Butterfly II. Hielo puro.

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© Butterfly II. Hielo Puro. © Sergio R. Alarte por relato e idea. © David Puertas por ilustración, portada y realidad aumentada. Corrección y maquetación: Kharmedia.es Primera edición: Abril 2013 © Kelonia Editorial 2013 Apartado de correos 56. 46133 - Meliana (Valencia) hola@kelonia-editorial.com www.kelonia-editorial.com


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BUTTERFLY 2 “Hielo puro” Y entonces en la Cima del Mundo Una mariposa alzó el vuelo Perseguida por un dragón… No se vio jamás semejante batalla El hielo puro se abrió en miasma Los bárbaros se unieron con gozo A un cuento que rehúye el alborozo, Pero conmueve las almas. Para saber el precio del honor Oíd, ahora o jamás, el sino de sus hazañas…

Daor Tres Dedos, capitán de los Claros de Talenost.


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Cuadro 1

Highway to Hell


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M

ediodía. La montaña se elevaba en una gran cadena de cimas, perforando las nubes con unos colmillos que reflejaban los rayos solares como un espejo blanco. Cerca de la cumbre más alta podían verse dos figuras humanoides de brillo plateado. Eran Tajo y Zarza, los mellizos mercenarios. Zarza extrajo una jeringa metálica de un compartimento de su traje e inyectó el contenido en aquel suelo, congelado antes de que ningún ser caminara sobre él. Una superficie que continuaría así, incluso, tras el paso final del último pionero que arriesgase su vida sobre el hielo puro, en una búsqueda de aventuras que bien podría ser tan accidental como la que había conducido a los mellizos hasta aquel rincón del universo. ―Canal 1 ―ordenó Zarza a su traje, que activó el intercomunicador―. El huevo está en el nido, capitán. ―Genial, es hora de bailar. Espero que os hayáis puesto vuestras mejores galas. ―Mi corbata favorita está a punto, capitán… o sea, mis cojones ―respondió Tajo. ―Dejaos de coñas ―sugirió Zarza―. No quiero que el Mesio 25 nos lleve a la tumba porque alguno de los bichos que hay por aquí grite más fuerte de la cuenta. Me apuesto una cena a que el dragón con que nos cruzamos ayer podría hacernos volar por los aires… tan solo con el grito de alegría que dará si nos encuentra. ―Te tomo la palabra, Zarza. No cerréis el canal, os voy a poner algo de música para darle más encanto al baile. «Como si el baile no fuera ya lo bastante encantador, cabrón» rumió la mercenaria. «Vamos a tener una avalancha detrás de nosotros en breve». La voz del capitán cortó el hilo de su pesimismo: ―Comienzo del baile en 3 ―Zarza y Tajo dieron una orden a sus trajes, tablas metálicas de snowboard se desplegaron bajo sus pies―, 2, 1. ¡Ya! Los mellizos se miraron un segundo a través de los visores 9


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e impulsaron sus tablas por la pendiente. Los montes nevados empezaron a verse borrosos mientras la velocidad aumentaba y escuchaban “Highway to Hell”, una canción que no había pasado de moda en dos mil años de historia. Descendieron un trecho a ritmo de rock, aprovechando cualquier rampa natural que se encontraban a su paso para saltar, y así continuar acelerando el descenso. La melodía de la guitarra y la voz palpitaban al compás de la adrenalina que bombeaban sus corazones. Casi se habían olvidado del peligro en que se encontraban cuando la música se apagó y volvieron a oír al capitán James. ―Estáis a punto de entrar en la zona muda, activad los ultrasonidos. ―¡Ultrasonidos activados! ―gritaron. En el momento en que el compuesto radiactivo de mercurio y cesio estalló, hubo un colosal bum y el suelo retembló como si la montaña entera se fuese a partir por la mitad con sus desfiladeros, valles, abetos y cielo. Desde el interior de la nave, James subió de nuevo el volumen de la música. Así los mellizos apenas escucharían el estruendo de la avalancha que les pisaba los talones. La destrucción que venía de las alturas ya se oía en la Butterfly con una claridad alarmante. James miró a la segundo Sasha, que esperaba la orden con una tensión que se hacía patente en sus labios apretados y los párpados temblorosos, bajo las rastas de un azul muy claro. Ella observó los lectores tridimensionales, donde los puntos rojos que eran los mellizos avanzaban velozmente hacia la nave, mientras los puntos amarillos que representaban la avalancha se desplegaban tras ellos… Cerca, demasiado cerca… ―Tiempo estimado de colisión: cuarenta segundos. Treinta y nueve, treinta y ocho, treinta y siete, treinta y seis, treinta… ―contaba Sasha. La montaña se sacudía como el culo de una quinceañera durante su baile de graduación. ―¡Despegamos! 10


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―¡A la orden! ―Sasha pulsó los botones y la Butterfly despegó en vertical, con una sacudida tras la repentina aceleración. A continuación dirigieron la nave hacia la posición, una elevación del terreno cercana a la que los mellizos usarían como rampa. Allí, ellos deberían volar hacia la Butterfly que los atraparía en su campo gravitatorio en pleno salto. Esa era la teoría, pero cuando James miraba el lector y observaba cómo la avalancha exterminaba la distancia hasta los mellizos, a marchas forzadas… dudaba. ―Vamos, seguid así, vais a conseguirlo, joder, tenéis que conseguirlo… ―animó el capitán a los mercenarios. Sintió una gota de sudor resbalar por su cuello. Tajo y Zarza flexionaron las piernas, se deslizaban hacia arriba por la rampa… Luego no sintieron nada bajo sus pies, surcando el aire a una velocidad de casi cien kilómetros por hora. Pudieron ver la silueta de la nave cuando la tenían delante de sus narices. Iban a estrellarse contra una de sus alas. Tenía la compuerta abierta. El mundo se detuvo. Entraron plácidamente y la compuerta se deslizó tras ellos, aislando el interior. ―Uf. ¡Ha sido la hostia! ―gritó Tajo en cuanto recuperó el habla. Se quitó el casco del traje de exploración, mostrando una cabeza rapada de ojos llorosos por la emoción, bajo la que se veía una perilla coronada por un bigote curvado. Zarza también se quitó el casco, aireando su melena castaña. Pero calló, conformándose con respirar y sentir suelo firme bajo sus pies. Entonces una puerta de acero se abrió siseando, y el capitán James irrumpió en la sala con una media sonrisa. ―Gran trabajo, mellizos. Veo que estáis en plena forma. Allí abajo se ha liado una buena, pero parece que hemos conseguido despejar la entrada a esa cueva. Buen trabajo… ―repitió. ―Maravilloso ―cortó Zarza, con acritud. La voz de Sasha los interrumpió por megafonía. ―Capitán James… 11


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―Te escucho, segundo Sasha ―respondió por su interfono. ―O los sensores térmicos se han vuelto locos por la escasez de energía, o en la montaña hay ahora nuevas fuentes de calor. ―¿Cuántas? ―Dos… No, tres. Una más pequeña pero más potente; el resto son más grandes, pero menos cálidas. ―¿Humanos? ―Lo dudo, dados su tamaño y temperatura corporal. La pequeña podría pertenecer a un ser humano, tal vez… ―Bien, seguimos con nuestra hoja de ruta. Voy hacia la cabina. ―James apagó el comunicador y miró a Zarza―. Id a relajaros un rato, en media hora os necesito preparados para bajar ahí. Tajo y Zarza no dijeron ni adiós cuando salieron por la compuerta en dirección a sus habitaciones. A James no le extrañó. Tenían motivos para no sentirse muy agradecidos hacia su persona, ya que el pasaje a la libertad les estaba saliendo más caro de lo que esperaban cuando se embarcaron en la Butterfly. El capitán se encogió de hombros y tomó aire, antes de entrar de nuevo en la cabina. Allí esperaba Sasha, que se volvió en cuanto lo sintió entrar. Sin embargo fue él quien tomó la palabra. ―¿Cuánta energía nos queda? ―preguntó. El día anterior habían encontrado una gruta profunda y en su interior, descubrieron una pequeña veta de mithril. Suficiente para algunas horas, pero mucho menos de lo que necesitaban para escapar del planeta. Sasha ojeó el medidor. Pronto entrarían otra vez en reserva y así se lo hizo saber al capitán. James pensó en suspirar, pero después lo pensó mejor y fue a echar un trago de la botella de bourbon. La nave volvió a tomar tierra una vez comprobaron que la montaña había cesado de vomitar nieve y rocas a mansalva por su ladera. Descendieron cerca del boquete abierto por la explosión en el hielo, aún humeante. La Butterfly usó los retroimpulsores inferiores para bajar con suavidad, desplegando las seis patas metálicas justo 12


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antes de posarse en la superficie helada. En la cabina de mando sintieron que alguien aporreaba la puerta desde fuera. ―¿Quién es? ¿Se han estropeado los comunicadores y no me he enterado? ―El capitán James miró a Sasha con seriedad. La chica puso cara de póquer, con lo que James le guiñó un ojo cuando de nuevo aporrearon la puerta, más fuerte si cabe. James volvió a hablar por megafonía: ―¿Hola? ¡Probando!, uno, dos… ―Déjese de pamplinas, capitán. ¡Y abra la maldita puerta! ―gritó Mario, el político, en un tono poco amistoso. James sonrió, socarrón. No abrió la puerta, en cambio volvió a usar el comunicador. Sasha no pudo evitar reírle su humor negro. Pero enseguida se tapó la boca para silenciar su carcajada, antes de que la oyese el pasajero. ―Se olvida usted lo más importante otra vez, señor excongresista ―James subrayó el “ex”―. La diplomacia, amigo, la jodida diplomacia. ―Por favor, abra la puerta. Necesitamos hablar con usted. ―Eso está mejor, mucho mejor ―respondió con sorna. Ahora estaba en una postura relajada sobre su asiento, con el respaldo inclinado. Elevó su dedo índice. Sasha se serenó, inspiró hondo para ahuyentar la risa, expulsó el aire poco a poco, y finalmente abrió la puerta. El puño de Mario golpeó al aire, con tal ímpetu que perdió el equilibrio. Éste corrigió la postura con presteza y se estiró la chaqueta antes de penetrar en la cabina, donde reinaba una luz diáfana. Su mujer, Darla, le pisaba los talones embutida en un elegante vestido y un valioso collar de cuentas. James se levantó para recibirlos. Sasha lo imitó. ―Señor Mario, señora Darla ―saludó James, con fría corrección. ―Hay un error en el plan. ―No lo creo. Es muy sencillo: ustedes dos se quedarán en la 13


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nave mientras el resto salimos a explorar el agujero. Dejaremos activado el sistema de camuflaje de la nave para que ninguna criatura hostil pueda atacarles. Es más, les invito a unas copas de mi bourbon si se portan bien mientras salimos de fiesta ―respondió James, condescendiente. ―Verá, no sabemos qué reglas rigen en este lugar en el que usted nos ha metido. Convendrá en que pagamos una buena suma por nuestros pasajes. ―Así es. Hable. ―Solo le pedimos que se quede la chica a bordo, con nosotros. ―Entiendo… De ese modo, si la cosa se tuerce ustedes podrán huir con la nave. ¿Es eso? ―Sí. ―Como usted sabe, cada cosa tiene su precio. Esa también. ―¿Cuánto? Ya le he pagado una cantidad importante. ―Cien más, de los grandes. ―Hecho ―Mario asintió, manteniendo el semblante serio. Era calderilla para alguien como él. ―Para cada uno ―añadió James, mirando directamente a los ojos azules del excongresista. ―¡Por ese precio podría tener a un piloto de verdad con formación militar, y no a esta hippie! ¡A saber de dónde la ha sacado! ―¡Esto sí que no! ¡No voy a consentir que un corrupto me insulte! ―protestó Sasha, encarándose con el hombre de pelo cano. James se levantó como accionado por un resorte, interponiéndose entre ambos. ―¡Callaos los dos! ¿Os tengo que recordar lo crítica que es la situación? ¡Lo último que necesito es una pelea de parvulario! Lo toma o lo deja, Mario. El político negó con la cabeza. ―Está bien ―dijo en cambio―. Disculpe, la tensión del momento me ha jugado una mala pasada ―añadió, mirando a Sasha. Luego se 14


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dirigió otra vez al capitán―. Pero por ese precio, su segundo tendrá que obedecer sin chistar, ¿de acuerdo? ―De acuerdo ―concedió James―. Sasha estará en cabina, usen el comunicador y les atenderá. ―Por supuesto ―recalcó Mario―. Avísenos cuando vayan a bajar a ese agujero. Suerte. El político se volvió y salió de la cabina seguido por su mujer, Darla, quien los miró a ambos apretando sus morros de piñón con aire ofendido, antes de marcharse. ―¿Y a esa qué le pasa? ―dijo Sasha en cuanto salieron. ―No tengo ni idea. ―James tomó asiento de nuevo frente al cuadro de mandos tridimensional―. He activado el camuflaje. No pierdas de vista a los que detectaste en esa montaña, aunque parece que no se mueven… ―No, se movieron un poco con la explosión y la avalancha, pero después se han estado quietos. ―Bien. Toma, por si las moscas. ―James le tendió una pistola láser a Sasha, que la cogió con mucho reparo―. ¿Sabes usarla? ―No tengo la menor idea. Supongo que es como en los videojuegos. ―Más o menos ―James se la arrebató de su mano―. Aquí tienes el seguro, el gatillo es muy sensible, así que asegúrate de que vas a disparar antes de quitarlo. Volvió a darle el arma y se levantó. ―Llama a los mellizos, vamos a ver qué tenemos ahí abajo.

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Cuadro 2

Los problemas crecen


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