Religión y Astronomía en La Fresneda

Page 1

Religi贸n y Astronom铆a prehist贸ricas en los aleda帽os de La Fresneda

Amador Rebullida Conesa


Índice 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Introducción La Fresneda y la meseta de Santa Bárbara La Astronomía a simple vista Los Mitos Las Celebraciones religiosas en Santa Bárbara La primera Escritura 6.1.Los puntos y trazos 6.1.1. Hueso de Brassempouy. 6.1.2. Hueso de Vestonice. 6.1.3. Las cullas, hoyos, cazoletas y surcos rectos 7. Las Cuevas sepulcrales

2


1. Introducción Los antropólogos actuales consideran que el salto evolutivo de la hominización a la humanización, lo produjo la práctica de la tecnología, iniciada con la talla de la piedra hace dos millones y medio de años, que ayudó a desarrollar una inteligencia operativa la cual condujo al pensamiento científico, es decir, que la ciencia es lo que nos ha ido haciendo humanos. En aquel largo proceso hubo un momento transcendental cuando un cazador, después de observar la puesta del Sol por detrás de un horizonte de montañas, tuvo la certeza que el astro volvería a salir para iluminar otro día, pues en aquel instante el hombre adquirió el concepto elemental del tiempo, punto de partida de la ciencia en general. Del recuerdo del inmediato ayer, de la realidad del día de hoy y de la seguridad que habrá un mañana se fueron consolidando las abstracciones del presente, del pasado y del futuro. La noción del antes y el después de los acontecimientos o secuencia lineal de actos discontinuos, dio paso más tarde a la conciencia del número y el contar, que es una operación mental en el tiempo. El hombre desarrolló las ideas de magnitud y número en su lucha diaria por la supervivencia. Primero debieron de aparecer las nociones primitivas de las diferencias, las desigualdades y los contrastes existentes en la naturaleza, tales como la diferencia entre un bisonte y su manada, la desigualdad entre un zorro y un caballo o el contraste entre la derechura de un árbol y la curvatura del meandro de un río. Después se debió de constatar que hay ciertas igualdades o semejanzas de forma, los caballos de una manada o los árboles de un bosque, y de esta conciencia de las semejanzas, tanto en la forma como en el número, posteriormente nació la matemática. Gracias a la capacidad mental de reducir a símbolos la realidad material del mundo que le rodeaba, a través de los símbolos orales del lenguaje, el hombre pudo exteriorizar y transmitir a sus semejantes todos sus pensamientos internos; pero el habla no viaja con el tiempo, desaparece tan pronto como se ha producido. Dentro de la historia evolutiva del hombre ocurrió otro acto transcendente cuando, para recordar un hecho que consideró relevante mediante la coordinación de un útil y una acción, hizo por primera vez con una lasca de sílex una incisión en un hueso. Gracias al pensamiento simbólico, con esta indicación aritmética de la unidad simple, no sólo se conservaba una información sino que se conseguía una forma gráfica de transmitirla a otros. Así, con este origen, cuando nuestros ancestros los hombres de cromañón desde Asia entraron en Europa, en el Paleolítico Superior hace 40.000 años, ya eran portadores del arte, una forma de escritura con la que fijaron en el tiempo mediante el dibujo, el grabado, la escultura y el modelado - las ideas, las representaciones mentales y los pensamientos que anteriormente se habían transmitido solamente a través del habla. Con la invención del arte, el hombre antiguo tuvo todos los elementos precisos noción del tiempo, conciencia del número e idea de la escritura - para dar otro gran impulso a su pensamiento científico, el cual incidió principalmente en la astronomía, origen de los primeros mitos religiosos y que junto con la matemática, fue la primera ciencia organizada.

3


2. La Fresneda y la meseta de Santa Bárbara La villa de La Fresneda situada en la comarca del Matarraña del Bajo Aragón, tiene las casas escalonadas en la falda de una loma en cuya cima sólo quedan los restos de la torre de homenaje de su castillo calatravo. Una depresión situada a poniente, donde se encuentra el cementerio viejo, junto con otra de más bajo nivel, unen esta colina con el elevado y alargado cerro amesetado de Santa Bárbara, nombre que le proviene de la ermita dedicada a esta santa y cuyas paredes sin techo se levantan en el extremo noreste del cerro (figura 1).

El grueso estrato de firme conglomerado del piso de la meseta, se apoya sobre blandas arcillas que, en un descenso brusco, forman las laderas en las que aparecen unos bloques caídos de la cima, conocidos con la palabra tormos en el Bajo Aragón (figura 2).

4


Hasta el primer tercio del siglo pasado había un sendero bordeado de cipreses que, siguiendo las estaciones de un calvario, ascendía serpenteando por la ladera meridional de Santa Bárbara y alcanzaba su cima por unos escalones cortados en la roca superior. Hoy en día, han disminuido considerablemente los cipreses centenarios que siempre dieron una fisonomía singular al panorama de La Fresneda, observado por su lado sur. Mientras se están escribiendo estas líneas se hallan en fase de reconstrucción el calvario y la ermita. Desde la parte más elevada de la meseta, con 616 metros de altitud, situada cerca la ermita y próxima a una pileta, excavada en la roca con bordes en relieve y forma de herradura, se divisa un magnífico, variado y amplio panorama de llanos y montes. En un giro completo de 360º, la descripción de la vista de este horizonte se puede iniciar por poniente en los estribos finales de los montes de Les Gesseres y Les Forques, que delimitan el valle de El Racó de Febrer, y seguir por las primeras estribaciones del conjunto de montañas de Les Malgraneras; por encima del pueblo de Valjunquera cierran la visión por el noroeste los alargados cerros de El Mirablanch y Els Frares; por levante en el llano formado por la depresión del río Matarraña se alzan los montes de Calaceite, San Cristóbal y San Antonio, donde se sitúa el poblado ibérico de este último nombre; en días sin calina se dibuja sobre el horizonte, a 70 kilómetros, la Sierra del Montsant, en la provincia de Tarragona; más cerca destaca la Sierra de Pàndols próxima a Gandesa y el pico del cerro escarpado de Santa Bárbara, en Horta de Sant Joan, donde empieza la reserva nacional de Los Puertos de Tortosa - Beceite, en cuyo primer plano se ven las singulares Roques d'en Benet; por detrás de unas planicies elevadas emerge a unos 25 kilómetros la cima del Monte Caro; sigue la Caixa de Valderrobles y ya por el mediodía la visión lejana de Los Puertos del Maestrazgo Castellonense queda cortada por el estribo del cerro de San Pedro, del cercano pueblo de La Portellada. 5


Después de finalizar este recorrido visual sobre los accidentes geográficos que, más cercanos o más lejanos, circunvalan la meseta de Santa Bárbara, tendremos que hacer otro, esta vez a pie, por su perímetro triangular (figura 3)

6


donde aparecen excavados en la roca unos hoyos y cavidades de forma circular, cuadrangular o rectangular, algunos de los cuales pueden tener incorporados dos o tres canalillos o regueros que conducen a su interior las aguas de la lluvia, denominados en este caso cullas en el Bajo Arag贸n. Iniciaremos nuestro paseo por el extremo noreste donde hay un hoyo circular (1) (figura 4)

y continuaremos por el lado meridional hasta la cazoleta semiesf茅rica (2) junto al hoyo rectangular (3) (figura 5).

7


Próximo a estos dos hoyos, se sitúa un gran depósito (X) (figura 6)

al que exceptuamos de esta numeración correlativa, ya que por sus dimensiones superiores a los otros hoyos y cullas, consideramos que su construcción se debió a motivos diferentes de las otras figuras. Si seguimos en dirección a poniente, en dos pisos inferiores se observa la culla (4) (figura 7) 8


y la nĂşmero (5) (figura 8)

, ambas de forma cuadrangular y poco fondo. Ya en el extremo sureste, en un saliente voladizo se encuentra el hoyo cuadrado (6) (figura 9) 9


que, como despuĂŠs veremos, se relaciona con la culla (8) en forma de arco que tiene en su base una cazoleta oval (7) (figura 10)

. En el otro extremo del noroeste se halla la culla (9) rectangular con un lado curvo, junto a otra culla de lados rectos y 75 centĂ­metros de longitud (10) (figura 11) 10


marcada por dos surcos rectos (11, 12) a uno y otro lado que no llegan a tocarla (figura 12)

Cerca de estas dos cullas, entre las rocas aparece otra que, por su irregular contorno y grosera excavaci贸n, difiere considerablemente de las bien realizadas l铆neas de las dem谩s figuras, por lo que tampoco la incluimos en este estudio, puesto que su construcci贸n, 11


quizás por mimetismo de las ya existentes, pudo ser mucho más posterior. Algo distanciada se posiciona la culla (13) (figura 13)

de forma también alargada y un lado arqueado. Después de este grupo de ocho elementos situados a poniente, la culla (14) (figura 14)

12


de dimensiones menores, se integra en el grupo de nueve figuras que ocupa la zona levantina de la meseta; siguiendo por el borde se ven dos hoyos juntos (15, 16) (figura 15)

similares al hoyo (3). De aqu铆, continuaremos en direcci贸n sur y finalizaremos en la pileta en relieve o ara (17) (figura 16)

este recorrido y numeraci贸n de los elementos situados en los bordes de la meseta. 13


Ya en el atrio de la ermita, en el arco de la puerta de entrada al templo, se puede leer la siguiente inscripción: “Charitas me fecit 1891”. Afuera en la superficie del bloque, separado algo más de un metro de la roca en la que se tallaron los últimos peldaños de acceso a la meseta, aparece grabado con técnica de piqueteado fino: “Año 1889”; debajo una figura en forma de P mayúscula, un rectángulo de superficie rebajada y un hoyo circular con un apéndice como rebosadero y excavación basta. Por la diferencia de dos años entre las dos fechas, consideramos que estas figuras se ejecutaron durante la construcción del edificio de la actual ermita de Santa Bárbara.

3.- La Astronomía a simple vista Aunque el hombre desconoce lo que es el tiempo, desde antiguo lo ha medido mediante los movimientos aparentes del Sol y de la Luna, los cuáles determinaron tres unidades naturales de tiempo. El desplazamiento del Sol por el firmamento impuso el día como la primera unidad de tiempo. Puede definirse como el transcurrir entre dos ortos o dos ocasos consecutivos del astro, en los que se suceden la luz del día y la oscuridad de la noche. La segunda unidad de tiempo, es el año solar o conjunto de días en los que, en nuestra latitud, aparecen los calores y los fríos máximos que dan lugar a los ciclos estacionales que marcan las variaciones de la vegetación. No esencial para la vida como las dos anteriores unidades, la tercera, es la lunación o número de días comprendidos entre dos fases iguales y contiguas de la Luna. La lunación siempre se empleó en las culturas pretéritas, para medir plazos superiores al día y para dividir al año en espacios de tiempo menores. La simple observación de las movimientos del Sol y de la Luna por el cielo, permitió al hombre antiguo fijar la duración del día y de la lunación. Debido a lo fluctuante de las estaciones o incerteza de las fases climáticas anuales, utilizó dos técnicas diferentes para determinar los días de un año. Uno de estos procedimientos fue observar, desde un mismo lugar, los desplazamientos que efectúa el Sol en sus apariciones diarias por detrás de un horizonte de montañas. Movimientos que quedan limitados entre dos posiciones extremas, llamadas puntos solsticiales, en las que el astro permanece estático - de aquí la palabra solsticio "Sol estático" - durante una semana. Así, sobre un plano horizontal (figura 17)

14


, desde el punto más septentrional A, el Sol inicia su marcha y paulatinamente la acelera hasta alcanzar en la distancia media Este-Oeste, un desplazamiento diario equivalente al diámetro aparente del Sol - treinta y dos minutos de arco-, luego la reduce hasta llegar al punto B más meridional de su recorrido, donde vuelve a estacionarse siete días. El tiempo transcurrido entre las dos paradas A - B es de medio año. De aquí, con un recorrido y velocidades inversas, el Sol completa los días del año en el primer estacionamiento A. Un ejemplo práctico de esta forma de determinar los días del año y, a la vez, fijar un calendario solar celeste anual, con divisiones indicadas por las características descollantes del paisaje, se descubre en El Racó de Febrer situado a un kilómetro en línea recta de La Fresneda. En la cabecera del valle se levanta una roca (figura 18)

15


de superficie casi llana que, en su parte derecha, presenta un hoyo de lados curvos y fondo plano, en el que hay otro de lados rectos que, a su vez, contiene un tercero semiesfĂŠrico (figura 19);

16


cuatro regueros conducen a su interior las aguas de la lluvia. En el costado izquierdo, cerca del borde de la roca, aparecen otros tres hoyos rectangulares que no retienen las aguas pluviales, quizás por tener fisuras (figura 20).

Desde esta posición - equivalente al punto central de la figura 17 -, la visión de los montes situados al Este queda limitada al noreste, en el cerro de San Antonio de Calaceite, por el ramal extremo de Les Forques. A su derecha se sitúa la Sierra del Montsant por donde el 21 de Junio - punto A de la figura 17 -, el día más largo del año o solsticio de verano, hace su aparición el Sol (figura 21).

17


Al sureste, el estribo de Les Gesseres limita la visión del horizonte a la derecha del Monte Caro, por donde el 21 de diciembre - punto B de la figura 17 -, sale el Sol en el día más corto del año o solsticio de invierno (figura 22).

En la figura 23 se muestra el esquema del horizonte, limitado por los montes laterales, que se divisa desde la roca de El Racó de Febrer, con la indicación del orto del Sol en los dos solsticios. 18


Esta forma de determinar la duración del año fue común en la América antigua. En Guatemala, en la ciudad maya de Uaxactún hay tres templos frente a otro central (figura 24).

un observador situado en la escalera de este último, veía salir el Sol en el solsticio de verano por la esquina del templo de la izquierda; en los equinoccios, el de primavera el 19


21 de marzo y el de otoño el 22 de setiembre, cuando las horas del día y de la noche son iguales, el Sol salía por detrás del templo medio; en el solsticio de invierno el Sol aparecía por la esquina del templo de la derecha. En la actualidad los indios hopi de Arizona en Estados Unidos de América, aún utilizan calendarios anuales de horizonte como el de El Racó de Febrer, en los cuales la salida del Sol sobre rasgos concretos tales como picos de montañas o desfiladeros, les indican el momento de sembrar o recoger las cosechas. El segundo método empleado para la fijación de la duración del año fue el gnomon, esto es, una varilla vertical (Figura 25)

cuya sombra se medía cuando su longitud era la más corta del día, momento en que el Sol se halla en su máxima altura sobre el horizonte y pasa por la línea Norte - Sur o meridiano del lugar en el que se halla instalado el gnomon (figura 26).

20


De esta manera, por alcanzar el Sol en el solsticio de verano al mediodía astronómico su máxima altura sobre el horizonte, la sombra que proyecta el gnomon sobre una superficie horizontal es la más corta del año. Por el contrario, el Sol tiene su mínima altitud en su paso por el meridiano en el solsticio de invierno y entonces la sombra del gnomon es la más larga de todo el año. En el cerro de Santa Bárbara se descubren otras muestras de la desconocida y amplia cultura astronómica de nuestros ancestros, ya que mediante la ubicación de ciertos hoyos y cullas aparecen indicados, además de la línea meridiana, las apariciones del Sol en los dos solsticios, posiblemente con el objeto de celebraciones de sentido astronómico – religioso, pues igualmente están señalizadas dos posiciones significativas de la Luna. Cuando la sombra de un poste vertical, colocado en el ángulo superior derecho del hoyo número 3, se sitúa tangente al lado izquierdo de la cazoleta contigua (figura 27),

21


en este preciso momento indica el paso del Sol por el meridiano de Santa Bárbara. Desde la culla número 8, la visión del panorama de los montes de Tortosa - Beceite, por detrás de los cuales sobresale el Monte Caro (figura 28),

queda limitada por las rocas más elevadas situadas a la izquierda (figura 29) 22


en cuyo saledizo se halla el hoyo 6. A finales de noviembre el Sol aparece por el lado izquierdo del horizonte, se desplaza diariamente hacia la derecha, rebasa la cima del Monte Caro y se estaciona en la alineaciĂłn marcada por el hoyo nĂşmero 6 (figura 30),

indicando el solsticio de invierno. DespuĂŠs retrocede y a principios de Febrero desaparece tras las rocas que cortan el horizonte. 23


Una confirmación de la intencionalidad religiosa presente en este singular observatorio, es el poder contemplar dos veces la aparición del Sol en el día del solsticio de verano. Situados en el ara en relieve, se ven a lo lejos las tierras de la cuenca del Matarraña limitadas a un lado por la pared del ábside izquierdo de la ermita y al otro por las primeras elevaciones de Los Puertos de Tortosa - Beceite (figura 31).

En el amanecer del solsticio estival el orto del Sol se produce por la Sierra del Montsant (figura 32).

24


Después de contemplar este siempre pausado espectáculo, deberemos trasladarnos hacia la parte noroeste de la meseta y situarnos en la culla número 10. A la luz del día, desde esta segunda posición veremos a la izquierda el cerro con los restos de la torre de homenaje del antiguo castillo, la iglesia con su campanario y entre éste y la ermita los montes de Calaceite; a la derecha forma el horizonte la parte más elevada de la meseta (figura 33).

25


Aún dentro de la claridad crepuscular de los momentos posteriores a la primera visión del Sol, tendremos que aguardar unos diez minutos para de nuevo ver elevarse el astro diurno por la parte más alta de la meseta, a la derecha de la posición del ara y a una distancia aproximada, entre el centro de la pila y el centro del Sol, equivalente a dos diámetros solares (figura 34), o sea 64 minutos.

26


En su tiempo, cuando el observatorio estaba en funciones, el astro debía de aparecer exactamente sobre el ara en donde se efectuaban cremaciones que, al producir humo, permitían contemplar a su través la redondez del Sol en todo su esplendor, sin sufrir los molestos deslumbramientos que siguen después del primer destello en el instante de su aparición. El color rojizo de la roca del interior del ara, debido al fuego, puede dar validez a las anteriores suposiciones. La separación actual del Sol respecto a la posición central del ara, confirma la antigüedad del momento en que se efectuaban aquellos rituales en este observatorio. La inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto a la eclíptica o plano en el que se desplaza alrededor del Sol varía, en más menos dos grados y medio, durante un periodo de 40.000 años. La tendencia actual es de disminuir esta inclinación, lo que se traduce en un lentísimo acercamiento de los puntos solsticiales A -B de la figura 17,

no discernible a simple vista en la vida de un hombre, pero que se evidencia en el transcurrir de los siglos. El desplazamiento de cada uno de los dos puntos A-B hacia el Este es en nuestra latitud de 1,15 minutos por siglo. Teóricamente si el eje de rotación de la Tierra alcanzase la verticalidad, el Sol saldría siempre por el Este y se pondría por el Oeste, desapareciendo entonces las estaciones anuales. Aunque las técnicas arqueológicas para la determinación de las fechas antiguas son más exactas, si un monumento fue alineado astronómicamente con un determinado objeto puede conocerse la fecha en que se efectuó aquella alineación con alguna aproximación. Una idea de la época en que este observatorio inició sus actividades, nos la dan aquellos 64 minutos de desviación del Sol respecto al ara que, relacionados con los 1,15 minutos de desplazamiento cada cien años, nos sitúan en el año 3.500 a. C., o sea, en pleno Neolítico Medio peninsular. Nuestros recientes estudios sobre el significado de múltiples manifestaciones del arte paleolítico, tanto abstractas como figurativas, han evidenciado que los amplios conocimientos astronómicos que en aquella época ya tenía el hombre, se centraban principalmente en los ciclos en los que hay concordancias de días y de lunaciones, 27


respectivamente con años solares, de los que sólo destacaremos los que tienen relación con la astronomía antigua de los alrededores de La Fresneda. El primer ciclo en el que coinciden días y años, es el formado por tres años ordinarios de 365 días más otro año bisiesto de 366 días, con un total de 1.461 días. Le sigue el de 33 años solares, ordenados en 25 ordinarios y 8 bisiestos, que incluyen 12.053 días. Estos días adelantan, respecto al valor actual del año solar de 365,242 días, en sólo 0,0074 días, o sea, 19 segundos por año. El ciclo en el que hay correspondencia entre los años y las lunaciones, es el atribuido al astrónomo griego Metón, donde los días de 19 años solares equivalen en menos dos horas a los días de 235 lunaciones, en los cuales las fases de la Luna, en ciclos sucesivos, siempre inciden en las mismas fechas. La Luna se mueve cada mes sobre el horizonte de forma similar a la que efectúa el Sol a lo largo del año, pero debido a una perturbación de bamboleo que la Tierra provoca sobre la órbita de nuestro satélite, llamada regresión de los nodos de 18,61 años de duración, los extremos de sus desplazamientos se sitúan en más menos siete grados respecto a los dos puntos solsticiales del Sol, por lo que la Luna tiene cuatro puntos en los que casi permanece estática. Durante unos siete años ocupa las posiciones "externas" 1 - 2 (figura 35),

después a lo largo de dos o tres años se desplaza hacia las posiciones "internas" 3 - 4 donde permanece otra media de siete años. Dentro de sus complicados movimientos, la Luna llena siempre hace sus ortos y ocasos por los lugares que medio año antes lo había hecho el Sol. Por ejemplo, sí se da la circunstancia que el plenilunio coincida en un solsticio, sea el de verano lo que ocurre cada 330 años aproximadamente, cuando el Sol aparece por A y se oculta por D, en el crepúsculo del anochecer de este día la Luna llena hará su orto por el punto B, donde el Sol salió en el anterior solsticio de invierno, y se ocultará por el punto C, en el que el Sol desapareció medio año antes. Cuando se produce este encuentro de los dos astros después, siguiendo el ciclo de Metón, se repite cada 19 años durante mucho tiempo. 28


En Santa Bárbara aparece indicada la posición externa 1 de la Luna, mediante la alineación de la culla número 10 y el hoyo número 1 - línea C de la figura 3 -,

que se proyecta en el collado que une la loma de San Cristóbal con la de San Antonio de Calaceite (figura 33).

29


Las rocas situadas a la izquierda de la culla 8 en el lugar que cortan el horizonte, definen la posición de estacionamiento interno 4 - línea D de la figura 3 -, lo que demuestra que las posiciones cambiantes de la salida lunar a lo largo de 18,61 años respecto a los puntos solsticiales, también habían interesado a los astrónomos de Santa Bárbara.

4.

Los Mitos

Según confirma la historia de la humanidad, a la eterna interrogación que se hace el hombre, de cuál es su papel en un mundo que nunca termina de comprender, halló en la invención de los mitos, las respuestas tranquilizadoras que daban sentido a aquella angustiosa pregunta. La simple contemplación de la bóveda celeste motivó en el hombre antiguo una experiencia mística, ya que el cielo se le manifestaba tal y como es, elevado, infinito, inmutable y poderoso. Esta motivación religiosa fue la causa de un precoz, constante y reverencial seguimiento de los desplazamientos de los astros por el firmamento, principalmente de los dos mayores, el Sol y la Luna. La regular aparición de nuestro satélite después de permanecer ausente del cielo durante tres noches y las periódicas variaciones de sus fases - crecimiento, plenitud, disminución, desaparición y retorno - concienciaron al hombre que estos cambios podían ser un reflejo, un simbolismo de su propio ciclo de vida, pues también nacía, crecía, llegaba al apogeo, decaía en la vejez y moría. Pero al fracaso individual y aparentemente definitivo de su muerte en este mundo, en el retorno cíclico, en el 30


constante volver a nacer de la Luna, vio un signo esperanzador de un posible renacimiento en otro mundo, en la existencia de una vida en el Más Allá. La visión esplendorosa de los desplazamientos nocturnos de las estrellas, siempre conjuntadas en una misma dirección y la asombrosa rotación de las circumpolares - las que nunca se hunden en el horizonte - alrededor de un mismo punto de la bóveda celeste, también debieron conducir al pensamiento humano a imaginar la presencia en el Cosmos de una fuerza poderosa, inmensa, origen de estos movimientos regulares de los astros. Fuerza que era la expresión de la voluntad de un Principio Superior, de un Ser Metafísico, sin personificación, que imponía sus leyes omnipotentes en el Cielo y en la Tierra regía sobre los fenómenos de la Naturaleza, en la que se encontraban inmersos tanto las mujeres y los hombres como los animales de los que dependían para subsistir. Ser Supremo regulador de todos los sucesos cosmológicos al cual, dentro del contexto del mito, el hombre se unió místicamente y cuya relación reverencial le condujo al más absoluto monoteísmo. La Deidad se manifestó al hombre a través de la contemplación de dos eventos astronómicos; el plenilunio donde se armonizan en el tiempo los ritmos y desplazamientos del Sol y de la Luna, y el ciclo metónico en el que, además del tiempo, lo hacen en el espacio. El plenilunio se produce cuando los dos astros se sitúan en oposición de 180º, por ejemplo en los puntos A - C o en los B -D de la figura 17. En esta conjunción el hombre admiraba el siempre lento, gratificante y espectacular ocaso del Sol por un lado, seguido de la casi sincronizada y paulatina aparición por el lado opuesto de la Luna llena. Simultaneidad que se repetía al amanecer en sentido inverso. Dentro de esta doble visión de la pausada rotación conjunta de los dos astros, se le revelaba la transcendencia, la fuerza infinita y la sacralidad del Ser Supremo celeste que ordenaba la mágica sincronización de los dos astros en una misma noche. Esta experiencia mística nos podemos imaginar que debía llegar a su exaltación religiosa extrema, el día que en un horizonte se producía el orto del Sol por el estacionamiento solsticial de verano y el de la Luna llena ocurría por el de invierno, pues esta periódica reunión cada 19 años de los dos astros en el espacio, señalizado por los dos puntos solsticiales, ya era trascendental en el mundo religioso del hombre paleolítico, puesto que esta manifestación de la Divinidad la hemos encontrado plasmada de forma simbólica numérica, en las incisiones efectuadas regularmente en ciertos huesos de unos 30.000 años de antigüedad. Hacemos notar que, a causa del adelanto de dos horas de las 235 lunaciones respecto a los 19 años, transcurren 200 años para que este inicial desfase de la sincronización del Sol y de la Luna llena se convierta en un día. No obstante, si aquella primera concordancia visual de los dos astros en el espacio, da la casualidad que acontece el primer día de aquellos siete de estacionamiento del Sol en un solsticio, deberán transcurrir más de 1.500 años para que, a simple vista, se haga evidente la existencia de la descoordinación que inexorablemente se produce con el tiempo en todos los fenómenos de coincidencia astronómica.

5. Las Celebraciones religiosas en Santa Bárbara Situándonos en el ambiente mítico, que supuestamente respiraba la sociedad neolítica que escogió la meseta de Santa Bárbara como lugar de observación de los fenómenos astronómicos - fundamentos de la religión heredada de sus ancestros paleolíticos - y la convirtió en templo de adoración de la Divinidad y, a la vez, aglutinador de las poblaciones de sus alrededores, podemos imaginar que cada plenilunio se celebraba con ceremonias como lo puso de relieve el geógrafo griego Estrabón, de principios de 31


nuestra era, en su libro dedicado totalmente a Iberia en el que dice: Los celtíberos y otros pueblos que lindan con ellos por el norte tienen cierta Divinidad innominada, a la que en noches de Luna llena, las familias rinden culto danzando, hasta el amanecer, ante las puertas de sus casas. También, por estar señalizados el solsticio de verano y el de invierno, se debían de efectuar celebraciones rituales el día que el Sol aparecía por encima del ara y el día que salía por la parte derecha del Monte Caro, dos festividades que han llegado hasta nosotros cristianizadas en el día de San Juan y la Natividad. Las Olimpiadas griegas se iniciaron oficialmente en el año 776 a. C. Pero tuvieron un origen mucho más remoto. Se celebraban cada cuatro años lunisolares en los que, después de tres años que podríamos denominar laicos, les sucedía un cuarto religioso, en el cual, además de las competiciones atléticas que duraban cuatro días, había solemnes actos religiosos en honor al omnipotente Zeus que culminaban la noche del plenilunio posterior al solsticio de verano. Entre los pueblos del Norte de Hispania, como también atestiguó Estrabón, se celebraban competiciones y juegos gimnásticos donde se ejercitaba el pugilato, las carreras y luchas entre atletas, así como, escaramuzas y batallas campales simuladas. Según estas referencias, es muy posible que igualmente la sociedad neolítica que diseñó y realizó los simbolismos cultuales del santuario de Santa Bárbara, celebrase con actos profanos y actos religiosos, la aparición de la Luna llena después del solsticio de verano, del último año de estos grupos de cuatro años lunisolares, en los que se sucedían alternativamente 50 y 49 lunaciones. Cada 19 años solares que habían comprendido 235 Lunas llenas, en el amanecer del día que los astrónomos de Santa Bárbara sabían que se iba a producir la coincidencia de los dos astros tanto en el tiempo como en el espacio – el Sol en el ara y la Luna llena en el punto solsticial invernal-, los sacerdotes situados en la pileta observaban la primera aparición del Sol por la Sierra del Montsant. Después de encender los manojos de ramas verdes puestos en la pileta y trasladarse a la roca llana donde se halla la culla número 10, con recogimiento aguardaban la segunda y lenta aparición del disco solar, por encima del ara, a través de la humareda producida por la cremación que amortiguaba los primeros deslumbradores destellos del astro rey.

El discurrir del Sol durante este día se seguía por el desplazamiento y la longitud de la sombra que proyectaba el gnomon puesto en el hoyo número 3. Por la mañana el Sol se iba elevando hasta que al mediodía alcanzaba su altura máxima. Después descendía a lo largo de la tarde y desaparecía, por los montes situados en dirección noroeste detrás del actual pueblo de Valjunquera, en el crepúsculo del anochecer (figura 36).

32


Los sacerdotes posiblemente observaban este ocaso distribuidos en dos grupos. El más numeroso ocupaba el llano de la roca donde se halla la culla número 10, desde donde en el solsticio de invierno también se veía aparecer el Sol por detrás de la línea horizontal que forman los montes de Los Puertos (figuras 37 y 38),

33


cortada a la derecha por una ligera elevación de la meseta. Por el poco espacio disponible, otro grupo más reducido de observadores se situaba en la roca en la que se encuentra la culla número 8. Según la claridad se iba haciendo más mortecina, seguían otros momentos místicos y a la vez expectantes hasta que en el horizonte, opuesto al ocaso del Sol, de súbito aparecía un punto claro por donde emergía la Luna llena, con su luz algunas veces rojiza y otras blanca pero siempre suave y agradable de mirar. Si seguimos a Estrabón, esta noche transcurría con celebraciones hasta que al amanecer la Luna desaparecía por detrás de Les Malgraneras y el Sol salía por el Montsant. También podemos suponer que al final de cuatro de estos ciclos de 19 años, donde coincidían en un mismo día 76 años solares con 19 grupos de cuatro años lunisolares y 940 lunaciones, igualmente se celebraba de manera extraordinaria pues, en una concepción cíclica del Universo muy común en el mundo antiguo, se cerraba un ciclo y se abría otro donde el pasado no era más que la prefiguración del futuro y en una regeneración continua del tiempo, dentro del mito del "eterno retorno", después de cada 76 años todo volvía a empezar de nuevo. Con la posterior implantación del cristianismo, el ciclo del eterno retorno se redujo a conmemorar las festividades religiosas y paganas que se reactualizan cada año.

6. La primera Escritura En la introducción de esta publicación, señalábamos que en el Paleolítico Superior el hombre incluía en su patrimonio cultural, además de la matemática el arte, que era una forma de fijar en el tiempo gráficamente sus representaciones mentales. Con la invención de las primeras mitologías cósmicas, que le hicieron sentirse protegido y seguro en su lucha para sobrevivir, se produjo un amplio conocimiento de ciertos ciclos astronómicos que precisaron ser numerados, contados y conservados, lo que se hizo 34


mediante la primera escritura que ideo el hombre, en la que solamente empleó trazos, puntos o signos simples. Esta inicial forma de conservar informaciones se mantuvo a lo largo del arte paleolítico, del arte levantino español, del arte esquemático y ha llegado hasta hoy casi sin alteración, por lo que es muy posible que las figuras geométricas, excavadas en las rocas del calendario anual de El Racó de Febrer y en el observatorio astronómico ceremonial de la meseta de Santa Bárbara, contengan mensajes "escritos" en aquella inicial escritura. Para poder "leer" y comprender el significado de estos mensajes, hemos incluido en este trabajo un extracto del capítulo dedicado al estudio de la escritura efectuada mediante puntos y trazos, de mi libro "Motivaciones del arte prehistórico europeo" publicado en el año 2003.

6.1.Los puntos y trazos La subestimación en que la mayoría de los investigadores del arte prehistórico han tenido hacia los puntos, trazos y signos que, solos o acompañando a ciertas representaciones figurativas, están presentes en este arte, ha dado lugar a un total desconocimiento de los logros alcanzados por el hombre primitivo, tanto en aritmética como en astronomía, en una temprana época de su historia. Este acervo cultural se desarrolló paralelamente con la evolución de su arte pictórico que, desde que se reconoció su autenticidad, es considerado universalmente como excepcional por su calidad técnica y artística. Según los estudiosos del origen de los números, la práctica de enumerar una misma naturaleza de unidades mediante incisiones efectuadas en huesos largos y puntuaciones o trazos en las paredes de las cuevas - las únicas formas gráficas que han llegado hasta nuestros días -, por su función contable, se considera la invención intelectual más antigua y el sistema de escritura más primitiva ideada por el hombre. Para estos investigadores, la finalidad exacta de esta escritura numérica permanecerá siempre incógnita, puesto que, en este tipo de notación, las cosas o seres directamente implicados en la operación, se indican sólo por las cantidades respectivas y no por signos específicos que permitan precisar su naturaleza. No obstante, si nos situamos en el mundo mítico - religioso expuesto anteriormente, pensamos que se puede conocer la naturaleza de las unidades representadas en estas manifestaciones paleolíticas teniendo presentes las siguientes consideraciones: - La motivación de esta escritura fue, en gran parte religiosa. - Esta religión se fundamentaba en ciclos astronómicos en los que se producían concordancias de días y lunaciones con años solares. - Esta escritura numérica únicamente podía referirse a días, lunaciones y años. De esta forma, al especificar la esencia de los elementos de estas comunicaciones gráficas estamos, por primera vez, en posesión de un código de interpretación que nos permite su lectura y, por consiguiente, dilucidar el significado de estas representaciones en las que intervienen grupos o series de puntos y trazos. Código que obviamente, en su tiempo, era compartido por los lectores a que iba destinada esta escritura y por el escriba que las realizaba. El anterior código lo aplicaremos en el análisis de dos documentos numéricos, testimonios arqueológicos del Paleolítico Superior, en que se evidencia el modo 35


humano de numeración más antiguo y nos conduce por el desconocido y, ya ampliamente desarrollado, mundo matemático astronómico de aquellos cazadores recolectores. 6.1.1. Hueso de Brassempouy En el Museo de Aquitania, en Burdeos, se conserva un hueso de asta de ciervo, tallado en forma de punzón, encontrado en Brassempouy, Las Landas, en un yacimiento datado entre 19.000 y 14.000 años B P (antes del presente) (figura 39).

Este punzón presenta una talla longitudinal entre dos series iguales y menores de muescas transversales, separadas en dos grupos. La primera tiene cinco y nueve incisiones. La segunda tres y siete. Corrientemente se interpretan como "señales de caza". El número de piezas cobradas por un cazador. El estudio del contexto cultural de aquellos hombres, expresado tanto en las representaciones figurativas como en las abstractas, ha mostrado que los números y las cantidades menores se indicaban por filas de puntos o trazos, de signos de una misma forma o, también, por grupos de animales de una misma especie. Cada elemento equivalía a una unidad. Cuando se querían expresar cantidades elevadas, a veces, se hacían con submúltiplos. La suma repetida de las unidades o de los elementos que representaban a estos números submúltiplos, situaba en una posición lateral o de manifiesta intencionalidad la cantidad que simbolizaban. Así, el grupo de cinco incisiones del punzón de Brassempouy expresaba los 365 días del año ordinario, puesto que es uno de los dos submúltiplos de este número. Su computación repetida hace aparecer en sus dos extremos, además de los días del año ordinario, los 366 del bisiesto y los 1.461 días del ciclo de cuatro años solares (figura 40). 36


La disposición dada a las 25 incisiones totales del hueso de Brassempouy, también permitía obtener un idéntico resultado ya que, su suma repetida, hacía incidir en posiciones extremas aquellas cifras. En la cueva de Lascaux situada en el municipio francés de Montignac, Dordoña, datada en los 17.000 años B P, al fondo del llamado Divertículo Derecho, un friso presenta una hilera de cinco cabezas de ciervo que podían significar el anterior ciclo de cuatro años. La manifestación del Ser Supremo o Deidad, a través el ciclo metónico, cuando el Sol y la Luna coincidían en los puntos solsticiales, los sacerdotes paleolíticos la representaron con una técnica numérica parecida, a la indicada anteriormente, para significar las grandes cantidades. La suma continuada de unas determinadas unidades permitía que incidieran juntos, en una posición relevante, los 19 años que simbolizaban al Sol y las 235 lunaciones representativas de la Luna. Después de sus respectivos cómputos, la coincidencia de la dos cantidades en una misma unidad, significaban a la Deidad de la misma forma que lo hacían al concordar en un solsticio los ortos de los dos astros. La forma más sencilla de representar a la Deidad fue mediante cuatro elementos en los cuales uno siempre se diferenciaba de los otros tres. Los tres trazos transversales y el trazo longitudinal del punzón de Brassempouy pueden dibujarse según la figura 41.

37


La computación repetida de las cuatro unidades hace coincidir en la tercera incisión extrema transversal aquellas dos cifras. Esta representación abstracta de la Deidad, aparece de forma figurativa y simbólica en el grabado parietal, de más de un metro y medio de longitud, de la cueva de La Mairie, Teyjat, Dordoña, en el que tres bóvidos caminan en fila hacia la izquierda, mientras que en su parte inferior, un caballo lo hace en dirección contraria (figura 42).

38


En la mayoría de las publicaciones de esta composición, únicamente se presenta la vaca de la izquierda en supuesto celo y el toro que la sigue, relacionándose estos dos animales con ritos de fecundidad, promovidos por la obsesión que tenían los cazadores paleolíticos de que los animales de los que dependían fueran prolíficos. Sin embargo, se ha indicado que los cazadores el Paleolítico Medio - Superior mayoritariamente comían cabras y renos y, por lo tanto, los toros, bisontes y caballos no entraban comúnmente en su dieta. Lo mismo puede decirse de los dos célebres bisontes, moldeados magistralmente en arcilla, en una postura supuestamente anterior a la cópula, que se encuentra a un kilómetro de la entrada de la cueva de Tuc d'Audoubert, Ariège. Originalmente lo componían cuatro bisontes situados próximos. Uno de ellos, también moldeado en arcilla, fue retirado de la cavidad y pasó al Museo de Antigüedades Nacionales, St. Germain-en-Laye, Francia, y existe otro que se plasmó en grabado y, en consecuencia, su ejecución es diferente de los otros tres. La talla longitudinal más el grupo de cinco muescas del hueso de Brassempouy, hacen seis unidades. Operando como anteriormente, en la primera unidad se sitúan juntos los números 19 y 235. Esta misma coincidencia se produce con el grupo de nueve muescas transversales. Dentro del simbolismo religioso presente en el arte prehistórico, tuvo una importancia excepcional el número cinco asociado con el número siete. La suma sucesiva de las doce unidades, que conforman el grupo de siete muescas junto con el de cinco (figura 43),

39


sitúa en el trazo extremo siete, las dos cifras con las que se representaba a la Deidad. Por último, en este hueso, el grupo de nueve incisiones, más el de tres y el grupo de siete incisiones transversales, suman 19 unidades que, junto con el de cinco, hacen un total de veinticuatro. Igualmente, su computación sucesiva simbolizaba numéricamente a la Deidad, al coincidir en la posición 19 las lunaciones del ciclo metónico (figura 44).

40


Esta composición de 19 y 5 unidades fue la más comúnmente empleada para simbolizar al Ser Supremo, junto con la de 3 y 1. El simbolismo astronómico de la Voluntad Suprema que regía el Cosmos paleolítico, en el hueso de Brassempouy aparece indicado de cinco formas semejantes, formas que iremos encontrando en los estudios que seguirán. La idea mística era única, pero la conformación para expresarla variaba en cada manifestación. 6.1.2. Hueso de Vestonice Karl Absolon, descubrió en el año 1937 en la localidad checa de Dolní Vestonice, en un yacimiento datado alrededor de los 30.000 años B P, un radio de lobo joven de unos 25 centímetros de longitud. Actualmente se conserva en el Museo Moravské en Brno (figura 45).

Este hueso presenta una hilera de cincuenta y siete muescas, separadas por dos trazos más largos y profundos, con veinticinco muescas a un lado y treinta en el otro. Según los expertos que han examinado estas incisiones, parece que están repartidas en grupos de cinco y tienen una misma longitud. Siete de las ocho últimas líneas del grupo de treinta, no se apoyan en la parte inferior del hueso. Es evidente que estas incisiones fueron grabadas premeditadamente y no tienen ninguna intencionalidad ornamental o artística. Cerca del lugar donde se produjo el hallazgo, apareció una cabeza de mujer tallada en marfil. La fascinación universal que la humanidad ha expresado a lo largo de su historia por los números, también se manifestó en los matemáticos que idearon la disposición y la cantidad de los trazos presentes en este hueso, como lo evidencian las varias indicaciones mítico - astronómicas que se descubren en la lectura de esta escritura numérica. 41


En un principio, el número 57 es un múltiplo del número 19, ya que lo contiene tres veces. Las veinticinco incisiones de la parte izquierda, más las dos líneas contiguas de mayor longitud, hacen 27 unidades, las cuales, después de sumadas ocho veces en la incisión número 19 completan 235 unidades. Si a las anteriores unidades se les añaden otras 27, las 54 resultantes se sitúan en el trazo apoyado del grupo de ocho trazos final. Igualmente, después de haber sumado cuatro veces estas unidades en el trazo 19 se computan 235. Si la posición 19 se marca en el grupo de veinticinco incisiones de derecha a izquierda y se suman los 57 trazos totales cuatro veces, en el que anteriormente se ha situado el número 19, inciden las lunaciones del ciclo (figura 46).

Otro ejemplo de la versatilidad numérica de aquellos matemáticos paleolíticos es la operación que sigue. Desde la última incisión de la derecha se cuentan 19 unidades, la última de las cuales se corresponderá en la numeración de las muescas de izquierda a derecha con la posición 39. La suma de los 49 trazos contiguos apoyados en la línea inferior cuatro veces, más otros treinta y nueve, dan las 235 unidades, que se sitúan en la incisión marcada anteriormente con el número 19, representativo de los años solares del ciclo mítico (figura 47).

42


Se evidencia otra singularidad numérica en el dibujo de las muescas del hueso de Vestonice, restando de las 57 unidades las diez atípicas - las dos líneas centrales de mayor longitud y el grupo de ocho situadas al final del grupo de treinta -. Las 47 unidades que restan son un submúltiplo del número 235, ya que las contiene cinco veces. Aunque eran nómadas, los hombres paleolíticos únicamente cambiaban sus campamentos dos veces al año, pues establecían estacionamientos de verano y de invierno, lo que les permitió tener posiciones estables de observación astronómica. La media de la expectativa de vida de aquellos hombres se ha calculado que debía ser de unos 25 años. Creemos que la gran exactitud de sus logros astronómicos, fue debido al gran espesor que alcanzó el sustrato de observaciones durante miles y miles de años, de cientos de hombres en estrecha cooperación. Recordemos que el calendario solar de 33 años, se compone de 25 años ordinarios, de 8 bisiestos y un total de 12.053 días. En el hueso de Vestonice, las 25 primeras incisiones representan los años ordinarios y el grupo de 8 incisiones finales los años bisiestos. Si no se tienen en consideración los dos trazos centrales de mayor longitud, restan 55 unidades que, después de sumadas de derecha a izquierda 219 veces, hacen incidir significativamente en el trazo número 8 los días totales de este ciclo calendárico. 6.1..3

Las cullas, hoyos, cazoletas y surcos rectos

Con la aplicación de un código de interpretación a los trazos marcados en los huesos de Vestonice y de Brassempouy, pertenecientes a una época donde la humanidad ignoraba la escritura pero ya había inventado los primeros rudimentos de contabilidad escrita, se ha puesto de manifiesto la forma como se representaban cantidades elevadas, se hacían indicaciones de tiempo y varias de la formas de simbolizar al Ser Supremo paleolítico. El mismo código de interpretación lo emplearemos en la dilucidación del significado de las formas, del número y la distribución de las cullas, hoyos, cazoletas y 43


surcos excavados en los bordes de las rocas de los dos observatorios de La Fresneda, considerando que cada uno de estos elementos tiene el valor de la unidad. En El Racó de Febrer, los tres hoyos de lados rectos junto con la culla de lados curvos era la más simple manera de simbolizar a la Divinidad (figura 41).

Las seis figuras geométricas totales, cuatro exteriores y dos interiores, igualmente simbolizaban al Ser Supremo al incidir su computación sucesiva en la primera unidad las dos cifras del ciclo metónico. Estas dos representaciones de la Divinidad confirieron carácter sacro a este observatorio. Los cuatro cuadriláteros externos más el cuadrado interno son cinco unidades, con las que se indicó la función de calendario solar anual de este lugar, al significar los días del año ordinario, del bisiesto y los de cuatro años solares (figura 40).

44


Ya vimos que de las 17 figuras excavadas en la roca de Santa BĂĄrbara (figura 3),

nueve se hallan en la parte de levante de la meseta y las otras ocho en el lado de poniente. En cada uno de estos dos grupos, por su diseĂąo y ubicaciĂłn, destaca una 45


figura que da confirmación a los eventos astronómicos que anteriormente hemos supuesto se ritualizaban en este santuario. El borde que da forma de herradura a la pileta (figura 16),

se eleva en relieve sobre la roca exterior y por encima de la superficie interna del ara. Su lado curvo indica la dirección por donde en el solsticio de verano el Sol también se eleva por El Montsant. A la inversa, el fondo de la culla número 8 (figura 10)

46


se hunde en el suelo rocoso de la meseta y su parte arqueada señala por donde la Luna se hunde tras los montes de Les Malgraneres, el día que el Sol amanece por el punto solsticial estival y en el anochecer la Luna aparece por el punto solsticial invernal. También, el lado curvado extremo de la culla número 9 y de la número 13, señalan posiciones determinantes respecto a dos puntos cardinales, ya que respectivamente indican el Norte y el Este. La ininterrumpida sacralidad de este cerro, donde modernamente se edificó un templo dedicado a una santa cristiana, la confirman los dos simbolismos de la Deidad presentes en cada uno de los dos grupos de figuras. La computación repetida de los nueve elementos de levante, empezando por la pileta, sitúa en la misma las dos cifras significativas del ciclo metónico; el ara y los tres hoyos rectangulares fue la más elemental forma con la que se representaba a la Deidad. El mismo simbolismo se halla presente con la culla número 8 y las tres cullas de forma alargada. Finalmente en este grupo de ocho unidades de poniente, 3 se hallan en el lado sureste y las otras 5 en el extremo noroeste; cuando en el arte paleolítico aparecían tres elementos diferenciados de otros cinco o simplemente separados, como lo son en este caso, igualmente simbolizaban a la Divinidad ya que la suma consecutiva de los ocho elementos, iniciada por el grupo de tres, hace que incidan en la última de las tres unidades, o sea, la culla en forma de arco, las 19 y 235. El ciclo calendárico de 33 años también se escribió a través del número y de la disposición de las 17 figuras totales. Su lectura se inicia por el hoyo número 1 y siguiendo la indicación numérica se va sumando la unidad que significa cada figura. De esta manera, en el hoyo número ocho inciden los 8 años bisiestos del ciclo y después los 25 ordinarios; transcurridas 709 vueltas de computación los 12.053 días de 33 años solares se sitúan en la pileta número diecisiete. Todo lo anterior nos descubre una cultura que intelectualmente no tenía nada de primitiva, si nos imaginamos la cantidad de observaciones astronómicas, quizás durante siglos, para precisar los lugares más idóneos de ubicación de las figuras que señalizaban 47


las alineaciones solares y lunares, indicativos del día en que se manifestaba el Ser Supremo. También se evidencia su gran pericia en el diseño y disposición de las 17 figuras, con las que además de componer diversos símbolos de la Divinidad, permitían definir el ciclo de 33 años, al incidir en la culla 8 sus años ordinarios y bisiestos y en el ara los días totales; dos figuras que tuvieron un simbolismo especial en este templo rupestre neolítico. El espacio sacro de este santuario desbordaba sus límites y se extendía y proyectaba por los aledaños del lugar, como lo testifican la inscultura situada cerca de la base de la meseta y las numerosas cullas de sus alrededores de las que hemos contabilizado más de setenta en un radio de dos kilómetros, en su mayor parte en rocas que se sobreponen a arcillas, en las que se ahondaron cuevas de inhumación cerradas con muros de pared seca. Si nos situamos en los extremos de la meseta donde se hallan las cullas 6 y 8 (figuras 9 y 10),

48


se ven al fondo unas rocas sobre el camino que discurre por la parte meridional de Santa B谩rbara. En su superficie plana, descubrimos y publicamos hace quince a帽os, un petroglifo o inscultura grabado en la roca (figura 48)

de 85 cm de longitud, una de las pocas representaciones de la Deidad en forma antropomorfa de todo el arte prehist贸rico, que se ha convertido en el logotipo de la villa de La Fresneda. No sabemos si para bien o para mal respecto a su conservaci贸n, por 49


ignorancia posteriormente se recubrió con derribos de obras lo que es muy posible haya protegido a esta inscultura de ciertas acciones antrópicas. Actualmente se estudia su recuperación y exposición adecuada, junto con el conjunto prehistórico de El Racó de Febrer y de Santa Bárbara. El giro de las estrellas circumpolares alrededor de un mismo punto del firmamento en nuestro tiempo la estrella polar -, da la impresión que hay un eje de rotación que va desde el observador a este punto y que atraviesa la bóveda celeste, lo que dio lugar en los mitos, creencias y leyendas antiguos a la idea de la existencia en el Cosmos de un Eje del Mundo o Árbol Cósmico, situado en el centro del Universo que enlazaba la Tierra con el Cielo. En la inscultura de La Fresneda este pensamiento lo significa la línea vertical - Eje Cósmico - que atraviesa la línea curva que no llega a juntarse Bóveda Celeste -. Este simbolismo mítico se amplía por la representación astronómica de los siete astros errantes conocidos en la antigüedad, que se desplazan por delante de las estrellas de posiciones fijas entre sí. En los brazos de la cruz, las tres cazoletas de la izquierda significan el Sol y los dos planetas interiores a la órbita de la Tierra, Mercurio y Venus que nunca se separan del astro rey, por lo que solamente son visibles al alba o al anochecer; los cuatro de la derecha son la Luna y los tres planetas exteriores a la órbita terrestre, Marte, Júpiter y Saturno, que en sus recorridos nocturnos a través del cielo estrellado siguen cada uno sus respectivos caminos. Confiere atributo de sacralidad a esta figura antropomorfa la combinación numérica de 7 y 5 elementos como se vio en la figura 43, en esta caso, las siete cazoletas de los brazos de la cruz más, la cazoleta superior, el círculo que significa la cabeza y los tres extremos inferiores, el del eje y los del surco curvo. Esta misma ordenación de unidades aparece en Santa Bárbara con los tres elementos del sureste – el hoyo cuadrado, la cazoleta oval y la culla-, los cuatro del lado de poniente – las dos cullas alargadas y los dos surcos rectos- y los cinco de la parte septentrional – las dos cullas, los dos hoyos rectangulares y el hoyo circular final-. La anterior forma de representar al Ser Supremo igualmente aparece en una culla (figura 49)

50


de forma circular, provista de dos canalillos de aporte de agua y un rebosadero, que lleva el agua a la base del ribazo de una larga afloraci贸n de roca en la que se excav贸 esta figura, situada a un kil贸metro al sureste de La Fresneda. En la parte inferior a un lado del rebosadero hay cuatro cazoletas, en el otro tres y en la parte izquierda se cuentan otras cinco. Otra culla curiosa es la de la figura 50 que presenta siete regueros divididos en cuatro y tres.

51


7. - Las cuevas sepulcrales Hasta ahora no hemos hecho referencia alguna sobre el posible significado astronómico o religioso de los canalillos que acompañan a las cullas, excepto en su misión de conducir las aguas pluviales a su interior. Nuestra opinión es que, inicialmente en la comarca del Matarraña, sólo existían los hoyos de los dos observatorios astronómicos que, mediante su distribución indicaban alineaciones solares y lunares y con su número, simbolismos religiosos. Posteriormente, debieron aparecer nuevas ideas que se tradujeron en la inhumación de los difuntos en cuevas abiertas en las arcillas, en cuyos pisos superiores rocosos se excavaron las cullas provistas de regueros, en una ritualización de ofrenda de las aguas de lluvia primigenias, regenerativas a los difuntos. El agua siempre ha sido símbolo de vida, de nacimiento. El aporte de aguas a la morada del difunto tenía por objeto regenerar al muerto, mediante la virtud germinativa de las aguas, el cual al experimentar una nueva vida, un nuevo nacimiento, podía acceder al Más Allá. Cuando se estableció este simbolismo de las aguas y además se efectuaron enterramientos en la base de las rocas de los dos observatorios, se aprovecharon los hoyos ya existentes de significación astronómica y se les adicionaron los regueros, con lo cual se ritualizaron las ofrendas de las aguas a los difuntos inhumados en las cuevas de El Racó del Febrer y de Santa Bárbara. Es muy posible que el corte que presenta el borde de la pila de la figura 16 se hiciera en este momento. A continuación presentamos tres ejemplos de las numerosas cuevas de inhumación diseminadas por el término municipal de La Fresneda. Al pie de la roca en cuyo piso horizontal se hallan la culla y los hoyos del observatorio de El Racó de Febrer, se encuentra la covacha sepulcral de la figura 51 donde, 52


junto a las piedras del derruido muro de cierre, hay una cubeta rectangular excavada en un bloque suelto (figura 52),

que en dĂ­as de lluvia se llena con el agua escurrida de la pared vertical superior. En la parte septentrional de la villa se encuentra el sepulcro de la figura 53,

53


en el que adem谩s de la pared seca se aprecia en la parte superior un canal de conducci贸n de las aguas de lluvia hacia la parte inferior. En su lado izquierdo, se encuentra un gran bloque de roca en cuya superficie hay dos cullas de forma circular, con sus correspondientes canalillos de aporte de agua (figura 54).

54


Estas cullas gemelas no son exclusivas de los alrededores de La Fresneda pues en los llanos que circundan La Salada, laguna situada cerca de Alcañíz, también en bloques aislados aparecen cullas, siendo las más significativas las de la figura 55.

En la parte meridional de La Fresneda, en los alrededores del cementerio nuevo, se ubica la cueva de la figura 56.

55


En la roca de cubierta aparecen varias cazoletas unidas por surcos que desembocan en una Ăşnica culla, que tiene un rebosadero que lleva el agua a la boca de la sepultura (figura 57).

TambiĂŠn en el lado sur de la villa se halla una amplia cueva, hoy convertida en refugio para guardar utensilios de campo, cuya losa ademĂĄs de presentar una culla cuadrada, la 56


surcan varios canales que finalmente conducen las aguas a la entrada del sepulcro (figura 58).

Con este último ejemplo de la gran riqueza arqueológica de los alrededores de La Fresneda, terminamos la exposición de todos estos descubrimientos, deducciones y consideraciones que tuvieron su inicio un solsticio de invierno en el que vimos, por primera vez, aparecer el Sol por detrás de Los Puertos de Tortosa – Beceite, en la alineación marcada en Santa Bárbara por la culla número 8 y el hoyo número 6, lo que nos condujo a poner de manifiesto la desconocida cultura astronómica religiosa de nuestros antepasados, la cual dejaron escrita en sus monumentos y manifestaciones artísticas y cuyo origen se remonta a las primeras épocas del Paleolítico Superior europeo.

57


BIBLIOGRAFIA

Averbuj, E. (1990: Con el cielo en el bolsillo, Madrid. E. De la Torre. Avieni, A. F. (1991): Observadores del cielo en el México antiguo, México. F. De C. Económica. Barrow, J. D. (1996): La trama oculta del Universo, Barcelona, Crítica. Bastero, J, J. (2000): Astronomía sin dejar la Tierra, Barcelona, Octaedro. Blazquez, J. M. (1977): Imagen y Mito, Madrid, E. Cristiandad. Bochner, S. (1991): El papel de la matemática en el desarrollo de la ciencia, Madrid, Alianza Universal. Boyer, C. B. (1987): Historia de matemática, Madrid, Alianza. Carbonell, E. y Sala, R. (2000): Planeta humà, Barcelona, E. Empúries. Carbonell, E. y Sala, R. (2002): Encara no som humans, Barcelona, E. Empúries. Couderc, P. (1993): Le calendier, P. V. De France. Clark, Cr. (1981): La prehistoria, Madrid, A. Editorial. Durantéz, C. (1968): Las olimpiadas, Cuadernos historia 16, n º 106, Madrid. Eliade, M. (1981): Tratado de historia de las religiones, Madrid, E. Cristiandad. Ewing, D. (1998): El calendario, Barcelona, Emecé. Herrmann, J. (1984): Atlas de astronomía, Barcelona, Alianza. Jfrah, Cr. (1998): Historia universal de las cifras, Madrid, Espasa. Langaney, J. (1999): La historia más bella del hombre, Barcelona, Anagrama. Lledó, J. (1999): Calendarios y medidas del tiempo, Madrid, Acento. Mosterín, J. (1993): Teoría de la escritura, Barcelona, Icaria. Rebullida, A. (1988): El Santuari luni - solar de la Pola, Terrassa, E. Egara. Rebullida, A. (1988): Astronomía y religión en el Neolítico - Bronce, Terrassa, E. Egara. Rebullida, A. (1990): "El observatorio prehistórico de Santa Maria de Cervelló, Astrum. Rebullida, A. (1994): Arqueoastronomía hispana, 2ª edición (2000), Madrid, Equipo Sirius. Rebullida, A. (1999): Astronomía prehistórica, Terrassa. Rebullida, A. (2003): Motivaciones del arte prehistórico europeo, Terrassa, Grup Artyplan - Artyprès. Von der Weid, J. N. (1993): La astronomía, Madrid, Acento. Whitrow, A. J. (1990): El tiempo en la historia, Barcelona, Crítica.

58


59


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.