LA CIUDAD DE LAS
MUJERES el caso del grupo
LAS BERRACAS DE LA COMUNA 13 de MedellÃn
AUTOR Las Berracas de la 13, Medellín. CORRECCIÓN DE ESTILO Silvia Juliana Sandoval Peñaloza, Equidad Seguros. Jennifer Paola Restrepo Castañeda, Equidad Seguros. DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Diego Alejandro Olivos Jiménez, Equidad Seguros. IMPRESIÓN Comunicación Impresa.
COLABORACIONES BERRACAS DE LA 13 HISTORIAS Lady Johana Zapata. Lorena Bedoyo. Luz Elena Salas. Mallimin Restrepo. Diana Cholá. Tatiana Flórez. Magdalena Londoño. Paola Rivas. Marisol Caro. Mónica Morales. Daniela Duran Saldorrieaga.
Luz Marina Henao. Johana Caro. Anyelín Duran Saldarriaga. Luz Nelly Velez. Luz Alud Franco Pulgarin. Claudia Galiano. PARTICIPACIÓN Y APOYO José R. Díez. Estela Herrera. Véronique Gilbert. Sebastián Rocha.
Andrés Vélez Cardona. Ányela Heredia Borja. Black&White. GRAFITEROS Koonelas. PerrograFF. Chota. NUK. Foteone 96. YesGraFF. Jomag.
Apolo. @artearteMedellínv. Ama Warnholz. Clara Maria Wolf. Julián Escobar. FOTOGRAFÍA Diana Ocampo. Paola Rivas. Andrés Carmona. Aymephotography.
Esta obra compila las historias de mujeres de la Comuna 13 en Medellín, Colombia, quienes decidieron darle un giro a su realidad de violencia extrema que vivieron en esta zona enmarcada por el conflicto armado, cambiando el dolor por el color y la desesperanza por ganas de renacer. Conocer de cerca a este grupo de “berracas” durante la Convención Nacional Fuerza de Ventas 2019 en la ciudad de Medellín, nos impactó positivamente y por ello decidimos compartir todos estos relatos que cuentan la transformación social de esta zona, porque en Equidad Seguros estamos convencidos del poder de trabajar conjuntamente por una sociedad más incluyente, equitativa y justa. Con este libro, pretendemos dejar una huella imborrable en el corazón de quien lo lee, estamos seguros que cada uno de nosotros puede tomar el ejemplo de estas mujeres, de estas “berracas de la 13”, para superar momentos difíciles, para pintar de luz un camino oscuro y para ver en los lazos de la solidaridad la clave para seguir adelante, luchando por sus sueños y sus familias. Me enorgullece cerrar un ciclo de gestión en la Presidencia Ejecutiva de Equidad Seguros, con estas páginas llenas de vivencias escritas por las “berracas”, mujeres valiosas, ejemplares y protagonistas de un cambio, que vale la pena conocer.
Carlos Augusto Villa Rendón Presidente Ejecutivo Equidad Seguros O.C.
Agradecimientos Este trabajo nace con el objetivo de dar voz y referencia a todas las mujeres. Ellas, sin esperar nada a cambio y con la sonrisa de sus hijos como motivación, han luchado para conseguir que los proyectos lleguen a todos los hogares de la Comuna 13 y que de ese modo el barrio pueda seguir avanzando. Todo esto no hubiese podido ser posible, sin la implicación de: las Mujeres Caminando por la Verdad, Las Mujeres de Ami, Las Tejedoras de Sueños, Fundación Internacional María Luisa de Moreno, Manos Amigables, Juntas de Acción Comunal, Las Dalias, Sol y Luna, todas las mujeres que forman Berracas de la 13 y las Madres Comunitarias del ICBF. Gracias a todas y a su amor, hoy tenemos una mejor Comuna.
INTRODUCCIÓN A nosotras, las Berracas, lo que nos ha juntado ha sido la necesidad, la extrema pobreza, el abandono del Estado y la exclusión social y económica. Todas compartimos historias de pérdidas humanas, pero sobre todo, de superación, porque lo que nos empuja a salir adelante son nuestros hijos. Muchas de nosotras ya veníamos siendo líderes dentro del territorio de la Comuna 13, líderes sociales sin filtros económicos, ni políticos; toda la vida nos ha motivado el valor de servir a los demás. Muchos no pueden entender por qué nos hemos quedado en nuestro territorio con toda la violencia y la falta de oportunidades que ha habido y sigue habiendo, pero la realidad es que la Comuna 13 es una gran familia que no se puede abandonar, aunque muchas veces las peleas entre hermanos acabaron haciendo mucho daño y dejando mucha sangre y eso nos ha dado una terrible fama a nivel mundial. Pero nosotras nunca le quisimos parir hijos a la guerra, las mujeres tenemos hijos con el anhelo que puedan ser hombres de bien, que le sirvan a la sociedad, que tengan oportunidades y también temor de Dios, pero sobre todo que puedan vivir una vida digna y feliz. Quisiéramos que sean los hijos quienes entierren a los padres, no como esa generación en donde a las madres nos tocó enterrar hijos, hermanos, esposos y amigos. Después de la guerra en 2002 las instituciones, las organizaciones y muchos proyectos sociales
salieron del territorio sin retorno. El resultado de más de 10 años de violencia ha dejado miles de madres cabezas de hogar y otras tantas desplazadas; muchas fueron a dar, junto a la familia que les quedaba, debajo los puentes de la ciudad de Medellín. En 2002 algunas de nosotras recibimos becas y recursos del exterior para ir a estudiar en universidades de toda Colombia, con el fin de especializarnos y así tratar de mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Pudimos estudiar Derecho, Psicología, Gestión Comunitaria y de Salud, Primeros Auxilios, Gastronomía, de ese modo fortalecimos el liderazgo dentro del territorio. La educación nos ayudó a entender que no éramos víctimas de un único tipo de violencia, sino de muchas y que todos nuestros derechos habían sido vulnerados por parte, tanto del Estado como de los grupos subversivos. Las
Berracas hemos hecho marchas, plantones, pendones, talleres de salud mental, hemos recolectado comida y ropa para las personas más vulnerables y necesitadas. Hemos sido presidentas de las juntas de acción comunal, hemos trabajado por los derechos humanos dentro de la comunidad. Todo esto con un único objetivo: que pueda existir una reparación a las víctimas y que el relevo generacional cuente con la garantía y la presencia real del Estado para que de ese modo les brinden una vida digna y mejores oportunidades. Eso es algo que hace más de 17 años estamos esperando, porque pese a que en muchas ocasiones nos hemos convertido en orgullo nacional, seguimos siendo sobrevivientes. Y es así que nosotras queremos compartir esta, nuestra historia, para que las mujeres jóvenes sepan que siempre existe una forma de salir adelante por complicada y difícil que sea la situación. Desde la mitad del siglo XX se conformaron en los pliegues de las montañas del centro occidente de Medellín diferentes barrios de invasión que conforman hoy la Comuna 13. Como resultado de las diferentes violencias del país, llegaron desplazadas y desposeídas de las tierras, excluidas social y económicamente por efectos de la guerra interna, cientos de familias que gradualmente construyeron de manera informal y olvidadas por el Estado y sus instituciones, sencillas casitas con materiales
Fuente: Hemeroteca Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Imagen de la Comuna 13 de Medellín. Tomada del mapa por comunas.
vulnerables a las inclemencias geográficas y del tiempo. La exclusión social y económica fue caldo de cultivo para la formación de grupos armados ilegales que mediante la violencia causaron estragos y dolores que fracturaron las familias desde hace tres décadas. El Estado contribuyó al abandono y al conflicto mediante la aplicación de políticas militaristas como la Operación Orión en 2002 en estrecha colaboración con los grupos paramilitares, ahondó las contradicciones sociales aún hoy presentes o matizadas en la vida de la comunidad. Las mujeres pasan a ser objetivos militares durante las guerras en las sociedades. En lo que corresponde al país, la situación ha sido tan nefasta que llevó a la Corte Constitucional a sentenciar que la violencia contra ellas “es una práctica habitual, extendida, sistemática e invisible en el contexto del conflicto armado colombiano”. No obstante, desde principios del presente siglo, han florecido verdades sobre el papel positivo y resiliente de madres, abuelas, hijas, huérfanas, viudas que exigen inclusión y acción en procesos de organización familiar, creación de redes de apoyo, educación y toma de decisiones, entre otros, para contribuir al mejoramiento de condiciones para ellas, sus familias y a la recomposición de la sociedad en general. Uno de los logros importantes para las mujeres de la Comuna, han sido avances como la creación de grupos que se han organizado para apoyarse entre sí y enfrentar la guerra interna, el desplazamiento intraurbano, la desaparición y la muerte de sus gentes. La solidaridad ha sido un elemento muy importante para hacer frente al desempleo y la carencia de educación y salud. Fue así como surgió en 2005 la Red de Apoyo que luego se ha transformado en el grupo Las Berracas de la Comuna 13 de Medellín, que pretende agrupar a todas las personas que voluntariamente contribuyan con procesos de educación y capacitación en diferentes oficios, trabajo comunitario y solidaridad.
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Según los primeros pobladores estas tierras pertenecían a una familia muy rica y el dueño de todas estas montañas, al morir, dejó a sus hijos la herencia. Herencia que posteriormente malgastaron y, al llegar el impuesto, no tuvieron cómo pagar y se marcharon arruinados. La noticia pronto la conocieron los invasores, supieron que las tierras no tenían dueño y que habían pasado a ser del municipio. Ellos astutamente empezaron a vender las tierras a
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precios muy favorables y cuando los habitantes conocieron que no les pertenecían a nadie, cuentan que muchos trajeron a su familia y amigos a vivir en ellas. Aunque la pobreza era grande, ellos vivían en armonía, en sus casas fabricadas de bahareque, de tablas, con algunas de paredes hechas de bolsas de plástico y cartón. Así los baños eran letrinas o huecos profundos. Para bañarse subían hasta una quebrada que quedaba en el barrio Belencito Corazón, allí también iban por agua para la casa y a lavar la ropa. Se vivía en condiciones precarias y pasaban por condiciones de pobreza extrema, al punto que los niños llegaban corriendo de la escuela a la casa a entregarles a sus hermanitos los zapatos para que estos fueran a estudiar. Los zapatos parecía que trabajaran en
empresas públicas, les entraba el agua y la luz. Más nada de eso les quitaba las ganas de salir adelante, jugaban mucho y también sabían respetar las reglas del hogar. Eran familias tradicionales, la mayoría de los hombres se unieron y formaron las juntas de acción comunal. Hacían convites, compartían sus ollas de sancocho y fríjoles. De manera colectiva construyeron casas, caminos y senderos. Pero pronto el rumor se extendió a toda la ciudad y empezaron a llegar personas con malos hábitos, de diversos lugares de la ciudad llegaron grupos delincuenciales y comenzaron a hacer de las suyas: secuestros, robos, violaciones… a veces la muerte, eran muchos los afectados por esta situación. Ellos llegaban a la inspección a poner el denuncio, pero la policía hacía caso omiso a estas quejas,
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aunque la maldad era latente, se excusaban diciendo que: cómo es qué se les ocurría a ellos poner el denuncio sabiendo que eran unos ladrones de tierras. De ese modo ellos mismos se las iban arreglando en un barrio a donde unos llegaron por amor, otros a construir un hogar o con la esperanza que acabara el hambre que padecían en los pueblos de donde venían. Otros llegaron desplazados de la miseria que quedaba, cuando las tierras mineras dejaban de brotar el oro, muchas mujeres llegaron con varios hijos y queriendo sacar un hijo adelante, llegaba un hombre que les ponía otro y así sucesivamente se llenaban de muchos pequeños. Nunca se imaginaban que en este lugar íbamos a terminar nuestras vidas, un lugar que era de hermoso paisaje con montañas verdes y casas humildes con jardines. Las rosas en las montañas, el olor de
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agua panela, huevos revueltos, arepa y un San Joaquín que siempre venía a visitar los picaflores para probar su dulzura, eran los adornos de la Comuna. Algunas mujeres recuerdan cómo se sentaban en las afueras de su casa a batir las tortas, mientras sus hijos jugaban con muñecos y carritos, a los que casi siempre les faltaba una pieza, y las niñas jugaban a ser reinas, mientras le daban a la vuelta al barrio probando diferentes frutos que caían de los árboles.
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Esa mujer llegó a la Comuna 13 en compañía de su esposo y sus hijos, pese a sus limitaciones económicas ella gozaba de carisma y profesaba un gran amor por los niños. A su vez había otra señora en el barrio que tenía una guardería y cuyo hijo estaba amenazado al haberse resistido al reclutamiento, por eso tuvo que abandonar el barrio y le ofreció a la recién llegada hacerse cargo de su cuidado, sabiendo del amor que ella tenía por los niños.
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La institución que se encargaba del proyecto infantil de alimentación, llegó a revisar que todo estuviera en orden y dieron la autorización para el traslado de la guardería a la casa de esta mujer. Esos niños llegaban siempre a la casa para comer, venían descalzos, llenos de piojos y con la ropa sucia y llena de huecos; para muchos de ellos esa comida era lo único que podían llevarse a la boca en todo el día. Un día, mientras los niños estaban haciendo fila esperando por su comida, llegaron los de la guerrilla reclamando alimentos para ellos. Las mujeres se pararon en las uñas, pero por los niños accedieron a los reclamos y ese día tocó despachar a los pequeños para la casa sin darles de comer.
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14 Días después, los guerrillos regresaron nuevamente y pidieron su comida, entonces las mujeres los atendieron muy amablemente, los hicieron sentar y ese día les dieron una buena comida, pero especialmente les sirvieron el jugo de naranja con purgante. Tras aquello, esos hombres decían que la comida era muy maluca y les hacía daño. A los días volvieron preguntando por la jefe de cocina, ya que pensaban que los había envenenado y la hicieron abandonar el barrio, quedando las demás mujeres sin trabajo y los niños sin alimento.
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Tenía casi siete años y mi madre poco me dejaba salir, entonces era habitual que yo viera a los niños jugar desde el balcón de mi casa. Como cosa rara mi mamá me permitió salir y ya podrían imaginar mi alegría porque podía jugar, el cielo estaba clarito y el sol resplandecía fuerte. Afuera estaban Brayan, Luis, Kelly, Gabriel y Melisa y decidimos hacer la dichosa comitiva, que en ese tiempo era muy frecuente.
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Claro, cada uno debía poner algo, podían ser papas, aceite, salchichas… a muchos de nosotros no nos dejaban sacar cosas de la casa, pues eran tiempos difíciles y la comida no era tan abundante, pero aun así sacábamos a escondidas lo que nos tocaba llevar. Ese día en particular mi mamá enojada me preguntaba:
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- ¿Quién me habrá sacado las papas? Era como si las tuviera contadas y yo por allá escondida detrás de una pared le decía a Kelly: - Shhh, no digas que estoy aquí. Organizamos todo para empezar a fritar las papas y cuando a nuestro criterio estuvieron listas fue cruda la sorpresa. Las esperábamos crocantes y deliciosas, pero en su lugar estaban crudas, grasosas y sin sabor. Pero no
nos importó, nos las comimos con agrado porque las habíamos hecho nosotros mismos. No faltó la vecina que pasara por allá y nos dijera cochinos, por comernos eso así, pero tampoco les prestamos atención. Al momento sonaron unos disparos, no sabíamos en qué dirección, pero nuestra reacción fue salir corriendo y refugiarnos. Algunos se fueron hacía sus casas, pero yo me quedé inmóvil, agachada, con los ojos cerrados y la zozobra por lo que pudiera pasar. Tenía mucho miedo y me persignaba una y otra vez, rezaba el Padre Nuestro y cuando todo pasaba salimos de nuevo, pero ya no a jugar sino a recoger las cenizas del pequeño fogón que habíamos improvisado con una bosta de leña.
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Me llamo Claudia Gutiérrez Galeano, tengo 38 años, nací en esta comuna, soy madre cabeza de familia y hago parte de Berracas de la 13. Me considero una mujer aguerrida y emprendedora, actualmente tengo mi propio negocio de bolsas artesanales y artesanías en cuero. Aprendí de las mujeres de mi hogar que el pan está en nuestras manos, es sino darle forma, eso decía mi abuela quien crio 11 hijos con su trabajo y nunca se varó.
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Recuerdo que me decía: mijita, las mujeres somos guapas para el trabajo y nuestra boca nos estimula. Tan linda ella, hablaba de que la necesidad nos motiva a trabajar para comer y sí que lo demostró, llegó a esta Comuna con dos camas de metal y 11 niños que alimentar, como pudo construyó un rancho de latas y madera. Trabajaba en casas de familias y dejaba a sus niños solos en el día y les daba una arepa con aguapanela en la mañana, con ansiedad esperaban su llegada en la noche que era cuando ella traía en una bolsita de arroz, la comidita que le daban en el día para comer en su lugar de trabajo y la repartía entre sus niños, que la esperaban hambrientos para mitigar su hambre con aquel poquito que ella les traía. En su bolsa nunca faltaba el bizcocho y el chocolate que les preparaba cada noche. Ese fue su legado, su herencia. Hace ya dos años empecé con mis manos a elaborar artesanías, vi la necesidad de un empaque para aquellos souvenirs que las mujeres de la Comuna vendían a los turistas, así que me animé y conseguí una maquinita para hacerlas. Hoy en día le vendo a casi todas las mujeres de Berracas la 13, que tienen sus puestos alrededor de las escaleras eléctricas y a lo largo del viaducto. No me va mal y con esto he podido sustentar a mi familia e ir pagando la casita que hace poco construimos.
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Un día muy soleado llegó a mi casa un amigo con un grupo de gente llamado La Legión del Afecto, me presentó primero al líder que era un señor de pelo negro que le caía hasta los hombros y se llamaba César. Don César me contó que hacía una labor social en la comunidad y que iban a varios barrios, me preguntó si quería unirme al grupo y si tenía alguna propuesta para hacer en el lugar donde vivía. En ese tiempo al frente de mi casa, donde
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hoy es el viaducto, había una placa redonda a la que llamábamos la bola y una plancha cuadrada a la llamábamos el cuadro, ambas formaban un espacio grande en el que los niños podían jugar. Yo dije que ahí había mucha basura y nadie se animaba a limpiarla.
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Él me dijo que era una buena propuesta, que convocáramos a la gente para el viernes siguiente y que él traería al resto de los integrantes del grupo y entre todos podríamos hacer un sancocho para la comunidad. A eso de las diez de la mañana del viernes llegó don César con un zanquero para animar a la gente, me presentaron a los otros muchachos y también a don Pedro y otro líder que era dueño de un bar-restaurante de San Javier; juntos nos fuimos a comprar las cosas para hacer el Sancocho. Mientras Rasta y Camilo conseguían leña en el fogón, otros jóvenes motivaban a la gente para que sacaran sus escobas y ayudarán a barrer el parque, las escalas y los lugares donde los niños jugaban. Cuando llegamos con la papa,
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la yuca, el plátano y los alimentos, la olla estaba puesta, algunos vecinos estaban barriendo y las mujeres nos dispusimos a preparar el sancocho. Mi mamá y doña Gloria terminaron de montar todo y el olor era delicioso, aunque se mezclaba con el humo de la leña, cuando empezamos a repartirlo fue muy gratificante, servirle a la gente que con tanto esfuerzo ayudó a dejar nuestro parque limpio. Eso fue el 14 de noviembre del 2014. En la tarde, don César me dijo que para el 23 de diciembre tenían programado un evento en la parte del barrio París y que si tenía amigos o vecinos para llevar, vendría un bus por nosotros a las ocho de la mañana para que tuviéramos tiempo de organizar todo. Durante toda la semana les conté a mis vecinos y se apuntaron 17 personas. Dos amigas gemelas, Sofía y Honoria, y su mamá, mi mamá Marisol, Johny, Jenny, Claudia, Esteban y otras vecinas más.
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Llegó el domingo esperado y todos madrugamos, el bus nos recogió y fue un viaje un poco largo. El bus nos podía llevar hasta un punto, porque de ahí para arriba ya no había calles por donde pudieran transitar los carros, nos tocó caminar bastante por unos caminos de tierra, tampoco había aceras y me sorprendí de ver las casitas de tablas, pues ese era un barrio de invasión donde vivían personas de muy bajos recursos. Llevamos zanqueros, banda, payasos y descargamos todo en un plan de tierra. Decoramos las mesas con manteles, floreros, colgamos bombas y serpentinas y los recreadores comenzamos a jugar con los niños. Mientras tanto otros montaban cuatro ollas grandes para hacer una frijolada. Al rato, me tocó pedir un baño prestado y una de las mujeres de la zona me llevó hasta su casa que era muy humilde, estaba hecha de tablas y cartón, dormían en colchonetas que colocaban encima de un plástico porque el piso era de tierra aplanada y tenía un televisor pequeñito de antena y tampoco tenían servicio de agua. El baño también era de tablas y se podía ver por entre las rendijas, para vaciarlo tocaba bajar hasta un tanque de agua y recogerla en
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unas canecas. Ahí entendí todo lo que contaba mi mamá de cómo vivía la gente cuando empezó nuestro barrio, porque a mí no me tocó. Cuando ya estuvo el almuerzo servimos arroz, frijoles, chicharrón y de sobremesa guarapo. Nosotros atendimos a cada uno llevándoles su plato a la mesa y nos sentimos felices de compartir un almuerzo de esos tan ricos con las personas que de verdad lo necesitaban, fue uno de esos días especiales en que se aprende a valorar lo que tiene, por poquito que sea y ver la alegría de los niños en los que casi nadie piensa. Así estuve, como recreacionista, trabajando voluntaria junto al grupo durante un año, fuimos a muchos otros barrios y pueblos. Después don César se tuvo que ir a vivir a Bogotá y el grupo se terminó, pero lo mejor de haber conocido La Legión del Afecto, fue saber que todos éramos gente de barrios populares y que en todas partes hay personas solidarias, dispuestas a dar y compartir con mucho amor, no lo que sobra, sino lo que a todos nos falta.
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Yo siempre he creído que el Dios que vive recibe a sus hijos, por pecadores que sean. Evangelicé a todos los jóvenes que murieron en los grupos de la guerrilla y en los grupos paramilitares, nunca les pregunté de dónde venían, ni a qué se dedicaban, ya que mi propósito siempre fue que conocieran a Dios. Pero lo que más recuerdo fue un día que le habían disparado a un hombre, todos corrían a
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25 esconderse y yo corrí a socorrerlo, aunque sabía que humanamente no había nada que hacer. Yo me acerqué, me arrodillé para sostenerle la cabeza, en ese instante el asesino que le acababa de disparar se quedó mirándome. Pero lo que más me preocupó, fue que ese hombre se fuera de este mundo sin haberle pedido perdón a Dios. Él estaba tirado en el piso y acercándome le dije: - Tranquilo, todo estará bien. Pídele perdón a Dios, así sea que te quedes o te vayas. El hombre quería hablar pero la sangre en su boca lo ahogaba. Yo le dije: - Pídele mentalmente, Él conoce el lenguaje de tu corazón. Pídele que te reciba, que te ayude y que te perdone. Arrepiéntete de corazón. El hombre en ese instante me miró, sintió paz y en ese momento dejó de mirarme con terror. Yo vi en su mirada una ligera calma. Tras eso exhaló y murió. El asesino, quien permanecía allí, al ver eso salió corriendo. Días después, me di cuenta que la hermana del muerto estaba contando que había soñado con él y que lo veía muy bello. Que iba vestido de blanco y decía: - No se preocupen por mí que Dios me tienen en un lugar muy bonito. Entonces entendí cuál era mi misión en la vida y por eso hasta hoy siempre evangelizo a las personas y les habló de Dios.
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En 2010 inició el proyecto de las escalas eléctricas de la comuna 13 y lo finalizaron en el 2012. Inicialmente, este proyecto se hizo para beneficio de la comunidad, sobre todo para mejorar la movilidad de las personas ancianas, mujeres embarazadas, personas en situación de discapacidad, pero en sí nos beneficia a todos. Todo parecía normal cuando comenzó, la gente subía y bajaba, pero pasados unos tres años, empezaron a visitarnos personas de otros países.
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Al principio eran pocas, pero día tras día fue aumentado el número de visitantes, tanto, que ya se considera uno de los lugares turísticos más visitados en Medellín. Debido a esto, muchos de los habitantes de la comunidad empezaron a poner negocios: unos venden artesanías, otros venden jugos naturales, otros tienen tiendas de recuerdos de la comuna y así sucesivamente. Un día, a mi esposo, que es un joven en situación de discapacidad, le llegó la idea de poner nuestro propio negocio. Después de pensar y pensar decidimos poner una venta de guarapo de caña, queríamos tener algo muy original, pero también muy típico colombiano. Teníamos la idea, pero no teníamos los recursos para echarla a andar, después de buscar mucho, una hermana mía tuvo la confianza y nos prestó la plata para iniciar el negocio. Sin embargo, teníamos todavía muchas preocupaciones, por una parte, no teníamos ni idea de cómo se hacía el guarapo, ni de
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dónde conseguir la caña y tampoco sabíamos si iba a ser posible ofrecer el producto en cualquier época del año, porque no sabíamos si la caña era un producto de cosecha permanente. Fuimos muy de buenas porque donde nos vendieron la máquina, encontramos un señor que vende guarapos en el centro hace diez años y el señor nos explicó cómo funcionaba todo, nos dijo hasta la receta, que ustedes saben cómo es de celosa la gente con eso de las recetas. Una vez solucionado todo, pensamos en dónde íbamos a poner nuestro negocio y ahí empezaron los problemas, primero llegó una chica que en ese entonces trabajaba como gestora en el proyecto de las escalas eléctricas y nos dijeron que no podíamos trabajar en ese punto, porque
había demasiados negocios alrededor. No hicimos caso, nos quedamos allí, pero pronto creció la polémica con otros negocios, nos decían que estábamos invadiendo el espacio público, que obstaculizábamos el paso de los visitantes, que se veía feo, en fin, la cosa fue seria, que llegaron los funcionarios de movilidad y espacio público y hasta la policía, eso fue tremendo chicharrón. Los vendedores, cada uno por su lado, intentamos gestionar los permisos, pero nos dijeron que individualmente no nos prestaban atención, que teníamos que pertenecer a una asociación. Ahí fue donde nos reunimos y decidimos formar la asociación que se llamó ASOVENELEC, hicimos todas las gestiones
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29 y gracias a Dios pudimos conseguir el certificado de la Cámara de Comercio y la carnetización. Lo bueno de todo esto es que estamos organizados y que cada vez más familias nos estamos beneficiando del turismo, aunque cada día llega con su propio chicharrón. De la venta de guarapo les puedo contar que ha sido todo un éxito, mucha gente de otros países se acerca porque lo conoce e intercambia con nosotros; por ejemplo, supimos que en México y en Puerto Rico se toma sin limón, pero en Brasil lo toman como lo tomamos aquí, con hielo y limón. A los europeos les da un poquito de miedo porque no saben si el agua con que lo hacemos es potable o no, pero, por lo general, uno de ellos prueba y le da a probar al otro y así se multiplican, como esperamos nosotros que se multipliquen los beneficios para la comunidad y que se respete el derecho a trabajar y a disfrutar la vida.
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Al barrio llegan muchos proyectos, unos más divertidos que otros, pero lo cierto es que por momentos son un aliciente para muchas mujeres, porque nos sacan de la rutina y nos posibilitan espacios de formación y de encuentro. El 30 de agosto llegó al barrio Andrea, una joven estudiante de la UPB, nos hizo una invitación a mí y al grupo de las Barracas de la 13; se trataba de participar en una especie de amigo secreto en su universidad, las mujeres debíamos preparar
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detalles para nuestros amigos secretos y la condición era que no podía ser nada comprado, debía ser hecho por nosotras mismas con material reciclable o como quisiéramos. El 11 de septiembre nos encontraríamos para entregarnos los presentes y conocernos, podíamos irnos en taxi y ella lo pagaría. Debíamos estar a las cinco de la tarde. Al final, éramos cinco mujeres que nos arreglamos muy bonitas, maquilladas y algunas con el pelo planchado porque todos nuestros amigos secretos eran hombres. Eso sí, estábamos muy nerviosas porque no sabíamos si los detalles que llevamos les gustarían a nuestros amigos secretos. Yo llevaba una manilla y un portalápiz hechos por mí. Bajamos al 20 y cogimos dos taxis, en uno nos fuimos mi amiga Daniela y yo, en el otro Paola, Mónica y Mallimin. Cando me subí al taxi, Daniela y yo nos dimos cuenta que la tenía la plata para pagar era Paola y como en las películas, le dijimos al señor del taxi que siguiera al carro de adelante, que ahí iba la plata.
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Llegamos a la universidad y primero nos tocó esperar a Paola para poder pagar el taxi, cuando fuimos a la entrada, el vigilante nos dijo que necesitábamos la cédula para entrar y ninguna la había llevado. No nos dejaron entrar, tuvimos que llamar a Andrea para comentarle y mientras tanto estábamos todas juntitas y recogiditas, dándonos calor y bregando a no mojarnos, porque estaba cayendo un aguacero. Primero intentamos entrar con los carnets de otras estudiantes, pero no funcionó porque el vigilante ya nos había visto. Andrea llegó y llamó a una amiga que tenía un carro, a ver si nos ayudaba a entrar, pero se demoró 15 minutos más y nosotras muertas del frío debajo de la lluvia. Cuando llegó la amiga cuadró el carro una cuadra más allá, para que el vigilante no nos viera. Nos subimos todas, encima de otra y ella nos decía que nos agacháramos para que no nos vieran, a Paola le tocó acostarse sobre nosotras y no podíamos de la risa. A la entrada de la universidad hay un policía acostado y al pasar por encima, el carro hizo un ruido impresionante, claro, con nosotras en la parte de atrás bien rellenitas, temimos que el vigilante se diera cuenta. Él se quedó mirando el carro fijamente y nosotras rogábamos para que no nos descubriera, pero el carro avanzó y no pasó nada. Al llegar al edificio corrimos al baño para mirarnos al espejo y, claro, por las cosas del destino ya no estábamos ni peinaditas ni maquilladitas, pero eso sí, nos sentíamos hermosas. Después de todo lo que nos pasó, llegamos al encuentro con nuestros amigos secretos y la pasamos muy bien. A mi nuevo amigo, un docente de la universidad le gustó mucho mi manilla y a mí me encantó la fotografía que él me regaló, sobre todo porque me contó que la tomó en un país donde las mujeres no tienen libertad. En la foto aparece un grupo de mujeres frente a una reja, felices de haber podido salir y de estar reunidas.
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Me vine a estudiar a la ciudad de Medellín y llegué al barrio las independencias # 1 de la comuna 13 en 2015. Cuando llegué tuve algunos inconvenientes con la comida, el cambio de clima y la cultura, con la comida fue sobre todo con la arepa, hasta el día de hoy no me he podido acostumbrar a ella. Cuando me encuentro con otros afros, en la comuna o en el Metro, hablamos siempre de nuestra tierra, de la comida, de cómo extrañamos el calor afro. Vivir en las independencias ha sido muy bueno porque tú puedes salir
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a caminar por aquí con la tranquilidad que no te van a robar, puedes ver mucho arte y conocer a mucha gente distinta. A mí, Medellín me ha parecido muy hermosa, acogedora y transformadora en el sentido de que ha cambiado mi forma de pensar y de ver las cosas. En el pueblo de donde yo vengo, uno no piensa que puede llegar a estudiar y tener su propia empresa, uno nada más piensa que cuando crece tiene que coger marido y tener hijos. Ahora yo sé que no tiene que ser así y quiero estudiar contabilidad e idiomas para poder poner mi propio negocio de artesanías representativas
de la cultura afro. Mi primera semana en Medellín fue muy rara, primero me asusté mucho cuando me subí a las escalas eléctricas, porque yo nunca había montado en algo así y mucho menos en ascensor, que miedo el que sentí, y también sentí mucho frío. Cuando salía del barrio, creía muchas veces que me iba a perder de lo grande que es todo, pero poco a poco fui perdiendo ese miedo. En el Chocó, en la región de donde yo vengo, no se ven carros ni motos, solo el río y unos puentes de cemento por donde la gente camina, allá la
vida no se vive tan acelerada, la gente vive de la pesca, de la madera y también de la minería. Aquí todo es diferente, se ven muchos carros, muchas motos, la gente va corre que corre y tiene que madrugar a las 3 o 4 de la mañana para salir a trabajar; a mí también me ha tocado aprender a vivir de esta manera, pero en el Chocó no es así, tu allá respiras con toda la tranquilidad. Yo vivía en Murindo, un municipio maravilloso. Cuando estábamos allá los fines de semana nos reuníamos un grupo de muchachos y nos íbamos a las fincas donde nos regalaban plátanos, yuca, etc. Y con nuestros propios anzuelos pescábamos,
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después poníamos una olla grande en un fogón de leña y hacíamos el pescado sudado con yuca, plátano y ñame, o cocinábamos todo eso y comíamos con pescado frito. Alcanzaba para todos y todavía quedaba para llevar a las casas. Cuando no pescábamos nos poníamos a jugar fútbol, los días que llovía era cuando más jugábamos; después del fútbol nos íbamos para el río a bañarnos y a jugar a la lleva. Los 31 de diciembre se hacía sancocho de gallina criolla que uno criaba en la casa y los primeros de enero nos íbamos de paseo para la playa y hacíamos fritanga de marrano que uno mismo criaba, jugábamos y la pasábamos increíble. Volvíamos muy cansados a la casa… siempre que pienso en esos momentos me gustaría volver a vivirlos. En 2001 me fui a vivir donde una tía al corregimiento de la unión, que pertenece al municipio de Condoto. También allá teníamos un grupo con el que pescábamos, nos llevábamos un toldo viejo para el río o la quebrada y después fritábamos los pescados y no los comíamos entre chistes y risas. Fue mi tía, la de Condoto, la que decidió que cuando su hijo terminara el bachillerato, nos viniéramos a estudiar acá una técnica, pero yo no me quería venir porque había escuchado que era una ciudad muy violenta en todos los aspectos, que
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aquí robaban, mataban y, sobre todo, que aquí no les daban oportunidades a los afros por el racismo. Cuando llegué, todo para mí era extraño, me sentía incómoda en todos los sentidos y vi que había racismo, pero no tanto como me contaban; yo lo he vivido cuando estoy en la calle, pero cada vez que me dicen o me gritan negra yo me miro en el espejo y me siento orgullosa de la raíz que tengo y ella se vuelve más importante y fuerte en mí. Con el tiempo empezó a gustarme la ciudad y el barrio donde vivo, me di cuenta de que muchas de las cosas que cuentan son ciertas y otras no tanto. Encontrarme con otros afros a recordar nuestra tierra, nuestra cultura y ver que aquí vive mucha gente del Chocó y que han logrado salir adelante y luchar por sus sueños, me ayudó mucho. En 2015, cuando llegué, hice las vueltas para estudiar una técnica de auxiliar contable en el Censa, porque me lo recomendaron; comencé a cuidar a la hija de un primo los días que no estudiaba y a vender productos por catálogo, luego, cuando comencé las prácticas, dejé de cuidar a la niña, pero todavía sigo con las
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37 ventas por catálogo. En el 2018, conocí la tienda de las Berracas de la 13 y comencé a hacer parte del grupo, que es un grupo de mujeres luchadoras y emprendedoras. A pesar de las dificultades, siempre están dispuestas a superarse y por eso me identifico con ellas, muchas han vivido situaciones difíciles, algunas fueron desplazadas y yo también viví el desplazamiento desde niña. A los 16 años mi familia fue desplazada, llegó a La Unión un grupo al margen de la ley que nos obligó a irnos de ahí; todo el pueblo se desplazó hacia Condoto, el corregimiento de La Unión ya prácticamente no existe. Sin embargo, eso no fue y no será impedimento para seguir adelante. Recuerdo que, de pequeña en Murindo, comencé a vender dulces, avena con azúcar y leche o bienestarina con leche y azúcar a la que le decimos “la sosiega”, cuando estaba en el colegio llevaba dulces y crispetas para vender y de ahí sacaba mis gastos para el
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colegio. Después en La Unión, vendía turrones, que se hacen con azúcar, limón, coco, canela y leche. En el mismo pueblo me puse dizque a ¨barequear¨ o sea, a sacar oro del río, con eso compraba mis cosas personales y lo que necesitaba para la escuela, por eso me identifico con las Berracas, porque a pesar de cualquier adversidad están de pie, como yo. Acá en Medellín no he dejado de vender, vendo los productos por catálogo, pero también vendo las artesanías de las Berracas: perfumes, collares, manillas, todas hechas a mano por un grupo de mujeres alegres y pujantes que, como yo , buscan siempre salir adelante.
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Recuerdo una comitiva que hicimos en el Chocó en una semana santa, en ese entonces yo era una adolecente y todos los jóvenes estábamos muy aburridos y decidimos hacer un arroz arrecho con todo. Mientras los adultos estaban jugando cartas, nosotros cocinábamos, porque no se podía poner música ese día. Estábamos haciendo tanta bulla, que los adultos nos regañaron y nos dijeron que respetáramos, que era Semana Santa, pero no hicimos mucho caso. Después de comer el arroz queríamos seguir divirtiéndonos, para no aburrirnos, y nos compramos una botella de biche y después otra y otra, hasta que nos emborrachamos todos y rumbeamos hasta el amanecer, como si fuera diciembre. Al otro día nos despertamos asustadísimos, porque el río se había metido al pueblo y había inundado el billar donde nosotros habíamos estado rumbeando. Lo dañó absolutamente todo, ese día nos sentimos muy mal, no sólo por el guayabo, sino que estábamos aterrorizados, y prometimos no volver a rumbear en Semana Santa, pero la verdad, la habíamos pasado muy bien.
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Era el 23 de diciembre de 1998 cuando cumplí mis 18 años, estaba tan entusiasmada porque los 15 no me los celebraron, así que ya iba a ser mayor de edad y podría yo misma celebrar mi cumpleaños. Invité a mi familia, que por cierto era grande, y a mis amigos que eran raperos y no muy bien vistos por mi familia. No podía faltar Catalina, mi mejor amiga, y su familia, que era mi segunda familia porque me fui a vivir con ellos desde los 14 años. Así que preparé todo para celebrar mi cumpleaños en la casa de mi mamá, donde había un patio muy grande
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en el que sabía iban a caber todos los invitados. Mi amiga y yo compramos todo lo necesario para hacer un arroz con pollo, también algunas gaseosas y mecato para ofrecer. A las nueve de la noche comenzaron a llegar mis tías y mis primos, mi hermano trajo una garrafa de aguardiente y empezó a poner música para prender la rumba. Comenzamos a bailar y a las diez de la noche, llegaron mis amigos los raperos, en ese tiempo estaba muy de moda “los cuentos de la cripta”, así que nos pusimos a bailar ragga. Me sentía muy feliz, vi tanta familia reunida y a mi abuela, que era el motor de mi familia, contenta y tomando vino del barato, que se llamaba cariñoso. La felicidad que yo sentí al verlos a todos, tías, primos, hermanos, amigos y vecinos celebrando mi cumpleaños era inmensa, repartimos el arroz con pollo y nos pusimos todos a comer, en el comedor, en las escaleras, en el suelo, hablando, riendo y disfrutando de la comida. Como a las 11:45 de la noche vimos una niña de aproximadamente 13 años, que se acomodó en la terraza de la casa del lado con un fusil que parecía más grande que ella. Inmediatamente, mi hermano asustado apagó la música y todos los que estábamos en el patio nos entramos a la casa de mi mamá. De repente, unos muchachos que bajaban encapuchados le dijeron a mi hermano que necesitaban que volviera a prender la música y que siguiera la rumba como si no hubiese pasado nada.
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-Prendan ese equipo y bailen, hagan de cuenta que no estamos aquí. Y como eran ellos los que en ese tiempo mandaban en el barrio, mi hermano prendió el equipo de sonido y seguimos la rumba. Los únicos que se marcharon fueron mis amigos los raperos, porque vivían en otro barrio y les dio mucho miedo; cata y yo los acompañamos hasta la iglesia del 20 y nos devolvimos. Cuando llegamos, era como si no pasara nada, pero a la media hora vimos que empezaron a bajar muchos muertos envueltos en sábanas y costales por las escaleras, cerca de la casa de mi mamá. La niña seguía en la terraza del lado vigilando, para avisar quién venía del 20 o quién pudiera bajar. Cerca de ella, los chicos también vigilaban e incluso uno de ellos llamó a mi hermano y le pidió un guaro, me imagino que para soportar la tensión de ese momento. Luego de media hora, uno de ellos, antes de irse, dirigiéndose a todo el grupo de festejantes, dijo:
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-Ya pasó todo. Sigan la rumba y feliz cumpleaños. Luego me miró y me dijo: -Dios te bendiga preciosa. Yo, un poco atemorizada y con cara de que no pasaba nada, le respondí: -Gracias y amén. Como buenos paisas que somos, seguimos con la fiesta y rumbeamos, nadie dijo ni opinó nada al respecto de lo que había pasado, todos hicimos caso omiso, sin imaginar que la acción de la noche no terminaría allí. A eso de las cuatro de la mañana ya muchos se habían acostado borrachos y otros se habían ido; de pronto
escuchamos los gritos de mi tía Berta, la que vivía al lado de mi mamá, a ella su esposo le pegaba cada que le daba la gana. Mi otra tía, la negra, que había venido desde Valdivia, se fue corriendo a defenderla, ella llevaba el cabello recogido con un lapicero y se le ocurrió quitárselo para apuntarle a la cara del esposo abusador. Ahí sí que se armó el tropel, el hombre enfurecido se fue a la cocina y sacó un machete, él era famoso porque se creía Bruce Lee, pues entrenaba yoga o algo así. Comenzó a hacer unos ruidos fuertes para ahuyentar a los familiares que intentaban acabar con la pelea y se acomodó en la terracita de su casa y empezó a arrojar materas desde allí. Una de esas materas le cayó a mi tía Amparo en la cabeza y se la reventó, la sangre le caí a borbotones y todo el mundo comenzó a gritar de pavor y de rabia. Por fin, un primo y mi hermano se fueron encima al agresor y este salió corriendo escaleras abajo con el machete en la mano e injuriando a todos los que veía.
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Nadie sabe lo que pasaba por mi mente, yo me preguntaba: -Eh, ¿Qué habré hecho yo de malo para que me pase esto en el día de mi cumpleaños? ¿Sería que mate un cura o un gato?. Mi amiga Cata, quien tenía una mano enyesada, estaba cargando al bebe de mi tía Berta y me dijo: -Betty, tengo mucho miedo y me duele mucho mi mano. -Pues claro, pendeja, como no te va a doler si estás cargando al niño con la mano enyesada, le dije y nos echamos a reír a carcajadas y a contar todo lo que nos había pasado esa noche. Al otro lado, mi tía Martha también se echó a reír y dijo: -¿Nosotras es que somos bobas? No nos vamos a dejar dañar la rumba, háganme el favor y pongan la cuota que voy por la carne pa’ poner hacer el sancocho.
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44 Llegué hace 32 años a la Comuna para empezar a construir nuestro hogar, soy una mujer que, por ser de las hijas mayores en mi grupo familiar, solo estudié hasta tercero de primaria. Fue por eso que tuve que dejar mis estudios, para poder ayudar y aportar algo en mi casa. Fueron pasando los años y ya me convertí en una adolescente más adulta, empecé a trabajar para varias empresas. Conocí a mi pareja actual, nos casamos y nos compramos el lote. Llegamos con nuestras dos niñas, después tuve mi otra niña y por último nació mi hijo. No gozábamos de muchos lujos, pero éramos felices
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con lo que teníamos. Seguí trabajando, al igual que mi esposo, para levantar a nuestros hijos y brindarles todo lo mejor. Debido al conflicto armado en nuestro barrio un día tuve que dejar el trabajo y quedarme en casa, por tener ese temor de regresar y no encontrar a alguno de mis hijos, ya los grupos raptaban a los jóvenes para que hicieran parte de estos. Un día, en una reunión de mi hijo, conocí a una señora que me enseñó a elaborar un producto que cambió nuestras vidas y que hoy es nuestro sustento familiar. Así fue como empecé realizar, con mucho amor y mucha pasión, mis cremas. Pronto elaboré mi letrero ‘Venta de cremas de mango biche’, las vendía a 500 pesos cada una y rápidamente toda la comunidad comenzó a comprarlas y consumirlas. Mi vida en la Comuna 13 ha sido muy hermosa a pesar de toda la violencia que se vivió y pese a que, por ese motivo, mis hijos no pudieron disfrutar mucho de su niñez por miedo a las balas. Pero hoy me llena de satisfacción ver como nuestra comunidad avanza enormemente, podemos ser un lugar turístico donde ya no tenemos miedos, donde cada día damos lo mejor para que nuestros emprendimientos sigan siendo exitosos y para que todos aquellos que hoy conocen nuestro barrio sigan viniendo. Yo me siento muy feliz, ya que gracias a mis cremas todo mi entorno familiar trabaja y sale adelante, al igual que aquellos vecinos que también las fabrican y las venden. Mi familia es mi mayor motor, gracias a ellos y a su apoyo hoy hemos logrado construir este espacio tan especial donde trabajamos felices y en unión, pese a todo lo malo vivido no cambiaría nada porque Dios nos ha bendecido y Cremas Doña Alba es un sueño hecho realidad.
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Hace apenas 8 años que llegamos a la Comuna 13, antes vivíamos en Robledo y de allá nos sacaron de nuestra casa porque iban a construir una carretera. A mi mamá le dieron una plata para que consiguiera casa y después de buscar mucho nos vinimos para acá. Éramos ocho personas y el cambio fue muy duro, yo ni siquiera me quise venir en seguida porque allá tenía amigos y estudiaba, así que mi mamá me dejó quedar dos años más, luego me tuve que venir a estudiar, primero en el 20 de julio y después en Betania, estudie hasta sexto y me salí, eso fue en el 2014.
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Cuando vivía en Robledo era feliz, allá nos reuníamos muchos afro y tres paisas y hacíamos arroz de leche o colada, nos sentíamos como en familia. El 5 de abril de 2014 mi papá, que estaba trabajando en la construcción, recibió plata y nos invitó a los dos hijos a salir con él. Mi hermanito y yo vivíamos con mi mamá, veíamos a mi papá cada ocho días, a veces nos quedábamos en su casa y otras veces solo lo visitábamos un rato y volvíamos a casa de mi mamá. Ese día parecía especial, mi hermana mayor nos montó en un bus y llegamos rápido al centro. Mi papá estaba muy alegre y nos llevó primero a comprar ropa; yo me compré una blusa y un pantalón, después nos fuimos a comer pollo, y yo me quería venir rápido pero
mi papá insistió en que fuéramos al parque San Antonio. Allí nos sentamos a tomar fresco y él nos presentaba a toda la gente que pasaba por ahí, les decía que éramos sus hijos. Como yo estaba cansada, volví a decir que me quería ir para mi casa y mi papá se despidió cariñoso, pero triste porque no nos quedamos acompañándolo. Cuando llegamos al barrio me fui con una amiga a comer hamburguesa, habían pasado apenas dos horas de haber salido del centro, cuando mi mamá me llamó diciendo que habían herido a mi papá y que teníamos que ir a verlo porque no sabía si al otro día amanecería vivo. Cogimos un taxi hasta la clínica Soma y cuando mi mamá entró a verlo le dijeron que ya estaba muerto. Yo estaba afuera y vi cuando bajaron al otro señor, era un primo de mi papá con el que había tenido no sé qué problemas; ese día se habían encontrado dizque para hablar y terminaron apuñalándose uno al otro,
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48 los dos murieron. La tensión que reinaba en el hospital era terrible, estaban las dos familias, que eran una sola, todos se miraban rayado, pero nadie dijo nada. Cuentan que ese día mi papá tenía una parte de la plata para la celebración de mis 15 años, que sería el 17 de ese mes. Yo no quería fiestas sino un regalo y él me había prometido comprarme un anillo y una moto, pero ese día al verlo herido, le robaron más de un millón de pesos. A mi papá lo enterraron el 5 de abril y el 10 nos fuimos para el Chocó a terminar de hacer los cuatro días de novena que faltaban para que mi abuelo y su hermana pudieran estar. Llegamos a Tutunendo, allá habían mucha gente. Hacía 28 años que mi mamá no iba a su tierra y para mi hermanito y para mí era la primera vez que pisábamos el Chocó. Recuerdo la primera noche, el olor a monte, a río y el zancudero que no nos dejó dormir, también la celebración era extraña para mí, conocimos al resto de la familia de mi papá, todos eran muy amables con nosotros, pero era mucha gente de la que no sabíamos nada. Rezaban y cantaban unas canciones muy raras que a mi hermanito y a mí nos producían risa. Las mujeres hacían comida, sancocho y arroz para todos los que venían y repartían trago y biche, así transcurrieron esos primeros días.
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Después de las novenas nos fuimos para San Francisco de Icho, el pueblo de mi mamá, ese día conocí a mi primo hermano sebas, el me convidó a bañarnos en el río y ahí sí que cambió todo. La vida allá es el río, se me olvidó todo lo que había pasado las primeras noches y en medio de mi tristeza lo disfruté. El día de mis 15 todavía estábamos allá, mi mamá se fue a jugar bingo con unas amigas y de pronto mis primos cogieron un micrófono y dijeron “Feliz cumpleaños para Camila que está de cumpleaños”, yo me puse a llorar, estaba muy triste ese día y no quise festejar. Ese día el Chocó nos cambió la vida a todos, desde entonces, cada año vamos a pasar diciembre en familia, aunque sé que no me gustaría vivir allí, porque esa alegría se respira solo en los días de fiesta y en la Semana Santa, pues en el resto del año, todos se van a estudiar o a trabajar a las ciudades y solo quedan los niños y los ancianos. Por allá la gente es muy amable, si tú pasas diez veces por el frente de una casa y ves a una señora sentada, diez veces te saluda. La pobreza allá no se siente, porque la gente cuando tiene hambre sale a coger plátano y ñame y a pescar, hasta
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50 el que menos sabe pescar puede coger sardinas de río y comerlas fritas con limón, en cambio en Medellín el que no trabaja no come. Los diciembres hacemos paseos al río, el 28 se hace un bunde y se pasa pidiendo comida de casa en casa para hacer algo grande para todos. Mi comida favorita siempre ha sido un pescado pequeño al que llaman Guacuco, también tomamos mucho borojó y se come la caña de azúcar. Siempre que llega la fecha de mi cumpleaños me pongo muy triste por la falta de mi papá. Él era muy malgeniado y muy estricto con nosotros, pero nos quería mucho y mi mamá siempre dice que, si él estuviera, seguramente nosotros seríamos mejores personas, más juiciosas y menos inestables.
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Me llamo Gloria Monsalve y tengo 63 años de vivir en la comuna 13. Toda mi familia y yo nacimos y crecimos aquí. Amo mi comuna y me la recorro siempre que puedo; aquí están mis raíces y mi gente, pese a todo. Para encontrarme con las muchachas de la Red de Apoyo o ir a los encuentros de cocinando historias cojo un bus que me lleva de mi barrio, San Pedro, Las Peñitas, hasta la estación del metro y de ahí subo caminando hasta las independencias, cada vez que recorro todos estos barrios pienso en lo distinto que era antes este territorio. Cuando yo nací todo esto era de unos cuantos terratenientes que poseían grandes extensiones de tierra con sembradíos y ganado. La familia de mi abuelo, los Paniagua, era una de esas. A mi bisabuelo le pertenecían unas tierras que empezaban donde hoy queda la iglesia de Divino Niño, en el barrio Antonio Nariño, pasaban por La Loma, por Juan 23 y llegaban hasta San Cristóbal, allá por los lados del Túnel de Occidente.
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Por aquí no había carreteras, todo eran caminos de herradura, se cocinaba en leña y nos alumbrábamos con velas, pues todavía no había luz eléctrica. Las familias eran muy numerosas y sacaban sus productos a lomo de mula hasta la plaza de Cisneros, donde también quedaba la farmacia Pasteur, la Federación de Cafeteros y la estación del Ferrocarril. En las casas, las mujeres trabajaban haciendo sombreros, chinas para soplar los fogones de leña y otras artesanías con paja, fique y esterilla. Y en el campo, a los hombres no les faltaba el tabaco para evitar las molestias de los mosquitos cuando salían a trabajar en los cafetales. Cuando llegaba visita mataban la gallina más gorda y se armaba una tertulia muy sonada y repleta de historias vividas por los visitantes y por los de la casa. Pero poco a poco todo fue cambiando, porque los hijos ya no querían trabajar la tierra, lo que querían eran tener plata en los bolsillos y muy a disgusto de los abuelos se iban yendo de la casa
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a vivir sus propias vidas. Ya las tierras quedaban desatendidas y muchas personas que venían desplazadas por la violencia o por la pobreza en el campo comenzaron a comprar y a invadir estos terrenos, y muchos de los que antes fueron dueños, pasaron a ser pobres y a pelear por un pedacito de tierra. Yo fui la primera de cinco hijos y mi padre me rechazó porque no podía aceptar tener como primogénita a una hija mujer, él quería un hijo varón. Vivíamos en La Loma, en la casa de mis abuelos, y mi bisabuelo todavía estaba vivo. Yo era una niña triste, me sentía rechazada y abandonada, hasta que un día me regalaron un perrito, Guardián. Ese animalito era mi vida, pero mi bisabuelo también se encariño mucho con él, entonces cuando yo quería pasar tiempo con mi Guardián nunca estaba. Me deprimí tanto que me llevaron al centro de salud donde el psicólogo, él le aconsejo a mi mamá que me alejara porque me estaba haciendo mucho daño su rechazo y ella me mandó a donde unos familiares en El Poblado. Tenía solo siete años y no me quería separar de mi mamá, pero ella insistía en que era por mí bien. Comencé a odiarla, pero también a coger carnita y a coger color, me gané el cariño del señor de la casa
que me trató cómo a una hija más y aunque yo era la del servicio, me dio una buena educación. Mientras tanto, a mi familia no le iba tan bien, porque mis tíos comenzaron a lotear las tierras y a hacer malos negocios después de la muerte de mi bisabuelo. Otros Paniagua se fueron apoderando de las tierras de mi abuelo y también hubo gente que llegó a invadir. Mi papá nunca se metió en eso, por una parte, porque no era ambicioso y por otra, porque no le gustaba cazar problemas con esa gente. Él y mi mamá ya tenían suficientes problemas con los dos hijos varones, el segundo y el tercero después de mí, que se habían vuelto viciosos y muy irresponsables. Cómo es la vida…tanto desear un hijo varón y ninguno les sirvió para nada. También las dos hermanas, la cuarta y la menor, les daban brega a mis papas porque se metían por ahí con muchachos no tan buenos y no quisieron estudiar. Yo, en cambio, tuve una juventud tranquila, trababa, estudiaba y todo lo que ganaba se lo mandaba a mi mamá para ayudar a los gastos de la familia, no obstante, para mis hermanos yo me había criado diferente y por eso me miraban con desprecio. Cuando cumplí los dieciocho años, el señor de la casa donde vivía, a quien siempre le dije “papito”, me llevó a sacar la cedula y ¡oh
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sorpresa! yo ni siquiera estaba registrada, así que él movió sus influencias e hizo que me organizaran mis papeles para que quedara con los apellidos que me correspondían. Después de terminar el bachillerato, estudié Hotelería y Turismo en el Sena y comencé a trabajar. Un día el papito me dijo: - Mija, usted sabe que yo la quiero mucho y no es que no quiera que siga conmigo, pero yo no tengo nada y en cambio su familia tiene tierra, por eso es mejor que se vaya con ellos, para que el día de mañana no se quede sin nada. Yo lloré mucho porque pensaba que esa familia también me había rechazado, pero asumí mi papel y volví a la casa paterna. Allí todo el ambiente era hostil, mi papá no había recibido aún su parte de la herencia y lo único que tenía era un lote grande que él mismo había comprado a un familiar por 500 pesos y una casita muy pobre. Como a mí me iba bien en mi trabajo, nunca deje de ayudar en la casa, después de estudiar Hotelería,
estudié diseño de modas y solo me faltó un semestre para terminar porque pronto conocí a Zapata y a los tres meses nos casamos. Zapata era un hombre moreno y de labios gruesos al que mis hermanas, quizás más negras que él, rechazaron por completo por ser negro, así que nos fuimos a administrar un hotel de mi patrón a la isla de San Andrés y allí vivimos felices por un tiempo. Solo vinimos a Medellín porque mi mamá estaba enferma y pasando trabajos, además, unos vecinos querían apoderarse de una parte del lote que había comprado mi padre y del rancho de mi mamá. Mi padre descargó la responsabilidad en mí, me pidió ayuda y yo presté la plata para que mi mamá arreglara la casa y le conseguí a él trabajo en San Andrés. Al tiempo, papá me ofreció una parte del lote (14 varas de frente por 18 de profundidad) para que hiciera la casa para mi familia.
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Zapata y yo ya teníamos dos hijas y emprendimos la construcción. Al poco tiempo ya teníamos una casita muy modesta, pero decente. De repente y con mucho descaro, apareció mi papá un día y me dijo que la condición para quedarme en esa casa era que el segundo piso fuera para mis hermanas menores, yo indignada le respondí que no, que ellas nunca se habían ganado mi afecto, que me había maltratado toda la vida y me negaba a vivir con ellas. Pasaron unos tres años de humillaciones y no se resolvía nada, la situación se hacía cada vez más tensa entre mi familia y yo, según ellos, porque yo era una egoísta y papá siempre que me veía pasar me decía: - Quien te ve tan orgullosa y seguís viviendo en lo mío, no tenés en donde caerte muerta. Por casualidad, un día tuve que ir a reclamar el recibo del impuesto predial a la Alpujarra y me encontré con que mi casa estaba hipotecada. Mi papá y mi hermana menor sin ningún consentimiento, la habían
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hipotecado. Ahí se agudizó mi calvario, no podía comprender que fueran tan mezquinos, que hubieran dejado primero que construyera un hogar medianamente digno, para después arrebatármelo. Mi papá no solo me hipotecó la casa, si no que me puso una demanda por posesión donde me exigía que le devolviera su tierra. Esta vez sí había despertado mi ira, así que me fui a un consultorio jurídico y le correspondí con una contrademanda, pero ninguna de las dos prosperó y solo lograron empeorar nuestra relación familiar. Los abogados me aconsejaron que dejara pasar el tiempo y dijeron que quizás mi padre cambiaría de parecer y me ayudaría a legalizar las escrituras de propiedad de mi casa.
Un día vinieron las amenazas, unas llamadas anónimas que me decían que tenía que irme de mi casa porque si no, iban a matar a mi marido. Yo pensaba que eran los combos y decidí sacar a mis hijas de aquí, al menos por un tiempo. Las mande para Bogotá y me quedé sola muerta del susto, Zapata trabajaba como contratista y dio la casualidad que llegó a trabajar con el mismo tipo que me hacía las llamadas; al conocer Zapata se conmovió y él mismo le confesó que era mi familia la que le había pagado para que nos acosara. Después de muchos años, mi padre se pensionó y decidió volver de San Andrés. De nuevo fue a mí a la que acudió para que le
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57 ayudara a comprar una tierrita con el dinero que había ahorrado, pero él ya no quería vivir en Medellín y yo lo ayudé a establecerse en Cristalinas, un sitio que queda por Puerto Berrío. Allá vivió feliz varios años, volvió a tener animales y a sembrar y compró algunas tierras más; yo lo visitaba de vez en cuando y un día cualquiera me pidió ayuda para arreglar su casa, yo le preste la plata y él agradecido, me dijo: -Qué pesar, yo como he sido de cuero con vos, espérate que yo voy a resolver esos papeles de la casa para que me quedes tranquila. - ¿Por qué me dices eso papá? –le pregunté sorprendida-. ¿Es que te vas a morir?. A la semana murió. Mi casa quedó hipotecada, pero vino la sucesión y yo puse todas mis esperanzas en ella, con tan mala suerte que mis hermanos quisieron hacer todo ese proceso sin mí, pues no me reconocían como su hermana. Legalmente eso no fue posible, pero esta vez fue mi madre la que me traicionó. Las tierras de la Loma, las que papá había heredado de mis abuelos, les quedaron a mis hermanos y lo que él había comprado con su propio esfuerzo quedó para repartirlo entre mis hermanas, mi mamá y yo. Ellas vendieron las tierras de Puerto Berrío y le
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compraron a mi mamá una casita por allí arriba, es que parece una finquita llena de matas y jardín, y se quedaron con la casa grande de tres pisos, yo lo único que pedí fueron las escrituras de mi casa. Se hizo todo el proceso de la sucesión y supuestamente quedó en orden, pero cuando fui de nuevo a organizar las escrituras, otra vez me sorprendí de las artimañas de mis hermanas, esta vez había un proceso de compraventa sobre mi propiedad. Con ayuda de un tinterillo habían logrado manipular la escritura original del lote y lo malgastaron y ahora, de nuevo, pretendían quitarme lo que con tanto esfuerzo construimos mi esposo y yo para nuestras hijas y lo peor es que mi madre, ya vieja y enferma, se prestó para eso.
Esta es la hora que todavía estamos en pleito, la cosa es complicada porque son muchos los delitos que se han podido comprobar en el proceso como falsificación en documento público, testaferrato e irregularidades en la venta de los lotes. Yo sigo esperando que el proceso jurídico termine para poder tener al fin la escritura de mi casa, solo así el Isvimed me puede dar un auxilio de mejora de vivienda con el que puedo arreglar una humedad terrible que hay en la pieza donde duermo. Y quien sabe, de pronto puedo vender algún día e irme tranquila a vivir a otro lugar, ojalá en mi Comuna 13 para poder seguir haciendo todo lo que me gusta, como ver a mis nietos crecer en paz y frecuentar los talleres de manualidades, el grupo de la tercera edad, el de las Berracas, y a todas esas amigas mías con quienes comparto la vida.
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Chota y yo nos conocimos cuando yo tenía 14 años y él 18. Al principio yo lo invitaba a él a comer a mi casa, pero él nunca llegaba solo, siempre llegaba con Coco, con Nacho o con cualquiera de sus amigos. A Coco lo recuerdan mucho en mi casa porque comía con tanto gusto que se lamía todos los dedos de la mano. Yo estaba en noveno y Alex (Chota) en once, por eso andábamos muy tirados los dos, estudiábamos en colegios distintos y para vernos capábamos clase Nacho, Kelly, él y yo. Con el poco dinero que tenían Nacho y Alex nos invitaban al Avenazo, un lugar que quedaba en Barrio Cristóbal. Lo curioso es que a mí nunca me ha gustado la avena, pero me la tomaba de pensar en el esfuerzo que hacían para ahorrar y podernos invitar. A Alex siempre le gusto dibujar, me hacía cartas en forma de grafiti y un día me regaló de cumpleaños un cuadro
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60 me parecía raro. Lo mío no es el arte, donde yo soy realmente creativa es en la cocina, cuando tenía tiempo para cocinar siempre me gustaba innovar, ver recetas en internet y hacer mis propias creaciones. Cuando me gradué del colegio, dos años después que Alex, no quería quedarme en la casa sin hacer nada, así que busque algo que estudiar e hice una técnica en el SENA de cárnicos y derivados y trabajé primero en un restaurante, luego me salió trabajo en una estación de servicio de Terpel.
que él había pintado con mi retrato, pero en ese entonces a él ni siquiera le pasaba por la mente vivir del arte. Jugábamos y hacíamos competencias de quien de los dos pintaba mejor y, claro, él siempre me ganaba. Empezó pintando obras navideñas en el barrio con todos sus amigos, eso fue en diciembre de 2008. Eran aproximadamente 10 amigos que pintaban y esa se volvió una costumbre cada año, todos los diciembres se la pasaban pintando y se volvió uno de los temas principales entre nosotros. Para el año 2012, cuando se hicieron las escaleras eléctricas, ya no era solo en diciembre que pintaban, sino en cualquier fecha del año y así el barrio se fue llenando de grafitis.
Con el tiempo yo quedé embarazada y cuando nació Alan seguí trabajando, pero cuando el niño cumplió los ocho meses Alex me dijo que renunciara, porque mi suegra ya no podía cuidarlo. Aparte que me tocaba trabajar por turnos, llegar a cocinar y estar pendiente del niño, me tocaba
A mí me gustaba que pintara, pero no puedo negarlo, también
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llevarle desayudo o comida a Alex, dependiendo del turno que tuviera, pues trabajaba como gestor en las escaleras eléctricas. Cuando a mí me tocaba el turno de noche, las cosas eran más difíciles aún.
tener un negocio, pero no sabíamos muy bien de qué. A veces salíamos a recorrer la Comuna en busca de lo que faltaba y nada, no nos llegaba la idea.
La llegada del niño fue una bendición para nosotros en todos los sentidos, Alex empezó a hacer cuadros en lienzo y su trabajo como artista aumentó considerablemente, tanto que llegó a un punto en que no le alcazaba el tiempo para seguir con su trabajo en las escaleras eléctricas, con frecuencia tenía que pedir permisos para ir a pintar muros en otros lugares y cada vez se hizo más difícil combinar las dos cosas, así que decidió renunciar y hacerse independiente. Yo tendría más tiempo para mi hijo y pensar en otros proyectos, porque nosotros siempre quisimos
Hasta que un día Alex y John, un guía turístico amigo suyo, decidieron juntar sus saberes, Alex como artista y John como conocedor de café, y crearon Café con Aroma de Barrio. En el café no solo trabajamos nosotros, también está Daniela, mi cuñada, y Yuli, la novia de mi cuñado. Al lado, en la galería, trabajan mi cuñado Santiago, el Mono, Coco, Andrés y Katherine. Todo este proyecto lo llamamos “Grafilandia”, es un negocio familiar del que vivimos muchos,
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todo el que llega a trabajar en el café se apasiona con este cuento y aprende mucho, al principio trabajó con nosotros un barista que nos enseñó todo sobre el café, pero ahora nosotros mismos ensayamos y producimos nuestras recetas. Decoramos todo con nuestras propias manos y con materiales que reciclamos. Lo que empezó como un parchecito pequeño y con muchas dificultades fue creciendo rápidamente. Estando en el café, empezamos a conocer gente de todas partes y se nos ha abierto el mundo. Algunas de esas personas han invitado a Alex a conocer otros países, así viajó a conocer Brasil y cuando llegó de allá, vino fascinado con la gastronomía; después lo invitaron a Suiza y no le gustó tanto la comida, excepto las ensaladas y la carne y llegó a enseñarme como preparaban las ensaladas. Así fue como poco a poco fue ganando reconocimiento y ahora es uno de los grafiteros más reconocidos en el sector. Yo todos los días me sigo levantando temprano para despachar a Alan al jardín, después que lo llevo, subo para dejar el almuerzo hecho y me voy a trabajar al café. Antes de las cuatro pido que me cubran un rato para ir a recoger al
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niño y vuelvo a trabajar, esa es mi rutina diaria. Pero los jueves son sagrados, ese es mi día de descanso y trato siempre de pasarlo en familia, una semana hacemos algo con el niño y otra los dos solos, nos encanta ir a cine y salir a comer. A veces les preparo algo rico para comer en casa, a ellos dos les encanta el pescado con arañitas de plátano (se raya el plátano maduro y se fríe, entonces se ve como arañitas). Trabajamos duro, pero estamos construyendo nuestros sueños, a mí me gustaría conocer muchos países del mundo, culturas como la India o México, ver cómo viven y aprender de todos un poco. En medio de todo, hoy en un día caótico, pero también típico, caótico porque el café esta patas arriba, pues están haciendo unas columnas que van a fortalecer las bases para construir un segundo piso más adelante y típico, porque la construcción se está haciendo con el negocio abierto, con los turistas yendo y viniendo a tomarse un café, una cerveza o a comprar una camiseta. También porque los que están ayudándonos con la construcción son nuestros amigos, están Nacho y Coco y con Ányela quisimos hacer nunca nueva bebida llamada malteada de café. Estamos ensayando, haciendo una prueba tras otra hasta llegar a la receta exacta, todos prueban, todos opinan y al final nos queda una bebida deliciosa que expresa nuestra pasión por el café.
Es una bebida refrescante y energizante que contiene: - 2 bolas de helado de vainilla. - ¾ taza de expreso (o un café bien fuerte) preferiblemente frio. - 5 cubos de hielo. - 5 gotas de esencia de vainilla. - 3 cucharadas de leche en polvo. Lo ponen todo en una licuadora y sirven la malteada bien espumosa, acompañada de crema chantillí, nosotros la decoramos con salsa de chocolate, arequipe y café en polvo, por encima y según el gusto de cada quien también le puede agregar una copita de ron.
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Bueno, antes de empezar a contarles mi historia quiero describirles de dónde vengo. Mi abuela Cándida Rosa estuvo casada con mi abuelo José, pero enviudo muy joven y quedó con muchos hijos; de todos los que tuvo, siete hombres y siete mujeres, de quienes hoy solo sobreviven las mujeres. Llegaron a Medellín desplazados por la violencia, se vinieron desde Briceño, Antioquia, apenas con lo que tenían puesto; lo dejaron todo porque era una época muy dura.
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Primero estuvieron unos meses en Manrique y luego se vinieron para acá, para la Comuna, específicamente al barrio la Independencia # 1; aquí también llegaron sin nada, a construir ranchos de plástico, y así vivieron un tiempo, hasta que después de un tiempo, comenzaron a construir las casas en bahareque. Este barrio apenas era una invasión y ellas cogieron un pedacito, allí se amontonaron todas. Algunas de mis tías tenían hijos y otras no, pero muchos de nosotros, como yo, nacimos en este lugar. Cada quien comenzó a construir su propio hogar y así como crecía el barrio, crecía esta familia. Y nos tocó vivir lo que para nosotros ha sido la peor guerra de este barrio. Cada día vivíamos en la incertidumbre de pensar que, tal vez, al otro día uno de nosotros no estaría con vida. Fue muchísimo tiempo de una violencia incesante. Después, mi tía Martha, quien toda la vida ha sido muy berraca y pujante, se pudo comprar una casita abajo, en el 20 de julio, fue así como se llevó a su familia y a mi abuela. Antes de eso, mi abuela había vivido mucho tiempo con nosotros, porque ella le ayudo a mi mamá a criarnos. Les cuento que mi abuela era la mejor abuela del mundo entero, era una mujer amable, cariñosa, humilde y comprensiva, en fin, tenía un mundo de virtudes.
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En un diciembre, en casa de mi tía Martha, planeamos todos, una tamalada; porque no es por chicanear, pero en mi casa se cocina delicioso, es como un don que heredamos de la abuela, porque ella cocinaba como los ángeles. De todas las comidas que compartíamos en familia, la tamalada era la más especial. Y en ocasiones, ella, la abuela, estaba feliz, su cara revelaba una satisfacción absoluta por vernos a todos reunidos, aunque en general, toda la vida hemos sido una familia muy unida. En esa época, solo entre las tías, sus esposos y todos los primos, sumábamos más de cincuenta, más los amigos y uno que otro vecino, éramos casi ochenta personas. La tamalada era algo especial porque nos involucraba a todos. Un fin de semana antes, se terminó de recoger la plata y se planeó lo que cada uno tenía qué hacer; mi tía Martha se fue para la minorista a hacer unas compras: carne de cerdo, chicharrón, pollo,
zanahoria, papa, arveja verde para desgranar, maíz, cebolla, pimentón, ajo, hojas de bijao, cabuya, entre otras. Ella solita trasteó todo eso en un taxi y en la casa estábamos todos esperándola para ayudar a hacer los preparativos, con el propósito de que el fin de semana siguiente los tamales quedaran de lo mejor. Ya en la tienda del barrio terminó de comprar lo que faltaba, la sal, la manteca y otras cosas menudas. El maíz había que ponerlo a remojar tres días antes y cambiarle el agua cada día, para después molerlo. Recuerdo que la molienda del maíz, así remojado, era muy dura y pasaba por muchas manos, pero al final la recompensa era muy satisfactoria. Cada uno hacía su destino: Édison, Deivi, Eliza, Sor, Yeni, Alonso, Marielena y yo nos encargamos de moler, mi mamá de alistar las hojas, mi tía Amparo de aliñar las carnes, mi padrastro de la leña. Todo el que llegaba tenía que ayudar y mi abuela Cándida coordinaba, para que todo estuviera en su punto.
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Mi hermana, la mayor, había puesto a hacer también una chicha. Esta se hace de cascaras de piña y panela, y se deja fermentar, pero mi hermana le agregaba cada día una cerveza Pilsen. ¡Dios mío eso era una bomba! Y por eso estábamos expectantes. Normalmente, en un diciembre nadie se acostaba temprano, la tradición era que pasábamos de largo y nadie se iba para su casa. Si alguno se cansaba, organizaba un cambuche improvisado y dormía un rato, pero luego se levantaba a seguir con la fiesta. Al amanecer comenzaba otra vez el ritual de alistar la leña, prender el fogón y poner la olla para el sancocho o tomarnos un buen consomé de pescado. Y bueno, se llegó el día de la tamalada, nos visitó toda la familia, unos se pusieron a armar el fogón y otros a armar los tamales. Cuando estuvieron, se calentaron arepas para todos y nos sentamos felices a comer. Ya se estaba terminando el día y llegaba la noche, y por eso todos, ya olvidado el trabajo de la tamalada, estábamos satisfechos y entusiasmados porque esa noche tenía que ser la mejor, no faltaba más, después de tantos preparativos.
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Yo era una niña muy consentida de mi madre; ella nunca me dejaba hacer nada, siempre era la que me hacía todo hasta que llegó el día en que falleció y sentí como el mundo se me vino encima. Mi madre era una mujer joven y no estaba enferma, pero fumaba mucho. En ese entonces yo era empleada del Éxito y trabaja por turnos, pero no tenía que preocuparme por hacer nada en mi casa. Me levanté temprano, como siempre, tenía turno seis a dos y me fui para el trabajo; de repente en el bus comencé a sentirme extraña, tenía las
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manos frías y una sensación de angustia que me oprimía el pecho, pensé que cuando llegara, en vez de tomarme un café, como hacía siempre, con toda la calma del caso, antes de comenzar a trabajar, debería llamar a la casa y así lo hice. Mi madre me contestó y yo le pregunté por el niño, alcanzó a decirme que estaba bien y después lo que escuche fue un golpe seco. Se había desmayado y al caer se golpeó con la baranda de la cama. El niño cogió el teléfono y me dijo: “Mi mamita se murió”. Yo de inmediato cogí un taxi y me fui para la casa, pero no alcancé a llegar; cuando iba en las escalas eléctricas ya la venían bajando para llevarla al hospital, estaba consciente. Cuando llegamos a urgencias la doctora le preguntó que cómo se sentía y ella se apretó fuerte las sienes y dijo que la estaba matando el dolor, en ese momento se desvaneció, los médicos intentaron reanimarla, pero ya no pudieron hacer nada. Había sufrido un aneurisma que le quitó la vida. Los médicos dijeron que desde hacía por lo menos dos meses y medio tenía las venas del cerebro inflamadas y el golpe hizo que se reventaran. Fue una gran sorpresa, porque ella nunca se quejó de dolor de cabeza, ni nada.
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Y así, de un día para otro, pasé de ser la niña consentida de mi mamá, a tener que llevar las arriendas del hogar, pero no sabía hacer nada de nada. En medio de la angustia, no tuve tiempo para hacer el duelo. En la casa quedamos mi papá, mis dos hermanos, mi marido, mi hijo y yo, la única mujer. Los reuní a todos y les dije que por un tiempo iban a comer salado, simple o desabrido, hasta que yo aprendiera. Los primeros tres días se quedó con nosotros mi cuñada para enseñarme hacer de comer. Todos los días cocinamos algo diferente para que yo pudiera aprender, y si, rápidamente iba haciéndolo. Después de que mi cuñada se fuera, una vecina me ayudaba, o yo iba donde ella, me hacía cargo de mi hijo y de dejar la comida hecha para todos en la casa, casi todos los días hacía sopa de pasta o de arroz que era lo más fácil hasta que un día me dijo mi papá: -Mija, por favor aprenda hacer otras cosas. Las sopas le quedan muy ricas, pero es hora de comer otras cosas. Me decía que estaba antojado de comer fríjoles o sancocho de esos que hacia mi mamá. -Bueno papá le dije, yo se lo hago, pero no le van a quedar como los de mi mamá.
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Volví a llamar a mi cuñada para que me explicara paso a paso cómo hacer los fríjoles. Lo más difícil fue aprender cuando bajarlos, la primera vez me demoré casi toda la mañana haciéndolos porque cada que los destapaba me daba cuenta que estaban duros, además, a los frijoles hay que ponerles plátano verde y zanahoria para que queden bien caladitos. Cuando ya están blanditos se les echa el ahogao y cuando al fin estuvieron, qué creen, estaban desabridos. Sin embargo, mi papá y mi marido se los comieron con gusto y me decían: -Si ve que si era capaz. Siga así que la próxima vez le quedan mejores. Pero al año de muerta mi mamá, mi papá empezó a decaer, él no podía superar la ausencia de ella, no era solo que yo no supiera cocinar, sino que, la comida no le alimentaba, por eso perdía cada vez más peso. Yo tampoco me sentía feliz, dejaba todo hecho en la casa antes de irme a trabajar y cuando llegaba a trabajar para empezar mi jornada, ya estaba supremamente cansada, aunque en la empresa me apoyaron mucho en ese tiempo, decidí renunciar y dedicarme a cuidar a mi papá y a mi hijo, si ya había perdido a mi mamá no podía perder también a mi papá. El siguiente reto era preparar sancocho y ahí si le pedí ayuda a una vecina que sabía cocinar muy rico, lo primero que me preguntó:
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- ¿De carne blandita o de la que se pita? Yo me quedé muda porque no sabía diferenciar las carnes, ella la miró y me dijo que era de la que se pita y entonces dijo: -Póngala a pitar media hora y ahorita vuelvo. Mientras tanto vaya pelando las papas, la yuca, los plátanos y aliste los aliños. A la media hora volvió y la carne ya estaba lista, le eché lo demás y estuve pendiente hasta que estuvo y lo serví, me quedó hasta lo más de bueno. Después de eso, lo que siguió fue el aprendizaje por internet, veía las recetas y cada día intentaba hacer algo diferente, ya sin ayuda de las vecinas y de
mi cuñada. Hoy, ya cocino sin ayuda del internet. Ya han pasado 5 años de vivir sin mi mamá, el 19 de mayo del año pasado tuve que sacar sus restos de la tumba para poderlos cremar, eso fue un sábado y el día anterior mi madre se apareció en mis sueños, hasta entonces yo solía soñar con ella, pero nunca me hablaba, ese día me pidió que la abrazara y luego me dijo que por favor la dejara ir. Al otro día, a pesar de lo duro de tener que presenciar el traslado de sus restos sentí, cómo mi cuerpo dejó por fin el peso que cargaba como un lastre que formaba bolitas en mi cuello y… respiré.
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Cuando yo era presidente veía muchas cosas. Llegaba a esas casas con perros cabizbajos y puertas descoloridas. Al abrir, las doñas elevaban una leve sonrisa, pero al entrar en confianza contaban que no había para comer, que los esposos se gastaban la plata tomando, que la situación era tan crítica que las ratas comían donde el vecino y venían a dormir donde ellas. No había empleo por el estigma de vivir en la Comuna 13, qué impotencia, y las ayudas no llegaban para paliar tanta necesidad. Recibí una llamada de una lideresa de un barrio vecino, me dijo que había un pequeño proyecto, pero era necesario, la participación de todo el barrio. Lo pensé mucho hasta que se me ocurrió: marranos para diciembre. Hable con los directivos de la Junta y todos estuvieron de acuerdo, pero había un requisito: todas las cuadras y callejones deberían ser arregladas para las fiestas decembrinas, y la calle o cuadra más bonita se ganaba el marrano.
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La bola se regó y llegó hasta los barrios vecinos. Nunca vi tanta felicidad, la gente estaba muy animada, unos hacían cadenetas, otros pintaban las paredes y las puertas, otros ponían música y hasta decían lo que iban a hacer si se ganaba el marrano. En fin, fueron 36 zonas del barrio las que se apuntaron. El 23 de diciembre con don Héctor, de la Junta de Acción Comunal, y dos evaluadores externos salimos a caminar para decidir quién ganaría. Todas las cuadras eran muy coloridas: cadenetas, música, pesebres y algarabía. Don Héctor caminaba un tanto preocupado; al llegar a un callejón nos encontramos con unos muchachos vestidos de negro, con los ojos enrojecidos y con zapatos finos, estos últimos, se veía que los habían “adquirido” en las calles oscuras de Laureles. De pronto se nos acerca uno de ellos y con voz intimidante nos dice: “Yo no sé qué vamos a hacer, pero uno de esos marranos viene para acá”. Los que nos acompañaban sudaban frío y don Héctor decía: “¿Ahora qué vamos a hacer si solo tenemos cuatro marranos para toda esa gente?”. - Tranquilo que todavía nos quedan tres - le contesté.
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75 Seguimos caminando llenos de impotencia, cuando llegamos a la parte alta también había un combo esperándonos porque querían su marrano. Se llegó el 24, toda la gente se reunió, más de dos mil personas. Los cuatro marranos parecían palomas para tanta gente, en fin, los tres que nos quedaban los repartimos de a cuartico para la gente, y así les hubiera tocado una uña, todos estaban felices. Pero que sorpresa cuando nos dimos cuenta que los del combo de arriban se habían llevado el marrano de los de abajo. Qué preocupación, ellos, de forma descarada y arbitraria se lo habían llevado. Consiguieron leña, colocaron música y sin demora, ya lo tenían descuartizado, listo pa´ la paila. Cuando se disponían a fritarlo subieron los de abajo a reclamar su marrano y se formó la balacera. En medio de los disparos se oían gritos: “¿dónde está la presidenta?”. Yo, en mi habitación, asustada, le oraba a Dios para que no me pasara nada. Me tocaron la puerta y respiré profundo para tomar valor, les abrí y dije:
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76 - Muchachos ¿qué es ese escándalo? ¿acaso no saben que el premio para la mejor cuadra se entrega el 31 de diciembre, con aguardiente y gaseosas? Lo que se repartió fueron los cuatro marranos, pero ustedes saben que, la cuadra de ustedes fue la más bonita. Entonces me contestaron: - Qué pena madre, perdone, nosotros pensábamos que ya nos iba a tocar comer marrana negra. El 31 de diciembre entregamos lo acordado, a mí me toco fiar el marrano y quedarme con la deuda. En enero toda la gente decía: - Oiga, como la pasamos de bueno, ¿cierto?.
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Yo me fui dos veces del barrio. La primera vez fue con mis dos hijos adolescentes, uno de 17 años y el otro de 14, dos días después de la Operación Orión. Ese día sentimos mucho miedo porque por todos lados había retenes y a todos los jóvenes los estaban deteniendo. A todo el mundo lo bajan de los carros, y si iban caminando los inmovilizaban. Eso fue horrible, de esas personas que retuvieron, algunas nunca volvieron y a otras se las llevaron presas. Por eso yo estaba aterrorizada y pensaba: “Dios mío, si me cogen a mí con estos muchachos y se los llevan, yo me muero”. Tengo tres hijos, pero uno de ellos es habitante de calle desde hace muchos años. Por eso iba solo con los dos menores. Mi esposo no quiso ir; él decía que no salía de la casa, porque no tenía para dónde irse, ni le debía nada a nadie, y de todas maneras nuestra relación ya andaba un poco mal. Pero yo si no me podía quedar, me daba mucho miedo por mis hijos, porque el Ejército y los paramilitares decían que los jóvenes que se quedaban en sus casas eran milicianos o de algún otro grupo.
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78 Pasamos todos los retenes, y cuando llegamos a San Javier a mí me provocaba como arrodillarme y gritar, porque ya habíamos pasado todo el peligro. Le di gracias a Dios porque nos hizo invisibles. Me quedé donde una prima en San Javier, cerquita a la estación del Metro. Pero eso fue muy duro porque nosotros salimos con lo que teníamos puesto y lo que nos cupo en una mochila. Lo más terrible es que nos tocaba dormir a todos en una piecita y en el piso pelado. Allá aguantamos 15 días. Nos devolvimos, porque no es lo mismo estar en su casa, que vivir de arrimado, y con toda la familia, muy rápido uno empieza a sentir que estorba. Y, sobre todo, porque habíamos dejado todo, sabiendo que nos había costado tanto. A uno siempre le daba miedo, porque de tanto en tanto, llegaba gente de esos grupos a la casa a dejarse ver, como para que supiéramos quienes tenían el control; llegaban a ofrecerse para cualquier servicio, por si necesitábamos algo, también veía uno cómo intentaban seducir a los
muchachos para que trabajaran con ellos, a veces intentaban reclutarlos incluso con amenazas. Supuestamente ya se habían desmovilizado, pero seguían en el barrio haciendo lo mismo que antes. La segunda vez que salí del barrio fue después de que me mataron al hijo menor. Ahí si yo sentía que no era capaz de vivir en la casa. Inicialmente me fui para el Salado, y después me fui para Manrique, siempre pagando arriendo. Desde entonces he vivido solo con mi nieto Kevin, uno de los hijos que dejó mi muchacho, porque me divorcié y mi otro hijo ya se había independizado con su familia. Que yo supiera, mi hijo no tenía problemas con nadie, ni con ningún grupo. Así que hasta ahora no tengo idea de por qué le hicieron eso. Yo temí todo el tiempo, pensando que me lo matarían a mi muchacho que vive en la calle por drogadicto. Él se iba y cuando le daba la gana volvía, se quedaba unos días y luego se perdía de nuevo. Cuando estaba en la
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79 casa yo siempre vivía con el temor que le pasara algo. Pero a mi otro hijo no, porque era muy juicioso. De hecho, mis hijos se relacionaban con todo el mundo, al fin de cuentas toda la vida hemos vivido por acá. Y ellos nacieron en el barrio, por eso todo el mundo los reconocía. Sin embargo, fueron muchos años que nadie vivía seguro en el barrio. Fue el 16 de enero de 2009; mi hijo salió y yo creí que de pronto iba a comprar un cigarrillo o se había ido a jugar al billar, resulta que nunca volvió. Yo comencé entonces a buscarlo y a averiguar por él. Me decían que se lo habían llevado en una camioneta, otros que lo habían visto por Laureles, en fin. Por todas partes lo busque. Yo me alzaba a Kevin, mi nieto, que estaba muy pequeño, en la nuca y salía a recorrer todos estos barrios, hasta que se me hinchaban los pies de tanto caminar. Como a los 10 meses salió su nombre publicado en la Chiva, un periódico de por aquí, apareció incluso enterrado, pero en una fosa común.
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Ese día, el 17 de octubre de 2002, yo madrugué a acompañarlo hasta el bus, pues con esas balaceras de la Operación Orión y lo que uno veía que hacían los encapuchados y el Ejército en la calle con los muchachos, yo no me atrevía a dejarlo solo. Es cierto que ya tenía 19 años, mujer y hasta dos hijos que vivían todos aquí con nosotros, pero era mi hijo y las calles estaban miedosas. El muchacho estudiaba panadería industrial en el SENA y tenía pensado terminar rápido para ponerse a trabajar y organizar su hogar independiente. Yo
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lo dejé en el bus a las siete de la mañana y me volví para la casa. Casi no acababa de entrar cuando me estaban avisando que lo tenía el Ejército abajo, junto al restaurante, habían bajado a todo el mundo del bus y estaban parando a todo el que subía o bajaba. Entonces salí volando para allá. Había mucha gente filada en la calle y como resguardado en los bajos de una casa, un encapuchado, al que solo se le veían los ojos, señalando, todo al que marcaba era inmediatamente sacado de la fila y puesto a un lado; me tocó ver a un profesor del Colegio Mayor al que amarraron junto a una señora, como yo lo conocía, entonces, les dije que él tampoco debía nada. - Usted limítese a hablar por su hijo, señora- me contestó uno de los formados. Había mucha gente aporreada, algunos jóvenes que de los maltratos recibidos ya ni se podían parar. Entre ellos, estaba el hijo de doña María, mi vecina. Era un joven que estaba estudiando, quien había nacido en este barrio y yo podía dar fe que no estaba metido en nada.
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- ¿Qué les debe pues el muchacho, que lo aporrearon tan feo? - pregunté con rabia-. Si es que uno los vio nacer y crecer en este barrio, y por eso sé que no deben nada. ¿Y por qué tienen a mi hijo ahí, si yo lo mandé fue a estudiar?. Entonces, uno de los uniformados, que parecía un comandante, me hizo señas para que me acercara. Yo creí sinceramente que me iban a matar, pero fui porque no había de otra. -Usted que conoce a todo el mundo aquí, venga y nos muestra quiénes son los que están haciendo fechorías. -Hágame el favor y me respeta -le dije furiosa- es que yo no ando con ellos. No hubo palabras que lograran conmoverlos, ese día hicieron hasta para vender, a pesar de que muchas mujeres como yo, se acercaron a suplicar, a llorar, a gritar por sus hijos. Se llevaron, solamente, ese día a más de 150 personas, la mayoría jóvenes y sanos, mientras los delincuentes estaban por otro lado. A mi hijo y a la mayoría de los que cogieron con él, los tuvieron presos más de 11 meses. Le dañaron el estudio y la vida, porque cuando salió estaba como loco, ido del mundo y completamente adicto a las drogas. Le arrancaron todos los derechos y este es el momento
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que no nos han reparado absolutamente nada. Yo iba a visitarlo cada ocho días y siempre que había oportunidad, le llevaba comidita. A nosotros nos tocó sufrir bastante; teníamos derecho de pronto a comernos unas lentejitas, con la mera sal. Pero siempre buscábamos la manera de conseguir con qué llevarle algo a la cárcel. Yo entraba allá y lo veía siempre temblando, y empezó a coger un color entre pálido y gris, entonces me convencí que estaba consumiendo droga, aunque no atinaba a adivinar cuál, me ponía a llorar, él trataba de consolarme diciéndome que por ahora teníamos que dejar que, esos infelices hicieran con él lo que les viniera en gana, pero que no podía ser para siempre, porque él no debía nada. Eso no era ningún consuelo. Yo me dirigí a Derechos Humanos, intenté hablar con el fiscal,
con los medios de comunicación, iba de una parte a otra como loca, igual que muchas otras mujeres del barrio, buscando que movieran el proceso, porque mi hijo y todos los que se llevaron con él permanecían allá sin que les programaran siquiera una audiencia. Quisimos dirigirnos al presidente por los medios de comunicación, pero nos dijeron que no se podía. Entonces yo me desesperé y les grité a los que nos negaban la oportunidad. -Pero si aceptan a la gente mala, haga lo que quiera y diga lo que quiera. En cambio, a la gente que construimos país y hacemos cosas bonitas para bregar a sacar adelante esta sociedad, a nosotros sí nos cierran las puertas y nos salen con lo que sea. No sé por qué, pero al final aceptaron transmitir un comunicado, no en las principales emisoras, pero recuerdo que salió por Radio Cristal,
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84 eso por lo menos obligó a que les hicieran audiencias, porque antes los tenían allá sin ninguna oportunidad de defenderse. Nos llamaron y nos dijeron que lo recibiéramos a la salida de Bella Vista, como hay mucha gente que nos conoce y nos quiere, varios taxistas se ofrecieron a ir con nosotros por él, y eso estaba lleno de gente esperando la salida de sus seres queridos, hubo incluso gente que llevó una guitarra y empezamos todos a cantarles hasta que salieron y nos les tiramos encima. Aquí llegamos como a las ocho de la noche, mucha gente vino a la casa a felicitarlo y toda esa noche fue de fiesta. Estuvimos contentos. Después empezaron a perseguirlo y señalarlo, decían que si había estado en la cárcel era porque había sido esto o aquello. Para colmo de males, como él y su señora peleaban muy feo cuando estaban drogados, un día lo cogieron y lo arrastraron por la calle, entonces le advirtieron que se tenía que ir, pero la calle era lo único que tenía para llegar, allí se acabó de hundir, al poco tiempo lo siguió la señora, y nosotros nos quedamos aquí con sus tres hijos.
Por fortuna, ahora parece que se está recuperando. Lo tuvimos un tiempo en Carisma, un centro de rehabilitación, parece que le asentó bien, aunque ha tenido sus recaídas, a veces muy fuertes. Yo fui en estos días a un lugar donde Dios habla y él me dijo que se va a recuperar del todo. Y yo tengo fe que así será.
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En la operación Orión, todos éramos guerrilleros para el Ejército y para la ley, sin darse cuenta que esa era una situación que más bien nos ha tocado sufrirla a todos. Cuando estaba más sardina me tocó el lío con las milicias; llegaron aquí y entonces empezaron a insistirnos a los jóvenes, hombres y mujeres, que nos teníamos que meter en su combo. Yo les decía que no, porque yo no tenía porqué estar buscando de gratis la muerte, la cárcel o cualquier otra cosa. No he sido peleadora y si más bien miedosa, así que de una vez los desabrochaba. Pero eso no les gustaba mucho y entonces empezaban a montármela por cualquier cosa. Mi propio hermano se tuvo que ir del barrio, cuando apenas tenía 13 años, porque no se quiso meter con ellos. Después de eso, recuerdo que una vez estaba con mis amigas, por allá debajo de mi casa, como vi que, cada una
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de ellas estaba con su novio y yo, en cambio, estaba sola siendo la vela a todas, entonces mejor me fui a dormir. Al rato, llamaron a mi mamá y le contaron que había una gente preguntando por mí, en ese tiempo a mí me decían “la gata”, porque era muy loca y rumbera, entonces le dijeron: - Imagínese que si están preguntando por “la gata”, y tienen a todos sus amigos filados en la calle dizque para matarlos. Mi mamá no me dijo nada, solo que bajó dizque a hablar con ellos, entre tanto, yo seguía durmiendo, y mi papá llegó, me despertó de una manera muy brusca y me dijo: - Oiga, oiga, que por allá abajo la van a matar. - ¿Qué? – respondí.
Yo me puse fría, me quería volar, desaparecer, mejor dicho, no sabía qué hacer. Cuando mi mamá llegó donde ellos alguien dijo que ella era la mamá de “la gata”. -Qué pena -dijo ella-, yo no soy la mamá de ninguna gata. Mi hija se llama Marisol. Entonces se acercaron ellos y la saludaron, muy amables, según dicen. -Tranquila madre, váyase a dormir que nosotros subimos y hablamos con ella mañana. - Yo no me voy a ir -los desafió ella-. Si tienen algo que decirle, entonces subamos de una vez a la casa y se lo dicen conmigo ahí. Uno de los muchachos subió con ella a hablar conmigo. Me imagino que me encontraron pálida y muerta del susto, pues yo quería volverme
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hormiguita y meterme en cualquier huequito, pero el muchacho llegó muy tranquilo y se puso fue a aconsejarme. Resulta que me estaban metiendo en un problema en el que yo no tenía nada que ver. Supuestamente, yo me mantenía en una esquina tirando vicio con unas amigas, lo más duro es que quien me estaba involucrando en esos chismes era una prima mía que si andaba con ellas, entonces respondí: - No señor -le dije-. Yo si rumbeo y ando con mis amigas, pero no estamos parchadas en ninguna esquina tirando vicio, le puede preguntar a los vecinos verá que somos nosotras, todas estudiamos y solo los fines de semana salimos a divertirnos. Entonces él me dijo que tuviera mucho cuidado, que la calle estaba muy peligrosa, que me fijara bien con quien andaba. Yo le debo la vida a este muchacho, porque era el marido de una amiga mía y ella le hablaba bien de mí, ella me contó después que a los otros muchachos los hicieron caminar toda la noche dándole la vuelta al 20 de Julio y los dejaron advertidos, de hecho, ese día no mataron a ninguno, pero si lo hicieron después en distintas situaciones, a los que quedaron, mejor se fueron del barrio. Después vinieron los paramilitares y fue la misma historia,
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que me había regalado un hermano, me rasgaron las fotos que encontraron y me las pisaron, yo les alegaba, pero ellos más agresivos se ponían. Como los milicianos y los paras se encendían a bala de morro a morro y muchas veces las cocas de las balas caían en el patio de la casa, ellos alegaban que esas eran las vainillas de las armas que nosotros disparábamos.
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insistieron para que nos metiéramos a su grupo, para que “sapeáramos” a los milicianos y hasta para que les mostráramos dónde guardaban las armas.
Nos amarraron para meternos quién sabe a dónde, todo lo vieron las niñas, que estaban muy pequeñas, al ver que nos iban a llevar se echaron a llorar y se aferraban a nosotros. Por eso le dije a la abuelita que nos las cuidara bien, porque quién sabe si volvíamos. - No le diga eso a las niñas - me regañó el comandante-, que ustedes van a volver.
En plena Operación Orión, vino aquí el Ejército, nos sacó al papá de mis hijas y a mí, acusándonos de guardar armas en la casa para la guerrilla. Imagínese, como si ya no hubiéramos tenido bastante. Eso es lo que queda de la guerra, cuando viene el combo contrario, los que han estado antes empiezan a acusar de lo que se les da la gana a aquellos que no les caían bien o con quien han tenido algún problema. Me esculcaron toda la casa, y hasta se me llevaron una hamaca muy fina
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Eso mismo les decían a los otros y después los desaparecían o los “encanaban”. Nos llevaron por allá más arriba, a dónde siempre llevaban a la gente que no iba directamente para los camiones, nos entró un miedo terrible porque sabíamos que allá podían hacer con nosotros lo que les diera la gana sin que nadie los viera. Desde un planito llamaron por un radio y dieron los números de las cédulas de los dos, les contestaron que nosotros no teníamos nada y por eso nos soltaron. Volvieron a bajar con nosotros, y cuando se iba a ir el mismo comandante señaló a las dos niñas y dijo: - Vea, ahí se están dos guerrilleras. - Si usted lo dice, mi comandante - contesté yo muerta de rabia -.
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Hace aproximadamente 10 años no visitaba el sector donde hoy quedan las famosas escaleras eléctricas; había escuchado de aquel famoso sitio, pero no había querido conocerlas, a pesar de vivir en esta comuna. Hace un mes, una gran amiga, Edna, me visitó y quería conocer las escaleras eléctricas. Ella quería que la acompañarla a realizar el famoso Graffitour. Edna se asombró cuando le conté que no conocía esta obra, que convoca a tantos turistas; y es que sabía que aquel lugar me traería recuerdos amargos y tristes, pero con ella tomé la decisión de enfrentarme nuevamente
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91 al lugar por donde caminé muchas veces tomada de la mano con mi novio y donde conocí a tantas personas, un lugar que quedó marcado en mi mente y mi alma para siempre, y del cual hasta entonces no quería volver a saber nada. Como dicen todo pasa por algo, y por eso tal vez se dio la oportunidad de volver allí. La tarde de un viernes a las 5:00 p.m. recorrí nuevamente este lugar, todo estaba muy cambiado, pero en mi aún permanecían los paisajes de antes, a mi mente regresaron todos los recuerdos de amigos que ya no están y que, sin embargo, hacen parte de tantos momentos vividos. Por un instante vi la casa que tantas veces visité, un lugar caracterizado por el enorme árbol de mango que tenía en su patio y su particular solar, allí se realizaban bailes, fiestas, reuniones y diversas actividades que se compartían con amigos y familiares. En esas fiestas la comida siempre jugaba un papel muy importante. Recuerdo principalmente los asados, desde las escaleras se sentía el olor a brasas de carbón mezclado con los ricos aromas de la carne y sus aliños, el ajo, el pimentón, la cebolla, y el cilantro picados menuditos, el tomate de aliño y hasta a veces cerveza para que quedara bien buena. No podían faltar los chorizos, la papa recién cocinada, el ají y, por supuesto, las arepas, que eran las favoritas de Jorge… recuerdo cuando desde el patio, yo lo podía ver a lo lejos cuando llegaba en su moto y subía por el angosto camino.
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Otro lugar que volvió a mi mente fueron los billares, que quedaban en el tramo tres, muy cerca de donde hoy es el café de Chota; ese era un sitio de esparcimiento, risas y charlas donde compartíamos noches enteras con las personas que queríamos. Además, la familia de Jorge se caracterizó siempre por ser alegre y sus amigos eran bastante numerosos. Jorge era un hombre trabajador, de contextura gruesa, de piel blanca y una gran sonrisa. El hombre que conquistó mi corazón cuando tenía 17 años, era una persona detallista, extrovertida y con gran habilidad para el dibujo. Una tarde de 1998, cuando yo me dedicaba medio tiempo a vender chance, ese hombre carismático se me acercó y desde ese momento surgió una amistad. Cuando me veía, no dudaba en saludarme, y un día me pidió el número telefónico de la casa, otro día se me declaró y desde entonces empezamos un lindo noviazgo donde compartimos muchas cosas juntos, un noviazgo que duró 9 años.
En muchas ocasiones Jorge me propuso que viviéramos juntos, pero había algo que no me dejaba dar ese paso, y era que él no parecía tomarse el tema muy seriamente. Es difícil pensar que por donde camino viví un momento difícil con la pérdida de un gran amor, quien me enseñó muchas cosas bonitas y me dejó un regalo para toda la vida, una hermosa hija que fue la luz de sus ojos, una niña por la que él hubiera dado la vida. Aquel 13 de diciembre de 2000 marcó para siempre nuestras vidas de una manera muy positiva, el nacimiento de Angie, una mujer con una sonrisa preciosa y con el mismo color de pelo de su padre, trajo luz a nuestras vidas. Para Jorge el nacimiento de Angie representó un gran momento en su vida, ya que su anhelo era tener una niña. A pesar del lazo que nos unía, yo nunca me atreví a irme a vivir con él, yo seguí con mis padres y él en la casa de los suyos, pero ambos en la misma comuna. Estar otra vez en este lugar me hizo recordar el crudo momento que viví hace 10 años, cuando el destino decidió darme un duro golpe, diciembre, un mes en
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93 el que ninguna persona espera una desgracia. Para Jorge era un mes representativo, además que era el mes de su cumpleaños y el de su hija, una época en donde todos están en vísperas de año nuevo, unión y colaboración. Nunca imaginé que en un mes como este recibiría una noticia así. El 16 de diciembre de 2007, a tres días de haber celebrado el cumpleaños número 7 de su hija, Jorge nunca pensó que un joven de 16 años le arrebataría la vida. Eran las 12:00 de la noche de aquel domingo de celebración, donde precisamente había visto jugar a su gran equipo: el Nacional. Jorge llegó en su moto por aquel camino estrecho, tranquilamente se dispuso a guardarla en el solar y después de ello salió; entre las sombras le esperaban 6 hombres, uno de ellos sacó un arma y le disparó en dos ocasiones, Jorge esquivó un disparo con su mano y el otro impacto en su cabeza. Los hombres salieron corriendo y el hermano de Jorge salió tras ellos, mientras él quedaba tendido en el piso, aún consciente. Cuando lo sacaron en una carretilla dijo, como sorprendido: ´´esos manes casi me matan´´. Sus amigos relatan que fue una noche larga, a Jorge lo trasladaron a la Unidad Intermedia de San Javier, lo estabilizaron y luego lo remitieron a la Policlínica, cuando llegó allí, dio su último suspiro.
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94 A las 2:00 a.m. sonó el teléfono de mi casa, levanté la bocina y escuché que el interlocutor me decía: “Mataron a Hernán”. En ese momento no sabía de quién me estaban hablando, ya que yo no relacionaba a Jorge con ese nombre. Colgué el teléfono y me volví a quedar dormida hasta las 7:00 a.m. volvió a sonar el teléfono esta vez me dijeron: “Mónica, lo vamos a velar en Campos de Paz”. Colgué y pensé: “¿Quién será la persona que me está llamando tan insistentemente a decirme que mataron a Hernán?”. Por un momento lo relacioné con un compañero de trabajo que se llamaba así, entonces bajé al primer piso y revisé el número del cual me habían llamado, al verlo caí en cuenta que me estaban hablando del papá de mi hija, ese hombre detallista que un día conquistó mi corazón, pues el teléfono era el de su casa. El desespero, la angustia y la tristeza me invadieron por completo. Solo pensaba en cómo le daría esa triste noticia a la niña. Desperté a mi mamá y le dije que no sería capaz de decirle a Angie. Al escuchar el alboroto, se despertó; me miraba, y mis ojos se inundaban de lágrimas, me preguntaba: “¿Mamá, ¿qué pasó?”. El silencio se apodero de mí, y mi madre fue la que le dijo a la niña que su padre se había ido para el cielo. La reacción de Angie fue echarse a llorar, ella no comprendía lo que había pasado.
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Al otro día de lo sucedido, la familia de Jorge y sus grandes amigos se fueron del barrio por miedo, debido a la relación que tenían con él. Yo nunca supe por qué, conocí a Jorge como un hombre bueno, alegre y trabajador que fue siempre tierno conmigo y con su hija. Con el tiempo llegaron a mí los rumores que quizás, algún grupo armado quiso vengarse de él, pregunté y pregunté, pero nadie me dio razón. Solo me enteré que él ya había sufrido antes un atentado y que a uno de sus amigos también intentaron matarlo, pero hasta hoy no sé lo que es cierto o no. Estos y muchos otros recuerdos son los que vienen a mi mente al pisar nuevamente este lugar. Aunque el sitio se encuentra muy cambiado, los recuerdos vivirán en mí para siempre.
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Mi nombre es Daniela y vivo con mis papás, yo soy una de las hijas menores y tuve una infancia calmada y feliz. Aunque yo siempre he sido muy apartada y solitaria, cuando cumplí los 11 años mi papá y mi mamá comenzaron a darme un poco más de independencia, entonces conocí a una amiga mucho mayor que yo y con ella conocí las fiestas, los vicios y muchas cosas más. En particular, conocí a un hombre que era muy especial conmigo y tuve una relación con él, aunque él era hombre casado. Duramos 10 meses y después que lo dejé, me di cuenta que estaba embarazada.
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97 La noticia me tomó por sorpresa y cuando les dije a mis padres, mi mamá me apoyó, pero mi papá lo tomó muy mal, no lo aceptó y me pegó. Entonces decidí irme de la casa, y como tampoco contaba con el apoyo del padre de mi hijo, fui a una comisaría de familia y expuse mi caso, de ahí me llevaron a un internado de maternas. Cuando llegué allá me encontré con infinidad de cosas chocantes, pues había mujeres lesbianas, prostitutas, delincuentes… en el internado nos tocaba cocinar a nosotras mismas, lavar cada una su ropa, limpiar, ayudar y yo no sabía hacer nada de eso. La comida era muy maluca, no me gustaba la manera de cocinar porque había sopas muy extrañas, como, por ejemplo, la sopa de pan o el sancocho de salchichón. Muy pocas veces comíamos carne, a veces los fines de semana, o los domingos cada quince días, cuando iba mi madre de visita. Yo no sabía ni pelar una papa. Una vez, recuerdo que trajeron un mercado grande, pero el arroz se mojó y cogió un olor terrible, cuando lo cocinábamos sabía horrible, a
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viejo, y tuvimos que esperar un mes hasta que se acabó. Como yo estaba embarazada, me sentía muy enferma y esa comida poco me ayudaba, es más, me empeoraba. Un día, ya a los siete meses de embarazo, sentí un antojo: quería probar otra vez la sazón de mi mamá y le pedí que en la próxima visita me trajera sopa de yuca con arroz caliente, huevos con hogao, aguacate y Coca Cola y esperé con ansiedad a que llegara el domingo. Cuando llegó, estaba con una tía que tiene fama de ser muy comelona y en el momento en que mi mamá sacó las cocas del almuerzo supe que esa comida ya no sería para mí. Mi tía, la golosa, de una manera atrevida comenzó a cucharearlo todo y yo sentía tanta rabia por su osadía, que le dije que se lo comiera, ella sin sentir vergüenza, se comió mi almuerzo como si la embarazada fuera ella.
Finalizando mi embarazo, yo quería salir del internado, las cosas en mi casa ya habían mejorado, pues al fin mi papá me ofreció su apoyo. Solicité retiro, pero no me autorizaron. Entonces mi papá, como no me dejaron salir por las buenas, me dijo que me volara. La propuesta era que me escapara cuando nos llevaran a la misa en la Catedral, como todos los domingos; él me estaría esperando cerca del Parque Bolívar. A las dos semanas de haberme ido sin permiso, me llamaron del internado a decirme que volviera, pero les respondí que no, que yo iba a ir a recoger mi ropa. El día que fui a reclamar mis pertenencias y mis papeles, descubrí que no existía registro ni prueba de que yo hubiese estado allá. Me mandaron a la comisaría de San Diego y ese mismo día hicieron todos los papeles. Supuestamente en el momento de ingresar a ese programa me tenían que haber asignado un abogado defensor
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99 y me tenían que haber abierto un expediente, pero no lo hicieron y sólo ese día, cuando ya me iba, me asignaron un defensor. También ese día me enteré de que a mi hijo le habían asignado una madre sustituta, sin haber nacido y sin que yo supiera nada. Cuando salí de allá, no tenía nada preparado para el niño, ni pañales, ni teteros, sólo unas cobijitas que me habían regalado en el internado. Gracias a Dios una señora conocida de mi mamá me regaló ropa, implementos de aseo y todo lo necesario y me ayudó con los gastos de la clínica, ya mi hijo podía venir tranquilo al mundo. Cuando mi hijo nació yo estaba preparada mentalmente, pero lamentablemente no producía suficiente leche para alimentarlo, así que tuve que aprender a hacerle sopas y jugos, poco a poco fui aprendiendo a ser ama de casa. A los 15 años ya sabía todo lo que una mujer juiciosa debe saber. El día mi cumpleaños, mi mamá me hizo una fiesta sorpresa y bailé el
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vals con mi niño y mi hermano. Recuerdo que ese día hubo mucha comida para todos. Pasaron dos años en que mi vida giraba sólo alrededor de mi bebé. Apenas a las 17 años volví a mis cosas, ya no todo eran pañales y teteros, quería aprender cosas diferentes. Retomé el estudio y empecé a trabajar. Primero vendiendo jugos en el centro, después minutos de celular… lo que se pudiera, porque el centro cada vez se ponía más difícil, lo único que no podía hacer era ir a fiestas porque era consciente que tenía que cuidar de mi hijo. Me gradué a los 19 años, ahora mi niño tiene 7 y yo 21, soy una mamá feliz, a pesar de las malas experiencias, y sé que mi historia les puede aportar mucho a otros padres, para que estén más pendientes de sus hijas y a las adolescentes para que busquen siempre la orientación de sus padres, antes de tomar decisiones.
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Recuerdo que cuando era joven, en mi barrio no habían bares ni discotecas, cuando la gente quería salir a bailar y a divertirse frecuentaba los bingos, que generalmente se hacían los sábados en las casas de familia y había quienes a eso le llamaba la empanada bailable. Debía ser porque el ambiente era sano, vendían empanadas y gaseosas, y lo mejor era que podíamos entrar los jóvenes menores de edad. En mi casa éramos dos hijos, mi hermano y yo, mi papá era muy estricto conmigo, casi no me dejaba salir y mucho menos tener novio. Mi hermano le seguía la corriente, cuando mi papá se iba a trabajar en la noche, era él quien me cerraba la puerta con llave, para que yo no pudiera salir. Pero cuando a uno le prohíben mucho, uno siempre encuentra cómo hacer sus travesuras y yo siempre encontraba
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la forma de volarme. Así fue como conocí a Miguel, él era mucho mayor que yo, tenía 27 años, pero a mí me enloquecía, él me veía pasar y me miraba fijamente, y yo le hacía ojitos. Miguel era muy guapo, pero andaba en malos pasos, creo que hacía parte de una banda de seis muchachos de los cuales mataron a dos y los otros cuatro se tuvieron que ir del barrio. Según dicen hacían robos y negocios con billetes falsos, pero yo en esa época no entendía nada de eso, tenía 14 años. Él me empezó a invitar a salir y yo con cualquier pretexto me le volaba a mi mamá para ir a verme con él a su casa. Conocí a su mamá, que era muy buena persona y amable, pero le aconsejaba a Miguel que no se metiera conmigo porque yo estaba muy pequeña y mi papá era muy estricto, sin embargo, ninguno de los dos le hacíamos caso.
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103 Como miguel era más grande que yo, quería salir conmigo por las noches, que me pusiera bien linda, y yo siempre tenía que decirle que no, entonces se me ocurrió que al menos al bingo sí que podría ir. En mi casa había una ventana detrás de la nevera, yo la corría y me iba a eso de las diez de la noche, cuando ya mi mamá estaba dormida o distraída y mi hermano estaba en la calle o viendo televisión. Cuando llegaba el bingo, Miguel ya estaba allí y me hacía alguna señal, yo me sentaba en una mesa con mis amigas y él se quedaba en la suya con sus amigos. Nadie podía darse cuenta de que estábamos juntos porque le iban con el chisme a mi mamá, por intermedio de la mesera él me preguntaba qué quería tomar y me mandaba gaseosa y empanada. Ni siquiera bailábamos porque yo no sabía, era demasiado tímida, yo lo único que hacía era mirarlo embelesada y responder a sus gestos con otros más disimulados.
Cuando ponían música romántica, como esas canciones de Eclipse Total del Amor y Hotel California, él salía a bailar con otras muchachas y yo me moría de celos. Con el tiempo la relación se hizo más difícil porque Miguel quería cada vez más salir conmigo y me invitaba a fincas y yo nunca podía decirle a nada que sí, entonces él llevaba a otras muchachas. La última vez que lo vi, fue en el entierro de su mejor amigo, el primero de la banda que mataron. Él estaba muy triste y yo muy enojada porque otra vez se había ido allá a una finca con otra muchacha. A los pocos días las milicias lo llamaron y lo citaron en un sitio que llamábamos “el descanso”, le hicieron dar unas vueltas por el barrio y luego lo mataron. Contra la voluntad de mis padres fui al entierro y aún hoy lo recuerdo como mi primer gran amor.
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104 El 15 de mayo del 2003 fui invitada a un asado donde conocí a mi primer amor, se llamaba Juan, en ese momento yo tenía 13 años y Juan 22, él llegó con un primo suyo y se dirigió a la cocina, luego se me acercó el primo y me dijo que me quería presentar a alguien: “mucho gusto amorsote, Juan”, dijo, cuando me vio llegar con su primo a la cocina, y me apretó la mano mientras sonreía. Desde ese momento empezamos a charlar. Yo le pregunté que si era verdad que él era novio de Diana, una muchacha que conocí desde mi infancia, y él me aseguro que no; le creí, pues esa noche todo el
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tiempo la paso a mi lado, mientras ella nos veía hablar y reír desde lejos. A eso de las 2:00 a.m. Juan se confesó, me dijo que no se aguantaba más, que yo le gustaba demasiado, que si me dejaba robar; yo acepté que me besara porque él también me gustaba demasiado. Al separarnos no intercambiamos números y por eso durante un tiempo no supe nada de él, hasta que un día logré conseguir su número con una amiga suya y me atreví a llamarlo. Juan se sorprendió mucho por mi llamada, ya que no la esperaba, como él no vivía en el barrio, sino en San Antonio de Prado, nos pusimos de
acuerdo en que vendría el sábado siguiente, cuando me encontraba en la casa haciendo trabajos para el colegio, a eso de las 6:30 p.m. me llamó y me dijo que bajara a la iglesia del 20 de Julio para que nos viéramos; entonces le dije que no podía porque estaba castigada. En ese momento mi madre cogió el teléfono y le pregunto a Juan que si era mi novio; yo sentí mucha vergüenza y le dije a mi mamá que no éramos nada, pero él le dijo que si. Mi madre entonces lo retó y le dijo que si quería algo serio conmigo subiera a la casa y se presentara. Entonces fui por él hasta donde me estaba esperando, me recibió con un beso en la boca y nos subimos juntos, mis padres
aprobaron nuestro noviazgo, pero pusieron reglas, por ejemplo: que las visitas eran en mi casa y solo hasta las 10:00 p.m. Al día siguiente, en medio de mi enamoramiento, fui a buscarlo a la casa de su primo en “el tres”, donde supuestamente se iba a quedar a vivir, al llegar, me enteré que todos sabían de nuestro noviazgo, incluyendo a Diana, que estaba allí con su madre y una prima. Nos llamaron a Juan y a mí para confrontarnos y la mamá de Diana le preguntó a Juan a cuál de las dos quería realmente, a Diana o mí, entonces Juan contestó secamente que no tenía nada con Diana, que la novia era yo.
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106 mi mamá le explicó la situación a la mamá del primo de Juan y trato de convencerlo de que eran chismes, sin embargo, nada consiguió hacerlo cambiar de parecer; por eso Juan lo tuvo que enfrentar y al final decidió mejor irse para El Salado a vivir con un tío suyo, que lo recibió con gran gusto. Mientras Juan y yo estábamos afuera, Diana aprovechó para decirle al primo que mi hermano era un “paraco” y que yo iba a hacer matar a Juan. Entonces el primo se asustó y le dijo a Juan que no lo quería ver conmigo y que si no, tenía que irse de su casa. Juan me creyó cuando le dije que era mentira, pero de todas maneras no tenía para donde irse, por eso tomamos la decisión de ocultar nuestro noviazgo. Juan iba eventualmente a mi casa a hacerme la visita, pero, como yo estaba tan enamorada, no podía dejar pasar un solo día sin verlo, aunque fuera de lejos, y por eso no iba a estudiar o me volaba del colegio. Un día mi madre fue “al tres” donde una tía y me vio con Juan, entonces se acercó a preguntarle por qué no había vuelto a la casa; yo le conté todo lo que había pasado con las mentiras que dijo Diana y me puse a llorar. Aunque
Cuando mi mamá se dio cuenta que yo había dejado de ir al colegio por ver a Juan, también se opuso a nuestra relación y empezó a encerrarme en la casa, pero yo me escapaba, faltaba con frecuencia al colegio, hasta que un día deje de ir definitivamente, todo para estar con él. Sin embargo, volví a proponerle que les ocultáramos lo nuestro a Diana y a su madre, porque ella estaba embarazada de él, esa noticia fue un golpe tan duro que me atreví a confrontarlo, le dije que no había que ocultar nada, que lo mejor era terminar. Él estaba atemorizado, porque Diana era menor de edad y la mamá lo había amenazado con demandarlo, pero él decía que tampoco podía vivir sin mí.
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107 - “No sea descarado”, le dije, “¿cómo cree que me siento al enterarme que mientras estaba conmigo también estaba con Diana?”. Además, yo no quería ser responsable que un niño creciera sin su papá al lado. No volvimos a vernos por más de un mes. Un día estaba con una prima en el barrio donde él vivía, y de pronto lo vimos pasar. En ese preciso momento sentí muchas náuseas y salí a buscar un lugar donde vomitar, él aprovechó y se sentó donde yo estaba, al lado de mi prima; cuando volví le dije que no tenía nada que hacer ahí, que nadie lo había llamado, como no me prestó atención, me senté y seguí hablándole a mi prima de un novio, inventado por supuesto, y lo describí mucho mejor de lo que era él, hasta dije que vivía en El Poblado. Cuando me despedí, Juan me siguió y al llegar a un parque de este mismo sector, me detuvo y se echó a llorar como un niño, me dijo que no podía vivir sin mí y empezó a cantar varias canciones, me suplicaba y yo me aguantaba para no llorar con él. En ese preciso momento apareció Diana con la hermana, como si estuviera pendiente siempre donde estaba
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él. Ese día Juan se decidió y le dijo a Diana que él no podía vivir sin mí, que a su hijo no le iba a faltar nada, pero que él no iba a vivir nunca con ella. Eso mismo le dijo, unos días después, a la mamá de Diana y al poco tiempo se fue a vivir a mi casa. Recuerdo una vez que tuvimos una discusión muy fuerte y Juan decidió irse; yo me quedé terriblemente deprimida porque, además, llevaba 3 meses de retraso. Me hice la prueba de embarazo y me salió positiva; entonces me asusté mucho pensando en que iba a ser madre y apenas tenía 13 años; me fui a buscar a Juan donde su tío y cuando le mostré la prueba no supo qué hacer, se quedó pensativo y me dijo que me fuera para la casa, que él más tarde iba para que habláramos. Cuando llegó, al anochecer, llevaba sus cosas para quedarse nuevamente. Diana se enteró, nos dijo que no iba a permitir que fuéramos felices, que, si él no era para ella, no iba a ser para nadie, lo amenazó incluso con mandarlo a matar. Pasado el tiempo, Juan empezó a negar el hijo de Diana, pues ella había quedado embarazada mucho antes que yo y paradójicamente yo parí primero. El día que nació Jean Paul, nuestro hijo, Juan no se cambiaba por nadie, era un hombre muy feliz y dichoso.
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Cuando nuestro hijo tenía 7 meses, yo cumplí 15 años. Mi familia y Juan organizaron una pequeña celebración que resultó inolvidable y simbólica para mí, ya que en la canción “de niña a mujer” mi madre me entregó a mi hijo. Juan le daba todo lo mejor a Jean, pero Diana llamaba mucho a decirle que el niño de ella estaba enfermo o que necesitaba cosas. Una vez le reproché a Juan por qué no era diligente con las cosas del niño, que él no tenía la culpa de sus problemas con ella. Me contestó que todo eran excusas de ella para hacerlo ir, y que cuando llegaba, ella empezaba a insinuársele, muchas veces, al llegar, la encontraba denuda, esperándolo. Por eso prefería que yo le llevara las cosas a ese niño o en todo caso mandárselas con alguien más. Nos fuimos a vivir solos al Salado y Diana no soportaba vernos felices, así que un día se fue a hablar con los muchachos de los combos del tres e inventó que Juan hacía parte del combo del Salado; les dijo que él llevaba información de un lado al otro. Por un tiempo Juan se fue para donde el papá, en San Antonio de Prado, a trabajar y yo me fui para donde mi mamá. El sábado 10 de
febrero de 2007 me llamó para decirme que iba para la casa, pero no llegó. A la madrugada del domingo volvió a llamar y me dijo que aún estaba donde el papá, y por la mañana lo llamó Diana a decirle que el niño no tenía nada, entonces fue a llevarle las cosas hasta la casa de ella, en el tres, y buscó una tienda del mismo barrio. La esposa de mi tío lo vio allí junto a un teléfono público, lo saludo y siguió su camino; pasados unos minutos se escucharon unos disparos y todo el mundo escuchó a Diana gritando que habían matado a Juan, yo que no sabía nada, me quedé dormida esperándolo. Ese mismo día, una amiga de mi madre llamó a contarle de los disparos y narraba que Diana gritaba que habían matado a Juan; mi madre se quedó callada y no me dijo nada, prefirió mandar al otro día a mi hermano mayor a averiguar lo sucedido. Yo estaba todavía durmiendo, cuando sonó el teléfono, contesté y era mi mamá, preguntó por mi hermana y yo le dije que no estaba. Entonces no se aguantó y me contó lo que había pasado. Me invadió una angustia terrible y me puse a llorar a gritos. Cuando llegó mi hermana y me dijo que Juan estaba mal herido en el hospital San Vicente de Paul, todavía no podía creerlo, me negaba con todas mis fuerzas a aceptar que ya no estuviera más.
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Yo, Anyelin Durán Saldarriaga, era una niña estudiosa y con muchos propósitos en mi mente. En este tiempo no sabía qué era hacer aguapanela, porque todo lo hacia mi mamá. Después de un tiempo, empecé mis andanzas con mis amigas, me volví una niña rebelde, pataletosa, ya no me gustaba que me dieran órdenes y un día, a mis 13 años, decidí irme de la casa a vivir con una amiga y dejé de estudiar. Al principio, mi mamá y mi papá no me desamparaban, sobre todo, mi mamá, iba y me llevaba comida y me insistía para que volviera
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a la casa hasta que se cansaron, entonces, en la calle con mi amiga, nos tocaron algunas situaciones duras como aguantar hambre y frío. Sin embargo, yo me sentía feliz, podía salir, nadie me ponía horario de entrada y nadie controlaba lo que hacía o dejaba de hacer. Al poco tiempo conocí mi primer amor, salíamos, la pasábamos bien y yo empecé a pensar en que debía aprender a cocinar. Así que vine al barrio y le pregunté a mi hermana cómo se hacía una libra de arroz. Ella me dijo que lo lavara bien y pusiera a hervir el doble de agua, debía echarle el arroz y dejar que se secara, parecía fácil, así que seguí las instrucciones y cuando estuvo seco el arroz lo tapé y lo dejé cocinando al fuego lento, hice todo tal como ella me dijo, pero al final no me quedó tan bien, se me quemó por debajo y por encima me quedó crudo. Me sentí muy triste porque no salió como yo pensaba. Un día, otra amiguita también se fue de la casa y entonces ya vivíamos tres en una misma habitación, más el novio de esta última que también se quedaba de vez en cuando. La mamá de ella acabo echándole la policía al novio que era mayor de edad y ese día no pudimos ir a dormir a la casa
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y nos tocó quedarnos durmiendo en un andén. Al otro día decidimos irnos para un internado del que nos habían hablado, en Bello, allá duramos 4 días. Habíamos dicho que nos íbamos a quedar un buen rato, mínimo dos meses, pero al cuarto día no nos aguantábamos las ganas de salir. Nos íbamos a volar y nos cogieron en la entrada y nos devolvieron. Un sábado por la noche nos sacaron a un parque a ver una película y nosotras por ahí derecho nos volamos. Eran las 9:00 p.m. y estábamos en Bello, nos tocó caminar desde allá hasta el centro de Medellín, todavía con el uniforme del internado y andábamos siempre con miedo de encontrarnos un policía, porque temíamos que reconocieran la ropa que llevábamos. Empezamos a pedir monedas para ajustar el pasaje y subir al barrio. Pero cuando alcanzamos a recoger los cinco mil pesos que valía el pasaje de las tres, ya no
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Al cabo de unos meses, mi novio me llevó a conocer a su mamá y nos caímos muy bien, ella me aceptaba, yo me sentía bien con ella y al ver que teníamos buena relación, él me propuso que nos fuéramos a vivir con ella. Los primeros días yo era muy tímida, todo me daba pena, ella me preguntaba qué hacíamos de almuerzo y yo no sabía qué decir. Un día me atreví y le dije: habían buses entonces seguimos a pie desde el centro hasta El Estadio, para entonces, ya era media noche. Le pedimos a un taxista que nos subiera por cinco mil y nos hizo el favor. Me vine directo para mi casa. Cuando mi novio se dio cuenta que yo había vuelto al barrio, bajó por mí y me volví a ir de la casa. Mi mamá insistía en que no hiciera eso, pero no le hice caso.
- Emilce, yo quiero aprender a cocinar, al menos enséñeme a hacer un arroz. Al otro día ella me dijo que me iba a poner a cocinar y yo me puse muy feliz, hice el arroz y esta vez, ella me mostró que la llama había que ponerla muy bajita, tapar la olla y esperar hasta el final, sin levantarle la tapa. En esa ocasión, sí me quedó muy bueno y a todos nos gustó, después aprendí a hacer sopa de pasta y después seguí con los fríjoles, porque era la comida favorita de mi pareja. Pasó un año y yo me sentía más integrada a la familia y a las cosas de la cocina. Los fines de semana cocinábamos
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114 juntas, la mamá de él y yo. A los 15 años recibí la noticia que estaba embarazada y todos nos pusimos muy contentos. Yo no me asusté porque cuando era niña, de tan solo 10 años, nació mi sobrino y cuando cumplió un año, mi mamá y mi hermana tenían que salir a trabajar y yo me quedaba cuidándolo. Por eso, al nacer mi niña ya había hecho varios aprendizajes básicos para poder cuidarla, como cambiar pañales y hacer teteros. Mi compañero me propuso entonces regresar al barrio y vivir donde un tío suyo para que pudiera estar cerca
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de mi mamá, estando otra vez ahí lograba pasar mucho tiempo con ella y aprendí lo que me faltaba de la cocina. El 13 de enero de 2016 nació mi niña y hoy día la encargada de la cocina soy yo, ya aprendí a hacer los fríjoles, que era lo que más quería, pero también hago lentejas, sancocho y otras cosas. En la casa dicen que lo que mejor sé hacer es el sancocho y a mí me divierte porque es lo último que he aprendido. Hoy vivimos los tres solos, en junio cumplí 18 años, mi compañero tiene 20 y mi niña ya cumplió los dos.
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PESCADO FRITO Ingredientes:
• 2 tilapias pequeñas o pargo rojo, bien limpias. • 1 cebolla larga, finamente picada. • El jugo de 1 limón. • Sal y pimienta. • 1/4 de taza de harina. • 2 tazas de aceite vegetal o de canola.
Preparación:
1. Enjuague el pescado en agua fría y seque con toallas de papel. Con un cuchillo afilado, haga 3-4 cortes en cada lado de los pescados. 2. Sazone el pescado con sal y pimienta. Frote el pescado con la cebolla verde y el jugo de limón. Reserve por 10 minutos antes de cocinar. 3. Cubra el pescado con harina. Vierta el aceite en una sartén grande, al menos 1 pulgada de profundidad. 4. Caliente el aceite a fuego medio-alto, puede probarlo dejando caer en un pequeño cubo de pan, si chispea es que está listo, o si tiene un termómetro, la temperatura correcta es 375 ºF. 5. Con cuidado, coloque el pescado en el aceite y luego baje el fuego a medio. 6. Fría el pescado, por unos 5 a 7 minutos. Voltee el pescado y continúe fritando unos 5 a 7 minutos más o hasta que la piel esté crujiente. 7. Pase a un plato cubierto con toallas de papel y sirva con patacones, arroz con coco, aguacate y rodajas de limón.
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BANDEJA PAISA Ingredientes:
• Fríjoles antioqueños. • Arroz blanco. • Carne en polvo. • Chicharrones. • Chorizos cocidos. • Huevos fritos. • Tajadas de Plátano. • Hogao. • Aguacate.
Preparación:
1. Prepare los fríjoles, el hogao y la carne en polvo el día anterior y guarde en la nevera. 2. Cuando esté listo para servir la bandeja paisa, caliente los fríjoles, el hogao, la carne en polvo y prepare los chicharrones. 3. Cocine el arroz blanco y los plátanos. 4. Frite los huevos y chorizos. Sirva con aguacate.
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CAZUELA DE FRÍJOLES Ingredientes:
• 150 g de fríjol blanco. • 100 g de chorizo. • 200 g de plátano maduro. • 100 g de aguacate. • ½ tomate. • ½ cubo de caldo.
• 80 g de carne (aleta). • 100 g de chicharrón. • 80 g de plátano verde. • ½ cebolla larga. • Salsa de tomate. • Una pizca de sal.
Preparación:
1. Seleccione los mejores fríjoles y lávelos con abundante agua. Deje en remojo en medio litro de agua, un día antes de la preparación. 2. Deposite los fríjoles en una olla de presión o similar, con 75 ml. de agua. Sin tapar, cocínelos por 15 minutos a fuego medio hasta hervir. 3. Pique finamente el plátano verde y agréguelo al fríjol cuando haya hervido. Tape la olla y cocine por 25 minutos. Saque el vapor de la olla y destápela. 4. Pique finamente el tomate y la cebolla y sofríalos en una sartén a fuego medio con la mitad de un cubo de caldo, la sal y la salsa de tomate al gusto. 5. Agregue a los fríjoles el guiso y revuelva. A fuego medio conserve por 5 minutos más; apague y reserve. 6. Cocine la carne desmechada en poca agua condimentada al gusto y una pizca de sal, hasta que esté blanda. 7. Ase a fuego medio el chorizo hasta que obtenga apariencia dorada. Píquelo en cubos. 8. Fría el chicharrón en suficiente aceite hasta que el cascarón quede duro. Píquelo en cubos. 9. Pique en cubos el plátano maduro y frítelo. 10. Corte en cubos el aguacate. 11. Sirva en un plato hondo el fríjol y sobre el adicione en este orden la carne desmechada, el chorizo y el chicharrón, el plátano maduro y por último el aguacate. Acompañe la cazuela de fríjoles con una porción de arroz y un patacón.
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ARROZ CON COCO Ingredientes:
• 2 tazas de arroz. • 3 ½ tazas de leche de coco. • 3 cucharada de azúcar o panela según el gusto. • Uvas pasas al gusto. • Coco rayado. • Dos cucharadas de aceite. • Sal (opcional).
Preparación:
Freír el coco rallado en aceite, agregar el arroz, mezclar y luego agregar la panela o el azúcar según el gusto. Cuando pasen cinco minutos, se le adiciona la leche de coco, las uvas pasas, un poco de sal a gusto y agua para que el arroz se cocine a fuego medio hasta que empiece a secar. Se tapa y se deja a fuego muy lento para que acabe de cocinarse.
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COCADAS Ingredientes:
• 1 coco pelado, partido y rallado. • 250 gramos de panela. • 4 clavos de olor molidos. • ½ cucharadita de canela. • ¼ taza de leche entera. • 1 limón. • 2 tazas de agua.
Preparación:
1. Poner en una cacerola a fuego lento el agua y la panela. Revolver constantemente hasta que la panela se derrita y se forme el caramelo. 2. Añadir el coco rallado en la cacerola y mezclar los ingredientes hasta que el coco quede cubierto por la panela. 3. Cortar por la mitad el limón y exprimirlo. 4. Incorporar poco a poco la leche, el jugo de limón y mezclar. 5. Añadir los clavos de olor y la canela. Cocinar durante 30 minutos. 6. Cuando haya pasado el tiempo y el coco esté cubierto por el caramelo, retirar de la cacerola del fuego y dejar enfriar la mezcla un poco. 7. Con la ayuda de dos cucharas formar las bolas de coco y depositarlas en un recipiente cubierto con papel pergamino. 8. Dejar enfriar las cocadas hasta que estén duras para poder servir.
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GUARAPO Ingredientes:
• 1 lb de panela. • 3 lt de agua.
Preparación:
1. En una tinaja, olla de barro o recipiente plástico, agregar el agua y la panela. 2. Tapar con un trapo y dejar fermentar a temperatura ambiente de 2 a 3 días. 3. Después que haya fermentado, refrigerar en la nevera o agregando hielo.
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CHICHA DE CÁSCARA DE PIÑA Ingredientes:
• Las cortezas y el corazón de una piña, orgánica si es posible y bien lavada. • ½ a ¾ libra de panela o azúcar morena, ajuste a su gusto. • Especias variadas como canela, pimienta dulce, clavo de olor, anís, etc. • 10-12 tazas de agua.
Preparación:
1. Poner todos los ingredientes en una olla grande y hervir. 2. Luego de hervir, reduzca la temperatura y cocine a fuego lento tapada parcialmente y revolviendo de vez en cuando, durante aproximadamente una hora. 3. Sirva la chicha de piña cernida, fría o caliente. Puede dejar las cortezas, el corazón y las especias en el líquido para que el sabor se siga concentrando. Puede guardarse en la refrigeradora por varios días.
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CEVICHE DE CAMARONES Ingredientes:
• 2 libras de camarones grandes, pelados y limpios. • ½ taza de cebolla picada. • ¼ de taza de cilantro fresco picado. • ¼ de taza de perejil fresco picado. • 1 diente de ajo picado. • ½ taza de jugo de limón fresco. • 1 taza de salsa de tomate. • ¼ cucharadita de salsa Tabasco. • 1 cucharada de aceite de oliva. • Sal y pimienta al gusto. • Hojas de lechuga y galletas saladas para servir.
Preparación:
1. En una olla mediana, ponga 4 tazas de agua a hervir, apague el fuego, agregue los camarones y tape. Déjelos en el aguan por 2 minutos. Escurra el agua y coloque los camarones en un recipiente de plástico. 2. Agregue la salsa de tomate, jugo de limón, la cebolla, el cilantro, el perejil, la salsa Tabasco, el aceite de oliva, ajo, sal y pimienta al gusto. 3. Mezcle para combinar todos los ingredientes. Refrigere y sirva frío sobre hojas de lechuga con galletas de soda.
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JUGO DE BOROJÓ Ingredientes:
• ½ libra de pulpa de borojó. • 8 vasos de agua. • 1 litro de leche. • 150 gramos de azúcar. • 1 copa de su licor preferido. • 1 cucharada de cola granulada. • 3 huevos batidos. • ¼ de cucharadita de esencia de vainilla. • ¼ de cucharadita de nuez moscada. • Hielo picado.
Preparación:
1. Si consigue el fruto entero del Borojó, debe cortar la fruta en dos y con la ayuda de una cuchara extraer la pulpa y licuar con el agua. Reservar en un recipiente. 2. Licuar el resto de ingredientes. 3. Agregar el jugo de borojó a la mezcla, licuar nuevamente y servir frío.
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SANCOCHO DE BAGRE Ingredientes:
• 500 gr de posta de bagre. • 200 gr de papa. • 200 gr de yuca. • 200 gr de plátano. • 200 gr de papa criolla. • 200 de hogao. • 300 cc de leche de coco. • 500 cc de caldo de pescado. • Albahaca. • Cilantro. • Aceite de achiote. • Ajo. • Limón. • Sal. • Pimienta.
Preparación:
Cocinar el caldo con la leche de coco, agregar el hogao y los tubérculos en orden de dureza, finalizar con el pescado adobado, la albahaca y rectificar la sazón con sal y pimienta. 3. Mezcle para combinar todos los ingredientes. Refrigere y sirva frío sobre hojas de lechuga con galletas de soda.
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HUEVOS PERICOS Ingredientes:
• 4 huevos. • 2 tomates medianos, finamente picados. • 2 cucharadas de aceite de oliva. • 4 tallos de cebolla larga picada. • Sal al gusto.
Preparación:
1. En una sartén antiadherente mediana calentar el aceite a fuego medio. Añadir los tomates y cebolla, y cocinar unos 5 minutos, revolviendo ocasionalmente. 2. Mientras tanto, en un tazón pequeño batir los huevos y la sal. Agregar los huevos en la sartén con la mezcla y cocinar a fuego medio, sin revolver, hasta que comience a cocinarse. 3. Revolver hasta que los huevos se mezclen con el tomate y cebolla, y cocinar unos 2 minutos o hasta que tenga la consistencia a su gusto. 4. Pasar a un plato y servir con arepa o pan tostado.
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AREPA Ingredientes:
• 2 tazas de harina de maíz blanca precocida. • 1 1/2 tazas de agua tibia. • 2 1/2 tazas de leche tibia. • 2 cucharadas de azúcar. • 2 cucharadas de mantequilla. • Sal al gusto.
Preparación:
1. En un tazón poner la harina, el azúcar y la sal. Mezclar con toda la leche y poner poco a poco el agua. 2. Revolver bien hasta que quede una masa sin grumos y homogénea. Luego agregar la mantequilla. 3. Dejar reposar 5 minutos. 4. Hacer bolitas con la masa y luego dar forma como una tortilla gordita; sin aplanar mucho, definitivamente no es una tortilla. Tip: se puede rellenar de queso; haciendo las arepas más delgadas y poniendo queso, luego cubrir con otra arepa, para que el queso quede en medio y no quede descubierto. 5. Calentar a fuego alto el “budare”, o en su defecto la plancha. Coloca las arepas hasta que adquieran cierto color dorado por ambas caras.
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AGUA DE PANELA Ingredientes:
• Una panela. • Dos litros de agua. • Tres tazas de hielo. • Tres limones.
Preparación:
1. Rallar o picar la panela, en trozos pequeños. 2. Colocar las tres tazas de agua en un recipiente, y remojar en ella los pedazos de panela. Remover cada 20 minutos, hasta que se disuelva en el agua. Si se desea hacerlo en menos tiempo, colocar a hervir la panela en medio litro de agua durante unos minutos, hasta que se disuelva. 3. Una vez disuelta la panela, verter la mezcla en una jarra con los dos litros de agua. 4. Exprimir los limones. 5. Agregar el zumo de limón a la mezcla para el agua de panela. Esto proporcionará un sabor ácido, dándole un toque especial y refrescante a la bebida. 6. Limpiar los residuos de pulpa de limón, pasando la bebida por un colador, o un tamiz. 7. Ponerlo todo en una máquina trituradora, y agregar las tres tazas de hielo. Esto hará que el conjunto tome una textura granizada. 8. Servir y tomar frío.
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SANCOCHO TRIFÁSICO Ingredientes:
• 1 taza de cebolla picada. • 1 pimentón rojo, finamente picado. • 4 dientes de ajo, picados. • 1 cucharadita de comino molido. • Un cuarto de cucharadita de achiote. • 3 mazorcas de maíz, cortado en 3 piezas. • 8 piezas de pollo. • 1 libra de carne de cerdo o costillas de cerdo. • 1 libra de carne de res cortada en trozos. • 2 plátanos verdes, pelados y cortados transversalmente en pedazos. • 4 papas blancas medianas, peladas y cortadas por la mitad. • 1 libra de yuca en trozos grandes. • Un cuarto de taza de cilantro fresco picado. • Un cuarto de cucharadita de pimienta molida. • 1 cucharadita de sal.
Preparación:
1. Coloque la cebolla, el pimentón, el ajo y el comino en la licuadora con 1/4 taza de agua. 2. En una olla grande, colocar la carne de res, cerdo, pollo, maíz, mezcla de cebolla, sal y plátano verde. Añadir el agua y llevar a hervir, tapar y bajar el fuego a medio y cocinar durante unos 45 minutos. 3. Añadir la papa y yuca. Continuar cocinando durante 30 minutos más o hasta que las verduras estén blandas. Agregar el cilantro. 4. Probar y ajustar la sazón. Servir en platos grandes de sopa, dividir la carne, el pollo y los vegetales de manera uniforme.
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SANCOCHO DE GALLINA Ingredientes:
• 3 mazorcas, cortadas en 3 pedazos. • 12 tazas de agua. • ½ taza de aliños. • 1 pollo grande entero. • 2 plátanos verdes, pelados y cortados en trozos de 2 pulgadas. • 2 cubos de caldo de pollo. • 6 papas blancas medianas, peladas y cortadas por la mitad. • 1 yuca pelada y cortada en trozos grandes. • ¼ de taza de cilantro fresco picado. • Sal y pimienta molida al gusto.
Preparación:
1. En una olla grande, colocar el pollo, la mazorca, los aliños, el caldo de pollo, la sal y el plátano verde. Agregar el agua y poner a hervir, tapar y bajar el fuego a medio y cocinar durante unos 30 a 35 minutos. 2. Agregar la papa, la yuca y la pimienta y continuar la cocción durante 30 minutos más o hasta que la yuca y la papa estén blandas. Añada el cilantro. 3. Probar y ajustar la sazón. Servir en tazones grandes de sopa, dividiendo el pollo y las verduras de manera uniforme.
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Del 4 al 7 de abril de 2019 se dieron cita en Medellín, los ganadores de la Convención Nacional Fuerza de Ventas del canal intermediarios y franquicias de Equidad Seguros, quienes conocieron de cerca las historias de vida y superación de los habitantes de la Comuna 13, especialmente del grupo de mujeres “Las Berracas de la 13”.
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“A nosotras, las Berracas, lo que nos ha juntado ha sido la necesidad, la extrema pobreza, el abandono del Estado y la exclusión social y económica. Todas compartimos historias de pérdidas humanas, pero, sobre todo, de superación, porque lo que nos empuja a salir adelante son nuestros hijos […] muchos no pueden entender por qué nos hemos quedado en nuestro territorio con toda la violencia y la falta de oportunidades que ha habido y sigue habiendo, pero la realidad es que la Comuna 13 es una gran familia que no se puede abandonar”.
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