Buriñón | Número 3

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Editor responsable Ricardo Canaán Sub-editora Edwina Quintero Periodistas Estefanía Reyes Jenny Machado Portada Nicolás Lassalle

www.ladelmonstruo.com twitter.com/ladelmonstruo facebook.com/ladelmonstruo Buriñón es una marca independiente, y está protegida por un monstruo, al que vale mejor no molestar cuando está bebiendo. No está permitida la reproducción total o parcial del contenido de esta revista sin previo aviso del editor y los autores. Las opiniones expresadas en los contenidos no reflejan las opiniones de los editores. Todo lector es libre de descargar esta edición de manera gratuita, al teléfono o a cualquier otro aparato para llevarla a todos lados, para mostrarla, quererla y hasta para coquetear con ella. También está permitido contactar a todos los creadores que participan en este número para decirles lo bien que lo han hecho. El número tres de Buriñón, correspondiente a los meses marzo, abril, mayo y junio; terminó de editarse el 08 de marzo de 2015 entre Cabimas, Venezuela y Montevideo, Uruguay mediante la magia de la videollamada; en las dos instancias, con mucho calor y mosquitos. El equipo de Buriñón agradece a todos los que le siguen la pista al monstruo, a los que leen, comparten, recomiendan, nos escriben y nos sonrojan. A todos los que creen en el proyecto, nos otorgan su tiempo y su arte. Después de dos computadoras dañadas y un poco de locura en el camino, esta es nuestra edición número tres, hecha de la perseverancia y la convicción. Feliz paseo. Buriñón, 2015. Todos los derechos reservados.


Pág. 8 | El cartel del monstruo

Por Pablo Chiang Le blanc

Pág. 9 |Editorial Pág. 10 | Entrevista imaginaria

Por Edwina Quintero Ilustra Salvador Verano

Pág. 16 | El lugar de la mancha

De Adrián García Ibelles Ilustra Catalina Fuentes

Pág. 18 | Imagina la felicidad

De Maumy González Ilustra Elisabete Ferreira

Pág. 24 | Entrevista a Francisco Ortega Por Estefanía Reyes

Pág. 21 | Habladurías

De Frank Bready Trejo Ilustra Carolina Rodríguez

Pág. 29 | Hospitalidades

De Damián Salguero Ilustra Marcos Morales

Pág. 33 | Cuatro perfiles

De Aleqs Garrigóz Ilustra Camilo Fernández

Pág. 36 | De Ánimus

De Carlos Colmenares Gil Ilustra Gina García

Pág. 42 | Abrigo Perfomático Temporário Fotografías de Alberto Prado

Pág. 52 | Primogénito del engaño

De Silvio Fuentes Ilustra Adriana Alvarado

Pág. 59 | Cobradores

De César Contreras Ilustra Giordano Casanova

Pág. 64 | Entrevista a Nicolás Lassalle

Por Jenny Machado Fotografías Felipe Mondino

Pág. 69 | Hacerse hombre

De Enrique Decarli Ilustra Héctor Zerda

Pág. 72 | Sentimiento nacional

De Zakarías Zafra Ilustra Mariano Alonso

Pág. 74 | Señor Fantasma

Tiras de Cristián Sandoval


Adrián Ibelles es escritor, nació en México DF en 1991 y como le gusta llegar temprano a cualquier lado, desde muy joven ha podido publicar sus obras, como en la antología Buenos Indicios del Ayutamiento de S.L.P. (2009-2011) con el cuento Un nombre para ti, y en la antología Signo de lluvia, realizada por las Universidades Autónomas de Guanajuato, Aguascalientes y San Luis Potosí; con el cuento El último truco. Su texto Ave de hueso ganó el primer lugar del concurso estatal “Yo sé mi cuento” y con Los silentes, el segundo lugar del concurso de cuento del XI Festival de San Pedro. Epidemiaonirica.blogspot.com

Adriana Alvarado Alfaro es ilustradora y artista desde que salió del útero de su mamá en Perú en 1999. Ha ganado concursos de ilustración literaria con las editoriales Norma y Santillana. Cuando no está con el lápiz en la mano, está surfeando; le gusta aprender las reglas de un profesional para poder romperlas como artista y todo lo que no dice, lo dibuja. adriadesigno.tumblr.com

Camilo Fernández es un poco de artista, de dibujante, de ilustrador y de diseñador gráfico, nació en Montevideo, Uruguay en 1986. Con sumo placer, le gusta plasmar sus ideas en papel a través de dibujos para que estos comiencen a conquistar diversos espacios. senorfernandez. tumblr.com behance.net/sr_fernandez

Carlos Colmenares Gil escribe cuentos y poesía, nació en Los Teques, Venezuela en 1986 y es autor del libro de poesía dos mil nueve, ganador del II Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca en 2011. Sus cuentos han aparecido en los libros Joven Narrativa Venezolana III (Equinoccio, 2011) y VIII Concurso nacional de cuentos SACVEN (SACVEN, 2012).

Carolina Rodríguez Fuenmayor es artista visualynacióenBogotá,Colombiaen1989.Entresus gustos está mirar las estrellas. behance.net/alterlier

Alberto Prado es fotógrafo y nació en Brasil en 1982. Se inició en la fotografía de eventos, pero fue probando con desnudos artísticos, experimentos que han variado con lo aprendido durante sus viajes por Macapá, Belém, Río de Janeiro, Argentina, Paraguay y Holanda, lo que además, le ha inspirado para reflejar su alma en cada fotografía. facebook.com/albertopradofotografia instagram.com/elacrua

Aleqs Garrigóz es poeta, y nació en Pto. Vallarta, México, en 1986. Es autor de los libros de poesía Abyección (2013), La risa de los imbéciles (2013), Páginas que caen (2008,2013), La promesa de un poeta (2005) y figura en una decena de antologías mexicanas. Publica poemas en medios impresos y electrónicos de diversas ciudades mexicanas e hispánicas. aleqsgarrigoz.neositios.com

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Catalina Fuentes es diseñadora gráfica, nació en Los Ángeles, Chile en 1989. Siempre le ha gustado dibujar y lo refleja a través de ilustraciones que han sido portadas de revistas y han ganado premios. catafcano.wix.com/ portafolio www.flickr.com/catafuentes

César Amarís Contreras es psicólogo de profesión con pasión por la escritura. Nació en Caracas, Venezuela en 1992. Ha publicado sus cuentos en varias revistas digitales literarias de Venezuela, México y España.Twitter: @cesararamis pensieve-pensadero.blogspot.com

Cristián Sandoval es Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile. Nació en Santiago de Chile en 1980. Ejerce como docente y en sus tiempos libres como autor de cómics. En 2014 publicó su primer libro, el recopilatorio Señor Fantasma, al cual pertenece la colección de tiras que publica en esta edición. Twitter: @csandoval_comic www.facebook.com/srfantasmacomic

Damián Salguero Bastidas nació en Pereira, Risaralda, Colombia en 1990. desaba33@gmail.com

Edwina Quintero Aguilar es periodista. Nació en Cabimas, Venezuela en 1990. Redactora, editora, productora y ancla de noticias. Con un poco de periodismo deportivo y un toque de literatura explota su creatividad y eso la hace feliz, ya que el fútbol y el muso le estimulan la célula del amor. quinteroedwina@gmail.com Facebook: Edwina Quintero Aguilar Twitter: @EdwinaQuintero

Elisabete Ferreira es una ilustradora nacida en Águeda en 1978. Sus ilustraciones han sido publicadas en varios libros. Desde 2003 ha mostrado sus obras en diversas exposiones. En su tiempo libre sueña, come dulces y ve cosas lindas. www.borboleta-despenteada.blogspot.pt

Enrique Decarli es abogado, músico y en la actualidad, se desempeña como coordinador de talleres literarios. Nació en Buenos Aires, Argentina en 1973. La editorial Textos Intrusos acaba de publicar Big Bang, su segundo volumen de relatos.


Estefanía Reyes es periodista y politóloga porque un día se le ocurrió la brillante idea de sentarse en los pupitres de la Universidad del Zulia y de la Universidad Rafael Urdaneta al mismo tiempo. Nació en Maracaibo, Venezuela en 1992. Su olor preferido es el de un libro viejo y el sonido de los dedos aporreando un teclado le inspira. Lo demás está por escribirlo. Twitter: @estefareyes

Jenny Machado además de inventora de palabras, es actriz de teatro, poeta, diseñadora, periodista y madre. Nació en Maracaibo, Venezuela en1984.Sededicaaescribir ycrearcuentosinfantiles. Escribió el libro Mi Zapato Amarillo ubicado en una lejana biblioteca de Alemania. Ha realizado obras teatrales como: “48 horas de actuación continua”. j.esencial@gmail.com

Frank Bready Trejo es Licenciado en Artes Plásticas, y nació en Yaracuy, Venezuela en 1993. Desde hace 11 años ha explorado las artes plásticas. Ha participado en diversas exposiciones colectivas nacionales e internacionales, desarrollando los medios del dibujo, la pintura y la escultura. frankbready.wix.com/frankbready

Juliana López Vargas es una diseñadora gráfica e ilustradora de Cali, Colombia, que nació en 1991. Con múltiples publicaciones en medios impresos y virtuales, tanto nacionales como internacionales, ha logrado generar una conexión emocional con el público por medio de ilustraciones de su cotidianidad. www.behance.net/JulianaLov facebook.com/julianalovinstagram.com/juliana_lov

Gina García es una artista plástica e ilustradora que nació en Venezuela en 1982. Estudió en Colombia y Argentina. Ella combina la ilustración y la lectura para reflejar sus dotes artísticos en las obras que realiza. www.flickr.com/photos/gina1-2-3

Giordano Casanova es un diseñador gráfico e ilustrador nacido en Venezuela en 1987. Su trabajo se enfoca en la ilustración digital y editorial. Es fanático de los comics, las novelas gráficas y el buen diseño en general. behance.net/giocas issuu.com/giordancasanova/docs/casanova

Héctor Zerda es un artista plástico autodidacta que nació en Argentina en 1983. Le interesa la pintura, el dibujo, la historieta, el humor gráfico, el arte digital, la ilustración y otras disciplinas artísticas. www.reyarlequin.blogspot.com.ar

Marcos Morales es diseñador gráfico. Nació Buenos Aires, Argentina en 1989. Participó en diversas muestras colectivas en Argentina y Alemania. Brinda talleres de collage analógico y digital. Corta libros, revistas, o jpgs tanto con tijeras como con Wacom. behance.net/marcosmorales

Pablo Chiang Le blanc es un diseñador gráfico de 27 nacido en Chile. Se decanta por la ilustración, ya que conestasesientemáslibrealahoradecrearyjugarcon las formas y conceptos, también el Street Art porque le gusta el contenido que puede plasmar en un raffiti. Ha participado en diversas exposiciones y trabajado para la marca de tablas de skate AllSkateboards.

Salvador Verano es diseñador gráfico, nació en Pachuca, Hidalgo, México en 1990. Actualmente se desempeña como diseñador de experiencias. Ha colaborado en distintas publicaciones como: YACONIC, La Tortilla y con bandas como: Minus the Bear, Tolidos, Canseco, Finde, Kill Aniston y The Wookies. Recientemente realizó su primera exposición individual titulada “14+14” en la Galería Ático de la ciudad de Querétaro. www.amordeverano.com www.behance.net/amordeverano www.facebook.com/amordeveranostd www.instagram.com/amordeveranostd hola@amordeverano.com

Silvio Fuentes es periodista, escritor y licenciado en idiomas modernos, nació en Valencia, Venezuela en 1988. Sumergido en el mundo de la comunicación, se desempeña tanto en medios impresos como digitales y audiovisuales. Dice que el aprendizaje nunca muere. claroquesilvio@gmail.com Twitter: @ClaroQueSilvio

Mariano Alonso es músico, cantante, profesor de canto, actor en teatro y artista del collage, de Buenos Aires, Argentina. Recientemente ha participado en exposiciones locales. Facebook: Collages Mariano Alonso Behance.net/Mariano-A-collages

Maumy González es ingeniera y escritora. Nació en Venezuela en 1974 pero vive en Buenos Aires, Argentina,dondeaprendióacebarmate.Escribe,dicta asesorías virtuales de narrativa para principiantes, lleva su propio sitio de difusión literaria 2.0 y le encanta leer. www.aquateca.com.ar maumyisaes@gmail.com Twitter:@Aquarelas

Zakarías Zafra Fernández es escritor y músico de Barquisimeto, Venezuela, nacido en 1987. Ha escrito los poemarios: Quinquenio y El bemol de los latidos, y en narrativa: Blanda intuición de párpados. Es ganador del concurso nacional Découverte de la Francophonie, otorgado por la Embajada de Francia en Venezuela y su trabajo literario inédito abarca la narrativa breve, el ensayo y la dramaturgia.

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Editorial

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Vika: la extraordinaria pierna derecha de

Zlatan Ibrahimovic

De musculatura, identidad y personalidad bien definida, pasando del egocentrismo declarado a la nobleza y dedicaci贸n para hacer del jugador sueco un futbolista excepcional, esta extremidad de 33 a帽os tiene tantas complicaciones, historias, amores y desamores como todo humano.


Por Edwina Quintero Ilustraciones por Salvador Verano

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or encima de la pierna izquierda, relajada, segura de sí misma y esperando toda la atención sobre su atlética y esbelta anatomía, se encontraba Vika, la pierna derecha de Zlatan Ibrahimovic. “¡Mi nombre es Vika!”, exclamó con soberbia en su casi inentendible español, como si se lo estuviese refutando. “Soy una chica muy ocupada seré breve con usted, además, no suelo hablar mucho español”, dijo. “Como sabéis o deberíais saber, me la paso acariciando balones de fútbol, haciendo los mejores goles para que Zlatan reciba todos los elogios”, comentó con un tono y gesto amargo, como insatisfecha, pero rápidamente trató de acomodar el comentario: “No es que Zlatan no lo merezca, porque al final es el quien decide usarme, yo solo sigo sus órdenes y lo hago a la perfección. Me gusta destacarme”, sentenció. Además del entrenamiento que recibe a diario, ¿Cuáles otros métodos le aplican para destacarse en su trabajo? Caricias. Después de ejercitarme duro, recibir pelotazos en mi cara, golpes de otras piernas atrevidas y una que otra palmada en mi tonificada cabeza, recibo caricias de algunas manos seductoras. También recibo caricias y apretones de Helen cuando se pone cariñosa con Zlatan. Creo que yo le gusto mucho. Me gusta que me traten bien, es todo. No necesito nada especial para destacarme, soy muy buena y lo sabéis. Soy mejor que mi gemela, aunque penséis lo contrario o digan que somos igual de buenas, solo porque Zlatan es habilidoso con ambas. Él me prefiere a la hora de chutar, me lo ha dicho.

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¿Realmente le gusta ser deportista o hubiese preferido ser otra cosa? Soy una mujer y por ello lo femenino me gusta, pero siempre he preferido lo que prefiera Zlatan. Si a él le gusta el fútbol y los deportes, a mí también me gustan esas cosas. Me gusta correr, chocar con otras piernas en el césped, que sientan que yo mando, que soy más fuerte y mejor, que las piernas de los defensores sientan miedo cuando disparo el balón o me aproximo a la portería. Disfruto cuando me le acerco a los arqueros. Ellos no se dan cuenta de que les observo directo a los ojos y obedezco a Zlatan para abatirlos bajo el arco, pero la verdad es que disfruto mucho cuando desde muy fuera del área, las demás piernas corren o se quedan paralizadas ante mi deslumbrante movimiento de cara al gol, y luego corro a festejar por la diana. Continuó su tertulia con una confesión: “No me lo habéis preguntado pero quiero confesar que sentí una poquita de envidia cuando Cristiano Ronaldo mostró a una de sus piernas para que todo el mundo la observara. No es más buena que yo, pero me habría gustado que Zlatan hiciese lo mismo”, comentó con cara de niña imprudente y pensativa. La comunicación, fundamental pero fastidiosa Vika seguía relajada pero una vez más repetía que sería breve por su ocupada agenda, aunque en cada respuesta que hacía parecía que se olvidaba del tiempo, o que más bien, necesitaba desahogarse entre comentario y comentario. —Si algo he aprendido de Zlatan es a comunicarnos bien, ese sí es el método especial para destacarme y que Zlatan haga esos magníficos goles —dijo. ¿Cómo es la comunicación con su gemela? Le diría que es mala porque apenas y hablamos. Tenemos que comunicarnos para que Zlatan tenga equilibrio, entonces es buenísima por un lado porque Zlatan camina bien, juega al fútbol perfectamente y esa cinta negra en Taekwondo qué le dice, ¿eh? Claro, yo siempre llevo el mando para que todo salga bien. De lo contrario, no hablamos de otras cosas. No me gusta perder tiempo oyendo sus tonterías, sus quejas, sus llantos, sus debilidades. Si fuera

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Me gusta correr, chocar con otras piernas en el césped, que sientan que yo mando...

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tan fuerte como yo, quizás la querría y hablara tanto con ella como lo hago con Zlatan, por ello nuestra comunicación también pésima. ¿Y Zlatan habla con ella como con usted? Sí, pero yo trato de impedirlo. —respondió tajante. ¿Por qué cree que dicen que son igual de buenas? Porque no veis más allá del físico y generalizáis todo. Le invito a hacernos seguimiento por separadas. No pienso que ella no sea buena, pero no tanto como yo. Ella no acaricia el cuero como yo, no lo conduce con tanta precisión como yo. El taconazo con que Zlatan envió el balón a las redes frente a Italia en la Euro del 2004 adivine, ¿Quién lo hizo?, ¿Contra Inglaterra hace menos de un año?, solo por nombrarle algunos más recientes… los hice yo, entonces, ¿Cómo no enfadarme cuando me comparáis con la izquierda? Ella solo se queja por dar apoyo y anotar uno que otro gol que nadie recuerda. Amores Empiernados La pierna del jugador del Paris Saint Germain de Francia se autodenomina una diva, que aunque no luce los trajes más femeninos que quisiera, ni tiene el trabajo de sus sueños, está muy feliz de pertenecer al sueco y hacer lo que hace, pues, su calidad siempre la puede demostrar y eso es lo que de verdad le importa: “Si Zlatan fuese una mujer, yo vestiría trajes transparentes, de encaje o pasaría más tiempo desnuda, mostrando mis atributos, pero es un hombre y aunque sí me luce desnuda, odio cuando me pone esa ropita con la que salto al 13 |


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césped. Lo positivo es que pese a ello, mi calidad sigue siendo altísima y, además, perteneciendo a una mujer no haría mucho, desperdiciaría mi talento”, aseguró. Hablando de pertenecer al cuerpo de un hombre o de una mujer, Vika habló de una parte fundamental para su vida: El amor. “Debería darse cuenta de que yo amo a los shorts, no a las faldas ni a las ropas femeninas. ¿Acaso no habéis visto cómo acaricio los pantalones mientras Zlatan juega al fútbol? ¡Me encantan!”, sentencia Vika con mucha seriedad y picardía. ¿Cómo es su relación con los shorts? No me he casado con ninguno pero estuve a punto de hacerlo con uno, si Zlatan no se hubiese apartado de las filas del club que en aquél tiempo dirigía un “famoso filósofo”. No me gusta hablar de ello, además, ya sabéis que debo ser breve porque no tengo tiempo, repitió una vez más a pesar de que ya llevaba casi dos horas de entrevista. Realmente me enamoré de ese short aunque no fuese tan guapo como los italianos, mis favoritos. Fue un amor muy rápido, apenas Zlatan lo vistió la primera vez y me enamoré. Era suave, cómodo y me trataba como la diva que soy. Hablábamos mucho y lo pasábamos muy bonito mientras Zlatan estaba en el banco. Me daba toda la atención que yo necesitaba, se extendía Vika a comentar aunque mencionara la excusa del tiempo vez tras vez. “Eso de la atención se volvió muy importante para mí desde que mi primer amor me tratase como una mierda. Me juró amor pero no le importaba mucho, no me lo demostraba, casi no me hablaba, solo le interesaba jugar al fútbol y lucir bien sobre mí. Desde entonces fui buscando atención de short en short”, dijo. ¿Cómo fue su relación con los italianos? Con el primero fue difícil. Al principio fue una total maravilla, fui su crush antes de conocerme, luego nos aburrimos uno del otro. Yo más de él pero terminamos en buenos términos. Enseguida, cuando Zlatan se fue a Milán para jugar con el Inter me relacioné con el otro italiano, el más guapo y corajudo, digno de mí, casi nos comprometemos pero no lo amaba,

entonces no acepté su propuesta matrimonial. Al tercer italiano lo quise mucho pero creo que solo me sirvió para intentar olvidarme del español. Fue el único que le hice conocer a Zlatan como pareja, no le contaba de los otros por miedo a que se fuera del club y ya no vistiera más a mis amores, pero de igual modo él se largaba en el justo momento. ¿Logró olvidarse del español? No, el último italiano no logró hacerme olvidarle. Y sí, lo recuerdo pero ya no lo amo y ahora estoy con este francés que me conviene más… Además, hay otro español que me fascina y aunque no esté en los planes de Zlatan, trataré de conquistarlo por mi cuenta. Vika continuó hablando de sus amores, hasta llegó a comentar de amores ajenos: “Algunas manos me agradan pero no demasiado, lo mío son los shorts. Las manos de Helen me gustan pero solo porque me tratan bien, así como la de algunos kinesiólogos y médicos. Las únicas que de verdad quiero son las de Zlatan pero porque son parte de mí. Odio las de esas “mujercitas” que de vez en cuando se meten con Zlatan. A esas solo las quiere él, y no precisamente sobre mí, ¡Afortunadamente! Diva y buena servidora Finalmente Vika recibió una palmadita de Helena Seger, la esposa de Ibrahimovic, y sin más que decir se despidió: “Ahora sí debo irme, me espera una sesión de relajación. Zlatan me necesita firme para mañana y desde hoy debo responderle como quiere, además, estaré desnuda, como siempre debería estar”, comentó con una felicidad chispeante. Esta pierna está nutrida de la personalidad del sueco, sin embargo, la nobleza es una cualidad que también esparce aunque trate de esconderla detrás de su egocentrismo. A pesar de siempre querer ser la protagonista, sabe que realmente sin su gemela no podría hacer de Zlatan, el jugador de goles increíbles que lo ubican entre los mejores del mundo. 15 |


Un cuento de Adrián García Ibelles Ilustrado por Catalina Fuentes

G

abriel recuerda haber despertado con ese grito espectral partiendo la noche. Se quedó estático en la cama. Esperando un segundo ruido cerró los ojos. Despertó hasta la mañana siguiente con el recuerdo de un sueño incómodo, mientras se arreglaba la corbata notó un olor peculiar. Al salir se toparía con un cadáver fresco: ojos desorbitados y cuello extrañamente alargado. El gato blanco de su vecina estaba inmóvil en su patio. Pensó que esta era seguramente una mala broma de algún niño odioso. Alarmado y buscando no conseguir mayores problemas con la vieja de al lado, metió en una bolsa al extinto y se lo llevó camino al trabajo. Disimuladamente se apeó frente a un baldío, donde la bolsa dio un golpe seco contra el frío piso de noviembre. Esa noche había en sus sueños gatos rasguñando su puerta.

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Gabriel terminó su café especialmente cargado para soportar el día luego de un mal descanso. Aún con el sabor a cafeína en la boca, el olor del patio no logró disimularse. Tampoco se disimulaban los dos cuerpos felinos que estáticos en el patio aguardaban. Tras ceder ante el asco y la sorpresa, Gabriel vomitó, con la imagen de la sangre y los pelos tapizando las vísceras, de los huesos que salían de la piel rasgada de los animales. Para ser una travesura, esto se había salido de control. Esta vez se dio el tiempo de enterrar a los gatos. Su antipatía por ellos no le impedía sentir algo cercano a una lástima disfrazada de preocupación y morbo. Al llegar del trabajo limpió la sangre del concreto. La mancha tardó en difuminarse, pero al final no cedió. Mientras Gabriel batallaba con la sangre, un felino obscuro se acercó sin el mayor sigilo, postrándose frente a él. Gabriel trató de ahuyentarlo con un ademán, pero el gato, impasible,


permaneció observándolo con unos ojos que parecían más humanos que felinos. Gabriel entró a la casa, ignorando la presencia del gato cretino. Abrió los ojos de pronto al sentir unos pasos en su cama. Se levantó de golpe, para ver como el gato cretino se paseaba sobre sus sábanas, siguiéndolo con la mirada que parecía humana. Gabriel sólo salió esa mañana a retirar tres cuerpos del patio. Luego, escudriñado por el gato cretino, permaneció todo el día encerrado, forzándose a no observar por la ventana la mancha sanguinolenta. Su inquilino lo seguía para todos lados, provocando a Gabriel con su desagradable compañía un escozor permanente. Los cadáveres siguieron apareciendo. Apilados sobre la mancha, pedazos de cuerpos se acumulaban por la noche. Los vecinos comenzaron a

extrañarse por la desaparición de sus animales. Fue su vecina quien descubrió el atolladero de cuerpos en el patio contiguo. La junta vecinal culpó a Gabriel, tachándolo de psicópata. El gato cretino sólo lo observaba. Un maullido espantoso le hizo correr a la ventana. El gato lo siguió. Un felino pequeño, grisáceo giraba en el aire, suspendido por una mano invisible, que en un segundo azotó contra el suelo al animal, lo levantaba de nuevo y lo hacía estrellarse una y otra vez, hasta que sus huesos dejaban de quebrarse. Gabriel y el gato cretino cruzaron miradas. Luego continuaron observando el inusual evento, mientras otro gato era azotado justo en el lugar de la mancha. Mañana habrá que limpiar, pensó Gabriel. El gato ronroneó, como aprobando la declaración. 17 |


Imagina

La felicidad

Un cuento de Maumy Gonzรกlez Ilustrado por Elisabete Ferreira | 18


B

elén, mi hermana menor, llamó esa mañana para avisarme que papá había muerto. No dijo cómo, ni yo quise saber. Hacía demasiado tiempo que no le hablaba a papá, que no me importaba nada de lo que le pasara. Se nos fue, lloriqueó ella al teléfono. Agregó unas cuantas frases melcochosas acerca de su dolor por la pérdida. La imaginé recostada en el sofá de tres cuerpos que tenía en la sala; apoyada sobre un codo, abanicándose la cara con un pañuelo. Seguro tendría taquicardia y el marido le estaría haciendo beber un té a sorbitos. No me dejes sola, insistió. Lo velaban en nuestra antigua casa, quería que yo estuviera. La odié por recordarme a la familia y colgué, sin asegurarle que iría. Pero ella sabía que si llamaba yo iba a tener que cumplir. Al final de la tarde pasé por la casa. Fue el marido quien me abrió la puerta. A ella la encontré en la sala. Estaba sentada en una silla, junto al féretro. No se ha apartado de ahí desde que lo trajeron, comentó el marido antes de dejarnos solas. Enseguida la angustia se instaló en mi estómago. Supuse que había sido idea de ella velar al muerto ahí en lugar de dejarlo en la funeraria; quizás era una forma chic de despedirlo, quién sabe, yo igual no pensaba discutirlo. Belén tenía la cara hinchada, con unas ojeras tremendas. Daba lástima. No dije nada, no podía. Sólo me acerqué y le di un abrazo. Ella se apartó un poco. ¿No pensabas venir a despedirte?, me reclamó. No, dije. Puso una mano sobre la madera negra del féretro, la acarició despacio, parecía que de pronto hubiera notado que era más suave de lo que creía. Por lo menos deberías verlo antes de que lo enterremos, murmuró. Después de nuestra historia llena de insultos, había evitado a toda costa volver a comunicarme con papá mientras estuvo vivo, prefería no verlo después de muerto. Sin embargo, miré la ventanita de vidrio que había sobre la tapa. Vi parte del rostro, la barbilla gris, los labios violáceos, no más. Yo tenía los ojos secos, como imaginé 19 |


había quedado él, después del trabajo que habrían hecho los de la funeraria. Limpito cadáver para mirar antes de meter bajo tierra. Le dije a Belén que no me sentía bien y fui hasta el baño de servicio. Me lavé la cara. Casi cuarenta años y todavía no podía superar el hecho de que papá me hubiera mirado con asco. A sus ojos yo había quedado manchada, rota. En esa época, necesitaba que él continuara queriéndome. Hice todo lo que me ordenó. Dejé que uno de sus amigotes extirpara mi metida de pata y me devolviera a casa el mismo día sin quejarme. Era el cumpleaños de quince de Belén. No se podía suspender. Me puse el vestido de gasa celeste. Incluso, traté de mantener la sonrisa a pesar de sentirme enferma. Apenas podía estar de pie. Lo último que recuerdo de ese día es la sensación de humedad en las piernas, el manchón que iba creciendo sobre la tela, y la cara desencajada de mamá gritando algo desde la escalera. Lo siguiente son apenas destellos de imágenes difusas. Las caras de enfermeras y médicos, y una flojedad infinita en el cuerpo. Cuando desperté, mamá no paraba de llorar. Mala praxis, le escuché murmurar a una de las tías. Más tarde me enteré de que yo nunca podría tener hijos. Y papá seguía mirándome con asco. Ni una palabra amable. Era como si todo aquello hubiera sido planificado por mi para mortificarlo a él. Fue lo último que le toleré. No recuerdo bien qué dije. Lloré tanto que me quedé así, repasada con formol, bien dura. Lo único que me dejó papá fue la angustia, una pelota enorme que crecía sin pedir permiso. Nunca más había vuelto a hablarle. Al salir del baño el marido de Belén me ofreció un café. Le dije que lo tomaría en la sala. Mi hermana seguía en el mismo lugar. ¿Tanto te cuesta perdonarlo?, preguntó. Sí, me costaba. Pero no se lo dije. Preferí sentarme junto a ella. Seguía llorando. Papá sólo quería lo mejor para nosotras, dijo. Eso creía ella, yo no. Para Belén, la mala, la intolerante había sido yo. Ni siquiera porque mamá te lo pidió | 20

antes de morirse, agregó y se sopló los mocos. Comencé a contar los ramos. Todos con una banda color pastel; de los tíos, de los primos, del colegio de médicos. Supuse que Belén les había dicho que necesitábamos un tiempo a solas con el muerto. Seguramente faltaba poco para que ese público bien alimentado, que nos había acompañado toda la vida, se presentara ahí. Preferí abandonar la casa antes de que aparecieran. Le dije a Belén que me iba. Casi saltó de la silla. Me pidió que la esperara, tenía algo para mi. Entonces, me entregó un paquete. Papá lo dejó para ti, dijo. Era un paquete rectangular, envuelto en papel madera y amarrado con hilo sisal. No quise aceptarlo. Llévatelo, aunque sea por mamá, insistió ella. Lo agarré por compromiso. Salí de la casa retorciéndolo. Quería que se deshiciera. Pero no estaba hecho de terrones. Decidí caminar hasta mi apartamento en lugar de tomarme un taxi. Aunque ya era de noche y tendría que recorrer más de treinta cuadras. Volví a mirar el paquete. El papel estaba arrugado, roto en un borde. Tuve la tentación de mirar a través de la rasgadura pero me contuve. Paré en la esquina y me puse el paquete bajo el brazo. Mientras esperaba a que cambiara el semáforo saqué los cigarrillos de la cartera. Encendí el primero, con algunas bocanadas quizás habría sido capaz de desatar el nudo. Traté de imaginar qué había adentro. Quizás una carta, o algún retrato enmarcado. Uno donde Belén debía estar abrazada a papá, feliz con su vestido de quince. Y yo del otro lado, un poco apartada, al borde, como estaría siempre, tratando de que no se me notaran demasiado las ganas de vomitar. La última imagen de lo que él creía era la felicidad. Quién sabe, sólo papá podría saber lo que había envuelto. Vi el semáforo pasar del rojo al verde y aflojé el brazo. Dejé caer el paquete sin abrir. Escuché el crujido que hizo al chocar contra el asfalto y seguí. Luego de unos pasos había dejado de importarme.


Habladurías

Textos de Frank Bready Trejo Ilustrados por Carolina Rodríguez

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A mi mamá y papá y al Hombre Árbol.

T

08/03/2013

an cortas palabras he tejido estos dos últimos días, pero llevar a cabo una rendija en el corazón es como ser un pez tratando de nadar en agua estancada. Anoche nadé en aguas profundas y me he hecho el amor, me he sentido transformado. ¿Cada cuánto tiempo habré de sentirme lástima y luego nadar en una utopía que me llena de energía? No lo sé de cierto, pero me siento enamorado, enamorado de mí y es bueno estarlo. Las hormigas que viven en mi cuerpo han sufrido las estancias

C

10/03/2013

ada vez que me aferro a una zona de mi cuerpo, escucho los latidos del corazón; de noche, de día, en la pierna, la oreja, la mejilla, la espalda, muchas otras. Las hormigas se aferran a la idea de acompañarme en los sueños, en mi cuerpo, donde la utopía abraza los canales venosos de las nubes y el Sol se vuelve un rasguño en el corazón, parte de una semblanza que destituye el amor. Al fin y al cabo, me transformo y temo, temo de las relaciones mientras un árbol crece sin raíz a cuestas del mar, mi

A

11/04/2013

veces la melancolía despierta irrealidades que se nos aparecen de sorpresa. Ayer como a las 18:20 se reunieron pájaros en las islas de las avenidas, armaron un concierto mientras iban llegando los demás, fue hermoso, el Sol | 22

poéticas de alguna que otra vida, pero el mar de mi cuerpo es una sustancia que me envuelve la carne. Desvivo los placeres del café, el vino y algunas cosas que en la tarde he sentido. Mis dedos erotizan el papel y las palabras van caminando en direcciones simultáneas, cayendo en la extensión de lo corpóreo, mi cuerpo devela su placer de estar tendido en la tierra, respirando y volando a los edificios a tomar el café, seguramente café guayoyo. Son las 13:07 y estoy carrasqueando las fotografías que me hablan de historias y poesías de mi inconsciente placer.

madre, ella engendra siempre virtudes, pero nunca baja las estrellas. Sueño y desvarío en mis cuerpos, en los planos del placer de vida que no es más que sólo dolor. Me siento mal mutado, quiero ser niño, quiero ser inocente; quiero ser y aprender a no fastidiarme y temer del calor humano, entender que pueden llegar a desvariar las posibilidades en la vida con un Sol o una Luna. Quiero enterrar viva la esperanza mala del corazón y revivir en la lluvia el calor de mi cuerpo y amar hasta en los tiempos de sequía como el mismo ciclo hermoso de la vida. Tomo un café de noche con miel y queso blanco.

les dictaba rayos en sus vocales. Démeter asocia las palabras de un mal augurio, las cosas no deben existir, razonan demasiado. Pertenecer a este mundo es contradecir una viva calculada, pertenecemos al alma que nos desvaría el pensamiento, pertenecemos a los seres que existen, alguno de esos seres están en la mente. A los otros, nos hacen creer que


les pertenecemos, una hormiga le pertenece a la tierra porque necesita de ella, pero no le pertenece a otra hormiga, pero sí se necesitan para sobrevivir. Yo no le pertenezco a las palabras, ni a las personas ni a los seres, le pertenezco a las energías porque ellas mismas ni se pertenecen. El mar me llama desde lejos

13/04/2013

N

o puedo creer que exista magia en los espacios cercanos del cuerpo, la regadera por ejemplo, es un espacio imprescindible; piensas tantas cosas que el cuerpo asimila una realidad diferente, asume el mar como parte de su cuerpo, a veces siente el río sonando por el manto de piel, como tierra húmeda. La inocencia me gobierna las manos, los pies, los ojos, he perdido parte de mi cuerpo, la Luna siempre está donde el amor se presenta, en las palabras que las personas exportan de sí mismas. Un día puede marcar un dedo, no una vida, tal vez un alma. A diario somos otros: una hormiga, una empanada, un carro, un árbol, tal vez una bicicleta, pero el mundo se resume un cachapas con queso, sabrosas cachapas con queso. Una vida se resume en la cara de una pez, sólo conoce el agua, todo lo externo a ello es mera interpretación, nuestra vida se resume en una sola cara, sólo conozco mi cuerpo, todo lo externo a ello es mera interpretación. En las nubes se dibujan arepas, tengo hambre. ¿De qué tengo hambre? Hemos perdido la capacidad de sentir, queremos razonar tanto que se nos olvida como se sienten las patas de Thomás –un gato– también puede ser una tortuga. Estoy enamorado y se me olvida de qué estoy enamorado. Pierdo consciencia de lo que camino,

para conversar y reír, reír para colmar un rato la existencia y felizmente transformar los planos, hay vacíos en estos dedos que crecen como árboles sin Sol, sin más nada que acotar, el cuerpo raja en el espacio una abrumadora energía húmeda, existencial. Espero las hormigas duerman bien esta noche.

los zapatos se salen y caminan al lado, como un cuerpo pesado. Las horas del día se han perdido en la memoria, la carretera, las hojas, los cauchos del Sol, él también anda. Sabe transitar como un tiburón. Conceptualicemos un rato, utilicemos los términos por ratitos. Habladuría es un término donde la palabra asume una cosa, ¿qué asume? Eso no nos importa, la palabra es algo en este mundo que nos produce una sensación para entender una partícula del mundo en el verbo. 0:04 minutos no hacen la diferencia para este fragmento de habladurías. Si perdemos la capacidad de caminar se nos olvida el agua, las canciones hacen bailar las piedras del mar, ella me regaña, no he vuelto y estoy muy triste. Las hormigas hoy no caen del techo, el Sol las estaba quemando, tienen la cabeza negra y el cuerpo azul, tenían las uñas pintadas de rojo. Las ruedas de una bicicleta parecen olas de arena. La piel arrugada se convierte en un veterano venado, a veces es fuego, ¿por qué no puede ser aire? Mark la vistió de rojo y la hizo invencible y la otra un pez y la vistió de marrón, al parecer un verdoso como la corteza de un árbol. ¿Quién eres? ¿Tanto te has leído? ¿Estás cansado? Déjale paso a las arañas para que te soben la piel. Los términos son aburridos has que me olvide de ellos, dale un golpe al agua. 23 |


D

espelucador de y excavador de

UNA ENTREVISTA A FRANCISC


e héroes mitos

O ORTEGA


Por Estefanía Reyes Fotografías cortesía Francisco Ortega

H

ace 23 años, un joven de 18 escribió una novela medio autobiográfica, inocente y apresurada sobre el viaje delirante que recorre un universitario en su regreso a casa, después de un mediocre semestre de estudios. En un arrebato, el incipiente escritor envió su historia a un concurso donde ganó el segundo lugar y, con ello, la oportunidad de ver aquella historia publicada. Después de dos décadas, el escritor ya consagrado ve aquel librito con cierto bochorno y algo de cariño. A veces cree que fue un error publicarlo. Otras veces, simplemente, le da risa. Igual que el protagonista de su ópera prima, Francisco Ortega nació en Victoria, una ciudad ubicada al sur de Chile con helados vientos en invierno y sofocantes aires de verano. El año: 1974. El día: No lo ha mencionado nunca, pero bromea -o eso creo yo- al asegurar que es “el mismo día en que se tuvieron pruebas concretas de la existencia de vida extraterrestre, cuestión que por motivos de seguridad mundial aún se mantiene en secreto”. Creció nadando en medio de dos corrientes teológicas. Su madre era evangélica y su padre católico. De niño leía la Biblia casi como tarea para la casa y encontraba en ella “el mejor crisol de ideas para armar historias fantásticas”. Sin embargo, se alejó de la religión a los 15 años, cuando un cura le recriminó por ir a misa con una franela de Pink Floyd. En ese momento le tocó escoger entre la iglesia y la banda. Terminó declinándose por lo segundo. Las tarjetas de presentación de Francisco Ortega tienen que ser lo suficientemente grandes para abarcar todos sus oficios: editor, escritor, columnista, periodista, guionista de cine y televisión, creador de historietas, profesor universitario… El hombre tiene mil facetas pero todo se resume en ser un creador de historias en múltiples formatos. Francisco encuentra una tierra fértil en los recovecos de la historia que los conservadores miran con espanto. Excava en los pequeños misterios que se esconden entre las líneas de los grandes relatos, derribando los tabúes que se instalan detrás del idealismo patriótico, desnudando en el camino a los grandes próceres hasta exponer sin recato sus costados menos sublimes pero mucho más enigmáticos. El más exitoso de todos sus thrillers, Logia, desata los misterios de la hermética Logia Lautarina, una sociedad secreta fundada por Francisco de Miranda que, aunque de hecho existió, solo es nombrada abiertamente por los historiadores más conspiradores y los católicos se persignan con espanto al escucharla. Hasta ahora, ha vendido más de 20 mil copias en Chile y pretende cruzar sus fronteras este año. Lectores de Argentina y México se encontrarán pronto con un peligroso secreto guardado por Bernardo O´Higgins, José de San Martín y otros próceres de la independencia, y se adentrarán en los planes del National Committee for Christian Leadership para destruir el dominio de la Iglesia Católica en Latinoamérica.


A partir de un mito urbano que escuchó de su padre construyó su última novela: El verbo Kaifman, una historia de conspiraciones e intrigas desatadas por unos gringos que buscaban oro nazi escondido en tractores marca Lanz, al sur de Chile. Este libro es una versión extendida y mejorada de El número de Kaifman, una obra que, a juicio de Francisco, había quedado mutilada por sus miedos de 2006 y el pudor de sacar una novela comercial en un país donde está mal visto producir un best-seller. Francisco demuestra que la expresión “piensa global, actual local” también aplica a la literatura. Gracias a su experiencia como editor, aprendió que en Chile había una gran masa de lectores de thrillerhistórico que probablemente esperaban una versión autóctona del género. Así que apostó por utilizar los arquetipos, el tono, el ritmo de las novelas históricas y de suspenso, americanas y suecas para crear una narración con identidad propia que usa como eje de misterio la historia de Chile. Si tuvieses que escoger características de algunos héroes (o villanos) de cómics para construir un personaje inspirado en ti, ¿cuáles serían? De Hulk lo pasivo agresivo, de Batman el auto y lo deductivo, de Lex Luthor TODO, de Dr. Doom la tragedia, de Magneto la

integridad más allá del bien y el mal, de Spider-Man el sentido del humor, de IronMan las lucas y la tecnología, de Superman la contención… esa conciencia de saberse un Dios y aguantarse a demostrarlo. ¿Has vivido algún episodio sobrenatural en tu vida que haya inspirado alguna de tus historias? Si. Una vez vi un exorcismo en una iglesia evangélica. Y lo vi de muy cerca. Casi a dos metros de distancia. Ni idea si fue real, pero la puesta en escena fue perfecta, aterradora, con todos los lugares comunes del género. Insisto, no sé si fue real, pero sé que lo vi. Hace años, además, tuve una novia que según ella era acosada por un brujo chilote y despertaba aterrada por las noches, diciéndome que el zbrujo estaba en la pieza y que iba a matarme. Nunca me mató, aunque para prevenir la relación duró poco. Imagino que tuviste una niñez muy particular con semejante poder creativo y amor por lo fantasioso, ¿qué juegos te inventabas?, ¿qué aventuras viviste dentro de tu cabeza? Jugaba en serie, es decir historias continuas durante una semana, con los mismos personajes y vehículos. Le hacía presentación e inventaba nombres de actores. Eran copias de las películas o series que veía, pero con otro nombre. Ejemplo: El Reino Contraataca o King Saurus, que era King Kong pero con un dinosaurio de goma. O Gladiadores del


Universo, que era Amos del Universo, lo de HeMan. O los Vehiclestron que eran mi versión de Transformers. Lo otro que hacía es que si moría un personaje justificaba que no tuviera familia para que nadie sufriera. ¿Cuál fue el último concierto al que asististe? ¿Cuál es el disco que más escuchas en tu reproductor? El año pasado fui a pocos conciertos, no sé si fue el último, pero si el que más recuerdo. Marillion en el Teatro Caupolican. El disco que más escucho es lejos, pero lejos, Wish You Were Here de Pink Floyd. Seguido de bien cerca por Black Celebration de Depeche Mode, Queen II de Queen y Hemispheres de Rush. En la medida que crecemos, nuestra biblioteca va madurando con nosotros, vamos añadiendo nuevos autores, estilos y géneros. Si tuvieses que escoger un libro por cada etapa de tu vida, ¿cuáles serían? De niño “Mampato”, de pre adolescente”La Isla Misteriosa” de Julio Verne, de adolescente "Dune” de Frank Herbert y “Mitos de Cthulhu” de Lovecraft, de universitario “En el camino” de Jack Kerouac y “Música para Camaleones” de Truman Capote, de adulto “Watchmen” de Alan Moore y “El Obsceno Pájaro de la Noche” de José Donoso, de mi yo actual “Mampato” de nuevo. De la vida entera “Moby Dick” de Melville e”It” de Stephen King. El género histórico es uno de los menos explotados por los escritores latinoamericanos, ¿crees que esto se debe a que en nuestra psiquis colectiva tenemos una corta memoria histórica? No, creo que simplemente no interesa el género. En Latinoamérica y en Chile se hizo mucha novela histórica entre 1899 y 1973. Además se leyó mucha, era y es el género preferido por los lectores locales. No así por los escritores. Y se entiende, el golpe de las dictaduras hacen que uno quiera mirarse a sí mismo, ser intimista, escribir del aquí y el ahora, que es lo que predomina en nuestra ficción. ¿Crees que el culto a los personajes históricos y la glorificación de los héroes de la patria que parecen caracterizar a los países latinoamericanos sean un sano germen para la literatura? Para nada, eso sería desastrozo para el género. Lo que la ficción debe hacer, y es lo que intenté hacer con Logia es despeinarlos, chasconearlos, mostrar su

lado B, desacralizarlos. Esa cosa sagrada de la historia es la que mata el amor por la lectura. Logia estuvo entre los libros más vendidos en Chile el año pasado. ¿Consideras que la novela es igual de atractiva para otros lectores de América Latina que no están familiarizados con la historia chilena? Espero que sí, la novela se lanza en Argentina y México este año. Y los editores de allá encontraron que era muy hispanoamericana, más que chilena, por eso se interesaron. Si Logia, Mocha Dick, El Horror de Berkoff o cualquiera de tus obras llegara al cine o a la televisión, ¿estarías dispuesto a ceder a tus personajes o eres muy celoso con ellos? ¿Preferías ser quien dirige o haga el guion? Prefiero que los tome otra persona, pero estar yo siempre involucrado, revisando o sugeriendo, ser una especie de productor asociado. Hay historias, como Mocha Dick, que me encantaría guionizar yo, pero no tengo drama en que lo haga otra gente, de hecho me interesa ver cuál sería el punto de vista de esa otra persona. ¿Tienes algún ritual especial al disponerte a escribir? Super fome, pero no, ninguno. Para mí es una pega. Hago lo que me gusta y lo hago de 9 AM a 7 PM. Salvo tomar café y mucha agua y encender el computador, no tengo ninguna clase de ritual. ¿En qué punto se encuentran tu “yo” periodista y tu “yo” escritor? No se encuentran, es uno solo. Siempre han estado juntos. Eso me facilita pasar de terminar el capítulo de una novela a escribir una entrevista de un minuto a otro, solo cambiando el archivo en la pantalla del computador.w Además de la lectura, ¿qué otros pasatiempos disfrutas? Ver mucho cine y series, cachurear, caminar, escuchar música, coleccionar vinilos y armar modelos a escala de aviones y naves de Star Wars. ¿Qué proyectos ocupan tu mente en estos momentos? La secuela de Logia, una novela de terror para niños que se publica este año y el guión de una película. También la segunda parte de 1899 y una novela gráfica que preparamos con Gonzalo Martínez. Con eso es suficiente.


Hospitalidades Un cuento de Damiรกn Salguero Ilustrado por Marcos Morales


E

lla tenía una falda negra llena de luces rancias. Sonaba la buena salsa, el buen ritmo, yo le decía, muéstrame esas caderas, destroza el piso con tu baile, no me digas tu nombre, para bailar sólo se necesitan dos cuerpos y no dos existencias trágicas. Eso, baila-muévete, —no me digas nada— ¿estas borracha? — Fresca muévete— ríe —abrázame—, no me digas nada porqué si me dices tu nombre se acabara esta noche. Salí del bar y el murmullo del silencio me pasmó, caminé, fumé un cigarrillo. Y toda esa algarabía se me fue a la mierda, recordé que tenía que trabajar, un paquete de coca para aguantar este peso, por eso digo: no me digas tu nombre, no te llames ciudad porque la palabra ciudad fue la que generó este mierdero, mi nombre es Gabriel ¿y el suyo? Señor/a _______________, bueno señor/a lector/a ciudadan@, habitante, y es aquí donde empieza nuestra existencia. Llegue al hospital. Los ojos rojos por no dormir. Los pacientes de urgencia pululan en filas interminables. El uniforme parece una pijama y esa realidad ensangrentada está bien. ***

Vio

dos perros jugando, leyó dos libros anoche y piensa ¿qué es lo que le hace falta a la literatura? Y será seguir preguntándose. Clase de lingüística. Dos perros viejos jugando, se le llena el corazón de ternura, la calle está vacía, falta un cuarto para las ocho. Piedra de sol. Estas muy mexicano wero, muy "latino", el cielo sin una nube. Tú sonríes, piensas en como alejarte de las influencias, tú piensas, él piensa, yo pienso. Escribiremos para un pasado continuo y perpetuo. Sigues caminando, llega a la calle cuarta y todo esta calmado con el sol tibio de la mañana. Piensa en los viajes de la vida y te detienes en un salón. Tú quieto. Aquí. | 30


***

Ella tenía un jean untado de humo.Bailábamos

un reggaetón suave "presentimiento, que tu mirada y la mía" pegaditos bien rico. ¿Papi cómo te llamas? ¿Yo? No mi cielo, no nos jodamos tanto con esa cosa de los nombres, sólo quiero bailar, tocarte, para qué nombres. Luces apagadas, tenue verde resbalando en la música. Acércate -me diceapriétame las nalgas. Yo de una claro, como no, como quieras. Bésame el cuello y trágate mi perfume, mi sudor, Eso me decía con el lenguaje de sus caderas, mi pene tieso sobre sus nalgas de tela. La luz verde se hacía chicle, masa de petróleo, leds pequeños resbalando por su escote. Salí del bar. El silencio eléctrico de siempre. Una bolsa de perico. Ir a trabajar. Entrar. Lucía me mira y pregunta si todo está bien. Si claro, no te preocupes. Tienes los ojos rojos, báñate Gabriel. Me dirigí a la ducha. La misma fila interminable de enfermos y muertos. ¿Estás bien? Si, si, es entonces cuando entro en ese sueño ensangrentado. Me tocaba turno en el anfiteatro, va a ser una buena noche, una buena madrugada, dormir, los muertos no se quejan, el olor a formol. Los muertos hoy están tranquilos. La soledad de la sala. Escucho respiraciones hondas y lejanas, ha de ser el cansancio, ha de ser la paranoia producto de la coca, es normal, me relajo, respiro hondo, los últimos muertos llegaron hace treinta minutos, la sangre sigue fresca. Los cadáveres como que eran esposos y trabajaban en la plaza de mercado, ellos tenían la vía, y al parecer, de la nada salió una camioneta fantasma, los mató y siguió de largo. Las respiraciones intensas. Calma. Las manchas frescas de sangre sobre la manta. Como que no tenían papeles, ni sisben, ni seguro, nada, entonces cuando llegaron el doctor a duras penas los miró y dijo que habían muerto.

Cierro los ojos, tranquilo calma, mantén la calma es la coca, mantén la calma, cerrando los ojos, las respiraciones hondas lejanas persistentes, es la coca, seguro que no es más, las respiraciones siguen, se hace pálpito, se hacen grito y este grito parece sacado de un rincón más oscuro que la muerte. Cuando salí del shock era la mujer que se estaba moviendo en la camilla mortuoria. Llamé a los otros enfermeros. Resultó que la pareja no estaba muerta. Cuando llegó el doctor que atendía el caso, los miró despectivamente, movió la ceja y supe en este gesto que el tedio del doctor estaba por encima del cielo. —Otros más— otro más, sáquenlos de aquí y remítalos a la sala de cuidados intensivos. Se me quitó el sueño. En dos horas acabó el turno. Dormir. ***

La tediosa clase de lingüística. No hay nada

bueno. ÉL saca el cuaderno y empieza a escribir ¿qué le hace falta a la literatura? Escucha las palabras lejanas del profesor, compañeros que conversan, el tecleo de los smartphone y los blackberrys, las caricias touch en las tablet, tú todavía con cuaderno y lapicero. Los ojos parecen orbitas de ilusiones. Transcurren dos horas. ¿Qué le hace falta a la literatura? Acaba la clase, el profesor deja trabajos. Piensa en Hölderlin, en Schiller, en Baudelaire, y ríe para adentro. La poesía contemporánea es para dentro de un siglo. ¿Qué debe esperar el escritor? Encontrar reconocimiento en vida y luego el terrible olvido con su ejército de polillas que lo acabara todo. Poner la vida al límite. Morir cuantas veces sea posible. Enterrar. Desenterrarse. Adjetivar verbalizar (¿qué es un oxímoron?) miras a una anciana con un cuerpo esplendido, adolescente, caminas lo suficiente para dejar de pensar. La calle a las 10 de la mañana es una mezcla imprecisa de voces, llega al local donde trabaja. Parece estar flojo. Se siente mal. Pero sonríe manteniendo el optimismo al asunto, 31 |


el pequeño almacén de víveres que compraste con lo poco que te quedaba de la herencia, lo compraste con la ilusión de no tener que trabajar y dedicarte a pensar ¿qué le falta a la literatura? El problema es que te estafaron, que en vez de llevar la contabilidad te pusiste a hacer poemas en los libros de cuentas. ¿Qué le falta a la literatura? Biográfico. Autobiográfico. No-biográfico. Y esa absurda trinidad de cosas, miras pasar faldas de flores. Alejas la tristeza con una sonrisa. Una paloma de papel. Abre otro libro. Pone su ojo letra por letra tratando de descifrar ese laberinto simbólico. Eres interrumpido. Impuestos. Pagas. Debes. Cliente. Interrumpes otra vez. Miras bien los símbolos tratándote de encontrar entre la maraña de tinta. No viene nadie. Confundes las tres personas gramaticales. Son tres -piensas en personajes absurdos e ilegales-. Tercera persona en ilegal futuro, perfecto pretérito, presente y "puturo". Deseas tocar guitarra. Recuerdas la época dorada donde morías de hambre y eras libre. Pasado perfecto. Piensas en los viajes. Él está pensando. Tú estás pensando. Yo estoy pensando. Quieto tigre. Una trinidad urbana. *** Llegó una mujer al hospital, tenía entre cuarenta y cuarenta y cinco años. Cuando la vi bañada en lágrimas, en sangre, en por amor a Dios por qué me pasa esto a mí. Pregunté por su diagnóstico. Reservado. ¿Qué pasó? El hijo la robó, la señora lo descubrió, el joven entró en pánico, la tiró al piso, la violó, luego el joven criminal la apuñaló en la sien y varias partes de su cuerpo, sólo para huir con el televisor. Tras escuchar el asunto saqué un cigarrillo, lo pasé dedo por dedo, salí y lo encendí. Ver el amanecer desde una ventanilla de bus. Hacer fuerza para no dormir y preguntarme qué es lo que pasa con este mundo, tengo un cigarrillo entre los dedos el bus se detiene, me bajo y camino un par de cuadras hasta el desayunadero de doña Carmen. Al final mejor ni pensar en nada. | 32

Doña un caldo de pajarilla, un café y dos masas si es tan amable. Llegó el Cacho y me saludó. Quería reponerme, dormir domingo para levantarme viernes. El Cacho no más me dice ¿qué más hermano como va todo? Bien, bien ¿y vos qué? No pues nada, pero más cagada casi matan a un compa la semana pasada, era el siete 75, iba por el morro y vos sabes que los domingos eso es solo por ahí, el siete setentaicinco iba con una encomienda de diez palos, que le estaban pagando bueno socio, cuando en una esquina ve a una hembra re mami, rebuena, le para para hacer la carrera cuando es que menos se imagina llegan dos manes en una moto rx ciento quince, y me dice siete setentaicinco que tenían una máscara de calaveras y que tales y el man en vez de entregar las lukas se asaró, arrancó y atropelló a la hembrita y que la hizo mierda pues, como que la hembrita también está implicada en eso (yo recordé que hace una semana llegó una mujer y dos hombres, presuntos sicarios, la mujer en cuestión perdió una pierna ya que tuvo una fuerte contusión en la rótula, dañando varios tendones, separando esta del fémur, además sufrió varias contusiones craneales que la dejaron en coma, me tocaba bañarla, y recuerdo sus senos perfectos, recuerdo esa vagina de color rosa-púrpura, dirán que soy un morboso, pero es nuestra única diversión, lavar y cuidar muertos), claro el siete setentaicinco arrancó y llegó al centro, el man sintió alivio porque en el centro hay más gente, el problema es que si sale del centro paila, entonces hizo lo más inteligente, doña Carmen un tintico y un cigarrillo, pegó severendo frenotazo antes de un semáforo y los manes se estrellaron, la moto se hizo mierda y los tipos volaron varios metros, pero el siete setentaicinco salió ileso, uno que otro raspón pero nada más, los otros si paila, los judicializaron. Nos tomamos el café con calma, nos fumamos los cigarrillos, me despedí y el Cacho no más me dijo cuídese que las cosas andan duras.


Cuatro perfiles Poemas de Aleqs Garrig贸z Ilustrados por Camilo Fern谩ndez

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EL TRAVESTÍ El travestí abre la ventana de su cuarto y se ofrece a las miradas. Pinta en sus labios, ante un espejo cortado, la vagina roja y palpitante que no tiene. Corre hacia arriba sus medias negras, peina sus cabellos oxigenados. Se asemeja a una burda muñeca inflable: kilogramos de pintura, extensiones capilares, uñas de acrílico, senos de goma, tacones con punta de aguja, …cinta de unir en el corazón. Y de pronto, el cuarto se ilumina como por un poderoso reflector lo mismo que un foro de televisión; y el vacío se repleta de diálogos inventados en el bullicio de una corte donde todos son como… ¿él? Y sale al fin contoneándose del cuarto apretado donde nadie lo espera. EL AMIGO IDO Hay una banca vacía, que nadie puede ocupar. Hay, también, un frío sudor que escurre en nuestra frente cuando alguno menciona tu nombre, el persistente nombre de tu niñez tempranamente arrebatada. Hay un amigo ausente en la fiesta y cuando alguien pregunte “¿Dónde está él?” todos diremos: “Se ha ido a un lugar mejor, lejos de los relojes de arena y los espejos de soledad; los espejos y los relojes que nos hieren tanto.” Todavía, evocamos tus dientes quebrándose en una carcajada, la explosión de tu alegría en la serenata, el susurro de tu vaho adormecido en nuestros hombros, el peso de tu incertidumbre en nuestras horas. Mirabas el azul profundo del techo de una carretera, seguramente contando estrellas, ignorando la suerte que Dios había puesto en tu camino. Un vuelco, un golpe en la cabeza, y ya estabas muerto. Tan fácil fue, como fácil es caer para una estrella fugaz. Tus últimas palabras, tu inolvidable estela: “Ayúdame por favor…” Hay un amigo ausente en el círculo de juegos. Una fotografía que no podemos mirar.

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LA ENAMORADA Apaga las velas del encuentro, desmaquíllate, arroja las flores al inodoro, porque no vendrá, aquello, lo último por lo que valía vivir… ¿Qué haces, grande tonta, desgarrando el encaje que te adorna como un regalo dispuesta a entregarte a él? ¿Qué haces cortando tu cabello como una loca en señal de ridícula rebeldía? Escuchaste sus pasos alejarse y aún te mueve y te estalla el último beso robado con un falso juramento de amor. Crees oír esos pasos en la escalera y ver una silueta que se pierde entre las sombras. ¡La silueta de lo que no es! Derrúmbate sobre la alfombra, desgarra tus vestidos, rompe algunos trastos, corta tu cabello como una loca; pero no rasgues más tu cara, para que no vuelvan a decir por las esquinas que aquella enamorada que grita en la noche eres tú. EL MANIQUÍ Carente de articulaciones, tieso cual esfinge, se erige el maniquí, con su sonrisa falsa. No será prudente que lo llame con todas mis fuerzas. Nada, ni el menor movimiento. Ni sus párpados le caen. Sus pupilas están crispadas, como si un terror estirado anidara en ellas. Sus genitales anudados me producen asco. Encuentro su ombligo. ¿Qué grotesca madre lo habrá parido? Sé que si despertara de su letargo sentiría vergüenza, culpa, lástima de sí mismo, por estar tan solo y tan expuesto. Él no sabe la fortuna de su condición: ni su piel será lacerada por el frío ni el herpes florecerá en su boca. Rápidamente lo visten y adornan ridículamente, pero jamás emitirá una queja accidental. Han traído algunas pelucas anticuadas y lo coronan como es debido. Cortésmente me despido de él. Lo saludo al alejarme, mirando a través de la vitrina, como si mirara ante un espejo. 35 |


De テ]imus

Poesテュa de Carlos Colmenares Gil Ilustrada por Gina Garcテュa


líbranos del mal, dicen

Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! Holy! The World is holy! The soul is holy! The skin is holy! The nose is holy! The tongue and cock and hand and asshole holy! Allen Ginsberg estoy contigo en rockland recordando los más recurrentes recuerdos rotos en la más larga espera que fue la niñez de cualquiera lloraré más veces que tú y eso está bien y eso está mal es causa del vivimiento y la mismidad que será estar en rockland soñando o realidando nos gustaba realidar algunos animales pequeños, tú te acuerdas y fantasear monstruos que yo combatía dormido porque eras cobarde y padre sería malditamente ridículo a estas alturas y padre sería una güevonada aunque hay una tradición estúpida de gente pendeja que dice cosas de mierda uno tiene que hacer lo que tiene que hacer hasta que se desintegre el discurso hasta que se apaguen las luces y duermas y yo duerma y esto también duerma hasta el viernes cuando yo vaya a tu casa hasta ese día. 37 |


mientras tanto

el día parece de mentira y justo cuando digo que me estoy volviendo loco como siempre aparece otro fantasma en la habitación el día es de mentira pregunto si es un ángel si lo fuese, responde mi llegada sola te hubiese hecho levitar hubiese provocado en ti una erección como de cuando tenías 14 y pensabas en vanessa la de noveno b querías darle un beso negro ni siquiera sabías lo que un beso negro era no, no soy un ángel es verdad que carezco de órganos sexuales pero es que no tengo nada que pese ni pulmones, ni hígado ni los huesos de los que tanto te gusta hablar tampoco soy un fantasma cuando lo era morí y ahora estoy condenado a vagar como un hombre en pena entre los espectros ese último verso lo dijiste tú yo no escribiría esa metáfora fácil usaría palabras feas, más feas pero quien está recordando esto no soy yo … de alguna manera su voz y la mía fueron una por un momento y el día fue más allá de lo verdadero o lo falso no sé quién dice que lo falso es lo contrario de lo verdadero no sé quién dice que uno no debería repetir palabras tampoco sé quién hable ahora porque ya la mañana es un disfraz otra vez la palabra disfraz la sugirió el buscador de sinónimos en lugar de mentira no tiene ni idea de nada casi nunca escribo a esta hora porque pasan cosas como esta. | 38


v de bendetta

la muchacha escribe sus poemas en computadora no tienes alma, le dije [pero sí que tiene alma escribe poemas elementales versos presocráticos] pendejo de mierda, me llama es la favorita de belmonte y yo con un cuaderno mojado de túneles y paréntesis no logro mucho me siento frente a la pantalla rozo las letras no pasa nada un teclado no produce frases lezamalimescas la maldita tiene que estar mintiendo y al duende luis enrique le da por caracol y celebra y salta y corre hacia su olla de oro mmm pero solo en europa los duendes tienen ollas de oro no tienes alma no tienes alma no tienes alma, escribo y la recuerdo sacándome la lengua como aquella niña en tercer grado que me ganó jugando metras el duende sigue brincando y ella con su risa torcida me arrecha como los sofistas arrechaban a platón.

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era un profesor joven

la carne es débil dicen los pederastas zoofílicos perversos artistas una alumna me mira con rostro de píntame un corderito y no es que yo sea mucho mayor que ella pero por menos que eso he dejado de tirar por ponerme a escribir yo no sé lo que es bueno me vuelvo más estúpido y hablo y hablo al menos no miento y le digo que he leído a proust digo que he leído cosas que sí he leído pero que a nadie le importan solo a ella que quiere follarse al profesor de turno y resulto ser yo pero me convence con lo del corderito y en el metro voy lamiéndola llego a casa a seguir recordando dos veces la recuerdo dibujo un baobab en la cerámica luego a la serpiente que se tragó un elefante nuestra próxima clase es el viernes abro la nevera cocino unas milanesas en el sartén las veo encogerse yo soy el corderito el pollo es débil, he pensado siempre.

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los duendes

si les hablas de mierda se irán si quieres liberarte puedes traerles un niño o una mujer bonita pero cómo uno sabe qué es una mujer bonita para ellos son duendes, coño un niño es más fácil porque puede ser feo también y la mayoría de los niños son feos como las iguanas que son verdes como los gérmenes de los comerciales pero los gérmenes no existen como tampoco existió el once de septiembre ni la guerra del golfo según un francés amargado como la tipa que siempre me mira feo en la librería y antes de que el poema se ponga sexual [ha pasado tiempo desde que no corono nada] quería decir que en esa librería había una novela de daniel sada que nunca pude comprar porque se me ocurrió gastarme la plata viendo una película de mierda con una gente ladilla luego el libro se lo llevaron y me tuve que conformar con el libro de manuel de cortázar que estuvo peor que la película y que la casa verde juntas pero no perdamos la compostura, por favor porque ya parezco un carajito chillón que escribe sus primeros poemas empezando la universidad no conocía esa faceta de mí lo siento de qué hablábamos ah, sí de los duendes nunca dejen que los encanten.



Abrigo

Performático

Temporário

Fotografías de Alberto Prado

Las fotografías a continuación, tuvieron lugar en un predio de São Paulo, Brasil; llamado:“Ocupação Ouvidor 63”, en donde Alberto había planificado una sesión para un proyecto personal. En el lugar, donde conviven artistas de diferentes disciplinas, conoció a algunas personas y se le ocurrió la idea de hacer algo en conjunto. Éste es el resultado de esa experiencia.










Primogénito del engaño Una bella aventura de furia náutica y salpicaduras ancestrales Una crónica de Silvio Fuentes Ilustrada por Adriana Alvarado

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omando el sol alegremente, reposando sobre las aguas del imponente Orinoco, en el embarcadero de Paseo Mánamo, Tucupita, se encontraba El Primogénito, una diminuta embarcación, a la cual sus dueños —en una estrategia de marketing criollo, quizás— denominaban catamarán, propiedad de una compañía llamada Crucero Delta Orinoco que sólo contaba con este vehículo marino de cuatro metros de eslora total por dos de manga. Me tranquilicé y dejé de juzgar estos giros idiomáticos tucupiteños, aunque jamás imaginé que este catamarán (cito) —dando el beneficio de la duda de que sí fuese un barco de tal categoría— tuviese la capacidad de atravesar parte de un Delta que, ese día, a las nueve de la mañana, lucía como perfecto espejo del cielo y un pedacito de océano Atlántico que, dos horas y media luego, sería una revoltosa y temible aventura con destino a las islas de Trinidad y Tobago. Mientras esperaba embarcar, sonaba en mi cabeza: “Había una vez un barquito chiquitico”, pero luego decidí detener la melodía, no fuera a convertirse ésta en mal augurio que me hiciese esperar “…dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas” en una abandonada Tucupita sólo porque el aparato aquel “no podía navegar”. Aún fascinado con tan colorido –y reguetonero- nombre de embarcación, me distraje humanizando a este buquecito. Pensé: si El Primogénito, | 52


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con ese tamañito, es tan aguerrido y llevará sobre su lomo a 14 personas directo a mar abierto, entonces su padre debe ser un catamarán de envidiables proporciones, con cuatro motores de increíble potencia, dueño y señor del Caribe, que quizás deba estar nadando viento en popa quién sabe dónde en el Atlántico y al que, seguramente, con sumo respeto, llaman El Progenitor. Momento de ocio superado, procedimos a embarcar. ¿Cómo llegué a parar yo aquí? Sin complicarme con largas explicaciones, aunque sea difícil hacerlo, mi viejo y yo tomamos un autobús de Valencia a Maturín, luego nos trasladamos en carro hasta Tucupita y, desde ahí, por supuesto, no cabría duda de que zarparíamos a una gran aventura. Ahora, ¿que por qué llegamos aquí de esa forma? Intenten comprar un pasaje de avión de un día para otro en la actual Venezuela y ya no me verán como el gran aventurero que pretendí ser en este escrito. La necesidad me convirtió en esto. Y no miento que al pensar en la estimada decena de horas de viaje en autobús que ahora tendría que soportar, solamente entre mi ciudad y Maturín, me dio una impotencia enorme no poder conseguir un fútil boleto para volar una fútil hora. Luego, me tranquilicé y recordé que Alberto Salcedo Ramos comentó, alguna vez, acerca de ser periodista de a pie. En una de soñador, calculé: “Soy periodista, me gusta escribir, necesito nuevas historias, necesito irme a pie si es necesario. ¿Dónde está ese autobús? Me monto ya”. Una vez que el bus de Valencia a Maturín se accidentó a mitad de camino, en una carretera desolada, en plena madrugada, comencé a diferir de aquel periodista de a pie. “¡Ay, Salcedo Ramos, esto no lo habías previsto!, ¿verdad?”… Tres horas tuvimos que esperar mientras los dos conductores, que a su vez eran los dos azafatos, los dos carga maletas y los dos mecánicos, arreglaban un motor que pedía clemencia y que llevaba meses sin conseguir su respectivo repuesto en la | 54

misma Venezuela sin pasajes de avión. “Qué dura labor la de esos dos camaleones”, pensé. Accidente superado, avanzamos las cuatro horas restantes. Pernoctamos en Maturín, para zarpar madrugadores a la capital deltana. Al hacer el cambio de autobús a un vehículo personal, en ese instante agradecí la odisea por tierra. Cuando vi el amanecer, con esa pepa e’ Sol mostrándose desafiante en un lienzo que degradaba hasta convertirse en los llanos de esta Sultana del Guarapiche, afirmé que mi viaje estaba ya hecho. En ese instante podía tomar el retrato mental de mi vida. De hecho, lo hice. Dos días después de haber partido de mi hogar en el centro del país y con una hora de retraso, a las diez de la mañana arrancó aquel llamado catamarán. El día parecía idóneo para atravesar este pedacito de mundo. Maravillados íbamos recorriendo todo el Orinoco o, al menos eso nos hacía pensar este gigante de agua, hogar de los milenarios Waraos, al permitirnos atravesar un caño tan grande y extenso que, por unos poquitos cientos de kilómetros, te obliga a afirmar que has estado allí por días, cuando en realidad sólo has cruzado medio brazo. En dos horas y media de un tranquilo viaje por el delta norte del Wirinoko, “el lugar donde se rema”, llegamos a Pedernales, la última —o primera, de acuerdo a la óptica— población de esta parte de Venezuela, y donde la Guardia Nacional nos haría el debido chequeo de documentos para cruzar la frontera marítima. “¡Todo en orden, ciudadanos!, ¡feliz viaje!”, exclamó el oficial. Todo parecía hermoso. Por segunda vez en mi vida me encontraba haciendo turismo sobre este río y el día alardeaba con su paisaje tropical de postal. Más no podía exigir. “¿Qué podría impedir que éste sea un feliz viaje?”, consideré. “Más o menos de acá en adelante entramos a mar abierto”, fue la explicación


detallada que brindaron los profesionales de la navegación. La sensación de estar en el océano, más allá de lo impresionante que se siente contarlo, era realmente la misma que al navegar sobre el río. Ello, aunado a la vaguedad de ese “más o menos” me hacía pensar que sólo teníamos idea de estar en el planeta Tierra. Más allá de eso, nada. Característico de los Waraos es la relación simbiótica que desarrollan con su hogar, hábitat que, en su mayoría, está rodeado por agua, y donde un universo mágico envuelve la vida de la primera tribu que ocupó Venezuela, en la que, una vez derrotados los hebu, pequeñas fuerzas del mal, consiguen un equilibrio perfecto entre naturaleza, hombre y seres sobrenaturales benignos, impregnando de armonía su entorno, conociendo una manifiesta paz. Esto me reconfortaba enormemente, pero olvidaba algo. Ya no me encontraba en territorio de “la gente en canoa”. La embarcación comenzó a dar una serie de fuertes saltos consecutivos, que me hicieron recordar un viaje en un peñero cualquiera por las aguas del Parque nacional Morrocoy, de esos que te desbaratan la espalda, pero que —curiosamente— permanecen conservados en el imaginario como bellas anécdotas familiares. Todos reíamos una vez concluía el salto, pero el siguiente salto llegaba tan rápido que nos robaba la carcajada que apenas le habíamos regalado al brinco anterior. “Salto, calma, salto, calma, salto, cal…salto, salto, salto”. Y de rebote en rebote, la gracia infantil que nos causaba ese vaivén, se fue tornando en un asunto muy serio cuando el barco no pasaba más de dos segundos en el agua y uno en el aire; un segundo durante el cual se hacía eterna la añoranza de los otros dos. Ya no quedaba duda; estábamos en el océano. Aunque el Sol se explayara desnudo en el cielo, sin acompañante, el día no era nada bonito. Un majestuoso engaño. No se puede decir que –literalmente- el

viento estuviera a nuestro favor. Tampoco parecía preciso afirmar que íbamos viento en popa. Dado el mal rato y, aunque lejos, estaríamos muy cerca de entrar al Triángulo de las Bermudas, es lo primero que te viene a la mente. “Pero, claro, si en primer lugar nos pusimos a desafiar la naturaleza en esta navecita”, —un poco disgustado, por no decir asustado— inferí. Ahora sólo representábamos un puntito batallante en 360 grados de un horizonte desesperante. Ya lejos de nuestra casa ancestral, el equilibrio se había esfumado. Acá, el universo Arawaco no nos brindaba la misma protección. Al contrario, parecía perturbado. Pero, por supuesto, con una etnia que adoraba por igual a fuerzas del bien y del mal, era difícil analizar de qué iba el escenario cataclísmico. Y en un Golfo de Paria donde se cruzaron tribus contra tribus, o donde colonizadores genocidas alterarían el orden de la región, era entendible que el ambiente se sintiera algo tenso o, mejor dicho, convulsionado. Quizás la situación se empezó a complicar cuando aquel guardia juró que todo estaba en orden y, peor aún, cuando le creí el “feliz viaje”. En ese instante debí dudar, debí desconfiar. Ahora pagaba las consecuencias de haber creído en una autoridad con la cual nunca he simpatizado, también supuse. Sólo esperaba lo peor, más o menos de acá en adelante. Todo pensamiento, o intento de éste, me llegaba entrecortado, cada vez que la pausa entre rebotes me lo permitía. Subía la intensidad de las olas que buscaban catapultarnos al cielo y la frecuencia de las mismas. Ya nadie reía. Desde hace rato nadie reía. A mi izquierda, un vasto océano de turbulencia; al frente, el “capitán”, en lo que parecía una pelea de gatos con el volante de Chevette que reconocía como timón; a mi derecha, mi papá durmiendo. “¿Es en serio?, ¿cómo demonios puede ir alguien durmiendo?”, 55 |


no pude sino gritarlo dentro de mí. Par de grados hacia mi sureste, una señora mayor, aturdida y descolorida, pide una bolsa. Pensando en voz alta, bastante alta, exclamé: “Graaaaacias”. De esa forma, le indicaba a mi viejo que no era momento para estar durmiendo; simplemente, no lo era. No pude volver a mirar a la abuelita porque: 1.Pensaría que yo festejaba su infortunio; 2. Verla así no le hacía bien a mi organismo. Nadie decía una palabra, nadie miraba a nadie. El interior del barco era un completo rectángulo de hipocresía. Con cara de absoluta calma y relajación cada uno escondía, como si se tratase de un tesoro delatador, la desesperación y el malestar que lo embargaba en este —otrora agradable— viaje. Y pensar que este golfo, antes del siglo XIX, era llamado el Golfo de la Ballena. Si un cachalote mide aproximadamente unos 20 metros de largo y, con su dentadura letal, se da banquete con calamares gigantes de hasta 14 metros de longitud, nada hubiese impedido que un cetáceo de tal magnitud hubiese visto en este barco un festival de sabores de apenas cuatro metros de largo. Y si la ballena no hubiese querido almorzar, tan solo un aleteo suyo hubiese sido suficiente para poner cuesta arriba nuestras vidas. Miré a los lados, no vi salvavidas, inquieto estaba. Me di una cachetada. Asimilé que el Golfo de Paria dejó de llamarse así porque ya no había población de ballenas allí. ¡Nos salvé a todos! El perreo intenso de “El Primogénito” con el agua continuaba. Revoltoso estaba el mar; revoltoso se tornó mi estómago. Era oficial. Por mucho que quise negarlo, por muy fuerte que aparenté ser, estaba muy mareado. Y un poco asustado, también. Ahora sólo debía buscar la manera de volver a mi estado natural: calmado y sin temor a nada. Intenté evocar algo agradable. Vi un tubo metálico y cromado que, extendido del suelo al techo, estaba situado entre la | 56

cabina y los asientos de pasajeros. Empecé a imaginarme a una sensual bailarina de pole dance paseándose por éste, pero ni eso ayudaba en este momento. Con suma desconfianza, noté un aromatizante en spray que estaba detrás del asiento del conductor. De rociarse, hubiese sido el detonante perfecto para activar esta bomba emética. El disco compacto de los greatest hits de Edy Herrera que sonaba al fondo, en los potentes parlantes minitequeros que esta máquina latina marina presumía, acentuaban el mal rato. “Si al menos sonara un dubstep trancado que se ajuste al momento o un soca que me dé la bienvenida a la nación isleña”, reflexioné, pero ¿a quién engaño?, todo hubiese sido inútil. Ya que las imágenes placenteras no me ayudaban en lo absoluto, en un instante morboso e irónico, buscando maneras alternativas de despejar la posible desgracia, comencé a reproducir, en mi mente, un festival de vómito, en el cual, al mejor estilo Stephen King, nos vomitábamos unos a otros en un perfecto y asqueroso efecto dominó. Nadie sabría qué olores, sabores y texturas le esperaban en el chorro a presión que activaría el tripulante tras suyo. Decepcionado, aún sentía aturdidos mi estómago y mi cabeza. Mi novedosa técnica falló. De la nada, se esparció un cohibido olor a quemado. Lo percibí de inmediato. También observé lo que parecía un pequeño dragón de humo que se meneaba al mismo ritmo endemoniado de la embarcación. Pudo haberse tratado de un hebu colado que buscaba llegar a la isla. Ya todo me parecía posible. Tal era mi malestar que no tenía fuerzas para demostrar emoción ni expresión alguna por el potencial incendio. Dejé que el mítico animal se burlara en mi cara y, a decir verdad, hasta disfruté su espectáculo. Las únicas fuerzas que me quedaban las estaba empleando en retrasar el latente accidente vomitivo. Ni siquiera una seña pude hacerle al capitán. Y si abría mi boca para gritar, hubiese dado luz al verbo “regurgritar”.


Sólo me resigné: “O morimos ahogados o nos quemamos en esta verga. ¿Qué más da?”, cuando, finalmente, el copiloto hizo valer su sueldo, activó su sentido olfativo y, en acción chamánica, corrió a la parte de atrás para bajar el fusible y evitar la desgracia. Pasé una equis sobre morirnos quemados. Restaba la opción de morirnos ahogados, fuese en agua o ácidos estomacales. Cada quien se aferraba a su asiento de la manera que podía. Unos, en posición fetal. Otros, presionando sus cráneos contra la ventanilla, como si hubiesen querido tumbar las paredes para demostrar que esto, realmente, era una lancha. O para lanzarse al agua y acabar con el tormento. Mis piernas eran dos lanzas clavadas al suelo. Mis manos pasaban trabajo para sujetarse al asiento. Por primera vez extrañé las uñas que por

una veintena de años me he comido y deseé tenerlas largas para atravesarle el corazón al cojín sobre el cual iba sentado. Los saltos eran cada vez más aterradores y a mi optimismo le rendían una ceremonia indígena fúnebre en Pedernales. A buena hora indagué: “¿Qué tan segura será esta forma de transporte?, ¿esta compañía será completamente legal?, ¿cumplirá la embarcación con el mínimo de normas que el ente responsable de los catamaranes exige? Al menos tiene un extintor”, me percaté. “Si una ola se atreve a voltearnos”, lo cual era muy probable, “estoy segurísimo de que muy útil será ese aparato. Además, este capitán y su asistente deben ser expertos en desastres naturales y primeros auxilios. Seguramente, darán su vida por la nuestra”. Alcancé en mi bolsillo el tiquete de abordaje, esa servilleta escrita a bolígrafo por la cual nos cobraron un poco 57 |


más de sueldo mínimo. Ninguna condición, favorable o desfavorable, aplicaba. Decidí calmarme. Al fin y al cabo, nunca había leído en la prensa criolla sobre accidente de catamarán en nuestras costas o par de horas más al norte. Y he leído suficiente prensa, eso creo. Al menos jamás ojeé: Catamarancito se accidentó en el Océano Atlántico. O festival mortal de vómito en el mar. Deduje que, de naufragar, por ser éste un vehículo tan pequeño, con una decena de venezolanos que no figuraban en la televisión y que, además, partía desde la menospreciada Tucupita, nadie lo hubiese notado. “Quizás nunca vi a El Progenitor por eso mismo”, supuse, continuando con mi hobby humanizador. “Quizás se hundió por estos lares y, por eso, este pequeño anda sobreviviendo, echándole bola a la vida, huérfano y llevando coñazo en mar abierto”. Sin lugar a dudas, a El Primogénito no lo propulsaban dos motores, como se observaba a simple vista; lo propulsaban sus testículos cinéticos. Fue entonces cuando sentí que, para completar, también tenía ganas de orinar. El paisaje comenzó a dibujar una pizca de costa y vegetación. Mi vejiga comenzaba a halar el gatillo. A medida que nos acercábamos al puerto de Cedros, al suroeste de Trinidad, parecía que el mismo se alejaba. La sensación era irritante, pero, por suerte, ya vendría la calma, -luego de una tormenta que, paradójica y literalmente, nunca existió-. Finalmente, dos horas después de haber dejado Pedernales, en lo que cualquier día soleado, exceptuando éste, hubiese demorado 40 minutos, el capitán y su asistente habían atracado. “Bueno, ‘ñores, bienvenidos a Trinidad”. La etnia Warao tiene un —muy lógico— orden social bien marcado que, hoy día, sigue rigiendo sus vidas, en el cual cada quien cumple una función de acuerdo a sus aptitudes, preparación técnica y méritos. Los hebus son | 58

combatidos únicamente por quienes se preparan para ello: los chamanes, capaces de orquestar ritos perversos especiales para mitigar el mal. La comunidad la puede dirigir únicamente quien está preparado política, cultural y espiritualmente para tal responsabilidad: el jefe o kobenahoro, quien debe estar en la capacidad de resolver conflictos y obrar únicamente en pro del bienestar común. Y así sucesivamente hasta llegar al hombre regular, el nebú u “hombre de trabajo” . Los seres del agua no dan espacio a la improvisación. Ellos, sin darle nombre, desde hace 9.000 años, ya valoraban el conocimiento y lo que, en diversos sectores y ámbitos de la sociedad venezolana, desafortunadamente se ha depreciado: el capital intelectual, activo intangible que de no haber estado presente en el viaje, en la preparación técnica, experiencia y habilidades —tanto físicas como intelectuales— de un humilde y valiente capitán, hubiese enviado este barquito directo al cofre de Davy Jones, donde muchas otras embarcaciones y capitanes que alegaron ser grandes, seguramente ya están. Minutos antes de pisar tierra trinitaria, nos volvimos a mirar unos a otros. Encontramos en cada cara un espejo de alivio. Volvimos a escuchar nuestras voces. Aún así, era como si en el anterior largo y trastornado silencio hubiésemos acordado no hacer un comentario al respecto. Todos nos regalamos sonrisas de aliento. De no ser por la —aún galopante— respiración de cada turista, hubiese podido jurar que habíamos tenido un viaje sin sobresaltos y que mi mente retorcida y yo habíamos inventado todo esto. Los navegantes se atrevieron a decir: “Hoy fue un día atípico. Rara vez es así”. Pero ellos —con su respiración acelerada— también volvían a mirarse, a escuchar sus voces y a darse sonrisas de aliento.


Cobradores

Un cuento de CĂŠsar Contreras Ilustrado por Giordano Casanova


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l tipo usaba un bigote postizo. Eso fue lo primero que registré de aquel ser anodino que me dio la bienvenida en mi primer día de entrenamiento. Me dio la mano, un apretón fuerte, y me dijo mucho gusto, muchacho, soy Quinteros. Luego se despegó el prolijo bigote negro y se sobó el labio lampiño, levemente enrojecido. Se notaba cansado —Quinteros, no el labio—, lo que no fue una imagen muy alentadora para mí, que recién empezaba en aquella profesión. Me imaginé igual de cansado, igual de agotado, igual de doblado por la carga de los años de servicio en un negocio monótono e imposible de evadir. Se pasó la mano por la frente, por la sien, por el labio otra vez. Cuando se dio cuenta de que mis ojos se habían adherido a su bigote de utilería, como si se hubieran atascado en el pegamento del accesorio o en la maraña de hebras sintéticas, me dijo: —En este negocio la gente confía más en ti si tienes bigote. Si te lo puedes dejar crecer, hazlo. Si no... —se volvió a pegar el bigote. Me llevé la mano a mi labio recién afeitado. Fue un movimiento que se vio y se sintió robótico. Quinteros siguió mi gesto con atención y, al ver dónde aterrizaron mis dedos, me lanzó una mirada afirmativa, como diciendo sí, ese bigote, ¿cuál más?, ¿para qué te lo afeitaste hoy?, perdiste un día. Arrancó el carro y se mantuvo en silencio durante un buen rato. Sus ojos escrutaban con fiereza el horizonte hacia el cual dirigía su automóvil. De vez en cuando me lanzaba una mirada con un dejo de bondad, hasta de compasión. Yo se la devolvía con una media sonrisa incómoda, sin saber muy bien cómo debía contestar. A pesar de que el día estaba fresco, el nudo de la corbata comenzaba a molestarme.

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Estaba muy consciente del contacto de mi piel con la tela de la ropa que llevaba y del choque de los dedos de mis pies con la parte interna de los zapatos que había tomado prestados de mi abuelo. Había tenido unos cuantos primeros días de trabajo, pero ese sin dudas era uno de los más peculiares. Quinteros rompió el silencio para lanzarme otra frase certera, otra lección del oficio. Rápidamente iba entendiendo que así se comunicaba mi mentor, con píldoras, con gotas, con pequeñas unidades de lenguaje. —Nadie entra a este negocio porque quiere. Todos estamos aquí por necesidad —dijo con un tono neutro, sin quitar la mirada del camino. Jamás había escuchado cómo sonaba la neutralidad genuina, la falta completa de énfasis en una palabra, la ausencia de emoción alguna en el discurso, hasta que empecé a escuchar —y, debo decir, disfrutar— las oraciones de Quinteros. La frase se quedó revoloteando dentro de la cúpula del Conquistador 79. Pensé que tenía toda la razón. Aquel trabajo en el que apenas comenzaba no habría sido mi primera opción jamás, pero ante la crisis que atravesaba, no había de otra. Una vez te establecías, era un trabajo para toda la vida, aunque ese en particular podía ser uno de los puntos negativos del asunto. Era para toda la vida. Tener una familia se haría bastante difícil, llevar una vida social podría ser casi imposible, pensar en algún otro negocio por tu cuenta era algo que quedaba fuera de cualquier contemplación. Casi como si leyera mi pensamiento, Quinteros lanzó otra píldora. —El Jefe es celoso. No acepta montadera de cachos. Si estás aquí, estás aquí. Y si entras, olvídate de cualquier otra cosa. Bajé la mirada, apenado. La verdad es que no pensaba en nada más. Las experiencias previas me habían enseñado que mis capacidades para emprender por

mi cuenta eran nulas. No había posibilidad de que yo llevara un negocio exitoso, ni pensar en los logros que había alcanzado el Jefe con su cuerpo de cobradores, cuerpo del que yo esperaba formar parte a desde ese mismo día y por un buen tiempo. —Uno entra a este trabajo estando muy joven. Cuando sales, ya estás demasiado viejo. Tanto, que no te queda nada por vivir. Me volví hacia Quinteros. Él me lanzó una mirada que quise entender como consoladora, como un espaldarazo, como si dijera tranquilo, muchacho, todos estamos juntos en esto y no te vamos a dejar solo, somos una misma familia. Duramos un rato más dando vueltas. Yo no estaba muy atento a la ruta, sino a perderme un poco en los paisajes, en las fachadas de las casas, en las caras de aquellos que caminaban despreocupados por las aceras. De cierta forma me despedía de la vida tal y como la conocía. —Ser cobrador no es fácil. Es sacrificado, cansa. Tiene sus recompensas, pero son pequeñas y hay que saber valorarlas. —¿Cómo es el Jefe? —me atreví a preguntar, sin ser capaz de disimular el miedo en mi voz. —El Jefe… —Quinteros hizo un silencio un tanto dramático y se permitió soltar una risita divertida— El Jefe es un tipo justo si haces bien tu trabajo. Mi mentor se paró en una calle poco transitada, tanto por peatones como por autos, y apagó el carro. Respiró profundo y volvió a quitarse el bigote postizo. Volvió a hacer el ritual de sobarse distintas partes de la cara antes de pegarse de nuevo el mostacho sintético. Lanzó una mirada larga por la ventana. Casi pude ver cómo sus ojos atravesaban toda la calle, las casas, las montañas, hasta llegar a una pequeña choza en el mar, su pequeña fortaleza de la soledad, su lugar feliz, el hogar de retiro 61 |


del que no iba a disfrutar, pues cuando dejara de ser un cobrador para el Jefe ya sería demasiado viejo como para vivir un solo día en aquella cabaña. Regresó de su viaje astral y se dirigió a mí. —¿Estás listo? —asentí con la cabeza— Pásate al asiento de atrás. Vamos para que veas cómo se hace. La señora que acompañaba ahora a Quinteros en la parte delantera del automóvil lo veía con mucha aprensión. Movía las piernas, desesperada, y no dejaba de preguntar qué ruta estaba tomando el señor para llegar a la dirección que ella le había indicado. Quinteros se mantenía impasible, con la vista al frente, las dos manos en el volante. De vez en cuando le soltaba una de sus pastillas, de sus pequeñas píldoras de información. Tranquila, señora, le decía, ahorita caemos donde es. Cuando me bajé del carro, Quinteros puso una señal de taxi en el techo. Supuse que era otra de las lecciones. Aquella señal era como un bombillo para las moscas a quienes debíamos cobrarles la mercancía del Jefe. Rodamos un par de cuadras y la señora que ahora se revolvía en el asiento delantero, lanzó su mano al aire, en la señal universal para llamar la atención de los taxistas. Se subió, sin reparar mucho en el conductor y soltó una dirección. Ni siquiera preguntó cuánto sería la carrera. Tan solo se subió y dio las indicaciones. Quinteros, siempre como si estuviera leyendo mi mente, se giró hacia mí y, contestando la pregunta que se había generado en mi cabeza, señaló su bigote postizo. Claro, pensé, la confianza. Pasados unos minutos, la señora reparó en mi presencia en el asiento trasero. Se alarmó y le exigió al chofer que le explicara qué hacía yo ahí. Él, en su estilo característico, le dijo que yo era un colega que se había accidentado y que llevaría hasta la estación. Estoy seguro de que estoy usando muchas más palabras de las que él empleó. Seguramente fue | 62

más parco, más directo y más efectivo. La señora se tranquilizó, o quiso fingir que se había tranquilizado, hasta que Quinteros comenzó a desviarse más de lo que era necesario. Fue ahí cuando la mujer comenzó a agitarse. Quinteros dio unas vueltas por una Caracas que yo no conocía hasta ese momento. Me tranquilicé pensando que capaz mi mentor me enseñaría aquellas rutas en el momento adecuado. La señora iba aumentando el tono de su voz, iba subiendo octavas con cada queja. Exigía que el conductor la devolviera a algún sitio donde pudiera tomar otro taxi, gritaba que aquello era una estafa, un secuestro, que llamaría a su hijo que tenía un alto cargo público, que no sabía en el lío que se había metido. Quinteros seguía imperturbable, con un garbo que envidié desde ese momento hasta siempre. No vi ni siquiera la más mínima arruga en su ceño, la más leve tensión en sus facciones. Siempre la vista al frente, siempre las respuestas cortas, siempre las manos en el volante, siempre el pie en el acelerador. Terminamos en lo alto de un cerro desde el que se veía toda la ciudad. No podría decir con exactitud dónde estábamos, solo sé que estábamos bien arriba. No había nada a nuestro alrededor, tan solo la carretera de tierra por la que habíamos llegado, alguna que otra planta marchita y más nada. Soledad. Quinteros me pidió que esperara en el carro y se apeó. Le abrió la puerta a la pasajera y le pidió que hiciera lo mismo, que se bajara del carro. Ella rechistó una vez más, pero luego se calló en seco. Se quedó mirando al taxista un rato y luego toda la molestia que había en su expresión desapareció de golpe. —Ah… usted es… —Quinteros asintió, con el dejo de una sonrisa bondadosa en su rostro. — Ah, ya entiendo, ya entiendo. Claro. La señora se bajó del Conquistador y caminó junto a Quinteros unos metros más allá. El hombre le habló. Frases cortas,


según pude notar a la distancia, pero varias y una detrás de la otra. Fue una retahíla de oraciones al estilo de Hemingway. Siempre serio, pero mirando fijo a los ojos de su interlocutora. La mujer lo escuchaba, atenta. A veces intentaba rehuir de los ojos de Quinteros, pero éste se mantenía firme en su postura de mantener el contacto visual hasta el final. Cuando el taxista hubo terminado su discurso, ambos asintieron en silencio. La señora le dio la espalda y, sin miramientos, saltó por el barranco que tenían en frente. Quinteros se quedó observando la nada, el espacio donde hasta un par de segundos atrás había estado su pasajera. Pasados unos minutos, Quinteros volvió al carro, con el mismo semblante que antes. Yo estaba perplejo. No por la forma en que la señora había desaparecido, pues teniendo claro en qué trabajo me estaba enrolando, me imaginaba algo así. Mi asombro se debía a la naturalidad con que la mujer aceptó las palabras de Quinteros, por la habilidad de éste para hacer que aquella señora aceptara su destino incluso con dignidad.

—Las palabras exactas las encuentras tú —me soltó Quinteros al entrar al carro—. Ellos ya saben lo que tienen que hacer. Las palabras sólo son para suavizar la cosa. Cada quien tiene las suyas. Al Jefe le gusta que seamos creativos. ¿Alguna pregunta? —¿Sabes qué pidió a cambio? — pregunté, con genuina curiosidad. Quinteros devolvió la mirada al punto en el que había saltado la mujer, ese espacio del aire en el que había desaparecido para siempre. Respiró profundo y luego me contestó: —Algo así como educación de primer nivel para su hijo y un alto cargo en una institución del Estado. —¿En serio? —No tienes idea de las cosas por las que la gente vende el alma. Ya tendrás tiempo para averiguarlo por ti mismo. ¿Otra pregunta? Titubeé un poco. —¿Cómo… cómo lo despachan a uno? Quinteros rió. Una sonrisa franca. —Estate atento a los taxistas. El día que te toque uno bigotón, ese día fue. 63 |



Nicolás Lassalle Inventor de mundos, tripulante de sueños Por Jenny Machado Fotografías por Felipe Mondino


Entrar a su espacio de trabajo es sumergirse en un universo con aroma a plastilina, flores y un toque de café. Contemplar su obra puede hacernos viajar, tal vez, a una infancia llena de sueños, magia y aventura; donde hombres de grandes sombreros manipulan marionetas.

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e gustó mucho la lectura que hiciste a mi trabajo, seguramente debe haber un poco de todo eso. Pienso que siempre debe estar abierta la posibilidad de interpretación del espectador sobre lo que uno hace”, respondió el artista argentino Nicolás Lassalle, cuando me atreví a comentar que su trabajo muestra una fusión de surrealismo, en el que abunda la fantasía y la ingenuidad característica de los recuerdos de la infancia; como el sabor de los dulces que ya no fabrican, o el aroma del desayuno recién hecho antes de ir a la escuela. “Cuanto menos diga uno, más abierta está la posibilidad de interpretación de quien ve lo que uno hace”, interpreta Nicolás —muy acertadamente— el pensamiento de Carlos Alonso, un artista argentino a quien admira mucho. Indagando en sus lienzos ¿Tendrá manías o exigencias al momento de plasmar sus obras? Fue una de mis primeras interrogantes antes de entrevistarle, pero al conversar con él supe de inmediato que le gusta tomarse su tiempo para pensar cómo desarrollará su trabajo: mira referentes que lo inspiren, observa películas y realiza bocetos sobre ideas que le surgen. “A veces reviso bocetos viejos que me disparen cosas nuevas. Lo que sí, es que siempre trabajo con música; sin música me resulta muy difícil”, comenta. Su estudio lo describe como “desordenado” y asegura que es algo que le gustaría corregir, aunque por otro lado confiesa: “Si estuviese minuciosamente todo en su lugar dejaría ser el reflejo de mi trabajo, y no lo sentiría propio”. Les aseguro que de solo hablar con él, uno puede caer en el éxtasis de imaginar a todos esos personajes que han salido de su cabeza, escondidos entre los lápices de colores. Si afinas bien los sentidos, árboles gigantescos en medio de la habitación revolotearán por tu mente; peces nadando en el aire y objetos que cobran vida. Dibujando con el abuelo Desde pequeño tuvo la fortuna de contar con sus padres y su abuelo Arturo, quienes lo motivaron a dibujar y a pintar, dándole regalos inspiradores: lápices, pinceles, acrílicos, témperas y óleos. “Recuerdo que se fueron a Ciudad Universitaria cuando cumplí doce años para comprarme un tablero para dibujar, eso quedaba a unos 50 kilómetros de mi casa”, relata.

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Dibujaba con su abuelo, él le mostraba obras de distintos artistas y le hacía barquitos o animales con las frutas que comía de postre; detalles que guiaron a Nicolás hacia el arte. “Todos nacemos con un mundo de posibilidades. Las vivencias nos llevan por un camino u otro”, reflexiona. Nicolás piensa que su abuelo no descubrió la habilidad que tenía para ilustrar: “Descubrir sería encontrar algo desconocido”, asegura. Dice que más bien le ayudó a desarrollar las habilidades que ya había puesto en práctica, y que empezaba a dominar. Considera que su pensamiento cobraw valor en el hecho de que, con esfuerzo y dedicación es más fácil lograr algo que solo con talento.

pensar en otro oficio se le torna bastante difícil, sin embargo, ser músico o actor cabe dentro de sus posibilidades, y aunque sea contradictorio, confiesa que carece de habilidades para ambas. “Me ocurre algo extraño con el fútbol, soñé varias veces que estaba

Y hablando de arte… Definir el concepto de arte sin acudir a grandes autores o un diccionario, podría complicarse, pero para alguien que se mueve en el entorno, con un camino recorrido y una imaginación que vuela alto, es pan comido. ¿Qué es el arte para Nicolás Lassalle? El arte para mí, es el espejo del hombre. De su alma, su cultura, su contexto histórico. El arte, creo; que habla siempre de lo que le pasa al hombre y a su sociedad. Un buen artista se define por la mayor sensibilidad y posibilidad que tenga al leer para luego plasmar eso en cualquier expresión.

“Sin dibujar, sería una persona totalmente diferente. Seguramente un malhumorado las 24 horas del día” De haber caminado hacia otro horizonte, probablemente no tendríamos el placer de apreciar su trabajo. Nicolás comenta que

jugando en un estadio lleno de gente y aunque solo haya sido un sueño, me sentí feliz. Pero tampoco tengo demasiadas condiciones para eso, solo corro rápido y alguna que otra vez me equivoqué e hice un gol”. Nicolás, se queda unos segundos pensativo, y luego exclama como si se tratase de una visión: “¡Cartero! eso también podría haber sido si no fuese ilustrador. Cartero en bicicleta. Tiene cierto romanticismo el cartero, que sé yo. Además me remite a Spilimbergo, un gran pintor argentino a quien admiro mucho. Era cartero y organizaba minuciosamente las horas para poder pintar”. 67 |


Indagando en su espacio, encontré que Lassalle siente afinidad por los títeres, ¿y cómo no? si los personajes se llenan de vida y color, y en sus pequeños escenarios nos regalan sonrisas. “Los títeres me fascinan. Me parecen increíbles y me alegra mucho la vigencia que tienen con los chicos. También he visto obras de títeres para adultos y me gusta muchísimo, creer que sólo son para chicos es una locura”, agrega. Contemplar sus obras da la sensación de que cada personaje habla, actúa o canta dentro de esa atmosfera particular en la que los crea; se puede pensar que esos seres cobran vida apenas se les quita la mirada de encima. Nicolás comenta, que realmente le encantaría poder diseñar personajes para títeres o dibujos animados, y también todo lo que implica su entorno. Sobre la portada de Buriñón En esta tercera edición de Buriñón, Nicolás fue el elegido para darle vida a nuestro monstruo. Así describe el proceso creativo: “Lo primero que hice fue elegir en qué iba a basarse mi ilustración, a partir de la historia del monstruo. Me gustó esa idea de que el monstruo pone un huevo todos los días y lo cocina para el desayuno y lo comparte con Lily, su muñeca. Me causó mucha gracia y ternura al mismo tiempo. De las descripciones de la casa, elegí ambientarla en el jardín porque es el lugar que más me gusta en general de cualquier casa. No sé si hay algo en lo que me haya inspirado puntualmente, pero pensar en el monstruo como un ser que puede cambiar de tamaño cuando quiere, no sé por qué, enseguida me remitió a Jake, de “Hora de Aventura”. Esos dibujos animados son geniales, ¿no?”. ¡Fuera lápices!… Llegó papá, el enamorado, el soñador El complemento perfecto para encontrar la felicidad es el amor de la familia y los amigos, son el motor que hacen mover a cualquier ser humano, de esta forma, | 68

Nicolás disfruta cada momento con sus seres queridos. Tuvo la oportunidad de ver nacer a sus dos hijos, y mientras Lucía, su hija mayor e inspiración, se sienta en el estudio a dibujar a su lado, expresa su admiración hacia ellos: “Va a sonar un poco cliché, pero son lo mejor que me pasó en la vida. Manuel, el menor, tiene 4 meses y es increíble como alguien puede ser tan importante para uno en un período tan corto. Por su parte, Lucía me inspira, me enamora todos los días. Es que los chicos, en general, tienen una libertad para dibujar, un desprejuicio que es admirable”. Nicolás reside en Buenos Aires, Argentina, su tierra natal, junto a sus dos chicos y su esposa Mariel, quienes cada día aportan gigantescas olas de inspiración, y sobre todo, felicidad; la misma que es combustible para plasmar arte puro andante, arte que se vuelve irresistible incluso para el más aséptico. Preguntas rápidas ¿Qué te hace feliz? Dibujar, pintar, escuchar música. Mis hijos y Mariel, mi esposa; mi familia entera. Mis amigos. Viajar. ¿Un lugar ideal? No sé si tengo uno ideal, a muchos lugares que voy digo: “Cómo me gustaría vivir acá” (Risas). Fue base de varias burlas, sobre todo de Mariel que se divierte mucho cuando digo esas cosas. ¿Las cartas escritas a papel? Son un objeto hermoso, ¿a quién no le gusta encontrarse con una carta para uno? ¡Ojalá perduren siempre! ¿Pinceles/lápices? Conectores entre lo interior y lo exterior. ¿Fútbol? Un deporte hermoso, para jugar con amigos sobre todo. Lástima que esté tan corrompido y se use como excusa de tanta violencia. ¿Una canción? Eso es imposible, sería injusto con otras miles. ¿Buriñón? Un encanto de revista.


Hacerse

hombre

Un cuento de Enrique Decarli Ilustrado por Héctor Zerda (Rey Arlequín)


(Pero antes era un baldío donde nos reuníamos a fumar y mirar revistas pornográficas). Casas.

E

l flaco Bisnike era negro. Una mancha blanca le atravesaba la cara. En una época le dijimos pigmentado y prelavado, pero ninguno de esos apodos quedó. Quedó Bisnike. Así lo bautizó Manón. A Manón lo mataron. Lo encontraron en el Campo de los Curas pudriéndose de tres tiros en la espalda. En la tumba que tiene en Calzada nunca faltan flores. Ni golosinas. Parábamos en el kiosco del Tano. El Tano Mendieta, de kiosquero a empresario, contrató a Manón por monedas para retirarse al fondo de su casa. De tan amarrete Manón le puso Jack. No hay chocolatín más amarrete que el Jack, decía Manón. Así que al Tano le quedó Jack. Jack Mendieta. Cuando se lo dijimos, medio buscándole roña un día que le prohibió a Manón fiarnos una cerveza, no sólo no se enojó. Al contrario. Infló el pecho. Inclinó la cabeza y dijo: —Está bien… Una nada más. Y por hoy. —Se fue al fondo caminando despacio. Metiendo panza y sacando culo. Al día siguiente, el kiosco, llamado Lo del Tano, amaneció llamándose Lo de Jack. El Tano trabajó toda la noche pintando Jack y unas jotas de póquer en la fachada. En adelante empezó a disimular (a intentar disimular) el acento italiano. A vestirse un poco mejor. A decirle cosas a las chicas.

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Encontrar los apodos llevaba tiempo. Al negro Óliver, por ejemplo, le decíamos Oli. O Negro. Manón lo bautizó Sugus. A Marianito (que también se lo llevó la policía) le decíamos Polaco. Pero una tarde Manón se paró. Le dio al Polaco una mano solemne. Le besó la frente. Le pidió que se arrodille en la vereda y agache la cabeza. Como si ordenara a un caballero, le dijo: —A partir de hoy, vos sos Vainilla. El kiosco se vino abajo. El Polaco, un tipo duro, se emocionó, se refregó los ojos, yo lo vi. No exageraba. Que Manón te bautizara era encontrar la identidad. Ponerte los pantalones largos, decía mi viejo. Hacerse hombre. Ese día Jack invitó una cerveza. Y la lista sigue, es larguísima y sigue. A Esteban, que vivía encerrado en la biblioteca y por eso le decíamos Topo, Manón lo rebautizó Topolín. A Florencio, que cada vez que iba al baño podía pasarse meses, Media Hora. A Juanma, el aliento más áspero de José Mármol, le puso Halls. Pero si hubo un apodo que trascendió, al menos para mí, fue el de Palmira. Palmira fue la mina que, sin excepción, hizo debutar a los pibes del barrio. Tres de Parado le decíamos. Manón se reía aunque seguía llamándola Palmira. Por los nombres y los sobrenombres tenía todo el respeto que nunca tuvo por la propiedad ajena. No iba a permitirse un desliz con Palmira. Porque ahora que la recuerdo (no abierta en el Campo de los Curas), de noche, envuelta en la campera inflable negra y la bufanda blanca, apretándose a alguno de nosotros en la esquina, contra un árbol o en el refugio del 323, pienso que había mucha ternura en ella. Supongo que Manón fue

el primero en verlo. Por eso nadie discutió la tarde que dijo: —Anoche, Mielcita y yo estuvimos en el campito. Tampoco nadie preguntó haciendo qué. Y no sé los chicos. Yo, después de escuchar “Mielcita”, nunca más pude imaginármela desnuda. Que Manón la bautizara así era un acto de perdón. Lavarle los pies. Devolverla al mundo pura con la consigna de ser feliz. Quizás no fue tan así y son cosas mías. La cuestión es que a Palmira no se la vio más. En secreto, la busqué. Sé que en secreto más de uno la buscó. La vida de Palmira, siempre pública, se convirtió en un misterio. Pasaron años. Salió para casarse. Para irse definitivamente del barrio. Hace poco la vi en Villa Urquiza. La campera inflable y la bufanda blanca parecían un sueño. Estaba parada frente a una vidriera. Me bajé del colectivo en Monroe y Triunvirato. Esperé a que cortara el semáforo. Cuando pisé la avenida, de adentro del negocio apareció un tipo alto que le pasó un brazo por atrás del cuello. Empezaron a caminar en dirección a Juramento, dándome la espalda. —¡Mielcita!—le grité. Fue un segundo en que se frenó. Llegó a ponerse de perfil aunque no terminó de darse vuelta. El viento le sacudió el pelo y en el viento volvió el olor del campito. Por la campera entreabierta asomó una panza de varios meses. Después siguieron caminando. Eso fue todo y esto es todo. El resto no lo sé porque nunca volví. Además el baldío no es más baldío. Es un complejo habitacional; pero dicen: en el Campo de los Cura estaba, grabado a fuego, en el pasto (como un fósil), el cuerpo abierto de Mielcita. 71 |


Sentimiento

nazional

Un relato de ZakarĂ­as Zafra Ilustrado por Mariano Alonso

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L

lego temprano a la parada y están los mismos de siempre. Veo al loco en bóxers lleno de cal hasta las piernas. Veo al cajero con su lonchera tibia y el anillo de recién graduado. Veo a la enfermera con su mosaico de bacterias en el uniforme. Los veo a todos. Veo a esa señora. Desde hace semanas he asumido la espera como una cátedra de antropología popular. Busco cazar alguna de esas conversaciones que chocan en el aire, que se meten en los oídos y en las tapas de las barrigas. Descubro que no hay mejor forma de conocer a un compatriota que guardando un puesto: las colas son los laboratorios del pensamiento venezolano contemporáneo. La señora (una catira de gesto fuerte, arrugada hasta el lóbulo de la oreja) me dice esto, sin preparación y de la nada, mientras llega el autobús: —Aquí en Venezuela nosotros tenemos mucha raza mala, mucha sangre de gente floja y coño de madre. Yo siempre he dicho que Hitrel (sic) tenía razón: la raza de un país tiene que ser pura. Yo volteo buscándole una esvástica tatuada en las uñas o una SS de hojalata colgándole del cuello. Me cuenta que es atea, luego que le dicen nazi por ser disciplinada. Ahí es cuando alcanza la cumbre:

—Aquí hay tanta mierda, amigo, que la única solución es una limpieza de sangre. Partimos. Eva Braun a bordo. La propaganda del gobierno se encarga de taladrar las bondades del país en una pantalla. Aunque le he fabricado dos o tres frases vacías como respuesta, la vieja sigue proponiéndome su “solución final” nacional. Me habla del mito del bochinche y la mierda, de la aniquilación necesaria del mestizaje. Mientras la escucho, reparo en el abismo que nos circunda, en nuestro exilio portátil, en la derrota íntima del venezolano. Personas (monstruos) como ella, sin ir más lejos, visibilizan eso otro que somos: una comunidad de verdugos distraídos, un país de chivos expiatorios sueltos. Hail Hitrel. El camino se hace más pesado por el descaro del tráfico. Se suben niños, adolescentes, embarazadas, todos los discapacitados por la ley de la calle. Traen las caras tristes, manchadas, como si el humo se les hubiese paralizado en el sudor. La vieja los mira con odio, los acusa con la lengua. A todos los ahoga con su nube imaginaria de ceniza. Ahí es cuando me reincorpora, dándome un jalón en el brazo: —A estos hijos de puta hay que quitarles el país. […] Exageramos, sí, siempre exageramos. El chofer del autobús lee uno de esos periódicos vespertinos que se consumen en la periferia de la ciudad. En la contraportada, debajo de los triples ganadores de la lotería, está la foto gigantesca de un adolescente abatido con cinco tiros en la cabeza. El colector, suspendido por el morbo, le arrebata las hojas y procede a cobrar los pasajes con violencia. Son las 8.25 a.m. Yo me guardo un dolor: el día parece una suma de holocaustos individuales. 73 |






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