Suplemento Semanal

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LITERATURA Y FEMINISMO Rosario Castellanos, María Luisa Puga, Adriana González Mateos y Aralia López

Francesca Gargallo

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 20 DE ENERO DE 2019 NÚMERO 1246


LA JORNADA SEMANAL

2 20 de enero de 2019 // Número 1246

DOS ANTOLOGÍAS DE Foto: Bryan Schneider/ CC

MIN

ARALIA LÓPEZ (1944-2018). La literatura de las mujeres y los seres humanos Nacida en Cuba y radicada en México desde finales de los años cincuenta, a la ensayista, crítica, poeta y académica Aralia López se le recuerda sobre todo por su incansable labor intelectual plena de sensibilidad e inteligencia, para dar a conocer las ideas y los contextos históricos en los que se desarrolla la literatura de las mujeres en América Latina –un magnífico ejemplo es su ensayo La narrativa de Rosario Castellanos-, pero la propia Aralia fue también una poeta de voz fuerte y original. Francesca Gargallo, amiga y colega, la recuerda en ambas vertientes en esta semblanza biográfica de tintes entrañables.

Este artículo presenta con generosidad dos volúmenes que ilustran el difícil arte de lo “bueno, breve y sustancioso” en la escritura, siguiendo la tradición marcada por Arreola, Monterroso, Cortázar, Kafka y Borges.

1. Antología personal, de Agustín Monsreal

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||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Marga Peña FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga RETOQUE DIGITAL: Jesús Díaz, Ricardo Flores, Felipe Carrasco y Jorge García PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción

Marco Antonio Campos |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

anador del iii Premio Iberoamericano de Minificción 2018, heredero de Arreola, Monterroso, Cortázar, Kafka y Borges, Agustín Monsreal publicó en la Editorial Ficticia, en coedición con la Secretaría de Cultura de cdmx y del Seminario de Cultura Mexicana, su Antología personal. Los anteriores ganadores fueron los argentinos Ana María Shua y Raúl Brasca. Minificcionista notable, no busca las frases de platería espléndida de Julio Torri y Juan José Arreola, sino una escritura rápida y eficaz. Como recomendaba Arreola, sabe conjuntar en sus brevedades conocimiento e ironía. De lo primero, las fuentes suelen ser las frecuentes a las que el autor dará la variación o los vuelcos inesperados: los mitos griegos, pasajes del Antiguo y el Nuevo Testamento, los cuentos de hadas; de lo segundo, esgrime la ironía para la sorpresa o el estallido súbito. Uno de los temas obsesivos de Monsreal es la relación de la pareja, hombre y mujer, con numerosas variaciones, incluyendo en primer lugar, a la Mujer del Prójimo, y donde no están excluidos como fondo el incesto, la misoginia, el fetichismo, las peripecias de burdel. Si una palabra define las brevedades de Monsreal es transgresión. En las minificciones, sin un mínimo grado de turbiedad sexual, de placer oblicuo o de torcimiento especulativo, la relación de la pareja sería árida y


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NIFICCIÓN monótona. El Bien no suele ser muy atractivo en la literatura, y más, suele ser el gran perdedor. La Mujer del Prójimo es invitado frecuente en las minificciones de Monsreal, la que invariablemente se acabará inclinando por el pobre diablo. Ese soberano Don Nadie tiene la satisfacción de disfrutarla y al que se cree superior y la desea le será desdichadamente inalcanzable. Algunas de mis brevedades preferidas serían “Destinos celestes”, sobre dos dioses de la Trinidad que no dejan la certidumbre de cuál es el Único y Verdadero; “Dibujos a tinta del corazón”, sobre la posibilidad faustiana de volver a vivir la vida; “No es de este mundo”, magníficamente ambiguo; “Operaciones defensivas”, una piadosa recreación de La metamorfosis; “Una antigua historia de amor”, en que el sultán y Sherezada, envueltos por la llama erótica, se olvidan de la realidad y posponen para no se sabe cuándo los cuentos que deberían contarse; “Diversiones al aire libre”, magistral historia de la creación del hombre, y “Artículos para caballero”, hecho de dos líneas lapidarias. Acerca de la poética de la minificción de Agustín Monsreal pueden leerse “Práctica de autor” y “De carácter testimonial”. Quienes hemos apreciado a Agustín Monsreal desde hace cosa de medio siglo nos congratulamos tanto por su premio como por el libro. Agustín Monsreal. Fuente: Wikipedia/ Creative Commons

2. Minificcionistas mexicanas En Lima, Perú, en la editorial Micrópolis, en

una pequeña edición de doscientos ejemplares, se publicó en julio de 2017 una antología de veintiocho minificcionistas mexicanas (Las musas perpetúan lo efímero), prologada y seleccionada por Gloria Ramírez Fermín. De cada autora hay tres textos. Como suele pasar en estos casos –lo dice Gloria Ramírez en el prólogo– las voces femeninas son “unas ya reconocidas y otras emergentes”, y se parte del aserto de Plinio, que se repite en el prólogo de El Lazarillo de Tormes, y en el que creía también Borges, de que aun en un libro muy malo es dable hallar momentos de belleza. La mayoría de las autoras son profesoras de letras o estudiaron literatura, pero encontramos dos médicos, una pediatra, una química, una diseñadora gráfica, una doctora en educación física. Son de distintas partes de la república: Ciudad de México, Chihuahua, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Nayarit, Nuevo León, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala, Veracruz. Es un libro unitario, y Gloria ha logrado que, con sus múltiples variaciones, se lea como una sola ficción. En el libro el lector siente todo el tiempo una manera de ver el mundo y una honda sensibilidad femenina. Algo más las articula: salvo una, que es poeta, todas las demás escriben con una prosa que línea a línea va directamente al asunto. Algunos rasgos que se repiten, contados con gracia o malicia, son situaciones cotidianas con relatos de dolor, de angustia, de venganza, de perversidad sexual, de locura, de

hechos monstruosos. En sus mejores momentos, hay autoras que saben que en la historia lo importante es la historia escondida o aquella que no acaba de contarse. Es difícil hacer un juicio de las autoras por tres textos; en este caso lo mejor es resaltar lo que nos ha encantado. De Silvia Aguilar, su manera de contar como si no lo hiciera; de Judith Castañeda, su minificción “Intermediario”, con su trasposición de personajes: de Carmen Carrillo, su malicia y ternura inteligente; de Gabriela Conde, la pericia para adentrarse en el misterio; de Azucena Franco, su texto “El hijo de la revolución”, es decir, el hijo de alguien que fue violada en la lucha fratricida por equis padre; de Dina Grijalva, “Irrefrenable frenesí”, un texto elaborado muy bien con palabras en efe, y la descripción de la vida cruel cotidiana, creada por el terror del crimen organizado en el estado de Sonora; de Diana Raquel Hernández, el humor sangriento, como en “Buenos días señor Tolstói”; de Angélica Jiménez, su destreza para crear historias con notable humor negro; de Brenda Ríos, la imaginación razonada y la tristeza y el desamparo ante aquello que se pierde; de Adriana Azucena Rodríguez, la fina ironía; de Paola Tena, las historias que tienen a la vez concentración e imaginación, y de Laura Elisa Vizcaíno, la prosa sencilla y los contenidos complejos en donde atrás se oculta una desgracia. De Maritza Buendía y Magaly Velasco, por ser notables cuentistas, sus ficciones, creemos, tienen aquí más el desarrollo del cuento. Como escribe muy bien la narradora argentina Claudia Cortalezzi en la cuarta de forros: “Pocas líneas alcanzan para que estas autoras fijen en el lector una impresión que lo acompañará aun después de cerrado el libro.” Un libro que es un bello caleidoscopio l Gloria Ramírez. Fuente: Facebook de la autora


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Sobre prólogos y otros textos olvidados:

TRES MOMENTOS DE LAS ANTOLOGÍAS ME Estudio acucioso sobre los métodos y argumentos que se invocan en los prólogos o introducciones a las antologías de poesía para justificar o explicar sus motivos, métodos y propósitos, lo cual los convierte en una peculiar rama de la crítica literaria. Desde los textos introductorios de las famosas antologías de Cuesta, Paz, Manuel Maples Arce, Antonio Castro Leal, Monsiváis y Zaid, pasando por las de Lumbreras y Bravo o la de Calderón, Escobar, Mendoza y Solís, hasta la de Juan Domingo Argüelles, según Susana González, inevitablemente “el antologador es una rara mezcla de crítico, historiador, seleccionador y decantador”.

Enrique G. Gallegos |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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n 2018 se cumplieron noventa años de la publicación de la Antología de la poesía mexicana moderna firmada por Jorge Cuesta. Las antologías son recortes de la realidad y, por ello, no son simples selecciones neutras, técnicas u objetivas como sugiere Cuesta, sino que también son operaciones literarias, estéticas, políticas y sociales. Esto significa que el recorte se realiza desde un lugar y ese lugar está cargado de significaciones y presupuestos. No existe el lugar neutro desde el que se pueda hablar, como quiere hacer creer el purismo literario, el cientifismo social o el formalismo filosófico y jurídico. La mayoría de las antologías suelen anunciar sus justificaciones, definiciones y selecciones en introducciones o prólogos y éstos raras veces son objeto de reflexión, pues lo que se cuestiona es la selección de poemas y poetas. No es para menos: pasan por ser lo subsidiario o la prótesis de lo antologado. En las líneas que siguen dejo de lado las selecciones y someto a discusión esa prótesis para sugerir que su accidentalidad sólo es aparente. Quizá lo primero que habría que destacar es que la misma palabra “antología” entró en crisis. Hasta antes de Poesía en movimiento. México 1915-1966 de Paz, Chumacero, Pacheco y Aridjis era el término legitimado para hacer ese recorte, pero a partir de ese libro se ha optado por usar eufemismos, sinónimos y expresiones análogas. Paz, por ejemplo, afirma que lo de ellos no es una antología sino un “experimento”; en 1971 Zaid la metonomiza para hablar de “ómnibus” y en 1980 recurre a una expresión cargada de implicaciones políticas: “asamblea”. Con el tiempo se incorporaron otras expresiones: reunión, muestra, mapa, inventario, panorama, atlas… hasta la esquizofrenia de negar que la antología sea antología. Por demás, esta crisis particular no hizo sino expresar la que también sucedía en dominios más generales (filosóficos, sociales y culturales). Habría que recordar que Lyotard le dio su última forma discursiva en 1979 con la conocida expresión de “crisis de los relatos”. Quizá la antología que sienta una serie de precedentes en las prácticas antologadoras sea la firmada por Jorge Cuesta. Esa antología se divide en tres partes: las dos primeras contienen una selección de poemas realizada por los Contemporáneos, mientras que la última, de poetas que hicieron su propia selección (o sea, algunos Contemporáneos se autoinvitaron). Cuesta apela a la analogía con la fotografía para explicar la selección y esa analogía no es inocente, pues se sabe que ésta se pretende más “objetiva” que la pintura y no admite dudas sobre la supuesta fidelidad a la realidad. Entre los argumentos presentados para justificar la selección destacan que han considerado la singularidad y peculiaridad del poema, la poesía como perfeccionamiento e innovación, originalidad del autor, de lo cual también se infie-

ren una serie de pautas metodológicas (las pretensiones de “impersonalidad”, el corte temporal y espacial con pretensiones de imparcialidad, las autoinclusiones, definiciones y tradiciones literarias, que al no ponerse en tensión con los poemas, no pasan de vaguedades y generalidades, etcétera) con implicaciones culturales, pues también cobijaron prácticas –lo quieran o no, lo sepan o no– en las particiones del poder político-poético (becas, financiamiento público, reconocimientos, premios, incentivos, publicaciones, etcétera.). Desde entonces algunos de esos argumentos se han utilizado en no pocas antologías. Revísense las presentaciones de Antología de la poesía mexicana moderna de 1940 de Manuel Maples Arce, La poesía mexicana moderna de Antonio Castro Leal, de 1953, La poesía mexicana del siglo xx de Carlos Monsiváis y la antes citada Poesía en movimientos, ambas de 1966 y de no pocas de las antologías que se han publicado en los últimos treinta años, y se constatará que comparten, con sus matices, algunas de esas justificaciones. Quizás el siguiente momento en el armado conceptual de las justificaciones o prólogos de las antologías está dado por una tensión entre dos visiones sobre la función y naturaleza de la poesía. La primera sostenida por Octavio Paz en Poesía en movimiento y la segunda por Carlos Monsiváis en La poesía mexicana del siglo xx. No es gratuito que ambas antologías hayan sido publicadas el mismo año: 1966; un período complejo, de tensiones sociales, luchas políticas y cuya marca fue la rebelión estudiantil del ’68 contra las formas de vida adultocráticas. Este es el marco social y cultural en el que habría que interpretar por qué con todas sus similitudes y coincidencias (Monsiváis cita a Paz y Paz cita a Monsiváis), también se oponen en el nivel más esencial. A Paz le interesa destacar la ruptura, el cambio y el perpetuo movimiento en la poesía; si bien refiere contextualizaciones sociales e históricas, su análisis no excede los límites especializantes de la historia de la poesía, sus tradiciones, influencias, cambios y rupturas; mantiene la cuña decimonónica del autonomismo de la poesía y refuerza el ghetto social al que se la ha recluido desde finales del siglo xix. Por ello, no sorprende lo gratuito de la última parte de su presentación donde pone en “juego” a los poetas jóvenes con el Y King o Libro de las mutaciones. Esta estrategia retórica especializante, devenida circular y endógena, será retomada en los prólogos de dos antologías de grupos políticos enemistados: El manantial latente de Lumbreras y Bravo y La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México. 1965-1985, de Calderón, Escobar, Mendoza y Solís. Estos dos prólogos muestran en miniatura una de las patologías sociales más significativas del altocapitalismo: la incapacidad de cierta crítica para comprender que la poesía (y


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EXICANAS cualquier otro fenómeno autonomizado), cuando ha llegado a un punto de autopercepción, sólo se puede potenciar en lo que ella no es; o para decirlos en otros términos, si bien es fundamental el momento de la autonomización para adquirir cierta especificidad, su fetichización ha conducido a su vaciamiento y nulidad estética. Hay que salir del poema, para regresar a él con mayor fuerza. Carlos Monsiváis, por su parte, si bien reconoce las especificidades del lenguaje poético y sus pretensiones autonomizantes, resalta que la poesía es un espacio donde también se registran los conflictos sociales, las tensiones epocales y las aspiraciones políticas; de aquí que el fondo de la lucha no sólo sea, como en Paz, entre tradición e innovación, sino también entre libertad, poder, colonialismo y sometimiento; es decir, lo que excede al poema y al excederlo, lo clarifica y redimensiona. Pero Monsiváis tiene el cuidado de no reducir la poesía a epifenómeno. Un caso singular que se hace eco de esta visión es la antología Atlas inverso de la poesía. 36 poetas nacidos en los 60, de Andrés Cisneros. La palabra “atlas” ya está en Zaid, pero lo inverso, como su nombre lo indica, intenta hacer una lectura de la poesía en reversa a las antologías “institucionalizadas”. Si bien polemiza con el discurso de las “antologías oficiales”, no se asume como una “contraantología”; de hecho, rechaza esa simplificación y la cultura victimizante; por ello evita hablar de los poetas olvidados, ninguneados, oprimidos y cualquier otro lenguaje quejumbroso o maniqueo. Las dos argumentaciones de Paz y Monsiváis podrían servir para plantear metodologías antagónicas y sentar las bases para una posible teoría de las antologías; la primera enfatizaría la singularidad y autonomía de fenómeno poético, su propia historia, sus tradiciones, cambios y movimientos literarios, lingüísticos y de contenido, pero tiene el nocivo efecto de reducir la poesía a un ghetto y borrar sus potencialidades políticas, sociales, culturales y epistemológicas; la segunda, sin dejar de insistir en que el poema es lenguaje, en esa medida está atravesado por luchas, tensiones y problemas de la sociedad y la cultura de su momento, aquí el riesgo es inmovilizar el poema y hacer de él una plasta social, una radicalidad heterónoma y un artefacto de la indiferencia. La poesía sería un campo de doble tensión: hacía dentro de su propia tradición y hacia lo que ella no es. Me parece que esta es la orientación que muestra Evodio Escalante en Poetas de una generación: 1950-1959, pues sintetiza ambas posibilidades realiza un análisis puntual de los poemas, sus singularidades, tradiciones y a su vez los sitúa en coordenadas sociales y políticas. La crisis del sistema político a finales de los ochenta, el aumento de la población, la difusión de la educación universitaria, el “malthusianismo literario”, la aparente proliferación cultural y el

abaratamiento del soporte material y técnico de la edición en los noventas, entre otros fenómenos sociales, abrieron lo poético a otras expresiones y tendencias, tensionaron y complejizaron el espacio público social, cultural y poético. Esto se hizo evidente en 1980 con la introducción de un término político a las antologías por parte de Zaid: “asamblea” y su insistencia en la figura del lector. Con Zaid podríamos pensar en un tercer momento en el armado conceptual de las justificaciones de las antologías, pero hay que ser cautos: si éste momento no se acompaña de los dos anteriores, se constituye en el punto más débil y, por momentos, demagógico. Habría que recordar que la figura del lector fue posibilitada por el surgimiento de las estéticas de la recepción, así

Ilustración: Huidobro

como por la aparición en los años ochenta de la sociedad civil y los movimientos sociales, incluida la figura bucólica del ciudadano. El ciudadano es a la política lo que el lector es a la cultura. Y en México, ciudadanos y lectores son sostenidos por una retórica demagógica y abstracta porque suelen ignorar que exigen un conjunto de condiciones materiales de vida; si no se consideran estas condiciones, la apelación al lector por parte del antologador es tan demagógica como las propuestas del diputado. / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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Quizá el ejercicio más significativo de los últimos años sea el de Juan Domingo Argüelles. Es incuestionable que Domingo Argüelles se ha constituido en el más importante antologador de la poesía mexicana; sin embargo, la serie de justificaciones que plantea en el “Prólogo” al segundo volumen de su Antología general de la poesía mexicana empobrece la rica tradición que se había construido en los momentos antes descritos. Extraño, puesto que Domingo Argüelles –poeta y lector sensible– es uno de los que mejor conocen la poesía mexicana de los últimos decenios (treinta años de “oficio antológico”, dice de sí mismo). De hecho, hay que dejar en claro que su trabajo, a pesar de lo ingrato que ha de resultar, es quizá uno de los más plurales y valiosos de los últimos tiempos y, por ello, debería constituir otro momento en esa rica tradición antologadora. Un cuarto momento que sin fetichizar la autonomía y singularidad del fenómeno poético tampoco deja de reconocerse como espacio atravesado por tensiones sociales, políticas y estéticas. Sin embargo, algo paso. Me explico. Si bien retoma esta nonagenaria tradición y participa de sus justificaciones (la analogía de la fotografía, las ideas de tradición e innovación, la apelación al lector, etcétera), el principal problema de Domingo Argüelles es que parte de una serie de presupuestos insostenibles. Resulta discutible que el antologador siga enganchado en las vacías discusiones del “fin de las ideologías” y paradójicamente presente un prólogo ideologizado por una visión cultural tamizada por una suerte de individualismo radical. Da la impresión de que el antologador vacía a la poesía de las posibilidades sociales y políticas y la vuelve una especie de gesta narcisista, caprichosa e individualista. Habría que tener presente la aguda observación de Evodio Escalante: donde la historia retrocede, “retrocede para incrustarse de otro modo en la letra”. A Domingo Argüelles le pasa como a los mitómanos del liberalismo y contractualismo: creen que el individuo aislado es la piedra de toque de la sociedad. La insistencia del antologador en el fin de las ideologías, la supuesta inutilidad, el absolutismo de la experiencia individual y la defensa del gusto, hay que ponerla en relación con la ideología neoliberal que se asentó en México desde los años ochenta y hoy se encuentran firmemente establecida en amplios sectores de la cultura. Si no deja de ser polémico justificar una antología apelando al lector –por las razones mencionadas líneas arriba y que además desfondan la riqueza de la tradición antologadora–, rechazar las críticas con el argumento de “si no te gusta, haz la tuya propia”, es un contrasentido, pues si la principal justificación de la antología es el lector, cuando descalifica de antemano las posibles críticas no hace sino despreciar al mismo lector al que se dirige. Como sea, los tres momentos en las justificaciones de las antologías –Cuesta, Paz/Monsiváis y Zaid– posibilitan un encuadre metodológico y teórico en el que las presentaciones, prólogos e introducciones –tal y como sucede con la mejor crítica literaria– se sostienen por sí mismos como piezas literarias y se constituyen en verdaderas tradiciones del reflexionar poético. En cierto sentido, las justificaciones son una versión de la misma crítica literaria. Más aún, como señala Susana González, el antologador es una rara mezcla de crítico, historiador, seleccionador y decantador. El antologador podría hurgar en el campo agonal del lenguaje, en las continuidades y rupturas de las tradiciones, en los vaivenes del

Los tres momentos en las justificaciones de las antologías –Cuesta, Paz/ Monsiváis y Zaid– posibilitan un encuadre metodológico y teórico en el que las presentaciones, prólogos e introducciones –tal y como sucede con la mejor crítica literaria– se sostienen por sí mismos como piezas literarias y se constituyen en verdaderas tradiciones del reflexionar poético.

lector, los mecanismos de recepción y escritura, las tensiones y luchas sociales, políticas y cultu­ rales, para ahondar, clasificar, seleccionar, proponer y discutir libros, grupos, poemas y contextos sociales, políticos y culturales. Cualquier debilitamiento de estos momentos termina por empobrecer a las antologías y a la misma tradición poética, por más que se crea que los prólogos, las presentaciones e introducciones son meras prótesis a los poemas. Pero lo cierto es que el poema nunca habla por sí mismo, siempre existen mediaciones, justificaciones y lecturas desde ciertos lugares: lo que sucede es que éstas se han normalizado al grado de volverse imperceptibles. Por ello decía al inicio que esos lugares suelen estar cargados y esa carga es la que hay que volver consciente y desplazar. A propósito de la estética, Adorno lo planteó de mejor manera: “la identidad estética ha de socorrer a lo no-idéntico que es su oprimido”. Lo oprimido del poema es aquello que el antologador, mediante una nueva constelación de poemas, trata de hacer cantar. La poesía no se entiende sin el canto y la opresión. Si la poesía se canta a sí misma, se comprende mucho mejor con lo que ella no es. Este no debe retornar a las antologías l Ilustración: Huidobro


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LA INVISIBLE PRESENCIA DEL ESCRITOR En este artículo, la autora cuestiona con acierto la muy equívoca costumbre actual de sustentar el valor de una obra literaria, más que en sí misma, en la personalidad, las preferencias e incluso los atributos físicos de su autor.

Vilma Fuentes |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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abe preguntarse si existe en la realidad el autor de un libro. Nadie conoce el nombre del creador de las Mil y una noches y, si se atribuyen a Homero la Ilíada y la Odisea, la existencia de este aeda sigue siendo un misterio. La leyenda narra que era ciego, destino asombroso para el autor cuya obra prueba a qué extremo poseía una vista particularmente penetrante de los seres y las cosas. Hoy, en el mundo moderno, donde los nuevos medios de comunicación distribuyen imágenes en todas las pantallas, es poco probable no ver en la televisión el rostro de un escritor. Debe mostrarse. Su editor organiza así la promoción de la obra puesta en venta. Los espectadores miran primero el retrato que se les expone y en seguida, según la impresión recibida, podrán decidir leer, o no leer, esta obra de la cual pudieron, primeramente, observar al autor, bien vivo y bien real. La imagen pasa antes del texto. Las líneas de su cara, no aquéllas que llenan las páginas del libro, sino las del rostro del escritor, transmiten un mensaje cargado de múltiples significaciones. Joven, viejo, bien o mal vestido, lleva un traje sastre y corbata o

un pantalón de mezclilla, habla un lenguaje cuidadoso o se expresa en un argot a la moda, inspira simpatía o despierta aversión, en suma, no se nos propone descubrir un libro sino encontrar un personaje. Este intercambio es muy diferente de aquél que permitía la lectura. Marcel Proust habla del “lecteur quelconque émerveillé” (lector cualquiera maravillado), el cual lee un libro sin esperar nunca otra cosa distinta a las páginas y las líneas que leer y que lo transportan a otra parte. El autor permanece invisible, tal como desapareció tras la obra creada. De alguna manera, el autor no existe, sólo existen el texto y el intercambio compartido gracias a este encuentro provocado por la lectura. El poeta Henri Michaux se negaba en forma categórica a permitir la publicación de ninguna fotografía suya. No deseaba, sobre todo, ser reconocido por cualquiera, no importa quién fuese, en la calle. Y, aún en forma más profunda, no quería contribuir al malentendido que deja creer que el autor del libro, sea poema, cuento, novela u otro género creativo, es el hombre que se ve en la fotografía. No, ese hombre no es el verdadero autor, tiene un doble: el creador, al cual es imposible fotografiar, a menos de ser capaz de atrapar y fijar en la película de un aparato reproductor los movimientos invisibles de un pensamiento. Las ambiciones de la técnica son ilimitadas. Es bastante previsible, e incluso probable, que un día cercano, en un laboratorio dirigido por investigadores inspirados en los descubrimientos del género Frankenstein o del “Doctor Strangelove” o “Doctor Insólito”, imitadores y concurrentes de estas manipulaciones demoníacas revelarán al mundo que poseen la prueba de la existencia del alma puesto que han logrado conseguir perfectas fotografías de ella. Los progresos de la ciencia moderna rebasan a veces las más audaces in­venciones imaginarias de la literatura de ciencia ficción. Nada debe quedar desconocido, nada debe permanecer invisible. El ideal de la búsqueda sería obtener una buena fotografía de

Foto: Detalle de la portada de Fantasía lumpen, de Javier Sáez de Ibarra

Dios, de Satanás, de los demonios y los ángeles, en fin, de todo el universo que, hasta el presente, ha escapado a los lentes de los telescopios y los microscopios. No se sabría detener el progreso. Numerosos ejemplos, más asombrosos unos que otros, nos lo prueban cada día. Junto a esta búsqueda tendiente a desentrañar los misterios de lo desconocido, podría señalarse que existen también, desde hace mucho tiempo, obras consagradas al estudio de la biografía de algunos autores. A veces excelentes, en ocasiones mediocres, estas biografías representan una especie de álbum fotográfico lo más documentado posible. Se trata de encontrar y de mostrar los más pequeños detalles de la vida de tal o cual autor, con la ambición de llegar así a descubrir las causas y las razones de su obra. Esta ilusión es muy difundida. La relación con los parientes, la familia, padre, madre y otros antepasados, las preferencias sexuales, las opiniones políticas, la religión o el ateísmo, las manías, los vicios, las pequeñas costumbres, el gusto de uno u otro color, de un alimento, todo es hurgado con un rigor de indagación policíaca. Este trabajo, tan laborioso e interesante como pueda aparecer, abre quizás muchas puertas sin hacer saltar los cerrojos de la principal, ésa donde reposa “l’infracassable noyau de nuit” (el inestrellable núcleo de noche), según la expresión de André Breton. Un verdadero escritor sabe bien que él no es el autor aunque en la portada del libro aparezca su nombre. Da lo mismo que su mano obedezca a un dictado silencioso o que su mente sea poseída por una fuerza emanada del corazón palpitante de la profunda soledad. “A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo,/ porque para andar conmigo/ me bastan los pensamientos”, como escribió sin complacencias Lope de Vega l


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LITER

Y FE

La dignidad no es sólo una palabra sino un destino decente. Aralia López, Un país sin invierno.

Aralia López. Ilustración de Jesús Díaz

Semblanza entrañable de una escritora y feminista que sabía acercarse a la vida y, por ende, a sus temas, con “cuidado, atención e interés”; poeta, narradora y ensayista lúcida y rigurosa, nacida en Cuba y radicada en México desde 1959 hasta su muerte, acaecida en diciembre pasado.

Francesca Gargallo Celentani ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

L

os poemas de Aralia López eran capaces de producir imágenes tan prodigiosas como “la nieve, menstruación de la luna” y los títulos de sus libros de análisis literario podían ofrecernos pistas sobre cómo la espiral se vuelve círculo si la reiteración adquiere el carácter de una comprobación de los hechos. Aralia escribía como si estuviese bordando el nombre de la persona amada en un pañuelo, con una sensibilidad estética y analítica que daba valor al carácter epistémico y creativo de las características del amor: cuidado, atención e interés. Conocí a Aralia López porque mi gran amiga de esos años, Elizabeth Maier, me dijo que al escucharla en El Colegio de México había descubierto la más inteligente voz sobre la cultura de las mujeres. Han pasado más de treinta años y, por lo tanto, no recuerdo las palabras precisas, pero fue algo como que Aralia era la latinoamericanista que mejor entendía que la literatura de mujeres cruza las anécdotas con lo más profundo del discurso sociohistórico: la vida personal. En 1989, el lanzamiento del número 40 de la revista Blanco Móvil, dedicado al feminismo, me ofreció la ocasión de conocerla personalmente. En la mesa había varias escritoras, recuerdo concretamente sólo a Ethel Krauze y a Aralia López, que debatían desde posiciones encontradas: Ethel afirmaba que, para la escritura, el hecho de ser mujer es una condición secundaria, como la estatura o el color de la piel, mientras Aralia sostenía que la condición femenina produce la comprensión de lo que la supuesta universalidad de los cánones literarios masculinos deja al margen y niega como aporte artístico. Su pasión por Rosario Castellanos la llevaba a entender que los temas en literatura no son nada inocuos y que en la escritura, de no cuidarse la estructura, la forma y el contenido, se reproduce el poder masculino, ese poder difuso que supone una sesgada visión histórica y crítica. Como si de tomar partido se hubiera tratado, yo me encontré dando un paso decidido hacia el bando de Aralia, y me quedé ahí

hasta el 4 de diciembre de 2018 cuando mi amada ensayista, poeta y narradora nacida en Cuba y miembra en México del Taller de Teoría y Crítica Literaria Diana Morán, desde su fundación en 1984, falleció después de haber sufrido un malestar en la uam-Iztapalapa, la universidad donde pudo dar rienda suelta a su placer de enseñar literatura de mujeres y dialogar con todo tipo de estudiantes.

El feminismo ecuménico de Aralia Aralia, en efecto, amaba a los seres humanos. Los había padecido, parte de su vida personal alimentaba su literatura, que hubiera podido ser tenebrosa, ácida y maldita, pero ella prefirió vivir la positiva enseñanza que recibió del encuentro con cada mujer, hombre o intersexual con quien se fue topando. En su casa era factible cruzarse con las mentes más brillantes de Cuba, Puerto Rico y México, sin ninguna discriminación de clase, sexo o, menos aún, raza. En efecto, nunca creyó que la inteligencia de la vida era una condición académica. Le rendía culto al antiguo valor de la hospitalidad y a la amistad de corazón a corazón; era capaz de adoptar amorosamente a jóvenes cuya brillantez intuía y de guiar a mujeres diversas al encuentro con su inteligencia. Conocí con ella a escritoras, directores de cine, cantantes, vendedores de paquetes turísticos, cocineros, maestras, periodistas y médicos –sí, por algún extraño motivo adoraba a los médicos; quizá, como la filósofa Vera Yamuni, les atribuía el conocimiento desnudo del ser humano. Por motivos laborales, tuve el placer de cruzarme luego con muchas de sus antiguas alumnas y alumnos, algunas excelentes escritoras como Adriana González Mateos y otras filósofas como Antonieta Hidalgo, todos y todas atentas a los detalles en las relaciones, a no ofender, a sostener lazos de comprensión y de valorar la palabra y sus formas. En el horrible, neurótico y voraz mundo de la competencia académica, Aralia fue capaz de enseñar a cruzar ideas, a crecer en grupos de reflexión, a entretejer interpretaciones psicoanalíticas, estudios históricos, teorías del feminismo de la diferencia y análisis literarios, hasta llegar a un tejido de interpretaciones que puede


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RATURA

EMINISMO compartirse. Lo hizo en El Colegio de México, en la uam y en los talleres y tertulias no institucionales que formaba o en los que participaba. Era muy radical cuando nos urgía a desmantelar la confrontación destructiva. Por ello mismo, su feminismo era ecuménico y profundo, una sutura entre los sectores construidos y separados por el patriarcado y la misoginia clasista y sexófoba. Si para muestra de su amplitud de mirada es suficiente un botón, lo primero que leí de ella no fue un ensayo sobre literatura femenina sino un largo artículo fechado en 1986, en el número 15 de Blanco Móvil, sobre la novela del ’68 en México, que ella llamó “Literatura tlatelolca”. Una mirada de escalpelo sobre un tema histórico, parteaguas como el ’68: analizó en ese artículo no únicamente lo escrito por María Luisa Puga y María Luisa Mendoza, sino también por Arturo Azuela, Luis González de Alba, Juan García Ponce y Gustavo Sainz. Apuntaba a que la novela tlatelolca, como antes la novela de la Revolución mexicana, y después la novela feminista, narra los efectos de la realidad en la conciencia, haciendo del tiempo y el espacio concretas estructuras del sentido. Gracias a Eduardo Mosches y a Pedro Miguel, que la querían y procuraban con frecuencia, llegué a hacerme amiga de tamaña maestra. Ir a verla, encontrarme con ella, leerla era una fuente de alegría y de compromiso intelectual. Me dio a leer su difícil novela Sema o las voces, que publicó en 1987 y dedicó a “los que tienen confianza en el sentido”. Me costó entender su triste ironía con respecto a los héroes, pero definitivamente hoy me resulta comprensible su descripción de Hércules. “Sí, el problema era muy diferente, pues Hércules buscaba el sí mismo en la maza, objeto cargado de prestigio que lo identificaba soberanamente de acuerdo con la ideología dominante a la que pertenecía.” Hablamos mucho de narrativa; en una ocasión me confesó que mis novelas le recordaban la prosa de Rosario Castellanos porque ambas éramos escritoras y filósofas, y organizábamos como tales el relato de la conciencia. Una declaración tan grande de mi valor literario me coloreó las mejillas como un tomate: Rosario Castellanos es mi escritora mexicana favorita, tal como era para ella. Se dio cuenta de que me había intimidado y sin mediar palabra me pasó

su ensayo “Narradoras mexicanas: utopía creativa y acción”, donde reflexionaba sobre la utopía, como lo hacían por esos años los filósofos Horacio Cerutti y María del Rayo Ramírez Fierro, con quienes nos reuníamos mensualmente. La matriz imaginaria de la utopía –escribió Aralia– es precisamente lo que la hace posible, permitiendo que transite por las violencias, confusiones, fragmentaciones, derrotas y logros hasta suscitar otros deseos, otras utopías. Luego me dio a leer La espiral parece un círculo. La narrativa de Rosario Castellanos. Análisis de “Oficio de tinieblas” y “Album de familia”, que la uam publicó en 1991. De él, su amada maestra-amiga-colega Yvette Jiménez de Báez dijo que era una lectura que abría al diálogo, un hijo de la sensibilidad y la inteligencia. Aunque a Yvette no le gustara tanto, a mí me encantó la insistencia de Aralia en las ideas y los contextos históricos en los cuales se construyeron las obras literarias de Rosario Castellanos. Más fácil y menos intimidador me resultó leer y escuchar de su boca su poesía, que me llegaba llena de matices memoriosos, animaciones y regalos.

En el horrible, neurótico y voraz mundo de la competencia académica, Aralia fue capaz de enseñar a cruzar ideas, a crecer en grupos de reflexión, a entretejer interpretaciones psicoanalíticas, estudios históricos, teorías del feminismo de la diferencia y análisis literarios, hasta llegar a un tejido de interpretaciones que puede compartirse.

“Mi ateo nombre/ tan lleno de ventanas” Hay mucha poesía inédita de Aralia, que

espero se publique pronto en un par de tomos que reúnan todas sus obras dispersas, literarias y de análisis (si algún editor/a lee estas líneas, que se dé por enterado) para que lectoras/es y estudiantes tengan acceso a un mundo creativo personal y dialogante que ha marcado una época y transformado la concepción misma de canon literario y de análisis crítico. De sus libros publicados, el que más éxito ha tenido seguramente es Un país sin invierno, de 1998, que inaugura nombrándose: “Esta manía de contarles,/ contarme;/ decir mi ateo nombre/ tan lleno de ventanas…” Después de leer ese poemario, donde la luna menstrúa y el calor es solar e iluminador, le regalé una cortina blanca de lino bordado para que, ligera, se moviera en su ventana. Pensé que si “el curso del tiempo retrocede”, entonces todas podemos reencontrarnos niñas ante una ventana en la que una cortina se sacude en la brisa marítima. Al final de cuentas yo, como Aralia, pertenezco, luego soy, de una isla. Sin embargo, no me gustaron menos El agua en estas telas, publicado dos años antes por Praxis, ni la edición cartonera de Cercanías y barcos, de 1997. El porqué Aralia dejó de luchar para conseguir que le publicaran sus poemas tiene que ver quizás con que la fama nunca le interesó. No obstante que los editores no corrieran tras las obras de una escritora tan profunda y gentil, tiene que ver precisamente con lo que Aralia López siempre denunció en sus estudios: el poder de la forma masculina y su manera de nombrar lo que sostiene el poder que oprime. Aralia, a todas luces, escribía fuera del canon y producía literatura desde la libertad creativa, propia de la utopía feminista en proceso de realización. Por ello llamaba a toda la humanidad a germinar: “De sangre el riego/ germina la pisada/ granos y frutos/ antevísperas estériles/ impacientes ya de la paciencia/ aumentan los regalos/ quiero creer lo que dice la higuera/ el itinerario del polen/ en el vestido que me teje el aire.” l


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Leer

MIRAR LA ESCRITURA DEL AGUA Agua blanca, Raúl Eduardo González, ALTERnativa Ediciones, México, 2018.

Jorge Bustamante García ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

EN SU ENSAYO “Conversaciones sobre Dante”, Osip Mandelstam llega a afirmar que ningún lector, por avezado que sea, podrá imaginar plenamente el “poliedro de trece mil facetas de una regularidad monstruosa” que es la Divina Comedia. Para escribir su ensayo, Mandelstam se fue a una playa del Mar Negro y mirando allí los pequeños guijarros de calcedonias y turmalinas, de yesos cristalinos, feldespatos y cuarzos que regresaban sin término a la orilla impulsados por las olas del mar, comprendió de pronto que la piedra es el diario del tiempo con “sus notas atesoradas de millones de intemperies. Es la lámpara de Aladino que penetra las tinieblas geológicas del tiempo por venir”. Una resonancia de todo ello, un eco inesperado, parece traerme la lectura del poema Agua blanca de Raúl Eduardo González, que desde sus primeras líneas construye, tal vez inconscientemente, un tributo de espíritu geológico ante la magnificencia de la naturaleza: “Queda en su curso el agua, en su impasible/ ansia de mar que todo anega;/ cuesta abajo/ sabe estarse en la fría piedra de sí misma,/ en su extravío de vapores,/ en el ropón diminuto de la fresca mañana.” Son versos que auscultan el paisaje y su movimiento sin tregua, parecen leer el oculto sentido de las cosas para percibir su rumor. Cuesta abajo, sabe estarse, sinalefas para que se deslice el agua sin sobresaltos sobre la piedra fría, por los peñascos y los poros de las rocas, entre arenas, ceniza y lodo inquieto. El agua de “Agua blanca” quiere percibir los abismos de la piedra, nuestro más remoto ancestro, para intuir tenuemente el sentido telúrico de nuestros orígenes. Las rocas constituyen un mundo extraordinario que tiene que ver con lo fantástico. No hay historia más fantástica que la conformación de nuestro planeta con todo el universo de fondo. Y todo ha sucedido en el estruendo del silencio, un silencio que parece contener todo lo que existe, un silencio mineral “que se deja caer, que se derrama/ en el tejido falaz de su quietud,/ cauce por donde corre lo que existe,/ recipiente del mundo que está donde se está,/ explota y se despeña:/ planeta que es arista y redondez,/ como grano de arena”. No puedo evitar que en la lectura de “Agua blanca” de forma recurrente todo se me vuelva geológico, porque hay ahí versos sugerentes que suenan con todos sus sonidos como cantos rodados que ruedan su estridencia por todos los cauces de los arroyos y los ríos del mundo hasta conseguir su

tersa redondez. El movimiento y el tiempo todo lo liman, lo moldean, son los escultores de la roca “que sabe ser pedazos”, del guijarro que viaja porque “reconoce su redondo porvenir”. En el hermoso ensayo El hombre que amaba las piedras, Margarite Yourcenar hace una apología del Roger Caillois mineralogista, infatigable observador y dibujante de las rocas. Sus libros Piedras, Reflejos de las piedras y La escritura de las piedras, muestran la pasión de un escritor por el mundo mineral. Para Caillois las piedras son una especie de archivo supremo que “no tiene texto y no se da fácil a la lira...” De otro lado, con acento quevediano, el poeta mexicano Efraín Bartolomé logra un cuarteto ontológico y antológico, en el que se encierra toda nuestra historia: “Mira la piedra: te hablará la Tierra/ La piedra es el espejo en que se encierra/ la humana historia: lo que hay y ha sido/ y lo que habrá de ser y lo que es ido.” “Agua blanca” de Raúl Eduardo González está cercano a esta poética porque la experiencia de mirar con ojos abiertos los rumores de la tierra que camina, conduce a la escritura del agua sobre la “larga piedra que sabe ser pedazos/ y líquido temblor en llamas,/ sueño sin prisa de su propia rigidez,/ cauce de sí,/ gema de su calor y su carrera, /veta de su silencio mineral”. “Agua blanca” es un poema redondo, de gran fuerza unitaria por los elementos cuasi ontológicos que plantea; la poesía parece suceder ahí no por las palabras esparcidas sobre la página en blanco sino, como lo anota Kathleen Raine, por los “pájaros en el aire, en el crepúsculo, contra el viento en el aire alto y azul”. La poesía sucede en el poema de Raúl Eduardo González en el agua que se fuga, en los cantos rodados de las riberas del río Tuxpan, en las peñas picudas de la sierra, en los mullidos pedruscos que inventan sus sueños en los fatigados nichos de la litosfera, en el anuncio de las lluvias sobre las quebradas ilusiones de los mares: “Montaña dentro y fuera, cauce arriba,/ aliento sin piedad del aguacero,/ entrecortado sueño de los mares/ que las noches revela con su altísimo rayo.” La plaquette Agua blanca ha tenido dos valiosas ediciones. La primera en una bella y táctil publicación de sabrosa textura en Taller Martín Pescador, 2017, con viñeta de Artemio Rodríguez; la segunda en edición bilingüe en ALTERnativa Ediciones, con grabados de Saskia Siebe y traducción al alemán de María Brumm 


Leer

VENGO DE SOÑAR CONTIGO 600 libros desde que te conocí, Virginia Woolf, Lytton Strachey, Editorial Jus, México, 2017.

Vanessa Téllez EXISTEN LIBROS que, sin proponérselo, terminan siendo académicos. Lo anterior es el caso de 600 libros desde que te conocí, volumen que reagrupa la correspondencia sostenida por los escritores Virginia Woolf y Lytton Strachey. Encontrar un libro de género epistolar siempre termina acarreando una serie de preguntas del tipo: ¿qué tan válido es hurgar en la vida de un autor más allá de lo impreso?, ¿es permisible explotar lo personal?, ¿qué busca un lector que invade una intimidad que no le ha sido mostrada intencionalmente por su propietario? El libro parece responder a estas preguntas. Si bien la obra literaria a la larga se convierte en una suerte de panfleto del autor en cuestión, es de lo privado, de lo íntimo que surgen diarios, correspondencias y documentos similares, lo que termina diciendo más del perfil del escritor que su obra impresa, la cual debió pasar

previamente por más de una docena de ojos hasta llegar a algún escaparate o lector para su juicio posterior. Woolf y Lytton son dos amigos que comparten la creatividad más allá de la literatura. Se desencantan y encantan mutuamente. Se sacuden y aletargan a medida que la vida los alcanza con sus cientos de circunstancias. La riqueza de esta correspondencia es que no muestra seres perfectos, incapaces de mentir o de emitir algún comentario que pusiera en duda su moral. A decir verdad, a veces Woolf y Lytton son más que maliciosos, singularmente crueles. No sólo deambulan por la vida criticando a los amigos y conocidos, también logran ser mutuamente jueces y verdugos de sus propias obras. Escarban además en otros trabajos literarios. 600 libros… muestra a dos mentes prodigiosas con los achaques de su tiempo. La rutina del día a día es descrita por ambos con pesadez. Sorprende que a ratos Virginia confunda la intención de una carta con la de un diario. Quizá sea por esta resignificación que, cuando Woolf suplica a su amigo Lytton más correspondencia de su parte, lo que pareciera demandar es más asistencia de sí misma. Woolf usa la correspondencia para reflejar lo que la atormenta. En las respuestas que recibe de Lytton, Woolf ve la excentricidad de su propia mente que no viaja sola. Woolf y Lytton describen de forma didáctica sus deseos más ardientes. Woolf habla de la soledad necesaria en todo proceso creativo, sucumbe a sus apetitos literarios, sugiere “mirar a los excéntricos”, analiza con rigor envidiable las circunstancias que consumen los epicentros que la agotan con sentencias fulminantes como: “esta casa apestaba a semen” o “yo dije que se debe escribir con la cabeza”. Lytton acompaña en su aislamiento a Woolf como una especie de animus que la ronda intermitentemente, y ella no lamenta la ausencia física de Lytton, pues él también le escribe. Ambos son miembros del círculo de Bloombsbury y se muestran a través de sus cartas como dos almas que, aun si hubieran compartido

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más de aquella extrovertida intimidad de dolor, no hubieran podido alterar el orden de sus destinos. Con su actitud de equilibrista –cabe destacar su trabajo como ensayista–, Lytton aporta la estructura que a ratos pierde el libro, por inclinarse a un lado ciertamente pesimista. Lytton es un salvavidas en cada contestación, incluso parece que en algunas de sus cartas anuncia el miedo a la responsabilidad que Woolf impone sobre él. El siguiente párrafo anticipa el caos de Woolf: “No puedo evitarlo. Más aún: no quiero evitarlo. He llegado a un momento de la vida en el que no puedo evitar nada.” Si bien 600 libros desde que te conocí ya tuvo una primera edición en 1956, debió sujetarse a la censura de Leonard Woolf, esposo de Virginia, así como de James, hermano de Lytton Strachey. Por lo tanto, esta reimpresión aportará algo más que la sombra de la extinción de su protagonista 

LA ESENCIA DEL MUNDO Continuación de ideas diversas, César Aira, Jus, México, 2018.

Rosario Mateo LA IDEA ES siempre una construcción material, aunque también es una representación, el producto de nuestra imaginación o la prolongación de un recuerdo casi fiel a la realidad; y digo casi fiel porque las ideas evocan un proceso parecido al de la fotografía, puesto que la cámara nunca nos entrega la realidad misma, sino su imagen: algo que incluye la realidad, pero es también otra realidad en sí misma. Un efecto casi mágico que se produce debido a diversas variables físicas, químicas (digitales) y humanas. Algo semejante, me parece, ocurre con el pensamiento y las ideas. No obstante, si para quien ahora escribe las ideas son semejantes al proceso fotográfico, para César Aira remiten al estado naciente de las palabras; la idea, según Aira, se vuelve real cuando forma parte de una materia redactada y por tanto escrita. Como se ve, el escritor brinda una gran importancia al estado físico de la idea y, por ende, la literatura es para él un importante universo material. En ese mar de las formas materiales, César Aira compone su libro Continuación de ideas diversas. En una edición cuidada y fina, sin llegar a ser lujosa, se concreta la capacidad del novelista para ensayar diversos temas, para trabajarlos con una delicada ironía y lanzar diversas hipótesis, al mismo tiempo que resuelve enigmas y plantea desafíos intelectuales, procurando en el camino el encuentro de los recuerdos y los conocimientos. / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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Leer

PARA DOCUMENTAR UN DERECHO FUNDAMENTAL Hacia el ámbito del Derecho Ambiental, Laura Elizabeth García Méndez, Ricardo Tapia Vega (coordinadores), Ediciones Eternos Malabares/ El Colegio de Morelos/ Universidad Santigo de Cali, México, 2018.

HACIA EL ÁMBITO del Derecho Ambiental forma parte de la colección titulada “Temas Selectos” de Ediciones Eternos Malabares, y este volumen en particular nos permite conocer distintas aristas del derecho a un medio ambiente sano, abordando temas como biodiversidad y terri-

LA ESENCIA…

/VIENE DE LA PÁGINA 11

torio, la contaminación marina, los retos del desarrollo sostenible, la problemática del suministro de agua, el fracking como amenaza al derecho a un medio ambiente sano y la contaminación atmosférica por vehículos, entre otros. La vinculación interdisciplinaria y transversal del Derecho Ambiental es utilizada por cada uno de los autores que participa en esta obra con el objetivo principal de que se convierta en una herramienta útil para la compresión de las cuestiones ambientales desde el punto de vista jurídico. Para el doctor Aquilino Vázquez García, director de Seminario de Derecho Ambiental de la Facultad de Derecho de la unam y presidente de Liga Mundial de Abogados Ambientalistas, la publicación de este volumen ha sido un gran acierto: “Hacia el ámbito del Derecho Ambiental, coordinado por Laura Elizabeth García Méndez y Ricardo Tapia Vega, sin lugar a dudas, marcará tendencia dentro de las obras jurídicas dedicadas al derecho ambiental. Me atrevo a tal aseveración por ciertas características que el presente libro tiene. En primer lugar, todos los temas abordados son de actualidad y poco o nada tratados en otros estudios publicados previamente. En segundo término, porque los ensayos se refieren a problemas concretos y proponen consideraciones que pueden llevarnos a posibles soluciones. ”Actualidad y oportunidad, son las características de este libro. Pero añadiría una más: internacionalidad. En esta oportunidad, son analizados casos de diversos países y ante distintos contextos. En consecuencia, el libro no sólo denota conocimiento por parte de sus colaboradores, también nos abre una ventana para entender otras realidades y otras experiencias, situación que enriquece a los lectores y a los especialistas interesados en alguno de los temas aquí tratados” 

Continuación de ideas diversas es así un viaje detallado a un territorio de experiencias y sensaciones pensadas. El lector probablemente sentirá empatía cuando César Aira afirma: “El insomnio es como hacer un largo viaje nocturno en avión: uno está encerrado en la oscuridad (puede encender la luz, ¿pero de qué servirá?), y lo único que queda por hacer es esperar a que pasen las horas.” O asentirá cuando el narrador argentino asegura que el realismo “se extiende más porque admite más descripción, más comentario”, mientras que “lo fantástico se agota en su formulación, y mucha descripción o comentario o acumulación de detalles lo hace menos creíble”. En esta obra el lector posiblemente sonreirá con la idea de la Bonaventura y con la hipótesis de dejar que el tiempo acomode las circunstancias en la justa hora y en el perfecto espacio. También descubrirá que no hay mejor antídoto para la tristeza que 60 minutos de lectura. El hilo que une a estas ideas diversas rebasa los temas que el escritor trata, pues más bien adquiere valor la capacidad para preguntarse por el porqué de la cosas, no en un sentido metafísico, sino de acuerdo con la virtud de todo aquello que es capaz de empoderar a la mente. Con todo, no sobra añadir que Continuación de ideas diversas nos lleva a sopesar qué es la cantidad, lo adecuado, la probabilidad y el ahora, o bien, la documentación, las obras de arte, los ancianos y el estudio; al lado de estas cuestiones se encuentran consideraciones sobre la primera película de Godard, la pintura abstracta, las vanguardias, los aparatos averiados, las pesadillas, el fracaso, o bien, los escritores desdichados y otras materias tan diversas como inimaginables. En este trabajo el lenguaje y la literatura son elementos esenciales del mundo. Me arriesgo a decir que el autor no pretendía una lectura continua de sus ensayos, sino, más bien, un ejercicio de atención con pausas necesarias debido al surgimiento de nuevas preguntas, o bien, debido al abanico de asociaciones que abre el propio Aira. Porque, como bien dice él mismo: “las ideas no son del todo ideas y nunca son todas las ideas” 

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EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO

SAÚL IBARGOYEN:

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entre el exilio y el arraigo


Arte y pensamiento

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Artes visuales Germaine Gómez Haro

germainegh@casalamm.com.mx

2018: 50 Aniversario del Museo Nacional de San Carlos EN 2018 SE CONMEMORÓ el 50 Aniversario del Museo Nacional de San Carlos. En el curso del año, la directora de esta institución, Carmen Gaitán Rojo, se lució con suntuosas y memorables exposiciones. Valga recordar la titulada Evocaciones que fue reseñada en este espacio el pasado mes de junio, una curaduría excelsa que proponía un diálogo entre la pintura española y la novohispana. Gaitán cerró el año y el sexenio con broche de oro y actualmente se exhiben tres muestras de muy diversa índole que vale la pena visitar. Valery Katsuba, modelos clásicos y contemporáneos presenta una serie de fotografías de este artista ruso de la lente (Bielorrusia, 1965) que ha construido imágenes de bailarines y gimnastas mexicanos captados in situ en el recinto entre las obras de la colección, así como otras piezas fotografiadas en la Academia de San Fernando de Madrid y la de San Petersburgo. Una pequeña muestra de esencia poética que sigue la afortunada brecha abierta por Gaitán de invitar a creadores contemporáneos a dialogar con el arte antiguo y con las obras de la colección del museo. Santuario de Atotonilco

Roma en México/México en Roma revela el intercambio cultural y las correspondencias plásticas que se dieron a finales del siglo xix entre los artistas mexicanos e italianos, en buena medida gracias a las pensiones que el gobierno otorgó a los jóvenes creadores para viajar a la Ciudad Eterna a formarse en la Academia de San Luca, y a los modelos de los grandes maestros italianos que fueron traídos a nuestro país para complementar los estudios de arte en la Academia de San Carlos. La tercera exhibición se titula El Antiguo Testamento y el arte novohispano, y es el resultado de una acuciosa investigación de más de diez años de la doctora Marcela Corvera Poiré, quien se ha dedicado a estudiar la presencia de representaciones de pasajes y personajes del Antiguo Testamento en el arte religioso novohispano, un tema escasamente tratado y nunca antes presentado en una exposición integrada por más de cincuenta piezas poco conocidas y algunas nunca antes vistas. Tuve el privilegio de recorrer la muestra con la doctora Corvera y un grupo de colegas y amigos. Quedamos maravillados ante la erudición de esta investigadora que tuvo la generosidad de detenerse en cada obra para ilustrarnos sobre la fascinante iconografía de las escenas veterotestamentarias. Los visitantes pueden recurrir al libro-catálogo bellamente editado en el que, además de los ensayos académicos, se reproduce la totalidad de las piezas en exhibición acompañadas de una ficha explicativa que da acceso, de manera muy clara y puntual, a la interpretación de cada obra. La doctora Corvera afirma que “es innegable que se necesita conocer la Biblia para comprender infinidad de manifestaciones artísticas, ya se trate de pintura, escultura, música, poesía y demás expresiones culturales de diferentes tiempos y latitudes, y resulta igualmente importante enfatizar que de la misma manera que el judaísmo se extendió gracias a las enseñanzas de la Iglesia católica, el arte que

Génesis

recuerda historias y personajes de la Antigua Ley también fue hecho en buena medida por católicos”. Si bien es cierto que para los conocedores de los pasajes de la Biblia hebrea o Tanaj las evocaciones pictóricas resultarán muy claras, me parece magistral la construcción del guión curatorial que consiguió conformar un recorrido absolutamente delicioso a lo largo de pinturas, esculturas, grabados y piezas decorativas cuyo contenido visual podría ser de una gran complejidad para los no entendidos, pero que atraen profundamente por las historias que relatan y por la belleza plástica que el público en general puede disfrutar. Esta es una exposición imperdible y cabe aquí felicitar a Carmen Gaitán por su gestión durante los últimos seis años en los que su profesionalismo e incansable dedicación colocaron a este recinto, otrora un tanto desdeñado, entre los museos más relevantes de nuestro país 

El paso del Mar Rojo

Bitácora bifronte Ricardo Venegas

éter de Sandra Santos “injerto la luz/ en todo lo que nombro” Daniel Faria CONOCEMOS EN MÉXICO la literatura portuguesa, especialmente la poesía, por autores como Francisco Cervantes, quien tradujo a poetas lusitanos como Alberto Casais Monteiro, Fernando Pessoa y dos de sus heterónomos: Ricardo Reis y Alvaro Campos, y a Mario de sa Carneiro, José de Almada Negreiros, Antonio Botto, Jorge de Sena, Mario Cesariny de Vasconcelos, José Regio, Miguel Torga y Sophia de Mello Breyner, entre otros. En México se ha leído sobre todo a los narradores Antonio Lobo Antunes, José Saramago y a Pessoa (con su célebre “Tabaquería”); esta importante tradición también ha congregado diversos libros antológicos como Escribiré en el piano. 101 poemas portugueses, obra de Jerónimo Pizarro y Manuela Júdice, una antología que reúne un solo poema por autor, partiendo de la Edad Media hasta nuestros días, una gran empresa que intenta amalgamar toda la poesía portuguesa.

Para difundir esta tradición en México, Ediciones Eternos Malabares, una de las editoriales más antiguas de Morelos, presentó recientemente el poemario éter, de la poeta portuguesa Sandra Santos, una de las voces más recientes de Portugal. El volumen logró editarse gracias al apoyo concedido por la Dirección General del Libro, los Archivos y las Bibliotecas del Ministerio de Cultura de la República Portuguesa (dglab). Con la impecable traducción del poeta y editor español Pedro Sanz, la voz cuestiona y erige las respuestas de la poesía que toca fondo: “me pregunto si tendré respuesta/ y si la respuesta se está escribiendo/ aquí y ahora”. Desde la elección del epígrafe de Raul de Carvalho, el poemario de Sandra Santos nos invita a caminar por aquello que en su sencillez se torna estética del libro: “porque la belleza no tiene/ punta por donde cogerla/ a mí me gusta escribir/ como quien ama… y no como quien escribe”. Con treinta y tres poemas, el volumen resulta un compendio de artefactos que contradicen al tiempo, ese antídoto contra el que no perdona: “acepta que sólo eres morada/ de algo que cambia y moldea/ y cruje y rasga/ acepta que eres miríada/ de algo

que duele y calla/ y balbucea y escapa./ acepta que eres sólo/ un pedazo recrudeciendo/ en un todo de todo”. Ingrid Valencia lo confirma: “Pareciera que los treinta y tres poemas de éter están escritos desde siempre, Sandra Santos (Portugal, 1994) los ha traído para recordarnos lo esencial, para ‘decir que lo que falta en el mundo/ es tener ojos en el pensamiento’” 


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Arte y pensamiento

Tomar la palabra Agustín Ramos

Rosa viva EN ESTE 2019 se conmemoran los asesinatos de dos revolucionarios sin iguales, Rosa Luxemburgo y Emiliano Zapata. Como hoy, cuando escribo estas líneas, se conmemora el de Rosa Luxemburgo, quiero recordar dos de sus aportaciones, ambas impecablemente dialécticas, tanto al pensamiento revolucionario contemporáneo como a la filosofía universal. Ahora podría parecer una obviedad el postulado de que la historia la hacen los seres humanos; sin embargo, tal formulación fue una hazaña de milenios que le quitó protagonismo a los astros, a las divinidades y a ciertas fuerzas universales como hacedores de la historia. Hegel desmenuzó titánicamente la dialéctica de la historia y Marx aprovechó e intentó superar esa comprensión puntualizando que el motor de la historia era la lucha de clases, cuya finalización acaecería tras la revolución del sistema capitalista –fundado en la plusvalía que una clase extrae a su antagonista–, con lo que se superarían las eras en que el hombre fue lobo del hombre. Rosa Luxemburgo nació en marzo de 1871, al mismo tiempo en que la Comuna de París pretendía tomar el cielo por asalto, según el estilo literario de Marx aquilatado por Ludovico Silva. Una aportación de Rosa fue corregir el error filosófico radicado en una fe idealista, aunque también materialista, de que la dialéctica histórica sigue siempre un curso progresivo. Ella contradice tal dogma, elaborado exhaustiva-

mente por Hegel y retomado, si no directamente por Marx, sí en forma indirecta por los marxistas, desde Engels, en el sentido de que la historia culminará en la desaparición de las clases y la consiguiente armonización de los intereses humanos. Rosa argumentó contra esa concepción providencialista –teleológica–, tanto de los hegelianos como de los marxistas, si no es que del propio Marx. Con el análisis concreto de la realidad, dialécticamente, Rosa Luxemburgo encendió la alarma y negó el determinismo histórico, pues para ella en la historia de la humanidad siempre hubo alternativa, la hay –aquí y ahora– y la habrá para bien y para mal. Para bien porque la factura de su destino está exclusivamente en manos de tal humanidad y no de una providencia histórica; para mal porque del mismo modo es responsabilidad y posibilidad humana que ese destino se tuerza. Visionaria, profética, materialistamente, Rosa Luxem-

Rosa Luxemburgo

burgo supo entender, en un contexto previo a las primeras grandes crisis del capitalismo expresadas en el crack de 1929, en dos guerras mundiales y en el fascismo y el nazismo, que había de dos sopas: socialismo o barbarie. Otra aportación de Rosa, igual de inconmensurable, fue denunciar la improcedencia arrogante de cualquier infalibilidad o magisterio. Porque si la historia es un producto humano, entonces son, han sido y serán los pueblos y no sus dirigentes –sean intelectuales o partidos–, los únicos capaces de revolucionar la historia. Del mismo modo esos pueblos resultan incapaces de alcanzar su meta transformadora sin organización propia ni inteligencia para sus intereses. En suma, sin práctica revolucionaria no hay ni habrá teoría revolucionaria y sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria (la praxis revolucionaria, en síntesis), planteamiento dialéctico si los hay. Los libros Reforma y revolución y La acumulación del capital, de Rosa Luxemburgo, muestran su clarividencia y la altura de sus polémicas con teóricos como Karl Kautsky, Eduard Bernstein y August Bebel (autor de La mujer y el socialismo) y con titanes de la práctica como Trotsky o Lenin (cuyas limitaciones teóricas evidencian tanto Anton Pannekoek en el libro Lenin filósofo, como la propia Rosa en La revolución rusa). La historia contemporánea se ha cansado de darle la razón a Rosa Luxemburgo en 1924, 1929, 1936, 1939, 1968, 1971 y hoy mismo, cuando las cuestiones, ¿socialismo o barbarie, reforma o revolución?, laten y queman como entonces. O más 

Biblioteca fantasma Eve Gil

Por encima de la vida HUBO UN MOMENTO en que me pregunté si Claudia Reina sería producto de mi imaginación. No maneja cuentas de Facebook, Twitter, o Instragam. Es una autora muy premiada que se ha escabullido de manera astuta de los maliciosos dimes y diretes que persiguen en Sonora a escritoras de perfil semejante al suyo. Juguetonamente la he equiparado con Greta Garbo, aunque más que esconderse Claudia no considera obligatorio volverse ubicua para llamar la atención, ni tiene interés en las relaciones públicas, que quitan tiempo para escribir. La he visto dos veces en mi vida, y en ambas me dejó una impresión a un tiempo imperecedera y cambiante, la de una joven mesurada, serena y un tanto huidiza, pero no tímida. Nadie con ese brillo en la mirada puede ser calificado con tal simpleza. En su única entrevista disponible, realizada para el portal literario sonorense Pez Banana, declara: “[…] prefiero que la obra hable por sí misma, aunque sé que habla mucho más bajo que cuando uno se mete de lleno en promoverla”. Nacida en Nogales, Sonora, en 1980, irrumpió en la escena cultural sonorense con una literatura por completo sui géneris, percibida, más que desde lo local o lo universal, desde una perspectiva muy personal. En 2007 ganó en tres de las seis catego-

rías del tradicional concurso de El libro Sonorense: dramaturgia, cuento y novela. Esta última, Esto no es una pipa, que no pretende homenajear a David Markson -autor de Esto no es una novela-, nos permite incursionar en el pensamiento de la autora, si tomamos al pie de la letra sus declaraciones. Lucía, su protagonista, sería un fascinante sujeto de estudio para la psiquiatría moderna. Hay una patología que se le aproxima: la prosopagnosia, la incapacidad de reconocer el propio reflejo en el espejo, aunque lo de Lucía es, a un tiempo, más grave y más común: su mente se siente ajena a su cuerpo, y viceversa. Nombrar la patología, no obstante, sale sobrando. La primera parte es narrada desde la mente de Lucía: recuerdos, miedos, sueños. La segunda es un diario donde consigna el avance no sólo de un proceso autodestructivo, sino de su relación con Gabriel –que su cerebro registra como “Oliverio”– que más que relación de pareja se nos presenta como la paulatina putrefacción de los sentimientos de él, que ella es incapaz de corresponder porque no entiende “el amor” ni sus lugares comunes propagados por la literatura, dolorosa carencia que nada en este mundo es capaz de llenar. El epílogo, fragmento de Seguri-

dad general. La liquidación del opio, de Antonin Artaud, parece brindarnos una explicación, más que un diagnóstico de la terrible “enfermedad” de Lucía: “Hay un punto en ustedes que ningún médico jamás comprenderá, y es ese punto para mí el que los salva y vuelve augustos, puros, maravillosos: están fuera de la vida, están por encima de la vida (…)” Esta misma tónica, la del ser humano que no se reconoce como tal, mucho menos como parte de una comunidad, a veces ni de la raza humana, reaparece en La visita del señor Morhl (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012), novela ganadora del premio Nellie Campobello, deliciosamente beckettiana, y nos avasalla en su más reciente libro de cuentos, Los visitantes, donde la ciencia ficción funciona en orden inverso: no son “ellos” los que nos aterrorizan, sino nosotros mismos. La explícita confrontación de lo cotidiano con lo extraordinario nos obliga a preguntarnos si lo que denominamos “normal” es congruente con nuestra cantada humanidad, si lo que estamos haciendo no es más que doblegarnos a una fuerza extraña que pretende transformarnos no en alguien más, sino simplemente en “algo”. Las reflexiones que se hace Lucía y que la hacen parecer desquiciada ante los demás, podrían ser producto de un raciocinio que se arranca vendas y amarras y adquiere ese libre albedrío del que tontamente nos ufanamos: “Los escenarios no tenían relevancia, sino la gente que entraba en ellos (…) parecían fuera de lugar, como si se hubieran equivocado de sueño.” (“Meteorito”, Los visitantes, FORCA NOROESTE, 2017)  Claudia Reina


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 20 de enero de 2019 // Número 1246

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Bemol sostenido Alonso Arreola @LabAlonso

El comandante Morello y su atlas instrumental LA PORTADA ES MAGNÍFICA. En ella un hipopótamo alado abre sus enormes fauces –parece que va a atacar– mientras dos rayos impactan al fondo desértico sobre el que cae una tormenta. Allí es de noche y la lluvia cae diagonalmente; el pequeño ojo del animal nos mira de soslayo prometiendo dosis de violencia. Papel adentro, empero, además de los créditos encontramos nueva imagen del híbrido, ahora en pacífico vuelo, transformado en una suerte de querubín monstruoso. Esta es la que fuera su portada original en la versión titulada The Atlas Underground. Hoy, sin embargo, hablamos de The Atlas Underground: Instrumentals, una nueva aproximación al último álbum de Tom Morello, guitarrista de Rage Against the Machine y Audioslave, últimamente relacionado con el politizado combo Prophets of Rage, mismo que comentamos aquí durante la campaña presidencial de Donald Trump. ¿Lo recuerda nuestra lectora, nuestro lector? Allí intercambió talento y composiciones con miembros de Public Enemy (Chuck d y dj Lord) y de Cypress Hill (b-Real), triunfando en numerosos tinglados erigidos cerca de los rallies republicanos que buscaba boicotear, lo mismo que en grandes festivales. Pero volvamos al disco.

Poderoso, sofisticado, el diseño exterior representa fielmente lo que sus vinilos contienen (la versión para tornamesa es la mejor forma de apreciarlo, sin duda). Esto es: una combinación de guitarras nacidas en el rock duro, pero con programaciones que provienen de la electrónica –de la más comercial a la más experimental–, ahora sin la voz con que nacieran y que tan importante ha sido en el pasado musical de Morello. Pensando en ello, Instrumentals representa un descanso mental, un soltar el cuerpo sin los compromisos intelectuales que han marcado su carrera. Es el silenciamiento de la palabra en pos de un trance físico. Se trata de algo natural, necesario si pensamos que su guitarra ha estado unida a personajes notables del micrófono como Zach de la Rocha (amante de México con posicionamientos intensos alrededor del zapatismo), Chris Cornell (excantante de Soundgarden con quien compartiera el éxito de Audioslave) y, como decíamos, distintos raperos interesados en que la sociedad estadunidense se vuelva más activa, crítica e incluyente. Tan es así que las partituras incluidas en Instrumentals, ilustradas con fotografías de las guitarras, efectos y

amplificación que usa Morello, sustituyen las letras de manera efectiva. No se necesita ser músico para celebrar la ocurrencia. Hablamos de un gran librillo de cuarenta y dos páginas con los pentagramas y tablaturas que se escuchan composición tras composición. Dicho esto, si en su versión con voz participaban Gary Clark Jr, Marcus Mumford, Tim Mcllrath, Portugal The Man, k Flay, Big Boi, Killer Mike y Vic Mensa, entre otros cantantes y raperos, ahora degustamos los pulsos desnudos del disco en un acto de rebelde cinismo. ¿Por qué? Sépase que a este trabajo no le fue muy bien con los críticos, pues en su mayoría siguen esperando que Tom Morello repita el discurso que en los noventa lo situara entre los más grandes guitarristas de rock. Así, si lo que más subrayaron como debilidad fue, precisamente, el cambio de instrumentos por diyéis y programadores, con Instrumentals sufrirán una molesta indigestión de beats en que triunfan los procedimientos de Steve Aoki, Bassnectar, Knife Party y Pretty Lights (por citar ejemplos incluidos), lo que nosotros aplaudimos. En resumen, esta variante del guitarrista expone una personalidad más abierta en la que importan las composiciones como bloques de condensación y efecto, más allá de los elementos aislados o las virtudes solistas de sus invitados vocales. Cierto: hay pocas melodías, un trabajo armónico sencillo, rítmicas derivadas de lo plasmado con míticos colegas, pero aún así la apuesta instrumental nos gusta por pisar la pista desde otro lugar, con una perspectiva atípica entre los amantes de computadoras y sampleos y, desde luego, con un poderosísimo sonido. Bravo por el comandante Morello. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos 

de la que se cuenta con Dogville (2003) y Manderlay (2005). Para entonces Von Trier ya se había vuelto más que célebre, sobre todo gracias a Los idiotas (1998) Bailando en la oscuridad (2000), pero también a consecuencia de su gusto por hacer declaraciones explosivas, poco después llevado a extremos cuya principal consecuencia ha sido que muchísima gente ponga más atención al cineasta que a su obra. Inevitable y no necesariamente acertada, la identificación de Von Trier con escándalos mediáticos y posturas abiertamente “incorrectas” ha marcado la recepción de filmes como los que integran una trilogía más, ésta denominada “de la depresión”: Anticristo (2009), Melancolía (2011) y Ninfomanía (2013), cuyo factor de provocación –sobre todo en el caso de la primera y la tercera– ha sido visto, de modo torpemente reduccionista, como una confirmación creativa de posturas personales éticas/políticas/vitales “inaceptables”.

estético, formal, temático, etcétera –es decir, para su “redondez” no debe depender de antecedentes, consecuentes ni factores externos–, en el caso de La casa de Jack (The House That Jack Built, 2018) conviene tener en cuenta que, a juzgar por su filmografía, Von Trier evidentemente pone en práctica lo que podría denominarse un largo aliento conceptual, que no sólo permite sino sugiere y, en el caso de sus diversas trilogías, hasta obliga a ver sus filmes en conjunto, a manera de vasos comunicantes, y La casa de Jack es una prueba magnífica: treinta y cuatro años después, Von Trier acomete de nuevo la historia de un asesino serial y, a diferencia de lo que plantea en El elemento del crimen, es decir la total empatía primero libresca, después conductual, entre el asesino y su perseguidor, bajo una estructura narrativa más bien ortodoxa genéricamente hablando, en La casa..., desde la engañosa y muy efectiva ortodoxia consistente en parodiar, con aparente seriedad, todos y cada uno de los tics y lugares comunes del subgénero, propone una identificación protagonista-espectador mucho más profunda y, por lo tanto, más desasosegante. Quien espera ver en La casa… un thriller clásicamente estructurado lo consigue, pero Von Trier, fiel al propósito inter/metacinematográfico evidente a lo largo de toda su obra, ofrece mucho más que un ejercicio impecable en términos genérico-narrativos y, valiéndose lo mismo de Gustav Doré que de Dante, entre otros claros referentes plásticos y literarios, elabora un ensayo de texto e imagen acerca del sentido profundo de conceptos como crimen, culpabilidad, mal, castigo y otras ideas punitivas consideradas axiomas en la cultura occidental 

Chris Cornell y Tom Morello

Cinexcusas Luis Tovar

@luistovars

Un provocador llamado Lars EN SENTIDO ESTRICTO, Forbrydelsens Element -El elemento del crimen es la traducción que se le dio al español-, filmada hace tres décadas y un lustro, no marcó el debut cinematográfico de Lars von Trier, el bien conocido y constantemente polemizado realizador danés, pues para entonces el autor de Rompiendo las olas (1996) contaba al menos con tres producciones que, si bien de carácter escolar, ya le habían granjeado más de un reconocimiento internacional. Empero, la citada El elemento…, con la que se graduó de la Escuela Nacional de Cine de Dinamarca y que ese mismo 1984 obtuvo un premio al mérito técnico en Cannes, inmediatamente hizo de Von Trier un cineasta que jamás pasaría desapercibido, condición refrendada a mediados de la década de los años noventa del siglo pasado gracias al célebre y hoy extinto movimiento Dogma, del cual fue uno de los principales artífices. El elemento… es también la primera parte de la llamada por su autor “Trilogía Europa”, que se completa con Epidemic (1987) y Europa (1991), en las que arroja una mirada sardónica e impregnada de profundo desencanto no sólo al “Viejo Continente” sino sobre muchos de los gastados y cuestionables valores de Occidente, misma intención que anima a “Estados Unidos: tierra de oportunidades”, nombre de la segunda trilogía larsvontrierana todavía en proceso,

La casa de todos Si bien siempre será verdad que una obra en particular debe hallar en sí misma el suficiente sustento

Lars von Trier


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LA JORNADA SEMANAL 20 de enero de 2019 // Número 1246

Ensayo Saúl Toledo Ramos

Frank Zappa: concierto para dos bicicletas Ilustración de Juan Gabriel Puga

Aquí se recuerda, en homenaje a los veinticinco años de la muerte de su autor, un efímero concierto de tres minutos para dos bicicletas, un arco de violín y un par de baquetas, al inicio de una intensa carrera que después habría de dejar una huella indeleble en el rock que en el mundo ha sido y seguirá sonando.

O

cuparemos un par de líneas para referir que hay un pez, una medusa, una araña y un asteroide que, en honor a él, llevan su nombre, pero poco o nada diremos de la biografía de Frank Zappa, que para eso hay otros medios. Mencionaremos apenas que durante su carrera compartió estudios de grabación y escenarios con músicos de primer nivel: Captain Beefheart, Adrian Belew, Steve Vai, Tommy Mars, Terry Bozzio y Jean Luc Ponty, como ejemplos. Que este último editó en 1970 el álbum King Kong, en el que, para celebrar su amistad con Zappa, interpreta sus obras de manera magistral. Sólo tangencialmente hablaremos de su incursión como director de cine y de su interés por la política, que en cierta ocasión lo llevó a expresar su deseo de competir por la presidencia de Estados Unidos. Aquí nos limitaremos a la descripción de un programa televisivo.

El 4 de marzo de 1963, The Steve Allen Show inició con la participación de un invitado sui generis: el muy joven Frank Zappa –tendría cerca de veintitrés años. Vestía un traje de color claro y su pelo estaba correctamente peinado; aún no lucía los largos mechones ni el bigote ni el soul patch bajo su labio inferior, que se volvieron característicos de su imagen por el resto de sus días. Pero sí los ojos inteligentes y francos con los que miraba a sus interlocutores. La aparición de Zappa obedecía a que, por primera vez al aire, ofrecería un concierto para dos bicicletas, una cinta previamente grabada y otros instrumentos. Zappa pide al anfitrión del programa que lo ayude; le entrega un arco, como los usados para tocar violín, para que lo deslice sobre los rayos de una de las bicicletas; por su parte, él hará percutir con unas baquetas los rayos de la otra bici, al tiempo que soplará el tubo del manubrio para extraerle un silbido, ora grave ora agudo. Al técnico le pide que suelte la cinta, pregrabada con sonidos inextricables, y a los músicos a sus espaldas les requiere que, con sus instrumentos, hagan todo tipo de ruidos, que no música. Era una situación a la vez lúdica y absurda, pero vista de lejos anunciaba lo que Frank Vincent Zappa, nacido el 21 de diciembre de 1940, habría de significar para el mundo de la música. Para los que se pretenden exquisitos, el concierto para dos bicicletas seguramente les significará nada más que una humorada, pero hay que recordar que una de las influencias primordiales de Zappa fue Edgard Varèse, precursor de la música

concreta, en la que sonidos o “ruidos” puestos en un soporte –como una cinta magnética– para manipularlos y ensamblarlos de la manera que el compositor guste, tiene el mismo valor que una melodía tocada en un piano, por decir algo. Esa era básicamente la propuesta de Zappa en ese momento: compaginar varios sonidos, aparentemente sin ninguna relación entre uno y otro, para crear el concierto. No había ninguna partitura que seguir, nadie sabía cuál habría de ser el resultado. La improvisación y el azar eran fundamentales. Fue una pieza efímera, de ahí que acaso deba valorarse más. Su registro llega hasta nosotros gracias a que hoy en día los avances tecnológicos la ofrecen para recrearla las veces que se desee. El rock vino después. Zappa se declaró admirador de genios vanguardistas como Stravinsky y Weber, pero nunca negó el influjo que el jazz, el rhythm and blues y el doo wop (género que se gestó en Estados Unidos previo a la llegada del rock and roll) obraron sobre él y su desarrollo artístico. El concierto para dos bicicletas dura, a lo sumo, tres minutos. Zappa se despide del responsable del programa, de la audiencia, y sale a ofrendar el universo musical con el que ayudó a enriquecer el mundo de la música. La descripción anterior no es exhaustiva. Pretende crear curiosidad en los posibles lectores para que, desde Youtube, revivan aquel instante y recuerden a Frank Zappa, quien el pasado 4 de diciembre cumplió un cuarto de siglo de haberse ido, dejándonos un tanto huérfanos 


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