© Butterfly III. Peligro y Placer. © Sergio R. Alarte por relato e idea. © David Puertas por ilustración, portada y realidad aumentada. Corrección y maquetación: Kharmedia.es Primera edición: Octubre 2013 © Kelonia Editorial 2013 Apartado de correos 56. 46133 - Meliana (Valencia) hola@kelonia-editorial.com www.kelonia-editorial.com
Cuadro 1 Despertar
L
a oscuridad. Absoluta. Después los sonidos, mecánicos y acompasados. Finalmente, luz. Cegadora al principio. Luego la vista se acostumbra. Ve algo, pero solo su tacto revela dónde se encuentra: en un tanque de curación, sumergido en un fluido viscoso, espeso… aunque de temperatura muy agradable. El nivel de los fluidos comenzó a descender un tiempo más tarde. El vidrio del tanque se deslizó hacia abajo y una mujer rubia de ojos grises, con un rostro frío pero que guardaba cierto atractivo intelectual, comenzó a quitarle todos los tubos y electrodos que salían de su cuerpo. Lo ayudó a sentarse en una camilla cercana y a ponerse un pijama blanco. El capitán James echó un vistazo alrededor, aún aturdido, sin descubrir ningún detalle que le permitiese averiguar en qué lugar se hallaba. De modo que intentó hablar, aunque le costaba articular palabras. Era como si se le hubiese dormido la lengua: ―Whisky. ―¿Qué? ―M’ha oído. Quiedo whisky. ―Creo que eso no le conviene ahora mismo, señor James. ―¿Mi nave? ―preguntó, con un pánico repentino. ―Su nave está bien ―respondió ella, sonriendo con benevolencia. ―Y… ¿los demás? ―Más o menos bien, como usted. El que se llevó la peor parte fue el chico rapado. ―«Tajo», adivinó James. ―Y… ―la doctora le puso el índice sobre los labios, acallando sus preguntas. ―Descanse ahora, ya falta poco para que se recupere. Todo está bien, tranquilo, el señor Dorovan se ha ocupado de todo ―la doctora lo ayudó a recostarse sobre la camilla. James cedió al cansancio y cerró los párpados, cayendo dormido. Para cuando volvió a despertar, se encontraba mucho mejor. La 7
doctora llegó enseguida. James pidió ver a su tripulación y hablar con Mario Dorovan, en ese orden. ―A sus compañeros los podrá ver enseguida, están más o menos como usted ―le repitió, mientras ambos caminaban por un pasillo blanco―. Le esperan aquí. ―La doctora ojazos, como James la había rebautizado para sí mismo, apretó el interruptor y la puerta se deslizó, invitándole a entrar. ―¿Y cuándo podré ver a Dorovan? Tengo ciertos asuntos que zanjar con él. ―¿Es urgente? ―Me debe un montón de pasta. ―Ah, bien… ―La mujer apretó sus labios para pensar. Parecía que aquello del dinero no iba con ella―. En una hora se reunirá con usted. Mientras tanto, no se vayan muy lejos, ¿de acuerdo? ―Claro ―afirmó James, y traspasó el umbral de la sala. En cuanto dio dos pasos pudo ver a la joven Sasha y a los mellizos mercenarios, Tajo y Zarza, bajo una luz de un blanco diáfano, todos sentados alrededor de una mesa. Sobre ella resplandecían tazas metálicas de café, y había algunas bandejas de pastelillos variados. Pero eso no llamó la atención de James, no al menos de la misma forma en que lo hizo la cuarta figura que estaba sentada alrededor de la mesa, justo al lado de la única silla que quedaba vacía, y que James supuso que le estaba reservada. Era un moderno androide, una figura humanoide de metal celeste y ojos amarillos. Parecía que estaba hablando sobre algo importante, su voz sonaba agradable, pausada y clara… ―… como sabéis, los mauros son indestructibles. Si algo ha frenado la colonización del borde exterior del universo en estos años, más allá de las continuas luchas por el poder entre cibernistas, humanistas y corporaciones, eso ha sido la existencia de una raza alienígena virtualmente inmune. Los mauros, u obscuros. Por esto nos encontramos en el Sistema Bisolar y no más allá del cinturón 8
de Ulises. Satuine es el último planeta, a día de hoy, que reúne unas condiciones idóneas para la vida y posee una cantidad de mauros, digamos, no descontrolada. James, que había permanecido aparte mientras asistía al final de la narración, aplaudió teatralmente al acercarse. ―Buena explicación, pese a salir de un montón de chatarra. ―¡James! ―Sasha se abalanzó entre sus brazos y se estrecharon con afecto. ―¿Qué tal te encuentras, capitán? ―preguntó Tajo, levantándose de la silla para ofrecerle su mano enguantada. ―Bien… ―aceptó el apretón de manos―. En realidad, estoy como si dos de esos gigantes se hubiesen echado un partido de básquet con mis pelotas. Pero no pienso quejarme. ―Si ese viaje hubiese durado un día más, yo estaría ahora jugando al ping-pong con tus pelotitas, capitán ―dijo Zarza, con una ironía que a James le sonó llena de cariño. ―Vamos, no fue para tanto… Sasha, Tajo y Zarza lo miraron de tal modo que incluso James reculó. ―Bueno, sí que lo fue. Eso me recuerda que tengo que hacer un par de cosas… Dentro de una hora hablaré con Mario y cobraré lo nuestro. Después, hay que celebrar el éxito de la misión. Os lo merecéis, habéis hecho un gran trabajo. ―James los miró uno por uno, con orgullo. ―¡Yupi! ¡Por fin una fiesta! ―exclamó Sasha, sonriendo de mejilla a mejilla bajo sus rastas celestes. ―¡Amén! ―apoyó Zarza. El androide también se había puesto en pie, esperando con paciencia su momento: ―Capitán James, yo soy C6PO, androide de protocolo y relaciones cibernéticas humanas. Estoy aquí para responder a sus necesidades de información. 9
James lo miró con reticencia. Había combatido a muerte contra robots, cyborgs y androides durante la Ciberguerra, había perdido demasiados compañeros allí como para llegar a confiarse con cualquier montón de chatarra, por muy inofensivo que éste pareciese. Decidió seguir ignorándole. ―¿Cómo estás, Tajo? La doctora me dijo que te habías quedado con la porción más sabrosa del pastel. ―No me quejo, capitán. Aunque tengo una mano nueva que no le va a gustar un pelo ―Tajo se sacó el guante. Ante los ojos entrecerrados de James apareció una mano biónica, producto de una aleación de cromo, piel, plastiacero y circuitos. ―Pues a mí no me gusta; pero mientras le guste a tu entrepierna, tendrás que conformarte. ―Claro… ―Tajo sonrió, algo forzado. Sasha carraspeó, y Zarza empezó a hablar con el androide: ―Así que en Satuine todos vivís en las nubes, ¿cierto, C6PO? ―Sí, señora. Si no tienen nada que hacer, les puedo enseñar la base. Perséfone, así se llama donde nos encontramos. ―¡Genial! ―exclamó Sasha, y se puso en pie de un salto―. Y mientras damos un paseo, nos puedes seguir contando la historia de esos obscuros. ¿Salen todas las noches a la superficie? ―Sí, pero… ―En Satuine solo hay un día de noche por cada año terrestre ―se adelantó James. ―Iba a decir justo eso: de las 8760,5 horas que tiene el año, solo hay veinticuatro de noche ―apuntó el androide, mientras su cabeza metálica giraba de un modo que a Sasha le pareció muy cómico. Salieron de la sala de descanso por una compuerta triangular, y anduvieron por un pasillo transparente. Desde allí podían ver a través de las paredes acristaladas. Las nubes desfilaban mansamente en el exterior. Se deshacían en volutas estiradas de oleadas perezosas, sobre un cielo púrpura que bebía de la luz de dos soles: rojizo el uno 10
y el otro azulino, enorme. Éste era el que se exhibía más alto en la bóveda celestial. ―Wala… ―murmuró Sasha, rompiendo el silencio del grupo. ―Los dos soles son Ine, que en realidad tiene el mismo tamaño que el de la Tera-Tierra, y Satu, una estrella gigante ―informó C6PO―. Pero no se queden aquí, vamos. Siguieron por el pasillo y llegaron hasta otra compuerta que se deslizó para permitirles entrar. ―Las salas de placer de Perséfone permiten a sus ciudadanos relajarse de sus ajetreos diarios ―iba explicando C6PO, mientras se adentraban en aquella maravilla de la tecnología―. A mi derecha están los jacuzzis, a mi izquierda la piscina olímpica, y un poco más allá tenemos una sala polideportiva, así como el espacio de meditación y un salón de divi. Hay androides en la puerta de cada sala disponibles para cualquier cosa que deseen. De hecho, esta estación es uno de los destinos turísticos más recomendados del universo, el mejor en varias galaxias de distancia… ―¿Cómo es posible que todo esto salga rentable, si este planeta está en el culo del universo? ―preguntó Zarza, intrigada. ―Verá, aquí no es tan difícil llegar cuando uno se encuentra alejado del centro, de la Tera-Tierra. Hay unas cuantas galaxias habitadas relativamente cerca, y los corruptos, mafiosos y magnates de la Tera-Tierra vienen por aquí siempre que las cosas se les complican, o cuando tienen unas vacaciones largas y desean olvidarse del estrés de sus vidas diarias. ―¿Esas luces verdes, qué indican? ―preguntó Sasha, aliviada al sentir que, al fin, había encontrado en C6PO un informador al que no hacía falta tirarle de la lengua. ―La ocupación. Ahora mismo, la sala de relax está al completo. ―¿Siempre está lleno? ―preguntó Tajo, que no paraba de flexionar y estirar las falanges de su mano nueva para comprobar su funcionalidad. 11
―No siempre. Han llegado ustedes a Satuine en una fecha señalada: en menos de veinticuatro horas comenzará la Carrera Nocturna, el acontecimiento mediático más popular del sistema. ―Genial ―dijo James, que no paraba de observar a todos aquellos androides. Lo hacía con la misma cautela que emplearía si se tratase de tigres que de un momento a otro fueran a saltar sobre él―. ¿Por qué me miras así, Zarza? ―Relájate un poco, James. Estamos en un balneario. Cubrió su rostro con una máscara de frialdad antes de volver a hablar: ―Creo que aún no estoy muy centrado. Eh, C6, ¿me puedes llevar a ver mi nave? ―Como desee. Por aquí. Abandonaron el balneario y atravesaron varias compuertas antes de alcanzar el taller, que se hallaba cerca de los hangares. Por los pasillos se cruzaron con algunas personas y androides, pero ni tan siquiera les dirigieron una mirada curiosa. En cuanto entraron al taller el ambiente resonó en un galimatías de chispazos, bips, metales entrechocando y palabras cruzadas entre los operarios. Era un gran espacio rectangular. Dominaban los flexos robóticos, apuntando hacia la carrocería de diversas naves averiadas. Más tenue era la iluminación de unos focos prismáticos que sobresalían del techo. Pasaron por delante de varias naves antes de dar con la Butterfly. James las observó todas con verdadero interés, olvidándose por ese tiempo de los androides. Una corbeta thorinia con forma de martillo, que mostraba las piernas de un mecánico que trabajaba en ella tumbado por debajo de su alerón inferior; un carguero satuino, que antes de que le arrancaran la cola debió de parecerse a una mangosta; dos deslizadores terrestres y… Ahí estaba ella. James se adelantó tres zancadas al resto del grupo y puso su mano con dulzura sobre la plancha ennegrecida, bajo la cabina. 12
―¿Cómo estás, pequeña? ―murmuró, sin saber si los demás le oían y sin que eso le importase―. Te portaste bien, allí arriba… Después, el capitán retrocedió unos pasos para obtener así una panorámica de la corbeta libinia que les había sacado de las garras de la muerte. La Butterfly todavía presentaba un aspecto lamentable: el cuerpo superior estaba desconchado y su chapa, por lo común de un azul resplandeciente, se acercaba ahora al gris ceniza. Como si se tratase de una chuleta que había pasado demasiado tiempo en las brasas. Un mecánico apareció a la vista, saliendo por encima de la torreta izquierda, la que había volado por los aires contra la dragona, ¿o fue huyendo de la Snake? James sacudió la cabeza, dolorida por un instante cuando un pinchazo le cruzó por la sien. Preguntó al androide: ―¿Cuánto tiempo hemos pasado en los tanques? ―Tres días, señor. ―Bien… ―Se volvió hacia el mecánico. Éste había ignorado a la comitiva que pululaba alrededor de la nave y continuaba con su trabajo en lo alto de la torreta, conectando cables aquí y allá―. ¡Eh, cuidado con eso! ―¿Con qué? ―respondió el mecánico, sacándose las gafas de precisión. ―Con mi nave. Es la corbeta más rápida de la galaxia. ―Claro, claro… ―respondió el hombre, condescendiente. Se volvió a encajar las gafas para continuar con su trabajo. ―¿Cuánto tardará en estar lista? ¿Me oyes? El mecánico resopló, fastidiado, y después respondió sin quitarse las gafas ahumadas: ―Un par de días. Puede que algo menos. Ha tenido suerte de que tuviéramos algunas piezas de su modelo en el taller, porque si no, habría ido directa al desguace. Me sorprende que hayáis llegado hasta aquí dentro de esta… 13
James encajó el comentario frunciendo el ceño, y el mecánico dejó la frase en el aire. El propio James iba a decir algo, ofendido, cuando Sasha le agarró por el brazo. ―Vamos, capitán, creo que lo mejor será que le deje hacer su trabajo y se quite este pijama de hospital. ―Tienes razón, Sasha. ¿Dónde puedo vestirme? ―Acompáñenme ―respondió C6PO―. Tienen vestiduras disponibles para su uso por cortesía del señor Dorovan. El señor Dorovan les espera en quince minutos, y no conviene que le hagan esperar. Es un hombre muy atareado… Todos salieron del taller de naves detrás de C6PO, aunque James no pudo evitar volver la vista por última vez para mirar a la Butterfly mientras la puerta triangular se deslizaba hasta cerrarse con un chasquido. Caminaron por varios pasillos transparentes siguiendo los pasos del androide antes de alcanzar una gran sala circular. Era similar al hall de una mansión. Solo que allí, en lugar de cuadros, había pantallas flotantes y redondas sobre unos robots con forma de cabina rectangular y color blanco, algo más grandes que una persona humana. Eran roboperos, los modistos del siglo XLI. Sasha y los mellizos se acercaron sin miramientos y cada uno se paró frente a un robopero. Luego empezaron a teclear en los terminales mientras que James permanecía de pie, inmóvil, observando las pantallas. Tras el escaneo de los robots, que duró unos segundos, los cuerpos de Tajo, Zarza y Sasha aparecieron en las pantallas correspondientes. Se veían desnudos, pero no de una manera real sino como si tuviesen cuerpos de maniquí, sin ningún atributo sexual. ―¡Guay! ―exclamó Sasha―. ¡Estos roboperos tienen más modelos desbloqueados que el de mi casa! ―En aquel momento se acordó: su casa. Sus padres, que se habían quedado allí engañados, ya la debían de estar buscando por medio universo. Mientras pensaba 14
en aquello, seguía pulsando en el terminal y un vestido fucsia captó su atención. La nostalgia de su hogar se alejó como una humareda barrida por el viento. James se acercó a C6PO con discreción y le susurró algo al oído. ―No será ningún problema, capitán. ―Acto seguido, el humanoide celeste se acercó al robopero y seleccionó la ropa que el capitán le había indicado. Los demás habían elegido ya sus prendas y se metieron en las cabinas para salir vestidos.
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Cuadro 2 Flor de Loto