Suplemento Semanal

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Carlos Maciel, de historiador y matemático a pintor JOSÉ ÁNGEL LEYVA

Jorge Juanes y el ensayo mexicano JOSÉ MARÍA ESPINASA

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 12 DE MAYO DE 2019 NÚMERO 1262

ENRIQUE VILA-MATAS : UNA AUTOBIOGRAFÍA LITERARIA EN IMÁGENES Una entrevista de Alejandro García Abreu


LA JORNADA SEMANAL

Portada: Carlos Pazos, Milonga, fotografía coloreada a mano con collage y luz fluorescente, 105 x 100 cm, 1980.

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ENRIQUE VILA-MATAS O EL BRILLO DE LO AUTÉNTICO EN EL ARTE Las novelas El viaje vertical y Bartleby y compañía, así como el cuentario Suicidios ejemplares, son tres muestras bien conocidas del enorme talento narrativo de Enrique Vila-Matas, quien ha recibido infinidad de reconocimientos a su obra. También ensayista y periodista cultural, al barcelonés lo caracteriza igualmente un profundo interés por la pintura y otras manifestaciones plásticas. El ejemplo más reciente es materia de la entrevista en donde, en exclusiva para La Jornada Semanal, habla de su pasión por las artes visuales en general, y en particular de su labor como curador de la exposición Cabinet d’amateur, una novela oblicua, en la londinense Whitechapel Gallery, auspiciada por la Colección La Caixa Arte Contemporáneo.

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La poesía con alas de

Pedro Salinas Miembro de la Generación del '27 española, autor de Seguro azar y La voz a ti debida; traductor de los siete tomos de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y también ensayista, el volumen Poesías completas recoge treinta años de trabajo poético de Pedro Salinas (18911951), un autor que bien vale este honroso recuerdo y nueva invitación a la lectura de su obra.

C

omo a la generación del Boom, la de Contemporáneos o la de los poetas beat en Estados Unidos, a la generación poética del '27 suele adjuntársele una crecida nómina de autores dóciles, sí y no, a los más módicos criterios de inclusión, y francamente a veces parece que una de las afinidades más recurrentes, la de haber nacido por los mismos años, faculta a que poéticas tan disímiles como la de Jorge Guillén y Miguel Hernández se vinculen a un mismo grupo sin otro enlace o afinidad que los que suelen conjeturar el capricho y la estolidez. El espacio previsto para esta nota, que pretende subrayar la importancia de uno de los poetas mayores del grupo (y que nació antes que ninguno de ellos), no da de sí para establecer quiénes (y sobre todo, con base en qué clase de discernimiento) pertenecen a la generación poética española más importante del siglo pasado; sin embargo, sus nombres y su relevancia resultan de una familiaridad casi enfática: Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, los dos Alonsos (Amado y Dámaso) y los dos Pedros (Salinas y Garfias), más los que dicte el desparpajo, la dispendiosa contemporaneidad o la miopía de este recuento al vuelo. El caso del poeta madrileño Pedro Salinas (1891-1951) es singular porque es quizá el polígrafo más pleno del grupo, lo que no obsta para

Enrique Héctor González ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

que su obra en verso sea de una originalidad, una ligereza de trazo y una fisonomía muy peculiares, en absoluto contaminada (acaso, eso sí, alentada) por sus demás oficios literarios, que incluyen la narrativa, el teatro, la obra ensayística y hasta la edición y la traducción, renglón este donde siempre ha resultado más que visible su versión en español de los siete tomos de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. La edición de sus Poesías completas, en 1975, recoge treinta años de producción lírica donde destacan Seguro azar (un título que, en su paradójico magnetismo, traduce –término afín al poeta, en más de un sentido– la intrincada precisión de sus poemas) y La voz a ti debida, el libro más conocido del autor. Sin duda una de las notas características de su obra es que rapta y repta, arrebata y seduce el sentido de la realidad como si se tratara de la misma cosa. Sinuosa y aérea, el oficio de ofidio del poeta la reclama también a ras de tierra, por ejemplo cuando sugiere que dos hojas olvidadas por un otoño previo, venidas de no se sabe dónde “sobre los mares, sobre los records”, caben perfectamente en la vigente estación de los primeros soles, por lo que el poeta propone: “Furtivamente ponlas/ en la más descuidada rama/ de un árbol distraído./ Despacio,/ sin que lo advierta, sin que se entere/ esa por ti engañosa primavera/ de allí.” Poesía de verso corto, punta de iceberg de una recreación que la alimenta escondiéndose, la de Pedro Salinas coquetea asimismo con la enumeración caótica y la súbita arbitrariedad del verso vanguardista: “Con las tiendas sin nadie/ se vendían paisajes,/ héroes, teorías,/ arpas.” La luna se hace día, y noche la claridad en sus

Sin duda una de las notas características de su obra es que rapta y repta, arrebata y seduce el sentido de la realidad como si se tratara de la misma cosa.

versos de ascendencia magritteana. Pero lo realmente sorprendente es que, dado su ánimo etéreo, su inocente o incauta sencillez de poesía de rasgos puristas, dada la fresca provincianidad de ascendencia ramoniana (es sólo un decir, es difícil que Salinas haya abrevado en López Velarde) de algunos de sus libros, el poeta hospede en el mismo texto ideas y cosméticos como si se tratara de la naturaleza objetualizándose al influjo del amor: “Ser/ la materia que te gusta,/ que tocas todos los días/ y que ves ya sin mirar/ a tu alrededor, las cosas/ –collar, frasco, seda antigua–/ que cuando tú echas de menos/ preguntas: “¡Ay!, ¿dónde está?” El mundo habitual, sorprendido en su día a día, no pierde la fisonomía de la subjetividad que, antes y después, parece estar en el centro de la práctica poética de todos los tiempos. Por muy asido que se presente el texto a una recreación íntima del instante o a una pulverización de sus contenidos en aras de aducir otras realidades, la poesía de Salinas casi siempre pacta, rapta y repta hacia el lector, apelando al olvido natural de ciertas imágenes de la infancia, ciertos momentos de abstracción que se abren paso, como pausas amables, en el tráfago y ajetreo de los tiempos veloces: “Recordar el olvido,/ aunque no tenga rostro, nombre, cuerpo,/ es casi no olvidar lo que se olvida.” Queda claro que la retórica del '27, y la de Pedro Salinas en particular, no es la que prevalece en la poesía actual y aun puede decirse que libros como los del autor de Largo lamento con sus rotundos endecasílabos, con la forma de romance que a veces adoptan, con esa casi invisible asonancia que percute en algunos de sus poemas, nada tienen que ver con la ingravidez de la holipoesía actual, los performances, la fonética histriónica de los recitales slam. La metafísica de Salinas, tan afincada en la realidad inmediata que casi no parece producto espiritual, tan absorbida por realidades intuidas por el poeta que casi no parece de este mundo, tan contradictoria, puede resultar hoy retórica o romántica. Pero su “mundo tembloroso”, como lo llama Jorge Guillén (quizá el poeta per se de la Generación del '27) es uno en el que siempre hay una pregunta no resuelta tan bien planteada que el poeta se olvida que debe decir algo, responder algo, pues el amor de la mujer amada se resuelve casi siempre en una mirada inescrutable: “el color de tus ojos es de sino”, reza el endecasílabo final de “Dueña de ti misma”, uno de los grandes poemas de este poeta de vuelos múltiples y como disueltos en el agua del sueño ●


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LA CRÍTICA DEL ARTE: LOS TERRITORIOS DE

JORGE JUANES A partir de una revisión atenta de la obra Territorios del arte contemporáneo. Del arte cristiano al arte sin fronteras, del filósofo y crítico del arte Jorge Juanes, aquí se tratan algunas cuestiones esenciales de la crítica del arte y se plantea la necesidad de “argumentar con mayor profundidad –con mayor capacidad de duda”.

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orge Juanes es un caso poco frecuente en el medio cultural mexicano. Adscrito a la academia, es visto por ella con muchísimo recelo, no sólo por ocuparse de un pensamiento libertario, sino por el estilo poco dado a la jerga y a sus complejidades. A la vez ha asumido sin complejo la revisión y la crítica del pensamiento occidental en los dos últimos siglos, ocupándose desde Marx en un extenso libro, y ya anunció sus futuras incursiones en pensadores fragmentarios y paradójicos, hasta las diferentes postmodernidades que ha sido y siguen, lamentablemente, siendo. En las diferentes universidades en la que ha dado clases y realizado labor de investigador, ha dejado huella en sus alumnos y escuchas, que testifican afecto por la persona y aprecio por su estilo histriónico de ejercer la docencia. Es decir: es un buen profesor, pero eso no es tan frecuente en nuestras casas de estudio.

José María Espinasa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Por otro lado, su revisión del pensamiento occidental lo ha llevado a los linderos del arte y la literatura, terrenos en los cuales se ha sumergido, y es un autor de un buen número de libros sobre artes plásticas. En 2010 publicó un curioso libro, anómalo en su ya extensa bibliografía, Territorios del arte contemporáneo. Del arte cristiano al arte sin fronteras. En principio, lo ambicioso del título no corresponde con el texto mismo, que es fruto de la transcripción de charlas radiofónicas sobre la historia del arte en las que se goza de una soltura menos frecuente en textos escritos. El autor advierte desde la nota inicial que el resultado le ha gustado y que apenas ha corregido las transcripciones. El resultado es un libro que se lee con placer y fluidez, y que atrapa por su afán polémico, en el que se mezcla pensamiento de gran calado, teorías muy complejas, y un cierto grado de irresponsabilidad expositiva, al que se le puede reprochar, no sin cierto grado de razón, en incurrir en un batiburrillo poco claro, en el que su entusiasmo lo saca adelante y da sabor a la ola podrida de esa crítica oral. Esa es otra cualidad. Es un buen expositor, en un medio en que incluso los mejores escritores reflexivos, se hacen bolas al exponer sus razonamientos verbalmente. Así, el libro conserva la soltura de lo hablado sin perder fuerza y coherencia ni empantanarse en balbuceos. No escuché los programas de radio, así que no puedo precisar que tan arduo fue el pasarlos a la página. En todo caso, conservan el acento y ritmo manifiesto en su conversación, y eso es una ventaja. El ser fruto de un programa de divulgación fue en parte lo que le permitió a Juanes asumir un proyecto que de otra manera se habría presentado como desmesurado. La manera en que aborda la evolución del primitivo arte cristiano a las vanguardias de hoy día es convincente, mezcla por igual los juicios que historiadores han trabajado a lo largo de siglos, y sus propios juicios e ideas, sin rendir culto a la nota al pie, pero mostrando conocimiento y preparación. Es un libro que los alumnos de historia del arte, los interesados en la

estética y los aprendices de creadores deberían leer con provecho. Podríamos pensar que dicho libro –quinientas páginas– tiene tres segmentos sin diferenciar explícitamente, pero bastante claros. Por un lado los veloces repasos históricos del arte cristiano, el renacimiento y el barroco, en donde –como dije antes– el entusiasmo hila el discurso con fluidez y describe los diferentes cambios, los saltos cualitativos, las figuras relevantes, y de vez en cuando enmendándole la plana a clásicos como Gombrich o Berenson y poniéndolos en relación crítica, a veces antitética, con el pensamiento de su tiempo, sobre todo con la ideología y el conflicto social de las diferentes épocas, pues Juanes manifiesta su rechazo al pensamiento mecanicista que hace depender el arte de los conflictos sociales y propone (a veces incluso presupone) una función crítica en la que lo ve como un contradiscurso, un reverso de la trama, más legítimo y verdadero, y –desde luego– más interesante, lo que le granjea las simpatías de su lector. Una segunda parte comienza cuando, a partir del romanticismo, el discurso de Juanes se empieza a apartar de la norma tradicional y los temas y conceptos se vuelven más discutibles, hasta desembocar en el siglo XX, la explosión de las vanguardias y los sucesivos ismos que le dan rostro. Sobre esto nos ocuparemos con más detenimiento líneas más adelante. Y una tercera, en la que discute con los grandes teóricos. En los textos en que se ocupa de los grandes de la historia –Giotto, Leonardo, Miguel Ángel, Caravaggio, Rubens, el Greco, Velázquez, Goya– lo que importa es que no sólo emite juicios claros e interesantes, sino que contagia el entusiasmo por lo que hay en esa pintura, y transforma la historia de los estilos en una especie de novela de aventuras, al grado de que a veces deja entusiasmado al lector, y para eso están otros libros suyos, más específicos y preciosos teóricamente, sobre Goya por ejemplo. El asunto se complica cuando llegamos al impresionismo y sobre todo a las vanguardias, porque tiene que ver más que con los juicios mismos sobre cada obra con la dinámica interna del pensamiento de Juanes, y la dialéctica entre lo que cree, lo que piensa y lo que descubre.


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Es un buen expositor, en un medio en que incluso los mejores escritores reflexivos, se hacen bolas al exponer sus razonamientos verbalmente. Así, el libro conserva la soltura de lo hablado sin perder fuerza y coherencia ni empantanarse en balbuceos.

A Juanes lo aqueja un mal endémico de nuestra capacidad reflexiva: no sabe discutir y termina sólo haciéndolo consigo mismo y –claro– dándose la razón. Aquí suelo sentirme desconfiado, la simpatía por su discurso empieza a ceder el lugar ante el miedo a la inercia de sus afectos estéticos. Su estilo histriónico, tan efectivo en sus conferencias y clases, se vuelve un lastre, se aproxima al dogmatismo inquietante de muchos pensamientos libertarios y pierde capacidad crítica, su entusiasmo se vuelve fetichista. La fascinación con que ve (vemos) los movimientos de vanguardia –Dadá, surrealismo, los rusos, los italianos, los alemanes– y la ilusión afectiva que nos relaciona con ellos, ha impedido hasta ahora que se haga la crítica profunda de ellos, y nos impide ver que, como el rey y el arte oficial, también van desnudos. Es como si nos negáramos a ver que en el gesto liberador que nos fascinó y fascina aún, hay también una gran impostura, e incluso esa toma de partido le impide argumentar con mayor profundidad –con mayor capacidad de duda– en la verdadera importancia de esos movimientos y el arte que produjeron. Es esa crítica fetichista la que más anquilosa y vacía de sentido a los gestos vanguardistas. Una de las razones que provoca ese fetichismo es la nada clara relación entre la teoría y la práctica, entre el querer y el hacer. ¿Seguiremos insistiendo en que Duchamp es un gran pintor? O situaremos ya claramente su papel en lo que fue: un provocador inspirado, dotado de una gran inteligencia, que termina, en el peor sentido del término, volviéndose anecdótico. Soy de los que cree que la formulación teórica es también un arte y que así y sólo así, como interpretable, como legible, evita el dogmatismo que la condena a la esclerosis y al olvido. ¿Celebraremos cada nueva teoría, cada nueva corriente, porque niega la anterior y nos provoca la ilusión de movimiento?, ¿podemos situar en el mismo nivel la inteligencia e ingenio decorativo de un Magritte o un Dalí, que la fuerza creativa de un Picasso? En el ensayo no distingue entre el gesto y la obra, entre la teoría y la encarnación, misma que por necesidad la niega. La revisión de los últimos movimientos adopta ya un tono de ciencia ficción y se abandona a la exposición descriptiva y acrítica de la manipulación argumental. Se confunde el tener algo que decir con el deseo de novedad y con la voluntad de estar de moda. ¿De veras se puede pensar que Wharhol es un gran retratista? El publicista sustituye al creador y el diseño a la artesanía. Para mí resulta más interesante revalorar el sentido del oficio, desdeñado, y la recuperación del aura del objeto único a partir de las reflexiones de Walter Benjamin. Si bien es una virtud llegar hasta lo último de lo último en la descripción de las búsquedas del arte, Juanes mismo siente la necesidad de expresar sus dudas sobre ese discurso. La crítica de lo moderno no se realiza y por lo tanto no se afirma lo contemporáneo sino lo que está de moda (e imponen, precisamente, los centros de dominio capitalistas o postcapitalistas, en donde la partícula post ya no designa sino un vacío). Me parece que más que el asunto de la relación con el cuerpo, que lleva al arte posthumano,

absurda contradicción que no tiene siquiera un guiño paradójico, y la utilización creativa de las prótesis, lo que es importante es la crítica de la velocidad, que lleva a la aceleración que inmoviliza, y reivindicar la demora: frente a la rapidez de la polaroid hipostasiada en la hoy práctica masiva de la selfie, hay que defender esa aparente quietud del retrato que en su condición no de inmovilidad sino de espera restaura la capacidad de mirar. Si el escritor, en palabras de Mallarmé, es el custodio de las palabras de la tribu, el pintor (sin sentido reduccionista alguno en el término) es el custodio de la mirada. Hay que releer El retrato de Dorian Grey. En una tercera parte, esta sí diferenciada y colocada como segunda en el libro, “Los pensamientos del arte contemporáneo”, Juanes busca un poco cómo situarse en ese callejón sin salida con aspecto de laberinto conceptual. Regresa a los pensadores que ha tratado en otros libros. Y parte de la estética hegeliana, tronco casi obligatorio de toda reflexión desde y para el arte. La necesidad de diferenciar un pensar filosófico de un pensar desde el arte, necesidad imperativa, es sin embargo muy difícil de llevar a cabo, y como en el caso de la creación misma, depende de la práctica de cada cual y en cada momento. ¿Es la filosofía del arte inmanente a este último o se da de forma exterior a él? Ambas cosas ocurren, sin duda. Hegel, como parte de la gran transformación romántica, no puede evitar llevar agua (poética) a su molino (filosófico). La contrapartida la dará, desde la poesía, Höelderlin. Antes, sin embargo, hay que señalar que Juanes, se ocupa poco, apenas hace mención de él, del mundo griego, y su herencia en el arte occidental. Es lógico, ya que el lapso que cubre es ya de por sí muy extenso. El asunto entre el arte que se piensa

Página anterior: Judit y Holofernes, Caravaggio. Abajo, La lámpara filosófica, Rene Magritte, 1936.

a sí mismo en una esfera diferente al de la filosofía, y la filosofía que piensa a través del arte se debe establecer un funcionamiento de cinta de Moebius, para evitar que la teoría del arte y el arte como teoría queden vacíos de contenido. La crítica suele ser reactiva y tradicionalmente aceptaba ese papel. Después de las vanguardias el crítico buscó tener un papel proactivo, impulso que en cierta manera nace también con Hegel y el romanticismo. Pero poner la reflexión delante de la obra, y no detrás como era tradicional, si bien resultó un hecho fascinante, hipnótico, también es cierto que impide ver –vivir– la obra. Cuando Juanes discute con quienes han pensado el arte y su sentido, su historia y desarrollo se mueve con soltura y hace exposiciones claras de asuntos complejos, hace los señalamientos críticos que considera pertinentes y permite volver sobre la parte de recorrido histórico para pensar cada quien su propio recorrido. Y a Juanes sus lectores le pedimos que haga algo similar sobre el arte mexicano, mismo que apenas toca. La generación a la que pertenece nuestro autor es la del '68. Es un pensamiento que nace a la vez de la voluntad de vincular el pensamiento y el arte a la realidad en su sentido más extenso y amplio, la fuente marxista fundamental, y también el rechazo paulatino implícito en muchos de ellos de los dogmatismos propios de ese pensamiento. No tiene complejos y discute con el gran pensamiento sobre el arte, hay que agradecérselo, y eso se ve también en sus libros de mayor calado teórico ●


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Un historiador formado en la antigua URSS, que iba a ser matemático y se hizo pintor, que nació en Guerrero y anduvo por Durango, donde fundó el Instituto de Investigaciones Históricas y luego, en Culiacán, fue profesor en la maestría en Historia Regional, y que a decir del crítico de arte chileno, Raymundo Ernst, por ser también el pintor Kijano, es “dos en uno, uno en dos”.

CARLOS MACIEL,

DE HISTORIADOR Y MATEMÁTICO A PINTOR

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José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

menudo me vienen recuerdos de la infancia y siento el humo de los puros salvajes de mi padre y la humedad de interminables aguaceros. Justo, mi padre, nos había contado, y María, mi madre, nos había leído algunas de las aventuras de Don Alonso Quijano, El Quijote de la Mancha. Ignoraba yo que al narrar a los otros muchachos mi admiración por el caballero de la larga figura estaba firmando mi sobrenombre. No faltó quien a partir de ese momento comenzara a llamarme Quijano. No respondía obviamente a mi conciencia literaria, sino a esa picardía a veces cruel de los chiquillos. Mis compañeros y amigos en Petatlán, Guerrero, solían mofarse de mi ancha mandíbula. Quijano y quijada estaban demasiado próximos en sonoridad y tal vez en sus significados. Ese era un apodo, un alias que me incomodaba porque caricaturizaba mi aspecto exterior. Como a mis hermanos mayores, mis padres me mandaron con una hoja de plátano adelante y otra atrás al exDistrito Federal. Comencé a estudiar matemáticas en el Instituto Politécnico Nacional. Según mi hermano Leonel Maciel, tengo una cabeza grande para los números y también para los sombreros desde que era una criatura que, aún afirma, era una de las más hermosas del pueblo. No obstante mi vocación matemática, asistí a algunos cursos en el Taller de Grabado del Molino de Santo Domingo, que dirigía y había fundado mi amigo Octavio Bajonero. Fue en esos años cuando me vino la propuesta de ir a la exUnión Soviética a terminar mis estudios. Por un lado mi ideología comunista y por otro el deseo de conocer mundo, de viajar, me convencieron de aprovechar la recomendación que me extendía nada menos que David Alfaro Siqueiros. Con la mentalidad de formarme en la disciplina matemática arribé a la Universidad Patricio Lumumba, en Moscú. Allá me sometieron a una serie de exámenes y entrevistas y concluyeron que yo tenía más vocación para las humanidades que para la ciencia. Sin mucho esfuerzo me convencí de que entre las carreras más afines a mi perfil estaba la historia, y pienso que no se equivocaron, porque en el fondo de todo eso el arte habitaba en mi corazón. Si mi hermano era el pintor Maciel,

¿quién era yo, cómo iba a definir mi identidad en la obra? Fue entonces cuando apareció Quijano. Sin pensarlo mucho estampé mi firma con la K rusa de Kijano y vi con toda naturalidad cómo nacía el artista a sus veinte años de edad. Como los grandes amores, el arte fue emergiendo paciente y entregado. Fue imprescindible y urgente perfeccionar algunas técnicas de grabado (aguafuerte y punta seca) e iniciar también el uso del óleo, la tinta y el acrílico. Kijano vendió muy pronto su primer cuadro a una bióloga de la Academia de Ciencias de la URSS en 400 rublos, una moderada fortuna que yo, Carlos Maciel, disfruté con mi familia. Es curioso cómo el arte también descubre el lado material de la belleza. Kijano participó de manera modesta en el movimiento de la vanguardia rusa. Me casé y tuve un hijo, Lev Carlosovich Maciel, ahora historiador del arte, viajero, profundamente ruso, pero de regia estirpe tropical. Volví a México y trabajé arduamente dando clases en diferentes universidades privadas y públicas, entre ellas la UNAM. Luego, con mi familia rusa me fui a Durango a fundar el Instituto de Investigaciones Históricas. Mi esposa no pudo con el medio y volvió a Moscú con mi hijo. Una etapa difícil por su ausencia y la inevitable separación. Allí, entre las bellezas durangueñas que paliaban mi melancolía encontré a mi compañera de vida y madre de mis dos hijos. Durango fue una revelación de oscurantismo y de luz al mismo tiempo. Una época de militancia y de integración cultural donde las contradicciones son más profundas que en ninguna otra parte de los sitios donde he vivido. Durango tiene una luz muy especial, una atmósfera que ilumina su paisaje, particularmente el interior. Ese interior que no puede ser demasiado hondo porque el exceso de luz lo mantiene todo despierto, casi hasta el hartazgo, hasta la insolación. La montaña desciende hasta el valle del Guadiana y las planicies aprietan su resequedad en los mezquites y en los magueyes, los chaparrales y los cardos. Campos extensos que en el invierno se doran y se mecen como suaves ondas amieladas, y uno entiende la lógica del western. Algunas de mis mejores amistades


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las forjamos, Kijano y un servidor, bajo ese cielo de cristal y esa luz intensa. Allí dominaron los cuadros con formas suaves, alargadas y en tonalidades que van de los ocres a los amarillos, pasando por pistachos, una gamma de pasteles y efectos solferinos. No podía faltar la figura ambarina del alacrán y su ponzoña, el humor de los mejores amigos, como la escritora Beatriz Quiñones con quien Kijano y yo reíamos tanto. Con el poeta Leyva, que por entonces era un joven estudiante de medicina, y la maestra Beatriz Quiñones, quien seguramente nos doblaba la edad y era sin duda un referente esencial de la literatura local, reíamos y gozábamos entre las polvaredas ideológicas y los remolinos de las utopías. Tuve que viajar por motivos académicos y familiares a Moscú. Era el año de 1984 cuando fui a terminar el doctorado en el Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias. Tenía en mi haber y mi confianza un permiso sin goce de sueldo. Cuando regresé, al año siguiente, el rector y algunos colegas me habían dado golpe de Estado y quedé fuera del Instituto. Es así como fui a continuar mi periplo a Culiacán, para integrarme a la planta de profesores de la recién fundada Maestría en Historia Regional de dicha Universidad. Si Durango es clima de secano, la amenaza constante a la sequía, en Culiacán es la humedad que suele pasar el ciencuenta por ciento. Patricia, mi esposa durangueña, sentía que se derretía en esa atmósfera de los cuarenta y pico grados centígrados promedio durante la primavera y el verano, e incluso del otoño. Mis hijos se habituaron muy pronto a esas temperaturas y al habla culichi. A lo que nunca nos acostumbramos fue a la violencia que se fue recrudeciendo con el paso de los años y de la descomposición política y social, no sólo de Sinaloa, sino del país. Una nueva camada de amigos entrañables vino a sumarse a esa historia de afectos que le dan sentido a la existencia. Entre ellos, el novelista Élmer Mendoza, sobre todo en su etapa de escritor anónimo, antes de que Rubem Fonseca y Arturo Pérez Reverte lo descubrieran y lo impulsaran por el camino de la fama, misma que alcanzaría sin sombra de duda con dos de sus novelas cumbre: Un ase-

sino solitario y El amante de Janis Joplin. Con Élmer, como con otros intelectuales y amigos de diversas disciplinas, solía tener una interlocución nutricia. Podíamos charlar durante horas mientras Kijano pintaba y disfrutábamos de un buen vino. Las reuniones gastronómicas han sido también una constante en mi vida y en la obra plástica del artista. Fue una época de estancias entre Ciudad de México –donde fui algunos años representante de la Universidad Autónoma de Sinaloa–, Culiacán y Moscú. En 1991 regresé a la ya en proceso de extinción Unión Soviética. Fui testigo no pasivo de la sublevación social contra la intentona de golpe de Estado contra Boris Yeltsin. Salí a ocupar las barricadas que se habían levantado de inmediato en muchísimas calles. Teléfonos, fax, computadoras, radios, toda la tecnología doméstica de comunicación había sido empleada por la ciudadanía para impedir que los militares impusieran una dictadura. Kijano tuvo algunas expresiones pictóricas con tonalidades ladrillo, casi naranjas, atmósferas grises y verdes, sepias por todos lados y esos cielos azules que lo persiguen en sus recuerdos moscovitas, pero también sinaloenses, y no se diga de ese cielo azul cobalto del Valle del Guadiana que suele empalmarse con la tierra colorada de Zacatecas, porque allí donde los dorados durangueños se extinguen, el suelo se enrojece. Ahora vivo en Cuernavaca, en la casa que alguna vez fue la morada de Erich Fromm. La rodea un inmenso jardín que se agota al pie de un pequeño río, podría decirse un generoso arroyo que no cesa de cantar. En el porche de la casa, mi hermano Leonel realizó un mural que tituló Los placeres divinos y terrenales, como un homenaje a Fromm, quien escribió El arte de amar, pero sin dejar de lado a Ovidio. Por las noches, allí me siento con Patricia a practicar la contemplación y el silencio, el mutuo diálogo con Kijano. ¿Kijano o Carlos Maciel? Mi amigo Raymundo Ernst, chileno, crítico de arte, ha escrito que Maciel es recatado y Kijano un personaje expansivo, pero en ambos se incuba el virus de lo apolíneo y lo dionisiaco, la dualidad. Dos en uno,

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uno en dos. Porque en esa exultante festividad, en ese carnaval, también habla por los sentidos la tragedia. Al menos eso afirma Raymundo con la autoridad de sus estudios. Kijano tampoco es un suicida del exceso, un sinvergüenza total, un cínico sin control. Veamos su obra y nos daremos cuenta de esa contención, de ese ajuste de lo sublime, de lo emocional ●

Pinturas de la serie De sol a sol, Carlos Maciel-Kijano, técnica mixta sobre tela.


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ENRIQUE VILA-MATAS: UNA AUTOBIOGRAFÍA LITERARIA EN IMÁGENES Multifacético, y prolífico (ha escrito más de treinta novelas), crítico y ensayista consumado, nacido en Barcelona en 1948, Premio Rómulo Gallegos, Médicis y FIL de Literatura y Lenguas Romances, entre muchos otros, Enrique VilaMatas es una figura compleja e imprescindible para acercarse al arte contemporáneo y sus vínculos con la literatura y viceversa, asunto de esta ágil entrevista.

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s largo el camino recorrido por Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) en el que ha indagado los vínculos entre literatura y artes visuales. Colaboró en múltiples ocasiones con Sophie Calle (París, 1953) y Dominique Gonzalez-Foerster (Estrasburgo, 1965); Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) pintó un retrato suyo, acto incluido en el documental El día de la sepia, debut cinematográfico de Emili Manzano (Palma, 1964); con Lisbeth Salas (Caracas, 1971) creó el libro de artista Infinitamente serio; ha escrito profusamente sobre Vicente Rojo (Barcelona, 1932) y sus libros han sido ilustrados por Anuska Allepuz (Madrid, 1979), Jörg Hülsmann (Alemania, 1974) y Sonia Pulido (Barcelona, 1973). En Kassel no invita a la lógica exploró el concepto de vanguardia y “el brillo de lo auténtico”, tras aceptar la invitación de Carolyn Christov-Bakargiev (Ridgewood, Nueva Jersey, 1957) y Chus Martínez (Ponteceso, Galicia, 1972), comisarias de dOCUMENTA (13), a

Alejandro García Abreu ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Entrevista con Enrique Vila-Matas ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

participar en Kassel en el verano de 2012. Se le pidió que se instalara en un restaurante chino de las afueras del parque Karlsaue y se dedicara a escribir a la vista del público, situación que le permitió realizar “un viaje al centro mismo del arte contemporáneo de vanguardia: el relato de los paseos que di por allí”. Fue obra y artista simultáneamente. Tras ser pieza artística y creador a un mismo tiempo en Alemania, Vila-Matas fue convocado por las comisarias artísticas Nimfa Bisbe y Lydia Yee con la directora general adjunta de la Fundación Bancaria La Caixa, Elisa Durán, y de la directora de la Whitechapel Gallery de Londres, Iwona Blazwick. El escritor exploró la Colección La Caixa de Arte Contemporáneo y escogió, como un comisario de exposición, seis obras para exhibirlas en la muestra Cabinet d’amateur en la Whitechapel Gallery de enero a abril de 2019 y, paralelamente, escribir Cabinet d’amateur, una novela oblicua (Whitechapel Gallery/Colección La Caixa, 2019): “recuerda a un gabinete de aficionado, en homenaje minimalista a Georges Perec en los 40 años de la publicación en 1979 de su libro Un cabinet d’amateur. Histoire d’un tableau. En su trabajo de curator en la Whitechapel Gallery seleccionó i.g., de Gerhard Richter (Dresde, 1932), retrato de una figura desnuda; una videoinstalación de Dominique Gonzalez-Foerster, Petite, que muestra a una niña sentada en el suelo en una habitación de cristal, mientras imágenes fantasmagóricas aparecen y desaparecen tras ella; un video de Dora García (Valladolid, 1965), en el que una mujer enseña técnicas de respiración (La lección respiratoria); el autorretrato de Carlos Pazos (Barcelona, 1949), Milonga: una pose fotográfica del artista en un bar de su ciudad natal; Theben, West, composición fotográfica de Andreas Gursky (Leipzig, 1955) desde una perspectiva aérea, que muestra el yacimiento arqueológico de Tebas; y una pintura de gran formato de Miquel Barceló

que retrata un fragmento de tierra a ras de suelo (Une poignée de terre). Eduardo Lago (Madrid, 1954) escribió atinadamente sobre el libro, dirigiéndose al autor catalán: “texto extraordinario en el que te abres como nunca lo habías hecho/ asombrosa geografía de silencios y reversos tu poética al desnudo/ las obras elegidas son meras excusas para desplegar tu pensamiento intermitente y semioculto/ las referencias de un mundo infinito/ libro enigmático y sin fondo/ delirios de la música en el espacio/ fragmentos cósmicos como secuencias sonoras sin significado/ una vida en soledad creando (‘escucho con los ojos a los muertos’ q.)/ y si éste no es tu siglo... / la madeja interminable de fw... / tanto más.” Cabinet d’amateur, una novela oblicua da testimonio del diálogo que Enrique Vila-Matas ha sostenido a lo largo de los años con el arte contemporáneo. En entrevista vía telefónica, Vila-Matas conversa sobre las inquietudes del arte del último medio siglo que entroncan con las de los escritores, charla sobre el proceso de selección de las obras que integran Cabinet d’amateur, reflexiona sobre el hecho literario, ahonda en los vínculos entre arte y literatura y rinde homenaje a Georges Perec cuarenta años después de la publicación en 1979 de su libro El gabinete de un aficionado. Historia de un cuadro. –¿En qué consiste la dificultad en la literatura, tras aseverar que el dinamismo y la capacidad de renovación, los experimentos y aventuras más radicales, parecen más fáciles de llevar a cabo en el mundo del arte? —Como ha explicado mejor Tom McCarthy, las inquietudes del arte del último medio siglo entroncan con las de los literatos modernistas: la repetición, la serialidad, la autenticidad, los medios de comunicación… Gente como Richter o como Cindy Sherman [Glen Ridge, Nueva Jersey, 1954]


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Izquierda: Enrique Vila-Matas ante I.G. de Gerhard Richter en la Whitechapel Gallery de Londres. Fotografía: Archivo del escritor. Arriba: Dominique Gonzalez-Foerster, Petite, videoinstalación de un canal: DVD (color, sonido) y estructura de aluminio con paneles de vidrio, linóleo, lámpara y manta, 15’520 x 1032 cm, 2001.

Espiando a los artistas* (fragmento) A Jimena y Emilio Miró

“¿

Cuándo permitirá Cataluña que los artistas puros puedan ganar lo suficiente para comer y pintar?”, preguntaba sin duda con justa indignación un joven Miró. Comer y pintar. Pienso en estos dos verbos, y me digo que yo a él nunca le vi –¿acaso alguien le vio– pintar en su taller, pero sí, en cambio, recuerdo haberle visto comer. Fue en su casa de Son Abrines, en Palma, a principios de los ochenta. Yo había pasado una agitada estancia de una semana en la casa –vecina a la del pintor—– de su nieto David. Una mañana éste me despertó anunciándome que almorzaríamos, a modo de despedida, en casa de su abuelo. Creo que en la repentina invitación debió de influir el que me hubiera visto a diario espiar tenazmente, desde la ventana de mi cuarto, los infatigables pasos de Miró por el jardín a la hora del atardecer: un largo paseo crepuscular para mantenerse, como toda la vida había hecho, en forma física. Por aquellos días, le había dicho a Raillard: “Espero estar en forma para trabajar hasta mi muerte.”

Enrique Vila-Matas ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Creo que David comprendió que estaba deseando espiar más de cerca a su abuelo. Recuerdo que, mientras aguardábamos la hora del almuerzo, me estuvo hablando de cómo Miró no había visto nunca trabajar a Gaudí, pero sí se había dedicado a espiarle y a interrogar a los obreros que colaboraban con él y había averiguado su forma de trabajar al pie de las obras de la Sagrada Familia. Gaudí no hacía dibujos, sino gestos. “Haz así”, decía, y mostraba con el gesto una escalera... Y producía todo el tiempo: todo el tiempo estaba en la obra. Como a sus nietos los quería con delirio, Miró me dedicó, al serle presentado como amigo de David, una cariñosa mirada de agrado y complicidad. Poco después, nos sentábamos a la mesa y comenzó el almuerzo. Como se sabe, los silencios del pintor eran legendarios. Muy pronto pude comprobar lo cierto que era esto. Un agradable y cómodo aire familiar lo invadía todo, y Miró apenas pronunció palabra en una hora. A lo largo de la comida, quien no paró de hablar fue Pilar, su mujer, todo el rato comentando asuntos de orden doméstico. A Miró le gustaba mucho que hubiera orden en su casa y desorden profundo en el taller. Me acordé de unas palabras suyas: “Yo nunca sueño de noche, pero en mi taller estoy en pleno sueño. Mi mujer me habla y yo estoy siempre ausente.” De vez en cuando Miró se quedaba observando fijamente la forma de un hueso mínimo del

pollo que estaba comiendo, y parecía como que acabara de descubrir una pintura de las cuevas de Altamira. Al llegar a los postres, anunció que iba a tomarse un vaso de vino. Como en él era costumbre –Miró era muy austero en todo–, aquél podía ser el único vaso en todo el día. Elevó la copa lentamente, trazó con su gesto la trayectoria de un ave que se estuviera alejando y, de pronto, obrando como si hubiera recibido el fuerte impacto de una visión en sus ojos –algo así como un golpe de sol–, elevó la vista al techo y dijo con voz muy alegre y sonriendo: “¡Viva la Pepa!” Aquel gesto trazó una imagen irrepetible y mágica, el mayor hallazgo visual de mi vida. Fue como si le hubiera visto dibujar de un solo trazo a la reina Luisa de Prusia. En aquel gesto vi condensada la libertad del espíritu que siempre reclamó para la creación. Así que en realidad hoy podría decir que no sólo vi comer a Miró sino que también le vi pintar. Podría decirlo si no fuera porque me acuerdo de aquello que Raymond Roussel le comentó a Leiris cuando vio por primera vez una tela de Miró. “Esto va más allá de la pintura”, le dijo, y yo sólo puedo repetir lo mismo cuando evoco aquel gesto de absoluta, de increíble libertad.

*Texto perteneciente a El traje de los domingos, Huerga & Fierro editores, Madrid, 1995.

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piensan sobre asuntos muy literarios. Las artes visuales es el lugar al que ha ido a parar el legado de los Joyce y compañía. ¿Qué está pasando? Que el mundo editorial vive rehén de la lógica del mercado y de la amenaza de que el mundo de los libros está ya apagándose. El mundo artístico, en cambio, es más flexible y tiene mayor amplitud de miras. No por nada, un sector de la literatura (al que me adhiero de vez en cuando para luego eso sí volver más fuerte al campo literario) se desplaza hacia el mundo del arte. —¿Por qué concebiste la exposición Cabinet d’amateur como el esqueleto de tu biografía literaria, antes de escribir: “A través de una trama desgarrada, las seis obras allí reunidas explicaban oblicuamente mi trayectoria literaria” en Cabinet d’amateur, una novela oblicua, catálogo de la muestra? —Tenía que darle alguna unidad de conjunto a las seis obras que había decidido seleccionar para mi Cabinet d´amateur y no encontré mejor fórmula que decir que allí estaba el esqueleto de lo que un día podía ser –en caso de escribirla– mi autobiografía literaria. —¿Qué destacas de cada una de las piezas en función del “brillo de lo auténtico”? –Dejo que todo orbite alrededor del óleo de Richter, que es el eje de mi texto y de la exposición. En ese óleo Richter nos invita a una reflexión sobre la naturaleza del arte de la pintura, algo que parece emparentado con las obsesiones y temas sobre los que gira mi propia escritura, que es en realidad, básicamente, un conjunto de reflexiones sobre el hecho literario. —¿De qué manera concibes el “hilo secreto” que relaciona las imágenes que tanto nos golpean con el pasado? —No lo sé exactamente. Sólo sé que deberíamos disponer de todo el tiempo del mundo para poder dedicarnos a investigar los oscuros motivos por los que una imagen –pongamos que una mirada junto a un lago, o una mujer que nos da la espalda– no puede de pronto borrarse ya nunca más de nuestra memoria. ¿Por qué permaneció ahí, envuelta en misterio, formulándonos tantas preguntas? ¿De dónde procede y por qué diablos por un momento creemos que nos recuerda algo olvidado? Todo

indica que hay, detrás de esas imágenes que tanto nos golpean, un hilo secreto que las relaciona con el pasado. El hilo no llego a concebirlo como una forma. Quiero decir que no lo veo, por eso es invisible. Pero sé que está. —¿Por qué “los verdaderos artistas siempre buscan la gloria solitaria”, según escribiste sobre Miles Davis en Cabinet d’amateur, una novela oblicua? —Porque serían artistas en cualquier lugar del mundo aun cuando no existieran seres humanos, aunque no tuvieran público o lectores. Miles Davis, por ejemplo, tocaba para sí mismo. Creía sólo en un tipo de prestigio: el prestigio propio. —¿Cómo lograste descartar cientos de piezas atrayentes de la Colección La Caixa de Arte Contemporáneo y elegir las seis magníficas obras que conforma tu exposición en la Whitechapel Gallery de Londres? —Obré como cuando cambié de casa hace nueve años y tuve que decidir en cuatro horas y media qué libros irían al nuevo hogar y cuáles no. Tres segundos bastaban para tomar la decisión: era sí o no, ninguna otra posibilidad, porque no tenía tiempo para entretenerme en dudas. —¿Crees que la frase: “Se adivina, al fondo de la escena, una poesía secreta, tal vez el arte mismo”, perteneciente a Segundo dietario voluble, parecería la conclusión de tu proyecto? –No me parece un proyecto que haya concluido; no doy por cerrado casi nunca nada. —¿Sugieres, como Nabokov, que “el arte que se esconde detrás de la vida puede estar reservándonos, cuando entremos en la última imagen mortal, otra estampida de conciencia tan intensa como el estallido original de la mente”? —No conocía la frase. Pero la suscribo. ¿Y cómo no suscribirla si es espléndida? —¿De qué manera concibes el arte como una manera de “mostrar el absoluto misterio de las cosas”? —Escribiendo un libro como Esta bruma insensata (Seix Barral, 2019), la novela que acabo de publicar y donde he tenido un especial interés en mostrar ese misterio.

Izquierda: Dora García, La lección respiratoria videoproyección: DVD (color, sonido), 16’ 18’’, dimensiones variables, 2001. Derecha: Miquel Barceló, Une poignée de terre, técnica mixta sobre tela, 230 x 285.5 cm, 1989.

—¿En qué consiste la oblicuidad en novelas como Finnegans Wake de James Joyce, planteada en Cabinet d’amateur, una novela oblicua? —Beckett supo verlo muy bien, poco hay que añadir a lo que dijo de Finnegans Wake: “En ese libro la forma es el contenido, y el contenido es la forma. Puede usted quejarse de que este material no está escrito en inglés. Pero es que no está escrito después de todo. No está escrito para ser leído, o no sólo para ser leído. Se ha creado para ser mirado y escuchado. Su escritura no es acerca de algo, es algo en sí mismo. Cuando el sentido es dormir, las palabras se van a dormir. Cuando el sentido es bailar, las palabras bailan. El lenguaje está borracho, las palabras se tambalean.” —¿Qué destacas de Georges Perec cuarenta años después de la publicación en 1979 de su libro Un cabinet d’amateur. Histoire d’un tableau (El gabinete de un aficionado. Historia de un cuadro), al que rindes homenaje? —En su momento, cuando lo publicó Anagrama, fue un libro que me impresionó. De ahí el suave homenaje. —¿Cómo llegaste a “una reflexión sobre el reverso”? —El Kafka de los aforismos de Zürau es muy potente. Le conocemos por La metamorfosis y otras obras interesantes, pero el Kafka de la época de Zürau no es un escritor, quiero decir que es algo más que un escritor. Parafraseando a Beckett cuando hablaba de Finnegans Wake podríamos decir ahora que su aforismo: “Hacer lo negativo aún nos será impuesto, lo positivo ya nos ha sido dado”, no está escrito o, mejor dicho, no está escrito sólo para ser leído, se creó para ser mirado y escuchado y para ser trasladado a una sala de Londres llamada Whitechapel, donde el visitante se extasiará al entrar en cuanto contemple la oscuridad que domina un óleo de Richter ●


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LOS MOTIVOS DEL CUENTISTA Historia de historias, Álvaro Uribe, Malpaso Ediciones, México, K 2018.

que acostumbran contar ficciones con precisión y delicadeza en lugar de experimentar con formas y temas de moda. Con una prosa depurada y un estilo pulcro que recuerda el trabajo de los grandes prosistas latinoamericanos del siglo pasado tales como Rulfo, Arreola, Quiroga, Felisberto Hernández, Monterroso y, sobre todo, Jorge Luis Borges, Uribe ha creado en este libro un universo propio que incluye el relato policíaco, la sátira, la reinterpretación de la historia, la minificción, la crónica y algo que podríamos llamar, el “ensayo cuentístico”. Topos, catorce ficciones poéticas de no más de una cuartilla publicadas originalmente en 1980, inicia el volumen. Pese a su brevedad, constituyen genialidades del lenguaje. Y para muestra, un botón:

Desde entonces han pasado muchas copas Tengo de ti, cuando me propongo recordarte, la imperfecta curvatura de una sonrisa. Tengo ade más el eco insistente de varias palabras que nunca comprendí. Tengo también, involuntariamente, la noche misma, la noche larga en que juega contigo

Carlos Martín Briceño

mi terca memoria. No tengo nada, casi nada: un dibujo desvaído de tu casa por la tarde, tu nombre

AUNQUE ÁLVARO URIBE es un gran cuentista, por razones que atribuyo a las veleidades del mundo editorial, el gran público conoce mejor su trabajo como novelista. El taller del tiempo, Autorretrato de familia con perro, Morir más de una vez y El expediente del atentado son novelas que la mayoría de los lectores ubica a la perfección, sobre todo esta última debido a que Jorge Fons, el premiado director de cine, realizó en 2010 un exitoso filme basado en la misma. La aparición de Historia de historias, volumen que reúne en una impecable edición los cuarenta y un relatos que Uribe ha escrito hasta la fecha, es, por lo tanto, motivo de celebración. No todos los novelistas son capaces de escribir un buen libro de cuentos, pero la mayor parte de los cuentistas, cuando se lo propone, consigue escribir más de una novela respetable. “Soy un cuentista exiliado en el territorio extraño de la novela”, se definió alguna vez Álvaro. Y vaya que lo es. Como pocos escritores mexicanos, Uribe conoce y controla a la perfección el delicado mecanismo del cuento. Es un narrador selecto que prefiere mantenerse en el privilegiado grupo de los

propio y el mágico temor de que aparezcas si me atrevo a pronunciarlo. Un rito cada vez menos frecuente, más lejano que a mi pesar entrevera las fechas y empieza a confundir tu cara con las de tiempos posteriores.

El cuento de nunca acabar, segundo libro de cuentos del autor publicado en 1981, constituye el siguiente apartado de Historia de historias. Aquí Uribe abandona la brevedad y comienza a perfilar la clase de textos que perfeccionará en sus entregas posteriores. Dentro de este grupo de dieciséis historias se encuentra la célebre “Güiraldes, Borges y yo”, una crónica donde el autor cuenta el breve encuentro que tuvo con Borges durante una velada pública en París en la que el argentino habló de Güiraldes. También aparece aquí, “Así es esto”, una divertida y cortazariana sátira setentera de universitarios chilangos que fuman mariguana en el interior de un vochito en tanto se dirigen a la Cineteca al estreno de Roma, de Fellini. “El guardián de la Gioconda”, un canto al amor y al arte que deviene en obsesión, cierra el grupo y es, quizá, el

texto más original de todos. Como quiere Beatriz Espejo que suceda con los cuentos memorables, este cuento se me quedó rebotando en la cabeza durante largo rato. “No me molesta que se diga que soy un borgesiano irredimible. Me ha costado mucho trabajo separarme de Borges”, dice Uribe en una entrevista a propósito de su obra, y En la linterna de los muertos (y otros cuentos fantásticos), el tercer apartado de esta colección, el lector puede certificarlo a carta cabal. Aquí, en verdad, resulta difícil elegir alguno de los ocho que sobresalga por encima de los demás, En “El séptimo arcano”, por ejemplo, un encuentro con Cortázar le sirve a Uribe para urdir una onírica y formidable trama. En “El evangelio de Pedro”, “El último sueño de Simón” y “La linterna de los muertos”, la religión y la figura del diablo son indispensables para entender los motivos literarios del autor. Sueños y fantasías se mezclan para lograr una formidable y seductora mezcla. Pero es en “El rehén”, “La audiencia de los pájaros” y en “La fuente” donde encontramos que las influencias del Jorge Luis Borges ceden para dar paso al asombro y lograr una entonación más personal, original y poderosa. Complementa esta Historia de historias un trío de cuentos fantásticos, inéditos, que son el mejor ejemplo de que Uribe, a casi cuarenta años de haber publicado sus primeras historias, continúa escribiendo con esa perfección de artesano que le ha permitido ganarse un sitio importante en el universo de las letras mexicanas z

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EN VÍSPERAS DE LA GUERRA: GRECIA Y SUS VERSOS DE HIERRO Poesía arcaica griega (siglos VII -V a. C .) tomo I poesía parenética, Bernardo Berruecos Frank (estudio preliminar, versión, notas, comentarios e índices), UNAM /Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, México, 2018.

David Noria LA POESÍA GUERRERA griega es una pira funeraria de palabras que apenas conocemos en el rescoldo de unos cuantos versos. Frases a medio acabar, truncas y entrecortadas por los puntos suspensivos de las ediciones, estos despojos literarios nos sugieren más de una dimensión de entendimiento: no sólo estamos ante poemas que cantaron hace dos mil quinientos años la muerte, gloria y miseria de los guerreros, sino podría pensarse además que la voracidad del tiempo ha malherido también a las palabras mismas, dejándonos tan sólo un cadáver, que los estudiosos recomponen con piedad como para identificar el cuerpo de un deudo.

Entre los siglos VII y V ante, Calino, Tirteo, Arquíloco, Mimnermo, Alceo, Solón y Simónides –los siete prohombres de quienes se conserva este tipo de poesía– trajinaron los pliegues y salvaron los escollos de un mediterráneo atrevido y desmesurado. Eran los tiempos en que la guerra se libraba al menos una vez en la vida de cada uno que mereciera el nombre de varón. La vida debió ser entonces menos cierta. No saber portar un escudo era cosa tan inusitada como no haber esforzado los músculos en la formación ciudadana de un servicio militar sin concesiones. El enemigo no tomaba necesariamente la forma del bárbaro; muy bien podía hablar el griego, y casi bastaba que su ciudad se hallara tras una cordillera o a pocas millas de mar. La mujer era ante todo la esposa y madre de los hijos, a la par que botín sujeto a vejación, y la parcela de tierra –la verdadera amada– era el único asidero de la libertad, entendida en su sentido más inmediato y telúrico como condición opuesta a la mendicidad o esclavitud. La dicotomía de matar o morir alienta la embriaguez de estas cruentas exhortaciones. Muertes “bellas”, libaciones del recuerdo y honorables exequias son los tópicos más recurridos en estos cantos o panfletos hechos para declamaciones de ocasión, fueran fiestas cívicas, banquetes de notables o vísperas de guerra. La fama y la gloria que animaban a los héroes de la Ilíada, impulsan ahora la vida de los hombres de carne y hueso, que han dejado de ser los amos y súbditos de la epopeya para devenir ciudadanos; esto es, los griegos han inventado la ciudad, en la que el hombre, por vez primera, pronuncia la difícil palabra “política”. Los versos de Homero son de bronce mítico, literatura; la realidad de Alceo, Solón y sus contemporáneos, en cambio, es ya de hierro y plaza pública: interpretar los prestigiosos papeles de la epopeya no es más un ejercicio escolar de primeras letras, sino problemática situación vital del hombre ciudadano ante la violencia de la historia.

En el siglo XIX el Estado-nación termina por dominar como la principal forma de organización de la sociedad. No bien los países acaban de conquistar sus respectivas soberanías, banderas e himnos proliferan ante la urgencia de consolidar (inventar) identidades. Estos últimos, en realidad, son la poesía parenética de nuestro tiempo. En su himno nacional, por ejemplo, los griegos reconocen a la libertad “por el terrible corte de la espada”, mientras los italianos al llamado de la patria “cierran filas listos a la muerte”. Los franceses, por su parte, ante el feroz enemigo “que viene a degollar a sus hijos y compañeras”, forman “batallones en aquel día de la gloria”, y cerca de una veintena de himnos hispanoamericanos son otro gran compendio de estos lugares comunes. El filólogo helenista Bernardo Berruecos, al seleccionar, comentar y traducir esta compilación de poesía griega arcaica, ha unido estrechamente su nombre al de autores y obras cuyo conocimiento, como él mismo anuncia: “beneficia y enriquece no sólo al estudio de la historia de la poesía, sino al historiador en general”, puesto que estos textos reflejan “una serie de acontecimientos sociales de relevancia y envergadura capitales para el desarrollo del mundo griego: la emergencia de la pólis y de sus instituciones, la codificación de las leyes y el desarrollo de las actividades legislativas, la reforma hoplítica del siglo VII aC, la noción de ciudadanía, la colonización, la acuñación de la moneda, la asunción al poder político de las nuevas clases sociales que buscaban una isonomía frente a la vieja aristocracia, el desarrollo del comercio, la laicización y secularización paulatinas de las diversas manifestaciones culturales, la emergencia del discurso filosófico y científico, entre otros”. Por otra parte, estos estudios contribuirán, como es ya nuestra tradición secular (recordemos a Alfonso Reyes), a repensar nuestra propia poesía e incluso nuestra confusa política a la luz siempre reveladora de los helenos z

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SOSTENER LA PALABRA:

la nueva literatura de Costa Rica

Xabier F. Coronado


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Artes visuales/ Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx

Bosco Sodi y la Fundación Casa Wabi (III y última) EN LAS DOS columnas anteriores (14 y 28 de abril) se reseñó el proyecto de la Fundación Casa Wabi en Puerto Escondido que el artista visual Bosco Sodi ha impulsado y financiado desde 2014. El pasado mes de marzo se inauguró en ese espacio la colosal instalación site-specific titulada Atlantes, realizada por Sodi a lo largo de los dos últimos años. Se trata de una obra de land art que se compone de sesenta y cuatro cubos de 2 metros de altura, conformados por mil 600 ladrillos cada uno, dispuestos en una plataforma a manera de una cuadrícula estrictamente simétrica, como si se tratara de un tablero de ajedrez. Los 102 mil ladrillos fueron modelados a mano por el artista y su equipo de artesanos locales en su taller de Casa Wabi, donde el horno tradicional se ocupó de la cocción a lo largo de casi mil horas. La colosal pieza minimalista colocada frente al mar e inmersa en la frondosa naturaleza, continuará su proceso de existencia bajo la égida de los azares del tiempo, como bien señala Dakin Hart, curador en jefe del Museo Noguchi de Nueva York: “Toda esa masa crea un espectáculo de solidez. Pero pronto comenzará a cambiar. Los animales se instalarán en sus muchas grietas. El clima irá a trabajar en cada una de sus 614 mil caras. Eventual-

Exposición de Daniela Libertad en Casa Wabi Santa María

Atlantes, Bosco Sodi

mente, el concepto artístico de un minimalismo sublime y preindustrial quedará atrás: pasando del arte a la arqueología, luego a la naturaleza, y finalmente del polvo al polvo.” Atlantes es una pieza espectacular, audaz y contundente, que engloba las búsquedas estéticas en cuanto a la forma y la materia que Bosco ha explorado a lo largo de su quehacer artístico. Con sus pabellones creados por renombrados arquitectos internacionales y su programa de actividades culturales para y con las comunidades de la región, Casa Wabi Puerto Escondido se ha convertido en un punto de referencia en nuestro país y en el extranjero. Pero este ambicioso y loable proyecto no termina ahí. En Ciudad de México abrió sus puertas en 2016 Casa Wabi Santa María, en la esquina de Dr. Atl y Amado Nervo, en la colonia Santa María la Ribera. La finalidad de esta sede es crear un vínculo con el proyecto de Puerto Escondido a través de un programa de exhibiciones que va de la mano con un proyecto educativo dirigido a la comunidad de este barrio tradicional. La casa fue bellamente restaurada por el arquitecto Alberto Kalach, quien acertadamente optó por mantener la atmósfera de la época en el interior del edificio y transformar las terrazas y las azoteas en exuberantes jardines interiores. Casa

Wabi Santa María es la sede de la Fundación, y en su espacio conviven una exposición-venta permanente de muebles vintage de la firma Decada, un taller de restauración y un espacio de exhibición para la promoción de artistas mexicanos emergentes. Esta galería es un concepto sui generis pues mantiene sus puertas abiertas a la calle de Dr. Atl sin un custodio que la resguarde, con el fin de propiciar la entrada libre a los transeúntes. La curadora Paola J. Jasso me comenta que este año se exhibirá el trabajo de cuatro jóvenes artistas mujeres que hayan participado en las residencias en Puerto Escondido y que no colaboren todavía con ninguna galería. Daniela Libertad presenta actualmente tres dibujos bella y finamente elaborados con lápiz de color y una pieza tridimensional que hablan, con un tono poético, sobre el concepto de lo incorpóreo. En 2017 se inauguró en Tokio la Casa NaNo, tercera sede de la Fundación que funciona como residencia para jóvenes artistas mexicanos que son invitados durante un mes para fomentar en su quehacer creativo el desarrollo de experiencias en torno a la cultura japonesa. La Fundación Casa Wabi cuenta con un espléndido libro de 152 páginas recién editado en Italia bajo el sello de RizzoliElecta, en el que se puede apreciar en conjunto todo este grandioso proyecto que todavía dará mucho de qué hablar. ¡Enhorabuena a Bosco Sodi y a todo su equipo de colaboradores, y larga vida a Casa Wabi! z

Casa NaNo,Tokio

Bitácora bifronte/ Ricardo Venegas

Lina Zerón y la poética de las mariposas Hoy escribí tu nombre bajo la almohada y no me sentí sola. Lina Zerón LA POESÍA de un autor es parte inseparable de su autobiografía, no hay quien dé paso en falso en su escritura, algo de éste se impregna siempre en sus palabras. Nunca es impersonal, la poesía siempre es un asunto de vida, de remitente y destinatario. Al realizar un registro del mapa de Lina Zerón, Alejandro Campos Oliver completa un álbum de la travesía vital de la autora. En Poética de mariposas (INDETIL, 2019) hay pasajes, paisajes, memorias, anécdotas, pero también la poesía como destino en la vida de una escritora mexicana que ha caminado por distintas sendas, y como bien lo advierte Campos Oliver, escribir por los motivos que sea es legítimo. En este ensayo biográfico, que también es una antología, se reúnen algunos de los

poemas más apreciados por sus lectores, que en su mayoría son amas de casa, estudiantes, oficinistas, obreros y personas que tal vez antes no tuvieron la oportunidad de una mediación y andamiaje que les permitiera construir ese largo puente para acercarse a los clásicos. En este sentido, la poesía de Lina ha permitido modificar en esos lectores, ¿nacientes?, su actitud frente al acto de leer poesía y al fenómeno literario en sí mismo. Rainer Maria Rilke acotaba que la verdadera patria del poeta es la infancia. Y Lina recuerda, y nos recuerda, una patria de la que “nunca podrá exiliarse”. La muerte del padre es un evento que a todos nos sucedió o nos sucederá; esto cambió la vida de Lina de forma drástica. Escuchaba declamar a su madre en las fiestas, y Lina quiso ser como ella. Quizá por ello el amor se registra con gran intensidad en el que fuera uno de sus primeros poemas: “Y unos ojos de carbón/ que tanto al mirar afinan,/ que más que ver adivinan/ de penetrantes que son./ Los llevaré en el corazón,/ más profundos que el dolor,/ más clavados que una espina/ te lo jura quien te adora: Lina.”

Lina Zerón (México, 1959) recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Tumbes, de Perú (2007). Su poesía ha sido traducida a diversos idiomas y ha recibido numerosos reconocimientos como el de personalidad más destacada de las Letras Latinoamericanas (Montevideo, 2019). Poética de mariposas, una invitación para acercarse a la poesía de Lina Zerón, se presentará el sábado 18 de mayo a las 18 hrs. en el auditorio del Centro Cultural Pedro López Elías (Tecuac 44, Barrio de Santo Domingo), Tepoztlán, Morelos z


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Arte y pensamiento

Tomar la palabra/ Agustín Ramos

2012-2018, la danza de dos mil millones DEBIÓ OCURRIR este 21 de abril, sin embargo lo importante es la moraleja porque la fecha, al igual que los protagonistas, es intrascendencia pura. Aunque por cuestión de estilo se ordenen diferente, la historia comienza con estos insultos: –A esos funcionarios mediocres que van y vienen no los recordarán ni sus nietos. [Son] pequeños administradores con debilidad mental, emocional y política. [Actúan] presionados por un sindicato y tienen mucho resentimiento mal encausado. [Cometieron] un acto inadmisible, ofensivo y oprobioso, a la altura de su pequeñez, simbolizan el desmantelamiento de varias instituciones de la República a las que desprecian, ignoran o no saben dirigir. Los chillidos corresponden a un ciudadano que se enteró de un supuesto agravio cometido contra su difunto padre. El hecho, según quien lo atestigüe, resulta conmovedor, banal, chusco o ridículo. Pero el protagonista lleva doble apellido y, oyoyoy, tiene título nobiliario. Para peor, el personaje paterno supuestamente agraviado supo granjearse en vida los méritos y las simpatías de todo burócrata empedernido que caravanea con sombrero ajeno. Ahora bien, ¿qué hace la autoridad concernida si todo esto, pataleta incluida, lo publica un periódico agregando la cuña de los consabidos abajo firmantes? ¿Guarda comprensivo silencio y manda a los berrinchudos al

carajo por lo intrascendente e infundado del hecho? No. Al contrario. Con prisa de bombero esa autoridad injustamente denostada y humillada da explicaciones y promete resarcir en 15 días el presumible desaire. Hasta aquí la historia. La otra mitad de este artículo francamente sale sobrando. Ah, pero la necesito para la moraleja. Vean cómo no soy rencoroso. El 2 de abril solicité información a las instancias gubernamentales responsables de la transparencia, para sustentar las reflexiones que dediqué aquí al desmantelamiento y la corrupción de las instituciones culturales en México. ¿Leyeron mis lectores esa información? ¿No? Yo tampoco porque me contestaron el 2 de mayo, puntualmente un mes después, con cifras que a continuación redondeo y expongo. En 2012 el instrumento financiero del organismo federal de cultura, Fonca, recibió 562 millones y pico. En 2013, 423 millones. En 2014, casi 442 millones. En 2015, 528 millones y medio. En 2016, 590

millones. En 2017, 597 millones. Y en 2018, 519 millones y medio. De esto sólo se dio a los artistas 154 millones en 2012, 165 millones en 2013, 238 millones en 2014. En 2015 lo mismo que en 2014. 215 millones en 2016. 208 millones y medio en 2017 y casi 219 millones en 2018, en forma de “becas, apoyos y estímulos”. Así mismo, para “operación y logística… considerando el pago a “jurados y tutores” se destinaron casi 10 millones en 2016, 4 millones en 2017 y 3 millones y medio en 2018 (omitieron cifras de 2012 a 2015). Tomo de ejemplo el presupuesto ejercido en 2016, el más simple –no el más abultado. De un presupuesto total de 590 millones el gasto comprometido fue de 215 más 10 (es decir de 225 millones). Restando 225 a 590 tenemos 365 millones, que sumados a las operaciones correspondientes a los otros años suma 2 mil millones de pesos. Y como el informe dice que el “máximo órgano rector del Fonca” (sic) es la Comisión de Supervisión, pregunto: ¿quiénes formaron esa comisión entre 2012 y 2018? Y, en caso de haber sido algo más que tapaderas, ¿cuándo, cómo, en qué y para qué decidieron gastar 365 millones, de a millón por día, tan sólo en 2016? Moraleja: para que la alta burocracia te atienda con oportunidad hay de dos. Una, ser de los suyos, es decir pariente, amigo, conocido o recomendado. La otra es que a juicio del burócrata seas, como él, un caca grande –disculpen el tecnicismo. Si no perteneces a esta casta, ármate de paciencia, no esperes nada, toma con un grano de sal la necesidad o el karma que te condujo a requerir el servicio, susurra tu solicitud al oído indicado o de plano recurre al periodicazo z

Cenart

Biblioteca fantasma/ Eve Gil

Non c’est Non DÍAS ANTES de llegar a mis manos No es No, de la francocanadiense Dïana Bélice (Urano, México, 2018, colección Tabou/Puck) evocaba aquella serie de libros (no tan) ligeros que no sólo incrementaron mi voracidad lectora durante la adolescencia, me dejaron, además, una enseñanza, por así decirlo, moral (Pregúntale a Alicia, ¿Por qué a mí?, Nacida inocente, etcétera); ¿cómo tendrían que ser aquellos libros para cimbrar a los jóvenes actuales?, me preguntaba, al tiempo que el movimiento #MeToo incendia las redes sociales. No es No, que desde el título nos remite a la esencia del mencionado fenómeno, inaugura la colección Tabou que aborda las problemáticas esenciales de los llamados milenials. Este, en particular, hará recular a algunos padres de familia desde su advertencia, “contenido sexual explícito, lenguaje fuerte y violencia”, aunque considero que las jóvenes de la edad mínima para la que está recomendado (dieciséis) no son las que leíamos a hurtadillas las minuciosas descripciones de cómo la dulce Sara T se denigraba para conseguir alcohol. En todo caso, puede leerse con supervisión de un padre o profesor. Lo importante es que se lea, y no estaría nada mal que se introdujera en las escuelas… aunque, ¡ojo!, bajo advertencia no hay engaño: la escena de la violación es incluso más cruda de lo que deja entrever el aviso, ¿de qué otra manera puede representarse un episodio Dïana Bélice

tan traumático, de los que se suele hablar tan a la ligera? El arranque no nos prepara en lo absoluto para la segunda mitad: Emma es una joven sana y feliz, con una mejor amiga que muchas quisiéramos (Laurie) y unos padres que la adoran. Acaba de cumplir los dieciocho y se dispone a vivir una gran experiencia preuniversitaria, trabajando durante las vacaciones de verano en un campamento para niños en condición vulnerable. La acompañará su amiga Laurie, garantía de una gran experiencia. Toda una novela rosa, incluida la presencia de un guapísimo instructor de nombre Zachary Nantel, que de entrada se muestra despectivo con Emma, para terminar cortejándola con ardor. Para el lector adulto y experimentado, sin embargo, Zach dista de ser el príncipe azul: es un lindo depredador preparando el terreno para atrapar a Emma en la engañosa dulzura de su telaraña, aunque la autora expone las razones por las que este joven desarrolla un desprecio absoluto por las mujeres, es decir, misoginia (el misógino, no olvidemos, es un criminal en potencia). Tras una serie de encuentros furtivos que no culminan en

el acto sexual, la situación se sale de control tras una fiesta en la que tanto Zach como sus amigos se alcoholizan. Emma, también un poco pasada de copas, accede a hacer el amor con él… pero aquel encuentro romántico, tan esperado, concluye con una violación colectiva. Termina la historia de amor. Comienza la vida real. Emma se transforma en una alma errante que no se encuentra a sí misma, en su propio cuerpo menos que en ninguna parte. No existe en este, ni en otros mundos, un solo argumento que justifique una violación. Si una chica se muestra dispuesta a hacer el amor, NO es un permiso implícito para ser denigrada y violentada, que es como los misóginos como Zach interpretan la manifestación de deseo en una mujer. Las mujeres reaccionan a los estímulos eróticos exactamente igual que los varones, y eso no significa que sean “malas” o “putas” (aunque violar a una sexoservidora debiera ser idénticamente condenado). La cultura patriarcal persiste en presentarnos a “la buena mujer” como sinónimo de “mujer asexuada”. La trabajadora social que lleva el seguimiento del caso de Emma, previo al enjuiciamiento de sus violadores, dice algo que debería ser inscrito en un espectacular: “Antes que enseñar a las niñas cómo no ser violadas, debemos enseñarles a los niños a no violar.” Dïana Bélice nació en Montreal a mediados de los ochenta, hija de inmigrantes haitianos. Exbailarina clásica y exmodelo, ha escrito varios libros de corte realista dirigidos al público juvenil y muy pronto se publicará en español Girl for sale z


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 12 de mayo de 2019 // Número 1262

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Bemol sostenido/ Alonso Arreola @LabAlonso

Notas y letras en León HACE UNA SEMANA nos invitaron a la Feria Nacional del Libro de León para conversar con tres colegas (Gina Jaramillo, Joselo, de Café Tacvba, y Alejandro Franco), sobre música y literatura. Palabras más, palabras menos, estas fueron las líneas que compartimos aquella tarde. León, Guanajuato. Jueves 2 de mayo: Hace poco más de una década nos dimos cuenta de algo: ejercíamos tres de los empleos peor pagados de México: músico, escribano y maestro. Ya se sabe: normalmente tocar, arrastrar la pluma o enseñar colocan a sus oficiantes en la parte baja de nuestra escala laboral. Pero, ¿no parece una locura que aquello que templa el espíritu, los afectos e intelectos resulte el peor rumbo profesional que alguien puede tomar dentro de una nación? Si hablamos de esto no es por esnobismo o presunción. Quisiéramos señalar la imperativa necesidad de leyes que impulsen, estructuralmente, pedagogías diferentes para el aprendizaje de la música y la literatura en etapas tempranas. Pero bueno, no hay voluntad política suficiente. Ya se sabe. En las últimas semanas hemos atestiguado situaciones violentas que podrían enfrentarse con una creatividad diferente si quienes mueven nuestros hilos tuvieran una mejor educación profesional, sí,

pero también sentimental. Del #MeToo a la masacre de Minatitlán o al balazo contra Aideé en su salón de clases, pasando por el abandono a una mujer enferma afuera del Metro… en éstos y muchos otros casos observamos indolencia, falta de alteridad, valoración de quienes nos rodean. ¿Música y literatura podrían cambiar eso? Ayudarían, sin duda. Hermanas gemelas que nacieron sin poder plasmarse en soportes físicos hasta que chocó la piedra contra la piedra. En ese acto se inscribió el primer signo, pero también el primer ritmo. Desde entonces sirvieron para crear sociedades y cultura. Fueron motor cuyas bondades van más allá de la estética, el arte y el entretenimiento. De los primeros muecines que cantaban el Corán a los juglares medievales y de ellos a Gil Scott Heron o Residente pasando por José María Cano, Jorge Drexler, Caetano Veloso, Alejandro Sanz o Juan Luis Guerra… Sea en el hip hop, el spoken word, el rock, el pop o en cualquier canción de Café Tacvba, no hay música sin literatura ni literatura sin música. Lo que hay es un baile, una negociación en que las partes reducen sus poderes en favor de la unión. Dice el investigador Darío Jaramillo: “Es inevitable

señalar el desprecio –casi nunca admitido– que en nombre de la Poesía y la Cultura se ejerce contra la canción.” Pero la verdad es que la poesía que cabalga canciones es la única que mucha gente conocerá en su vida. Allí su relevancia. Y ojo: las canciones son maestras cuando no hay maestros en las aulas. Escribíamos esto mientras en un noticiero matutino daban cuenta sobre la reforma a la Reforma educativa. Entre los rostros de diputados desmadrugados y el terrorífico recuerdo de la maestra Elba Esther Gordillo, tratábamos de recordar artistas que supieron escribir poemas, cuentos y novelas pero también música. Por momentos sentimos que nada valía la pena sin las leyes del futuro. Pero luego recobramos ánimos. Entonces aparecieron los nombres de Leonardo, Boris Vian, Felisberto Hernández, Leonard Cohen, Chico Buarque, Wynton Marsalis, Andrés Calamaro, James Rhodes, Pablo Carbonel o el propio Joselo Rangel. Felizmente, siempre habrá necios dispuestos a cruzar la frontera. En el mundo de la especialización dedicarse a dos o más cosas es algo raro, dicen los ignorantes. Lo mejor, empero, es contaminarnos. Saber de muchas cosas. Como dice el filósofo Rob Riemen: “los gobiernos de hoy se apoyan en paradigmas científicos, pero lo que necesitamos son paradigmas humanos, aunque nos equivoquemos”. Y sí: música y literatura reflejan fielmente nuestra humanidad. Acudamos a su enseñanza. No hay transformación social sin un cambio individual. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos z

de que lo dicho/escrito al respecto acaba convertido sin remedio en una pieza más de promoción, que no por involuntaria resulta menos efectiva –y sea dicho esto con plena conciencia de que incluso los comentarios negativos terminan siendo “ruido a favor”, pero quede al menos constancia de una voz discordante en medio del coro balador.

de setenta y muchos. Lowery eligió con tino magistral: es el mejor Robert Redford, con su larga trayectoria, su inmensa fama y su enormísimo talento quien encarna a ese hombre de quien hasta sus víctimas se expresaban en términos no sólo favorables sino tintos en admiración: que si era amabilísimo, que si muy elegante, que si todo un caballero… Hampón de la vieja escuela, maestro absoluto en ese arte milenario que es la sustracción de bienes ajenos, Tucker emblematiza una época ya ida, a la que resulta imposible no mirar con dejos de nostalgia: ladrones que no sueltan ni un disparo si no es estrictamente indispensable, escapes de la cárcel pero sin apoyo de las autoridades, a cuerpo limpio y pura habilidad, códigos de honor entre colegas, y hasta el final algo que sólo puede ser entendido como auténtico amor por el oficio propio. Aunque cierta rumorología sostiene que ya se desdijo, se entiende por qué Redford afirmó que este sería su último trabajo como actor: ahí está entero, sugeridos sutilmente por Lowery varios personajes que Redford encarnó en su luenga filmografía z

Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars

Acto final de un grande LA FILMOGRAFÍA de David Lowery –realizador, guionista, editor y actor estadunidense nacido en Wisconsin hace apenas treinta y ocho años– suma varios títulos, pero apenas tres producciones en calidad de director: Pete’s Dragon, de 2016, A Ghost Story, de 2017, y The Old Man & the Gun, de 2018. Indudablemente, la segunda de las enumeradas es la que le redituó enorme prestigio: su historia de fantasmas, insólita, sutil e inteligente en grado extremo, es de esos filmes que de inmediato quedan bien afincados en la memoria. Tres filmes resultan escasos para definir el perfil temático y estilístico de un creador, sin embargo de lo cual a Lowery bien podría calificársele de neoclasicista, para empezar y, eso sí, de ser un cineasta profundamente conocedor, en términos históricos, de su ámbito profesional. El aserto se verifica al ver su producción más reciente, aquí retitulada Un caballero y su revólver, que entre otras virtudes le tocó en suerte la de haberse convertido en el oasis casi solitario, disponible en una cartelera invadida –cuándo no– por una megaproducción menos que mediocre en cuanto a contenido pero muy bien vendida, en este caso los deplorables, despreciables, prescindibles, cinematográficamente intrascendentes y perfectamente olvidables Avengers: Endgame, a los que una mínima decencia profesional debería impedir que sean abordados con seriedad, por aquello de la fatalidad

Redford/Tucker Vuélvase mejor a la estupenda Un caballero y su revólver: el guión, escrito por el propio Lowery, retoma los puntos esenciales de la historia verídica de un hombre llamado Forrest Tucker, nacido en 1920 y muerto a los ochenta y cuatro años de edad, cuya celebridad se basó, de acuerdo con una nota de la BBC, en dos razones: una, haber sido el más hábil escapista de todos los tiempos, pero no a la manera de Houdini, que gozó siempre de condiciones controladas para su espectáculo, sino en el mundo real: en palabras del mismo Tucker, “escapé exitosamente de prisión dieciocho veces y otras doce lo intenté, pero no logré llegar muy lejos”. Y dos: que después de un ataque al corazón, y con setenta y ocho años de edad encima, todavía se animaba a seguir robando bancos. En efecto, sus al menos treinta estadías en la cárcel se debieron a que ese era el oficio de Mr. Tucker: asaltabancos –y aquí viene a la memoria una frase atribuida a muchos, con la que este juntapalabras está muy de acuerdo: “es más criminal fundar un banco que robarlo”. En el filme no se alude explícitamente a la edad del personaje pero cabe afirmar, por la caracterización, que se está presenciando el momento vital de ese Tucker

Robert Redford


Crónica/ Saúl Toledo Ramos 16 LA JORNADA SEMANAL 12 de mayo de 2019 // Número 1262

Epopeya de un conductor en Texas

E

n las circunstancias actuales –mis circunstacias– lo más prudente es manejar, máximo, al límite de velocidad permitido. Así llevo haciéndolo desde hace un buen tiempo, cuando me mudé a un pueblo de Texas. Siempre conduzco sobre el carril de baja, por si alguien lleva prisa me pueda rebasar por el de alta. Invariablemente así sucede: bólidos me aventajan a cada instante, violando el tope de velocidad permitido. Lo cual es en vano: por muy rápido que vayan, en el siguiente semáforo los alcanzo. De un tiempo a la fecha, es evidente que los policías detienen con mayor regularidad a los hispanos. La gente de piel blanca puede pisar el acelerador sin que se les penalice o persiga. A los de piel morena, se les multa por cualquier nimiedad. Hace una mañana espectacular, brilla el sol y aquí y allá se admiran nubes que realzan la singular belleza del paisaje. La cercanía de la primavera ha traído los primeros brotes de flores de todos colores, el canto de aves de distintos tipos y, en general, el reverdecimiento de la vegetación. Me dirijo al trabajo, como ya lo expresé, a una velocidad moderada. A mi lado, otros vehículos pasan con prontitud, ora con un exagerado rugir de motores, ora lanzando un espeso, maloliente humo que, con lentitud, se dispersa en el ambiente. Por el espejo retrovisor veo un auto deportivo que, con su cofre, casi toca la facia trasera del mío. El conductor hace sonar el claxon; no hago nada. Una camioneta pasa a mi lado, sacudiendo con su potencia mi auto compacto. El deportivo se me adelanta también; la ventanilla se abre, su conductor me hace una seña con la mano. En eso, siempre por el retrovisor, veo que tras de mí viene una patrulla. No he avanzado ni diez metros cuando me prende las luces de la torreta. No puedo evitar sentir pánico. Me estaciono y espero a que el oficial venga, me pida que baje el vidrio y solicite mis papeles. He escuchado tantas cosas; hay videos de abusos, grabaciones de violencia innecesaria. Pongo ambas manos sobre el volante para que sean visibles. El uniformado pega sobre el vidrio, lo hago descender. No tengo licencia, no la puedo tener: vivo ilegalmente en Estados Unidos. Alguna identificación, exige. Le doy mi matrícula consular. Atisba en el interior del

Con el Jesús en la boca anda el de piel morena por las carreteras de Texas, que va despacio en el carril de baja y de pronto con el corazón desbocado y cerrada la garganta durante el minucioso escudriño de una patrulla que lo detuvo bajo sospecha by default.

carro buscando no sé qué. Con mi documento se va hacia la patrulla, no sin antes revisar mis placas y la calcomanía del registro. Veo que teclea la terminal sobre el tablero. Se tarda demasiado, o así me lo parece. Estoy nervioso. Pienso que en cualquier momento llegará un vehículo de migración, que me llevarán a alguna prisión sin explicación de por medio. El hombre regresa, con la mano sobre la cacha de la pistola, me pregunta que si llevo algo ilegal. “¿Ilegal”? me pregunto mentalmente. “¿Drogas o armas?”, inquiere. No, nada, le digo. En el hombro izquierdo, con una correa, tiene adherida una radio; la activa y pide apoyo, da la dirección en que nos encontramos. Tras de nosotros la fila de autos ha empezado a alargarse, hay rostros de enojo por el contratiempo, sólo queda una vía libre y los conductores a nuestras espaldas deben de esperar a que los del carril de alta los dejen incorporarse para seguir avanzando. A los dos minutos llega otra patrulla y se sitúa enfrente de mi carro, de modo que quedo entre las dos. Desciende un policía que se ve de origen hispano. Viene y por lo bajo habla con el otro. Se acercan; los dos posan sus diestras sobre las armas. Qué si traigo algo ilegal, vuelven a preguntar. “Mota”, dice el recién llegado. “No”, contesto, “ni siquiera tabaco”. Hablo en castellano, el hispano replica: “English, English”. Lo confieso: El terror me apresa cuando me dicen que baje del carro. El primer policía alterna sus ojos entre mi cara y mi identificación. Las personas que pasan a nuestro lado nos miran con curiosidad, unos niños agitan sus manos. El hispano me dice que me recargue sobre el carro, en la parte de atrás. Vuelve a la carga: “¿Llevas algo ilegal, como drogas o armas?, ¿de dónde vienes, a dónde vas? Mejor dime de una vez. Si revisamos el carro y encontramos algo, te va a ir mal. ¿Lo podemos revisar?”. Como si pudiera negarme. “Hagan lo que quieran” le digo con temor creciente. Le dice algo a su compañero y éste empieza la revisión. Se oyen tantas cosas, hay tanto testimonio. Aunque no llevo nada, tengo pavor. ¿Y si me “siembran” algo? El hispano me pregunta mil y una cosas, siempre las mismas, y cada tanto insiste: “¿Tienes algo ilegal? Si te encontramos algo te vas a arrepentir.” De

haberlo sabido, hoy ni hubiera salido. De eso es de lo que me arrepiento. Veo cómo el policía gringo escudriña con cuidado cada una de las cosas que va encontrando; no las devuelve a su lugar, las arroja donde caigan. En una bolsa que me acompaña encuentra dos botes plásticos que contienen medicinas: sufro de colesterol y presión alta. Los abre, los huele; lee y relee las etiquetas. Los pone a un lado, pero no los tira como los demás objetos. Encuentra una pequeña cámara fotográfica. La analiza con una lupa, da con un número. Por la radio dicta los dígitos y espera. Algo le confirman y la avienta junto con todo lo demás. Por cierto, la carretera se ve más despejada; a nuestro lado pasan vehículos a gran velocidad. Es evidente que más de uno va por encima de lo tolerado. Nadie los detiene. Ya se hizo tarde. Llegaré al trabajo después de la hora de entrada. Es lo de menos. Probablemente, pienso, no llegaré a ningún lado. El uniformado pide que abra la cajuela, se ajusta unos guantes plásticos. Lo único que llevo ahí son un par de zapatos, la llanta de refacción y algunas herramientas. Comienza a botar todo al piso. En eso, veo a un conocido; nuestros ojos se encuentran. Pienso que llegó mi salvación. Vendrá, dirá que soy una buena persona, que me ha visto en mi trabajo. Se disculparán y me dejarán ir. Disminuye la velocidad y contempla la escena, pero no se detiene, hace un movimiento de cabeza a manera de saludo y se va. Estoy solo en este asunto. El policía que revisa mis cosas se rasca la cabeza; resopla; en su frente tiene gotas de sudor. Se ve decepcionado. Como que en realidad deseaba encontrarme algo indebido. Llama a su compañero, se dicen cosas que no escucho. Luego se acercan a mí. De momento, sólo me darán un ticket por no traer licencia (unos 500 dólares). Me aconsejan que la saque lo antes posible y que ande con cuidado. “Te puedes ir” dice en perfecto español el agente hispano. Respiro aliviado. Apenas me subo al carro, el primer policía me hace una seña para que no me vaya. Junto con él, mi temor regresa. ¡Ah! Era únicamente para aconsejarme que no deje mis medicamentos en el carro. Con estos calores, afirma, se pueden estropear. Le doy las gracias y, aún sin aliento, me alejo del lugar z


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