SEMANAL
Los tiempos oscuros del aislamiento voluntario Entrevista con John Connolly
Marcos Límenes, un arquitecto de la pintura José Ángel Leyva
SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 10 DE FEBRERO DE 2019 NÚMERO 1249
LA LECTURA Y LOS MILLENIALS: cómo y qué leer
Juan Domingo Argüelles
LA JORNADA SEMANAL
Ilustración: Juan Gabriel Puga
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LA LECTURA Y LOS MILLENIALS: CÓMO Y QUÉ LEER Los llamados millenials, principales protagonistas de las redes sociales –y no sólo ellos sino literalmente todo mundo–, parecieran víctimas irremediables de la banalidad y la superficialidad imperantes en la mitificada era digital, que privilegia atributos como la interconexión total y una enorme rapidez, por encima de la calidad del contenido y la veracidad de la información circulante. Al hablar acerca de cómo y qué se lee actualmente, Juan Domingo Argüelles pondera la necesidad de revisar y corregir las anomalías y distorsiones que nos alejan cada vez más del análisis y la reflexión de las ideas.
LOS TIEMPOS OSCUROS DEL
VOLUNTA
Entrevista con John Connolly
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción
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Pudiera decirse que el irlandés John Connolly (Dublín, 1968) ha revolucionado el género negro al introducir elementos sobrenaturales, partiendo del hecho de que el protagonista de sus cerca de treinta entregas, Charlie Parker, es un renacido; alguien que retornó a la vida para darle batalla a fuerzas no necesariamente terrenales. En su más reciente novela, Tiempos oscuros (Tusquets, México, 2018), Parker habrá de enfrentar a toda una comunidad que habita un lugar apartado del resto de la civilización, pero no tienen empacho en imponer su presencia en lugares públicos y cobrar rencillas en una forma por demás espeluznante. Pese a su relativa juventud –apenas cincuenta años cumplidos–, Connolly es un autor a quien podría definirse como “legendario”, que con gran afabilidad y paciencia habla aquí respecto a esta obra que remite más al gore de Clive Barker, que al horror psicológico de Stephen King.
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Eve Gil
-¿ P De origen irlandés pero ya casi radicado en Estados Unidos, este narrador consumado de novela negra y de terror habla aquí sobre su última obra (Tiempos oscuros), sus procesos de escritura, cómo surgen o encuentra a sus personajes y sobre la supervivencia del escritor, porque, afirma, “al tener una novia con dos hijos, tres perros y una hipoteca, necesito ganarme la vida”.
or qué decidió ubicar los casos de Charlie Parker en América y no en su país natal? –Los autores irlandeses no se sienten cómodos con lo sobrenatural, y tampoco escriben muchas novelas de crimen, muy ligadas al racionalismo. Después de la revolución discutimos el futuro de nuestra nación, y la literatura forma parte importante en esta discusión. Posiblemente la ficción de género no es tan significativa entre mis paisanos porque están muy clavados en temas como nuestra relación con los ingleses, o la opresión política y religiosa, y a mí nunca me han interesado esos temas (aunque los abordo someramente en esta nueva novela). La ficción de género que se escribe en Estados Unidos me brindó una salida, no sólo por lo que respecta a la escritura: también una salida física, pues paso allá gran parte del año. Por supuesto, a donde quiera que vaya cargo mi historia cultural, mi educación, mi fascinación por los mitos de fantasmas irlandeses. –Hablemos de Charlie Parker, ¿cómo nació y si es casualidad que lleve el nombre del afamado jazzista? –El nombre fue casualidad. Se me impuso desde que escribí la primera novela y lejos estaba de
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AISLAMIENTO
ARIO
imaginar que llegarían a ser treinta… ¡y las que faltan! No comencé con un plan, ignoraba que aparecerían Ángel y Louis (los sociópatas simpáticos que asisten al protagonista). Voy descubriendo a mis personajes, casi como un lector ajeno al proceso de escritura. Tengo muy claro el tipo de escritor que quiero ser, aunque reconozco que, al tener una novia con dos hijos, tres perros y una hipoteca, necesito ganarme la vida. El año pasado publiqué una novela muy literaria titulada He, una biografía imaginaria de Stan Laurel, y vendió muy poco en comparación. La verdad es que, al margen del dinero, me gusta reencontrarme cada tanto con Parker, Louis y Ángel. –En casi todas las novelas policíacas hay uno o más asesinos; una o más víctimas. Pueden variar muchas cosas… pero no el hecho de que existe un crimen que resolver y una pista que seguir. Ésta, sin embargo, interpone una tercera pared. No es “alguien” sino “algo”, lo que hay que exterminar. –Para mí el placer de la escritura es un proceso de exploración y, por lo mismo, cada cuarenta mil palabras quiero abandonar el libro porque surge la duda: ¿en verdad mi meta consiste en alcanzar las setenta mil palabras? ¿O lograr que mis lectores queden plenamente satisfechos? Esta duda forma parte de la vida creativa. Cuando hablo con los lectores más jóvenes que anhelan escribir les digo que necesitan terminar todo lo que empiezan, porque algo sin terminación no tiene propósito ni lugar en el mundo. Michael Connelly me dijo, hace muchos años, que conforme avanzaba en la escritura de Luna funesta, más convencido se sentía de que había tomado el camino equivocado, así que la recomenzó desde cero. Es posible que existan muchos caminos equivocados y sólo uno sea el correcto…pero cada quien toma la elección de hasta dónde y cómo
Voy descubriendo a mis personajes, casi como un lector ajeno al proceso de escritura.
quiere llegar con una historia, a sabiendas de que nada puede ser perfecto. –¿Por qué ha optado por enlazar la novela de detectives con el elemento sobrenatural, el gore, el terror? –Cuando era joven me gustaban los cuentos de fantasmas, por encima de las novelas negras, y cuando comencé a escribir se me dio en forma muy natural un mestizaje de géneros. El género negro es producto de la Ilustración, de la certeza de que es posible comprender a las personas y sus motivaciones. Pero la gente no siempre es racional, y ante esta premisa sufrimos una tensión entre racionalismo y pensamiento mágico. Creo que la primera novela negra que juega con ambas opciones es La piedra de la luna, de Wilkie Collins. Tenemos también a Edgar Allan Poe, el hombre menos racional del mundo, que terminó mezclando lo detectivesco con lo sobrenatural. Arthur Conan Doyle creía en hadas y en fantas-
El novelista John Connolly
mas y asistía a sesiones de espiritismo porque quería hablar con su hijo y su mujer muertos. –Hábleme de El Tajo, ese pueblo de escasos habitantes sobre el que desarrolla toda una genealogía. ¿Cómo surge la idea de emplearlo como punto de referencia de los hechos aquí planteados? –En muchos países, no sólo en Estados Unidos, comienzan a extenderse las comunidades cerradas que no creen tener obligación hacia los que son o piensan distinto. Sienten la poderosa necesidad de proteger la esencia que los identifica y los une, y esta secta es la manifestación más extrema de dicha tendencia. Yo lo considero una metáfora de uno de los grandes problemas actuales en las sociedades “civilizadas” l
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MARCOS LÍMENES, UN ARQUITECTO DE LA PINTURA Retrato trazado en el espejo de la conversación, de un artista visual chilango que habla de sus varios orígenes y de la exigencia espiritual e intelectual que le impuso una enfermedad de la piel; que también es escritor y se vincula a la estética de Robert Wilson, multifacético en las artes, y por eso declara que “le encanta la idea de una atomización concentrada, de una pluralidad convergente”.
José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Mi modelo es la estética de, esa unidad de oficios concentrados en un mismo propósito escénico, plástico, musical, donde humor y poesía se conjugan en un mismo acto. Pintar, dibujar, escribir, ensamblar, componer, filmar, interactuar, conceptualizar, ejercer el oficio de hacer arte, simplemente eso, crear. Me encanta la idea de una atomización concentrada, de una pluralidad convergente.
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oy descendiente de la diáspora en un noventa y seis por ciento, según el estudio genético que me obsequiaron mis hijos. Esa generalización metafórica no contribuye mucho a comprender mis verdaderos orígenes como artista, aunque satisfacen una curiosidad ociosa: soy, por todos lados, descendiente de judíos. Nací en Ciudad de México, antes Distrito Federal, en 1957. Soy totalmente chilango, y como tal nunca he tenido dificultad de adaptarme a otras ciudades y otros países donde he habitado por largos
períodos, como París y Lima. Pertenezco a una minoría cromática, soy pelirrojo, aunque ya un poco encanecido, es decir, canirrojo, lo cual siempre me ha hecho aparecer como extranjero en América Latina, no se diga en México, donde a menudo me preguntan dónde aprendí a hablar tan bien el español. Me inicié en las artes plásticas durante mi adolescencia, pero con el deseo de ser escritor, quise también ser actor –me han dicho que escribo mejor de como actúo–, he realizado guiones para museos de historia natural y he trabajado para la televisión. Sin duda, hoy lo sé, lo mío son las artes visuales. Soy, en el mejor de los sentidos, un mirón profesional, para ir con los tiempos que corren. Desde que estudié dibujo con el maestro Gilberto Aceves Navarro y fui becado por el gobierno francés para estudiar grabado en la Ecole Nationale Superieure des Beaux-Arts (Escuela Nacional Superior de las Bellas Artes), supe que mi curiosidad y mi conocimiento no podían limitarse a saber mucho de artes plásticas y muy poco de otras disciplinas. Nada del arte, de
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la literatura, de la ciencia, de la política, de la filosofía, de la historia me era ni me es ajeno. Quizás por ello tuve el impulso de escribir La serpiente roja. Vivir con pitiriasis rubra pilaris (2008) luego de manifestarse en mi organismo una rara enfermedad que alteró rabiosamente las células de mi piel; hiperqueratosis, la denominan los especialistas. El origen de la patología es desconocida, no es un cáncer, pero se comporta de manera semejante. Esa hiperproducción de queratina provoca un recambio acelerado de la piel, una descamación que trae consigo una comezón irrefrenable, hinchazón, engrosamiento de palmas y plantas de los pies y una resequedad que, si no se lubrica permanentemente, genera llagas. Durante años viví enfundado en “traje sauna” y bajo capas de aceite de oliva y otros lubricantes recomendados para evitar la resequedad extrema, la ansiedad, la compulsión a rascar. Lo de serpiente roja es, además de que pitiriasis viene de pitón, por el recambio permanente de piel y por el eritema, es decir, por el enrojecimiento e inflamación de la dermis. Eso comenzó a suceder en 2003 y remitió un ochenta por ciento en 2008-2009. Después de ese largo período, o durante éste, cambió mi percepción de la velocidad. Comencé a concentrar más la atención en ciertas escenas, en ciertas dinámicas, en determinados movimientos donde la velocidad exterior no impide ver con mayor detenimiento cada cambio, cada detalle específico de las cosas. Quizás porque requería observar sin tanta premura lo que mi organismo desechaba con tanta urgencia. En un día mudaba varias veces de piel. Quienes estaban
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junto a mí se percataban de cómo emanaban de mi cabeza, de mi cuerpo, nubecillas de escamas; como caspa, pero más copiosa. El miedo, la vergüenza, la timidez de ser observado y evidenciado en mi patología me obligaba a entrar más en mí y a exhibirme, a visibilizar el cuadro clínico a través de apuntes a manera de crónica, pero sobre todo con dibujos y pinturas que narraban el proceso del padecimiento. La enfermedad vista por el propio enfermo, y no por los médicos y especialistas. El editor, Mauricio Ortiz, acogió el proyecto en su colección Quirón. Un libro de artista, doliente sí, mas lúdico y lúbrico a la vez. Lo instantáneo con su propia narrativa me obligaba a dibujar mi entorno, mis estados de ánimo sometidos a la necesidad de moverme en el humor, que no trivializa, no banaliza, pero le resta gravedad al sufrimiento. Con la pitiriasis comencé a informarme y a profundizar en la experiencia de otros enfermos en sitios de internet donde intercambian experiencias y consejos básicos, como cortarse bien las uñas para rascarse con la yema de los dedos y disminuir el daño. “Incurable” es la palabra más devastadora, la que impone la derrota. No soy creyente, pero envidiaba que los demás hallasen consuelo en semejante idea. Quizás mi agnosticismo y mi tendencia a la duda liberaban el humor, la ironía y hasta el sarcasmo con mi propia vulnerabilidad. El tiempo es así; mientras un proceso se desarrolla aceleradamente, otros transcurren con mayor lentitud. Cuando recibí la beca del Sistema Nacional de Creadores advertí ese cambio de mirada, de valoración de los ritmos. Pensé en esa larga escena del filme Ifigenia, del griego Michael / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA
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Cacoyannis, en la que el ejército permanece inactivo, pero con las armaduras puestas, durante días, a la espera de vientos para ir al encuentro con la historia y el mito de Troya. El dolor de Agamenón ante el inevitable sacrificio de Ifigenia, su hija mayor, anunciado por el Oráculo, y la impotencia de Clitemnestra, su madre. Mientras, el calor, el mar, los cuerpos masculinos, el regodeo de la cámara en sus atléticas musculaturas. Eso me condujo a escribir y dibujar Antes de la batalla y recrear la dinámica de una imagen congelada en la historia, un entrecruzamiento de tiempos entre lo que se cuenta y los actores, entre el espacio, que es el mismo, y el tiempo del filme, del rodaje. Una y otra espera transcurren por mi mirada, en mi trabajo artístico y literario. Antes de la batalla (2014) es mi propio impasse creativo, como quien baja y sube una escalera sorprendido de cada peldaño, de cada esfuerzo, del peso corporal sobre la rodillas, de la sombra que se quiebra en la geometría del plano inclinado, mientras otros ascienden y descienden raudos, ajenos a la lucidez parsimoniosa del testigo o personaje. Algo que experimento y narro en Vestidos bajando la escalera, mi novela virtual (2015). En septiembre de 2018 expuse Canto de sirenas, en la Fonoteca Nacional. Es verdad, sólo hay un cuadro que representa la figura mitológica y el resto, la mayoría en pequeño formato, se aleja alegremente del título, o quizás no. Pero eso es lo que observa el espectador. Desde que una diplomática me dijo que mi apellido paterno, Límenes, tiene orígenes griegos, que significa orilla, límite, confín, comenzaron a soplar vientos hacia el Egeo. En realidad mis antepasados provienen de Ucrania, pero nunca he podido establecer su referencia, por tanto, el mito es un buen lugar para situar su inicio. Me he inventado un origen, o lo he sumado a los demás. Supongamos pues que antepasados míos pasearon sus genes por Tesalónica luego de abandonar la España de los Reyes Católicos y llevar consigo una lengua tierna y balbuciente, el sefardí, y transfigurar su apellido hasta convertirlo en Límenes, límites, fronteras, confines. Ese Mare Nostrum de los romanos, ese azul de los Helenos pasó por la memoria de mis genes y dejó en mí la sensación de sed, de nostalgia de mar, de placentero extravío tras el canto de sirenas.
Un amigo, artista plástico y diseñador, me ha dicho que cada uno de los cuadros tiene su propia dinámica y es en sí un punto de partida. Algo así como una identidad fragmentaria. Me quedé pensando, ¿no serán acaso éstos los cantos de sirena? La invitación irresistible al riesgo, a lo desconocido. No lo sé, quizás sean pensamientos visuales, porque a veces descubro que le pongo razonamientos a los ojos, como escenas fijas de un guión cinematográfico o de un diario de sueños. El canto de las sirenas es también el anuncio estridente de las patrullas y ambulancias con sus anuncios de violencia y de muerte, de enfermedad, de urgencias. Un imaginario urbano donde confluyen los límites de la realidad con el miedo y la fantasía, el deseo con el horror, la urgencia con la calma. Mi modelo es la estética de Robert Wilson, esa unidad de oficios concentrados en un mismo propósito escénico, plástico, musical, donde humor y poesía se conjugan en un mismo acto. Pintar, dibujar, escribir, ensamblar, componer, filmar, interactuar, conceptualizar, ejercer el oficio de hacer arte, simplemente eso, crear. Me encanta la idea de una atomización concentrada, de una pluralidad convergente. Me acusan de ser muy cerebral, y debo serlo en parte, pero no es la necesidad de explicarme algo lo que me lleva a diferentes rumbos, sino la curiosidad, la interrogante, el deseo, la intriga, el canto imaginario de las cosas, el tiempo que habita en cada imagen, en cada objeto. Desapareció el conflicto, ya no tengo crisis. Ahora comienzo algo y no me preocupa dónde me entretengo, dónde me desvió para arribar a otros destinos, a los confines de mí mismo. Soy un arquitecto de la pintura, me interesa la construcción y el cálculo, pero como soy pintor, todo se sale de control. Mis cuadros se ensamblan como un rompecabezas, cada fragmento exige un tratamiento y técnicas diversas, cuya lógica es que sólo al armarse adquieren significado. En un sentido más amplio soy un artista visual. Por fortuna la pitiriasis ha remitido de manera considerable o considerada, y mi piel no cambia con tanta rapidez como mis impulsos creativos. Ahora duermo más y sueño en abundancia. Se dice que todo poeta es un ser en el exilio; pienso que los
Ilustraciones de la obra Antes de la batalla, 2014
artistas igual vivimos esa sensación fronteriza, ser y no ser de un solo sitio. Cuando tuve conciencia de mis deseos, de mis necesidades creativas, esta noción se intensificó y supe que podemos nacer en otras regiones del mundo, a veces sólo en la imaginación. Ser hijo de la diáspora me coloca no sólo en una identidad genérica, demasiado amplia y a la vez muy específica. Pertenezco a la tradición del viaje, del estar en una búsqueda y una espera interminables, de un recambio incesante. Soy Marcos Límenes Rosenfeld, sobreviviente del insomnio l
Este texto es una recreación libre de diversas conversaciones con el artista y aproximaciones a su obra.
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LECTORES DE REVISTAS:
la bitácora de lo que ya no está
A pesar de ser con frecuencia efímeras y muy vulnerables a las presiones del tiempo y las exigencias del dinero, hay revistas que no sólo sobreviven sino también se vuelven objetos de culto y hasta de fetichismo, como se afirma en este artículo, sobre todo respecto de una que, para fortuna del autor, aún se niega a publicar su último número: Tierra Adentro.
José María Espinasa |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
E
en recuerdo de Enrique Romo
n otros momentos he señalado la enfermedad que aquejó a muchos de los lectores de mi generación: la lectura de revistas. Uno de sus síntomas era la pasión por coleccionarlas. Pero termina siendo una pasión devoradora. Tengo un amigo que tiene toda la Gaceta del fce a través de sus distintas épocas, otro la colección completa de Cuadernos Americanos, otro la de la Revista de la unam. Sé que están ahí y se lo agradezco. Todos esos enfermos le hicimos un altar a José Luis Martínez cuando, como director del fce, publicó la colección de facsimilares de las revistas literarias mexicanas del siglo xx. Yo guardo, incompleta (me falta un número) la de la revista Plural bajo la dirección de Octavio Paz, y la de Vuelta, pero ambas en cajas a la espera de recuperar mi casa afectada por el sismo de 2017. De la “revistofagia” me curé un día que visité a Humberto Musacchio y le estaban haciendo un enorme librero –ocupaba toda una pared– para su colección de la revista Proceso, misma que hoy se puede tener un dvd o consultar en línea. La cultura de los bytes ofrece otras opciones pero ha provocado un alarmante descenso de publicaciones literarias y culturales en papel. Cuando me fue imposible seguir coleccionado revistas me deshice de muchas en el molino conservando sólo el primer número como fetiche. Con los años aprendí que más bien el número que había que conservar era el último y por eso ahora no me deshago de un ejemplar hasta que no lo sustituye el siguiente. Es el mismo fetichismo pero invertido. Suelo también guardar sin orden y sin concierto revistas en las que colaboré o en las que he trabajado, y esto viene a cuento porque hace un par de semanas tengo en mis manos el número 231 de Tierra Adentro, revista de la que fui jefe
de redacción cinco años (1990-1995), cuando la dirigía Jorge Ruiz Dueñas, y lo hojeo con miedo de que sea el último. La revista la fundó hace ya cuarenta y cuatro años Víctor Sandoval, primero como revista de la Casa de Cultura de Aguascalientes, luego como órgano de la red de casas de cultura. A fines de los ochenta, bajo la dirección de Ruiz Dueñas, tuvo un enorme crecimiento como revista y se volvió un programa que llegó a tener una colección de libros, programas de radio y televisión, una exposición anual, un programa de becas a revistas culturales de provincia y un encuentro de revistas. Ese programa, con modificaciones, ha seguido vivo hasta el día de hoy (o de ayer), cumpliendo, según mi entender, un papel importante en la presentación y circulación de nuevos artistas y creadores. Por ella pasaron muchos editores y promotores culturales: Saúl Juárez, Eduardo Langagne, Jaime Vázquez, Jorge von Ziegler, Juan Domingo Argüelles, Paola Velasco, Mónica Nepote, Carlos Miranda y Rafael Vargas, entre muchos otros que no me vienen a la memoria. En ella han encontrado cabida muchos jóvenes que velan sus primeras armas, becarios de la flm o de jóvenes creadores, autores de provincia que no tienen acceso a otras revistas, y según me dicen amigos de fuera de la capital, tiene lectores y la revista se agota en el interior del país. Se ocupa también de las situaciones obligadas de coyuntura cubriendo aspectos que otras revistas no tocan. El número objeto de mi temor, con fecha de noviembre-diciembre de 2018 tiene como eje la cultura portuguesa, país invitado de la feria del Libro de Guadalajara. Me decido a abrirlo cuando alguien me dice, ante mi gesto de nostalgia, que el número enero-febrero de 2019 está por aparecer. Ya el 231 no será el último.
El plato fuerte es un dossier doble de poesía de la patria de Pessoa, la primera parte preparada por Blanca Luz Pulido, la segunda por Mijaíl Lamas, que entre ambas reúnen ocho autores contemporáneos de la segunda mitad del siglo xx y principios del xxi, empezando, por Nuno Júdice (una de las grandes revelaciones de la poesía contemporánea en cualquier idioma). De Lamas se incluye también un buen panorama de la poesía portuguesa actual. Entre los varios números dedicados a la literatura portuguesa, el de Tierra Adentro es uno de los mejores. La poesía portuguesa es un paisaje poco explorado y sin embargo fascinante para el lector mexicano. Una revista alcanza una madurez plena y la mantiene cuando su estructura, que como tal se suele repetir número a número, es a la vez lo suficientemente flexible como para sorprendernos y presentarse como novedosa. Eso ha ocurrido con esta revista desde hace ya bastantes años, sin importar los cambios de dirección y de diseño. El período más reciente (me niego a calificarlo del último) estuvo a cargo de Paola Velasco. Lo hizo muy bien. La revista tuvo también una importante colección de libros, el Fondo Editorial Tierra Adentro, primero intermitentemente y a partir de 1990 ya de manera constante hasta llegar casi a seiscientos títulos en su catálogo desde ese año. Uno de los pocos reproches que haría yo a la revista es su portal web. No tiene la revista completa para consulta y es, como se dice, en ese argot, poco amable. Pero esta queja es ya extemporánea, porque, como parece, si la revista dejara de salir, el portal supongo que también estará fuera de la web. No puedo dejar de mirar, ya con melancolía de lector, la portada de este número l
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LA LECTURA Y LO
MIL Crítica sin concesiones a la banalidad y trivialidad que agobian al mundo de internet; del mundo de la “información” y la “interconexión” en detrimento de la formación y el diálogo serio; la fragmentación que conlleva el facilismo y la inmediatez ante la unidad contenida en un libro; la servidumbre del consumo frente a la libertad profunda que se desprende de la lectura meditada que al final conduce a “la gran biblioteca de la historia humana”
Juan Domingo Argüelles ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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: LLENIALS E
n el siglo primero antes de nuestra era, al dedicar sus Poemas a Cornelio Nepote, Cayo Valerio Catulo lo hace de la siguiente manera: “¿A quién le voy a dedicar este librito, nuevo y simpático, con la áspera piedra pómez recién alisados sus bordes? A ti, Cornelio; pues tú solías considerar de algún valor mis obrillas, ya entonces cuando, el único entre los itálicos, te atreviste a explicar la historia universal en tres volúmenes, eruditos, por Júpiter, y laboriosos. Por ello, acepta este modesto librito, cualquiera que sea su valor; que él, oh virgen protectora, sobreviva intacto más de un siglo.” “Librito”, “obrillas” y “modesto librito”, llama Catulo a lo que escribe y publica, e implora a la musa que ese trabajo de la emoción y la inteligencia sobreviva intacto más de un siglo. ¡Pero ha sobrevivido no sólo más de un siglo, sino más de veinte!, y mucho más sobrevivirá, pues mientras los lectores sigan buscando la gran poesía, imperecedera, Catulo estará siempre para ellos. Admiremos el hecho de que la paradójica modestia antigua no ocultase el anhelo, después de haber afinado, laboriosamente, el libro, con la áspera piedra pómez de la exigencia y la autocrítica, de que ese libro sobreviviera algo más de cien años. Hoy, en cambio, los escritores comerciales, más venales que nunca, publican libros desechables que aspiran, cuando más, ¡y no puede ser
CÓMO Y QUÉ LEER
más!, al instante apoteósico de algunas semanas o algunos meses, en las manos de lectores que tampoco aspiran a más que a ese entretenimiento banal que no deja ningún poso de cultura antes de pasar, vertiginosamente, al olvido. Jorge Luis Borges advirtió que escribir un libro con el único propósito de escribir un libro es el peor motivo para escribirlo, pues “los libros deben escribirse solos, por medio del autor o a pesar de él”. En el caso de la lectura se puede decir algo parecido, tal como lo formuló Stephen Vizinczey: “Leer un libro para poder charlar sobre él no es lo mismo que comprenderlo”, y, a fin de cuentas, es el peor motivo para leerlo. Por otra parte, escribir y leer libros pueden ser dos divertidos pasatiempos, pero, mientras más lo sean, menos conducirán a un proceso transformador de la existencia. Los lectores deben saber que “ningún escritor ha logrado jamás complacer a lectores que no estuvieran aproximadamente en su mismo nivel de inteligencia general, que no compartieran su actitud básica ante la vida, la muerte, el sexo, la política o el dinero”. Lo dijo también Vizinczey.
Página anterior: ilustración de Mario Netzul. Abajo: collage digital de Rosario Mateo.
Desde el surgimiento de internet, el discurso facilista acogió con alborozo lo que se dio en llamar la “democratización del conocimiento”. Se trata de una desmesura. Internet amplió la información, pero no profundizó en ella como para obtener mayor “conocimiento”. Si queremos usar este verbo equívoco (“democratizar”) con su sentido estadístico, lo que se consiguió con internet fue “democratizar”, esto es, ampliar, las fuentes de información, pero también el consumismo y la banalidad, pues si algo caracteriza a internet es la ideología del consumo. Por ello, no deja de ser cómico el entusiasmo ingenuo, por decir lo menos, que ponía Al Gore, entonces vicepresidente de Estados Unidos, en la década del noventa del siglo anterior, cuando afirmaba que “internet es un servicio universal accesible a todos los miembros de nuestras sociedades, lo que permitirá una especie de conversación global en la que cada persona que lo desee podrá decir su palabra”, concluyendo con un símil que raya en la ridiculez: “Veo en ello una nueva edad ateniense de la democracia.” Que cada persona que lo desee diga su palabra, y parlotee a sus anchas sobre todo y sobre nada, está muy lejos de compararse con el ágora ateniense y con la filosofía socrática. Internet no ha servido ni siquiera para “democratizar” la alta cultura libresca, sino, cuando mucho, para chacharear sobre lo que se ha leído, que es la peor razón para leer un libro. ¡Y hay que ver, además, sobre qué clase de libros se chacharea! A decir de Bruno Estañol, para un lector empedernido, para un lector irreductible, “la vida es una lectura y una escritura interminables. Es mejor leer y escribir que vivir una vida plena de aventuras”. Para quien ya conoció los libros y se prendó de ellos, vivir sin libros es una existencia muy poco interesante. Leer, en serio, aunque se comience por lecturas de “actualidad”, más temprano que tarde tiene que llevar a la gran biblioteca de la historia humana: al canon, donde está depositado y conservado el conocimiento, que se reactiva y vivifica con cada lector, y si la lectura no conduce a esa biblioteca, es bastante probable que estemos perdiendo el tiempo. ¡Muy nuestro gusto, esto es verdad! Pero sólo la lectura de las obras y los autores canónicos es la que puede mostrarnos por qué hay tanto libro y tantas lecturas que no son indispensables. Harold Bloom ha escrito: “La Edad de la Información pone énfasis en la pantalla –el cine, la televisión, el ordenador personal–, y el libro elec/ PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA
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trónico parece ser una alternativa al libro impreso, [pero] mis alumnos de Yale tienen el mismo talento que sus predecesores, y sin embargo han leído menos.” Es fácil saber por qué han leído menos: en la era de la información se pierde el tiempo en las infinitas fruslerías que ofrece internet, y quienes no leen libros en papel tampoco lo hacen en pantalla: se solazan en el ancho mar de los retazos; desdeñan, cada vez más, la integridad de la obra, la unidad del libro. Por lo demás, como concluye Bloom, “la cuestión fundamental, el meollo de todo el asunto, es qué se lee”. Los nativos digitales superpueblan las generaciones que han perdido por completo la noción de intimidad; ésas que únicamente le encuentran sentido a las cosas, y especialmente a su vida, si las convierten en un espectáculo para la atención global. Se aburren de lo “íntimo”, y su mayor aspiración es que “todo el mundo se entere” de sus “secretos” que, por supuesto, han perdido su preciso significado: “Oculto, ignorado, escondido y separado de la vista o del conocimiento de los demás.” La vida espiritual, que es parte del “yo” intransferible, no tiene importancia para ellos: para que sea importante debe “viralizarse”, convertirse en trending topic. Su mayor aspiración es ser protagonistas: los reyes de las redes sociales, y no les avergüenza lo que tengan que hacer para conseguirlo. Para esto usan la escritura y la lectura las generaciones digitales. Un ejemplo es la siguiente “carta”, muy reciente, que una supuesta joven llamada Andrea, de veintiún años, escribió en una bolsa de papel (sintomáticamente, de las que se usan para el vómito, lo cual no puede ser más simbólico) que dejó, con todo propósito, en un avión, para que “alguien” (otro pasajero) la encontrara y la difundiera por medio de las redes sociales: Si estás leyendo esto, hola :). Mi nombre es Andrea y estoy increíblemente aburrida. Justo ahora este vuelo va de Miami a d.c. Tengo 21 años. Compré el boleto anoche a las 4 a.m. porque estoy muy enamorada de mi mejor amigo. Él está volando de Boston a Nueva Orleans y tiene una escala en d.c. De hecho, yo vivo en d.c. y de todos modos iba a viajar pronto, así que pensé: ¿por qué no sorprenderlo en el aeropuerto durante su escala? Le voy a decir que estoy enamorada de él. Audaz movimiento, ¿cierto? Pero, mira, en cuatro días voy a irme a Australia por un semestre y no lo veré en cinco meses, así que realmente es la última oportunidad que tengo. Realmente no sé lo que voy a decir, pero voy a hacerlo. ¿Por qué no? Es decir, me voy, así que ¿a quién le importa? No lo sé. Deséame suerte quienquiera que seas. Sí, sí, soy patética por escribir esto en una bolsa de basura, pero estoy aburrida, mi wifi no funciona y estoy nerviosa como una mierda, así que este es mi desahogo. El enorme Starbucks bombeado con cafeína probablemente tampoco ayuda. De todos modos, espero que esto haya hecho que tu vuelo sea un poco menos aburrido. Hazme un favor y hoy haz algo loco como yo. Buena suerte, quienquiera que seas. Andrea.
Parece una confesión apócrifa; demasiado pensada, en cada palabra, y del todo efectista. Pero, aunque la tal “Andrea” pueda ser un invento de otro internauta que busca llamar la atención y crear una “historia viral”, dicho internauta (y no, necesariamente, una persona; bien puede ser una empresa publicitaria) sabe muy bien que, en la sociedad del espectáculo, cuya plataforma es internet, estas historias bobas corren como el fuego sobre caminos de pólvora. En primer término, es absurdo y estúpido esperar que la “carta” que se deja en el avión
sea encontrada por otro pasajero que abordará esa misma aeronave. ¿No saben, acaso, muchos millennials, que, antes de cada abordaje, el personal de limpieza recoge toda la basura y los objetos olvidados que dejan los anteriores pasajeros? (A lo mejor no lo saben, puesto que, cuando salen y regresan de su casa, encuentran sus habitaciones exactamente como las dejaron.) En segundo lugar, la ficticia o auténtica “Andrea” da por hecho que las cosas han salido como las imaginó, pues se está dirigiendo a un pasajero, o pasajera, que ha encontrado y está leyendo su “mensaje”, y hasta le sugiere que haga “algo loco” como ella. Pero, como era de esperarse, quien encontró el “recado” fue una de las encargadas de la limpieza de la aeronave y, previsiblemente, también alguien loca por este tipo de historias en las redes sociales, y fue ella la que lo dio a conocer, según las “notas informativas” que se publicaron, en la red social Reddit, de donde saltó a los periódicos y a los diversos sitios de internet para el entretenimiento de quienes se ocupan de estos chismes porque no tienen nada mejor que hacer. Toda esta historia tiene la pinta de ser una chambona tomadura de pelo, pero refleja, perfectamente, la realidad de una sociedad extasiada
Collage digital: Brenda Moncada
por el vacío, el aburrimiento, la tontería, la frivolidad y la banalidad, entre otras simplezas, pues, hoy, según la información, “todos están buscando a Andrea, para saber cómo ha sido el desenlace de esta historia de amor”, y Yahoo! Noticias se congratula, para mayor solaz de los bobos: “Los finales felices y las historias románticas nos gustan a todos, y ese es el motivo por el que todo el mundo en las redes está buscando el paradero de Andrea.” Tal es el espejo en el que se mira nuestra empobrecida sociedad. El ser humano se ha vuelto esclavo de la banalidad y las tecnologías digitales, en una huida, delirante, de la profundidad que aportan siempre las humanidades. Es justamente hoy cuando más sentido cobra la forma en que Marx termina el prefacio de su tesis doctoral Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro. Nos recuerda Marx lo que Prometeo, el liberador, condenado y encadenado, le dice, con dignidad, a Hermes, esclavo servidor de dioses: “Has de saber que yo no cambiaría mi mísera suerte por tu ser vidumbre.” l
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JUAN RULFO EN EL CINE Y LA FOTOGRAFÍA Juan Rulfo. Estudios sobre literatura, fotografía y cine, José Carlos González Boixo, Cátedra, España, 2018.
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LA PASIÓN DE FAUSTINO CUSÁRARE Semana mayor, Alejandro Anaya, uam , México, 2017.
Antonio Rodríguez Fernando Martínez Ramírez ACABA DE APARECER un libro muy interesante que aborda, desde el punto de vista crítico, todo el conjunto de la obra de Juan Rulfo, pero muy especialmente los aspectos esenciales sobre un Rulfo más desconocido, donde se ponen de relieve textos poco publicitados del autor mexicano y aspectos cruciales de su fotografía y de su amor al cine. El volumen es de José Carlos González Boixo y se titula Juan Rulfo. Estudios sobre Literatura, fotografía y cine, editado en Madrid por Cátedra. El autor subraya la importancia, igualmente, aunque menos reconocida, de El gallo de oro, que si bien se trata de una novela escrita en 1956, no se publicó hasta 1980. Asimismo, González Boixo se ocupa del análisis de los textos de cinematografía, además de obras que destruyó basándose en su afán perfeccionista, lo que ha llevado a que sus lectores no decaigan, incluso bien entrado ya el siglo xxi; de ahí lo oportuno de la edición de este estudio, posiblemente uno de los más globalizadores y completos del conjunto total de la obra de Rulfo. Se han realizado numerosas exposiciones fotográficas de su autoría. Se trata, pues, de una faceta relevante que permite tener una mejor perspectiva de conjunto sobre su personalidad artística. Boixo defiende en su libro la necesidad de desvincular la fotografía de la literatura como dos facetas diferentes, ya que la fama de narrador es tan grande que la fotografía parece una labor secundaria. Pero Rulfo se planteó la fotografía con la misma intensidad artística con la que afrontó la escritura, e incluso pensó en el oficio de fotógrafo como profesión. Boixo destaca que ambas facetas se iluminan mutuamente. Respecto a la relación de Rulfo con el cine, escribió sinopsis de argumentos,
diálogos de personajes y guiones literarios, aunque no llegó a escribir guiones cinematográficos en su sentido estricto. Resalta el autor de la monografía sobre Rulfo que aunque El gallo de oro es una novela, la escribió teniendo presente su destino cinematográfico. En el autor de Pedro Páramo siempre está presente su interés por aportar novedades a un cine mexicano que se estaba anquilosando a finales de los años cincuenta. En este libro se aclara la participación de Rulfo en el cine, un tema hasta ahora sólo al alcance de especialistas y que él trata de dilucidar y poner sobre la mesa, ya que sobre el mismo se sigue investigando y ofrece sorpresas. El volumen establece una recapitulación de la obra de Rulfo y hace una actualización sobre su estado general en el siglo xxi . Estudia en profundidad su trayectoria hasta 2018, citando las obras cruciales realizadas en sus diversas ediciones y lo que cada una aportó en su oportunidad. También destaca el autor las diversas entrevistas de Juan Rulfo y la necesidad de que aparezcan recapituladas en un volumen, ya que ofrecen claves para entender mejor su obra. El estudio de las fotografías es sorprendente, incluso le dedica entero el capítulo ocho, en el que hace un análisis exhaustivo de las mismas y reproduce doce de ellas, que son de una calidad extraordinaria. El capítulo de la cinematografía también es muy completo y clarificador. Merece, pues, la pena redescubrir a Juan Rulfo, a pesar de que parezca que ya todo estaba escrito ●
FAUSTINO CUSÁRARE es un hombre solitario: su madre murió hace quince años, su hija no lo visita. Forma parte de una estirpe en la que todos los hombres se llaman igual, no por alcurnia, para repartirse el destino de la misma manera. Debe regresar a Zacualpan para ocuparse de un primo: la mujer que lo cuida no quiere hacerlo más. Antes leeremos en voz de un narrador omnisciente el pasado de Faustino y la raza zacualpeña, el cual nos será entregado en cuadros que delinean la historia que tenemos entre manos. Con estos saltos temporales, el narrador entrega las razones que necesitamos para ver regresar al profesor Cusárare. Ante nuestra mirada fascinada por la prosa, el pueblo se va convirtiendo en un lugar pródigo, confuso, entrañable y maravilloso. Por momentos nos recuerda a Macondo. Otras veces parece Comala, no por su fuerza metafísica o su simbolismo estrambótico, sino por ser una expresión abigarrada del poder obsceno y de la riqueza ignorada del México profundo. Surge así la historia del jagüey, rincón de agua envuelto por un volcán donde se atrapan seres prodigiosos para un señor que es dueño de la vida y de la muerte. Al jagüey van Faustino y su primo, tienen trece años. De ahí emerge la figura de un joven apodado El Veloz, quien tiene una conexión con la naturaleza: habla con ella, la siente, aunque ponga ese saber al servicio de su jefe poderoso. Es Veloz, pero de conversación somnífera, y con ella vuelve locos a quienes se atreven a escucharlo. Las lagunas del jagüey tienen poca agua, límpida como el volcán. La sobreexplotación de esos mantos lleva a que ese paraíso muera lentamente. En un intento por hacerlo resurgir, se cavan rutas a fin de llevar agua al paraíso. Entonces aparecen restos óseos de dinosaurios y una fosa clandestina. Todo estalla, y en ese rincón cualquier cosa es posible, como si El Veloz representara la palabra premonitoria que diera origen a un mundo yuxtapuesto, donde convivirán el milagro y la infamia, el infortunio y la barbarie, la pobreza y la magia. Estamos ante un relato analéptico, saltarín en el tiempo, ante una prosa intensa y alegórica que va creando atmósferas, estados de ánimo. La mirada del narrador se confunde con la de los personajes: se siente a gusto con su lenguaje lleno de metáforas, excepto cuando hay diálogo directo: ahí se construye cierta verosimilitud ligada a la oralidad, se recupera el color autóctono de la lengua. El narrador, sin embargo, es culto y poeta, solidario y conmovedor: conoce los cuentos de Hoffman / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA
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EL FELINO ARTE DE ESCRIBIR LA PASIÓN…
Gatos ilustres, Doris Lessing, Grijalbo, México, 2018.
/VIENE DE LA PÁGINA 11
Vanessa Téllez
SI UNO SE dejara llevar por las portadas de los libros que pasan frente a nuestros ojos, quizá dejaría pasar verdaderos prodigios, o peor, terminaría enganchado de algo que en la portada se prometió pero en cuyo interior es inexistente. Este es el caso de Gatos ilustres, de Doris Lessing. El libro, en cuya primera hoja se ofrece una radiografía del anunciado felino, desbordará variadas descripciones que, no obstante lo festivo de la portada, será muchas cosas menos apacible. Si hubiera que elegir un adjetivo para describir la lectura de Gatos ilustres, sería “flexibilidad”, término que además señala una de las principales características del personaje principal que aquí, por otra parte, tiene muchos nombres e identidades propias. Gatos ilustres es un libro que, en efecto, habla de gatos, pero cuyo propósito en realidad es contar algo más que las peripecias o travesuras gatunas. Lessing de ninguna manera es sentimental; no realiza retratos amables de sus personajes humanos o animales, sino que observa desde el exterior o en primer plano ambas naturalezas y, sin querer, las compara más de una vez, concluyendo que es el hombre, por su naturaleza cruel, quien termina perdiendo. Los gatos aquí descritos no van por la historia buscando amor o gloria, sino simplemente apegarse a su instinto básico que consiste en sobrevivir. Quizá la mayor cualidad de este libro sea que, no obstante las historias descritas, carece de sentimentalismo, y en lugar de eso nos regala la exultante capacidad de análisis de su autora, quien deja al descubierto su propia vida. Lessing se acerca a experiencias propias usando un gancho, y el gato en turno que la acompaña vive, a su vez y a su manera, su propio drama. Una de las líneas constantes en la escritura de Lessing es que parece siempre hablar de sí misma, aun cuando no lo esté haciendo en realidad, pero claro, esta es una trampa porque de algún modo o de otro los escritores siempre hablan de sí
mismos. Gatos ilustres es un libro vivencial de Lessin narrado desde los muchos ángulos que ella misma va perfilando en los gatos que entran y salen de su vida. El libro recorre minúsculas islas de supervivencia que se reconocen por la adaptabilidad o destreza de estos seres misteriosos, que van de un extremo a otro, pero sin despegarse jamás de su naturaleza mística. Si bien las mudanzas descritas en el libro no van adjuntas a experiencias dolorosas, cabría preguntarse qué mudanza es ajena al dolor que supone el desapego. Lessing parece obsesionarse con los gatos para dejar esa otra obsesión de lado, o quizá para mantenerla bajo control. Por lo tanto, hablar de los gatos que se meten en la vida de Lessing es también hablar de aquellas otras figuras que van poniendo distancia. El afán que pone Lessing –reconocida con el Premio Nobel de Literatura en 2007 y fallecida en 2013– en contemplar a su protagonista es esmerado y, a veces, incluso cruel. Los gatos aquí descritos son egoístas, valientes, vanidosos, independientes. El lector puede sentir que la mano de la escritora pasa sobre el pelaje de los felinos citados pero, especialmente, podrá comprobar que es el ojo de la autora la mano que transcurre sobre un gato tras otro sin juzgarlo y, en cambio, presenta las evidencias que la mirada recoge sin amabilidad ni condescendencia. Aquí un párrafo que describe uno de los muchos propósitos de Gatos ilustres: “Comprendí que en la casa acabaría habiendo un gato. Del mismo modo que cuando una casa es demasiado grande se sabe que vendrá más gente a vivir en ella, hay casas en las que tiene que haber gatos.” ●
y el Topos Uranos de Platón, distingue antropológicamente lo sagrado y lo profano. Con todo ello narra. Cada pedazo de historia que cuenta representa un universo particular, alguna forma de zozobra o de esperanza, como si la sucesión temporal no fuera sino un artificio narrativo, porque en nuestra conciencia los recuerdos se superponen como en un palimpsesto. Al principio nos sentimos un poco perdidos en medio de estas microrrealidades. Pero la trama fluye inexorable hacia el presente y la Semana Santa se convierte en el hilo conductor. En medio de estos saltos, el asidero siempre es la Semana Mayor, donde el joven Cusárare parece un espectador hipnotizado por la carnavalización de su pueblo, y cual etnógrafo, primero se siente ajeno a ese mundo, pero va cediendo y haciéndolo suyo, pues forma parte de esa farsa de poder, de esa estirpe faustina que lo marca para regresar a su axis mundi, aunque sólo sea para cuidar al primo inválido. Zacualpan se convierte en personaje carnavalesco y sombrío. La cima de esta polifonía llega en Viernes Santo, durante el cual se tiene la costumbre de castigar a un criminal que disfrazan de ecce homo, lo golpean para purgar las culpas de todos los que se piensan inocentes. Nadie quiere saber la verdad, nadie puede vivir con ella, y la crucifixión del presidiario es un acto de purificación por parte de una turba enajenada, víctima de un sortilegio que viene del jagüey, o del volcán, o del pasado... Con la Pasión de ese “Cristo”, los zacalpueños quedan listos para continuar siendo explotados por la eternidad. Han tomado venganza, purificado su desgracia. La Semana Mayor representa la metáfora del poder, el espectáculo poético y ominoso de un mundo siempre igual. El narrador ha jugado con nosotros mediante un dulce patetismo donde salen perdiendo los buenos. Pero lo dice con poesía. La excelente prosa sirve para construir con delicadeza orgiástica la explotación y el engaño, la frustración y la ignorancia. Descubrimos, azorados y furiosos, cómo serán las cosas siempre. Somos testigos de un universo maniqueo, donde los malos lo son porque así tiene que ser, y los buenos lo son porque no saben qué hacer con su inocencia. Ambas como condiciones mitológicas, como estigmas ontológicos. Así está ordenado el mesocosmos y sólo hacía falta mostrarlo analépticamente, mediante la imagen de la Semana Mayor. Y cuando por fin la novela comienza a tener coherencia anecdótica, cuando el conjunto de retablos empiezan a cobrar forma, Faustino regresa a Zacualpan, y el mundo recupera su minúscula marcha hacia la vejez, hacia la ignominia… ●
EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO
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FLANNERY O’CONNOR y el don de la escritura Eve Gil
Arte y pensamiento
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Las rayas de la cebra Verónica Murguía
Celebración de los animales SOSPECHO QUE LA primera vez que supe que estaba frente a la belleza fue de niñita, al contemplar un perro. Cuando miro a los bebés gritando “¡El gua guá, el gua guá!”, o tambaleándose tras un gato, confirmo esa sospecha. En esa mirada llena de asombro y alegría hay un reconocimiento y, también, la constatación de una diferencia. Nosotros somos animales, pero afortunadamente no somos la única especie. Solamente la más dañina y la única con posibilidades de reparar los desastres que causa. Amo a los animales con pasión. No me gusta antropomorfizarlos porque precisamente en su no ser humanos radica su hermoso misterio. Aún así, he soñado que me caso con el gato. No con un ser humano con forma de gato. Con el gato, que no hablaba sino maullaba como siempre y al que yo medio comprendía. En mi sueño, incluso –vayan ustedes a saber qué cené esa noche–, yo tenía preocupaciones éticas y legales acerca de nuestra unión, aunque en nuestro matrimonio, por razones obvias, se entendía que no habría relaciones sexuales. En mi sueño había una manifestación amorosa, no una experiencia zoofílica. Me desperté llena de felicidad.
Como decía el poeta Gerardo Deniz, quien amaba a los animales con un brío más vehemente y radical que el mío, “por sueños mucho más tarugos se fundan religiones”. Él tenía un sueño en el que un enorme gato verde envuelto en llamas lo abrazaba, un gato que algo tenía de dios egipcio, de fuerza elemental y mucho de belleza. Quizás algo que se perdió cuando desaparecieron la mayoría de las religiones politeístas fue la cercanía espiritual con los animales. No es lo mismo amar al gato y ser una señora clasmediera que mira videos de tigres y caballos en la computadora, que ser un sacerdote egipcio que oficiaba en los ritos que propiciaban las bendiciones de la diosa Bast, cabeza de gato, protectora de los hogares, destructora de cobras, leona guerrera, etcétera. En los festivales de Bast se hacían ofrendas en los altares a los gatos, mismos que al morir eran momificados y enterrados en cementerios especiales. Hemos perdido esa proximidad llena de respeto, aunque experiencias –extremas– pueden devolverla. En 1940, por ejemplo, dos geólogos alemanes: Henno Martin y Hermann Korn, escaparon de Hitler y de las autoridades sudafricanas para las que trabajaban y se internaron, mal equipados (sus armas eran tan viejas
que resultaron inútiles para cazar), en el cañón del río Kuiseb, en Namibia. Su ocultamiento duró dos años y medio. Al principio soñaban con todo aquello que habían dejado atrás: su patria, sus carreras, libros. Pero laboriosamente, sobre todo en el caso de Henno Martin, su mentes se adaptaron a la vida salvaje. En su libro El desierto protector, publicado en 1957, Martin afirma que sus sueños se poblaron de presencias animales en las que lo humano y lo divino se fundían con la bestia. Dos años y medio bastaron para que dos hombres educados en la ciencia más pura pudieran vislumbrar en los animales ese parentesco fundamental que desapareció con la tecnología. Pero no todo el mundo posee esa inteligencia. Hace dos años leí (entonces con perplejo regocijo, ahora con disgusto) Ser animal, de Charles Foster. Foster, animado por una amiga que se consideraba a sí misma experta en chamanismo, decidió vivir como zorro, nutria, ciervo. Comió basura como los zorros; camarones, como las nutrias; defecó donde fuera, olisqueó cosas putrefactas. El experimento fracasó porque nunca dejó de ser un señor que pensaba en el libro que iba a escribir; que juzga moralmente a los animales, sobre todo a las nutrias y a los gatos, a los que califica de sociópatas, en lugar de verlos como eso, animales. Fue incapaz de imaginar. No que imaginar que uno es un animal sea cosa fácil, pero si no se puede observar con atención, mejor no hacerse el experto. Mejor leer el ensayo ¿Cómo son los murciélagos?, de Thomas Nagel. Es lo opuesto ●
La otra escena Miguel Ángel Quemain
Teatro Sin Paredes, la solidez estética de lo colectivo LA ANTOLOGÍA Teatro Sin Paredes: cinco años de creación colectiva (2013-2018) es una de las piezas de un archipiélago complejo, fecundo y muy rico de un proyecto ejemplar en el ámbito de la escena mexicana, pues ha logrado cumplir de manera articulada los propósitos que le dieron origen como un espacio productor de ideas y objetos estéticos de instalación definitiva en el quehacer escénico mexicano. Desde su fundación, en 2010, han realizado un esfuerzo económico de titanes para mantener el repertorio de ideas vivo, activo, vigente. A pesar de los vaivenes económicos, de lo irregular de los apoyos institucionales y privados, es muy estimulante ver los espacios donde Teatro Sin Paredes tiene presencia, y el mundo incansable de sus publicaciones forma parte de los tres ejes fundamentales de su actividad: la creación, el teatro social y su producción editorial. En los últimos cinco años han publicado varios de los trabajos incluidos en esta antología, y lo han hecho como parte de la indagación de la puesta en escena, así como una forma de poner en manos de un público exigente y sensible la entraña misma de la representación al ofrecer la versión redonda, definitiva editorialmente (escénicamente no hay versión definitiva), del
trabajo de conjunto de un colectivo, como místicamente se refieren a la entrega intelectual y artística que esta compañía hace de sus indagaciones. Lo que publicaron de 2013 hasta 2018 está integrado así: Last Man Standing, de Jorge Maldonado, 2018; Después de Babel, creación colectiva, 2017; Los hambrientos, creación colectiva, 2017; Los náufragos, creación colectiva con dramaturgia de Guillermo León, 2016; 1.12, de Mariana Montero y Paulina Villaseñor, 2015; Siete segundos. In God we trust, de Falk Richter (Dir. Tania Tzoni), 2015; Utopya, creación colectiva con dramaturgia de Guillermo León, 2013-2014. Aunque sea de paso y de modo muy breve, hay que hacer un recuento: previamente a 2013 hay obras muy poderosas y trascendentes: Esquizofrenia, autoría y dirección de Sergio López Vigueras y Daniel Ruíz Primo, 2012; Suave lluvia para heraldos negros, de Javier Malpica, 2012; El que dijo sí, El que dijo no, de Bertolt Brecht, 2011; La inauguración, de Vaclav Havel, 2011; Imam Hussein, de Enrique Olmos de Ita (Dir. Felipe Cervera), 2010; El cielo en la piel, de Edgar Chías, 2010;
Fronteras, de Edgar Chías, 2009; Emigrados, de Sławomir Mrozek, 2008; Un rico, tres pobres, de Louis Calaferte, 2008; La excepción y la regla, de Bertolt Brecht, 2006. Aquí paro este breve recuento de un proyecto que en 2007 inició su trabajo editorial, publicando con modestia los textos que llevaban a escena; lo recogido aquí es resultado del programa editorial Ediciones tsp, que desde 2011 definitivamente marca una relación compleja y rica con la dramaturgia contemporánea, no sólo mexicana. David Psalmón es el artífice de todo esto, y ha involucrado a todos los partícipes como si cada uno tuviera un pedacito del timón. El proyecto tiene la riqueza y la ambición de varios colectivos europeos afiliados a esa concepción de la memoria, la escritura, la reflexión, el patrimonio estético, la organización. Un proyecto muy francés, pero también muy alemán y muy inglés en el modo de cuidar las ideas y la reflexión sobre el quehacer estético, como si se tratara de un ser vivo lleno de misterio que se protege de la mirada codiciosa de los que sólo quieren asomarse por curiosidad a procesos que exigen mucho celo, hermetismo y una alta dosis de espiritualidad. Teatro Sin Paredes ha logrado conseguir apoyos y colaboraciones que muchas entidades institucionales no tienen: universidades, embajadas, bancos, secretarías de cultura, organismos diplomáticos, empresas extranjeras en México... y además ha participado en decenas de festivales en casi todos los estados del país. Gran parte de todo esto está presente en esta antología ● El que dijo sí, El que dijo no
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Arte y pensamiento
La casa sosegada Javier Sicilia
La esclavitud de la libertad EN ESTRICTO SENTIDO, la libertad es la capacidad de incorporar a nuestra propia naturaleza un conjunto de normas al grado de que, entre ellas y nuestras tareas, no haya más que una identidad, un fluir sin obstáculos. La libertad en los movimientos de una bailarina, por ejemplo, es el fruto de largas y tediosas horas de repetir hasta el agotamiento y el hastío esos mismos movimientos. Donde quiera que alguien nos revela algo de la libertad, existe un arduo y profundo trabajo de apropiación de un saber. Sólo el niño o las mentes infantiles pueden pensar que la libertad es hacer lo que se nos viene en gana. En la era de internet, la libertad, por desgracia, parece reducirse a ello. Ese sistema, que no podemos llamar herramienta (una herramienta, además de permitir una distancia entre ella y el usuario, es un medio para alcanzar fines definidos) y al que literalmente nos enchufamos, le hace –más allá de su indudables beneficios– algo terrible a la libertad. Al reducir todo a una espacialidad sin arriba ni abajo, sin derecha ni izquierda, sin jerarquías, compromisos y exigencias, y a una oferta ilimitada y simultánea de todo, hace que su usuario, embriagado por el poder que le ofrece, se convierta, a semejanza de un niño, en esclavo de su voluntad, en el rehén de su poder discrecional. Encerrado en su demanda
Atenas, la llama cuyo color es el azul Nikos Karouzos
Belleza de la flauta en el crepúsculo por su follaje despacio van los tristes Parque Nacional
–escribe Alain Finkielkraut–, liberado a la satisfacción inmediata de sus deseos o de sus impaciencias, preso de lo instantáneo, el usuario del internet no está condenado –como lo pensaba Sartre– a ser libre, sino, a semejanza del niño, a sus caprichos, a sus deseos más inmediatos. Pero a diferencia del niño, a no ser limitado por nada ni por nadie. Enchufado al sistema, el poder de la libertad de su usuario se reduce al movimiento del mouse y al “clic” en la oferta que su deseo captura. Nada le está vedado, a no ser que sorpresivamente se inhiba, presa del escrúpulo de ser espiado o por un apagón. Cuando se puede obtener la huella de todo –internet es una huella de las millones de cosas que hay en el mundo y que la humanidad ha creado– sin fatiga ni compromiso, la libertad esclaviza y sumerge al usuario en el onanismo visual del voyeur que salta de un sitio a otro según sus caprichos y lo condena a separarse del prójimo, cuya presencia carnal limita, confronta, detiene.
Nadie se resiste a esa engañosa libertad. En internet no sólo hay algo deseado por nosotros, sino también por los totalitarismos: el control de la voluntad. Detrás de ese magnífico sistema, que nos proporciona la bendición de la hipercomunicación y la hiperinformación, está la pérdida de nuestra libertad. Devorados por su inmensa oferta, vamos extraviando el lugar de todo aquello que no es ni comunicación ni información y que nos prepara para la libertad. Enchufados a él y a sus hijas –las “benditas redes”– nos vamos convirtiendo, dice Finkielkraut, “en seres instantáneos que sólo conciben la realidad como maleabilidad”. En esos seres no hay lugar para la contemplación, la soledad, la compasión y todo aquello que en verdad nos hace espiritualmente libres y solidarios; mucho menos para el límite y la mesura, que son su suelo. Incluso el elogio que se le hace como una tecnología no contaminante es falso: las compras que también podemos hacer a través de internet son mercancías que se producen y se envían mediante transportes. “Hermes –nos recuerda Finkielkraut– no es el sucesor de Prometeo, sino su transformación” en alguien cuya desmesura no podemos calcular. Quizá mucho de la violencia que hoy padecemos habría que encontrarlo en la destrucción de las percepciones que vienen aparejadas a las bendiciones del internet y su prole comunicativa. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el ine ●
se pierden los tristes. Pájaros cuelgan de las nubes y los tristes ven el beneficio: cordero y terror. Cables eléctricos cercan los sueños eso quisieran– Y mientras la voz no cesa adentro a lo lejos se oyen campanas prisioneras de las capillas ortodoxas. Pero el cielo cómo ondea en el oído de los tristes… Las siete y los choferes con los radios a volumen fuerte por veinte minutos una canción inmortal “esta noche vendrá la muerte a llevarse mis penas”. Sobre ellos andrajo la noche el creador blanco el amor
y cuando se sientan en las bancas azules viajan a mejores días del futuro uno sacudiéndose el sueño del cabello y aquel ahí con la cigarra abajo y el de más allá también solitarios todos y tú igual solo a los árboles te abrazas por amor. Las siete y silban los guardias ya se termina aquí también el mundo. Después en la calles de nuevo llevan jaulas vacías vagan
Nikos Karouzos (1926-1990) fue un poeta católico muy destacado en su generación. Estudió leyes y durante la ocupación alemana de Grecia participó en la Resistencia. Es autor de veinte libros de poesía y de varios ensayos de crítica literaria, de teatro y artes plásticas. Sus primeros poemas aparecieron en 1954 y su último libro, póstumo, en 1991. Su obra poética ha sido reunida en dos tomos, Poemas i (1991) y Poemas ii (1994), más el tomo Prosa escogida (1998). Recibió el Premio Nacional de Poesía en dos ocasiones, en 1972 y en 1988, y ha sido traducido al inglés, sueco, italiano y rumano. En México, véanse las antologías Once poetas griegos, El Tucán de Virginia, 1994, y Antología de la poesía griega del siglo xx, Textos de Difusión Cultural, unam y Ediciones Coyoacán, 1993. Véase La Jornada Semanal, núm. 1123, 14/ix/2016 Versión de Francisco Torres Córdova
Arte y pensamiento
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Bemol sostenido Alonso Arreola
@LabAlonso
De cuando se congeló la música EL FRÍO EN Estados Unidos ha llegado a puntos históricos este invierno. Hace unos días Chicago registró la sensación térmica de menos 46 grados centígrados, cortesía de sus famosos vientos. Minnesota alcanzó los menos 58, lejos de los diez bajo cero de la Antártida. Con cámaras y meteorólogos congelados, los noticieros mostraron paisajes de invisibilidad albina, surrealistas, razón para que miles de vuelos fueran cancelados en todo el noreste del continente. Ello nos hizo pensar en los riesgos de volar en tales condiciones; nos hizo recordar el accidente en que murieran tres grandes músicos, congelando su inmortalidad. Fue hace una semana, en febrero 3 pero de hace sesenta años, cuando se estrelló el pequeño Beechcraft Bonanza que transportaba a Buddy Holly, Ritchie Valens y j. p. Richardson (“The Big Bopper”) tras su actuación en Clear Lake, Iowa. ¿Recuerda estos nombres? Pioneros del Rock & Roll, la desaparición se conoció como el “Día en que Murió la Música” y tuvo gran efecto para la industria en ciernes. El destino de la aeronave era Fargo, el aeropuerto más cercano a Moorhead, en donde ocurriría la siguiente presentación de la extenuante gira Winter Dance Party. ¿Sabe en dónde está Moorhead, lectora, lector? Precisamente en Minnesota, ciudad que hace seis
décadas también mostraba su cara más blanca y peligrosa (menos 30). Razones sobre lo ocurrido sobraron. La información puntual de los testigos fue bien documentada. Los músicos subieron al cielo a la una de la madrugada porque no podían soportar más lo que ocurría en el camión en que viajaban, luego de que se descompusiera la calefacción. Holly tomó la decisión de rentar el avión. Valens le ganó su lugar a Tommy Allsup mediante un “volado” lanzado por el disk jockey Bob Hale, y Bopper tomó el sitio restante porque su gripe conmovió al pasajero original, Waylon Jennings. Así fue como los músicos acompañantes de Buddy Holly salvaron la vida mientras las estrellas en ciernes perdieron la suya debido a la falta de pericia de un joven piloto, Roger Peterson, que no tenía permiso para volar en condiciones extremas. Hecho el resumen, hablemos de la música. Buddy Holly comenzó tocando bluegrass, música folk estadunidense. Tras escuchar a Elvis y a los Cometas de Bill Haley, integró a su estilo el rockabilly y el rhythm and blues prefigurando al rock futuro, sustancia perfecta para dos guitarras, bajo y batería en torno a una voz lejana al virtuosismo, pero precisa y expresiva, magneto para toda una generación. Destacan en su repertorio,
“That Will Be The Day”, “Peggy Sue” y “Maybe Baby”, al lado de sus Crickets (antecedente directo de los Beatles). Ricardo Valenzuela –conocido como Ritchie Valens–, por su lado, exhibía un talento descomunal. Multiinstrumentista de ascendencia mexicana, falleció a los diecisiete años tras el éxito de “Donna” y de su arreglo a “La bamba”. Potente, intuitivo, su estilo al tocar y cantar mostraba un atrevimiento que pudo llevarlo lejísimos. Finalmente, The Big Bopper, quien tenía veitiocho años al momento del accidente, era el más histriónico de los tres. De voz profunda y dramática, fue conductor de radio, programador con el récord de más horas al aire (cinco días, dos horas y ocho minutos sin parar) y tuvo varios temas en el número uno de las listas, incluso tras su muerte. El primero fue “White Lightning”. El más famoso, empero, fue “Chantilly Lace”. Allí actúa una simpática llamada telefónica con su novia. Por el innegable talento del trío fue que Elvis escribió un telegrama desde Alemania; que los Everly Brothers ayudaron a los Crickets a cargar el féretro de Holly, y que hace una década se celebraron los cincuenta años del accidente en el propio Surf Ballroom de Clear Lake, lugar del último concierto que dieran los músicos. Fue por su visionaria fuerza que Don McLean les dedicó aquellas célebres líneas en su monumental canción “American Pie”: “No puedo recordar si lloré cuando leí acerca de su novia que enviudaba… Algo me tocó muy adentro, el día que la música murió.” Escuchémoslos y cubrámonos bien, pues siempre vendrán nuevos y terribles fríos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos ● Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper
Cinexcusas Luis Tovar
@luistovars
Acerca de cine y literatura EL FESTIVAL INTERNACIONAL de Cine de Morelia (ficm) es el editor del volumen titulado Guión, adaptación y nuevas formas de contar historias en el cine. Publicada en octubre del año pasado, la edición estuvo a cargo de Blas Valdez y Sabina Torres, quienes contaron con la colaboración traductora de Sebastián Blayac y Gonzalo Vélez para el ensayo “Adaptations Littéraires. Literatura, cine y yo”, del alemán Volker Schlöndorff. Registrado por el sello Ediciones del Festival Internacional de Cine de Morelia en calidad de publicación sin fines comerciales, el libro merecería una distribución mucho más amplia –el volumen fue repartido, al parecer de manera discrecional, durante la más reciente celebración del ficm. La razón de lo anterior es que el libro, dicho clásicamente, no tiene desperdicio: los trescientos veintiséis folios abren con un guión muy breve, sin firma, cuya autoría es obvia y pertenece a la editora Sabina Torres. Ahí se expone de manera lúdica el punto de partida del libro entero: responder a la multiplicidad de preguntas que plantea la intensa y extensa relación entre el cine y la literatura. A continuación, el libro abre fuego de manera inmejorable con un ensayo de Rafael Aviña, titulado “Literatura y cine: juego de espejos. La época de oro”, en el que uno de nuestros mejores críticos cinematográficos borda en torno a la presencia y el trabajo de muchos de nuestros litera-
tos en el cine, sobre todo en la etapa anunciada en el título, y entonces ahí los nombres de José Revueltas, Juan Rulfo, Juan de la Cabada, José Emilio Pacheco, Luis Spota, Elena Garro, Salvador Novo, Vicente Leñero, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Ricardo Garibay, Xavier Villaurrutia, Jorge Ibargüengoitia y muchos más, que transitaron de la literatura al cine y viceversa, ya sea por las adaptaciones que de obras suyas fueron hechas, ya porque fungieron como argumentistas o guionistas directamente. Por su parte, el también crítico Jean-Christophe Berjon, avecindado en México desde hace varios años y buen conocedor del cine nacional, colaboró con un ensayo cuyo título recuerda por su extensión las películas de Julián Hernández: “Introspectivo, íntimo, personal, poético, crudo, audaz y realista el cine de ficción mexicano del siglo xxi, lejos de la literatura”. Con trazos rápidos y certeros, Berjon describe la ausencia literaria en el trabajo fílmico de un gran número de los cineastas nacionales más exitosos y celebrados mundialmente, verbigracia Carlos Reygadas, Alonso Ruizpalacios, Amat Escalante y los hipermediáticos Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón, entre muchos otros. Daniela Michel, directora del ficm, se hace presente con una reseña breve acerca de Carne y arena,
filme-instalación de González Iñárritu en el que se reproduce la terrible experiencia de los migrantes rumbo a Estados Unidos. El cuerpo principal del volumen se agrupa en cinco vertientes: “Sobre el arte” y “Sobre el proceso de adaptar” y “Acerca de…” son las principales por cuanto en ellas toman la palabra guionistas, adaptadores y realizadores mexicanos, y la lista es larga; en orden de aparición están Natalia Beristáin, Jack Zagha, Daniel Emil, Roberto Sneider, Marina Stavenhagen, Paz Alicia Garciadiego, Carlos Carrera, Laura Santillo, Sabina Berman, Gustavo Moheno, Jorge Michel Grau, Amat Escalante, Claudia Sainte-Luce, Rigoberto Castañeda, Diego Quemada, Humberto Hijonosa, Paula Markovitch, Ernesto Contreras, Julio Hernández Cordón y Elisa Miller. Sobra ponderar la importancia de conocer, de primera mano, la postura creativa de muchos de quienes actualmente se encuentran en plena actividad y, por lo tanto, son quienes dan perfil y densidad a nuestro cine actual. No para ahí la cosa, pues el volumen se completa con entrevistas a los bien llamados Maestros Internacionales, entre los que figuran Béla Tarr, Peter Greenaway, Joyce Carol Oates, Bob Rafelson, Pawel Pawlikowski y Michel Hazanavicius. Lo dicho: ojalá que este magnífico libro estuviera al alcance, cuando menos, de toda la comunidad cinematográfica ●
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LA JORNADA SEMANAL 10 de febrero de de 2019 // Número 1249
Poesía Marco Antonio Campos
Nicaragua o el tiempo de los chacales …la matta bestialitade… Dante, Inferno, xi, 82
Por años sufrió la cárcel. Sueños tuvo de que el país pequeño fuera un gran país. Él, uno de varios comandantes que mandaron al déspota al círculo de los iracundos, por azar o cálculo o fraternal influencia se volvió presidente guía del país pequeño. Sin embargo, cercado a la larga por los buitres, –forasteros y propios–, perdió el cetro, pero antes de irse, se llevó a manos llenas, dinero, propiedades, el libro deshojado de la Revolución.
¿Quién no sabe que en el bosque de la historia cambian los árboles pero es siempre bosque? El vencido esperó para vencer y vendió el alma al diablo del enemigo. Ya a la vuelta, con menos hojas en el libro, siguió deshojándolas, y pronto convirtiose en el doble exacto del déspota al que combatió. Con la poeta de su cónyuge, desenjauló a los halcones, sacó a los perros enloquecidos y no hubo rincón en el pequeño país que no vieran sus ojos. A todo disidente le tenía dibujado un ataúd o le disponía la cárcel con un expediente negro. Del libro de la Revolución no quedó ni una hoja. Cuando los padres volvieron a casa, encontraron que los hijos habían marchado a las manifestaciones y alzado barricadas. Se les sacrificó. El chacal carroñero y la expoeta de su esposa –quien imita a diario a Lady Macbeth– no han cesado de beber de la sangre de esos jóvenes caídos, y los dos han tildado a los jóvenes, con palabras que caen en el vacío, de vándalos, terroristas o golpistas. Cuando el déspota o la poeta de su esposa, en la televisión o la radio, se dirigen al país, por la boca, en vez de palabras, gotea la sangre de esos jóvenes que la policía samaritana recoge para ellos de colegios y calles –esa sangre, que después de su muerte, tomarán del mismo vaso, en un trago triple, con Somoza en los infiernos. 2018-2019