Full Metal Alquemist Novela 1

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Novela 1 La Ciudad de Arena

FULLMETAL ALCHEMIST

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)

3 Autor: Makoto Inoue Dise帽o e idea original: Hiromu Arakawa

Traducci贸n: Bluwim


Novela 1 La Ciudad de Arena

FULLMETAL ALCHEMIST

Capítulo uno

Capítulo 2

Capítulo 3

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4 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


FULLMETAL ALCHEMIST

Novela 1 La Ciudad de Arena

ERA UN PÁRAMO de barro de color amarillento. En uno de sus extremos más secos, una niña de 7, o quizás 8 años, estaba tumbada en el suelo. Sus ojos brillaban, claros y brillantes, encima de sus labios de color melocotón, y su pelo castaño estaba recogido en dos trenzas que le llegaban a los hombros, enmarcando un rostro que sería lindo si estuviera sonriendo. Pero sus mejillas temblaban y sus ojos brillaban, traicionando a las lágrimas que ella se esforzaba por contener. Un carro de hierro estaba a su lado, justo encima de sus piernas. La niña gemía. Había estado jugando, dibujando en el suelo con una rama. Como otras muchas veces, había levantado y agarrado el carro pero, esa vez, se le cayó encima. Alzó la vista, deseando llorar, pero obligándose a permanecer tranquila. Intentó reptar por debajo del carro, pero sólo consiguió herirse los brazos. Un sollozo se atragantó en su garganta y empezó a hipar. Usó toda su fuerza para girar la parte superior de su cuerpo lo suficiente para ver las casas a las afueras de la ciudad, que se veían borrosas debido al polvo. “¡Papá!” gritó lo más fuerte que pudo. Pero sabía que nadie iba a escucharla. Qué pasaría si nadie la encontraba, se preguntó. ¿Y si se quedaba allí para siempre? El miedo se apoderó de ella y la presa se rompió. Comenzó a llorar, las lágrimas removían el polvo de su cara, haciendo que hilos de lágrimas polvorientas descendieran por su cara. Una sombra pasó por su lado. “¡Papá!” “No pasa nada. Te sacaré ahora mismo. No llores”. Ella parpadeó y miró a la inesperada voz que emanaba de la silueta de un chico, oscura por el contraste con el sol. Su cara estaba oculta entre las sombras, pero se podía decir que por su altura y su voz era joven, quizás no mucho más mayor que ella. “Aguanta sólo un segundo, ¿vale?” El chico bajó la mirada hacia ella. “¿Te duele?” preguntó, dándole al carro un leve empujón. Lo único que pudo hacer es asentir con la cabeza. “Hay un trozo de hierro debajo del carro, ¿lo ves? Es lo que está atrapando tu pierna. Estarás bien. No parece que te hayas lastimado”. Incluso vacío, el carro era bastante pesado. Se construyó así para transportar rocas pesadas. Si el trozo no hubiera frenado y se hubiera caído encima de ella, habría sido seriamente herida – incapaz de moverse o de pedir ayuda por lo menos. “Aguanta. Te sacaré de ahí”. El chico no parecía intimidado por el peso del carro. Era como si pensara apartarlo usando sólo la fuerza bruta. Al mirarle, vio como el chico daba un paso atrás. “Cálmate, y no te muevas”. Con ambas manos tocó el trozo de hierro que estaba debajo del carro.

5 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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La niña apenas tuvo tiempo de preguntarse lo que iba a hacer cuando sintió que el peso del carro se aliviaba. Miró abajo hacia sus pies y vio el carro tambaleándose verticalmente. La barra de hierro que estaba sobre sus piernas había estado clavada debajo del carro, pero ahora estaba derecha, como si hubiera salido del suelo como una planta… Aunque fue la propia barra la que había saltado y empujado al carro hacia un lado. Desconcertada, miró hacia abajo para ver al chico arrodillándose a sus pies. “Hmmm… Sólo te has arañado un poco, eso es todo. ¡Has tenido suerte!” El chico volvió la vista hacia ella y sonrió, con el sol brillando en su cara. No reconocía ese rostro. No era del pueblo. “¿Quién eres?” El chico apartó un mechón de pelo dorado de sus ojos y le tendió la mano. “Edward Elric. ¡Encantado de conocerte!” Él sonrió, y sus ojos plateados brillaron con el sol.

6 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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7 Autor: Makoto Inoue Dise帽o e idea original: Hiromu Arakawa

Traducci贸n: Bluwim


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“¿Estás seguro de que este es el sitio?” “Bastante seguro…” “No parece ser el sitio correcto” “No lo parece, la verdad…” Los dos chicos estaban encorvados sobre un mapa que tenían extendido entre ellos. “¡Tiene que ser este!” “Bueno, el anciano de la estación dijo que lo encontraríamos al final de estos raíles”. Miraron a los raíles que se extendían perfectamente en una línea recta desde las puntas de sus botas. Recto. Ni una sola curva. De ninguna forma podían haberse perdido. “A través de la alfombra de césped, hacia las montañas de la esperanza, y la alta cima reluciente de oro”, recitó Edward, escudriñando la tierra que había delante de ellos. “Seguro que esto no parece Xenotime – una ciudad de oro”. “No, no lo parece”, asintió Alphonse. Edward Elric vestía de negro, salvo por un par de guantes blancos y un abrigo rojo. Una larga trenza de pelo dorado colgaba sobre su espalda. Sus ojos eran del mismo color de su pelo, y brillaban con una fuerte confianza y determinación. Aunque parecía un poco engreído para su edad, Edward soportaba la carga de un pasado problemático – uno que le había dejado con un brazo derecho y una pierna izquierda de automail. Su compañero, Alphonse Elric, era su hermano menor. Alphonse estaba encerrado por completo en una armadura de color bronce tan grande que era difícil imaginar que el chico de dentro era un año más joven que Edward. Y a decir verdad, no había ningún chico dentro. La armadura estaba vacía. La única cosa que le hacía ser una persona en vez de un trozo de metal era un simple símbolo escrito con sangre dentro de la armadura que mantenía el alma de Alphonse atado a ella. En comparación a la gigante armadura, Edward, que ya era bajito para su edad, parecía aún más pequeño, y sólo unos pocos de los que le veían creían que él era el mayor de los dos. “Hemos estado andando un montón, ¡no me puedo creer que no hayamos visto a nadie!” Edward se giró y miró fijamente a los raíles que se extendían detrás de ellos. Podía ver la estación a la que habían llegado, a lo lejos. Delante de ellos, los raíles continuaban hasta que llegaban a la ciudad. Todo el tiempo que habían estado andando no habían visto a nadie, no había nada sobre las vías. Xenotime, la Ciudad de Oro. Ambos hermanos conocían bien las legendas de esa ciudad cuyas montañas habían contenido venas de oro extraordinariamente ricas. Al no faltar materia prima, los orfebres de la ciudad no tenían competencia, y el oro de Xenotime se vendía a un alto precio. Más que una ciudad agrícola, se decía que Xenotime era un paraíso donde el oro relucía entre cada brizna de césped. Los hermanos sabían que la primera quimera del oro había pasado y que estaban llegando al punto más alto de la ciudad. Por eso, esperaban por lo menos vislumbrar la gloria de lo que fue Xenotime, tierra de abundancia.

8 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Sólo vieron una ciudad de arena. Los raíles que les habían guiado estaban oxidados, y los trozos de madera que los unían estaban podridos y astillados. Cuando el viento sopló, el polvo se levantó y golpeó las casas lejanas bajo la neblina. Más allá de la ciudad amenazaba un rarísimo armatoste que una vez debió ser una gran montaña. Cortada a cachos y desenterrada, sólo era una cáscara de lo que había sido antiguamente. Todo lo que quedaba eran incontables pilas de rocas como montones de leña. Carros mineros abandonados, rocas, y grava rojiza – apenas sujetadas con vallas de hierro oxidadas – estaban tirados en las vías. Era una escena desoladora. Una pequeña grúa de hierro permanecía en la tierra marrón, a poca distancia. Una solitaria polea con una cadena colgaba de ella, repiqueteando con el viento. “Parece como si todo esto no hubiera sido usado en mucho tiempo”. Edward señaló la grúa, roja del óxido. “Esta torre tiene pinta de caerse si le pones un dedo encima”. Edward rió y presionó uno de los pilares oxidados. La grúa se tambaleó a un lado. “¡Vaya!”. No quería volcar la grúa, pero ahora era demasiado tarde para detenerla. Cayó al suelo con un prolongado chillido de cansancio. Edward se quedó boquiabierto. “Parece que tenías razón, Ed”. Edward miró fijamente a la grúa tendida en el suelo. Se le pasó por la cabeza que la gente de la ciudad la podría haber necesitado. “Está demasiado oxidada, ha sido abandonada, ¿verdad?” preguntó Edward esperanzado, con la cara sombría. Alphonse agitó su cabeza. “¿Escuchas esos sonidos que provienen de la ciudad? Aún deben estar excavando”. Se quedaron totalmente quietos escuchando los sonidos que traía el viento, sonidos de maquinara moviéndose y de rocas amontonándose. Edward suspiró. Parecía que la ciudad aún usaba aquella grúa oxidada y estaba claro que no iban a apiadarse de aquellos que la habían estropeado. En sus viajes, Edward había aprendido que no era una buena idea causar problemas justo al llegar a tu destino. De hecho, seguro que los problemas llegarían después. “En serio, tienes que ser más cuidadoso, Ed”. Los hombros de Edward se desplomaron. Ya se sentía mal porque su hermano fuera más alto que él, para que encima ahora le estuviera regañando. “Supongo que deberíamos repararla” murmuró Edward, pasándole la maleta a su hermano. “¿Cuándo aprenderás eso de se mira pero no se toca?”. Mientras su hermano refunfuñaba, Edward se paró en frente de la grúa volcada y rápidamente chocó sus manos. Por un momento, pareció como si el aire de alrededor de la grúa se contrajera. Un segundo después, la atmósfera de alrededor se agitó y vibró, y una luz emanó por todos lados.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“¡Cómo nueva! Vámonos, Al”. La luz se disipó. Edward cogió su maleta y empezó a andar de nuevo. Alphonse se apresuró en alcanzarle. Tras ellos, la grúa estaba exactamente igual que cuando ellos llegaron.

LOS HERMANOS por fin llegaron a la ciudad. Sólo les esperaban unas cuantas casas en ruinas. Los alféizares y los cimientos eran del mismo marrón polvoriento que el suelo sobre los que se asentaban los edificios. Al principio, Alphonse y Edward pensaron que el lugar estaba abandonado, pero cuando llegaron al centro de la ciudad, notaron actividad. Sonidos de voces y de rocas rompiéndose producían ecos entre los edificios. Carteles de “Abierto” colgaban de las ventanas de las tiendas, y llegaron a ver artículos de oro colgando de las paredes de dentro. “Esperaba que este fuera el lugar”. Los ojos de Edward seguían a un carro ferroviario que se movía lentamente. “Aquí se encontró muchísimo oro, pensaba que quizás… Pero parece que en este lugar ya se ha agotado”. “¿Crees que deberíamos irnos?”. “No”. Los ojos de Edward brillaban con determinación. “Nos prometimos que comprobaríamos cada pista, cada ‘y si…’ y cada ‘quizás…’ y eso es lo que vamos a hacer”. Alphonse asintió. “Vale”. “Pues muy bien”. Se miraron el uno al otro y después se dirigieron a un edificio que había en mitad de la plaza de la ciudad. Un letrero rezaba “TABERNA”. Había sido un viaje muy largo y necesitaban un descanso. La taberna tenía diez mesas. Algunos mineros sucios estaban dentro tomando café. Los hermanos se sentaron, saludando con la cabeza a los que miraban. “Mira, Al - ¡dibujos de artículos de oro!” Edward señaló unos garabatos de tinta dibujados en las paredes. “Algún tipo rico debe tener los originales en alguna parte”. “¡Wow!” exclamó Alphonse, sinceramente impresionado. Los diseños eran elegantes y muy minuciosos. Edward imaginó que los objetos acabados debían de ser obras de arte de valor incalculable. Aunque sólo había copias, era suficiente para convencer a los viajeros de las habilidades de los artesanos de la ciudad. “¡Whoa! ¡Fíjate en el precio! Ese… No, diez…” Edward se inclinó para ver de cerca una de las fotos y analizó el precio de venta que había abajo. Despacio, contó los ‘ceros’ con sus dedos. “¡Cinco millones de sens! ¿¡En serio!?”. Mientras su hermano contaba los precios, Alphonse examinaba los dibujos. Había cuencos enormes finamente detallados y pequeñas mesas de patas cortas. ¡Y pensar que cada una de aquellas líneas negras representaba oro sólido! Alphonse no deseaba tal riqueza, pero los diseños eran exquisitos. Observó el más grande. Incluso sin ver el producto final, se veía que era una obra maestra de artesanía. “Supongo que siempre he considerado los artículos de oro como un capricho de la gente lujosa”.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Pero es verdadero arte, ¿verdad?” Alphonse se giró para ver quien había dicho las palabras que él tenía en la punta de la lengua. “¿Qué os traigo, caballeros?” continuó el hablante, un hombre bastante alto con perilla. Llevaba un delantal de cocina. Alphonse adivinó que debía ser el propietario de la taberna. “¡Bienvenidos, viajeros! Esos dibujos de artículos de oro son ciertamente algo que admirar, pero si es comida lo que andáis buscando, ¡mi pollo con especias es una obra de arte por si solo!”. El hombre rió de buena gana, y los demás clientes se unieron a la conversación. “¡Mejor que pidáis el pollo! ¡No se puede recomendar nada mejor del menú!” gritó alguien, y la sala estalló en carcajadas. “¡El estofado del otro día sabía a serrín!” “¡Ja! Yo también lo intenté - ¡Casi pierdo un diente!”. El hombre sonrió. “Conseguiré más recetas, dadme tiempo”. Puso una taza de café sobre la mesa. “En fin, ¿queréis el pollo con especias o qué?”. Edward asintió. “Está bien. ¿Lo quieres con pan?” El hombre desapareció en la cocina y volvió para poner la mesa. “Tú, el de la armadura - ¿algo para ti?”. “Estoy bien, no tengo hambre, gracias”, respondió Alphonse con torpeza. No podía comer ni aunque quisiera. Volvió a mirar los diseños. “Esos dibujos… ¿son suyos?”. El propietario sonrió. “Mi nombre es Lemac”. “¿Los hiciste tú, Lemac?”. “La mayoría de ellos. Aunque ha pasado algún tiempo. Los dibujos más grandes los hicimos todos juntos”. “¡Wow! ¡Son increíbles!” murmuró Alphonse. “Gracias. Sólo los ricos pueden permitírselo, así que la mayoría de la gente piensa que son caprichos. Pero cuando uno mira los diseños, ¡casi todos coinciden en que es arte!” Lemac trajo un bol y una cuchara y los dejó en la mesa. Edward señaló los dibujos de la pared. “¿Expones los dibujos en público de esta manera? La complejidad de los diseños desafía a la realidad. ¿No querrían los orfebres mantenerlos en secreto? Colgándolos así en la taberna, cualquiera podría robar los modelos” Lemac parecía desconcertado. “No aprendí mi oficio en un día”, dijo con una sonrisa. “Ver no equivale a fabricar”. “Bueno, son muy bonitos. No conocía a nadie que pudiera trabajar el metal tan minuciosamente”. El halago de Alphonse hizo que Lemac se sonrojara. “Bueno, eso fue hace mucho tiempo”. “¿Ya no sigues haciéndolos?”. La expresión de Lemac se oscureció. “Habéis llegado andando aquí desde la estación, ¿verdad? ¿Visteis algún carro minero trabajando?”

11 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“No”. Alphonse agitó la cabeza. Habían visto muchos carros mineros por el camino, pero estaban por ahí tirados, oxidados. Lemac se fue hacia la ventana, con un tarro de cristal con hierbas en su mano, y miró hacia las minas. Ante la montaña destrozada había un extenso claro. Había mucha gente allí agachada, recogiendo rocas de una pila y examinándolas con cuidado antes de tirarlas a un lado. “Podéis ver que no tenemos ni el suficiente oro ni los suficientes artículos para llenar ni un solo carro de esos en estos días. Todas las vías hacia la estación están oxidadas. Antes, podríais haber oído el sonido de los trenes y las explosiones y excavaciones todo el día. La ciudad estaba llena de artesanos y los clientes venían para comprar sus obras. Era un lugar muy excitante en el que vivir”. Las palabras salían arrastrándose de su boca, con nostalgia. “¿Se acabó el oro?”, preguntó Edward. “Eso parece. Hay señales de una veta nueva un poco más abajo, pero casi toda la gente se habrá ido antes de que la alcancemos. No se puede cultivar en rocas y arena”. “Ajá” Un silencio palpable inundó la taberna. Lemac agitó su mano como alejando las ideas. “Bueno, he seguido entrenando mi brazo en la cocina para que haga juego con mi brazo de orfebre. Me mantiene alejado de los problemas todo el día”. Un cliente intervino, “Y mientras que tu cocina mejora, ¡encontraremos el oro!”. “Así es”, añadió otro. “Y antes de encontrar ese oro, ¡la investigación del señor Mugear será un éxito!” “Eso espero…” “¿Qué quieres decir con eso? ¡Sólo tenemos que tener paciencia! Quieres volver a fabricar artículos de oro, ¿verdad?” Edward había estado distraído admirando los dibujos de las paredes, pero ahora empezó a poner la oreja. “¿Quién es el señor Mugear?” “El dueño de la mina. ¿Ves la mansión de ahí arriba? Es su casa” En el lado de la montaña que tenía enfrente, Edward vio una larga pared con una puerta enorme, firmemente cerrada. “¡Es una casa enorme! ¡Debe haber hecho una fortuna!” “El señor Mugear fue el primero en atreverse a hacer de la mina un negocio. Pero ahora que ya no hay oro, está tan mal de dinero como nosotros. Las cosas volverán a ser las mismas para todos si su investigación funciona, claro”. “¿Investigación?” preguntó Edward, intentando parecer que no le importaba. No quería parecer demasiado interesado, aunque la mera palabra “investigación” ya había conseguido que su corazón se disparase. “Dejó de buscar oro. ¡Ahora está buscando una forma de fabricarlo! ¡Tanto oro cómo quiera! Está fabricando algún tipo de ‘Piedra Filosofal’ ”.

12 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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Edward y Alphonse se miraron mutuamente. Esa era la información que andaban buscando. Estaban deseando seguir preguntando, pero temían levantar sospechas. Controlando la curiosidad, escucharon atentamente lo que seguía diciendo Lemac. “No sois tan jóvenes como para no haber escuchado nada sobre la Alquimia, ¿verdad? Los rumores dicen que si eres un alquimista lo suficientemente bueno – la crème de la créme – puedes fabricar una de esas. Es una Alquimia de un nivel muy alto. Nadie sabe si sería posible”. “Lo es”, afirmó un hombre de la mesa de al lado. Mucha gente asintió. Edward podía ver esperanza en sus ojos. Todos confiaban en que el Sr. Mugear tuviera éxito, estaba claro. De pronto una voz profunda sonó desde la mesa de la esquina. “Es imposible”. Todos lanzaron una mirada fulminante a la dirección del nuevo participante. El hombre de la esquina se llevaba una cuchara de sopa a la boca. Parecía igual o más viejo que Lemac, y era bastante robusto. Bajó la cuchara. Sus dedos eran delgados, y el rostro que se giró hacia ellos estaba muy bronceado. “¿Cuánto tiempo llevan investigando esa ‘Roca Filosofal’, de todos modos? Mientras ellos se han pasado todo este tiempo en el laboratorio con esos alquimistas contratados, nuestra ciudad se ha estado echando a perder. ¿Estamos obsesionados con el oro?”. Mucha gente se levantó y empezó a protestar, sus voces eran agudas en comparación con la voz profunda. “¡Solíamos hacer tales artículos de oro que éramos la envidia de todos! ¡Todos conocen el nombre de Xenotime! ¡No podemos tirar la toalla de esa forma!” “¡Tiene razón! Sabemos que hay otra veta de oro ahí fuera. ¡Y se ha unido un alquimista brillante al laboratorio del Sr. Mugear! ¡Están destinados a tener éxito! Belsio, nunca has tenido madera de artesano. Quizás tú estés dispuesto a arrojarlo todo por la borda, ¡pero nosotros no!” El hombre llamado Belsio se levantó despacio. La atmósfera se volvió tensa mientras hablaba con una voz suave. “Continuad. Seguid buscando esa veta de oro. Pero lo único que hacemos es romper rocas y lanzarlas lejos. Si quieren seguir jugando a los científicos locos en la mansión, dejadles. Pero no tenemos porqué seguir financiando sus juegos con dinero que no tenemos”. Belsio echó un largo vistazo a la sala. Luego puso el dinero de su comida sobre la mesa y salió, dejando a los demás clientes digiriendo sus palabras. “¡Son malos tiempos para todos! Por eso estamos dándole nuestro dinero al Sr. Mugear para financiar la investigación. Ese Belsio es muy pesimista” “Mugear está colaborando con muchos alquimistas. Si alguien puede hacer una piedra que transforme las rocas en oro, es él. ¡Y luego volveremos a intentar superar a cada orfebre!”. “¿¡Pero no deberíamos al menos considerar otras alternativas!?” “¿Y a ti qué te pasa? ¿Vas a dejar de ser orfebre así como así?” “No quiero dejarlo. Pero mi hijo no está bien y estoy pensando en mudarme y cambiar de oficio. Estoy estancado en esta ciudad”. “Pero si te quedas, al final –“

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Vamos, vamos”, interrumpió Lemac, “hablar no solucionará las cosas. Tenemos que mantenernos ocupados. Norris, has estado buscando un experto para que ayude a encontrar esa veta de oro, ¿no? ¿Qué tal te va? ¡Tenemos que regresar a la mina! Delfino, ¿no te habían encargado un artículo de oro?” Lemac se abrió camino a través de la sala, dando palmadas en las espaldas de la gente. El hombre que habló al fin fue el que había criticado duramente a Belsio. “Tienes razón”, dijo el hombre, levantándose de su asiento. Lemac se giró hacia Edward. “Delfino es el mejor orfebre de la ciudad. Ha creado algunas piezas más pequeñas que no son demasiado caras. Deberíais echarles un vistazo. No hay mucho más que ver por aquí” “Gracias”, dijo Edward, “pero lo que realmente me gustaría ver es el laboratorio del Sr. Mugear”. Lemac y los demás, la mayoría a punto de salir, se quedaron parados. Se rieron ante el tono serio del chico. “¡Apenas eres más mayor que mi hija!” dijo Lemac, alborotando el pelo de Edward. ¿De verdad te interesa la tontería esa de la Alquimia?” Para Lemac, Edward sólo era un niño, y la Alquimia una ciencia imposible. Todas las esperanzas de los ciudadanos pendían de ella, pero jamás habían soñado con entenderla. “El laboratorio está prohibido. No se permite entrar a nadie” dijo uno de los hombres. “Es la primera vez que veo a un crío interesado en Alquimia” añadió. “¿Tu padre te ha dado permiso?” Todos miraron a la armadura bronce de Alphonse, que estaba junto a Edward. “¿Huh?”, farfulló Alphonse, sin pillarlo. Edward le lanzó una mirada fulminante. Eso era nuevo. “¿¡Qué!?” Alphonse miró ferozmente a su hermano. “Lo siento” dijo Edward. Rió. “¡Sólo que es la primera vez que alguien te ha confundido con mi padre!” El insólito par compuesto por un chico bajito y una armadura gigante habían sido confundidos con muchas cosas. Era normal asumir que el más alto, el de la armadura, era el mayor de los dos. Y si no se presentaban como hermanos rápidamente, la gente empezaba a sacar todo tipo de conclusiones. Les habían tomado por vagabundos viajeros, por un par de legendarios granujas, por un chico de la realeza y su caballero guardián – pero nunca antes por un padre y su hijo. “¿No es tu padre?”, preguntó el hombre. Parecía sorprendido por la reacción de Alphonse. Miró a Edward, que sonrió. “Somos hermanos” dijo Edward, pronunciándolo con claridad. “¿¡Hermanos!?”. “¿¡En serio!?”. “Es cierto”, dijo Alphonse. “En realidad nos parecemos”. “Creo que vuestras voces sí que suenan parecidas” “¡Perdón!”

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“No pasa nada”, dijo Alphonse, rechazando la disculpa con una de sus manos acorazadas. “Ocurre todo el tiempo”. “Bueno, ¡aún me siento mal por haber dicho que eras su padre!”, dijo el hombre dándole una palmada a Alphonse en el hombro. “Seguramente has tenido de sobra con preocuparte de vigilar a tu hermano pequeño, ¡para que encima te tomen por su padre!” Un largo silencio. Por fin Edward dijo – un poco bastante fuerte – “¡Es mi hermano pequeño!”. La multitud volvió a sorprenderse. No importa las veces que ocurriera, nunca fallaba en sacar a Edward de quicio. Alphonse le miró de reojo y suspiró. Habiendo cometido un malentendido tras otro, los ciudadanos no sabían que decir. “¡Papá, estoy en casa!”. Una alegre voz cortó la tensión. “¡Bienvenida, Elisa!” Lemac extendió los brazos y una niña se lanzó a ellos. “Esta es mi hija, Elisa. Elisa, dile hola a nuestros invitados” La chica se volvió. “¡Hola!” Edward saludó con la mano, y los ojos de Elisa se agrandaron. “¡Hey, es ese alquimista!” gritó. Una vez más, los ciudadanos se sorprendieron. “¿Qué dices, Elisa?” Elisa se giró hacia su padre, con los ojos brillantes. “Él tiró nuestra grúa, ¡pero después la reparó con Alquimia!” Lo vi todo. Hubo un gran destello de luz. ¡Fue tan bonito!” Lemac miró a Edward, era evidente que había desconfianza en sus ojos. “¿Eres alquimista?”. No era algo que Edward tuviera que ocultar, pero de repente empezó a dudar por si revelaba demasiado. “En cierto modo, sí”. “¿Por eso te interesa ese laboratorio?” “Así es”, contestó Edward. Rápidamente, antes de que alguien lo dijera, añadió “Sé que es difícil creer que alguien tan joven sea alquimista”. Le había hablado a la gente de sus habilidades cientos de veces, pero la mayoría de los adultos no le habían creído. Pero sin embargo, para su sorpresa, nadie en la taberna pareció dudar lo más mínimo. En vez de eso, la esperanza brillaba en sus rostros. “¿En serio? ¿Eres alquimista? ¡Entonces deberías ir ahora mismo al laboratorio del Sr. Mugear!” “¿Huh?” Edward se quedó pasmado por el repentino cambio de actitud. “¡Puedes ayudarles a fabricar la Piedra! ¿Sabes cómo? Eso es genial, aunque no lo sepas, ¡podrías guiarles por el buen camino!” Los ciudadanos le estrechaban la mano a Edward. “Pensar que eres capaz de usar la Alquimia a tu edad. ¡Aunque ya sabes lo que se dice de las mentes jóvenes! ¡Deberías ir!” “¡Por favor! ¡Por nosotros!” Los hombres siguieron insistiendo para que fueran al laboratorio lo antes posible. Ahora parecían respetarles. “¿Y bien, Al? ¿Qué deberíamos hacer?”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“¡Creo que lo mejor será comprobar el laboratorio!” Encontrar la Piedra Filosofal era el principal objetivo de su viaje, y si ese equipo de investigadores estaba trabajando para crear una de la nada, su impaciencia no tenía límites. Habrían buscado la forma de colarse en el laboratorio si hubiera sido necesario. Pero ser invitados tan abiertamente era un golpe de suerte. “De acuerdo”, consintió Edward. Los hombres sonrieron ampliamente, quizás en respuesta al brillo de emoción en los ojos de Edward. “Estoy seguro de que una nueva perspectiva le va a venir de perlas a esos investigadores” “Parece que hay muchos jóvenes alquimistas hoy en día”, dijo Lemac. “Ahora hay uno trabajando en el laboratorio”. “¿En serio?”, dijo Edward, picado por la curiosidad. Los alquimistas tan jóvenes como él eran pocos y estaban lejos. “¿Y qué edad tiene?” “¿Qué edad tenéis vosotros?” “Quince. Mi hermano Alphonse, catorce” “¡Estás de broma!” Todos miraban de arriba a abajo a Edward, de la cabeza a los pies. Sabía lo que estaban pensando. Alphonse miró nervioso, esperando que los ciudadanos no mencionaran la estatura de su hermano. “¡Quince! ¡Pareces mucho más joven!” “¡Hala! Parece que los alquimistas son cada vez más jóvenes hoy en día. El del laboratorio tendrá la misma edad, ¿no?” “¿Mi edad? ¿De veras?” “Decidnos chicos”, dijo Lemac, rellenando sus tazas de café, “¿Cómo os llamáis?”. Edward le agradeció con la cabeza. “Somos los Elric. Yo soy Edward, y este es Alphonse”. Todos se pusieron tensos. La atmósfera de la sala cambió. “¿Qué ha sido eso?” Era un apellido que todo aquel que supiera algo de Alquimia había oído antes. Edward solía fijarse en la conmoción que producía cuando se presentaba a él mismo y a su hermano como los famosos hermanos Elric. Esa vez no parecía diferente, así que sin pensarlo dos veces, lo repitió. “Soy Edward Elric” Esa vez no hubo sorpresas, si no carcajadas. “¿Tú eres Edward Elric? ¿En serio crees que puedes hacerte pasar por él?” “¿No crees que eres un poco mayor para ir soltando esas trolas, niño?” Edward tartamudeó. “¿¡Ni-, niño!?” “Entendemos que le envidies. El Maestro Edward es un Alquimista Nacional, después de todo” ¡Los ciudadanos dijeron su nombre – “Maestro Edward” – como si le conocieran! “¿Qué quieres decir con eso?”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Nos has hecho reír bastante, chaval”, dijo Lemac. Su voz se había vuelto fría de repente. “Ahora dinos tu verdadero nombre” Nadie creía a Edward. Lo repitió hasta que los ciudadanos parecían que habían escuchado suficiente. Lemac frunció el ceño, mirando a Edward como si fuera un niño cabezota. “Entiendo que un crío quiera imitar a su héroe, pero esto va demasiado lejos. Si fueses más mayor, te haría entrar en razón aquí y ahora” Elisa miraba con tristeza a ambos hermanos. “¡Pero que pasa con vosotros!” farfulló Edward. Lemac ignoró su arrebato. “Mira, reflexionad un poco, y regresad cuando estéis listos para decirnos vuestros verdaderos nombres”. Señaló hacia la puerta. Al no moverse, guió a Edward y Alphonse fuera de la taberna, y lanzó a la calle la maleta, tras ellos. “¡Ya te dije mi nombre! ¡Mi verdadero nombre! ¡Soy Edward Elric!” “Y yo soy Alphonse Elric”, añadió Alphonse, sumiso. Nadie los escuchó. Una voz fluyó de la taberna. “¡Desde el principio sabía que había algo raro en esos dos!” “¿¡Qué!?” gritó Edward. “¿Pero qué mosca les ha picado? ¡No estamos mintiendo! Soy Edward y este es Alphonse. ¡Es mi hermano! ¿Por qué no nos creéis?” “Ed, ¡espera!” Alphonse sujetó a su hermano. Sabía que Edward se pondría a pelear, y eso era lo último que quería. “¡Suéltame, Al!” “Espera”, repitió Alphonse. Se volvió a la pequeña multitud parada en la puerta de la taberna. “Escuchad, todo esto es un malentendido. De verdad somos los hermanos Elric. Sé que es difícil de creer, pero es la verdad” Fue un noble esfuerzo, pero Edward agarró el brazo de Alphonse y lo empujó hacia atrás. “Vamos, Al. No quiero seguir hablando con estos idiotas” “¡Ed!” “¿Qué esperas que haga?” siguió Edward, sin importarle quien lo escuchaba. “Estamos diciendo la verdad, ¡y no quieren escucharnos! Seguiremos nuestro camino. Si queremos ir al laboratorio, iremos al laboratorio”. “¿Era eso, hijo?” preguntó Lemac. “¿Nos mentiste para poder ver el laboratorio? Si nos decís vuestros nombres reales, os dejaremos ir” Edward le miró. “Ya te dijimos nuestros verdaderos nombres. Si no nos crees, no es nuestro problema” Como Edward recogió su maleta, Alphonse le dio dinero a Lemac. “Por la comida. Gracias”. Lemac suspiró. Su decepción podía palparse. Había deseado que aquellos chicos le dieran un empujón a la investigación de Alquimia. “Ojala os hubierais inventado una mentira mejor” dijo Lemac, “pero decir que sois los Elrics…”. Llevó a los clientes dentro. “¿¡Por qué estáis tan convencido de que estamos mintiendo!?”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Lemac se volvió. “Porque los hermanos Elric ya están en el laboratorio”. Cerró la puerta con calma y los dejó allí de pie en mitad de la calle, pasmados.

EDWARD Y ALPHONSE se sentaron bajo un árbol marchitado a las afueras de la ciudad. Se miraron el uno al otro, y Edward se rascó la cabeza. “¿Qué está pasando?” preguntó Alphonse tras un largo silencio. “¿Cómo podemos estar ya allí, Ed?” “Es obvio. El laboratorio necesita alquimistas. Alguien habrá fingido ser nosotros para poder entrar”. Edward cogió una ramita seca. “La gente me conoce por mi título, pero no conocen mi cara. Es la tapadera perfecta si quieres colarte en un laboratorio”. Edward empezó a garabatear el suelo con la ramita. Alphonse miraba. Un esquema simple, rodeado por una lista de todo lo que sabían sobre la Piedra Filosofal. Brillo rojo. Increíblemente densa. Ilimitado poder alquímico. Las palabras estaban ordenadas al azar. Era todo la información que habían recabado de sus viajes. Pese a todos sus sueños sobre la Piedra, nunca habían visto la verdadera. Alphonse sabía bien lo que su hermano estaba pensando. “Ed, vas a colarte en el laboratorio del Sr. Mugear, ¿verdad?” Edward miró al esquema que había dibujado en la tierra. “Llevamos tanto tiempo buscando…”. Su voz era calmada y firme. “Te devolveré tu cuerpo”. La Piedra Filosofal era como el esquema que había dibujado: un sueño, algo de su imaginación. Una brisa suave recorrió la arena, y lentamente desapareció el dibujo de la Piedra. “Conseguiré la verdadera” dijo Edward con determinación. Se levantó. “Después de que anochezca, iremos, Al”. “¿Y qué hay de los otros hermanos Elric?” “Les dejaremos en paz” Edward no pensó mucho en los impostores. Empezó a buscar un punto estratégico para poder ver los terrenos de Mugear. Ganar el título de Alquimista Nacional sólo había sido un paso más hacia su objetivo final: crear una Piedra Filosofal para poder devolver a su hermano a su forma humana. Comparado con la Piedra, unos cuantos graciosillos haciéndose pasar por él y por Alphonse no le importaba mucho. “¿Dejarles… en paz?” “Claro. No parece que hayan hecho algo que pudiera manchar nuestros nombres”. Edward señaló una colina cercana. “Hey, seremos capaz de ver mejor desde lo alto de esa colina”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“¿No crees que hacerse pasar por nosotros es ya algo malo?” Ambos anduvieron hacia la colina. Cuando llegaron, se dieron cuenta que era artificial – solo un montón de rocas desenterradas. De hecho, todas las colinas de los alrededores de la ciudad eran sólo montones de rocas, sobras de muchos años de minería. Cuando los hermanos llegaron a la cima de la colina, miraron abajo, a la ciudad. Desde su posición podían ver que, de todos los edificios de la ciudad, la mansión de Mugear era la más grande. Además, era la única rodeada por un muro – y uno muy alto. “Creo que sólo hay una entrada. Hay guardias, también. Tendremos que cruzar por el muro” declaró Edward. “El otro lado también está vallado. Parece alambre de espinos” Se movieron para tener una mejor vista, cuando escucharon una roca cayendo tras ellos. Miraron abajo y vieron a un hombre agachado al final del montón. Recogió una roca pesada y la colocó en el carro minero que tenía detrás. Era Belsio, el hombre que había cuestionado la dependencia de los ciudadanos por la investigación de Alquimia. “Eres Belsio, ¿verdad? ¿Qué estás haciendo?” preguntó Edward desde lo alto de la pila de rocas. “Quitando rocas. ¿Qué es lo que parece?” respondió Belsio bruscamente sin pausa. Levantó otra roca y la puso en el carro. “¿Sabes? No es seguro estar ahí arriba” añadió, sin levantar la cabeza. “No se puede prever cuando habrá un deslizamiento de rocas” Los dos hicieron caso y empezaron a bajar con cuidado hasta que se colocaron detrás de él. Edward miró dentro del carro minero. Estaba ya lleno por la mitad de rocas. “¿Qué vas a hacer con todas estas piedras?” Belsio señaló un muro cercano de piedra, pequeño y claramente moderno. “Hay un pequeño estanque por allí, pero está lleno de tierra. Voy a ponerle un borde alrededor con estas rocas” “¿Tú solo?” “Sip. Soy el único que lo usa ahora”. Indicó un solitario canal escurriéndose desde el estaque hacia un pequeño campo bordeado con rocas. “Un huerto” dijo Alphonse. Se percató de que había pequeños objetos rojos entre el follaje. “¡Tomates! ¿Has renunciando al negocio del oro, Belsio?” “Sin oro con el que trabajar, no puedo seguir viviendo como artesano. Había que encontrar otra cosa que hacer. Esto es solo para proveerme a mi mismo por ahora, pero al final cultivaré los suficientes vegetales como para poder venderlos. No fue una decisión fácil, os lo aseguro” Belsio levantó la cabeza y miró a los hermanos a los ojos por primera vez. “Hace mucho tiempo, este suelo era rico y fértil y el agua era limpia. Hasta había un río. No era mucho, pero teníamos una vida buena y tranquila. Pero ahora… ¡mirad este sitio! Una vez que encontraron el oro, todo cambió. La ciudad fue a comprar los derechos de la mina para que todos pudieran tener una parte, pero Mugear los compró todos para si mismo”.

19 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“Apiló gran cantidad de trozos de rocas y arena en los bordes de sus terrenos. El polvo de las pilas de rocas volaba entre los campos de sus vecinos, arruinándolos. Como ya no podrían volver a vivir de la tierra, se lo vendieron todo a él, que puso más rocas. Al final, no quedó ni una tierra cultivable en ningún sitio.

Entre eso y el dinero del oro en decadencia, los precios se dispararon. Al final todos tuvieron que trabajar en la mina para sobrevivir. Pidieron a los mejores artesanos que les enseñaran orfebrería. Nos tomamos nuestro oficio en serio, y rápidamente mejoramos nuestra situación”. Belsio tenía la mirada ida mientras recordaba aquellos días donde se demandaba oro, pero cuando volvió a mirar otra vez al montón de rocas, su expresión se volvió amarga. “Todo fue mal en un abrir y cerrar de ojos. No importa cuantas veces se limpie un trozo de tierra, la arena volará hacia él desde la montaña. Mis huertos no crecerán. Así que

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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ahora no tenemos ni oro ni verduras. Y todavía la gente no ve lo que está ocurriendo. Están apostando todo a un sueño – esa Piedra Filosofal”. Edward miró a la tierra seca y polvorienta. Tal y como Belsio había dicho, no había ni oro ni zonas verdes en los lugares donde alcanzaba a ver con la vista, exceptuando el huertecillo de Belsio. “¿Así que todos están esperando que la Piedra Filosofal salve vuestra ciudad?” “Ellos dicen que es capaz de obrar milagros. Que puede convertir estas frías rocas aquí tiradas en oro puro. Sabemos que hay más oro en la profundidad, pero nos llevaría mucho tiempo conseguirlo. Mugear está desesperado por seguir dominando hasta entonces – y volver a ser tan rico como lo era antes. Ha conseguido que todo el mundo le de dinero para su estúpido plan” “¿Por qué invierten en algo que hasta podría no ser posible?”, preguntó Alphonse. “Cuando construyeron el laboratorio, tenían a un alquimista muy reconocido trabajando allí. Fue aprendiz de algún alquimista famoso que trabajaba en los laboratorios de Central. Cuando llegó a la ciudad en busca de investigadores nos fabricó oro, justo delante de nuestros ojos” “¿¡Qué!?” Belsio alejó con una mano el asombro de Edward. “Sólo fue temporal. Las piedras relucieron como el oro sólo unos segundos, después se convirtieron en piedras” Edward permaneció en silencio. “Aun así, fue suficiente para darle a la gente un rayo de esperanza”, continuó Belsio. “El alquimista le dijo a todo el mundo que estaba a punto de perfeccionar su técnica, y le dieron el dinero que él venía pidiendo. Mugear está en el mismo barco que nosotros. No se rendirá ante los competidores que le hacen ofertas por su mansión y la mina. No dejará que se termine nuestra época dorada” “¿Dónde está ese alquimista ahora?”, preguntó Edward con impaciencia. Aunque sus experimentos hubieran sido un fracaso, podrían echarle una mano. Si pudieran hablar con ese alquimista, podrían conseguir alguna pista sólida. Los laboratorios alquímicos de Central eran conocidos por sus dotados investigadores. Pero lo que Belsio dijo a continuación acabó con todas las esperanzas de Edward. “Ya no volverá por aquí. Se fue un buen día. Escuché a Mugear decirlo, se sentía culpable por haber fallado. Aunque yo pienso que se cansó de que Mugear le dijera lo que tenía que hacer”. “Oh” dijo Edward, decepcionado. “Cuando se marchó, la investigación se detuvo. Habría sido mejor para todos si hubiéramos renunciado entonces, pero llegó alguien para continuar lo que él había dejado, alguien con una reputación increíble. Llegó trotando a la ciudad e hizo amigos rápidamente, reparando herramientas rotas y cosas así. Realmente popular, ese tipo”. El falso Edward Elric. Belsio miró a Edward. “Tienes el mismo nombre, ¿no es así?” preguntó sin rodeos.

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“Es un impostor” dijo Edward de forma sarcástica, seguro de que Belsio no iba a creerle. Belsio no pareció inmutarse. “La gente de la ciudad anda un poco nerviosa últimamente. En verdad son buena gente – no son el tipo de gente que le levantaría la mano a un niño. Escuchad, si no podéis quedaros en la taberna, sois bienvenidos en mi casa”. “¿Nos crees, Belsio?” “Bueno, supongo que cada uno tiene su propia vida. Tu eres responsable de ti mismo y tus asuntos no tienen nada que ver conmigo” Parecía que les creía o, al menos, que no le importaba si estaban o no mintiendo. Pero lo más importante, no iba a dejarles dormir en mitad de la calle.

MIENTRAS EDWARD Y ALPHONSE hablaban con Belsio en la pila de rocas, mucha gente estaba reuniéndose en la puerta de la taberna de Lemac. Llevaban herramientas rotas en los brazos. “¿Puede arreglar esto, Maestro Edward?” “Por favor, échele un vistazo a mi pico” “¡Maestro Edward!” En mitad de un círculo de hombres había un chico rubio. Pidió silencio con la mano. “No os preocupéis. Os llegará el turno a todos” Puso un pico roto en la mesa ante él y extendió sus manos. Hubo un gran destello de luz, y el pico quedó como nuevo. “¡Gracias, Maestro Edward!”, dijo exultante el hombre que había parado en el otro extremo de la mesa. El chico sonrió y le tendió el pico. “Cuídalo” Era el joven Maestro Edward. Su pelo rubio y ondulado era corto y tenía los ojos de un azul casi transparente que parecían plateados con la luz. Era obvio que tenía diez y algo años, pero su fuerte físico y la facilidad que tenía para hablar con los adultos le hacían parecer mayor. Los ciudadanos le agradecían su ayuda y le trataban con mucho respeto ya que solía usar su Alquimia para arreglar una herramienta tras otra. Este carismático joven se ajustaba mucho más a la imagen de niño prodigio y Alquimista Nacional que el verdadero Edward. Detrás de todos los que esperaban suplicando para que el impostor examinara sus herramientas rotas y sus máquinas, había otro chico examinando un cincel roto. Era más bajito que el otro pero de aspecto parecido, con el mismo pelo rubio y corto y ojos de color azul-plateado. Era el chico que se llamaba a si mismo Alphonse. “Ah, sólo está torcido por aquí. No te preocupes, tu turno será pronto”. El falso Alphonse echó una mirada preocupada a la multitud. “Por favor espera sólo un poco más” El propietario del cincel sonrió ampliamente. “Esperaré tanto como haga falta. En verdad ya he tenido que arreglarlo varias veces. La zona que estoy cavando tiene el suelo duro y rompe mi cincel”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Ya veo… Lo siento, yo no soy de mucha ayuda”. Alphonse le devolvió el cincel, echando un vistazo a su ocupado hermano. “Tonterías, Maestro Alphonse. Tú ayudas al Maestro Edward con su trabajo. No todos tenemos que ser alquimistas para ser útiles, ¿sabes?” De pronto, el falso Edward vio que sujetaba el cincel. “Alphonse”, le llamó, “no toques eso. Te lastimarás” Eso fue algo amable, pero hizo que “Alphonse” diera un respingo. “Tráelo aquí” “V- vale” El cincel se arregló en un instante. “Edward” lo analizó con cuidado entre sus dedos y se lo devolvió a su dueño. “Perdón por la espera. Sé que tienes muchas cosas que hacer por la mina” “Lo hace lo mejor que puede. Nos honra que deje su investigación para ayudarnos a reparar nuestras herramientas” “Desgraciadamente, es todo lo que puedo hacer sin la Piedra”. Edward se giró hacia la multitud. “¿Siguiente?” El hombre que se llamaba Delfino se acercó y le tendió una pequeña bolsa. “Maestro Edward, esto es de parte de todos nosotros. No es mucho, pero espero que le ayude con su investigación” Se oyó el tintineo de unas monedas cuando dejó la bolsa suavemente sobre la mesa. Edward frunció el ceño. “Se que son tiempos difíciles para todos vosotros…” Delfino rechazó su protesta con un gesto. “Por favor no se preocupe por nosotros, Maestro Edward. La investigación que está haciendo es para nuestro beneficio. Es lo menos que podemos hacer para ayudarle en su trabajo” “Bueno, pues gracias. Le haré saber al Sr. Mugear lo de su contribución. Y simplemente observad – una vez que hagamos la Piedra, ¡os devolveremos cien veces más vuestra inversión!”. Edward recogió la bolsa. “Ya falta poco. Haremos todo lo que podamos” “Cuidaos de avanzar vosotros mismos, Maestro Edward, Maestro Alphonse”, dijo Delfino saludando con la cabeza a cada hermano, por orden. “Gracias”, contestó Edward. “Contamos con vosotros” Los ciudadanos saludaron con la mano y Edward agachó humildemente su cabeza agradeciendo las palabras. Observándoles, Delfino le susurró a Lemac, “el Maestro Edward es un chico asombroso. Puedo imaginar porqué esos viajeros se vieron tentados a hacerse pasar por ellos”. Lemac asintió. “Estoy de acuerdo”. Edward los escuchó por casualidad. “¿Qué decíais sobre unos viajeros?” Lemac y Delfino empezaron a reírse, recordando la escena de la taberna. “Oh, no es nada”, dijo Lemac. “Dos viajeros, en verdad – llegaron hoy a la ciudad, y al preguntarles por sus nombres, ¡dijeron que eran los hermanos Elric!” “¿Dos chicos?”

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“Sí, pero el que decía ser Edward era mucho más joven que usted, Maestro Edward, y el que decía ser Alphonse estaba dentro de una armadura enorme. ¡Y pensar que fingían ser los famosos Elrics! Ni siquiera parecían hermanos. Aunque debe de haberos pasado ya. Supongo que tendréis un montón de fans enloquecidos”. Lemac y Delfino se rieron. No vieron la creciente tensión que recorrió la cara de Edward. “¿Sabían Alquimia?” “Elisa afirma que les vio usarla, pero lo dudo. Debe estar equivocada” Lemac cogió a Elisa y la abrazó. “¡Es verdad!” dijo Elisa, haciendo pucheros. “Vi una luz cuando arregló la grúa. ¡Justo como cuando el Maestro Edward me rescató!” Acariciando la cabeza de su testaruda hija, Lemac sonrió con pesar. “Parece que ambos están interesados en la Alquimia. Me temo que toda la charla ha confundido la cabeza de Elisa. En cualquier caso, se dieron por vencidos y se fueron. Imagino que sólo querían jugar a ser sus héroes. ¡Críos!” “Sí…”, dijo Edward arrastrando las letras. “Creo que aún siguen por la ciudad” añadió Lemac. “Les dije que volvieran cuando estuvieran preparados para decirnos sus verdaderos nombres” Edward puso la mano en su barbilla, como sumido en sus pensamientos. Delfino levantó una ceja. “¿Pasa algo?” “No”, dijo Edward, su sencilla sonrisa había vuelto. “Sólo estaba pensando que es un honor ser considerado un héroe” Los hombres rieron. “Bien”, dijo Edward de forma despreocupada, “será mejor que volvamos al laboratorio. Si volvéis a ver a esos dos otra vez, no le hagáis caso” El impostor de Alphonse le echó una mirada preocupada al impostor de Edward, pero no dijo nada. De vuelta hacia la mansión de Mugear, Alphonse, andando detrás de su hermano, rompió el silencio. “¿Va a suponer eso un problema para nosotros?” “¿Por qué lo dices?” preguntó Edward, sonriendo como quitándole hierro al asunto. Alphonse empezó a decir algo, pero no salió nada de su boca. El chico que se llamaba a si mismo Edward se giró. “Quieres decirles que nosotros somos los impostores, ¿a que sí?” Alphonse asintió. Edward puso el brazo sobre los hombros de su hermano pequeño y lo sacudió cariñosamente. “Escucha, ¿cuál es nuestro objetivo?” “Crear la Piedra Filosofal y salvar la ciudad” “Correcto. ¡Y ya hemos conseguido fabricar un prototipo!” Dio una palmada al bolsillo de su pecho. “¡Estamos tan cerca! ¡Ahora no podemos abandonar!” “Pero –“ “¿Pero qué? Mira, nadie sospecha que no somos los verdaderos hermanos Elric”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Pero si el Sr. Mugear se entera de eso, lo investigará. ¿¡Qué pasaría si sale algo mal? ¿¡Qué pasaría si nos arrestan y nos llevan a juicio!?” “Por eso debemos asegurarnos de que los verdaderos hermanos no se encuentran con el Sr. Mugear. Deben ir tras la Piedra… o tras nosotros. Sea lo que sea, intentarán colarse en el laboratorio” “¿Y qué vamos a hacer?” “¿No es obvio?” dio otra palmada al bolsillo de su pecho. “Lucharé con ellos. Con esto”

LA NOCHE PASÓ y los clientes que bebían en la taberna de Lemac se fueron a sus casas. Una a una, las luces de la ciudad se fueron apagando. Sobre medianoche, cuando casi todos dormían tranquilamente en sus camas, dos sombras cruzaban la ciudad. “¡Al! ¡Por aquí!” susurró Edward. Estaba agachado debajo del muro que rodeaba la mansión de Mugear. Alphonse corrió desde el otro lado del camino, y ambos se sentaron con la espalda apoyada en el muro. “¿Y bien?” “Por la entrada principal es imposible, como habíamos pensado. Hay tres guardias” “Bueno, no veo otras entradas” dijo Alphonse, “supongo que tendremos que subirlo y saltar” Miraron al muro, bañado por la luz de la luna. Tenía unos cuatro metros y medio de altura. Edward dio unos cuantos pasos hacia la calle y volvió a mirarlo. Alphonse tendió sus manos, con los dedos juntos. Sin pararse a pensarlo, Edward corrió a toda velocidad hacia él. Pisando las manos extendidas de Alphonse, se lanzó al aire. A la misma vez, Alphonse empujó con fuerza sus manos hacia arriba, levantando a Edward por los aires. Esa era una maniobra típica de ellos – habían tenido muchas oportunidades de perfeccionarla. La mayor parte del tiempo se la pasaban colándose en la casa de la gente, como ahora, o entrando por las bravas, con cierta facilidad. No era algo de lo que estuvieran orgullosos, en verdad, si no que más bien era el efecto del duro camino que habían recorrido lo que había hecho de ese método el truco mejor perfeccionado de todo su repertorio. Aún así, con lo expertos que eran, era una difícil maniobra para llevar a cabo, y algunas veces la calculaban mal. Alphonse hizo una mueca. Edward estaba casi colgando del filo del muro sosteniéndose con una pierna, enganchada a la parte de arriba. “Al, me has lanzado demasiado lejos” dijo en un silbido. “¡Lo siento! No has cenado” Alphonse agarró el alambre que Edward le estaba pasando. Estaba siendo amable. Si Edward no hubiera sido su hermano, le hubiera dicho la verdad – que Edward simplemente era demasiado ligero. Ambos estaban arriba del muro, e inspeccionaron lo que ocurría dentro de los terrenos de la finca. Cuando estuvieron seguros de que nadie podría verles, usaron el alambre para bajar hasta el suelo. Llegaron al suelo sin problemas.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Se sentaron inmóviles. No había guardias cerca. “Parece que lo hemos conseguido” “Sí” Suspiraron de alivio y miraron alrededor. El patio que encontraron era muy amplio. Los árboles llenaban el terreno, un rico color verde que contrastaba bruscamente con el follaje seco de fuera. Quizás el alto muro los protegía del choque de las partículas de arena que había arruinado el resto de vegetación de la ciudad. Más allá de las sombras de las hojas distinguieron la enorme mansión. Los hermanos se pusieron en camino, zigzagueando a través de los árboles. Pronto llegaron a donde se acababan los árboles y la mansión se hizo visible. “Me pregunto dónde estará el laboratorio” susurró Alphonse. “No les veo usando una habitación corriente. Probablemente necesiten químicos y fuego para sus experimentos. Querrían un lugar donde pudieran controlar la temperatura” Edward estudió el edificio. Desde donde estaban parados, podían comprender fácilmente la distribución del lugar: una planta de cuatro esquinas con un enorme corredor abierto al frente y ventanas altas en las paredes. En la pared trasera las ventanas estaban separadas uniformemente, quizás indicando una fila de habitaciones similares. En una esquina, una habitación sobresalía del resto del edificio. Parecía tener una única ventana pequeña. “¡Allí! ¡Lo encontré!” señaló Edward. “Mira esa habitación, alguien la añadió después de que el edificio estuviera terminado. Es bastante grande, pero sólo hay una ventana. Y fíjate en esa chimenea. Todo el mundo debe estar durmiendo, pero sale humo de ella” Alphonse asintió. “Tiene sentido. Tienes que mantener los experimentos noche y día cuando estás usando Alquimia. Venga, ¡vamos a ver lo lejos que han llegado!” Se movieron hasta el otro extremo. Una luz emanaba de la pequeña ventana del laboratorio. “¿Hay alguien aún levantado?” preguntó Alphonse. “Lo dudo. Apuesto a que sólo es un fuego para mantener los experimentos a una temperatura constante”. Edward se volvió hacia Alphonse. “Si hay alguien ahí, les atraeremos. Y luego podrás llevártelos” “¿A dónde?” “A algún sitio lejos de aquí” En voz baja, los hermanos trazaron su estrategia. “Y si no hay nadie en casa”, continuó Edward, “haremos saltar la cerradura o la forzaremos. Una vez dentro, primero iremos por los datos de la investigación. Incluso si han conseguido un prototipo de la Piedra, no sabremos como la han hecho con sólo mirarla. Mejor examinar sus notas” “¿Y si tienen una Piedra Filosofal?” “Dudo que hayan completado una. Pero si la tienen, la dejaremos. Si robamos algo de tanto valor y nos pillan, estaremos en un gran problema”

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“Pero si leemos sus notas, no tendrán ninguna prueba y no podrán pillarnos, ¿verdad?” “Exacto. Todo lo que tenemos que hacer es conseguir una lista de sus materiales y la información de su proceso alquímico. Luego podremos hacerla nosotros mismos. Me dejaría un mal sabor de boca robar la Piedra que los ciudadanos han estado esperando todo este tiempo” “A mi también” Los chicos querían tanto la Piedra que hasta les dolía, pero nunca podrían robar la única esperanza de la ciudad. Aunque habían roto unas cuantas reglas algunas veces, nunca habían tenido la intención de herir a nadie. “Correr rápido…” dijo Edward. “Abrir la puerta…”, continuó Alphonse. “Encontrar las notas de la investigación…” “… ¡y leerlas tan rápido como podamos!” “¡Bien!” “Muy interesante”, opinó una voz desde arriba. Las cabezas de los hermanos se giraron rápidamente hacia arriba. Alguien estaba mirándoles, con los brazos doblados delante del pecho. “Ya veo”, dijo. “Un plan descarado, pero sin muchos riesgos. Lo apruebo”. No conocían a su observador, y este no parecía preocupado ni lo más mínimo de que ellos fueran intrusos. Ahora pudieron distinguir una figura más pequeña detrás de él – un niño. Edward y Alphonse se miraron. Despacio, se pusieron de pie y dieron varios pasos atrás. Su observador les miraba con calma. “Y bien”, dijo Edward en voz baja, “¿Quién demonios eres?” Su observador se rió a carcajadas. “Vosotros sois los que habéis entrado sin permiso. Me gustaría haceros la misma pregunta” Edward le estudió. Examinándole más detenidamente, no parecía ser mucho más mayor que Edward. Y el hecho de no estar sorprendido por encontrarse a Edward y Alphonse solo podría significar que había estado esperándoles. Unos ojos plateados con un débil tinte azulado estudiaron a Edward como respuesta. Ese debía ser del que había oído hablar, el alquimista de la misma edad que Edward que trabajaba en el laboratorio. “¡Tú eres el impostor que finges ser yo!”, declaró Edward, retándole a que lo negara. “Es difícil entrar en un laboratorio cuando eres tan joven como yo. Necesitábamos nombres. Grandes nombres. Para nuestra suerte, un tal Edward Elric se convirtió en Alquimista Nacional a temprana edad. Tu duro trabajo hizo maravillas abriéndonos las puertas. Te debemos las gracias” “¿¡Gracias!?” Edward no podía creerlo. Lo había reconocido – y peor, ¡le estaba dando las gracias de una forma muy educada! “¡La gente nos trata como mentirosos por tu culpa! Mira, ¡tu juego se ha acabado! ¡Dile a la gente la verdad!” Edward había sido el primero en decir que estaban ahí por la Piedra Filosofal y que debían olvidarse de los impostores, pero ahora que aquellos impostores estaban ahí parados enfrente suya, estaba furioso.

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El impostor sonrió. “Lo siento, pero eso no va a ocurrir. Aún necesito tu nombre” “¿¡Qué!?” “Sigue interpretando tu parte del teatro un poco más, por mi, ¿vale?” “¡Tú eres el que va a quedar ‘en partes’, amigo!” Comparado a Edward que echaba chispas, el impostor permanecía frío y sereno. “Escucha” dijo, todavía sonriendo. “Me he comportado como un Alquimista Nacional muy educado. Hemos tenido cuidado en no ensuciar tu nombre. Por eso, ¡deberías decir que he conseguido mayor reputación que tú!” Edward se quedó sin palabras. “De hecho” siguió el impostor, “cuando usé tu nombre por primera vez, ¡los ciudadanos preguntaron si éramos aquellos sinvergüenzas maleducados de los que habían oído hablar!” “Sí, ¡porque ellos sabían que no eras el verdadero!” “Lo que quiero decir es que no te preocupes. ¡Voy a mejorar tu imagen!” “¿¡Qué!?”, resopló Edward. Tras ellos, Alphonse puso los ojos en blanco. “Ed, sólo está picándote. Cálmate, ¿vale?” Por detrás del falso Edward, el chico más pequeño habló. “¿Por qué siempre haces eso a la gente… decir cosas para hacerlas enfadar?” En una contraimagen, ambos hermanos mayores habían sido regañados por sus hermanos menores. Se quedaron en silencio. No era momento de empezar un numerito cómico. Ambos Edwards se miraron en silencio, hasta que el verdadero Edward recordó su objetivo al fin y se quitó la chaqueta. El impostor estaba en medio entre él y la investigación esencial de la Piedra Filosofal. Y, lo que era más importante, Edward en verdad quería golpear algo. “Yo soy Edward Elric, y este es mi hermano, Alphonse”, dijo enfatizando el ‘yo soy’. “Te haré confesar tu verdadero nombre delante de toda la ciudad aunque tenga que hacer que te arrastres por el suelo primero”. El impostor ni tembló. “No hay porqué recurrir a la violencia si lo que quieres es mi verdadero nombre. Soy Russell. Y este es mi hermano, Fletcher” “Eres muy valiente, ¿no?” se burló Edward. “Me aseguraré de informar de esos nombres a Mugear y a los ciudadanos” “Adelante. Nadie te creerá” “¿¡Qu-!?”, tartamudeó Edward. “Después de todo, me parezco más al verdadero que tú” “¿¡Qué!?” “Tengo carácter, tengo compasión, tengo la confianza de un genio de alquimista y tengo estilo” “¡’Estilo’!”, bramó Edward, “¿¡Quién lo dice!?”

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Tras él, Alphonse gimió. Era cierto – nadie hubiera confundido a su hermano con un alquimista de élite. De hecho, si alguien tuviera que elegir entre el verdadero Edward y el impostor, probablemente elegirían al falso. Edward también era consciente de eso. Su ira hacia el impostor crecía debido a que él interpretaba el papel mejor que el propio Edward. “No voy a quedarme tranquilo hasta que no le de un buen puñetazo. Alphonse, encontraremos los datos de la investigación cuando me ocupe de ellos” “Esto me da miedo…” Alphonse tragó y retrocedió unos pasos. Cuando estaba a punto de iniciarse una pelea, Alphonse sentía que lo mejor era salir pitando. “¡Veré si has conseguido el potencial para llamarte a ti mismo un Alquimista Nacional!” gritó Edward. Chocó sus manos. Parecía que iba a usar Alquimia, pero de pronto empezó a dar pasos hacia delante. Russell no le quitaba un ojo de encima a las manos de Edward, preparado para el golpe alquímico que seguro que llegaría. Estaba tan centrado que le sorprendió el puño que se dirigió hacia él. Aún así, lo esquivó por los pelos. Edward sonrió. “Ser un Alquimista Nacional requiere fuerza. No pensarías que sólo dependía de mi Alquimia en las peleas, ¿verdad?”. El duro viaje y las prácticas diarias de sparring con Alphonse habían desarrollado su brazo de lucha. Estaba seguro de que iba con ventaja. Russell parecía frágil e inexperto para una pelea a puñetazos. Pero se rió y golpeó su oreja como si borrara el sonido de lo que había estado a punto de suceder. “Bien. Estoy dispuesto a luchar, no puedo quedarme parado cuando se burlan de mi” No parecía que Russell se estuviera preparando, pero cuando fue a dar una patada, el pie fue volando hacia la cara de Edward tan rápido que Edward se lo podría haber imaginado. Edward lo paró con su brazo. La patada fue tan fuerte que también se lo podría haber imaginado. Edward sacudió su brazo entumecido. Eso no había ido como esperaba, pero muchos tipos parecen más fuertes de lo que realmente son en el primer ataque, y tomó a Russell por uno de esos tipos. Además, tras la patada, Russell estaba en desventaja. Edward arremetió contra él y agarró el brazo de Russell con su mano izquierda. Cerrando su mano libre formando un puño, empujó el pecho del impostor. Si acertaba el golpe, dejaría en un momento a Russell sin aliento. Así ganaría tiempo para darle unos dos o tres golpes más y terminar con él. O eso pensaba… Una vez más, Edward subestimó a su oponente. Russell giró el brazo inmovilizado rápidamente y se liberó, y luego lanzó un puñetazo a un lado de la cara de Edward. Al mismo tiempo, cogió el puño de Edward con la palma de su otra mano – justo como Edward acababa de hacer. Edward se mordió el labio y miro fríamente a Russell. Su oponente era delgado, pero era fuerte, eso quedaba claro tras su golpe. Edward jamás pensó que encontraría a su igual en un chico de su misma edad. Agarrando cada uno los puños del otro, ambos chicos se quedaron mirándose a poca distancia. Ninguno cedió y sus fuerzas estaban bastante igualadas. Russell miró la mano derecha de Edward, que tenía encerrada en su puño. “Tu mano está fría. Veo que has tenido tu ración de problemas”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Russell evidentemente se había dado cuenta que la mano era de automail. Una mirada a la pierna izquierda de Edward fue suficiente para hacerle saber que era también un automail. Edward hizo una mueca. “Sí, pero tu tampoco has conseguido tanta fuerza estando tumbado en alguna playa toda tu vida” Mientras hablaban, poco a poco, el puño de Edward estaba siendo empujado hacia arriba. Estando ambos tan cerca, quedaba claro que Russell le sacaba más de una cabeza a Edward. Ambos habían estirado los puños, pero mientras el de Russell estaba dirigido a la cara de Edward, el de Edward estaba dirigido al pecho de Russell. Si Russell levantaba su puño, le daría a Edward y el equilibrio de la fuerza se volvería en su contra. Russell no actuaba en plan chulo con sus métodos, pero éstos indicaban que tenía mucha práctica. Y para colmo, parecía que tenía fuerza de sobra. Al ver que Russell le sonreía desde arriba, Edward se dio cuenta por primera vez que estaba en desventaja. “No eres el único que ha tenido una vida difícil” “Eso parece” Aunque eso les molestaba, estuvieron de acuerdo en algo y, como si eso fuera una señal, ambos se soltaron. Edward retrocedió y juntó sus manos. Era el momento de usar la Alquimia. “¡Es hora de salir a la calle a luchar!” gritó, empujando de repente el suelo de piedra del patio. “Quiero ver ese laboratorio tuyo, ¡y lo haré de esta forma!” Parecía como si todo el aire de alrededor del suelo se moviera y endureciera. En un instante, las baldosas se hicieron pedazos y se reformaron. Cuando terminó el remolino invisible, un muro crecía desde el suelo, levantado por la mano de Edward. Siguió hasta que el muro fue tan alto como él, y después chocó las palmas de sus manos, provocando un saliente en el lado contrario. El saliente transformó el material del muro en muchas formas cónicas – pinchos que disparó hacia Russell con la misma rapidez con la que empujaba Edward con su mano. Como los estaba disparando, el muro iba disminuyendo, como algo vivo que había sufrido una metamorfosis y se había convertido en unos tentáculos duros y punzantes. “¡Volad!” gritó Edward, mandando sin parar los pinchos que tiraba contra su adversario. Russell no era un novato ante esas batallas, así que las esquivaba – por eso Edward se aseguró de lanzarles unos pinchos extras de más por si acaso. “¡Impresionante! ¡Ni siquiera necesitas dibujar un círculo de transmutación!” Russell de verdad estaba impresionado. Pero aunque sus ojos brillaban de asombro, no parecía nervioso. “Realmente eres un Alquimista Nacional”, observó como ponía sus manos en el patio. Ahora le tocaba a Edward sorprenderse. Tal y como Edward había hecho, el impostor creó un muro con las baldosas. Las lanzas que salían de su pared chocaban con las que Edward le lanzaba, y como colisionaban en mitad del aire, se hacían polvo. La batalla terminó en cuestión de segundos. Sin embargo, había sido lo suficientemente larga como para que cada combatiente pudiera estimar la fuerza del otro. Edward clavó la mirada en Russell fijamente.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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Usaban exactamente los mismos métodos. Su fuerza estaba igualada. Ninguno usaba círculo de transmutación. Ambos habían hecho hazañas que superaban a cualquier alquimista de nivel medio. Edward no se estaba enfrentando a un simple aficionado a la Alquimia. Tenía el talento y la fuerza para competir con un alquimista al que muchos llamaban genio… o quizás… Una luz resplandeció en la cara de Edward. Russell rió. “La tienes, ¿verdad?” Como respuesta a la pregunta que Edward dijo medio en susurros, Russell puso su mano en el bolsillo de su pecho. Sus yemas llegaron dentro y hurgaron, buscando. Ante la fija mirada de acero de Edward, sacó algo y lo sostuvo con sus dedos índice y pulgar. Un fragmento rojo. Era pequeña y tan traslúcida que parecía que se iba a romper de un momento a otro. Era algo precioso, brillando con la luz de la luna. “La Piedra Filosofal…” Era lo que Edward andaba buscando. La Piedra legendaria, capaz de romper las leyes de la Alquimia. La verdadera. “¿La has completado?” “Sólo es una versión de prueba” “¿Y por eso has podido luchar contra mi de esa manera?” Las habilidades alquímicas rudimentarias de Russell se habían magnificado por el poder del prototipo que llevaba. Miró a Edward. “Como ya dije, solo es una versión de prueba. ¿La quieres?” “¡Pues claro!”, Edward no tenía ni que pensar la respuesta. Sólo con imaginar la de pistas que podría obtener con esa Piedra, ¡con algo de suerte! “Claro que la quieres. Que pena que no pienso dártela” Russell metió de nuevo la Piedra en el bolsillo. “He hecho un puñado de ellas, pero son de uso limitado. Tendrán que ser mucho mucho mejor antes de poder usarlas para crear oro que dure sin convertirse en polvo. Por eso tengo que seguir mi investigación. Y por eso tienes que irte. Ahora” “Eso no va a pasar” “¿En serio? Tu sigue insistiendo, que el Sr. Mugear no tardará en empezar a sospechar” “Eso parece ser problema tuyo” escupió Edward. “Una pena” suspiró Russell. “Supongo que ahora tocan tácticas más enérgicas”. Edward se preparó para la acción. “¡Cogeré esa Piedra, y haré que confieses delante de toda la ciudad!” “¡No te daré la Piedra, y probaré que soy mejor que el verdadero!” A la misma vez, ambos chicos agarraron las baldosas que se habían roto durante la pelea previa. Las luces de las reacciones alquímicas echaban chispas por el aire y enormes espadas de piedra se formaban en sus manos.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“¡Haré salir una disculpa de esa bocaza que tienes!” “¡Haré que me supliques antes de que eso ocurre!” “¡Ja!” “¡Ja!” Un instante después, corrieron el uno hacia el otro y se golpearon. Alphonse miraba calculando todo el rato la distancia entre él y el laboratorio. Había esperado escabullirse un rato mientras su hermano luchaba con el impostor, pero las oportunidades eran escasas. Russell luchaba de espaldas al laboratorio y, si Alphonse lo pasaba de largo, estaba seguro de que lo conseguiría. Incluso si tuviera suerte y lo hiciera, estaría en la línea de fuego de Edward, haciendo que a su hermano le fuera más difícil atacar. No, con las cosas tan cerca, era mejor que no se metiera en medio. Aparentemente, Alphonse no era el único que estaba pensando, porque cuando retrocedió se chocó con Fletcher. “Oh, perdona”, se disculpó automáticamente Alphonse. Fletcher se apartó, sumiso. “Lo siento” “Ha sido culpa mía” El chico que se estaba haciendo pasar por Alphonse Elric era bastante pequeño, incluso más que Edward. Era delgado y, a diferencia de su hermano con tal mal genio, le pareció dulce y amable. Alphonse bien podría haberse enfadado por haberle robado la identidad, pero la mirada preocupada de Fletcher al ver como luchaba su hermano hizo que Alphonse se callara. Podía ver que Fletcher tampoco quería que aquello continuara. Justo entonces, Edward le dio un golpe a Russell en el hombro con una espada de piedra. Fletcher se quedó sin palabras. “Mira” dijo Alphonse, advirtiendo su preocupación, “Estoy seguro de que tu hermano no perderá tan fácilmente – tiene la Piedra, después de todo” Fletcher no dijo nada hasta que no estuvo satisfecho de que su hermano no estaba herido. Se giró hacia Alphonse. “¿Por qué no le estás ayudando, Alphonse? También puedes usar Alquimia, ¿verdad?” “Un poco”, contestó Alphonse. “Aunque no como mi hermano. ¿Y qué hay de ti?” Si Russell podía usar Alquimia y su hermano pequeño le estaba ayudando con la investigación, era lógico que Fletcher pudiera usar la Alquimia aunque fuera sólo un poco. Fletcher parecía a punto de decirle algo cuando Russell lanzó una espada directamente hacia ellos. “¡Wow!”. En una milésima de segundo, Alphonse agarró a Fletcher y lo apartó a un lado. “¿¡Intentas herir a tu propio hermano!?” le gritó Edward a Russell. Russell parecía nervioso. “¡E-es difícil contenerse cuando uso la Piedra! Fletcher, ¿¡estás bien!?”. “E-estoy bien, gracias a Alphonse”, dijo Fletcher. “Gracias, Alphonse”

Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim

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“De nada”. Alphonse dejó a Fletcher en el suelo, fijándose en todas las marcas que la pelea había causado en el suelo del patio. Había por todos lados adoquines rotos por los ataques de Russell, quizás debido a su inexperiencia utilizando la Piedra. Había sido una competición violenta. Los hombros de Edward subían y bajaban por el esfuerzo de esquivar los ataques de Russell, y las piernas de Russell temblaban de agotamiento. Alphonse se imaginó que era hora de retirarse. Su hermano no estaba por la labor de luchar con la cabeza fría, y si seguía así seguro que acabaría herido seriamente. “¡Ed! ¡Vámonos!” “¿¡Huh!?” Fletcher corrió hacia su hermano atravesando las piedras rotas. “¡Ya basta, Russ!” “¿Qué quieres decir?” dijo Russell mirándole con el ceño fruncido. Ninguno de los dos estaba preparado para escuchar a sus hermanos, pero con ambos hermanos menores intentando poner fin a la pelea, la tensión disminuyó. La pelea estaba llegando a su fin. “Ed, si te lastimas, no podremos escapar. Dejémoslo por esta noche”. Empujó a un Edward gruñón hasta el muro que habían escalado. Mientras, en el patio, Fletcher contenía a Russell para que no les siguiera. “Si el Sr. Mugear nos ve, nos pillarán. Ha sido suficiente por esta noche” Russell empezó a decir palabrotas, pero se dejó arrastrar por Fletcher, que le alejaba de la pelea. Edward, que estaba siendo arrastrado por su propio hermano, le llamó. “¡Hey! ¿Qué edad tienes? ¡Yo quince!” Russell se encogió de hombros ante la inesperada pregunta. “¿Qué importa? Ya te vas. ¡Y no vuelvas!” “Vamos, Ed. Salgamos de aquí”, instó Alphonse. Pero Edward no estaba satisfecho. “¡Espera! ¡Dime qué edad tienes!” Russell sonrió con sarcasmo. “Quince, igual que tú. ¿Satisfecho?” Alphonse por fin arrastró a Edward, que gemía, hacia fuera. “¡Un segundo estás loco de atar y ahora te pones a llorar como un crío!” se quejó. Una vez sobrepasado el muro, ambos se dirigieron hacia la casa de Belsio a las afueras de la ciudad. No habían entrado en el laboratorio, pero habían evitado que los guardias los capturaran y, por el momento, podrían descansar. Edward miraba hacia delante mientras andaban. Al fin, habló. “Hey, Alphonse…” “¿Qué?” “¿Qué piensas?” “Bueno, está usando una Piedra de prueba” contestó Alphonse, repasando la batalla mentalmente. “Pero era muy bueno. Creo que sabe mucho de Alquimia” “No me refería a eso”. Edward meneó la cabeza bruscamente. “¿Huh? ¿Qué, entonces?”

33 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“¿¡Qué edad crees que tiene!? No creerás que tenga mi misma edad, ¿verdad? Si fuera así, entonces como es que…” “¿Huh?” Alphonse miró confundido a su hermano. Había pensado que su hermano se refería a la Piedra. Edward miraba al vacío, claramente angustiado. “Era más alto que yo…” Si estaba fingiendo ser más joven, vale, Edward podría haber vivido con eso. Pero si realmente tenían la misma edad, ¿entonces como podía sacarle una cabeza de altura? ¡No era justo! “¿De verdad tiene quince años?” preguntó Edward, medio para si mismo. “Si es así, ¿por qué es mucho más alto que yo? ¿¡Por qué!?” Tras una pausa, Alphonse suspiró con cansancio. “No lo sé. ¿Quizás porque bebe mucha leche?”

MIENTRAS TANTO, el Sr. Mugear había llamado a los falsos hermanos al salón principal de la mansión. La ciudad podía estar sufriendo la tensión de los tiempos difíciles, pero el salón del Sr. Mugear parecía de todo menos pobre. Al ver tanto lujo en el interior, uno podría preguntarse si el Sr. Mugear realmente necesitaba el dinero que pedía a los ciudadanos para la investigación. La verdad era que los préstamos eran parte de su plan. Incluso si consiguiera sintetizar oro con Alquimia, sin los artesanos de la ciudad Xenotime nunca recuperaría su antigua gloria. Necesitaba que los artesanos trabajaran el oro que él hiciera, así tendría más pedidos de artículos de oro, y podría fabricar más oro para hacerlos. La riqueza que seguiría sería incontable. Mugear no pedía dinero a los ciudadanos para financiar la investigación, sino para mantener a los artesanos cerca. Sin oro, podrían irse a otra parte en busca de oportunidades, pero serían pocos los que se irían sin haber recuperado el dinero ganado con su sudor. Tenían que esperar a la Piedra de Mugear. “Así que habéis echado a unos bandidos, ¿eh, Maestro Edward?” Mugear subió las escaleras del salón a zancadas, con su perfil rechoncho perfilando una figura imposible incluso desde la distancia. Había estado comiendo bien. “No fue nada importante. Metieron sus narices aquí para echar un vistazo a nuestro laboratorio, pero huyeron con el rabo entre las piernas. Me alegra que esté bien, señor”. “Acepté tu sugerencia de esconderme en el sótano. Pero dado tu poder, pensé que quizás no fuese necesario. ¡Quería ver una pelea entre alquimistas!” Russell se inclinó con elegancia. “Ay, no soy perfecto. Incluso en una batalla como la de esta noche, siempre hay una posibilidad de que… Bueno, no soportaría si saliera lastimado, señor” Mugear rió. “Ah, sí. Si algo me ocurriera, ¡no podrías continuar tu investigación!” Russell sonrió. “Me declaro culpable del cargo, señor. Pero soy un alquimista, ¿y qué alquimista no quisiera, más que nada, crear la Piedra Filosofal?” “No fuiste capaz de crearla con el dinero para investigación que el ejército te dio”, puntualizó Mugear, elevando una ceja.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Si la hiciera con la ayuda del ejército, los frutos de mi trabajo irían para el ejército. Por eso prefiero llevar a cabo mis experimentos en secreto” Mugear sonrió ampliamente. Parecía compartir con Russell el desprecio por el ejército. “Entonces seré tu amigo. Debes llevar a cabo todas las investigaciones que desees en mi laboratorio reservado para ello” “Gracias, señor. Y el día en que nuestro trabajo esté completo, le entregaré la Piedra Filosofal” “Eso espero. Ahora, me voy a la cama. Quisiera ver algún progreso pronto…” “Desde luego, señor. Buenas noches”. Russell miró a Mugear subiendo las escaleras, luego se giró y salió. La sonrisa ya había desaparecido de sus labios. Fletcher vaciló. Parecía preocupado. “No pongas esa cara”, dijo Russell en cuanto salieron de la mansión camino del laboratorio. “Me las he apañado bien. Actúa nervioso y sospechará algo”. Se volvió hacia su hermano y sonrió. La preocupación desapareció de la cara de Fletcher. “Pero… el verdadero Alquimista Nacional ha estado aquí esta noche, Russ. ¿Cuánto más vamos a poder mantener nuestro secreto?” “Tanto como podamos mantener a esos dos alejados del Sr. Mugear. Si sobreactuamos o intentamos sacarles de la ciudad, sólo levantaremos sospechas. Nos encargaremos de ellos sólo si surge la necesidad. Afortunadamente, Mugear no sospecha nada. Vamos, tenemos que seguir investigando” “Sabes lo que ocurrirá si nos pillan, ¿verdad? Hacernos pasar por personal militar, engañar a los ciudadanos… ¡Hemos cogido su dinero!” Russell volvió la cara hacia su hermano.”Escucha, para hacer la Piedra Filosofal necesitamos dinero y el equipo adecuado. Ahora mismo tenemos eso. No podemos dejarlo. Estará terminada pronto. Sólo tenemos que seguir así hasta entonces” “¿Cuánto tiempo llevas diciendo que casi la tenemos? ¡Sabes que no podemos hacerla nosotros solos!” Russell suspiró. “Tienes razón. Necesitamos más información. Paciencia, sólo un poco más” “¡Russell!” “Es por el bien de la ciudad”, murmuró Russell. Regresó al laboratorio, dejando a Fletcher sólo en el salón. “No quiero seguir mintiendo”, dijo suavemente. Pero no había nadie que le escuchara.

35 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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A LA MAÑANA SIGUIENTE, Edward abrió sus ojos para ver la parte inferior de la cornisa de la casa de Belsio, localizada en las afueras de la ciudad. El sol ya estaba alto en el cielo y su luz molestaba sus ojos legañosos. Al sentarse, la arena le cayó por la cara. “Duerme fuera en un lugar como este y te levantarás con arena en el pelo”. La voz de Belsio emanaba de la parte delantera de la casa. Estaba sentado trabajando con algún tipo de herramienta. Cerca de él, Alphonse estaba engrasando las ruedas de un carro de la mina. “Buenas, Ed. Tienes arena en la cara” Edward gruñó y se quitó la arena de la cara. Su cabeza le martilleaba como consecuencia de la pelea de la noche anterior. Belsio rió. “Te dije que podías dormir en la casa, pero no me escuchas”. “Si la gente de la ciudad se entera de que nos has acogido, ¿qué dirían?” “Ni idea. Estuve en la ciudad, y a nadie parecía preocuparle” Edward le echó una mirada perpleja. “No importa” siguió Belsio, moviendo su mano desdeñosamente. “Tu hermano ha traído agua en ese recipiente de ahí. Lávate. Límpiate bien los ojos. Mucha gente de la ciudad no ve bien a causa de la arena” Edward le dio las gracias, se levantó y se quitó el polvo. “Un lavado suena bien, ahora mismo”. Localizó el bidón de aceite lleno de agua y lo llevó a la parte trasera de la casa. Edward se acarició su rugiente estómago. “¡También podría ir por un poco de comida!”. Consideró la taberna de Lemac, pero las posibilidades de que les echaran a patadas eran bastante altas. “Anoche no cenamos…” El estómago de Edward rugía mientras se quitaba la arena de su cuerpo. Un repentino dolor agudo le hizo pararse bruscamente. Al levantarse la camiseta vio que estaba cubierto de cardenales negros y azules. No se había dado cuenta antes, pero ahora que lo había hecho, le dolía todo. “Ese gilipollas no se contuvo, ¿verdad?” Por supuesto, Edward tampoco – pero saber que el impostor debía de estar tan herido como él alivió un poco el dolor de Edward. ¡Las cosas que ese chico había dicho! Había intentado de veras sacarle de sus casillas. E hizo que Edward se pusiera más furioso aún al ver que el otro había tenido éxito, lo que le hizo perder la calma. Y sin mencionar que, aunque tenían la misma edad, el impostor le sacaba una cabeza. “¡Mintió sobre su edad! ¡Lo sé!” insistió Edward, sonando más esperanzado que confiado. “Vamos a ver… Crezco unos 5 centímetros al año… Y nos llevamos unos 20 centímetros… así que… ¿cuatro años? ¡Con lo que tendría diecinueve!” proclamó Edward, obviando la posibilidad de que él no tenía porqué crecer 5 centímetros el año siguiente. En algún punto había pasado de estar estimando la edad de Russell a imaginarse a si mismo con diecinueve años: alto, guapo,...

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Traducción: Bluwim


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“¡Diecinueve!” vociferó Edward, regresando a donde estaba Alphonse con una amplia sonrisa. “Um, ¿Ed?” ¿Estás bien? Tienes una sonrisita de satisfacción…” “¿Huh? N-nada”. Edward se echó el pelo por delante para ocultar su cara. Quería levantar sus pulgares y gritar, ¡Yo a los diecinueve! ¡Chúpate esa!, pero Alphonse sólo le taladraría con la mirada y eso sería el fin de todo. Edward se giró y se encontró cara a cara con Elisa, la chica del día anterior. “¡Hey! ¡Sois los hermanos bandidos!” “Oh, hola. Eres la hija de Lemac, ¿no?” “Sip. Soy Elisa” Sonrió como si hubiera olvidado todo lo que había ocurrido el día anterior. “Elisa ha venido desde la ciudad” dijo Belsio. “Dice que Lemac os invita a comer”. “Gracias, pero no quiero que me vuelvan a llamar mentiroso” “¿Aún fingís ser los hermanos Elric?”. Elisa puso las manos en sus caderas y empezó a hacer pucheros. “Mentir está mal, ¡lo sabéis!” “¡No estamos mintiendo!” “Papá dice que querer colarse en el laboratorio está mal. Pero dice que es gracioso. ¡Dice que ya debéis estar entusiasmados con la Alquimia como para haber llegado tan lejos!” Edward sonrió amargamente. Aparentemente era inútil convencer a Elisa de la verdad. “Bueno, porqué no. Iremos a comer” “Bien, ¡pero no más mentiras!” Elisa salió corriendo hacia Belsio. “¿No vienes con nosotros, Elisa?” la llamó Alphonse desde atrás. Ella no daba señales de parar de correr. “¡Hoy voy a ayudar al Sr. Belsio!” gritó por encima del hombro. Ambos vieron como Elisa y Belsio avanzaban hacia el jardín, antes de girarse y dirigirse a la ciudad. A lo largo del camino, la gente con la que se encontraban les lanzaba frías miradas y risas. Algunos hasta les aconsejaron que se dejaran de tonterías y cortaran el rollo. Aparentemente, lo de su humillación se había extendido por toda la ciudad. Aun así, al menos no eran tratados como fugitivos. Todos parecían haberles tachado de niños traviesos. Al llegar a la ciudad, Alphonse fue a echar un vistazo por ahí mientras que Edward fue a la taberna. Ayer un visitante, hoy el hazmerreír. Edward entró arrastrando los pies a la taberna de Lemac con el ceño fruncido. “Aquí estás. ¿Hambriento?”. Lemac le recibió con gran condescendencia, pero fue alegremente a la parte de atrás a prepararle el desayuno. “Y bien”, dijo Lemac desde la cocina. “He oído que intentasteis colaros en la casa del Sr. Mugear anoche”. No quería perder el tiempo, ¿verdad? “Sí, así es. ¿Cómo lo sabes?”

38 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Lemac rió. “Realmente debíais de tener ganas de ir al laboratorio. Haciéndoos pasar por alquimistas, asaltando la mansión de Mugear… Tengo que admitirlo, ¡estoy impresionado!” Edward suspiró. Los malentendidos estaban corriendo como la pólvora, parecía que ya no valía la pena ni defenderse. “Tienes mucha determinación para ser un niño, pero realmente deberías pensar en dirigir tus esfuerzos hacia una dirección más positiva. Si quieres convertirte en un gran alquimista, ¿por qué no te unes a los Alquimistas Nacionales, como el Maestro Edward?” “Como el ‘Maestro Edward’…” murmuró Edward. ¿Por qué nunca nadie le había llamado a él “maestro”?. “La gente cree que toda esa charla sobre la Piedra Filosofal te afectó a la cabeza” “Qué verdad” “¿Y por qué no renuncias a esta pequeña actuación y eres más sincero con nosotros? Dinos tu verdadero nombre” A Edward no le faltaron ganas de gritarle “¡Ya te dije mi verdadero nombre!”. Pero por otro lado, no quería coger el camino fácil e inventarse algo. “Edward”, dijo despacio. “Y mi hermano es Alphonse. Es la verdad” Lemac frunció el ceño. Parecía sumido en sus pensamientos. “¡Es cierto!” insistió Edward. Lemac puso cara de resignación mientras le rellenaba a Edward la taza de café. “Supongo que a veces la gente se llama de la misma forma”. Aparentemente, por fin les estaba dando a los hermanos el beneficio de la duda. O quizás, medio beneficio de la duda. “Aún así, para no confundiros con el Maestro Edward y su hermano, os llamaré Ed y Al a secas, ¿vale?” “Vale” “¡Y no más actuar como bandidos!” El corazón de Edward se hundió en su pecho. Pero era mejor que ser llamado mentiroso y que te echaran a la calle. Decidió que había llegado el momento de agachar la cabeza y centrarse en encontrar todo lo que pudiera sobre la supuesta Piedra. “¿Así que todos están convencidos de que podrán crear una verdadera “Piedra Filosofal?” Lemac se encogió de hombros y empezó a secar unas tazas. “En algo tendrás que creer para poder seguir hacia delante, ¿entiendes?” Edward sabía tan bien lo que quería decir que hasta lastimaba. No había garantías de que la Piedra le devolviera el cuerpo a su hermano, pero no podía perder la esperanza “¿No es duro seguir viviendo aquí mientras?”, preguntó Edward. “Claro, lo es. Algunos se han marchado. Pero otros muchos queremos otra oportunidad para usar nuestras habilidades y volver a trabajar el oro”. “Pero si tienes dinero suficiente como para prestar a Mugear, ¿no podrías usarlo para mudarte y buscar otra mina?” “Bueno, eso no es tan fácil. El Sr. Mugear nos ha ayudado mucho”

39 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Pero el compró todos los derechos de la mina, ¿verdad? Y acabó con todos los cultivos…” Lemac no dijo nada. “¿No es culpa del Sr. Mugear?” Lemac suspiró y se sentó junto a Edward. “Algunos opinan así, pero no es lo que yo pienso. Al menos, no todo es culpa del Sr. Mugear. Claro, queríamos comprar todos juntos los derechos de la mina pero, a decir verdad, no teníamos dinero. Éramos reacios a vender nuestras tierras para conseguir el dinero. Así que el Sr. Mugear aportó su propio dinero para la compra. Y sí, algunos de los campos cercanos a la mina se han estropeado por el polvo, pero nuestras vidas han mejorado. Algunos se lamentaron por haber perdido nuestros campos y cultivos, pero la mayoría nos contentamos con la riqueza que nos será devuelta. Y una vez que uno lo decide, los demás lo seguimos. Por eso aprendimos orfebrería tan rápido. Ahora, ninguno de nosotros puede olvidar aquellos días dorados. Por eso seguimos aquí. Por amor al oro” Perdido en sus recuerdos, los ojos de Lemac parecían perdidos en la lejanía. Edward se preguntó si estaba imaginando aquellos días de demanda del oro o los campos verdes de entonces. Una cosa estaba clara: la ciudad y los ciudadanos necesitaban su antiguo espíritu. “Parece que sigues viviendo en el pasado” Para su sorpresa, Lemac lo afirmó. “Todos tenemos dudas en nuestros corazones. Pero nadie que haya tocado el oro podría olvidar lo que eso era – el Sr. Mugear mucho menos. Queremos que esa gloria vuelva. No podemos cambiar nuestros caminos” “¿Ni siquiera tú, Sr. Lemac?” “Supongo que no. Ahora que he vivido una vida de lujo, no puedo hacer nada pero quiero eso para Elisa. Y tengo que cuidar de mi esposa. Está en un hospital fuera del campo” “¿Tu esposa?” “Sí. ¿Creías que podría haber montado este negocio con mi horrible cocina? Estoy aquí porque tengo que estar, pero esto era de mi esposa. El polvo de las minas le afectó y tuvo que irse. Yo sólo estoy llevando esto hasta que encuentre otra cosa de la que pueda vivir. Es una verdadera lástima”. Parecía resignado por su destino. Una ciudad fuertemente atada a las cadenas de su pasado. Cadenas de oro… Edward suspiró y pagó su comida.

MIENTRAS EDWARD HABLABA con Lemac, Alphonse iba de camino hacia la farmacia de la ciudad con la esperanza de encontrar algunas vendas y linimentos para los moratones de Edward. Los ciudadanos se reían al verle, pero agradecía que no fueran hostiles. “¡Hola!” dijo, agachándose para entrar en la farmacia. Una mujer mayor le echó un vistazo mirando por los huecos de unas botellas que había en un estante.

Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Ah, uno de esos chicos de los que todo el mundo habla. Seguro que habéis estando armando jaleo” Vaya una bienvenida, pensó Alphonse, pero no podía defenderse por lo de haberse colado en la mansión. Decidió dejar el agua correr. Era un cliente, después de todo. “¿Tiene algo que sea bueno para, um, los cardenales?” “Tengo algo” dijo la mujer, animándose. “Deja que te prepare la mezcla”. Señaló a una silla en una esquina. “Ahí tienes una silla – si es que puedes sentarte con esa armadura” “Me quedaré de pie, gracias. No me importa”. Alphonse esperó pacientemente en mitad de la farmacia mientras la mujer llevaba varios botes a la sala de atrás para hacer el ungüento. De repente, la puerta de la farmacia se abrió. “¿Hola?” Era Fletcher. Al ver a Alphonse cerca de la entrada, se paró en seco. Parece nervioso, pensó Alphonse. ¡Es comprensible! Ha robado mi nombre, y la última vez que nos vimos, ¡nuestros hermanos intentaban matarse el uno al otro! La farmacéutica no se había dado cuenta aún de su último cliente. Seguro que teme que vaya a revelar que es un fraude… o quizás piensa que ya lo he hecho. Después de permanecer unos instantes en silencio, Fletcher se giró con calma y empezó a salir de la tienda. Pero entonces la farmacéutica lo vio. “¡Oh, Maestro Alphonse! ¿Necesita algo?” “Um…” la voz de Fletcher tembló, aunque el recibimiento de la farmacéutica le debía de haber convencido de que su disfraz no había sido descubierto. Descubierto o no, tu conciencia culpable no te dejará descansar, ¿verdad? Sin embargo, Alphonse no culpaba al chico por no confesarlo. De hecho, casi le comprendía porque veía que la culpabilidad le recomía por dentro. La farmacéutica les miraba de pie, completamente inconsciente de lo que pasaba por la cabeza de ambos chicos. “Maestro Alphonse, por favor no se enfade con estos chicos. Solo se están haciendo pasar por vosotros porque idolatran el talento del Maestro Edward”. ¡Piensa que está nervioso porque yo estoy “fingiendo” ser él! “No se preocupe, ya le hemos dicho que no os molesten más. Ahora, ¿qué puedo hacer por ti, Maestro Alphonse?” Fletcher parecía estar al borde de las lágrimas. Dudaba entre Alphonse y la farmacéutica, incapaz de decidir lo que hacer o qué decir. “Uh, um… vine por una medicina”, consiguió decir al fin a duras penas. “Algo para los moratones. Mi hermano se ha golpeado…” Su voz se arrastró hasta convertirse en un susurro. “¡Vaya!” dijo la farmacéutica mirando fríamente a Alphonse. “¿Era esa medicina para curar a tu hermano de las heridas causadas en la pelea con el Maestro Edward anoche, por alguna casualidad?”

41 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Alphonse tragó saliva. La mirada de la mujer le estaba traspasando… pero al menos ella seguía preparando el ungüento. Seguramente se lo vendería a pesar de su respuesta, pero no sin antes recriminárselo, justo como su hermano siempre hacía. Antes de que pudiera continuar, Fletcher retrocedió. “Um, en verdad, los moratones de mi hermano no son por pelear. Él se cayó. No tiene nada que ver con estos dos, um, impostores” “Bueno, eso es lógico”, dijo la farmacéutica. “No pensaba que un crío como ese pudiera lastimar a tu hermano”. Le tendió una botella a Alphonse. “Ahí tienes. Gracias por esperar. Remoja una venda en eso y ponlo en el moratón. ¡Y dile a tu hermano que se comporte! El Maestro Edward es de los que perdonan, y los ciudadanos se han tomado todo este asunto como una travesura de niños por ahora, pero si no dejáis de meteros en problemas…” Alphonse miró la botella y le dio las gracias con la cabeza. La farmacéutica cogió otra botella y se la dio a Fletcher. “Y aquí está el ungüento del Maestro Edward y un jarabe en polvo para beber. Sólo disuélvelo en agua caliente. No, no… no tienes que pagarme” “No pasa nada, pagaré. Gracias, señora”. Fletcher pagó todo el dinero a pesar de las protestas de la farmacéutica y salió a la calle junto a Alphonse. Tras unos cuantos pasos, Fletcher se paró con brusquedad. “Lo siento”, dijo, con una voz tan llena de dolor que Alphonse paró en seco. Los hombros de Fletcher temblaban. “Si tanto lo sientes, ¿por qué no les dices simplemente la verdad?” ¿No sería mejor desahogarse? “Lo siento. Nunca imaginé que vendríais por aquí, a esta ciudad. Siento que los ciudadanos se hayan enfadado con vosotros por nuestra culpa” “Así que nunca pensaste lo que pasaría si os topabais con los verdaderos hermanos Elric, ¿huh?” Fletcher asintió tristemente. “Se que no estamos haciendo lo correcto” “¡Pero aún lo seguís haciendo, de todas formas! ¡Eso lo empeora!” “Lo sé. Lo siento”

42 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Alphonse podía decir mirando a Fletcher ahora y la noche anterior que vivir una mentira estaba siendo duro para él. Su hermano mayor, Russell, tenía una cara poco expresiva y había estado tan ocupado golpeando a Edward que no había dado indicaciones de lo que sentía, pero Fletcher era diferente. Todos los movimientos que hacía revelaban su confusión interna. “No estás de acuerdo con tu hermano, ¿verdad?” Fletcher suspiró, incapaz de responder. Estaba cansado de estar mintiendo. “Si puedes pedirme disculpas, ¿por qué no le dices a tu hermano simplemente lo que piensas? Es cobarde no enfrentarse a él” “Lo sé, pero…” la cabeza de Fletcher cayó. “Si me vuelvo en su contra, no tendrá a nadie. Estará sólo”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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Alphonse no sabía que decir. “¡No tendrá nadie a su lado! Quiero decir, seguramente es culpa nuestra debido a todas las mentiras, pero estamos solos. ¿Qué haría si le dejo aquí?” “¡Podría irse contigo!” Fletcher sacudió la cabeza. “Si fuera tan simple, me hubiera enfrentado a él antes de que toda esta mentira empezara”. Un punto oscuro apareció en el suelo junto a los pies del chico. Una lágrima, que fue absorbida con rapidez por el suelo polvoriento. “No puedo dejarlo – no sólo. Tengo que seguir siendo fiel a mi hermano”. Fletcher se secó las lágrimas con el dorso de su mano. “No puedo creer que te esté contando esto. Tú eres la víctima aquí y yo soy el que está llorando. Debo estar loco” “Si yo pasara por todo eso solo, viviendo una mentira cada día, también me volvería loco”. Alphonse no pensaba que Fletcher mereciera su simpatía, pero era difícil ignorarle. “Sé como te sientes” dijo Alphonse amablemente. “También soy el hermano menor. Se que te sientes como si tuvieras que hacer todo lo que él quiere, ser leal y no cuestionarle. Pero hay cosas en la vida que son más importantes que eso”. Alphonse puso la mano sobre el hombro de Fletcher. “Si ambos estáis solos en el mundo, eso quiere decir que si tu hermano está haciendo algo mal eres el único que puede pararle – incluso si tienes que luchar con él. Si no lo haces, ¿quién lo hará? Si no puedes mantenerle a raya, entonces tendrás que pedir ayuda pero, de alguna manera, ¡tienes que pararle antes de que llegue demasiado lejos! No puedes esperar a que todo pase solo, y no puedes confiar en nadie más para que lo haga por ti” Fletcher permaneció en silencio. “Es sólo mi opinión, claro” farfulló Alphonse cohibido de repente. Sabía que tenía razón, pero temía haber sido demasiado duro. Fletcher se quedó un rato mirando al suelo y luego levantó los ojos hacia Alphonse. “Debes de llevarte bien con tu hermano” La cara de Fletcher estaba algo más alegre que antes, bajo las lágrimas que le caían por sus mejillas. Aunque no le había dado las gracias a Alphonse por esas palabras, se sentía contento de que Fletcher se hubiera animado un poco al menos. Hace tan sólo unos instantes, Alphonse había pensado que iba a desmayarse allí mismo. “Nos llevamos bien, pero eso no significa que no nos peleemos” le dijo Alphonse, intentando sonar alentador. “¿En serio? En verdad, hace mucho que no peleamos. ¿Sabes? No le dijo al Sr. Mugear que anoche perdió contra tu hermano. Intenta hacer como que nada le importa, porque en verdad es un mal perdedor. Nunca le dice a nadie si se lastima en una pelea o si tiene problemas con su investigación. Finge que no le importa. Pero he visto su cara cuando cree que nadie le está mirando. Por eso he venido a comprarle esta medicina”. Los chicos se miraron y rieron. Fletcher sacó de su bolsa uno de los paquetes de jarabe en polvo y se lo tendió a Alphonse. “Se supone que es bueno si se bebe cuando se aplica el ungüento. Realmente funciona”. Puso la bolsa en la mano de Alphonse. “No puedo…” empezó Alphonse. “Es un intercambio equivalente…”

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Dejando a Alphonse asumiendo sus palabras, Fletcher se giró y empezó a bajar por la calle.

“¿QUÉ SE supone que significa eso? ¿Su jarabe es para pagar el haber usado nuestras identidades?” Edward agitaba la bolsa de jarabe en polvo bajo la nariz de su hermano. Estaban fuera de la taberna de Lemac. “¡Deja de zarandear eso por todas partes! ¡Vas a tirarlo!” le dijo Alphonse con brusquedad. Iba a ponerse a aplicar el bote de ungüento a las vendas. Lemac había sido lo suficientemente amable como para dárselas. “No creo que se refiriera a eso como ‘intercambio equivalente’. Sino, no le habría cogido la medicina”. “¿Entonces que quiso decir?” “Um… no estoy seguro” Edward no había estado allí. ¿Cómo podía explicárselo? Se sentaron en un banco cerca de la entrada. “Algunas veces eres demasiado amable, Al. Deberías haber dicho la verdad, allí mismo, frente a la farmacéutica. Ese Fletcher necesita un buen palo para poder corregirle. No puedo creer que se pasee por ahí fingiendo ser tú y que todo lo que diga sea ‘lo siento’ “. Edward estaba borde, seguramente debido a las heridas que Russell le había hecho. Alphonse sólo se encogió de hombros. “No me creerían incluso si dijera que somos los auténticos. Quiero decir, ¡ellos se parecen más a nosotros que nosotros mismos!” “¿Huh? ¿Qué quieres decir con eso? Sólo porque Russell sea más tranquilo, y listo, y guay y alto - ¡Ow!”. Edward aulló cuando Alphonse le estampó una venda mojada en su pierna destrozada. “Mira” continuó Edward, “estoy seguro de que tienen sus razones, pero nosotros también. Centrémonos en conseguir lo que queremos” “De acuerdo” Habían venido por una cosa: la Piedra Filosofal. O, si eso no era posible, información que pudiera guiarles para hacer una ellos mismos. “Bien, al menos ahora somos oficialmente ‘bandidos’ “, murmuró Edward. En otras palabras, estaba planeando asaltar la mansión de Mugear otra vez. “En cualquier caso, necesito más información, así que tendremos que quedarnos por la ciudad un poco más”. “También necesitas descansar. Y también deberías usar la medicina que te traje”. Alphonse le puso más vendas. Edward le miró, sospechando. “¿De verdad piensas que esto funciona?” preguntó, sosteniendo el paquete y mirándolo a través de la luz para inspeccionar el contenido. “Voy a ayudar a Belsio. Al menos puedo hacer eso ya que él nos ha acogido. Bébetelo, ¿vale?”. Alphonse recogió la botella de ungüento vacía, se levantó y se dirigió hacia las afueras de la ciudad. Edward se sentó con la bolsa de jarabe en polvo en su mano. “¿Qué pasaría si esto me hace dormir o algo?” murmuró para sí, frunciendo el ceño. La verdad era que no le gustaba tomar medicinas.

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EL AIRE DE LA CIUDAD había estado limpio por la mañana pero, por la tarde, la bruma de polvo bloqueaba la visibilidad unos metros más allá. Belsio estaba de pie mirando el polvo fluyendo en corrientes y el humo saliendo de las pilas de los escombros cercanas a la mina. Se volvió hacia Elisa y Alphonse, que estaban detrás. “¿Elisa? ¿Al? Es suficiente por hoy. Se está levantando viento”. Elisa miró hacia arriba desde donde estaba diligentemente limpiando rocas, con sus manitas envueltas en unos guantes de trabajo ajustados que la protegían de las duras piedras. Alphonse estaba colocando tablas para sostener una valla de piedra a medio completar. Pasó un rato antes de que terminaran el muro y de que éste pudiera servir al fin para su propósito de proteger el canal que llegaba a los campos de Belsio. Incluso las partes que habían sido completadas no hacía mucho estaban ya gastadas por el constante paso de la arena que levantaba el viento. Esas partes tenían que ser reforzadas, y también tenían que terminar el muro de alrededor del embalse y del campo. Trabajar allí fuera con la arena era más duro de lo que Alphonse había esperado. Pero Belsio ya había adelantado mucho, y lo había hecho todo él sólo. “Una vez que acabemos esto, puedes hacer el campo más grande. Apuesto a que tener mas césped aquí animará a toda la ciudad” dijo Alphonse. Quizás estaba siendo un optimista desesperado, pero en su corazón sentía que era verdad. “Yo también lo creo” dijo Elisa, con los ojos brillantes. “¿No se sorprenderán todos al verlo? Les hará recordar lo bonita que solía ser nuestra ciudad” Sólo era un poco de color verde en una zona de cultivo marrón y estéril. Pero si se extendiera, ¡cómo se sobresaltarían los corazones de los ciudadanos! Elisa sólo había conocido esa tierra árida, pero cuando vio el primer árbol que plantó Belsio, se le saltaron las lágrimas. Ahí fue cuando empezó a ir cada día para ayudarle. “Estaba muy sorprendida” le dijo a Alphonse. “¡Va a ser tan grande y verde! Cuando se lo conté a mi papá, ¡me dijo que toda la ciudad solía ser así!” Alphonse recordó su propia ciudad natal. También había muchas rocas y arena allí, pero al menos también vegetación. Se impresionó al llegar a Xenotime. Comparado con los lugares que había conocido, ese era desértico. “Espero que la ciudad vuelva a verse verde otra vez, Sr. Belsio” “Yo también lo espero” “¡Haremos que eso ocurra, Sr. Belsio! Ayudaré hasta que lo consigamos” dijo Elisa alzando la voz. “¿Prometido?”. Belsio asintió. “Prometido” Con sólo un hombre y una niña, ¿quién sabía cuanto tardarían? “Te llevaré de vuelta a casa”, dijo Belsio al fin. Elisa dio un respingo y contempló el huerto. “Hemos recogido algunas verduras buenas hoy, ¿verdad, Sr. Belsio?” “Las más maduras que haya visto jamás”, le aseguró Belsio. La cesta tras él contenía tres brillantes tomates rojos. “Gracias a tu ayuda, Elisa”

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Elisa rió. Hasta la cara seria de Belsio se suavizó al sonreír. “Venga, vamos”. Belsio recogió la cesta con una mano y los tres anduvieron hacia la ciudad, que ya estaba envuelta en una neblina marrón que anunciaba el crepúsculo.

CUANDO LLEGARON a la taberna de Lemac, se encontraron a muchos ciudadanos reunidos dentro. Edward y Lemac estaban cerca de la parte trasera, inclinados sobre la barra. “¡Estoy en casa!” Lemac, con la cabeza caída y las manos cruzadas por delante, levantó la cabeza al escuchar la voz de su hija. Un calor subió a su cara. “Bienvenida, Elisa” Elisa corrió hacia su padre para darle el usual abrazo de bienvenida, pero se paró en seco. Solía ser saludada por todo el mundo cuando llegaba a la taberna, pero esa noche nadie dijo ni una palabra. “Papá, ¿pasa algo?” “Bueno…. No”. Lemac se sumió en un silencio. Alphonse miró a su hermano. “¿Qué ocurre?” “Han estado discutiendo sobre el progreso de la ciudad… o la ausencia del mismo”, respondió, mirando alrededor de la habitación, desanimado. Cogió una cafetera y se rellenó su propia taza. Parecía contento de estar en el papel de un observador imparcial. “Papá, ¿qué es lo que ha ocurrido?” preguntó Elisa, mirando a todas las caras. Belsio le tendió los tomates de la cesta. “Elisa, ¿puedes lavarlos por mi? Se buena, anda” Elisa asintió y llevó la cesta al pozo que había detrás de la taberna. “Gracias, amigo”, dijo Lemac suavemente. “Ni me las des. Ahora, ¿qué está pasando?” Belsio se sentó cerca de Lemac y miró a la silenciosa multitud. Sin excepción, todas las caras estaban marcadas con sombras de preocupación. Parecían lastimados y hechos polvo. “Norris se ha ido”, dijo Lemac agriamente. Belsio pareció sorprendido, “¿En serio?” “Sí. Se lo dijo a todos al mediodía. Ya se ha ido. Dijo que su hijo no se está recuperando”. Norris era uno de los artesanos más habilidosos de la ciudad. Había sido un verdadero partidario de la investigación de Mugear para descubrir la Piedra Filosofal y era con diferencia el mayor donante. Pero su hijo de dos años había estado en la cama desde principios de ese año. El polvo había llegado a sus pulmones. “Ya veo”, dijo Belsio. “Parece que no ha tenido mucha elección”. Belsio y Norris se habían encontrado con frecuencia en los polos opuestos de los debates, con Belsio firmemente instando a los ciudadanos a renunciar a la orfebrería y Norris luchando por que

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apoyaran el esfuerzo de Mugear de fabricar la Piedra. Pero hacía mucho que se conocían y a Belsio le entristecía oír que se había marchado. “Era un buen orfebre”. “Sí, uno de los mejores. El Maestro Mugear también se entristeció al escuchar que se había ido”, añadió Lemac amargamente. “Claro está que eso fue antes de decirle que la financiación de su investigación disminuiría ahora que Norris se había ido”. “Ya veo” dijo Belsio. Ahora, las caras amargadas de la habitación tenían más sentido. Cuando escuchó que se había ido, Mugear vino a la ciudad y les dijo a todos que sería más difícil continuar la investigación sin su mayor partidario. La ciudad estaba en un aprieto. Estando todo el mundo ya en una situación desesperada, no tenían nada que darle. Por otro lado, si ellos pararan de financiar la investigación de Mugear, no sólo nunca conseguirían la Piedra Filosofal, sino que todo el dinero que habían aportado habría sido en vano. “Incluso si seguimos financiándole, ¡no hay garantías de que pueda crear la Piedra! ¿Así que por qué no dejamos de tirar nuestro dinero? declaró uno de la ciudad. “¿Y que hay del dinero que ha hemos invertido?” preguntó otro. “¡Tengo fe en que lo conseguirá!” “¡Genial! Si le crees, ¡dale tu dinero!” “¡Pero eso significaría que el resto tendrá que dar más dinero!” “¿No quieres que esta ciudad se recupere? ¡Éramos los mejores orfebres de todos! ¿Vamos a permitir que nuestro don muera con nosotros?” “¡Lo único que estoy diciendo es que no podemos vivir en estos páramos sólo a base de sueños!” Los acalorados intercambios de opinión siguieron resonando a través de la taberna. Era solo la última de una serie de escenas similares. Pero parecía que los meses que habían estado reprimiéndose habían llegado a su límite. El griterío era cada vez más alto y nadie escuchaba lo que el resto estaba diciendo. “¡Sólo seguimos lo que Mugear dice! ¿Eso no nos importa?” “Deberíamos haber comprado los derechos de la mina cuando aun podíamos…” “Hey, ¡tu sólo estabas tan cegado por el oro como yo!” “Oh, ¿¡en serio!?” “¡Callaos todos!”. Lemac corrió al centro de la sala, empujando hacia abajo a la gente que se estaba levantando de la silla. “¡Luchar entre nosotros sólo empeorará las cosas!”. “¿Y qué sugieres que hagamos entonces?” desafió alguien. Lemac no sabía que contestar. Entendía ambos lados – aquellos que querían dar más dinero y aquellos que querían buscar otro modo – y estaba cansado. Alguien entre la multitud empezó a hablar, “Hey, Ed… Al… fuisteis al laboratorio, ¿verdad? ¿Y bien? ¿Tenían la Piedra? ¿Han hecho algún progreso?” Todos los ojos se volvieron hacia Alphonse y Edward. “Um…” se estancó Alphonse, inseguro de lo que debía decir. “Nosotros, uh, no estuvimos dentro exactamente. Ellos nos cogieron”. Edward, sentado a su lado, sorbía tranquilamente su café. Alphonse se dio cuenta de que su hermano no estaba prestando atención a lo que pasaba en la taberna. Estaba

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mirando fijamente por la ventana a algo que había fuera… un pelo dorado, ondeando con la brisa. “¿Quizás deberíamos preguntarle al Maestro Edward si está progresando?” “¿Crees que nos lo diría? Es una investigación de alto secreto…” Algunos de los ciudadanos se sujetaron la cabeza con las manos. Llevaban mucho tiempo viviendo de la esperanza. Ahora era momento para la verdad. Cuando Elisa regresó a la taberna, su voz pareció un rayo de luz en la melancolía que reinaba en la sala. “¡Mirad! ¿No son bonitos?”. Sostenía los tomates, que aún brillaban de humedad, en su mano. Era de un rojo brillante. “Estos tomates son casi tan bonitos como el oro, ¿no lo crees, papá?” Elisa sostenía los tomates en alto para que todos los vieran. “¡Planté las semillas y crecieron solas! Pensé que nadie los había visto antes, ¡así que los traje para enseñároslos!” Quería compartir lo que había sentido la primera vez que vio los tomates rojos brillando en el huerto de Belsio. “Belsio sigue diciendo que desea tener más de estos, ¡así que los haremos crecer!”. Elisa sonrió inocentemente. “¡Me pregunto cuando tiempo llevaría el que todos cultivaseis esto!” Nadie dijo ni una palabra. Edward fue el que rompió el silencio. “¡Ja! Los niños siempre dicen la…”. Dejó el café y recogió uno de los tomates de Elisa. “Tiene buen color”. “¿De verdad?” “¡Sip!”. Le devolvió el tomate a Elisa con una sonrisa. “Pero creo que pasará mucho antes de que alguien más cultivo esto en sus tierras”. “Ed…” empezó Alphonse preocupado. No había porqué destruir las esperanzas de un niño. Pero Elisa sonrió. “¡Está bien! Aún tenemos que mover muchas rocas, y luego todos podrán cultivar verduras. Podrán ser un poco flacuchas y amarillentas al principio, ¡pero pronto habrá plantas verdes por todas partes! Cambian de color cada día, ¿sabéis? ¡Todo lo que tenemos que hacer es mover todas esas rocas!” Simplemente mover rocas – parecía muy simple cuando lo dijo. No importaba si llevaba años, o si ese suelo arenoso no fuera capaz de mantener las plantas. Las palabras de Elisa llegaron al corazón de todos los que estaban sentados en la taberna. “Ella tiene razón. Si sólo limpiásemos la tierra…” “¿Y bien, Belsio? ¿Qué opinas? ¿Podrías hacer regresar parte del césped que hemos perdido?” Belsio frunció el ceño. “No será fácil”. La taberna se quedó en silencio. “Llevará años”, continuó. “Y puede que al final no funcione. Además, nunca seremos tan ricos como lo fuimos cuando éramos orfebres” “Cierto. ¡Mejor sigamos confiando en la investigación de Mugear!” “Y cavar esa mina de oro…” “¡Ahora no podemos volver a la agricultura!” Edward frunció el ceño. “Sí. ¡Por qué no seguís simplemente aferrados a esos sueños sobre el oro, todos vosotros!” Su voz era fría. Todos los ojos estaban vueltos hacia

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él, pero permaneció impasible. “Sabéis que fabricar oro a partir de la Alquimia es ilegal, ¿verdad?” “…Lo sabemos” “¿Pues qué vais a hacer si os cogen? ¿Quizás hayáis creído que por haber sido una ciudad minera de oro, podíais producir un poco sin que nadie se diera cuenta? ¿O quizás esperabais encontrar esa nueva vena de oro antes de que la noticia se filtrara?” Las palabras de Edward metieron el dedo en la llaga. Estaba provocando a la multitud pero ellos no estaban en situación de decir nada. “Andáis buscando una vena de oro que posiblemente no encontréis, tirando el dinero por una Piedra que quizás nunca sea hecha, renunciando a vuestra salud… ¿Pero aún os negáis a buscar otra forma de vivir vuestras vidas?” Lemac habló con suavidad de parte de toda la multitud. “Eres joven, Ed. Puedes hacer lo que quieras. Pero nosotros somos ya muy viejos para comenzar de nuevo. No sabemos si podríamos hacerlo en algún sitio. Y tenemos un oficio que queremos pasar a nuestros hijos…” “Genial” resopló Edward. “Entonces quedaos aquí y esperad eternamente. No me importa”. “Bueno, sabemos que no, pero no estamos seguros de lo que hacer ahora. Nadie se pone de acuerdo sobre qué camino tomar – “. Edward interrumpió las racionalizaciones de Lemac. “¡Quizás no os pongáis de acuerdo en nada porque no habéis escogido el camino en el que estáis ahora! ¿Cuánto del dinero que habéis donado a la investigación de Mugear ha dado sus frutos? ¿Cuándo os devolverán el dinero duplicado? Es la trampa de Mugear, ¡y estáis metidos en ella!” “No lo entiendes. Tienes una vida por delante, pero nuestro pasado nos persigue. Una vez que has vivido con riquezas, no puedes conformarte con menos” “Quizás tengas razón”, dijo Edward sarcásticamente. Se levantó, fue hacia la puerta y la abrió para irse – entonces se paró para dirigirse a la gente de la taberna. “Llamadme loco, pero yo nunca ha dependido de nadie para mantenerme. No podría vivir así” Edward cerró la puerta y anduvo por la calle antes de volverse. “Y vosotros - ¿Por qué no decís nada?” gruñó a Russell, que estaba de pie en la puerta. “Sabes que tampoco me caes bien” “No me importa lo que pienses de mi” Edward se empezó a reír maliciosamente. “¿Qué hay de los ciudadanos? ¿Te importa lo que piensen? Tengo una idea. Por qué no entras ahí y les dices que necesitas más dinero para tu investigación. Diles lo mucho que te has gastado ya. Verás lo que piensan de ti entonces” Russell hizo una mueca. “Es… por la ciudad” “¿”Por la ciudad”?” “Sólo estás causando problemas. ¿Por qué no te largas?” “¿Yo? ¡Diría que eres tú el que está causando los problemas!” replicó Edward. “Di lo que quieras, no vamos a marcharnos a ninguna parte. De hecho, creo que nos instalaremos aquí una larga temporada. Lo siento, colega”. Edward le dio una palmada a Russell en el hombro y se fue tranquilamente calle abajo.

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Alphonse rápidamente alcanzó a su hermano. Volvió la vista y vio a Russell aun de pie en la calle. No había hecho ningún movimiento para abrir la puerta de la taberna.

A LAS DOS DE LA MADRUGADA, unas horas más tarde que la noche anterior, Edward y Alphonse volvieron al muro de la mansión de Mugear. “Él no esperará que regresemos tan pronto. Le dije que nos quedaríamos en la ciudad más tiempo” susurró Edward. “Espero que Russell y Fletcher estén dormidos”. Usando la misma táctica que la noche anterior, escalaron el muro. “Después de la pelea de la última noche y del viaje a la ciudad, ahora estará dormido”. “Hablando de eso, nosotros hemos pasado exactamente por lo mismo. ¿No deberíamos estar durmiendo?” “Hey, yo también estoy cansado. Ten un poco más de paciencia” Se pegaron al muro y fueron derechos al laboratorio. La mansión parecía bastante tranquila. No vieron señales de los impostores por ningún lado. Edward pegó la oreja a la puerta del laboratorio. “No parece que haya nadie en casa”. “¿Cómo vamos a abrirla? Si hacemos un camino, ¡el ruido y la luz de la Alquimia nos delatarían!”, Alphonse empezó a mirar a todos lados nervioso. Edward se rió. “¡Con esto!”. Sostenía una pequeña llave. “¿De dónde -?”, empezó Alphonse. “¡La cogí del bolsillo de Russell cuando nos cruzamos hoy en la calle!” Alphonse frunció el ceño. “Estás empeorando, Ed…”. “¡Mejorando, querrás decir! ¡Vamos a abrirla!”. Edward metió la llave y abrió la puerta despacio. Entraron. No había nadie dentro. Un gran número de vasos de precipitado y frascos reposaban alineados en la pared, y un recipiente lleno de vapor estaba en una enorme caldera. El recipiente contenía una fila de frascos llenos de líquido. Estaban siendo mantenidos a una temperatura constante. “Hmm…” Edward escudriñó la habitación. “Con un montaje así, puedes permitirte no estar vigilando tus muestras cada minuto del día. Ya veo porqué necesitaban todo el dinero”. Edward paseó los ojos por todos los montones de libros y documentos cubiertos de notas garabateadas con prisa. Alphonse comenzó a mirar los documentos mientras vigilaba la puerta por si alguien venía a hacerles una visita. Ambos poseían conocimientos de Alquimia que superaban con creces a los de los simples aficionados, por lo que podían estimar los progresos de la investigación simplemente mirando las notas y los experimentos en progreso. “Parece que van por el camino correcto, vale”, recalcó Edward, dejando un fajo de papeles para mirar otros. Dispersados por el lugar de trabajo había extraños trozos de

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materiales a medio hacer descartados en mitad de algún proceso alquímico, rocas que brillaban con una luz apagada y tazas de varios tamaños con líquidos de diversos colores. El desorden era testimonio de lo seriamente que Russell se tomaba su trabajo. Parece que habla a las ligeras, pero sabe un poco bastante sobre Alquimia, se fijó Edward. Entonces vio algo que le hizo gemir. Le enseñó el cuaderno de notas que había estado hojeando a Alphonse. “Mira esto, Al. ¡Habla sobre métodos extremos!” El cuaderno describía con detalle un método bastante peligroso y convincente para hacer una Piedra. Los resultados del experimento no habían sido grabados, pero por las manchas de sangre que cubrían media parte inferior del cuaderno, Edward tuvo una ligera idea de lo que había pasado. “Fletcher debe tenerlo crudo, intentando cuidar a un hermano así”, dijo Alphonse con lástima. Cuando se encontraron en la farmacia, Fletcher había mencionado que con frecuencia iba allí en busca de medicinas. Aparentemente, Russell solía herirse bastante – y no sólo por las peleas. “Está en un verdadero aprieto”. Edward miró a un estante roto para almacenar químicos, que había sido apartado por estar astillado. “Ni siquiera tienen tiempo de limpiar”. Echó otro vistazo por la habitación. “Parece que están a punto de dar un gran paso – Podría ser su sprint final para acabar. Pero no comprenden el último paso, así que están intentando todos los experimentos del libro… Pero sabes… Hay algo raro en todo esto” Alphonse contuvo su lengua. Podía ver que Edward estaba sumido en sus pensamientos y era mejor no molestarle. “Sí, definitivamente algo raro está pasando aquí. Sabes, es casi como si…” Murmurando para sí, Edward buscó entre los papeles más cercanos a él, luego los tiró y cogió otros que tenía más a mano. Edward tenía un inusual poder de concentración. Fue por su concentración por lo que ganó el título de Alquimista Nacional a los doce años. También tenía buen instinto para la investigación. Alphonse permanecía de pie, mirando tranquilo a Edward, hasta que detectó algo raro con el rabillo del ojo. Al principio pensó que era una sombra creada por su hermano al moverse por la habitación, pero cuando miró más despacio, se dio cuenta de que había algo totalmente diferente. “¡Ed!” “¿Huh? ¿Qué pasa?” Era en momentos así cuando Alphonse más valoraba a su hermano mayor. No importaba como se enfocara, no importaba lo extrema que fuera la situación, Edward siempre era razonable con Alphonse. De hecho, precisamente era poco probable que en momentos tensos como ese él le mandara a callar o se enfadara por interrumpirle. Claro, el podía haberle hablado bruscamente uno o dos veces hace mucho tiempo, cuando aún eran niños, pero hoy en día nunca haría eso. No importaba lo que pasara, Edward siempre prestaba atención a las impresiones y opiniones de Alphonse – incluso cuando lo último que quería Edward era que le interrumpieran. Una vez Alphonse le preguntó porqué era tan servicial, y Edward simplemente le había contestado “porque eres mi compañero”. Alphonse nunca se había sorprendido o

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agradado tanto como cuando escuchó esas palabras, un día no mucho tiempo después de que Edward se convirtiera en un Alquimista Nacional. Alphonse sabía que la profesión de su hermano era algo serio, y todo lo que podía hacer era seguirle e intentar no estorbarle. Se sentía culpable por no estar haciendo algo él mismo, pero no se le ocurría lo que podía hacer. Cuando su hermano mayor dijo esas palabras, por fin se dio cuenta de lo que podía hacer. Podía apoyar a su hermano tanto como su hermano lo apoyaba a él – como un igual. Ese día los hermanos decidieron que pasara lo que pasara, lo afrontarían juntos. Luchando el uno junto al otro. Ese día, Alphonse se convirtió en el verdadero compañero de Edward. Alphonse señaló la pared que había detrás de Edward. “¿No te parece raro?” Edward se giró para mirar. “¿Qué? ¿Esta pared?” La pared no parecía normal. Estaba compuesta por un mortero arenoso y era completamente indescriptible. Edward examinó la superficie con mucho cuidado. “El color. ¿No es diferente al de las demás paredes? ¿O me lo estoy imaginando?” Alphonse estudió la superficie atentamente, intentando determinar lo que había llamado su atención. “¡Aja!”, exclamaron los hermanos a la vez. Una delgada línea recorría la superficie de la pared, apenas más ancha que un pelo. Examinándola más de cerca, vieron dos líneas paralelas separadas por un brazo de ancho, que se extendían hasta el techo. Las líneas eran tan delgadas que casi eran invisibles, salvo por una pálida luz rojiza que se filtraba por ellas, que daba un poco de color a la blanca superficie de la pared. “¡Hay una habitación al otro lado!”, exclamó Edward. Ambos intercambiaron una mirada, y empujaron la pared. Sentían el peso contra sus manos. Sin hacer ruido, la pared se metió para dentro, creando una entrada a la habitación que había más allá. Era una habitación pequeña, apenas lo suficientemente grande como para investigar. Era rectangular y carecía de ventanas. Había un solitario escritorio en el mismo centro, con una vela aún parpadeando, que parecía indicar que allí había estado alguien hacía tan solo un instante. Y allí, en la mesa, un único frasco de cristal captó su atención. Abajo del vaso de corcho había una pequeña cantidad de líquido. Un líquido rojo. “Ed, ¿crees…?” “Lo creo. El Agua Carmesí”. Edward estaba paralizado. No era la Piedra Filosofal, pero estaba lejos de ser una decepción para ellos. De hecho, era lo más parecido a la Piedra que se habían encontrado. Estaban de pie, sin poder moverse. El líquido de color carmesí parecía moverse a su libre albedrío, danzando con cada parpadeo de la luz de la vela. Aunque sólo había unas pocas gotas, la luz reflejada inundaba la habitación, tiñéndola de roja como una nube en el atardecer.

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“Wow”, murmuró Edward. Habían visto una cantidad incontable de documentos pero habían fracasado en la búsqueda de la Piedra. Incluso los fallos eran a veces impresionantes y, algunas otras, aunque los hermanos procuraban frenar su entusiasmo, los fallos les agradaban y les llenaba de esperanza. Como otros muchos intentos que habían visto, el Agua Carmesí no era una Piedra Filosofal completa. Ni siquiera era una piedra, pensándolo bien. Sin embargo, prometía ser algo de valor: algo para poder fabricar la verdadera Piedra, o al menos la mejor pista que habían encontrado. La muy codiciada Piedra era una leyenda, casi una fábula, y como tal existía muy poca información fiable que pudiera tenerse en cuenta. Se decía que tenía una luz rojiza, el poder de fascinar e… ilimitado poder alquímico. La sala se movía como la superficie de una piscina bañada con un brillo escarlata. Nunca habían visto algo que hechizara tanto, algo con una presencia semejante, algo que deseaban tanto. “Al… creo que lo encontramos” dijo Edward con un hilo de voz, mirando fijamente al líquido. Apenas podía contener el temblor de la excitación de su voz. “Esto podría adelantar años nuestra investigación. Esto podría desenmascarar el misterio de la Piedra”. Aunque sólo era un paso en el camino, tras años de fracasos, era un milagro. “¡Tiene que haber información sobre la investigación en alguna parte!”. Edward deslizó sus manos por el filo de la mesa. Era completamente lisa. No había cajones, no había nada más en la habitación: ni estanterías, ni estantes, ni nada. “¿Quizás estén en la otra sala?”, sugirió Alphonse. “No, todas las notas de esa habitación parecían… raras, por alguna razón”. Edward se agachó para ver la parte inferior de la mesa. “¡No puedo creer que no haya nada aquí!”. Recorrió las paredes de la habitación para asegurarse de que no había paneles secretos. “¡Mierda!” Edward miró al líquido rojo. “¡Si tan sólo tuviéramos la fórmula! ¡Estaríamos tan cerca!” “Cerca… pero no está. Después de todo, esto no es la Piedra, ¿no?” “No lo es, pero es algo, y se asemeja mucho” Edward pasó con cuidado el dedo por el frasco, como si tocara el líquido a través del cristal. Estaba frío pero, al mismo tiempo, su mano estaba caliente. Quizás sólo sea por lo mucho que lo quiero. “Claro, nunca lo había visto antes, así que no puedo decir seguro si es esto, pero el Agua Carmesí es un elemento muy conocido en la tradición alquímica sobre la Piedra Filosofal. Aunque nadie está seguro exactamente de la relación que tiene con la Piedra. ¿Es algún tipo de consecuencia por hacer la Piedra? ¿Es algo derivado de un proceso alquímico completamente distinto? ¿O se endurece y se convierte en la Piedra? Siempre he pensado que era algo más, algo diferente de la Piedra, pero definitivamente está relacionado con la creación de la Piedra, de un modo u otro” “Ya veo”, dijo Alphonse, asintiendo.

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“Así que si el trozo ese que lleva Russell es una Piedra de prueba, ¿podría esto ser un subproducto de su creación?” “¿No sería esto más importante que eso?” preguntó Alphonse. “De lo contrario, ¿por qué la estarían ocultando en esta habitación secreta?” “Bien pensado. Quizás hizo ese trozo de prueba por su cuenta” ”Me parece la explicación más razonable” “Pero si eso es cierto, ¿dónde están los documentos de su experimento? Incluso si falló, deben de haber guardado el procedimiento en alguna parte” ”Quizás Russell lleve sus notas encima. Quiero decir, somos bandidos en la ciudad, después de todo” Edward le lanzó una gélida mirada a su hermano. “Me sorprende que lo admitas” “¿Qué elección teníamos, dadas las circunstancias?” “Bueno, sí, pero…”, comenzó Edward, de repente medio consciente de ser el culpable de hacer que su hermano se desviara del buen camino. “Acabemos antes de que alguien tenga una oportunidad de acusarnos, ¿vale?” “Trato hecho. Y sobre esas notas de la investigación” prosiguió Edward, volviendo al urgente tema que se traían entre manos, “no creo que las lleve encima” “¿Por qué no?” “Bueno, mira lo que han dejado aquí… Es extraño. Es como si se me escapara algo”. Los ojos de Edward brillaron con la luz de una súbita idea. “Sus métodos… ¡nada tiene sentido!” Corrió de vuelta al laboratorio principal y empezó a revolver los montones de notas. “Mira, aquí, aquí,… ¡y aquí!” “¿Huh?” “¡Hay un enorme vacío en su investigación! ¡Pasan del nada al todo sin los pasos intermedios! ¡Y no hay ni una miserable prueba – ni notas, ni materiales – que indique como hicieron el Agua Carmesí!” “¿Huh? Eso significa – “ “¡Así es! ¡Ellos no la hicieron! ¡Están investigando cómo se hizo el Agua Carmesí! ¡Están ensayando e intentando reconstruir el proceso partiendo del material ya existente!” Edward recogió las notas dispersas, las hojeó y las lanzó a un lado. “Pero sin los ingredientes ni el procedimiento, sus investigación está condenada” “¿Es difícil de entender como está hecho algo?” “Es como dividir un pelo en mil partes – longitudinalmente. Mucho más difícil que partir de cero” “Con lo que… ¿es imposible?” “¡Te lo diré! Es como coger un suéter e intentar averiguar cuantas hebras de lana se cogieron para tejerlo, de qué partes y de cuantas ovejas” “Suena imposible, de acuerdo” Los hermanos suspiraron al unísono. Sabían que no sería fácil dar con la Piedra, y sabían mejor que nada lo que era hacerse ilusiones, pero esta vez… ¡esta vez habían estado tan cerca! Sus corazones se

55 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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hundieron en el suelo y un momento después les salió por la boca al escuchar un tercer suspiro. Russell estaba de pie en la puerta, con los brazos cruzados y la cabeza agachada. Fletcher estaba detrás. “¡M-me has dado un susto de muerte!” dijo Alphonse bruscamente. “¡Podrías al menos hacer un poco de ruido cuando vayas a irrumpir de esa forma!” gruñó Edward, humillado por que alguien se le hubiera acercado sin darse cuenta dos veces en dos noches. La cara de Russell era una calmada máscara. “Mira quien habla, el que se ha colado en una residencia privada en mitad de la noche”. Eso era más que verdad. Edward hizo una mueca de dolor ante la fría mirada de Russell. La cara de Russell se enturbió. “¿De verdad crees que hemos fracasado?” Edward parpadeó. Por un instante, no estaba seguro de lo que le estaba hablando Russell. Entonces se dio cuenta de que se estaba refiriendo a su experimento de ingeniería inversa. Asintió. “¿Tu investigación? Sí, es una causa perdida. Cuando empiezas con un producto acabado como ese, es casi imposible determinar lo que se hizo para fabricarlo” Russell puro cara de haber comido algo amargo. “Ya veo. Bien, tu eres el Alquimista Nacional, después de todo”. Tras un momento de silencio, añadió. “Si es lo que piensas, debe ser verdad”. Edward y Alphonse intercambiaron miradas. Algo había pasado por la mente de ambos a la vez, y no les gustaba. “Espera un segundo” dijo Edward. “Nos colamos aquí pero tú lo sabías, ¿verdad? ¡Sabías que tenía la llave!” Russell sonrió con un tono lúgubre. “Te has ganado tu reputación como un maestro alquimista, así que pensé que quizás sabrías unas cuantas cosas que yo no. Quería una segunda opinión, podrías decir”. Edward echó una mirada a la habitación de dentro. Un color carmesí oscilante salía por la pared abierta hacia la habitación en donde estaban. “Mira” dijo, “la Alquimia es una ciencia. No puedes hacer algo como lo de ahí sin los ingredientes ni la metodología adecuados. Ahora que nos has hecho pasar por al aro para poder escuchar nuestra opinión, creo que tengo derecho a preguntar. ¿Qué es eso de ahí?” “¿Qué? Lo llamo el ‘Agua de Vida’ “ “¿El ‘Agua de Vida’? ¿Es ese Agua Carmesí que se dice que tiene algo que ver en la creación de la Piedra Filosofal?” “Ah, sí. He visto algunos documentos que la llaman así. Hay muchas teorías sobre lo que es, y otras muchas sobre cómo hacerla”. Russell cogió un libro de la mesa que tenía cerca y lo hojeó. “Aunque eso no fue hecho como parte de un proyecto de Piedra Filosofal. Fue creado para ser lo que es – el Agua de Vida… aunque está incompleto”. “Espera”, dijo Edward con brusquedad, su temperamento empezaba a encenderse. “¿No te están pagando para hacer la Piedra Filosofal? ¿¡No es por eso por lo que estáis haciéndoos pasar por nosotros!?”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Su respuesta pilló a Edward por sorpresa. “No me importa la Piedra Filosofal… ¡ni el oro, en realidad!” “¿¡Sólo estáis explotando a los ciudadanos!?” gritó Edward, rojo de furia. Russell no se acobardó. “Lo que estoy haciendo sigue siendo por el bien de la ciudad. Es sólo que… lo estoy haciendo ligeramente diferente a lo que les dije” “¡Aún así sigues engañándoles, cabronazo!” Russell se encogió de hombros. “No vine aquí para que me halagaras” Edward echaba humo. No importaba lo que le dijese, Russell siempre tenía una respuesta en la boca. Russell siempre le miraba por encima del hombro, y eso enfurecía a Edward. “Tú, tú,… ¡No soporto a la gente como tú!” “¿Y por qué no te vas? ¡Vete! Estás haciendo peligrar todo” “¡Ese es tu problema!” “Si Mugear sospecha algo, estaremos metidos en un buen lío” Edward sonrió ampliamente. “¡Quizás simplemente deba ir a contárselo entonces!” Russell movió la cabeza y suspiró. “No escuchas, ¿verdad? Quizás escuches con un poco de dolor, ¿hmmm?” La preocupada voz de Fletcher salió por detrás de él. “Russell…” intentó agarrar el brazo de su hermano, pero Russell se lo quitó de encima. “¡Fletcher! ¡Asegúrate de que Mugear se quede en el sótano!” “Pero…” “¡Ve!” “Qué pedazo de hermano eres” murmuró Alphonse, mirando fríamente a Russell. Fletcher miró como si quisiera decir algo. Luego, sin decir ni una palabra, se giró y salió. “Le dijimos a Mugear que se quedara abajo debido a los bandidos, pero eso no cambia mucho las cosas. Mientras estés por aquí, estaremos en peligro. ¡Así que vete y no vuelvas!” “Si quieres que nos vayamos, vas a tener que echarnos. Pero si te gano, vas a contarme todo sobre tu investigación – lo que has hecho en esa sala secreta y lo que estás intentando hacer” Russell permaneció en silencio. “No me gustan los misterios” dijo Edward, “y con este voy a llegar hasta el fondo” La respuesta de Russell fue un resoplido burlón. Como la noche anterior, los dos se enfrentaron en las baldosas de piedra del patio. “Al, quédate atrás” “Quedándome atrás” informó Alphonse, volviéndose a mirar la pared por la que habían escalado para entrar a los terrenos. “Me aseguraré de que nuestra ruta de escape permanezca libre” “Hazlo” Con esas palabras, la batalla comenzó. Ningún combatiente tuvo la necesidad de probar la fuerza del otro esta vez, y los objetivos de ambos estaban claros: Russell quería que Edward dejara la ciudad y Edward

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quería información de Russell. Estando ambos a la misma altura e igualmente motivados, nadie podía decir quien tenía ventaja. Lo único que era seguro es que ambos llegarían hasta su límite. Russell levantó algo con la mano, un vaso de hierro de alguna clase que había cogido del laboratorio. Juntó las manos y surgió un bulto negro brillante. Con rapidez, el bulto se convirtió en una espada mucho más larga que el bulto original. “¿Ignorando la conservación de la masa? Depende sólo de esa Piedra de tu bolsillo, y nunca podrás ganarme” gruñó Edward. Juntó las manos, alargó la mano izquierda como dibujando una espada, y el automail de su brazo derecho se extendió hasta convertirse en una cuchilla larga y afilada. “¡Cuanto más grande, más fácil de romper!” gritó Edward, agitando su brazo-cuchilla ante la enorme espada de hierro de Russell. Edward se lanzó hacia atrás, cortando el aire con su brazo-cuchilla. Russell cogió la espada, bloqueando el giro en el aire. Russell jadeó y dio un paso atrás. Había confiado en que su enorme arma le daría ventaja, pero ahora vio una brecha limpia que atravesaba la hoja de hierro que se iniciaba en el punto donde Edward le había dado con su brazo-cuchilla. “¿Qué pasa?” se mofó Edward. “Adelante, ¡usa tu Piedra de nuevo! ¡Veremos lo bien que lo haces!” Russell puso la mano en la parte de atrás de su espada y la giró, intentando bloquear los movimientos de Edward, su brazo-espada y todo – pero era simplemente un truco. Al girarse, levantó la pierna para dar una veloz patada en forma de círculo, dándole a Edward de lleno en el hombro. “¡Yow!” gritó Edward cuando fue rechazado por el golpe. Antes de que Edward tuviera tiempo de recuperar el equilibrio, Russell corrió a las afueras del laboratorio y pegó las manos a la pared. Edward se preparó para recibir una descarga de pinchos similar a la que se lanzaron la noche anterior, pero Russell levantó las manos para revelar una pequeñísima, pequeñísima… …¿Puerta? Edward le miró sospechando cuando Russell cogió el pomo de la puerta. Justo antes de abrirla, Edward recordó lo que había al otro lado de la pared. Girando en el aire, cayó al suelo y a su lado una explosión de llamas estalló desde la entrada. Russell había abierto una puerta que comunicaba directamente con la caldera del laboratorio. “¡Wow! ¡Eso estuvo cerca!” aulló Edward al caer sobre su trasero para evitar la explosión. Como luchaba por levantarse, vio los pies de Russell volando directos hacia él. Edward lo evitó en el último momento echándose a un lado, pensando lo suficientemente rápido como para empujarle con su brazo derecho-cuchilla al mismo tiempo. Los ojos de Russell miraron el acero brillante y el puño izquierdo de Edgar le dio de costado. “¡Te tengo!” “No, ¡te tengo yo a ti!” gritó Russell, agarrando el puño extendido de Edward. Russell se apoyó en el hombro de Edward y cayó encima de él, empujándolo al suelo.

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“¡Hey!”, Edward extendió una mano para apoyarse en las piedras del suelo del patio y se tumbó de lado, saliendo rodando de debajo de Russell. Edward dio un brinco y se alejó, manteniendo la distancia entre ellos. Russell le dejó irse, escogiendo tomar aliento en vez de darle caza. “Eres tan escurridizo como un mono”, se burló. “¿¡Qué has dicho!?” “Pero para ser un mono, das buenos puñetazos”, confesó Russell, frotándose el costado. Edward sonrió ampliamente, luego hizo una mueca de dolor y se frotó su propio hombro, que había recibido la patada de Russell hacía un momento. Ambos habían adoptado una estrategia similar. Sabían que, en lo referente a la Alquimia, ambos estaban muy igualados. Las mortíferas armas que habían diseñado eran sólo para intentar crear oportunidades de asestar golpes en un combate cuerpo a cuerpo. Pero incluso ahí, ambos estaban igualados. “Estaremos así hasta que amanezca” dijo Russell, sonando indiferente como si estuviera hablando con extraños. “¡Tus ganas! Sólo puedes equipararte a mi debido a la Piedra, ¿recuerdas?”, gritó Edward, furioso en verdad de que Russell le considerara como un igual. “Esa patada no fue Alquimia, ¿sabes?”, le dijo Russell con una sonrisa. “Lo sé”, escupió Edward. Vale, puede que estuvieran igualados a la hora de luchar, pero no tenía que recordárselo cada dos por tres. “¿Podrías dejar de ser tan… tan molesto?” “Yo no molesto. Tu te molestas fácilmente”. Edward hizo un amago de dar una patada. Russell se movió a un lado con habilidad, bajando el codo hacia la espalda de Edward. “¡Vi ese próximo golpe!” chilló Edward, retorciéndose y levantando su rodilla para darle un golpe a Russell en el plexo solar. Russell se quedó paralizado un instante, sin poder respirar. Edward le derribó, intentando inmovilizarle sin lastimarle mucho en verdad, pero Russell apartó su mano fácilmente. Edward sacudió su mano para deshacerse del hormigueo que tenía por el golpe que había infligido. “No está mal” “Lo mismo digo”, contestó Russell mientras intentaba coger aliento y se frotó el dolorido estómago. “Para ser alguien que se irrita fácilmente, eres muy perseverante” “Duele, ¿verdad? Hago sparring con mi hermano cada día, tú sabes. Esa es la diferencia que marca el entrenar. Cuando te de un golpe de verdad, puedes apostar a que lo sentirás” “Si, bueno… Sólo lucho con adultos. Supongo que debería hacer algo de sparring con Fletcher, ahora que lo dices” “¿Huh? ¿Fletcher puede luchar?”, Edward no podía imaginarse al frágil y larguirucho Fletcher como un desafío. Russell rió. “Sería un buen entrenamiento luchar con alguien mas bajo que yo” La sien de Edward empezó a moverse con un tic. “No deberías haber dicho eso”.

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“¡Ajá! ¡Así que te molesta!” dijo Russell con una risita. Parecía muy satisfecho consigo mismo por haber dado en el blanco. “No deberías permitirlo, ¿sabes?”, añadió. Su tono dejaba claro que quería decir justo lo contrario. Edward aulló de ira y fue hacia él, con los puños en alto. Russell no era de esos que se dejaban pillar por los golpes salvajes. Se echó a un lado y levantó la pierna, pero Edward estaba más centrado de lo que parecía y esquivó la patada con facilidad. “¡Voy a reducirte a cenizas!” gritó. “Luego haré esto, y esto, ¡y gooollpeeee!”. Edward saltó y agitó las manos mientras hablaba, gesticulando cómo iba a golpear con Russell y a hacerle pedazos con la rodilla. El ruido del golpe era la parte en la que se imaginaba partiendo a Russell por la mitad. “Nunca me has gustado, desde el momento que te vi. Actúas como si fueras muy tranquilo, pero te encuentras nervioso y eres un creído. Sí, estoy seguro que así consigues lo que quieres, pero, ¿sabes qué? Te hace parecer mayor. Claro, podrías estar mintiendo sobre tu edad…” La boca de Russell se movió al oír la palabra “mayor”. Edward se dio cuenta y entró a matar. Al fin cambiaron las tornas, y él tenía un montón de cosas por ajustar. “¿Oh? ¿Así que eres susceptible con la edad? ¿Quizás debería decirlo de otra forma? No eres mayor, has… ¡entrado en la tercera edad!”. Edward se rió. “Lo siento, ¿he herido tus sentimientos? ¿Qué edad tienes en verdad?” Edward estaba emocionado. Ahora era él el conversador tranquilo, mientras que Russell parecía absolutamente miserable. Hasta que… “¡Ajá!”, exclamó Russell con una ancha sonrisa. “No soportas que sea más alto que tú, ¡aunque somos de la misma edad!”, dio un paso atrás. “Quieres que sea más mayor que tú, ¿verdad?” Edward se avergonzó, pero no iba a renunciar tan fácilmente. “Estás anticuado, pasado de moda, pasado de época… ¡y no tienes la suficiente energía para ser de mi misma edad!”. Dio un paso hacia delante y señaló a Russell con un dedo acusador. Ambos empezaron a quemarropa. “¡Voy a borrar esa sonrisa de tu cara!” “Sigue con tu cháchara, mono”. Saltaban chispas en el aire que los separaba. Siguieron enfrentándose, uno mirando hacia abajo, el otro hacia arriba, mientras los insultos iban y venían. “Pagarás el haber usado mi nombre, lo prometo. Y ni te molestes, ¡no me apiadaré de ti sólo porque seas un viejo!” Russell levantó los puños cerrados, se restregó los ojos y bostezó. “¡Fiu! Mira que es cansado bajar la mirada hacia alguien tanto tiempo, me imagino que tú no sabes lo que es eso…” En tan solo unos instantes, ambos habían olvidado por completo sus objetivos. Esto era personal. Pelea intensificada con Alquimia, puñetazos y patadas voladoras. La única diferencia era que ahora se lanzaban insultos el uno al otro mientras luchaban.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Ambos sabían que se estaban comportando de una forma ridícula. Pero cuando miraron alrededor, vieron que ninguno de sus hermanos estaba ahí para pararles… continuaron peleando.

MIENTRAS LOS HERMANOS MAYORES peleaban fuera, Alphonse recorría el muro para asegurar que su ruta de escape estaba libre. “Uh-oh” murmuró para si, agachándose a cuatro patas al ver a varios guardias pasar. Cuando habían llegado, sólo había tres guardias en la puerta principal. Pero ahora, a aquellos tres se les había unido unos cuantos más. Podía oírlos paseando por el perímetro. Si escalaban el muro, los pillarían al instante. Alphonse miró a lo largo del recinto, hacia el muro del otro lado. Si la memoria no le fallaba, estaba cubierto de alambre de pinchos a todo lo largo. Eso les podría servir de ventaja. Si los guardias confiaban en el alambre, no patrullarían el otro lado. A ningún guardia le gustaría pasar por el alambre, pero para Edward con su brazo de acero y Alphonse en su armadura, una barrera como esa no era muy difícil. Además, era hora de empezar a considerar que era su única opción. Alphonse se sentó. Uno de los árboles pegados al muro había empezado a moverse. ¿Guardias? ¿En el patio? Alphonse se estaba esforzando por escuchar lo que estaba pasando cuando el chillido penetrante del silbato de un guardia rasgó el aire nocturno. En la mansión, las luces parpadearon, una a una. Alphonse se quedó paralizado. Entonces alguien silbó su nombre. “¡Alphonse!” Era Fletcher, que estaba delante del muro alambrado. Eso era lo que había hecho que el árbol se agitara: Fletcher descolgándose de él. “¿Fletcher?” “Rápido, ¡coge a tu hermano! Si no salís ahora, ¡os van a pillar!” “¡Vale!” Alphonse supo que hablaba en serio tras echar un vistazo a la cara de Fletcher. No era una trampa – realmente quería ayudarles a escapar. Mientras tanto, Edward y Russell seguían malgastando sus dotes en Alquimia arrojándose trozos del patio el uno al otro. De repente, sonó el silbato de otro guardia. “¿Qué dem–? ¡Al!” Edward tiró un adoquín a su mano y se volvió para ver las luces encendiéndose en la mansión. Russell vio que los guardias se acercaban rápidamente. “¡Les dije que no se metieran en esto!” “Bueno, ¡parece que no te escucharon!”, Edward echó a correr. Podía oír a Alphonse llamándole desde el patio de atrás. “¡Ed! ¡Por aquí!” “¡Al!” “¡E-esperad!” chilló Russell, que iba tras ellos. “¿Para qué me sigues?” Edward gritó por encima del hombro. “¡Seré yo quien te eche a patadas! ¡Tengo que mantener mi reputación!”

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“¡Sólo tienes miedo de que cojamos y desvelemos tu tapadera!” Ambos siguieron a Alphonse al patio de atrás hasta que llegaron al muro trasero, donde Fletcher estaba esperando. “¡Fletcher!”, exclamó Russell, “¿Qué estás haciendo aquí? ¡Te dije que te encargaras de Mugear!” Ignorando a su hermano, Fletcher se giró y puso las manos en la pared que tenía atrás. Un círculo de transmutación había sido dibujado en el muro. Al tocarlo, salió una luz del interior del círculo y rápidamente se extendió a lo largo del muro. Cuando se desvaneció, había una puerta de madera donde antes no existía nada excepto piedra sólida. “¡Rápido, cruzad! No hay guardias al otro lado – lo he comprobado” Edward y Alphonse miraron a Fletcher con asombro. “Fletcher - ¿puedes usar Alquimia?” “¡Y sin una Piedra! Eres mejor que Russell” Fletcher los empujó hacia la puerta. “¡Daos prisa y salid de aquí! Si os cogen, todos estaremos en problemas. ¡Por favor!”. La urgencia de Fletcher era fácil de entender. Si pillaban a Edward y Alphonse darían sus nombres y los impostores serían descubiertos. Por supuesto, ellos no le debían nada a Fletcher y Russell. Después de todo, ellos eran los que habían robado la verdadera identidad de los hermanos Elric. Aún así, la desesperación en la voz de Fletcher les llegó y, sin pensarlo, instintivamente cruzaron la puerta y huyeron. Tras ellos, al otro lado de la pared, escucharon un sonido apagado de alboroto. Pero donde ellos estaban reinaba una calma absoluta. Donde quiera que miraran, no se veía ni un guardia. “Nos han vuelto a echar”. “Sip” “No me gusta nada como van las cosas” murmuró Edward, frotándose un moratón de la mejilla, donde Russell le había dado un puñetazo. “Ni la Piedra, ni información de la investigación… Pagamos los platos rotos por la estratagema de Russell y encima los ciudadanos van detrás de nosotros… Si te paras a pensarlo, ¿por qué seguimos aquí, visto lo visto? ¡No me importa si esta ciudad se arruina!” Cerca de él, Alphonse asintió. “Tienes razón. Russell no tiene la Piedra. Pero… hizo algunas de prueba que han funcionado. No se trata de ninguna investigación inútil. Pero… ellos tienen el Agua de Vida. Y Fletcher parece sentir el haber robado nuestras identidades. Y hasta la gente de la ciudad está empezando a darse cuenta de que no pueden seguir haciendo lo que les dice Mugear toda la vida. Claro, no nos afectará en modo alguno si esta ciudad se seca y va a pique, pero aún así sería una lástima, ¿no? Quiero decir, es como si estuviéramos en una encrucijada. Puede pasar cualquier cosa, para bien o para mal…” Edward miró a Alphonse por el rabillo del ojo. Alphonse le devolvió la mirada de reojo. “Vamos, ¿no te preocupa esta ciudad ni un poquito?” “Bueno, si lo pintas de esa forma…”

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“Sólo digo lo que veo en tus ojos, Ed” Ambos miraron atrás, hacia el muro. Estaba tranquilo otra vez. No tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo al otro lado. En realidad, no tenían ni idea de lo que había estado pasando allí antes, o en qué andaban metidos los impostores Elrics. “No le interesa ni la Piedra ni el oro…” Edward reflexionaba sobre las palabras de Russell. “¿Y qué es lo que quiere?” “Russell te afecta en serio, ¿no?” Bueno, pensó Edward, si no pasa nada más, al menos tendremos mucho tiempo para pensar esta noche.

CON UN MOVIMIENTO de la mano de Fletcher, la puerta desapareció dejando el muro en su estado original. Se volvió hacia su hermano, con los ojos clavados en los pies. “Lo siento”. La cara de Russell tenía puesta su habitual máscara, pero estaba furioso. Aún cuando hablo, su voz permaneció fría y serena. “¿Estás diciendo que sientes el haberles dejado escapar? No tienes que disculparte. Está bien que no los hayan pillado y que no le hayan dicho a Mugear quienes somos. Entonces si que estaríamos en un verdadero aprieto, ¿huh?” “No me refiero a eso” Y lo sabes, pero estás demasiado enfadado como para decirlo. Fletcher tragó. “Siento haber usado la Alquimia” Los ojos de su hermano se clavaron en los suyos, y Fletcher tuvo que apartar la vista. Él había prometido… Russell suspiró profundamente y se apartó. “¿Qué pensaría Padre? Nos pidió que nunca usáramos la Alquimia. ¡Lo prometimos! Yo… yo espero que tú, al menos, mantengas esa promesa” Fletcher miró la espalda de su hermano. Parándose a pensarlo, en muchas ocasiones, sentía que no había mirado directamente a los ojos de su hermano desde que habían llegado al laboratorio. No podía aguantarlo. No quiero verte mentir. No quiero verte usando la Piedra… usando Alquimia. No quiero verte ahogado en la investigación… Pero ahora, a Fletcher le parecía que podía ver cadenas alrededor de su hermano, cadenas que bloqueaban sus pensamientos y sus acciones. Estaban envolviéndole tan fuertemente que Russell apenas podría respirar – aunque no pudiera verlo. Todo este tiempo Fletcher había pensado que era el único que estaba atrapado, forzado a seguir las mentiras de su hermano, pero ahora podía ver que era al contrario. Russell estaba atado; Fletcher era libre, y sólo Fletcher podía ver la verdad. ¿Pero cómo podía liberarse Russell? Estaba mintiendo para hacer realidad el sueño de alguien. Estaba dedicando su vida a investigar para acabar lo que alguien no pudo. Estaba usando Alquimia, y todo el tiempo disculpándose por ello a ese alguien.

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“¿No lo ves?” “¿Ver qué?” “¿Por qué mentimos y dijimos que éramos los hermanos Elric?” “Tuvimos que hacerlo para poder investigar aquí” “¿Y por qué estamos investigando?” “Porque es lo que él quería. Quería rescatar a esta ciudad”

“Si crees que esto es lo que él quería que hicieras, ¿por qué no usas tu propia Alquimia en lugar de esas Piedras?” “Porque me dijo que no” Russell no puede ver las cadenas…

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“¿Te hace feliz, hacer todo esto por él?” “Estoy haciendo lo correcto” Las cadenas son tan pesadas. “Si fuera cierto” gritó Fletcher, temblándole la voz, “¿¡Por qué pareces tan desgraciado!?” Fletcher sentía lástima por su hermano. Era hora de darle un nombre a esas cadenas. “¡Tú no eres nuestro padre!” La cara de Russell se endureció. “Nuestro padre era un gran hombre”, continuó Fletcher, “y un talentoso alquimista. Empezamos a usar Alquimia porque queríamos ser como él, ¿te acuerdas? Pero cuando nos dijo que lo dejásemos, lo hicimos”. La voz de Fletcher se atragantó. Todo su cuerpo temblaba y estaba al borde de las lágrimas. “Me dijiste que estaba bien mentir para entrar al laboratorio y continuar lo que nuestro padre empezó. Pero estás exigiéndote demasiado con esas Piedras - ¿Y para qué? ¡Sólo estás siguiendo el mismo camino que el recorrió! ¿Por qué, Russell? ¿Qué pasa con lo que tu quieres?” Russell no dijo nada. “Nuestro padre tenía el talento – incluso fue aprendiz de un Alquimista Nacional. Pero lo dejó y vino a investigar aquí. Tuvo sus razones, estoy seguro, pero de todos modos no quería que tú siguieras sus pasos. Russ, si sigues así, vas a matarte…” Ambos hermanos habían soñado con ser alquimistas, justo como aquel al que admiraban, su padre. Pero les había ordenado que renunciaran a su sueño. Habría sido difícil para cualquiera. “¿Crees que Padre se enfadaría conmigo por haber usado la Alquimia como lo acabo de hacer ahora? ¿Qué crees que pensaría él de nosotros por haber robado los nombres de los Elrics? Usé Alquimia para ayudarles, y si puedo usar mi talento para ayudar a los demás, entonces seguiré usándola. De hecho, algún día quiero ser alquimista – un gran alquimista”. Russell miró a Fletcher. Fletcher se avergonzó. ¿Iba a gritarle? ¿Iba a pegarle? Haría ambas cosas. Pero Fletcher no se apartaría. Su hermano estaba aprisionado por cadenas que no veía, y era responsabilidad de Fletcher liberarle. Le devolvió la mirada a Russell y su corazón se envalentonó. Fue lo que Alphonse le había dado en la farmacia. Fue un Intercambio Equivalente.

AL FINAL, Russell no dijo nada. Sólo se alejó. Y entonces apareció un guardia y les dijo que informaran al salón principal. Sin decir ni mu, Russell echó a andar de vuelta a la mansión. “¿Russ…?” le siguió Fletcher, mirando a su hermano por el rabillo del ojo. La cara de Russell se veía pálida con la luz de la luna, una cara sin emociones. De repente sus posiciones se invirtieron. Ahora era Russell el que no podía hablar, era Russell quien se había quedado sin habla por las palabras de Fletcher.

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Al entrar en el salón, vieron a Mugear a medio camino de las escaleras a la segunda planta, presionando la barandilla. Estaba mirando algunos documentos. Miró a Russell y Fletcher cuando entraron. “¿Ahuyentasteis a los bandidos?” Russell asintió. “Sí” “Han sido dos noches seguidas. Esto está empezando a perturbar mi descanso. Dime que deberíamos ahuyentarles, Maestro Edward, ¿o quizás sería mejor capturarles?” “No. Pueden usar algo de Alquimia. Si les traemos dentro, ¿quién sabe los estragos que podrían causar? Si les mantenemos alejados, renunciarán con el tiempo”. Russell habló con rapidez y sin dudar. Mugear meneó la cabeza. “No, no lo creo. Creo que te preocupa que me los encuentre y que se revele tu engaño” Russell se tensó. Tras él, Fletcher se quedó boquiabierto. “Me mandaste que me refugiara en el sótano, así que lo hice, pero tuve mucho tiempo allí abajo… Muchísimo tiempo para reflexionar”. Mugear bajó las escaleras, deslizando la mano por la barandilla. “El sótano de esta casa fue construido para gente que no atiende a razones, ¿sabes?. Estuve pensando en la última persona que mandé allí”. Russell tragó y no dijo nada. “De hecho, era un hombre de esta ciudad. Se fue años atrás a estudiar Alquimia a la capital. Tenía un gran talento, pero por alguna razón volvió a pesar de que acababa de empezar su aprendizaje. No estoy seguro de los detalles de su partida, pero parecía muy asustado. Le ofrecí seguridad, y a cambio él me haría la Piedra Filosofal. Dijo que pasaba de la Alquimia, pero cuando vio lo mal que estaba su ciudad aceptó a investigar conmigo, siempre y cuando le dejara seguir con su trabajo sobre el Agua de Vida. Dijo que el Agua le ayudaría a restaurar la agricultura que su ciudad había perdido hacía muchos años. Mis intenciones eran nobles. Si hubiera completado la Piedra Filosofal habría usado mi influencia para hacer que cierto alquimista no le persiguiera y le hubiera dejado hacer tanto de su investigación como quisiera. También fui generoso. Le di todos los materiales que pidió. Sin embargo, todo lo que hizo fue repetir los mismos experimentos una y otra vez, sin propósito alguno. No atendería a razones, así que le encerré abajo en el sótano un tiempo para que reflexionara”. Mugear mantenía la mirada fija en Russell y Fletcher mientras hablaba. “Recuerdo que me dijo que tenía dos hijos. Hermanos de pelo dorado y ojos plateados. Sonreía al decirme como se parecían a su madre fallecida. Cuando completara la Piedra Filosofal, dijo, diría adieu a su dura vida y se llevaría a sus hijos con él para compartir el paraíso de Xenotime. Su nombre era… ah, sí, Nash Tringam, creo”. Mugear lanzó hacia abajo los documentos que estaba sosteniendo. Aterrizaron en los pies de Russell. Los documentos identificaban al Alquimista Nacional Edward Elric. “Por lo visto el verdadero Edward tiene el pelo y los ojos dorados” Mugear dio unas zancadas, agarró la barbilla de Russell, y la ladeó. “Tus ojos no me parecen dorados”. Dio su primer golpe y le dio a Russell fuertemente en la mandíbula. Russell cayó al suelo.

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“¿¡Sois los hijos de Nash Tringam, verdad!?” gruñó Mugear. Russell se sentó en el suelo si levantar una mano para defenderse y sin decir una palabra. “Los que vinieron aquí – esos bandidos tuyos – sé que son los verdaderos hermanos Elric. Les traeré aquí y haré que lo prueben”. Agarró a Russell por las solapas. Pero la cara de Russell seguía siendo una máscara, como siempre. Mugear levantó otra vez el puño y silbó, “¡Chiquillo insolente!” El puñetazo le dio a Fletcher, que había saltado para ponerse entre Mugear y su hermano. “¡Por favor, detente!” suplicó Fletcher. Su cabeza empezaba a palpitar. “Es tal como dijiste. ¡Soy Fletcher! Y este es mi hermano, Russell. ¡Nash Tringam era nuestro padre!” “¡Fletcher!”, Russell tiró de su hermano y vio el cardenal que se formaba en su frente. Lanzó a Mugear una mirada furiosa, pero en ese momento fueron rodeados por los guardias. “¡Arrojadlos al sótano!” ordenó Mugear. Los guardias inmovilizaron los brazos de Russell por detrás de su espalda y le empujaron hacia las escaleras llevándole hacia abajo. “Oh”, dijo Mugear sonriendo. “Casi lo olvido”. Buscando en el bolsillo de Russell, sacó un bulto rojo que brillaba débilmente. “Veo que le has dado uso a tus Piedras de prueba. Incluso has podido ser capaz de fabricar algo de oro, ¿no?” Mugear sujetó una vela y estudió los reflejos de la Piedra. Por un momento, se quedó fascinado contemplando la brillante luz. “Tendré que buscar nuevos alquimistas para completar mi proyecto y tendré que pedir muchísimo más dinero para financiar la investigación. Las cosas van a estar moviditas por aquí”. No le importaban para nada los ciudadanos, cuyas vidas se volverían más difíciles mientras siguiera chupándoles la sangre para financiar su proyecto. El único interés de Mugear era la riqueza, por lo que soñaba con obtener la verdadera Piedra Filosofal.

67 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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Traducci贸n: Bluwim


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Edward se pasó toda la mañana siguiente inquieto por lo que haría si Mugear les había seguido. Y entonces uno de los guardias de la mansión aparecido en su campamento. “Buenos días. Me alegra encontrarles”. El saludo del guardia pilló a Edward por sorpresa. Parecía ser sincero. Después de lo de esa noche, Edward y Alphonse habían decidido que sería más que un abuso quedarse otra vez en la casa de Belsio, así que acamparon a las afueras de la ciudad, no muy lejos. Este pobre hombre debía haber correteado frenéticamente por ahí desde el alba intentando encontrarles. “Déjame adivinar – Estás aquí para arrestarnos, ¿verdad?”, dijo Edward. “¡Claro que no! A mi patrón, el Maestro Mugear, le agradaría disculparse con el Maestro Edward por las inconveniencias causadas por los impostores. De hecho, le gustaría invitarles a la mansión, así tendría la oportunidad de disculparse en persona”. Edward le miró boquiabierto. ¿”Maestro” Edward? ¿Yo? “¿A-así que os habéis informado sobre nosotros – o mejor dicho, sobre los impostores?” “Sí, señor. No se preocupe, tenemos a los impostores bajo arresto en el sótano de la mansión” el guardia sonrió. “No volverán a molestarles, Maestro Edward, Maestro Alphonse”. Asintió a los hermanos, por turnos. Edward y Alphonse se miraron. Ninguno de los dos había disfrutado de ser ridiculizados por los ciudadanos, pero ahora que se habían girado las tornas, no podían regodearse. El guardia les condujo a los terrenos de la mansión y entraron por la puerta principal, por primera vez. Cuando llegaron, Mugear les recibió personalmente. Habían asaltado dos veces su residencia y habían oído mucho del propietario por los ciudadanos, pero ese era su primer encuentro con el hombre en sí. Les sonreía como si les conociera desde hacía años. “Bienvenidos a mi humilde morada, Maestro Edward, Maestro Alphonse. Debo disculparme por todas las molestias que todo este asunto os ha causado. Me siento responsable… ¿Puedo compensaros con una comida?” Mugear les guió personalmente a su salón comedor profusamente decorado. Edward le dio un golpecito a su hermano en el hombro y susurró, “¡Nos quiere para que investiguemos para él!” “Apuesto a que tienes razón”, susurró Alphonse. Mugear se volvió y les echó una apremiante mirada. El hecho de no haber mencionado las dos incursiones a su propiedad dejaba claro que tenía segundas intenciones. Se sentaron a la mesa, donde les sirvieron comida caliente. Edward empezó a comer mientras aguantaba con toda su fuerza la radiante sonrisa de Mugear. “¡Desde luego esos impostores me han engañado!” exclamó Mugear. “Siento que hayáis sufrido injustamente la censura que ellos merecían”. Levantó una ceja a Edward. “¿Tu hermano no quiere nada de comer?”

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Alphonse se excusó educadamente por no participar de la comida mientras Mugear se lanzó a dar una explicación sobre los impostores. Les contó que los chicos eran hijos de de un antiguo empleado suyo. Evitó implicarse él mismo en el asunto. Edward le dio un sorbo a una sopa de verduras y le interrumpió. “Eh, sabe que nos colamos en su propiedad, ¿verdad? Dos veces. ¿Está seguro de que no quiere arrojarnos también al sótano?” “¡Ni penséis en eso!”, dijo Mugear, aun sonriendo ampliamente. “La única razón por la que hicisteis eso fue porque os enterasteis de lo de los impostores y deseabais poner las cosas en su sitio, ¿no? Por lo que, ¡no puedo culparos de eso!” Así que iba a pasar por alto sus infracciones – quizás como recompensa por hacer la vista gorda con sus planes sumamente ilegales de transmutar oro. “Aunque me pregunto… ¿Qué voy a hacer ahora sin alquimistas? ¿Dónde encontraré a alguien que los sustituya? ¿Alguien con la habilidad suficiente como para crear la Piedra Filosofal?” “¿Te refieres a nosotros?” preguntó Edward sin rodeos, yendo al grano. Mugear se rascó la barbilla, parecía avergonzado. “Os ofrecería el 40 por ciento del beneficio total. Como recompensa por no informar de eso al Estado, claro…” “Oh, mantener el secreto no supondrá un problema”, le aseguró Edward con una sonrisa conspiradora. “Sería solo hasta que excavemos una nueva veta de oro en la ciudad. Esta comunidad tiene todo el equipo minero necesario para cavar oro de verdad. Es sólo que… está siendo muy difícil encontrar esa veta nueva” “Y caro, me da a mi”, añadió Edward fingiendo preocupación. Mugear no se dio ni cuenta. “Bien, ¿qué te parece? Apuesto a que – como científico – te entusiasmará la idea de tener la oportunidad de trabajar en la creación de una Piedra Filosofal, ¿a que sí?” “Bueno…” Era obvio que Edward no tenía la intención de trabajar para Mugear, pero quería conseguir algo más de información antes de enfrentarle. Y además, disfrutaba ver a Mugear sufriendo. “¿Hay algún problema?” “No, no, sólo… debido a mi orgullo no me gusta retomar el trabajo a medio hacer de otra persona. ¿Quizás podrías contarme algo más sobre ese tal alquimista Nash?” “Ah, vaya, ¡tenía talento! Incluso recibió un puesto en unas instalaciones del ejército para ser aprendiz de un célebre Alquimista Nacional”. “Si tenía tanto talento, ¿por qué desapareció? Estoy seguro de que también le ofreciste protección frente al ejército, en caso de que tuviera éxito con la creación de la Piedra…” “Sí, bueno…” Mugear pareció estar escogiendo con cuidado sus palabras para evitar decir algo que pudiera implicarle. “Hacer una Piedra requiere de muchos experimentos de ensayo y error, ¿no? Tienes que experimentar con todos los métodos y materiales posibles.

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Sin embargo, Nash no reconocía que era un investigador de prestigio. Ignoró mis sugerencias y, no queriendo malgastar mis limitadas financiaciones de investigación, tuve que hacer que reflexionara en el sótano un tiempo. Claro está que, siendo alquimista, creó una puerta y escapó de buena gana”. Edward resopló. “Después de eso, los pocos alquimistas que quedaban en el equipo ensayaron multitud de experimentos, pero rápidamente perdieron el hilo de la investigación. Ahí fue cuando Russell y su hermano llegaron. Russell afirmaba que el proceso de destilación que habían estado usando era erróneo – o algo así – y consiguió hacer algunos progresos con los análisis de pruebas que su padre había abandonado”. Edward y Alphonse asintieron, impresionados. Si eso era cierto, Russell había logrado toda una hazaña. Crear incluso una Piedra de prueba a partir del trabajo de su padre sin una lista de materiales ni una metodología no era fácil. “Sin embargo”, continuó Mugear, “fallo tras fallo el resto de nuestros materiales se redujo a un puñado. Así que intentó aprender cómo Nash hizo sus creaciones” “Ya veo” Mugear miró a Edward con impaciencia. “Bien, ¿qué dices? ¿Te unirás a mí? ¿Puedes descifrar lo que se hizo para crear el Agua?” Edward frunció el ceño y se frotó la barbilla. Por lo que había visto esa noche, estaba seguro que aplicar la ingeniería invertida en el Agua sería imposible. Se guardó esa información para sí. “Tendremos que hablar con Russell, ¿verdad, Al?” Alphonse asintió. “Es la única forma”, coincidió. “¿Podemos?”, Edward supuso correctamente que Mugear no se negaría ante una petición tan simple, especialmente cuando se creía que estaba a punto de adquirir nuevos talentos que trabajasen en su investigación. “Claro, claro”, respondió Mugear con una sonrisa. “Ahora mismo están en el sótano, portándose muy bien. Russell puede usar un poco la Alquimia, claro, por lo que he colocado un guardia” Mugear se ofreció a llevarles abajo, con una amplia sonrisa aún en su rostro.

EL AIRE del sótano era frío. Mugear abrió una pesada puerta de hierro que conectaba a un pasillo que daba al centro de la sala, con celdas a cada lado. “La última a la derecha” El guardia apostado en la puerta fue avisado. Edward y Alphonse pidieron hablar con los impostores a solas. Se metieron dentro y la puerta de hierro se cerró pesadamente tras ellos. En la celda, se encontraron a Russell y Fletcher sentados tras unas barras, con las muñecas atadas con esposas. “¡Edward! ¡Alphonse!”, Fletcher los vio primero y fue corriendo hacia los barrotes.

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“¡Fletcher! ¡Estás herido!”, gritó Edward, viendo el moratón del joven. “No es nada. Yo…”, Fletcher bajó los ojos. “Se que es un poco tarde para decir esto pero… De verdad que lo sentimos. De verdad”. Tras él, Russell estaba sentado en silencio, sin ni siquiera mirar a sus visitantes. “Hey, Russell, te veo algo deprimido. ¿Dónde está toda esa energía juvenil de anoche?”, se burló Edward. Russell ni se movió. “¿Por qué habéis venido?”, preguntó en voz baja. “Mugear nos lo pidió. Por lo que se oye, quiere que sigamos con lo que dejaste. Tío, ¡es hasta más pelota de lo que pensaba!” “¿Y bien? ¿Vais a hacerlo?” “Bueno, nos ha ofrecido el cuarenta por ciento de los beneficios, y quiero hacer una Piedra Filosofal…” “Va a costar mucho más dinero que eso… Y ya has visto lo dura que es la vida para los ciudadanos” “Eso no te detuvo a ti” Russell frunció el ceño. “Yo…”, Russell empezó a levantarse, pero de repente se dejó caer. “Estaba haciéndolo por ellos” “Así que estabas haciendo una Piedra, oro sin límites… ¿todo por la gente de la ciudad?” “Sí, la Piedra y… el Agua de Vida”. La voz de Russell era cada vez más débil. Todo lo que había hecho, todo por lo que había trabajado – todo había acabado. Apretó la boca, sin poder reconocer sus fallos. “Pero espera”, siguió Edward, pensando en voz alta. “Ese Agua de Vida – ¿lo hiciste para devolver las zonas verdes al pueblo? Supongo que eso ayudaría a la gente”. Edward puso las manos sobre los barrotes. “¿De verdad pensabas que estabas haciendo lo correcto?” Russell no respondió. “Dilo, Russell” Russell se quedó en silencio. Edward quitó las manos de los barrotes y se echó para atrás, contra la pared. “Tu padre era Nash Tringam, ¿verdad? ¿Trabajó en algún laboratorio del ejército? Tienes que ser bueno para trabajar en un sitio así. Tu padre debió de haber tenido bastante talento. Eso explica que conozcáis toda esa Alquimia que hacéis…. Y que Fletcher también sea capaz de usarla” “Así que”, continuó Edward, “querías ser como tu padre”. Russell dio un largo suspiro. “Quería… pero mira lo que ha pasado”. Levantó las manos esposadas. “¿Qué hay de tu padre, Edward?” La cara de Edward se volvió ceñuda. No tenía muchas cosas buenas que decir de su padre. “¿Quién sabe? Ni siquiera puedo decir si está vivo o muerto”. “Así que está perdido – como el nuestro”. Russell se apoyó en la pared. Parecía cansado. “Nacimos en una ciudad lejos de aquí. Nuestro padre se pasaba el día estudiando Alquimia, y yo quería convertirme en un alquimista como él. No era un hombre fuerte, pero sabía más Alquimia que nadie. No era bueno utilizándola pero, en el laboratorio, sus

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habilidades eran insuperables. Siempre decía que quería usar sus conocimientos para ayudar a la gente – o, al menos, para apoyar a otro alquimista que pudiera practicar el arte para ayudar a otros. “Por eso aprendió de un famoso alquimista en un laboratorio militar. Pero no estaba de acuerdo con algo relacionado con la aplicación de sus métodos. No podía soportarlo más, así que lo dejó. Después de eso, nuestra familia vivió cada día como fugitivos. Nuestro padre vivía en un estado de constante temor. Solía decirnos una y otra vez que había dejado la Alquimia. Nos hizo prometer que nunca tocaríamos el tema”. “¿Dónde estaba esa instalación del ejército?”, preguntó Edward. “No lo sé. Nunca me lo dijo” “Qué lástima”, dijo Edward. “Entonces supongo que no seré capaz de encontrar su rastro aquí. ¿Qué hay de tu madre?” “Nuestra madre murió. Estaba agotada de toda la huida… Después de irse, nuestro padre nos dijo que había una ciudad que quería enseñarnos – la ciudad donde había nacido. Nos dijo que esperásemos en las afueras mientras se adelantaba a explorar la zona. Si había allí un lugar para nosotros, nos mandaría un mensaje”. Fletcher parecía triste. Escuchar a su hermano hablar de su padre, su vida de fugitivos y la ruptura de su familia era doloroso. También compartía aquellos duros recuerdos. “Nuestro padre nos envió una postal”, siguió Russell. “Dijo que había encontrado trabajo aquí. Era un buen laboratorio, uno donde podría estudiar en paz, donde el ejército no le encontraría. “Dijo que vendría por nosotros… “Russell se paró. “Estoy seguro de que tuvo sus razones para marcharse, pero nunca me dijo porqué fue. Nunca volvimos a verle”. Tras una pausa, Russell continuó. “Este era su hogar. Quería hacer que fuera igual que cuando él era joven – verde y lleno de vida. No sé a donde fue, pero pensaba que le daría un motivo para volver. El Agua de Vida era la llave. Con eso, podríamos traer los cultivos de vuelta y los ciudadanos verían que había mas vida aparte del oro”. “Así que eso era lo que estabas intentando hacer”. Por fin todo empezaba a tener sentido para Edward y Alphonse. Pero tanto las ambiciones de Mugear, las esperanzas de Russell y los sueños de los ciudadanos, no habían salido como se esperaba. “Pensé que estaba siguiendo los pasos de mi padre, pero al final no estaba llegando a ninguna parte. Sólo quería hacer algo por esta ciudad, para hacer que mi padre se sintiera orgulloso”, dijo Russell amargamente. Edward no intentó consolarle. “Quizás estabas yendo por el camino equivocado”. “¿Huh?” “Si quieres ayudar a los ciudadanos, no necesitas una Piedra Filosofal o el Agua de Vida. Tienes dos manos – úsalas. Si quieres que la ciudad se vuelva verde, empieza a mover rocas. Estoy seguro que eso hará que tu padre se sienta orgulloso”. Edward agarró los barrotes de la celda. “Ocurra lo que ocurra, no vas a conseguir nada si te quedas aquí sentado deprimido. Tienes que seguir adelante. No hagas que me avergüence de ti, ¿vale? ¡Sobre todo si estás usando mi nombre!”.

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De repente los barrotes se curvaron en las manos de Edward. Edward cruzó el hueco hasta el interior de la celda, fue hacia los prisioneros y rompió las esposas. Salió sin mirar atrás. No les sacaría de ahí él mismo. Si salían, sería por su propia voluntad. “Vamos, Al” Alphonse asintió. Mira hacia los barrotes, lo suficientemente anchos para que un chico pasara fácilmente. Dentro de la celda, Fletcher estaba de pie cerca de su hermano. Se dio cuenta de que Alphonse le miraba y elevó la barbilla. Sus ojos desprendían fuerza. Alphonse le hizo un gesto con la cabeza. Sabía que si Russell se resistía, Fletcher conseguiría que saliese de allí. Él les daría un lugar mejor y encontrarían un nuevo camino. Satisfecho, Alphonse se giró y salió.

“RUSSELL”, dijo Fletcher con suavidad. “La celda está abierta. Ya no tenemos las esposas. Si vamos a irnos, tenemos que decidirlo ya” Russell miraba silenciosamente sus manos, que descansaban en sus rodillas. “Voy a salir de este lugar”, continuó Fletcher, “y voy a disculparme con la gente de la ciudad. Luego voy a aprender más Alquimia. Voy a ser realmente bueno en eso. No seremos capaces de convertir este lugar en un paraíso de la noche al día, pero seguro que podemos mover algunas rocas. Ya sabes, Russ, quizás te guste más ese tipo de trabajo que la Alquimia”. Russell le miró sorprendido. “¿Sabes lo que eso significa?”, preguntó Fletcher. “Ya no tienes más cadenas a tu alrededor. No tienes porqué seguir más los pasos de nuestro padre. Puedes hacer lo que quieras. ¡No tienes porqué seguir reprimiéndote!” “Fletcher… ¿Desde cuando eres el hermano mayor?” “¿Sabes?”, dijo Fletcher, “siempre has admirado a Padre, pero hay alguien a quien yo admiro también. Me digo a mi mismo, ‘Si eso puede ayudarle, seré más fuerte’ “ Russell levantó una ceja. “Quizás no lo sabías”, siguió Fletcher, “pero siempre te he admirado” Russell miró a los ojos de su hermano y sonrió. Se levantó y puso la mano en la cabeza de Fletcher. “Has crecido”. Era un gesto familiar. Solía hacerlo a todas horas cuando su familia aun estaba unida. Ponía la mano sobre la cabeza de Fletcher y le decía “Has crecido”, mientras sus ojos decían pero más te vale no ser más alto que yo. Fletcher levantaba la cabeza para mirarle y contestaba “¡Cuidado! ¡Te estoy alcanzando!”, y los dos reían. Hoy, Fletcher sabía que Russell estaba hablando de algo más que de altura. Sintiendo la mano de su hermano en su cabeza, Fletcher sonrió. “Cuidado, te estoy alcanzando”. Ambos cruzaron a través de los barrotes torcidos. Irían a disculparse con los ciudadanos. Aceptarían su castigo y luego les ayudarían a restaurar la tierra para poder cultivar verduras.

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MIENTRAS CRUZABAN los barrotes, el salón principal de la mansión estalló en risas. Uno de los criados de Mugear estaba pasándole pedazos de rocas rotas, que él convertía en oro. “¡Ja, ja! ¡Incluso yo, que solo se un poco de Alquimia, puedo hacer maravillas con esta Piedra!”. Aunque sabía que el oro solo duraría un momento, ver las rocas transformándose ante sus ojos se había convertido en una adicción. No podía dejar de transmutar. “No nos queda mucha Agua, pero es más que suficiente para proseguir con mi investigación. Con ese genio de Edward trabajando para mí, tendré la Piedra Filosofal completada en muy poco tiempo… Y cuando los ciudadanos vean el oro que hago, nadie pensará que he estado malgastando su dinero”. Mugear seguía y seguía con regocijo. Estaba encantado consigo mismo. Estaba realizando más transmutaciones cuando oyó una voz que le llamaba por detrás. “Y cuando el oro se haya ido, los ciudadanos estarán tan mal como al principio”. “¡Maestro Edward!”, Mugear se giró para ver a Edward, que estaba detrás. “Así que este es todo el Agua que te queda, ¿huh?” Mugear se quedó boquiabierto. Edward sostenía entre sus manos el frasco. Sonaba como salpicaba mientras lo movía de un lado a otro. “Me es difícil respetar a un hombre que mantendría a una ciudad entera como rehén por tan solo unas pocas gotas de líquido”. Edward miró alrededor. “Esta mansión tuya – es bastante lujosa. ¿De dónde has conseguido el dinero para pagar todo esto? Supongo que has estado beneficiándote todo este tiempo de toda la recaudación y de la financiación para la investigación…” Mugear ni siquiera escuchaba el reproche de Edward. Sus ojos estaban clavados en el suave balanceo del Agua en las manos de Edward. “Maestro Edward, por favor… ¡devuélveme el Agua! Sin eso, ¡mi investigación está acabada!”. Edward se apartó hábilmente, evitando que Mugear le agarrara las manos. “Tu investigación ya está acabada. No tienes información, ni metodologías… El hecho de que consiguieras llegar tan lejos usando los experimentos a medio acabar de otra persona ya es de por si un milagro” “Por favor, no digas eso”, suplicó Mugear. “¡Ah! Es el dinero, ¿verdad? ¿Qué tal suena el cincuenta por ciento de los beneficios, eh?”. Mugear parecía creer que el rechazo de Edward de trabajar con él era solo una táctica de negociación. “En verdad”, dijo Edward, “hay algo que me ha estado molestando”. “¿Qué es?”, preguntó Mugear, cuya sonrisa volvió a su cara. “Tú”. Mugear tosió. “¿Qué?” “No me creo que dejaras a Nash marcharse de aquí en mitad de la investigación – y con todas sus notas de investigación, además”. “Oh, ¿esas? Nash las tenía. No había nada que utilizar”. “Ajá”, asintió Edward. “¿Y dónde está Nash ahora? Si no tenía notas, tú habrías conseguido todo lo que pudieras de él antes de dejarle marchar. Pero no lo hiciste… ¿Qué es lo que pasó? Él no se marchó, ¿verdad?” Un ceño ensombreció la cara de Mugear.

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“¿Dónde está? ¿En otra de tus celdas?” “No está aquí”, dijo Mugear, acobardándose bajo la dura mirada de Edward. “¿Qué no está aquí? ¿Así que simplemente le dejaste marchar? O si no… No, ¡no lo hiciste!” Edward finalmente se lo imaginó. “¡Le mataste!” El silencio de Mugear fue tan bueno como una confesión. “¿Tu avaricia no tiene límites?” “Simplemente le pregunté donde estaban sus materiales”, se le escapó a Mugear. “Y podría haber intentado ablandarle un poco. No tenía una constitución fuerte, ves…” “¿Qué?”, le cortó Edward. “¿Y te crees que eso te absuelve?”. Edward estaba furioso. “Claro, los ciudadanos y Russell merecen parte de la culpa por lo que ha estado pasando aquí, pero supe desde el principio que eras el peor de todos. Y pensar que estaba siendo tolerante contigo”. A Edward le rechinaron los dientes. “Ya no”. Mugear estaba impasible. “¿Vas a juzgarme?” “No, el tribunal lo hará. Sólo voy a patear tu trasero” “Me temo que ninguna de las dos opciones me atraen mucho. No habrá juicio. Cogeré mi Agua. Y, ahora que lo pienso, con esto puedo derrotar a un Alquimista Nacional”. Mugear levantó la brillante Piedra roja. “Lo siento, pero no tenéis ninguna posibilidad de escapar”. Mugear empujó con las manos la barandilla de las escaleras. Hubo un delatador destello de una transmutación alquímica y, cuando levantó sus brazos, llevaba un rifle gigante. Para cuando movió el enorme arma de doble cañón, Edward ya había transformado su brazo derecho en una espada. “¡Ven y atrápame, alquimista! ¡Te convertiré en un panal antes de que me alcances con tu brazo!”, gritó Mugear. Riendo como un loco, empezó a disparar su pistola. Edward se agachó tras una delgada columna. Mugear le disparaba, haciendo que saltaran trocitos de yeso. “¡No puedes esconderte de mi!” “¡Sigue disparando y puede que le des a algo!”, gritó Edward, cubriéndose las orejas por el rugido de la pistola. Esperó hasta que la lluvia de balas se comió media columna, luego movió con rapidez su brazo-espada. Eso cortó limpiamente el resto de la columna. “¿¡Qué dem-!?” Edward ahuecó las manos alrededor de su boca y gritó, “¡Coluuuumnaaa vaaaaa!”. No pretendía que la columna le diera a Mugear, pero le forzaría a apartarse del camino. Mugear sería fácil de pillar entre los escombros. Mugear miraba con los ojos abiertos de par en par como la columna empezaba a descender. Al caer, se llevó parte del techo con ella, con lo que llovieron trozos de piedras hasta el suelo. Edward retrocedió para ponerse a salvo y vio caer la columna. “Ahí va… ¿Y dónde está ahora?”, Edward agitó de nuevo su brazo, intentando aclarar parte del turbio polvo de yeso que volaba por el aire. Esperaba ver a Mugear agachado en una esquina del hueco de la escalera para evitar la columna, pero no estaba allí. Edward estiró el cuello para ver por detrás los escombros cuando escuchó un crujido a su derecha. “¿Huh?”

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Justo debajo del sitio donde había aterrizado la columna, una pequeña cúpula salía del suelo. Al mirar Edward, la cúpula se partió en dos, lanzando fragmentos de la columna al otro lado. De debajo de la cúpula emergió Mugear, con una nueva pistola en su mano. “Muy astuto por tu parte tirarme esa columna encima”, dijo mientras apretaba el gatillo. “¡Wow!”, Edward se agachó y rodó a un lado mientras la boca de la nueva arma de Mugear seguía sus movimientos. La Piedra le había dado a Mugear el poder de generar una ilimitada lluvia de balas. Edward se agachó tras un montón de escombros de la columna derribada, pero los disparos pronto arrancarían aquello que le daba algo de protección. Se giró y puso las manos en una pared cercana para crear un pincho, pero eso también fue reducido a polvo en cuestión de segundos. Edward no sabía que hacer. Las balas no tenían fin – era como luchar con un pequeño ejército. “¿Qué ocurre? ¡Había pensado que un Alquimista Nacional sería un desafío mayor!”, rió Mugear. Estaba creando un cañón más largo aún mientras hablaba. “¡Te demostraré lo que un Alquimista Nacional puede hacer!”, chilló Edward, haciéndole frente a Mugear. Se movió tan rápido que le alcanzó antes de que pudiera levantar el cañón. Con su brazo-espada, Edward cortó el cañón en dos. Con la guardia bajada, Mugear tropezó hacia atrás. Edward vio su oportunidad, cerró su otra mano formando un puño y golpeó a Mugear en la mandíbula. Mugear empezó a soltar palabrotas y comenzó a crear otro cañón mientras que Edward se escabullía y plantaba las manos en el suelo para crear otra pared. La piedra del suelo se arqueó, dejando al descubierto tierra con curvadas raíces de plantas debajo. Cuando el suelo estuvo completamente vertical, Edward lo golpeó con todas sus ganas. Viendo que la pared iba hacia él, Mugear formó otra semi-cúpula para bloquear la caída. “¡Ja! ¡Estás en un espacio abierto!” vociferó Edward, corriendo para agarrar los restos de la barandilla de la escalera. Hubo un destello de energía alquímica y Edward sacó una lanza larga y pesada. “¡Romperé esa cúpula por la mitad!” juró, embistiendo contra el escudo de Mugear. Pero mientras bajaba la lanza tanto como podía, la mitad superior desapareció con un horrible chirrido. “¿Huh?”, Edward miró a la cúpula. Polvo blanco del yeso estaba suspendido en el aire. La cúpula apareció abierta ante él, y allí estaba Mugear, de pie, llevando otro cañón. Lo había completado mientras se refugiaba en la cúpula. Edward se dio cuenta de que su lanza no había desaparecido - ¡había sido pulverizada por una ráfaga de disparos de Mugear! Mugear se sentó dentro de lo que quedaba de la pared su cúpula circular. “¡Es hora de acabar con esto!”, gritó, apretando el gatillo. La pistola dio en el blanco. Un gran ¡Baboom! Hizo eco por toda la mansión mientras una gigante bola de cañón chocó contra el otro extremo del salón. Las grietas recorrieron la pared y toda la sala se estremeció. “¡Cielos!”, gritó Edward. “¡Este lugar va a venirse abajo!” “¡Bah! Puedo construir otra mansión, ¡pero nunca volveré a tener la oportunidad de poner a un Alquimista Nacional en su sitio!”. Mugear disparaba una y otra vez. Una bola de

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cañón aterrizó a los pies de Edward, haciendo que perdiera el equilibrio. Edward se echó a un lado tambaleándose justo cuando otra volaba directa a su cara. En el último momento, sacudió su brazo-espada y cortó la bola en dos. Un hormigueo le recorrió el brazo y su hombro se entumeció por el impacto. Sabía por la velocidad y el peso que había tenido mucha suerte. No sería capaz de bloquear el próximo disparo. Correr tampoco era una opción. Se cansaría antes de que Mugear agotara su munición. Edward levantó rápidamente otra pared, más robusta que la anterior, pero aún así se agitaba y agrietaba con cada ataque. Edward empezó a decir palabrotas. “Si tan sólo pudiera acercarme, tendría ventaja”. De repente se abrió una puerta que tenía detrás y una voz llamó, “¡Edward!”. Era Russell. Miró la devastación con tan solo una mirada y corrió a ayudarle. “¡Quédate atrás, idiota!”, gritó Edward por encima del hombro. Seguían volando balas por todas partes. Ante su pared completamente desintegrada, Edward hizo una nueva mientras le gritaba a Russell. “¡Escóndete! ¡Ahora! Sólo estorbarás”. Mugear vio a Russell y lanzó una lluvia de balas en su dirección. “¡Qué lástima que ya no tengas una Piedra! No podrás unirte a mi pequeño juego”. Una bola de cañón gigante se precipitó por el aire hacia Russell. La esquivó por un pelo y corrió hacia Edward. Otro disparo fue hacia ellos. “¡Russell!”, gritó Edward, apartando los ojos de Mugear un segundo. Era el momento que Mugear había estado esperando. “¡Ahora se termina!”, gritó triunfalmente. Justo tras Edward, un pincho salía del suelo y fue hacia él. Edward no tuvo tiempo de bloquear su formación. Vio el pico mortal dirigiéndose directamente a sus ojos. Desesperadamente, movió el brazo-espada y logró cortar la punta, pero no fue suficiente para detener el avance del resto del pincho. Edward se preparó para el impacto que seguro le mataría – pero el malvado pincho se paró a menos de dos centímetros y medio antes de darle. “¿Eras tú el que decía que solo estorbaría?” preguntó una voz detrás de Edward. “¿Russell?” Russell estaba de pie con el brazo estirado sobre el hombro de Edward, con el duro final del pincho firmemente en su mano. Edward también vio algo más – raíces curvadas estaban enroscadas en el brazo de Edward y se prolongaban como serpientes a lo largo de todo el pincho. Eso era lo que había disminuido la velocidad. Desde la mano de Russell, las raíces se desplazaron por su brazo y retrocedieron hasta la tierra bajo el suelo agrietado. La firma de la Alquimia era obvia. Russell agitó su mano, y las raíces se desmenuzaron y desaparecieron. “¡I-imposible!”, gritó Mugear. “¿¡Tienes otra Piedra!?” Russell levantó ambas manos. Estaban vacías, pero en cada palma tenía dibujado un complicado círculo de transmutación. “P-¿pero cómo?” tartamudeó Mugear. Edward miró a Russell, con los ojos abiertos. “¿Puedes usar Alquimia de forma natural?”

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“Me considero un alquimista de tercer grado como mucho, pero sí, puedo” “No, he visto tus notas de investigación. Sabes más de lo que dices. Lo sospechaba desde el principio… Pero al verte usar la Piedra, pensé que dependías de ella porque no tenías poderes propios”. Le había llevado una fracción de segundo juzgar y reflexionar sobre como parar el pincho. Estaba claro que Russell poseía un talento natural innato. Incluso podría ser igual que Edward. “Nunca usé mi Alquimia, porque sabía que a mi padre le disgustaría. Empecé a usarla al llegar aquí, aunque siempre he tenido mis reservas, así que opté por un acuerdo. Usaría Alquimia, pero sólo a través de las Piedras de prueba que hiciera. Así, aún podría investigar y con un poco de suerte ayudar a la ciudad sin faltar a la promesa de mi padre… O eso es lo que me dije a mi mismo, de todas formas. Al final, seguía siendo Alquimia, pero necesitaba esa excusa para continuar”. Russell hablaba con un tono calmado. “Ahora me doy cuenta que está bien usar la Alquimia. Nunca entendí porque él quería que la dejara – sobre todo cuando puedes hacer tanto bien con ella”. La expresión de Russell brillaba. El dolor que había ensombrecido su rostro había desaparecido. “He decidido que usaré la Alquimia – siempre y cuando ayude a otros”. “Así que soy el primero en beneficiarme de tu cambio de ideas, ¿huh?”, rió Edward. “¡Eso creo!” Los chicos se sonrieron. “¿¡Crees que puedes derrotarme sin una Piedra!?”, aulló Mugear. Russell permanecía impasible. “Claro. Todo lo que tienes es la Piedra. Una vez que nos acerquemos a ti, todo habrá acabado” Edward movió la cabeza con un suspiro. “¿Sabes, Russell? Incluso aunque estés usando tus poderes ahora para hacer el bien, aún sigues siendo bastante arrogante” Russell asintió. “Prepárate. Ahí viene” “¿Huh?” Mugear cargó y disparó el cañón directo hacia ellos. “¡Wow!”, Edward se agachó y la bala pasó como un rayo por encima de su cabeza. Sintió en el hombro unos golpecitos del pie de Russell. “Bueno, ¿a qué esperas? Ve a por él”. “¿Qué? ¿Quieres que vaya a por él solo?”, preguntó Edward. “Bueno, obviamente no podrás acercarte a él solo con tu Alquimia. Así que, por qué no te preocupas de cogerle, que yo me preocuparé de cubrirte todo el camino hasta allí. De todas formas, soy mejor en defensa”. Mientras hablaba, una luz salía de su mano hacia el suelo roto y las raíces de debajo cobraron vida, enrollándose y girándose a través de las rajas y grietas. La técnica de Russell era similar a la que se usaba en medicina alquímica, solo que en vez de manipular células humanas, estaba manipulando células vegetales. Edward estaba agobiado antes cuando evitaba los ataques de Mugear, pero con la ayuda de Russell, el viento había soplado a su favor. Ya que los intentos de Edward de

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esquivar y cortar por la mitad los pinchos de Mugear fallaban, la estrategia de Russell de contención y defensa parecía que funcionaría. “De acuerdo, vale… asegúrate de no perderme de vista”, dijo Edward. “Buena suerte. Ponle en su sitio”. Se miraron a los ojos y asintieron. Con esa señal, se giraron a la vez hacia la pared destrozada que Edward había erigido para defenderse y la hicieron caer. “¡Ahí estás!”, gritó Mugear, disparando a Edward. “¡Ven y cógeme!”.

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Las manos de Russell encontraron una raíz extendida debajo del suelo. La raíz crecía salvajemente, e incontables ramificaciones salían disparadas por el aire, capturando las balas y deteniéndolas a mitad de camino de su destino. Mugear disparaba sin piedad. Todas las balas eran bloqueadas por las raíces en movimiento. El salón se estremecía con el estruendo del fuego del cañón y el retorcer de las raíces bajo el suelo. El eco alcanzó su punto máximo y una gran nube de polvo de yeso se elevó en mitad de la sala. Edward se precipitó hacia Mugear a través de la nube. “¡Te tengo!” Antes de que Mugear pudiera levantar su arma, la espada de Edward bajó, cortando el cañón en dos. Y antes de que las piezas golpearan el suelo, Mugear se quedó inconsciente, desmayado por un puñetazo bien dirigido a un lado de su cara. Sólo cuando los guardias sacaron a Mugear por la puerta principal, éste descubrió que, mientras había estado luchando con Edward y Russell, los dos hermanos menores habían prendido fuego a su laboratorio alquímico, reduciéndolo a cenizas.

“BONITO, ¿verdad?” Esa tarde, al anochecer, Edward miraba los rayos de luz inclinándose en las afueras de la ciudad. No soplaba viento y el cielo estaba claro. El sol de la última hora del día brillaba en el aire limpio. “Será incluso aún más bonito pronto”, dijo Russell. Se sentó cerca de Edward. Desde su posición, podían ver tras ellos un único par de raíles que llegaba a la ciudad. Edward y Alphonse regresaron a donde habían empezado. Esta vez, se alejaban de Xenotime e iban a la estación. Russell y Fletcher habían ido a despedirse. De parte de los ciudadanos, Belsio se había disculpado con los hermanos Elric. “No te preocupes por eso, todo es culpa suya”, contestó Edward, riéndose y señalando a Russell y Fletcher. “¡Hey, ya nos disculpamos!” “¡No lo suficiente!” Russell frunció el ceño. Se había disculpado docenas de veces, pero nunca sería suficiente para Edward. Hacerse pasar por él era un crimen lo bastante serio como para encerrar a Russell y Fletcher, pero ni Edward ni Alphonse querían que el asunto llegara tan lejos. En vez de castigarles, Edward había nombrado a Russell su masajista personal y maletero. “¿Estás seguro de que estás bien? Podríamos hablar con la gente de la ciudad por vosotros”, se ofreció Edward, echando a Russell una mirada de preocupación. Los ciudadanos estaban furiosos por el engaño de los hermanos Tringam. ¿Quién sabía lo que les harían cuando llegaran a la ciudad? Pero en favor de Russell había que decir que no parecía tener miedo de enfrentarse a ellos. “Me enfrentaré a lo que venga. Todo tiene que comenzar desde allí”. “¿Tu también, Fletcher?”, preguntó Alphonse.

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Fletcher asintió. “Voy a quedarme con mi hermano. Ahora sólo somos los dos, y tengo que cuidarle… Pero creo que está haciendo lo correcto… esta vez”. Sonrió a su hermano. La cara de Russell permaneció fija y con determinación, pero no parecía infeliz. Incluso cuando Russell había oído la verdad sobre la desaparición de su padre, mantuvo sus emociones bajo control. Sólo puso el brazo sobre los hombros de Fletcher y dijo que era lo que habían sospechado todo este tiempo. Luego le dio las gracias a Edward por todo lo que había hecho por ellos. Edward protestó, “¡Parad ya! ¡Es raro que me estéis dando las gracias!” “Oh, ¿así que prefieres que te diga lo que realmente pienso de tus poderes alquímicos?”, dijo Russell ceñudo. Edward entornó los ojos hacia Russell. “¿Me estás menospreciando?” “¿”Menospreciando”? Ya estás…” contestó Russell, andando de puntillas para chulear. “¡Ja! Después de todo, sigues siendo un imbécil”

NO MUY LEJOS de donde peleaban los hermanos mayores, Alphonse se despedía de Belsio, que les había acompañado hasta las afueras de la ciudad. “Gracias por toda tu ayuda, Sr. Belsio”. “Volved a visitarnos pronto. Espero que podamos ofreceros un poco más de hospitalidad la próxima vez”. La ciudad había estado alborotada desde que las autoridades se llevaron a Mugear a la cárcel. Lemac había sido el primero en organizar a los desilusionados ciudadanos, proponiendo una reunión del pueblo para decidir qué hacer con lo que quedaba del dinero de la investigación y que cual sería su próximo movimiento. Belsio estaba a cargo del proyecto de restauración de los campos de la ciudad y Delfino se encargaba de organizar a los orfebres que quedaban. Todos tenían algo que hacer. Era el principio de una nueva era. Fletcher le tendió la mano a Alphonse. “Gracias”. Fue Alphonse quien le había dado el valor para hacerle frente a su hermano, y Fletcher sabía que nunca volvería a ser el mismo. “Trabajaré sin parar hasta que Russell confíe en mi tanto como Edward confía en ti, Alphonse”. “¡Espero que él no confíe en ti sólo para ir a comprarle vendas!” “Espero que se mantenga alejado de las peleas” Los dos se sonrieron. Tras ellos, los hermanos mayores habían parado por fin de lanzarse insultos. Russell le devolvió a Edward la maleta de viaje. “Gracias. De verdad”. Edward agarró la mano que Russell le tendió y le dio un firme apretón. “Buena suerte. Y ya sabes, si quisieras ir, probablemente te convertirías en un Alquimista Nacional. Eres lo suficientemente bueno como para pasar el examen en un santiamén. Oh, pero esa actitud tuya podría ser un problema” “¿En serio?”, dijo Russell. “No parece que suponga un obstáculo para ti”

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“Ya, ya,…” Edward sonrió. Ahora que habían terminado de poner en su lugar al otro, ambos se entristecieron por la partida. El sol poniéndose pintaba la tierra de los alrededores de un rojo profundo. “Bueno, cuídate. Espero que encuentres lo que andas buscando” “Gracias. Tú también” Con eso, los hermanos Elric dejaron atrás a Xenotime y a sus nuevos amigos. Los hermanos Tringam se volvieron y se fueron de vuelta siguiendo los raíles, con sus verdaderos nombres devueltos. Y de esta forma terminó el incidente de los alquimistas impostores de Xenotime.

EN SU CAMINO de vuelta a la ciudad, Russell y Fletcher se pararon en uno de los árboles que Belsio había plantado. Parecía frágil y delicado contra el cielo de la tarde oscureciendo, pero Russell dijo que cuando llegara el momento crecería alto y daría frutos. “¿Estás seguro?” Russell asintió y sacó un frasco de su bolsillo trasero. Dentro, unas pocas gotas de un fluido carmesí mojaban las paredes, que reflejaban la luz del sol poniente, brillando incluso más que antes. Russell quitó el tapón al frasco, lo inclinó, y vertió el líquido al pie del árbol. El Agua que había significado tanto para ellos durante tanto tiempo desapareció en el suelo seco. Elevaron la vista hacia el árbol, pero nada ocurrió. Era como si tanto el Agua como el árbol les estuvieran diciendo que todo el trabajo que habían hecho, todo su esfuerzo, no había servido de nada. Russell se enderezó. Las cadenas que le ataban al fin se habían ido. “Vamos” dijo. Miró a su hermano pequeño. “Sí, vamos” Ambos pusieron sus brazos sobre los hombros del otro y caminaron el último trecho hasta la ciudad. El futuro que tenían por delante era incierto, pero era un futuro que habían elegido ellos mismos.

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LA ESTACIÓN DE FERROCARRIL estaba iluminada por la pálida luz de la luna cuando Edward y Alphonse llegaron, pero consiguieron coger a tiempo el último tren que salía. Entraron a un vagón vacío y se sentaron uno frente al otro. Edward rápidamente se tendió y se tumbó en su lado. “Espero que les vaya bien”, murmuró Alphonse para sí. Los hermanos Tringam habían engañado a la ciudad entera y seguramente serían castigados. Incluso aunque merecían lo que les esperaba, Alphonse no podía ayudarles, sólo sentir lástima por ellos. “Estarán bien”, le tranquilizó Edward. “Viste la mirada en sus caras. Estaban listos para cualquier cosa. Pagarán sus deudas y seguirán adelante” Alphonse respiró un poco más tranquilo. “Tienes razón. ¿Sabes? Al principio no me di cuenta, pero una vez que Russell se decidió a confesarlo todo, vi algo en su rostro que me recordaba a ti” Pasara lo que pasara, Edward siempre tenía un aura de total confianza en si mismo. Alphonse había visto el mismo brillo en los ojos de Russell cuando partieron. Ahora que estaba pensando en ello, Edward y Russell se parecían en muchas cosas. Tenían físicos parecidos, ambos tenían hermanos menores, compartían afinidad por la Alquimia, y sus sonrisas eran valerosas. “Fletcher también me recuerda a ti, Al”. “¿Huh? ¿Soy tan… inocente?” “No, no me refería a eso. Quiero decir, le miro y me doy cuenta de lo duro que debe ser tener a un imbécil como yo de hermano mayor” “¿Así que admites que eres un imbécil?” Ambos pillaron la mirada del otro y se echaron a reír. “Espero que volvamos a verles, Ed” “Sí. Ese Russell era un alquimista impresionante. Seguro que volveré a escuchar su nombre algún día” “¿Era tan bueno?” “Sin duda alguna. Si lo hubiéramos intentando en serio, dudo de si lo hubiéramos descifrado en ese lugar y con sólo un pedazo. Para cuando sea famoso, con un poco de suerte habremos recuperado nuestros cuerpos originales”, añadió Edward tranquilamente. Habían fallado a la hora de progresar en su búsqueda del secreto de la Piedra Filosofal, pero quedaban muchos lugares por explorar. Su viaje continuaría. “Seguiremos intentándolo”, dijo Alphonse. “Sí”. Alphonse asintió y se giró para abrir la pequeña bolsa de papel que sostenía en la mano. Fletcher se la había dado cuando partieron. Dentro, según le había contado Fletcher, había un par de cosas que le ayudarían en sus viajes. “Mira”, dijo Alphonse, sosteniendo la

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bolsa en alto para que Edward pudiera verla. “Ungüentos y medicinas. Estaremos bien si vuelves a meterte en líos”. Alphonse agitó la bolsa. “Oh, espera. Hay algo más”. Alphonse puso bocabajo la bolsa y cayó un trozo de papel. “¡Una carta! Es para ti – de Russell” “Aw, probablemente sea una última broma de despedida”, Edward sacudió la mano con menosprecio hacia Alphonse. “Adelante, léela” “Vale”. Alphonse desplegó el papel y comenzó a leer. “Querido Edward, te debo una disculpa más. La verdad es que estaba mintiendo sobre mi edad” “¿Ves? ¡Te lo dije!”, gritó Edward, incorporándose de un salto. “¡Sabía que no había forma de que pudiera tener mi edad y ser tan alto!”. Estaba pletórico. Alphonse bajó la mirada hacia la carta, luego la subió hacia su hermano. Entonces volvió a plegar la carta. “Y dime, ¿qué edad tiene? ¡Apuesto a que diecinueve! Cuando yo tenga diecinueve, ¡seré incluso más alto!” “Estoy seguro de que tienes razón”, dijo Alphonse con calma, volviéndose para ver el paisaje iluminado por la luna. Edward le dio un codazo a Alphonse desde el otro lado del pasillo. “No era esa, ¿no? Venga, ¿qué edad tiene?” “No lo decía. Es todo lo que escribió” “¿En serio?”, sonrió Edward, convencido de que Alphonse sólo le estaba haciendo pasar un mal rato. “¡Vamos! ¿Cuál es la gran noticia?”. Alargó la mano hacia el bolsillo de Alphonse. Alphonse dio un respingo, pero Edward le agarró e intentó coger la carta. “Ed, ¡déjalo ya!” “Vamos, Al, ¿qué es lo que hay que esconder?”, liberó la carta del apretón de Alphonse. “¡La tengo! No me puedo creer que no quisieras dármela. Algunas veces eres un crío” Edward abrió la carta y se alejó de Alphonse, que intentaba débilmente recuperarla. Edward se puso en pie en mitad del vagón con una amplia sonrisa. “¡Sabía que al final averiguaría la edad que tenía!”, Edward se reía entre dientes al empezar a leer la carta, pero de repente se quedó paralizado. “¡Noooooooooooooooooooo!” El grito de Edward retumbó por todo el vagón. Alphonse suspiró y puso su cabeza entre las manos. Querido Edward, Te debo una disculpa más. La verdad es que estaba mintiendo sobre mi edad. En verdad tengo 14, un año menos que tú. Siento haber mentido. Saludos, Russell Tringam

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! La hora: Mediodía. El lugar: Cuartel General del Este.

“¿Almacén 13?” Dos ojos negros parpadearon de sospecha bajo unas greñas de pelo. El hombre que habló era el Coronel Roy Mustang, Alquimista de Fuego y jefe del Cuartel del Este. Despegó los ojos de sus documentos y miró al Teniente Segundo Jean Havoc, de pie frente a su mesa, que asentía con la cabeza entusiasmado con un cigarro colgando de la boca. “¿De qué estás hablando?”, preguntó Roy. “Sólo tenemos doce almacenes en el Cuartel del Este” Miró hacia fuera por la ventana de su oficina. Contó doce almacenes en fila, alineados perpendicularmente a su línea de visión. Al final del todo había tres almacenes más, marcados con letras “A”, “B” y C”. “Se te olvida uno” dijo Havoc, levantando un dedo. “Almacén número 13, en otras palabras… ¿no te interesa?” Jean Havoc era ese tipo de compañero que a la gente le parecía raro a primera vista. Siempre hacía un buen y habilidoso trabajo, pero su actitud era pésima. Sin importar si estaba ante un oficial o un Sargento Mayor, siempre sostenía un cigarro en la boca. Cuando la gente protestaba ni siquiera respondía, lo que incrementaba las opiniones generales en su contra. Simplemente dejaba que los comentarios le pasaran por encima. Era así de resbaladizo. No importaba qué reprimenda o queja se le hiciera, nada parecía servir. En una inusual muestra de consideración, Havoc sirvió a Roy una taza de café y luego, sorbiendo de su propia taza, acercó una silla y empezó a fumar. Roy ni se molestó en regañarle por fumar en su oficina. Después de todo, él mismo no era un modelo de oficial a seguir, perdiendo el tiempo con sus bromas. Señalar a Havoc con un dedo simplemente sería señalarse a si mismo. “¿Y qué si hay un almacén 13? ¿Eso es un problema?” el tono de voz de Roy y su expresión desinteresada dejaban claro su desdén por el tema. Antes, Havoc estuvo de acuerdo en que era algo ridículo y que lo mejor sería dejar el tema. Al otro lado de la mesa, Havoc sabía bastante bien que su historia le daba al Coronel Mustang una oportunidad más que deseada para perder el tiempo. Así que se sentó en su silla y lentamente sorbió su café. “Oh, es un gran problema” “Explícate” “Bueno… si pasas por ese Almacén 13 a medianoche, escuchas sonidos, ruidos – alguien llorando, alguien cavando en la tierra” “¿Qué es esto, algún tipo de historia de fantasmas?”, dijo Roy ceñudo y volvió a mirar sus documentos.

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“¿No le apasionan las historias de fantasmas, Coronel?” Roy vislumbró el desafío apenas disimulado en la voz de Havoc. “No me asusta” “Oh, eso es una lástima”. Havoc pareció desalentado, privado de una oportunidad de asustar a su oficial superior. “¡No hay nada de lo que tener lástima!”, Roy puso las manos en su sien. “La Alquimia es una ciencia. Debemos procurar ser lógicos con estas cosas. Supongo que por eso nunca me han ido las historias de fantasmas” “Muy al contrario que yo, ¡tengo miedo!”, dijo Havoc. “Adoro una buena historia de fantasmas. De hecho, no puedo evitar contarlas” Havoc suspiró. “Llegué a la conclusión de que las cosas que dan más miedo, cuando les echas un buen vistazo, al final no resultan ser nada en absoluto”. Roy miró por la ventana y sacudió la mano hacia Havoc. “Mira” dijo señalando. “Ahí está tu Almacén 13” Havoc miró a la fila de almacenes numerados y, finalmente, sus ojos se posaron en los tres almacenes frente a los demás, al final del todo. “¿Ves esos almacenes con letras? Hay está tu Almacén 13” Havoc le echó a Roy una mirada perpleja. “Imagina una noche sin luna. Vas andando por la fila de almacenes y cuando llegas al final, miras para arriba… al Almacén B”. “Oh, lo pillo”, dijo Havoc. “Si estuviera lo suficientemente oscuro y estuvieras lo suficientemente asustado, esa ‘B’ podría parecer un ‘13’ ” “Y el sonido de llantos solo es el viento, sin duda alguna” dijo Roy, satisfecho. “La noche puede hacerte ver y escuchar cosas que no están ahí. Además, no hay nada de lo que asustarse, haya Almacén 13 o no. Si hay un fantasma allá fuera, estaría traspasando una propiedad militar. Sal ahí con esta actitud y no te pasará nada. La única razón por la que la gente se asusta es porque ellos esperan estar asustados”, la voz de Roy sonaba con la autoridad de un verdadero oficial de mando. Havoc asintió y sonrió. “Bien dicho, señor. Eso tiene sentido para mi – ¡enfréntate a las cosas con la mente asustada y está claro que te asustarás!” “Bien, ¿quién ha sido el que ha extendido esta historia por ahí, de todos modos?”, preguntó Roy. “Alguien que se asusta de cada sombra no podría estar a mi servicio. Iré a decirle que su fantasma es sólo algún arbusto seco de allá fuera que susurra con el viento”. “¿Quizás podría decir algo, señor? Por favor, sería bueno para el estado de ánimo. Todo el mundo está nervioso con esto. Ah, y es casi la hora de comer” “¿Ya es tan tarde?” El tiempo había volado. Si la Capitana Hawkeye les viera perder el tiempo de esa manera se pondría furiosa, pero hoy no estaba en la base. De ahí la paz relajada. Ambos recorrieron el salón hacía la sala central donde todo el personal de la base estaría reunido. No había emergencias y las cosas estaban relajadas, así que todos aprovecharon el tranquilo programa para comer juntos y cotillear. Roy miró al jardín central por las enormes ventanas a lo largo del vestíbulo, donde un perro blanco y negro jugueteaba con el césped. “Mira, es el perro de la Capitana Hawkeye”

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El perro aún era sólo un cachorro. El Sargento Mayor Fuery lo había traído un día, incluso aunque los animales domésticos estuvieran prohibidos en los dormitorios de la base. Hawkeye lo había amonestado, pero no pudieron encontrar a nadie que cuidara del perro. Sin querer librarse del perro, al final Hawkeye se lo quedó. “Date por avisado: soy una dueña cruel” había dicho cuando cogió al perro entre sus brazos, y el Sargento Mayor Fuery comenzaba a llorar. La opinión general era que había empezado a llorar porque estaba contento de que alguien se quedara con el perro y así no tendrían que librarse de él. Sin embargo, algunos susurraban que fue la extraña visión de ver sonreír a la Capitana Hawkeye lo que había hecho que se le saltaran las lágrimas. Poco después, la Capitana Hawkeye declaró que pasaría tiempo con el perro como parte de un experimento de entrenamiento de animales para servicio militar. Aunque no lo quería en la base, ya que decía que era una “mezcla de asuntos públicos con los del Sargento Mayor Fuery”, Roy había dicho que no le importaba y ahora el perro estaba seguro en la base en días como aquel. Cuando Hawkeye tenía turno de día o de noche, o si pasaba la noche, el perro corría libremente por los terrenos. “Supongo que podrá ser un perro guardián”, dijo Roy. Cuando buscaban a alguien que se encargara del perro, Roy había sido uno de los primeros en declararse inadecuado para la tarea. “Mírale jugando ahí, tan inocente” dijo Havoc, cerca de Roy. Havoc había sido el segundo en ser declarado inadecuado para cuidar del perro. Por algo sobre un comentario brusco que hizo sobre que los perros “estaban buenos con salsa”. Estaba de broma, por supuesto, pero lo había dicho con una cara tan seria que nadie confiaba en él para cuidar del perro. Incluso ahora, semanas más tarde, Fuery se negaba a dejar solo al perro con Havoc fuese el tiempo que fuese. “Tengo hambre” dijo Havoc de repente. “Vamos a comer”. Quizás su estómago había rugido porque era hora de almorzar, o quizás por haber visto al perro. Si Fuery lo hubiera escuchado hubiera asumido lo segundo, agarrado al perro y corrido varios kilómetros sin parar. Havoc se había ganado esa reputación por sus comentarios poco acertados. El perro había crecido desde que se había unido a ellos en la base y aquellos días estaba más juguetón que antes. Corría por todos los patios centrales dando interminables vueltas. “¿Bien? ¿Se ha convertido en un perro de caza leal y firme? ¿En perfecta armonía perpetua con su dueña?” preguntó Havoc. “Aún no, pero se mueve aunque no se lo pida”. Roy le tendió una mano al perro. El perro le miró perplejo y se sentó perfectamente inmóvil, como siempre. Roy tenía claro que prefería los perros: fieles, diligentes, trabajadores. Pero algo en su rostro decía que lo que realmente quería era alguien que hiciera el trabajo por él, así podría vivir una vida de tranquilidad. Eso contribuía gratamente a la decisión de quitar a Roy de la lista de posibles candidatos para cuidar del perro. “Necesitará un poco más de entrenamiento antes de que pueda firmar papeles por mi”, dijo Roy desanimado.

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“Te quedarás esperando toda la vida” dijo Havoc, rompiendo rápidamente sus esperanzas. Los dos habían alcanzado la puerta del salón principal. Roy agarró el pomo y abrió la puerta con un clic. Al otro lado, una voz alta le saludó. “¡Regocijaos todos! ¡El Coronel ha decidido guiar la misión de hoy!” Sobresaltado, Roy se dio cuenta de que era Havoc. Se le había adelantado sigilosamente al abrir la puerta y ahora sostenía la puerta abierta de par en par para el inconsciente Roy. “¿Huh? ¿Y a qué viene esto ahora?”, las cosas estaban sucediendo demasiado rápidas para Roy como para entender lo que estaba ocurriendo, pero cuando vio a todos de pie en el comedor, agarrando sándwiches con una mano y mirándole expectantes, supo que tramaban algo. “¡No me asustaré de ningún fantasma si el Coronel viene con nosotros!” dijo Falman. Falman era Oficial de Brigada en la base – un compañero flaco con ojos bizcos que ahora brillaban mirando a Roy. “¡Cuánta más gente, mejor!” dijo Breda. Como Havoc, Heymans Breda era Teniente Segundo y estaba justo enfrente de Falman. Era fuerte y parecía ser la última persona en esa sala que necesitaría la ayuda del Coronel para algo, y menos para los fantasmas. “¡Coronel! ¡Haga algo por favor! No puedo salir por las noches, ¡tengo tanto miedo!”, dijo el Sargento Mayor Fuery, corriendo para agarrarse a la manga del Coronel. Estaba al borde de las lágrimas. Fuery era un joven de aspecto serio con el pelo corto y negro y enormes gafas. Parecía más joven de lo que ya era. Lo confundían frecuentemente con un estudiante del primer ciclo de secundaria. Roy aún no tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero no le gustaba. Escapándose del apretón de Fuery, se giró para enfrentarse a Havoc. “¿A qué te refieres con la ‘misión de hoy’? ¿Qué está pasando aquí?” “Vaya, ¿a que te refieres? ¡Es de lo que hablamos antes! ¡El Misterio del Cuartel del Este, señor! ¿No dijo que nos ayudaría a averiguar la verdad?” “¿Huh?” De acuerdo, Roy había afirmado que probaría que ese fantasma solo era el producto de ideas disparatadas, pero había sido una conversación normal. Nunca hubiera imaginado que Havoc la convertiría en una oferta para guiar alguna alocada caza de espectros. “Bueno, no… dije que le contaría la verdad a quien estuviera extendiendo ese rumor, ¡pero no dije nada de ninguna misión!” “¿Estás queriendo decir… que no vas a ayudarnos?”, preguntó Fuery, con la preocupación en sus ojos. Las manos de Fuery estaban temblando. Parecía afligido. Roy se dio cuenta de que tenía que hacer algo. “Bueno, no es que no vaya a ayudar... sólo es que, esta misión, yo…” Roy simplemente no quería decir “sí” y comprometerse a la idea. “Está bien, Sargento Mayor Fuery”, dijo Havoc. “No es por ti. Es igual de malo con todo el mundo”. Havoc rió y Roy echó humo.

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“¡Mira quien habla! ¡Y yo que pensaba que habías venido a mi oficina a pasar el tiempo contando historias de fantasmas!” Havoc levantó las manos al cielo fingiendo rezar para pedir piedad. “¿Qué estás diciendo? ¿Yo? ¡Llevo una vida de suma diligencia!” “Mentiroso” escupió Roy, pero Havoc no estaba escuchando. Havoc le acercó una silla al Coronel y extendió un mapa de la base en la mesa. “Bien, jefe de la misión. Vamos a aclarar todos los detalles” “¿A quién estás llamando “jefe de la misión” y qué es todo eso de “misión”, por cierto?” “Claro, ¡nuestra misión para revelar la verdad que hay tras este misterio! Yo soy el estratega, ¡y tú eres el jefe!” dijo, señalando a Roy. Roy apartó la mano. Breda dio unos pasos y pasó la mano por el mapa, contando los almacenes. “Aquí están los almacenes numerados, del uno al doce, y luego están los demás –“ Antes de que Breda pudiera señalar el inexistente Almacén 13, Roy le agarró la mano. “Aquí está tu Almacén 13” dijo, señalando al Almacén B. “¡La verdad ha sido revelada! ¡Nuestra misión ha sido todo un éxito!” Se levantó triunfalmente, pero Havoc le puso una mano en el hombro. “No vamos a dejar que se libre de esto, Coronel. Estamos realmente asustados y necesitamos que hagas algo”. “Sólo quieres una persona más para tu grupo para que yo sea el primero y puedas arrojarme al fantasma” “¡Pues claro! Necesitamos tanta gente como podamos. La unión hace la fuerza, y todo eso” La voz de Havoc era tan jovial como siempre, pero sus ojos parecían muy serios. Roy se dio cuenta que con Fuery a punto de llorar y Breda tan pálido, no sería capaz de pasar del tema. No quería involucrarse, pero no tenía elección. “Vale”, dijo Roy, suspirando mientras se sentaba en la silla. “Contadme que ha pasado. Desde el principio” La primera vez que se mencionó algo raro en el Cuartel del Este fue casi hace un mes. Falman lo escuchó primero. Alguien de la ciudad le contó algo cuando estaba fuera de misión de compras. “Has pasado muchas noches ocupado en el Centro de Mando, ¿verdad?” habían dicho. Falman lo ignoró pensando que era una conversación trivial. Pero cinco minutos más tarde, otra persona dijo casi lo mismo. Cuando le preguntó qué era, supo que la gente había oído ruidos de excavaciones en la base. Asumieron que era algún tipo de proyecto oficial. Se informó más y desató una avalancha de informes y especulaciones. “Escuché cavar aquí la otra noche” “Suena como una persona cavando… ¿Pero por qué cavan de noche, sin luces?” “Los guardias dicen que nadie ha estado trabajando fuera por las noches…” “Pero nadie que no sea del ejército puede entrar a la base…”

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“¡Quizás no se trate de ninguna persona!” “¡Quizás sea un fantasma!” “¿No se usó la base como una prisión?” “¡Aquí se ejecutó a gente!” “¡El Cuartel del Este está embrujado!” “Los fantasmas deambulan por la base de noche, ¡buscando almas inocentes para comer!” Los rumores crecían y crecían. Roy rió. “Esto es ridículo. Es solo un rumor que alimenta más rumores hasta que se escapan de control” Pero nadie en la sala sonreía. Roy miró alrededor. Fuery y Falman, en particular, parecían enfermos. Miraban hacia abajo, a la mesa del almuerzo, con las caras pálidas. “¿Qué?” preguntó Roy. “¿No me digáis que lo habéis escuchado también?” Ambos asintieron. Falman fue el primero en romper el silencio. “Pasamos por los almacenes de camino al dormitorio. Justo la otra noche tuve que recorrer ese camino después de terminar mi turno. Había oído los rumores, y me hizo pensar en los almacenes. Andaba tranquilamente por allí y entonces –“ “¿Lo escuchaste?” “Alguien cavando… ¡escarbando en el suelo!”. Falman tragó saliva y se puso aún más pálido. “¿Tú también, Sargento Mayor Fuery?” Fuery asintió. “De camino al dormitorio por la noche. Pero…”, la voz de Fuery estaba temblando y se le puso la piel de gallina. “Escuché un llanto”. Fuery cerró fuertemente los ojos, no quería recordarlo. “¿…Llorando?” Roy pensó que debió de haber sido el viento, un sonido engañoso, pero no podía negar rotundamente lo que Fuery decía. “Y, ¿se ha extendido mucho el rumor por la ciudad?” preguntó al fin. “Bueno, ahora mismo la historia es esta: solía haber un Almacén 13 en el Cuartel del Este. Hace mucho tiempo una mujer murió allí y por eso el almacén fue destruido, y sus restos con él. Ahora ella regresa por las noches buscando sus huesos” “Menuda historia sacada sólo de unos ruidos de excavaciones oídos por casualidad”, dijo Roy, impresionado. “Por favor”, dijo Fuery, “tiene que hacer algo. Me da mucho miedo ir al dormitorio” Roy no sabía que decir. “¿En verdad hubo un Almacén 13?”, preguntó Breda. “No que yo sepa”, dijo Roy. “Aunque se que los tres almacenes con letras se construyeron primero. Los almacenes numerados se construyeron más tarde, todos al mismo tiempo, para almacenar recursos durante la guerra civil. Aún así, nunca hubo sitio al final de los almacenes numerados para meter un decimotercero” “Así que puede que el Almacén 13 sea probablemente el Almacén B, después de todo”

92 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“Eso es lo que creo… pero no sé nada sobre excavaciones o llantos”, dijo Roy. “¿Alguien ha ido a comprobarlo?” “Pero, ¡si eso es lo que vamos a hacer esta noche!” dijo Havoc. “Tienes una tarea nocturna – quédate un poco más y haz horas extras”. Ya estaba programando los horarios. “¿Por la noche?” pregunto Roy con incredulidad. “¿Vamos a ir por la noche?” Roy había dicho que no le importaban las historias de fantasmas, pero tras oír los relatos de los sonidos que Falman y Fuery habían escuchado, empezó a ponerse nervioso. “¿Por qué no vamos ahora?” “¡Porque los fantasmas salen de noche!”, dijo Havoc. “¡No encontraremos nada si vamos ahora! El Escuadrón de Investigación Paranormal del Cuartel del Este saldrá de aquí a la 01.00 en punto” “Espera, ¡no podemos hacer estas cosas en la base! Si nos pillan…” Roy no tenía que decirle a Havoc que ella se pondría furiosa si los encontraba correteando por ahí como colegiales en la noche. “La Capitana Hawkeye se va hoy temprano. Estaremos bien” “Sí, pero…” Roy se sentía menos y menos entusiasmado con lo de salir por la noche al lugar que se rumoreaba que estaba embrujado. Además, empezaba a sonar como un rollazo. “¿Y por la mañana? Ese llanto probablemente sea el viento soplando por alguna grieta del almacén” Havoc no iba a ser persuadido. “Coronel, ¡tus hombres están asustados! ¿Vas a dejarles? Tus pobres, pobres hombres…” “Bah”, dijo Roy. “Sólo pretendes involucrarme en tu pequeña farsa” “Oh, yo tampoco quería ir, pero cuando el Sargento Mayor Fuery vino a mi supe que era el momento de armarse de valor y hacer lo correcto”, dijo Havoc. “Yo también” “Yo igual” “Y también escuchamos cavar, después de todo…”. El Sargento Mayor Fuery debía de haber estado realmente asustado. Había ido llorándole a todo el mundo. Ahora miraba a Roy, y sus ojos estaban llorosos de las lágrimas. “Por favor… por favor, ¡no nos dejes! ¡Tengo tanto miedo!” De verdad que no quiero ir, pensó Roy, pero no podía ni imaginarse como decirlo. “¡¡Coronel!!” Unos segundos después, Fuery estaba colgado de su brazo, suplicándole para que fuera con él. “¡Está bien! ¡Está bien, iré!” dijo Roy. Suspiró y miró al mapa de la base.

ERA LA UNA de la madrugada. Roy había terminado de matar el tiempo con la excusa de trabajo de última hora, y echó a andar por el vestíbulo hacía la sala central. Falman y Havoc estaban de turno y Fuery y Breda habían perdido el tiempo como Roy. “Qué fastidio”

Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim

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Roy finalmente había renunciado a intentar librarse de la misión. Era la única forma de resolver el problema de una vez por todas. Roy pensaba en sus hombres. El pobre Sargento Mayor Fuery tenía tanto miedo del fantasma que no podía regresar a su dormitorio, pero aún así se apuntó a la misión. Era eso o esperar solo en el comedor, y esa no era una opción con el fantasma por ahí. Le pidió permiso a Hawkeye para que el perro se quedara en la base. Roy imaginó que probablemente se agarraría al pobre chucho con todas sus fuerzas hasta que empezara la misión. Falman, que había escuchado al fantasma cavando, también quería que se resolviera el misterio. Breda se unió sólo para decir que lo había hecho y, al igual que Havoc, dijo que estaba asustado pero que no había duda de que se trataba de una excusa para poder divertirse por ahí en la noche sin meterse en líos. “Si deja pasar esto, definitivamente tendrá un efecto negativo en el estado de ánimo, Coronel…” Sin mencionar que si el rumor llegaba a Central, serían castigados. Peor, Roy conocía al oficial a cargo en Central y había una oportunidad más que buena de que se tomara un interés personal en el rumor e hiciera una de sus estratagemas de publicidad. El Cuartel del Este se convertiría en unas instalaciones de espectáculo – un destino turístico para reclutar a gente atónita que viniera a ver el famoso almacén encantado – y Roy no tenía intenciones de dejar que su base se convirtiera en una feria. Decidió que lo haría lo mejor posible para llegar al fondo de la cuestión y resolver toda la situación calmadamente. “Es duro ser un jefe de nivel medio”, refunfuñó mientras se paraba en la puerta del salón principal. Aclararía el tema rápida y tranquilamente, para que nadie de los de arriba escuchara algo sobre aquello. Roy fue a abrir la puerta, y sus ojos se abrieron de par en par. “¿Qué es esto?” Alguien había pegado un trozo enorme de papel en la puerta del salón principal. En letras gigantes, ponía: Cuartel General de Investigación Paranormal Del Cuartel del Este Roy arrancó el letrero de la puerta y entró furioso a la habitación, con el papel hecho jirones en su mano. “¡No colguéis esta basura! ¿Qué pasaría si lo ve alguien importante?” “Aw, acababa de terminarlo” dijo Havoc, recogiendo de forma penosa los trocitos de papel que habían caído. “¡Deja de hacer de esto algo más importante de lo que es!” “Vamos, vamos, señor”, dijo Havoc. Havoc intentaba calmar a Roy, mientras Breda y Falman estaban liados con unos trozos de pan de una mesa cercana a él. “Necesitaremos dos trozos más” dijo Breda. “Y más salchichas. Cuando llegue el Sargento Mayor Fuery estaremos listos para irnos” “¿Por qué estáis preparando bolsas con comida?” Roy miró a ambos, estupefacto. “Venga, si vamos a hacer una excursión por el campo, ¡tenemos que hacerlo divertido!”, dijo Havoc inocentemente.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Aquí está tu aperitivo de medianoche, Coronel” Breda andaba tendiéndole al Coronel una pequeña bolsa de papel marrón. La mano de Roy tembló de ira. “Mirad, sólo voy a salir ahí porque no quiero ver el Cuartel del Este convertido en algún tipo de zona turística. Y no quiero que los que están aquí sean disminuidos de categoría si el alto mando nos investiga. Esto no es una excursión por el campo, así que no lo veáis así” “Coronel, es sólo debido a que Fuery tiene tanto miedo que pensamos en intentar quitarle un poco de hierro al asunto. ¿Una salchicha?” Havoc sostenía delante de Roy una pequeña salchicha. Roy frunció el ceño. “¡No necesitamos comida!” Havoc se puso la mano en la frente fingiendo que le dolía. “Oh, ver a nuestro pobre Sargento Mayor tan angustiado…” “Deja de fingir que te preocupa” “¿Lo has notado?” Cuando Roy y Havoc se estaban lanzando puyas, llegó Fuery. No miró a la gente de la sala, y su cara estaba tan pálida y tranquila como la de un prisionero en el corredor de la muerte. Cada gesto que hacía parecía gritar No quiero ir. Parecía estar mucho peor que al mediodía. “Toma, te he hecho un aperitivo nocturno” dijo Falman, tendiéndole al tembloroso Sargento Mayor una bolsa en un intento de animarle. “Gr-gracias”. Fuery agarró la bolsa débilmente, como un hombre aceptando su última cena, y la sostuvo entre los brazos. “N-no voy a salir huyendo o algo así, pero tengo mucho miedo” “No te preocupes” dijo Breda, amablemente. “De verdad que no existen tales cosas como los fantasmas. Y además, estaré a tu lado todo el camino” “B-Breda…” los ojos de Fuery se llenaron de lágrimas y fue a abrazar al Teniente Segundo. “¡Graciaaaaaaaaaaaassss!” “¡Wow! ¡Hey!” dijo Breda, huyendo al otro extremo de la habitación. “¡Mantén lejos de mi esas manos tuyas que han tocado a un perro!” Breda estaba mucho más asustado por los pelos de los perros, parecía. Roy le dio unos golpecitos a Fuery en el hombro. “Sargento Mayor Fuery, en serio, no hay de lo que asustarse. Llegaremos al fondo de la cuestión y verás que no era nada desde el principio. El llanto que creías haber escuchado lo más seguro es que fuera el viento soplando por los materiales de construcción apilados en uno de esos almacenes. Estoy seguro de ello. No existen tales cosas como los fantasmas” “G-gracias, Coronel”. Fuery parecía algo más relajado. “Bien, ¿podemos irnos?” dijo Havoc, con un evidente tono de impaciencia en su voz. “¡Nuestro primer encuentro con un verdadero fantasma!” Con aquellas palabras, la reciente tranquilidad de Fuery desapareció en un instante. El Teniente Segundo Havoc verdaderamente se superaba a si mismo diciendo las cosas más inoportunas en el momento más inoportuno.

95 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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CUANDO ABRIERON LA PUERTA hacia el exterior, un viento frío y fuerte les dio en la cara, haciendo como si el calor de todo el día solo hubiera sido un producto de sus imaginaciones. “El tiempo se ha puesto feo” murmuró Roy. La luna permanecía oculta tras unas nubes oscuras y el cielo era de un negro plomizo. Miraron a las oscuras siluetas de los almacenes que Roy había mirado antes desde su oficina. Falman cerró la puerta tras si con un fuerte golpe y la luz de la habitación se apagó. La oscuridad a su alrededor iba aumentando. Todos habían querido acabar con eso de una vez por todas y quizás soltar una o dos bromas para tranquilizarse, pero ahora que la tarea estaba frente a ellos nadie quería ir. Acurrucándose, anduvieron despacio por el patio principal hasta un sucio camino sin pavimentar que llevaba a la hilera de almacenes. “¡Dejad de empujar!” dijo Roy. Los otros estaban apiñados tras él, empujando para que fuera el primero. “Lo siento, no queríamos andar delante de un oficial de más rango” dijo Havoc, agachado detrás de Roy y usándole de escudo humano contra los terrores de la noche. “Tengo miedo, tengo miedo”, susurró Fuery. “Solo estás asustado porque piensas que hay algo ahí de lo que asustarse”, dijo Falman con una voz fría y calculadora desde su escondite tras la espalda de Roy. Breda sugirió cantar algo. Todos estaban intentando sin mucho éxito ocultar el miedo que salía de sus corazones dejándolos helados y temblando. “¡Eeeeek!” chilló Breda de repente, y a todos se les salió el estómago por la boca. “¿Qué? ¿Qué es?” “¡Ow!” “¿Hay algo ahí?” “¿Quién me ha pisado?” Un grito había hecho que se alarmaran y ahora todos estaban saltando como una manada de animales nerviosos. Sólo habían pasado unos instantes desde que salieron y ya el miedo era una epidemia. El único que parecía algo más calmado era Roy, y eso sólo consiguió que los demás formaran una fila detrás de él. El chillido de Breda le había hecho sentir pánico por un momento, pero cuando la bota le dio en todo el pie el dolor le hizo recobrar el sentido común. “Teniente Segundo Havoc, tu pie” “Oh, lo siento, señor” “¿Cómo ha llegado tu pie hasta aquí?” “Por accidente, señor” “¿Qué está pasando aquí? Breda, ¿por qué ese grito?” “Noooo…. ¡aléjate!” dijo Breda. “¡Perro malo! ¡No te acerques!”. El cachorro blanco y negro estaba mordiendo el pie de Breda. Todos dieron un suspiro de alivio. Fuery sonrió. “¿Qué te pasa, chico? ¿Quieres venir con nosotros? Coronel, ¿podemos llevarle?” Antes de que Fuery pudiera acabar, Breda gritó por detrás de Roy y Havoc, a los que usaba como escudo frente al perro. “¡No! ¡Ni hablar!”

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“Pero… dice que está solo”. “¡No hables por el perro!”, gimoteó Breda. “¡No, no, no!” “Sargento Mayor Fuery, ata al perro y larguémonos”, ordenó Roy. Abatido, Fuery asintió y fue a atar al perro fuera del patio central. Ahora que todos se habían calmado, empezaron a andar de nuevo. Todos estaban congelados. Uno de los éxitos de los entrenamientos de Hawkeye había sido conseguir que el perro no ladrara. Ahora, extrañamente ladraba sin razón. “¡Tranquilo!”, silbó Fuery al perro. “¿Le diste de comer?” preguntó Roy. “Puede que tenga hambre” “No, le di de comer – y nunca ha ladrado así cuando ha querido comida. Quizás se sienta solo después de todo…” “¡No, no es eso!” dijo Havoc. “¿Nunca habéis oído que los perros tienen el poder de sentir lo sobrenatural? Algunos dicen que pueden sentir lo que va a pasar…” “Se dice que los perros ladran cuando su dueño está en peligro”, puntualizó Roy. “Así es. Pronto algo horrible le va a suceder a alguno de nosotros. Eso es lo que el perro quiere decir. La persona más cercana a él es el Sargento Mayor Fuery. Debe querer advertirle del peligro” “¿Intentas asustarnos?” dijo Roy, ceñudo, pero era demasiado tarde. La tensión nerviosa que se había esfumado momentáneamente con lo del perro había regresado con ganas. “¿Estaremos bien?” dijo Falman, matizando la situación. Habían llegado al primer almacén y su silueta se dibujaba totalmente oscura contra el cielo. Todos se estaban preguntando lo mismo. “Estaremos bien”, dijo Roy. “El perro probablemente esté equivocado, en realidad” “Bah” dijo Breda. “¿Cómo podría una criatura que no es ni capaz de controlar su propia saliva sentir lo que va a pasar? Es una pura y simple chorrada” Sin convencerse, Fuery miró hacia la oscuridad, temblando. “¿Qué hay ahí fuera…?”, dijo tranquilamente. Todos permanecieron callados. Los almacenes estaban en fila al lado izquierdo del ancho camino por el que andaban. Había otros edificios a la derecha, a bastante distancia del almacén. La luz del edificio que habían dejado atrás apenas les iluminaba el camino, y la oscuridad se hacía más profunda delante. Como un virus, el miedo de Fuery había comenzado a extenderse y a infectar a los otros, empezando por Roy, cuya manga agarraba, y luego continuando hacia Havoc, encogido tras ellos, y a Breda y Falman, que iban tras él. Todos andaban apiñados, dando pequeños pasos nerviosos, intentando esconderse tras la espalda de Roy en la creciente oscuridad. “¿Por qué tengo que ir el primero?” “Los oficiales de más rango primero, señor” dijo Havoc amablemente, pero la mano que tenía en el hombro de Roy para que avanzara permaneció firme. “¿Por qué sólo tenéis en cuenta lo de los rangos en este momento?”, se quejó Roy.

97 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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Las razones de Havoc para arrastrar a Roy en esa alocada misión estaban aclarándose. Sin él aquí, o Havoc o Breda tendrían que haber ido primero. La oscuridad les rodeaba cada vez más mientras pasaban del primer al segundo almacén, y cuando alcanzaron el cuarto almacén, no podían ver nada, ni aunque sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. “¿Alguien ha traído una linterna?” “Oh, sí”, dijo Falman, sacando un viejo farol. Havoc encendió la mecha. La parpadeante luz amarilla-anaranjada recorrió el farol con un difuso resplandor en la oscuridad. Tras un breve silencio, Falman murmuró “por alguna razón, eso hace que me asuste más” La lámpara era un clásico farol con forma de caja y, a pesar de estar protegida con cristal, cada vez que soplaba el viento la llama se agitaba. La brillante luz anaranjada hacía que sus sombras saltaran y temblaran con una danza terrorífica en las paredes de los almacenes. “Bueno, no podemos hacer nada. Son nuestras propias sombras”. Roy se enderezó, y su sombra se torció con una repentina ráfaga de aire. “Hey, tienes razón. Mira esto”. Falman juntó las manos delante de la lámpara y empezó a hacer figuras que se proyectaban en la pared del almacén. “¡Mirad! ¡Un perrito!”. La sombra con forma de perro de la pared se torció con el parpadeo de la luz. “Aprecio la idea, pero temo que debo pedirte que pares”, dijo Roy. La luz parpadeante transformó la sombra con forma de perro de Falman en un lobo retorcido con una hilera enorme de colmillos. “Continuemos. A este paso, no llegaremos nunca” “Sí. Terminemos esto, así podremos volver y tomar un poco de café caliente” Aunque se paraban con cada movimiento de la llama del farol, llegaron al Almacén 6. “¿Qué hay en ese almacén?” preguntó Breda, sosteniendo el farol en alto para ver el número pintado en la puerta principal. “Uh, bueno”, empezó Roy, “estos almacenes contienen escritorios y otros materiales parecidos, cosas que ahora mismo no se usan. Cualquier cosa que se vaya a necesitar con frecuencia se pone en el Almacén 1, las que se necesiten menos frecuentemente en el Almacén 2, y así sucesivamente. Apenas usamos del Almacén 6 para delante. Casi todos contienen cosas raras y trastos viejos que no se usan pero de los que tampoco nos podemos librar. Por lo que sé, hasta podría no haber nada ahí” “¿Quieres decir que nunca has mirado dentro?” “Sólo una vez, cuando llegué a la base por primera vez” “¿Así que no sabes lo que hay en verdad en este almacén?”. Aquellas palabras, que en otra ocasión habrían parecido inocentes, ahora sonaban terriblemente siniestras. Todos tragaron saliva. “¿Qué deberíamos hacer si escuchamos a alguien gritando dentro?” bromeó Breda, pero su propio miedo se reflejaba claramente en su voz, y acabó sin sonar como una broma en absoluto. Todos se pegaron a la derecha para alejarse del almacén tanto como pudieran.

98 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“¿Sabéis? Se dice que a los fantasmas les gustan los sitios con el aire estancado, donde no ha estado nadie en mucho tiempo” dijo Falman, medio para romper la tensión. Ahora era la idea que todos tenían en mente, tan clara como un hecho científico: un almacén con aire estancado igual a un almacén con fantasma. Sus pasos sonaban como el de los animales camino del matadero. Roy suspiró y anduvo hasta el siguiente almacén de la hilera, el Almacén 8. “Bueno, vamos a comprobarlo. Si ponemos el farol pegado a la ventana, podremos ver el interior” Los otros cuatro se pegaron a la pared del edificio de enfrente, moviendo las cabezas. “¡Ni hablar!” “¡No, por favor, no!” “¡Coronel, por favor!” Roy caminó hacia ellos y los arrastró, literalmente, hasta el almacén. Se resistieron como niños, clavando los tacones en el suelo. “Escuchad”, dijo. “Estamos aquí para investigar la verdad que hay tras ese “Almacén 13” y los sonidos de excavar, pero ahora estamos tan asustados por lo que podría haber dentro de este almacén que no podremos avanzar mucho más. Simplemente vamos a comprobar todo lo que nos da miedo y resolverlo” “¡No!” dijo Fuery, temblando. “Sigue diciendo eso, y estarás tan asustado como para poder sacar algo del almacén incluso si tuvieras que hacerlo por trabajo. Mirad, no voy a venir aquí a otra de estas misiones de búsquedas de la verdad. Vamos a acabar con esto esta noche. Teniente Segundo Havoc, traiga al Sargento Mayor Fuery aquí. Oficial Falman, no corra” Los cuatros caminaron arrastrando los pies a regañadientes. “Havoc, traiga una escalera. Hay una en el Almacén 6”. Roy se lo pidió a él porque parecía el menos asustado de todos, pero Havoc se negó inmediatamente. “¡Ni hablar, señor! ¡No pienso ir allí yo solo!” “Muy bien, pues” dijo Roy. “Iré yo. Quedaos todos aquí esperando con Breda” “¡No! ¡Por favor no nos dejes, Coronel!”, gimió el Sargento Mayor Fuery. “¡Por favor!” dijo Havoc. “¡Le necesitamos!” dijo Falman. Roy era inusualmente popular esa noche. Los tres le agarraban tan fuerte que apenas podía respirar. Al final, encontraron una caja vacía apoyada en la pared del almacén a la que podrían subirse para ver a través de la ventana más baja. Todos treparon por la caja y echaron un vistazo por la ventana. El interior estaba completamente oscuro. Podían ver ligeramente el contorno de otra ventana en el otro extremo del almacén. “¿Veis? Mirad. Ni fantasmas, ni gritos”. Roy parecía victorioso, pero para cuando todos habían vuelto a calmarse, eran ya las dos y pico de la madrugada. “Creo que ya nos hemos asustado todo lo que podíamos. Ahora estaremos bien ocurra lo que ocurra”, dijo Roy mordiendo un sándwich. Los cinco habían decidido que era momento para tomar un matinal aperitivo, por lo que se sentaron en círculo en mitad del

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camino. En vez de una hoguera, pusieron el farol en el medio del círculo; era su única protección contra los horrores que acechaban en la noche helada. El grupo estaba aturdido y alegre mientras descansaban de todos los horrores gracias a los sándwiches y a la sopa caliente. Havoc asintió ante las palabras de Roy y mordió una salchicha. “Sip, una vez que has tocado fondo, no puedes llegar más profundo” “Y… ¿no podemos asustarnos más de lo que hemos estado hasta ahora?” “Así es” Ni siquiera Roy parecía dispuesto a cuestionar la idea de que el miedo podía tener algún tipo de límite. “¿Sabéis? Me siento bastante bien”, dijo Falman. “¡Yo también estoy bien!”, dijo Fuery. “Entonces bien, ¿os hace una historia de fantasmas?” dijo Havoc, sonriendo. Todos rieron como si tuvieran un tornillo suelto. Fue Falman quien detuvo las risas. “Vale. ¿Alguno ha escuchado la historia de la esposa del florista?” Como un típico contador de historias de fantasmas, Falman habló con una voz baja y tranquila. Todos se callaron. “Una vez, hubo una pareja que tenía una floristería. Su negocio iba bien, vendían una gran variedad de flores que alegraban a los clientes cada día. Pero un día, su esposa cayó enferma y murió. El florista estaba muy triste y puso las flores que habían cultivado juntos en su tumba. Entonces se dio cuenta de que, aunque vendía flores, nunca le había dado alguna a su esposa antes de ese día. Era lo menos que podía hacer, pensó, y puso en su tumba una espléndida selección de ramos en honor a su esposa” “Es una bonita historia” “Sí” Todos sonrieron, pero Falman sacudió la cabeza. “Incorrecto”. “¿Huh?” “Es anoche, la mujer se acercó a la cama del florista”. “¿Para darle las gracias?”. Preguntó Fuery. “Eso era lo que él pensaba también, pero estaba bastante equivocado”. Mientras se metía en la historia, la voz de Falman se volvía más suave. Todos se inclinaron para oírle. “El rostro de la mujer que estaba al lado de su cama estaba lleno de tristeza. Para que veáis, aunque habían vivido juntos durante mucho tiempo, nunca le había dado flores a su esposa, y ahora, solo cuando ella estaba muerta, al fin le había dado un ramo” “Pero… ¡Le dio flores! Quiero decir, ¡ella no podría haberse enfadado por eso!” susurró Fuery. “Sí, le dio flores… pero no sus favoritas. ¡Le dio las flores equivocadas!” “¿Q-qué ocurrió entonces?” El día siguiente, y el siguiente, el florista recogía flores y se las llevaba a su tumba, pero el rostro de su mujer se volvía más y más infeliz con el paso de las noches. El florista había hablado muchas veces con ella sobre las flores que prefería, pero no podía recordar cuales eran. Ellos trabajaban con tantos tipos de flores todos los días en la tienda que ya lo había olvidado”.

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Todos, sentados formando un círculo, escuchaban atentamente a Falman, que siguió. “Pronto, su mujer se quedó al lado de su cama todas las noches, desde el crepúsculo hasta el amanecer, susurrándole bajito: ‘no me amabas en absoluto. Nunca me amaste’. Y el florista cayó enfermo por no poder descansar. Al final, el día después de haberle dado todos los tipos de flores de la tienda, fue enfrente de la tienda y recogió las flores silvestres que crecían allí. El verano había sido caluroso y las flores estaban secas y marchitadas, pero fueron las últimas flores que le dio. Esa anoche fue la primera en la que ella sonrió. ‘Lo recordaste’, dijo. ‘Me amabas, después de todo – y esas flores brillantes y sanas me harán buena compañía en mi solitario viaje hacia el Más Allá’. Sonrió al florista y le dio las gracias, y luego desapareció. Y al día siguiente –“. Todos tragaron saliva. “– Al día siguiente, el florista fue hallado muerto en su cama. Cuando los ciudadanos fueron a la tumba de su esposa, vieron que las flores silvestres estaban en flor, como si hubieran absorbido toda la vida del florista”. Un largo silencio siguió a la historia de Falman. Un viento frío sopló, y la luz del farol brillaba y temblaba. La historia había sido peor de lo que se esperaban. “Esa historia da miedo” “¡Da miedo, así es!” “Ya sabéis, incluso cuando estás asustado, una historia de miedo da aún más miedo…” “No bromeéis” No fue la historia de fantasmas más convincente del mundo. ¿Quién podría haber sabido lo que el florista y el fantasma de su mujer hablaban al lado de la cama? Pero a nadie se le ocurría señalar los obvios defectos. Habían esperado que la historia ayudara a pasar el tiempo, pero ahora estaban muertos de miedo. “Quiero irme a casa” dijo Breda, pero nadie se movió – nadie quería irse solo. Pensaron que habían tocado el fondo del miedo, pero ahora veían que estaban cavando un hoyo e iban cada vez más profundo. Sólo el estar sentado ahí en círculos ya les asustaba. A la vez, se levantaron en un intento por romper el hechizo. Se agarraron a los mangas unos a otros y continuaron despacio su camino hacia lo que sea que hubiera detrás del Almacén 12. Habían trabajado todos en la base mucho tiempo, pero algo en el viento nocturno y en el miedo que les recorría el cuerpo hacía que la escena familiar que les rodeaba pareciese otro mundo. Era como si estuvieran vagando por una tierra extraña y extranjera que les cansaba la mente, el cuerpo y el alma. Pasaron por el Almacén 9, luego el Almacén 10, después el Almacén 11, empujándose y arrastrándose los unos a los otros, andando lo más cerca posible de su reacio líder. “Ohh…” gimió Fuery, agarrando la manga de Roy. No quería decir nada, pero conforme se acercaban al último almacén, los gemidos se escapaban de sus labios. Finalmente, llegaron al Almacén 12.

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“¿Veis? Nada”, dijo Havoc. Más allá del Almacén 12 sólo había un espacio abierto, y después tres pequeños y numerados almacenes, A, B y C. “No hay Almacén 13”, dijo señalando con su barbilla. “Cuando está oscuro y estás asustado, esa ‘B’ parece como un ‘13’, eso es todo” De acuerdo, en la oscuridad no se podía ver nada claramente. Breda levantó el farol hasta que pudieron distinguir la ‘B’ en mitad del almacén. “¿Pero qué hay de los ruidos de cavar? ¿La mujer en busca de sus huesos?” “¡Sí! Los sonidos de excavaciones… ¡y los llantos! ¿Estás diciendo que no existen?”, se quejó Fuery, agarrado a Roy. “Casi suenas como si quisieras que hubiera un fantasma” dijo Roy, ceñudo. “No, es sólo que….” comenzó Fuery. Ninguno de ellos quería haber llegado tan lejos y marcharse a casa sin estar 100 por cien seguros de que allí no había nada. Aguzaron los oídos y escucharon. Contenían la respiración, intentando distinguir sonidos de llantos o de excavaciones, pero no oyeron nada, sólo el débil susurro del viento. “No oigo nada” “¿Quizás no esté cavando esta noche?” “Posiblemente, pero si hemos llegado hasta aquí y no podemos oír nada, quizás sólo sea el sonido del viento después de todo. Falman, Fuery, escuchasteis los ruidos desde fuera del complejo de almacenes, ¿verdad? Así que estabais al otro lado de la pared. Los ruidos pueden sonar raros desde la distancia algunas veces” La explicación de Roy parecía más bien persuasiva. “Cierto, no hay pruebas, pero si lo piensas, parece más bien que tus oídos te engañaron” “Supongo” dijo Fuery, luchando con el miedo de su interior. Entonces levantó los ojos y miró a Roy. “Creo… si no podemos hallar aquí la fuente del sonido, no lo encontraremos en ningún otra parte. Sólo fue que mis oídos me engañaron. Fue el viento”. Fuery había vencido sus miedos. “Así es. ¿Todos contentos?” dijo Roy, girándose. Havoc, Breda y Falman sonreían, asintiendo. “¡Perfecto! Misión completa” dijo Roy, con un evidente tono de alivio. No tenía ganas de tener un encuentro paranormal. Siempre había dudado de que cosas como los fantasmas existieran, pero el aire de la noche y la historia de fantasmas le habían afectado, y estaba contento de que hubiera terminado. Al final, no había nada de lo que preocuparse. Con la misma sensación gratificante que tiene uno tras un largo viaje, regresaron por donde habían venido. La aventura había terminado. Justo en aquel momento, la luna salió entre un montón de nubes. El área a su alrededor se bañó por la pálida y fría luz de la luna, y entonces – “¡Arrrgh!” “¡Eeeeek!” “¡Noooo…..!” Lo vieron: un montón de tierra recién removida, brillando de rocío con la luz de la luna – justo en el espacio entre el Almacén 12 y los almacenes con letras. El oscuro montículo de tierra estaba delante de ellos en la luz azul pálida, retándoles a huir chillando.

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Havoc dio un paso atrás, y Fuery comenzó a agitarse sin control. Tras ellos, la mano que Falman tenía en el farol y las piernas de Breda empezaron a temblar. La verdad que ninguno de ellos esperaba encontrar estaba ahora delante de sus caras. Roy, maldiciendo a sus propias piernas temblorosas, echó a andar hacía el montículo. “¡No, no vaya, Coronel!” “¿Qué pasaría si el fantasma le atacase?” “¡R-regresemos cuando haya luz!” El miedo del grupo había alcanzado nuevos niveles, pero Roy seguía andando hacia delante. Como un oficial de mando, tenía que llegar al fondo del asunto. Arrastró a los cuatro que tenía detrás, que aún se agarraban a sus brazos. Cuando llegaron al filo del montón de arena, lo vieron. Ahí, en un hoyo somero del montículo, un hueso blanco destellaba con la luz. “No creía que de verdad hubiera algo aquí” dijo Roy, conmocionado. No quería que un fantasma asustara a su base, su segundo hogar. Huesos, ¡aquí enterrados! Era peor que cualquier historia de fantasmas. Al mirar más de cerca vio más huesos, dispersos por la tierra. Era todo real. En el momento en el que su miedo por lo desconocido se convirtió en una horripilante verdad, Roy sintió otra sensación: responsabilidad. Tenía que averiguar de quien eran esos huesos ahí enterrados. Para los otros, en especial para los que escucharon los sonidos nocturnos, esto sólo había incrementado sus miedos. “Ese sonido, ese sonido…” repetía Fuery. “De verdad está aquí”. “¡Seguramente nos esté mirando ahora!” Miraron por todas partes, temerosamente. En aquel instante, cada uno de ellos creía en los fantasmas. Roy les lanzó una severa mirada. “Lo primero es lo primero. Enterraremos estos huesos” Un coro de súplicas se elevó como respuesta. “Si tocamos esos huesos, ¡se volverá loca!” “¡Nos asustará hasta el fin de nuestros días!” “Por favor, Coronel, ¡es demasiado peligroso!” Al ver a todos sus hombres temblando, Roy se agachó y cogió una rama caída. “Pues vale, lo haré yo solo. No sé porque tengo que hacerlo yo – sois los que me trajisteis aquí, en primer lugar” Los cuatro se agarraron a su brazo, intentando que no ahondara el agujero con el palo. “¡No, por favor, señor! ¿No se dice que hay que dejar yacer a los huesos en paz?” “Si haces enfadar al fantasma, Coronel, ¡nos asustará a todos!” Roy gruñó. “¿Qué estáis diciendo? Sólo voy a enterrarlos hasta que podamos hacer una investigación formal. No podemos dejarlos aquí tirados” “¡Pero el mismo fantasma los acumuló! ¡Se enfadará si los tocamos!” rogó Fuery. “Coronel, ¿qué pasaría si un fantasma se nos apareciera todas las noches, sólo porque estamos aquí con usted?” dijo Havoc, añadiendo luego con una voz espeluznante,

103 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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“¿Qué pasaría si ella nos dice ‘¿¡Por qué no detuvisteis al Coronel cuando tocó mis huesos!?’ ?“ “¡Eeeek! ¡Eso daría muchísimo miedo!” gimió Fuery. Roy intentó calmar a los hombres en estado de pánico. “Si eso ocurriera, yo asumiré la culpa. Decidle simplemente que lo hice yo, ¿vale?” Pero no fue suficiente para quitarles el miedo. “Ni hablar, Coronel, le conozco - ¡le dirá que vaya a asustarnos, a que sí!” “Sí, ¡se salvará a si mismo a costa nuestra!” “Vale”, dijo Roy, “Juro solemnemente que asumiré la responsabilidad de todo esto, sea sobrenatural o no, ¿de acuerdo?” Havoc sacudió la cabeza. “No nos basta solo con su palabra, Coronel” “¿Pues qué es lo que debería hacer?” dijo Roy, exasperado. Al final, Havoc sacó un trozo de papel del bolsillo y, en él, Roy escribió un juramento prometiendo que si algo salía mal de todo eso él asumiría toda la responsabilidad. Ahora tendrían algo que mostrarle al fantasma si les asustaba. Algo oficial. Los cuatro parecieron aceptarlo, así que fueron a buscar palitos para ayudar a Roy a cavar. Hicieron un enorme agujero en pocos minutos. Recogieron con ternura los huesos, los colocaron en el hoyo, y los cubrieron de tierra. Así terminó la primera Investigación Paranormal del Cuartel del Este. “Vayámonos a casa” “Sí” Todos estaban agotados. Tirando sus palos, regresaron al salón central. “Traigamos algunas flores mañana” sugirió Havoc, andando cerca de Roy. “Buena idea”, dijo Roy. El resto estuvo de acuerdo. “Me pregunto cuales serán las flores que le gustan” dijo Breda. Todos se miraron. Hasta Breda se paró en seco. Todos habían recordado la historia de la esposa del florista.

A LA MAÑANA SIGUIENTE, los hombres desaparecieron detrás de los almacenes, llevando tantas flores como podían. Hawkeye los miraba con recelo. “¿Qué está pasando aquí?” “Oh, nada” dijo Roy, que parecía avergonzado. No le habían comentado a Hawkeye ni los rumores ni la investigación de la última noche. Decir algo sólo conseguiría que les regañaran por andar correteando por ahí como colegiales durante el trabajo. En realidad, habían encontrado algo, así que quizás no pasara nada. Fuera lo que fuera, Roy no podía hablar de eso. Lo que habían encontrado esa noche había sido tal sorpresa, que no sabría ni por donde empezar. En el peor de los casos, el ejército estaría involucrado en todo eso. Puede que alguien haya sido asesinado en secreto o quizás existiera una conspiración de algún tipo. Roy planeaba informar a sus superiores de sus hallazgos más tarde y solicitar una investigación. Hasta que todo estuviera aclarado, quería dejar al fantasma en paz. “Te lo

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Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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diré a su debido momento” le dijo a Hawkeye finalmente. Aunque existía una mínima posibilidad de que Hawkeye se conformara con ese rechazo, después de una pausa cambió de tema, para su alivio. Roy cogió algunos documentos de Hawkeye y miró por la ventana. Podía ver una hilera de doce almacenes, ahí, como siempre. Más allá, el lugar donde habían encontrado los huesos estaba cubierto de flores. El coste total de las flores había sido más de 10.000 sens, pero pensaron que si así calmaban al fantasma incluso sólo un poco, era un precio mínimo que pagar. Al mediodía, los miembros de la misión de la pasada noche comieron juntos en el patio central. Después de haber tenido el resto de la noche para calmarse, estaban muy orgullosos de sí mismo por haber sido tan valientes. “Daba mucho miedo estar ahí fuera, pero me alegra haber llegado hasta el final”. “No podíamos permitir que los rumores siguieran – apuesto a que eso hubiera molestado al fantasma más que otra cosa” “Creo que hicimos lo correcto” “Tienes razón” “Aún así, el Coronel fue el que estuvo más tranquilo de todos. Realmente lo hizo bastante bien” “Bah” dijo Roy, con el ceño fruncido. “Todos le admiramos, ¿sabe?” dijo Havoc, sonriendo con inocencia. El grupo se partió de risa. Sus sonrisas eran como las de aquellos que han pasado por apuros y han vuelto victoriosos. Las carcajadas captaron la atención del perro de Hawkeye, que saltó hacia el círculo que habían formado. Fuery levantó y saludó al cachorro con los brazos abiertos mientras que Breda se fue corriendo como un rayo, tan rápido como pudo, al otro extremo del jardín. Todos volvieron a reírse. Era una tarde perfecta y tranquila en la base.

HAWKEYE LES CONVOCÓ a todos. “¿Ha ocurrido algo? ¿Por qué todos estáis tan animados hoy?” “No, no, no es nada” dijo Roy. Todos sonreían. El perro agitaba su cola entusiasmado, feliz porque ellos estaban felices. Luego levantó su pata delantera y la movió en el aire. “¿Qué pasa? ¿Tienes hambre?”, dijo Fuery, cogiendo la pata del perro y hablándole. El perro le lamió la cara. “Ja, ja, ¡eso hace cosquillas!” “Quiere su aperitivo” dijo Hawkeye, yendo a su oficina y volviendo con una bolsa. De la bolsa sacó un grande y jugoso bistec con forma de hueso. Todos los ojos se clavaron en el hueso. El hueso les parecía horriblemente familiar. “¿L-le das bistec con forma de huesos?” dijo Roy, horrorizado. “¡Sip! Los adora” dijo Hawkeye, tendiéndole el bistec al perro. “¡Come, perrito! ¡Estás creciendo! ¡Necesitas comer todo el calcio que puedas!”

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El perro cogió el bistec de su mano y empezó a dar vueltas en círculo eufórico, luego corrió por el camino que llevaba a los almacenes. “Aw, ya se ha ido otra vez a esconderlo”. Hawkeye siguió con la vista al perro con ternura en sus ojos. “Una vez que se termina la carne, le gusta correr y esconder los huesos. ¡Es tan adorable!” Hawkeye sonrió extrañamente con cariño, pero nadie la estaba mirando. Los ojos de todos estaban fijos en el perro, que corría a lo largo del Almacén 1…2…3… Cuando llegó al final del camino, el perro de repente se giró y desapareció tras el Almacén 12. “Oh, no…” “El hueso…” “Esos huesos…” “Detrás del almacén…” Hawkeye se giró hacia ellos. “Oh, sí, se pasa todo el tiempo escondiéndolos ahí” “¿Por qué nadie se dio cuenta?”

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Traducción: Bluwim


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El grupo estaba acurrucado en el hueco de la escalera cerca de la salida de emergencia del salón principal, donde nadie podría escucharles. “Estaba tan oscuro… y había muchos. Quiero decir, ¡somos unos aficionados! ¿Cómo íbamos a saber que los huesos no eran humanos?” dijo Havoc. En las posteriores investigaciones, habían averiguado que los ruidos de llantos venían del perro. Había reconocido los pasos de Fuery desde el otro lado de la pared y había resoplado y aullado para llamar su atención. El único motivo de que los ruidos de excavar fuesen por la noche eran porque durante el día había muchos otros ruidos normales que escuchar. Además, parecía que la razón de que el perro aullase esa noche era porque temía que desenterraran su colección de huesos. La verdad era humillante. Estaban agotados y rojos de disgusto. “Mis manos…” susurró Breda. “¡Toqué huesos baboseados por un perro!” “Oh, ve a lavártelas, idiota”, dijo Havoc. Breda salió pitando, gimiendo. Momentos después, escucharon un torrente de agua que provenía del grifo del patio. Falman miró al papel que acababa de mecanografiar. “Coronel, sobre la solicitud de investigación…” “Líbrate de eso ahora mismo”, ladró Roy. El Sargento Mayor Fuery tragó mientras Falman hacía pedazos el papel. “Coronel, todas esas flores…” “¡Quitadlas también!” Después de todo lo que había ocurrido la pasada noche, no podían creerse todo esto. Havoc levantó un trozo de papel arrugado. “Uh, señor, el dinero para las flores corre a nuestro cargo…” “¡Escóndelo!”

PERO LAS COSAS NO FUERON tan tranquilas como lo habían planeado. Unos días más tarde, Hawkeye llamó al Sargento Mayor Fuery a su despacho. “Este gasto de 10.000 sens, ¿para qué era?” Fuery tragó saliva. “Ummm….” En un esfuerzo para evitar que se diera cuenta, Havoc había pasado a máquina la descripción de los gastos y se la había pasado a Breda, que se la pasó a Falman, que se la pasó a Fuery. Fuery iría a darle el papel a Roy, y una vez firmado y contabilizado, el suceso quedaría resuelto. Fue mala suerte que cuando Fuery iba a darle el papel a Roy, Hawkeye tropezara con él y le viera. Ella reconoció el informe de gastos y se lo quitó de las manos mientras él se quedó paralizado en el sitio. “Ahora mismo me dirigía al despacho del Roy. Se lo llevaré por ti” Ella le echó un vistazo al papel y se detuvo. Volvió a mirar a Fuery. Era una inusual enorme cantidad de dinero para un gasto diario y, claro estaba, ella quería una explicación. Fuery miraba a todos los de la habitación en busca de ayuda. Como respuesta, todos le

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devolvían tensas sonrisitas y esperanzadores asentimientos con la cabeza. Sentado en la mesa más grande, Roy miraba glacialmente a Fuery, ordenándole con los ojos que no dijera ni una palabra. “¿Qué es esto?” “Um….” Si Hawkeye averiguaba para qué habían usado el dinero, su misión nocturna sería descubierta. No sólo les echaría la bronca, si no que además tendrían que pagar los 10.000 sens de sus propios bolsillos. Si no lo hacía lo mejor que pudiera ahora, decepcionaría a todos, y sólo pensar en el Coronel Mustang enfadado con él le daba pánico. Al mismo tiempo, sabía que Hawkeye nunca se tragaría una mentira. En su corazón, Fuery sopesó lo que era peor: la ira de Roy o la de Hawkeye. Miró a los ojos de color marrón claro de Hawkeye, dándole la espalda a los ojos de Roy. Sabía que era imposible ocultarle algo a ella. Lo siento, le dijo a Roy en silencio, y entonces comenzó a hablar, y la verdad fue revelada.

LOS DÍAS PASARON. Por supuesto, el informe de gastos fue rechazado. Surgió una disputa entre los cuatro alistados, pues querían que el que cobrara un mayor salario pagara todo. Roy pensó que deberían dividirse los gastos a partes iguales. No podía entender por qué él tenía que pagar, ya que habían sido ellos los que le arrastraron a sus planes, en primer lugar. Dejando a un lado al Sargento Mayor Fuery, los otros tres no eran ricos, pero tampoco estaban exactamente peleando. Aún así, les gustaba tener dinero para salir de noche de vez en cuando. Querían que Roy se esperara hasta que les subieran el sueldo. Ningún lado cedía, y la cosa seguía en tablas. Finalmente, Roy perdió. Havoc planteó que Roy se había ofrecido a asumir toda la responsabilidad si “algo salía mal” en su misión de búsqueda, fuese sobrenatural o no – incluso había dejado una prueba escrita – y Roy tuvo que pagar. “Esto es sólo un préstamo, chicos” murmuró Roy. “Será mejor que paguéis vuestras partes cuando tengáis el dinero” “¿Puedo pagarte la mía en diez plazos?” “Hazlo en cinco” “Te pagaré el próximo día de paga” “Más te vale” “¿Puedo esperar hasta el siguiente día de cobro no, si no el otro?” preguntó Havoc. “Hay algo que quiero comprar con la próxima paga” Roy suspiró. “¡Eres en el que menos confío de todos, Havoc! ¿Por qué debería alargarte el plazo de pago?” Havoc sonrió y se encogió de hombros. Hasta ahora, Roy aún no ha recuperado su dinero.

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" HOLA. Aquí Makoto Inoue. Realmente amo Fullmetal Alchemist así que, naturalmente, que me hayan permitido escribir esta novela me ha hecho muy feliz. Para poder sumergirme completamente en el mundo de Fullmetal Alchemist pasé muchos días estresantes usando mi cerebro a plena capacidad. Pero por otro lado, fue también divertido porque pude pasarme todo el tiempo pensando en mis personajes favoritos. Puede sonar como que he estado aquí sentado mirando las nubes, pero dentro de mi cabeza estaba aventurándome en el mundo de Fullmetal Alchemist con una mochila. O puede sonar como que he estado apretándome los sesos, pero dentro de mi cabeza el Coronel Mustang y el Teniente Segundo Havoc estaban haciendo un número cómico. Después de pasar los días así, me di cuenta que me convertiría en mucho más fan de lo que era antes. Para mí, esta novela de Fullmetal Alchemist era una corta visita al mundo de Hiromu Arakawa. Sería extremadamente feliz si los lectores y, por supuesto, Arakawa-sensei, pudieran divertirse aunque fuera un poco con el libro. (Pero me disculpo si no os ha gustado). Como siempre, he recibido un gran trato y apoyo de mucha gente en este proyecto. Antes que nada, me gustaría agradecer a Arakawa-sensei por coger tiempo de su apretado horario y enseñarme tantas cosas sobre el mundo de Fullmetal Alchemist. Te prometo que si alguna vez te veo en el Toys “R” Us mirando con éxtasis a Darth Vader fingiré no conocerte, así que si tú me ves hurgando en cosas de Gundam, por favor, mira para otro lado (je). También me gustaría agradecer a mi editor, el Sr. Nomoto. Me ayudó tremendamente dándome consejos y respondiendo muy rápidamente todas mis preguntas. Además, durante la fase de planificación me dijo cosas como “¡BOOM! Termina esto aquí… y luego ¡BLAM! Pon esto otro acá…” o “¡BAM! ¡Justo así!” y “Copia todo esto - ¡WHOOSH! – ahora mismo…”. Realmente me divertí escuchándole utilizar tantos efectos de sonido en conversaciones normales. Y nunca olvidaré lo que me dijo aquella vez…

MAKOTO INOUE: (hablando del calendario para finales de año) “Wow, Sr. Nomoto, parece que va a estar incluso más ocupado que antes”. SR. NOMOTO:

“No, no, ¡es parte de mi trabajo! Para mi el estar ocupado son sólo unos cuantos de…. ¡HANNACHARABOO!”.

109 Autor: Makoto Inoue Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

Traducción: Bluwim


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Dijo todo esto con su agradable voz tan característica. Sabe como hacer las cosas divertidas incluso cuando el trabajo llega a ser estresante. Tres segundos después, me reía tan fuerte que me estómago dolió. Gracias, Sr. Nomoto. Finalmente, me gustaría agradecer de todo corazón a toda la gente que ha leído este libro. ¡Muchísimas gracias!

– MAKOTO INOUE

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¡Muy buenas a todos! Lo prometido es deuda, así que aquí me tenéis, aumentando cada día más vuestra colección de FMA ^^ La verdad, la primera vez que me propusieron traducir esta novela, me reí con ganas. ¡Traducir yo sola un libro! Una cosa es traducir mangas y otra muy distinta un libro. Eso pensaba, y creo que no me equivocaba. Pero en lo que sí que estaba equivocada es que traducir un libro sería difícil. Es obvio que lleva más tiempo y hay que tener en cuenta más detalles, pero traducir esta novela no me ha parecido difícil en absoluto. Puede ser debido a su lenguaje adaptado al público juvenil o porque amo tanto todo lo referido a FMA que cuando las cosas se hacen con ganas, no cansan. He de aclarar que, aunque la novela no haya sido escrito por Arakawa-sensei, sí que hay “parte de ella” en este libro, pues Makoto Inoue consulta con ella los argumentos, cómo deben actuar los personajes, lo que puede poner y lo que no, etc. Aunque mucha gente cree que estas novelas no tienen nada que ver con el mundo creado por Arakawa-sensei (de hecho, antes yo tenía esa opinión), sí que pueden considerarse parte de las aventuras de los hermanos Elrics que la propia autora no ha podido incluir en su manga. Bueno, y como a estas alturas no creo que mucha gente siga leyendo, comenzaré a despedirme. Yo no soy nadie importante, pero también quería tener mi espacio para aclarar algunas cosillas y dedicar este libro, el primero que he traducido en mi vida (por eso, sed buenos. Se que hay muchísimos fallos, sobre todo de tildes, pero aunque he ido lenta para cerciorarme, repasar más de 100 páginas es una lata, como comprenderéis…). Antes que nada, quería dedicar este libro a todos los que me siguen en McAnime. Ya muchos me conocéis y sabéis que soy una ‘friki’ a más no poder de Fullmetal Alchemist. Qué le voy a hacer, es mi serie favorita, y pongo mucho cariño cada vez que hago algo relacionado con esta serie, jejeje. Nunca me cansaré de daros las gracias al igual que vosotros me las dais a mi: sin vosotros, no estaría haciendo nada de esto, ni traducir el manga cada mes, ni traducir las novelas, ni pasarme horas buscando en Internet cosas nuevas para traéroslas traducidas. Y espero de corazón que aún nos quede para rato, aunque ya se huela el fin del manga, desgraciadamente… (Aún no he empezado a prepararme psicológicamente para ello xD). También, gracias a Oglamar79, por ayudarme con un par de frases (es lo que tiene tenerla en el cuarto de al lado) y a ver si empiezas ya a leerte FMA de una vez ¬¬. A Tovarash02 y a mi sensei, por seguirme también mensualmente como buenas amigas, darme vuestra opinión y sobre todo por aguantarme cuando me pongo a hablaros en plan friki psicópata de lo que pasa y pasará en el manga (¡Y confiad en mi! ¡Confiad en los pendientes! ¡EdWin! xD). Besotes a las dos. Pues me despido ya, espero veros pronto en otra novela y próximamente en el capítulo 84 de Fullmetal Alchemist. Allí os espero, como siempre en McAnime, ¡no os lo perdáis! B Blluuw wiim m (Mayo’2008)

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Traducción: Bluwim


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