Renuncia viril a la mujer nostalgia. Una mirada al poemario AMADA BEGOÑA por Isaac Morales

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Renuicia viril ala mujer nostalgia. Una mirada al poemario Am ada Begoña de Kristel Guirado I saac Morales Fernández tras verso vamos advirtiendo a los hombres, que es lo mismo que decir al hombre, desmigajarse amarga­ mente en deseos frustrados. Pero no son derrotados tan fácilmente. Previo a ello, Begoña les concede la posibilidad de soñar con ella, ansiarla y excitarse con MARÍA su sonrisa precavida a través de una pantalla de com­ Cuando el ciego oyó doblar el papel, preguntó: putadora o por un mensaje de texto. Luego de esto, -Nada urgente, supongo. Begoña debe ponerlos de lado porque ella no saldrá Hice un gran esfuerzo y respondí: de su cómoda cotidianidad de mujer estable, casada -No, nada urgente.” y con hijos. Y así, Begoña intenta cerrar ciclos amoro­ Ernesto Sábato en E l túnel sos, ante la insistencia de un pretendiente en especial, Ese hombre deseoso, errático, enloquecido, contris­ “Un tal Ariza” (en clara alusión al Florentino de El tado, capaz de cometer aquel error absurdo de Orfeo amor en los tiempos del cólera) que siempre “tiene de que causa la condenación de su amada Eurídice, ese nuevo su nueva dirección”. Si Amada Begoña fuese un macho torpemente enamorado, es el tema central del libro de narrativa, este sería fácilmente su argumen­ libro Amada Begoña (La Mancha, 2012), de la poe­ to. Pero veamos cómo esta historia de historias, esta ta, narradora, teatrera y lingüista aragüeña-mirandina prosa versificada de amores como palimpsestos, se va desarrollando en el libro. Krístel Guirado (1968). “-Léala, no más. Aunque siendo de Mana no debe ser nada urgente. Yo temblaba. Abrí el sobre, mientras él encendía un cigarri­ llo, después de haberme ofrecido uno. Saqué la carta; decía una sola frase: Yo también pienso en usted .

Luego de una especie de confesión inicial (“estas ganas de rendirme de redimirme”), que bien pudie­ ra ser una declaratoria de principios (“no colecciono barcos, mis jaulas son mi casa”) o simplemente una poética (“tengo siglos poetizando bestias”, “las mil y un formas de la creación”) que es el poema Anat, el primer motivo que evidenciamos es la postal: Postal imaginaria de James Joyce, Postal con luna imagina­ ria, Mujer postal con mango imaginario son los tres poemas que siguen y comienzan a crear una atmós­ fera contradictoria donde todo alude a la situación tensa entre el erotismo y la nostalg'a. ¿Qué es más bello para mostrar-recordar la belleza de un lugar que una postal? Y a su vez ¿qué es más nostálg'co que una postal, especialmente para quien ya ha estado en el sitio que muestra la imagen y no tiene manera de volver a ese sitio? Porque por razón doble y hasta tri­ W ® A La renuncia y el adiós viril en medio de la nostal- ple la postal es una imagen, la postal en tanto objeto a se hacen evidentes a lo largo del poemario. Verso* o referente real, la postal como imagen literaria en Dice su autora que este libro no es obra suya, que es una “compilación”, una “antología de voces masculinas”, y en base a ello, los textos tributan a esta persona-personaje (¿real, imag'nado?) de Bego­ ña Infante de Infante, o más exactamente, a sus in­ contables pretendientes, pues son ellos, esos varones desesperados de amor y sexo (¿reales, imag'nados?), quienes brindan el germen orig'nal de Amada Bego­ ña, libro donde lo lúdico está total y mag'stralmente velado tras la temática aparente del desamor y lo dionisíaco; ¿o tal vez la señora Infante sea real? Nunca lo sabremos porque, convenientemente para nuestra 'I ® juguetona amiga Krístel, la extremadamente introver® tida Begoña nunca sale ni saldrá a la luz pública por más que la nombremos e intentemos hacerla aparecer = con el hechizo creacionista (por el Génesis y por Huidobro) de la palabra. No. Eso no sucederá.

* Ponencia leída el 20 de noviembre de 2014 en la UNEARTE en el marco del 2do Coloquio sobre Poesía Veneszolana Contemporá­ nea nea: Poemas y poéticas sobre autoras nacidas a partir de 1958.


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tanto su poder connotativo, pero también la imagen que nos hacemos en nuestra memoria de ese lugar de encantamiento: y es que también una mujer amada es un lugar encantado-encantador, una cima nublada a la que el despechado no puede ver ni recorrerla abier­ tamente. En este orden de ideas, ver o contemplar una mujer-postal implica un erotismo diezmado, rendido: “Yo sólo soy un canto de pájaro que apenas estremece briznas de hierba en el ancho paisaje” Y la mujer-lugar, o incluso pudiéramos decir mujernostos, en el sentido ambiguo de esta reminiscencia etimológica, se manifiesta así desde su simple olor, y de ese olor a mujer-nostos es urgente marcharse para aliviarse, como precisamente en el poema El perfume: “quiero borrar este aroma a tu universo (...) si tan solo encontrara un lugar para aliviarme un sitio donde respirar tal vez” Y la mirada asombrada hacia la mujer, la observa­ ción de sus mov'mientos, y la contemplación de su cuerpo, todo lo cual lleva intrínseco el carácter con­ templativo del pasmo semental, del deslumbramiento masculino, son elementos insistentemente presentes en Amada Begoña. Para esos hombres, para nosotros, esa mujer es una postal, es memoria, nostalgia, me­ lancolía, no cualquier souvenir, sino “cuerpo/puerto donde sigo atracando” (como expresa el poema Conv'cto, pág.36). Su autora ha sabido traducir la fijación del hombre que se enamora solo (o insuficientemente correspondido) y periódicamente cae en el infructífero voyerismo que sacia su morbo pero no su cuerpo; al contrano de la mujer, que tal vez no necesite siquiera el voyerismo, tal vez baste su imag'nación, su postal mental. Y para ellas el dedo es fálico, pero para noso­ tros la mano nunca será esa “cueva (...) hendija mansa donde atisbo una flama” (Anat, pág.22). Bien se ha dicho que la mujer aventaja al hombre en todo.

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Esa sería una primera lectura de este envolvente poemario de Kristel Guirado. La autora se desdobla en una voz lírica que siempre será la del hombre y su eterno desamor, su desasog'ego, su insaciabilidad hormonal, su pugna entre aspirar un amor duradero y anhelar simplemente sexo, pero el sexo como una li­ mosna, paradójicamente la limosna más cara que una mujer podría dar. Porque una mujer cuando quiere amar es una diosa hechicera, pero cuando es un hom ­ bre el que quiere, no es más que un pordiosero. Pero pensemos de nuevo en el libro: si su autora es una mujer (o su “otro yo ” como ella misma de­ lata ultimadamente en el Preliminar, o dos mujeres, o muchos hombres, no podríamos realmente saberlo por más que su autora insista), ¿cómo ver al hom ­ bre desde lo femenino? ¿Cómo entender “desde la hembrura” ese “ámbito inhóspito” -como ella misma dice- que es la sensación masculina del deseo? Des­ de Rimbaud, y Guirado lo recalca, sabemos que el/la poeta “es el otro”, pero, ¿cómo escribir desde el otro cuando este no sólo es del sexo opuesto sino que además es en todo sentido lo opuesto a ella, que lo esquiva mientras él arde de deseo a pesar de todo? Tal vez el hombre es una compleja simpleza para sí mis­ mo, pero una simple complejidad para la mujer, por lo tanto ella (llámese Krístel, Begoña, Fermina Daza, María Iribarne o como sea) opta por mantener el equi­ librio entre ambas posiciones. Es decir: Amada Bego­ ña, su poética, se mantendrá siempre en el terreno de lo ambiguo, como ya mencionamos, aspecto ev'dente en el poema Manos de dama, donde lo abiertamente erótico es distraído y hasta abruptamente interrumpi- M do, más que de manera lúdica, con una fina y hasta M dulce ironía:

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“de pronto un hueco a la medida de mi índice en la memoria en tu muslo mi índice en tu pierna gj tus piernas ardor de tres a seis en el orificio de tu jean (. ) O Á Para tu asombro carcajada repitiendo “mucutianos mucuteños mucutienses” (...) Sólo sé que esa noche mis huellas no alcanzaron tu cuerpo p Sino la síueta del adiós sobre el v'drio escarchado del tax'”j||=j^ Este poema hace juego, siempre en la ambigüedad © tendente hacia lo lúdico, con Mujergrandota acuésta- « A te conmigo. Porque un hombre con “manos de dama”* ® ™


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nos hace pensar en un hombre menudo, pequeño, delgado, y cuando ese hombre le pide sexo a una “mujer grandota” definitivamente estamos ante una escena de macho de mantis religiosa copulando a la hembra, una imagen de viuda negra, Adán flirteando con Lilith. Por otro lado, el clásico idilio machista nos mostró siempre a una mujer en busca de protección en el regazo del hombre. En el feminismo moderno sabemos que más bien es el hombre quien suele bus­ car refugio en el regazo de la mujer, de manera que esa mujer grandota en contraposición con el hombre de manos de dama no es tanto una comparación de físicos, sino una manifestación de actualidad, de sen­ saciones que superan la tensión machismo-feminismo y la hacen trascender a la complementariedad ances­ tral y futura de lo femenino con lo masculino, sólo que gracias a la contemporaneidad, ahora, gracias a esta bella poeta, podemos los hombres vernos a no­ sotros mismos desde el fino y delicado ojo siempre atento observador de la mujer, especialmente si esa mujer es poeta y se llama Kristel Guirado, de quien se dice en la nota previa, firmada por W.V. y C.Q. que ella puede “escribirle a más de un escritor su autorretra­ to”, y de quien se conoce “su indescriptible capacidad de mutación en función de la fluidez de la literatura”. Pero no abandonemos lo lúdico aún. Bien ha di­ cho Knstel Guirado en una entrevista publicada por el portal web Letralia (1o de agosto de 2005), que a ella “le gusta aventurarse hacia lo lúdico”. Ese incipiente manifiesto que aplicaba ella una década atrás para su literatura infantil, ha sabido llevarla hoy en día, probablemente, a toda su obra. Begoña juega con sus pretendientes, los hace imaginarla libertinamente para que ellos se exciten y sufran al mismo tiempo, y en un artilugio truquero, que no es para nada inocente y j¡ magia de cuento de hadas, los baja de golpe a su melindrosa realidad, como en el poema Leyendo Lautreamont, que es para mí uno de los mejores del libro p -y de Guirado- porque contiene, condensa y rebosa de todo ese espíritu arterial del poemario, tanto la = renuncia viril como lo lúdico, todo visto desde una posición proteica de belleza femenina inmensa que J ha sabido ponerse en nuestros zapatos, en nuestra riW ^ ^ íc u la autocompasión masculina al momento de la ® contemplación de lo inalcanzable de la mujer. Por es­ tas razones o más bien motivos, me permito mostrar |j entero el poema Leyendo Lautreamont.

“hoy es día de cerveza con maldad portal de bares y rocolas como si nada va a cruzar el bulevar para rehacerme el itinerario la veo venir impúdica sobre los lugares comunes su postura de niña mala su prostitubilidad ensayada su lenguaje copiado de películas españolas ya lo sé intentaré la pócima unas gotas de ginebra en la botella y un tope de azúcar sólo una cosa te pido pablo de la cruz mientras la esperamos no me hables del tiempo que se ha ido no me jodas la fantasía me importa un cuerno aquello de la manera suya de ser no quiero entenderla me obstina tener que pensar en ella te digo mientras esperamos su risa no me cuentes un coño de sus otros amantes” Lo lúdico llega al punto de lo irónico. El hombre cree que puede fácilmente emborracharla para tener sexo fácil con ella, pero él sabe que eso no sería nada fácil. La mujer referida en el poema (¿Begoña?, ¿o como las “Mujeres de alto vuelo” del Bolero como recurso final de Pablo Molina, donde la primera mujer que da nombre a sus poemas es casualmente Knstel? Imposible saberlo y esa es la intención de la autora o autoras, de los pretendientes y tal vez hasta mía), a ella la vemos cómo manda, “niña insolente” (En­ tre trenes, pág.55), es reina imperturbable sobre la apesadumbrada imposibilidad del hombre de librarse de ella, de su imagen, de su memoria, de su postal, condenándonos al patético “rol del acechador”, como manifiesta el tal Ariza en el poema Toma II (pág.46.


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y “sátiro insalvable” se dice en Prólogos, pág.47), y agrega a través de Begoña y Kristel: “desde el momento de tu cadereo está claro que en este guión si alguien caza no soy yo” Begoña es la mujer de la cual no podemos mar­ charnos del todo, de la que no podemos salir... y ella lo sabe. Además debo decir, volviendo a Leyendo Lautreamont, que me hace pensar en la vida nocturna y bohemia de Los Teques, ese ambiente de calles y tascas donde los poetas celebran la ocasión de estar vivos aún, a la mejor manera de Medianoche en París de Woody Allen. Acaso he quedado dormido en una escalinata y he comenzado a tener ensoñaciones, in­ fluenciado por el bnndis de Manuel Almeida o Henys Peña o por la lectura en la web de cierto blog referido a la “encendida y amorosa barra”, acaso son las esca­ leras de La Cándida Eréndída Bar. Ahora debo volver al libro: Amada Begoña me espera “sentada así con frío y bohemia” (Toma l, pág.45). Ella es puro sueño, y el poema así titulado, El sue­ ño, en la pág'na 48, lo revela descarada y descarna­ damente. El enamorado se convierte en amante sólo en sus sueños, Begoña es impúdica sólo en los sueños de Ariza, o tal vez sólo por la webcam de la compu­ tadora, porque en realidad, el Novato de la pág'na 53 admite: “me he asomado extramuros en esta ciudad Niña desordenada Pero no he dado con tu rostro (...) Las huellas son delebles” Y en el siguiente poema, Antes de irte de viaje, expresa, de nuevo en la agonizante y a la vez vibrante renuncia viril:

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Así el enamorado solo o, repetimos, insuficiente­ mente correspondido (condición eterna de los signa­ dos por Petrarca), el melancólico, “desde el momento en que no nos dejaron / ni un instante solos en nin­ guna parte” se recoge en su abandono y recomienza el ciclo: “y tengo tu nueva dirección / de nuevo” (De teneres, pág.68). Así es el hombre, y Knstel o Bego­ ña lo saben: neciamente perseverante, aún más en el desamor que en el amor. Y para Begoña quitárselo de encima termina con estos tres poemas: De seres, De estaresy De teneres, que al igual que las tres primeras postales del libro, tienen una intención precisa. Los tres poemas-postales abren o introducen los temas que ya hemos visto en este breve ensayo, mientras que estos tres últimos poemas del libro tienen una especie de efecto cicatrizante, cumplen la función de evidenciar reiteradamente casi hasta lo redundante, que los fortísimos contrastes hacen al de Begoña un amor imposible, un amor que tal vez sólo pueda tener un futuro muy lejano, como el de Fermina Daza y Florentino Ariza, o incluso tal vez podría terminar te­ niendo un final fatal, como el de Juan Carlos Castel y María lnbarne, o simplemente no existe ningún futuro entre esa mujer-nostos y nosotros. Ella siempre será nostalga y nosotros siempre esperando. Así termina uno el poemario Amada Begoña con la melancólica conclusión de que ese amor nunca podrá ser para nosotros, es un libro no apto para suicidas wertherianos, y no puedo evitar rememorar uno de los versos más ggantescamente simples, hermosos y universales de Juan Gelman: “Esa mujer se parecía a la palabra nunca”. Eso es Begoña: nuestra nunca. Sólo queda el desconsolado consuelo de dedicarle los ver- M sos simples del poema Hoy estás pictórica: “Ojalá tengas un lugar para leerme donde nadie te moleste

“me gustaría verte Que me dejaras una cicatriz (...) sé que eres pasajera de la anunciación y no quieres mayor sismo” Krístel Guirado presetando a Amada Bagoña (kristelguirado.blogspot.com)


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