LA MIRADA ANARQUISTA: CONVERSACIÓN CON COLIN WARD David Goodway
Nacido en 1924, Colin Ward ha sido arquitecto, urbanista y pedagogo y ha escrito ensayos sobre filosofía, política y sociología. Desde muy joven ha venido colaborando con el grupo anarquista Freedom, posiblemente el colectivo libertario intelectual más importante del pasado siglo. En Freedom participaron en la difusión y actualización del pensamiento libertario gentes tan interesantes y capaces como Vernon Richards -del cual nos hemos ocupado anteriormente en nuestra revista-, Maria Luisa Berneri, Nicholas Walter, Herbert Read, George Woodcock, Alex Comfort… Desde la experiencia acumulada en sus ochenta años Colin Ward va repasando en una amplia conversación con David Goodway los diversos aspectos y avatares de su intenso compromiso político, a la vez que recuerda y rinde homenaje a sus compañeros de lucha. Lo que ahora publicamos es un extracto del libro Conversazioni con Colin Ward. Lo sguardo anarchico, publicado en Italia por Elèuthera a partir de la edición original inglesa.
¿Qué te atrajo de la idea anarquista en una época, los años treinta, en la cual el entusiasmo por el comunismo estaba en su apogeo? No estoy seguro del todo de cómo conseguí no ser infectado de la idolatría por Stalin que afligía a la izquierda británica. Pero entre las publicaciones que se vendían en la librería anarquista de Glasgow, que yo frecuentaba, estaban los escritos de Emma Goldman y de Alexander Berkman. El mismo Frank Leech había impreso y publicado el panfleto de Emma Goldman Trotsky Protests Too Much (Trotsky protesta demasiado). Me habían impresionado muy pronto la obra de Arthur Koestler y la de George Orwell. Lilian Wolfe, una veterana de los primeros años de Freedom Press, había puesto mi nombre en la lista de destinatarios de varios periódicos de la disensión, como Politics, que Dwight MacDonald publicaba en 1944: todas aquellas publicaciones tenían un rasgo en común, la aversión respecto del estalinismo omnipresente en la prensa de la izquierda «regular». En 1944 Freedom Press había publicado el libro de María Luisa Berneri Workers in Stalin’s Russia (Trabajadores en la Rusia de Stalin), que conocería más reediciones en la posguerra y que sostenía que el criterio fundamental para juzgar cualquier régimen político era: ¿en qué condiciones se encuentran los trabajadores?, y según este criterio el régimen soviético era un desastre, con los mismos extremos de riqueza y pobreza del mundo capitalista. El libro se había editado en un momento en el cual, por acuerdo tácito, la prensa británica no criticaba a la Unión Soviética. Estoy seguro de que las generaciones posteriores no acabarán nunca de comprender hasta que punto las ideas marxista y estalinista habían condicionado las teorías de los intelectuales ingleses y europeos. ¿Cómo explicarías ese apasionamiento casi religioso? Fue una especie de conversión para muchos: la búsqueda de certezas extremas. Quizás fue Orwell quien la definió «patriotismo desplazado», refiriéndose con esto a cuantos, habiendo abjurado de una lealtad incondicional al país de nacimiento, la aplicaban, como un esparadrapo, a otro país. Se observa bien en el decenio de la posguerra, en el cual los marxistas ingleses, desilusionados del estalinismo, ofrecieron su lealtad a la Yugoslavia de Tito y, desilusionados de nuevo, pasaron inmediatamente a la Cuba de Castro. No conozco armas capaces de vencer esta tendencia, excepto la del ridículo. 5