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efectuar su revolución, a pesar de sus ansias de rebelión demostradas en repetidos intentos parciales, debe llevárseles la revolución desde el exterior”.257

En ese conglomerado de visiones cabe poner énfasis en cómo, a fin de cuentas, los grupos anarquistas vaticinaron la permanencia de Rusia en la guerra, fuera como revolución -guerra de clases- o como medida defensiva contra los invasores y en defensa de las conquistas populares. Tanto La Protesta como Regeneración, los impresos más importantes en el continente, entraron en choque con La Obra. Entre los impulsores de este rotativo se encontraban intelectuales ácratas de gran prestigio y ascendiente como Rodolfo González Pacheco, Teodoro Antillí, Mario Anderson Pacheco, Alberto S Bianchi, Fernando del Intento y Horacio Badaraco, quienes habían marcado distancia con el grupo editor de La Protesta.

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El último pretexto de la guerra, sostendría La Obra, era el de la guerra defensiva. Esto les orilló a criticar directamente a los anarquistas justificadores de la misma con motivo del ataque de Alemania a Rusia, apelando: “nosotros lo vemos claramente, es la guerra que hay que hacer para salvar la revolución, lo mismo que para salvar a la democracia, a la república, el atacante o el conquistador escribirá sobre toda la página nuestra, su propia página de tiranía o de error; la guerra defensiva, salvará la República, al gobierno de Lenin, todas estas cosas, pero perderá a la revolución”.258

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Entre noviembre de 1917 y febrero de 1919, tanto el apoyo a Rusia como el concepto maximalista fueron transformándose. El maximalismo de servir como sinónimo de

anarquista pasó a representar a un conglomerado de fuerzas revolucionarias bajo una única finalidad: implantar el programa máximo, de estas concepciones poco a poco se fue reconociendo al maximalismo como un régimen y programa del marxismo, de los bolcheviques o, como lo enunciarían los anarquistas platenses, del socialismo colectivista. En adelante, los anarquistas van pasando de un significado a otro o usando los dos en un

257 “La guerra revolucionaria”, ¡Luz!, núm. 37, México, 27 de febrero de 1918. 258 “La guerra defensiva”, La Obra, núm. 16, Buenos Aires, 10 de marzo de 1918.

mismo impreso, como en La Protesta. Los anarquistas mexicanos identificaron a los bolcheviques o comunistas como anarquistas y, a diferencia del Cono Sur, se recurrió más al término socialismo anarquista o antiautoritario en lugar del vocablo comunista. La redefinición de valores y conceptos no aconteció suavemente, hubo infinidad de sobresaltos y rupturas.

En un artículo sin firma, seguramente autoría de Misha, se aseveraba la puesta en marcha del comunismo anárquico en Rusia. Los elementos maximalistas, afirmó, procedieron “a la aplicación amplia e inmediata del programa comunista-anárquico” y la utopía de ayer se convirtió ipso facto en una realidad.259 Germinal, en el mismo tono, aseguró que en Rusia se vivía lo más substancial de los principios del comunismo anarquista, eran el nervio conductor de las grandes transformaciones sociales.260 Luz, el semanario dirigido por Jacinto Huitrón, también adoptó esa lectura, para su grupo editor Rusia era la avanzada del socialismo, el ejemplo y base de las nuevas instituciones humanas, “allí, la voz de los anarquistas se traduce en grito prepotente de rebelión, donde los hombres del trabajo, los verdaderos hombres de blusa y barbas rojas, claman justicia y lleva al efecto la verdadera revolución social, la cual no conoce patria ni fronteras, porque existe en el corazón de toda la humanidad”.261

La revolución de octubre fue presentada, desde los impresos mexicanos, como el triunfo maximalista en Rusia y entraron en debate no entre sí, como en Argentina, sino con la prensa burguesa la cual preludiaba la caída de Rusia en el desorden. Germinal respondía que Rusia no se hundiría en el caos, por el contrario, si los postulados anarquistas se estaban encarnando, como era de suponer, reinaría la bondad, la igualdad y la justicia. Entonces Rusia no caería en la vorágine del caso sino seria salvada por la anarquía.262

Germinal destacó que, a pesar de las noticias indirectas y confusas, se encontraban informados sobre las acciones de los maximalistas. Los germinalistas identificaron a los

259 “Lo que hierve en la olla”, La Protesta, núm. 3249, Buenos Aires, 18 de diciembre de 1917. 260 Grupo sin nombre, “Por la liberación de…”, Germinal, núm. 2, Tampico, 28 de febrero de 1918. 261 “Opiniones y comentarios…”, ¡Luz!, núm. 34, México, 6 de febrero de 1918. 262 “Rusia hace temblar…”, Germinal, núm. 23, Tampico, 24 de enero de 1918.

maximalistas como los verdaderos revolucionarios quienes se apoderaron de Petrogrado y destituyeron al gobierno, por lo mismo la revolución “avanzaba hacia el establecimiento de la paz y de un régimen social de acuerdo con las soluciones del socialismo libertario”. Es decir, igual a los argentinos, existe en el imaginario y en el campo conceptual ácrata mexicano, la creencia de la instauración del socialismo libertario en Rusia.263

A pesar de la euforia desatada por la revolución diversos grupos e individualidades interpelaron al fenómeno soviético y empujaron el debate en torno a sus bases y sus proyecciones, quizá el mismo no es tan evidente por lo publicado en sus medios de comunicación sino en cómo respondieron a los silencios, es decir, lo no insertado en la prensa, pero discutido en los círculos ácratas. Mas, la confrontación saltó a escena cuando Segundo Iván, colaborador de La Protesta, mencionó la existencia de un nutrido conjunto de ‘compañeros’ extrañados con la Rusia revolucionaria por valerse de “medios legalitarios que los anarquistas rechazan, tales como el mandar embajadores, nacionalizar la banca y la no supresión del dinero”. Iván justificó “que, si bien no se ha dado al traste con lo antes dicho, no es óbice para creer que el pueblo ruso no esté capacitado para barrer con el capitalismo. Las causas son otras, y la revolución no se profundizar sino es secundada por los demás pueblos orbe”.264

Como se lee, no todos se ciñeron al gran evento ruso, sin embargo, las voces disidentes dentro del anarquismo argentino, surgen y se acentúan durante todo 1918, resurgiendo y alcanzando su culmen entre enero y febrero de 1919 e intensificándose el debate. Incluso algunos de los defensores de Rusia, de estos primeros años, se convirtieron en panegíricos de la dictadura proletaria y el periodo transitorio, como Arango y Santillán.

Ante el influjo de la Revolución rusa en el movimiento anarquista y el traspaso de militantes ácratas a las filas del maximalismo, se llegó a considerar a este como una aspiración suprema o más perfeccionada que el anarquismo, incluso sin tener claridad e información precisa de su significado o su práctica. Otro grupo de militantes se apresuró a sugerir la necesidad de

263 Gomeri, “La revolución en Rusia”, Germinal, núm. 23, Tampico, 24 de enero de 1918. 264 S Iván, “La revolución rusa”, La Protesta, núm. 3268, Buenos Aires, 10 de enero de 1918.

sustituir o abandonar las ideas anarquistas y suplirlas por otras u otros propósitos menos torpes y más sostenibles: el maximalismo. Por eso La Obra se propuso clarificar la cuestión, convocando a entender al maximalismo no como anarquismo sino como el programa máximo del socialismo colectivista, el cual fue bien refutado por todos los anarquistas. Precisando no negar la importancia de la revolución maximalista, pero como anarquistas tenían otra revolución por hacer: la revolución anarquista y comunista.265

Quienes se estaban oponiendo a los maximalistas lo expresaron con denuncias y comparaciones, como el sostener que los rusos antes eran mandados por el zar, después, con el triunfo maximalista, los rusos soportarían la tiranía de muchos zares. Profirieron eso a partir de conocerse que la crítica estaba vedada y quienes se atrevían, o intentaban organizarse, para contrarrestar o contrapesar al maximalismo eran fusilados o lanzados a las mazmorras de la revolución, como en tiempos de la autocracia. Misha calificó esas declaraciones de torpes y sin sentido, emitidas por quienes se las daban de súper-anarquistas, quienes estaban más dispuestos a luchar contra la revolución que contra la burguesía. Catalogándolos de bichos malignos, incapaces y fracasados.266

Las nacientes criticas al régimen del soviet, llevaron a Misha a elaborar una estrategia argumentativa para hacer compatibles los métodos bolcheviques con los anarquistas, para ello se valió de un recurso comparativo bastante burdo, convertido en moneda corriente entre los anarco-bolcheviques, al señalar que los anarquistas al entrar en los sindicatos e imponer sus condiciones a la patronal ejercían una dictadura, de tal manera los revolucionarios debían valerse de ella y del terror revolucionario con el objeto de evitar el retorno de los capitalistas o la reacción al poder.267

Para contrarrestar las incisivas y clarividentes críticas al naciente Estado proletario, emergidas desde un sector del protestantismo, pero particularmente desde el grupo de La Obra, González Lemus pasó a distinguir quién era quién dentro del proceso revolucionario.

265 “Anarquismo y maximalismo”, La Obra, núm. 14, Buenos Aires, 1 de febrero de 1918. 266 Misha, “¡Viva el comunismo…!”, La Protesta, núm. 3292, Buenos Aires, 7 de febrero de 1918. 267 Misha, “¡Viva el comunismo…!”, La Protesta, núm. 3292, Buenos Aires, 7 de febrero de 1918.

La Revolución rusa, enfatizó, no era propulsada por marxistas revolucionarios ni socialistas reformistas, ni republicanos como tampoco por anarquistas, sino por una mezcolanza de grupos revolucionarios. Todos ellos con cierto influjo sobre las masas, por esta razón le signó una multiplicidad de aspiraciones e intereses. Lemus, a la par de elaborar una crítica contra los anarquistas anti-maximalistas justificó el nuevo marco conceptual utilizado. En primer término, aludió al deber de estar con la revolución, aunque ella no obedeciera a los principios ni fines políticos acráticos, pues, en la lógica de Lemus, si se le oponía o criticaba se solidarizarían con los enemigos de la libertad y eran contrarrevolucionarios. Por lo mismo los anarquistas tenían la obligación de inmiscuirse en la revolución, ser parte integral de ella y, en lo posible, participar en sus organismos directivos.268 Lemus, arguyó

Alguien dirá que esos hombres son dictadores, en efecto lo son, pero ¿con quién emplean la acción extorsiva? Esa dictadura es necesaria ¿es posible entregarse a merced de esos esclavos ebrios y analfabetos que pugnan por volver a ese pasado de tinieblas, o al presente de ignominia y de hambre en que se debaten todos los pueblos de la tierra?, frente a ellos qué haríamos. Frente a ellos tendríamos que ejercer una actitud defensiva, hay necesidad de disciplinar moralmente y unir a esas masas dispersas y esto pretende el partido maximalista. ¿Negadores?, lo son los anarquistas que han llamado a una organización maximalismo, interpretando y propagando la doctrina anarquista, urge, centralizar fuerzas, hacerles comprender la necesidad inmediata que existe de insurreccionarse a fin de posesionarse de la tierra y todo lo que es útil al desenvolvimiento social. Abandonemos pues ese platonismo enfermizo que parece haberse encarnado en nosotros, penetremos en todos los ambientes, depositando en los campos los gérmenes de nuestras aspiraciones.269

Juan Riviere, desde La Protesta, construyó una defensa del maximalismo acudiendo al carácter excepcional de la Revolución rusa y cómo esta encontró admiradores entre todos los socialistas. En segundo, la revolución encabezada por los maximalistas en Rusia, planteó Riviere, sólo era anarquista si se entendía por anarquía “como la entienden los burgueses y muchos socialeros porque ellos confunden la rebelión y los trastornos consiguientes con la anarquía”. Por tal reafirmó que ni todas las rebeliones ni todas las revoluciones merecían el mote de anarquistas, aunque en ellas anduvieran los ácratas, pues ciertas revoluciones y/o rebeliones podían conducir al establecimiento de un nuevo despotismo. La anarquía,

268 J González Lemus, “¿Negadores?”, La Protesta, núm. 3303, Buenos Aires, 20 de febrero de 1918. 269 J González Lemus, “¿Negadores?”, La Protesta, núm. 3303, Buenos Aires, 20 de febrero de 1918.

puntualizó, que los socialistas no podían reivindicar el maximalismo porque el socialismo tenía como fin la implantación del colectivismo y los maximalistas rusos tendían al comunismo. Para Riviere “los anarquistas, sin ser ni ser llamados maximalistas, tenían buenos motivos para aprobar lo que los maximalistas hacen y defender su obra de quienes los calumnian pues ella constituye un paso gigantesco, [hacia la] emancipación, a cuyo extremo es el comunismo-anárquico”.270

Las críticas de una parte de los colaboradores de La Protesta a los anti-maximalistas, encontró un eco en La Obra. Sus editores se regocijaron por el carácter avanzado de la revolución e insistieron en el hecho de no estar contra ella, al contrario, estaban por la prosecución y radicalización de la misma, convocando a los anarquistas a hacer su labor y no dejarse seducir o conquistar por la labor del vecino. Los anarquistas no debían estar con los jefes ni con los soviets, ni en comisiones o ministerios para arrancar de ellos sanciones parecidas al anarquismo, sino con el pueblo, con los grupos o colectividades, para por sí mismos tomar posesión de las cosas. Llamando a sus compañeros a dejar de pensar la revolución como estadistas.271

En el semanario ácrata Luz, editado en la ciudad de México, se reprodujo un texto-manifiesto aparecido en el periódico catalán Tierra y Libertad. El contenido del mismo fue asumido, a cabalidad por el grupo Luz, entre quienes se encontraban: Jacinto Huitrón, José López Doñez, Enrique H Arce, Trinidad Juárez y Juan Galicia. Este núcleo se posicionó en una actitud muy similar a la tomada por un sector de La Protesta, criticando a la prensa burguesa por afirmar, sin conocimiento de hechos, el establecimiento de la anarquía en Rusia, en su acepción de desorden. A ello respondieron: no, pues la anarquía era el orden y el desorden los habían sembrado los regímenes anteriores y el nuevo sistema lo estaba arreglando. Agregaron: “la Revolución rusa, orientada por su espíritu anarquista de los maximalistas”, no obviaba el peligro cernido a las conquistas alcanzadas, fuera por la amenaza de la reacción rusa o por los demás Estados europeos, en consecuencia, para los ácratas catalanes, por concatenación

270 Juan Riviere, “Maximalistas…”, La Protesta, núm. 3300, Buenos Aires, 16 de febrero de 1918. 271 “Nosotros y las revoluciones”, La Obra, núm. 16, Buenos Aires, 10 de marzo de 1918.

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