es el destino de ellos mismos en el presente y el destino de los hijos que ellos tendrán. Qué clase de hijos quieren tener los que viven ahora, así, en la situación actual y con el comercio de valores que hay en este. Nosotros no podemos vivir simplemente de palabras ni de leyendas, nosotros tenemos que proyectar a la mente de los muchachos que en este momento están en los centros de educación, la responsabilidad y el compromiso que tienen para el porvenir de la patria donde han nacido. Pero tampoco con mal sentido nacionalista, sino con sentido libertario. Son muy distintas las características del ambiente en el que luchó la generación de De la Puente en la década en la que se desarrolló la mayor parte de su acción, o las que tiene el mundo en este rato, como consecuencia de la revolución cibernética y de toda la instantaneidad que las comunicaciones que en 139


La entrevista esta hora tienen. De tal manera que los métodos, las opiniones, las estrategias, las tácticas tienen que acomodarse forzosamente a las características que tiene el mundo actual y al monstruo hay que combatirlo con todos los medios tecnológicos que el mundo en este momento ofrece, y tenemos que proyectar nuestra protesta. Por ejemplo, a ese vil ataque que acaban de hacer a un pueblo prácticamente inerme en Medio Oriente, so pretexto de que tenía armas de exterminio que hasta este momento no han sido encontradas y tras el verdadero propósito, que ve quien quiera que tiene dos dedos de frente en el conocimiento de la acción del imperialismo, de apoderarse, tanto ingleses como norteamericanos, del control del emporio del petróleo más grande del planeta, que está precisamente en Irak. Burmester: Manuel se nos fue el tiempo ya. ¡Cuánto te agradezco haber venido! Quisiera dejarte un minuto para unas palabras finales… Pita Díaz: Para mí el reconocimiento en todo sentido a este Trujillo querido, a este pueblo hermoso. Particularmente para todos los supérstites que conocimos y estuvimos al lado de De la Puente y particularmente para ti porque desde el punto de vista directo y familiar mi corazón está muy comprometido con tu hogar, Carlos, y me felicito todavía por tener un momento de mi vida al lado de la familia que tú representas. Burmester: Te agradezco, Manuel, muchas gracias. Amigos, ha sido la entrevista con el Dr. Manuel Pita Díaz, abogado de origen cajamarquino que vivió los momentos más importantes de su vida política en esos prácticamente seis años que duró el periplo de De la Puente, del año 1959, en que es expulsado del Apra al mismo tiempo que él, al año 1965 en que se produce su muerte en Mesa Pelada, en el departamento del Cuzco.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

UNA CRONOLOGÍA

E

l 9 de noviembre de 1961, Luis de la Puente Uceda es declarado, en primera instancia, culpable de homicidio en agravio de Luis Sarmiento Ghiorzo, al tiempo que son declarados inocentes Gonzalo Fernández Gasco y Manuel Pita Díaz. Así mismo, se declara culpables de agresión a Alejandro Mendieta y a Nicolás Cava. El informe del Juez señala que De la Puente es, en su concepto, autor de un "homicidio en defensa propia imperfecta por no haber racionalidad en el medio empleado para repeler el ataque". Veintiún días después, De la Puente Uceda pide que se le otorgue la libertad condicional, de la misma manera como le fue concedida a Alejandro Mendieta. Previamente, como ya hemos narrado, el Agente Fiscal, el Dr. Carlos Burmester, se había pronunciado favorablemente, fijando incluso una caución en mil soles, lo que fue denegado por el Juez Ganoza. Casi 50 días después, el Primer Tribunal Correccional confirmó el auto denegatorio de libertad bajo caución. Integraron el Tribunal los doctores Ramón Ferrer, Augusto Bernales y Héctor Centurión Vallejo. El proceso oral contra Luis de la Puente Uceda se inicia recién el 2 de agosto del año siguiente y para ejercer su defensa viajó de Lima el Dr. Ángel Castro Lavarello. El Fiscal Humberto Leceta pidió para el acusado tres años de cárcel y el pago de veinte mil soles de reparación civil, discrepando con el abogado de la parte civil, Dr. Diez Canseco, que describía el hecho materia del juicio como un "homicidio calificado". El Tribunal esta vez lo conformaban los vocales Ramón Ferrer, Alamiro Vargas Correa y Augusto Bernales.

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Una cronología El "Proceso De la Puente" terminó meses después, luego de largas jornadas judiciales donde brillaron los alegatos de ambas partes, cuando ya el régimen de la "Convivencia" había terminado después de la irrupción militar del 17 de Julio de 1962, once días antes de que el presidente Manuel Prado Ugarteche, acusado de fraude electoral, culminara su periodo presidencial. Prado fue sustituido por una "Junta Militar de Gobierno", un triunvirato conformado por los más altos jefes de las tres armas, que asumió el mando de la Nación comprometiéndose a convocar a Elecciones Generales en el plazo de un año, lo que se cumplió. En Trujillo, como Prefecto del Departamento y Jefe Militar de la Plaza fue designado uno de los coroneles de más prestigio en el Ejército, José Rodríguez Razetto, que era conocido como "el Machote", apodo que adquirió en los cuarteles, y por su marcado antiaprismo, pues un primo suyo, el Tnte. Miguel Picasso, fue una de las víctimas de la masacre de la cárcel de Trujillo, perpetrada, en el marco del levantamiento aprista de 1932, por una chusma fanática e incontrolada que en estado etílico cometió tal acto de barbarie. El fallo final del Tribunal, que dispuso la libertad de De la Puente, finalmente no satisfizo a nadie, pues los apristas rebeldes esperaban una sentencia absolutoria y no una que desconocía la condición de "legítima defensa", como había argumentado con denuedo la defensa. El Tribunal terminó sentenciando a De la Puente a un año de penitenciaría y el pago de 50 mil soles de reparación civil amparándose en la figura de la "defensa propia imperfecta" que la propia defensa, in extremis, había insinuado. Habiendo sufrido en realidad una carcelería de 17 meses, los jueces y el Estado terminaron debiéndole cinco meses de permanencia excesiva en la cárcel, que nunca le reconocieron y menos pagaron. En el periodo siguiente, los apristas, valiéndose de las influencias que les quedaban, no cejaron nunca en tratar de conseguir que esa sentencia fuera anulada, en un afán vengativo por recluir en la cárcel a De la Puente, tal como Manuel lo señalaría más tarde en sus memorias. Este acoso podría haber contribuido a su determinación de apresurar su viaje definitivo al Cusco para iniciar la guerrilla en el sur. Los biógrafos de los liberteños Cesar Vallejo y Luis de la Puente, nacidos ambos en la andina provincia de Santiago de Chuco, inciden en esta coincidencia histórica. El vate inmortal, acosado por una injusta persecución policial-judicial, huye, prácticamente, a Francia, donde se quedó para siempre y donde falleció, en París, el 15 de abril de 1938. El guerrillero, acosado también por el aparato político legal heredero de la "Convivencia", adelanta el inicio de su acción guerrillera y muere, junto con varios de sus compañeros, tras ser detenidos por el Ejército, el 23 de 142


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO octubre de 1965. Días antes, en el Congreso de la República, el Senador aprista Armando Villanueva del Campo había impulsado e hizo aprobar una ley para que se aplique la pena de muerte a los levantados en armas en el Cusco. Una ley similar fue la que, 33 años antes, durante el gobierno de Sánchez Cerro, en 1932, sirvió para condenar a muerte por fusilamiento, en Chan Chan, a miles de sublevados apristas de la Revolución de Trujillo. Hay políticos "revolucionarios" que mueren en su cama, bien asistidos por aquellos a los que juraron combatir "hasta la muerte". Otros, son consecuentes y ejemplares aun en la derrota y en el sacrificio. El año 1965 convulsionó al Perú y a su Historia. Los apristas rebeldes, que se habían transformado en el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) lanzaron en tres frentes simultáneos una acción guerrillera que nunca pudo ser llamada "terrorista", porque sus líderes y sus combatientes jamás emplearon la metodología del terror, sino que enarbolaron unas banderas limpias, plenas, si cabe, de romanticismo y de conocimiento de su propio sacrificio. La acción del MIR fue aplastada sin cuartel, sin perdón y hasta con odio. Ninguno de los jefes del movimiento insurreccional del 65 tuvo la suerte que sí le tocó a Abimael Guzmán, el jefe del sangriento grupo Sendero Luminoso, a quien el dictador Fujimori agasajó con tortas de cumpleaños y hasta con compañía femenina y familiar. Los jefes y combatientes del MIR fueron eliminados sistemáticamente, salvo excepciones. Unos fueron fusilados, otros capturados, torturados y lanzados desde aviones, otros convertidos en teas por el inmisericorde napalm lanzado por los aviones y los asesores norteamericanos. Los cadáveres de De la Puente y sus compañeros están sepultados en algún rincón agreste de Mesa Pelada. El cuerpo del comandante guerrillero nunca fue entregado a su esposa ni a sus hijos, que hasta ahora lo reclaman vanamente. Al hijo de hacendados, al joven líder consecuente que repartió entre sus "alpartidarios" las tierras de la heredad paterna en la provincia de Santiago de Chuco, sus enemigos no le marcaron siquiera el lugar de su descanso eterno, tal vez para impedir visitas y otros homenajes. De la Puente ya era, cuando murió, una figura llena de nobleza y de generosidad, lo que asustaba a quienes lo combatieron victoriosamente en nombre de la ley, del "statu quo" y, por supuesto, de la propiedad intocable de hacendados y latifundistas, así como de las ambiciones de quienes querían disponer del gas y del petróleo peruanos, que hoy ya son propiedad de inversionistas y concesionarios extranjeros. Muerto su líder y derrotado y diezmado el movimiento, muchos cuadros del MIR se retiraron de la militancia activa. Manuel Pita Díaz lo comprendió así y dio un paso al costado sin abandonar sus ideales ni su 143


Una cronología compromiso. La contemplación de su tiempo y de la Historia lo llevaron a conclusiones premonitorias sorprendentes, que compartió conmigo muchas veces. Él pensaba que, consumado el sacrificio de 1965, era necesario hacer un alto y buscar nuevos caminos. El compulsaba los síntomas evidentes de los tiempos que se venían y creía que bien podían darse, en los años siguientes, en los Andes, si se persistía en la violencia y si se optaba por el terror, otra confrontación, mucho más grave, y que correrían ríos de sangre peruana, de dolor, de angustia y de infructuosos sacrificios. Fue en estos años, llenos de reflexión y diálogo en que se fortaleció definitivamente nuestra amistad. El "Cholo" Manuel, como siempre le dije, de la misma manera como él me llamaba el "Flaco" Carlos, volvió muchas veces a Trujillo para encontrarnos en el cálido ambiente de mi hogar, frente a los libros, frente a las confidencias y a los recuerdos. Nunca pertenecí al Apra Rebelde ni al MIR, ni participé en hecho alguno que pudiera significar un compromiso político con mis amigos, pero jamás, tampoco, pude dejar de reconocer el gesto y la valía de esa gente a la que conocí; de esos hombres "traspasados de ideales generosos", como dijera una vez el padre del poeta Javier Heraud, acribillado a balazos en 1963 cuando estaba rendido y sin armas; de esos hombres que sacrificaron sus vidas a sus ideales, sin recurrir jamás al odioso terror como arma de lucha, y que se erigieron en ejemplo de dignidad y amor a la patria escarnecida, robada y repartida impunemente. Manuel Pita Díaz, en sus diferentes viajes a Trujillo, me fue entregando sus papeles, sus opúsculos, que contenían sus memorias, ideas, sentimientos y recuerdos. Son dos conjuntos de notas, uno de 2002 y otro de 2004, que básicamente contienen los mismos textos. En estos apuntes hay una consistencia ideológica inexpugnable y las diferencias que he hallado entre las diferentes versiones se limitan a algunas frases o títulos aclaratorios destinados a apuntalar sus exposiciones para que luego, éstas, sean mejor entendidas, preocupado como siempre estaba por legar un mensaje postrero a la juventud. Curiosamente, nunca me pidió que los publicara, pero creo entender que al dejar en mis manos sus escritos, alguno de los cuales lleva un índice con su propia letra, y al considerarme en la emotiva dedicatoria que los encabeza “amigo entrañable, periodista liberteño ejemplar, actor y testigo de acciones inolvidables de mi generación”, sus palabras encierran un mensaje y un mandato que yo debo atender. Su gesto estaba conectado con la Historia y con historias en las que él también fue actor, pero asimismo se proyectaba al porvenir. Al evocar mi condición de periodista liberteño y al calificarme de “ejemplar”, subrayando que he sido "actor y testigo de acciones inolvidables" de su generación, Manuel no sólo ratificaba su 144


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO confianza en mi integridad y me concedía un honor, sino que al mismo tiempo, comprometía mi papel en el futuro. Es a ese futuro y a las nuevas generaciones de peruanos que ahora entrego estas letras y este libro, este testimonio de lo que vi y oí, porque no puede haber de mi parte un mayor acto de justicia para hombres brillantes y trascendentes como fueran Manuel, De la Puente y tantos otros, ejemplos de honestidad, consecuencia y de sacrificio aún a costa de su propia vida. He creído conveniente, por todo esto, incluir en este libro, en una Segunda Parte, sus “Aportes a la Historia y a la Reflexión”, así como el “Prólogo” que encabeza los opúsculos del 2004 y que no aparecen en los del 2002. Es el espíritu de Manuel Pita Díaz condensado en letras.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PARTE DOS

FOTOS PARA LA HISTORIA

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Fotos para la Historia

Homenaje al poeta JULIO GARRIDO MALAVER Teatro municipal - Trujillo 1956

Manuel Pita DĂ­az en el estudio y la remembranza

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

Manuel Pita Díaz, Luis F. de La Puente Uceda y Gonzalo Fernández Gasco 1º de Abril de 1952 (cumpleaños del segundo)

“Hacienda Julcán” La Libertad L. De La Puente, La Sra. Rita, su madre; Teresa, su hermana; y entre los universitarios invitados: Oswaldo Cabrera, Arnaldo Estrada, Manuel Pita, Gonzalo Fernández, José Albán Ramos, Luciano Uceda y otros

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Fotos para la Historia

Bohemia aprista de la epoca

De La Puente en Julcรกn

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

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Fotos para la Historia

Discurso de Orden: Manuel Pita DĂ­az Presidente de la FUT, Trujillo 1955-57

Recreo Majestic, Noviembre 1958 (Grupo Generacional)

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MANUEL PITA DĂ?AZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

Sr. Rector Dr. Don Julio A. Chiriboga 1952-1957

Levantamiento de la huelga. 1951

El ultimo encuentro - 2004 en el paraninfo de la Universidad Nacional de Trujillo

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Fotos para la Historia

“Presentes en la reconstrucción, Manuel Pita Díaz, con las manos en los bolsillos, a su lado el abogado Sigifredo Orbegoso, atrás, de sobrtodo, y chalina, el joven Carlos Burmester. Los policías vestidos a la usanza de la época. En el extremo derecho, de perfil. El juez Róger Ganoza”

La camioneta, el día de los hechos, prueba instrumental 154


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

Entrevista en La Voz de la Calle en 2003

Reencuentro con César Espinoza Villanueva luego de 35 años - 2011

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Fotos para la Historia

Manuel Pita DĂ­az, estudiante universitario

Luis Felipe de La Puente Uceda 1926 - 1965

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PARTE TRES

MANUEL PITA DÍAZ

MEMORIAS POLÍTICAS (APORTES A LA HISTORIA Y A LA REFLEXIÓN)

Con sincero afecto, a Carlos Burmester Landauro, amigo entrañable, periodista y liberteño ejemplar, actor y testigo de acciones inolvidables de mi generación. Manuel Pita Díaz

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Memorias polĂ­ticas

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PRÓLOGO

La juventud, que así significa en el alma de los individuos y de las generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en el proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y consideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del porvenir”, les dijo el maestro Próspero a sus discípulos en el Ariel de Rodó. En estas conceptuosas palabras pretendo escudarme para afianzar el idealismo y el vigor desbordante de la juventud trujillana que protagonizó la gran batalla reivindicadora de la dignidad académica en 1950 y siguientes. Contemplada esta victoriosa acometida juvenil contra la profanación del templo de la Cultura por el Calibán del “ochenio”, y comparada, con el gradual y aparente amenguamiento de la indignación de las generaciones posteriores ante las injusticias, resulta un compromiso para la conciencia no solo el resaltar el valor de la gesta reivindicadora de la “Generación del Medio Siglo” trujillana, sino, sobre todo, intentar reavivar en la juventud el idealismo justiciero y audaz, en esta hora triste en la que una minoría poderosa, impúdica, inhumana y farisea se enseñorea sobre la miseria social que ella misma ha generalizado. Así tenemos hoy, sólo por dar un ejemplo, en las altas posiciones estatales, voraces egoísmos que sin rubor ni compasión frente a la miseria salarial de los servidores públicos calificados y de base, ni frente a las clamorosas necesidades sociales en todo el territorio nacional, exprimen la Caja Fiscal embolsicándose escandalosamente emolumentos desproporcionados, a la par que proclaman a toda voz estar eliminando la pobreza y construyendo la “democracia”. 161


Memorias políticas Sólo la lúcida presencia de una juventud indignada frente al tormentoso mar de injusticias, suciedades, corrupciones y congelamientos dirigenciales, que asfixian y caotizan el progreso, será capaz de disipar la corriente que hoy pugna por arrastrar hacia el desastre a un país tan rico en potencialidades humanas y naturales como es el Perú. Es deber del adulto-joven, al que González Prada aludió en el Politeama, confrontar un idealismo responsable con la sombría realidad del "mendigo sentado en un banco de oro", a efectos de alcanzar un radical cambio en su indigna y estéril postura. Esta sana aspiración choca con cuadros complejos, internos y externos en esta hora de galopante tecnología, ciencia aplicada y expansivo neoliberalismo. La transformación integral será larga y penoso el proceso hacia un perfeccionamiento sin límites. Nuestra pretensión es colaborar para que la juventud nuestra, dentro de este proceso, demuestre que existe el orgullo peruano y latinoamericano. Una potente "proclama", lanzada a los cuatro vientos por una voz juvenil, desde algún cónclave cívico, tendría la virtud de concentrar y arrastrar en una sola dirección a las fuerzas constructivas de una democracia auténtica. Lamentablemente, la febril codicia de los insaciables acumuladores de riquezas extraídas del extenuado cuerpo de pueblos explotados, el aprovechamiento doloso de los empréstitos externos, la corrupción administrativa y la miseria social, la egoísta competición electorera de personas y grupos en pos de inmediatos aprovechamientos, detienen, desvían, dividen y dificultan la unidad que puede generar el grito libertador. Como todo en la vida tiene su fin, llegará el momento del estrepitoso derrumbe del andamiaje sustentador de las corruptas y degeneradas acumulaciones y concentraciones capitalistas. No solamente en el Perú sino en los demás países como el nuestro, estancados por la voracidad del imperialismo y sus aliados. La "juventud lúcida" no solo es aquella que destaca en la vocinglera y airada iracundia multitudinaria con la que la desesperación suele desahogarse momentáneamente en calles y plazas. La "juventud lúcida", para nosotros, es la sensible antena que capta y comprende los males políticos y sociales, sus causas, sus características reales en el Perú y demás países de la comunidad latinoamericana. La "juventud lúcida", debido a ello, busca afanosamente adherir a la causa de la revolución democrática. La acción transformadora reclama una permanente, intensa vinculación asociativa. Esta no se da entre nosotros porque la proliferación 162


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO competitiva de partidos y de aventureros políticos impiden la construcción tangible de un país maduro. La polarización de fuerzas competentes y la existencia de planes de desarrollo sostenido, podrían, como sucede en países de vida estabilizada, poner sobre rieles al desenvolvimiento del progreso y la democracia. Para ello se necesita la organización y la unión. Como actualmente se está agudizando los problemas por la inexistencia de los planes referidos, por la abusiva desproporción de ingresos entre privilegiados y pobres, por la producción restringida y anárquica, por la desesperante miseria, no debe estar lejana la hora en que va a caer la gota rebasante del vaso de la paciencia social. Si bien es cierto que las circunstancias, medios y formas del accionar social y político en las seis primeras décadas del siglo pasado son astronómicamente diferentes a las del presente, también lo es que los males políticos, económicos y culturales son los mismos pero astronómicamente aumentados: explosión demográfica, multiplicación de necesidades sociales, serios déficits morales, casi imposible superación de los niveles educativoculturales, anémica y desproporcionada relación producciónproductividad, imparable aumento de la desocupación y la delincuencia, campante corrupción político-estatal, sometimiento a las imposiciones y extorsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), conformismo con la posición en la que el mundo desarrollado mantiene a países del "Tercer Mundo" como el nuestro. Todo esto forzosamente tendría que producir una enérgica reacción de los gremios profesionales, de las juventudes concientizadas, de las organizaciones sindicales y de las organizaciones populares, para imponer la institución de un nuevo estado con proyección acorde con la realidad globalizada, pero distante de las escandalosas desproporciones que propician y usufructúan el capitalismo voraz y el cinismo político. La tarea de la juventud y la responsabilidad de los maestros son, respectivamente, para nosotros, los rieles para la formulación doctrinaria de una nueva política del desarrollo, basada en una nueva política, tecnológica y científicamente conjugada con la realidad nacional, latinoamericana y mundial; en la búsqueda de cambios estructurales, productivos y, en especial, conductuales, todo atado con una sólida trabazón ética y moral. En este folleto se compila diversos artículos, la mayor parte evocativos del ambiente social en la época dictatorial de Odría y de la brega estudiantil para rescatar la dignidad del hollado claustro. Otros, relacionados con la indignada reacción que provocó en revolucionarios del Apra y de la izquierda, el pacto electorero-gubernamental llamado "Convivencia" entre V. R. Haya de la Torre y la oligarquía representada por Manuel Prado Ugarteche. Los demás sobre política peruana e internacional. De una atenta y serena lectura de los relatos y comentarios se debe rescatar 163


Memorias políticas los valores y convicciones que adornaron a la personalidad de quien prefirió sacrificar heroicamente su vida en el ara de la justicia social. Muy a pesar de sus verdugos, Luis de la Puente Uceda se ha convertido en inexpugnable fortaleza moral en el firmamento histórico peruano. Lo prueban los homenajes y reconocimientos de que su memoria viene siendo objeto. Nos permitimos recomendar detenerse en el contenido de las cartas a Frida Manrique, valerosa dirigente juvenil aprista de un grupo que discrepaba con la "Convivencia" en Lima; y a Alan García, luego de la masacre de los jóvenes inermes que fueron ejecutados en el Frontón. La una trasunta el clima psicológico que crearon en los ambientes universitarios los desconcertantes comportamientos del comando aprista. La otra, la dramática e indignada reacción que produjo la cobarde y salvaje acción militar. "Memorias Políticas", en su texto y contexto, es un mensaje e una invocación a la juventud actual para que conozca y juzgue. Para quienes vivimos y sufrimos en carne propia los desgarramientos y frustraciones que produjo en nuestras vidas la desnaturalización de los principios revolucionarios de la organización política más grande y sacrificada del pueblo peruano, este relato es recuento testimonial que entristece, pero a la vez, conforta y enorgullece. En esta oportunidad expreso mi reconocimiento al estímulo que he recibido de parte de mis hijos, de mis amigos Alcibiades Arce González, Carmelo Salvatierra, Jorge Silva Merino, Juan Cachay Díaz, Víctor A. Camacho. Así mismo, dejo constancia de mi gratitud a Luis Iberico Mas, condiscípulo y destacado protagonista de los hechos estudiantiles que se narran, así como gran y entrañable amigo y hermano. Lima, abril de 2004

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

LUIS FELIPE DE LA PUENTE UCEDA (Recuerdos, Semblanza, Experiencias y Crítica) ETAPA ESTUDIANTIL UNIVERSITARIA Razones y objetivos Difícil resulta escribir sobre un extraordinario y fraterno personaje para quien como el suscrito vivió tanto y tan intensamente tramos inolvidables de la fragorosa y comprometedora vida juvenil de Luis Felipe de la Puente Uceda. No solamente por la densidad afectiva que nuestra amistad adquirió en tiempos y ambientes colmados de expectativas y desengaños, de entusiasmos furiosos y de acontecimientos a cual más impactantes en nuestra vida pública y privada, sino porque su calidad humana y las dimensiones de su estatura histórica fueron tan singulares, que una evocadora y limitada nota como la presente no podrá suficientemente abordarlos. Explicación Este relato, centrado en la etapa estudiantil de De la Puente, con pinceladas crítico-reflexivas, sale espontáneo, sincero y ayuno de pretensiones de calificación literaria. Es testimonio, evocación, y en algunas líneas, apelación a la conciencia de las juventudes y pueblos peruanos y latinoamericanos, para que, conociendo aspectos de la personalidad de un dirigente estudiantil comprometido con la lucha antiimperialista de mediados del Siglo XX, decida posiciones de criterio comparando, la realidad político-social de 165


Luis Felipe de La Puente Uceda entonces con las características del expansivo neoliberalismo actual. Neoliberalismo inhumano, causante de la agudización de la injusticia social, del debilitamiento del proceso integrador latinoamericano, del casi imposible ascenso cualitativo de la educación popular, y por ello, de la crisis conductual, de la delincuencia y de la incapacidad para conocer y defender los derechos y para cumplir conscientemente las obligaciones. Vivimos en medio de formalismos ''democratizadores'', detrás de los cuales se despliegan estrategias de extensión y expansión capitalista extranjera, de desbordes de jurisdicción hacia organismos supranacionales; de concepciones monistas de derechos humanos, de irrefrenable contaminación del medio ambiente; de inexistente ''libertad de comercio'' debido a barreras arancelarias, a cuotas de importación y subsidios bloqueadores del acceso de producción competitiva de países pobres a los mercados desarrollados de Norteamérica, Europa y Asia. Cada día es más perceptible el inconformismo popular generado por la desocupación, el hambre y la incultura en vastas áreas del planeta. Es inocultable la expansión de la miseria integral, pese a todos los recursos científicos y tecnológicos que utilizan las organizaciones nacionales y supranacionales para detenerla o paliarla. El presente que vivimos difiere absolutamente del pasado tanto por la revolución científica como por las concepciones geopolíticas que hoy tienen las grandes potencias, como EEUU. No difiere, en cambio, la situación explotada del tercer mundo y la consecuente miseria de poblaciones envueltas en torbellinos de injusticia, corrupción política, delincuencia común, hambre e incultura. Por más formales acomodos y poses controlistas sobre derechos humanos, disciplina presupuestal, transparencia conductual pública de los voceros imperiales, su permanente conspiración contra tales principios cuando desvergonzada e impunemente incumplen tratados, imponen sanciones económicas victimando a niños, ancianos y enfermos, vetando en la ONU acuerdos que nos les son satisfactorios, evidencian inocultable incremento del afán de dominación hegemónica mundial de la superpotencia norteamericana y las naturales reacciones y resistencias que tal empeño genera y seguirá generando. Cuando esta obsesión alcance grados de peligro para las potencias europeas y asiáticas, éstas, decidirán enfrentarla, y entonces, el mundo sentirá el riesgo de otra conflagración global

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Una definición de la situación actual la dio el último líder soviético en vísperas de la liquidación del burocratizado régimen, cuando dijo: ''el mundo actual es complicado, variado y dinámico, está penetrado de tendencias contrapuestas y lleno de contradicciones. Es un mundo de complejísimas alternativas, inquietudes y esperanzas. Jamás nuestro hogar terrestre se había visto sometido a tales sobrecargas políticas y físicas. Jamás el hombre había obtenido tantos tributos de la Naturaleza y jamás se había encontrado tan vulnerable ante el poderío creado por sus propias manos''. Época de este relato: décadas 50 y 60 del Siglo XX Lo vivido de este relato se produjo en la época de reconstrucción del orden internacional post Segunda Guerra Mundial. Para esa reconstrucción, de acuerdo a los grandes intereses capitalistas, era necesario que los países proveedores de producción primaria, como los latinoamericanos, garantizaran regularidad. Para que así fuera, respaldaron la instalación en ellos de dictaduras militares. En el Perú, a la del General Manuel A. Odría, obseso perseguidor de militantes apristas. La mayoría de estudiantes universitarios lo éramos. Nuestro idealismo determinaba indignación frente a los atropellos perpetrados por la tiranía coludida con poderosos intereses que explotaban a los trabajadores, a nuestras riquezas naturales y culturales, que frenaban, según su conveniencia, el desarrollo productivo, que multiplicaban miseria, y sostenían, calculadamente, el retraso. En la etapa evocada, la Revolución Informática no había trastornado tan intensa y expansivamente los ritmos y expresiones de la vida humana como en el presente. El vocablo ''globalización'' era impensable en el mundo bipolarizado de la época. De ahí que, las concepciones políticas, estratégicas, tácticas y los argumentos esgrimidos por la subversión anticapitalista respondieran a las características de la realidad afrontada. En esos momentos el Perú vivía la abusiva prepotencia de succionadoras empresas como la International Petroleum Co., la Cerro de Pasco Corporation, Marcona Mining Co., Northern Perú Mining Co., Southern Perú Cooper Co., etc, etc, etc, servilmente toleradas por gobernantes y burócratas corruptos. Tan escandaloso y vergonzante llegó a ser el prepotente dominio extranjero y el alegre e irresponsable acaparamiento de tierras desde la época colonial por los latifundistas, que no sólo determinaron furibundas campañas reivindicadoras protagonizadas por esclarecidos intelectuales, jurisconsultos, universitarios y trabajadores en Lima, Trujillo, Piura, Arequipa, Cusco y otras importantes ciudades, sino 167


Luis Felipe de La Puente Uceda comprometieron la conciencia patriótica del General E.P. Juan Velasco Alvarado en 1968 (Tres años después del asesinato de Luis de la Puente). Este militar de humilde extracción social, organizó y comandó la llamada ''Revolución Peruana'' de la FF.AA. con objetivos precisos de expulsar a la International Petroleum Co., nacionalizar empresas extranjeras agromineras, ferrocarrileras, comerciales, etc., y, sobre todo, realizar reformas estructurales básicas, en especial la Agraria y la Educativa, que lamentablemente en la práctica resultaron mal ejecutadas. Sólo porque rompió el sistema feudal agrario liquidando el latifundio, porque hizo patente la soberanía nacional y la pujanza de la participación popular durante más de un lustro, esta Revolución tiene repercusión causal en muchos aspectos del fenómeno socio-político posterior. La lucha social contra las minorías explotadoras nunca cejará, como tampoco el Hombre-animal en permanente y penosa superación nunca dejará de construir el Hombre-Ideal. Escenario TRUJILLO, la castiza y ''pantorrilluda'' ciudad del norte-medio fue para la Región, desde su calidad de Intendencia Colonial hasta su calidad actual, centro de inquietudes culturales, libertarias y políticoeconómicas. El vastísimo y fértil valle que lo contiene, enmarcado por cadenas de pequeños cerros cónicos, hermosas playas de fecundo mar y cielos luminosos, escenario fue de altas culturas precolombinas cuyos vestigios arquitectónicos y costumbristas asombran e intrigan a científicos y turistas. Chan Chan, la ciudad de adobe más grande y organizada de la América India; las huacas El Sol y La Luna, santuarios del boato ceremonial de Chimús, Mochicas e Incas, su cerámica retratista, escultórica e ideográfica elocuentemente demuestra las costumbres sociales, religiosas y guerreras. También fue escenario de parte del drama épico y trágico de la Conquista, del Coloniaje, de la Independencia y de la evolución formativa de la República. En esta última, la expresión física sobresaliente de la explotación imperialista fue la voraz absorción expansiva de la propiedad agraria por la firma alemana Gildeimester. Su poder llegó al extremo de tener jurisdicción administrativa y comercial autónoma, prácticamente puerto propio y otras regalías cedidas por gobiernos corruptos en detrimento de la soberanía, del comercio y de la dignidad nacionales. Pueblo templado en ese Drama escribió páginas históricas de heroísmo y sacrificio buscando sacudirse del yugo avasallador de tiranías y explotadores. Fue y sigue siendo núcleo del partido político más grande y 168


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO organizado del Perú en el Siglo XX: A P R A (Alianza Popular Revolucionaria Americana). Imparcialmente analizados su ideario, sus vicisitudes y circunstancias, el APRA fue movimiento libertario con pretensiones ejecutoras del sueño integrador del Libertador Bolívar, única meta racional de los pueblos iberoamericanos para enfrentar el dominante poder norteamericano. Lamentablemente, debido a la extracción social burguesa de sus principales dirigentes, su metodología fascistoide, sus desviaciones ideológicas y los excesos conductuales comprometidos con intereses adversarios, se desperdiciaron oportunidades combativas, contando con multitudinaria y fervorosa adhesión popular en las décadas 30 y 40 del siglo pasado. Panorama actual Actualmente, es un partido desnaturalizado que juega a la oposición con dirigentes que lucran el sistema neoliberal mientras demagógicamente denostan su naturaleza. A partir de la caída del Muro de Berlín, del desmoronamiento del poder político equilibrante alcanzado por la Unión Soviética y sus aliados, y de la imparable expansión tecno-científica en todas las áreas productivas y culturales del planeta, el Mundo vive la influencia impositiva de la corriente neoliberal capitalista global liderada por Estados Unidos de Norte América. Esta corriente operada por toda una red de organismos internacionales acoyuntados por la Organización de Naciones Unidas (ONU), exige de los estados que se gobiernen conforme al molde ''democrático'' vinculante y contenedor del sistema capitalista privatizador, lleno de formalismos jurídicos, éticos y jurisdiccionales regulados y controlados por entidades supranacionales. El panorama socio-político y económico actual es totalmente diferente al que contemplábamos en la época de este relato. Por esta razón, consideramos que el lector joven, para su mejor comprensión, debería conocerlo a vuelo de pájaro. Nos esforzaremos para ello. La Universidad Bolivariana Ingresé a su republicana universidad en 1950. Situada en la esquina de las calles Independencia y Almagro con portón hacia la Plaza Mayor. En sus aulas, acondicionadas en ambientes de lo 169


Luis Felipe de La Puente Uceda que fuera Convento de monjes, se turnaban las clases de Letras, premédicas, Derecho, Comercio, Educación Primaria y Secundaria, Farmacia, e Ingeniería Química. Integralmente, era forzada estructuración con deficiente funcionalidad, pero saturada de vida y energía, de ilusión y audacia, de idealidad y romance de Juventud procedente del medio y de las regiones septentrionales del país. En ese entonces esta flotante población promediaba ochocientos estudiantes de ambos sexos. El protagonismo estudiantil femenino iba en aumento, pero comparado con el actual tan extenso e intenso en actividades post académicas, estaba en estado larval. El prejuicio discriminador y aplastante de las clases altas contra la superación de la mujer de clases pobres se grafica en la expresión atribuida en ese momento a un aristócrata trujillano: "Es casi imposible encontrar cocineras porque todas están en la Universidad" Trujillo de mi época, aparte de su estructura urbana castizorepublicana, plano de trazo cuadriculado, calles anchas asfaltadas y algunas todavía con adoquines y lajas, casonas de ''cadena'', ventanas voladas, patios, zaguanes y portones blasonados, edificios de arquitectura moderna armonizada con la fisonomía de la ciudad como el Hotel de Turistas, la Beneficencia Pública, el Palacio Municipal, etc. y, en mayoría, casas de uno y dos pisos, era luminosa, apacible ciudad costeña de vida rutinaria, sin congestiones ni estridencias. Eran nítidamente audibles las campanitas de Santa Clara, del Carmen, y las roncas campanas de la Catedral y de Santo Domingo de Guzmán. El movimiento comercial era lento, mayormente concentrado en los jirones Pizarro, Ayacucho, Mercado Central y sus alrededores. Gran porcentaje de consumidores campesinos y distritales no concurrían porque estaban copados por el sistema comercial de abastecimiento establecido e impuesto por la Firma Gildeimester. El Parque automotor comparativamente con el actual, reducido. Contadas agencias de transporte interprovincial, lujosos automóviles particulares de terratenientes, profesionales y gente adinerada, carros de servicio público citadino e interurbano, Estación del Tren Ascope, Placita de Toros, su Puerto Salaverry, su Villa Moche y sus caletas Buenos Aires y Huanchaco. Aparte de la Hacienda Chiclín de los Larco Herrera y de algunos funditos cañeros de propiedad particular, la influencia dominante del imperio Gildeimester absorbía a los importantes poblados Laredo, Chocope, Casa Grande, Roma, Ascope, Sausal, Paiján, etc. En tiempo de exámenes sus veredas convertidas en pizarras mostraban fórmulas algebraicas, químicas, trigonométricas y cuadros sinópticos. 170


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Pensiones-albergue para estudiantes foráneos eran las actividades económicas domésticas más generalizadas. Algunas clásicas, irónica y pícaramente nominadas como ''la muerte lenta'', ''la carpa'', ''la telaraña'', la ''pensión macabra'' porque en ella hubo un homicidio, etc., etc. daban pábulo a sabrosos chascarrilos estudiantiles. El Mercado Central, siempre con precios comparativamente bajos con relación a los de otras zonas, jugos de alfalfa, piña y papaya, berros, cebiche de corvina, la sabrosa sopa ''shambar'' de trigo y otros cereales con carne ahumada, etc. Allí, a veces, aplacábamos la resaca de entusiastas tenidas en bares populares como ''Porturas'', ''ABC'', ''Embassy'', ''La Florida'', el ''Trocadero'', etc. Pregonaban sucesivas, desde la mañana hasta la noche, lecheras, alfalferas, alfajoreros, corredores de ''revolución caliente'', vendedores de diarios y loterías. En las noches domésticas reinaba la radio (Libertad y Trujillo) y el ''pick-up'', en los bares la ''rockola'' propalando valses, tangos, marineras, boleros, pasillos, candentes ritmos tropicales entre los que, frenéticos y dominantes, irrumpieron el Mambo de Pérez Prado y el Rock and Roll. Espectáculo cotidiano era el Cine (Municipal, Libertad, Chimú, Popular, El Pueblo). El Football en la ''Grama de Mansiche'' (hoy Estadio), el Boxeo y el Basket ball en el Coliseo del Recreo y la Natación en la Piscina Gildemesiter, eran los deportes populares sobresalientes. Formalismo y discriminación El formalismo y la diferenciación social se evidenciaban en vestimentas, modos de trato, limitaciones relacionales entre estamentos sociales y económicos. En la Universidad ternos de casimir, camisas blancas, corbata, zapatos becerro, gemelos, pisa-corbata, pañuelo-buque y pelo engominado en los hombres. Faldas plisadas, acampanadas, medias nylon, zapatitos mocasines o punta aguja, blusas con blondas y encajes, chompas y brasieres ''Silvia Pinal'', peinados con ''permanente'' en las damas. La relación entre sexos era cordial, limitada y respetuosa. La liberalidad actual, lindante con libertinaje inescrupuloso y frívolo, morboso y grosero deliberadamente promovido, era inimaginable. Sin embargo, negativamente flotaban en el ambiente tabúes y prejuicios, supersticiones y disfuerzos que la evolución social, científica y cultural vienen permanentemente liquidando. El de aristócratas y burgueses altos en el Palacio Iturregui, el Club Libertad de la Juventud y Ejecutivos de clase media, la Sociedad de Comerciantes, la Logia Masónica, los ''Rotarios'' y los ''Leones'', etc. eran expresiones representativas de la estratificación socio-económica. 171


Luis Felipe de La Puente Uceda El Centro El ciclópeo Monumento de mármol a La Libertad en la Plaza Mayor, al contemplarlo comprometió siempre mi sentido de equilibrio, simetría y proporción. El abultado tórax del portador de la ''antorcha'' lo hace aparecer ''monstruo'' por efecto de la perspectiva. Alguien, no recuerdo quien, me explicó que entre el prisma y el pedestal de la estatua debía mediar una columna de tres metros de altura. No fue colocada porque se quebró en el barco que condujo el conjunto desde Europa. ¿No debería la Municipalidad reparar esta falla? Amplia y hermosa ''Plaza Mayor'', mudo testigo de grandes acontecimientos político-sociales, religiosos, festivos ; y, nostálgico escenario de románticos encuentros juveniles. La evoco soleada, luminosa, con jardines floralmente coloridos, esbeltas palmeras, enmarcada por blanca y severa Catedral colonial de tres naves, castizas casonas y edificios públicos, (Prefectura, Municipalidad, Arzobispado, Hotel de Turistas, Beneficencia Pública, Centro Escolar ''Viejo'', Universidad). Plaza continente de aconteceres históricos en la cuatricentenaria vida trujillana. Vida, teñida de barro mochica-chimú salpicado de brochazos hispanos y criollos, envuelta y revuelta en mil contertulios coloniales, febriles ajetreos independentistas, conspiraciones y reyertas militares y civiles republicanas, incubadora de furiosas rebeldías populares contra la injusticia social y las tiranías y de expresiones culturales y artísticas singulares, apasionadas y profundas cuyos íconos son Faustino Sánchez Carrión, César Vallejo, Ciro Alegría, Antenor Orrego, Alcides Spelucín, etc. La procesión caminaba por dentro Eran tiempos aparentemente tranquilos. La relación poblaciónproducción, proporcionada. La balanza comercial, favorable debido al volumen de demanda exportable ocasionada por la Guerra de Corea y por la competitividad armamentista y científica entre EEUU y la Unión Soviética, denominada ''Guerra Fría''. Pero, sobre todo, debido a la férrea represión policial de la tiranía odriísta contra el aprismo. En medio de esta apariencia, Trujillo, en sus barrios populares, en sus centros laborales azucareros, portuarios, especialmente en su Universidad, acumulaba en las sombras furias libertarias y expectativas de directivas de comando para acciones políticas contra la tiranía. Tan hondo había calado en el alma popular la devoción aprista después del holocausto de miles de mártires en Chan-Chan-1932, que la brutal represión gobiernista para eliminarla resultó siempre ineficaz. Muchas veces, en correrías clandestinas por el valle de Santa Catalina ( Moche, 172


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Salaverry, Laredo, Casa Grande, Chocope, Ascope, Paiján, Roma, Chiclín, etc.) y por zonas norteñas como Chimbote, Chiclayo, Cajamarca, registrábamos lealtades populares admirables, pero a su vez, indicadoras del retraso educativo-cultural. A diminutos bustos en yeso de Haya de la Torre y de Manuel Arévalo, gente humilde los veneraba prendiéndoles velas. Cuando el peligro rondaba, los escondían en el subsuelo. Trujillo, cuna libertaria Trujillo fue cuna tradicional de movimientos libertarios. Como tal, en la segunda década del siglo XX incubó a la corriente ideológica aprista para luchar contra el Imperialismo anglo-norteamericano y aliados internos y para fomentar la integración latinoamericana como única salida para equilibrar el dominante poder yanqui. Trujillo creyó, defendió y defenderá siempre principios y objetivos libertarios muy por encima de arbitrariedades y de conductas inconsecuentes. Está en su generosa y bizarra naturaleza defender la Libertad y rebelarse contra la Injusticia. El Personaje En este ambiente y circunstancias, una soleada mañana de mayo 1950 conocí a Luis Felipe de la Puente Uceda en el enlocetado rojo del Patio de Honor de la Universidad centralmente presidido por el busto del Libertador, rodeado de arcos conventuales y resguardado, en los ángulos, por floridos jacarandás. Conversábamos sentados en las gradas del monumento Gonzalo Fernández Gasco, Manuel García Plasencia, Luis Iberico Mas, Luis Pérez Malpica y otros amigos, comentando seguramente noticias políticas del día o detalles de la resistencia que opusieron los estudiantes, comandados por el Ing, Manuel Carranza Márquez a la policía, cuando bestialmente invadió el recinto universitario el año anterior. Entre ellos estuvo De la Puente Uceda, estudiante de pre-médicas en ese momento. Apareció pulcro, erguido y escudriñador por el ángulo de entrada convocando la atención del grupo. No sólo porque algunos conocían su trayectoria sino porque su personalidad, naturalidad y sencillez impresionaban gratamente. Con el correr del tiempo lo conocí a fondo. Llegamos a compatibilizar tanto y a compartir tantos momentos inolvidables como los que, en algunos aspectos, serán materia de este trabajo. Fuimos fraternos amigos, condiscípulos, militantes revolucionarios y hasta ''compadres'', 173


Luis Felipe de La Puente Uceda tras viajar en caravana con otros amigos hasta Celendín, mi tierra natal, donde apadrinó el bautizo de mis hijos Victoria y Luis Felipe. Desde elementales posiciones filosófico-políticas, considerábamos el ''cambio permanente'' como ley determinante de acciones y argumentos de lucha. Los cambios imponían reajustes metodológicos de lucha antiimperialista ceñidos a los principios básicos de la ideología del partido. Las manipulaciones dirigenciales en la militancia de base, no siempre para beneficio del movimiento sino de personas y grupos oportunistas so capa de ''disciplina'', nos incomodaba. De igual manera, el fomento de servil culto a la personalidad, sobre todo a la del Jefe Máximo. Esta tónica limitadora y censora limitó el escudriñamiento juvenil de autorizados criterios socio-políticos como los del Amauta Mariátegui, de Jorge Basadre, de Víctor Andrés Belaúnde, de Raúl Porras Barrenechea, de José Antonio Encinas, de Marx, Engels y demás valores del pensamiento peruano y universal. Expresiones críticas o dubitativas sobre las tesis hayistas o directivas del Alto Mando estaban prácticamente vedadas. Cuando se daban eran pasibles de refutación demagógica y, en algunos casos, de sanciones ''disciplinarias''. No encontrábamos coherencia en la realidad relacional entre ''trabajadores manuales e intelectuales'' conformantes del ''frente único'', porque, desde niveles superiores, los últimos, los intelectuales, permanentemente expresaban imperativos que los ''manuales'' asumían subordinadamente. El fanatismo sectario aprista, que tantos hechos reprobables produjo y seguirá produciendo, era deliberadamente cultivado en el engranaje dirigencial. El cobarde asesinato de Manuel Arévalo por esbirros de la dictadura Benavides, el líder obrero más esclarecido, lúcido y de recia personalidad en el Alto Comando del 31, a decir de veteranos trujillanos que lo conocieron, desequilibró el poder directriz del ''frente único'' a favor del brillante ideológico burgués Víctor Raúl Haya de la Torre. Estos aspectos, y otros de orden político-estudiantil en clandestinaje y la represión, motivaban inquietudes y juveniles. Siempre, aunque discrepantes y críticos frente maniobras del Comando Ejecutivo Nacional, nos comprometidos con los principios y objetivos del aprismo.

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medio del posiciones a muchas sentimos


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Luis Felipe De la Puente Uceda Enhiesto, enjuto de carnes, pero sólido en su apostura y expresión cualesquiera fuera ésta dentro de la familia, la tertulia, la polémica o la arenga frente a multitudinarias manifestaciones políticas. Su protagonismo fue múltiple, dinámico, magnético. 1.80 m. de estatura. Pelo lacio castaño claro enmarcaba abovedada frente con profundas entradas anunciadoras de futura calvicie. Tez rosada propensa a incendiarse cuando el rubor o la cólera agitaban su corazón. Facciones angulosas pero simpáticas, nariz aguileña sobre la que cabalgaban gruesas gafas debido a su acentuada miopía izquierda que le achicaba el ojo. Boca chica, labios finos, que apretados, perfilaban en las comisuras característico rictus. Rictus que denotaba de concentración conceptual o emotiva. Risa franca y contagiosa. En su caminar y postura mantuvo altivo rostro de bien afeitada barba. Cuello delgado surcado de rayas anunciadoras de venideras arrugas. Sus padres fueron Don Juan de Dios de la Puente y Ganoza y Doña Rita Uceda Callirgos, coherederos de la entonces gran Hacienda Julcán, en el Departamento La Libertad. En la división y partición les tocó el fundo llamado Cruzpampa. Nació en Santiago de Chuco el 1o. de Abril de 1926. La ausencia prematura de su padre motivó inclinaciones afectivas hacia su familia paterna, especialmente hacia su tío José Felix, su esposa la señora Lucía Haya de la Torre y sus hijos Fortunata, Elvira y José Félix. Cuando nos encontrábamos en Lima visitábamos su casa en la Avenida Alfonso Ugarte. En estas oportunidades me fue dado apreciar la calidez afectiva familiar y el trasunto de principios y valores rectores de criterios y comportamientos. Fortunata, Nata en el ambiente íntimo, culturalmente reforzada en Europa, tuvo mucha afinidad con su primo Luis Felipe quien ponderaba la lucidez de su criterio, su inteligencia y el sentido crítico independiente de su personalidad. Este natural acercamiento no lastimó la gradual estimación y afecto que tuvo hacia Don Augusto Gildeimester Prado, casado con su señora madre en segundas nupcias. Este señor, pariente separado del clan ''Casa Grande'', fue un apasionado estudioso de la realidad potencial de las riquezas peruanas, en especial de las agropecuarias y mineras. Conversar con él debido a su erudición y sencillez resultaba siempre positivo y ameno. La Tesis de Derecho ''La Reforma Agraria Peruana'' Luis Felipe la dedicó a su padre político. Buen hijo, responsable administrador Su retorno al claustro en 1950 fue para inscribirse en la Facultad de Derecho. No podía seguir la carrera médica porque la ausencia de sus 175


Luis Felipe de La Puente Uceda hermanos Juan Manuel en EEUU y Antonio y Teresa en Lima, determinaba que él se hiciera cargo de la administración del fundo y de la atención a su madre, con quien cultivó, pese a contradictorios pareceres en materias políticas y sociales, tierna y solidaria relación. La Universidad desnaturalizada La Universidad estaba regentada por la llamada ''Junta Reorganizadora'' impuesta por la dictadura. Exhibía deplorable situación académica. Las cátedras fueron encargadas a ineptos oportunistas que bajaron el nivel de la enseñanza a tal extremo que en algunos casos no llegaban ni al primario. Sólo a algunos respetables y calificados maestros no se atrevieron a expulsar. Esta situación, a ojos vista, afectaba severamente la calidad intelectual y moral del estudiantado. Campaña reivindicadora El impuesto conformismo y la miopía que, aparentemente, la generalidad estudiantil mostraba con beneplácito del oficialismo, imponía organizar la lucha rescatadora de la Dignidad del Claustro. De la Puente con la adhesión de Gonzalo Fernández Gasco, Manuel García Plasencia, Máximo Vílchez Gamboa, Julio Zavaleta, Luis Iberico Más , Luis Pérez Malpica, , Eugenio Chang Cruz, Humberto Carranza Piedra, Ubedelindo Vizconde García, Emilio Haro, César Cieza, Luis Falconí, Valentín Fernández, Abdón Vásquez, Mario Ruesta, Federico García, el autor de esta nota y otros muchos conscientes insatisfechos, reorganizó la Asociación Universitaria de Trujillo (AUT) y los Centros Federados en Facultades y Escuelas. Campaña concientizadora En aulas y corrillos, en pensiones y paseos fomentábamos críticas y reflexiones sobre la triste realidad académica y administrativa. Nos sabíamos espiados. Varios policías de investigación eran alumnos regulares y el soplonaje mercenario actuaba en todos los ambientes. ''Lucho'' -así lo llamábamos- procuraba no dar cuerpo. Atendía la administración de su fundo en Julcán acordando previamente con sus colaboradores la estimulación del inconformismo. Cuando retornaba, con mil y un pretextos organizábamos reuniones en bares y chifas, en casas y pensiones. Así ampliábamos y consolidábamos la camaradería. Dirigentes estrechados amigos de tertulia trabábamos polémicas, irónicos chismorreos y puyas que lejos de molestar ahondaban la confianza y aseguraban la solidaridad. En este ambiente el drama académico, social y político surgía comprometedor. Evocábamos el ''Grito de Córdoba'', el exordio a ''Estudiante de la Mesa Redonda'' de 176


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Germán Arciniegas, la lucha obrera por la jornada de Ocho Horas, el periplo en la década veinte del estudiante ''integracionista'' Haya de la Torre hasta México, las clausuras universitarias por las tiranías militares, los ''Siete Ensayos de la Realidad Peruana'' de J. C. Mariátegui, la Historia de la República de J. Basadre, la literatura panfletaria de Manuel González Prada, la de Ciro Alegría, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, la corriente indigenista en Blas, Sabogal, Urteaga, Codesido, Izcue, Alomías Robles, etc., etc. Lucho, Manuel García Plasencia, Julio Zavaleta, Máximo Vílchez, Oswaldo Cabrera, Elio Otiniano Mauricci, Luis Iberico, eran los más inquietos animadores de estos comentarios, superficiales por supuesto, pero a la larga de valor referencial para posteriores ahondamientos. Inquietudes como éstas no fueron bien vistas por algunos veteranos apristas enquistados en mandos partidarios. El liderazgo que perfilaban De la Puente y otros dirigentes universitarios y obreros en Trujillo les resultaba competitivo y peligroso. Se distanciaron. Consolidaron el congelamiento dirigencial. Los ''dorados'', así solían calificarse los de la primera generación partidaria y los de las inmediatas posteriores promovían devoto culto al ''Jefe Máximo''. Celaban ''disciplinariamente'' la subordinación mental hacia todo lo que Haya de la Torre decía en serio u ocurrentemente. Para el fanático, el ''Jefe'' era infalible. . Huelga General Indefinida (autonomía académica o nada) 1951. El maltrato de que fue víctima una alumna de pedagogía por parte de un profesor motivó airada protesta de sus condiscípulos. El ofensor se negó a disculparse. Era el detonante insurgente que esperábamos. La AUT convocó a Asamblea General en el Patio de Honor. La concurrencia sorprendió por su magnitud y temperamento. Se presentía que algo extraordinario iba a producirse. De la Puente, en objetiva exposición mostró los extremos a que había llegado la desnaturalización institucional. Uno a uno estudiantes de ambos sexos denunciaron el desbarajuste académico y administrativo institucional y remarcaron el imperativo de ponerle fin. Patéticamente De la Puente dijo: '' La Universidad republicana que fundaron Bolívar y Sánchez Carrión está postrada, vergonzantemente degenerada y prostituída'' Aquella memorable noche, como nunca antes en ninguna universidad peruana, el estudiantado trujillano ''tachó'' a cuarentiocho 177


Luis Felipe de La Puente Uceda ''catedráticos'', desconoció la autoridad de la llamada ''Junta Reorganizadora', reclamó la regularización jurídica institucional, es decir, su autonomía académica, económica y administrativa, y, hasta que este objetivo fuera alcanzado -aclarando tratarse de movimiento estrictamente estudiantil dirigido a reparar la mellada Dignidad del Claustro- acordó la Huelga General Indefinida. Fueron momentos de intensa tensión comprometedora. El mal era evidente, irrefutable. La conciencia juvenil idealista y fogosa, sin más armas que su ''endiosada Razón'' se lanzó a la batalla. El Combate De la Puente, designado presidente del Comité de Huelga, aprovechando que la dictadura en esos momentos maniobraba ''constitucionalizarse'', y por ello, resultaba grosero que otra vez la policía irrumpiera violentamente contra estudiantes que sólo querían legalizar a su Universidad, emprendió febril ofensiva. Los elevados objetivos y las circunstancias de la lucha pusieron a prueba la capacidad de los dirigentes: Manifiesto a la Nación, Informe al Ministro de Educación y a los Rectores universitarios legítimos, comunicados de prensa en volantes porque ningún medio los aceptaba, cartas a dirigentes amigos de otras universidades y a personalidades intelectuales del Continente franqueadas desde el Ecuador para evitar la ''censura'', salieron del febril traqueteo de máquinas de escribir, de planígrafos artesanales, del concurso económico consciente y entusiasta de estudiantes, intelectuales, profesionales amigos, comerciantes y dirigentes laborales. Los comunicados eran por su estilo y contenido, descarnadas demostraciones de una realidad dramática que afectaba el futuro de jóvenes para enfrentar las exigencias del progreso. Padres de familia, catedráticos honestos, hombres libres y visionarios progresivamente brindaron vigoroso apoyo. Mi padre, don José Mercedes Pita Dávila, considerando mi situación frente a mis hijos y el inminente peligro que corría mi libertad vino desde Cajamarca expresamente para llevarme, pero al conocer a Lucho, al presenciar la decisión colaborante de trabajadores, padres de familia, estudiantes, que entraban y salían, me dijo ''ya has metido un pie, mete el otro, primero es la honra'' y se despidió satisfecho, luego de haber colaborado en la construcción de un aparato que con pedal, levantaba y bajaba el bastidor entintado del planígrafo en el que imprimíamos los comunicados de prensa. Fue muy ingenioso. Construyó, adaptando y haciendo piezas en madera y metal, las máquinas de su carpintería mecanizada, inventó una moledora-cernidora de tara o taya, producto 178


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO que vendía a una firma de Pacasmayo que lo exportaba en grandes cantidades. Esta materia era utilizada en la industria de guerra. La llamada ''Junta Reorganizadora'' renunció. La Asamblea de Catedráticos con el Tercio Estudiantil nominó una ''Junta Transitoria'' presidida por el honorable Dr. Alejandro Rodríguez La Torre. Tras setenta y ocho días de paralización académica, de expectativas, especulaciones y dudas, con asistencia de delegados estudiantiles de la Universidad de San Marcos, en concurrida asamblea estudiantil se levantó la Huelga. El ''poder'' del comando estudiantil había crecido a tal punto que prácticamente de su voluntad dependía tal o cual decisión en áreas académicas y administrativas. Hasta el tío carnal materno de Lucho tentó aprovecharse del triunfo del sobrino. Se permitió sugerirle privadamente que le confiara la presidencia de la nueva Junta. ''No, -dijo Lucho- esto no puede seguir así. La autoridad académica, la docencia, tienen que recuperar su respetabilidad y los arribismos vergonzantes desaparecer''. En pos de la reivindicación institucional Una comisión conformada por Luis de la Puente, Máximo Vílchez Gamboa, José Albán Ramos y Manuel Pita Díaz viajó a Lima para conseguir que un calificado académico con prestigio y experiencia aceptara incorporarse a la Asamblea Universitaria, para luego hacerse cargo de la rectoría y de la verdadera reorganización. Hablamos con Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Manuel Abastos, Luis E. Valcárcel, y otros prestigiosos académicos. Reconocieron la trascendencia de nuestras inquietudes, expresaron sus puntos de vista y nos felicitaron, pero ninguno aceptó la proposición. Lima era su centro operativo irrenunciable. Cuidamos mucho no tomar contacto con dirigentes o académicos apristas, no sólo porque cada paso nuestro estaba estrechamente vigilado por el soplonaje sino, sobre todo, porque de veras no queríamos politizar el movimiento. Este ''guardar distancias'' fue distorsionadamente recelado por las cúpulas partidarias nacional y trujillana. Jorge Castro Harrinson, liberteño y alto funcionario del Sector Educación fue quien, con mayor dominio del problema y del propósito, señaló al doctor Julio A. Chiriboga, prestigioso maestro de Lógica y Filosofía en la Universidad de San Marcos y además en ese momento Director de la Gran Unidad Escolar ''Melitón Carvajal'', como el ''Hombre Ideal''. 179


Luis Felipe de La Puente Uceda Era cierto. Desde el primer momento a través de sencillo pero firme razonamiento demostró dominio profundo de la magnitud problemática educativa y de la crisis integral que vivía el Perú. ''No porque se ponga ''parche'' a la roída alforja ésta se vuelve nueva'', pero si resolvemos reforzarla hasta que otra la reemplace, el parche será muy útil'' afirmó después de escucharnos. Parecía que iba a aceptar. A última hora se negó rotundamente. Estábamos desconcertados. De la Puente vio la luz de salida al final del túnel y audazmente propuso: ''¿Por qué no matar dos pájaros de un solo tiro?. Demostraríamos la puridad académica del Movimiento y comprometeríamos frontalmente al Gobierno. Visitemos a Odría". "No", dijimos al unísono. Luego, al escuchar sus argumentos y previsiones, aceptamos. Esta audacia demostró una vez más su capacidad ejecutiva y su visión estratégica. Odría llamó al Dr. Chiriboga y lo persuadió para que regularice la vida universitaria de Trujillo. El Dr. Julio A. Chiriboga se incorporó al Claustro, trazó el organigrama académico y reglamentó la administración y la representatividad estudiantil, implantó los seminarios, condicionó los requisitos de la carrera docente, fundó la Facultad de Medicina Humana con ese gran galeno trujillano Heraclio Olguín Pinillos. Lamentablemente su salud se quebrantó y a los dos años de fructífera gestión falleció en Lima, dejando imborrable huella que honra a quienes lo secundamos. Creo no equivocarme si afirmo que el Doctor Julio A. Chiriboga sentó los cimientos definitivos de la proyección académica y científica de la primera universidad republicana del Perú. Han pasado los años y la Universidad Nacional de Trujillo, fanal del ideario integracionista del Libertador y fecundo colmenar de conocimientos e idealidades concebidos por el patricio liberteño José Faustino Sánchez Carrión, ya no funciona en las infraestructuras conventuales cobijadoras de la ''Generación del Medio Siglo''. Funciona en modernos y amplios ambientes de su Ciudad Universitaria. Pero, institucionalmente, carga con la responsabilidad de honrar permanentemente tan comprometedor legado. Grato Reconocimiento Nuestra Alma Mater en la época que esta nota comenta, tuvo docentes con autoridad intelectual y moral que la tiranía no se atrevió a vejar. Fueron muchos, cuyos nombres fielmente mi flaca memoria no 180


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO conserva, por involuntarias omisiones pido sinceras disculpas: Heraclio Olguín Pinillos, Julio Gutiérrez Solari, Werner Gorbitz Arbulú, Jorge Canales, Masías Sánchez, Segundo Estrada, Andrés Molinari, Lizardo Díaz Navarrete, Carlos Burmester Barrionuevo, Héctor Centurión Vallejo, Álvaro Mendoza Diez, Teodoro Flores, Arturo Cárdenas Francescovich, José Montenegro Baca, Candelario Mendoza, Mauro Herrera Calderón, Alfonso Chávez Cabrera, Ramiro Mas, Arnaldo Estrada, Virgilio Vannini de los Ríos, Julio Quevedo, Ulises Calderón, Ernesto López Mendreau, etc. A todos mi más respetuoso reconocimiento. De igual manera mi afectuoso y gratitud por su gentileza colaborante a los dignísimos funcionarios administrativos como Juan Chávez, Carlos Camino Calderón, Manuel Gálvez, Eulogio Garrido, Nicolás Puga, Luis Coronado Lizarzaburo, Jorge Yasawa. Comprometen también mi grato recuerdo indiscutibles valores académicos, amicales y éticos como Virgilio Rodríguez Nache, Antonio González Villaverde, Jorge Zevallos Quiñonez, Carlos Daniel Valcárcel, Herbert Freyre Villavicencio, Horacio Alva y otros calores humanos cuya incorporación reforzó el prestigio de la Universidad. Destierro y retorno insurgente En febrero de 1952, De la Puente fue deportado a México. Al año retornó clandestinamente por la frontera norte acompañado de ese gran y sacrificado luchador aprista Guillermo Carnero Hocke. Llegaron a Trujillo, a casa de ese gran compañero y amigo Ubedelindo Vizconde García, quien, exponiéndose a la represión, hizo contacto conmigo y otros dirigentes calificados. Ambos fueron apresados en Lima cuando se disponían a desarrollar un plan subversivo de gran envergadura. Singular compañero de lucha y sacrificio de Lucho fue Gonzalo Fernández Gasco, fraterno amigo y lealísimo lugarteniente revolucionario en vicisitudes y acciones dentro y fuera del partido y del país. Gonzalo también fue apresado en esa oportunidad. Ni el atribuido poder revelador del fármaco ''Pentotal'' pudo quebrantar la entereza moral y la consecuencia revolucionaria que los sostenía. Haya de la Torre polarizaba la atención del mundo sobre el Derecho de Asilo cercado por la tiranía en la Embajada de Colombia, y la Juventud combativa purgaba su obstinación antioligárquica y antiimperialista fugitiva, deportada o en prisiones.

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Luis Felipe de La Puente Uceda Doña Emperatriz Aunque este relato está centrado en la persona de Lucho, a esta altura, no puedo dejar de rendir respetuoso homenaje a las madres, hermanas y entusiastas matronas apristas, en la inolvidable madre de Gonzalo, la señora Emperatriz Gasco de Fernández, cuya recia personalidad y temperamento combativos influenciaron mucho en la juventud estudiosa de mi época. Ella, según refería, en avanzado estado de preñez, subía y bajaba escaleras alcanzando municiones en pleno combate a las fuerzas de Benel, montonero chotano levantado en armas contra el dictador Leguía. Esta dignísima señora, de enérgica y curtida fisonomía mestiza, gesto adusto, mirada profunda y escudriñadora, fue la sustentadora moral de su hijo y de sus amigos en la lucha contra la dictadura de Odría, y, en defensa de principios democráticos en los procedimientos apristas. Gonzalo Fernández Gasco, representa en la actualidad a los heróicos combatientes, vivos y muertos, del histórico Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Redada policial: la Penitenciaría En 1955 una Comisión presidida por Lucho y conformada por Walter Palacios Vinces, Eithel Mc Gowen y el autor de esta nota asistíamos a una Convención Universitaria en la Facultad de San Fernando. Una redada policial a las dos de la mañana nos condujo del hotel a la Penitenciaría. Fuimos recluidos en celdas recién construidas en la azotea. Ambiente que por su implementación sin estrenar, le llamamos ''el Crillón'' (Hotel 5 estrellas en boga). Nos dimos que también estaban Ramiro Prialé, Antenor Orrego, Armando Villanueva, Javier Valle Riestra y otros connotados dirigentes apristas. Vecino de celda mío fue el General E.P. Marcial Merino Pereyra que comandó frustrado golpe militar contra Odría desde Iquitos. Ambos éramos celendinos y estábamos ligados por vieja tradición familiar. Ello sirvió de nexo para que en subsiguientes días a las horas de ''suelta'' para solearnos, él y los demás hiciéramos migas y nos enteráramos de pormenores del pronunciamiento y de la traición que lo frustró. Lucho, por su modo de ser sobresalió en el ambiente. En las noches desde su celda con voz de barítono cantaba canciones revolucionarias mexicanas aprendidas en el destierro: ''Carabina treinta-treinta'', ''Torreón y Pancho Villa'', ''Adelita'' y otras, apristas, como aquella marinera que comienza: ''Y desde aquí, de pie le grito al tirano: la Libertad nunca muere, viva la Revolución''. Cuando todo parecía orientarse a que se nos deportaban a Chile fuimos liberados sabe 182


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Dios por qué maniobras. De la lucha heroica a la ''Convivencia'' El Partido, acosado y furiosamente perseguido por la Derecha respaldada por el militarismo brutal a partir del fraude electoral del 31 que eclipsó el triunfo de Haya de la Torre , fue compelido, al igual que los cristianos de la época neroniana, a fortalecer su credo y su fraternidad en las catacumbas. Liberado de responsabildad gubernamental sólo enarbolaba su Ideario, su lucha mística saturada de martirios y calumnias. En el campo y la ciudad, en haciendas y fábricas, en universidades y colegios, circulaba clandestina su vocero ''La Tribuna'' mostrando la situación súbdita y dominada por la oligarquía del Perú y demás países hermanos del continente, denunciaba latrocinios, negociados y abusos, impartía directivas y reiteraba insobornable posición revolucionaria. Narraba actuaciones heroicas de dirigentes, cuyos nombres erigidos en mitos arraigaron en el corazón popular más allá de todo análisis. Motivaba consecuencias populares incondicionales, sobre todo en el norte peruano. Fatiga y reblandecimiento Los dirigentes buscaron la legalización política del Partido haciendo valer el volumen electoral de sus huestes, asegurando a los militantes que al aire libre el Partido tomaría el Poder por la vía democrática. En esta búsqueda, los contactos de Haya y lugartenientes con la plutocracia, infestada de compromisos non santos, con ambiciones parlamentaristas, arribismos y demás vicios electoreros criollos. La imposición de candidaturas por consigna desde las cúpulas, la amenaza y aplicación de medidas disciplinarias, el acomodo y las connivencias con los reaccionarios, debilitaron la tónica revolucionaria hasta llegar a los extremos de la llamada ''Convivencia'' con enemigos del pueblo que juraron combatir. Consecuencia ideológica en acción Confiados en la promesa de que se pasaría a la oposición luego del reajuste organizativo del Partido, el Comando Universitario contribuyó para remozar la dirigencia departamental liberteña. Apoyamos e hicimos triunfar a Manuel Delfín Magot, secundado ´por Julio Garrido Malaver, Alfredo Santa María, Eloísa Blondet, Carlos Lacunza, y otros muchos luchadores que en esos momentos, con su conducta y opinión, consonaban con nuestra posición radicalizadora. Colaboramos para la reaparición del combativo periódico ''Norte'' bajo la calificada dirección de Julio Garrido Malaver. Las inquietudes políticas y las necesidades sociales eran analizadas y comentadas por noveles 183


Luis Felipe de La Puente Uceda periodistas universitarios de autorizado criterio como Máximo Vílchez Gamboa, Sigifredo Orbegoso Venegas, Elio Otiniano Mauricci, y otros. Los comités citadinos y rurales del Departamento y más allá de éste, debido a la influencia centrípeta y centrífuga de Trujillo aprista, aparecieron pujantes y entusiastas. Masacre en Chepén El feudalismo costeño y serrano frente a las indignadas insurgencias de trabajadores hambreados en Marcona, Toquepala, Chin-Chin, Calipuy, Talambo, etc. las reprimió abusivamente con fuerza policial, despidos, encarcelamientos y muerte. Una manifestación popular en Chepén respaldando la rebelión campesina en Talambo (hacienda de los Palacios Moreyra, cercanos a Prado) fue salvajemente masacrada dejando como saldo SEIS muertos. Solidaridad con los campesinos Luis de la Puente y Gonzalo Fernández Gasco por el Comando Universitario, inmediatamente en el escenario del crimen y en multitudinaria manifestación de protesta popular, evidenciaron la solidaridad estudiantil trujillana con los campesinos y su airada condena a la cómplice pasividad de la ''conviviente'' cúpula aprista. Si el APRA era Frente de Trabajadores Manuales e Intelectuales resultaba lógico que los estudiantes asumieran en tan dramática hora su papel solidario y fiscalizador. Por esta consecuente actitud Lucho y Gonzalo fueron ''disciplinariamente'' procesados. El primero suspendido indefinidamente de toda actuación partidaria. (Al respecto, la carta que dirigí a Frida Manrique en 1958 aporta referencias del clima político interno del Apra después del pacto ''convivencial''. Dirigentes estudiantiles, no todos apristas, como Teresa Guerra García, Carmen Rosa León S.S., Amenaida Díaz B., Elsa López, Olivia Cárdenas F., Angela Montoya, Elsa Castillo, Carmela Namoc, Augusta Niño, Gina García, Angélica Ganoza, Tula Mas, Consuelo Gálvez, Maruja Alegría, Sigifredo Orbegoso Venegas, Máximo Vílchez Gamboa, Walter Palacios Vinces, Luis Iberico Mas, Luis Pérez Malpica, Carlos Burméster Landauro, Elio Otiniano Mauricci, Walter Vásquez Bejarano, Luis Falconí, Santiago Aguilar, Ubedelindo Vizconde, Emilio Haro, César Cieza, Víctor Julio Ortecho, Marco Díaz Chávez, Humberto Carranza Piedra, Homero Duárez Díaz, Oscar Alvarado Araujo, Cristóbal Campana, Oswaldo Cabrera, Humberto Castillo Anselmi, Angel Gutiérrez, Rolando Quesada, Lorenzo Toro, Jaime Risco, Augusto 184


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Tambini, Estuardo Sánchez Escobedo, Carlos Encalada Palacios, Roberto Caro Durango, Luis Pizá, Arnaldo Estrada, Eithel Mac Gowen, Valentín Fernández, Zósimo Vicuña, Segundo Gamarra, Teodoro Rivero Ayllón, Egberto Longaray, Jorge Briceño, Marco Mata, Severo Sánchez Velásquez, Antonio Pinedo Cáceres, José Alejandro Muñoz, Roberto Ludeña, José del Carmen Jiménez y otros muchos, cuyos nombres mi memoria no reproduce pero sí guarda sus inolvidables gestos, en una u otra forma, expresaron su solidaridad con los campesinos de Chepén y, a la vez, su protesta, desconcierto y disconformidad por la insólita medida ''disciplinaria'' que la cúpula aprista adoptó contra Lucho y Gonzalo por haberse identificado ''sin autorización'' con las multitudinarias protestas del pueblo chepenano. ¿Qué había pasado con el espíritu de lucha antioligárquica, antiimperialista y por los derechos laborales del APRA? ¿Qué fueron de aquellas voces iracundas que electrizaron masas fervorosas en los mítines incitando la insurgencia contra el capitalismo feudal? Sencillamente, comprometidas con la oligarquía, habían hecho mutis en la conducta pública de los miembros del Comando Nacional del partido. Moción de Orden del Día bloqueada Ante el asombro y desconcierto de la Juventud leal a los derechos del pueblo, a los antecedentes heroicos y a la doctrina aprista, este escandaloso viraje de conducta dirigencial determinaba definir posiciones. Universitarios, profesionales, dirigentes laborales de Trujillo y Lima en sucesivas reuniones redactamos una Moción de Orden del Día para la IV Convención Nacional del PAP de octubre de 1959, que nominamos ''En Defensa de los Principios Primigenios y por la Democratización Interna del Partido''. Los firmantes de esa Moción ratificábamos nuestra adhesión a la doctrina básica de Haya de la Torre ausente del país en ese momento, reclamábamos autenticidad revolucionaria en hechos, por encima de brillantes elucubraciones filosóficas, político-literarias acuciosas, porque el pueblo pobre, el obrero fabril, el campesino inerme cuyos derechos y dignidad el Partido reclamaba defender, estaban siendo criminalmente pisoteados por la policía, ante la sordina cómplice del Comando Nacional cuyas principales figuras aparecían diariamente en las páginas sociales, alternando brindis y comilonas con los representantes más conspícuos de la derecha nacional.

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Luis Felipe de La Puente Uceda La ''expulsión'' Los dirigentes nacionales no permitieron que la Moción de Orden del Día fuera discutida en el Plenario. No podían hacerlo, porque los hechos denunciados eran evidentes, irrefutables, vergonzantes. Utilizando a la ''Comisión de Política'', Prialé, Villanueva, y Townsend jugaron a manipular el retiro de firmas con amenazas y lisonjeras promesas logrando que muchos, temerosos de los llamados ''búfalos'', fanáticos de los bajos fondos utilizados para victimar a disidentes y adversarios, vieran amenazada su seguridad personal, y otros, acuciados por necesidades económicas vieran en el poder gestivo de los líderes una posibilidad de solucionarlas como compensación de su gesto. En la noche, sin proceso que permitiera el ejercicio del derecho de defensa, la mencionada Comisión decretó la expulsión definitiva de firmantes conscientes empezando por Luis de la Puente Uceda, Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz, Carlos Malpica Sílva Santisteban, Luis Iberico Mas, Luis Olivera Balmaceda, Máximo Velezmoro Atalaya y Edilberto Reynoso. Luego siguió la ''caza a muerte de rebeldes'' y la descarada ubicación de la llamada Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en el campo ideológico imperialista. Fue una noche aciaga de tensiones y desengaños. Como nunca antes sentimos en carne propia la mordedura de la serpiente contrarrevolucionaria infiltrada en el puente de mando de la poderosa organización política fundada para dignificar al pueblo peruano y para unir a la Nación Latinoamericana contra el Imperialismo y sus aliados. Una organización política con principios y objetivos en pos de los cuales corrió sangre, lágrimas y mil sacrificios populares, un partido polarizante de expectativas libertarias idealistas y puritanas de la juventud ardorosa y consecuente, tuvo la mala suerte de registrar el escandaloso viraje conductual de sus líderes más calificados, empezando por su fundador y Jefe. Los Principios no se matan. Por ellos, aferrados a ellos, salimos para seguir combatiendo por la Justicia Social. Fundamos ''transitoriamente'' en ese momento el ''APRA REBELDE'' bajo la égida de Haya de la Torre, porque defendiendo la puridad principista de su obra ''El Antiimperialismo y el APRA'', suponíamos que a su retorno nos daría la razón, que la profundidad de su capacidad analítica, conjugando razones esenciales, consecuencias, y prestigio histórico, acabaría por justificar nuestra juvenil actitud; que haciendo honor a su difundido papel magisterial decidiría parlamentar con jóvenes fiscalizadores de su partido. Pero, no fue así. 186


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Haya de la Torre, patriarcal, mítico, dentro de su solterona solemnidad encumbrada, reinaba soberbio en medio del conglomerado oportunista y comprometido de su entorno, y desde esta distancia estaba incapacitado para dignarse comprender nuestras razones. Estaba cercado, influido y presionado por ''convivientes'' con poder de adentro y de afuera. Simplemente éramos el ''tumor canceroso'' que debía extirparse, y punto. Decretó sin poder lograrlo nuestra muerte política. No nos ''mató''. porque nuestras convicciones antiimperialistas se robustecieron, porque el enemigo con quien el Comando Nacional pactó, vive igual de voraz e inhumano en medio de mil apariencias ''democratizadoras'' y de vertiginosas transformaciones tecno-científicas, que imponen permanente mutación y adecuación de métodos y medios de lucha para sofrenarlo y, finalmente, en algún pero fatal momento histórico, desaparecerlo. Físicamente, los pocos supérstites que quedamos pronto haremos mutis, pero las juventudes revolucionarias que padecen al monstruo succionador, seguirán por la ruta combativa que transitamos y, tarde o temprano, el monstruo caerá como cayeron romanos, los nazi-fascistas y los moscovitas burocratizados. Pero sigamos con la semblanza de nuestro personaje Aspectos conductuales En la personalidad de Luis de la Puente Uceda hubo correspondencia entre prédica y acción pública y privada. Así por ejemplo, en Cruzpampa eliminó el servicio gratuito de mujeres llamado ''semaneras'' en la casahacienda. Modificó la proporción repartible de cosechas entre propietario y trabajador elevándola al 50% y proporcionando semillas, insecticidas y pago en efectivo por traslado de la chacra al depósito, ocasionando airadas protestas patronales vecinas y reproches de su madre y hermano mayor. Naturalmente y con toda razón, el afecto y reconocimiento de los campesinos hacia su persona fueron sinceros y profundos. Muchas veces en intercambios opinales sobre la situación de los campesinos yanaconas y los gestos compensatorios que él había demostrado en su fundo, decía ''no es nada, absolutamente nada. Yo no concibo, no puedo concebir la razón por la cual tantos tengan que sudar y hambrear en mis chacras, cultivarlas, cosechar, poner las dos terceras partes en los depósitos de hacienda y para remate, servir gratuitamente como domésticos en casa de los propietarios.'' Esta realidad directamente vivida y analizada construyó y afianzó sus convicciones agraristas y sus decisiones revolucionarias. Su Tesis de Grado ''La 187


Luis Felipe de La Puente Uceda Reforma Agraria en el Perú'' y consigna zapatista ''Tierra o Muerte Venceremos'' lo confirman. Obligatorio conocimiento de la Realidad Nacional Para Lucho estudiante y político, protagonizar dirigencialmente exigía responsabilidad, sinceridad, identificación con la Causa y permanente adquisición de conocimientos políticos, sociales y económicos del Perú y del Mundo a través de la Historia, la Economía Política y la Filosofía. Leer interesada y reflexivamente separando fichas, desarrollar y afianzar el sentido crítico personal y grupal sobre la realidad nacional, las relaciones sociales, la propiedad privada urbana y rural, los medios de producción, las modalidades del avasallamiento imperialista y de sus cómplices internos, etc. era tan importante como las acciones físicas de lucha contra el sistema. ''No basta -decía- ser pregoneros de Justicia Social, de integración nacional y latinoamericana, de deficiencias y urgencias educativoculturales y otras expresiones de la miseria de los explotados. Es fundamental penetrar con pasión interpretativa al meollo de los problemas masivos del ''Perú Profundo''.No se trata sólo de ''conocer'' sino también de ''idear'' para cada zona o estamento su cobertura jurídica, rompiendo la camisa de fuerza de la legislación actual que generaliza y engloba sin tener en cuenta el derecho consuetudinario ni los matices diversos de la pluriculturidad y su complejo enmarcamiento geo-productivo. Encarar esto con propósito de cambio real, determina cuidar que dentro de nuestros cuadros, los estudiosos encuentren campo de acción, concordando y coordinando planes y bosquejando perfiles normativos, no sólo para el Perú sino también para los demás estados de la Nación Latinoamericana.'' ''Ni la demagogia ni el ''bochinche'' de quienes suponen que sólo el fusil y la destrucción violenta del sistema, son por si solos ''revolucionarios''. Si esto, de hecho es cierto, de nada serviría si tomado el poder los revolucionarios no contaran con cuadros capacitados en administración reordenada de los servicios públicos. La Revolución política es un proceso indefinido con lineamientos correspondientes a su momento y época, a las características de la realidad integral que encara con propósito de transformarla, justicieramente, en beneficio del Pueblo. Toda Revolución democrática verdadera, enarbola banderas hacia objetivos dignificantes para los Pueblos. Revolución sin consciente y creciente participación popular no es Revolución'', sostenía. . Las pláticas que sosteníamos, en la medida que profundizaban aspectos de la vasta y compleja problemática peruana y latinoamericana 188


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO persuadían su magnitud monstruosa y difícil, pero no por ello, inatacable. Por el contrario, la problemática devenía clamorosa y comprometedora. Pero al volver los ojos hacia el organismo llamado a dirigir acciones liberadoras, nos dábamos conque ya estaba infestado de desnaturalización. APRA sin permanente expansiva política integradora de América Latina, sin abierta prédica contra el Imperialismo, con máscaras y disfraces ''democráticos'', sin visible y auténtica representatividad popular urbana y campesina, no debería, sin ser demagógico fraude, seguir llamándose ALIANZA POPULAR REVOLUCIONARIA AMERICANA. Recomendación Por lo dicho, y porque los detractores apristas y pseudo revolucionarios de curul, desarrollan farisaicas críticas y ácidas calificaciones contra censores salidos de su matriz, mientras medran en toda laya de abrevaderos capitalistas de adentro y de afuera, nos permitimos recomendar a los estudiosos que al analizar la acción armada que De la Puente comandó, no pierdan de vista que se encontraba en la fase implementadora-coordinadora inicial, que su jefe estaba enfermo y acosado no sólo por las fuerzas gubernamentales sino también por muchos seudo revolucionarios de izquierda que envidiosamente criticaban desde el ''café'' el gesto viril de los alzados, haciéndole irresponsable juego a los represores y, con sus chismes, complicando la opinión pública y dificultando la continuidad de la ayuda exterior comprometida. El temor a que la experiencia cubana alentara levantamientos revolucionarios en todo el Continente, determinó el volumen eficaz y urgente de la asistencia militar norteamericana al régimen Belaúnde para sofocar, sangrienta y genocidamente, las acciones del MIR. Religión y Fe Lucho era hombre sostenido por una Fe profunda relativamente comprometida con la Religión. En honor a la verdad, este aspecto de su modo de ser, no debería ignorarse porque explica en cierta medida la fuente interna de sus convicciones. Resulta casi imposible, que el contacto y comprensión de teorías agnósticas eliminen las huellas, en muchos aspectos profundas, que la formación religiosa marca en la mente del individuo, en el hogar, en la escuela y en la comunidad. Autocalificados materialistas dialécticos concordes con la lógica y filosofía marxistas básicamente inmersas en la ideología aprista, pero acoyuntados con niveles culturales y sociales de la época, los jóvenes 189


Luis Felipe de La Puente Uceda estudiantes vivíamos arraigados atavismos religioso-supersticiosos pese a hipócritas esfuerzos por ocultarlos. Anécdota Cierta vez estando en su fundo, repentinamente tomó cuenta de que ese día se vencía una letra de cambio. Ejecutivo como era, me dijo ¡Vamos!. De la Sierra hacia la Costa el desarrollo de la carretera tiene curvas cerradas seguidas que Lucho a velocidad dominaba con precisión. Del espejo retrovisor pendía una imagen de la Virgen de la Puerta, a la que de rato en rato miraba diciéndole ''Tienes que ayudarme''. No tenía fondos en el Banco y el cumplimiento de la obligación era improrrogable. Yo lo contemplaba benévolo porque creía que dado el apremio, el invocante formalismo se justificaba. Estacionamos frente al Banco. Raudamente atravesó la puerta en momento que un primo suyo salía saludándolo con entusiasmo. ''Hola'', le contestó Lucho secamente. El señor me preguntó intrigado ''¿Qué le pasa?'' Sabiéndolo pariente, le dije que lo disculpara porque ese día se le vencía una letra. Inmediatamente volvió tras él y tocándole la espalda le dijo ''Primo, ¿Mi firma te serviría de algo? Lucho abrazó al primo sin decirle nada, y, a la vez, me miró sonriente diciéndome: ''La Fe, Manuel, la Fe''. Pasado el incidente vino el comentario en el ambiente tranquilo de mi habitación. ''Así es que la Virgen de la Puerta te hizo el Milagro'' le dije socarronamente. ''Por supuesto que sí'' me respondió con firmeza, continuando de esta manera: ''Un hombre sin Fe es hoja seca librada al viento. El hombre, ser viviente dotado de razón por sí, solo, es débil. La fuerza de sus acciones depende en mucho del ''colgadero'' que las sostiene, llámese éste lo que el corazón quiera llamarle. En este aspecto no soy ni podré ser esnobista. Cristo y su Poder simbolizado es mi sostén, porque objetivamente es el Hombre más extraordinario que el Mundo occidental ha producido. El Tiempo y sus contenidos en los países del Orbe se miden a partir de la fecha de su nacimiento. Los preceptos de su doctrina lo han colocado en el Trono Moral de la Justicia y del Amor. En este nivel, más allá de muchas y vergonzantes estupideces clericales que explotan la debilidad, el miedo natural y la ignorancia de los pueblos, soy Cristiano consciente. No es condición ser ateo para ser revolucionario: Vigil, Morelos, Hidalgo, Camilo Torres, etc. lo demostraron.'. Esta confesión me intrigó sobremanera a tal punto que al igual que otros asuntos que me parecían importantes, fue anotada de inmediato en mi diario. Anécdota agraria A su retorno del destierro de 1952 y después de la prisión que padeciera junto con su leal amigo José Albán Ramos -quien sin ser aprista perdió 190


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO su libertad porque lo condujo desde Piura a Lima- fue designado Mayordomo, junto con la señora Rita su madre, de la festividad ''San Isidro Labrador'', patrono de Julcán. En la Misa Mayor los feligreses fueron presa de gran inquietud por cuanto la hornacina de la imagen del Patrón estaba velada con una cortina. El párroco respondía que no se preocupen, todo está bien y en el sermón se explicará. Como que, en momento correspondiente invitó al mayordomo para que subiera al Altar Mayor y dirigiera la palabra. Un grito de asombro produjo el develamiento: San Isidro no tenía los clásicos bueyes aradores, sino montado en moderno Tractor con ''sombrerón a la pedrada'' (con la visera volteada hacia arriba) portaba en la espalda dos balones y en las manos la manguera esparcidora de insecticida. De la Puente dijo ''todo cambia en la vida, la ciencia avanza resolviendo problemas en todos los campos, así tenemos que, frente a la plaga de gusanos en la papa ha sacado ''su contra'' el insecticida, y en lugar de los bueyes ha convencido a nuestro patrón para que se ponga al día y are con Tractor.''. Larga, didáctica, convincente y allanada al lenguaje rústico del campesino fue su intervención. Acciones y más acciones. En Santiago de Chuco, su tierra natal, desarrolló intensa actividad social. Fundó la Federación de Estudiantes Santiaguinos de fecunda y trascendente trayectoria cívica y cultural. Fue su presidente inicial. La conformaron estudiantes, profesionales y artistas, dignos sucesores del inmortal santiaguino César Vallejo En la Cárcel de Trujillo, preso por la muerte del ''búfalo chalaco'' enviado a victimarlo, realizó inolvidable acción educativo-cultural y ambiental: camastros, pintado de paredes, pizarras murales, organización de biblioteca, libros, medicamentos, balanceado dietético del magro rancho, inventario de situación jurídica de presos, fue posible gracias a la colaboración de amigos y casas comerciales de afuera y a la entusiasta y fraternal participación de los de adentro. Horizontes ideológicos En cuanto a sus convicciones políticas, si bien estaba compenetrado del ideario aprista y de sus programas antiimperialistas e integradores, también lo estaba de principios y postulados marxistas incluyendo a José Carlos Mariátegui prácticamente marginado por el dogmatismo hayista imperante. Haya de la Torre, indiscutible líder, discutible revolucionario Lucho ni los demás ''rebeldes'' dejamos de reconocer la originalidad político-ideológica y los importantes aportes que Haya de la Torre en su 191


Luis Felipe de La Puente Uceda virilidad combativa brindó a la vida política nacional y continental. Lo básico de su doctrina antiimperialista, condicionada a la realidad de América Latina retrasada y dividida, fue la urgencia de acelerar su proceso integracionista, económica y políticamente considerado. Fue el sueño del Libertador llamado a realizarse en la actualidad antes de que el ''neoliberalismo salvaje'' culmine su obsesa pretensión avasalladora. Nadie que se reclame veraz puede negar el preponderante papel histórico de Haya de la Torre ni la magnitud protagónica del Partido que fundó en la segunda década del siglo XX. Pero nadie, con esa misma facultad, puede atreverse a justificar hechos conductuales, arbitrarios y extremadamente opuestos en aquel momento a los ideales y objetivos que él y sus lugartenientes proclamaron conquistar. El Haya de la Torre antiimperialista, revolucionario, antifeudalista e integracionista de la ''Nación dispersada'', en momentos que los pueblos del mundo vibraban solidarios al conjuro de la triunfante gesta revolucionaria de la Cuba de Martí, mostró parcialidad pro yanqui. Ya con motivo de la Segunda Conflagración, del New Deal de Roosevelt y de la enconada controversia con los comunistas criollos, los pilares ideológicos y las metas de la revolución aprista fueron forzadamente trastocados. De la lucha contra el imperialismo yanqui, de la cruzada integracionista latinoamericana, de la solidaridad con los pueblos oprimidos del mundo se pasó al eufemismo ''interamericanismo democrático sin imperio'' sustentado a través de frondosa, alambicada y brillante argumentación literaria. La Alianza Popular Revolucionaria Americana como denominación del partido que fundó, hizo mutis. Quedó como nombre de un Partido organizado, con tradición sentimental arraigada, políticamente manipulable en provecho de demagogos ''líderes'' y de politiqueros profesionalizados. De un simple y verás recuento de hechos y nombres dirigenciales, lo afirmado resultaría más que comprobado. La Juventud identificada con el dolor integral de los pueblos explotados, ardorosamente se enfiló con Fidel Castro, Ernesto ''Che'' Guevara, Camilo Torres y los demás promotores de la insurgencia latinoamericana contra el poder imperialista y sus aliados internos. Haya de la Torre, lejos de respaldar a la Revolución Cubana ciñéndose al punto tercero del Ideario aprista, abiertamente respaldó la posición del imperialismo norteamericano. Fortunata de la Puente Haya, Manuel Scorza, Carlos Delgado Olivera, Frida Manrique, Alcibíades Arce, 192


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Herbert Cárdenas, Héctor Cordero, Mario Malpica S.S., Carmelo Salvatierra, y otros dentro y fuera del Perú, silente o expresamente, abandonaron el APRA. En corto pero fecundo y ardoroso periplo terrestre, De la Puente Uceda personificó a la Dignidad juvenil rebelde del Perú, y junto a otros dirigentes como los ''adelantados'' Carlos Malpica Sílva Santisteban, Fernando Drinot, Luis Olivera Balmaceda, Máximo Velezmoro Atalaya, Luis Pérez Malpica, Máximo Vílchez Gamboa, sólo para mencionar a los ''rebeldes', siempre reclamó la rectificación radical de la línea impresa al Partido. Por esta actitud puntualmente consonante con los principios ideológicos, mantenida firmemente por vasto sector representativo juvenil, fue fascistamente expulsado. Siempre pegado a la línea reivindicadora fundó El APRA REBELDE, del que, frente a la feroz persecución sectaria y la multiplicación de los focos libertarios en el Continente dominado, se derivó el histórico Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) de tan glorioso holocausto. Demostrando consecuencia y coraje revolucionarios, a sabiendas de la desproporción de fuerzas, enfrentó a los ''apristas convivientes'', a los explotadores imperialistas y cómplices internos desde históricas plazas de Trujillo, Chepén, Talara, San Martín de Lima, desde México, Cuba, China, Argelia, Ecuador, desde los Andes cobijadores del desgarrador drama socio-económico campesino. Y es que Luis de la Puente Uceda no fue politiquero demagogo. Aquel, que apoyado en el explotable menú que la miseria integral exhibe, ofrece alegremente cambios y soluciones imposibles de producirse en el sistema imperante. De la Puente fue político convencido de que sólo la fuerza disuasiva del pueblo unido y organizado por dirigentes sinceros y sacrificados, será capaz de variar la dirección de la brújula gubernamental. En la realidad actual, los pregoneros de justicia social y de moralización pública en campañas electorales, una vez sentados en la curul o en algún sillón de poder se vuelven afónicos cómplices de la explotación capitalista de afuera y de adentro. ¿Es justo que un maestro de escuela, que un médico, una enfermera, un policía ganen seiscientos soles y que un congresista gane cincuenta mil al mes? ¿Por qué esta escandalosa desproporción remunerativa, que sin 193


Luis Felipe de La Puente Uceda rubor ni respeto al encrespado mar de miseria popular, es cínicamente engullida por quienes en campañas electorales prometen lo incumplible y pregonan valores y virtudes que no tienen? Conductas como éstas, ¿pueden auxiliar la construcción de la dignidad integral en la patria?. En este irrefutable mal comportamiento están comprometidos todos los privilegiados del dispendio presupuestal y naturalmente los altos dignatarios empezando por el presidente de la república, sus familiares y altos administradores y asesores. En toda la carrera administrativa estatal no existe escalafón remunerativo. El desbalance remunerativo entre el estamento privilegiado y la pobreza popular es tan abismal y escandaloso que frases como “lucha contra la pobreza”, “justicia social”, “trabajo para todos” en boca de los succionadores de la bolsa fiscal resultan ridículas, insultantes, irrespetuosas y provocativas. ¿Qué significó la guerrilla MIR? Para De la Puente Uceda y los revolucionarios que lo secundaron, la guerrilla no fue solución sino indignado grito de protesta contra el Imperialismo Yanqui y sus aliados internos, contra las claudicaciones, las mentiras y las injusticias. En momento que las juventudes de América Latina estaban moralmente comprometidas por el ejemplo de Cuba, en el Perú, escenario del sacrificio libertario de Tupac Amaru, de la gesta independentista culminada en Ayacucho, del levantamiento popular trujillano contra la tiranía lacaya imperialista y su sanguinario sofocamiento en Chan-Chan, no era posible permanecer haciendo palmas y cantando poemas. Era imperativo de conciencia y expresión de Dignidad disponerse a dar la gran lección de sacrificio revolucionario, tan pregonado por lo líderes apristas pero, salvo honrosísimas excepciones, siempre esquivado con miles de argumentos justificadores. Cuba era señalero de ruta del único camino que debía seguirse para enfrentar al monstruo succionador. Para él era importante el estudio y la planificación de un nuevo sistema político-administrativo con justicia y dignificación social. Su tesis de grado en Derecho sobre REFORMA AGRARIA, que sirvió de base al proyecto de Ley que en el Parlamento sustentara ese gran tribuno revolucionario, mi entrañable y fraterno amigo, Carlos Malpica Sílva Santisteban, cuya singular personalidad revolucionaria reclama del Parlamento, de los trabajadores y campesinos, de Cajamarca y de Chota, el justiciero homenaje que sus valores merecen De la Puente Uceda, por su extracción social, por la situación económica 194


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO de su familia, por su inteligencia y prestancia debió ser connotado director de un gran estudio jurídico y destacado protagonista político burgués. Pero su rica sensibilidad unida a su capacidad observadora no le permitieron pasar por alto el escandaloso cuadro de injusticia prepotentemente impuesto por el imperialismo y sus crueles aliados internos en cada país dominado. Se irguió enemigo del sistema junto a similares visionarios y mártires que lo acompañaron. Guillermo Lobatón, Máximo Velando, y los demás héroes que ofrendaron su Vida en empeño justiciero y libertario comprometerán siempre la gratitud de quienes se reclamen antiimperialistas y antineoliberalistas, integradores y auténticos defensores de la Dignidad Humana. La Gloria En el Cusco el 23 de octubre de 1965, dizque en defensa de la ''democracia'', de una democracia nominal, sometida, manipulada y condicionada por los yanquis y sus cómplices, el Ejército lo asesinó, junto con sus compañeros, y ocultó sus despojos, temeroso del poder potencial de su tumba en la conciencia nacional. Lo mataron físicamente pero no espiritualmente en la conciencia limpia de los peruanos honestos, viejos y jóvenes, de los políticos responsables y lúcidos, de quienes conscientemente repudian al corruptor extranjero y a las ''bandas'' internas que lo secundan y sirven. Su recuerdo, en la medida que el Pueblo se instruya con la Verdad y avive su sed de verdadera Justicia, crecerá ''como crece la sombra cuando el Sol declina'' a decir de Choquehuanca cuando saludó al genial Visionario Integrador. Tarea de Juventud La Juventud Universitaria Trujillana debería analizar sin anteojeras la realidad histórica que protagonizó Luis de la Puente, recoger el guante y dar su veredicto. El expediente del proceso penal que motivó el incidente del once de marzo de 1961, es referencia histórica muy importante. Por parte mía, tengo en mi poder correspondencia y documentos cuyas copias las pongo a disposición de los estudiosos. Han pasado varias décadas desde aquella aciaga época política en este grande pero desgraciado Perú. Avasalladora e imparable progresión tecno-científica ha determinado cambios y transformaciones de todo jaez en la vida del planeta. El poderío bélico de las grandes potencias sustentadoras actuales del inhumano neoliberalismo es inmenso y sofisticado. Pero no invulnerable. La relación población-producción está cada día más desequilibrada. Las políticas fiscales de los países 195


Luis Felipe de La Puente Uceda dependientes como el nuestro, se cimientan en crueles imposiciones tributarias al pueblo y en complacientes concesiones y exoneraciones a poderosas empresas nacionales y extranjeras que explotan nuestras riquezas, y, sobre todo, en el incremento de la deuda externa condicionada dictatorialmente por exigencias de todo orden (político, financiero, administrativo, laboral, educacional) del Fondo Monetario Internacional,(FMI), organismo aparentemente autónomo, conformado con aportes de los países miembros pero manejado por las potencias capitalistas, sobre todo por Estados Unidos. Todas las fórmulas y promesas de solución de los políticos son fugaces y hasta nulos paliativos de la creciente desesperación masiva en el Planeta. Argentina, Venezuela, Colombia, países del África muestran cada día más visibles puntas del iceberg del gran poder transformador histórico: el pueblo. Los días porvenir son inocultablemente tenebrosos. La naturaleza explotadora del capitalismo es inmodificable y por lo tanto, nuevas y grandes confrontaciones vienen perfilándose en el mundo. El Pueblo y su Juventud toman puestos de lucha con medios, métodos, estrategias y tácticas propios de la Época La Vida sigue su curso. Martís, Sandinos, Guevaras, Castros, De la Puentes, en sus correspondientes campos de batalla aparecerán, y como siempre la conquista de la Justicia Social en medio de lágrimas, sangre, odio y crueldad. avanzará en pos de la Dignidad de la Condición Humana. Epílogo Hasta aquí, esta pálida reseña del tiempo vivido con quien fuera mi entrañable amigo-hermano Luis de la Puente Uceda. Con él viví y comulgué en los ideales de la Generación aprista del Medio Siglo, en el pasado siglo XX, cuya sinceridad revolucionaria resultó probada por actitudes y hechos en los que se jugó la Vida y el Honor. Si conscientemente, más allá del disciplinado fanatismo de masas y de egoísmos dirigenciales de izquierda, fuera analizada la personalidad, conducta y consecuencia revolucionarias de Luis De la Puente Uceda y de los que con él se inmolaron, el respeto y la gratitud surgirían generosos en el corazón de las generaciones actuales. Esperar una actitud como ésta, de parte de ''demócratas, amantes de la 196


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO verdad, de la transparencia y de la justicia'' como se autocalifican los caciques apristas, sería esperar ''peras del olmo'', lo sabemos, pero como con el tiempo todo se sabe, la Juventud consciente y responsablemente reivindicará su gloriosa memoria. También lo sabemos. No porque la nube momentáneamente lo cubre, el Sol desaparece.

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Luis Felipe de La Puente Uceda

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

DISCONFORMIDAD CON LA “CONVIVENCIA” (1956-1965)

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ientras el APRA fue un movimiento con mística revolucionaria, rescatador de la dignidad humana, promotor de la integración nacional y latinoamericana, y consecuente deudor moral de miles de mártires que murieron vivando a su causa y a su fogoso líder, tuvo magnético crédito en la Juventud y los trabajadores manuales e intelectuales. Sus metas y programas, su fustigador discurso contra el feudalismo, el entreguismo de riquezas naturales y de servicios públicos al explotador extranjero, su proclama democrática, integradora y libertaria, constituyeron razones para masiva y fervorosa adhesión popular. La conquista del Poder La conquista del poder y de los derechos sociales y económicos por parte del Pueblo en esa época, sólo se concebía por medio del fusil. El despotismo encumbrado política, económica y socialmente, había cerrado toda posibilidad de acción en forma pacífica. La Revolución cruenta que México, Rusia y Nicaragua protagonizaron en las primeras décadas del siglo XX, fueron direccionales de lucha para los pueblos sojuzgados. Así lo asumieron líderes subversivos como Víctor Raúl Haya de la Torre, Jefe fundador del Movimiento ALIANZA POPULAR REVOLUCIONARIA AMERICANA (APRA). Esta organización surgió con fundamentos doctrinarios lindantes con el marxismo, pero desde posiciones contestatarias de carácter tempo-espacial. Mientras la evolución del 199


Disconformidad con la “Convivencia” proceso de desarrollo europeo culminó en el Capitalismo -argumentaba VRHT-, la de América Latina empezó con el capitalismo y prosigue impulsada por él. Los extremos de dominación y explotación yanqui-europea de las riquezas mineras, comercio exterior, servicios de transporte y del capital humano barato con complicidad del feudalismo oligárquico interior, fueron escandalosamente abusivos. La creciente reacción popular impulsada por la prédica revolucionaria aprista, como nunca en épocas anteriores, se expresaba contra el imperialismo y en defensa de la soberanía nacional, de la justicia social, y de la racionalización productiva. La toma del Poder por vía democrática era totalmente imposible. El sistema estaba, militar y administrativamente, acondicionado para funcionar sin una representación popular auténtica. Para tal fin, quedaba solamente la organización de la insurrección popular armada. Pese a ello, a sabiendas de que la oligarquía jamás reconocería el triunfo en ánforas del partido del pueblo, el APRA compitió en las elecciones políticas de 1931. El fraude electoral de 1931 Lo dicho resultó confirmando por el rabioso enfrentamiento PuebloGobierno luego del fraude electoral que eclipsó el triunfo de V. R. Haya de la Torre. Su epílogo fue cruento y salvajemente represivo. Trujillo, Cajamarca, Ancash protagonizaron revueltas, heroísmos y martirios populares. El APRA ilegalizado pasó a la vida clandestina. Sus dirigentes y militantes presos, perseguidos o desterrados mantuvieron encendida la tea revolucionaria. La integración latinoamericana, el antimperialismo y el antifeudalismooligárquico fueron banderas de lucha izadas al tope por Haya de la Torre hasta la Segunda Guerra Mundial. El gran viraje hacia la derecha Influido por las forzadas posturas humanistas y democráticas del capitalismo yanqui-inglés en su enfrentamiento con el fascismo, Haya de la Torre, abandonó la posición de abierta lucha antiimperialista provocando reacciones en la militancia. Se vio obligado a intentar la justificación de su cambio escribiendo su libro-memoria ''Treinta Años de Aprismo''. A la par de hacer gala de estilo político-literario neoculterano y de prolijidad referencial en notas marginales, se empeñó en demostrar que al sustituir el postulado ''Lucha contra el Imperialismo'' por el de ''Interamericanismo democrático sin imperio'', no se había apartado de la línea revolucionaria matriz. 200


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO Tras este eufemismo, Haya de la Torre canceló la radical posición antiimperialista del Partido, es decir, arrió banderas, romó las aristas combativas de la lucha popular y convirtió a su creación en instrumento colaborador de la política yanqui. El APRA dejó de ser partido popular revolucionario. Se convirtió en un partido al servicio de la burguesía, electorero y arribista. El APRA ''legalizado'', luego que su Comando Nacional transara con los enemigos del pueblo y fuera comprensivo con los grandes intereses capitalistas, fue objeto de justificaciones a cual más demagógicas por parte de sus dirigentes y de acres censuras de los defraudados y de imparciales analistas. Lo cierto es que, en esos momentos, el apagamiento del brío revolucionario en su cúpula directriz y el desencanto en vastos sectores de base, sobre todo juveniles universitarios y sindicales, fueron crecientemente percibibles. Ni los argumentos justificadores del desposorio con la Reacción, ni el endurecimiento de las medidas disciplinarias internas lograron aplacar la furia de la Juventud, sensible antena social que no sabe de enrevesamientos, componendas ni arribismos cuando de ideales, principios y promesas se trata. No sólo porque el maridaje político repugnaba, sino también por el manifiesto desprecio de que era víctima esa Juventud disconforme por parte de los que trastrocaron principios y abandonaron la lucha que juraron mantener. Expresiones de inconformidad Muestra de la inconformidad juvenil aprista con la ''convivencia'' es el contenido de la carta que desde Trujillo, el 20 de diciembre de 1958, dirigí a Frida Manrique, destacada luchadora sanmarquina, cuya copia original obra en mi poder. Textualmente la transcribo aparte. Esa carta trasunta el vigor idealista juvenil de mi generación. El Partido era para nosotros el instrumento de lucha popular libertaria en el Perú y América Latina llamado a desmoronar el poder plutocrático respaldado y comprometido en todos sus abusos por la política yanqui. Muchos dirigentes y militantes de base fanáticos, sometidos a la ''infalible'' autoridad del pensar y actuar hayistas, en especial los llamados ''dorados'', se distanciaron. La lealtad y el celo principista que la Juventud expresaba fueron tergiversados y sin diálogo, confrontación ni explicación persuasiva alguna, nos espetaron la calificación de ''revisionistas traidores''. La fórmula ''Convivencia'', disciplinariamente fue impuesta a la militancia provocando la disconformidad de viejos luchadores y de la 201


Disconformidad con la “Convivencia” Juventud reflexiva, en vano. Bastaba con que se dijera ''el c. Jefe lo dice'' o el ''Comando Ejecutivo ha acordado'' para que una sumisión ciega y borreguil fuera exigida. La ''legalización'' del APRA Manuel Prado Ugarteche -hijo del Presidente que abandonó el país en plena Guerra de 1879 con el pretexto de traer armamento y que no regresó nunca más- era un banquero, conspicuo miembro del Club Nacional, el centro social de los poderosos representantes oligarcas aliados del imperialismo, y en su primer período presidencial había reprimido implacablemente a los apristas. Pese a todo eso, ante la argumentación de que se iba a conseguir la legalización del Partido y frente a la promesa de Ramiro Prialé, de que el Partido pasaría a la oposición en plazo máximo de seis meses luego de reajustarse orgánicamente, hubimos de votar, ''dolorosamente'', por Prado en 1956, como Luis de la Puente Uceda dramáticamente lo aclarara desde la Plaza Armas de Trujillo. Transcurrieron tres años y la ''Convivencia'', lejos de disolverse se consolidó a tal extremo que la cúpula dirigencial aprista hizo oídos sordos al clamor de campesinos y obreros masacrados y asesinados por la policía en Chin-Chin, Calipuy, Toquepala, Chepén, etc. Pese a esto, aún en esos momentos, nunca hubiéramos apostado a que un día se llegaría a pactar y compartir oportunismos con quien fuera el más salvaje perseguidor y torturador de apristas, con Manuel A. Odría. Felizmente nuestra ''expulsión'' fue anterior a este traspié senil de los ''ex combatientes'' hayistas.

Evolución de la ''rebeldía'’ CARTA A FRIDA MANRIQUE (copia textual) Trujillo, 20 de diciembre de 1958 Srta. Frida Manrique Lima Mi querida Frida: Tu cartita, la primera como la llamas, fue hace días en mi poder. Por la grata impresión que me ha causado el hecho de que fueras tú quien empezara esta -para mí- singular correspondencia, la 202


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO contestación debió ser inmediata. Pero no. Tus letras no significaron, únicamente, la presencia espiritual de la amiga, cuya simpatía y cualidades desde el primer momento me impresionaron tanto y tan bien, sino entrañaban lo que toda una ''generación'' actuante y joven como la nuestra, viene buscando angustiosamente: la respuesta a la pregunta que formulas... ''¿Qué hacer…?'’ Los datos que proporcionas son muy interesantes y significativos. Sintomáticos de la posible reedición de épocas, que la miopía, el interés o la ingenuidad de nuestros dirigentes, dan por definitivamente superadas. Los hechos que narras, revelan claramente que los viejos métodos de la Oligarquía para desquiciar al APRA, continúan vigentes, y, que dada la conservadora metodología directriz de nuestro movimiento, la eficacia de los mismos para alcanzar su objetivo estaría descontada, ¿no es cierto? Bien, demás inventariar los hechos de la política frontal del PAP. Harto hemos compulsado su equívoca posición. Existe, hasta cierto punto, no la negamos, una razón de supervivencia que debería atenuar la crítica, porque comprendiendo lo difícil, por no decir imposible de subsistir en medio de tan poderosos enemigos como son, el ejército y la plutocracia, justificaríamos en línea general la fórmula de la ''convivencia''. Pero, ¿qué nos incomoda hasta el punto de decepcionarnos, no del contenido doctrinal de nuestro Partido, sino de su estructura directriz? ¿En qué bases reposa el manido uso del recurso disciplinario, el sentir omnímodo de los ''calificadores'' que en nombre de la ''auténtica línea'' del movimiento nos sumarían procesos y nos condenan? Quizá me equivoque. Ojalá. Pero para mi modesto criterio, la reacción de la juventud aprista se debe a la tergiversación que vienen sufriendo los ''medios'', porfiadamente expuestos y sostenidos en la actualidad como ''objetivos'' de nuestra lucha, al uso absurdo, desatinado del recurso coercitivo para ahogar el inconformismo de los militantes, sobre todo jóvenes que ante la flagrante quiebra de la tónica revolucionaria -rayana en claudicación- levantan su voz de alerta en salvaguarda del porvenir de este gran movimiento, de este poderoso Partido, que por su envergadura doctrinal, masiva y mística no puede, no debe tratarse jamás como patrimonio exclusivo de ningún líder por grande que haya sido su concurso en su forjamiento, si en la progresión del tiempo, sus hechos, su actitud humana, no concuerdan con las razones y objetivos de su propia criatura. Y en esto no hay iconoclastía. Tal vez un poco de ''digestión'' de la razón 203


Disconformidad con la “Convivencia” dialéctica que permitió al c. Jefe demostrar el por qué de nuestra insubordinación a los planteamientos marxistas. Si no veamos: ''…lo fundamental en el marxismo es la negación, el fluir, el pasar y declinar de todas las creaciones del pensamiento y de la acción del hombre. que ninguna puede ser eterna, y que así como fue negado el hegelianismo, aplicándole su propio método dialéctico, así tiene que ser negado, también dialécticamente, el marxismo, aplicándole su mismo sistema en todo lo que tenga de dogmático, de congelado o de intento de convertirse en una ''verdad definitiva''. (Contestación de Telésforo a Fidel, ''Espacio Tiempo Histórico'', V. R. Haya de la Torre, Pág. 85, Ed. La Tribuna,1948). Y esta convicción estuvo enmarcada en una actitud espiritual, que en cierto aspecto se parece a la nuestra, y que el c. Jefe la fundamenta con una cita de Kant en la pág. 81 del mismo libro: ''una generación no puede obligarse y juramentarse a colocar a la siguiente en una situación tal que le sea imposible ampliar sus conocimientos (presuntamente circunstanciales), depurarlos del error y, en general, y avanzar en el estado de su ilustración'' ¿Y si es así, si todas las demostraciones de la mutabilidad hegelianas son evidentes, por qué las iracundas reacciones del c. Jefe cuando alguien de nosotros -elementos de una nueva generación- ha osado discrepar. Todos Uds. son testigos de algún caso de este cariz y todos sufren como nosotros la forzada angustia de un obligado silencio. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde la fundación del Partido. Si bien es cierto que las causas fundamentales de su origen perviven ya no tan bárbaras y desembozadas pero más taimadas e incisivas, también es cierto que los antiguos métodos para combatirlas han debido cambiar, al igual que el imperialismo muda su ropaje pero no su espíritu. ¿Está sucediendo esto? No. Nuestros dirigentes de la ''vieja guardia'' o de la nueva -con excepciones- han ''congelado'' su modo de ver y tratar al Partido. No admiten la discordancia de opiniones. Cuando éstas se expresan se moviliza de inmediato a la masa, que por ser tal, de buena fe toma partido a favor de los que la utilizan como pedestal de egolatrías. Como efecto reflejo de la gran crisis que vive el mundo, actualmente sufrimos la más despiadada presión económica. Los ricos se vuelven más ricos y los pobres más paupérrimos por la deliberada incuria de sus pseudo representantes. Los irracionales hechos del Gobierno constituyen frondoso prontuario de ineptitud y de descarada inmoralidad a los que -dígase lo que se diga- nos 204


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO subsume la famosa ''formula'' y de cuyos resultados no podremos justificarnos ante la historia, por abundantes que sean los ''comunicados''de la mediatizada voz oficial de la ''convivencia'', ''La Tribuna''. Ya no se trata de una táctica, de una calculada y previsora actitud política, que aprovechando las circunstancias, concentrando planificadamente las energías, se apreste a retomar el cauce exacto de nuestras determinantes revolucionarias. No. Si así fuera, no registráramos hechos probados de inconsecuencia doctrinal de algunos de nuestros hombres, que protestando pureza, usufructúan el presente, colaborando con un Régimen desprestigiado que representa y aglutina lo más corrompido e incapaz de la derecha nacional, y antes que indiferentes, son interesados en desnaturalizar o eliminar cualquier indicio de rebeldía, cualquier expresión de juventud, que ante las sombrías perspectivas del porvenir, clama e invoca, no persistir en este irresponsable reblandecimiento revolucionario -consciente o inconsciente- pero en ambos casos, funesto para el espíritu del Partido. Todo lo anterior, mi carta Frida, a modo de reafirmación conceptual de todo lo que venimos analizando desde hace tiempo con Uds. en Lima, que no es solamente mi punto de vista, sino, estoy absolutamente seguro, de todo el grupo de jóvenes apristas, que en esta heroica Trujillo formamos un grupo homólogo al vuestro, a los que se nos imputa formar la tan cacareada ''ala izquierda''. Y esto no es cierto. Nuestra actitud es profundamente honesta, se finca en los principios primigenios del movimiento, a los que defendemos con terca obstinación, sin reparos de carácter personal y siempre mirando al Partido como un todo indivisible, al que es menester, garantizarle su auténtico contenido reivindicatorio. Ahora, ¿Qué debemos hacer? Me parece que ''expresarnos'', con González Prada ''rompamos el pacto infame de hablar a media voz'' dentro del Partido. Los jóvenes tenemos la ineludible tarea de afianzar el futuro del movimiento derribando las artificiales vallas que el egoísmo, la vanidad, la ingenuidad, la miopía o el interés mezquino, levantan para desviarlo de su verdadero cauce. Unámonos por convicción, y con la sinceridad de nuestros ideales, exijamos y tomemos el puesto de lucha que nos corresponde. Grande será la resistencia a nuestro paso. Mucha la intriga y la diatriba, pero venceremos fatalmente. Ya nos tocará mañana dar paso a la generación que nos reemplace. Hagamos por acercar a la juventud aprista de todo el Perú, persuadiéndola de la necesidad de un enérgico y altivo señalamiento de nuestros errores políticos en el próximo Congreso. Cautelemos el Honor del Partido y con ello 205


Disconformidad con la “Convivencia” las esperanzas y creencias de todos los que se inmolaron por esta Causa. Saluda y abraza a todos los nuestros. Que tus preciadas letras me sigan llegando y que lo expresado en estas líneas sirva en algo para el fortalecimiento de nuestra cohesión espiritual, son los más caros deseos de quien te desea junto con todos nuestros cc. y amigos, muy felices pascuas y ventura en el año próximo. Afectuosamente tuyo, Manuel

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

EL “APRA REBELDE”

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engo registradas en mis ''memorias'' explicaciones documentadas del por qué surgió la reacción juvenil "APRA REBELDE" en 1959; y, de cómo la cúpula ''conviviente'', sólo porque un destacado grupo de jóvenes doctrinalmente consecuentes se atrevió a presentar en la Cuarta Convención Nacional Aprista la Moción de Orden del Día nominada ''En Defensa de los Principios Primigenios y por la Democratización Interna del Partido'' negó el derecho de sustentarla ante el Plenario, la retuvo y resolvió, a nivel de Comisión Política, en objetiva actitud fascista ''expulsar del Partido'' a sus firmantes. No se observaron los preceptos procesales estatutarios ni los más elementales principios del derecho de Defensa. Para quienes como los firmantes el APRA fue asumida como organización-escuela de valores cívicos y morales, llamada a robustecerse constantemente en función reivindicadora de los derechos humanos y de la justicia social, el comportamiento arbitrario de los altos dirigentes resultó decepcionante, y por su acercamiento a los explotadores, claudicante. La primera tanda de expulsados la conformaron: LUIS DE LA PUENTE UCEDA, CARLOS MALPICA SILVA SANTISTEVAN, GONZALO FERNANDEZ GASCO, MANUEL PITA DIAZ, LUIS OLIVERA BALMACEDA, MÁXIMO VELEZMORO ATALAYA, LUIS IBERICO MAS y EDILBERTO REYNOSO Consecuentes con la posición de defensa de los principios originales del 207


El “Apra Rebelde” APRA, y por ello, esperanzados en que su mentor y Jefe que se encontraba en el exterior, reflexivamente contemporizaría nuestras razones, fundamos el APRA REBELDE' en casa de Luis Olivera Balmaceda de la cuadra siete del Jirón Ancash. Esa casa fue por mucho tiempo nuestro local político. En ella realizamos la Primera Convención Nacional del Apra Rebelde que tuve el inmenso honor de presidir. Mientras duraba la ausencia de Víctor Raúl, el grupo de Trujillo puso al aire por Radio Libertad, bajo mi dirección, el programa ''VOZ APRISTA REBELDE''. Tengo en mi poder todas las cintas magnetofónicas de esos programas. Por ellas la lealtad nuestra hacia el Jefe del Partido y a los principios ideológicos que cimentó está claramente demostrada. Regresó Haya. No sólo asumió a ''fardo cerrado'' la versión de los expulsadores, sino además, ordenó o consintió la implacable persecución a muerte contra los ''rebeldes''. Prueba de esto fue el alevoso asalto de ''búfalos'' armados con cachiporras, cadenas y pistola a Luis de la Puente Uceda. Gonzalo Fernández Gasco, Manuel Pita Díaz y Luis Pérez Malpica cuando tranquilamente paseaban el once de marzo de 1961 por la Plaza de Armas de Trujillo. El primero de los nombrados que caminaba armado debido al acoso violento de que éramos víctimas, en demostrada ''legítima defensa'', dio muerte a un ''búfalo'' chalaco destacado desde Lima para ultimarlo. El Poder Judicial, en histórico proceso comprobó la legítima defensa y De la Puente fue liberado. Absurdamente, la sentencia dio por pena la ''carcelería sufrida''. De la Puente apeló. En Lima, la Justicia ''comprometida'' con los convivientes, revocó la sentencia y decretó su encarcelamiento. Antes que volver a prisión sin posibilidad de proseguir la lucha revolucionaria, antes que continuar acosados por el poder de los ''convivientes'' (Prado, Odría, Beltrán, Haya), De la Puente Uceda con Guillermo Lobatón, Gonzalo Fernández Gasco, Máximo Velando, Walter Palacios Vinces, Héctor Cordero, Luis Pérez Malpica, Oscar Alvarado Araujo y otros consecuentes revolucionarios, organizaron el MOVIMIENTO DE IZQUIERDA REVOLUCIONARIO (MIR) y, con él, en 1965, se lanzaron al combate, conscientes de la posibilidad de morir físicamente pero también de que dejarían honrosa lección de consecuencia revolucionaria. El maridaje de los otrora ''revolucionarios'' con la oligarquía justificaba la rebelión popular armada como único medio para conquistar el poder y para, desde él, organizar un estado democrático popular. 208


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO El Apra, de su posición beligerante izquierdista pasó a un centroizquierdismo colaborador y pro yanqui. Los sectores laborales y estudiantiles expresaron un furibundo repudio. La brújula, en esa hora histórica, apuntaba hacia la CUBA REVOLUCIONARIA en la que Fidel Castro, Ernesto ''Che'' Guevara y demás gloriosos ''barbudos'' asombraban al mundo liquidando el oprobioso y sanguinario régimen de Fulgencio Batista, lacayo del imperialismo. Esta triunfante acción motivó que entusiasta y enardecidamente surgieran en otros países latinoamericanos movimientos similares. El “Apra Rebelde”: movimiento independiente Convencidos del divorcio absoluto de nuestra posición con la del Apra "conviviente" y moralmente reforzados por la adhesión de comités ''apristas rebeldes'', organizados por jóvenes disidentes en otros lugares del país y en el exterior, acordamos darle organicidad institucional. Los comités de Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador hicieron llegar su adhesión ya por escrito y por medio de sus delegados. Luis de la Puente, Carlos Malpica Sílva Santisteban, diputado nuestro en el Congreso, su hermano Mario, Luis Olivera Balmaceda, Héctor Cordero, Frida Manrique, Javier Valle Riestra, Ricardo Napurí, Edilberto Reynoso y otros, sacaron en Lima el periódico ''VOZ REBELDE''. En esos momentos el enfrentamiento denominado ''guerra fria'' entre el capitalismo occidental liderado por EEUU y el bloque socialista comandado por la URSS alcanzaba peligrosos niveles. En cualquier momento podía prenderse la chispa de la Tercera conflagración, sólo que esta vez la bestial acumulación de armamento nuclear por los bloques enfrentados desafiaba la Vida en el Planeta. En medio de este enfrentamiento, la Cuba heroica de Martí, Machado y Castro Ruz, febrilmente desarrollaba la Revolución socialista ante los ojos rabiosos de su vecino, el poderoso pero, en ese momento, impotente pulpo succionador de los pueblos pobres. El eco de la revolución cubana fue tan intenso y extenso en el mundo y en especial en América Latina que como nunca antes el gigante del Norte, acostumbrado a la abusiva práctica de sus intervenciones y despojos territoriales de los países pobres del continente, se encontró entrampado dentro de la encrucijada histórica. Por una parte el amenazante poderío bélico de la URSS y sus aliados y por otra la multiplicación de organizaciones revolucionarias socialistas latinoamericanas que parecía darle la razón a Fidel Castro, cuando afirmó que América Latina era seco pajonal que esperaba la chispa revolucionaria para incendiarse. Para EEUU la genialidad, magnetismo y juvenil carisma de su 209


El “Apra Rebelde” gobernante John F. Kennedy, hizo posible que se viera en las circunstancias presentes, que el uso de la fuerza a lo yanqui era provocativo y suicida. Las causas y razones de la triunfante subversión cubana eran evidentes y definitivas para implantar el primer régimen socialista en el Continente bajo el poderoso apoyo del bloque internacional comandado por la URSS. Entendieron que el sistema imperialista que ellos comandaban enfrentaba crucial desafío ideológico y bélico. Y como nunca antes en su práctica dominadora resolvieron atacar a las Ideas con Ideas impactantes y millonarios desembolsos. Idearon y pusieron en marcha el plan apaciguador llamado ''Alianza para el Progreso'', cuya sustentación justificadora tuvo lugar en la Asamblea Interamericana de Punta del Este. En este evento, la posición revolucionaria popular latinoamericana fue brillantemente expuesta por el legendario Ernesto ''Che'' Guevara''. Por supuesto no fue aceptada por los demás delegados cómplices del imperialismo. La ''Alianza para el Progreso'' en la práctica cumplió su finalidad apaciguadora. La campaña de coordinación contrarrevolucionaria se basó en argumentales demostraciones del sistema democrático garantizador de la libertad y dignidad humana frente al ''totalitarismo comunista''. Se reconocieron publicitadamente algunos derechos laborales y sociales, se apoyó el cooperativismo, y se permitió el intenso desplazamiento de misioneros norteamericanos llamados ''Cuerpo de Paz''. Pese a todo este esfuerzo psicosocial capitalista, la efervescencia revolucionaria popular provocada por la Cuba soberana continuaba. La Juventud revolucionaria tomaba contacto con países socialistas: Cuba, Rusia, China, Corea del Norte, Argelia, etc. El ''MIR'' En el Perú, el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), derivado natural del Apra Rebelde, comandado por Luis de la Puente Uceda, se levantó en armas en 1965. En un combate totalmente desproporcionado frente a las Fuerzas Armadas estatales, con la expectativa de que la Justicia de su Causa y la consecuencia revolucionaria determinarían que otras organizaciones autocalificadas ''revolucionarias'' se plegarían a la acción, el MIR levantó sus banderas y asumió su destino histórico. Los dirigentes de los grupos que se membretaban ''revolucionarios'' sólo fueron espectadores e implacables críticos de la actitud y gesto de los “alzados”. Si la cúpula aprista, especialmente Haya de la Torre, consecuente con su autocalificación de ''maestro'', hubiera escuchado y analizado los argumentos de la Juventud defensora de la esencia doctrinal del partido que fundó, la batalla del MIR tal vez no se hubiera dado, o se hubiera 210


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO dado en otros términos. En todo el sentido y dirección históricos del rumbo aprista se hubieran resultado rectificados. Esto no sucedió. Mientras el Perú enfrenaba con sangre sus contradicciones, el mundo, América Latina en especial, contemplaban las vicisitudes de la Revolución Cubana, el agudizamiento de la llamada ''Guerra Fría'', el monstruoso armamentismo atómico y la febril competición tecno-científica con la ''salida'' del Hombre al Cosmos. Había comenzado la macro-revolución tecno-científica y mientras los peruanos luchábamos por la liquidación del mundo feudal, en otras latitudes los parámetros de la actuación humana resultaban irreversiblemente alterados. El planeta Tierra mostraba la Hombre la perspectiva integral del camino que le tocaba transitar. En el Perú, las contradicciones se impusieron casi naturales, respondiendo a nuestras características idiosincrásicas y a los potenciales de nuestra compleja realidad socio-política y económica. Los dirigentes del MIR, empezando por Luis de la Puente, comprometidos definitivamente con la causa reivindicadora y revolucionaria, pronto se hallaron frente al reto histórico. Les era IMPOSIBLE RETROCEDER. La disyuntiva era la rendición ominosa o el sacrificio consecuente y ejemplarizante. Optaron por lo último. La estrategia y táctica de la guerra de guerrillas y la teoría del foco revolucionario por la que optó el MIR no tuvieron correspondencia ni eco social proporcionado. A este fracaso no sólo contribuyó el aparato publicitario oficial, que acoyuntado con el norteamericano desorientó a la opinión pública, sino que a ello también se sumó la labor de zapa de los detractores, la baba envidiosa de gloria de pseudo marxistas que especulaban y hasta apostaban al fracaso de los alzados en cenáculos y cafés. La caída de los héroes no se transformó en gloria para ellos. En un territorio tan amplio, accidentado y climáticamente difícil como el peruano, y en particular el andino, frente a fuerzas policial-militares organizadas y asesoradas por la CIA, la coordinación operativa de los revolucionarios fue dificilísima. Hasta la deteriorada salud de De la Puente conspiró para que el fin fuera como fue. Sin embargo, el factor principal de la derrota fue que las fuerzas gobiernistas actuaron organizadas, equipadas y asesoradas por la CIA norteamericana. Esto hizo la diferencia. La represión estatal, desproporcionada y bárbara, dizque ''amedrentadora'' para con la población campesina -para que no se sumase al movimiento-, hizo vergonzante gala de un sadismo bélico que 211


El “Apra Rebelde” ya se practicaba en Vietnam. Poblados campesinos enteros fueron bombardeados con NAPALM, sustancia explosiva e incendiaria de instantáneo y expansivo efecto aniquilador. En paralelo, las fuerzas represoras aplicaron su ley sin cuartel. Los prisioneros, en especial los dirigentes, fueron fusilados, como fue el caso de De la Puente y su comando, mientras otros arrojados al vacío, desde aviones en vuelo, sobre los precipicios andinos, como fue el caso de Velando. Guerrilleros, Caballeros de Guerra Debe quedar claro que en medio de la barbarie de la guerra, los combatientes del 65 se comportaron como guerrilleros idealistas, como caballeros de la guerra que sucumbieron por su ideal dando la cara, expresando en sus prédicas y sus hechos su sincera fraternidad con el pueblo. Nada más lejos de ellos que el terrorismo cobarde y alevoso, indiscriminador y genocida. Sus prácticas nunca, ni remotamente, tuvieron asidero en su mentalidad combativa. Esto lo saben sus enemigos, los que los combatieron y que no se comportaron con la misma altura. Reto Final Si quienes en los actuales momentos se reclaman luchadores por los derechos humanos y la democracia fueran sinceros, deberían cerrar filas para también exigir la devolución de los respetables despojos del comandante LUIS DE LA PUENTE UCEDA, y de sus capitanes GUILLERMO LOBATON, MAXIMO VELANDO, Y OTROS MÁRTIRES, a sus deudos legítimos. Han pasado casi 40 años y la Historia ha hecho su trabajo. ¿Serán capaces? No lo creo, ''antes un camello pasará por el ojo de una aguja'', pero el día llegará en que la justicia del pueblo haga sus balances y tome cuentas. Ese día brillarán los nombres de los héroes, no el de otros. Lima, Pueblo Libre, 2005.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

ANTE EL ALEVE ASESINATO DE JÓVENES INERMES

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xplicación. Esta carta, por sí sola, revela la complejidad de mis emociones al registrar mi conciencia la magnitud del alevoso crimen militar de 1986. Cuando contemplé el sombrío semblante del presidente García en el escenario mismo de la cobarde masacre, pensé lo que le digo en mi misiva: ''Ojalá que lo que venga después haga honor a tus palabras'' ¿Qué vino después? ¿Quiénes fueron los responsables? ¿Qué pena correspondiente a la infame acción merecieron? La Historia también juzgará esto.

CARTA A ALAN GARCÍA PÉREZ Lima, 28 de junio de 1986 Respetable Alan García Pérez Tu semblante, a través de la TV, acaba de revelar, con elocuencia, el sufrimiento que te embarga, efecto sombrío de la magnitud trágica que históricamente te ha correspondido afrontar. Haberte contemporizado en todo cuanto representas y significas, explica la razón de estas líneas. Te pido ver en ellas el desahogo de un viejo luchador social en la mente y responsabilidad de la generación que representas. La entereza para denunciar, calificar y decidir, en el escenario mismo del execrable asesinato de jóvenes indefensos, ha 213


Ante el aleve asesinato de jóvenes inermes conmocionado a millones de seres humanos. Desde hacía mucho, en el Perú, no presenciábamos actitudes de integridad y valentía en los altos sitiales del poder. Sinceramente espero que lo que venga después, haga honor a tus palabras. Este reconocimiento al valor ejemplarizante, proviene de quien vivió grandes defraudaciones políticas, sufridas por su grupo generacional, desde cuando, con el inmortal LUIS FELIPE DE LA PUENTE UCEDA, señaláramos, con dignidad comprobada, el sentido y la dirección de la conquista de una verdadera Justicia Social. Veintisiete años hace que mi generación trujillana, la ''Generación del Medio Siglo'', desde el sacrosanto osario de CHAN-CHAN, exigió de la dirigencia del PAP consecuencia revolucionaria, porque venía tratando con sordina cómplice, las masacres policiales de obreros y campesinos en Toquepala, Atacoche, Chin-Chin, Talambo, Casa Grande, Calipuy, etc., etc. Expusimos y defendimos entonces con sólidos argumentos la urgencia de la práctica democrática interna y del retorno a los principios ideológicos esenciales del partido. Es decir, la importancia de ser revolucionarios consecuentes y de optar por la didáctica antes que el sectarismo. El ciego mecanismo partidario nos ''expulso'' de su seno. Gracias a ello, horizontes amplísimos de concepción y acción revolucionarios surgieron ante nosotros; y, nunca como antes, sentimos identificación con el mandato de Barreto, Arévalo, Negreiros y de miles y miles de mártires apristas que se inmolaron, y de otros que lo seguirán haciendo, mientras subsista la escandalosa injusticia social que desconcierta y enloquece a la juventud. La prueba que nos impusieron nuestros sentimientos y convicciones ha sido muy dura, inmensamente trágica, pero ejemplar. Se luchó contra el sistema en medio de condiciones objetivas desfavorables, conscientes de que debíase dejar precedentes de un real compromiso. Aprendimos, que todo planteamiento doctrinal, programático y táctico, debía ser pasible de reajuste y rectificación permanentes; que el conservadurismo era negativo, antihistórico, porque se convertía en camisa de fuerza contra las leyes del desarrollo social; que todos los pueblos del mundo, en medio de vicisitudes sin 214


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO cuento, marchaban hacia el socialismo. Por todo lo dicho, a efecto de precisar posiciones, es natural que ante el tenebroso peligro de un golpe fascista, comprendamos la necesidad de defender a la democracia. Pero, ¿a cuál democracia vamos a defender? ¿A la formalista, o a la integral ? Por supuesto que a la última, con toda energía y convicción revolucionarias. Desde mi campo, respetuosamente me permito remarcarte la importancia y la urgencia de encarar resueltamente uno de los gravísimos aspectos de nuestra compleja problemática: La defensa de la SALUD MENTAL del Pueblo. Casi toda la Prensa, la Publicidad, el Cine, la Radio y especialmente la Televisión, son instrumentos de dominación alienante. La simple revisión de listines, programas, avisos, etc., muestra el grado de frivolidad, desprecio a los valores, al nacionalismo, incitación a los más bajos instintos, con que los traficantes de la sociedad de consumo, agreden a la mentalidad juvenil de todas las clases sociales. Juzgo inaplazable que se motive y lance grandes cruzadas concientizantes, sobre los valores humanos y nacionalistas, peruanos y latinoamericanos; y es vital para ello apoyar -no manipular- grandes competiciones de aficionados a las artes y a los deportes a nivel regional e interregional, con incentivos de decorosa significancia. El Instituto Nacional de Cultura debe romper sus cánones funcionales y operar creativa y ejecutivamente en defensa de la personalidad peruana, y por un humanismo revolucionario. Naturalmente habría que proveerle de suficientes recursos. Mi solidaridad en este caso es con el EL DOLOR y LA ESPERANZA NACIONALES y es a título personal, desde mi posición de izquierdista independiente. Por favor, te encarezco aceptarla en su justa dimensión y en lo que, a tu juicio, tenga de acertada. Quien sabe si demuestre mi sinceridad, el hecho de que mi última hija se llame Perú Linda. Respetuosamente, Manuel Pita Díaz L.E. No. 06124123

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Ante el aleve asesinato de j贸venes inermes

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PARTE CUATRO

COMENTARIOS Querido Carlos: Quiero darle las gracias por tu vieja y leal amistad hacia mi padre y por haberte impuesto la tarea de escribir sobre él. Al margen de este hecho, que nos emociona, a mí y a mis hermanos, quiero decirte algo que creo es objetivo. Tu libro, tal como está, es sumamente importante. No sólo por el personaje que es el eje de tu narración y todos sus acompañantes, sino porque, en su conjunto, es un estupendo relato y testimonio sobre un grupo humano y una generación trascendentes en nuestra historia. Hasta este momento, nadie se había impuesto la tarea de contar a los peruanos cómo fueron y cómo actuaron los jóvenes rebeldes que conociste, que fueron tus amigos y a los que con tanto tacto y precisión hoy les haces justicia al devolverles la voz y la acción. Más que un libro de Historia, seco y yerto, tu relato es un testimonio vivo, respetuoso, fraterno y agudo, que va a lo esencial. Estoy seguro que "Manuel Pita Díaz, Un hombre y su tiempo" hallará lectores no sólo en Trujillo sino en el Perú entero. Un gran abrazo, Alfredo Pita.

* Alfredo Pita, periodista y escritor peruano radicado en Paris

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Comentarios

Comentario de WILMAR MORENO FUENTES Acabo de leer el libro que dedicado a Manuel Pita Díaz me alcanzara Don Carlos Manuel Burmester Landauro, que, por supuesto, acepté con mucho gusto no solo por el honor que me hace comentar un libro suyo sino porque tuve el privilegio de compartir asientos como Regidores en la Municipalidad Distrital de Víctor Larco Herrera, y cuando más adelante fuera elegido Teniente Alcalde de la Municipalidad Provincial de Trujillo, acompañándolo en varias de sus sesiones de Concejo. El autor nos ofrece la presentación de otro de sus libros, en el que resalta cómo influye en la formación de su vida política el análisis del proceso de la realidad peruana, la presencia, de maestro y amigo, de Manuel Pita Díaz, quien demostró hasta el final de sus días no haber sido ganado nunca por la corrupción y la satisfacción de no haberle hecho daño a nadie, tal como con orgullo lo manifiestan sus hijos. El libro nos revela la hermosa generación de hombres intelectuales de nutrida formación en valores morales y de justicia social, que impactaron con su forma de pensar y de visionar el desarrollo de los acontecimientos políticos sociales y económicos en el Perú y el Mundo que emergieron de las canteras del Partido Aprista pero que más tarde se vieron cruelmente decepcionados, proceso que es descrito con inteligencia por Manuel Pita Díaz y captado y descrito hábilmente por el autor Este libro, sutilmente, mientras va presentando la trayectoria viviente de Manuel Pita Díaz durante los años de su permanencia en Trujillo, que los comparte cercanamente con el autor, inevitablemente y de forma paralela consigue adentrarnos a la vida y obra de otro personaje de extraordinaria importancia, como Luis Felipe De la Puente Uceda, liberteño de enorme trascendencia que junto a Manuel Pita, enarboló en su tiempo los ideales de la dignidad y la justicia social. Manuel Pita Díaz, el año 1951 fue presidente de la Federación Universitaria de Trujillo y junto a muchos jóvenes de la época, organizaron la primera huelga universitaria durante el gobierno del General Odría. Durante la lectura nos encontramos con hechos inéditos de ambos personajes y valgan verdades incluso hasta del mismo autor del libro que revela pasajes de su vida que nunca conocimos y que relata con precisión porque fueron transmitidos por ellos mismos o porque también compartieron jornadas de júbilo y otras incluso de situaciones peligrosas 218


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO por la coyuntura política que se vivía. El libro narra ilustrativamente a los personajes que tuvieron relieve durante la primera mitad del siglo XX y algo mas, por un lado resalta y el autor coincide en el análisis crítico de que la “convivencia” entre Pradistas y Apristas, fue lo peor que le pudo haber sucedido al APRA como Partido Continental, y por el otro, como traición a los principios primigenios de su fundación sustentados en el “Anti Imperialismo y el APRA” del propio Víctor Raúl Haya de la Torre. Originando que jóvenes universitarios se autoproclamaran como la reserva moral del aprismo. Manuel Pita fundó el “APRA REBELDE”, y de su primera Convención Nacional fue su Presidente, lo acompañaron muchos jóvenes como Gonzalo Fernández Gasco, Sigifredo Orbegoso Venegas, Luis Pérez Malpica y Walter Palacios Vinces unidos en la causa principista de la reivindicación. La lectura nos traslada a ese mundo fascinante de los hechos inéditos o pocas veces contados que ocurrieron en contextos políticos, realmente difíciles, ocurridos en la ciudad de Trujillo, cuyo aporte significativo a recoger constituye el rol o tarea de los Maestros y jóvenes hoy en día. Es justo el homenaje al viril sacrificio de Manuel Pita, indiscutible ideólogo del movimiento y al martirologio de Luis De la Puente Uceda quienes formularon una nueva política doctrinaria del Desarrollo, en búsqueda del verdadero cambio, especialmente el de la conducta basado en la ética y la moral, hoy casi extinguidos en la clase política. Manuel Pita considera a Luis De la Puente Uceda como una inquebrantable fortaleza moral a través de los tiempos, mueriendo en combate con el Ejército el 23 de octubre de 1965 en Cuzco. Manuel Pita, presenta a Luis De la Puente Uceda como hombre digno y principista que murió por la causa justa de un país sin opresión, como lo reclama en su tesis de grado en Derecho “La Reforma Agraria en el Perú”, recogida mas tarde como teoría para la presentación de un proyecto de Ley en el Congreso de la República por el entonces congresista Carlos Malpica Silva Santisteban. Carlos Burmester, recoge esta propuesta para que sea valorada en su real dimensión, como enseñanza de lealtades y convicciones principistas a las futuras generaciones de jóvenes, por lo que este documento tiene enorme valor histórico, porque es escrito por los mismos actores sociales con relatos precisos de acuerdo a lo que los Antropólogos llamamos la Observación-Participante, como parte de una metodología de la 219


Comentarios investigación que hace que la descripción de los hechos sean más reales y objetivas para conocer lo que se gestó y sucedió en Trujillo en la segunda mitad del siglo pasado. Manuel Pita describe muy bien a la ciudad de Trujillo, sus calles sus alrededores, brindándonos datos de la época Trujillana que refieren su crecimiento poblacional y comercial, sus comidas, sus danzas, nombres y apellidos de personajes que cumplieron rol importante en la vida cotidiana de Trujillo que reivindica, a pesar de su nacimiento en tierra Celendina allá en Cajamarca, pero que expresa enorme gratitud a esta tierra que lo cobijó durante tantos años. Rescato así mismo en este libro su aporte Antropológico por el relato de las costumbres, vivencias, idiosincrasias, patrones culturales y políticos que se desarrollan en ese espacio y tiempo, con sus personajes como Walter Palacios Vinces, Oscar Alvarado Araujo y Gonzalo Fernández Gasco, quienes son, en la actualidad, demostración y fuente viva de los hechos ocurridos y muchos nombres más que van descubriéndose a medida que se va leyendo y que a propósito tiene anécdotas que lo hacen mas interesante. Manuel Pita, hasta en la madurez otoñal de su vida se esforzó en sugerir y proponer acciones de vida cultural, proponiendo instaurar el “Día del Porvenir”, como sustento de la preocupación ciudadana por el futuro de nuestros hijos, valiéndonos de los medios tecnológicos para difundir el turismo y el Folclor Nacional. Vivimos en un país multicultural por tanto debemos aprender a respetar costumbres e idiosincrasias diferentes, hacer del Perú un país con menos desigualdad y mayor inclusión social, creo ese puede ser el mejor homenaje a Manuel Pita Díaz que luchó por ello hasta el final de sus días, al mismo tiempo que, luego de leer la última página de la obra de Carlos Burmester, nos quedaremos esperando, con inquietud y curiosidad social, su próximo trabajo. Wilmar Moreno Fuentes* Trujillo, Octubre, 2011 * Ex dirigente Departamental de la Juventud Aprista Peruana en la Libertad, como Presidente de la Comisión Política (1985), fue expulsado de sus filas el año 1,998. Licenciado en Antropología Social, Egresado de la Universidad Nacional de Trujillo (1,995). Estudios concluidos de Post Grado en Ciencias Sociales, en la Mención de Administración y Gestión del Desarrollo Humano, en la Universidad Nacional de Trujillo (2,002). Regidor de la Municipalidad Distrital de Víctor Larco Herrera en lista Independiente (2,003-2006). Past Decano del Colegio Departamental de Antropólogos del Perú, Región Norte, 2008-2010.

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MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO

PRÓLOGO AL LIBRO MANUEL PITA DÍAZ “Ver en el día o en el año un símbolo de los días del hombre y de sus años, convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo…” Jorge Luis Borges en el poema “Arte Poética” Manuel Pita Díaz falleció el 02 de mayo del 2006. Frente al féretro del amigo entrañable, Carlos Burmester le rindió un homenaje ataviado de silencio; algunos años después ha querido testimoniar su afecto con este libro, escrito desde la admiración, la nostalgia que rodea el recuerdo de los momentos compartidos y el deseo de legar a los peruanos de hoy y mañana las vigas maestras de la vida y pensamiento de un hombre que supo vivir sin renunciar a sus ideales, aferrado a su convicción de que nunca termina la lucha por la justicia social. Quizás sin proponérselo, el autor está contribuyendo a educar, ya no desde la perspectiva miope que se asfixia entre sílabos, definiciones exactas o algoritmos, sino desde la vida y para la vida. Resulta impostergable, en ese sentido, valorar la necesidad de educar desde el derrotero vital de seres de carne y hueso que se distinguieron por su compromiso con causas que consideraron justas, por las que fueron capaces de postergar sus propios intereses y urgencias; como bien canta Silvio Rodríguez en alusión a la Revolución Cubana y al compromiso de quien hace suyo el sueño de transformar la realidad: “ya se dijo que es más grande que el más grande de nosotros, ya se dijo que se hace para otros…”. Al fin y al cabo, como señaló el ya fallecido y querido maestro Constantino Carvallo Rey: “Los problemas más graves que la educación debe ayudar a resolver se refieren a la lucha contra la pobreza y la exclusión y a esa falta de solidaridad que caracteriza a la sociedad peruana. El primer objetivo de la educación es ético. Político y no técnico”. Por lo expuesto no hay duda que este libro constituye un aporte, no porque contenga verdades definitivas, sino porque proporciona elementos para el debate informado y honesto de un capítulo intenso de nuestro pasado, requisito indispensable para construir un futuro mejor. Manuel Pita Díaz es también un libro importante para comprender el sentir de una generación brillante y altruista, marcada sin duda por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959; una generación que ha merecido juicios de distinta índole, devastadores algunos, de reivindicación otros, pero a la que no se le puede discutir, tanto en sus 221


Comentarios figuras más notables como en sus miles de héroes anónimos, una profunda sensibilidad social, nacida de la indignación y el rechazo frente al abuso, la injusticia y la explotación. Sería un despropósito del que suscribe intentar realizar un intento de balance de la Revolución Cubana, proceso complejo no exento de contradicciones, pero de un indiscutible valor histórico; lo que no podemos dejar de decir, sin embargo, es que su impronta en una generación de latinoamericanos resulta indiscutible y su abordaje desde la criticidad informada clave para comprender una época y personajes como Manuel Pita Díaz. La Revolución Cubana estremeció el país y el continente, confrontó a quienes desde distintos frentes se proclamaban revolucionarios y no habían avanzado más allá de las arengas y una que otra escaramuza; bajo su influjo, un importante sector de la juventud peruana empezó a cuestionar añejas formas de hacer política y a desconocer liderazgos que consideraban claudicantes. No es casual, entonces, que en Manuel Pita Díaz encontremos numerosas referencias a ese proceso vivido en el Trujillo de finales de los años 50 e inicios de los años 60 que desencadenó en la ruptura de un sector importante de la juventud con la estructura partidaria del APRA, la formación del “APRA rebelde” y posteriormente del Movimiento Izquierdista Revolucionario (MIR), de la que nació el movimiento guerrillero que tuvo como líder a Luis de la Puente Uceda, abatido en “Mesa Pelada”- Cusco, el 23 de octubre de 1965. Si bien Manuel Pita no fue parte de la gesta guerrillera del MIR, sí colaboró con la causa, poniendo muchas veces en riesgo su carrera en la Administración Pública, fiel a sus ideas y a la amistad que en los claustros de la Universidad Nacional de Trujillo había forjado con Luis de la Puente. Pero hay un aspecto que quizás no se valora en su real dimensión, el nacimiento del “APRA rebelde” y del MIR ocurrieron en Trujillo, no en Lima ni en Ciudad de México, hecho que nos plantea el reto de articular esfuerzos para construir una historia de nuestra ciudad que vaya más allá del legado de los Moche, la etapa colonial o el grito de independencia. Trujillo fue una ciudad que en el Siglo XX llegó a ser un foco revolucionario, tal como quedó demostrado con la Revolución aprista de 1932 y la irrupción de Luis de la Puente Uceda al frente del MIR. Sobre estos capítulos de nuestra historia creemos que no se ha escrito lo suficiente y esa es otra razón para considerar a Manuel Pita Díaz un 222


MANUEL PITA DÍAZ, UN HOMBRE Y SU TIEMPO aporte valioso. No conocí a Manuel Pita Díaz personalmente, no pertenezco a su generación ni podría hacer una conferencia sobre los aspectos más saltantes de su pensamiento, pero leer el libro que me honro en presentar me ha permitido acercarme no sólo al intelectual comprometido y honesto, sino al ser humano generoso que siendo un lector voraz y amante de los libros le entregó a Carlos Burméster, el día en que ambos cumplían años, un ejemplar original de aquél libro de Frondizzi que tanto marcó al autor y sobre el que encontrarán detalles en las próximas páginas. Este acto de desprendimiento de Manuel Pita ocurrió poco antes de su partida a la eternidad y lo pinta de cuerpo entero, pues la verdadera generosidad no pasa por entregar lo que abunda en nuestras arcas, sino aquello que realmente nos hace falta o valoramos; y vaya que Manuel Pita quería el libro en cuestión, como señala Carlos Burmester: “Era su libro, sin duda, empastado y gastado por el uso”. Finalmente, permítanme agradecer a Carlos Burmester por haberme concedido el honor de esbozar estas ideas y dejar constancia, en tono confesional, que la tarea ha resultado enormemente gratificante para mí, no sólo por mi afición a la historia, sino por una razón telúrica, diríase casi genética, pues Manuel Pita Díaz nació en Celendín, la tierra de mis ancestros, esa porción de nuestro suelo que alberga maravillosas lagunas alto-andinas, algunas de las cuales hoy corren el peligro de pasar a ser sólo recuerdo si se impone la lógica predatoria del lucro que no toma en cuenta daños ambientales irreversibles, ni el derecho de la comunidades a elegir su destino; estamos seguros que si Manuel Pita estuviera todavía entre nosotros estaría del lado de los campesinos que defienden el agua, no desde el cálculo político o el amor a los flashes, sino desde la trinchera de sus inclaudicables convicciones. Vicente Miguel Sánchez Villanueva* Trujillo, enero de 2012

* Abogado por la UNT; Profesor Principal de la UCV; Past- Decano de la Facultad de Derecho de la UCV; actual Director del Fondo Editorial de la UCV y colaborador frecuente de la Pàgina Editorial del Diario “La Industria”.

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a inquietud vocacional del autor hacia el periodismo se evidenció desde sus años escolares en el Colegio Seminario, aunque su carrera, propiamente dicha, comenzó en el diario El Liberal de Trujillo como redactor policial y luego como columnista, junto a Eduardo Quiroz Sánchez, Genaro Ledezma Izquieta, Narciso García y el sacerdote José Gamboa. Pasó luego, a instancias de su padre a dirigir el radio-periódico La Voz de la Calle convertido hoy en un ícono del periodismo nacional con 56 años de vida ininterrumpida y al que ha mantenido como indiscutible referente trujillano. En la televisión local dirigió y produjo programas en el Canal del Estado, hasta que lo licenciaron, sin darle las gracias, porque le hizo una entrevista muy elocuente a Carlos Manrique, el de CLAE, que motivó protestas del sector banquero. Luego, produjo otro programa con indeclinable independencia, en el Canal 59. Junto a Telmo Zavaleta, hoy presidente del Club de Prensa, editaron el Semanario “7” durante seis largos meses de sacrificado trabajo en la recordada imprenta La Élite de Leopoldo Angulo. Los títulos de portada eran a tipo de madera y a plomo en linotipo la información. Desde hace 4 años dirige su Semanario “La Voz de la Calle”, por lo que en preparación está su libro “Un Recuento Quinquenal” con 200 editoriales sobre diversos tópicos aparecidos en las páginas de esa publicación que no se sustrae al carácter rebelde e insobornable que lo ha caracterizado durante toda su vida. Como profesor universitario en la Universidad Nacional de Trujillo, el Instituto de Periodismo “Carlos E. Uceda Meza” y la Universidad César Vallejo, ha elaborado diversos textos que están en proceso de trabajo, especialmente el del curso de “Gestión Empresarial de Medios”, donde aplicó sus experiencias de exitoso empresario en el campo de la radiodifusión. Sus dos libros, en coautoría con su hija Claudia, sobre el “Renacimiento” y la “Evolución” de la Marinera,(Baile Nacional del Perú que sus hermanos Fernando, Guillermo, Pedro y Blanca han llevado a la consagración mundial), son hoy fuente de consulta y de sectores que, ante su agotamiento, solicitan su re-edición. Como para demostrar que no hay faceta que no conozca y que no trabaje en ella, creó la primera Radio Web de Trujillo, con www.radiolibertadmundo.com , que permite que su programa radial se escuche no solo por la AM Radio Libertad y la FM Stereo Diplomat Radio, las emisoras de la familia, sino en todo el mundo. Repetidas anécdotas que a Carlos Burmester le encantan, es la de muchos trujillanos que refieren que escuchan “La Voz de la Calle” en sus vehículos transitando por las carreteras europeas como si estuvieran en las calles de Trujillo. Este libro, como el primero “Años Cruciales”, editado en 1999, permite ratificar la personalidad y opinión de un periodista que ha presenciado y participado con calor en toda la evolución política de la ciudad y de la región donde nació.


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