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de la forma literaria
from Semanal 9/04/2023
by La Jornada
Escritor imprescindible, multidimensional y a la vez único, Sergio Pitol (1933-2018) es y seguirá siendo fundamental en la litertura del siglo pasado en nuestro país. Este ensayo, a noventa años de su natalicio, nos conduce por los derroteros esenciales de su pensamiento tan diversificado en sus libros: El tañido de una flauta, Juegos florales, El desfile del amor, Domar a la divina garza, El arte de la fuga, por mencionar sólo algunos.
Escribir significa conquistar una forma personal e inconfundible, pero marcar de ese modo al lenguaje está reservado a una minoría de escritores. Topamos con esa grandeza al leer en Chéjov los silencios, que en sus cuentos lo dicen todo. Disfrutamos de ese prodigio en Henry James y su “punto de vista”. Los diálogos de Hemingway, la lucidez de Onetti o la captura del instante en Saer, forman un universo propio. Sergio Pitol pertenece a esa estirpe fuera de serie.
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Conquistar una forma de escritura supone, como condición necesaria pero insuficiente, un arduo trabajo y preparación de los insumos estilísticos. Lo decía Pitol al defender que la literatura no es sólo obra de musas caprichosas, pues ese momento inspirado puede escaparse ante la insuficiencia de recursos para transitar de una descripción a una escritura en la que el mundo se resignifica. En su cuento “Del encuentro nupcial”, en el que el centro es precisamente la composición de un relato, Pitol muestra el instante preciso en que un esbozo de historia se anula ante el desfase entre ilusiones y herramientas del escritor. En El arte de la fuga, sentado en su escritorio en Varsovia, Pitol divagaba sobre el ímpetu de saltar a la calle y sufrir el riesgo
Las novelas del carnaval (fragmento)*
Sergio Pitol
[...]
Al organizar una novela lo que me interesa es construir una composición que pueda permitirme utilizar algunos efectos que de antemano imagino. La estructura es lo que decide la suerte de una novela. Y en toda mi obra la construcción es la misma, con mínimas e insignificantes variantes. En el centro de todas mis tramas establezco una oquedad, un enigma, en cuyo torno se mueven los personajes. El vacío al que reiteradamente me refiero y del que depende el destino de los protagonistas jamás se aclara; lo menciono una y otra vez, sí, pero de modo oblicuo, elusivo y recatado. Instalo en el relato una ambigüedad y una que otra pista, casi siempre falsa. Necesito crear una realidad permeada por la niebla; para lograrlo debo armar una estructura lo más firme de que sea yo capaz. Algunos de los protagonistas, pocos, se atreven, aunque su afán sea infructuoso, a descifrar un enigma con el que paso a paso se tropiezan; otros, en cambio, tienden a negarlo o a distanciarse de él, como si presintieran que del subsuelo de esa zona de penumbras emergiera una luz tan deslumbrante que sus ojos no podrían resistir. Prefieren no aproximarse a la verdad, alejarse de cualquier riesgo.
19 De Julio
TANTO LOS protagonistas de mi primera época narrativa, seres que viven a golpes con la vida e irremisiblemente mueren de mala manera, o desaparecen sin que nadie supiera a dónde se dirigieron, o en qué lugar del infierno se han acomodado, como la fauna esperpéntica que puebla mis últimas farsas, surgida de una tensión intensa en el momento de su creación. Se trata del combate interior de dos corrientes antagónicas: el deseo de desgarrar el cordón umbilical y el placer de volver a la tibieza del seno materno. Mis procedimientos provienen de esa zona invisible; el relato es complejo y se desarrolla en un tiempo dislocado; las tramas iniciales son relatadas por diversos testigos; los escenarios y los personajes, descritos a través de enfoques diferentes, siempre sombríos. Me debatía en una forma literaria imprecisa y meramente conjetural ya que aquellas dos pulsiones subconscientes, la ruptura del cordón y el retorno al cuerpo materno, por lo general son turbias e imprecisas –sobre todo para un artista o un intelectual como en su mayoría son mis protagonistas– es por sí misma problemática y difícilmente aprensible. El final de aquellas novelas es amargo, un tanto sarcástico: los únicos sobrevivientes del desastre son los seres más convencionales, aquellos que esquivan los riesgos que entraña una vocación de libertad, los sepulcros blanqueados, las temibles buenas conciencias, los que jamás se han aproximado al peligro, ni se aventurarían a pisar un suelo que no fuera firmemente seguro, los que ni por un instante se habrían acercado a las orillas del infierno. En El tañido de una flauta y Juegos florales esos personajes cautos y grises, establecidos en un espacio siempre seguro y siempre mediocre, son quienes cuentan la vida airada, difícil, desgarrada de los otros, aquellos tarambanas, como les llamarían, y parecería proporcionarles una intensa recompensa describir cada vicisitud de aquellas existencias, cada fracaso de esos sujetos, primos, amigos de la adolescencia, compañeros de universidad, novios, aun hermanos, de quienes por prudencia supieron alejarse a tiempo.
Ningún escritor mexicano como Pitol ha estado tan cerca del destello de la literatura para saber que la inspiración no emana de un método probado. La vocación literaria, aprendí al leerlo, es un misterio para quien la lleva dentro y le consagra su existencia. La relación visceral y sanguínea de Pitol con la literatura era algo que él declaraba inexplicable.
Esa lucha sorda que se entabla en nuestro interior entre las cadenas familiares y la aventura de descubrir el amplio mundo se oculta en los cimientos de la escritura. Nadie debe vislumbrarla; para mí, y me imagino que para muchos narradores, necesita estar presente durante la creación, especialmente para establecer la conducta de los personajes. La pareja que baila un tango en el gran salón del Leonardo de Vinci en la gran fiesta que ofrece el capitán del barco a los pasajeros el día anterior al fin del viaje no tiene de que un relato se frustrara al despegarse del cruce glorioso entre inspiración y trabajo. En El Mago de Viena lo escribe con maestría: “cuando un punto de la realidad estalla, todo se pone en movimiento”; es entonces, en esa fugacidad irrepetible, cuando un escritor puede mirarlo todo de modo distinto y condensar ese trance en una forma inducida por las corrientes subterráneas de su conciencia. Abriendo su taller creativo, en Una autobiografía soterrada Pitol comparte estas y otras enseñanzas.
El oficio, sin embargo, no lo es todo. Ningún escritor mexicano como Pitol ha estado tan cerca del destello de la literatura para saber que la inspiración no emana de un método probado. La vocación literaria, aprendí al leerlo, es un misterio para quien la lleva dentro y le consagra su existencia. La relación visceral y sanguínea de Pitol con la literatura era algo que él declaraba inexplicable. La hermosa forma de su escritura nace de ese sustrato.
El Gran Lector
LEER POR PRIMERA vez a Pitol depara una seducción inatajable, un descubrimiento de lo que casi no se puede creer al ver reunidas en su prosa cualidades que se pensarían irreconciliables. Soñar la realidad, como gustaba decir él, era el fruto de detonar las barreras entre realidad e imaginación, al grado de que en su cuento “Nocturno de Bujara”, o en fragmentos de su novelas El tañido de una flauta, Juegos florales, El desfile del amor o Domar a la divina garza, Pitol resulta ya indistinguible de sus propios personajes. Releer a Pitol, adictos ya a ese embrujo, permite identificar sus exquisitas influencias. Como Borges, Pitol aseveró estar más orgulloso de lo leído que de lo escrito. Un Gran Lector. Ante todo, Pitol fue un lector superdotado para asociar lo que luce antitético. Todo está en todo, repetía en sus relatos tres décadas antes de su Trilogía de la memoria, y a partir de la cual ese mantra equi- la menor idea si está en la lista de quienes desean sumergirse en el vientre de su madre o triturar el lazo genital que lo ata a ella, como tampoco lo sabe el niño escondido en un rincón del jardín de su casa que entierra los pájaros que su hermano asesina por la tarde con un rifle de postas, mucho menos la delegación de cineastas mexicanos que vaga por Venecia para hacer el mayor ridículo con la película que presentarán en el Festival, ni casi ninguna de las creaturas que he inventado durante casi medio siglo de trabajo. Sólo yo necesito saberlo; por lo menos hasta el momento de que ellas conquisten su plena autonomía.
20 De Julio
OTRA SEÑAL común en todo mi cuerpo narrativo: ninguna novela, ni casi la totalidad de mis cuentos, concluyen definitivamente. El final queda siempre abierto. Pero es necesario proporcionarle al lector un puñado de opciones.
valdría a lo pitolesco. En sus cuentos moscovitas, el influjo de Schnitzler es palpable, como en otras obras suyas Gógol, Gombrowicz, Tolstoi, Reyes, Schulz, o el cine de Lubitsch son ángeles tutelares de los que Pitol abreva y presume sus huellas.
Henry James escribió una autobiografía guardándose el más nimio detalle de su vida privada. Una segunda, o mejor, tercera lectura de Pitol, aprecia en ese aprendizaje la lente por la que Pitol narrará también su autobiografía literaria, esto es, su vida dentro de los libros y el recuento de anécdotas imposibles de resolver si acontecieron en sus sueños, en la imaginación de sus diarios o en la memoria que ficcionaliza los hechos. Releer a Pitol conduce así a la pregunta por su forma original, exclusiva y vigorizada a través de sus elecciones afectivas. Una página suya no tiene comparación, deviene de un misterio inasible.
“Maravilloso” no es la mejor palabra para indagar en los orígenes de Pitol, si uno trata de desentrañar, con una hipótesis infértil y sociologizante, el cofre de sus secretos. La conocida historia consigna que la temprana orfandad, la precoz lectura, la enfermedad crónica o el viaje permanente serían la materia prima de su literatura. Pero esas piezas describen sólo la superficie del milagro. Las pistas más genuinas están en su infinita obra. A efecto de rendir homenaje a este hechicero, quiero sugerir algunas fuentes de su encanto.
La clave generacional
“EN LA TRADICIÓN occidental ha habido una estrecha relación entre lo bien que uno expresara un punto de vista y la credibilidad de su argumentación […] Y el estilo no consistía sólo en una oración bien construida: una expresión pobre ocultaba un pensamiento pobre.” Con estas palabras, el historiador Tony Judt recuerda la prioridad que su generación intelectual dio a un léxico profuso, fino, complejo. Esa aristocracia del espíritu se traduce en Pitol en la conciencia de que la forma más estructurada, con varias capas de sentido, es imprescindible para narrar tramas en las que los significados jamás son unívocos. Re-presentar la realidad, más aún, fracturarla mediante su relato, exigía para Pitol esa virtud. Muchos años después de probarse en las alturas necesarias para desplegar las cajas chinas con las que sostiene sus cuentos y novelas, Pitol mantendrá esa forma evolucionando a la primera persona con la que relatará memorias y ensayos en un tono conversacional, pero de muy elaborada sencillez. Este rigor es evidente en las distintas etapas de su producción, enlazadas por una unidad de la forma conquistada.
En clave contextual también puede entenderse el desplazamiento que llevará a Pitol veintiocho años fuera de México, pasando por Beijing, Roma, Varsovia, Belgrado, Kotor, Praga, Budapest, Samarcanda, Barcelona, Moscú, París o Londres. Pitol es un escritor anterior a la profesionalización de la literatura. En ese ambiente, viaja en buques de carga, traduce joyas invaluables, dirige colecciones insólitas, se piensa como una voz para un público no especializado y escribe libros que sólo un año después tendrá en sus manos a vuelta de correo. Libertad absoluta. En ese clima, fuera de México y sus capillas literarias, la escritura de Pitol se deleitará en la falta de restricciones para moldearse bajo el dictado de su hedonismo. Como un clásico secreto y del futuro (Monsiváis dixit),
“Maravilloso” no es la mejor palabra para indagar en los orígenes de Pitol, si uno trata de desentrañar, con una hipótesis infértil y sociologizante, el cofre de sus secretos. La conocida historia consigna que la temprana orfandad, la precoz lectura, la enfermedad crónica o el viaje permanente serían la materia prima de su literatura.
Pitol vivió esa etapa en la que el estallido del eros y la liberación de sus aflicciones le permitieron lograr una literatura excéntrica y dislocada, distinta a los aires faulknerianos de sus primeros cuentos. El drama de mexicanos fuera de su país, y después el regocijo y la parodia delirantes, aparecen así en sus libros No hay tal lugar, Los climas, Del encuentro nupcial, Vals de Mefisto o el Tríptico del carnaval
Un último apunte generacional. Al volver a México, por razones otra vez relacionadas con la enfermedad y con un temor irracional a la muerte, Pitol decide que es tiempo de cortar con excesos y digresiones, y encerrarse a culminar su obra. Lo hace en el jardín de su familia en Veracruz, en una cabaña, enclaustrado sólo con papel y lápiz, sin ningún libro alrededor, con cronometradas pausas para comer. Parece inverosímil, pero de esa determinación, de ese signo generacional por completar el trabajo que será su único testimonio, el resultado es El arte de la fuga, esa obra inconmensurable y rejuvenecedora.
La experiencia escindida
POR SU SINGULAR niñez y su personalidad diferente, Pitol se supo un individuo escindido de la normalidad. Mientras mi hermano montaba a caballo, yo leía a Tolstoi, Verne, Stevenson, Dickens y hasta las prohibidas memorias de José Vasconcelos que mi abuela insistía en retirarme. Cuando probé a jugar futbol, fui acusado injustamente de morder a otro chico y expulsado de la diversión física. Cuando hojeé un libro sobre razas, sentí que yo era “Iván”, el niño ruso ahí ilustrado. En El viaje, un libro breve magnífico, Pitol repasa esta sensación de anormalidad en su vida. En El arte de la fuga, luego de leer en un periódico la publicación de su primer texto, rememora que ese extrañamiento no tendría ya arreglo. Ciertos personajes de sus cuentos encarnan esa conciencia de saberse incapaces de replicar los hábitos comunes. Esa mirada escindida es la causa del autoexilio al que Pitol se entrega, consciente de que en la distancia, en la libertad que sólo así podrá gozar, su imaginación asediará la forma presentida. Su obra es así la transposición a la literatura de sus rasgos más particulares e íntimos. Como el de Borges, el mundo literario de Pitol se halla en el extremo opuesto al de Hemingway. La escasez de diálogos en el caldero pitoliano es la impronta de una vida adentro de la imaginación, la ficción y los libros. Saberse diferente desemboca en una literatura sin familiaridad con la producción literaria en México. El poeta Margarito Cuéllar me decía alguna vez que leía a Pitol en los setenta como un escritor raro y centroeuropeo. Esa escisión pitolesca no fue nunca culterana o pedante. El más internacional de los escritores mexicanos subrayó siempre que los ambientes cosmopolitas no valían sin una forma que los enlazara con los dramas de sus criaturas literarias; el viaje por las tierras más ignotas, que Pitol conocía al dedillo, debía estar al servicio de la trama. El cosmopolitismo, llegó a decir también, no basta si no está afianzado en una tradición nacional que permita que los falsos opuestos dialoguen. Sus ensayos sobre Rulfo, Reyes, Monsiváis, Pacheco o Gabriel Vargas se integran así con los dedicados a Dostoievski, Mann, O’Brien, Firbank, Waugh, Austen, Conrad, Hasek, Andrzejewski, la ópera china, el teatro ruso, la pintura mexicana, la italiana o la de Max Beckmann.
La precisa conjetura
LA LITERATURA AFLORA en Pitol bajo una inimitable forma conjetural. Considerándome un realista, ha escrito Pitol, esta alquimia literaria (por la cual la realidad es un complemento de la ficción) brota de un amplio, fabulado e irreductible concepto de lo real. En éste, la realidad desconoce las fronteras usuales, prescinde de esos confines convenidos, está abierta y se rehace para negar su cesura. Ninguna investigación cartesiana podrá dar con la cuadratura del círculo. Es por ello que Miguel Solar, el historiador detectivesco de su novela El desfile del amor, fracasa en su intento de aclarar los hechos que estudia. La realidad pitolesca es ajena a esa resolución, se ramifica en posibilidades múltiples, en oquedades instaladas en el relato. Esa Pasión por la trama (como se titula otro de sus libros) es más que un virtuoso alarde efectivista; se trata de una mirada que narra el mundo con asombro. “Encuentro increíble”: esta frase es el inicio de muchos párrafos suyos que adelantan lo sorprendente que a sus ojos lucen los objetos de vista y admiración. El instinto reside detrás de esa sensibilidad enamorada del caos y la belleza asumidos como contiguos. Despertarse de un sueño y aprestarse a reiniciar el trajín cotidiano, ¡eso sí que es inaudito!, escribe Pitol para dar cuenta de su espíritu encandilado. El protagonista de su cuento “La pantera”, visitado por sueños amenazadores, es así un alter ego de quien, sabedor de su pacto con voces infrecuentes, se provee de los momentos sagrados para trabajar, rebuscar en lo indescifrable, superar sus alcances y de nuevo soñar la realidad. Leer a Pitol ofrece la dicha de detectar en su prosa la palabra perfecta, las más precisa para nutrir un ars combinatoria de muchos y abigarrados significados con los que el lector deberá aventurarse.
Una política de vida
PITOL NO FUE un escritor político a la usanza de los debates de los años sesenta y setenta. Distante del boom latinoamericano, leyendo y aprendiendo de la literatura y actitud de Onetti, Pitol fue un crítico sutil de las teorías literarias y sociológi- cas entonces en boga. Pero la suya no es una obra apolítica, si por política entendemos una decisión integral y ética sobre la forma en que la vida puede vivirse. Ese es el núcleo por el que en su cuento “Cuerpo presente” el protagonista es denigrado (vía su confrontación con el arte) como un fantoche. Esa es la raíz del desprecio con el que Pitol imagina a la Falsa Tortuga, representante al pelo de cierto y mediocre funcionariado cultural. El mismo deslinde mordaz se halla en Dante C. de la Estrella y Nicolás Lobato, personajes, respectivamente, de sus novelas Domar a la divina garza y La vida conyugal. A ningún otro personaje mío odio tanto como a la inglesa Billie Upward –de la novela Juegos florales– por su manía de rebajar a los demás, ha confesado Pitol. Si pensamos en evocaciones aún más explícitas, en su libro Memoria 1933-1966 Pitol expone su rechazo a la Revolución Cultural maoísta y a toda variante de gobierno represivo. La posibilidad de un socialismo liberal y democrático, por el que él se decanta, aparece, a su vez, en pasajes de El viaje, así como en su afinidad con Two Cheers for Democracy, de E.M. Forster. Hombre de izquierdas, Pitol se mofará en sus relatos del sistema “revolucionario” mexicano. Su ensayo sobre Ibargüengoitia enfatiza por ello la putrefacción del PRI retratada en el abominable matrimonio de La vida conyugal
Pitol es un escritor anterior a la profesionalización de la literatura. En ese ambiente, viaja en buques de carga, traduce joyas invaluables, dirige colecciones insólitas, se piensa como una voz para un público no especializado y escribe libros que sólo un año después tendrá en sus manos a vuelta de correo. Libertad absoluta.
La política de vida a la que aludo es un factor detrás del autoexilio de Pitol, enterado de que lejos de la cultura oficial su obra podría crecer a impulso de sus placenteros gustos de lectura. “Paz, Fuentes, u otros popes literarios, le importaban poco”, me decía alguna vez su amigo Mario Bellatin; Pitol –agregaba Bellatin– jamás habría regresado a México si no fuera por ese acceso infantil de miedo a una muerte que sentía merodearlo al ver cómo sus amigos empezaron a caer enfermos en Europa. El mejor escritor (Vila-Matas); un prestidigitador (Villoro); el maestro al que debemos todo (Sada); un presocrático cuya escritura se carga de significados imprevisibles (Tabucchi). Con estas referencias no faltan razones para leer a Pitol y honrarlo con el embellecimiento de nuestras vidas ganado al rendirnos a su misterio. Sobran los motivos para leerlo. Para que sigan desbordándose, escribí aquí mi propia subyugación a este mago de la felicidad real y literaria. “¡Pero qué rústico e inexcusable pleonasmo lo de real y literaria!”, se carcajearía Pitol con sus ojos cómplices y sus brazos fraternos l
Qué leer/
Campos, Acantilado, España, 2023.
KIEV, ODESA, Yalta, Járkov, Dniepropetrovsk, Donetsk, Czernowitz y Lvov son las ciudades abordadas por Karl Schlögel (Allgäu, 1948) –profesor de Historia en Frankfurt del Oder y autor de volúmenes sobre la historia de Rusia– en Ucrania, encrucijada de culturas, un libro esencial para comprender la crisis democrática de Occidente. Para el historiador alemán, la guerra afecta a Europa hace tiempo: penetró en los ámbitos más íntimos de sus vidas. Surge en las discusiones cotidianas, en los compromisos que el viejo continente adquiere con Ucrania, en las reflexiones sobre lo que se hará cuando acabe la guerra. Schlögel aboga por una Europa unida, por la salvación de Ucrania y por la reconstrucción del país.
Anatomía sensible, Andrés Neuman, Páginas de espuma, México, 2023.
ANDRÉS NEUMAN (Buenos Aires, 1977) escribió en Fractura: “Conocer mi cuerpo me llevó su tiempo.” Ha desarrollado una aproximación literaria al cuerpo, ejercicio afinado en Anatomía sensible. El libro incluye treinta estampas que atañen a diversas partes del cuerpo, en cada una desde una aproximación distinta. Trata la identidad. Su capacidad de análisis en cada pieza es una posibilidad de representación. El ojo, el cuello, la espalda, la vagina, el pene y la mano son algunas partes abordadas en el volumen. Se lee sobre la piel: “Motor hipersensible, colecciona agresiones. Propaga las caricias.”
La melancolía creativa, Jesús Ramírez-Bermúdez, Debate, México, 2022.
EN LA MELANCOLÍA CREATIVA, Jesús RamírezBermúdez (Ciudad de México, 1973) –autor, entre otros libros, de Breve diccionario clínico del alma, médico especialista en neuropsiquiatría, doctor en ciencias médicas por la UNAM y miembro del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía como clínico, investigador y profesor– exploró un padecimiento “que será codificado en el tiempo histórico”: la depresión mayor, llamada “melancolía” por la escuela hipocrática. Ha escrito sobre el desamparo y la catástrofe de la psique l
Dónde ir/
Nostalgia de la muerte, Dirección de Marta Verduzco, Compañía Nacional de Teatro. Sala Héctor Mendoza (Francisco Sosa 159, Ciudad de México). Martes a las 20 horas. Hasta el 25 de abril.
LA PUESTA EN escena rinde homenaje al grupo Contemporáneos, una generación de poetas que marcó la literatura mexicana durante las primeras décadas del siglo XX. Nostalgia de la muerte (1938) es el segundo libro de poemas de Xavier Villaurrutia (Ciudad de México, 1903-1950). El escenario se convierte en un vehículo poético. El escritor dijo sobre su libro: “En él aparecen dos temas que son capitalmente interesantes para mí: la muerte y la angustia. La angustia del hombre ante la nada, una angustia que da una peculiar serenidad.” Los versos de Villaurrutia conducen la trama.
Vicente Rojo x Vicente Rojo. Retrospectiva gráfica 1968-2020. Curaduría de Lilia Prado Canchola. Museo Nacional de la Estampa (entrada: 1er Callejón de San Juan de Dios, Ciudad de México). Martes a domingo de las 10 a las 18 horas. Hasta el 9 de julio.
VICENTE ROJO (Barcelona, 1932-Ciudad de México, 2021) –pintor y escultor, genio de las artes plásticas, maestro en el diseño y la edición de libros, revistas, periódicos y suplementos literarios– es homenajeado con una exposición que incluye ochenta y nueve piezas desarrolladas durante seis décadas de trayectoria. Lilia Prado Canchola afirma que Rojo fue un extraordinario grabador. Su versatilidad le permitió explorar distintas técnicas que el grabado le ofreció para desarrollar series. La curadora expresa que la muestra presenta un recorrido cronológico de la obra vinculada a los talleres y a los impresores con los que trabajó: Centro de Estudio de Experimentación Gráfica, Taller Intaglio, Tiempo Extra-Editores, Taller Gráfica Bordes, La Siempre Habana, Taller Blackstone y Proyecto Grafika 21 l
Visita
Artes visuales / Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
Luchadoras: mujeres en la colección del MUAC
considerada una referencia para el arte feminista que invita a las visitantes a escribir en una tarjeta una confesión personal vinculada a la violencia de género y colgarla en una estructura que simula un tendedero. En la majestuosa escalinata a la entrada del edificio, otra pieza emblemática de los años setenta recibe al público: la Cascada (1978) de Marta Palau, considerada una de las primeras esculturas en el campo expandido en nuestro país, realizada con tubos translúcidos de medias blancas de nailon dispuestas a manera de nódulos que se desparraman literalmente sobre las escaleras como “un río de espermatozoides”, a decir de la propia artista en una entrevista de la época. Hay que resaltar el diseño museográfico de la muestra que logra hacer relucir obras complicadas de presentar como éstas, y el también poético e imponente Corredor blanco (1969) de Helen Escobedo, uno de los primeros ambientes efímeros transitables destinado a intervenir el espacio e invitar al público a penetrar la obra y experimentar su ritmo y profundidad.
LA FUNDACIÓN CASA de México en España tiene su sede en un suntuoso palacete de principios del siglo XX en el popular barrio madrileño de Chamberí, que se ha convertido en un referente en la promoción cultural de nuestro país en la capital española a través de un nutrido programa de actividades.
Actualmente se presenta la espléndida exposición Luchadoras: mujeres en la colección del MUAC, integrada por cuarenta y siete obras de treinta artistas mujeres de diversas generaciones. Es la primera vez que viaja una selección de la importante colección del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), comisariada por Pilar García, investigadora y curadora del acervo documental de esta institución. Sin pretender ser una muestra exhaustiva, la exhibición presenta un amplio panorama que revela las tribulaciones, reflexiones y denuncias de destacadas artistas mujeres de diferentes geografías que se expresan en medios tan diversos como pintura, dibujo, escultura, instalación, fotografía, textil, registros en videos. Destaca la icónica pieza participativa que da inicio al recorrido: El tendedero MUAC (1978, 1979, 2016) de Mónica Mayer, hoy
El título de la muestra es un homenaje a la famosa serie de fotografías de Lourdes Grobet (Luchadoras, 1980-2003) en la que registró el mundo de la lucha libre e inmortalizó a las luchadoras en el ring y en su vida cotidiana, como metáfora de la doble batalla de las mujeres en sus distintos roles en la sociedad. La mujer valiente, guerrera, luchona que pelea día a día para ganarse el respeto y el lugar que merece en la sociedad patriarcal. Este espíritu permea los trabajos de estas mujeres artistas. La exposición establece un diálogo intergeneracional entre las creadoras-luchadoras, cuyos trabajos ya forman parte de la historia del arte feminista en nuestro país. “El siglo XXI será feminista, o no será”, escribe Pilar García en el catálogo, y agrega: “Incluso en un país marcado por la mitificación del machismo y la experiencia constante de violencia contra las mujeres como es México, se vive hoy una revolución en las relaciones de género.” Otra pieza histórica y absolutamente desgarradora es Encobijados (2006) de Teresa Margolles, una instalación integrada por siete mantas que simbolizan las que envuelven a los cadáveres abandonados en las calles en el norte del país. “Ahora que volví a ver la pieza hecha en 2006, lloré. Las cosas no han cambiado nada”, me comentó Margolles en la inauguración de la muestra. Exposiciones como ésta contribuyen a la concientización sobre la gravedad de los atropellos y agresiones que siguen sufriendo las mujeres y propician la visibilización de sus luchas por la equidad de género. Así lo expresó Pilar García en el recorrido por la muestra: “Si ya nos atrevemos a hablar de la violencia doméstica, hay que exhibirla para que la gente lo concientice y cambiemos la sociedad.” l
Tomar la palabra/ Agustín Ramos Terriblemente normal
LA ESTRATEGIA ES clara. Como las fuerzas políticas que se oponen al partido gobernante perderán las elecciones del ’24, bombardean de antemano el previsible triunfo democrático. Organizan marchas rosas, disparan metralla mediática 24 horas al día y acuden a instancias extranjeras con acusaciones que resultarían ridículas si, por una parte, la cloaca nacional e internacional informara acerca de ellas sin mala fe y, si por otra, tales instancias prefirieran la democracia y no los golpes de Estado… Como el bombardeo se intensifica con la parcialidad cada vez más obscena de las instituciones de justicia, la bomba más reciente va en detrimento de la legitimidad de quien sustituye a Lorenzo Córdova en la presidencia del Instituto Nacional Electoral (INE). Así, aunque la elección haya sido mediante sorteo, aunque fracasara el intento de veto por parentescos y presuntos vínculos partidistas, y aunque Reforma admitiera que su disparo fotográfico era fake news, el efecto del estallido reforzó la desinformación, cobró resonancia con la impugnación panista, trascendió fronteras y engrosó el arsenal de los poderes fácticos globales que sólo aceptan gobiernos peleles.
u u u
TRAS PERMANECER CINCO años en Alemania, el teniente coronel nazi Adolf Eichmann se radicó en Argentina. De ahí lo sustrajo un comando israelí en mayo de 1960, para someterlo a juicio en Jerusalén. Al presenciar el proceso, Hannah Arendt aportó una justicia deseable que el jurado no podía consumar por circunstancias históricas y por voluntad del Estado israelí. Mostrar la banalidad de un individuo le requirió 450 páginas, cien de epílogo y 350 de crónica puntual, investigación exhaustiva, reflexiones filosóficas e históricas, razonamientos jurídicos y éticos, e incluso alegatos contra quienes sabotearon la aparición oficial del libro anticipando falsos argumentos, adulterando observaciones y contradiciendo puntos que la obra de Arendt no contenía. Esas y peores reacciones obedecían a que su análisis no hizo concesiones. Consciente de que la única finalidad era hacer justicia, la autora puso el ingrediente de la verdad; de ahí que sólo salieran bien libradas las víctimas y los pueblos búlgaro y danés, y no el resto de partícipes: dirigentes, personalidades, pueblos, individuos.
U U U
HANNAH ARENDT NO pretende estudiar la naturaleza del mal ni abundar en el Holocausto sino centrarse en un proceso judicial que culmina en una condena a muerte. Para ella, Eichmann no es un monstruo sino “un hombre terriblemente normal”, no muy inteligente ni muy creativo sino más bien apegado a los clichés. Normal, pero no común, advierte Arendt. Porque no es común que al pie de la horca sólo repita frases hechas, indicativas de su alejamiento de la realidad y su falta de reflexión (estas carencias, dice la autora, “pueden causar más daño que los malos instintos inherentes a la naturaleza humana”). No, Eichmann, ahorcado el 31 de mayo de 1962, no es un monstruo sino apenas un payaso involuntario, tan eficaz como todos los involucrados en la Solución Final (el genocidio). La banalidad del mal que da subtítulo al libro de Arendt, surge de las últimas palabras de quien ni siquiera a la hora de la muerte pudo expresar algo más que vacuidades, consignas de un prisionero de esos lugares comunes que hoy podríamos equiparar con las frases de autoayuda o con los dichos de ocasión.
u u u
DURANTE SUS MESES finales como presidente del INE, Lorenzo Córdova se empeñó en enjuiciarse y condenarse a sí mismo. Ahora sus declaraciones de despedida –consignas gastadas y frases hechas–, revelan falta de reflexión y alejamiento de la realidad propios de un hombre terriblemente normal l