Joaqín Correa Joaquín Correa nació en 1987 en Mar del Plata. Sus libros son: Fotografía estenopeica (Premio Soriano de poesía, 2013), Yo vi la cara de Lenin y estaba durísimo (2014, La bola editora), Puki Puki around the world (2014, Honesta), Mundial (2014, Centro y fuga), La última frazada (2015, La bola editora), Los días claros (2015, Colección Fanzine) y Correspondencia (junto con Agustina Catalano, 2015, Colección Fanzine). Ha traducido Vida de Paulo Leminski (Puente aéreo ediciones, 2015) y Tres historias pringlenses de César Aira al portugués (Armazém, 2016). Mantiene el blog citasincomillas.blogspot.com desde hace algún tiempo. Vive en la Isla del Destierro.
Revisión - A. Rumitti Diseño/maquetación - M. Passaro
a Fer, Ben y Yenny a Joca
- Quiero. ¿Vos? - Sí, dale, sí, quiero. Dale, también quiero. - Bueno, bancá, bancame un toque.
8
Tenía, todavía, algunos forros de la caja de 12 que había comprado el año pasado. Y recordó, como siempre que pensaba en esa caja inmaculada y raras veces profanada, aquel poema de Bedini que empezaba diciendo: “Compré una caja de preservativos / prime de 12 / multicolor / que duró 10 meses”. Se dijo que era la última vez que compraba una caja de tantos forros, porque se le reveló, la caja y su exacerbada cantidad, una incitación a la jetta, la mala suerte, un llamado a las entidades divinas del no placer, una baldosa floja en la calle ya bacheada que era y venía siendo su vida sexual. Esa compra cogitante que cotejaba cantidad y precio y que preveía días consecutivos de polvos plurales, al final de cuentas, no le traía sino consecuencias desmesuradas y demasiado impotentes a la hora de conseguir garchar y de garchar, efectivamente. Porque el asunto no era conseguir alguien para garchar, sino garchar, claro. El asunto era garchar. Los forros, como los cigarrillos, se alegró por su lucidez y se dijo, deberían venderse sueltos. Y en la comparación monetaria de troca de bienes, dinero por placer, en este caso, estaba dejando de lado, obviamente, a los forros del Gobierno, unitarios y federales, quiere decir, se dijo, quiero decir, aquellos que venían de a uno y por eso alcanzaban para todo el ancho y largo del país. Aunque, más bien, el oscuro objetivo del Gobierno era, sin ninguna sombra de duda, que nadie garchase o que a la hora de garchar, desistiera, el usuario del preservativo o condón, tal y como se leía en el lacónico envase de aquellas bombuchas resecadas, porque, en efecto, el aro apretaba demasiado al pito o el látex se pinchaba o al abrir la bolsita salía un olor a podrido como de feto tirado en el basurero hacía tanto tiempo como la última campaña de preven9
ción del Gobierno, allá por el Sol sin Drogas o las polémicas declaraciones de Ginés de Pasamonte. Todo lo cual, por cierto, estaba pensado de antemano por ese gobierno subordinado al Opus Dei y a la incitación a los lúgubres placeres del onanismo productores de degenerados morales y tarados mentales. Los buscó, entonces, en su mesita de luz, algo preocupado, ¡justo ahora!, por la fecha de vencimiento. No, no estaban vencidos. Zafó. La buena suerte, como Dios, según Dylan, estaba de su lado. Siempre fue muy torpe con el procedimiento. Estaba a punto de pedirle a la piba que había traído a su casa, después de un montón de cervezas, que le abriera el paquetito, porque él, ¡justo hoy!, ¿podés creer?, ¡justo hoy!, se había cortado las uñas y no tenía uña para abrirlo. Los nervios y la vergüenza lo dominaron. Sentía su mirada clavada en el intento inútil y algo desquiciado de sus manos con el paquetito del forro. Tal vez, y a esta altura del partido, la piba se estuviese arrepintiendo no solo de estar casi casi teniendo sexo con él sino de pasar la noche ahí, con él y su gato negro, en ese cuarto chiquito chiquitito, minúsculo, atestado de pelos y tufo de gato de soltero empecinado y kafkiano. Tal vez hasta ya estuviera tanteando la cama con sus manos, buscando su ropa, para vestirse, irse y tomarse el bondi que la llevara directo a su casa, aunque él ya sabía – y esto lo tranquilizaba lo suficiente como para no dar vuelta la cara para descubrir, en efecto, qué mierda estaba haciendo la piba mientras el paquetito se le resbalaba una y otra vez de los dedos, impidiéndole así su apertura y, con ésta, el inicio del goce – que había sido lo suficientemente astuto con la demora de la última birra como para que ella perdiera el último bondi de la madrugada de ese día de semana. Sonrió 10
y se volvió a felicitar. Su inteligencia era, ciertamente, de índole masturbatoria. El forro no cedió. Estaba al revés. Imaginó que ese mero roce ya había dejado parte de sí en la puntita, lo que garantizaría un inmediato embarazo, indeseado, adjetivo no por despreciable más apropiado para la ocasión, porque ni borracho le iba a montar un gurí a esta piba, de la cual desconfiaba ciertas oscuras intenciones para quedarse con la nacionalidad europea que el abolengo de numerosos campos de concentración que su bisabuela materna había glamorosamente turisteado le había hecho un digno merecedor. Con la punta del dedo limpió la guasquita blanca que relucía en la puntita. Lo dio vuelta. El forro cedió. Cedió tanto como su pito iba perdiendo su erecta cualidad. Frotándose un poco, apenas y disimuladamente, porque tampoco quería que la piba se diera cuenta que no lo calentaba lo suficiente como para que la pija se le parara del todo, frotándose un poco y un poco más, logró ponerse el forro, apretar la puntita y darse vuelta para encontrar el cuerpo ajeno. Aquella desnudez silenciosa, inerte, le transmitía una especie de éxtasis tímido, escaso: aun así, un soplo podría transformarlos en luz. Fue cuestión de segundos. Escuchó a su tío gritar: “la re puta madre que te re mil parió, pendejo de mierda, medio polvo, polvo desganado, forro, me cago en Dios, la concha de la lora y en este barrio de mierda, lleno de idiotas compulsivos, adictos al paco, la pija y la paja y vos, pendejo de mierda, la concha resecada de tu madre y todos los santos y mártires del cristianismo perseguido de los comienzos de esta era de Cristo, Dios Nuestro Señor”, luego de haber recibido un preciso y contundente bombuchazo en el capó del auto, lanzado por unos pibitos que estaban parapetados detrás 11
del cartel de la pizzería, en la terraza de la casa de la esquina. Esa misma pizzería que en el transcurso de un año había cambiado cinco veces de nombre, pero no tantas de dueño, signo evidente, para todo el barrio del Materno, no ya de una preocupación eminentemente nominalista sino y sólo simplemente del comercio de drogas, de la venta de droga - ¡flagelo de nuestra sociedad contemporánea! - a todos los drogadictos de mierda del barrio - ¡flagelo de nuestra sociedad contemporánea! - y, especialmente, a todos esos turritos analfabetos que venían al hospital y que qué mierda iban a venir a buscar a una pizzería roñosa que no fuera droga y droga mala, berreta. No, claro, venían sólo para endrogarse y drogarse. Drogarse en esa pizzería de mala muerte que sólo podría vender poco a juzgar por el estado decrépito del lugar y la cara de enfermitos sexuales que tenían los pibes que andaban en las motitos y el mal humor proverbial de la vieja que atendía, a quien, dicho sea de paso, con certeza absoluta, poco le importaría la adecuación del nombre a la cosa, evidencia, repetían los vecinos escandalizados al 911 todas las tardes pidiendo un allanamiento, evidencia evidente de que vendían drogas y nada más, porque nadie puede mantener una familia y varios empleados vendiendo, como de hecho vendían, 3 (tres) pizzas diarias, algunas empanadas de jamón (paleta, mejor dicho y por cierto) y queso y, esporádicamente (y sólo esporádicamente) una porción de fainá. Pero no frenó. Su tío los puteó desde adentro del auto y del mismo modo, esto es: puteando, llegó a casa, fue directo a la canilla del patio del fondo y, frenético y aun puteando, se puso a cargar agua en un viejo balde de Mantecol para limpiar el auto, todavía su cuerpo convulsionado por el frenetismo y 12
las puteadas a Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo y María Madre Santísima, redentora de los pobres y desprotegidos, ala protectora de todos los santos cuyos polvos de beatitud estaban, evidentemente, ausentes en este barrio de mierda, superpoblado de pajeros nenes de mamá e infradotados leporinos. El chiquito, para esto, se animó a salir del auto e indagó el capó buscando en el rastro el resto de aquel severo proyectil llegado desde algún lugar del espacio exterior ubicado, con cierta certeza, detrás del cartel de la pizzería donde, algunas tardes, cuando daba la vuelta manzana con su bici con una sola ruedita, veía a su primo sostener el perro policía que se le tiraba a los pedales para tarasconearlo y dejarlo rengo, herido, sangrando o discapacitado para toda su vida. Encontró en su pesquisa un anillito de goma, se lo puso en los dedos, se lo sacó, lo miró, lo olió y se lo tragó. Entonces era eso una bombucha. Nunca había podido inflar nada: ni una bombucha, ni un globo, ni mucho menos una piñata. Todo el mundo sabía de eso y de su respiración asmática y por eso no lo dejaban inflar nada y él sólo podía abrir el paquete e ir estirando el cogotito de los globos para que los otros los inflaran con ese aire que a él, por tener los pulmones pinchados y fallados, como le repetía su abuela, no le fue concedido por diosito santo. Le quedaba, tierno consuelo, el polvillo con sabor a frutilla o algo que era parecido a la frutilla, tipo cereza, ciruela, frutos del bosque, frutos patagónicos, granada o algo que en inglés terminase con cherry, como todas esas frutas con sabor a caramelo o a helado de chica histérica y bien, porque cuando uno es chico los parámetros del sabor frutal se reducen a los sabores de los Sugus, que son manzana, frutilla, ananá y limón, o a la mezcla vomitiva de todos esos, 13
claro, sin contar el de menta, porque el Sugus de menta no le gusta a nadie y nadie se lo come y entonces nadie sabe muy bien a qué sabe la menta o, en fin, eso. Ese polvillo, así, se le quedaba entre los dedos, que él frotaba hasta formar como bolitas de moco que luego se iba zampando, lentamente, en la boca. Eso y meterse las fichitas del juego de mesa de estrategia que le había regalado – “heredado” sería el término técnico, en este caso – su primo en la nariz era lo que más le gustaba, pese a que parecía molestarle al resto de la familia, a juzgar por los gritos de su madre y los golpes que le daba, poseída por Lucifer, como dijo su papá, la abuela para que no hiciera más eso y ni siquiera lo volviera a intentar, bajo la pena de sufrir sendos cinturonazos en la espalda y la quema al rojo vivo de sus muslos como a las vacas de la película que habían visto juntos en una sesión para volverse vegetariano que incluía Lassie y una de los Gremlins en el cine Don Bosco el verano pasado. “¿Te parezco linda?”, escuchó, de pronto, una voz que le preguntaba.
14
- ¿Eh? - Que si te parezco linda. - ¿Quién, vos? Sí, sí, claro, sí, claro, sí, me parecés linda, ¿no?
15
Bueno, pero vos no sos lindo. Estás gordito, Joaquín. Y eso te va a traer problemas para conseguirte una noviecita. Si no bajamos de peso las chicas no se te van a acercar, le decía su abuela luciferina tendiéndole el folleto de ALQUITOS. Católica apostólica practicante, antes de la misa de los sábados se reunía en la 58, la escuela del barrio del Materno cuya única gloria se encontraba perdida en algún lugar del pasado, pero que ahora, como toda escuela de barrio que precisa de recursos debido al abandono al que ha sido castigada por el gobierno provincial, funcionaba en periodo nocturno sólo para mantener el aguantadero de los escuálidos drogadictos y sus poco afortunadas meretrices en aquel puñado de manzanas oscurecidas por la falta de las luces del conocimiento, la sabiduría, el discernimiento y la buena moral. Era la hora de Lilita. La llegada de su tiempo se nos está haciendo urgente, entendió que su abuela le decía mandibuleando la dentadura postiza a la vecina de en frente, la desquiciada del cuarto piso, cuando, mientras barría la vereda una tarde, pasó cerca de ellos antes de entrar al almacén de al lado a comprar los 200 gramos de cantimpalo que todas las tardes se manducaba con medio kilo de palmeritas para que no le agarrase de nuevo el brote de Tourette que por la alta frecuencia de los gritos balbuceados la semana pasada había sido interceptado por la Segunda: “Hay una persona en el mundo de la que se valió Dios para darte vida, ¡y sabés muy bien que no era perfecta, no era perfecta, perfecta, pero te amaba!, cuando estuviste creciendo en su vientre no te mató, no importa ahora, ¡no importa ahora, no importa, ahora no importa!, si quiso o no quiso tenerte, te dio lo más importante de la vida, ¡la vida!, y la vida es lo más grosso que hay y la vida es 16
más mucho más valiosa que el dinero de sus estafas ¡fas, tafas, estafas! en el trabajo. Sé que no es posible perdonar, ¡no es posible perdonar ni perdonar ni perdonar!, tanto dolor y sufrimiento sin que antes logres tener a Jesús ¡Jesú, sú, sú, Jesús! en tu corazón, y no te hablo de ir a una Iglesia, un templo, una gruta, una procesión. Hablo de tu corazón. Tenés que baldear el corazón, ¡la re concha de la lora! Yo ya fui liberada del sufrimiento que me causó todo este mundo de mierda, ¡este mundo de mierda, de mierda, este mundo de mierrrrda! Nada, nada, nada, solo Jesús ¡sú sú sú Jesús Jesú! con su amor infinito me rescató de esas sombras, de esa oscuridad, ¡de esa sombra y de esa oscuridad!, deseos de venganza, deseos de asesinar, de matar, de destrozar, deseos de morirme. Recibilo a Jesús, ¡Jesús!, en tu corazón, y aunque aún no lo sientas al deseo en tu corazón, pedile por Dios, ¡pedile por Dios!, que te ayude a perdonar. Yo ya me olvidé de todas esas propiedades, de todos esos festines, de todo el lujo y el glamour, de todas esas riquezas dispendiosas, del campo sembrado de girasoles en la luz del otoño de La Pampa porque sé, ¡sé, sé, sé, sé, sé!, que la vida es lo más grande que hay y mi Dios me hace sentir plena, llena de su gracia y espíritu, de su gozo y goce, porque supe aprender el deporte más difícil y arriesgado de la vida, ¡perdonar!, ¡perdonar la re concha de la lora, perdonar, perdonar la re concha de la lora, de la lora y me cagó en todos, en todos me cago!”. Y entonces repitió, su Abuela, una vez más el discurso que se sabía de memoria porque lo había transcripto en su cuaderno Rivadavia de 48 hojas cuadriculadas, donde transcribía y anotaba las cosas importantes que estaban destinadas a darle forma a su propia ética de vida, el discurso, claro, pronunciado por Santa Lilita 17
en el Centro de Castilla y León por el día de la Tradición en la República Independentista Batanense: “Yo busco la unidad nacional. Quiero una gran interna para que el pueblo pueda elegir si quiere República o Estado Narco. Ahora entiendo a Alem y a Lisandro de la Torre, yo tengo a Dios que me da fuerzas. Recen por mí. Me duele la Humanidad, me duele el Pueblo de la Nación. A mí no me cansa pelear con los poderosos, me cansa la miseria y la mediocridad. En nombre de la izquierda y de la derecha se mataron millones de personas. A mí nadie me corre por izquierda, ni los ladrones ni los extraños ni los propios, debe haber pluralidad. Recen por mí. Yo busco la unidad nacional. En algún momento tomaremos el café. Para armar la tortilla de la Unidad Nacional hay que romper algunos huevos. Estoy acosada por el narco, que también banca periodistas. Mi visión política es que Cristina Kirchner vive una guerra imaginaria. Cristina y Kicillof huelen a pólvora, nosotros no queremos guerra sino que buscamos la Paz y la República. Nosotros no queremos guerra sino que buscamos la Paz y la República. La guerra es de Cristina, yo quiero la paz y la prosperidad, no voy a entrar en guerra. Ella cada vez se parece más a alguien que quiere comer de nuestra propia carne destrozada. Esta es una malvinización bastarda que se lleva puesta a la Argentina. Ahora viene la represión para todas y todos. ¡Tengan cuidado! Recen por mí. Me duele la Humanidad, me duele el Pueblo de la Nación. ¡Tengan cuidado! Les pido a los creyentes que recen por los que tanto daño nos hacen. Los ignorantes te dicen “loco, loca” cuando no saben nada, los perversos también. No se preocupen si los insultan. Estoy entre los crotos. Lo que me separa del resto de la política es que soy huma18
nista. Ahora viene la represión para todas y todos. En nombre de las ideologías se ha matado a mucha gente, soy humanista. La alternativa al fascismo de este gobierno es la Republica. Ahora viene la represión para todas y todos. Mi causa es para que los pobres dejen de ser pobres, sean de clase media y además sean ¡LIBRES! Quiero una Argentina digna. ¡Estoy entre los crotos! Ahora viene la represión para todas y todos. En algún momento tomaremos el café. Nosotros no queremos guerra sino que buscamos la Paz y la República. La guerra es de Cristina, yo quiero la paz y la prosperidad, no voy a entrar en guerra. Recen por mí. Me duele la Humanidad, me duele el Pueblo de la Nación. Estoy entre los crotos. Mis prioridades son la NIÑEZ, la VEJEZ y no tener pobres. Hoy mucha gente no puede trabajar porque si lo hacen le quitan el Ingreso Ciudadano. No quiero votar en contra, pero tampoco quiero estar cuando esto se aplauda. Ahora viene la represión para todas y todos. Ustedes (PJ) no tienen derecho a hacernos pasar vergüenza siempre. El conocimiento no se guarda, hay que darlo todo, no especulen, no hay que ser avaros con el conocimiento. Nosotros no queremos guerra sino que buscamos la paz y la República. La guerra es de Cristina, yo quiero la paz y la prosperidad, no voy a entrar en guerra. Nosotros no queremos guerra sino que buscamos la Paz y la República. Ahora viene la represión para todas y todos. Recen por mí. Me duele la Humanidad, me duele el Pueblo de la Nación. Recen por mí. Recen, recen, recen. Recen por mí, estoy entre los crotos. Yo busco la unidad nacional. Tengan cuidado y recen, recen por mí”. Respiró. Intentó respirar. Respiró. Aunque bueno, quiso decirle tras su eufórica digresión, otra no quedaba, y ella se reunía ahí junto con 19
otra gente de bien en sus encuentros de ALCO, que quería significar, le dijo su padre, gordos anónimos, y que por lo tanto, él, cuyo hijo era un digno hijo de tigre, se negaba rotundamente a dejar abducir a su pendejo, porque ya iba a pegar el estirón o al menos iba a aprender a arreglárselas con ser tan solo un chico rellenito no obstante algo simpático. La simpatía todo lo puede y ese será tu consuelo, le dijo besándolo en la frente. Sin embargo, el volante de los descendientes de los obesos anónimos le había costado a su abuela un peso con cincuenta centavos, y esa suma de dinero que se leía escrita a lápiz en el borde superior derecho significaba más que todo el ahorro de las monedas que sobraban de los mandados que hacía y con las cuales le retribuían el trabajo en, más o menos, una semana o diez días. Era mucha plata y por eso debía ir. Aun así, no lo podía leer porque era muy extenso, con mucha información y pocos dibujos, y porque, básicamente, tampoco sabía leer muy bien. Le pidió a su primo que vivía en los fondos del terreno que se lo leyera. Acá habla de grasa, le espetó para empezar, acá de que te tenés que mover y hacerte la paja para perder peso, de que tenés que ser un chico sano y que para eso tenés que ir al médico para que te dé drogas para gente sana y normal, de que tenés que quererte más a pesar de que sos un gordito grasoso, desgraciado y sin gracia. Pero escúchame bien, vos no le tenés que hacer caso a nada ni a nadie, ni mucho menos a la Abuela que te mete estas cosas en la cabeza, sino y solamente a nuestro Señor Jesucristo que siendo Dios se hizo hombre para librarnos del pecado del mundo y que a pesar de él ser un judío, y los judíos como vos sabés o te podés dar cuenta por tus propios medios, por más limitados que sean ahora, los judíos, como 20
te decía, son todos feos y malas personas porque mirá lo que le hacen a los pobres palestinos, porque a pesar de él ser judío, tenía pelo largo, ojos lindos, una nariz bomboncito y un cuerpo flaco. Escuchame, escúchame bien, escúchame bien lo que te voy a decir, escúchame a mí ahora. Hoy me compré un cinturón. ¿Me seguís?
21
- Concentrate Joaquín, concéntrate. Joaquín, ¿dónde estás, Joaquín, dónde estás? Concentrate, querés.
22
Y esta vez era la voz de su Madre la que escuchaba, desde algún lugar, llegar a su cuerpo y conducir su momento de lenta exuberancia. La voz de la Madre del Día y la Madre de la Noche que le martillaba el cráneo: “en este mundo abandonado que habitamos como espectros, el amor no es ningún potlatch. Debería, pero no lo es. El derroche, lo innecesario, el delirio, la pérdida inconmensurable y ostentosa, están en él, Hijo, sí, pero de forma muy calculada e irrisoria. Herencia bastarda de la burguesía histórica y su razón comedida y mezquina, nadie da sin esperar recibir algo a cambio, aunque sea mínimo. Pareciera que todo tiene que ser útil, dar ventajas, aumentar lo que se tuvo y tiene: la esencia del reproche es esa, recriminar no haber recibido del otro en la misma medida en que se creyó haber dado. Porque todos queremos y precisamos ser amados y amar, sentir amor, ¿no es cierto? Sí, claro que lo es, Hijo. La acción decisiva es el desnudamiento, el estar en pelotas. Nadie escarba, nunca, lo suficiente en el vicio de su gran desnudez: por temor a la Madre. Y porque ese es, precisamente, un estado de comunicación que busca salirse del sí mismo, de la individualidad de mierda que no nos deja abandonarnos al flujo de las olas del mar que es el sexo, violenta plenitud. Es la primera ruptura de lo prohibido: ponerse en pelotas. Pocos son los que verdaderamente se le animan a ese instante de ruina e incluso de traición del aspecto que asumimos constantemente con nuestros vestidos y ropas. Y ese estado de desposesión es tan fuerte, completo y serio que muchos, cobardes, se esconden detrás de jueguitos y esquemas eróticos memorizados por efectistas porque le tienen pavor a las rupturas que trae consigo la pequeña muerte. Porque el movimiento del amor es un movimiento 23
de muerte. ¿Cuántas veces, te preguntás ahora, mi Pequeño, tendrás que morir para dejar de ser vos? El desnudarse significa inmolarse, al mismo tiempo acto de amor y sacrificio. Ahí está lo sagrado del ser humano. Nadie puede conocer y no ser destruido. El exceso se opone a la razón. No sentiríamos terror de la misma forma por la violencia del sexo si no sintiéramos al menos oscuramente adónde puede llevarnos, a lo peor de nosotros mismos, a lo que somos. Aquello que nos incomoda y violenta está en nosotros. Y nunca tendremos en nosotros mismos más que nosotros mismos: una soledad inmensa e imbatible, como una vieja fortaleza medieval. Faunito: el erotismo abre un abismo, ese abismo. El del puente levadizo sobre un río torrentoso. Por cierto, nadie duda, creo, del horror del acto sexual. La cópula lleva a la angustia. Pero cuanto mayor es la angustia, más fuerte es la consciencia de exceder los límites, lo que determina, en grado sumo, el transporte de la alegría. Si el objeto de deseo está ahí es para ser destruido. Y, claro, hay todavía otro miedo: el de la traición. Quedate tranquilo: no sos sólo vos que lo sentís y sufrís. Que el otro no esté sintiendo lo mismo, que no se desnude de la misma forma que uno, que esté fingiendo todo, que se coloque en la distancia que permite la parodia y el no compromiso. Porque de lo erótico también se desprende la maldición de la soledad. De ahí que, pase lo que pase y siempre, siempre, por nuestro bien y crecimiento, tengamos que ser lujosos en el dar esa energía, ese amor, esa potencia. Porque tenemos que ser felices y generosos. La vida no tiene que ser una trampa para el desequilibrio o la inestabilidad: tiene que ser lo que es, un movimiento tumultuoso que evoca incesantemente la explosión. La vida es en su esencia 24
un exceso, la vida es la prodigalidad de la vida. El sol todo lo da y no pide nada a cambio. Seamos soles. Como un río que da al mar, que todo se nos escape y pierda. Menos el movimiento y la intensidad. Quien tiene y siente la fuerza en sí se entrega al derroche y se expone incesantemente al peligro. No clausuremos a la vida con un sentido, una finalidad. Que sea ella, la vida, lo que vivamos, sin esperar na-”. No llegó a entender las últimas palabras que:
25
- Así no se puede: concentrate Joaquín, concéntrate. Joaquín, ¿dónde estás, Joaquín, dónde mierda estás, me querés decir? Concentrate, por el amor de Dios te lo pido.
26
Concentrate y seguime, por favor. Me compré un cinturón. En un silencio de la noche, en un blanco del descanso, la piba me dijo: “Lu, estás muy flaco”. Pero, como era la primera vez que estábamos juntos, tal vez hubiera dicho, no lo recuerdo bien, exactamente, pero tal vez hubiera dicho: “Lu, sos muy flaco”. Como si acabase de descubrir el resquicio de la manifestación externa de mi fragilidad, eso la hizo ser más tierna y cuidadosa conmigo. Aun así el daño ya estaba hecho. La anécdota cuenta que el chabón de Nirvana, Kurt Cobain, usaba muchas remeras y camisas, una encima de la otra, porque tenía vergüenza de ser flaco. El propio cuerpo es un problema. Como al nombre propio, lleva un tiempo aceptarlo. “Aceptarlo” que, a fin de cuentas, quiere decir: “aceptarse”. Aceptarse en la propia diferencia, en el ser absoluta y terriblemente diferente de todos los otros. Eso es, también y además, el núcleo duro de la soledad: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. Hay algo de fatalidad en eso: el nombre propio o el propio cuerpo son cosas que nos vienen. Que debemos aceptar como nos vienen. Claro que uno puede cambiarse el nombre o modificar su cuerpo. Aun así, ese nombre y cuerpo que nos pertenecieron seguirán identificándonos, como un espectro más o menos pasado, más o menos real, pero siempre presente: escuché una exposición, el año pasado, sobre los cambios de identidad genérica en una mujer trans. Explicó que ahora ella tiene una vida antes y después del nombre, antes y después del cuerpo: el pasado es el difunto. Y así, tiene cosas a nombre del difunto y cosas a nombre de ella. ¿Me seguís? Cuando yo era más chico, como vos ahora, más o menos, siempre me quedaba mirando mi muñeca. La rodeaba con la otra mano y pensaba que era 27
una muñeca gorda. Esto era un pensamiento sinecdótico: entonces, concluía, tenía que ser flaco. A mí también la abuela me mandó a la sucursal pedofílica de los Anónimos Luchadores Contra la Obesidad. Estar sano es cuidarse, cuidarse es quererse, quererse es tener autoestima suficiente como para sentirse bien y hacer muchas cosas: el miedo está dentro nuestro para romper todo este silogismo cuasi lógico. Al final y a pesar de todo, fui flaco: pero no por trabajo ni deseo consciente. Simplemente crecí. Hoy, y a eso iba, te decía, hoy, me tuve que comprar un cinturón porque todos los pantalones que tengo se me caen. En el colegio usaba fajas o cintas a modo de cinturón. No porque fuera un hippie o formara parte del atuendo del deber ser del colegio secundario nacional y progresista. Sino porque le tenía alergia al roce de la hebilla, de los botones. Y usaba jeans amplios, porque era lo más cerca que podía estar del joggin. Hace ya unos años que desterré todo eso de mis pertenencias: detesto los pantalones amplios y pocas ocasiones tengo en mis días para usar ropa deportiva. Por eso me compré el cinturón: porque se me caen los pantalones, porque se me hacen pliegues en las piernas y bolsas en todos lados, porque los arrastro y los piso. No es la alimentación. Si bien mi vegetarianismo no es tan extremista, hago todas las comidas y bien balanceadas. Hubo un verano en que llegué a los 47 kilos y no podía subir de peso. No podía y no podía: simplemente, no podía. Todos estaban preocupados. Incluso Martina y su madre. Así que fui a un médico. Era mi antiguo pediatra, el primero. La persona que me había hecho nacer. Yo intuía en ese reencuentro un hecho simbólico. Cuando me vio, se detuvo un rato en la puerta, vio a Martina y me dijo: “¿Esa es tu novia? Te felicito che”. 28
No quise volver más, pero debía hacerlo semanalmente en una especie de Cuestión de Peso privado y propio, donde él me festejaba la cantidad de gramos que iba subiendo. Le gustaba Salman Rushdie y Paul Auster. De eso quería conversar. De eso y no tanto, por suerte, de mi historia clínica. Hubo otro verano que pasé encerrado en casa preparando un final para la carrera de mierda que en aquel entonces hacía. La universidad te consume la vida, primo, acordate de eso y dedícate a otra cosa. Mis nervios habrán sido tantos, que me rapé. Cuando llegó el día, fui a la facultad y me quedé esperando sentado en un costadito a que me llamaran de la mesa. Pasó la mejor profesora del universo, me miró y me dijo: “¿Qué? ¿Ahora se viene el look Auschwitz?”. Ese verano también estaba flaco. Además del cinturón, no sé qué puedo hacer en lo inmediato para no parecer tan flaco. Raparme: no. Dejarme la barba: taparía ciertos rasgos ahuecados. No lo sé. Creo que cada cuerpo es perfecto y armónico según sus propios parámetros. Y ahí, en esa diferencia, en esa particularidad, está la belleza de cada uno de nosotros. A pesar de todo, me compré un cinturón. Encontrar uno para mí es, en gran parte por lo anterior, difícil. No hay tamaños, no hay medidas. Encontré uno rojo. El rojo es uno de mis colores favoritos y, además, quería resaltar el hecho de llevar un cinturón. Para bien o para mal: como un defecto, como un adorno antes innecesario. Nunca había usado un cinturón de doble hebilla. Ese día llegué tarde al laburo porque estuve mucho tiempo intentando ponérmelo. Salí sin cinturón, vencido, pensando y haciendo posibles movimientos y gestos por la calle para lograr el ajuste. A la noche, cuando volvía a casa, busqué un tutorial en YouTube. Un hombre de 29
cuerpo robusto y militar me enseñó a hacerlo. Debería existir un tutorial para vivir, directamente. No sé si Jesús usaba cinturón, seguramente usaba alguna cuerda, cosa que ahora ya no se llama más así sino “cíngulo”, porque desde que se murió Jesús todo es más sagrado y existen nombres más posta para las cosas sagradas, obvio. Y Él, a pesar de ser flaco, sufrió, sufrió, sufrió tanto que si el sufrimiento te hiciera engordar él sería tan gordo como el gordito soso de Dragon Ball, que es un personaje involucionado pero que aun así no tiene ningún complejo y sí bastante poder, o al menos el suficiente como para poder matar a Krilin. Como un rayo veloz, en bicicleta, fue el Gran Hombre de este Planeta, ¿me entendés? Sí, pero a Krilin lo mata cualquiera, dijo, como en un rapto de lucidez que desbarataba toda la argumentación digresiva de Jesús y el cinturón, el pequeño acomplejado que había estado escuchando atento a pesar del aspecto que le daba el lastre de saliva que le colgaba de la comisura del labio y que podría sugerir todo lo contrario. Sí, tenés razón, acertó a recomponerse del abatimiento violento e inesperado diciendo el Primo. El cuerpo es el reflejo del alma y vos tenés un alma enorme o tenés un montón de vicios y pecados. Cuando la gente dice que el cuerpo es el reflejo del alma no especifica si el criterio para corroborar eso es cualitativo o cuantitativo, así que nosotros, ahora, no podemos saber si sos una buena persona o un condenado de mierda y podríamos decidirnos, para no comprometer tanto nuestra conciencia, por un término medio, es decir, sos una gran persona y tenés un montón de vicios, todo lo cual se soluciona con un fuerte régimen y con dejar, directamente, de comer, y eso te lo digo yo sin necesidad del amparo de ninguna asociación de 30
gordos anónimos que sólo querrán inculcarte la culpa. Y creeme, primo, creeme que la culpa es la peor cosa que existe en la vía láctea. La culpa nace de una desgracia. Una desgracia exterior. A través de la culpa el hombre acepta su vida y le dice que sí a todo lo que le sucedió, a todas esas intrigas y misterios del azar. El intriguista es el señor de los sentidos. Ahora, ser culpado es algo que sólo se le permite a la honra de las grandes personalidades. El mundo de los espíritus, que está fuera de la historia, irrumpe. Y ahí es cuando aceptás respirar, finalmente y como si fuera monóxido de carbono, el pesado aire del destino. La luz del drama titila por un instante. La melancolía traiciona al mundo para servir al saber. La melancolía y la culpa son una y la misma cosa. El resto es silencio. Lo trágico es un estadio preparatorio de la profecía. Todas las cosas tienen su boca para revelarse. La culpa tiene su origen en la Caída, en la Caída del Pecado Original. Pagamos esa culpa en silencio, todos los días. La naturaleza caída está de luto porque es muda. En todo luto existe una tendencia al mutismo. Hay algo que no se puede comunicar: lo incomunicable. El saber del Mal, porque caímos, es primario. El saber del Bien proviene de una educación. El mundo al Mal le pertenece. Incluso si a la naturaleza se le diera el lenguaje, ella también se lamentaría. El sujeto, al ser nombrado, se siente llamado. Presiente y revive su luto, ahí. Apatía es la actitud opuesta a la catástrofe, el pathos. En la pereza se esconden los demonios. La Muerte está cambiando canales en la TV. En la noche de la tristeza no es la luz interior la que centella, sino un brillo subterráneo que viene desde las profundas entrañas de la tierra. Es Satanás. Primo: es Satanás. Su mirada profunda y rebelde se enciende en aquel que bucea en la 31
contemplación absorta. El Abismo. Los muertos se transforman en espectros. Los espectros, como las alegorías con significados profundos, son apariciones que vienen del reino del luto; son atraídos por las figuras del luto, que meditan sobre las señales y el futuro. Mi hermana siempre repite que los niños son anteriores al cristianismo. Cuando el espíritu, como espíritu que es, se libera por la muerte, también el cuerpo ve satisfechos todos sus derechos. Y cuando estás muerto nada es divertido. El Perdón es divino, las disculpas son humanas. La Sed Mortal de la culpa es infinita e impiadosa. Tenés, por eso, dos caminos. O la culpa o la redención. Para la culpa, la senda a seguir es la de la Abuela. Para la redención, deberás seguir el camino del oprobio y del dolor, de la longanimidad, para llegar al Bien. Serás dichoso y fuerte. Todo el mundo sabe que tenés los pulmones pinchados pero sólo vos sabés la potencia del aire que llevás adentro. Sólo vos sabés de lo que sos capaz y del tamaño de tu esperanza. Algún día, vas a sentir el aire entrando con la fuerza del rapé y vas a ver claro, tu cerebro se llenará de aire y el espacio de los pensamientos se te va a ampliar de golpe: habrás crecido y te habrás transformado en el Hombre. Tenés que entrenar, como Rocky subiendo las escaleras, el aire que llevás adentro. Unas bombuchitas, unos globos y una piñata: la genki-dama no es un milagro sino el fruto del propio auto-conocimiento. Empezá ayudándote con el agua para las bombuchas, entrenate durante todo el carnaval, búscate una pandilla amiga y una pandilla enemiga para fortalecerte, luchá con alegría y siempre, pero siempre, tené presente que vos y nadie más hace tu vida, respetá a los otros pero no tanto, fundate tu propia quinta, tu propia lengua y tu propia religión. Sé vos, 32
resistí. ¿Que si es duro aguantar? Sí, lo sé: es duro aguantar. Pero quien aguanta, existe. No te engañes a vos mismo. Que nadie, primo, que nadie te diga lo que tenés que hacer o dejar de hacer. No seas boludo hermano. ¿Eh? ¿Que qué?
33
- Eso. - ¿El qué, qué dijiste? - Eso, que desde cuándo te gusto. - ¿Eh? - ¿Te gusto? - Ah, sí, sí, claro. - ¿Y desde cuándo? - No lo sé, bah, qué sé yo, no lo sé. - ¿Desde la primera vez que nos vimos, en la fotocopiadora, o desde la otra noche, en la 60? - Eso, sí, eso, desde la fiesta.
34
El olor a látex es el mismo. El deseo, como la herida en el cuerpo, estaba ahí antes que el cuchillo se hundiera en la piel. Sin embargo, se dijo, con el forro se ponen en juego muchas más cosas que con la bombucha. Si cogés bien, si sos bueno en la cama, si durás, si tenés experiencia, si la complacés, en suma: si sos un buen hombre, un macho, un semental respetable. Aunque no, no. Se ponen en juego la misma cantidad de cosas, o menos, o más. Tu identidad, tu futuro, tu nombre, tu vida de todos los días. Tu religión personal y cotidiana. Debiste haber elegido algo en qué creer para sobreponerte no ya al asma sino al miedo heredado en el asma. Inflaste bombuchas, globos y piñatas. Y te creíste indestructible. Y acá estás, qué digo, se dijo, acá estoy, todavía, asumiendo todo eso mientras cogés, mientras cojo, con una piba con problemas de autoestima más profundos que los tuyos, quiero decir: que los míos. Nunca nadie te dijo que sería fácil. Tu asma no te aisló del mundo. Te dio una capa protectora, el ungüento sagrado de la grasa de las orcas sacrificadas por los japoneses, para recibir todo con un poco de delay. Concentrate: inspirá y largá. Así, así. Sí, eso: me concentro. Cumbia o muerte será tu consigna. Cumbia o muerte. No podrás emitir ninguna luz hasta no conseguir dominar lo que te apavora. Concentrate. Sí: es el tiempo de la luz, ha llegado el Tiempo de la Luz. El abandono de todo intento de memorización es una tentativa desesperada por salirse de las secuencias cinematográficas en que el pasado ordena el peso de la consciencia. Para darse confianza, seguía hablándose en segunda o tercera persona, aleatoria y alternativamente. La vida desnuda, la vida desnuda es lo que no pide traducción. Has de vivir, se dijo, iluminado por una epifanía or35
gásmica, la vida al desnudo. Dios es sólo un concepto con el que medimos nuestro dolor. Siempre va a existir una cuenta pendiente entre tu cuerpo y el mundo. Al final, volvió a recordar, ya reconfortado de tanto haber purgado su interior con la caterva de insultos, su tío le enseñó que no existe un camino que conduzca a la felicidad. La felicidad es el camino. Y le dijo, también, que debía tratar con amabilidad a todas las personas, porque todo el mundo libra una dura batalla en la vida. Has de partir para nunca regresar. De todos los que partieron ninguno volvió. Atravesamos toda la tierra y no encontramos nunca un viajante siquiera que, después de haber hecho el mismo camino, hubiese vuelto de regreso. ¿Quién volverá implorando por la noche? Pensá en los pueblos que el desierto consumió: el océano de la noche. Aceptá la desgracia; no busques remedio. No esperes compasión; sé feliz en tu sufrimiento. Viví el soplo de cada día. El resto es vacío. El amor te hizo; el odio no va a destruirte. El vino, el banco del bar y nuestros cuerpos son indiferentes a la misericordia y al castigo. El día de mañana será igual al de hoy. Todo lo que fue dicho el viento se lo cargó. Y cuanto fue dicho en la primera madrugada, en la última noche será repetido. Y el primer día y el último serán para nosotros iguales. Yo ya no quiero saber nada de esas patrañas sobre la esperanza y la justicia, ni por supuesto nada de esas patrañas de que Dios está con nosotros o que nos provee en nuestros momentos de máxima necesidad y urgencia. Seamos concretos. No existe ningún orden moral. Olvidate. La moralidad no tiene nada que ver con la política. No está ahí para que la transgredamos. Están la virtud o la bajeza, y punto. El mundo está hecho así y nadie va a cambiarlo. Es un lugar complejo y enloquecido has36
ta la pija al que hay que mirar siempre a los ojos. No sabemos demasiado o casi nada y estamos en el fondo de la noche. Tanto horror hará de vos, finalmente o en algún momento, un predestinado. Lo importante es que llegues a poder contemplar la oscuridad y la luz que emanan de todas las cosas. Muchas veces te vas a ver obligado a morderte la lengua y ponerte anteojos oscuros. Está bien, bancátela. Siempre habrá algo por perder. Y todo lo que perdemos suma una cifra única, la nuestra. Y si perdieras algo tuyo, algo que no estaba destinado a perderse, tu cifra será inexacta para siempre. Se tardan años, le dijo su tío, casi llegando al final de la tarde, en diseñar la particularidad de nuestra herida. La memoria del daño, como la del placer, nunca termina. No hay olvido. ¿Querés salir? Dale, que si no se me queda el coso adentro, escuchó de lejos que alguien le decía. Una vez más había tenido mal sexo. Sintió llegar la depresión culpable post-coito. Pero supo o llegó a entender, tal vez, que cada noche le iría ganando un poco más de espacio al trauma, construyendo su propia distancia. Intuyó la verdad definitiva que todos los boxeadores conocen: ese fugaz instante en que se comprende que lo único que uno tiene es su cuerpo. La calma casi se había restablecido: separados, volvían a estar frente a frente, dos seres distintos y distantes. Nunca habrá unión, sólo dos personas, bajo el imperio de la violencia, asociados por el flujo y reflujo de la conexión sexual, compartiendo un estado de crisis en que uno y otro están fuera de sí. Pero después de eso poco subsiste: es la crisis al mismo tiempo más intensa y más insignificante que existe. No la abrazó porque no la quería. Se separaron. Ella prendió la luz y buscó su teléfono. A medida que su respiración se fue sosegando, él se quedó dormido. 37
POSTFACIO por Esteban Prado
Bombuchas es una de esas palabras onomatopéyicas, de las que guardan en su haber el don de parecerse a lo que designan. Encierra los últimos pasos, el lanzamiento y el agua que flota un segundo para de inmediato desparramarse. Pareciera faltarle una “h” luego de la “u”, la indicación de silencio en esta partitura. Bom-Buh-Chas. El Joaquín de este relato es tan pero tan onanista que nunca llega al Chas, porque antes de que explote él ya se corrió, miró para otro lado, acabó sin saberlo. Como en aquellos panfletitos de fines de los sesenta, libritos como El fiord y otros, en este hay una escena iniciática en la que Joaquín, en vez de bucear una vulva, bucea en la memoria y grita, como susurraba el coronel Kurtz: la Pája, la Pàja, la Pâja. Bombuchas lleva en su sintaxis una lección de anatomía. Joaquín se corta de los que corren hasta el punto, su oración va armando mesetas, que suben y bajan de la línea del horizonte. Además, Joaquín Correa comparte las iniciales del santo revolucionario traicionado, Yey Sí. Pero no es santo ni revolucionario y sólo es traicionado por él mismo cada vez que trata de coger y en cambio divaga o recuerda. El único relato hasídico digno de renombre habla de un hombre que vio a su padre morir quemado y desde entonces no paró de comer. Cuando le preguntaron por qué dijo que su extrema obesidad le aseguraría ser visto desde todas partes cuando lo quemaran, aunque fuese en el lugar más recóndito del bosque. Joaquín debe haber visto morir a su padre con dolor de huevos, desde entonces ha rendido tributo a Onán, el hombre que recordó a los suyos en vez de procrear.
39
Serie Ilustración nro. 1 / Pedro Petrelli nro. 2 / Juan Lautaro Martín Knok knoK B&N / P. Petrelli & L. de la Cruz Serie Textos Ciudad Mutante / Mery Bargas Correspondencia / A. Catalano & J. Correa Los días claros / Joaquín Correa Tarde / Ana Rocío Jouli Doctor Simio Vol. I / Federico Giorgini Bombuchas / J. Correa
Fanzine es una colección del sello La Bola editora.