■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 3 de diciembre de 2017 ■ Núm. 1187 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Santo Pedro Infante dos centenarios Gustavo oGarrio
Protagonistas de la FIL: 4 3 2 1, de P aul a uster Antología personal. 50 años de cuentos, de s erGio r amírez el Negro Guerrero, cronista radiofónico de la FIL
Groucho, el más anarquista de los marxistas Juan Manuel Roca
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Juan Manuel Roca SANTO PEDRO INFANTE. DOS CENTENARIOS Sólo cinco meses separan los nacimientos, hace un siglo, de Pedro Infante Cruz y de Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como El Santo. Por caminos profesionales distintos –uno cantante, el otro luchador–, la poco frecuente combinación de talento, carisma y capacidad natural para “conectar” con el público, acabó por convertirlos en figuras cinematográficas rutilantes y los condujo a un destino histórico compartido: más allá de posturas de impostada exquisitez intelectual y fuera de toda duda, Pedrito y El Santo son los máximos ídolos populares mexicanos de todos los tiempos. En clave sonora a cargo de Francisco Gabilondo Soler Cri Cri, otro gigante del gusto masivo, Gustavo Ogarrio habla de Santo Pedro Infante, cuyo primer centenario festejamos este año.
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Groucho, el más anarquista de los marxistas
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ace cuarenta años que murió Groucho Marx, el más anarquista de los marxistas. Este hijo de judíos inmigrantes vivió ochenta y seis años en olor de libertad y humor. Fue un niño en Manhattan y nunca dejó de serlo, siempre capaz de convocar en el juego de la ironía un mundo que iba en contravía de su talante. Un anarcómico a prueba de aplausos, así sus filmes, como Sopa de ganso, gozaran de alguna acogida importante, a tal punto de que el comicastro italiano Benito Mussolini hiciera prohibir la película que era, como todo lo de Groucho, una burla a los poderes. Groucho era un acróbata de la escena fílmica pero más aún un acróbata del lenguaje, con algo más de patafísico que de surrealista, cuyos textos habrían podido entrar a la célebre Antología del humor negro, de André Breton. Su humor virulento podría equipararse al de Ambrose Bierce, ácidos los dos y disolventes. Con sus hermanos Harpo, Chico, Zeppo y el menos recordado Grummo, estarían en el Salón de la Risa, si éste tuviera una casa en la memoria. Es un poco fácil pero no deja de tener gracia el chiste de Guillermo Cabrera Infante, que se preguntaba por qué si existían los hermanos Marx no así los hermanos Engels. Groucho, sobre todo, debería ser más recordado. Aunque circulan en varias ediciones en castellano sus libros Memorias de un amante sarnoso y Groucho y yo, su lectura siempre vuelve a traer un aire irreverente y necesario. Por estos días, apenas algunos diarios recuerdan la muerte de Groucho hace cuatro décadas, cuarenta años en que ha sido tan lacerado el gran humor, casi siempre vencido por nuestras colectivas tragedias. Con él solamente se lloraba de risa. La rebeldía de Groucho siempre será bienvenida, como cuando viajó a Berlín, la tierra de su madre, solamente para fajarse un bailoteo, dicen que un charleston, encima de la escombrera del búnker de Hitler. Es sin duda un momento estelar: un cómico judío que viaja a la depresiva Alemania a bailar sobre la memoria del genocida de su gente. Groucho Marx nos dejó grandes lecciones de una lógica neurótica. Yo sigo una que dice que “una de las diversiones más populares y útiles a la que uno pueda entregarse en la cama es la de contar ovejas. Todo el mundo sabe que, sumando ovejas, pronto se queda uno dormido, pero yo me pregunto ahora cuántos saben que restar ovejas, desvela.” Bueno, él intentaba permanecer dormido y por eso, para quejarse de una cama o un camastro de un motel en el que pasó la noche en vela, quiso poner una leyenda que dijera en su honor: “Aquí durmió Groucho Marx… mal.” También aconsejaba tener en casos de emergencia un felino: “Lo único que quedaba en la despensa era comida para gato, y ni siquiera tenía gato.”
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Portada: Santos ídolos Ilustración de Daka
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3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
La escuela romántica de
Heinrich Heine Alejandro Anaya Rosas
ESTE LIBRO ESENCIAL PARA COMPRENDER EL SIGLO XIX ALEMÁN NO HA PERDIDO VIGENCIA Y SU LECTURA LOGRA RENOVAR EN NUESTRA ÉPOCA EL CONCEPTO DE ROMANTICISMO EN LA LITERATURA
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iajero en su juventud, como muchos espíritus de su época, y poeta extraordinario; como crítico: lúcido y perspicaz, irónico y osado, Heinrich Heine vierte reflexiones sobre la literatura alemana en escritos que constan de una prosa única y de referencias personales. Un ejemplo claro es La escuela romántica (Die romantische Schule). Aunque no bastaría emparejar dicho libro con, sólo por citar un ejemplo, Historia de la literatura alemana (Geshichte der deutsche Literatur), de Hans Gerd Rötzer, para hacernos a la idea de que los conocimientos literarios referentes a Alemania se pueden esquematizar para entenderlos. Es esencial, en este punto, citar una frase acertada de Román Setton en el prólogo a la versión que publica la Universidad de San Martín, en Argentina, de La escuela romántica: “tal vez podría considerarse que el título que llevó el texto en su primera versión –Sobre la historia de la literatura alemana moderna– es quizá más apropiado que el definitivo.” Así pues, los libros que parcelan la historia en corrientes literarias o escuelas se complementan, siendo extraordinarias guías para el estudioso de las letras. Pero el oficio de Heinrich Heine es, sobre todo, el de poeta, y esta parte creadora da savia a La escuela romántica y la hace destacar entre las historias de la literatura. A Heinrich Heine le tocó vivir etapas culturales muy trascendentes. El Sturm und Drang (tempestad –o tormenta– e ímpetu), movimiento literario abanderado por jóvenes, que surge en el siglo xviii en Alemania y promueve una voluntad sin sujeciones a las normas, recién quedaba atrás, así que escritores y filósofos con más temple y madurez serán sus contemporáneos. El período clásico alemán, que alcanza con fuerza nuestro tiempo, nutre en gran medida su obra poética y sus críticas; sin embargo, cabe decirlo, sus primeras composiciones líricas están influenciadas por el movimiento romántico de su país, aquel que trata inflexiblemente en los ensayos del libro en cuestión. Para tener una idea del contexto que vive Heinrich Heine, veamos quiénes son sus coetáneos; Elisabeth Siefer fue contundente al referirlo: Heine es “estudiante de literatura y filosofía con k . a . Schlegel y con H eg e l, n ad a me n os”. Ta m bi é n co no ce a Goethe, lo compara con Júpiter y le denomina “panteísta” en las páginas de La escuela romántica, sustentando el adjetivo: “la historia natural […] ocupará a Goethe […] como su principal tarea intelectual”. No yerra, porque, dicho sea de paso, el mismo autor de Fausto expone su interés desde niño por los aspectos científicos en su obra autobiográfica Poesía y verdad (Aus meinem Leben: Dichtung und Wahrheit): “Desde mis tiernos años sentía yo un impulso investigador frente a las cosas de la Naturaleza.” Sin embargo, el único encuentro entre Heine y Goethe dista de ser épico; así lo narra Heine, con una cierta frugalidad poética: “Y cuando finalmente lo vi, le dije que las ciruelas sajonas eran
deliciosas. Y Goethe sonrió. Sonrió con los mismos labios con que alguna vez había besado a la bella Leda.” Pero Heinrich Heine no es el apologista al servicio de una figura, aunque en ella vislumbre una repercusión extraordinaria, pues si bien en la analogía con la deidad que lleva a cabo sobre Goethe es categórico, igual lo es al decir que con los Schlegel: “La forma desdeñosa e insultante en que finalmente [Goethe] rechazó a estos dos hombres huele profundamente a ingratitud.” En La escuela romántica hay un constante diálogo entre su autor y otros escritores de lengua alemana; empero, las interpretaciones de los textos literarios y la historia, y la forma en que el poeta entrelaza ambos, obedecen al propósito de la crítica. La crítica, en este caso –sin pretender salirnos del plano de las humanidades–, tiende de manera audaz a reformular la idea del romanticismo alemán; es decir, mientras anécdotas y lenguaje envuelven al lector, el ojo crítico del poeta lleva a cabo análisis de textos, enunciando razonamientos rigurosos sobre sus contemporáneos. El libro parte con cierta lógica diacrónica con respecto a lo que sería una historia literaria: torna al pretérito, a la Edad Media. Así, Heine inicia sus reflexiones desde la génesis de algunas de las expresiones literarias de su pueblo –como el Nibelungenlied (El Cantar de los Nibelungos) o los poemas de Wolfram von Eschenbach–, ayudando a saber por qué es inevitable arribar al medievo cuando se habla del romanticismo alemán. Aquí un ejemplo de los periplos literarios que encontramos en La escuela romántica: del medievo Heine va al catolicismo, de aquella “visión cristiano-católica” pasa inmediatamente al “materialismo espantosamente colosal que se había desarrollado en el Imperio Romano”, para representar de forma clara y contundente la evolución del espíritu desde que aquel imperio romano cae y los pueblos del norte se convierten al cristianismo; todo ello haciendo claro énfasis, más que nada, en las transformaciones espirituales de los artistas y de la sociedad en general. Es tarea nuestra entender la historicidad del poeta para no tomar con displicencia La escuela romántica, esto por la parcialidad que el texto significa en nuestro presente como Historia de la literatura. En el libro existen “ideas” que, a pesar de su carácter de tópico, descuellan por la forma en que Heine las trata; por ejemplo el punto de vista sobre el “arte”, que es un principio utilizado a lo largo de la historia y que proclama la independencia del mismo ante cualquier tipo de juicios e ideologías, punto de vista que podemos hallar en otros escritores como Théophile Gautier. Heine es un autor vigente, y los textos de La escuela romántica nos ayudan a resignificar, de manera inteligente, conceptos como “romanticismo”. De igual manera se pueden tomar sus trabajos críticos como un paradigma para quien de la crítica literaria pretenda, como dice Fernando Martínez en su Metapoética, “reclamar para sí el estatuto de obra creativa”
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4 3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
La voz sin pausa del
Negro Guerrero,
cronista de la FIL
Febronio Zatarain FALLECIDO EN OCTUBRE DE 2009, DAVID EL NEGRO GUERRERO HA SIDO EL MEJOR PERIODISTA CULTURAL DE RADIO EN GUADALAJARA, Y DESDE ENTONCES SE HA VUELTO UNA LEYENDA. LA ÉPOCA EN QUE MÁS RESALTABA SU PRESENCIA ERA DURANTE LOS DÍAS EN QUE SE LLEVABA A CABO LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO; SU PROGRAMA DE RADIO ERA LO QUE MÁS SE ESCUCHABA.
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l Negro Guerrero había llegado tarde a la presentación de Desarraigos. Lo acompañaba su esposa, una mujer flaca y más alta que él; me recordaba a la Oliva del Robin Williams, la misma que fue la esposa de Jack Nicholson en El resplandor. El Negro era una mezcla de estos dos símbolos hollywoodenses, siempre con la sonrisa y la puntada inteligente a flor de labio con una niebla de sordidez horrenda que se iba apoderando de su ambiente conforme la noche le ganaba al día. En torno a las tres mesas quedábamos menos de una decena de borrachos. Frente a mí estaba Paulino, bebiendo tequila y fumando, moviendo su gordura que lograba borrar gracias a esa jovialidad delgada que mostraba al charlar. Mi hermano Manuel estaba a mi derecha, más alegre y satisfecho que yo por la publicación del libro; él no lograba borrar los estragos del tiempo en su cuerpo, su protuberante abdomen se movía al vaivén de sus anécdotas. Al lado iz-
quierdo, se encontraba Peregrina, un exalumno de la Preparatoria 2 que había logrado despegar como empresario. Las demás caras no las veo con claridad, aunque sí estoy seguro que a la llegada del Negro quedábamos puros hombres porque la aparición de Oliva generó ese tenue cambio, esa ligerísima pérdida de naturalidad de los ebrios cuando sienten la presencia de una mujer, Tarde pero aquí estamos, pinche Febronio, me dijo el Negro mientras nos dábamos un abrazo efusivo. Nos habíamos conocido tres lustros atrás en la sexta feria internacional del libro. Había ido a visitar a unos amigos que trabajaban en la unidad de asesores del rector y en los pasillos me encontré a Roberto Castelán. Pese a que en nuestros tiempos estudiantiles habíamos pertenecido a grupos políticos enemigos, nos llevábamos bien porque compartíamos el gusto del cine y la literatura. Llevaba conmigo algunos ejemplares del número 0 de la revista Fe de erratas, y le regalé uno. Le
El creador del programa cultural La hora del jefe, con una de sus hijas
echó una ojeada y sin más me pidió que le preparara una selección de textos de estos escritores hispanos que vivían en Chicago para Luvina, la sección literaria de la revista Universidad, Además te voy a presentar a David Guerrero para que vayas a su programa de radio. Desde entonces siempre que iba a Guadalajara procuraba al Negro, no tanto para estar al aire, sino para contagiarme de ese encanto cultural animado. Los recién llegados se volvieron como planetas; alrededor de Oliva estaban otros dos exalumnos de la prepa y Peregrina, quien de manera abierta intentaba seducirla. A sus diecisiete años, en las fiestas preparatorianas, se valía fundamentalmente de ese baile a la Michael Jackson revuelto con break dance para atraer a las muchachas; ahora como cuarentón reciente, había optado por la invitación del trago y de la ostentación del dinero. El Negro nos hablaba de la otra fil, que se organizaba en Lagos de Moreno pero que también llevaban a cabo algunos eventos en Guadalajara, Ahora vengo de uno; ahí estaba el Carlos Martínez Rentería hablando de contracultura y de su revista Generación; andaba hasta atrás el cabrón, pero su intervención le salió de pelos. Y siguió hablando de las dos grandes bedetes de la fil , Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, quienes tenían una fe ciega en Raúl Padilla, el mero mero de la Universidad de Guadalajara durante los últimos veinte años. Lo que pasaba alrededor de Oliva al Negro realmente no le importaba; los exalumnos ebrios comandados por Peregrina se sentían con toda la libertad de piropearla. El Negro se levantó al baño y Manuel aprovechó para decirme discretamente que el Negro había movido mal las piezas en un conflicto que había divido al grupo político de la u de g y le habían quitado la Dirección de Radio Universidad, Ahora sólo tiene su programa radial, se mal acostumbró a la vida de director. Ya era pasada la medianoche cuando el Negro regresó del baño; éramos los únicos en la Mutualista y el mesero nos dijo que ya iban a cerrar, Es lunes y aunque hay fil , no hay gente. Vámonos a mi casa, dijo el Negro, pasamos por chelas y se arma. Sólo nos apuntamos el Peregrina y yo; él dijo que no nos preocupáramos por el alcohol, Denme el domicilio. Oliva se metió a la parte trasera del Vocho rojo destartalado y yo me acomodé en el asiento del copiloto. El Negro manejaba separado del respaldo y casi pegado
5 3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
Nacido en 1966, David el Negro Guerrero fue un referente de la radio cultural en Jalisco. Fuente: hombreradio00.mx
al volante, la pata gruesa del armazón de sus lentes resaltaba la ansiedad que emanaba su perfil derecho, dio vuelta en Mezquitán y luego en Juan Manuel y yo me entretenía mirando estas casas viejas en una oscuridad que de vez en vez era atravesada por la luz de un poste, y veía un abarrote con sus anuncios de leche Lala, de pan Bimbo, de cerveza Estrella, del detergente Ariel. Nos bajábamos del coche cuando el bmw del Peregrina se es tacionó atrás del Vocho, se bajó con una botella de Herradura en la mano, Saca el doce de Modelos, me dijo. Abrí la puerta delantera del bmw y lo tomé. Entramos directamente al patio de la casa, su piso de concreto tenía varios desniveles debido a las raíces de un árbol que estaba en el centro, con un follaje que de seguro por las mañanas interrumpía el curso de los rayos del sol. Una adolescente salió de un cuarto, Las tres niñas están bien dormidas. Mañana te pago le dijo el Negro. La muchacha asintió y se dirigió a la puerta de salida. Me senté en una banca de espaldas a una mesa donde recargué los codos mientras el Peregrina me ex tendía una botella de Modelo. Oliva trajo algunos caballitos para el tequila y un platito con sal, No tengo limones. El Peregrina hizo el ademán para tomar el Herradura, pero ella se adelantó, lo abrió y llenó los cuatro caballitos, Vente a brindar, gritó Oliva y el Negro salió del cuarto de las niñas. Por qué brindamos, por tu libro, por el guanatos que se nos escapa y por el que nos alcanzará. Ingerimos el tequila de un golpe y nos lo bajamos con cerveza. Nadie tocó la sal. Te quiero enseñar unos poemas, me dijo el Negro levantándose y dirigiéndose a un cuarto sin puerta y con la luz apagada. La encendió y frente a nosotros había un amontonamiento de libros carpetas, pero lo que más llamaba la atención eran las pinturas y los dibujos de artistas tapatíos por doquier; de Kraeppelin, Pacheco, Mariscal, de Campos Cabello… Mientras el Negro hurgaba al interior de las carpetas, Oliva le hablaba de esoterismo al Peregrina; del calendario chino, de que ella era serpiente y el Negro caballo, de que el destino de cada ente sobre el planeta podía descifrarse en el i Ching. Por fin el Negro encontró lo que buscaba y llamó a su mujer y al Peregrina, Les actuaré varios poemas. Pero primero otro hidalgo. Uno se acomidió con los caballitos y la otra con la botella. Nos satisficimos también con la cerveza, y el Negro tomó una pose ceremoniosa y soltó
su voz gruesa y clara de locutor, y a los cortes en el poema los acompañaba con quiebres sutiles en sus brazos, en sus piernas y en su cuello, era como una danza acorde con el ritmo y la melodía que emanaban de sus versos. Su show fue interrumpido abruptamente por un llanto que provenía del cuarto de las niñas. Oliva se dirigió hacia allá y nosotros abandonamos el cuarto y nos encaminamos a las Modelos como si desde muy dentro de nosotros nos empujara hacia ellas una fuerza primigenia. Nos terminamos la segunda cerveza, ¿Y tu mujer, ya no va a salir? Deja veo, El Negro se dirigió al cuarto, desemparejó la puerta y entró. El Peregrina quedó a la expectativa. A los tres minutos volvió el Negro, Ya se durmió. Es tarde, dijo el Peregrina abriendo una cerveza, ¿te doy un aventón? No, me quedaré un rato más. En cuanto el Peregrina cruzó el umbral de la puerta de salida, el Negro se me acercó, ¿No se te antoja algo para despertar? Me imaginé dos rayas de coca entrando en mis fosas nasales y el despertar suave casi imperceptible que poco a poco convierte el agotamiento y la somnolencia en brío y vigilia. Pues no estaría mal, eh. ¿Tienes doscientos pesos? Asentí. Déjame avisar, el Negro se levantó se encaminó al cuarto de donde había salido la adolescente y la curiosidad me hizo seguirlo. Sobre el piso había dos colchones, y sobre ellos dormían desparramadas Oliva y sus tres hijas, se agachó para acercarse a su mujer, la besó cariñosamente y le dijo algo al oído, luego con una seña me dijo que nos fuéramos. Bajamos por la avenida Hidalgo y una cuadra antes de llegar al mercado Corona dio vuelta a la izquierda. No habíamos hablado desde que nos subimos de nuevo al Vocho, como si los dos necesitáramos la fuerza de ese polvo mágico para que nos volviera el habla; volteé de casualidad y el Negro me pareció un mono en sus mocedades, inteligente y con anteojos, pegado al volante porque estaba aprendiendo a manejar. ¿Cómo me veré yo? Nos estacionamos entre dos camionetas cargadas de mercancías, en ambas cabinas había alguien durmiendo. Batallé un poco para salir del vehículo; un tambo de basura no me permitió abrir suficientemente la puerta. El Negro cruzó la calle y yo lo seguí, la acera estaba impregnada de un olor a granos de maíz, de frijol, de lentejas, de habas, de ajonjolí. Tocó en una puerta blanca que tenía partes de la pintura descarapelada. Abrió un hombre alto, enjuto, de barba desaliñada y
con gafas. Pásale, Negro. Traigo un acompañante, Salvatore. Avanzamos por un pasadizo lúgubre hacia una recámara improvisada en la parte más ancha de un pasillo. Al fondo se divisaba un cuarto más amplio en el que alcancé a ver una estufa, una mesa, un refrigerador. Salvatore encendió una lámpara y se sentó en una camilla portátil recargándose contra la pared. Hasta ese momento me vio y me reconoció. ¡Febronio!, ¿no te acuerdas de mí, soy Chava; nos conocimos en Ajijic con Noris y con Miguel, qué fiestas aquellas. Yo me acordaba de Noris y de Miguel pero no de él, Aquí vienen varios amigos tuyos, como estoy en el mero centro y les fío, recalan seguido. Me extendió un cuaderno abierto en unas páginas con nombres enlistados, Échale un ojo, vas encontrar a muchos conocidos, ahí también está el Negro, ya me debes un madral, pinche Negro, ¿me vas a dar algún abono? Te voy a dar cien, le dijo extendiéndole el billete de doscientos, y prepara uno para Fe bronio y otro para mí. Mientras Salvatore mezclaba unos polvos blancos con otros amarillentos, nos sentamos en unas cubetas de pintura vacías ubicadas al inicio de esa recámara improvisada. ¿Listo Febronio? Se me acercó con un bote de cerveza Tecate vacío que tenía un orificio hecho con un clavo como a un dedo de la base, Pon tu boca en la boquilla de la Tecate y absorbe mientras yo voy quemando el polvo. Lo puso a ras del orificio y le acercó la llama del encendedor; aspiré y sentí como si un metal hecho humo estuviera ingresando en mis pulmones, me asusté y fingí tos, Síguele tú, Negro. Me arrebató el bote y le pidió el encendedor a Salvatore, Ponle lo que queda del de Febronio y dame el mío. Salvatore procedió y luego regresó a sentarse a su camilla, y mientras el Negro fumaba, Salvatore encajó una llave en el montículo amarillento, la reclinó un poco, la levantó, se la colocó en una de las fosas nasales, inhaló y luego se metió a la boca la punta de la llave y la chupó. ¿Y qué sabes de Miguel?, me preguntó. Hace como diez años Noris me dijo que vivía en una comunidad indígena del Perú, que ya se había casado con dos quechuas. Cuando el Negro terminó, sentía que el aire se me oxidaba en los pelos de la nariz, en la lengua, en la garganta. De regreso a la salida, el Negro le pidió a Salvatore que le fiara uno para quemarlo al rato, Tráeme otro abono de cien y te fío dos; hay que cuidar el negocio, ¿verdad, Febronio?
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6 3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
La Palabra y el Hombre: sesenta años José María Espinasa BREVE PERFIL Y NECESARIO RECUENTO DE LA HISTORIA DE UNA DE LAS REVISTAS DE “EXTENSIÓN UNIVERSITARIA” DE MAYOR IMPORTANCIA CON MOTIVO DE LA APARICIÓN DE SU NÚMERO CONMEMORATIVO.
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ergio Galindo es un extraordinario narrador, si bien poco leído por las nuevas generaciones. Novelas como El bordo, La justicia de enero, Polvos de arroz, El hombre de los hongos, Los dos Ángeles y Otilia Rauda son piezas notables de nuestra literatura. Galindo fue también un singular promotor cultural, y entre sus iniciativas están tanto la editorial de la uv –en los años sesenta y primeros setenta, publicó libros que hoy se han vuelto referente imprescindible tanto de los escritores mexicanos como de los hispanoamericanos– como la revista La Palabra y el Hombre, modelo de esas revistas de “extensión universitaria” que difunden bien la literatura, el arte y el conocimiento. Recientemente apareció el número 39 de su cuarta época, con el que se celebran sesenta años de existencia de la revista, y que tiene en el narrador Mario Muñoz a su “encargado de la dirección”. La más longeva de las revistas de este tipo es naturalmente la Revista de la Universidad, que se empezó a publicar en 1930, ahora dirigida por Guadalupe Nettel. Fue precisamente en los años sesenta cuando ambas revistas La Palabra y el Hombre y la de la unam vivieron su época dorada, la primera bajo la dirección de Galindo y la segunda bajo la de Jaime García Terrés. Ambos supieron conformar equipos con talento, abrir las páginas a nuevos escritores, compaginar su objetivo –difundir la cultura– con su pertenencia a sus respectivas casas de estudio, cosa que, sabemos, no es nada sencillo. La Palabra y el Hombre ha pasado por distintos momentos, no todos buenos, y cuenta entre sus directores a figuras de la literatura veracruzana, como Sergio Pitol y Juan Vicente Melo, narradores de primer orden en el contexto mundial. Me llama la atención, tal vez producto de la impronta que le dio Galindo, que sean muchos más los narradores que la han dirigido –además de los mencionados, Roberto Bravo, Luis Arturo Ramos, Raúl Hernández Viveros y Celia del Palacio, y el hoy encargado Mario Muñoz– mientras que los poetas que la han conducido son sólo tres: César Rodríguez Chicharro, Jaime Augusto Shelley y Jorge Brash. El número en cuestión, el 39 de la época actual (además de distintas numeraciones ha tenido también diversos formatos), lleva una especie de forro conme morativo con diversas portadas de las etapas más representativas de esos sesenta años. Ojalá pronto, como lo ha hecho la Revista de la Universidad, digitalicen su acervo y pueda consultarse en línea. Incluye también, como una especie de frontispicio, una notable foto de Sergio Galindo, calculo que de la época del inicio de la revista, debida a la lente de Francisco Beverido Pereau. Y abre con un ensayo de Sara Ladrón de Guevara, rectora de la uv en el que la antropóloga cumple con el objetivo de recordar el nacimiento de la revista, sin ahondar en su historia, pero sí señala un hecho fundamental, La Palabra y el Hombre, junto con la de la unam , participan en el rompimiento con un nacionalismo que se volvía ya un impedimento para el pleno desarrollo de la cultura nacional al ser retórica vacía de sentido. En efecto, en los años cincuenta, con la aparición de libros como El laberinto de la soledad y El arco y la lira, Confabulario, Pedro Páramo y El Llano en llamas, entre otros, la reflexión sobre el nacionalismo alcanza su cúspide e inicia un nuevo camino. La Palabra y el Hombre tendrá un papel fundamental en esa ampliación del horizonte conceptual. Galindo, cuando crea la revista, recibe un apoyo esencial del filósofo Fernando Salmerón, rector de la uv , y eso le permite, sin tener que desperdiciar tiempo en cuidarse las espaldas de la grilla académica, establecer una línea y un programa editorial. Ni desatendía el contexto propio ni se olvidaba de mirar lejos. Escritores unos años más jóvenes, como Sergio Pitol y Juan Vicente Melo, que también dirigirían la revista en años posteriores, tendían un puente con la generación de La Casa del Lago, así como otros profesores de la uv lo harían con el grupo hispanomexicano. Veracruz, y especialmente Xalapa, vivirían el momento de su consolidación como ciudad cultural –la “Atenas de por acá”, dice el conocido refrán– que la llevaría contar con una importante tradición teatral, musical y museística. Por ejemplo, Tomás Segovia habló en varias entrevistas de una revista veracruzana, de la cual no recordaba el nombre pero que creía vagamente ligada a un laboratorio médico, donde publicó numerosas traducciones de poesía en los años sesenta y setenta, de las cuales no conservó copia en su archivo, y que en buena medida por la ausencia e imprecisión de los datos no ha sido posible localizar al recopilar sus traducciones. Es probable que esté ya perdida la publicación, pues si a veces las instituciones públicas protegen sus archivos, es mucho más raro que eso ocurra con proyectos privados. Celia del Palacio mevnciona esta problemática al ocuparse del contexto editorial en que crece La Palabra y el Hombre y enumera las publicaciones culturales de la segunda mitad del siglo xx. No son pocas y actualmente, cuando en Veracruz se vive un florecimiento de proyectos independientes con ambición de perdurar, es importante entender que no crece de la nada. Hoy, a su vez, la estafeta de las revistas universitarias está en publicaciones como Luvina (u deG ) y Crítica (Autónoma de Puebla), que muestran la continuidad de notables publicaciones del ramo. Que La Palabra y el Hombre cumpla sesenta años es motivo de festejo. Ojalá –no sé si exista algo ya hecho– algún investigador o un estudiante en vías de titulación se ocupara de hacer una historia de la revista y un análisis de sus índices, de recoger testimonios de quienes aún están vivos y participaron en su nacimiento. Sería una manera de volver a situar en un papel protagónico a la publicación. Y también una manera de homenajear a Sergio Galindo. Es curioso, por cierto, que el FCe , que publicó varios libros suyos, no se haya planteado nunca la publicación de su narrativa completa
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Arriba: Portada del número conmemorativo; más abajo, portadas de otras épocas de la revista. Abajo: Sergio Galindo. Foto: Archivo de la familia Galindo
3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
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La narrativa de
Mauricio Magdaleno: un resplandor sin hoguera
Mauricio Magdaleno
Enrique Héctor González
ACERCAMIENTO CRÍTICO A UNA NOVELA OLVIDADA, EL RESPLANDOR, QUE ENTRE OTRAS COSAS NO DEJA DE ARROJAR LUZ SOBRE UNA VERDAD CASI MONOLÍTICA Y AÚN VIGENTE EN NUESTRA HISTORIA: LA REVOLUCIÓN LE QUEDÓ LEJOS AL CAMPESINO DESPOSEÍDO.
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rotagonista de una carrera literaria poco visible si se la compara con la de otros escritores de la novela de la Revolución Mexicana, Mauricio Magdaleno (1906-1986) es autor asimismo de numerosas historias más o menos melodramáticas que terminaron en la pantalla grande; sin embargo, algunas peculiaridades formales de El resplandor (1937), su novela más lograda (por ejemplo, los saltos en el tiempo que hacen de las historias y leyendas que la constituyen una suerte de noria interminable de perfiles míticos; la omisión de signos de puntuación cuando el curso de la anécdota parece emocionarse), dejan ver que se trata de un autor que ha gozado de cierto trato con la narrativa estadunidense y europea vigentes en los años treinta. Este dispendioso y no obstante discreto manejo de los recursos de la escritura hace del libro, ochenta años después, un antecedente inmediato de lo que Yáñez y Rulfo harán, en las dos décadas posteriores, con la novela postrevolucionaria. En El resplandor, el narrador de la historia no alcanza a identificarse (quizá no lo pretenda) con el habla del lugar donde transcurre la anécdota: San Andrés de la Cal. A diferencia de lo que ocurre en la literatura de Rulfo y más cercana a la de Azuela, la voz contante baraja un lenguaje culto y una omnisciencia inapelables, distanciándose de la anécdota central con una asepsia casi clínica: el “odio ancestral” de dos pueblos otomíes (el ya anotado y San Felipe Tepetate) que los hace disputarse una hacienda rica y abandonada por su dueña. En buena medida, la novela es una colección de leyendas: la de Cavazos, el vengador de los indios de al gunos andurriales del estado de Hidalgo (Actopan, Ixmiquilpan, Río Prieto); la del animal tutelar de sus habitantes –el toro, la iguana, el tlacuache, apelativos que naturalmente adoptaban–; y la que se podría llamar fundacional: un viejo cacique, que mata a la hija y a su prometido por un inconfesable amor incestuoso, deja la huella de su sangre en una piedra (que se llamará ya para siempre la Piedra del Diablo) y, con ella, la herencia de la sequía de la región por los siglos siguientes. No es otra cosa sino un flujo de la conciencia joyceano el que va gobernando las entradas y salidas de los personajes, la aparición y desaparición de los escenarios. A la casi tierna curiosidad de que el único mesón del pueblo se llame “El paso de Venus por el disco del sol” (¡a quién pudo ocurrírsele semejante nombre en esas tierras áridas si no a uno de esos hombres cultos y ocultos que arrastran su sombra en los pueblos desamparados), a la frase-estribillo de ascendencia coloquial (“¡Dios nos tenga de su mano!”) que remata a cada tan-
e n m aG d a l e n o
Predominan la
Pureza del indio que duda , recela y mata – como animal acosado – y una Preclara imaGen del maximato , de las truculencias del Partido en el Poder , una inciPiente imaGen de la revolución institucional como s o l a Pa c o r P o r at i va d e u n a corruPción sin límites .
to las anécdotas festivas o atroces de los habitantes de San Andrés, la novela añade recursos de simultaneísmo tan bien cuajados que a menudo resultan sorprendentes. Así, la manera como la obra da cuenta del primer encuentro entre Graciana y Olegario intercala la embestida del toro a la vaca en el corral de los benefactores del indio tlacuache. En un idéntico tono desenfadado, la atmósfera de anticlericalismo que corresponde al ascenso político de Plutarco Elías Calles y sus tres enemigos (los curas, los latifundistas, el alcohol), admite el chascarrillo irreverente cuando la bola visita el cementerio de los Fuentes en La Brisa y alguien dice sobre una tumba: “Este es un cura. ¡Me huele que es cura! ¡Apesta más que todos juntos!” Mauricio Magdaleno se permitió ciertos despilfarros y acaso haya demasiados sucesos deshilvanados o prescindibles en su historia de los tlacuaches hidal-
guenses. Sin embargo, el retrato de la locura de Carmen Botis, loco por mal de ojo, desplazado de los amores de Lorenza, que va a morir abrazado a la mítica Piedra del Diablo luego de escapar de su encierro y destrozar lo que encuentra a su paso (árboles y cactus, muros y sombras), es el de un derrame descomunal de energía y pérdida que equilibra la densidad del relato del hijo pródigo, Saturnino Herrera, asunto medular en la novela y claro antecedente del Pedro Páramo de Juan Rulfo, personaje en el que se combinan el regreso de Juan Preciado a su viejo terruño con la conversión del personaje en un cacique abusivo que todo lo promete y falsea en su afán de convertirse en gobernador. Lo que en Mariano Azuela es desconcierto, vacío ideológico, lección de escepticismo, en Mauricio Magdaleno es conciencia del lucro, desenfreno de la desfachatez. Ideologizado en favor de los indios, influido quizá por la novela indigenista tan en auge en los años treinta, lindero de la novela proletaria (José Mancisidor y La ciudad roja como paradigmas de un movimiento cuya más feliz fechoría fue la aparición de José Revueltas) y trasunto de la historia cristera trasladada al Valle del Mezquital, el narrador toma partido por las mesnadas y su inteligencia preclara, que entienden más de lo que suele suponerse y reaccionan más vivamente frente a la traición de hecho o el simple conato de adulteración. En Magdaleno predominan la pureza del indio que duda, recela y mata –como animal acosado– y una preclara imagen del maximato, de las truculencias del partido en el poder, una incipiente imagen de la revolución institucional como solapa corporativa de una corrupción sin límites. Y es aquí, y en sus ya señalados visos de modernidad vanguardista en el plano formal, donde reside el valor sustancial de esta novela olvidada: en su conciencia de que la revolución está (h)errada, marcada por su propia descomposición, de que las cosas no han cambiado para quien debió ser el beneficiario del movimiento social (el campesinado desposeído). Novela del pulque, de esa baba etílica necesaria para llevar mejor la vida, en una sola de sus muchas historias deja ver la pertinencia, la precocidad literaria del autor, cuando el matrimonio de Saturnino Herrera con Matildita Fuentes se vuelve sello de garantía de las nupcias con que los poderosos celebran el amasiato del nuevo con el ancien régime, pacto de mutuo beneficio entre el advenedizo hábil y la hija con prosapia, historia natural de un país donde la manera más eficaz de hacer política es cobijando en las covachas de la demagogia los grandes capitales que siempre han de sufragar nuestra perenne capacidad de gesticulación
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8 3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
Santo P
el doble centenario
EL PAPEL SOCIOCULTURAL DE LOS ÍDOLOS POPULARES Y S PASADO, SON LOS EJES DE ESTE CUIDADOSO ENSAYO.
LOS NOMBRES DE PEDRO INFANTE, JORGE NEGRETE, JOSÉ GABILONDO SOLER, SE EVOCAN AQUÍ PARA DELINEAR LA F IMAGINARIO POPULAR.
EN MEDIO DEL ESPERPENTO, DE LO MONSTRUOSO Y MANIQ SANTO ES UN HÉROE SOLITARIO EN LA ARMONÍA FICTICIA
Pedro Infante como Pepe el Toro y El Santo Fuente: Superluchas.com
Gustavo Ogarrio Para Nico e Iraida Noriega, por su versión de la triste muñeca Para Camila, Lucy, Silvia, Mary, Elvira y Gustavo, para las tías “infantes”: Gloria, Anita y Ofelia
NOSOTROS NO SOMOS ASÍ: AMOR, MUERTE Y TERNURA SUBVERSIVA EN UNA CANCIÓN INFANTIL
H
ubo una época en la que el tratamiento de la imagen de la mujer en las canciones rancheras se apoderó de la canasta estelar de las asociaciones sentimentales: cautivas y prisioneras en el mundo latifundista del amor, su condición de objeto amado y exaltado predispuso su figura para cumplir, dulce o violentamente, con los rituales culturales de los amores que, metafórica y literalmente, mataban. La dualidad de la dominación masculina en los tiempos del Estado benefactor: amor, ternura y cerco terri-
torial en la construcción del imperio de los sentimientos melodramáticos. Alegorías nacionalistas que se funden con las alegorías de la posesión patriarcal de la mujer en Me he de comer esa tuna (1945), cantada por Jorge Negrete (“así se canta en la tierra de los hombres…”) en entrada triunfal con mariachi a la cantina, el recinto por excelencia de las afirmaciones y confesiones patriarcales: “El águila siendo animal se retrató en el dinero/ para subir al nopal pidió permiso primero… Guadalajara en un llano, México en una laguna/ me he de comer esa tuna/ aunque me espine la mano…” La exaltación de la “belleza femenina” en los límites del que sigue siendo “El Rey”, de José Alfredo Jiménez, y uno de los grandes himnos del absolutismo varonil, cantada en un principio por Pedro Vargas. La “Serenata huasteca” (1954) cantada por Pedro Infante y que simplemente confirma la propiedad amorosa bajo la que se rige la imagen de la mujer, en medio de la escenografía de cantos y bailes, mientras la Diva (Elsa Aguirre) acepta los términos del contrato de amor con miradas furtivas: “Canto al pie de tu ventana/ pa’ que sepas que te quiero/ tú a mí no me quieres nada/ pero yo por ti me muero/ dicen que ando muy errado/ que despierte de mi sueño./ Pero se han equivocado porque yo he de ser tu dueño…” Sin embargo, en 1958, Francisco Gabilondo Soler Cri Cri da a conocer su disco Más canciones del Grillito
Cantor, entre las que se encuentra “La muñeca fea”: “Escondida por los rincones/ temerosa de que alguien la vea/ platicaba con los ratones/ la pobre muñeca fea”, resuena la imagen de una Cenicienta aplastada por el trabajo doméstico, pero sin baile de zapatilla perdida con príncipe enamorado y final feliz. Más bien, en “La muñeca fea” también se expresan ciertos guiños trágicos, aunque se sugiera una cierta redención al final de la canción y se mantenga la imagen de la muñeca feaniña-mujer en los límites del trabajo doméstico y sus símbolos, como la escoba y el recogedor. Lo más notable es que se expresa enfáticamente y con una ternura que, vista en comparación con la soberbia patriarcal de la canción ranchera, parece hasta subversiva, una vulnerabilidad que rompe el tono áulico del melodrama del nacionalismo revolucionario, aunque no deje de tener una solución discretamente idílica, lo que deja al mismo melodrama también en una zona indeterminada: “Muñequita/ le dijo el ratón/ ya no llores, tontita/ no tienes razón. /Tus amigos/ no son los del mundo/ porque te olvidaron/ en este rincón./ Nosotros no somos así./ Te quiere la escoba y el recogedor./ Te quiere el plumero y el sacudidor./ Te quiere la araña y el viejo veliz./ También yo te quiero, y te quiero feliz.” Sin duda, “La muñeca fea” es uno de los grandes himnos populares en los que se registra la soledad, la exclusión y el abandono en una figura femenina, así como una cuasi-tragedia en clave infantil al borde del melodrama, contenida por la solidaridad de los que no son así. ¿Cómo son los que son “así”? Los que olvidan, los que discriminan, “los del mundo” masculino a mediados del siglo xx , es decir, los adoradores de las modernizaciones frenéticas que segregan a las pobres muñecas sucias y a la misma imagen femenina, vencidas por el “uso” y el transcurrir del tiempo.
PEDRO INFANTE: NOSTALGIAS DE UNA NARRATIVA SENTIMENTAL
A
l romperse la imagen unificada del nacionalismo postrevolucionario, conforme se van resquebrajando los arquetipos de lo “mexicano” y se imponen las leyes vaporosas de la sociedad abierta, los ídolos y héroes populares del siglo xx también se abren paso entre las nuevas evocaciones contemporáneas de sus cursis, tremendistas y desgarradas figuras, entre las revoluciones digitales de la televisión abierta y sus enemigos, entre los nuevos subgéneros mediáti-
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o del ídolo popular
SU IDILIO CON EL CINE MEXICANO DEL SIGLO
ALFREDO JIMÉNEZ Y FRANCISCO FIGURA FEMENINA EN EL SÓLIDO
3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
Pedro Infante
QUEO DE LA LUCHA LIBRE, AL FINAL EL DE “LO MEXICANO”.
cos para representar la nueva edad de la violencia en nuestros días que, en muchos casos, se vive como el auténtico apocalipsis que merece ser narrado y representado; surge la supuesta narco-novela, en sus versiones escritas y, por supuesto, tele-novelescas. Figuras patriarcales como Jorge Negrete, Pedro Infante, Pedro Armendáriz, Emilio el Indio Fernández, Luis Aguilar, Abel Salazar, Antonio Badú, así como las imágenes sufrientes, abnegadas pero también desafiantes, de Blanca Estela Pavón, Dolores del Río, Libertad Lamarque, Miroslava –quizás la más trágica de todas–, Rosita Quintana, Elsa Aguirre, Lilia Prado, Katy Jurado y María Félix, la “Doña” Bárbara que envejece en una noche gracias a la caracterización en película de este personaje de la novela de Rómulo Gallegos, pero que en esa misma noche se transforma en La Doña, para sellar también su pacto luciferino con el mundo del espectáculo. Todas y todos, bajo las condiciones de producción del melodrama cinematográfico del medio siglo, bajo el torbellino heterogéneo de la ahora estereotipada Época de Oro del cine mexicano, emprenden cierta metamorfosis al ser interpretados bajo la educación sentimental del nuevo siglo xxi y su contexto de globalización autoritaria, pero también de sensibilidades, cultas y populares, renovadas y reconfiguradas, y de luchas sociales que a su vez renuevan la manera en que se habla y se vive mediáticamente la cultura popular y la cultura de masas. El temple cinematográfico de los rostros altivos o abnegados se desvanece y, de alguna manera, se fractura la imagen de cierta unidad estética de todas estas estrellas; las sonrisas en blanco y negro se agrietan y la eternidad incuestionable del llanto melodramático de los años cuarenta y cincuenta del siglo xx palidece y se repliega ante los nuevos modos de problematizar el pasado. Por ejemplo, el inmaculado Pedro Infante es sometido a un proceso de desmitificación y desnacionasigue
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“i nfante no mantiene distancias con quie nes lo contemPlan , es en sus desPlantes, sus carcajadas, su mirada amorosa o Pa ternal , la rePresen ta c i ó n d e l h o m b r e común que es distinto a todos sin jactarse de ello .”
carlos monsiváis
Ilustración de Daka
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lización que lo bajan del pedestal del mexicano enamorado, jugador y pendenciero, para interrogar a su figura desde las preguntas incómodas para el melodrama del siglo xx : ¿Fue Pedro Infante un precursor en la cultura popular, construida incluso desde cierta óptica “oficial”, que jugaba conscientemente con articu laciones del machismo con la homosexualidad y el homoerotismo, como afirma Sergio de la Mora en su libro Cinemachismo: Masculinities and Sexuality in Mexican Film? De la Mora llega a plantear que el mismo Pedro Infante –y también Arturo de Córdova– hicieron en sus películas planteamientos veladamente gay, a pesar de ser dos figuras fundamentales en la construcción sentimental y melodramática de la masculinidad épica y mediática del siglo xx . Esto se podría apreciar en películas como A toda máquina, El gavilán pollero, Dos tipos de cuidado… Es más, Pedro Infante llegaría a jugar con cierta tensión irónica entre macho y travesti en una de sus últimas películas, Pablo y Carolina (1955). En el libro más completo sobre la vida y obra de Pedro Infante, escrito como una crónica-ensayo, Pedro Infante. Las leyes del querer, de Carlos Monsiváis, se puede leer lo siguiente: “Infante no mantiene distancias con quienes lo contemplan, es en sus desplantes, sus carcajadas, su mirada amorosa o paternal, la representación del hombre común que es distinto a todos sin jactarse de ello.” Para Monsiváis, es con la película Cuando lloran los valientes (1945) que Pedro Infante adquiere ya ese perfil de héroe romántico: “es el inicio del Pedro Infante mítico, legendario, icónico y ponga usted el adjetivo conveniente. El héroe bandido combina la actitud generosa y la exigencia del sacrificio.”
d e ahí la soledad tan Particular del mismo s anto en la cultura de masas y en su relación Perturbadora con el nacionalismo mexicano : nunca fue exaltado decididamente Por la cultura oficial .
Vale la pena seguir esta otra faceta del héroe-bandido en Pedro Infante para comprender la manera en que su inscripción en la cultura popular tiene un “carácter oficial”, una sensibilidad melodramática con conflicto “burgués”, sin evolución trágica, al formar parte del proceso de desmontaje simbólico de los aspectos más radicales de la Revolución mexicana, la revolución agraria y popular de Emiliano Zapata y Pancho Villa. Esto se puede ver con mayor nitidez en la película Los Gavilanes (1954). Si Allá en el rancho grande (1936), con Tito Guízar, se vuelve una protesta melodramática contra la reforma agraria y una defensa del latifundio después del porfiriato, la nostalgia por el “rancho grande”, películas como Los Gavilanes van a ser la culminación de la desactivación referencial de los símbolos de la revolución agraria: un grupo de forajidos, gavieros, que viven escondidos en las montañas y que roban a los ricos para repartir la riqueza robada a los pobres. Sin revolución social ni agraria, sin una dimensión ideológica del conflicto entre pobreza y riqueza, la película transfiere el heroísmo popular de Zapata al heroísmo melodramático y despolitizado del personaje de Pedro Infante, Juan Menchaca. La historia termina por confrontar a dos hermanos, hijos de un hacendado, que desconocen su parentesco, que se enfrentan a muerte al final de la película, pero con final feliz incluido. Juan Menchaca es presentado como una especie de Zapata o de Villa casi criollo y sin programa político, sin tiempo ni espacio históricos. Destaca en esta película la escena en la que Juan Menchaca canta, a la luz de la luna, de las nubes y de los montes, la canción “Deja que salga luna”, mientras Lilia Prado, que interpreta a la novia del hermano de Juan, que ha sido raptada por los gavieros, suspira el amor de una narrativa sentimental que todo lo va a transformar en melodrama.
SANTO, EL ENMASCARADO DE PLATA: LOS HIJOS ESPERPÉNTICOS Y A VECES NEGADOS DEL NACIONALISMO MEXICANO
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spectáculo, teatro popular, happening, performance, paradigma del kitsch urbano… La lucha libre, pese a su secuestro actual por la televisión comercial, alguna vez fue también el espacio en el que se definía una lucha por ciertos símbolos populares y, con esta perspectiva, por el significado del “éxito” y del “triunfo” en relación con la modernización de los años cuarenta y cincuenta del siglo xx desde un ámbito urbano. En ella hay mucho de carnaval en el que, por un momento, se invierten las jerarquías del poder, estéticas y sociales; pero también de “pan y circo para las masas”, de representación de luchas entre el bien y el mal, entre lo alto y lo bajo, entre lo culto y lo popular, entre lo civilizado y lo bárbaro.
La lucha libre también produjo sus mitos populares, sus héroes que con mucho menos carga de la “cultura oficial” en sus representaciones, de alguna manera conservaron, en su metamorfosis hacia el mundo del espectáculo y el cine, mucho del origen popular del espacio urbano donde nacieron, como el barrio, las arenas y los gimnasios, que finalmente marcaron su proceso de masificación y sus propias fábulas, así como sus enseñanzas morales y sus finales no precisamente felices, no estrictamente románticos, pero sí con cierta redención y a veces abiertamente anticlimáticos, como en la película Santo vs. las momias de Guanajuato, cuya “batalla final” y la derrota de las momias ante la fuerza física y moral de Santo, Blue Demon y otros luchadores, no dramatiza este triunfo del bien sobre el mal y simplemente consigna que esas momias no eran una “leyenda de nuestro pasado”. La lucha libre vivió su propia Época de Oro cinematográfica y nos legó el cine de luchadores como un subgénero que todavía es motivo de debates contemporáneos en su difícil acomodo en la cultura oficial respaldada por el Estado. En muchos casos se le niega su condición culta, esto para resaltar su “aspecto no artístico” y, al mismo tiempo, afirmar su inmenso poder popular que desestabiliza a las estéticas hegemónicas, las cuales, bajo el prejuicio estetizante que lleva el rótulo “cine de arte”, balbucean su horror ante la posibilidad de que la horda de luchadores, comandada por el Santo, ingrese a la cultura oficial y disfrute de su poderoso aparato de divulgación cultural. El Santo es quizá el héroe cuasi melodramático más democrático del cine mexicano en un período de crisis y vacío, entre la década de los años sesenta y los setenta, posiblemente por su origen popular no estrictamente oficial; por su proceso de iconización masiva y mediática menos agresiva que el de Pedro Infante, por ejemplo, y por su “rústica” incorporación al ámbito y al mito del cine artístico. Sin embargo, el Santo es “indestructible y categórico” en su identificación con la cultura popular que imagina luchas infinitas entre el bien y el mal, entre el Santo y los zombis, las momias y las mujeres vampiro; el Enmascarado de Plata contra el “cerebro del mal”, el hombre lobo, las brujas, el Dr. Frankenstein; contra los Jinetes del Terror, los monstruos, la misma Llorona; una sublimación de profundos terrores carnavalizados, que a su manera se acercan a una definición retroactiva de cine noir y/o cine gore, pero siempre con ese desfile de figuras esperpénticas, esa representación degradada, grotesca y deformada del mal. Lo esperpéntico como la operación cultural que el mismo Ramón del Valle-Inclán llevó a cabo en su propia obra: extraído de la cultura popular y llevado al mundo “culto” de la crítica literaria, para finalmente ser reconocido en otras obras de origen popular. De ahí la soledad tan particular del mismo Santo en la cultura de masas y en su relación perturbadora con el nacionalismo mexicano: nunca fue exaltado decididamente por la cultura oficial, que sostenía la canonización de los héroes y mitos populares que convenían a la armonía ficticia de lo “mexicano”. Es imposible llegar a través de su figura y de sus películas a la ideología de este nacionalismo; más bien parece un sórdido registro de criaturas esperpénticas que construyeron su propia camino hacia una zona sumamente perturbadora de la cultura popular, que se juega en las cavernas inverosímiles de los monstruos y las mujeres vampiro, en las pesadillas del mal con rasgos irónicos, grotescos, cómicos; una cierta risa que no es carcajada abierta, acaso una risa ambigua, discreta, nunca espectacular, que se ríe de su propia situación de bastardía en la cultura oficial mexicana, sin final feliz pero sí perturbador y profundamente popular y masivo
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Jornada Semanal • Número 1187 • 3 de diciembre de 2017
Antología personal. 50 años de cuentos, Sergio Ramírez, Editorial Océano, México, 2017.
Sergio Ramírez o la vocación de narrar ELENA MÉNDEZ
S
ergio Ramírez (Masatepe, Nicaragia, 1942) fue un cuentista precoz. A los catorce años cometió la osadía de reinventar una leyenda de su natal Nicaragua, que se publicó sin mayores averiguaciones en un suplemento cultural dirigido por el poeta Pablo Antonio Cuadra. Su atrevimiento prosperó. Empeñado en su vocación narrativa, ha festejado ya medio lustro en el oficio, por el cual acaba de ser galardonado con el Premio Cervantes. Como él explica, “escribo porque siento la imprescindible necesidad de contar a otros lo que de otro modo se perdería de manera irremediable”. En su Antología personal. 50 años de cuentos, selecciona veinte textos pertenecientes a los libros Cuentos, Nuevos cuentos, De tropeles y tropelías, Charles Atlas también muere, Clave de sol, Catalina y Catalina, El reino animal y Flores oscuras. A decir del crítico Javier Sancho Más, del suplemento Babelia, Ramírez es “el primer cuentista vivo en el continente latinoamericano, y uno de los mejores en español, heredero de las armas de Cortázar y Monterroso”. Coincido en la similitud con el fenecido guatemalteco, puesto que Ramírez, aunque tiende a escribir extenso, también recurre a la prosa breve. Asimismo, es notable su aptitud para fabular. Estas características remiten, también, al mexicano Eduardo Lizalde, cuya veta cuentística posee la misma fantasía, la sátira, los bestiarios y las magistrales vueltas de tuerca que en Monterroso y el nicaragüense. Gabriel García Márquez es otro autor con quien puede equiparársele, no sólo en el temprano descubrimiento de la vocación literaria, sino en las frases lapidarias de los personajes de uno y otro, la manera de entrelazar vida y obra, la recreación de las atmósferas domésticas, el lenguaje engarzado como joya, así se trate de coloquialismos, regionalismos, arcaísmos… Ramírez se divierte escribiendo. Se le nota. Aunque en sus relatos no faltan las desventuras existenciales, hay siempre algo que mueve a risa o, incluso, a la abierta carcajada. “La suerte es como el viento” y “Kalimán el magnífico y la pérfida Mesalina” son acaso los textos más desopilantes. Mientras que en el primero un humilde tipógrafo descubre repentinamente sus cualidades adivinatorias, en el segundo un par de hermanas colegialas riñen por el coche que se han ganado en un
“raspadito”. La codicia de los protagonistas les conducirá a situaciones inesperadas y caóticas. Sorprende la erudición del autor, que lo mismo puede hablar de entomología que de meteorología, de futbol que de beisbol, de Shakira que de fisicoculturismo, de la guerrilla que de la Biblia. Aunque la materia de sus relatos proviene obviamente de su imaginación portentosa, deja escapar guiños a su vida real para dotar de mayor verosimilitud a sus historias, como en “Perdón y olvido”, “No me vayan a haber dejado solo” y “Flores oscuras”. Líneas arriba se mencionan las desventuras existenciales. Cabe abundar en el tópico, pues hay aquí numerosos personajes que han fracasado estrepitosamente, como el Santa Claus venezolano de “Heiliger Nikolaus”, que lleva años en Berlín y sigue sin tener dónde caerse muerto; como “El Pibe Cabriola”, futbolista por cuyo autogol su selección ha sido desclasificada para el Mundial; como las tres amigas de “Aves canoras: Por qué cantan los pájaros”, que se reúnen cada determinado tiempo, sólo para descubrir que no han sido felices y que su realización personal es ilusoria… El desencanto, el tedio y la ruina de estos personajes recuerda a la que experimentan los del mexicano David Toscana, empeñados en inútiles quimeras, mientras el destino los pone de bruces contra la
realidad. Caso de “La mosca”, un pequeño nica fan de Shakira, quien huye de casa para buscar a su ídola; y del boxeador Amado Gavilán, protagonista de “La puerta falsa”, a quien nomás no se le da figurar… Asoman la realidad violenta, la corrupción rampante, el arribismo y el absurdo de las tiranías en “El centerfielder”, “La colina 155”, “A Jackie, con nuestro corazón”, “De las propiedades del sueño (i)”, “De la afición a las bestias de silla” y “Nicaragua es blanca”. Merecen especial atención los relatos “Pingüino: Tribulaciones de la señora Kuek” y el ya mencionado “Flores oscuras”. El primero es una alegoría de la heteronormatividad, en el que la directora de un zoológico, al descubrir la homosexualidad masculina de varios ejemplares de pingüinos Humboldt, urde una estrategia para enderezarlos. En “Flores oscuras”, por su parte, un ficcionalizado Sergio Ramírez pasea por Milán, en cuya Pinacoteca de Brera sostiene una brillante disputa verbal con otro visitante. Hablan sobre las versiones pictóricas de la Última cena, de la cual el sujeto parece saber demasiado. Además, parece leerle el pensamiento. Resulta casi automática la comparación de este relato con “Tres versiones de Judas”, de Jorge Luis Borges, dado el trasfondo de fatalidad que hay en ambos. “Charles Atlas también muere” y “Perdón y olvido”, aunque parecen disímiles entre sí, tienen algo en común: en ellos, el protagonista desearía no haber conocido ciertas verdades, ya sea sobre un ídolo o sobre su propio origen. En “Félis Concóloris” un oponente del régimen cuestiona la importancia de un compatriota lexicólogo y reflexiona sobre la inutilidad de su sabiduría frente a la necesidad del pueblo. Por disparatada que suene la trama, ¡cuánta gente no piensa, para sus adentros, que dichos afanes son labor de ociosos! Una cualidad innegable del autor es su magnífico oído. El lector, en más de una ocasión, sentirá que está escuchando hablar a los personajes; se regocijará ante su voseo, sus conjugaciones verbales, su entonación. “Uno lo que escribe son mentiras, pero deben ser mentiras bien contadas, en las que se pueda creer a ciegas”, afirma Ramírez. Quien redacta esta nota le otorga una doble corona: una por haberle creído, otra por querer seguir en su universo creativo ◆
Leer 4 3 2 1, Paul Auster, traducción de Benito Gómez Ibáñez, Seix Barral, México, 2017.
3 de diciembre de 2017 • Número 1187 • Jornada Semanal
La Rayuela de Auster EVE GIL
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ras siete años de silencio desde Sunset Park, los abstinentes de Paul Auster recibimos una nueva novela que, en principio, cuesta trabajo aceptar como suya: 4 3 2 1, casi mil páginas, algo que no extrañaría de John Irving pero sí del mesurado Auster. No es la sorpresa mayor, sin embargo: este neoyorquino del alma, nacido en Nueva Jersey, concretó la que sería la Rayuela –o lo más cercano a equipararse con la obra maestra de Julio Cortázar –en lengua inglesa. Otra novedad es que nos presenta una historia –o cuatro versiones de una misma historia– con personajes y circunstancias totalmente apartados de los que solían ser sus mundos insólitos, espontáneos, en cierta forma, oníricos. 4 3 2 1 es, a un tiempo, su novela más experimental y la más asentada en la realidad. Una sola historia, cuatro alternativas. La Rayuela austeriana no tiene reglas implícitas. La numeración de los capítulos habla por sí misma. Un total de siete capítulos numerados de la siguiente manera: 1.1, 1.2, 1.3, 1.4. El lector elige si los lee por puntos (por ejemplo, los punto uno, postergando los demás) o leer el libro como va, que fue lo que hice. Decir que se trata de cuatro novelas en un error monumental, porque el protagonista, Archie Ferguson, es exactamente el mismo, y también sus padres, su familia en general y su primer amor, Amy. Su naturaleza y caracteres nunca cambian. Lo que cambia son las decisiones que toman, empujados por circunstancias ajenas a su voluntad, o la influencia de personajes secundarios que se cruzan en su camino. El destino tiene alguna injerencia en estos bruscos virajes que constituyen cuatro posibilidades distintas de una misma novela. El marco histórico político es exactamente el mismo en las cuatro alternativas, lo que varía es la percepción –y reacción– de los personajes ante los hechos. Auster ya había experimentado un poco en este sentido con su novela Ciudad de cristal, que, según sus propias
palabras, “es una especie de autobiografía imprecisa […] Imaginé de forma exagerada lo que habría sido de mí de no haber conocido a Siri”, refiriéndose a su esposa, la excelsa novelista Siri Husvedt. Archie Ferguson, el protagonista, nació el mismo año que Auster, 1947, con una pequeña variante –3 de febrero Auster; 3 de marzo, Ferguson. Hijo único de la fotógrafa Rose Adler y del empresario judío Stanley Ferguson, mismo que siendo el menor de tres hermanos saca a su familia de la miseria, ante la indolencia de los mayores. Archie Ferguson es un apasionado del beisbol y de la literatura en las cuatro alternativas, pero su posibilidad de desarrollo en uno y otro campos ha de fluctuar si sus padres se mantienen unidos y enamorados hasta el final; o si su padre perece en un incendio de la mueblería de su propiedad, perpetrado por sus propios hermanos para cobrar un seguro… o si sus padres se enamoran de otras personas y terminan divorciándose… o si Archie es alcanzado por un rayo a los diez años de edad, con lo cual terminaría la historia y a partir de los terceros capítulos, los “punto dos” son una página en blanco.
Ferguson –como se refiere a él el narrador omnisciente– es el mismo en esencia, pero no puede actuar igual ante los cambios drásticos. Amy, su gran amor, pasa por su vida en tres distintas facetas: la virgen pícara con la que, a su vez, perderá la virginidad; querida prima política, a raíz del matrimonio de su madre viuda con el hermano de su jefe, que resulta ser padre de la chica, y la muchacha medio libertina que decide sentar cabeza con él. A consecuencia de uno de esos virajes, el Ferguson del “punto tres” tiene su iniciación sexual con otro chico, pero no dejan de excitarle las chicas. Ser bisexual en la década de los sesenta del siglo xx resulta especialmente complicado. El personaje que sufre mayores alteraciones es su padre, que atraviesa todas las gamas posibles en que llega a percibirse la imagen paterna a cierta edad: el mártir que muere en el incendio por trabajar demasiado, pero ha tomado previsiones para no dejar desprotegidos a su esposa y a su hijo; el ejemplo a seguir, siempre presente en los grandes acontecimientos de su existencia, y el decepcionante progenitor contra el que se rebela cuando descubre que tiene una amante, y se jura a sí mismo no aceptarle un solo centavo nunca más. Los sentimientos de Ferguson hacia su madre no varían, aunque en la parte “punto uno”, una vez viuda, Rose decide abandonar su cómoda –y rutinaria– vida como ama de casa, pese a que Stanley ha dejado todo en orden, y se pone a prueba en el terreno profesional, es decir, como fotógrafa: una mujer tratando de ser alguien por sí misma en plena década de los cincuenta. 4 3 2 1 es un desafío en más de un sentido: no sólo porque se trata de una lectura exigente, que llega a convertirse en una “novela habitable” para quien asume el reto austeriano de ensimismarse en las cuatro alternativas de una misma historia, así como por su invitación a reflexionar en torno a dónde estaríamos, justo ahora, si en vez de elegir este camino, hubiéramos optado por aquel ◆
Poetas italianos, Emilio Coco (prólogo y selección), La Otra/Fondo Editorial Estado de México, México, 2016.
Poetas portugueses, Luis María Marina (prólogo, traducción y selección), La Otra/Fondo Editorial Estado de México, México, 2016.
No le falta razón al prologista y antologador cuando afirma que “la poesía italiana del siglo xx es poco conocida en tierras mexicanas [y] con excepción de Montale, Ungaretti, Quasimodo, Pavese y Pasolini, la mayoría de los que obraron después de ellos son poco traducidos”. Para subsanar en buena medida esa situación está el presente volumen, que incluye a veinte autores “con sus voces distintas, consonantes y disonantes, densamente dialogando entre ellas y con sus posibles lectores”. En opinión del también italiano Coco, “la poesía italiana de estas últimas décadas está entre las mejores de Europa y quizá del mundo”. Compruébelo o niéguelo el lector con esta rica y variada selección.
De nuevo en palabras de quien tuvo a cargo la preparación del volumen, la presente es “una colección que aspira a que el lector mexicano tenga acceso a los grandes poetas que nuestras dos lenguas universales [el español y el portugués] dieron en el siglo pasado". Sostiene, además, un postulado con el que no es posible sino estar en completo acuerdo, esto es, que en el siglo xx “nuestras dos tradiciones poéticas alcanzaron alturas incomparables que sólo el paso del tiempo comienza a colocar en su justa perspectiva”. Vaya si no, considerando que eso incluye a uno de los poetas mayores de todos los tiempos en todas las lenguas, que entre otros nombres tenía el de Fernando Pessoa.
En nuestro próximo número
FEMINICIDIOS: la imagen del horror
Sandra Escutia, Helena Fabré, Karla H. Guzmán y Ana Karen León
visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
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Jornada Semanal • Número 1187 • 3 de diciembre de 2017
Arte y pensamiento
Propuestas Nanos Valauritis Desde Susa 1 a Ecbatana 2 hay muchas parasangas. 3 Pero el espíritu como la luz va y viene en un parpadeo. Alrededor hay una gran zanja excavada. El agua es profunda, violácea, sin fondo. Pero no se inquietan los hombres. Han aprendido a caminar sobre las aguas. La corona que lleva el monarca es pesada e invaluable. El común de los mortales no puede levantarla con las manos y tampoco resiste mirarla mucho tiempo de frente. Pero Odiseo, si anduviera por esos lugares, no sólo encontraría la forma de levantarla con las manos como si fuera una pluma; también con un poco de suerte escaparía al castigo. En las afueras hay una fiera en una cueva. Pero no la aniquilan. La alimentan con ofrendas y sacrificios. Cuando se enfurece y todo destruye, hay hombres cuya vigorosa mirada inhibe el caos cuando explota. Así la ciudad no requiere murallas. Cinco palabras dijeron los lacedemonios 4 al mensajero bárbaro. Pero han bastado para veinticinco siglos. La rienda es insostenible cuando el caballo se tensa para lanzarse con fuerza hacia adelante. Pero el jinete sabe que de la resistencia de su mano pende su vida.
1. Antigua capital de Persia. 2. Capital de la antigua Media, del imperio medo o Media en la zona actual del mar Caspio y los ríos de Mesopotamia. 3. Antigua unidad de longitud persa. Según la tradición griega equivalía a 5.7 kilómetros. 4. Espartanos. Se refiere a la negativa de Esparta a someterse a Jerjes, emperador persa, lo cual dio lugar a la batalla de las Termópilas, en 480 a c .
Nanos Valauritis (1921) bisnieto de Aristóteles Valauritis, miembro de la llamada Escuela del Heptaneso, nació en Lausana, Suiza. Hizo estudios de Derecho en la Universidad de Atenas y de Filología Inglesa en la Universidad de Londres y en la Escuela de Altos Estudios de la Sorbona. Entre 1954-1960 formó parte del grupo de André Breton. Trabajó en la bbc y fue maestro de Literatura Comparada y Escritura en la Universidad de San Francisco (1968-1975). Es autor de diez libros de poesía, dos obras de teatro y una novela. Tradujo al inglés a Seferis, Elytis, Gkatsos, Embirikos, Engonópoulos, etcétera. Colaboró con varias revistas, entre ellas, las famosas Nuevas letras y Cuaderno. Ha sido traducido al inglés y francés. En 1958 rechazó el Segundo Premio Estatal de Poesía. En 1983 recibió el Primer Premio Estatal de Poesía. Véase La Jornada Semanal, 955, 23/ vi /2013 Versión de Francisco Torres Córdova
PROSAISMOS orlando ortiz
¿Y TÚ POR QUIÉN VAS A VOTAR? ( ii y última )
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ENCIONABA EN MI COLUMNA anterior que el país atraviesa por una descomposición política espantosa. Ya no por las “prácticas, usos y costumbres” que hemos conocido a lo largo de muchos años, sino por la podredumbre que ha gangrenado sus entrañas todas, sin exceptuar la cabeza. Corrupción, impunidad, inseguridad galopante, pobreza, salarios insuficientes, amenazas del exterior para quebrar de manera definitiva nuestra economía, más corrupción, más impunidad, etcétera. En fechas recientes he tenido la oportunidad de salir de cdmx, por cuestiones de trabajo, y pulsar el ambiente social y político por el que atraviesa el país. En charla con viejos amigos viejos o recientes –y éstos, por lo tanto, no tan amigos– me preguntaron:“Aquí, en confianza, ¿por quién vas a votar?” Bastaba que me quedara callado unos segundos para que ellos mismos se respondieran con algo que de inmediato me traía a la memoria lo que dijera un viejo político y cacique de Guerrero –en los tiempos de la guerra sucia, cuando un periodista lo cuestionara sobre sus preferencias ante los precandidatos priistas a la silla presidencial–:“la caballada está muy flaca”, fue su respuesta. Entonces las opciones eran, en el mejor de los casos, dos: El pri y el pan , porque parm y pps eran paleros del pri . Hoy en día, aparentemente “hay” muchas más posibilidades; sin embargo, la gente opina lo mismo: ni para dónde hacerse; por la derecha ya sabemos que son de los que tragan santos y cagan diablos, y por el lado del pri , el más chimuelo masca vidrios y en un descuidito te roban hasta los calcetines sin quitarte los zapatos. Y por la izquierda pos como que tampoco se ve dónde quedó. Ya se mira todo muy parejo, no se sabe dónde empiezan unos y acaban los otros. Y el mentado Frente Ciudadano o amplio o como se llame, no los convence; es precisamente eso, una cosa que ni pinta ni da color, aunque sus cabecillas digan y sostengan que cada día es mayor su fuerza e influencia. Cuando la pregunta me la hacían viejos camaradas, les respondía, medio en broma y medio en serio, que el voto es secreto y todavía no se han definido los candidatos. Podría decirse que el único candidato, hasta el momento, es amlo, pues ninguno de los otros partidos ha lanzado el suyo (no por falta de ganas, sino por desorganización interna y pleitos mezquinos).“Pero ustedes ya deben saber por quién votarán”, agregaba, con auténtico interés, pues hace algunos lustros eran furibundos lopezobradoristas. Sus rostros manifestaban vacilación, pues en ocasiones es difícil aceptar cierto grado de decisión, por temor a que se nos acuse de carecer de convicciones sólidas, en el mejor de los casos; porque en un descuido ese señalamiento puede llegar a la acusación altisonante de “traidor a la causa .“Todavía estamos con el peje”, aventuraban después de un lapso de varios segundos de reflexión,“pero ya no tanto. La última vez que vino por acá fuimos al mitin y con él, apoyándolo, estaban líderes charros, caciques, políticos rateros y chaqueteros, porros... pura lacra, los que siempre combatimos o nos reprimieron. Si va a gobernar con esos, estamos jodidos.” En el partido en el poder, aventuraba, la descomposición es tal que sus cuadros se manifiestan rabiosos defensores de sus intereses... personales, no de partido. Vislumbran un rotundo fracaso en las elecciones del ‘18. Están dando sus patadas de ahogado y una muestra de ello es la gozosa revelación del hallazgo de un riquísimo yacimiento petrolero, con lo cual intentan pregonar que toooodas las reformas han sido un éxito y en lugar de estar pesimistas, debemos prepararnos para administrar la riqueza (esas palabritas creo haberlas escuchado antes) e ignorar la existencia de gobernantes que, cual hábiles prestidigitadores, han desparecido miles de millones de pesos de las arcas, al cabo han sido sólo unos cuantos, que ni cuentan. Insisto: son patadas de ahogado. A pesar de dudas e incertidumbres, no se puede negar que hoy amlo encabeza las encuestas. Eso no es lo que me preocupa, sino “la circunstancia” que vivimos, que en un descuido podría desembocar en un golpe de timón que trastrueque el curso de las próximas elecciones y acabe de hundir al país. Pero también es justo y necesario apuntar que si bien amlo puntea en las encuestas, lo cierto es que el porcentaje a su favor que muestra no es mayor al que obtuvo en las más recientes elecciones. Esto significa que el número de simpatizantes y ciudadanos dispuestos a votar por él no se ha incrementado. Entonces... la incertidumbre aumenta, pues el fantasma del voto útil podría hacerlo tropezar. El eslogan de “la mafia en el poder” tiene que reforzarse con propuestas concretas y viables, que no suenen sólo a buenas intenciones, porque de esas está empedrado el camino del infierno... o mejor dicho, los senderos al abismo ◆
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RAYAS DE LA CEBRA verónica murguía
CARTA PRENAVIDEÑA A LAS AUTORIDADES
DistinguiDas autoriDaDes De la cDmx:
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EGÚN EL ARTÍCULO PRIMERO de la flamante Constitución de esta honorable ciudad, la soberanía reside en el pueblo. Es decir, en nosotros. Eso quiere decir, para mi sorpresa, que somos los chilangos quienes detentamos el poder. ¡Quién lo diría! Ustedes, por venia de los sueldos que perciben y el orden social de este país, dejan de ser pueblo en el momento en el que se les otorga el hueso. No sólo por el monto de los salarios, que está lejos de parecerse a los honorarios de cualquier ciudadano; también por su actitud. No hacen caso. No ven, no oyen, no contestan cuando se les pregunta. Sobre todo, no hacen su trabajo o dan órdenes que no vienen al caso. Un ejemplo: todos los días, al salir de mi casa, encuentro a un montón de obreros de la delegación ocupados en dar marrazos contra la acera. Están remozando las esquinas. Se busca embellecer y convertir en lugares seguros las esquinas de 8 mil banquetas de la delegación Benito Juárez. Esto, en Oslo, sería normal. En Ciudad de México me parece un poco absurdo, sobre todo después del 19 de septiembre. ¿Por qué? Pues porque en la misma acera donde los trabajadores se desloman arreglando la esquina, hay un edificio en malas condiciones. No sé si está habitado. He creído ver una luz en las noches, una sola. Si le preguntan a cualquier vecino les dirá que nos parece mucho más importante, perentorio y humano, ver qué se hace con ese edificio que el embellecimiento de la esquina. Con ese edificio y con todos los que resultaron dañados en el sismo. Señor@s: el trabajo de reconstrucción no ha comenzado. La emergencia sigue y está que arde. Déjense de esquinas y ayuden a la gente.
LA OTRA ESCENA miguel ángel quemain quemainmx@gmail.com
Por qué la esquina es más importante que los tramos que hay entre ellas es otro misterio. En estas mismas calles hay baches rellenos de una sustancia misteriosa y hedionda; roturas anteriores al temblor; heces; postes de luz con las bases sin tapas y repletas de bolsas de basura y hojas de tamal; coladeras abiertas y un etcétera repugnante. Se necesita, más que hermosear la esquina, barrer. Es más sencillo. La Constitución dice a la letra que tenemos derecho a “entornos salubres y seguros”. Hace ya tiempo, en Coyoacán, los vecinos nos dimos cuenta de que alguien estaba robando las tapas de metal de las coladeras. Coches perdían las llantas, humanos se lijaban las rótulas. Una señora muy informada me dijo que había leído un reportaje en el que se explicaba que los narcos mexicanos venden dichas tapas a los narcos chinos. Me pareció una asociación extraña, pero no más que muchas que vemos prosperar a diario en este país.
Señor@s: ¿sería mucho pedir que sustituyeran esas tapas con unas de cemento que no resulten atractivas? Y, de nuevo, va esta petición: poner botes de basura en las banquetas que van a embellecer. Sabemos que no pueden ser metálicos por las razones expuestas, pero la Constitución de la cdmx habla en sus primeros artículos sobre la imagen de la ciudad y su importancia. Les aseguro que una acera cubierta de cáscaras de plátano, bolsas con posos de café, escupitinas, colillas y heces de perro, menoscaba la impresión que tenemos de nuestro patrimonio. Sugiero que los receptáculos mencionados sean, también, de cemento. Y que se pongan policías a vigilarlos, para que no sean usados con fines criminales. Ya que pronto estarán aquí las fiestas navideñas los conmino, en lugar de colocar miles de macetas con nochebuenas moribundas que no duran y provocan tristeza, a regar los camellones y recoger las hojas. De noche, por favor. Paguen a los trabajadores el horario nocturno y ahórrenos horas en el tráfico. No “embellezcan” la ciudad sin antes limpiarla. No pongan foquitos navideños. Limpien la calle. Decorar algo sucio es como pintarse la boca sin haberse cepillado los dientes. No hay lápiz labial que pueda ocultar un pedazo de cilantro en un incisivo. La Constitución también me reveló que es nuestro derecho, literalmente atropellado todos los días, la movilidad peatonal sin riesgo. (Artículo 12.b .) En esas esquinas embellecidas, los trabajos dejan descoloridas las rayas de la cebra. De por sí, ni quien las pele. Desvaídas, menos. (Artículo 12.e.) También tenemos derecho al agua. A vivir sin violencia. Se lo pedimos, cumplan con la Constitución. Y de pilón, por Navidad, destinen sus aguinaldos a la reconstrucción. ¿Les parece? ◆
EXPLORACIONES Y VISIONES SOBRE EL TEATRO INFANTIL
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NO DE LOS GÉNEROS más despreciados y menos atendidos en México por la prensa cultural y la crítica teatral es el teatro infantil. Nada de los procesos parece atraer a una prensa cultural que sistemáticamente se ocupa de territorios que conforman el espectáculo cultural, las actividades más llamativas o que más reditúan a sus propios medios de comunicación, y también en respuesta a los promotores más tenaces. En fin, es la montaña la que va a Mahoma. Pero si se trata de ir a la montaña, muy poco se esfuerzan los colegas por asistir y seguir a las compañías de teatro infantil, no sólo a las más consolidadas que conocen poco y mal, mucho menos a las que se inician con el entusiasmo de muchos egresados de las carreras de teatro, a los dramaturgos integrados a talleres de creación y discusión, o aquellos que trabajan con jóvenes compañías tratando de incidir en el contenido de sus montajes y ofreciendo sus obras. Si el panorama es triste y plano en el plano de la difusión, si casi es inexistente en el plano de la crítica, hay guiños esperanzadores en el plano editorial. Refiero de principio una publicación teórico-práctica que compiló Berta Hiriart, con el título Cuaderno para la exploración teatral con niñas y niños, que Paso de Gato editó con el número 34 de sus Cuadernos de Ensayo Teatral y que obsequió en la ix Feria del Libro Teatral de septiembre de 2016, para introducir esta serie de comentarios sobre el teatro infantil. Se trata de una edición tan sencilla como portátil, en la que Hiriart reunió a José Agüero y Adrián Hernández para reflexionar sobre los aportes y las ideas alrededor de la participación infantil en procesos de creación teatral; la colaboración de Tania Hernández y Fernando Soto
Bertha Hiriart
en la didáctica del teatro; de Verónica Maldonado explorando en torno al niño como dramaturgo, así como Arcelia Guerrero sobre “El teatro en los barrios bravos”. A la par de las reflexiones y los ensayos hay testimonios de la propia autora de la compilación, de Martha Valdivia y de José Antonio Ávalos Díaz. La edición muestra también enlaces y bibliografía básica para asomarse a los terrenos de la reflexión y la práctica. El trabajo que compila Hiriart tiene una arista sumamente práctica, al mostrar desde su inicio que el trabajo se pretende como una herramienta para los maestros y directores escénicos que guían a los niños a un proceso de creación teatral. Lo que destaca es el proceso de adueñarse de uno mismo a través de esta experiencia que estimula la destreza física, el dominio del lenguaje, la comprensión multifactorial de la realidad propia y la circundante, la periférica, incluso la resolución de conflictos. Sin pretender tener la última palabra ni ofrecer un “consejo” moralizante, Hiriart señala dos aspectos fundamentales que se bifurcan y se colocan como antípoda de una
visión del teatro para niños que quieren hacer los “adultos”: por una parte, una visión en la que, como sucede a menudo, los adultos quieren que los niños reproduzcan en chiquito un ámbito de exigencia y profesionalismo semejante al de los mayores, y entonces proponen un montaje “profesional” con todas sus perspectivas mnemotécnicas y escénicas. Por otro lado, están los guías que sólo pretenden jugar libremente, experimentar sobre las posibilidades de la creación y divertirse, aunque “no les dejará mayor huella”. Sin pontificar sobre la exploración, Berta Hiriart se atreve a señalar que “para un niño, la mayor satisfacción está en atreverse a hablar en voz alta”, ser capaz de interactuar en un contexto de igualdad y de crear “colectivamente, desde cero, una realidad escénica”. Sin proponerse como una pedagoga, psicóloga o terapeuta, Hiriart afirma que la actividad teatral no es nueva para los niños que, desde sus primeros meses y años, “han practicado el juego dramático sin necesidad de estímulo o permiso. La representación forma parte de sus impulsos básicos. Si intervenimos es sólo para propiciarles una experiencia distinta: la del teatro como un medio de expresión de emociones e ideas, y como un acto de comunicación con el público”. No es una tarea tan sencilla como parece, aunque el repertorio de experiencias ya lo poseen de algún modo los encargados de guiar el proceso, pero es necesario repasar, ordenar y recurrir a la creación de nuevos recursos: leer obras de teatro; escuchar música lejos de las modas y las imposiciones de los medios electrónicos dominantes, que conciben a un niño dominado por la estupidez y la pasividad; ver cine y, sobre todo, leer muchos textos sobre la infancia y sus etapas de desarrollo y hacer comunidad con todos los interesados ◆
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Arte y pensamiento
BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola @LabAlonso
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PARA UNA GENÉTICA DEL REGUETÓN
ASTA EN LOS CÍRCULOS más cultos suena la resignada expresión: “Ha llegado para quedarse.” Buscando salida a lo que parece un cataclismo sonoro, comienzan a fluir justificaciones tipo: “Se trata de un ritmo antiguo que viene de África.” También se argumenta que nace de un movimiento callejero con raíces rebeldes y genuinas cuya temática no siempre fue la de hoy. Esto y más se dice porque, superando los visos de los setenta y noventa, 2017 se recordará como el año en que el reguetón trascendió fronteras para hacerse global y confirmar una sólida estadía. Negarlo sería absurdo. La pregunta que se impone es, entonces, inevitable: ¿realmente –y como dijera Carl Wilson en su espléndido libro a propósito de Céline Dion– se trata de una “música de mierda”? En aquel ensayo magnífico el crítico canadiense establece un compromiso consigo mismo para formarse una opinión sobre la mítica cantante que, obteniendo un éxito incomparable con el tema de Titanic, también fue símbolo del peor mecanismo comercial en toda conversación cotidiana. Cómoda simplificación, algo parecido ocurre con el reguetón. No se le juzga haciendo microscopía ni separando a artistas de entertainers o mercachifles. Nuestra adjetivación en torno a él produce hiperónimos, generalizaciones que nos hacen perezosos por renuncia a lo que en literatura se llama crítica genética. ¿Vale la pena profundizar en el tema? ¿Nos hemos rebajado abordando el asunto, lectora, lector? Músicos como somos, no podemos soslayar un fenómeno de esta magnitud. Cierto, podemos renunciar al peor reguetón en nuestras zonas de control, pero es imposible cerrar compuertas auditivas mientras vamos por la calle, visitamos zonas comunes, prestamos atención a otros medios y, esto por encima de todo: mientras los melómanos más jóvenes, sin importar su clase social o preparación educativa, se contagian normalizando un consumo poco razonado.
CINEXCUSAS Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com
Producto de la combinación entre el reggae jamaiquino y el hip hop estadunidense, el reguetón nace del diálogo natural que Panamá (setentas) y Puerto Rico (noventas) desarrollaron por años gracias al canal interoceánico de uno y el control estadunidense sobre el otro. De origen negro, ambos géneros hierven en el underground y rompen sus núcleos celulares sintetizando al máximo las variantes que nutren a la soca, el calipso y la bachata, reduciendo a la mínima expresión su contenido armónico y melódico para que las improvisaciones vocales sucedan sin riesgos. Primero montado en composiciones preexistentes que se versionaban de manera rudimentaria, el reguetón exacerbó luego sus rasgos híbridos exigiendo tratamientos en donde las programaciones y las temáticas vulgares achataron la potencial originalidad de sus intérpretes. Los compositores prefirieron una lírica llana –muchas veces ordinaria, reflejo de múltiples carencias sociales– montada en percusiones repetitivas menos veloces que las de sus ancestros (con pulso constante acentuado en 3,
PELÍCULA CON SELFIE
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A DEBE HABER OTRAS, y puede darse por hecho que en lo sucesivo irán apareciendo más, pero el tercer largometraje de ficción de Marcelo Tobar, titulado Oso polar (2017), es la primera película mexicana filmada –acéptese el arcaísmo– valiéndose de un iPhone o, para el caso, de un teléfono “inteligente”. Al respecto, el primer antecedente que viene a la memoria es, por supuesto, la estupenda Tangerine (Sean s . Baker, eu, 2015), y si bien es evidentemente llamativo y tiene diversas implicaciones el hecho de prescindir, en buena parte al menos, de la todavía costosa parafernalia tecnológica requerida para la confección completa de un filme, lo mejor del asunto es que ambas películas comparten otra característica, más allá de costos involucrados y herramientas empleadas: las dos son buenas. Es una perogrullada pero conviene recordar que si la cinta es mala, poco importa si se filmó con un iPhone, una vieja Super 8 o una Arriflex.
De la cabuleada al bullying El guión es del propio Tobar y lo que cuenta es la historia de un reencuentro con venganza incluida: el primero es el de tres excompañeros desde la escuela primaria que, de un modo u otro, se han mantenido en contacto a lo largo de los muchos años transcurridos, para asistir a una reunión de ésas que llaman “generacionales”; la segunda es la de Heriberto (magnífico, Humberto Busto, en el que hasta la fecha es su mejor desempeño), un hombre treintón de aspecto timorato, voz apocada, mirada perruna y una actitud en la que se combinan lo afable y lo servil, de un modo tan incómodo no sólo para él mismo sino para quien atestigua lo que parece ser una interminable búsqueda de aceptación, que muy pronto en el despliegue de la trama se intuye que el desasosiego reventará, como las cuerdas,
3, 2); acompañada por raquíticas guitarras y teclados a contratiempo; cobijada con “melodías” surgidas en la espiral del raggamofin. Así el reguetón se hizo poderoso, devoró músicas en derredor, llegó a la República Dominicana y a Cuba y se potenció en Miami, donde la industria latina tenía estructuras de sobra para ensayar apuestas. Hablamos de productores, estudios y conocimiento ilimitado para repetir el suceso de “Livin’ la vida loca”, de Ricky Martin, durante los años noventa, pero ahora con el “Despacito”, de Luis Fonsi y Daddy Yankee, una pieza que ha superado los tres mil millones de vistas en Youtube (récord de la plataforma), adoptada por cantantes tan populares como Justin Bieber. Así, revisando y escuchando los orígenes del reguetón, siguiendo su ruta geográfica y constatando las diferencias entre pioneros (Wasanga, Rasta Nini, Calito Soul, El General, Chicho Man, Shabba Ranks, Dirtsman, Gregory Peck, entre otros) y sus reyes actuales (lo que no requiere esfuerzos notables), se nos ocurre compararlo con géneros que, subiendo en la escala social por la propulsión de los barrios, se adelgazaron formando clichés masivos. Originado en un choque natural de culturas con gente más o menos valiosa, se pervirtió en pos de una generalización deleznable que lo redujo a un ritmo aburrido y primitivo. Desde luego que analizar su baile, vestimenta, festivales y demás aspectos estéticos requeriría espacio que no deseamos otorgar, pues salvo excepciones que lo reivindican (Calle 13, Tego Calderón), lo que abunda nos parece débil. Por ello, y a la manera de Wilson analizando los trasfondos de Céline Dion, concluimos que para hallar el valor real del reguetón hay que dar pasos atrás, sorteando mucha mierda, lo que ayudará a pulir nuestra postura frente al asedio auditivo de quienes dañan sus cromosomas impidiéndole evolucionar. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos ◆
por lo más delgado. Y llega el momento en que esa explosión no sólo se intuye sino se desea. Trujillo (Cristian Magaloni, más que convincente en su papel de valemadres-antipático-egoísta-bueno-paranada) y Flor (Verónica Toussaint, igual de eficiente como madre soltera, alcohólica medio de closet e irredenta, escapista de su chata cotidianidad) son los excompañeros a los que Heriberto recoge el día de la reunión. Lleva la misma vieja camioneta guayín con la que su madre prestaba un servicio privado de transporte escolar, y esa es la primera de las innumerables referencias al pasado común que se desgranan en esta road movie que transcurre entera en calles y avenidas de una Ciudad de México por fortuna no reconocible por turísticos iconos trillados, sino por una atmósfera y un carácter chilangos fáciles de identificar para cualquiera que haya pisado lo suficiente esta urbe, monstruosa en el más amplio sentido del término.
Las siguientes referencias a ese pasado, bastante poco feliz para Heriberto, incluyen la explicación del título del filme pero, sobre todo, el trato que Trujillo y Flor le prodigan a aquél: dicho en términos coloquiales y adecuados a la época –prediegética– en la que todo comenzó, no dejan de echarle carrilla, lo agarran de bajada sin parar, lo traen de su puerquito, lo cabulean interminablemente… mientras Heriberto, aparentemente resignado y, por momentos, se diría que conforme o hasta contento de ser la víctima de lo que ahora todo mundo llama bullying, aguanta vara. Salpicada por flashbacks gracias a los cuales el espectador se entera de qué pasó con Heriberto en el dilatado ínter desde los tiempos de la primaria hasta el presente, así como de los asideros emocionales a los que tuvo que recurrir para lograr una autoafirmación evidentemente inconclusa, la trama recorre la ciudad y, ya sea porque la camioneta se sobrecalienta, porque paran en una vinata para comprar chupe o porque terminan en una piquera de donde literalmente podrían salir con las patas por delante, los puntos en los que se detienen van incrementando la carga de tensión, reproduciendo la dinámica social que aprendieron cuando niños pero soslayando que hace mucho dejaron de serlo. Muy directa en ciertos aspectos y deliberadamente ambigua en otros, la historia va de la humillación al desquite y juega, sin dictámenes sino proponiendo nuevas interrogantes, con la idea de que “infancia es destino”. Quizás es verdad o tal vez no, o sólo parcialmente, o en efecto lo es, pero no al modo maniqueo en el que muchos quieren verlo. Sea porque lo planeó de antemano o por simple hartazgo, Heriberto acaba impartiendo a sus excompañeros y a sí mismo una justicia que quiere ver no sólo merecida sino inevitable, aunque la reivindicación sea nada más para sus propios ojos ◆
ENSAYO EL ZACAHUIL, LAS GUAPILLAS, EL ÉBANO Y EL ENORME CATÁN DE LA RIBERA DEL PÁNUCO EN LA INFANCIA, Y LOS OBJETOS GEOMÉTRICOS, LA ELABORACIÓN DEL PAPEL, EL DIBUJO, EL GRABADO Y LA PINTURA, SON LOS EJES DE UNA VIDA DEDICADA AL ARTE DONDE “LA GEOMETRÍA ES LA ESCRITURA DEL MISTERIO”
Esther González y lo sacro en el arte José Ángel Leyva
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n este breve retrato, la artista originaria de Tampico, de raigambre regiomontana, nos aproxima a la historia no sólo de su vida sino de una etapa artística de México, de su trayectoria. González es artista gráfica, experimentadora en la elaboración de papel, pintora y en los últimos decenios está dedicada en cuerpo y alma al arte sacro. Este sería su autorretrato: Mi nombre es Esther González, soy artista plástica. Nací en Tampico, Tamaulipas. Suelo decorar mi casa-taller con grandes bandejas de frutas como si fuese una instalación, una acción conceptual cotidiana. Hace poco, una mañana, me encontré en un changarrito, en la colonia Roma, con la voz de un pregonero: “Zacahuil caliento”, gritaba un hombre con las manos a la espalda, muy derechito sosteniendo una cajita de madera en la cabeza, como si estuviera cantando ópera. Fue una aparición casi fantasmal. Se me vinieron en cascada los recuerdos. El zacahuil es un tamal que se hace para las festividades a base de lechón, chiles diversos de la Huasteca y yerbas aromáticas en las que se macera el animalito para luego envolverlo en hojas de plátano. Se mete en una batea y, como la barbacoa, se introduce en un hoyo que hace las veces de horno. Mi memoria echó flor de nuevo en ese platillo regional. Recordé unas largas y empinadas escaleras que iban de mi casa al mercado, allá en Tampico. No sé si en realidad eran tan extensas como vienen a mi memoria, pero así las veo desde mi perspectiva de niña. Más tarde nos
Comunicado
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mudábamos a vivir a la ribera del río Pánuco. El caudaloso y ancho río fue la representación de la exuberancia y la fuerza que comenzó a habitar en mi interior. Todo era abundancia dentro de una pobreza sin hambre. Aún veo a los pescadores cargar al catán, ese pescado ancho y largo, enorme, al que partían en trozos. Es tan espinoso que de cada espina surgen racimos de espinas. Medían dos metros o más y, por supuesto, alcanzaba para toda la comunidad. Digo catán y aparece en mi boca el gusto por las guapillas, una especie de agave al que le sale un tallo con hojas rojas, flores y frutos. A veces las encuentro en el mercado de San Juan. No hay fruta con más acidez que la guapilla. Es tan adictiva que se le parten a uno los labios hasta sangrar, pero no puede uno dejar de consumirlas. La imagen más fuerte de mi estancia a la vera del río Pánuco está concentrada en un árbol que los lugareños reconocen como ébano. Pero no es el ébano africano, sino un pequeño tronco que se estaca para hacer las cercas. Poco a poco la estaca va echando ramas y creciendo hasta formar una valla natural de árboles. Junto a esos cercos arbolados crecían grandes plátanos que no paraban de echar fruta. Es como si mi hogar fuera una casa dispensadora de manjares y de flores, de colores y sabores. Mi madre era una mujer intuitiva y tenía la certidumbre de que la vía principal para cambiar de mentalidad y de vida es la educación, el conocimiento. Por lo mismo decidió llevarnos a sus tres hijos a estudiar a Monterrey. Me encantaba hacer cuerpos geométricos con papel cartoncillo, sacarle volumen al papel. Ya desde la primaria mis compañeros me pedían que les hiciera sus cuerpos geométricos, y a veces me pagaban por ello, generalmente con fruta o comida. Entendí pronto que ese trabajo, esa habilidad, traía compensaciones, incluso materiales. Mi destreza tenía un resultado concreto; yo lo veía como un don que se expresaba en el dibujo y el trabajo artesanal. Ese trabajo ingenuo y de apariencia inútil, no mercantil, me daba de comer desde la niñez. En Monterrey me encaminé sin dudarlo a lo que me daba placer y satisfacciones: el dibujo. Conocí entonces a un pintor muy importante que vivía cerca de la casa, Gerardo Cantú. Vivía con su mamá y allí mismo tenía su estudio. Me invitó un café y vio mis dibujos. Extrajo un lápiz y con delicadeza comenzó a rayar y a mostrarme lo que me faltaba por aprender. Me propuso ser su alumna. Le respondí que no podía pagarle y me sugirió un intercambio, los dibujos que le gustaran se quedarían con él. Se me abrió el horizonte y me enseñó una vez más la importancia del trueque, pero ahora no de mi trabajo por comida, sino por el aprendizaje, que es otra forma de alimentarnos. Ingresé al taller de Artes Plásticas de la Universidad Autónoma de Nuevo León y combiné mis conocimientos de dibujo con la enseñanza básica y elaboración de material didáctico para los profesores. Podría decir que junto al universo de la plástica vino otro gran acontecimiento vital: conocí a Guillermo Ceniceros y se inició una conversación amorosa y creativa que no ha cesado hasta el día de hoy. Mi obra ha marcado diversos caminos que van desde la elaboración de papel, al grabado y la pintura. Pero en todo ello me propongo realizar una dinámica artesanal que derive en un producto de mayor elaboración estética. Por ello quizás la presencia recurrente en mis primeras etapas de formas que representan fósiles o esqueletos, vida en las oscuridades del tiempo, abstracciones biológicas. Desde hace ya algunos decenios mi pintura se encaminó hacia una búsqueda en las formas clásicas, en las escuelas renacentistas o neoclásicas, pero casi sin darme cuenta se instaló en las imágenes medievales y, sobre todo, en el período bizantino. Creo que después del sismo del ’85, cuando perdimos nuestra casa y nuestras herramientas, nuestra maquinaria, dio inicio esta investigación de los símbolos religiosos, de la representación espiritual en mi pintura, del paso de la historia. Es curioso que mi obra haya viajado, por ejemplo, a Bulgaria, donde el arte bizantino tiene un sitio tan relevante en su cultura. Debe ser porque mi obra no busca una reproducción del pasado sino una recreación de los símbolos, una exploración de sus significados estéticos y religiosos. Por eso me gusta el papel amate, porque sus texturas hablan de un proceso lento y continuo, de los ritmos de la naturaleza en su piel. Lo sacro para mi está en el misterio mismo del arte y de la vida, en la necesidad humana de encontrarnos representados en la memoria aun después de nuestro tiempo. Estoy convencida de que la geometría es la escritura del misterio y el hombre es una mínima fracción de ese movimiento. El arte no se acaba en una artista mientras conserve el hambre de saber, el hambre de ser y de crear ◆
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