En la pradera verde, a orillas del gran río, vivía un pueblo de conejos. El río bajaba muy frío y muy limpio de lo alto de las montañas, y junto a él crecía tierna y abundante la hierba. Había buena hierba y buen agua para todos. De vez en cuando aparecía un lobo o una zorra o un águila rapaz y robaba alguno de los conejitos más pequeños. Pero esto pasaba muy pocas veces, y en conjunto el pueblo de conejos llevaba una vida fácil y feliz.
Era un pueblo bien organizado. Había conejos blancos y conejos negros. Los conejos blancos se casaban con conejas blancas y tenían conejitos blancos. Los conejos negros se casaban con conejas negras y tenían conejitos negrísimos. Siempre se había hecho así y todos sabían muy bien lo que tenían que hacer.