Noticias · El 9 de noviembre, solemnidad de Santa María la Real de la Almudena, NO ES DÍA DE PRECEPTO. Habrá misa de Vísperas el día 8 a las 19:30 h y el día 9 a las 10 y 19:30 h. · El sábado 12 de noviembre a las 19 h, clausura del año de la Misericordia, en la S. I. Catedral de Santa María la Real de la Almudena.
Actos en honor de Santa María la Real de la Almudena (Patrona de Madrid y de la Archidiócesis)
·Los días 5, 6 y 7 de noviembre a las 19:00 horas, triduo en honor a la Virgen de la Almudena, en la S.I. Catedral.
· Los días 8 y 9 de 10 a 20 h. ofrenda floral a la Virgen, en la plaza de la Almudena . · El día 8 a las 17:00 horas, en el interior de la catedral, habrá un concierto a cargo del Orfeón Sociedad Conciertos del Ayuntamiento de Madrid. A las 20:30 horas, Vigilia de la Almudena para jóvenes, presidida por monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Madrid.
· El día 9 a las 11:00 horas, en la plaza Mayor, Solemne Misa en su honor de la Virgen, presidida por monseñor Osoro, arzobispo de Madrid. A su término, la imagen de la Virgen será llevada en procesión de regreso a la S.I. Catedral.
Horario de Misa: Días laborables: 10:00 y 19:30 h. Sábados: 19:30 h Domingos : 9:30, 11:00, 12:30 y 19:30 h. Festivos de precepto: 9:30, 12:30 y 19:30 h.
hoja parroquial Nº 324
6 de noviembre 2016
Santa María la Real de la Almudena, Madre de Madrid Dice la tradición -que no la historia- que la primitiva Imagen de Santa María la Real de la Almudena fue traída a España por el apóstol Santiago, cuando vino a predicar el evangelio. Pero lo que sí es cierto es que en aquel pequeño villorrio visigótico, cuyo nombre ni siquiera ha llegado a nosotros, se veneraba una imagen bajo la advocación de “Santa María de la Vega en su Concepción Admirable”, posiblemente por estar enclavada su pequeña capilla en la ya denominada Cuesta de la Vega. Al producirse la invasión musulmana, los cristianos que le daban amoroso culto resolvieron ocultarla por temor a que fuera profanada. Pasaron cerca de 400 años y en 1.085 al pasar el rey Alfonso VI por el pequeño poblado, al que ya los moros habían dado el nombre de Magerit, sus pobladores relataron al rey la historia de aquella Virgen escondida. Interesó extraordinariamente al monarca el relato de los habitantes de la población y, postrándose de rodillas, hizo un voto solemne: “Si conquistamos Toledo, prometo buscar la imagen de Santa María de la Vega, hasta que consiga encontrarla”. Y aún hizo más. En tanto que aparecía la escondida Imagen, mandó pintar la figura de la Madre de Dios sobre los muros de la antigua mezquita, ya convertida en iglesia cristiana. Dándose el hecho de que el artista se inspiró en los rasgos de la reina Dª Constanza, hija del rey de Francia, por lo que puso en su mano una flor de lis, símbolo heráldico de la casa real francesa. Lo que naturalmente ha otorgado a esa Imagen el nombre de “la Virgen de la Flor de Lis”. Toledo cayó pero Santa María de la Vega seguía sin aparecer. Agotados todos los recursos el rey decide recurrir a la solución infalible: la oración. Organiza una gran procesión, encabezada por él mismo, en la que figuran todos los estamentos sociales: autoridades eclesiásticas, nobleza, ejército, pueblo… Discurre en torno a la Almudayna, o fortaleza amurallada de Madrid. Al llegar al cubo de la muralla cercano a la Almudayna -o Alcazaba-, precisamente situado en aquel lugar de la Cuesta de la Vega en el que había sido venerada la imagen desaparecida, unas piedras se derrumban. El sol acaba de ponerse pero en la oscuridad de la noche se perfila un hueco iluminado: María de la Almudena está ahí. Pero no está sola. El prodigio se ha producido; desafiando las leyes de la naturaleza y de la física, permanecen a su lado dos velas encendidas, sin consumirse, acompañándola. Son las que según la tradición encendiera una joven cristiana llamada Maritana. Era el 9 de Noviembre de 1.085. La Virgen aparecida es entronizada con todos los honores en el altar mayor de la recién cristianizada mezquita. Pero ya no es Santa María de la Vega. El pueblo le ha adjudicado el nombre del lugar donde estuviera escondida. Es “Santa María de la Almudena”, a la que Alfonso VI le añade la realeza confirmando con ello únicamente que la Madre de Dios es Reina de cielos y tierra. Y así quedo completo el nombre por el que la conocemos hoy día: SANTA MARÍA LA REAL DE LA ALMUDENA.
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Palabra de Dios Primera lectura
Segunda lectura
Segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14
Segunda carta del apóstol San Pablo a los TesaEn aquellos días, sucedió que arrestaron a lonicenses 2, 16-3, 5 siete hermanos con su madre. El rey los hizo azoHermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y tar con látigos y nervios para forzarlos a comer Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha recarne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los de- galado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, más: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos consuele vuestros corazones y os dé fuerza para todispuestos a morir antes que quebrantar la ley de da clase de palabras y obras buenas. Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, nuestros padres». para que la palabra de Dios siga avanzando y sea El segundo, estando a punto de morir, dijo: glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, nos veamos libres de la gente perversa y malvada, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del porque la fe no es de todos. universo nos resucitará para una vida eterna». El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os libraDespués se burlaron del tercero. Cuando le rá del Maligno. En cuanto a vosotros, estamos segupidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y ros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis cumpresentó las manos con gran valor. Y habló digna- pliendo todo lo que os hemos mandado. Que el Semente: «Del cielo las recibí y por sus leyes las des- ñor dirija vuestro corazones hacia el amor de Dios y precio; espero recobrarlas del mismo Dios». la paciencia en Cristo. El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Evangelio Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. San Lucas 20, 27-38 Y, cuando estaba a punto de morir, dijo: En aquel tiempo, se acercaron algunos sadu«Vale la pena morir a manos de los homceos, los que dicen que no hay resurrección, y prebres, cuando se tiene la esperanza de que Dios guntaron a Jesús: mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucita«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se rás para la vida».
Salmo Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15 R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor. Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño. R. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. R. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante. R.
le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron cono mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
XXXII domingo del tiempo ordinario · ciclo C
Reflexión de la Palabra Hemos entrado en la recta final del año litúrgico, se está terminando el ciclo de Lucas. Así nos lo indican los relatos evangélicos de estos domingos, todos llenos de referencias escatológicas, sobre el fin de los tiempos. Es la pedagogía de la Iglesia, madre y maestra, que aprovecha cada final de ciclo para recordarnos que esta vida es también un ciclo que tiene que pasar. Tiene que pasar este tiempo en el que todo se acaba para comenzar el tiempo de la resurrección. Por eso, la Iglesia no pierde la ocasión de educarnos también acerca de qué sucederá en nosotros cuando ese momento llegue. “Serán como ángeles”, dice el Señor. El misterio sobre la vida de los resucitados es completo, y debe ser acogido con humildad, que es como puede entrarse en el misterio de Dios. Los cuerpos serán transformados, sí, pero no tenemos mucho más. De hecho, Jesús quiere insistir en el evangelio de hoy en el hecho de la resurrección. La Alianza con Dios, tal y como hicieron Abraham, Isaac y Jacob, es para la resurrección: los patriarcas vivieron para Dios, y por eso ahora en ellos la resurrección manifiesta su poder. El “Dios de vivos” nos resucitará en el último día. Quizás podamos aprender del Señor, que a la hora de responder a los que le interrogan tiene claro dónde fundamentar su respuesta: en la Sagrada Escritura. El Señor, maestro e intérprete de la Escritura, nos enseña que las respuestas que pueden darse a los misterios de Dios encuentran su base en la Palabra de Dios, no en imaginaciones, cuentos o sueños. Dios en la Escritura revela su misterio, o al menos nos abre a él. Así, y esto tiene que ser lo más importante, Jesús quiere fortalecer en nosotros la fe en la resurrección. Él habría podido utilizar el episodio de los macabeos que escuchamos en la primera lectura de hoy, impresionante testimonio de fe: “El rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Tanto impacta a la Iglesia la fe de aquella familia judía, que nos hace responder a esa lectura con la confesión de fe del salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante”. Cuando nuestro cuerpo duerma el sueño de la muerte, este sueño no será para él destructor, sino reparador: permitirá que, transformados, glorificados, despertemos para la vida eterna, para contemplar eternamente cara a cara al Señor. Sí, Cristo no ha venido para darnos una vida que pasa, sino una vida eterna. Esto que nos enseña el fin del año litúrgico, nos lo enseña cada día la celebración de la eucaristía. Cristo viene a ella no para darnos algo pasajero, sino aquello que nos transformará cuando se acabe el tiempo. Sólo aquello que haya sido lleno de amor quedará, pues el amor es el principio transformador de Dios, por eso estos domingos nos ofrecen una oportunidad de renovar nuestra fe en la vida eterna, la que Cristo tiene y nos da, pero también lo es para preguntarnos sobre la coherencia de nuestra fe en la resurrección final: ¿soy consciente de lo que va a pasar y lo que no va a pasar cuando llegue el fin? No podemos dejarnos llevar por películas, no por imaginaciones: la Sagrada Escritura es la medida correcta. ¿Vivo mi vida con la mirada puesta también en el fin? Nosotros no podemos dar eternidad, pero podemos recibirla por el amor. ¿Dónde está puesto nuestro amor? Por último, la inminencia de la muerte acerca a los macabeos a su más preciosa confesión de fe, pero esta no es improvisada, se trabaja y se fortalece en la vida: ¿es mi vida una profesión de fe en la eternidad? Ante experiencias de muerte conocidas cercanas, ¿renuevo mi fe pascual? La serenidad no se improvisa. Es tiempo de aprender a creer en la vida eterna.
XXXII domingo del tiempo ordinario · ciclo C