Los escombros del purgatorio Diana Morales
©
Todos los derechos reservados Diana Morales, 2014
Editorial
© De esta edición: Viaje a la Luna Ediciones / Raktas / Editorial Alas de Barrilete, 2014 Primera edición © 2014 alasdebarrilete@gmail.com ISBN: 978-9929-630-10-9 Impreso en Guatemala, C. A. En coedición con Nada Editores
Portada Diagramación
Ilustración en portada © Mishad Orlandini / Diana Morales
Omar Salán omarsalan@gmail.com
Los escombros del purgatorio
Diana Morales
Llegué arrastrándome buscando ansiosamente papel para clavar en él todo el rencor que me recorre. Lápiz mi puñal mi hígado negro de tintero decoraré con sangre ácida, formando espirales de rabia contenida. Múltiples demonios me aconsejan, me dictan retumban en mi cabeza, y yo recreo ávidamente este asesinato en letras. Estas cuatro paredes se volvieron un cuarto de tortura, en donde una a una mueren las palabras que me hieren. Pedazos de cabello caen, cual velo negro sobre tanta furia... ¡Quiero gritar! ¡Quiero maldecir! Los dientes rechinan en desacuerdo...
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Los escombros del purgatorio
Me transformo me oscurezco, se me infla el pecho con el aire venenoso del tormento. ¡Entonces sé, que este es el momento! Las letras caen envueltas en fuego, y el golpe final cae sobre este infierno, ...y yo la asesina me enorgullezco, de saber que fui yo quien exterminó tu fantasma. Las campanas suenan en señal de duelo, un asesinato acaba de cometerse, entre las letras de un desdichado sueño.
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Una obnubilada y mustia tarde, perforé mi cerebro, saqué las ideas y queriendo conversar con ellas descubrí que se habían suicidado
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Entonces me inyecto letalmente y no muero por si algo quedara pendiente se lo digo al cosmos me da la espalda y me clava las garras. A veces pienso que la vida no es misterio, entonces comprendo que tengo el cuerpo seco y que el alma se me ha hundido en un océano. El olvido es poca condena para tantos recuerdos, cuando se siente todo en un mundo estático la amargura se me queda como hiedra en los pies. Elegiría siempre algo más cómodo pero la naturaleza me traiciona y complica. Surge entonces la maldita agonía de saber todo y no entender nada. Las nubes recorren frívolamente el paisaje las gotas del sufrimiento van colmando la copa y se quiebra. Pero no es suficiente. Veré entonces al espejo y desfragmentaré mi frente. Cruzar los dedos estaría bien. Amarrarlos aún mejor. Se me apetece un poco del más allá que me queda más cerca, me bebo la melancolía y la nostalgia.
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Los momentos son luces falsas en el fuego que devora. No lloren no griten no digan no piensen. Zarpará el barco y no quiero que ondees tu pañuelo blanco. Fingiría que tu vida y tu muerte me bastan, Escupe sobre mis vanidad y tocaré la puerta, la bilis dentro de los intestinos me revienta y derramará mi rabia por los suelos. No te fíes de la debilidad de un moribundo recuerda que podrías darme el poder de volver a la creación y entonces destruirte sobre la tormenta que queda. Murmuro antes del final mi verdad: “Hielo eres y en témpano te convertirás”
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Los escombros del purgatorio
Mi voz es un niño extraviado dentro de la garganta, un trolebús empotrado en la vena de mi corazón. Tú me observas con tus ojos de ave buscando una patria lejana y ajena, a veces me ves pasar y tratas de engañarme como se le engaña a los infantes con el verano en el invierno al mismo tiempo que se le entrega un puñado de estrellas de metal para inscrustárselas en la melancolía. Ya no eres la flor que viaja por mi fluidos, ya tu frente es un pañuelo blanco a donde nunca llegaste pero desde donde siempre te vas. No hay más rostros cándidos que te pueda mostrar y que hagan trepar por tu cuello la dulzura de un instante.
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Ahora tengo los brazos llenos de retazos de furia, mis piernas son piromanía para los poemas que guardas en el cajón debajo de tu cama. Mi nombre está catatónico y mi mente está recibiendo inyecciones letales desde tus falanges. Aquí ya solo hay sangre corcoveando y bruma deseando ser serpentina. Adiós, para siempre adiós.
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Anoche tuve un sueño claro como un faro oscuro como cloaca: Había un príncipe con su cabeza de sueños y sus pies de tristeza, ojos de monstruo tragándose la tierra. Pero falleció y su olor quedó aquí, cuando se abrió la puerta te fuiste volando.
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El diablo se sacude las enaguas y en su torbellino de entrepierna, reseca las gotas de tinta que quedaban escondidas en las rendijas de la librera. Solamente escucho el crujir de unas teclas que señalan con la punta de la mala ortografía mi sien llena de tedio y la morbosidad de mi apellido para conocer los mundos recorridos diariamente. Los periódicos engañan, la televisión hace pastar todas las noches y los diamantes no son más que las babas de un banquero petrificado en sus corbatas. ¿Acaso olvidaron tu nombre? ¿Acaso recordarán el mío?
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Mi vecina reclamaba propiedad en los sótanos, ella estaba empalada con un rótulo que mi abuela pasó pintando sin querer. Los días disparan mucho, el parque se quedó con las inertes sonrisas y un poco de almidón en los rosales. No me gusta leer, porque me sangra el corazón. Solo mantengo los ojos pegados al techo y respiro el carbón que salta de los volcanes que dejé en las suelas de los zapatos. Quiero un plato de buena comida y saber que mañana romperé de nuevo la alcancía para conspirar. Mojo mi meñique con un poquito de coñac y el dedo medio se lo dejo al azar y su cacofonía. ¿No escuchas los bombazos?
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La tristeza cae como un mal mentol en mi pecho, vaporizándose, atemorizando cada hebra de la columna que sujeta la aorta y la planta. No escribiré más tu nombre, aunque de verbo este sobrepoblado tu fantasma y mi cama se convierta en un perol de hormigas rojas mordisqueando mi risa amarga. Sé que hay primavera pues veo las flores y de hielo a nieve degusto su polen. Estoy sola y no me gusta el consuelo. Estoy sola en medio de una aglomeración de lápidas. Ya no te escucho entre la gente y vos ahora cambiaste de tren
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Tu puĂąo desgastado va derramĂĄndose por las paredes y un soplo de noche calla el silbido de la hierba que perdiĂł tu tierra.
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Ya nadie recuerda a sus muertos entre los cadáveres vivos y vahos de panteones urbanos. Deslucida la noche emerge entre los aullidos de los poetas nocturnos, y mastica una canción de cuna detrás de su propio sepulcro. Se aburre Dios, se aburre Satán y en un museo de cera resplandece el polvillo de la mugre y los dedos llueven dentro de mi cajón cocinando mis ecos en sales de rubíes y cráneos como pajareras de infinitos desvelos.
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Dulce madre angustiada que envías huestes de buitres agoreros a reventarme la tráquea ¡Rigurosa como una puta en celo! Hoy es noche de carmines y poemas viejos, desnúdate, mis manos abrazarán tu garganta Y tus sílabas serán propiedad del infierno. ¡Tierra! eres el mausoleo de migajas de huesos y tus fauces arrojan huestes de gusanos que se llevan la memoria de los que seguimos vivos. Se enroscan las púas del dolor en mi espina dorsal. A lo lejos unas ancianas gritan y su aliento a vómito esparce por la aurora boreal que un loco se ha suicidado desde Mondragón. La pesadilla de un difunto es alabanza al cielo, el clamor del averno y la espera del purgatorio.
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La maldad está en la superficie se desliza sigilosa por los pétalos de una rosa que esconde sus raíces de lápida. Niña de rostro pálido tu barca está por partir entre océanos de cruces, veladoras que marcan tus piececitos de ceniza y flores que los árboles lloraron al verse desalojados de tus pupilas de princesa dormida. Viejo péndulo que observas la soga que cuelga tras la puerta en esos extraños días en que paso frente a ella y le acaricio las curvas con una mano que no es mi mano, y la veo con unos ojos que no son míos, y la presiento con una vida, que no es mi vida. ¿Cuándo acabarás el juego y me dirás que en realidad, ella nunca me dejó ir?
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Babel se despertaba ayer sobre mis pĂłmulos de grana y llanto de violonchelo, cascada de nepente, brazos de fragata y hielo seco. A las tres de la madrugada hundĂa mi cabeza en una almohada de duendes campaneros y ahorcados su yermo abrazo. Lagrimeaba atravesando el terciopelo universal y mi congoja se derramaba como los ceniceros cuando fallecen al sonar la una y cerrarse el bar. Horrorizada el alba se negaba a salir de su lecho de solsticios y mirra. Hoy se desordenaban mis greĂąas con el clima bipolar, calostro de clorofila y manantial de muĂŠrdago. Luna de marzo. Bienvenido invierno, te llevas el delantal de mi vieja y me traes el whisky bermejo de la caoba y el pino.
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Un libro que suelta la magia de un batallón de alter egos, una fotografía del siglo pasado donde un tipo teclea su máquina de escribir, sacándola de su cajón como pirata que encuentra su tesoro, pero que le palpita en el centro de su espíritu y su cetro es el sol.
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El clarinete desata su alma desafinada y brotan tulipanes negros desde la fogata en el bar. Mi vaso conversa de whisky con mi lagrimal, en tanto mi bufanda se ahorca contra el invierno tropical de una Antártida sin morsas... Es cierto, dije su nombre sin haberlo pensado y Nina se duchaba de lila en el tragaluz. Por las tardes me uno con el viento entre las islas de mi ciudad, voy soltando gaviotas entre poemas melodramáticos y baladas de adolescentes enamorados que juegan a no olvidarse jamás. Mi corazón cuelga en la orilla del mar, mi espíritu es un batallón de tigres feroces arrancando páginas de Lorca y lamiendo a Benedetti sin el rostro de vos.
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Este verso es cursi el verdugo fue mi desesperación, en los ojos del perro deposito la melodía que en la madrugada saldrá a comprar cereales, tostadas y requesón. Hasta que me resbale en la acera y no haya quien se burle de mí.
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Deja que el café derrame sobre la mesa su verde perla y bañe los círculos polares que son muchedumbre en tus manos. El piso mantiene secuestrados los bailes y la cocina ahorca mi paladar que ya no besa. Soy una lágrima en palabras atropelladas por el tráfico de cabeza. No es cierto que olvidé tu nombre, solo que no recuerdo por dónde caminas. Los perros han escapado y mi abuela me dijo adiós desde su charquito de whisky. Mi madre se suicida con las medias de seda que olvidó la amante de mi padre en la cabecera de la cama.
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Mi hermano se divide entre transexuales y la chica bonita que lo besó en la mejilla. No lo sé. No lo sabes. Lo sabes. Yo no lo sé. ¿Dejo al corazón que naufrague o es que el pez chico se ha tragado al grande? La música transpira en mis zapatillas viejas. Me movilizo entre ruedas y los buses abrazan mis facturas sin pagar. Aquí salgo a patear latas. Aquí cierro la puerta y en el cerrojo dejo atravesado un pañuelo rojo.
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Pierdo la batalla ante los agujeros del techo yo sentĂ que aspiraba su vacĂo y los que me comen son ellos.
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Sigilosa trepa la espina dorsal, silenciosa mete su lengua viperina entre las articulaciones del esqueleto, que sostiene la felicidad Subversiva maldita mortal Deambula por el corazón y las venas, succiona como sanguijuela la exquisitez de la lucidez completa Drena Muerde quema sin pompa posee sin prejuicio, abraza se vuelve parte de las entrañas hasta que de los ojos empuja lágrimas amargas Sigilosa la pena llega ruidosa la pena se va y dejando el cadáver del alma, va en busca de otro lugar
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Enredándose en los recodos de lo volátil goterones dactilares transitándote en espirales dejan el rastro difuso de tus labios en tono violeta. Gélidos pasos abren trecho a tus sudores. Cierro los ojos y se me pegan las esporas de tu dolor, juego a clavar alfileres en tus pupilas por ver si emerge el cosmos rojo de tus retinas. Siento que me voy entre pausas y suspensos, gritos azul cielo que se estrellan constelaciones formando tu sonrisa eres mi asesina consentida piel de demonio. Tardes en las que trago fantasmas y te los dibujo en acuarela vomitada por pinceles, pelusa de lobos sacrificados nebulosas de droga elixires de brujas geometrías espaciales. Cubiertas amigables de libros que mueren ahorcados por las manos de hojas viles 28
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estalactitas en las profundidades de mis pensamientos palabras huérfanas, vocablos rotos: CA
YE ND O
Caemos por las sombras a comernos constelaciones, hemos puesto bacterias bajo la sangre y suspiramos entre cada milímetro de pieles con aruños. Muéstrame el guiño que tanto me hace reír. Se dice que he perdido el respiro entre mis palabras, pluma no seas necia y no me tires llaves sin cerrojos. El tra, tra, tra de tu metralleta me revienta los tímpanos. Me gusta la cabellera de Diana, porque se estira y se encoge. Cuando mis ideas son grandes o pequeñas como cuando un niño nace y luego se hace grande pero siempre llorará cuatro lágrimas pesadas por amor… Existen días en que pasa rozándome la piel una bruja ¿habrá hechizo caído sobre lo que ya no necesita conjuro?
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Me gusta la cabellera de Diana, porque se estira y se encoge. FotografĂas en donde colecciono tus manĂas Mares en desiertos. Saber que el camino se vuelve angosto y que mis pasos han de hacerse ligeros que las alas no son ajenas y que puedo hacerlas de papel.
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Mi corazón fragoso arde en el penacho mágico de su encanto, la noche es una pantera que acaricio con el aire inocente de los sueños, que descienda el plumaje del éxtasis y cobije los dones nonatos de mi espíritu, danzas tribales de dioses y diosas en los vértigos que dibuja mi insomnio. De las costillas me refulgen los cometas que navegan atravesando las células del silencio, y ante el dolor de parirlos se riegan de colores los abismos, soy lo innombrable de la bondad de magos y hechiceras, la candidez de tu piel envuelve cadáveres pretéritos. El infierno amarra lenguas y desata las mieles contenidas en el paraíso de los verdugos, vierto sulfuro de estrellas en los aceites aromáticos de mi sensualidad, dermis que se levanta y deambula por las papilas gustativas del placer. Del óleo de tu naturaleza es mi pincel, de los matices de tu aura mis ojos esclavos, amordázame y esculpe en mis huesos la lápida en honor a mi debilidad.
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La poesía es la llama que otorgas de mano en mano ¿Quién habría de humedecerlas antes de recibirla? Mi mente es el caos diamantino en males colectivos, tranvía de irregularidades, pueblos fantasmas aglomeración de sudores. El océano iluminado espera, hundámonos, éste no será el bautizo de mi tiempo, será el sacrificio leve entre tus fauces, porque en las olas de tu saliva: Su alma es la tormenta.
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Voy provocando incendios en el céfiro y dejo de testigo al sol plomoso de la ciudad, me atrevo a sacarle risas a la bruma que a lo lejos trata de llorar escondida entre las olas, soy quien extiende el pañuelo blanco dando bienvenidas y no adioses, café matinal y charla sensual con el azúcar, hago piruetas poéticas sobre los diarios cuando su espalda me diseña artefactos voladores. El pan de la tarde me llama. La leche tibia de las estrellas me duerme. El insomnio siempre llega. Y él siempre me atrapa. Los ángeles temen a la oscuridad y mis dedos encienden bombillas con besos, desato una alborada que toque ventanas y tiempo. Inexacto, casi eterno. Espacios que no se crean, porque nacen, y tus pies descalzos atravesando en vorágine mis prados, acordes y melodías elásticas. Y vos desafinado. Yo soy el mundo.
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Ondas febriles traspasando esteros de congojas que soliviantan la pasión y mutan en ogros de témpano. Tienes el ojo del cielo en el centro del corazón, disparando corolas, enroscando tu matiz de agua en los montículos de mis ojos. Desafías el paralelo del porvenir con la sangre caliente de tu parpadeo y las rémiges de tu poesía, eterno amante de Euterpe, baja el escudo, suelta la espada, duerme en mi regazo, la bóveda celeste dormita entre la boca del sol… Guarda el beso en el empíreo de tu boca, y suéltalo en pleno vuelo, que su toque sea el despertar de duendes y gnomos, y tu aleteo sea el sonido de guitarra para saber en dónde aterrizar. Te extraño.
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Viento perlado de las mañanas, que agita sus brazos ufano, hurgando en el ombligo de Dios, surcándole mesetas y continentes, bañándose de mares poseyendo las libélulas de la tierra rociándole lágrimas el paladar de alguna plaza. Sos del viento. Escondés tu rostro entre la luna de oro, y desde los polos de mi habitación voy dibujando tus ojos que son mi patria, y tu libertad que ata las velas de mi barca, llevándola sobre alfombras mágicas hechas de plumas de guacamayas. Sos del viento vespertino. Tus dedos de noche y guitarras sin acordes, en el silencio desmedido que desemboca en ríos de imaginación. A un costado de mi cama existe tu cuerpo, a un costado de mi pecho habita mi poesía y al centro de mi corazón habita tu nombre. Sos del viento nocturno.
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El alba enrosca su lengua de corales entre mi columna y se han quedado cautivas todas las estrellas se yergue de nuevo el día presuroso y despreocupado, tenso y acongojado. Tu viento repentino se tira desde la ventana, impregnándome los dedos de algas, preñándome el vientre de fulgores. Sos del viento. Versos como chispas en la gran fogata de la vida, en aquellos laberintos infernales donde quizás nos encontraremos, donde alguna vez escuché tu voz y escuchaste mis palabras, hoy cuando se despiertan hábitats de nuevos animales, pasillos con revoluciones sin explorar y tu poesía es lluvia dispersándose en el universo. Sos de los vientos.
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Abren sus bocas de mármol para golpear a la sangre y guerrear con fantasmas. Van de frente, vienen de espaldas, cuecen sus dedos y levantan vuelo con sus alas de palo. La cuerda tal, traste tal, tonada tal, sus párpados violáceos chorrean mi lengua muerta. Hoy descubrí que mi amante tiene un garfio y me besa con un ojo abierto con su pupila que brilla como un cuchillo partiendo la melodía. Dedo medio en cuerda uno, mano derecha relajada, ellos y ellas pronuncian mi nombre y me muerden el hombro y siento su aliento de hienas, S.O.S. en botella de ácido. Lo siento, perdón, lo siento, perdón, lo siento quiero hervir tu aorta en mi tazón de leche y sorber pentagramas.
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Ya no me invitarán a su mesa ni me tocarán la rodilla para sentir mi hueso roto. Mientras se ríen y se asolean, de este lado hay una canción que tuvo que huir por la puerta de atrás. Víboras.
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Busco la señal: una pestaña expulsada de tu atmósfera o el chasquido de tus dedos a mi plexo solar. Trato de seguirle el paso al músico neurótico de tu respiración y así quizá logre inhalar el polen de tu caos. Nunca supe llenar de flores los caminos de los tipos que me humedecen las sílabas: ¡Ah! ¡Oh! ¡Ah! Las palabras no me funcionan y sólo puedo ser un compás amorfo que agita cada vez más mis ganas de encajarle los dientes a tus pantorrillas. Vení y acóstate hoy conmigo. Mañana ya no querré volverte a ver.
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Salgo. Se me hunden las huellas en un mármol de nieve, no existe humareda en las pipas de los marineros, playa de níquel y acero. Miro. Cada amanecer es un desfile infinito de polvo traspasando la luz del sol y paredes con espaldas agujereadas por adioses y relojes de yeso. Duermo. Lápida ígnea de apellidos, cajas de zapatos rebalsando caminos que alguna vez te propuse con piernas abiertas.
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Sexto. Babel de profetas, desiertos, lanza y disparos, Tomados iridiscentes y martini seco. Libertad. Ruta de evacuación marcadas con dedos de versos inacabados, interminables. Insomnio. Soy ajena en los rostros níveos que celebran ojos bruñidos y pálidos cirios. Amor.
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Veo a mi vagina ser atravesada por astros cegadores, preĂąarse de mentiras naif y dobleces de lĂĄgrima. Reposo en segundos entre camposantos de miel y arrebato de velas. Respiro. Caen las hojas filosas de algĂşn dĂa que no he visto en mis pulmones atragantados de huracanes narconizantes y la anunciada ausencia de tu muerte en mi regazo Catalepsia.
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I La luz: el cordel baja por la temperatura del cuello hasta volverse aguijón de opio. No. Los pinceles no son bicolor y no se trata de elegir entre el lila y el añil, ni llantas o los pies. Solo voy haciéndole vapor a los globos en el cielo y toco un poco de rock al té frío del rincón. Un blues de naves en puertos de limón. Solfeo. II Flores de loto en dinteles. Trazos rotos entre el papel y el vocablo. Callar en el mouvement introductif de un puente y el arma que gira en la sien. Respirar en la copa de los árboles saboreando el numen del sonido. III No se me callan los dedos, el lápiz va de tropel a locomotora en mil. Se me arrugan los ojos pero no las visiones. La línea es una franja de esquirlas y balas con vacío en la testa. Duermo en el lomo de una pesadilla que sacude sus pulgas en la alforja del dilema. Entonces giro las tuercas del reloj amortajado que raspa de diente mi tiempo.
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Está bonito el día y mi espíritu lo abarca en pleno vuelo hacia no sé dónde. Qué sé yo. El alba incendia mi boca, la que saldrá a buscar la tuya en medio del tránsito que golpea las avenidas del centro. Encontrémonos. Me llamaste. Te llamé.
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Las sílabas son de azabache y la garganta de embudo es de pleamar, entre una gris vocal, una verde consonante, entre la libertad y buscarse un sedante al dormir. Mi melena añejada, con sus hilos blancos asomándose como sudor de esperma cayendo del paladar de Dios, acompañan ecos sin ecos, voces que no son nada y mi frío que es calor. Aligero los pies para el baile, respiro con las venas entreabiertas, la música corroe ese breve espacio de cosas que con una alegre tonada en la barriga de un violín, me dicen adiós.
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El ulular de las campanas transmutan el óxido en carroña y sexo de atardeceres lluviosos. Recorrer litio y canela en largos trazos de piel y ubérrimas adolescencias bajo calles de tiza de color y exclamaciones en gris de soledad. C a e… todo se cae,
todo se evapora lentos martillazos y nuestros gritos son bengalas a los siete cielos para quedar encerrados en el pubis de un ángel que hoy decidió colgarse del balcón de Dios.
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