LA MUJER*
LA MUJER ESCLAVA Rene Chaughi
Desde que la humanidad existe, la mujer es esclava del hombre. Hallándose aún a las tres cuartas partes del mono armados de colmillos y de zarpas, cubiertos de pelos, con las quijadas salientes y la frente deprimida, era natural que nuestros antepasados prehistóricos se portasen como fieras. Las hembras no serían para ellos más que presas, que se disputarían con la ferocidad propia del caso, sin cuidarse lo más mínimo de pedir el consentimiento a sus espantadas compañeras. Consideradas como botín de lucha tan arriesgada, era preciso que pagasen con su trabajo el alimento concedido por el amo, y éste se descargaba del trabajo propio que le desagradaba, imponiéndosele a la sierva. En los pueblos salvajes de la actualidad la mujer es considerada como una bestia de carga; entre los civilizados, su suerte ha cambiado poco. Si el hombre primitivo se apoderaba de su esposa por la violencia, nosotros lo hacemos por la astucia, manteniéndola en completa ignorancia del matrimonio y de la vida y pidiéndole un consentimiento que, por sus condiciones especiales, resulta completamente falaz; sí aquél consideraba su compañera como propiedad suya, en igual concepto le tenemos nosotros; si sobre ella tenía derecho de vida y muerte, nosotros también. Aterrorizamos a la joven por medio de convencionalismos forjados por nosotros en nuestro provecho y hacemos otro tanto con la esposa valiéndonos de leyes sanguinarias. Queda, pues, en vigor el régimen de rapto y de violencia implantado por nuestros antepasados los monos. Y sin embargo, nuestras mandíbulas han disminuido, nuestras garras de han convertido en uñas y nuestro cráneo se ha ensanchado y puesto que llegamos hasta pensar y racionar, bueno sería que conformásemos nuestros actos con nuestra razón y abandonásemos costumbres que proceden del tiempo que teníamos garras y colmillos. Toda nuestra vida social, la sexual particularmente, se funda en tradiciones bestiales y es preciso poner a eso un término. Hay quien cree razonable retener la mujer en condición inferior, porque es más débil; lógica bestial siempre. Si las palabras derecho y deber no careciesen de sentido, sería preciso decir lo contrario: imponer más deberes a los fuertes y conceder más derechos a los débiles. La debilidad de la mujer es relativa: mujeres hay más robustas que muchos hombres. En muchas especies de animales, la hembra es tan fuerte como el macho y, en el combate, en muchas veces más terrible. La debilidad no es consecuencia necesaria de la función maternal. Si en la actualidad la mujer es algo más delicada que su compañero, quizá sea únicamente debido a una larga división del trabajo entre ellos; él dedicado a la guerra y a la caza, ella cuidando la casa y la cría. La fuerza muscular tiene poco importancia en la vida social contemporánea y no puede ser motivo de desigualdad; lo que importa es la energía nerviosa; el cerebro que piensa y que quiere es lo que vale, y de que el sistema nervioso de la mujer no fuese capaz de tanto pensamiento y voluntad como el del hombre, no puede deducirse que aquélla haya de ser tenida en tutela. Lo que en este punto hay de positivo es que, como todos los seres vivientes, la mujer tiene en sí posibilidades; déjesela desarrollarse libremente, como juez único de los que puede y debe hacer.
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Traducción de Anselmo Lorenzo. Digitalización KCL.