Sebastián, un niño descendiente kawésqar Serie Niños y niñas de los pueblos indígenas de Chile e inmigrantes / 4 Departamento Técnico Junta Nacional de Jardines Infantiles Coordinación general Emma Maldonado Texto Emma Maldonado Investigación Ruth Vuskovic Edición Beatriz Burgos Diseño Valentina Iriarte Fotografía Kena Lorenzini Ilustración Lilo Unidad de Comunicaciones JUNJI © Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) Marchant Pereira 726, Providencia. Fono: 654 5000 Santiago de Chile www.junji.cl Registro de propiedad intelectual: Nº 187.138 ISBN.: Nº 978–956–8347–28–4 Primera edición: diciembre de 2009 Impreso en Chile por Impresiones Gráficas Digitales, que sólo actuó como impresor. Ninguna parte de este texto, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos químicos, electrónicos o mecánicos, incluida la fotocopia, sin permiso previo y por escrito de la Junta Nacional de Jardines Infantiles.
Sebastián,
un niño descendiente kawésqar En Puerto Edén
Queridos niños y niñas: Cada uno de ustedes, es decir, cada uno de los párvulos que asiste a los jardines de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) es único y, por lo mismo, un aporte que todos –educadoras, técnicas, familias y los propios niños– debemos conocer y valorar. A través de la serie Niños y niñas de los pueblos indígenas de Chile e inmigrantes ustedes podrán lograrlo, ya que por medio de la lectura que realicen junto a las tías del jardín sabrán cómo son, de dónde vienen, qué hacen, a qué juegan y cuáles son los gustos de otros niños como ustedes, que provienen de nuestras culturas originarias y de distintos países del mundo. Este libro que ahora leerán junto a sus tías relata parte de la vida de Sebastián, un niño descendiente del pueblo kawésqar que vive en Puerto Edén, un lugar al que hay que llegar en barco y que está en el extremo sur de Chile. Ánimo, adelante y conozcan su historia.
María Estela Ortiz Rojas Vicepresidenta Ejecutiva Junta Nacional de Jardines Infantiles JUNJI
Sebastián es un niño descendiente del pueblo kawésqar, tiene un año. Vive en Puerto Edén en la isla Wellington, en la Patagonia Occidental del sur de Chile. Sebastián reside donde las nieves milenarias se juntan con el mar, en uno de los lugares más hermosos de la Tierra. –¡Hola! –dice sonriendo Sebastián.
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Sebastián vive entre islas y canales con sus padres Susana y Carlos, y sus hermanitas Caty y Carla. El papá de Sebastián es mariscador y su mamá, de quien proviene su herencia kawésqar, trabaja en la municipalidad de Puerto Edén.
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–La abuela María, que es la mamá de mi papá, también vive con nosotros. Ella nos cuida y confecciona canoas de corteza de árboles para venderlas a los turistas. Son réplicas de las canoas que usaban nuestros antepasados, los kawésqar –dice Carla, la hermana de Sebastián.
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–En Puerto Edén las casas son de madera y en la entrada colocamos hartas conchitas en el suelo para evitar que se forme el barro porque aquí llueve mucho. La ciudad más cercana que tenemos es Puerto Natales y está a 22 horas en barco desde Puerto Edén –dice la abuela de Sebastián.
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–Mis hermanas Caty y Carla van a la escuela, ellas tienen 9 y 7 años y su escuela está al lado de mi jardín. Mi jardín se llama “Centollita”–piensa Sebastián.
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Todas las mañanas Susana arropa bien a Sebastián y lo lleva en brazos al jardín. Con ellos van Carla y Caty caminando por las pasarelas de madera que están a orillas del mar. –En el jardín me espera la tía Kathy y los niños. Mi mamá me lleva antes de irse a su trabajo –dice Sebastián con su mirada.
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–Mi mamá piensa que yo soy muy pequeño para quedarme mucho rato en el jardín, pero a mí me gusta estar con otros niños y niñas, jugar con ellos, me gusta cantar y pintar. Desde la ventana del “Centollita” veo el mar y las gaviotas –piensa Sebastián.
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–En el jardín la tía nos dice que tenemos que lavarnos las manos, sobre todo cuando las tenemos sucias y siempre antes de comer. ¡Siempre!, dice la tía. Mis compañeros colocan los tenedores y las cucharas, y yo los ayudo colocando mi cuchara y mi jarro –indica Sebastián.
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–En mi jardín cantamos la Canción del Ciervo, al que nosotros llamamos yekchal –dice Sebastián. Yekchal yekchal Yetenak yetenak Yetchal y ai nei Yaktawe ei keyasa Ye net te eksertawe Ye feirtawe Yet tawe keijasa
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–El jardín Centollita siempre esta calientito porque las mamás de los niños y niñas se preocupan de que esté bien temperado. Ellas mismas recolectan la leña y prenden la estufa –dice la tía Kathy.
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–La tía Kathy nos llevó de visita a una casa kawésqar que está en Puerto Edén para que veamos cómo vivía el pueblo kawésqar –dice un compañero de Sebastián.
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–Mi mamá me cuenta que mis bisabuelos eran nómades canoeros, eso significa que ellos se trasladaban de isla en isla buscando alimentos y vivían gran parte de su vida en las canoas. Ellos cazaban animales marinos, pescaban y recolectaban mariscos –dice Caty, la hermana de Sebastián. –Aquí hay muchas cholgas, tan grandes como los zapatos, tanto que les dicen cholgas zapatos. ¿Las conoces?– pregunta con la mirada Sebastián.
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–Los kawésqar también usaban la canoa como su casa y era su bien más preciado. La fabricaban de cortezas de coigüe donde se acomodaba toda la familia más sus perros. Sólo cuando había temporal, construían una vivienda en la playa o en el bosque –dice la tía Kathy.
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En la canoa los kawésqar llevaban sus armas, herramientas, cestos y objetos de uso cotidiano junto a los cueros utilizados para los toldos. En el centro mantenían un pequeño fuego durante la navegación con el que cocían los alimentos y les daba un poco de calor.
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Algunos de las armas de los kawĂŠsqar eran los arpones, el dardo, el arco, la flecha y la honda.
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Cuando estaban en tierra construían un armazón de palos curvos y encima le colocaban cueros, como un toldo, amarrado con tiras de cuero y ahí dormían. Se instalaban transitoriamente y de preferencia donde había agua dulce, junto a una bahía protegida del viento y la lluvia. Los kawésqar comían frutos de un arbusto que se llama calafate y también se alimentaban de mariscos ahumados que ensartaban en un palo y dejaban cerca del humo. Así, los guardaban para tener comida cuando salían a mariscar. Los kawésqar se vestían con cueros de lobos –dice la mamá de Sebastián.
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Antiguamente, la madre era quien le enseñaba a las niñas a mariscar, a nadar y a hacer canastos de junquillos que servían para mariscar, o de corteza de árbol para llevar agua en la canoa. Los niños salían a pescar y a cazar pájaros con el padre y lo ayudaban a fabricar la canoa y los arpones.
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La tía Kathy dice que kawésqar significa “una persona de piel y hueso”. Otros creen que kawésqar significa “hombres que llevan piel”. –Probablemente, porque ellos se vestían con pieles de animales –dice la tía Kathy.
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Fotografía de Martín Gusinde, 1924
–Antes de visitar la casa kawésqar, visitamos a un señor que hace canoas para ver cómo las confeccionaba. Luego, nos fuimos a la orilla del mar para hacer navegar las canoas que hicimos en el jardín –dice Carla, la hermana de Sebastián.
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Los kawésqar montaban
y desmontaban sus precarias tiendas o chozas, construidas con finas varas de madera y cubiertas con pieles. Vivían de la pesca y de la caza de animales como los lobos de mar, las nutrias y otras criaturas que les proveían no sólo de alimento sino también de las pieles con las que guarecerse de las gélidas temperaturas del invierno austral.
Zoológicos humanos. Fotografías de fueguinos y mapuche en el Jardin d’Acclimatation de París, siglo XIX Christian Báez – Peter Mason (Editorial Pehuén, 2006) 48
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Para saber más El pueblo kawésqar pertenece a las arcaicas estirpes de pescadores y mariscadores nómades, cuyos antepasados llegaron al extremo sur de Chile en tiempos remotos. Desde 1936, el grupo kawésqar se afincó en Puerto Edén, reduciendo su emplazamiento territorial, que como grupo nómada se extendía en el territorio de la Patagonia Occidental, ocupando el territorio ubicado entre el Golfo de Penas y el Estrecho de Magallanes. Los kawésqar se movían por las diferentes islas y canales del sur desde hace más de 7.000 años. Los kawésqar eran llamados los nómadas del mar porque su vivienda era una canoa con la que navegaban entre las islas y los canales de la Patagonia. La institución básica de los kawésqar era la familia, relativamente extensa. Según un antiguo mito de este pueblo, ellos son hijos de la mujer sol.
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Si bien su lengua todavía se conserva son muy pocos sus hablantes. Es una lengua compleja y extremadamente precisa. Por ejemplo, existen 32 maneras de decir “aquí”. Es un “aquí” distinto para señalar “aquí en la isla” o “aquí en un terreno empinado”. En la actualidad, en Puerto Edén viven 20 personas originarias del pueblo kawésqar, pero se calcula en alrededor de 200 los descendientes que viven en Puerto Edén o en otros lugares donde han emigrado. Sólo 7 kawésqar hablan su lengua como primera lengua. En este momento hay un proceso de revitalización de este idioma. En la actualidad, las voces y cantos kawésqar permanecen registrados en grabaciones, mientras los rostros de estos hombres y mujeres, hábiles conocedores del mar y pioneros de los confines de América del Sur, perduran en fotografías.
Para hacer con las tías
JUEGO
Amarrar la canoa Se ata un extremo de una cuerda a la muñeca del niño y el otro extremo a una silla. A la orden de: “¡Desamarren las canoas!”, los niños atados intentan deshacer el nudo. El que lo logra primero, gana. El juego se realiza tantas veces como los niños y las niñas se muestren interesados.
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Palabras en kawésqar
Mamá: C´ap. Papá: Cacar. Hijo: Aihiól. Amigo: Kucelácso. Intercambio de objetos: C´as. Bueno, sabroso: Lejek. Agua: Akcolai.
Bosque: Arkápe. Sueño: T qáme. Dormir: Ko–k´ena. Noche: Ak éwe. Pájaro Carpintero: Kénak´éna. Canoa : Kajef.
Historia dramatizada
Siguiendo al arcoiris Había una vez un grupo de niños kawésqar que corrían y saltaban por la playa (indicar a los niños y niñas que corran y salten). Jugaban contentos, cuando comenzó a llover (imitar con los dedos la caída de la lluvia). Corrieron a esconderse bajo un gran helecho (todos corren y se acurrucan juntos en un lugar). Esperaron un momento a que terminara la lluvia y de pronto vieron… ¿Qué vieron? (ponerse las manos en los ojos como visera) ¡Un arcoiris!
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Los niños salieron gateando, se pararon, corrieron y saltaron tratando de llegar al arcoiris (realizar acciones). Después caminaron y caminaron, pero no podían llegar. Hasta que, por fin, cansados, volvieron a su casa (caminar de regreso). Se acostaron (tenderse en el suelo) y la mamá les contó que al arcoiris nadie lo puede alcanzar porque es mágico, pero si alguien lo tomara en sus manos sería feliz para siempre. Los niños se durmieron (cerrar los ojos y descansar) y soñaron que cada uno tenía un trozo del hermoso arcoiris. (En historia de los pueblo indígenas en Chile. Mitos y Tradiciones. JUNJI.UNICEF, OEA.1998)
Leyenda kawésqar
Leyenda de los astros En Arkaksélasejstat, el salto de los astros, vivían la luna, el sol y las estrellas. Todos ellos eran cazadores y pescadores. Un día el sol subió al cielo con un arpón, y vio que el clima era mejor, hacía calor y los mariscos abundaban. Por esto el sol llamó a la luna y a las estrellas, quienes subieron con sus arpones y se quedaron allí para siempre.
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De la cuna al mundo