In memoriam Miguel León-Portilla (1926-2019), un filósofo del tiempo
José José, el príncipe postrero y el fin del amor romántico Gustavo Ogarrio
La pintura de Rodolfo Nieto: liberar a las bestias Antonio Valle
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 6 DE OCTUBRE DE 2019 NÚMERO 1283
LA CERVANTINA HONRADEZ DE
IDA VITALE PREMIO CERVANTES 2018 Moisés Elías Fuentes
LA JORNADA SEMANAL
Portada: Rosario Mateo Calderón
2 6 de octubre de 2019 // Número 1283
LA CERVANTINA HONRADEZ DE IDA VITALE, PREMIO CERVANTES DE LITERATURA 2018 Reconocida con muchos de los galardones literarios más importantes, la poeta uruguaya Ida Vitale está cerca de cumplir sus primeros noventa y cinco años de edad; son ella y su obra magnífica el tema principal de esta entrega. Empero, el pasado 1 de octubre murió don Miguel León-Portilla, nuestro tlamatini, el sabio que hizo del universo prehispánico su pasión y su tarea vital y, en su honor, reproducimos uno de los ensayos que formaron parte de nuestro número 1273, del 10 de marzo de este año, dedicado precisamente al autor de Visión de los vencidos. Finalmente, los lectores encontrarán un artículo dedicado a otro insoslayable, éste de la cultura popular, también fallecido recientemente: José José, cantante emblemático del amor romántico, parte muy significativa de nuestra idiosincrasia.
JOSÉ JOSÉ Un acertado acercamiento al contexto social y cultural en el que el Príncipe de la Canción, José Rómulo Sosa Ortíz, hijo de un cantante de ópera y de una concertista de piano, sin duda dotado de gran presencia y enorme talento, alcanza la cima del romanticismo melodramático y se convierte en el gran héroe sentimental que hace de su dolor y sufrimiento, de su tristeza y su “soledad de almohada”, acaso un punto de fuga en tiempos de Díaz Ordaz y la matanza de Tlatelolco. para Víctor Cabrera, para Víctor Pacheco y para José Lagos, dolientes del Príncipe para Cynthia y para María José, por sus combates contra el melodrama
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“El triste”: inicio de una leyenda sentimental Todavía la orquesta era protagónica en el montaje escenográfico de la música por televisión; el director, José Sabre Marroquín, es anunciado antes de que la canción y su intérprete se apropien absolutamente del escenario. Ahora se dice que fue ese día, el 25 de marzo de 1970, el de su nacimiento artístico, popular, del comienzo etéreo de su leyenda sentimental, la de José José, nacido bajo el nombre de José Rómulo Sosa Ortiz en el año de 1948. Es la final del Festival de la Canción Latina, que posteriormente se convertirá en el célebre Festival oti, ese proyecto hispanoamericano de integración sentimental que se instala en el centro de la vida familiar y que hace de la llamada “televisión comercial” el gran productor de recuerdos comunes al pie de la “pantalla casera”. El infierno son los otros en las inmaculadas tardes dominicales en
Gustavo Ogarrio ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
EL PRÍNCIPE POSTRERO Y EL FIN DEL AMOR ROMÁNTICO
que el programa Siempre en domingo o el Festival oti, ambos conducidos por Raúl Velasco, despliegan las banderas de los países hispanoamericanos que se alían para encontrar a como dé lugar aquella armonía familiar. José José sale al escenario con abrigo oscuro y puños de brocado blanco, el cabello peinado con casual descuido… la imagen candorosa de un muchacho serio y estremecido, sin dramatización exagerada de lo cantado ni demasiado movimiento corporal, pura gestualidad emocional con los ojos cerrados y las manos en balanceo preciso para desplegar una canción cuya tristeza avanza hacia el inevitable triunfalismo del sufrimiento: “hoy quiero saborear mi dolor”. José José y su voz que como avalancha de emociones le imprime un giro al amor romántico, que al mismo tiempo transfigura la balada sentimental: su figura encarna esa tristeza lacrimosa que le exige el tema: “El triste”, de Roberto Cantoral. El abandonado que sobrevive al insistir en la evocación de lo perdido (“Qué triste todos dicen que soy,/ que siempre estoy hablando de ti,/ no saben que pensando en tu amor, en tu amor,/ he podido ayudarme a vivir”), el amante castigado por el abandono, pero heroica y moralmente superior en el sufrimiento; una soledad jubilosa en el proscenio del que está naciendo como ídolo. El lamento climático del triste José José se escucha como el de un gigante herido al fondo de la caverna del amor romántico; redención del que cae de rodillas en su cuasi tragedia ante un público eufórico que le arroja claveles para cumplir cabalmente su redención ante el fracaso del amor contrariado. Su heroísmo despechado es total en la noche de la primera entrega –también total– del público: José José es el gran perdedor del festival, pero al perder lo gana todo; su tercer lugar se transforma en un “éxito” incuestionable que lo lanza a esa fama autodestructiva que vendrá en las siguientes décadas. Tal parece que ahora, ante la verdadera muerte del Príncipe de la Canción el pasado 28 de septiembre, se nos piden recuerdos “reales” o construidos sobre este momento culminante de la televisión en español vía satélite, que en ese entonces parecía infinita en el vasto campo del continente. José José canta como nadie antes lo había hecho en la historia del melodrama, eso se dice. Su voz de barítono es un legado formativo de sus padres: tenor de ópera, el papá, José Sosa Esquivel, y concertista de piano, la madre, Margarita Ortiz. Su voz es la plegaria sentimental del mito que comienza: la metáfora monárquica sugiere un estado de gracia permanente, cercana y al mismo tiempo inalcanzable: siempre Príncipe, nunca Rey; quizás porque esta última figura pertenecía al campo cultural de la
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canción ranchera, en manos ya de José Alfredo Jiménez. Espectáculo, sociedad y política… mundos que corren paralelos: en marzo de 1970 todavía gobierna el país Gustavo Díaz Ordaz, el presidente de la matanza de Tlatelolco en 1968, el ancien régime como asesino de estudiantes a gran escala, un crimen que durante décadas se conserva bajo el ala del negacionismo oficial; los jóvenes que emerjan de las pantallas de televisión serán héroes a condición de que su heroísmo sea sentimental, nunca político. Y José José será, desde aquella noche de marzo de 1970, la figura principesca que se batirá a muerte melodramática, nunca completamente trágica, contra el desamor, el abandono, la tristeza, la soledad de la almohada… la irracionalidad pura de los sentimientos.
“El amar y el querer”: la última genealogía del amor romántico El comienzo es ya presagio de tempestades, los violines se ciernen sobre la gran fábula del amor romántico; desde que el intérprete ataca los dos primeros versos de este tema, los afectos contemporáneos se dividirán en dos: amar y querer. El álbum es de 1977, se titula Reencuentro y la canción fue compuesta por el español Manuel Alejandro. Un año antes, había dado a conocer el disco de su bautizo artístico: José José, El Príncipe, un elepé con baladas de tono jazzístico sobre las que se afirma una lírica romántica en clave melodramática: amores de cuaderno entre rosas e ilusiones, alegrías y bellas miradas que se acompañan de coros cuasi angelicales que culminan en la impoluta “Nuestro amor es lo más bello del mundo”; redención amorosa y candoroso enamoramiento heteronormado; hombre y mujer relacionándose en la certeza de la división sexual patriarcal como identidad de género incuestionable; la idealización romántica colmada de símbolos suaves provenientes del llamado “cuento de hadas”: “Imagínate que un príncipe/ te trae unas flores de color/ te acaricia entre sus brazos/ y le
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Fotos: Izquierda, José José, bmg. Arriba, Medios y Media. Abajo: ap, Anthony Vazquez.
das tu amor.../ Ya verás que llega un príncipe/ con un poco de imaginación,/ te enamorarás de un príncipe/ que podría ser yo” (“El Príncipe”, compuesta por Manuel Marroquí). Es “Amar y querer” (como también se le conoce) uno de los temas canónicos de José José. Su retórica es poderosa tanto como su atmósfera de tempestad que se desarrolla entre la suavidad inicial de la voz y la tormenta que desata el maniqueísmo en el abordaje del amor romántico, que avanza y sube de tono como una bandera desplegada: “Es que amar y querer no es igual,/ amar es sufrir, querer es gozar./ El que ama pretende servir,/ el que ama su vida la da/ y el que quiere pretende vivir/ y nunca sufrir y nunca sufrir./ El que ama no puede pensar,/ todo lo da, todo lo da./ El que quiere pretende olvidar/ y nunca llorar, nunca llorar./ El querer pronto puede acabar,/ el amor no conoce final…/ es que todos sabemos querer,/ pero pocos sabemos amar.” El heroísmo posible del amante/cantante, el yo lírico/autobiográfico que, desdoblado en los excesos de la pasión, se encuentra en esos “pocos [que] sabemos amar”, en esa primera persona del plural formada por los que, como José José, se juegan su resto emocional en la abundancia del amor, en el torrente sanguíneo del absoluto, infinito Amor, que de paso lo arrasa todo. De esta canción tremendista, enseñanza y pedagogía de los extremos, telúrica y sostenida siempre en el contrapunto entre el amar y el querer, se desprende lo irreductible: se ama o se quiere, no hay matices en la jaula totalizante, absoluta, del amor romántico. La muerte de José José no puede ser ajena, precisamente, a la profunda crisis del amor romántico de nuestros días, es decir, a una crisis de la experiencia del “amor como categoría cultural, de género, de clase, de etnia”, como lo caracteriza
Mari Luz Esteban, pero tampoco a un cambio de géneros musicales en lo que se refiere a la adopción del melodrama como divisa: la balada romántica muere de muerte natural ante el reggaeton, la bachata… y de muerte digital. Las grandes orquestas que acompañaban esta clase de baladas hace tiempo que han dejado de existir, lo mismo que la canonización de cantantes y compositores de larga trayectoria; son malos tiempos para las leyendas autodestructivas del mundo del espectáculo, o sus cuasitragedias al menos no guardan ya el impacto que tenían en la etapa de esplendor del nacionalismo mexicano, del Estado y la televisión benefactores. El mercado digital trasnacional exige todavía su parcela de melodrama y de romanticismo, pero ya no está dispuesto a pagar el precio de la exclusividad de grandes figuras o de mantenerlas contratadas durante mucho tiempo. El vertiginoso consumo mediático ha destronado a los héroes del neorromanticismo tal y como los conocimos después de los años setenta del siglo xx, tal y como se perfiló José José en su condición de estrella de la balada romántica. Además, parece que también el amor romántico, en su versión contemporánea, está herido de muerte, en un mundo en el que las “almas” ya no se funden, en el que se desfondan las nociones de matrimonio, fidelidad, traición, apego… en un mundo en el que el amor romántico se ha transfigurado en “amores que matan”: feminicidios y guerra contra el “objeto” amado, las mujeres; en un mundo en el que los feminismos se están encargando de des-romantizar las relaciones afectivas y políticas. Quizá por esto mismo, José José está destinado a ser el último cantante romántico del México moderno. Nuestro príncipe postrero l
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LA PINTURA DE
RODOLFONIETO: LIBERAR A LAS BESTIAS
Semblanza crítica de la obra de un pintor oaxaqueño, Rodolfo Nieto (1914-1984), asociado a los nombres de Francisco Toledo y Rufino Tamayo, y en resonancia con Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, quien escribió el texto Laboratorio de papel para la presentación de la exposición del pintor en la Galerie de France, en la que se explora el reino de las bestias que revela y propone el mundo del inconsciente y los instintos.
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A Arya: perra zen, maestra y dorada
l día en que menos nos esperan” es un relato que publiqué hace cinco años en La Jornada Semanal. La trama de esa ficción es muy simple: el Axólotl, protagonista de un famoso cuento de Julio Cortázar, en su condición de humano, un día regresa al acuario por la creatura en la que años antes se transformó. El relato abre con un par de epígrafes; el primero es de Rimbaud: “Todo se hizo sombra y acuario ardiente”, el segundo de Julio Cortázar: “Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad.” El oxímoron de Rimbaud apunta hacia el concepto de “espejo humeante” o Tezcatlipoca. El de Cortázar se hunde en un tiempo idílico de impronta precolombina en la que el protagonista de la nueva historia, después de recuperar al axólotl del acuario de París, regresa con él para que viva en su hábitat original, es decir, junto a una chinampa de Xochimilco. Todo parece ir de maravilla hasta que los personajes se enteran de que Julio Cortázar ha muerto. El fallecimiento de “su creador” provoca un desconcierto absoluto en el Axólotl humano, que realiza una serie de viajes imaginarios que van de Xochimilco a la mixteca oaxaqueña, pasando por el acuario de París. Como el poeta Arthur Rimbaud, el protagonista busca purificarse en un territorio desértico hundiéndose en una pintura de Rodolfo Nieto, mientras comienza a leer el libro de poemas Fragmentos de Rodolfo Nieto y otros fragmentos, de Carlos Nieto, hermano del pintor. El comienzo de ese libro es por demás estremecedor: “¿Qué madre,/ qué puta madre nos dejó escarbando/ para salirnos de esta tierra/ de iguanas y de brujas,/ de esta tierra ardiendo/ como sueño promiscuo/ de mujer caliente…” Hace veinte años Carlos Nieto me contó que después de que había muerto su padre, y de que su madre volvió a casarse, teniendo que salir de casa buscando la manera de mantener a sus hijos, Rodolfo y el mismo Carlos experimentaron una orfandad por partida doble. Esa circunstancia fue determinante en la formación del carácter rebelde y oscuro de Rodolfo. En “El día en que menos nos esperan”, el protagonista literalmente se somete a una serie de pruebas de fuego, bebiendo mezcales y aguardientes que le provocan estados psíquicos alterados que lo conducen al delirium tremens. Así, entre el lienzo
Antonio Valle ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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de Rodolfo y la pecera-casa del Axólotl, el protagonista recorre una serie de estados psicológicos que lo obligan a retroceder a periodos previos a la civilización y a la “domesticación” del fuego, es decir, a una etapa previa al hogar, la cocina y lo cocido; es decir, a lo crudo, inmenso territorio del mundo animal por excelencia. Al escribir una introducción a su libro Bestiario, Julio Cortázar explica que –sin que él mismo fuera consciente– experimentó una suerte de autoterapia de tipo psicoanalítico: “Yo escribí esos cuentos sintiendo síntomas neuróticos que me molestaban.” Cortázar dice que siempre le había gustado la cocina de su madre, pero que un día se dio cuenta de que, antes de llevarse un bocado a la boca, lo miraba cuidadosamente porque temía que le hubiera caído una mosca. Se mantuvo en ese estado mórbido hasta que una noche descubrió algo que ocurría en Buenos Aires. Resulta que en el barrio de Medrano vivía “una mujer muy linda, muy joven, pero de la que todo el mundo desconfiaba porque la creían una especie de bruja porque dos de sus novios se habían suicidado”. Entonces –dice Cortázar- “empecé a escribir un cuento sin saber el final… Creo que es uno de los cuentos más horribles que he escrito… ese cuento fue un exorcismo que me curó de encontrar una cucaracha en mi comida”.
Un pequeño dios arcaico Evidentemente son los animales quienes, además de alimentarse de comida sin cocer, representan las capas más profundas del inconsciente y de los instintos. Son los animales quienes con frecuencia actúan en los sueños y en las artes como reflejos de las más profundas pulsiones, simbolizando a los instintos domados o irracionales. Durante la Edad Media los bestiarios sirvieron como verdaderos mapas psíquicos para atravesar los territorios más oscuros y siniestros; en particular, sirvieron para franquear bosques y mares desconocidos, ambos símbolos preponderantes del inconsciente. Con el título de “Por debajo está el búho”, Julio Cortázar escribió un texto para presentar la exposición de Nieto Laboratorio de papel en la Galerie de France. Era como si Cortázar percibiera que, en el fondo, en la pintura de Nieto habitaba una pequeña bestia nictálope (o un pequeño dios arcaico) que buscaba observar y traducir el fondo caótico del artista. Como todos los símbolos, el del búho expresa una ambivalencia, ya que si bien puede simbolizar un augurio infausto, también es símbolo de inteligencia. Por otra parte, Rodolfo Nieto leyó los manuscritos de Rayuela, cuyo protagonista post beatnik o hipster latinoamericano –al lado de otros personajes del legendario Club de la Serpiente– solía ingerir bebidas espirituosas en abundancia. Para Rodolfo Nieto, como para muchos artistas de la década de los sesenta, se trataba de una época de rupturas en la que se había propuesto echar abajo las certezas y lugares comunes de la cultura occidental. Julio Cortázar presentó los collages de Nieto que incluían pedazos de telegramas y mensajes, especie de señales que tal vez tuvieran la intención de establecer un discurso coherente, pero que expresaban al yo fragmentado del pintor. De ahí que Cortázar recurriera a “la sabiduría del búho” como símbolo capaz de ver en la oscuridad para intentar “reagrupar” el interior del pintor, que parecía corresponder al de un “chivo en cristalería”. El grueso de la obra de Rodolfo Nieto puede definirse como un largo esfuerzo plástico y emocional para erigir el reino animal que vislumbró en la infancia. El artista oaxaqueño solía decir que fue observando las tiras cómicas y las historietas de Tarzán, donde visualizó y experimentó algunas de
las técnicas de dibujo que empleó Burne Hogarth para crear sus bestiarios. La trama es conocida: siendo niño, Tarzán fue abandonado en alguna jungla de África y, gracias al conocimiento que tiene del reino animal, fue capaz no sólo de sobrevivir, sino de comprender las leyes de ese reino para lograr que se salvara de los ataques de los seres humanos y la civilización depredadora que el Occidente colonialista había desplegado en África y América. La historieta de Tarzán es una metáfora de la historia de Rodolfo, que así sublimaba su experiencia de abandono. Durante décadas el artista permaneció en un territorio liminar en el que lentamente fue atrapado por su propio inconsciente. Mérito doble fue la gracia y la valentía inusitada que desplegó para dibujar y pintar el enorme bestiario cuyos animales, algunos reconocibles y domésticos (como los gatos) otros salvajes y en cautiverio (como los de los zoológicos de Basilea o Chapultepec), otros asombrosos (como los que dibujó para la versión francesa del bestiario de Jorge Luis Borges) y, finalmente, las bestias revueltas, amorosas e irreconocibles que se funden y fugan en la “materia plástica gris” de su serie de zoología mental.
Tamayo, Toledo y Nieto: tres bestiarios tres A diferencia de los bestiarios de Tamayo y Toledo, donde se humanizan los animales, Nieto prácticamente no dibuja ni pinta elementos antropomórficos. En realidad, el diálogo y el acercamiento estético de Nieto con Tamayo tiene que ver más con las texturas y con la economía de las líneas, mientras que con Toledo son ciertas aplicaciones técnicas de materia plástica y color, independientemente del “aire de familia” del que hablaba Andrés Henestrosa cuando se refería a ciertas coincidencias de la pintura oaxaqueña. Por otro lado, “la angustia engalanada” que menciona Antonio Rodríguez, es la que llevará a Rodolfo Nieto al silencio y a la oscuridad. El reino de las bestias que comenzó a crear desde la infancia con algunos medicamentos del botiquín de su padre o con cera negra, parece adueñarse del pintor definitivamente. Carlos Nieto me contó que, al final
de su vida, su hermano Rodolfo ya no era capaz de soportar la luz, permaneciendo en la oscuridad apenas iluminado con la luz de una vela para leer Las florecillas de San Francisco. Quienes lo conocieron y entrevistaron coinciden en que es difícil explicar las razones por las cuales, estando en la cumbre de su carrera en Europa, Nieto decidió volver a México. Seguramente, como dice Antonio Rodríguez, “sintió la persistencia fantasmagórica de los viejos nahuales que en México y en su natal Oaxaca lo seguían llamando.” En las antiguas culturas precolombinas los animales ocupaban un lugar crucial, simple y sencillamente los animales existían, no sólo en el espacio y en el tiempo de la vida cotidiana o del calendario sagrado, sino que vivían en los nombres propios de las personas, y también en el inconsciente; justamente ese es el doble, el tona o nahual de personajes históricos como el Coyote hambriento o el Águila que desciende en picada.
Prometeo tlacuache Hace unos días, el artista oaxaqueño Sabino Guisu me contó un viejo relato de la chinantla alta. En esa historia civilizatoria (que va de lo crudo a lo cocido) el Tlacuache, atravesando una noche oscura que parece eterna, emprende un viaje por el inframundo. Después de engañar a los demonios que están de fiesta, ya ligeramente borracho, se roba, además de cierta bebida alcohólica ritual, una brasa de fuego que le quema la cola. A la manera de Prometeo regresa a su comunidad con el fuego “domesticado” y con bebidas para la fiesta. En ese momento la noche se cubre de estrellas y se echan andar la cultura y el tiempo. Hacia 1962, Rodolfo Nieto expuso junto a Francisco Toledo en el Museo de Arte Moderno de Oslo; desde entonces, y de muchas maneras, Francisco Toledo reconoció la importancia de la pintura de Rodolfo Nieto (además de la de Tamayo) para la plástica nacional (e internacional). Medio siglo después, Toledo expuso parte de su zoología fantástica junto a las piezas de animales del joven maestro Sabino Guisu. La intensidad para comprender y liberar a las bestias de la furia humana no cesa, ya que, como se sabe, en realidad Homo homini lupus (El hombre es el lobo del hombre) l
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MIGUEL LEÓN-PORTILLA, UN FILÓSOFO DEL TIEMPO Semblanza biográfica y bibliográfica de un “filósofo del tiempo” que a lo largo de su vida realizó una vasta obra que sin duda alguna “no caerá en el olvido” (Ángel Garibay dixit), en grado de excelencia y rigor, y que supo vincular la filosofía y la historia con la antropología cultural, asunto no menor, de lo cual dan muestra incontestable, entre muchos otros libros, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, Visión de los vencidos, Imagen del México antiguo, Trece poetas del mundo azteca y Huehuehtlahtolli: Testimonios de la antigua palabra. Publicado originalmente el 10/iii/19 (ljs núm. 1253), reproducimos este artículo dedicado a la memoria de nuestro gran tlamatini.
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ste ensayo versa sobre un historiador mexicano contemporáneo, Miguel León-Portilla (México 1926), que ha dedicado su vida a desarrollar uno de esos trabajos magistrales a los que hacíamos referencia: la reconstrucción de la imagen del México antiguo. Cuando decimos “imagen” nos referimos a un retrato integral que revela dioses, leyendas y mitos; estructura social y económica; artesanía y arte; poesía, canciones y danzas de aquella antigua cultura. León-Portilla ha sabido recolectar todos los fragmentos testimoniales que nos dejaron sobrevivientes e informantes, historiadores y cronistas, para reconstruir la imagen global, multifocal y poliédrica, del esplendor de una antigua civilización arrasada y perdida para la historia de la humanidad.
Xabier F. Coronado ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
El camino recorrido Para mí el historiador es en cierto modo un filósofo del tiempo. Miguel León-Portilla
El maestro León-Portilla –maestro en el sentido del concepto que reúne, en una persona, cercanía y familiaridad con sabiduría ancestral y existencial– recorrió un largo camino para lograr esa reconstrucción de la imagen del México antiguo. Un peregrinar sin descanso por los territorios de la filosofía, la historia y la antropología que el propio maestro detalla en un ensayo sobre su vida profesional (Egohistorias: el amor a Clío, Jean Meyer. México 1993). Con inquietudes existenciales desde niño, Miguel León-Portilla recibió la influencia de su tío Manuel Gamio, quien le descubrió la arqueología y despertó su curiosidad por las culturas antiguas. A la hora de decidir qué estudiar elige la filosofía e ingresa en el Loyola University de Los Ángeles, donde también se instruye en artes y letras. Aprende griego y latín para leer los textos clásicos de historia, filosofía, poesía, teatro y oratoria que le enseñaron “la sabiduría del ars vivendi”. Asimismo, sus estudios de filosofía le permitieron conocer la evolución del pensamiento humano desde la Antigüedad hasta su época. Miguel León Portilla reconoce las enseñanzas que le revelaron los filósofos que estudió en esos años: “A Kant debo haberme percatado de los límites del conocimiento. Esto me libró de dogmatismos e ideologías en boga, más dogmáticas aún que las creencias.” Dentro de la obra de Henri Bergson (1859-1941) descubrió Materia y memoria (1896) y el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889), donde encontró respuesta a alguna de las preguntas existenciales que se hacía desde niño, las que le habían llevado a decantarse por estudiar el pensamiento humano. Los ensayos y teorías del filósofo francés renovaron su interés por la historia y la antropología; León-Portilla obtuvo la maestría con un trabajo sobre Las dos fuentes de la moral y la religión (1932). En esa época lee, en la revista Ábside, los textos nahuas traducidos por Ángel María Garibay y encuentra los libros Poesía indígena de la Altiplanicie (1940) y Épica náhuatl (1945), publicados en la Biblioteca de Estudios Universitarios. El contenido de estos trabajos del padre Garibay le impacta y despierta en él un interés por el estudio de la historia y el pensamiento de las culturas prehispánicas mesoamericanas, un campo que apenas comenzaba a investigarse desde el punto de vista académico.
Corría el año 1952 cuando Miguel León-Portilla regresa a México y Manuel Gamio le pone en contacto con Ángel Garibay. Para el joven maestro no fue fácil el encuentro con el prestigioso filólogo e historiador que el año anterior había recibido el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional (unam), junto al propio Gamio y otros reconocidos académicos. Así recuerda León-Portilla aquel primer encuentro con Ángel Garibay: Le dije que me atraía mucho lo que estaba haciendo y quería participar en ello. Se me quedó él viendo con su mirada penetrante y enseguida me preguntó: “¿Sabe usted náhuatl?” Al responderle que no, frunció el ceño y añadió: “Usted no puede acercarse al pensamiento náhuatl si ignora la lengua en el que está expresado.” Le pedí entonces que me aceptara como discípulo. Su respuesta fue: “Inscríbase en Filosofía y Letras. Curse materias para el doctorado y podré ser su asesor pero con una condición: si noto que no estudia o que no aprende, lo daré de baja de inmediato.” Acepté la condición y me señaló él la fecha para una próxima reunión.
Esta entrevista supuso el comienzo de una relación que duraría hasta el fallecimiento de su maestro, en 1967. También fue el inicio de una nueva etapa en la vida académica de León-Portilla, quien dedicó los tres años siguientes al estudio del náhuatl y a recopilar material para realizar la tesis. Durante el verano de 1956 presentó con éxito su tesis doctoral, un trabajo titulado Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, que de inmediato fue publicada por el Instituto Indigenista Interamericano, revisada y ampliada un año después por el propio León-Portilla, editada por la unam. Cabe decir que en la actualidad esta obra se sigue reeditando en español, francés e inglés, lo que corrobora las palabras que dijo Ángel Garibay cuando se publicó por primera vez: “Un hecho es indudable, este libro no caerá en el olvido.” En 1957, Manuel Gamio ofreció a León-Portilla incorporarse al Instituto Indigenista Interamericano como secretario, puesto que desempeñaría hasta 1960 cuando, a la muerte de Gamio, fue elegido director del Instituto, cargo que ocupó durante toda la década. Miguel León-Portilla afirma que de Manuel Gamio aprendió dos cosas fundamentales para su trabajo profesional: por un lado, le ensenó a dar un enfoque integral e interdisciplinario a sus investigaciones y estudios, algo que sin duda aplicó en toda su obra posterior; y por otro, la necesidad de no limitarse al estudio del pasado indígena: “Repetía él con frecuencia: ‘No te dejes atraer sólo por el pasado indígena; piensa también en el presente. Lucha al lado de los pueblos nativos hasta hoy marginados pero que mantienen vivas sus lenguas y sus identidades culturales’.” Un consejo que León-Portilla siguió en el Instituto Indigenista Interamericano, donde mantuvo contacto con las
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Los fragmentos que forman la imagen Aunque todo sea como un plumaje de quetzal que se desgarra o un jade que se quiebra, la conciencia registra e integra una imagen, una duración del tiempo que ha dejado una huella. Miguel León-Portilla. Huehuehtlahtolli Foto: La Jornada/ Yazmín Ortega Cortés.
comunidades indígenas contemporáneas de todo el continente. “Escapé así del peligro de convertirme en rata de biblioteca. He visitado grupos indígenas desde Alaska hasta Patagonia.” De este modo, Miguel León-Portilla aunaba la filosofía y la historia con la antropología cultural, una simbiosis que para él fue definitiva para crecer y madurar profesionalmente. Ese mismo año –1957– se crea, en la facultad de Filosofía de la unam, en asociación con el Instituto de Historia, el Seminario de Cultura Náhuatl fundado por Ángel Garibay y Miguel León-Portilla. Durante los diez años siguientes ambos trabajaron en tres líneas de publicación relacionadas con la cultura náhuatl: fuentes, estudios y monografías. Una labor editorial que, según el propio León-Portilla, tenían un doble objetivo: “Por una parte, importaba volver asequibles los más importantes testimonios de la antigua cultura. Por otra, interesaba propiciar la elaboración de monografías en las que el punto de vista indígena se tomara en cuenta en la comprensión de su historia y visión del mundo.” Entre otras muchas cosas, el Seminario de Cultura Náhuatl supone para Miguel León-Portilla el inicio de una fase definitiva de su trabajo profesional, pues desde entonces se ha dedicado de forma permanente tanto a ejercer la docencia y la investigación, como a labores administrativas y académicas. Un camino increíblemente prolífico en cuanto a publicaciones, logros y reconocimientos. A la ya mencionada Filosofía náhuatl siguieron otros textos, entre los que destacan: La visión de los vencidos (1959), Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares (1961), Imagen del México antiguo (1963); Las literaturas precolombinas de México (1964) Trece poetas del mundo azteca (1967), De Teotihuacán a los aztecas (1971) Cantos y crónicas del México antiguo (1986), Huehuehtlahtolli: Testimonios de la antigua palabra (1991), Literaturas Indígenas de México (1992) y otros muchos estudios y publicaciones que han contribuido a lograr una imagen integral de la cultura del México antiguo. Son libros de lectura ineludible para cualquier mexicano que le interese tomar conciencia de sus orígenes y escuchar las voces de su antigua raíz.
Miguel León-Portilla concibe la profesión de historiador como un trabajo que no se limita a relatar la historia, el historiador debe ser un “filósofo del tiempo”. En sus palabras, un filósofo del tiempo debe “no sólo inquirir acerca de lo ocurrido en determinado momento o período, sino sobre todo de integrar una imagen coherente de ello, hurgando a la vez en su significado.” Para recuperar la imagen del México antiguo, León-Portilla realiza un arduo trabajo pues debe rastrear en los archivos de la historia todas las referencias que de ella se habían hecho a través de los siglos. Después de reunir el material, lo estudia, relaciona e interpreta para encontrarle un significado que tenga coherencia. El filósofo-historiador encuentra esos pedazos de la historia del México antiguo desperdigados en testimonios orales o escritos recogidos en documentos y textos, en códices, dibujos, cantos, entre vestigios arqueológicos: son los residuos que ha dejado el tiempo y él los recupera. LeónPortilla es un filósofo del tiempo que obtiene esos fragmentos que limpia para darles vida, coherencia y un significado que alcanza al establecer relaciones, intencionalidad, causas y efectos; sólo entonces reconstruye la imagen total que los integra y nos la muestra. Al realizar de esta manera su labor, el historiador-filósofo del tiempo tiene la seguridad de que la imagen integral obtenida con todo el material recuperado no es ficción y prevalecerá como historia pretérita. En palabras de León-Portilla, la verdadera misión que da grandeza al historiador consiste en “recrear la duración y la vida que fueron, infundir el soplo del espíritu, hallar significación y comunicarla”. Sin duda una gran labor, un trabajo de vida que sólo puede realizarse con pasión, dedicación y conocimiento.
La perspectiva del Otro Todo esto pasó con nosotros, nosotros lo vimos, nosotros lo contemplamos; con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados. Manuscrito de Tlatelolco (1528)
La aparición en 1956 de la Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, de León-Portilla, marcaría el desarrollo posterior del estudio de las antiguas
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civilizaciones prehispánicas. Su tesis doctoral introducía en el ámbito académico una serie de textos en náhuatl que describen una visión del mundo diferente que plantea y debate cuestiones fundamentales –la divinidad, el tiempo, la vida y la muerte, el bien y el mal, entre otras muchas– que también habían sido objeto de estudio por parte de la filosofía clásica y moderna. El libro de Miguel León-Portilla abría ese campo al aportar material de estudio para establecer un diálogo, con el fin de alcanzar un nivel cognitivo académico sobre esas otras culturas, a las que no se les había dado la importancia que se merecían. En definitiva, León-Portilla demuestra la existencia de una filosofía y una literatura nahuas que, al aportar sus puntos de vista sobre la condición humana, contribuyen a enriquecer el saber universal. Asimismo, emprendió el camino hacia la comprensión del Otro al abrir una “ventana conceptual” que muestra la manera de ver e interpretar el mundo de una cultura original, perspectiva que nos da la posibilidad de ampliar nuestra comprensión y entendimiento. A Miguel León-Portilla le interesaba también el hecho en sí de la Conquista, un evento traumático que había supuesto la pérdida de muchas fuentes necesarias para reconstruir la historia antigua de México. Hasta entonces todo lo que se sabía sobre aquel choque entre culturas había sido contado solamente desde una perspectiva, la de los conquistadores. Al estudiar ese episodio fundamental de la historia de América, historiadores y académicos se limitaban a trabajar sobre las Cartas de relación, escritas por Hernán Cortés; el imprescindible relato de Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España; y toda una serie crónicas y documentos realizados por historiadores y cronistas oficiales, alguno de los cuales nunca habían pisado tierras mexicanas. León-Portilla comentó su inquietud y argumentos con Ángel Garibay y le propuso reunir en un libro los testimonios indígenas sobre la conquista de México que habían encontrado en sus investigaciones. El resultado fue La visión de los vencidos, relaciones indígenas de la Conquista (1959), un texto con una repercusión que nadie habría podido prever y que supuso el inicio de una rama de la historiografía que se basa en conocer la perspectiva del Otro. Baste referir un dato: es el libro que mayor difusión ha tenido entre los publicados por la unam y ha sido traducido a más de quince lenguas. Todavía quedaba mucho camino por recorrer para comprender al Otro. Además de conocer su perspectiva filosófica y la visión que tenían de la destrucción de su cultura, para completar la imagen del México antiguo era necesario ahondar en la historia, conocer la estructura y funcionamiento de la sociedad, el significado de su literatura, de su arte. Un trabajo que el maestro León-Portilla ha realizado con dedicación y entusiasmo a lo largo de más de seis décadas. El resultado de esa labor de búsqueda y conocimiento es una veintena larga de libros, centenares de artículos, monografías, ponencias, conferencias, discursos... una obra magistral que ha logrado ubicar la historia del México antiguo en el lugar que le corresponde dentro de la historia de la humanidad, que nos permite tener una imagen coherente de los antiguos mexicanos l
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LA CERVANTINA HONRADEZ DE
IDA VITALE Premio Cervantes 2018 En este ensayo se habla de los aspectos esenciales de la trayectoria, temas y motivos de la obra de Ida Vitale, poeta nacida en Montevideo en 1923, recientemente galardonada con el Premio Cervantes de Literatura. Miembro de la generación del ’45, junto con Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Amanda Berenguer, Ángel Rama y Mario Benedetti, Vitale es autora de numerosos libros de poesía, entre otros, Mella y criba, La luz de esta memoria, Reducción del infinito, Léxico de afinidades, Sueños de la constancia y Jardín de sílice.
Moisés Elías Fuentes |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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n su discurso de recepción del Premio Cervantes 2018, la poeta Ida Vitale señaló cómo, incluso por azar, ha estado unida a la obra del genial manco, desde sus estudios primarios en Montevideo, donde nació en 1923. Del soldado y escritor destacó una virtud: “Virtud siempre lograda de Cervantes ha sido no echar mano de milagros de los usuales en las novelas que no se privaban de gigantes y monstruos, cuando un argumento descontrolado las requería.” Tal peculiaridad representa para la uruguaya la honradez con que Cervantes se acercó a la realidad, a la que retrata en su intimación con la fantasía. Pero también algo más, porque esta peculiaridad cervantina trasciende lo literario y deviene rasgo de carácter, modo de relacionarse con la vida y sus claroscuros, sus silencios reveladores y sus ruidos abrumadores; en fin, forma de comprender a y comprendernos en la existencia diaria.
Vitale y la generación del ’45
La palabra Expectantes palabras, fabulosas en sí, promesas de sentidos posibles, airosas, aéreas, aireadas, ariadnas. Un breve error las vuelve ornamentales. Su indescriptible exactitud nos borra.
Temprana lectora del Quijote, Vitale refrendó su adhesión a la virtud cervantina desde los días de la generación del ’45, en la que coincidió con Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Amanda Berenguer, Ángel Rama y Mario Benedetti, con quienes evidenció las falsías del discurso patriotero de las élites hegemónicas que exaltaban un Uruguay próspero y estable (como otros países latinoamericanos, Uruguay también se imaginó la “Suiza de América”), columnas que, según demostró fehacientemente la generación, escondían la falta de un proyecto cultural digno de tal nombre, lo que hacía de la uruguaya una sociedad incompleta. De ahí en más, la generación del ’45 desató una revolución intelectual cuyo legado ni siquiera la dictadura cívico-militar de 1973 logró corromper. Característica de los autores del ’45 fue su actividad crítica, a la que no fue ajena Vitale, que concibió la crítica como una labor rigurosa y dinámica: rigor en el manejo de elementos formales; dinamismo para sentir las múltiples formas que adquiere la expresión artística. Y rigor y dinamismo son inherentes a la obra de la poeta uruguaya, revisora acuciosa de sus poemas, en un proceso constante de reinvención que la ha convencido de ordenar su obra poética en cronología inversa que, como Viaje a la semilla de Alejo Carpentier, es una aventura introspectiva. En “Accidente nocturno”, escrito hacia 2015, leemos: “Los árboles y el viento te argumentan/ juntos
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Penitencia ¿Mirar atrás será pasar a ser de sal precaria estatua, un perecer petrificado preso en sí mismo, parte del roto encanto de un paisaje cuya música no logro más oír? ¿Debo matar lo que miré, el mito que minuciosa pliego y despliego, grava para mi paso solo? ¿Ciega borrar lugares, playas, vientos, el tiempo? Sobre todas las cosas, anular horas que se han vuelto inútiles como lluvia que cae sobre el mar implacable, como mis propios pasos si no son penitencia.
Exilios Están aquí y allá: de paso, en ningún lado. Cada horizonte: donde un ascua atrae. Podrían ir hacia cualquier fisura. No hay brújula ni voces. Cruzan desiertos que el bravo sol o que la helada queman y campos infinitos sin el límite que los vuelve reales, que los haría de solidez y pasto. La mirada se acuesta como un perro, sin siquiera el recurso de mover una cola. La mirada se acuesta o retrocede, se pulveriza por el aire si nadie la devuelve. No regresa a la sangre ni alcanza a quien debiera. Se disuelve, tan solo.
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diciéndote lo irrefutable/ y hasta es posible que aparezca un grillo/ que en medio del desvelo de tu noche/ cante para indicarte tus errores.” Significativo, aunque en primera instancia nos inclinamos a creer que las diferencias entre el ocaso y el alba de la existencia son evidentes, bastan una insinuación o un titubeo para comprender que del origen al final nos pueblan los mismos miedos, anhelos, emociones y pensamientos. Así, en “Para qué incurrir en historia”, poema de su primer libro, La luz de esta memoria, fechado en 1949, la poeta se propaga en amor hacia la tarde.” Discreta pero arrojada, la uruguaya opone las pequeñas certidumbres de la vida íntima a los dominios de lo incierto. Ante la evidencia de la finitud de la memoria y de la existencia, Vitale recurre a poemas breves, parcos de metáforas y, en cambio, ricos en sorprendentes imágenes cotidianas. He ahí “Avaricia”, del poemario Mella y criba, publicado en 2010: “También quede conmigo/ mi esperanza de tiempo,/ mañanas de hojas nuevas bajo lluvia/ y tardes donde un canto futuro,/ que hoy no alcanzo,/ comience.” Vitale habla de “un canto futuro,/ que hoy no alcanzo”, con lo que se declara consciente de su finitud. Sin embargo, tal conciencia no retrae a la poeta ni la mengua, sino que se subleva a su fugacidad y en 2002 publica Reducción del infinito, colección poética que se inicia con “Llamada vida”, poema de siete tercetos, formados por versos en asíndeton y verbos en infinitivo, con eco de Poemas humanos de César Vallejo. El primer terceto dice: “Ponerse al margen/ asistir a un pan/ cantar un himno”, mientras el último manifiesta: “estar en busca de alma diferida/ preparar un milagro entre la sombra/ y llamar vida a lo que sabe a muerte”. El infinito es inconmensurable, en cambio nuestras vidas están sujetas a lo que podemos asir con las manos y abarcar con los sentidos, por lo que en Reducción del infinito Vitale saluda, con festiva iro-
nía, la infinitud limitada en que habitamos. Limitada, sí, pero nuestra.
El infinito lenguaje La certeza de nuestra perennidad efímera es la base en que se apoya Léxico de afinidades, íntimo diccionario en prosa y verso que celebra la ductilidad del lenguaje, creación y creador a un tiempo, que con apenas veintisiete letras nos comunica y nos imagina. En la “Hoja de intenciones”, después de apuntar que entre los sistemas de ordenación que hemos buscado, el alfabeto es el más adecuado, Vitale agrega: “Su vastedad puede parecerse al caos que busca sustituir. La limito, pues, seleccionando por afinidades el léxico que cuaja, arbitrario, en torno a cada letra: no todas sino aquellas palabras que me cantan: pero el canto es el río y es la red; ellas juegan, conspiran, flotan mutuas, son suicidas, dinásticas, migratorias, todo el fragor lejos de la inercia.” La poeta intuye al lenguaje vasto como el infinito, por lo que sólo ocupa las palabras necesarias para construir y vivir su infinito interior. Palabras arbitrarias, bien lo sabe, pero que son únicas porque con ellas dialoga con el infinito exterior. Una de las entradas del léxico, “Escepticismo”, compuesta de dos estrofas, fustiga al “Dios de las controversias” y, en la segunda estrofa, lo desafía y embroma con una rítmica y juguetona aliteración: “¿Se sabrá algo para siempre?/ Nada se abraza como siempre,/ alma abrasada desde siempre./ Si abras vacías habrás visto…” Maestra de la cadencia discursiva, la uruguaya nos acerca a un microcosmos en que las cosas y los seres sencillos adquieren complejidad emotiva y vital, de tal suerte que la forma física del hicaco, tornasolada fruta tropical, deriva en un juego de luz y sombra, remarcado por la aliteración, en los versos de “Hicacos”: “Un esplendor de verde Veronese,/ claro rastro del mundo oscurecido,/ es el fondo del cuadro en el que un día/a otra veré, a mí misma no llegada.”
Hábil en el manejo de las figuras retóricas, Vitale sin embargo prefiere usarlas como discretas pinceladas que acentúan el discurso poético; tal el caso del primer poema de Sueños de la constancia (publicado en 1984), “Parvo reino” y sus sutiles enumeraciones que perfilan la plasticidad de las palabras: “Vocablos,/ vocaciones errantes,/ estrellas que iluminan/ antes de haber nacido/ o escombros de prodigios ajenos.” Desalentadora paradoja, a pesar de los muchos mundos que enunciamos y creamos con las palabras, al final sólo nos quedan cenizas inciertas. Sin embargo, con las cenizas hacemos el polvo y la tierra de nuestras historias y por su intermedio conocemos nuestra otredad. En Sueños de la constancia, los tercetos de “Residua” nos consignan los despojos que permanecen al fin de la existencia: “Corta la vida o larga, todo/ lo que vivimos se reduce/ a un gris residuo de la memoria./ De los antiguos viajes quedan/ las enigmáticas monedas/ que pretenden valores falsos.” Diríase que sólo un recurso mágico o una artimaña retórica rescatarían esas vidas restringidas “a un gris residuo”. Sin embargo, irrumpe aquí la honradez cervantina, la intimación de realidad y fantasía poblando de inadvertidos prodigios lo cotidiano: “De la memoria sólo sube/ un vago polvo y un perfume./ ¿Acaso sea la poesía?” Vitale pregunta “¿Acaso sea la poesía?” y la interrogante, como en Cervantes, es una esperanza, que impulsa a don Quijote a buscar un mundo más allá de Alonso Quijano, y al licenciado Vidriera a reclamar sitio para su singular naturaleza. Es el mundo por llegar de “20…”, poema de Jardín de sílice, que con los puntos suspensivos de su título ofrece hábitat a la honradez cervantina en que ha fundamentado obra y vida la poeta montevideana: “Entonces,/ entre líneas de la noche borrosa/ han de quedar despojos de verdades/ diversas,/ yertas;/ alguien hará la suma con usura/ sésamo ciérrate para una gruta sin prodigios.” l
Fortuna Invierno Como las gotas en el vidrio, como las gotas de la lluvia en una tarde somnolienta, exactamente iguales, superficiales, ávidas todas, breves, se hieren y se funden, tan, tan breves que no podrían dar cabida al miedo, que el espanto no debiera hacer huella en nosotros. Después, ya muertos, rodaremos, redondos y olvidados.
Por años, disfrutar del error y de su enmienda, haber podido hablar, caminar libre, no existir mutilada, no entrar o sí en iglesias, leer, oír la música querida, ser en la noche un ser como en el día. No ser casada en un negocio, medida en cabras, sufrir gobierno de parientes o legal lapidación. No desfilar ya nunca y no admitir palabras que pongan en la sangre limaduras de hierro. Descubrir por ti misma otro ser no previsto en el puente de la mirada. Ser humano y mujer, ni más ni menos.
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RAMÓN LÓPEZ VELARDE: EL MITO QUE CRECE El fantasma de la prima Águeda, Vicente Quirarte, El Colegio Nacional, México, 2018.
Marco Antonio Campos ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
GANADOR DEL PREMIO Iberoamericano 2011 Ramón López Velarde, Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954) se abocó desde muy joven a la lectura de la obra del joven jerezano. En una división que haríamos como lectores, hay obras que se leen con pasión, otras con entusiasmo, otras con gusto. Quirarte ha seguido con pasión la obra lopezvelardeana. La edad para leer a López Velarde es la adolescencia y después cualquier edad. Es el único poeta mexicano del que se pueden leer con deleite sus mejores poemas y mejores prosas un día y al día siguiente también, y es el único que, al irnos adentrando en el conocimiento de su vida, sentimos la nostalgia inútil de no haber tenido, para decirlo con sus palabras, “la preciosa dádiva de su trato”. No hay contemporáneo suyo que haya departido con él, aun sus mayores, como José Juan Tablada y Enrique González Martínez, que no hablaran de su caballerosidad y su nobleza de alma. Escrito con la elegante prosa que caracteriza a Quirarte, el libro, El Fantasma de la prima Águeda, que publicó en 2018 El Colegio Nacional en su colección Opúsculos, se compone de cinco ensayos: “El Poeta en la Rotonda”, “Esbozos para un retrato”, el texto que da título al libro (“El fantasma de la prima Águeda”), “El poeta en la prosa” y “Una mitología llamada Ramón López Velarde”, de los cuales preferimos los tres últimos. No sabemos quién fue la prima Águeda, o si es la suma de dos o más muchachas de su parentela materna, es decir, de los Berumen, pero Águeda ya es parte del imaginario erótico de la poesía mexicana. Hay un capítulo del libro de Martha Canfield (La provincia inmutable), donde realiza una inteligente interpretación técnica de “Mi prima Águeda”, en base a la importancia del sonido de las o, de la acentuación métrica, del tratamiento de las rimas, de la demora que producen los esdrújulos y de las consonancias y las asonancias. En su examen Vicente Quirarte trata de recuperar la sensualidad secreta que enciende cada verso y en donde la insinuación incestuosa no está exenta. El negro era el color obsesivo de rlv. Los trajes que él usaba eran de ese color. Quirarte detalla algunos aspectos (añadimos alguno): negro es el vestido de Águeda, negro vestía la niña huérfana jerezana Isabel Suárez por el luto reciente, negro es el terror que de niño sentía cuando se le aparecían los espectros nocturnos, negro –en su ima-
ginación– es el vestido de Margarita Quijano en el campo amarillo, negros los guantes de Fuensanta, negro han de vestir las jerezanas cuando él muera porque quedarán “un poco viudas”… En una intuición magnífica Quirarte escribe: “Imaginar a sus mujeres de negro, vestirlas de negro, recortar los trajes para su galería de imágenes, es una vanidad inconsciente por convertirlas en viudas, obligarlas a ser la primera novia y jamás la última.” En una segunda parte del texto –como Gabriel Zaid en un perspicaz ensayo de los años ochenta (“Un amor imposible de López Velarde”)–, Quirarte enfatiza de López Velarde la negación o imposibilidad de amar, y claro, matrimoniarse. Uno de los textos centrales de los que parte Vicente es “Obra maestra”, es decir, donde el zacatecano, como soltero irrevocable, se compara a sí mismo con el tigre, que en una jaula de un poco más de un metro cuadrado hace ochos en el piso de la soledad, y sentencia que el hijo que no tuvo, el hijo negativo, es su obra maestra. Quirarte liga asimismo la calculada ruptura en San Luis Potosí de Ramón y María Nevares con la del filósofo danés Kierkegaard y Regine Olsen (Diario de un seductor). Si bien la soltería le viene a rlv por decisión propia desde la primera década del siglo xx, como puede leerse en su correspondencia con su mentor y amigo Eduardo j. Correa, debe haberse acentuado con la enfermedad venérea contraída, por ir “una vez y otra vez al jardín de los deleites”, como cuenta en su bello y terrible poema en prosa de El minutero (“La flor punitiva”). Si por las prostitutas sufrió el contagio, con ellas seguiría gozando. Bernardo Ortiz de Montellano, como ocasional testigo, y el crítico potosino Luis Noyola Vázquez, por confesión de amigos íntimos del poeta, escribieron, cada uno a su manera, que no había día que López Velarde no pagara parte del gasto con las prostitutas. En “El poeta en la prosa”, Quirarte imagina a López Velarde leyendo Ensayos y poemas, de Julio Torri, libro publicado en 1917. Quizá López Velarde le deba algo en su idea de hacer un libro de brevedades de distintos géneros (el cual sería póstumamente El minutero), a la lectura del libro de Torri, al que admiraba. “Sé poeta, aun en prosa”, escribió Baudelaire, y López Velarde lo cumplió a cabalidad. En sus / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA
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RAMÓN LÓPEZ VELARDE…
LOS CÓNDORES DEL REY ARTURO
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textos en prosa López Velarde citó dos veces a Torri. Una, en 1916 (“La dama en el campo”), donde dice que en el texto que está escribiendo “no ha querido zurcir un ensayo, pariente (de lejos siquiera) de los que debemos a la maestría de Julio Torri”. Es decir, López Velarde ya lo elogiaba antes de publicar Torri su primer libro, el cual fue tal vez una respuesta al halago que recibió de Torri en Revista de Revistas, a propósito de La sangre devota: “López Velarde es nuestro poeta de mañana, como lo es González Martínez de hoy, y como lo fue de ayer, Manuel José Othón”. La otra mención al coahuilense es en diciembre de 1920, en una famosa reseña sobre El plano oblicuo, de Alfonso Reyes, en el cual López Velarde ubica a Torri en una breve lista de buenos prosistas del momento al lado de José Juan Tablada, Rafael López, Romero Muñoz y el mismo Reyes. Poniéndose el atuendo de López Velarde, convirtiendo al zacatecano en su alter ego, Quirarte realiza una creativa interpretación de un tercio de los veintiún textos que componen Ensayos y poemas: “La oposición del temperamento oratorio y el artístico”, que enfureció a Antonio Caso al sentirse aludido; “De la noble esterilidad de los ingenios”, en el cual Quirarte orienta desde el título hacia el propio Torri y a varios ateneístas; “Del epígrafe”, el cual, cuando éste está bien colocado, es parte artística del texto que se creó; “Fantasías mexicanas” y “Vieja estampa”, de tema colonial, que Quirarte desdobla como escenas de un filme; “De una benéfica institución”, que tiene varias y variadas lecturas; “El raptor”, que es una suerte de aventura pasionalmente desesperada de un hombre de campo, y “Circe”, en el que el autor hace que López Velarde identifique su difícil destino con las mujeres. En el último ensayo del libro, “Una mitología llamada López Velarde”, Quirarte busca responderse la causa del mito, comparándolo o contrastándolo con otros poetas y escritores mexicanos que han creado una imagen emblemática: Juan
Díaz Covarrubias, joven escritor y médico veracruzano, fusilado a los veintiún años por los conservadores al mando de Leonardo Márquez y Miguel Miramón en Tacubaya el 11 de abril de 1859, cuando como médico civil había ido a auxiliar a los heridos; Manuel Acuña, con cuyo suicidio el 6 de diciembre de 1873 terminan emblemáticamente los tres romanticismos mexicanos; Manuel Gutiérrez Nájera, un “galeote de la pluma”, quien parece que no dejó un instante de escribir en el breve curso de su vida, y José Vasconcelos, como alto intelectual y denodado hombre de acción. Quirarte integra a López Velarde en la lista: “Fue un tipo de héroe más opaco y por ello más enigmático.” Por ese secreto o misterio es tal vez el único autor mexicano del que se ha explorado sin descanso la última línea de su escritura y el rincón más recóndito de su vida. Un secreto develado de López Velarde sólo sirve para crear más secretos. Cierto: fue hombre de escasos y buenos amigos. El primer círculo lo conformaron Pedro de Alba, Saturnino Herrán, Enrique Fernández Ledesma, Rafael López y Jesús b. González, pero prácticamente llevó muy buena relación, lejana o próxima, pese a los siete años que vivió en Ciudad de México, con todos los buenos poetas y escritores, incluyendo jóvenes como José Gorostiza, Bernardo Ortiz de Montellano, Manuel Maples Arce y Ermilo Abreu Gómez, que luego escribirían sobre él páginas de entrañable afecto. “El mito López Velarde nació el mismo día de su muerte”, escribe Quirarte. Desde entonces y durante casi un siglo el mito no ha dejado de crecer. ¿Murió a tiempo López Velarde?, como se pregunta Quirarte. Para el mito, pienso que sí; para el gran poeta que fue, no lo creo. Para saber que el campo pródigo podía dar aún por un buen tiempo cosechas prodigiosas, basta leer “La suave Patria”, terminada en abril de 1921, el bellísimo y complejo libro de El Minutero, publicado dos años después de su muerte, y varios poemas inolvidables del libro póstumo en verso El son del corazón (1932)
Plan Camelot, Dauno Tótoro Taulis, Planeta, Chile, 2019.
LA HISTORIA QUE se cuenta en esta novela del narrador chileno Dauno Tótoro se enmarca en plena época de las sangrientas dictaduras que marcaron indeleblemente a Latinoamérica. De acuerdo con esta ficción, terriblemente referida a la más dura y cruda realidad de los años de la guerra fría, Chile habría sido el laboratorio de “Camelot”, nombre del plan intervencionista ideado por el entonces presidente de Estados Unidos J.F. Kennedy – en contraposición a la imagen que de él se ha construido, eminentemente positiva--, quien, apoyado por su grupo de modernos “arturianos”, interviene subrepticiamente en los gobiernos de la región, además de predecir, o mejor dicho manipular, los movimientos sociales en diversos países. Siempre en los már-
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IRONÍA Y HUMANISMO DE LA VIDA BREVE A DE JUAN CARLOS ONETTI: CUANDO YA NO IMPORTE @La Semanal
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genes de la ficción, alguien a quien el propio Salvador Allende considera un “celoso guardián de los secretos de la patria” es el personaje que suministra a un periodista – mexicano, por cierto– metido a detective, la información clave para exhibir públicamente, denunciándola, una trama intrincada de hechos, personajes y situaciones signadas por el evidente intervencionismo de Estados Unidos. Hábilmente, el autor incorpora a la trama las consecuencias de la tendencia actual, aparentemente irreversible, de supeditar la acumulación informativa, el conocimiento y su transmisión a las reglas que rigen internet, elemento narrativo que anuda un pasado reciente con el momento actual de manera inusitada
Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 6 de octubre de 2019 // Número 1283
Las rayas de la cebra / Verónica Murguía
La otra escena / Miguel Ángel Quemain
Gajes de mi oficio
quemainmx@gmail.com
UN GAJE ES un inconveniente. Se lo aclaro al lector porque yo no lo sabía. Sospechaba cuál es el significado de la palabra y no estaba muy lejos de la verdad, pero hoy decidí consultar el diccionario porque descubrí que mi trabajo me está tundiendo a punta de gajes. Un cuento que decidí escribir en un estado de ánimo escapista, se está convirtiendo en una novela. Esto ya había sucedido, pero lo había decidido yo: no el texto. Ahora este escrito manda: no sirve como cuento. Puede que funcione como novela. Las ganas que tenga yo de escribirla o no, son otro cantar. Esto me desconcierta porque, de ser así, escribiré por lo menos cien páginas sobre un tema que me resulta ajeno. Nuevo, con un tono que jamás había usado, en un ámbito inusual. El personaje, un chico chilango normal, hace un viaje a un país del que no sé nada. Eso no me había arredrado antes: mi primera novela está protagonizada por una beduina en la Edad Media y todas esas lejanías me entusiasmaban. El problema ahora es que el país adonde va el muchacho no me había interesado antes. Estoy estudiando como si fuera a presentar un examen importante, pero no niego que me ha sacado de mi zona de confort. Aunque, a decir verdad, yo no tengo más zona de confort que un sofá hecho pedazos por el gato donde mi marido y yo pasamos largas temporadas. Tengo dos novelas casi terminadas desde hace años y ya no logro ponerles punto final. Las novelas sin terminar se dividen en dos categorías: las que dan ilusión y las que son kryptonita pura. Las que dan ilusión son aquellas, al menos para mí, cuyo final se intuye con claridad. Puede cambiar, pero no mucho. También suelen estar llenas de personajes atractivos, con quienes uno va a tratar muy de cerca y mucho tiempo. Es agradable escribir cuando a uno le cae bien el elenco o, siquiera, le gusta el lugar donde suceden los hechos. Además, el autor puede poner antagonistas inspirados en gente que considera abominable. Si salen las cosas bien, hacerles
pagar sus maldades. Yo puse en una novela a un político panista que detesto: un dragón lo dejó caer desde las alturas y quedó hecho una calcomanía. Fue muy placentero. Las novelas que dan ilusión, además, tienen aire de traer torta bajo el brazo, de ser capaces de conseguir ser publicadas, ganar un premio, tener lectores, cosas por el estilo. Claro que estas ilusiones pueden ser puro espejismo, pero las novelas ilusionadoras divierten cuando uno las está escribiendo. Yo he escrito varias y me han hecho feliz antes de su publicación y también después, porque alguien las ha leído y hasta se ha divertido como yo. Hay otras que cuestan un trabajo horrible y que dan ilusión y tormento a partes iguales, porque suponen un montón de dificultades que, aunque las ponga uno en el texto por su propia voluntad, son verdaderas. Mi primera novela, por ejemplo, me costó años de trabajo y desconcierto porque ocurre en la Edad Media y, por si fuera poco, en un desierto que es, veladamente, una mezcla del Sahara y algunos lugares de Iraq. ¿Por qué me metí en tanto lío? Sepa. Lo cierto es que el lío llenaba de alegría (escribí alergia, justo ahora) y preocupación. Aunque me tardé siglos con ella, esa novela quedó naturalmente clasificada en la lista de las escrituras felices. Fue difícil publicarla. Ahora anda por ahí: con lectores. También ha sido traducida y tenido aventuras de todo tipo. En cambio, una novela hecha de kryptonita que me acecha ahora mismo en mi cajón, impresa con tapas negras y letrero que dice Copia de trabajo me trae frita. Lo confieso: hoy tengo muchas ganas de ser otra persona, con un oficio distinto. Alguien que acuda a trabajar a una oficina, buena colega, ordenada y puntual. Tal vez debería escribir sobre eso. Una escritora que se raja y se busca un empleo en el que no duda de sí misma. ¿Cuál sería? Ay. A lo mejor la historia se convertiría en kryptonita porque así es este trabajo
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Mauricio Davison, el perturbador exagerado LA EXAGERACIÓN, texto y puesta en escena de David Olguín, es una obra sobre las temporalidades que concretan lo eterno, un ejercicio sobre los límites y la transfrontericidad (qué palabra tan larga) de la memoria, sobre el dolor y el arte de envejecer, es una obra sobre la(s) impaciencia(s), la(s) de la juventud, la(s) de la vejez; un montaje sobre el tiempo y sus cimientos representados en esa llaneza que Gabriel Pascal traza como escenografía que también ilumina: tablas –en lo general son tablas–, conforman ese camino que recorren los seres del teatro. Entradas y salidas en un espacio con subidas y bajadas, un escritorio y una silla plegable. Mauricio Davison y Mar Aroko son los intérpretes en las antípodas de la edad, de la experiencia. Son espejo uno del otro, una asistente del director que también es actriz y se prueba en el ejercicio de la autoridad que le dio el director para llevar a buen puerto el ensayo, mientras el director David Olguín se empeña en llegar contra el tráfico que lo retrasa (o al menos esa es la excusa de su ausencia) de la cita para cumplir con el ensayo programado donde el viejo actor exige la presencia del director: tengo sesenta y ocho años siendo puntual, sesenta y ocho años de llegar siempre a tiempo. Mauricio Davison en el papel de Mauricio Davison, representando el tempo del actor. La exageración parece ser una especie de apunte alrededor de El mercader de Venecia, que hace unas semanas estrenó Olguín también en El Milagro, con la actuación de Davison en el rol o papel o la misión de Shyloc. Pero también Mauricio Davison recordando Miscast, recordando a Gurrola, a Margules, hablando de un tono de interpretación bajo una forma de grandilocuencia que termina por someter lo literario a lo escénico. Conmueve Davison, uno de nuestros más grandes actores, declarándole la guerra como siempre al entretenimiento estupidizante, aferrándose a lo suyo, al teatro. Habla, pelea, esa autonomía relativa del actor frente al texto y al director. Olguín le ha propuesto actuar, lo contempla como si estuviera en una vitrina donde el director controla todo, dosifica el aire, la luz, pero todo parece como si no estuviera. Por más cobijado que esté, el actor es el animal de la soledad, siempre le hará falta un poco más de atención. La grandeza de David Olguín consiste en dejarnos observar con sus ojos su amor al teatro, su amor y su devoción a los maestros. Es uno de nuestros dramaturgos que no deja de expresar su arte como una práctica profunda de la gratitud, amplificada con la generosidad del retratista que nos resguarda de la caricatura, de la parodia, para tomarse muy en serio que la persona que está sobre esas tablas es real, es un actor que está habitado por toda una vida de representaciones. David decide que el epicentro de esta puesta sísmica sea Mar Aroko, quien juega con sus piernas atléticas que (casi) se desnudan cuando sube, baja, se sienta y deja frente al público el hueco negro de su falda que atrae la mirada pero que, de ningún modo, tendría que ser un foco de atención para el poderoso actor que no deja de acariciar ese bastón de mando escénico que lo distingue del principiante, del asistente de dirección tentado por mangonear al gran actor. Mar ordena, llama al aterrizaje pero también se mira fascinada ante este gran homenaje al teatro: lo que Davison fue (un gran actor exagerado, impostado en muchas ocasiones), lo que Davison es (memoria del teatro, multiplicidad de registros, colocación, precisión minimalista del gesto): impaciente, exigente, genial. David nunca llega; sólo es una manera de hablar de la ausencia como uno de los grandes recursos del teatro, donde siempre se habla de alguien que no está, que llegará, que ha partido. David es un gran paréntesis que contiene la escena total, al actor deseante porque Davison no cesa de desear, sabe ya que la eternidad está condensada en un instante, ése en el que la joven Mar tal vez acceda a mostrarle sus senos jóvenes. Todos los lunes en El Milagro
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Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 6 de octubre de 2019 // Número 1283
Prosaísmos/ Orlando Ortiz
El controvertido Leopoldo Lugones HAY AUTORES cuyo propósito parece ser maravillar a sus lectores. Sin dejar de ser fieles a su estilo e ideas, brincan de una modalidad a otra (por denominarlas de alguna manera que no sea “género”) con la maestría, habilidad, precisión y la buena fortuna de un saltimbanqui experimentado. Esa ha sido mi impresión con respecto al narrador Leopoldo Lugones. Como poeta también ha sido controvertido y en ambos casos me he preguntado, y sigo preguntándome, qué tanto su cuestionamiento y casi olvido (por no decir “destierro”) se debe a motivos extraliterarios. Esto no me sorprende pues he visto, en numerosas ocasiones, cómo se degrada a escritores excelentes por sus ideas, pero este juicio ideológico se extiende, lamentablemente, a su producción literaria. Que estuvieran equivocados en su filiación política o ideológica no implica que también en sus valores estéticos. En algunos casos, después de algunas décadas, o años, se les “perdona” y son incorporados al canon. Es el caso de Vasconcelos en México, y de algunos otros autores y poetas que en las postrimerías del xix pertenecieron a los “científicos” o se desempeñaron como diplomáticos en el régimen porfiriano. Algo similar ha ocurrido con los autores de izquierda, pues en la actualidad muchos han sido olvidados, o reivindicados, según los vientos políticos que soplen; el caso de José Revueltas es especial, pues muchos jóvenes y no tan jóvenes ignoran que durante mucho tiempo su obra fue soslayada por el establishment literario, y que sus primeras obras se editaron por suscripción y en ediciones marginales. En el caso de Leopoldo Lugones, tenemos que es fundador del primer club socialista (o comunista) de Argentina, posteriormente militó en las filas del partido liberal, y en las postrimerías de su vida fue fascista declarado. Creo que algunos lo condenaron por comunista, y otros por fascista. Mi primer acercamiento a Lugones, del que sólo había oído decir que era poeta, fue al encontrar en alguna librería de viejo La guerra gaucha. En esos tiempos mi admiración por estos personajes era muchísima, producto de haber leído El gaucho Martín Fierro, de José Hernández, Fausto, de Estanislao del Campo, Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes y algo de Hilario Ascasubi y Bartolomé Hidalgo. La guerra gaucha me deslumbró, pues ahí estaba el gaucho que conocía, pero Leopoldo Lugones
presentado de una forma que iba más allá; por un lado, el carácter histórico del tema, y por el otro el habla y los usos y costumbres y paremiología gaucha. Era notable la voluntad de estilo del autor, sus inquietudes modernistas y a la vez inflexiones y vocabulario que para nada se sentían falsos ni folclóricos. Los caracteres que presentaba en todos y cada uno de los cuentos eran verosímiles y cargados de una fuerza tremenda. Eran hombres, mujeres o niños “de carne y hueso”, no arquetipos o pretextos para contar una historia. En las obras mencionadas había encontrado la poesía gauchesca, pero en la obra de Lugones me topé con una verdadera épica en prosa, pues de principio a fin estaba presente la lucha por la independencia pero despojada de heroicidades gratuitas o melosas, sin patrioterías. Como asevera Allen w. Phillips, es “una simbólica glorificación de la victoriosa campaña de Martín Güemes y sus gauchos en el Norte (de Argentina) durante la independencia”. Lugones fue el maestro de muchos y el olvidado de todos, me parece. Sin duda su carácter tuvo algo que ver, pero no menos que, siendo modernista, no seguía cánones establecidos por esta corriente, siempre estaba buscando y se negaba a ser ubicado dentro de alguna escuela. De ahí que haya sido también, según Borges, autor del primer cuento de ciencia ficción de las letras latinoamericanas y espléndido cultivador de la literatura fantástica. Horacio Quiroga lo admiraba muchísimo, por ello se ofreció a acompañarlo, como fotógrafo, cuando Lugones fue comisionado a elaborar un estudio sobre las misiones jesuíticas, en Misiones, que posteriormente le sirvió para escribir, un año después, El imperio jesuítico
Aquí… Manolis Anagnostakis Aquí Abajo de mi corazón Se clavaron las balas matutinas Sin cesar penetran más hondo Ahora (Ahora, que poco a poco amanece Y en cualquier momento se escuchará el zumbido) Vengan Ven tú Yorgos, ven Mijali, ven Raúl, Recojan una por una Son suyas Hoy en la mañana A las cinco Antes de que saliera el sol Antes, aun antes de los camiones Las recogí para ustedes Y ahora Arránquenlas de mi pecho Como un alegre sueño matutino Como un juego perfecto Antes de que sepan algo los demás En la emboscada del sueño confiados Antes de que sepan algo los demás Antes de que sepan que yo Está escrito que viva para siempre.
Manolis Anagnostakis (1925-2005), como Tasos Livaditis, también perteneció a la Primera Generación de la Postguerra o de la Derrota. Médico radiólogo marxista, se unió a la Resistencia (1941-1944), estuvo en la cárcel y fue condenado a muerte por un tribunal militar durante la Guerra civil griega (1946-1949). Participó en el movimiento estudiantil de la Universidad de Salónica y fue arrestado en 1948. Publicó numerosos libros de poesía que reunió en el volumen Poemas (1941-1971). Luego aparecieron Paréntesis (1972), Antidogmática (1978) y El margen (1979). Mikis Teodorakis puso música a varios de sus poemas. Recibió el Premio Estatal de Poesía (1985), el Premio Ourani de la Academia de Atenas (2001) y el Gran Premio Nacional de Literatura por el trabajo de toda su vida (2002). Véase La Jornada Semanal, núm. 1223, 12/vi/2018 Versión de Francisco Torres Córdova
Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 6 de octubre de 2019 // Número 1283
Bemol sostenido/ Alonso Arreola
Cinexcusas/ Luis Tovar
@LabAlonso
@luistovars
La muerte de José José… ahora sí HACE TRES AÑOS, en este mismo espacio y tras una noche de juerga escuchando al Príncipe de la Canción, publicamos una columna llamada “La muerte de José José”. Sabedores del conflicto al que entraríamos cuando de verdad sucediera, nos atrevimos a lanzar augurios revisionistas: “Su nombre se mantendrá por días en el ojo del huracán”, dijimos. “Sus seguidores se harán devotos. Sus devotos se volverán fanáticos. Sus colegas se dirán amigos íntimos. Sus amigos íntimos se dirán hermanos. Su familia se volverá una institución administrativa y dará entrevistas contradictorias…” Aunque salido nuestro texto hubo quienes se ofendieron, lo que intentábamos era señalar esa condición tan mexicana que aguarda en las montañas cual buitre sediento de fetiches, amuletos, efigies, talismanes y reliquias, amante del rito que gira y desciende vertiginoso sobre los restos abatidos sin pensar si hubo digna despedida. Verbigracia: hoy –al redactarse esta nota– todos se preguntan sobre la condición de sus últimos años y sobre el paradero de su cuerpo (¡qué surrealismo!), cuando tantos lo dejaron caer estrepitosa y lentamente a favor del espectáculo. Volviendo a nuestra nota pasada, lo que no sucedió fue que –como decíamos entonces– muriera de madrugada. Resorte meramente poético, lo que sí cumplió el amado cantante fue terminar sus días en sábado, ocasión ideal para una ingesta alcohólica parecida a la del Super Bowl o la final del Mundial. Cosa poco relevante –perdonen lo superficial– si la comparamos con los homenajes espontáneos que durante días ocurrieron allí donde la gente se reúne cotidianamente: microbuses, camiones, estaciones del Metro, estadios de futbol, parques, plazas o frente a su propia estatua en Clavería. Un fenómeno conmovedor sobre el cual deseamos apuntar dos cosas. La primera es que José José, a diferencia de cualquier otro intérprete o compositor de potencia popular –incluidos Pedro Infante y Juan Gabriel–, parece una ausencia que pega más en el alma masculina. De alguna forma, entre la cantina del charro rencoroso y la ternura del gay apasionado, José Sosa cantó otra llave del corazón. Nuestra lectora, nuestro lector, puede estar en total desacuerdo con esto (lo que menos deseamos es un linchamiento de género). Piénselo: compare situaciones del pasado y escuche el canto en las muchas imágenes que circularon hace una semana. Las voces que predominaban eran las de los hombres, como si con José José los machos se permitieran una exhibición sentimental que no es anacrónica ni espera al tequila, ni puede ser juzgada como falta de hombría. El otro aspecto notable, según quien esto firma, es que a diferencia de otros ídolos musicales José José atravesó el gusto del pueblo con una calidad interpretativa absolutamente sorprendente, de clase mundial, que no ha tenido ninguno de sus antecesores. Nos referimos a una técnica que provenía de la influencia familiar (sus padres eran músicos estudiados) y que el público supo apreciar sin la pirotecnia melódica de la que era capaz. Lo suyo fue el largo y terso aliento, la afinación impecable, los vibratos elegantes que negociaban con la fijeza de una nota culminando verso... Eso y lo de mayor relevancia: comprensión lírica, asunción poética. Melómano experto en jazz, música brasileña y crooners estadunidenses, el uso del micrófono de José José es algo que apenas Luis Miguel comprende en nuestros días (hablando de varones). El lugar en que entraban y salían sus frases, la manera como flotaba sin ceñirse a un tiempo que se le hacía arena en la garganta, son aspectos provenientes del ser bajista, instrumentista acompañante antes que cantante acompañado. Ello le dio una humildad terrestre en todo conjunto, ya fuera trío, mariachi, quinteto u orquesta, lo que recordaremos siempre como el mayor respeto que se le puede hacer a una canción. Descanse don José... Y gracias por su like aquella vez en Twitter. Ese brevísimo video de usted tocando el bajo y cantando “Si me enamoro” con Los peg nos parte en dos. Lo seguiremos escuchando. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos
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Anónimo furtivo LO QUE YO me pregunto es por qué prefieres no hablar, de dónde y cómo te nació tanto silencio; qué razones te llevaron, tan temprano porque apenas tienes veintitantos, a callarte lo que piensas. Te veo ahí, al fondo de la tintorería, y ese misterio sin reflectores en el que aparentemente consiste tu existencia entera me provoca la necesidad de inventar tu historia: quizá los dos o sólo alguno de ellos, tus padres también eran –¿son?– igual de silenciosos; tal vez tienes un hermano, tal vez mucho más grande que tú, que por mera cuestión generacional te ignoraba por completo, de modo que en la casa de tu infancia no fueron las voces, sino su mayoritaria ausencia, el marco sonoro de tus primeros días y años: sólo se hablaba –te hablaban– para lo estrictamente indispensable; indicaciones, restricciones, órdenes, de repente algún regaño –supongo que muy de vez en cuando, pues al ver el cuidado con el que manipulas las prendas en la tintorería, no puedo imaginar que fueses el causante de ningún desastre ni, por cierto, el de algún disgusto grande a consecuencia de tus actos–, y casi nunca o sin el casi, una conversación digna de ese nombre. En caso de ser cierto no bastaría con eso, sin embargo, para entender que todo en ti sea subrepticio y, por lo tanto, resulte tan difícil enterarse de cómo y dónde vives, si con quién o sólo tú y tu alma, y me da por pensar que esa es la razón de que prefieras trabajar al fondo, allá donde te miro entre abrigos, blazers, sacos, gabardinas, donde nadie te habla y muy de cuando en cuando consigue atisbar tu silueta sigilosa moviéndose con delicadeza semejante a la de las prendas que clasificas, ordenas y acomodas. ¿La razón, entonces? Quiero decir, es la misma y una sola lo mismo para sentir desasosiego cuando la jefa te indica que debes ocupar el puesto de atención a los clientes, que para tu casi perfecto anonimato, relativo incluso a tus escasos compañeros de trabajo, ya no digamos a los clientes, para quienes eres casi nadie. Con el paso del tiempo –¿cuánto llevas en la tintorería, por cierto? No puedo
Noches de Julio
saberlo, pero deduzco que lo suficiente para alcanzar una mimesis que amalgama lo vivo con lo inerte–; con la cuenta de los días iguales uno tras del otro, te volviste como aquello que te envuelve: tersura y sombra, suavidad en oquedades, movimiento imperceptible del que emana apenas un sonido amortiguado y como viejo de tan tenue y tan remoto. Pasar sin que se note, para ti, no se refiere únicamente a los trayectos en el puñado de metros cuadrados que mide la tintorería; tiene que ver con algo más sutil y grave: tú estás pasando, quiero decir estás aconteciendo, existes sin que quienes te rodean puedan notarlo, y lo que más me llama la atención es que no es algo que te sucedió y te pese, sino que así lo decidiste voluntariamente. Quién diría que tu naturaleza anónima y furtiva iba a volcarse de ese modo tan extraño y haría de ti un delincuente, porque esa es la palabra; uno definitivamente inofensivo pero, sin remedio, perpetrador de ilegalidades: invasor de espacios que no te pertenecen, tu sigilosa condición de sombra voluntaria te ha permitido asomarte a universos ajenos y, supongo, libera en ti una adrenalina que de otra manera te sería inaccesible. Entras sin que nadie te descubra, manipulas, estás contigo mismo, te vas luego; es, ni más ni menos, lo que haces en la tintorería y en tu casa, donde, como dijo alguien por ahí, “la soledad es más intensa”, pero de ningún modo es lo mismo. Quién sabe qué emociones te despierte, qué recuerdos te detone, qué imágenes te forje esa variante del voyerismo a la que dedicas, no lo dudo, la parte principal de tu silencio, lo mismo cuando lo planeas que cuando lo ejecutas. Has vuelto a desaparecer entre el terciopelo, la seda y la tafeta. Te dejaré furtivamente, pero te dejo una pregunta: ¿qué harías si alguien, digamos una mujer que nunca has advertido cerca, estuviera haciéndote lo mismo? Noches de Julio, Axel Muñoz, México, 2018
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LA JORNADA SEMANAL 6 de octubre de 2019 // Número 1283
In memoriam/ Germaine Gómez Haro
Yvonne Domenge (1946-2019), la semilla que germinó
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on una trayectoria que alcanzó los cincuenta años, Yvonne consiguió cristalizar sus sueños y convertirse en una embajadora del arte mexicano con su participación en más de cinco decenas de exposiciones individuales y unas 165 colectivas alrededor del mundo. Fue distinguida con importantes reconocimientos como el Premio Phoenix en Freedom Park de Atlanta, eu; el Premio Sorel Etrog en Vancouver, Canadá; el Premio de adquisición en Euroescultura en Bardonecchia, Italia, y el Camille Claudel en La Bresse, Francia. La Academia de Medicina en México la galardonó por la pieza ah1n1 instalada en la Facultad de Ciencias Biomédicas de la unam; fue miembro honorario y medalla dorada de las Academias de Ciencias, Letras y Artes de Francia y de Bélgica, así como miembro de la Academia de Artes de México, entre otras distinciones. Siempre generosa y dispuesta a colaborar con los jóvenes y participar en acciones sociales, desarrolló entre 1999 y 2002 el proyecto “Esculturas Realizadas por la Comunidad de la Col. Buenos Aires” con el fin de llevar la creación artística a esa zona marginada como una vía de reconstrucción del tejido social. Tuve el privilegio de ser su amiga, toda vez que desde que vi su trabajo por primera ocasión me convertí en su admiradora y seguí de cerca su trayectoria con un interés siempre creciente. Cuando conocí sus semillas y sus flores talladas en madera me parecieron de una exquisitez sublime, un homenaje a la naturaleza a partir de metáforas poéticas que despertaban el deseo de tocarlas y acariciarlas. La elegancia de sus formas resaltaba por la perfección de su factura; fue una artista extremadamente rigurosa en su proceso técnico. Mi admiración fue creciendo con el tiempo conforme iba viendo que su tenacidad no tenía límites y los retos que se imponía siempre eran más ambiciosos. Yvonne no decía que “no” a nada y estaba dispuesta a vencer cualquier desafío que se le presentara en el arduo camino de sus producciones monumentales. Así logró la realización de una pieza que alcanzó los 40m de altura. La disciplina y la constancia fueron los ejes conductores de su creación: nunca dejó de cuestionarse, de leer, de investigar, de estudiar, de experimentar, de ir más allá de su zona de confort. Al tiempo que sus esculturas fueron creciendo en dimensiones, también aumentó su complejidad. La esfera sólida que comenzó a explorar al inicio de su carrera como evocación del
Araucaria de Xalapa
El pasado 27 de septiembre perdimos a una de las más grandes escultoras mexicanas contemporáneas: Yvonne Domenge Gaudry (Ciudad de México, 1946), reconocida en la actualidad como la única mujer creadora de numerosas obras urbanas que embellecen espacios públicos tan diversos como parques, jardines, avenidas, centros comerciales, conjuntos residenciales y corporativos, universidades, tanto en México como en el extranjero. orden perfecto del cosmos, se fue abriendo con el tiempo: la escultora la desconstruyó, la desenvolvió, dio lugar al paso de la luz entre oquedades y cuerpos ondulantes que a un tiempo dotaban al cuerpo geométrico de ligereza y movimiento. Yvonne dio vuelo a su osadía creativa con decenas de obras de enormes dimensiones que integran colecciones particulares y públicas en nuestro país y en sitios como el Banco Mundial (Washington, dc); el Toyamura General Center (Japón); las empresas pg & Energy Services Company y Novell Inc. (San Francisco, California); Chevron Texaco (San Ramón, California); Parque Martin l. King (Atlanta); la Casa de México en Francia (Ciudad Universitaria de París), por mencionar algunas en el extranjero. Quizás el proyecto que más orgullo y satisfacción le dio fue su participación en la exhibición de seis piezas en el espectacular Millenium Park de Chicago, compartiendo el espacio al aire libre con la famosísima y emblemática obra de Anish Kapoor, The Cloud Gate, y el Jay Pritzker Pavilion de Frank Gehry. Ese proyecto le dio visibilidad y un gran prestigio a nivel internacional, siendo la primera mujer -y mexicana- en ser exhibida en tan codiciado espacio. Con su habitual modestia expresó en esa ocasión: “Esto es un logro por todas las mujeres. Llegué aquí porque hay muchas mujeres antes de mí que han luchado por triunfar, por su identidad, por ser tomadas en cuenta. Soy parte de esa cadena de mujeres que han luchado por un espacio.” Sus obras hablan del viento, del mar, del sol, de las estrellas, de los árboles, de las flores, de la fluidez de la vida… “Mis esculturas son eróticas porque son un homenaje a la vida y el Eros es la vida”. Yvonne supo captar y plasmar la sensualidad en todos los elementos de la naturaleza que elegía como fuente de inspiración, muy especialmente en las semillas, que eran su fascinación: “La semilla es el origen del florecimiento, del crecimiento, de la continuidad de nosotros, del que todos podemos redimirnos. Una semilla es la muerte continua, es la vida que florece y se acaba mientras se cosecha la belleza de la vida. Amo las semillas y las semillas hablan de mi propia redención.” Yvonne Domenge sembró semillas con amor y las cosechó con pasión. Se despidió de la vida con la gran satisfacción de haber visto sus semillas germinar. Los frutos de su trabajo son el legado que nos deja en sus portentosas obras escultóricas que fusionan la fuerza y la fragilidad, el orden y la sensualidad, la belleza de la vida que siempre transmitió a través de su sonrisa luminosa y su energía desbordante