5 minute read

Empujados al LIMBO del ANALFABETISMO EMOCIONAL

Miguel Vicente Prados. Coordinador del programa de Mediación Escolar

Cuando la preocupación del docente se centra en los saberes básicos de su materia o cuando su preocupación se centra en el alumno/a y en su estado emocional, quizás esa sea la cuestión sobre la que debe girar en la actualidad el debate o discusión educativa.

Cierto es que este dilema educativo no es nuevo, ya, los términos latinos educare y educere abundaban en esta cuestión, centrar el interés docente en los contenidos académicos que se inculcan unidireccionalmente al alumno/a como si éste fuera un recipiente vacío, o centrarse en favorecer que el alumno/a deje salir y expresar todo su potencial y todas sus capacidades para aprender y comprender la realidad que le rodea. Y todo esto que plasmo por escrito, lo hago después de haber llevado a cabo junto a mi compañero Daniel distintos procesos de mediación en nuestro centro tendentes a mejorar el clima de convivencia del mismo.

En todos estos procesos me he encontrado alumnos/as que no saben gestionar sus emociones, con escasas herramientas para interactuar en grupos sociales, con una competencia social deficitaria, con necesidad de sentirse aceptados y valorados por sus profesores/as y por sus propios compañeros/as Alumnos/as con rencor, en el mejor de los casos y odio en el peor hacia la institución educativa, rencor que se personaliza en profesores/as y compañeros/as. Alumnos/as que se someten a otros por su necesidad de pertenencia al grupo, capaces de renunciar a lo que son como personas en aras de que los quieran y que los acepten. Alumnos/as incapaces de ponerse en el lugar de los demás, de practicar la empatía y que manipulan y tiranizan a sus compañeros/as. Alumnos/as capaces de trasgredir e incumplir las normas para que sus iguales reconozcan su valor temerario, su atrevimiento y así tener su momento de gloria sintiéndose populares Y, sobre todo, como denominador común, he observado como nuestros alumnos/as se construyen como personas en la creencia de que sus logros o fracasos son fruto de circunstancias externas y ajenas a ellos, lo que en psicología evolutiva se denomina locus de control externo. Es el destino y no su trabajo, compromiso y responsabilidad el responsable de los éxitos y fracasos propios, son incapaces de asumir que lo que les sucede y lo que consiguen siempre es mérito o demérito propio (locus de control interno).

Y a todo este panorama hay que añadir la confusión entre realidad y realidad virtual en la que viven nuestros alumnos/as. Nuestros alumnos / as pertenecen a un universo paralelo en el que la realidad queda opacada por la realidad virtual, el cariño y afecto con frecuencia quede sustituido por la necesidad de un like, un beso o una caricia queda sustituida por un me gusta, o una cariñosa felicitación por un frío emoticón. Publican su vida en las redes sociales, haciéndose vulnerables y quedando a merced de la manipulación y se dejan engañar por la información que en ellas se publica a golpe de escueto titular, como digo, viven a golpe de like. No es este el mejor escenario para el desarrollo emocional de nuestros alumnos/as.

Volviendo al dilema inicial, instruir o educar. En este escenario el servicio de mediación escolar es un recurso potente, pero no es omnipotente.

El fin de la educación es aumentar la probabilidad, de que suceda lo que queramos (Marina, 2021). Resulta evidente que reducir la educación a la mera transmisión de conocimientos estáticos, obedece a una concepción de la educación que tiene mucho que ver con el vocablo latino educare y con las sombras proyectadas dentro de la caverna, mientras que abrir las puertas de la institución educativa (salir de la caverna) y adentrarse en una dimensión amplia de la educación en la que ésta no queda reducida a la exclusiva preocupación docente por los saberes básicos, las competencias específicas y los descriptores de competencias clave, aquella que también se preocupa de las necesidades de los alumnos/as, de cómo se sienten y de qué les preocupa, de cómo gestionan sus emociones y sus recursos y estrategias para su desempeño social. Cuando así lo hacemos, cuando los alumnos/as se sienten queridos y reconocidos como personas, cuando se sienten atendidos en su dimensión emocional, se involucran y se comprometen en el aprendizaje de los saberes básicos de nuestra materia que tanto nos preocupa.

Para mí no es una opción renunciar a educar dándole la espalda a la dimensión emocional de nuestros alumnos/as, pensando que la educación emocional es territorio reservado al ámbito familiar, que a padres y madres corresponde dotar a sus hijos de herramientas para que sean competentes en la gestión de sus emociones. Cabe preguntarse ¿y si los padres y madres no saben, no tienen recursos en esta materia o simplemente son incompetentes?

Quedarán nuestros alumnos/as relegados al limbo del analfabetismo emocional. Asumir este dilema entiendo que es la solución, de lo contrario estamos poniendo tiritas sobre heridas profundas y administrando aspirinas que solo calman momentáneamente el dolor pero que no actúan sobre las causas profundas que lo originan.

This article is from: