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#TodosSomosMelche

PRIMERO LOS HECHOS. El pasado 27 de marzo, minutos después de que Ximena Sariñana se presentara en la Feria del Caballo de Texcoco, Estado de México, un grupo encapuchado entró a sus camerinos para someter a los músicos y golpear salvajemente a su jefe de producción, Luis Miguel Melche; un profesional dedicado, precisamente, a que los conciertos en que trabaja ocurran técnica y logísticamente de la mejor manera. Esto nos afecta en dos planos distintos. El personal y el profesional.

Melche es amigo. Lo conocimos dos décadas atrás cuando tocábamos en La Barranca. En aquel momento era miembro de nuestro staff de escenario. Un tipo comprometido y buena persona, parte de nuestra familia, que ya tenía algunas afecciones oculares. Mencionamos eso porque la mala suerte quiso que estos criminales le dañaran la vista de manera particular. Tras la golpiza lo dejaron inconsciente, en un terreno aledaño al concierto y con la mirada comprometida.

Según nos dijeron, Melche fue ubicado por su celular, le hicieron una primera cirugía de urgencia y está a la espera de otras más relacionadas con los ojos y con su rostro. Decirlo es relevante porque los gastos de su recuperación están siendo cubiertos, hasta donde sabemos, por la empresa responsable de la producción, pero hay un largo proceso que le impedirá reincorporarse a su trabajo prontamente. Pensando en ello, le compartimos a final de texto, lectora, lector, los datos donde podría hacer alguna donación. Dicho eso, hablemos de lo más delicado.

Desde lo ocurrido se ha viralizado el hashtag con que titulamos esta columna: #TodosSomosMelche. A través de él, incontables músicos se han solidarizado compartiendo buenos deseos y exigencias de justicia. Porque claro, tras un comunicado tibio la Feria del Caballo de Texcoco siguió operando sin que ninguna autoridad tomara decisiones radicales. El patronato que la opera dijo estar “realizando las gestiones y las investigaciones necesarias para encontrar a los responsables de estos actos reprobables para que asuman su responsabilidad”. Pero lo dudamos seriamente pues somos de los que sospechamos esto: al cobijo de la impunidad, Melche fue atacado por hacer su trabajo e incomodar a gente de la propia feria.

Hemos podido platicar con otros técnicos, colegas que lo conocen y que laboran con nosotros. Incluso pedimos opinión a un grupo de WhatsApp donde se congregan varios de ellos. Están molestos y con impotencia, aprovechando esta situación para levantar la voz, exigir mayor preparación y mejores condiciones laborales. Hablamos de seguridad social, de protección en los eventos, de cursos en primeros auxilios y en situaciones de riesgo con atacantes aislados o ante el crimen organizado, ése que cada vez afecta más a las producciones musicales (robo de equipo en carretera, secuestro de conductores, ¿derecho de piso en plazas?).

Y tienen razón. El staff es gente que muchas veces queda en medio, entre los artistas, los foros, quienes venden las fechas y quienes las compran. Son el equipo “incómodo” que cumplimenta las condiciones de contratación evaluando transportación, hospedaje, viáticos, camerinos, fierros, audio, luces, etcétera. A ellos no se les acepta queja; se les exige solución. Son los primeros en llegar y los últimos en irse. Son el alma dura del espectáculo. Son quienes se ponen en apuro bajo estructuras mal contrapesadas; en tinglados con electricidad mal aterrizada. Por ellos la gente disfruta de un espectáculo, aunque esté sostenido con alfileres.

Ahora, ¿en México también se hacen grandes producciones de manera adecuada? Desde luego. Pero nuestro país ofrece realidades superpuestas y en algunas se siguen leyes peligrosas, lo que podría alejar a las audiencias familiares de la diversión y la cultura. A ver cuándo nos dicen lo que pasó. #JusticiaParaMelche. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

Luis Miguel Melche Duarte / Banamex /

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Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars

La voz de ellas

Yo las vi gritar en silencio No hay otro modo de protestar Si dijeran algo más Sólo un poco más Otra mujer sería torturada Con seguridad. “Ellas bailan solas”, Sting.

DIJERON QUE SE trataba de espíritus, pero no era cierto; dijeron que de seguro fue el mismísimo demonio, pero eso también era mentira. Incluso dijeron otras cosas todavía más inverosímiles, por ejemplo, que éramos víctimas de algo que llamaron “imaginación femenina salvaje”, como si los hematomas amoratados, los profundos rasguños en los muslos, las dolorosísimas tumefacciones en muchas partes de nuestros cuerpos, sobre todo en la entrepierna, la sangre recorriendo desde los muslos hasta las pantorrillas, ya reseca en sábanas y camisones, pudieran ser imaginarios, o el absurdo de absurdos: como si cada una se hubiera hecho sola todo ese daño, violando repetidamente su propio sexo hasta dejarlo convertido en un amasijo sangrante de piel y carne dañadas para siempre, y a la mañana siguiente despertara sin saber a ciencia cierta cómo ni quién y, en el colmo de esa ignorancia inducida, sólo pudiera saberlo hasta que viniera un hombre a establecer la verdad

Decir que “estábamos preparadas” para ser víctimas de una atrocidad así, va tan en contra de la mínima autoestima y la elemental defensa de la propia integridad, que repele intensamente a la razón: daría la impresión de que, con total anuencia de parte nuestra y como si se tratara de un entrenamiento, sin importar si ha sido de buen o de mal grado, día tras día y paso a paso fuimos adquiriendo una triple capacidad: primero, la de soportar el dolor físico infligido por tal o cual supuesta “causa”, pero en realidad simplemente porque a un hombre así se le antojó, así aprendió, así se le tolera y aun se le fomenta; segundo, la de aceptar como válida la versión de ellos no sólo sin cuestionarla, sino sin decir ni media palabra; y tercero, la capacidad de seguir adelante como si nada hubiera pasado o fuese menos importante que cumplir las obligaciones que se nos tienen asignadas.

El hecho es que, por desesperante que parezca y de hecho lo sea, sí “estábamos preparadas”: generación tras generación, desde la cuna hasta la tumba fuimos educadas –más preciso sería decir condicionadas– a ser, y sin protestas, la versión real y cotidiana de esa leyenda según la cual fuimos creadas a partir de una costilla masculina: apéndices y, como tales, dependientes del dueño de la costilla, permanentemente a merced de sus decisiones, que en los hechos es decir sus arbitrariedades, antojos, iras y vejaciones. Así lo indica nuestra religión, y con ella en mano hemos sido históricamente moldeadas por el miedo: a la excomunión y la consecuente pérdida del paraíso; a la cosificación y el desprecio en vida; al castigo en alma, pero sobre todo y una vez más, en cuerpo.

No teníamos voz. Es decir, teníamos una, pero nos estaba vedado utilizarla salvo para decir “sí” a una orden masculina; la usábamos nada más entre nosotras, y apenas para decirnos lo mínimo y necesario, nunca o casi nunca lo importante, por ejemplo qué sentimos, qué queremos y qué no queremos... pero sucedió que esa voz nuestra, para ellos tan desconocida, como agua en un estanque se acumuló incesantemente y, de consistir en un silencio tan denso, tan cargado de memoria ingrata, cuando todo se volvió absolutamente insoportable no se hizo grito, ni siquiera vociferación, y no la dirigimos a ellos, incapaces de escuchar, sino a nosotras mismas: sin dejar de ser propiedad de cada una, nuestra voz se hizo colectiva para manifestarse como lo que siempre había sido y debe ser: puesta en práctica de la reflexión, ordenamiento de las ideas, búsqueda de acuerdos. Fue entonces que decidimos por nosotras, para nosotras. Quizá, sólo quizá, de haber sido posible lo habríamos evitado, pero al final tuvimos que romper el orden establecido; más claramente, sólo concluimos la tarea, pues ese orden monstruoso se rompió tan pronto alzamos nuestra voz.

Ellas hablan, Sarah Polley, Estados Unidos, 2022 l

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