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© La Leyenda de Leureley II. Breithz. © Elba de Cus, Elena Montes y Roberto Redondo © Portada: IrukoArt (www.iruko.blogspot.com.es) Corrección: Ana Belén de Miguel y de Ángeles Pavía. Maquetación: Kharmedia (www.kharmedia.es) Primera edición: Diciembre 2012 Kelonia Personal © Kelonia Editorial 2012 Apartado de correos 56. 46133. Meliana (Valencia) kelonia.editorial@gmail.com www.kelonia-editorial.com ISBN: 978-84-939945-8-7 Depósito legal: V-3330-2012
Roberto: Para Carlos, mi querido hermano, dondequiera que esté, por ser quien con más fuerza me inculcó el amor a la literatura. Y para Adrián, como no podía ser de otra manera. Elba: Dedico este segundo volumen a mi madre, a mis familiares y a Aide, por aguantarme constantemente. Espero con ilusión que sigáis a mi lado muchísimo tiempo Elena: Para mi padre, quien me inculcó que la puntualidad y la perseverancia son dos virtudes clave para salir victorioso de cualquier campaña, por ardua que esta sea.
Resumen del primer volumen: Gales
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hyrium, con la Isla Mayor y las Islas Circundantes, es un país protegido desde hace siglos por la Estirpe de los Héroes, una familia de humanos rebosantes de virtud, impartidores de justicia e invencibles en la batalla. Aunque no son reyes ni gobernantes y sus leyes se limitan al ámbito de lo militar, es en ellos, de una manera u otra, donde finalmente se sustentan la paz y el orden reinantes. Todos piensan que sus poderes están misteriosamente otorgados por el influjo de las Cuatro Deidades conocidas: Iss-Goria, Nae, Toirh y Mortuar; y aunque en el fondo no les falta razón, lo que nadie conoce es que en realidad es a través de una beatífica joya llamada Leureley cómo dichos dones son traspasados de padres a hijos. En la actualidad es Erion el poseedor de la Alhaja y Kyntark, su hija mayor, será quien la herede cuando su padre fallezca de forma natural una vez alcance la senectud. Gales es el nombre de la segunda hija de Erion y, por lo tanto, hermana menor de Kyntark. La relación entre las dos es fluida pese a lo opuesto de sus personalidades, oscura y pesimista la de Kyntark, alegre y positiva la de Gales. Esta distinción queda patente también tras conocer a los mejores amigos de cada una de ellas. El de Gales, Fleips, un simpático kylion (raza que llegó a la Isla Mayor tan solo hace cuarenta y dos años y que, a pesar de que su fidelidad a Erion está 9
fuera de toda duda, dan la sensación de ocultar un buen número de secretos) que siempre está a su lado; Kyntark, sin embargo, tiene como confidente a un negro cuervo llamado Furin que, casualmente, llegó a su lado el mismo día en que tuvo lugar el acontecimiento más relevante de los últimos tiempos en Phyrium: Dargok, el único hombre que lleva tratando insidiosamente de socavar la hegemonía del bien en el país, ha sido apresado por Erion. El citado Dargok, en realidad, no es más que un títere en manos del auténtico antagonista del Héroe, un ser Maligno e inmortal conocido como Saurk, quien, además de ser el portador del Larigni (Joya gemela del Leureley pero con poderes opuestos), rinde a su vez total pleitesía a Yashda, la Negra Diosa. El poder de la Estirpe y del Leureley han sido siempre tan predominantes que las incursiones de Yashda y sus secuaces nunca han pasado de tener una importancia irrisoria. Pero los tiempos han cambiado y ni Erion ni sus más grandes aliados (los Cuatro Altos Magos de Phyrium, entre ellos Velkar, su mejor amigo y consejero), instalados en una confianza basada en la ingenuidad, se han percatado de la puesta en marcha de un plan que, esta vez sí, hará germinar la semilla de la destrucción desde entonces y para siempre. Ha llegado la festividad anual de Mortuar, Diosa Benigna de la Oscuridad. Infiltrado entre los invitados al Castillo de Gashyn, el elfo oscuro Nagaroth ha llegado dispuesto a liberar a Dargok para, entre ambos, raptar después a Kyntark y llevarla en presencia de Saurk. Mientras tanto, la hermana de Nagaroth, Fariae, transmutada desde el principio en el cuervo Furin, consigue envenenar de muerte a Erion. Culminadas con éxito todas estas tareas, es el comienzo del fin. El veneno le concede a Erion algunas horas antes de morir y el Héroe sabe que debe aprovecharlas para hacer el traspaso en secreto del Leureley a Kyntark, quien, por contar tan solo con dieciocho años aún no sabe nada al respecto de la existencia de la Joya. Cuando el moribundo descubre el secuestro de su primogénita, la desesperación le lleva a tomar una decisión que, aunque arriesgada, es la única posible dadas las circunstancias: entregarle la Alhaja a Gales para que ella sea quien se la ceda a su hermana, una vez logre encontrarla. Teniendo en cuenta que la hija menor cuenta con tan solo dieciséis años, la misión es para ella poco menos que un suicidio, dado que, además, poder 10
eliminarla será también uno de los principales objetivos del enemigo una vez comience la guerra que está en ciernes. Según lo esperado, dos jornadas después del fallecimiento de Erion, Gashyn es invadido y su Castillo, ocupado. La defensa ha sido ruda, se ha plantado cara con todos los recursos posibles, en especial los poderes de los Altos Magos son los que más daño han logrado infligir al oponente. Pese a todo, ante la llegada de un millar de bestias aladas de origen desconocido, cualquier esfuerzo es finalmente en vano. El instante último, aquel gracias al que podrá considerarse que el Castillo ha sido tomado, será cuando el conocido como Incólume Fuego (una hoguera perenne presente en el corazón de la edificación desde tiempos inmemoriales) sea extinguido, cuestión de la que solo se puede encargar la magia oscura invocada por Fariae. La importancia de la Pira Sagrada es tanta que, tras su apagado, Phyrium entera se verá removida desde sus cimientos: Xpin, una de sus dos lunas, desaparecerá de la bóveda celeste, mientras que también a partir de ese momento se hará del todo imposible encender fuego común en cualquier parte del mundo. Por su lado, Gales ha escapado en el último momento en compañía de Velkar, quien no conoce los detalles de su misión, y de Fleips, quien se supone que tampoco los conoce, aunque los kylions, por distintas razones, saben mucho más de lo que aparentan. La huida se materializa a través de un pasadizo secreto que les llevará hasta el único lugar donde podrán ocultarse a salvo del enemigo: la Fortaleza de El Blanco, un ermitaño milenario y misterioso que, pese a no haber abandonado jamás su peculiar morada siempre ha estado en armonía con la Estirpe de los Héroes a lo largo de los siglos. Allí, Gales comenzará un adiestramiento en las artes de la lucha que durará varios meses, mientras que Velkar recibirá de manos de El Blanco una Fórmula que le posibilitará prender una llama mágica conocida como Fuego Blanco; su misión posterior será la de la propagación clandestina de la misma por toda Phyrium. Fleips, por su parte, hablará con el ermitaño de manera abierta acerca de los secretos que su raza conoce desde antaño, en especial de la existencia de una Diosa Primordial llamada Leureley, verdadera forjadora de la joya de su mismo nombre. También El Blanco le hará descubrir al kylion que se trata de alguien con mucha mayor relevancia para Phyrium de lo que jamás habría imaginado. 11
Mientras todo esto tenía lugar Kyntark ha despertado en Vhalis, ciudad principal de Handreth, isla situada a unas pocas leguas al noroeste de la Isla Mayor. Allí es custodiada por Nagaroth, quien, ya mostrando su verdadera esencia de elfo oscuro, es conocido por un nuevo nombre: Gardrag. En aquel sitio también es donde la joven recibe la visita de Saurk, quien la tentará ofreciéndole una alianza que quedaría sellada con el nacimiento de un vástago concebido en común. El niño portaría en su ser la posibilidad de heredar el Leureley de una parte y el Larigni de la otra. Ante la negativa de Kyntark, el Maligno termina dejándola embarazada sin el consentimiento de la joven, sometiéndola a la influencia de un hechizo del que ella no se hará consciente hasta un tiempo después, cuando la cuarta Alta Maga, Erilien, quien también se halla presa en el lugar, le ayude a entender lo ocurrido. Gracias a la amistad forjada entre las dos será por lo que Kyntark finalmente acepte al niño que ya guarda sin remisión en sus entrañas. Transcurren los meses y Nagaroth se enamora perdidamente de Kyntark, con todo lo que algo así supone para el elfo (estaría renegando de su condición de Oscuro). Dicha situación posibilitará un intento de huida que será sofocado in extremis por Fariae, quien tras el enfrentamiento dará por muerta a Erilien (de manera errónea) y encerrará por separado a la joven y a su propio hermano. Este último, acusado de alta traición, será con quien Fariae descargue todo su odio al no tener la posibilidad de hacerlo con la propia Kyntark, debido a que esta porta en su seno el futuro hijo de su amo y señor Saurk. La joven, que cree que Nagaroth ha muerto a manos de su hermana, decide dar a luz al niño tratando por todos los medios de mantenerlo oculto de Fariae, pensando que, en el caso contrario, la elfa oscura se lo arrebataría con la negra intención de entregárselo a Saurk. El niño nace, pero a Kyntark se le concede el don de ser quien lo críe hasta nueva orden; el nombre del bebé: Breithz. Gales y Fleips han abandonado al fin la Fortaleza de El Blanco convertidos (particularmente Gales) en grandes luchadores. El ermitaño les revela la exacta localización de Kyntark y de esta manera los dos amigos parten con la intención de liberar a la cautiva y hacerle entrega, al fin, del Leureley. Una vez Kyntark se lo cuelgue podrá encabezar la huestes y recuperar para Phyrium el orden benigno perdido. Aunque 12
no será misión fácil. En su camino hacia Handreth Gales y el kylion se harán amigos de un mestizo de elfo y dríade llamado Eldanar, quien unirá fuerzas con ellos a la hora de cumplir el cometido. Gales se enamorará de él desde el primer momento, pero su amor no se verá correspondido. Tras llegar los tres a la isla donde Kyntark se encuentra presa, es Erilien, recuperada de sus lesiones tras el encuentro con Fariae, quien formará también parte del grupo de rescate. Dados los enormes poderes mágicos de la hechicera, las posibilidades de éxito en la misión de Gales aumentan exponencialmente. Ha llegado la hora. Fleips, Eldanar y Gales escalan hasta la ventana de la celda de Kyntark. El tan esperado encuentro entre las hermanas puede llegar finalmente a efecto. Sin embargo, es ahora la juventud e inexperiencia de la hermana pequeña lo que se hará protagonista del momento, pues Gales olvida entregar el Leureley a Kyntark en primera instancia, cuestión que hará posible que Fariae descubra el complot antes de que pueda ser culminado. Con todo, Fleips consigue escapar con el bebé en brazos y volver junto a Erilien, quien con su magia hará posible que los tres se mantengan ocultos frente a la búsqueda de los esbirros de Saurk. Durante ese tiempo tratarán de idear la puesta en marcha de un nuevo plan de liberación. Gales y Eldanar han sido hechos presos junto a Kyntark y el Leureley ha quedado perdido en algún rincón de la antigua celda de la hermana mayor. Ante lo desesperado de la situación, El Blanco (quien en realidad no es otro que el mismo Dios de la luz, Nae) decide tomar un partido más concreto y convoca a Velkar a presentarse en Handreth para dar cobertura a Erilien y Fleips en el rescate de las hermanas, el mestizo… y el Leureley. Una vez en la isla entre los tres elaboran el siguiente plan: Erilien se queda al margen para proteger a Breithz. Fleips, invisible, libera a Kyntark, a Gales y a Eldanar cuando Dargok está a punto de ejecutarles tras haber encontrado la Alhaja. Velkar mantiene una lucha a muerte con Fariae, de la cual solo sale con vida gracias a la providencial intervención de un Eldanar ya liberado. Posteriormente el Leureley es recuperado, pero el perverso Dargok logra retener en su poder de nuevo a Kyntark, a quien termina lanzando al mar desde un acantilado. La venganza llegará de manos de un también liberado Nagaroth, quien 13
fruto de la desesperación más absoluta ante la muerte de su amada, asesina a Dargok de la manera más despiadada. Aunque Fariae ha quedado gravemente herida, la desaparición de Kyntark hace que la desolación cunda entre los allegados al bien. La única alternativa para rescatar Phyrium ahora es esperar a que Breithz se haga un hombre y pueda colgarse el Leureley a su pecho.
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Prólogo
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l viajero estaba cansado. Se hallaba a punto de darse por vencido. Eran ya demasiados los meses dedicados a una misión que desde el principio supo sería de una extraordinaria dificultad. Podría no resultar peligrosa en exceso, pero verla consumada con éxito supondría el mayor reto de su vida hasta el momento. La taberna, como tantas otras que había conocido en su periplo, olía a vino rancio y a kretor. Desde que estas criaturas descubrieran, siete años atrás, que su cuerpo sí admitía el licor cuando este estaba en proceso de descomposición, apenas se dedicaban a otra cosa que no fuera beber y beber como auténticas esponjas. El completo estado de control y dominio en que Phyrium se encontraba así lo permitía. Llamó al mesonero y pidió otro pichel de cerveza. Era el quinto desde que llegara a Kirthian, una vez Xindar había invadido con su brillante esfera plateada la inmensidad de la bóveda celeste. Estaba dispuesto a emborracharse aquella noche. También tenía derecho, ¿por qué no? ¿Acaso no se había dejado la piel y los arrestos tras millas y millas de viaje? La sensación de fracaso era demasiado poderosa. Trataría de olvidarla al menos durante algunas horas. Además, por aquel día ya había cumplido. No había dejado un 15
resquicio de la ciudad sin inspeccionar. Siempre de incógnito, eso sí, haciéndose pasar por un simple mercader de especias en busca de clientela. No había sido difícil conseguir el distintivo donde rezaba que estaba autorizado por el régimen a mantener relaciones comerciales; en realidad no había dejado de asombrarse de ver cómo sus habilidades teatrales se habían agudizado en los últimos años. Esa era una faceta que jamás había sospechado poseer, su condición guerrera desde la más tierna juventud nunca lo habría sugerido. Kirthian resultaba tan decadente como cualquier otra población del país. Probablemente trece temporadas atrás, antes de la caída de Erion, su aspecto habría sido profundamente diferente. Pero ya estaba acostumbrado, los años de penurias habían endurecido muchos de los corazones, y el suyo no era una excepción. El frío casi permanente también condicionaba, a su manera. Si al menos pudiera retornar a sentir el maravilloso influjo del Fuego Blanco… Sabía que podría haber contactado con alguno de los muchos enlaces dispersos por las ciudades más importantes, pero su incontestable sentido de la responsabilidad no se lo había permitido. Tampoco se había atrevido a poner en marcha la Fórmula él mismo. El riesgo a ser descubierto era demasiado alto. El interior de la cantina no mostraba una imagen diferente a la del resto de la urbe, y si lo hacía era para peor. Al elenco de personajes tristes y abatidos que dominaba las calles, allí había que añadirle el componente de una intensa degradación. Sin la presencia de mujer alguna con la que al menos alegrarse la vista, el resto de comensales no pertenecientes a las razas hostiles solo suponía un conjunto de individuos aislados, sin apenas conversación entre unos y otros, con el entendimiento tiranizado por un elemento casi inaudito en tiempos de Erion: una ingente cantidad de alcohol en sangre. No es que en el antiguo orden no se disfrutara del placer de la bebida, el viajero lo recordaba con un amago de sonrisa en el rostro. La diferencia radicaba en que nunca había sido utilizado como refugio para las penas; más bien lo fue como medio de expresión de la alegría, de esa que procedía de lo más profundo. La alegría. Apenas recordaba ya el significado de aquella palabra. La puerta se abrió de una tremenda patada. Ese era el inconfundible 16
estilo del kretor borracho. Junto a los vozarrones y las risotadas, unos cuantos rayos añadidos procedentes de Xindar permitieron que la visión dentro del tugurio adquiriese un mayor grado de nitidez durante unos breves instantes. El sujeto solitario que se sentaba dos mesas a la derecha del viajero dio un pequeño respingo, lo que de alguna manera llamó su atención. El extraño personaje apenas se había movido en toda la noche y un único vaso de vino de Gildoesh había acompañado su enigmático silencio. Durante unos breves instantes, al viajero le había dado una vuelta el corazón, cuando su ya un tanto aturdida cabeza pensó que quizá el extraño podría ser aquel a quien tanto tiempo llevaba buscando. Un vistazo a sus redondeadas orejas le había bajado a la realidad de la misma fulgurante manera con la que había ascendido a la nube instantes antes. La puerta se cerró con otro golpe. Menos mal que los ventanales eran amplios y el baño de plata era lo suficientemente poderoso como para dotar de estampa a casi todas las cosas. Los ojos también habían acabado por acostumbrarse a la perpetua penumbra de las noches de Phyrium. Si al menos Xpin no se hubiera dado a la fuga… En el fondo el viajero agradeció la llegada de los esbirros. En la mayoría de ocasiones eran ellos, aun con su infame y simplona conversación, los únicos que lograban sacar del ensimismamiento a los tristes pobladores de las tabernas. Siempre que las brutales borracheras no hicieran interferencia alguna en sus letárgicos estados. —¡Ja, ja, ja, esa ha sido buena, Bradurtz! ¡Mojados! ¡Claro! ¡Ja, ja, jaaa! ¿Cómo si no ibas a sacar a los tres enanos del estanque? ¡Mojados! ¡Jaaaaaa, ja, ja! Por Mortuar, la estupidez de los kretor no había disminuido un ápice en todos esos años, pensó el viajero con un leve desprecio, pues la repugnancia se había ido disipando con el paso del tiempo. Según otra de las muchas habladurías que corrían por doquier, la propia Fariae había sudado sangre tratando de elaborar algún conjuro capaz de incrementar el nivel de inteligencia de sus esbirros más numerosos. Estaba claro que no lo había conseguido. Por otro lado, toda esa insensatez no dejaba de ser una perfecta bendición en cuantiosas ocasiones. 17
—¡Pues escucha esta otra! —Los recién llegados habían invadido la barra y expulsado a empellones a dos elfos que allí se ubicaban mientras bebían tranquilamente—. ¿Por qué nombre fue conocida la madre de todas las furcias en Phyrium? Las carcajadas dieron paso a un extraño rumor de incomprensión. —Pero eso no es un chiste, ¿verdad, Liebartz? El viajero fue ahora el que dibujó una ligera sonrisa. También vio que algunos de los presentes la disimulaban de igual forma. Era cierto, al menos la presencia kretor conseguía entretenerles de alguna manera. —¿Y qué importa que no sea un chiste si te apuesto lo que quieras a que acabas por reírte? —declaró el tal Liebartz metiéndose de un solo trago el vaso de vino rancio que el tabernero les había servido aun sin haberlo pedido. —¡Ja, ja, ja! —rieron los demás. —¡Pues venga, no te lo pienses! ¡Dinos cómo se llama la zorra esa! ¡Jaa, ja, ja! Un mórbido silencio se instauró durante unos instantes, como la calma que precede a la tempestad. —¡Pues… Kyntark! ¡La madre de todas las putas se llama Kyntark! ¿Acaso ya no os acordáis de ella? La explosión de risas y de golpes en las mesas hizo tambalear parte del ajado mobiliario. Poco rato después, cuando todo parecía regresar a la normalidad, la voz de un enano desde el otro lado de la sala llenó a todos de estupor. Debía de ser que había encontrado aquella noche como la más propicia para abandonar el mundo de los vivos. —¿A cuento de qué viene mentar ahora a Kyntark y despreciarla de esa manera cuando son más de doce años los que lleva muerta? El viajero incorporó el torso con cautela. Aquello suponía una auténtica novedad. A no ser que ese enano perteneciera, cosa bastante poco probable, al cuerpo de enlaces de la Furtiva Resistencia, nadie más osaba levantar jamás la voz contra el poder establecido. Y mucho menos cuando se estaba en notable minoría. —Creo que mis orejas de kretor han oído una voz de escoria enana imprecando contra nosotros, chicos. ¿Vosotros no? La incipiente borrachera pareció desaparecer de un plumazo de los 18
ojos de aquel esbirro, que por su particular atuendo debía de ser el que estaba al mando. Hubo murmullos de asentimiento. Por el rabillo del ojo el viajero vio cómo el tabernero tragaba saliva y se aferraba con fuerza a la tabla del mostrador. —Levántate, basura y repite eso si tienes agallas. El estruendo siguiente hizo que el viajero ahora sí se incorporara del todo. La segunda mesa de su derecha había salido despedida hacia delante como empujada por un poderoso resorte. Se trataba del extraño y silencioso sujeto. Si alguna vez había contemplado un rostro desencajado por el odio, no habría podido competir con el que ahora asomaba ante sus ojos. Ni siquiera la luz diurna se lo habría mostrado con tanta claridad. —No solo el enano lo va a repetir, sino que tú además vas a retirar inmediatamente lo que has dicho hace un momento. Los kretor se miraron entre ellos con un gesto de estupefacción que al poco desembocó en otra oleada de carcajadas. Una oleada que quedó radicalmente suspendida cuando la testa del cabecilla se elevó algunos palmos por encima de su cuello. No tuvo tiempo de desdecirse. El viajero nunca había visto a nadie usar la espada a tal velocidad. En realidad no podía ni imaginar de dónde la había sacado; el régimen prohibía también el uso de armas a la población dominada. Pero aquel filo relucía bajo los haces de Xindar y su reflejo en el rostro del extraño hizo que el juicio del viajero se colmara de verdad. Allí estaba, ese era; acababa de encontrarle. Ahora lo entendía. Lo de las orejas no debía de ser otra cosa que un hechizo de ocultación. De todos eran sabidas las dotes mágicas de Tregord, el Revientakretor. Antes de que el viajero se decidiera a extraer la daga que ocultaba bajo las calzas, Tregord había ya fulminado a los cuatro subalternos del comandante. La taberna alojaba a otros cuantos esbirros, todos ellos en condiciones deplorables a causa del alcohol. Pero ni en plenas facultades habrían hecho rasguño alguno sobre aquel vendaval de furia y muerte. Le llamaban Revientakretor, sí, pero los rumores hablaban de 19
asesinatos a sangre fría sobre individuos de cualquiera de las razas. Nada se sabía acerca de sus motivaciones, pero parecía evidente que la mayor parte de su odio lo descargaba sobre los esbirros de Saurk. Un número considerable de crithnos también había dado ya buena cuenta de su misterioso poder. La sangre pútrida de los kretor se extendía como manantial de agonía sobre el sucio suelo del local. Todos los presentes respiraban agitados; habían reconocido a Tregord, probablemente no habría ya lugar en Phyrium en el que no se hubiera oído hablar de él. Se había convertido en algo así como el monstruo que se lleva a los niños cuando no se portan como deben. El Revientakretor soltó unas monedas sobre el mostrador. El rostro había retomado su cariz reposado y fue en ese momento cuando el viajero pudo advertir, de manera fugaz, el acabado puntiagudo de una de sus orejas de elfo. No pasó ni un suspiro desde que Tregord abandonara en silencio el asombro que había dejado en la cantina hasta que el viajero salió detrás de él para seguir sus pasos de cerca. Moist y los demás se llevarían una inmensa alegría. Él, Hieray, hijo de Dhelgast, al fin había culminado la primera parte de la misión que le había sido encomendada. Ahora solo faltaba convencer a Tregord de que uniese sus fuerzas a la causa de la Furtiva Resistencia.
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Primera Parte
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Fundación de Magna Hechicería, 23 de Julio de 1151
E
l resplandor ambarino del atardecer se colaba por entre los cortinajes púrpura que cubrían la cristalera. Luces y sombras dibujaban en la cámara contornos erróneos, creaban formas irreales que, inmersas en sus velados disfraces, se disponían a poner en jaque a los sentidos menos experimentados. Aunque los sentidos de aquel kylion no fueran de los que se dejan engañar fácilmente. La vieja estancia perdía luminosidad de manera gradual e imparable. Para Fleips, sin embargo, el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos significaba, desde hacía bastante, una cita diaria casi irreemplazable. Era tal el placer que hallaba en ella que siempre agotaba hasta el máximo el tiempo en que se hacía necesario empezar a dar lumbre a los candiles; solo firmaba la rendición cuando las tinieblas le impedían ya distinguir unos objetos de los otros. Se trataba de unos momentos demasiado mágicos, demasiado especiales como para ser quebrados antes de tiempo, por mucho que el causante de la destrucción fuese el destello argénteo del preciado Fuego Blanco. «Magia que echa por tierra la magia; extraña contradicción». 23
En el fondo el kylion sabía que, de no haber sido verano, la necesidad de ejecutar la Fórmula habría sido acuciante unas cuantas horas antes; dicho método seguía siendo el único capaz de hacer frente a las sacudidas con que el frío atroz llevaba azotando a Phyrium desde la extinción del Incólume. Y aunque el benefactor influjo de la llama donada por Nae seguía arrebatando su espíritu cada vez que lo sentía cerca, no podía negar que en multitud de ocasiones llegaba a echar de menos también las peculiaridades del fuego común, ese que se había disuelto para siempre doce años atrás. Pese a todo, se sabía un auténtico privilegiado, pues solo eran cincuenta y siete los días que habían transcurrido desde la última vez que tuvo la oportunidad de disfrutar del citado fuego común. Llevaba seis jornadas ya realojado en la Fundación de Magna Hechicería, seis jornadas desde que regresara de su segundo viaje a Geindraith, la cuna y morada principal de los kylions. A menudo recordaba la intensidad del momento en que divisó por primera vez en la lejanía las costas de la llamada Isla Nacarada, con el fulgor blanco de los edificios volando en destellos hacia el mar, conformada su silueta como la visión celestial de un paraíso que regalaba su existencia a un mundo frío, triste y descarnado. Fueron cientos las imágenes que le sobrecogieron ese día, cientos los encuentros, cientos los hallazgos, cientos las sorpresas. Pero apenas hubo nada que le impresionara tanto como descubrir que en aquel lugar no se había perdido la facultad de prender fuego rojo tras la Extinción, que el gélido e implacable ambiente que reinaba en Phyrium desde entonces, abotargando los corazones y congelando los ánimos, allí parecía únicamente formar parte de un sueño incómodo. Solo hubo otro acontecimiento para Fleips apto para competir con aquel en asombro y emoción: Xpin, la luna desaparecida al mismo tiempo que la Llama Sagrada, contra todo pronóstico, en Geindraith seguía rindiendo su brillo de plata al universo. Recordaba con cierta aflicción la lágrima que rodó en aquel instante por su mejilla, mientras contemplaba embelesado la segunda luna de Phyrium, prendida sin más en el firmamento nocturno, aparentemente ajena a cualquier malevolencia, dolor o muerte. Estaba claro que la Isla Nacarada era todavía región protegida por la Magnánima Diosa Leureley y eso era algo que conseguía implantar 24
una honda satisfacción en el corazón del kylion. Al menos quedaba un resquicio en el mundo donde la oscuridad de Yashda aún no podía hacer mella, por más que ese fuese su más fatal deseo. Todo aquello lo había vivido durante su primer viaje al hogar de sus antepasados. En esta segunda ocasión habían sido menos las sorpresas, menos las emociones desatadas; pero no había sido menor el pesar que le asaltó en el instante de embarcar de regreso a Phyrium. Y ya no tanto por la nostalgia que le provocaba todo lo dejado atrás, otra vez; más le abatía en este caso lo derivado de las conclusiones que el Consejo de Sabios había extraído en torno a su persona. Conclusiones que, desde entonces y en adelante, hacían de él un Fleips muy distinto al que había creído ser hasta el momento. El kylion tragó saliva y dio comienzo a la formulación del embrujo que haría prender los dos candiles dispuestos en distintos rincones de la alcoba. De repente unos leves golpes en la puerta le apartaron de toda congoja. «Gales. Mi querida amiga…». Abrió y una joven mujer de cabellos violeta y ojos azules se abalanzó sobre él. Casi arrodillándose, le abrazó con fuerza. —¡Fleips! —exclamó Gales, emocionada—. ¡Acabo de llegar! No sabes las ganas que tenía de verte. —Amiga mía… —dijo Fleips con tono de profundo cariño en su voz—. En mí también existían unos inconmensurables deseos por estar en tu presencia… —El kylion miró a Gales con ojos divertidos—. Ja, ja, ja… Como ves, tampoco he cambiado mucho en esta ocasión, ja, ja, ja. Pero… ¿y tú? Mírate, estás igual que siempre. —Tres años es mucho tiempo para pasarlo lejos de ti, pero poco para propiciar cambios de aspecto en las personas. —Gales, tu rostro no se ha transformado un solo ápice en estos doce años —comentó Fleips mirándola de hito en hito. —Bien sabes tú la razón, amigo. —Un ligero destello de amargura cubrió el gesto limpio de la joven, pero enseguida se difuminó. —Sí, la verdad es que era algo que daba por supuesto. —Fleips echó una ojeada cómplice al pecho de Gales, allí donde sabía se alojaba la joya Leureley—. Pero, ¿por qué no te sientas? Gales se separó de su pequeño amigo y observó la estancia durante 25
unos segundos antes de sentarse en una mullida butaca. Los ribetes plateados de su túnica reflejaban la pureza de la luz blanca emitida por los quinqués. —He estado disfrutando de la magia del ocaso justo antes de que llegaras —señaló Fleips mientras rebuscaba en el interior de un inmenso baúl. Se notaba que no era un objeto propio del tamaño de los kylions. Le habría servido de refugio en caso de emergencia—. ¿Qué te apetece beber? —¿Lo has traído también esta vez? —preguntó la joven ya sentada y con las manos cruzadas sobre el regazo. Una sonrisa abierta dominaba en su rostro. —¿Néctar de hiégalis? —comentó Fleips extrayendo una botellita de vidrio morado y enseñándosela a su amiga—. ¿Cómo habría de olvidarme sabiendo que quedaste prendada de él después de mi primer viaje? Menudo amigo sería de haberlo hecho. En realidad era una pregunta con truco. Sabía que me lo pedirías. —¡Fabuloso! —aplaudió Gales—. Creo que no he probado nada más delicioso en toda mi vida. Fleips sirvió dos copas del preciado licor, de tonos muy similares a los de la botella que lo contenía. —Supongo que ya te habré contado en más de una ocasión la historia del origen del hiégalis y de las dificultades que comporta su recolección, ¿no? La sonrisa de Gales, en este caso, tuvo un matiz de contención. —Alguna que otra vez, sí —señaló, jocosa—. Creo que no menos de diez, tirando por lo bajo. Los dos amigos rieron abiertamente durante unos segundos. —Frizdael me ha dicho que llegaste hace seis días —comentó Gales, cambiando de tema. —Eso es. La verdad es que fue duro asimilar que no estabas por aquí, después de la tremenda ilusión que traía por verte. —Te lo habrán contado ya, supongo… —Sí, también fue el sanador el que me dijo que los refuerzos mágicos en la cúpula protectora deben ser aplicados cada vez con mayor frecuencia. Y que Erilien comienza a desesperarse porque no puede comprender la razón. 26
—Por eso fui con ella esta vez. Me apetecía ver de primera mano qué es lo que falla y, sobre todo, tratar de calmar a la maga, en la medida de lo posible. —Y ¿has encontrado algo que te haya llamado la atención? —Absolutamente nada. Según Erilien no existe explicación alguna para lo que ya hemos empezado a conocer como el desgaste. Lo cierto es que es un acontecimiento que nos anima a encender todas las alertas, aunque por más que se investiga algún plan oculto por parte de Saurk y sus secuaces, no se encuentra el más mínimo indicio de invasión. Es verdaderamente extraño. —¿Velkar opina algo al respecto? —Velkar también lleva fuera una temporada que algunos ya consideran demasiado larga. Yo no creo que haya que alarmarse; el problema es que aún no tiene noticias acerca del problema. A buen seguro que él sabría darle a todo una justificación coherente. —Lo más probable, sí. En todo caso, aunque el trabajo se multiplique para Erilien, la Fundación sigue fuera de toda amenaza, ¿verdad? —Sí… por el momento es así. —Te noto preocupada, Gales. —Bueno, amigo, la verdad es que no estoy pasando mis mejores momentos, pero no es tanto por el tema del desgaste como por… —No me lo digas —interrumpió Fleips con una media sonrisa—. Se trata de Eldanar… Gales tuvo que disimular un sonrojo. Doce años de peleas contra un sentimiento deberían ser ya demasiados, y sin embargo todavía pensar en el mestizo era capaz de alterarle los ánimos. —No, amigo, no es el esquivo Eldanar el que ahora me trae de cabeza. Ya lo hizo durante muchos años y, aunque no puedo negar que aún sigo queriéndole, te aseguro que ya me he acostumbrado a sus desmanes y excentricidades. De quien te hablo es de Breithz… —¿De Breithz? —se sorprendió el kylion—. ¿Qué pasa con él? He estado largos ratos en su compañía durante estos días y no he notado nada extraño. Le he visto tan alegre y jovial como siempre. —No sabes cuánto me satisface que a tu lado siga manteniendo su buen humor. De veras que me tranquiliza. El problema, Fleips, lo tiene conmigo. Últimamente apenas me dirige la palabra. 27
—Bueno, no sé qué es lo que habrá ocurrido entre vosotros, pero te recuerdo que la adolescencia entre los de vuestra raza es época de permanente conflicto. Quizá no debas preocuparte en demasía. Gales se removió en el asiento mientras echaba otro trago del exquisito néctar. —Verás, Fleips, el asunto es más serio que una simple rabieta adolescente. Se trata del Leureley… Al kylion, no supo muy bien porqué, se le ensombreció el rostro de manera fulminante. —No entiendo… —Como bien sabes, he mantenido a Breithz perfectamente informado, desde que tiene uso de razón, sobre todo lo relacionado con las dos Joyas, con las deidades, con Saurk, con Fariae… —Claro, eso fue lo que pactamos entre todos al poco de llegar aquí, después de que tú y yo decidiéramos que de nada valía seguir manteniendo el secreto, sobre todo a los Altos Magos, acerca de la existencia del Leureley. —Pues bien, amigo, he empezado a tener dudas de si aquella decisión fue la más apropiada que pudimos tomar. —Explícate, Gales, hazme el favor. —Verás, por más que se lo intento explicar, Breithz se niega a entender por qué aún no le ha llegado la hora de colgarse la Joya y liderar la campaña que restituya el poder a la Estirpe de los Héroes. Hubo un silencio cargado de cierta tensión. Fleips miraba a lo indeterminado hasta que un profundo suspiro le sacó de su ensimismamiento. —Vaya, la verdad es que no me esperaba un envalentonamiento tan temprano. Yo pensaba, además, que había quedado contento una vez le regalaste Zaith, la espada de los Héroes… —Al principio se alegró de verdad, claro que sí, pero la felicidad no le duró demasiado. En su doceavo cumpleaños tomé la determinación de entregarle también la pulsera de plata de su madre, esa que guardo con tanto celo desde su muerte, ¿recuerdas? —El kylion asintió entrecerrando los ojos. Sabía perfectamente del amor de Gales por la única pertenencia que había logrado conservar de su hermana Kyntark—. Esta vez los ánimos del chico sí parecieron aplacarse 28
durante una temporada. Pero no mucho después, en el transcurso de una nueva acalorada discusión llegó a decir que yo no era otra cosa más que una… —Gales tragó saliva e hizo una pausa antes de continuar— …una usurpadora. —¿Y Erilien? ¿Qué opina al respecto? —No sé cómo ocurre, amigo, pero Erilien nunca está presente cuando brotan las discusiones. Por más que yo le cuento la actitud de Breithz, ella me da largas e insiste en que no me preocupe. Fleips emitió una sonrisa tenue. —No puedes pedirle imparcialidad a la maga, ya lo sabes. Su cariño hacia Breithz escapa a toda lógica. —Sí, ya lo sabemos, ya sabemos que es lo que más quiere en este mundo —Fleips percibió un matiz recriminatorio en el tono de Gales—, pero ¿acaso no lo es también para mí? —Ella es mayor, Gales, trata de entenderla. Sabes que a los abuelos siempre les ha costado mucho más que a los padres encontrar los puntos flacos de sus vástagos. —A veces siento que Erilien está ciega en relación al chico. No creo que eso le haga bien a ninguno de los dos. —Bueno, querida, lo mejor es que afrontes la situación con la mayor tranquilidad posible; eso te facilitará muchísimo el encontrar soluciones satisfactorias. —El gesto de Fleips se colmó una vez más de esa serenidad que Gales tanto admiraba—. Cuenta conmigo para ayudarte. Trataré de hablar con Breithz al respecto. —Te lo agradezco, amigo, pero ten cuidado con lo que le dices; no me gustaría que se enfadase aún más conmigo. —Se le pasará, ya lo verás —El kylion se acercó a la joven y le regaló uno de sus más tiernos abrazos—. Lo entenderá y volverá a estar bien contigo, confía en mí. Gales devolvió el gesto dando un cálido beso en la frente de Fleips. —¿Cómo no habría de echarte de menos si llevas tantos años siendo mi mejor amigo, mi confesor, mi salvador…? —Gales acariciaba el pelo del kylion como si de un hijo se tratase—. Por cierto, aún no hemos hablado de lo más importante: ¿encontraste al fin las respuestas que buscabas en tu viaje? Fleips se incorporó y se sirvió otra pequeña copa de hiégalis. 29
Preguntó a Gales con un gesto si también ella quería más, a lo que la joven negó mostrando su recipiente lleno hasta la mitad. El semblante del kylion se mostraba otra vez preocupado. —Ay, Gales, ahora tendrás que ser tú quien me sosiegue a mí, amiga. No imaginas la inquietud que me embarga desde que el Consejo me confirmó la noticia que tanto esperaba, esa que tanto pánico tenía por recibir en caso de que finalmente significara lo que ha significado y… —Calma, Fleips, calma, vigila tu verborrea —rio la joven. —Los nervios, Gales, ya lo sabes. —Cuéntamelo todo más despacio y desde el principio, por favor. El kylion volvió a tomar asiento en la butaca. Habrían cabido con él otros dos de su raza y sin apreturas. Nunca la Fundación de Magna Hechicería estuvo preparada para acoger a gente del pueblo pequeño. Fleips apoyó los codos en las rodillas y comenzó a hablar: —Allá voy, pues. Como bien sabes, mi primer viaje a Geindraith, once meses después de que nos estableciéramos aquí con Breithz siendo solo un bebé, tuvo como único objetivo (además, por supuesto, de conocer al fin la maravillosa morada de mis ancestros) compartir con los Sabios de mi raza las extrañas palabras que brotaron en mi cabeza durante los primeros lances de la batalla de la Noche del Desastre. Recuerdas que te conté que fue Moist, mi padre, a quien pude ir a visitar a Westnoth en un par de ocasiones durante ese tiempo, quien más insistió en que viajara a la Isla Nacarada y recabara toda la información posible concernida con aquella extraña letanía. Él ya me había confirmado que las palabras del Blanco en relación a que se trataba de una antigua Profecía kylion eran ciertas y también me había comentado que Laidrist, representante del Consejo de Sabios aquí en Phyrium, me instaba del mismo modo a que hiciera ese viaje lo antes posible. »Fui a Geindraith pues, con la angustia de que al llegar allí se me confirmara que yo era ni más ni menos que el portador y agente de la dichosa Profecía, pero cuál no fue mi sorpresa al poder regresar tres años después sin que se me hubiera dado una respuesta concreta a dicha cuestión. Mi sorpresa… y mi alegría, ¿recuerdas? »Cinco temporadas después mi padre volvió a ponerse en contacto 30
conmigo, esta vez a través de una de sus visitas a la Fundación, la más arriesgada de todas: dos humanas y un kylion murieron en un asalto de los crithnos a mitad del camino de vuelta. Sabes que siempre me he sentido un tanto culpable de aquello, pues no era época propicia para los movimientos clandestinos, y solo por el hecho de hacerme llegar la noticia de la manera más urgente fue por lo que la comitiva emprendió viaje a sabiendas de los riesgos que conllevaría. En fin, el caso es que Moist quería comunicarme el apremio de Laidrist por que volviera a trasladarme cuanto antes a Geindraith; parecía ser que un heraldo procedente de la Isla de los kylions había conseguido hacer llegar un mensaje a los miembros de la Furtiva Resistencia, en el cual se requería de mi presencia en el Consejo de Sabios antes de la entrada del invierno siguiente. »Salí raudo, como bien sabes, y sin apenas despedirme. Recuerdo el rostro de Eldanar cuando le dije que me negaba a que me acompañara hasta Puerto Oculto, dado el terror que yo sentía a que alguien más pudiera salir dañado por mi causa. Habría necesitado enfrentarme a duelo con él para convencerle, así que en el fondo agradecí su colaboración y presencia a mi lado. »Tres meses de viaje, como siempre, y para mi desesperación fueron otros tres los que el Consejo tardó en convocarme para darme las buenas nuevas. Ha sido la única vez en mi corta existencia en la que he renegado de mi raza. ¿A qué tanta prisa para después esto? Tres personas habían muerto en Phyrium a causa del apremio y ahora debía yo pasar largas horas de espera cuando se suponía que había estado a punto de comparecer con retraso: el invierno daba inicio en esos días. Al menos contaba con la fortuna de poder disfrutar del calor del fuego rojo… »Poco me faltó para, de puro hastío, acabar retando a alguien cuando fueron otros siete eternos días de interminables reuniones en las que no se me acababa de ofrecer la concreción de la información que yo necesitaba. Finalmente, llegó el momento cumbre: reunida la totalidad del Consejo y en presencia de gran parte de la población de Geindraith, se me confirmó aquello a lo que más miedo había tenido: yo, Fleips, hijo de Moist, nacido en Yuulh un catorce de octubre de 1109, Edad Tercera de Phyrium, fui nombrado el Elegido por la Diosa 31
Leureley para quebrar la actual hegemonía de Yashda e inclinar la Eterna Balanza hacia el lado justo, pues no soy otro que… el Portador de la Profecía». Gales, quien hacía rato se hallaba presa de una tensión creciente, se levantó con todo entusiasmo y volvió a abrazar al kylion, alzándole en volandas y dando con él varias vueltas sobre sí misma. Cuando terminó, Fleips tuvo que agarrarse a uno de los brazos del sillón para no dar con sus huesos en el suelo, por el mareo. —¡Magnífico, Fleips! ¡Lo sabía! ¡Siempre lo he sabido! ¡Y en el fondo también tú siempre lo supiste! —exclamó la joven, repleta de alegría. —Eso fue lo que en su momento me dijo el Blanco con su lenguaje misterioso. Pero mi conciencia nunca lo puso en primer plano, te lo aseguro, Gales. Gales se inclinó para poder mirar más fijamente a los ojos del kylion. —Lo que no entiendo muy bien es por qué no estás contento, amigo. Fleips meneaba la cabeza en signo de negación. —No puede ser que aún preguntes eso, Gales. —Pero… no va con tu forma de ser encogerte ante nada, Fleips. No querer asumir responsabilidades no es propio de ti. —Tú me conoces, Gales. Sabes que los retos no suelen ser obstáculos para mí, pero siempre desde la sombra. Eso de ser el protagonista no va conmigo. —Pues si el destino de Phyrium te está pidiendo que des la cara, pienso que no debería resultarte tan difícil enfrentarte a ello. ¿De verdad te es tan complicado? —No te haces idea, Gales, no te haces idea. —No tiene sentido que alguien de tu madurez se bloquee simplemente por el hecho de tener que liderar alguna misión que otra. —En el rostro de Gales podían observarse los rastros de una sonrisa cargada de cierto sarcasmo—. Hablando de misiones, supongo que después de otros tres años en Geindraith, los Sabios te habrán ayudado a desentrañar el mensaje implícito en la Profecía. Fleips se mostraba ahora ligeramente azorado. 32
—Ni una palabra, mi querida amiga, ni una sola palabra al respecto. Ahora fue Gales la que emitió un profundo suspiro de desesperación. —Como diría Velkar, y esta vez con toda la razón: estos dichosos kylions… Fleips retomó su semblante más serio. —Más vale que Velkar vuelva pronto por aquí. A pesar de la reprimenda que me llevaré en nombre de los de mi raza, cuento con que sea él quien me ayude a entender frases del tipo: reunirá a los Exiliados…
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