Leocadio C - Shel Silverstein

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Y ahora, niños, vuestro tío Shelby va a contaros la historia de un extraño león; de hecho, del león más extraño que me he encontrado en mi vida. A ver, ¿dónde empiezo la cuenta del león en cuestión? Quiero decir el cuento. Pues supongo que debo empezar por el momento en que me lo encontré por primera vez. A ver... Fue en Chicago, un viernes 17 de diciembre. Lo recuerdo con toda claridad porque la nieve había empezado a derretirse y el tráfico en la avenida Dorchester era pésimo y aquel león andaba dando vueltas buscando una peluquería y yo justamente volvía a casa desde... Pero, no, me parece que tendría que empezar con esta historia bastante antes. Supongo que debería hablaros del león cuando era todavía muy joven. Pues de acuerdo.


Había una vez un león joven que se llamaba... bueno, la verdad es que no sé cómo se llamaba porque vivía en la selva con un montón de otros leones y, de tener un nombre, seguro que no era Pepe ni Paco ni nada parecido. No. Sería más bien un nombre de león, como Grrogrraf quizá, o Ruggrrg, o Grmmff o Grrrrr. Bien, el caso es que tenía un nombre de ese tipo, vivía en la selva con los otros leones y hacía las cosas normales de un león, como saltar y jugar en la hierba, nadar en el río, comer conejos, perseguir a otros leones y dormir al sol, y era muy feliz.


Bueno, pues un día –creo que fue un jueves–, después de que los leones habían comido como es debido y cuando estaban durmiendo al sol, roncando como leones, y el cielo era azul y los pájaros hacían pío pío y la hierba se agitaba con la brisa y todo era tranquilo y maravilloso, de pronto...

!

M U P

! A B


Sonó un ruido tan fuerte que todos los leones se despertaron de golpe y dieron un brinco en el aire. Y echaron a correr. Pataplip-pataplop o cataplip-cataplop, ¿o eso son los caballos? Bueno, corrían comoquiera que corran los leones. No lo sé, a lo mejor era patapif-patapaf. El caso es que todos salieron corriendo... Bueno, casi todos. Hubo un león que no corrió, y es justamente ese cuya historia voy a contaros.


Ese león se quedó sentado pestañeando y haciendo guiños al sol y estirando los brazos –bueno, quizá fueran las garras– y, frotándose los ojos para quitarse el sueño, dijo:

–¡Eh! ¿Por qué corren todos?

Y un viejo león que pasó corriendo le dijo:

–Corre, chaval, corre, corre, corre, corre, corre, que vienen los cazadores. –¿Cazadores? ¿Cazadores? ¿Qué son cazadores? –dijo el joven león, que seguía pestañeando deslumbrado por el sol.


–Mira –dijo el viejo león–, si sabes lo que te conviene, será mejor que dejes de hacer tantas preguntas y eches a correr. De modo que el joven león se levantó, se estiró y se puso a correr con los demás leones. Pataplip-pataplop... ¿o era cataplip-cataplop? Pero creo que ya hemos tratado antes de todo ello.


Y cuando hubo corrido un buen rato, se detuvo y miró atrás. «Cazadores –se dijo–. Me pregunto qué serán los cazadores». Y una y otra vez repitió para sus adentros: «Cazadores, cazadores». Porque lo cierto es que le gustaba cómo sonaba la palabra cazadores –y es que, lo mismo que hay gente a la que le gusta el sonido de las palabras Calahorra o carioca o tapioca o gazpacho, a él le gustaba el sonido de la palabra cazadores.


Así que dejó que todos los demás leones corrieran delante y él se detuvo y se escondió en la hierba alta, y pronto vio venir a los cazadores, que venían andando sobre dos patas y llevaban todos puestas unas bonitas gorrillas rojas y tenían unos palitroques extraños que hacían un ruido tremendo.

Al joven león le gustó su aspecto.

Sí señor, le gustó su aspecto y punto. Por eso, cuando un simpático cazador de ojos verdes y al que le faltaba uno de los dientes de delante pasó por la hierba alta con su graciosa gorra roja (en la que tenía pegada un poco de ensaladilla de huevo, por cierto) el joven león se levantó.


–Hola, cazador –dijo.

–¡Santo cielo! –exclamó el cazador–. Un fiero león; un peligroso león; un rugiente león devorador de hombres y sediento de sangre. –No soy un león devorador de hombres –dijo el joven león–. Como conejos y zarzamoras.

–Nada de excusas –dijo el cazador–. Voy a pegarte un tiro.

–Pues yo me rindo –dijo el joven león poniendo las zarpas en alto.



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