■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 3 de enero de 2016 ■ Núm. 1087 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
La
El invernadero de las palmeras
Jura Soyfer
LITERATURA
Tarrek elT l ayeb
AUSTRÍACA
¡El listo toma sus precauciones!
L oreL M anzano
frente al espejo
La culpa es de S tefan z weig
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La piel de Oaxaca: el nuevo muralismo
Dos cuentos “Herwig Weber coloca a la narrativa austríaca frente al espejo, y mientras la obliga a mirarse, la describe en voz alta, habla de sus formas, su pasado, su psique, sus obsesiones y exilios, siempre en torno a la relación literaria, con frecuencia conflictiva, con Austria”: la cita es de Lorel Manzano, narradora, traductora y especialista en literatura en lengua alemana, que en su ensayo define las características principales de la narrativa austríaca actual; suyas son también las traducciones de los fragmentos de Eltayeb y Soyfer, que dan fe de una literatura en plena efervescencia. Completan el número una pieza teatral satírica de Javier Bustillos, un relato de Jorge Bustamante, una entrevista con la poeta Silvia Tomasa Rivera y un artículo de Alessandra Galimberti sobre el nuevo muralismo oaxaqueño.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
A la española Carlos Martín Briceño
P
oco faltó para que el caso llegara a la policía. Los que nos negamos a denunciar fue por lealtad a Alfredo. Quienes se empeñaban en hacerlo desistieron cuando les demostramos que tenían más deseo de venganza que razón. Lo difícil será hallar otro sitio donde obtener tanto por tan poco. El Sansouci, como siempre, repleto. Tuvimos que esperar un buen rato para conseguir una mesa. Alfredo nos trajo las primeras cervezas a la barra. Llevábamos varios meses viniendo a diario porque era el único lugar donde servían brochetas como botana. Al principio creí que ser condiscípulos del hijo del dueño era nuestra carta de recomendación, pero luego observé que todos los clientes recibían el mismo trato. “El éxito del Sansouci –decía don Roberto, el padre de Alfredo– es que no tenemos preferencias: da lo mismo atender a un albañil que a un licenciado.” Y sonreía con esa actitud franca de aquél que ha logrado lo que quiere. Le gustaba presumir su ascendencia española y creía que boina y puro, aunados a un ceceo fingido, daban mayor validez a sus afirmaciones. Recuerdo que era el último viernes del período de clases. Al día siguiente saldría cada cual a su pueblo a pasar la temporada navideña. No siempre tuvimos la oportunidad –y el dinero– para comer y beber sin límite. Esta vez parecía que lo hubiéramos planeado. Y entre trago y trago comenzó una tarde que pudo haber transcurrido plácida, sin mayor problema. Poco a poco las mesas del Sansouci fueron quedando vacías hasta que sólo se mantuvo con vida la nuestra. Alguien le pidió a Alfredo que ahora sí enviara otra tanda de brochetas. “¡El ron –gritó el padre de nuestro amigo desde atrás de la barra sin dejar de contar el dinero– abre el apetito! ¡Coman hasta reventar, que esta noche la casa invita!” Y así lo hicimos. De haberme aguantado quizás no hubiera ocurrido nada pero uno no puede contener la vejiga cuando ha bebido tanto y entre esperar a que se desocupara el baño, mearme en los pantalones o forzar una puerta con un letrero que decía “exclusivo meseros, prohibido el paso a clientes”, escogí esto último. Una débil claridad se filtraba por el dintel de la puerta; apenas la indispensable para no tropezar. Frente a mí noté el inodoro. Aun con el cerebro embotado, elegí correctamente; el lugar
alguna vez fue baño. Como pude llegué al borde del bacín y me puse a orinar en él sin saber que estaba roto y fuera de uso. Siempre que estoy en un baño público procuro respirar con la boca en lugar de la nariz para no sentir la pestilencia del sirio. Y mientras hacía esto luchaba por conservar el equilibrio y atinar justo al centro. Hasta hoy recuerdo perfectamente el instante en que distinguí que algo, o alguien, me miraba desde el suelo. Fue cuestión de segundos. Abrí bien los ojos y me agaché cuanto pude. Vomité en el acto. Estaba parado sobre un montón de pequeños cráneos y esqueletos a punto de ser alcanzados por la orina que corría a mis pies. Ante el desconcierto de mis compañeros, salí maldiciendo de aquel cuarto, porque allí, en la cantina de ese gachupín hijo de puta, las brochetas eran de perro
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Antonio Edgar Aguilar
D
urante el trayecto caminábamos en silencio. Hasta que asomó ante nosotros, de entre el monte espeso, una pequeña aldea. El hombre que me acompañaba dijo: –Hemos llegado. Lo miré un instante y volví la mirada hacia la serie de casuchas que se resguardaban de la oscuridad de la noche. Nos internamos poco a poco. Mis pies no aguantaban más. –¿Cómo dijiste que se llama tu padre? –dijo el hombre. –Antonio –respondí. –Antonio –repitió el hombre, como un eco. Al fondo se oía el ladrido de los perros. La luna se descubría a ratos, expectante. Pasamos por las casuchas; en ninguna se percibía ruido alguno. La gente dormía. Nuestros pasos se confundieron con el crujir sordo de las piedras. –Antonio… –volvió a repetir el hombre, como para sí mismo. –Sí –dije, con la garganta seca–, Antonio… El hombre se detuvo, se descalzó y se frotó un pie, luego el otro, apoyándose sobre mi hombro. El suelo quemaba. La luz de la luna le pegó de frente en el rostro. Su cabello era blanco su cara pálida y vieja, como la de un muerto. El hombre me miró sorprendido. Pero al fin y al cabo ambos lo sabíamos bien, a quien buscábamos era a Antonio
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La
LITERATURA
AUSTRIACA
frente al espejo Portada: Seductora e inquietante Diseño de Marga Peña
Directora General: Carmen Lira Saade, Director: Hugo gutiérrez Vega(†), Jefe de Redacción: LuiS toVar, Edición: FranCiSCo torreS C órdoVa , a Leyda a guirre r odríguez y r iCardo y áñez , Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo g arCía n oriega , Diseño de portada y dossier: marga Peña, Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a LeJandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Sema nal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
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La piel de Oaxaca: el nuevo muralismo
Foto: Mr. Theklan/ Creative Commons
Alessandra Galimberti ARTISTAS URBANOS GRAFITEAN EL CENTRO HISTÓRICO LOCAL
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axaca tiene muchas pieles. Una de ellas viste, reviste y atavía constantemente sus paredes con obras artísticas urbanas. No siempre son las mismas; las obras, de por sí, por definición, de hecho, son efímeras, mutantes y cambiantes, debiéndose enfrentar siempre a la apostilla del tiempo que pasa, a los funcionarios de muy reducida o nula sensibilidad, a los reglamentos rígidos e intransigentes o a los mismos artistas que se renuevan y reciclan. No todas las paredes cuentan con esa piel; solamente algunas que se hallan dispersas a lo largo y ancho del perímetro urbano; paredes intervenidas artísticamente que sorprenden de repente al transeúnte al doblar, por ejemplo, una esquina, al redoblar el paso por una avenida, al pasar por el adoquinado de un barrio artesano, talabartero, como en el caso de Jalatlaco, o textilero, como Xochimilco, al costado de una plazuela, al pie de una escalinata, como esa misma que sube hacia el Cerro del Fortín –ahí donde el gobierno pretendió en vano levantar un centro de convenciones– o al fondo de un callejón sin salida. Es la piel del nuevo muralismo oaxaqueño, hecho bien de pinceladas al más clásico estilo sobre la pared preparada previamente en blanco; o bien de sprays que, aplicados directamente, sin olvidar, por favor, la obligada mascarilla protectora de nariz y boca, van configurando amplios grafitti preferentemente en bardas más largas que altas; o por último –cada vez más, siempre con más fuerza– de esténciles de pequeño, mediano o gran formato que, combinados en muchos casos con un cuidadoso y elaborado trabajo de serigrafía, se explayan en fachadas de las casonas antiguas jugando con los diferentes elementos arquitectónicos. Se recurre pues a técnicas puras y/o mixtas, enriquecidas con frecuencia con un trabajo fino de caligrafía y escritura, de donde emergen textos (“yo soy la mujer que mira hacia dentro”, reza María Sabina en un gran mural en blanco y negro, a un costado de la Fuente de Siete Regiones, en interminable remodelación desde hace por lo menos siete meses) que acompañan, subrayan, explican o matizan el correspondiente componente gráfico. Y así, entre las sombras, formas o colores van brotando pájaros de un acordeón que suena en manos de una niña, el abrazo de una madre a su hijo ausente (es decir, desaparecido), una Frida y un Benito Juárez con crestas punketas, a modo de los más enardecidos Sex Pistols o de los jóvenes anarquistas oaxaqueños que todavía hoy en día arrojan toda su furia contra los vidrios en cada una de las marchas de protesta; un abuelo campesino con todas las arrugas del mundo en su frente, una indígena zapoteca meciendo la tierra entera en su ancho huipil, el Zapata de toda la vida rodando en una bici-
cleta, un Tin Tan guiñándole el ojo al desprevenido, venados sobre la concavidad de la palma de mujeres jaguares, un hombre zorro sosteniendo con delicadeza entre sus dedos un huevo-maíz, un gallo garboso que desde lo alto de una cornisa observa el paisaje urbano y el transitar de carros y peatones… Todas ellas son figuras que abrevan en la cultura prehispánica, en las culturas originarias aún tan vivas en Oaxaca, en la cultura popular nacional y también, cómo no, en la realidad política arrolladora que sin tapujo alguno se empecina en repartir generosamente hambre e injusticia por doquier. Los hacedores de esta epidermis son un gran número de artistas urbanos que han hecho de las paredes de la ciudad su lienzo preferido. Son mayoritariamente jóvenes, oaxaqueños que rondan los treinta, que se han formado técnicamente en las escuelas o en los múltiples talleres de arte locales, y políticamente al calor de los diferentes movimientos sociales, como el que en 2006 cimbró el establis hment sociopolítico de la entidad. Pueden trabajar solos, por su cuenta, y firmar así, como en el caso de Yeskas, El Pinche Kezo, Villegax, el Dr. Lakra y tantos otros, o integrándose ellos mismos en diferentes colectivos, tales como Lapiztola, Tlacolulokos, Asaro, Arte Jaguar o Zape, por mencionar sólo algunos pocos a modo de ejemplo. A ello hay que sumar a los artistas foráneos (Chachachá, del dF ; Unkle, de Guadalajara; Sekta, de Chiapas…) y a los también internacionales (Bastardilla, de Colombia; Pelucas, de España; Ecla, de Francia; Yiyo, de Costa Rica…) que visitan esporádicamente la ciudad, dejando su propia marca. (Gracias por la información sobre los artistas en razón de su procedencia, brindada por la investigadora Itandehui Franco Ortiz). Así, entre todos, van conformando esta piel urbana tatuada de obras de arte que ladean aquí y allá las calles del Centro Histórico de Oaxaca, en el empobrecido sur de México, dotándola de una identidad y una estética urbanas propias. Unas marcas que no solamente trascienden su tradicional y conservadora arquitectura colonial, sino además y por encima de todo, contrarrestan la ahora avasallante lógica capitalista que tiende a convertir casonas, patios, palacetes, yacimientos arqueológicos, viviendas, parques, quioscos, andadores y todo lo demás y cualquier cosa, en locales o plazas comerciales. En este contexto, los murales se yerguen como fetiches visuales que brindan a los ojos otra cosa muy, pero muy diferente a la última promoción de Movistar o a la adulación del candidato a diputado en turno. Brindan un des canso, un regreso a la dilapidada contemplación y al usurpado goce de la ciudad, haciéndola, desde luego, más, mucho más hospitalaria
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¡Don
Belisario, por favor!
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Javier Bustillos Zamorano
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stán en un set de televisión el ConduCtor y tres SenadoreS de la República a quienes entrevista sobre diversos temas, entre ellos, la entrega de la medalla Belisario Domínguez, un informe sobre el estado económico, social y político del país que varias secretarías, encabezadas por la de Hacienda, entregaron a la Cámara de Diputados, y las autodefensas que en las últimas semanas habían resurgido en varias entidades del país. De pronto se oye el ruido de una puerta metálica que se abre y la irrupción de tres guardias de seguridad que intentan detener a un hombre de grueso bigote, barba de perilla y vestimenta antigua y obscura, que tras liberarse de sus captores, se para enfrente del ConduCtor que, de pie, lo mira entre sorprendido y asustado, como los SenadoreS ) ConduCtor : No, no, no…déjenlo pasar, déjenlo pasar…
don Belisario, qué sorpresa…qué honor… déjeme que le traigan una silla… beLiSario: ¡Por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la patria!, me veo obligado a prescindir de las fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted se sirva… ConduCtor : Claro, don Belisario…cómo no, le ruego que se siente, yo… (beLiSario lo interrumpe con un ademán, no acepta sentarse, mira a los SenadoreS y dirige a ellos su discurso que no se detendrá ni un instante y sólo será inaudible algunos momentos por la interpelación intermitente de sus oyentes) beLiSario : ¡Indudablemente, señores senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo
de falsedades que encierra ese documento! ¿A quién se pretende engañar, señores? ¿Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan en política, que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a la nación mexicana, a esta patria que confiando en vuestra honradez y vuestro valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses. ConduCtor : Don Belisario, por favor… beLiSario : ¡No solamente no se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República es infinitamente peor que antes!: la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la República amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos arrasados y, por último, el hambre y la miseria en todas sus formas amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria. Senador 1: Cálmese, se lo ruego, don Belisario… beLiSario : ¡La representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a… Senador 2: ¡Por favor siéntese y hablemos! beLiSario : …por ser él contra quien protestan con mucha razón todos nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos!.
Senador 3: ¡Le pido que sea respetuoso con el señor… beLiSario .:¡La paz se hará cueste lo que cueste!, ha
dicho… ConduCtor : ¡Don Belisario! no podemos… beLiSario : …¿habéis profundizado, señores senadores, lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don… ConduCtor : ¡Me veré obligado…! ConduCtor :…¡estas palabras significan que está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia, ni derrame una sola gota de su propia sangre!
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ConduCtor : ¡Aquí no grite… beLiSario: En su loco afán de conservar la presidencia… Senador 1: ¡Estamos en un país democrático! ¡Existen vías! ¡Medios para… beLiSario : ¡Estos medios ya sabéis cuáles han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno! Senador 2: No, así no se puede… beLiSario : Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿Qué se diría de la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso, nombrara piloto a un carnicero que, sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco? Senador 3: ¡Esa es una exageración! beLiSario : ¡No importa, señores! La patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder? Senador 1: ¡Pues díganos usted que se debe hacer entonces… beLiSario : Corresponder a la confianza con que la patria los ha honrado, decirle la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies. Vuestro deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo. Cumpliendo ese primer deber, será fácil a la representación nacional cumplir los otros que de él se derivan, solicitándose enseguida de todos los jefes revolucionarios que cesen toda hostilidad y nombren sus delegados para que de común acuerdo elijan al presidente que deba convocar a elecciones presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad. El mundo está pendiente de vosotros, se ñores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honraréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino. Senador 1: Don Belisario, por favor… beLiSario : De la patria hemos de hacer un altar para ofrendar en él nuestras vidas, nunca un pedestal para erigir nuestra ambición sobre ella. (Voltea a ver a ConduCtor y le entrega un fólder obscuro). Sé que mi vida está en peligro y como los asesinatos del gobierno están a la orden del día, todo puede esperarse. Le suplico que me haga usted favor de entregar a Ricardo el pliego adjunto que contiene mis últimas disposiciones. Se lo entregará usted hasta pasado mañana miércoles, a mediodía. Si llegada esa hora no ha habido novedad, iré a buscarlo para que tenga usted la bondad de devolvérmelo. (Sale sin despedirse e igual como entró: a grandes zancadas y con el cuerpo echado para adelante)
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* Basado en palabras textuales del discurso de Belisario Domínguez ante el Senado en 1913 y una nota que le entregó a un amigo con instrucciones para su hijo Ricardo, una semana antes de que fuera secuestrado y posteriormente asesinado.
Madre
Francisco Torres Córdova
En la espalda desnuda y en el vivo silencio que respira su nombre cuando duerme y sonríe o se aparta y se piensa sola y descalza desde su infancia sudorosa y brillante hasta su lenta y sinuosa vejez al borde de sí misma con el tiempo en su centro brota el fino relieve de un arpa doble el cauce antiguo de su aliento de voces el barro la lumbre y el agua en el claro contorno que demora su ausencia y le abre los ojos.
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La culpa es de Jorge Bustamante García
S
iempre me ha gustado caminar, tal vez es una manera de huir del vacío. Caminar, subir montañas, atravesar un bosque, sentarse a la orilla de un lago, distinguir las hojas, los insectos saltarines, extraer del paisaje las cosas imposibles. Caminar sin prisa: ¡cuántos placeres nos roba la celeridad! Al pasar veloces es poco lo que entendemos, no alcanzamos a percibir cómo se descompone y pudre todo a nuestro derredor. Algo siempre me decía camina y mira, métete en todas partes, callejea, zambúllete en la vida. Cada vez que llego a una ciudad ajena, me voy a vagar por sus calles, me gusta meterme a algún café, husmear en librerías y almacenes, mirar vitrinas, sentarme en algún parque. Uno puede vivir toda la vida en una ciudad y entender casi nada de ella, si no sale, si no visita sus mercados olorosos, sus casas y sus rincones legendarios en donde han latido todas sus historias. Hay ciudades que uno no acabaría de conocer nunca, porque se extienden sin cesar, se regodean en su laberinto, un lugar conduce a otro, se inventan a sí mismas de manera permanente. En algún momento de mi juventud caminar me trajo también cosas irrepetibles y nuevas. Un domingo de mi primera primavera moscovita, por ejemplo, paseaba solo por los Jardines de Alexander en las inmediaciones del Kremlin y decidí sentarme un rato a descansar en el extremo de una banca. Me sumí en la lectura de Fouché, que acababa de empezar. Al rato se sentó en el otro extremo de la banca una joven enfundada en una gabardina gris. El día estaba espléndido, soleado y azul, como suelen ser en Moscú los días de finales de mayo. La joven
StefanZweig
sacó un cigarro de su bolso y lo mantuvo durante unos minutos entre sus largos y delgados dedos, parecía jugar con él haciendo malabares. Buscó en su bolso una vez más, refunfuñó algo casi imperceptible y al instante brincó y me preguntó “¿De casualidad tiene cerillos?” Aunque yo no fumaba, en Moscú siempre llevaba una cajita de cerillos, era como prestar un servicio a la comunidad pues en cada esquina podía haber un potencial fumador que te requiriera fuego. Saque la cajita del bolsillo del pantalón, la abrí, tomé un cerillo, lo prendí y se lo ofrecí a la chica acercándolo al extremo de su cigarro. En ese instante me fijé en su rostro, de aspecto amable y desinhibido, de ojos vivaces, cabello claro y largo, recogido, labios abultados, atractivos. Sería apenas unos años mayor que yo, tendría unos veinticuatro. Me miró levemente y me dio las gracias. Volvió a sentarse en el extremo de la banca y por unos segundos yo volví a mi libro. El sol de las primeras horas de la tarde hacía más vistosos los árboles y las flores del Jardín de Alexander. Pasé unas páginas, la joven volteó a mirarme y solo escuché: “¿Qué lee?” Fouché –le dije e iba agregar el nombre del autor, pero ella se adelantó, −ah, el genio tenebroso, de Stefan Zweig. Se puso a hablarme de los libros de ese autor austríaco que había leído, un autor relativamente popular por aquellos años en la Unión Soviética, tal vez por ser un escritor antifascista. Me habló de sus biografías, de las que yo apenas había escuchado: María An tonieta, Romain Rolland, Tres poetas de su vida: Casa nova, Stendhal, Tolstói. Mencionó dos títulos más cuyo
sonido me emocionó: Momentos estelares de la huma nidad y El mundo de ayer. Poco después leí este último libro con el alma en vilo, no podía apartarme de él, volvía y volvía a sus páginas, lo consigné en mi diario varias veces: “Hoy dediqué un gran trozo de tiempo a las memorias de Zweig El mundo de ayer, mientras convalezco de bronquitis aguda en la clínica de la universidad en Donskói”, anoté el 16 de junio de 1972. Un mes después llené dos páginas con comentarios sobre ese libro que me había gustado tanto y no puedo resistir-
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me a transcribir el párrafo final del mismo: “Pero cualquier sombra es, en última instancia, sin embargo, hija también de la luz. Y sólo el que ha experimentado sucesos claros y oscuros, la guerra y la paz, el ascenso y el descenso, sólo ése ha vivido en verdad.” Zweig hermanó esa tarde a ese par de solitarios. Nos preguntamos si teníamos hambre y ambos contestamos al mismo tiempo que sí. Nos dirigimos a un pequeño restaurante que estaba en la planta baja del hotel Moscú, a escasas dos cuadras de la Plaza Roja. Allí pedimos albóndigas de carne, arroz negro, ensalada rusa y agua de manzana. El tiempo se nos fue ahí conversando y conversando, ya no recuerdo qué tanto hablamos, pero lo cierto fue que cuando nos dimos cuenta ya había oscurecido. Afuera hacía frío. Caminamos rumbo a la Plaza Svérdlov, que ahora creo se llama Plaza de los Teatros, porque ahí está el teatro Bolshói, el Mali, el de Opereta y el Teatro de Arte; pasamos a un lado del monumento a Marx y Engels a un costado del hotel Metropol y como el frío arreciaba la joven propuso ir a su casa, que quedaba muy cerca, a tomar chai de samovar eléctrico. Al principio me opuse levemente, argumentando que no quería molestar a esa hora a sus familiares. De inmediato me dijo que no me preocupara, que vivía con sus tíos, pero que se habían ido a la dacha, a las afueras de Moscú, a pasar unos días. Me animé. Caminamos un tramo más por la avenida, luego doblamos a la izquierda, al norte, hacia Kuznietski Most. Por un callejón angosto llegamos a un edificio antiguo de cuatro o cinco plantas, el apartamento estaba en el tercer piso. Ella puso el samovar y prendió el televisor, yo me puse a mirar los libros de la pequeña biblioteca. Pronto descubrí libros de Zweig, Rolland, un poemario
de Hikmet y novelas de los clásicos rusos del xix de pastas gruesas. La muchacha se acercó y me mostró Fouché y El mundo de ayer, en ruso naturalmente. Tomamos varias tazas de té, unos tragos de licor y vodka, unas rebanadas de tomate y pepino. Ella puso en el magnetófono canciones rusas y de Occidente, en inglés. El ambiente era absolutamente relajado, pero yo estaba aterrado interiormente. Desde muy joven había tenido escarceos con muchachas, pero no había estado con ninguna realmente. Era un viejo de veintiún años virgen todavía. La muchacha debió notarlo por algún desatino que dije o por un cierto nerviosismo que me delataba. Debí comportarme de manera muy tímida, pero ella tuvo paciencia, fue muy delicada y persuasiva. No recuerdo cómo sucedió todo, mentiría. Con el tiempo todo se torna nebuloso, se distorsiona, y hay que ir con cuidado para no caer en otros recuerdos ajenos a aquello que intentamos recordar. Por ejemplo, seguro nos decíamos por nuestros nombres, pero ahora por más que me he esforzado por recordar el suyo no logro encontrarlo. Esos instantes intensos en su apartamento, escuchando música y susurrándonos cosas me llegan ahora como fogonazos. El apartamento era chico, con una ventana en la sala que daba al callejón. Es posible que hayamos bailado un buen rato, ella sin duda era más desinhibida, me parece que llevaba una falda ancha pero corta que dejaba ver unas piernas dulces y redondas. Seguramente cuando logré vencer mi timidez, hubo pasión, sobresalto, duda de primerizo de mi parte, atisbos de placer, todo lo que suele suceder. Siempre atesoré esos instantes. La chica, que siempre tomó la iniciativa, me supo conducir por el camino iniciático y
La evocación romántica del exilio brasileño de Zweig (septiembre de 1941 a febrero de 1942) en novela gráfica. Fuente: YouTube
Me habló de sus biografías, de las que yo apenas había escuchado: María Antonieta, Romain Rolland, Tres poetas de su vida: Casanova, Stendhal, Tolstói. Mencionó dos títulos más cuyo sonido me emocionó: Momentos estelares de la humanidad y El mundo de ayer. Poco después leí este último libro con el alma en vilo, no podía apartarme de él, volvía y volvía a sus páginas.
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sin regreso del placer y los sentidos. Me acariciaba, me inducía, me introducía lentamente al lenguaje secreto de su cuerpo, me besaba con delicadeza e intensidad y yo me dejé llevar a ese lugar único de dos cuerpos en fiesta de donde nunca se regresa impune. Seguimos hablando largamente después hasta que caímos profundos en un sueño relajado y largo. Cuando desperté en la mañana ella ya estaba vestida, sentada en un banco a un lado de la cama, con un libro en las manos. Era María Antonieta, de Zweig, su libro preferido de ese autor; me leyó unos párrafos y luego me metí a la ducha. Después desayunamos, conversamos todavía un poco más, siempre noté que ella tenía una gran paciencia conmigo para conversar, pues yo apenas llevaba diez meses en Moscú y mi bagaje de expresión era todavía bastante limitado. Podía entender mucho, pero mucho más de lo que yo mismo podía hablar. Fue ella quien me dijo por primera vez una frase que después escucharía recurrentemente: “Si quieres hablar bien y pronto, consigue un diccionario de cabellos largos.” Salimos a la calle porque creo que ella tenía que irse a estudiar, nos dimos un abrazo en Kuznietski Most y nos deseamos lo mejor. Pienso que nos vimos después unas dos o tres veces más, pero ese verano ella se fue al sur, a Yalta, y yo me fui con Miguel el Chileno, Nikolás Azul, Miguel Triestes y el Pirata que todo lo entendía al revés a una excursión larga por los países del Asia Central para los estudiantes que terminamos la facultad preparatoria. Nunca más volvimos a encontrarnos, no volví a ver jamás a la chica que amaba los libros de Zweig. Más de veinte años después, caminaba con mi hija por la avenida principal de nuestra ciudad. Un joven, parado en una esquina, ofrecía unos libros que traía en las manos. Nos detuvimos un rato, revisamos uno por uno los títulos y los autores y de pronto salté al descubrir un título de Zweig: Tres poetas de su vida: Casanova, Sten dhal, Tolstói, uno de los libros que me había mencionado aquella chica sentada en el banco del Jardín de Alexander. Era un libro viejo, amarillento, con páginas carcomidas, publicado en Barcelona en 1934 en la Editorial Apolo. Lo compré de inmediato, creo que por doce nuevos pesos, un verdadero regalo, un auténtico tesoro que conservo en un estante especial de mi biblioteca. Mi hija iba a mi lado, sorprendida un poco por mi emoción de encontrar fortuitamente ese libro; no imaginaba lo que bullía en mi cabeza, lo que palpitaba en mis recuerdos en la espesura de los años. Me vino a la mente, con toda intensidad, el fantasma de esa chica en esa tarde de primavera moscovita cuando, por azares del destino al encender un cerillo, perdí la virginidad entre libros admirados del escritor austríaco
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Ilse Aichinger
LITERATURA AUSTRÍACA
¡El listo
frente al espejo ENFRENTAR LA MUERTE, LA PATRIA GRANDE Y EL MUNDO AL REVÉS
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Lorel Manzano
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Gerhard Roth
Elfriede Jelinek
Peter Handke
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a imagen del propio rostro sorprendía a un hombre como Kafka, quien “en la oscuridad del cuarto, en el fondo del espejo” encontraba una razón para lanzar un grito “que se alzaba sin contrapeso y no podía calmarse ni siquiera cuando se apagaba”. ¿Qué miraba Kafka?, ¿qué se encuentra en el reflejo?, ¿la muerte?, ¿la vida al revés? Frente al espejo, una mujer como la escritora austríaca Ilse Aichinger recorre la vida de su personaje en sentido inverso y a la vez circular: parte de la muerte hasta volver a ella. En la postguerra, Aichinger rompe con la narración lineal en un relato inverso que es un mundo de convivencia con los muertos, una vida en agonía, un aire envenenado. Y también es el motivo que Herwig Weber retoma para dar título al libro Historias del espejo. Antología austríaca postkafkiana, presentado por Elfriede Jelinek. Mirar la Austria literaria a través de estos autores resulta seductor y a la vez inquietante, como si de pronto se reflejara un gesto “siniestro” entre líneas. Un rasgo o un carácter de los escritores austríacos que, en palabras de la vienesa Hilde Spiel, “sentían la espina en todo lo que tocaban, y en cada vaso que bebían saboreaban la gota de ajenjo de la caducidad”. Para Weber la identidad de la narrativa austríaca se relaciona de manera muy íntima con la idea o el concepto de patria, entendida ésta fuera de los márgenes convencionales con los cuales se define una literatura nacional. Así, Weber coloca la narrativa austríaca frente al espejo, y mientras la obliga a mirarse, la describe en voz alta, habla de sus formas, su pasado, su psique, sus obsesiones y exilios, siempre en torno a la relación literaria, con frecuencia conflictiva, con Austria. En su amplia introducción, describe primero la narrativa de la “gran patria” del imperio austrohúngaro. Más adelante presenta a los autores de la “antipatria”, quienes se distinguen por una postura crítica respecto a sí mismos, al vecino, a la sociedad y al Estado. A los nombres ya conocidos en México: Elfriede Jelinek, Thomas Bernhard, Peter Handke, se suman otros: Gerhard Roth, Gernot Wolfgruber, y los escritores desencantados de entreguerras como Ödön von Horváth y el autor comunista Jura Soyfer, nacido en Ucrania en 1912, que encontró en la sátira el mejor tono para representar el absurdo de una época militarista y murió en un campo de concentración. La antología postkafkiana es una invitación a continuar la lectura de estos autores y también de quienes, en palabras de Weber, integran la “nueva patria”: Dimitrev Dinev e Ilija Trojanow, quienes han hecho del alemán su lengua literaria. Austria se perfila ahora hacia una literatura de minorías, de migrantes expulsados de sus países por la guerra o la pobreza. En su novela El invernadero de palmeras, el escritor egipcio Tarek Eltayeb describe, sin abandonar su lengua materna, la vida de un inmigrante en la Viena decembrina, sus esfuerzos por sobrevivir como vendedor ambulante de periódicos. En su obra aparecen la patria perdida y la patria extranjera. A continuación presentamos el texto breve ¡El listo toma sus precau ciones!, de Soyfer, y un fragmento de El invernadero de palmeras, los cuales Weber traduce e incluye en su antología puesta frente al espejo. Se trata de una descripción detallada de la sonrisa inquietante de esta literatura que, en palabras kafkianas, absorbió “el elemento negativo” de su época, una época muy “allegada” que nunca pudo combatir “pero que hasta cierto punto puede representar”
esde tiempos anteriores a la guerra ha
cambiado mucho el mundo y el centro de la ciudad de Viena. ¡Basta pensar tan sólo en los muchos portales modernos de las tiendas en la avenida Kärntner! Si se contemplan, por ejemplo, los escaparates de la perfumería Guerlain, donde en curiosos frasquitos se juntan todos los aromas del mundo, ¡qué lejos está una cultura de aromas tan gratos de los sobresaltos de la guerra! ¿Qué tan lejos? Aproximadamente a diez pasos de esa perfumería se construyó hace poco tiempo, en el corazón de Viena, una tienda de máscaras antigás. Cada noche, a las siete y media, el escaparate de esta tienda muestra a los peatones curiosos, mediante una maqueta mecánica gratis y libre de impuestos, el bombardeo de la ciudad de Salzburgo. Eso ocurre con el fin de advertir: en el momento de mayor suspenso del ataque aéreo, baja sobre la ciudad de los festivales una cortina y en ésta se puede leer: “¡El listo toma sus precauciones!” El listo que quiere tomar sus precauciones puede hacer eso cada día desde las ocho hasta las seis, comprando allí mismo una máscara antigás. Varios tipos le hacen una demostración. Una útil máscara antigás cuesta en promedio 57 chelines. Protege contra los gases tóxicos militares, con excepción del gas mostaza que corroe hasta la misma piel, y de los gases irritantes en forma de polvo que penetran todos los filtros y que en sí mismos no son venenosos, pero fuerzan al hombre a quitarse la máscara, y también con excepción de esos gases que hasta ahora los ejércitos mantienen en secreto. No se podría ofrecer mucho más con esta máscara de 57 chelines, ni la mejor versión especial. Quien quiera hacer aún más por sí mismo puede comprar un traje de goma que resiste alrededor de dos horas el gas mostaza arriba mencionado. Pero eso ya sería –sí se permite la expresión– una precaución exagerada. Porque el gas mostaza se precipita en forma de gotas y se evapora tan lentamente que en la región de la población afectada no pueden entrar ni las tropas atacantes durante días. Entonces es tan mortal que por eso pierde su valor estratégico. Sólo quien no persigue otro fin que exterminar toda la vida cubriría un distrito con gas mostaza. Para una acción como ésa la expresión “barbarie” sería un cumplido suave. Pero, ¿quién sabe? ¡La guerra es la guerra! En la avenida Kärntner el listo puede tomar sus precauciones contra esta eventualidad.
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o toma sus
precauciones!
Jura Soyfer
Pero tomar sus precauciones todavía no es bastante. ¡También tiene que cavar sus precauciones cuando el listo ha examinado la tienda que está abierta a los peatones es guiado dos pisos debajo de la tierra! Allí, la empresa instaló un modelo del sótano de protección contra gases. La entrada a este cuarto está protegida por dos puertas de hierro consecutivas que cierran de una manera hermética. Estas maravillosas piezas están diseñadas de una forma admirable. Pueden, mediante goznes fijados ingeniosamente, no sólo abrirse a la izquierda sino también a la derecha. Pero en el caso de que estuviera sepultado ya el lado izquierdo y también el lado derecho por impactos de bombas, estas puertas tienen además palancas especiales y, en caso de que estas palancas no estuvieran sepultadas, toda la puerta se puede quitar con un cabo. Mostrándose aún más listo, el listo entra ahora al sótano de protección contra gases. Lo que ve es –en resumen– una celda equipada con remedios para no ahogarse o morir de hambre adentro. Aquí hay dos generadores de aire, uno que se acciona manualmente y otro que se maneja como una bicicleta. Además hay un armario lleno de máscaras antigás y latas de conservas, un extintor de incendios, un retrete especial y conforme a las instrucciones para sótanos de protección contra gases con bote de turba, unas palas para excavar en caso de ser sepultado, una instalación de luz eléctrica provista de un acumulador de reserva en caso de que la planta eléctrica fuera destruida y, en caso de que el acumulador de reserva fuera sepultado, dos placas fosforescentes que brillan verdosas en la oscuridad. Todos los objetos son patentes del Reich alemán. ¡Sí, casi lo habíamos olvidado, también hay un teléfono!, gracias al cual todavía tendríamos, en caso de emergencia, en un mundo totalmente sepultado y destruido, la oportunidad de una llamada de larga distancia: –¡Hola! ¿Allí la época de las canicas? –¡Aquí siglo xx ! ¡Pedimos algunos consejos técnicos para el restablecimiento de la paz! ¿Cómo? ¿Ustedes se asombran de que nosotros, en la época de la técnica...? Sí, pero queridos amigos, ¿no saben que nuestra tierra tiene otras preocupaciones? Prácticamente la mitad está ocupada en encontrar medidas para la destrucción de la vida y la otra mitad ajetreada y buscando los respectivos antídotos; entre ambas todavía se dispone de un poco de tiempo
Bombardeo del Museo de Salzburgo, Austria, en la segunda guerra mundial
para inventar nuevos perfumes Guerlain. Pero para proteger para siempre la vida humana contra la violencia o hasta para hacerla más digna de vivir, ¡no!, para eso no tenemos nuestras patentes de protección contra gases, queridos amigos y compañeros de infortunio de la época de las canicas! No obstante, como están las cosas ahora, en cualquier momento podría presentarse el caso de que una buena máscara antigás y un sótano a prueba de bombas sean cien veces más importantes que todas las consideraciones de importancia general. Y para este caso, por supuesto, ni el más listo puede tomar precauciones por su propia iniciativa, sino que éstas se tienen que organizar en conjunto y en público, pues para este fin, mirándolo bien, sirve la tienda descrita en la avenida Kärntner, donde, amén de un conde rico y media docena de clientes igualmente acomodados, hasta ahora todavía nadie ha comprado realmente una máscara antigás. La tienda, digna de verse, ha de servir sobre todo para propagar la idea de la protección antiaérea, ha de ayudar a los habitantes a preparar la ley venidera de la protección antiaérea. Tal ley supuestamente obligará a los austríacos, a partir de un cierto límite de ingresos, a comprar una máscara antigás y, asimismo, contemplará la construcción de una cantidad suficiente de sótanos de protección antiaérea. ¡Ojalá el límite de ingresos sea bastante alto! ¡Ojalá no tengan que morir los austríacos que ganan por debajo de este límite, ojalá les distribuyan gratis las máscaras antigás! Y ojalá la ley considere que la protección antiaérea no debe servir en primer lugar a los intereses comerciales privados, sino a la seguridad, relativamente más importante, de todos los austríacos
Máscara de gas con llave (street art) en una calle de Viena, Austria
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El invernadero de las palmeras (fragmento)
Tarek Eltayeb
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as ciudades pobres son las más misericordiosas con los pobres. Las ciudades pobres no tienen ninguna riqueza que mostrar, así que los pobres ni siquiera se dan cuenta de qué tan deplorable pasan la vida. La miseria los iguala a todos. Las ciudades ricas, por el contrario, ofrecen a los acomodados la oportunidad de demostrar el lujo y la abundancia que no pueden permitirse los demás. En estas ciudades muchas veces se escucha: “aquí, con nosotros”, “allá, con ustedes”. Y personas como yo, que no participan en esta abundancia, que tienen frío y no poseen nada, sienten aún más esta impiedad. Para mí, Viena es una ciudad sin piedad. La soledad aquí hace tener frío. El alma muere una muerte fría. Siento cómo se abre una fisura profunda atravesando mis días y noches, mi cuerpo y mi mente, y cómo una grieta, la que ni el olvido puede enmasillar, separa ampliamente mis memorias. Estoy entonces en esta ciudad alindada, apacible e histórica, en la cual personas como yo son despiadadamente arrojadas a la periferia. Ya no me pregunto ingeniosamente “¿por qué?” y “¿qué pasaría, si...?”, pero me pregunto muchas veces cómo puedo escapar de este dilema, cómo puedo salir de este juego con poca pérdida y, sobre todo, cómo puedo sobrevivir. Estoy ahora aquí, aquí en Viena. Ayer, en la noche del sábado, me he quedado despierto y he hojeado un libro sobre gramática alemana. A pesar de muchas cobijas de algodón gastadas no he podido dormir en mi cama, que me recuerda a un sarcófago de los faraones. Está allí en la mitad del pequeño y desnudo cuarto, que parece con sus altas paredes un poco como un templo decaído. En estas paredes ya han sido pegados al menos cinco diferentes papeles tapiz pintados uno encima del otro, y yo he creado con uno nuevo una perspectiva que emite al menos un poco de calor. Vivo en el último piso de un antiguo edificio que ha sobrevivido la segunda guerra mundial, pero no el paso del tiempo. Nadie nunca ha hecho el esfuerzo de reparar una ventana descompuesta o cambiar una baldosa de piedra en el suelo. A los austríacos no les gusta vivir en estos edificios en los pisos de arriba. No hay ningún elevador, los pasillos son oscuros, las escaleras estrechas, los muros son fríos y húmedos. En su mayoría viven aquí personas viejas con pequeñas pensiones, extranjeros o austríacos pobres, una razón más para mudarse de aquí para los que ganan más. Los muebles de mi departamento son una mezcla rara. Uno podría pensar que se está en un mercado de segunda mano. Ningún mueble combina con otro: el armario café oscuro con las dos puertas, de las cuales una no abre y una no cierra, al lado una silla de acero y otra de plástico. La primera podría haber estado en un hospital, la segunda en un miserable puesto de salchichas. Un sofá, con rayas blancas y negras como una
cebra y otro rojo hecho de cuero. Además hay una mesa coja que tiene rayado el tablero de barniz blanco y también marcas de cigarros que apagaban allí –una imagen que me recuerda la cárcel. Y por fin, en el suelo, un tapete barato de plástico rojo que ya no está en las mejores condiciones. Ni mencionar la cocina y el pequeño dormitorio. La cama empieza a rechinar con el más mínimo movimiento. El departamento podría ser un museo alicaído de no ser por mi papel colorido en las paredes, por el que me imagino en otro lugar, un lugar que amo. Es fin de diciembre y hace mucho frío. El petróleo que he comprado con mi último dinero sólo ha alcanzado hasta el viernes en la tarde. Al siguiente día el departamento estuvo todavía tibio, luego la temperatura cayó a siete grados. No puedo dormir, y siento como si los dedos de pies y manos estuvieran en la banqueta fría. Estos malditos vidrios rotos en la puerta y en la ventana del dormitorio me vuelven loco. Ya varias veces he tratado de cubrir los huecos con cartón, pero el viento siempre lo quita. Por el aire, el cartón se mueve como un pájaro angustiado. El frío, el viento y este constante revoloteo vuelven las noches aún peores. En voz alta maldigo a la señora Olga, la dueña del departamento, y le deseo sólo una noche en este gabinete de horror. [...] En el Khalwa de Sheik El-Faki teníamos que limpiar cada día nuestros pizarrones con agua rancia de una cubeta de metal oxidada. Mi primer día después de la
clase quise hacer algo útil. Agarré entonces la cubeta con el agua sucia y la vacié enfrente del Khalwa. Sheik El-Faki rabió y me insultó. No entendí qué error había cometido. Gritó cosas como “la palabra de dios, las letras de dios, el agua de dios, el diablo zurdo Hazma, dios le maldiga”. Cuando corrí asustado a mi casa, me siguió como un toro loco. Este fue mi primer día en el Khalwa. El siguiente día no fui al Khalwa. Actué ante mi papá como si estuviera enfermo y conté a mi mamá lo que había pasado. Me tuvo lástima. En la noche pasó, como era usual, Sheikh El-Faki para ver su victoria y para contar a mi papá de mi fechoría. Inmediatamente, mi padre empezó a insultarme y a maldecirme, a mí y al diablo, como si yo y el diablo fuésemos amigos. Vino mi madre y miró fijamente a Sheik El-Faki, hasta que él cambió el tema y empezó a hablar de sus heroísmos, que a mi padre le gustaban tanto. Empezaron a reír en una mezcla extraña entre tosecillas y silbidos, mientras estaban sentados en la piel de rezos y bebían té muy dulce. Yo aún no sabía qué crimen había cometido. El siguiente día fui otra vez al Khalwa. Después de la clase, Sheikh El-Faki nos ordenó beber el agua de la cubeta, el agua santa, porque habíamos disuelto en ellas Suras de dios. Yo fui el único que se rehusó. Otra vez empezó a golpearme con su bastón de caña en la cabeza y el cuerpo. Parecía como si tuviera miedo de que mi negativa causara una rebelión. Pero los otros sólo estuvieron parados un momento sin moverse y después empezaron a beber mientras él me pegaba con toda su fuerza. Sin embargo, no bebí nada del agua santa. Y otra vez el Sheik El-Faki contó todo a mi padre en su ronda nocturna por el pueblo, en la cual se aseguraba de que los padres castigaran a sus hijos antes de dormir. Mi padre se levantó brincando y empezó a insultarme
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en su manera teatral. “¡Cabeza de madera, idiota, estúpido! ¿no bebes el agua de dios? ¡por dios, hijo del diablo!” de pronto se escuchó la voz de mi madre desde algún lugar en la casa: “la palabra de dios no se encuentra en una cubeta, Sheikh El-Faki. Las palabras de dios están en los libros y en las cabezas, no en el estómago!” Vine a Viena en enero de 1992 y pensé que aquí había bastante trabajo para todos. Me dijeron que la única posibilidad para mí de ganar dinero aquí era trabajando como vendedor de periódicos de la Krone y el Kurier. Entonces fui allá. Tenía que depositar cinco mil chelines para recibir la gorra y la bolsa que se debía portar en el trabajo, como un poste comercial viviente. Traté de conseguir el dinero durante una semana. Por fin pude pedirlo prestado a alguien que había pedido prestado a otra persona. Fui una mañana con un grupo de egipcios, indios, pakistaníes y unos turcos a la oficina del periódico para depositar el aval por el cual no me dieron ningún recibo. El intérprete me dijo que las tres cosas, chamarra, gorra y bolsa, eran parte del uniforme oficial, y que cuando las regresara me iban a devolver mi dinero. Actuaron como si las chamarras fueran de oro y como si en la primera ocasión fuéramos a huir con ellas. Más tarde descubrí que el lugar que me habían asignado se encontraba en un rincón aislado de la ciudad, en un barrio llamado Kagran: “si trabajas muy bien, te damos pronto un mejor lugar”, me dijo mi jefe, el señor Goldmann. Nosotros, los nuevos, fuimos instruidos por intérpretes. Nos llevaron a un cuarto con una videoinstalación y tuve la impresión de que nos iban a preparar para una operación militar. Nos sentamos y esperamos la llegada del jefe que por fin entró como un pavón. Hablaba alemán y no entendí ni una palabra. El intérprete entonces tradujo todo mecánica y sucesivamente a las cuatro lenguas. Paraban el video a cada rato para repetir todo, una y otra vez, como si el discurso hubiera sido dado a pedazos de brutos. Yo entendí que este hombre era, después de mi líder militar en Sudán, mi nuevo “líder” aunque no traía uniforme. El video mostraba el trabajo de vendedores de periódicos experimentados que vendían en avenidas y plazas de Viena. Las plazas que vimos estaban muy pobladas. Parece que habían hecho la grabación durante un día en el que había pasado algo extraordinario de lo que la gente se quería enterar. El vendedor casi no podía distribuir bastante rápido los periódicos. Todo esto pasó en un día hermoso con mucho sol. Como ya mencioné, descubrí hasta unos días después que iba a estar parado en un lugar completamente apartado y abandonado. Ninguna persona ahí tenía ganas de decir buenos días ni de comprar periódicos, y el clima tampoco era como en el video. El video nos mostraba a un vendedor ágil y trabajador que corría de un coche a otro como un leopardo, brincaba elegantemente como una gacela y gritaba en voz alta: “Kirona, Kironaseitun”. Pararon la presentación en una imagen terminada para que el jefe pudiera contar mecánicamente algo que nos fue traducido como que debíamos levantar el periódico siempre como un
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Franz Jachim, Invierno en el centro de Viena. Fuente: Flickr/ CC BY-NC-ND 2.0
Para mí, Viena es una ciudad sin piedad. La soledad aquí hace tener frío. El alma muere una muerte fría. cartel en una demostración para que los conductores y los peatones pudieran ver el titular. Debíamos levantar la voz para despertar la atención de la gente. El video siguió un poco hasta que el semáforo se puso rojo y se pararon los coches. Se veía cómo el vendedor brincaba de la banqueta, corría con dificultad entre los coches, y en menos de un minuto había vendido siete periódicos. En ese momento otra vez paró el video y nos tradujeron que agilidad era una de las condiciones más importantes para una buena ganancia. Y entonces sentí feo por mi colega que estaba sentado al lado. Tenía sobrepeso y hasta en este cuarto frío sudaba por todos sus poros. Al final mostraba a un indio que estaba parado en una estación de trenes de Metro. Retomó una postura muy digna, las puntas de su bigote estaban retorcidas y atadas a sus orejas; parecía un ancla. Tenía puesto un turbante alto, encima la gorra del periódico, lo que se veía un poco chistoso. Distribuía tranquilamente y sin prisa los periódicos y parecía como si diera regalos en un día festivo. La gente hablaba con él y hacía chistes. Yo tuve la sensación de que él ya había vivido más de cien años aquí. El jefe otra vez dijo algo y nos tradujeron que debíamos sonreír siempre así, como el vendedor, si queríamos más propina. Pararon la imagen y apareció en primer plano la cara del indio con una sonrisa amplia que casi se salía de la pantalla. Después apareció una palomita verde encima del rostro. Seguían tomas de vendedores flojos que al parecer fueron tomadas en secreto, y encima de estas imágenes apa-
reció una gran x roja: una x para un vendedor que se dormía inclinado contra un poste de luz, una x para uno que no abandonó rápido la banqueta para correr entre los coches después de que el semáforo pasó a rojo, una x para un rostro siniestro y cansado que no sonreía a los clientes. Por fin apareció una x para una persona en la que no podíamos ver ningún error. Como en un examen nos preguntaron porqué habría que quitar el fixum a esta persona. Entonces preguntamos nosotros qué significa fixum y nos enteramos de que era el sueldo fijo de cuarenta y cinco chelines que íbamos a ganar cada día, pero sólo con un trabajo sólido. Pues no podíamos encontrar ningún comportamiento equivocado en el hombre del video. Pero un colega delgado más atrás de pronto gritó: “no trae la gorra, Chef!” y la respuesta del jefe fue: “¡muy bien, muy bien!” Inmediatamente anotó el nombre del indio, supuestamente para darle un buen lugar. Una nueva x apareció encima de un vendedor que tenía abierta su chamarra, otra para uno que platicaba con una chica y que había puesto la santa bolsa de periódicos KronenZeitung en el suelo, otra x para un vendedor que tenía las manos en las bolsas y caminaba chiflando y cantando. La lista de los errores y de las x rojas era mucho más larga que la lista de las palomitas verdes para un “buen” comportamiento. Al final mostraron una gráfica: de un lado estaba el rostro del indio sonriente, al otro lado había una columna de dinero en la que caían sin parar nuevas monedas, acompañadas del sonido claro de más monedas. Después siguió la cara de un vendedor cansado, casi durmiendo, cuya columna disminuía rápidamente. Salimos del cuarto y nos pusimos en una fila, cada uno de nosotros recibió una tarjeta con nuestro nombre para la entrega de uniformes. Decían nuestros nombres e imaginaba que era como si fuéramos soldados que entraban a la guerra: “Muamed Abdul Asim, Rasul Mamud Mamud. Memet Tusun Oglial, Sink Ra Muharim.” Entregábamos las tarjetas a un hombre que nos veía de arriba abajo con desprecio y que nos daba nuestro equipo: chamarra, bolsa de plástico y gorra. La chamarra que me dieron era muy grande, pero la gorra era demasiado pequeña. Pude cambiarla con los colegas por otra. Aunque recibí la gorra más grande que pudieron encontrar, era demasiado pequeña para mí. No me había cortado el cabello por miedo al frío en este país
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en nuestro próximo número:
el pensamiento como
maquillaje de la realidad Fabrizio Andreella
La Jornada Semanal @JornadaSemanal jsemanal@jornada.com.mx
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES El árbol Le dije que sí, con la cabeza, porque estaba tomando de una cerveza que llevaba. Y porque yo vivía en La Esperanza, como me lo había preguntado. –¿Sabes dónde lo guardó tu jefe? Me habló como si me conociera, pero no lo había visto yo nunca. Le dije que no, con la cabeza, tapándome el sol con la otra mano. El hombre se quedó viéndome. Tenía los ojos casi amarillos, casi verdes, como de gato o de nauyaca: –Yo sí. Yo lo vi cuando estaba enterrándolo –me dijo como de burla. Entonces yo también le busqué los ojos, y empecé a temblar, con calosfríos. –¿Te acuerdas de aquel amate que había al fondo? –Ya lo quitamos; se secó. El hombre encendió un cigarro, se acercó un poco, bajó la voz: –Fue el dinero. Los vapores lo secaron. Ahí está la plata –y se fue calle arriba para no pasar por el templo. Clarito supe quién era. Voy a ir una de estas noches sin luna. Voy a llevar a mi hermano Antón. ¿A quién más? Si encontramos algo uno de los dos no va a regresar •
Amor niño En uno de los pasillos de la escuela primaria de mi hija encontré una fila larga de niños de escasos seis o siete años, vestidos con sus uniformes de escuela, tiernísimos y llenísimos de vida. Esperaban su torta o sus tacos, en la hora del recreo. Volteé al escuchar que un niño le gritó a otro: “Oye, Javier, le gustas a Rosalinda”, refiriéndose a la niña que estaba justo detrás de él en la fila. Javiercillo, bien peinado y con una corbata que le llegaba casi a las rodillas, volteó a ver a Rosalinda, su pelo recogido, su frente anchísima y unos ojos azules azules parecidos al mar Pacífico a las cinco de la tarde. Rosalinda miró fijamente a Javiercillo con ese azul profundo de sus ojos, como si las aguas de ese mar se le precipitaran, todas, en todas direcciones. Javiercillo también la miró a los ojos, pero luego de uno, dos, tres, cuatro segundos empezó a agachar la mirada y, con ella, también la cabeza. Rosalinda nunca bajó la mirada, yo mismo pude constatarlo. La mantuvo así, erguida y azul, profunda y estremecedora, como el mismo mar que llevaba dentro •
bitácora bifronte
De Las soledades a Cien años de soledad: La silva
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a silva es una forma poética que nació a partir de una voluntad libertaria, una expresión verbal sin el rigor de un metro único que la constriñera. Antonio Quilis define la silva como “una serie poética ilimitada en la que se combinan a voluntad del poeta versos de siete y once sílabas, con rima total o consonante, muchas veces se introducen también versos sueltos”. Aunque existen otras variaciones de silva, es la que señala Quillis la más común en nuestra tradición. El término “silva” es una palabra que proviene del latín y que significa “selva”, de ahí su sentido de desbordamiento, abundancia y extensión. La silva podría ser el antecedente de lo que conocemos como poema en verso libre; en ella el lenguaje se derrama en medio de claroscuros, como en el inicio de Las soledades de Luis de Góngora: “Era del año la estación florida/ En que el mentido robador de Europa/ Media luna las armas de su frente,/ Y el Sol todos los rayos de su pelo,/ Luciente honor del cielo,/ En campos de zafiro pace estrellas, […]” En este memorable inicio el lector se ampara bajo un rayo de luz: “La estación florida”, es decir, la primavera, para entrar después en el enmarañado follaje de metáforas e información proveniente de la mitología griega (Zeus se transformó en toro para poseer a Europa, de ahí “el mentido robador”, “media luna las armas de su frente”) y de la astronomía: una vez revelado el misterio de Zeus, comprendemos que la constelación en el cielo es la de Tauro y, según un estudio crítico de John Beverly, el poema comienza hacia el atardecer de un día de abril ya que el sol y la luna aparecen simultáneamente en el firmamento. Cinco endecasílabos y un heptasílabo son el principio de los más de dos mil versos que componen Las soledades. Siglos después, Gabriel García Márquez encontraría un claro en la selva de la literatura y comenzaría Cien años de soledad, una novela, con la misma operación poética (guiado por la musicalidad he dividido en un heptasílabo y endecasílabos la prosa del colombiano): “Muchos años después,/ frente al pelotón de fusilamiento,/ el coronel Aureliano Buendía […]”. Y continuando una lectura a favor de esta hipótesis, los endecasílabos proliferan: “había de recordar aquella tarde/ remota en que su padre lo llevó/ a conocer el hielo.” En este inicio de aparente transparencia, García Márquez sintetiza futuro (“Muchos años después…”), presente (“frente al pelotón…) y pasado (“aquella tarde remota…) en una imagen que apela a la “forma sin forma”, convirtiendo a Cien años de soledad en una silva moderna que rebasa los géneros literarios y crece como una selva en el fértil territorio de la imaginación. •
Amanecer Aris Alexandrou Era la hora en que se debían encender los faroles. No tenía ninguna duda, sabía que en cualquier momento prenderían, como todas las noches además. Fue y se paró en el cruce, para mayor precisión en la isleta de seguri‑ dad, para ver que se encendieran los faroles al mismo tiempo, tanto en la calle perpendicular como en la horizontal. Con la cabeza inmóvil, giró su ojo derecho a la derecha y el izquierdo a la izquierda. Esperó, pero los faroles no se encendieron. Sus ojos se cansaron, empezaron a dolerle en esa incómoda postura. Poco después ya no resistió y se fue. Sin embargo, al siguiente atardecer, fiel a su deber, fue y se paró de nuevo en su isleta. Los faroles de nuevo no se encendieron, ni esa noche ni las siguientes noches, pero sus ojos poco a poco se acostumbraron, ya no se cansaban, ya no le dolían. Y una vez, ahí donde estaba parado esperando, de pronto amaneció, vio salir el sol al mismo tiempo por la calle perpendicular y por la otra, la horizontal.
Aris Alexandrou nació en 1922 y murió en 1978 en París. Su padre era griego del Ponto y su madre rusa, originaria de Estonia, por lo que no aprendió griego sino hasta que se mudaron a Grecia en 1928. Además de ruso y griego, aprendió inglés, francés, alemán y español, y se hizo traductor profesional de novelas, teatro y poesía. De joven se unió al movimiento estudiantil comunista y fue miembro de la resistencia durante la ocupación nazi de Grecia hasta 1942. Por razones políticas y por su negativa a participar en el ejército durante la Guerra civil, pasó ocho años y medio en varios campos de detención. Publicó cinco libros de poesía, una novela, un monólogo teatral y dos guiones cinematográficos. Ha sido traducido al inglés y al italiano. Véase La Jornada Semanal, núm. 967, 15/ ix /2013 Versión de Francisco Torres Córdova
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1087 • 3 de enero de 2016
Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com @mquemain
Videoescena, un registro creador para las artes escénicas
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N LA ENTREGA ANTERIOR comentaba que espectáculos, montajes y producciones inolvidables se hallan de modo fragmentado y muy pobre en los archivos de los propios creadores, que además ni clasifican ni frecuentan y poco discuten con sus propios intérpretes y partícipes sobre el proceso escénico, sean actores, vestuaristas, iluminadores o escenógrafos. Es un registro que, en el mejor de los casos, se guarda y tal vez se utiliza para solicitar algún apoyo económico o dar fe de un montaje para conseguir una beca gubernamental, y que termina en el mismo cajón que las grabaciones de bodas y bautizos. Muchos videoastas de los canales de Youtube se ponen muy innovadores y descubren el hilo negro y quieren hacer sus carteleras de teatro en video. Sin embargo, no todo aquel que tiene una cámara es un fotógrafo o un videógrafo, porque ahora todas las cámaras digitales cuentan con la función de grabar, incluso en hd , y suelen ser más inteligentes que los operadores que las subutilizan. Los productos son deplorables, noños y, lo peor de todo, sin continuidad, pues lo que empieza como la ilusión de un gran negocio termina tragado por la ausencia de espacios eficaces de comercialización de los productos culturales, sean musicales, coreográficos y escénicos, sean de teatro o de ópera. Acaban convertidos en el mejor antídoto contra la ambición voraz. Canal Once tuvo un nivel de excelencia en la grabación de videoteatros que se nutrió de muchos camarógrafos y floor managers de Telesistema Mexicano, antes de que el close up fuera la religión dominante en la producción y anulara todo lo que tiene que ver con el espacio, que es un aspecto
LA OTRA ESCENA esencial del teatro. Durante muchos años Televisa transmitió teleteatros de calidad, semejantes a los videoteatros que tiene disponibles en su acervo Televisión Española. Lo mismo sucedió con Canal Once. Sus realizadores no eran muy conocidos entonces; uno de ellos fue el destacado cineasta Walter Dohener –estudió dirección de tv , especializado en Drama, en la bbc –, quien hizo muchas grabaciones de obras irrescatables, como las miles de horas de grabación confinadas a ese sepulcro en el que el panismo convirtió al Archivo General de la Nación, donde es imposible consultarlas porque no existen dispositivos de lectura. Hay instituciones e instancias que mandan maquilar sus productos de difusión porque su personal es incapaz de tareas como ésta. El Citru optó por recoger productos escénicos que estuvieran enmarcados en las líneas de investigación del Centro y ya consigné en su momento los claroscuros de esta experiencia y la dificultad para realizar
un trabajo que no responda a las sabias experiencias de Televisa para grabar lugares comunes. Los seis videos referidos en la entrega anterior, que forman parte de esta valiosa compañía de estupendos artistas que han conformado El Milagro, son parte de una estrategia de colaboración que tiene a Isabel Benet en la producción ejecutiva y a Juan Alonso en la dirección general. Es un equipo de gran talento por su capacidad no sólo de hacer teatro sino de saberlo mirar a través de un lente e imaginarlo en la pantalla. La estructura que sostiene sus ideas se llama Videoescena, y el objetivo es servir como una herramienta de apoyo para la creación escénica. Proponen un trabajo dedicado a la difusión, la promoción y la creación de públicos. Se preguntan:“¿cómo extraer del escenario una imagen que, al presenciarla en vivo, nos causa una emoción y después transportarla a una imagen de video sin convertirla con esto en un gesto hueco y muerto?” La respuesta está en los propios videos. En la mirada creadora que organiza hay una idea de la teatralidad y la interpretación, las lecturas y los acentos que ponen sobre la dirección de cámaras una lectura de la obra. Nada que ver con la libertad de quienes forman parte de la llamada cuarta pared y eligen el rumbo de su mirada, ese aparente extravío que el director logra colocar con su sapiencia en el que mira atenido a su curiosidad e intereses. El desequilibro en las jerarquías para estos profesionales es obvio: la videoproducción es el documento que quedará como depositario de todo este esfuerzo. Piensan que “la producción de video en relación con las artes escénicas debe ser considerada, ya, como parte de la producción misma. No debemos seguir promoviendo producciones profesionales con videos hechos al azar, porque eso demerita todo el trabajo realizado y por supuesto aleja a los espectadores” •
Alonso Arreola @LabAlonso
Queridos Santos Reyes…
P
RIMERO LO PRIMERO. Deseamos que Chabelo se quede en casa, dándonos descanso. Miren, no tenemos nada en su contra. Incluso podemos aplaudirle instantes memorables, verbigracia, al lado de Cantinflas o en La carabina de Ambrosio. Sin embargo creemos que desde hace años flotaba en un patetismo auspiciado por la inmovilidad, el anacronismo y el confort. Los mismos ingredientes que mantienen en lo alto de nuestra cartelera musical a Emmanuel, Mijares, Luismi, la Trevi, Yuri, Amanda Miguel... Gente que perpetúa la medianía de nuestro panorama sonoroso. ¿Les hemos escrito lo mismo por años? Ni modo. Es el mismo fenómeno que permite el regreso de ov 7, Kabah, Jeans, Magneto y Mercurio. ¿Nostalgia? No. Es un aletargamiento transgeneracional que refleja, otra vez, el retraso educativo de México, la absoluta separación que vivimos entre el arte y el entretenimiento, y entre éstos y las más repudiables expresiones del ocio cortesía de canales como Telehit. ¿Que para eso existen internet y Netflix? ¿Que hay incontables proyectos valiosos en nuestro país que podemos hallar por cuenta propia? Queridos Reyes, lo sabemos, pero el problema no somos nosotros sino millones de personas que en su pobreza se ven sometidas por la falta de opciones. Allí nuestro deseo para 2016: que la naciente Secretaría de Cultura abarque a más sectores de la población y que lo haga con un aparato delgado y eficiente, menos corrupto al menos, que incluya la opinión de artistas y académicos independientes. Si a eso se suma una reforma educativa real, las cosas podrían cambiar. Porque en nuestra experiencia dentro y fuera del país podemos decir que en ningún lado hemos observado más obstáculos que
BEMOL SOSTENIDO
aquí. Queden como ejemplo los papeles que hoy pide el Conaculta a los artistas que contrata. Identificación oficial vigente. Constancia de situación fiscal con fecha reciente. Copia de la Clave Única de Registro de Población (curp). rfc. Alta en Hacienda. Copia de comprobante de domicilio (no mayor a dos meses). Copia de recibo de honorarios/factura más reciente. Recibo de cuenta de débito y/o cheques con documento emitido por el banco, donde quede constancia de sus datos. Currículum vitae. Carta de aceptación de quien realiza los trámites administrativos como representante del grupo, firmada por sus integrantes. Opinión Positiva del sat . Carta de derecho de autor. Etcétera. ¿Les parece que la mayoría de estos papeles están justificados? No estamos de acuerdo. Algunos se sobreentienden en la existencia de otros, unos más son privados y por lo menos un tercio desaparecería si hubiera comunicación entre las Secretarías de Educación y Hacienda, y entre ellas y Conaculta. Pero vayamos más lejos y olvidémonos de quienes sí cumplen estos requisitos. ¿Qué pasa con los cientos, los miles de artistas nóveles, los de origen
indígena, los provenientes de poblaciones alejadas de ciudades y oficinas de gobierno que no pueden? Pues que: o no son invitados a la fiesta de la cultura, o sí pero no se les paga, o deben contratar a un tercero que les resuelva el problema. Peor aún: una vez que se entrega todo y sucede la actuación o concierto, queridos Reyes, se fractura la comunicación con el artista y se le paga tres, seis o hasta nueve meses después. Incluso sucede que el contrato –el documento que verdaderamente debería importar a las partes– no haya sido firmado en tiempo y forma. Hay que decir, además, que existen otros papeles más oscuros, como el correspondiente a una falsa licitación en la que se “demuestra” que el espectáculo en cuestión es el más barato de su tipo (y vaya que se paga mal). Tal como si se tratara de una venta de mobiliario para oficina o de la construcción de un estacionamiento, sirve para evitar nuevos trámites, para justificar ante los pagadores que no se está derrochando el dinero. Una estupidez, pues los criterios de curaduría son primordialmente estéticos. Para colmo, queridos Melchor, Gaspar y Baltasar, cada vez sucede más a menudo que, en pos de “agilizar” los procedimientos de producción diversas instituciones de gobierno delegan sus obligaciones a compañías privadas a las que subcontratan para lavarse las manos; compañías que hacen su agosto reduciendo aún más el dinero que debería llegar a los artistas. Imagínense lo que esto significa cuando actualmente el ochenta por ciento del presupuesto de Conaculta se va en los salarios de su estructura. En fin. Esperamos que nuestra petición no caiga en el vacío y que con sus poderes mágicos comience un amanecer cultural distinto. Gracias. Buen domingo. Buena semana. Buen año 2016 •
ARTE Y PENSAMIENTO ........
3 de enero de 2016 • Número 1087 • Jornada Semanal
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tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
Adiós, Lina
¿Hacia dónde, señor Peña?
U
¿A
NA DE LAS EXPERIENCIAS más agridulces para un lector es llegar al final de un libro querido. Y cuando el libro es largo o forma parte de una serie, cuando uno ya se encariñó de verdad con los personajes, el ánimo se pone exigente, el lector sufre y espera el final perfecto. No necesariamente feliz. Perfecto para la historia. Asunto muy arduo al que pocos arriban con éxito. Hay finales que, a pesar de la luminosa promesa del inicio, no cumplen. En sagas tan bellas como Sus oscuros materiales, de Phillip Pullman o Las crónicas de Narnia, de cs Lewis, el final traiciona a los personajes y deja solo y malhumorado al lector. En cambio, hay viajes alrededor del mundo (no necesariamente éste desde donde escribo) que terminan con lágrimas y con una carrerita al librero para sacar el primer volumen y volver a empezar. Esto me sucedió con la tercera entrega de Mundo Umbrío, La venganza de Lina Posada, de Jaime Alfonso Sandoval. Me niego a abandonar el mundo de los nosferatu, a dejar de oír a la abuela Imo, a Gis, a Lina. Y confieso que terminé la lectura con los ojos arrasados. Después de La traición de Lina Posada se me quemaban las habas en la espera del tomo final, pero también suponía, porque he leído a Sandoval con atención, que me aguardaba la parte más cruel de la historia, la muerte y despedida de algunos personajes. Sandoval es un escritor, ya se ha dicho pero lo repito llena de admiración, originalísimo. Es culto pero jamás pedante; es risueño y puntual; ha sabido asimilar la lección de j. k. Rowling sin copiarle, y sus novelas siempre están estructuradas sabiamente. Hay decenas de guiños cultos para el lector adulto que no entorpecen en lo absoluto el ritmo endiablado de la narración, así como un sistema de vínculos, anticientíficos digamos, que emparentan al Mundo Umbrío con sus otros libros. Cada globurrata, hueso clarividente, anticientífico o nosferatu que aparece, por extravagante que sea, tiene una razón de ser, una misión que cumplir. El Mundo Umbrío que Sandoval ha creado es un prodigio de extravagancia lleno de elementos estrafalarios en el que no falta la lógica. Lógica reconocible, obedecida por todos los personajes. Nadie se traiciona, nadie cambia sin razón o se saca el desenlace de la manga. Por supuesto, como era de esperarse, este tercer libro es más largo, más exigente. El Mundo Umbrío, debido a la traición de Lina, está hundido en una guerra terrible. Ella asume con contrariada melancolía su responsabilidad en el desastre. Intuye que su destino está vinculado de forma inextricable con el de Cerberus, el Destinado, y la madre de éste, la terrible Luna Negra. No revelaré demasiado: bas-
te decir que los ritos necrománticos a los que recurren los depositantes para ver el futuro o asegurar sus victorias, son horribles. No son fáciles de leer o imaginar. Sandoval se asegura de que el lector sepa que la crueldad de los depositantes es real. Aquí la sangre tiene valor y peso, por más que corra en los banquetes. Todo está nimbado por la muerte, porque ese es uno de los temas de Sandoval: la vida eterna de los nosferatu, que despoja de significado la efímera de los humanos. Lina, además, sumará pérdidas a las que ya la han herido, aunque también conocerá el amor, “hasta la quinta base”. Su personalidad de nerd, y sus listas aparecen más raramente, pues madura con rapidez debido a las pruebas a las que la somete su destino de “talismán”. Hay una carta de Lina a Gis que tiene más fuerza y dulzura que todos los melosos recursos de novelas como Cincuenta sombras de Grey, esa colección de gestos y suspiros vacíos “para adultos”. También hay una aparición que me recordó el viaje del inolvidable Atreyu al Pantano de la Tristeza para hablar con la Vetusta Morla: la elemental Ghul. Una fuerza telúrica, primordial, un ser anterior a los dioses, que carece de rostro porque los tiene todos. Introducir un elemento como éste en una novela “juvenil” es un desafío que Sandoval resolvió con desenvoltura. Al final del libro, Ghul cumple su destino en una clave al mismo tiempo sorprendente y natural, como lo exigía Horacio Quiroga. Los tres tomos de Mundo Umbrío suman más de dos mil páginas. Ahora mismo siento una envidia verde por aquellos que no los han leído, porque les espera un viaje maravilloso que los devolverá a este mundo con la certeza de que en México hay cosas que andan muy mal, pero novelistas que escriben muy bien. •
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía
DÓNDE VAMOS LOS MEXICANOS? Si alguien puede contestar esa pregunta falsamente pueril es el presidente de la República que ni modo, es usted, Enrique. Aunque ha demostrado que la opinión que tengamos los mexicanos sobre cualquier asunto le importa un pepino, ¿de veras cree que puede administrar un país de espaldas al interés colectivo? Y discúlpeme el juicio a priori sobre su manera de gobernar, refractario a la perrada, como si solamente pudiera escuchar sugerencias o reclamos de la elite, pero en el tiempo que fue gobernador del Estado de México y durante lo que lleva impuesto como presidente (sí, muchos estamos convencidos de que usted fue impuesto por medio de un fraude, y usted lo sabe también, con todo aquello de Monex y Soriana y el mapacheo y, en fin, la sempiterna subcultura de la
trampa y el esquinazo en que usted y su partido y sus alecuijes –y allí primordiales las televisoras pero sobre todo Televisa– tan duchos han demostrado ser) lejos está, aunque hayamos llegado ya a la mitad de su mandato, de demostrar que le importa ser producto del fraude. ¿Cuál es finalmente la ruta crítica de México, señor Peña?, ¿qué dicen sus augures y vaticinios, sus gráficas y pronósticos, sus expertos en prospectiva y en ingeniería social?, ¿y el objetivo, lo tenemos claro o es una concepción nebulosa del éxito más bien sacada de libritos de autoayuda para “emprendedores”?, y le ruego que disculpe la sorna implícita, pero es que en verdad quisiéramos muchos saber hacia dónde va un país cuyo gobierno, desoyendo a vastos sectores poblacionales, desde académicos hasta obreros, desde amas de casa hasta estudiantes, desde campesinos y agricultores hasta pensionados, decide comprometer las riquezas estratégicas del propio país como si se tratara, en lugar de un gobierno que agrupa a especialistas en gestionar el bienestar público y sobre todo gente llamada al sacrificio y la entrega a la Patria, de un despacho dedicado a cabildear para empresas trasnacionales y grupos de interés extranjero a los que, dicho sea de paso, la gente de México, como parece ser el caso suyo y de sus nefastos colaboradores, les importamos muy poco. Somos invisibles a menos, claro, que nos opongamos a sus intereses comerciales convertidos en designios por usted que, perdón que insista, parece empleado por ellos, no por nosotros los que pagamos su salario, señor Peña. Y su pensión, y su aguinaldo (cientos de miles, quizá millones de mexicanos, señor Peña, ni siquiera recibimos aguinaldo: atesore el suyo, que mucho nos ha costado pagárselo), y sus guardaespaldas y ayudantes y los de su esposa y los que cuidan a sus hijos; y también recuerde que a nosotros, a los que
tanto nos incordia cuando le decimos que algo no nos parece, nos debe el poder andar presumiendo el avión más lujoso del orbe, y viajar por ese ancho mundo ofreciendo sonrisas Colgate y vistiendo ropa fina. Recuerde siempre esa perogrullada señor Peña, y procure que la recuerden sus empleados: nos deben sus casas y prebendas y autos y lujos y caprichos: a nosotros, los mexicanos. Por eso, y porque tenemos a pesar de una carga impositiva brutal una de las más pobres tasas de retribución social en el mundo, recibimos del Estado, de usted como presidente, de sus secretarios del gabinete, de los gobernadores de los estados, ese sindicato criminal, y de los alcaldes, diputados, magistrados, senadores, jueces, policías o agentes de tránsito, absolutamente nada a cambio de las riadas de dinero que se embolsan usted y todos ellos por vía de impuestos y sobornos: el campo languidece, los servicios de salud aquejan los embates de sus reformas privatizadoras, cada día menos capaces de lidiar con millones de mexicanos enfermos; las policías y cuerpos similares presuntamente orientados al orden han dado sobradas muestras de podredumbre institucional; los grandes capos del narcotráfico se siguen riendo de sus proclamas justicieras, allí el Mayo intocable y el Chapo inasible; ¿y nuestros niños?, la educación y la cultura han sido vapuleadas y usted y su gobierno no han podido siquiera garantizar que los consorcios de la comida chatarra no puedan inocular a millones de niños más los pésimos hábitos de consumo que nos hacen un país de gordos y diabéticos. El empleo y el crecimiento estancados; la violencia floreciente… en fin, señor Peña, que a tres años de asumirse presidente ya debería usted saber algo sobre la realidad nacional, al menos para poder contestar algo a la pregunta inicial. Por si gusta responder. •
CABEZALCUBO
Jorge Moch
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1087 • 3 de enero de 2016
Luis Tovar @luistovars
Javier Sicilia
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ESE A MIS CRÍTICAS inspiradas en Iván Illich a la ideología feminista, críticas que generaron un fructífero debate en las páginas de Proceso con Marta Lamas, Carlos Monsivais, Gustavo Esteva y Sylvia Marcos, siempre defenderé el corazón de las luchas libertarias de las mujeres. De entre todas las que admiro hay una en particular que tiene, por su soledad y su firmeza, un exquisito sabor: la de Olympia de Gougues, seudónimo de Marie Gouze. Nacida en el corazón del debate ilustrado y de su consecuencia, la Revolución francesa, Olympia no sólo evidenció las contradicciones que había en el pensamiento revolucionario –una libertad, una igualdad y una fraternidad que excluía a las mujeres–, sino que en 1791, en pleno triunfo de la Revolución y como un complemento y un desafío a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada en 1789, escribió la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana. En ella corrige la Declaración de 1789 sustituyendo la palabra “hombre” a veces por “mujer”, a veces por “mujer y hombre”. Ese simple acto, dice Juan José Tamayo en Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis,“visibilizó a la mujer mediante el lenguaje” y le dio “carácter inclusivo a los derechos humanos”. Así escribe Olympia en el Artículo 1 de su Declaración: “La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos.” “El objetivo de toda asociación política –agrega en el 2– es la conservación de los derechos naturales inalienables de la mujer y del hombre, esos derechos son la libertad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.” Su defensa más lúcida de los derechos de las mujeres y más contraria a las concreciones ideológicas del naciente liberalismo se encuentra en el Artículo 10. En él, refiriéndose de una manera premonitoria a su propio destino y al de
María Antonieta, a quien dedica su Declaración, y quien sería condenada por traición y ejecutada el 16 de octubre de 1793, dos años después de redactado el texto, Olympia escribe con una lucidez que supera inmensamente a Voltaire y a Stuart Mill –inspirado por el pensamiento de su esposa, Harriet Taylor– en su defensa de las mujeres: “La mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener igualmente el de subir a la tribuna.” Nunca, a pesar de su lucidez y de sus batallas reivindicativas, pudo subir a ella. Subió, sin embargo, al cadalso. En plena época del terror jacobino, después de haber combatido hasta donde pudo los abusos del poder de Robespierre y Marat, fue acusada y condenada a muerte en un juicio sumario en el que asumió su propia defensa. Menos de un mes después de la ejecución de María Antonieta, el 3 de noviembre, su cabeza rodaba como una afirmación del desprecio y la ignorancia revolucionarias. Francia tardaría 150 años en reconocer el voto femenino. El epílogo de su Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana sigue siendo, en la época de los feminicidios en México, una joya de la dignidad humana y de la lucidez de la que carecieron los revolucionarios de 1789 y los imbéciles que hoy, 324 años después de escrita la Declaración de Olympia, continúan maltratándolas: “Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necesidad. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejarán de estar ciegas? ¿Qué ventajas han obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible […] Cualesquiera que sean los obstáculos que les pongan, pueden superarlos; les basta con desearlo.” Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, y devolverle su programa a Carmen Aristegui •
L
A PROVERBIAL IMAGEN del burro tras la zanahoria no requiere mayor explicación: cualquiera entiende a primera vista la irónica metáfora de aquello que, por más que se persiga, jamás podrá ser alcanzado. Empero, esa ironía cobra matices lamentables cuando resulta que es el propio burro quien, de muy buen grado, se pone a sí mismo la zanahoria enfrente. Valga la figura retórica para ilustrar la sensación que producen ciertas declaraciones recientes de Agustín Torres Ibarrola, actual director de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), cuya nada envidiable capacidad de simplificación eriza los pelos. De acuerdo con él, resulta que la suerte del cine mexicano depende en exclusiva de los fortuitos, improbables y naturalmente impredecibles
campanazos taquilleros, como fue hace dos años No se aceptan devoluciones, ese miasma exitoso dirigido y protagonizado por Eugenio Derbez. Textualmente, don Agustín dijo que al cómico televisivo “seguramente”, el público “lo está esperando y si regresa volverá a ser una gran taquilla, porque siempre que ha presentado una película como actor, ha tenido buenos resultados”, lo cual de entrada es falso, empezando porque de las seis o siete cintas en las que Derbez ha actuado, sólo No se aceptan devoluciones responde a lo que Torres considera “buenos resultados”, y aunque fuese al contrario, asegurar que de un solo cineasta depende la suerte de una cinematografía entera no sólo es temerario e hipersimplista sino, por decirlo quien lo dice, equivale a una condena: es tanto como decir que mientras al Lonje Moco no se le dé la gana, el cine mexicano seguirá hundido y hundiéndose más en la terca invisibilidad que lo invade.
El problEma Es al rEvés No paran ahí los despropósitos de Torres, para quien todo se resume en un asunto de saliva y pinole cuando afirma que “nos ocuparemos [es decir, la Canacine] de este tema [es decir, la disminución del porcentaje taquillero para el cine mexicano], porque sabemos que sí hay interés por el cine mexicano […] pero este año no hubo películas que alimentaran esa demanda […], la demanda existe y las salas se llenan […] el tema es ver cómo se llena esa demanda con las películas correctas”. El subrayado es de este juntapalabras y quiere destacar el meollo conceptual del declarante y, por extensión, de la entidad que representa: el cine se divide en películas correctas –las muy exitosas económicamente– y películas incorrectas –las que no retacan los bolsillos de Todomundo, pero sobre todo de los exhibidores, pues no se olvide la leonina repartición de los dineros que ingresan a una taquilla cinematográfica. Todavía peor: Torres condena a la desa-
parición, se deduce que por incorrecto, al cine de autor en tanto no es “atractivo para el público”. Lo anterior fue dicho al presentarse los resultados económicos anuales de exhibición cinematográfica en México, que registraron un aumento en ingresos totales, mientras el cine mexicano obtuvo una cantidad menor a la de 2014, equivalente a poco más de la mitad de la obtenida hace dos años, al pasar de 10.9 a 5.7 por ciento de la taquilla. Se trata, pues, de un doble problema, que abarca tanto los hechos como su interpretación: de acuerdo con la Canacine, al cine mexicano nadie lo va a ver y eso es culpa exclusiva del cine mexicano, que no quiere producir las películas “correctas” sino de autor, cuando lo que debería hacer es un derbezaso tras otro, según esto garantizando así el regreso a salas de un público que espera ansioso. Mantener esa postura es tanto como dar carta de naturalización a buen número de ideas absurdas, nocivas o ambas cosas, y lo que viene a continuación se dice con la necesaria ironía: el cine –todo él, pero en particular el mexicano- debería ser entendido, asumido y realizado en su totalidad como un entretenimiento, porque eso de andar viéndolo también como arte sólo conduce al fracaso; debe generar muchísimo dinero o mejor no existir; debe parecerse tanto como sea posible al cine estadunidense, pero no a todo éste, sino únicamente al de probado éxito material; ni siquiera a modo de ilusión debe plantearse cambio alguno, ya sea jurídico o de facto, en el actual estado de las cosas en materia de distribución y exhibición; debe resignarse a ser un eterno receptor de las migajas que buenamente caigan de la mesa ocupada por las majors; y finalmente debe seguir jugando a la guerra de resorteras contra misiles, con la esperanza de algún día hacerse siquiera de una pistolita. En resumen, debe seguir en pos de su autoimpuesta zanahoria •
CINEXCUSAS
Para Nestora Salgado, en espera de su justa liberación
Lo visible invisible (ii y última)
CASA SOSEGADA
Olympia de Gougues, la lucidez acusatoria
ENTREVISTA
6 de diciembre de 2015 • Número 1083 • Jornada Semanal
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con Silvia Tomasa Rivera
El poema que conduce al silencio Ricardo Venegas
Ilustración de Juan Gabriel Puga
Nació en El Higo, Veracruz, el 7 de marzo de 1955. Es poeta y miembro del snca desde 1994. Obtuvo el Premio de Poesía Paula de Allende uaq en 1987 por El tiempo tiene miedo; el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines en 1988 por el libro Por el camino del mar, camino de piedra, el Premio de Poesía Alfonso Reyes 1991, Premio Nacional de Obra de Teatro para Niños 1991 por Alex y los monstruos de la lomita y Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1997 por Alta montaña.
¿
–
C ó m o h a s e s c r i t o d e t u s l i b ro s d e poesía?
–Cuando voy a escribir un libro, primero concibo la idea que toma forma después de mucho tiempo de traerla en mi mente. Un poema puedes concebirlo en un día, pero para un libro necesitas varios meses, porque te trae dando vueltas en la cabeza hasta que entras en un proceso de sensibilización y aislamiento mental donde conservas la idea; hasta que encuentras el silencio, un factor muy importante en la creación poética. No tengo un tema específico en la poesía. La vida, el amor, la muerte. En los últimos años he trabajado con temas sobre etnias, haciendo poesía acerca de los mitos prehispánicos. En el libro más reciente que publiqué En el huerto de Dios, toqué el tema religioso, y es una conversación poética con Santa Teresa de Ávila.
tocante al tema del libro. Por otra parte, creo que son lo lectores quienes hacen que los poetas sean leídos después de su muerte. Es la gente la que reconoce a los poetas, no las instituciones. En el ser humano existe el deseo y existe la fe. Dentro de uno pueden vivir esas dos fuerzas. De hecho, muchas fuerzas en el ser humano. –Tienes una marcada convergencia con Teresa de Ávila respecto a la rebeldía, ¿cómo nació la escritura de En el huerto de Dios?
–Siempre he admirado la obra de Teresa de Ávila. Escribir sobre ella representó un reto muy grande para mí, porque siempre he hablado de Dios pero nunca había tocado el tema concreto de la religión, y Teresa de Ávila era en principio, religiosa, y escribía en los conventos que fundaba en el siglo xvi . Yo no soy rebelde. Nunca lo he sido. Solamente he dicho lo que pienso, y como decir lo que se piensa es un peligro, lo han tomado por rebeldía. Pero me gusta dialogar para conseguir las cosas. –El crítico Evodio Escalante dice que “es un libro de la entrega amorosa absoluta, que es el amor místico de larga tradición en las letras hispánicas”, ¿se puede ser más libre a través de esa entrega?
–Claro. El amor místico te lleva a una libertad espiritual. Existe una entrega total. El verdadero amor es libre. Quienes le ponen atavismos y nombres son las personas. Los sentimientos son libres. Por eso la poesía es libre, porque nace de un sentimiento. –¿Por qué estudiar a una exponente femenina de la mística católica?
–Eres una pionera en el tema de la rebeldía que hace veinticinco años era algo poco visto en este país. Sobre ello Javier Aranda opina que eres una poeta que sorprende, ya que en tu poesía habita el deseo de trascender y el deseo de la carne, ¿qué opinas de esto?
– P o rq u e s i e m p re l a h e a d m i r a d o p o r s u valor, su literatura. Las Moradas se me hace un libro muy profundo. Y su forma de convencer a la gente para llevarlos a la fe. Debemos tener fe en algo. Una persona sin fe puede ser muy vulnerable.
–Creo que Javier Aranda, cuando se refería a trascender no se refería a una trascendencia como poeta, sino hacia lo divino, que es algo
–¿Cómo observas el tono de la poesía actual?, ¿hemos silenciado o reprimido esa poesía que denuncia el dolor?
–Decía Roque Dalton que los poetas de México mueren de muerte natural. Efectivamente, no hay denuncia en la poesía que se escribe actualmente. Ahora los tiempos son distintos. Ahora se habla del abandono y de cosas y problemas que atañen a la ciudad. Me parece que los poetas de hoy están olvidando un poco la naturaleza. Se han olvidado de la tierra, lo que nos conecta con el origen. Han olvidado completamente a la divinidad, que va más allá de ser o no religioso. Es como si todo lo observaran y no lo generaran. –En un poema dices: “Sin miramientos,/ limpia y húmeda,/ entré en tu boca/ como un racimo de uvas. “Vitalidad, veracidad y frescura” dice José Joaquín Blanco que caracterizan tu poesía, ¿la poesía sigue siendo verdad y belleza?
–Sigue siendo verdad. La belleza también es un concepto de cada quién, de la definición que cada quién tenga de la poesía. Hay a quienes le gustan los poemas malos y mal escritos. Hasta los premian, no hay definición para la poesía ni para la belleza ni para la vida ni para la muerte. –Para muchos escritores el entorno es definitivo para su producción literaria, ¿cómo vive en la montaña una poeta?
–Viví mucho tiempo en la montaña, pero ya no. Tener la montaña cerca es el mejor lugar para escribir. Un tipo de vida diferente porque el tiempo se maneja diferente. Ahora, con la cuestión del narcotráfico ya no se puede vivir en la montaña. Todo el país se ha tornado un peligro. Pero las raíces viajan con uno. Escribo en diferentes lugares, diferentes ciudades. Este último libro lo escribí en Ávila. He escrito también en un pueblo que se llama Mandinga. He escrito también en el mar. Actualmente estoy en la ciudad, pero estoy escribiendo sobre la montaña. Para escribir se necesita un revuelo de emociones, un estado alterado de conciencia. Los poetas trabajamos desde las emociones y podemos salir a flote con un poema. •