Suplemento Semanal

Page 1

EL NUEVO SEMANAL ANALFABETISMO: SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 24 DE MARZO DE 2019 NÚMERO 1255

DESCUIDO Y DETERIORO EN EL USO DEL LENGUAJE Juan Domingo Argüelles

Internet mató a la estrella del CD

Roberto Garza Iturbide

Chester Himes y el abismo entre individuos y autoridades

Ricardo Guzmán Wolffer


LA JORNADA SEMANAL

Collage digital: Rosario Mateo Calderón

2 24 de marzo de 2019 // Número 1255

EL NUEVO ANALFABETISMO: DESCUIDO Y DETERIORO EN EL USO DE LA LENGUA Un vocabulario escaso, una sintaxis deficiente y una ortografía plagada de errores, entre otros deterioros en el uso del español, significan mucho más que una mala formación escolar, de suyo lamentable: escenario de un círculo vicioso duro de vencer, también son causa y consecuencia de una muy nociva y generalizada incapacidad para la generación de ideas, así como su correcta expresión y difusión. El ensayo de Juan Domingo Argüelles habla de la enorme importancia que tiene, para la buena salud de la cultura y el pensamiento, lo que el gran lingüista y filólogo mexicano José G. Moreno de Alba denominó la “unidad de la lengua”.

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Rosario Mateo Calderón FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga LABORATORIO DE FOTO: Jorge García Báez, Ricardo Flores, Jesús Díaz y Felipe Carrasco PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción


LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

3

CHESTER HIMES Y EL ABISMO ENTRE INDIVIDUOS Y AUTORIDADES En este juego de la vida, tienes que darle tanto como pretendas recibir de ella. No puedes ganar sin arriesgar. Chester Himes

Chester Himes (Estados Unidos, 1909-1984) es conocido como autor policíaco. En su notable novela El extraño asesinato muestra cómo la literatura sirve para hacer un registro de lo cotidiano, incluso cuando no es la intención inicial de la trama. A partir de un asesinato peculiar (un cadáver aparece dentro de una enorme cesta de pan, dejada en la calle, a medio Harlem: el cuerpo tiene enterrada una navaja en el pecho, sin signos de lucha) nos adentramos en la constante lucha entre hampones, entre éstos y los policías, aquéllos con sus amantes y todos contra una sociedad donde conviven los peores representantes religiosos y los más inocentes trabajadores.

Ricardo Guzmán Wolffer ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

EL LENGUAJE COMO ARMA DE ENTRADA, LOS textos de Himes presuponen una dificultad en la traducción. Autodeclarado como un expositor de la cultura negra y de su black english, Himes no duda en usar la jerga racial, también definida por la zona urbana, el estrato socioeconómico y hasta las intenciones burlescas de una parte de la sociedad acostumbrada a enfrentarse con la policía y sus peculiares métodos para encontrar culpables. Entonces, una vez más, el traductor se convierte en un coautor; primero para intentar explicar su traducción y luego para equiparar el contexto narrativo, todo en busca de hacer una oferta literaria lo más parecida a la del autor. De entrada, el black english no corresponde al inglés estadunidense regular, tiene influencia del portugués. No es una mala forma de hablar inglés sino una lengua distinta que coexiste con el otro inglés regular. Si los abismos raciales incluso hoy parecen insalvables en una nación liderada, al menos en el discurso, por un blanco intransigente y racista, es asumible que en la época de Himes, más que un estilo literario, su intención era reafirmar la identidad (mediante la exposición de ese idioma) de esa parte de la sociedad gringa. Si a ello le sumamos el argot propio de los criminales, quienes, igual que en México, manejan claves para lograr el mayor hermetismo en sus diálogos, veremos que leer en original a Himes es una labor propia de especialistas. Aunado al lenguaje, las costumbres se narran para hacer de fondo a la trama. Vemos el velorio de Big Joe, donde se bebe y come como en una fiesta. Lo mismo están sus familiares que gente de la congregación religiosa de los holly rollers (santos roladores: pentecostales que suelen caer al piso y girar durante los actos religiosos en aparentes convulsiones). Cuando la policía llega al velorio para preguntar por el muerto de la cesta de pan, se evidencia la total desconfianza de hampones y ciudadanos regulares respecto de los investigadores. Los propios policías, también negros, se asumen como extraños a esa comunidad negra: “Esto es Harlem. No hay otro lugar como este en el mundo. La gente hace cosas por razones que a ninguna otra persona del mundo se le ocurriría.” El

vestir de los personajes, la decoración de sus casas, los salones de apuestas y baile, el tipo de automóviles que usan, la droga que se consume casi abiertamente, todo presenta un fresco costumbrista que permea para establecer que las relaciones interpersonales son peculiares en este pequeño mundo, parcamente insertado en las comunidades blancas de su alrededor. Apenas se mencionan a los blancos, como si ese Harlem fuera una entidad autónoma en lo general. Hasta el cortejo fúnebre, entre jazz y fanatismo religioso, se convierte en un baile masivo que deja a un lado al cadáver para divertirse hasta llegar al cementerio.

LA DESUNIÓN SOCIAL COMO TRAMPA ENFRASCADOS EN LÍOS de amantes, los personajes deben mostrarse para aclarar el crimen, ante un párroco que dice actuar bajo el influjo divino pero que parece haber sucumbido a sus deseos sexuales para acabar con el hombre de una mujer hermosa: “cuando acabas mezclando el sexo con la religión, eso volvería loco a cualquiera”. Los abusos policíacos nos hacen cercanos a los detectives que detienen arbitrariamente y se meten a las casas a buscar sin orden judicial: nos remiten a las “lejanas” épocas donde los investigados podían esperar casi todo. Himes plantea con destreza los muchos niveles que se involucran en cualquier trama que va poniendo al descubierto los misterios que los personajes también desconocen. Introduce al lector a la trama, al hacerlo partícipe de los hallazgos emergentes. Con destellos de la novela de misterio que tanta fama le diera a Wilkie Collins, Himes ensambla las dificultades sociales para lograr encontrar incluso una pista para la investigación. Abusivos, los detectives no llegan a ser los personajes admirables, “los buenos” que necesitaría una novela pensada para sostener el orden imperante. No es porque sean negros: es porque abusan del cargo y conocen los lugares donde aplicar presión para encontrar la verdad. La de El extraño asesinato es una trama eficaz que nos habla de otras latitudes, pero donde lo esencialmente humano perdura: el conflicto insalvable entre la autoridad y el individuo, incluso cuando a éste le conviene saber la verdad l


LA JORNADA SEMANAL

4 24 de marzo de 2019 // Número 1255

RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT TRAS LOS VELOS DE LA MODERNIDAD Una aproximación aguda y rigurosa a Modernismo. Supuestos históricos y culturales, obra de un filósofo y crítico literario colombiano que cuestiona los criterios establecidos para juzgar y apreciar el modernismo en Hispanoamérica: “Se trata de un libro que plantea más de un pleito con el pasado y más de una contienda con un presente que muchas veces se yergue sobre el olvido.”

Juan Manuel Roca ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

E

s sabido que Hugo Friedrich, el filósofo e historiador del arte que fuera maestro de Rafael Gutiérrez Girardot, planteó en su Estructura de la lírica moderna la entrada en la modernidad con Charles Baudelaire y con el interés que desde su imagen y magisterio despertó en toda Europa la lírica francesa. Basaba su idea en la despersonalización, ese método que en autores como Bertolt Brecht deriva en un llamado distanciamiento, algo que no iba en contravía del pensamiento de los románticos, rehuyendo como lo haría Edgar Allan Poe los excesos del corazón, pero dándole un nuevo brío y una vuelta de tuerca a los ideales del romanticismo. Decía Friedrich que “con Baudelaire empieza la despersonalización de la lírica moderna, por lo menos en el sentido de que la palabra lírica ya no surge de la unidad de poesía y persona empírica”, algo que haría diana en la afortunada frase de Jean Arthur Rimbaud: “yo es otro”. Con lo cual la máscara, la otra persona, libera fuerzas que en algunos casos sólo después su propio autor reconoce como suyas. De esa misma manera Flaubert pudo ser Madame Bovary, Kafka el señor k o Gregorio Samsa, Gogol el negociante en almas muertas que le ayudó –aun creyéndose zarista–, a trazar la novela de la demolición de un anciano régimen opresor y autocrático. Todo esto, enmarcado en una repulsa contra lo objetivo, contra lo puramente vivencial. Friedrich nos lleva entonces a preguntar cuál es el sujeto de esa mirada y a indagar en lo desconocido. A lo que él mismo responde con unas líneas de Rimbaud: “Porque yo es otro. Cuando la hojalata se despierta en forma de trompeta, no hay que echarle la culpa. Yo estoy presente al despertar de mi pensamiento, yo lo contemplo, yo lo escucho. Trazo una línea con el arco y la sinfonía se mueve en la profundidad. Es un error decir: pienso. Habría que decir: me pien-

san”. El corolario planteado es el de que el “sujeto actuante no es por tanto un yo empírico”. A Rafael Gutiérrez Girardot hay que agradecerle, como lo afirma José Emilio Pacheco en el prólogo de esta edición de Modernismo. Supuestos históricos y culturales, el haber estudiado nuestra literatura al unísono con la europea, sin el padrinazgo ni la actitud reverencial o mimética del converso. Esto es, preservándose como un latinoamericano que sabe que su “yo” puede ser “otro” pero no afincado en la servidumbre a una geografía cultural única e imperante. El mayor aporte del ensayista colombiano (Colombia, 1928-Alemania, 2005), podría señalarse en la manera que tiene de adentrarse, más allá de Friedrich, en el tramado social en que se dio el modernismo, y en los momentos en que se tocaron Europa e Hispanoamérica mediante algunos desarrollos paralelos, no obstante la queja del autor en cuanto a la falta de una historia social que permita ver un diálogo profundo entre esas dos realidades. Más allá de nuestro modernismo, de ese movimiento que devolvió las carabelas hacia España cargadas de un nuevo sentido de la lengua –y no pretendo ver a Rubén Darío como un nuevo Colón en el reflujo de una lenta y larga marea–, para hablar desde un yo que ya no es privativamente individual, lo que hace Rafael Gutiérrez Girardot con lucidez cenital tiene que ver con una suerte de historia secreta de los supuestos históricos y culturales que nos llevaron a la modernidad, tal como en la divisa que hace de subtítulo en su libro. Leyendo este volumen resulta recurrente una idea de Friedrich Schlegel, aquel romántico que alguna vez dijera que si un crítico es un lector que rumia es porque, qué duda cabe, necesita de varios estómagos. Gutiérrez, podría decirse que tiene varios. En uno digiere la historia, en otro la filosofía, en uno más la arquitectura, en otro la manera de diferenciar los ecos de las voces. Y en todos ellos, una suerte de heterodoxia que los convierte en vasos comunicantes. Nuestro modernismo y su correlato español de la generación del 98, es visto cuestionando las dicotomías que plantea Ricardo Gullón en cuanto


LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

José Martí

a la actitud de los modernistas, a quienes señala como “disidentes, disconformes, heterodoxos de todas las ortodoxias y aún de la heterodoxia misma”, es mirado en el mismo ámbito moral que el de otros movimientos modernos europeos como el Sturn und Drang (Asalto y empuje), surgido tras el drama del mismo nombre escrito por Klinger en 1777, el expresionismo alemán o el romanticismo inglés, tanto como en la actitud de Baudelaire y de quien Gutiérrez llama el “voluble padre romántico de la literatura moderna”, Friedrich Schlegel. Quiebra más de una lanza en contra de los reducidores de cabezas del nacionalismo, y señala cómo algunos de los, siempre entre comillas, revolucionarios tercermundistas, se valen de argumentos conservadores cantando loas al autoctonismo y rechazando lo que llaman extraño o advenedizo. Son los mimos francotiradores del inmediatismo político que rechazaban a Rubén Darío porque al cruzar por un gallinero en Managua en vez de gallinas veía cisnes, y al cruzar en medio de indígenas chorotegas desdentadas veía princesas de una corte remota, cortesanas de Versalles. Con lo cual hubieran despachado al desdoblado, al despersonalizado Cervantes que veía gigantes en lugar de molinos de viento y mujeres de espléndida belleza en hembras sin más gracia que las que impone la imaginación. Ya Jorge Luis Borges nos recordaba que en el Corán no hay camellos. Que a lo mejor se fueron, el agregado es nuestro, a vivir en un poema escrito por nuestro Valencia en Popayán Ni lunas miméticas ni decapitaciones fraudulentas, es lo que señala Gutiérrez Girardot como lo propio del modernismo. El capítulo “El arte en la sociedad burguesa”, en el que recuerda al poeta ciego Max Estrella de “Luces de Bohemia”, del portentoso Valle Inclán, y cómo éste invidente asevera “yo soy el dolor de un mal sueño”, le sirve de pasadizo al autor para adentrarse en el carácter refractario que se impone entre el artista y su sociedad, como ocurre en “Pan y vino”, la elegía de Hölderlin, en Keats y su “Sylvan historian”, en Heine y “Los dioses en el exilio”, en Rimbaud, en Yeats, en Rilke, en Rubén Darío.

La sensación de Hölderlin, su percepción de llegar “demasiado tarde” y su pregunta sobre la poesía en tiempos menesterosos”, da paso en Gutiérrez Girardot a una visión de la sociedad burguesa y al hombre escindido que para Hegel tiene que ver con los intereses privativamente personales. La imposición de la clase burguesa es lo que ayuda a fundar el primer mandamiento del ascenso social, a instaurar la manía trepadora, el mascarón de proa del que quiere llegar a toda costa, no importa si se hace en el ascensor al cadalso que arriba a lo que el mismo Hegel llama “la prosa del mundo”. Al rastacuerismo o la mezquindad. Vale la pena mencionar en tan breve espacio la andadura en la sociedad burguesa de la llamada novela de artista. El “A rebours” de Huysmans o “De sobremesa” de nuestro José Asunción Silva, novela tan mal leída por nuestra crítica, y cómo estos libros ya mezclan elementos de la novela moderna, algo de diálogo, de ensayo, algo de diario y de atisbos de una literatura testimonial, que en el caso de Silva podría verse como precursora de la novela objetalista. Todas estas novelas centraron su espíritu, clavaron su epicentro en una repulsa al tiempo y al lugar que le asignaban al arte esas mismas sociedades

Girardot con lucidez cenital tiene que ver con una suerte de historia secreta de los supuestos históricos y culturales que nos llevaron a la modernidad.

5

Rubén Darío

ensimismadas y autistas, sin duda de cuño o de talante burgués. “La evasión de la cárcel de su siglo abre las puertas de la fantasía y del sueño. Negación del presente y evasión a otros mundos: estas son las dos características del artista en la moderna sociedad burguesa”, son palabras de Rafael Gutiérrez Girardot. Muchas de esas evasiones conducen a una permanente utopía. Así creo entenderlo tras leer el libro del agudo y resabiado escritor colombiano. Como “construcción de una filosofía de la historia” el modernismo opone un mundo mejor, no necesariamente afincado en una geografía específica, sino en la ambigüedad misma que es lo propio de todo gran arte, en unos mapas movedizos que sólo el cartógrafo avisado puede trazar. Lejos de otras cartografías que fueron asimiladas por “los aparatos ideológicos del fascismo”, como los indigenistas y los realistas, o de los dogmáticos amantes de lo telúrico y de lo puramente regional, los utopistas que en este lado del charco tuvieron dos evidentes teóricos en José Enrique Rodó y en Pedro Henríquez Ureña, ampliaron, al decir de Gutiérrez, un mundo, asimilando y no pocas veces transformando la literatura del siglo xix. Se trata de un libro que plantea más de un pleito con el pasado y más de una contienda con un presente que muchas veces se yergue sobre el olvido, un libro, en fin, que se centra en la insatisfacción, en las muchas pugnas con la realidad que sostiene todo auténtico creador dentro de las corrientes modernas del pensamiento y de la literatura que, dicho al paso, no deja de ser otra forma del pensar. Y más de un pleito, también, con los vaivenes ideológicos evidentes en cierto mercenarismo de Rubén Darío, con ciertas actitudes de veleta de Barrés, de Azorín y su claudicante anarquismo, de Stefan George y su reino de los selectos, o de D´Annunzio y su devenir fascista. La lectura de “Modernismo” me hizo recordar algo abiertamente expresado por Charles Baudelaire, aquello de que “hay una cosa mil veces más peligrosa que el burgués: el artista burgués”. Y que el único triunfo del intelectual y del artista en cuanto a su circunstancia social, consiste en mantener la dignidad l


LA JORNADA SEMANAL

6 24 de marzo de 2019 // Número 1255

DOS CUENTOS A veces Gabriel Bernal Granados A veces pasa un cigarro, con encendedor, y a veces me lo fumo, pero a veces no. Pedro y las Tortugas, “A veces”

Q

o me gusta el cigarro. Nunca me gustó. De hecho, fumé una sola vez, cuando mi hermano mayor, siendo niños, me dijo una tarde de fiesta: “Ven, vamos a fumar”. No sé dónde, había conseguido un cigarro, un Camel. Lo prendió contra un jardín como parduzco telón de fondo y le dio una fumada. Creo que tosió un poco y me lo dio para que yo hiciera lo mismo: fumar. Sin embargo, por la forma en que me lo dio y por un error en las sinapsis de mi cerebro, no le di la vuelta apropiadamente y lo fumé del lado que no debía. Quizás estaba ansioso; quizás era sólo estúpido. El caso es que me quemé la boca y no volví a fumar un tabaco en mi vida. (Fumé mariguana con mi amigo Ernesto. Cuando lo invitaba a comer a mi casa, a la hora de acompañarme a sacar a los perros, Ernesto invariablemente sacaba un churro de sus calcetines. Entonces no estaba de moda, como ahora, fumar mota en las calles de la ciudad y había que tener cuidado. Ernesto sacaba de sus calcetines un churro chupado y gastado, que parecía un recorte de papel periódico destruido por el paso del tiempo y las recurrentes y furtivas fumadas. Con la punta de la lengua ensalivaba sus dedos, delineaba el contorno, le aplicaba un cerrillo o la flama de un encendedor, le daba dos o tres fumadas y me convidaba. ¿Quieres?, me decía con una voz apenas reconocible por el ardor que la yerba quemada le dejaba en la garganta, y yo por no dejar fumaba. Nunca sentí nada extraordinario. Falta de perseverancia, me dicen, falta de técnica o falta simplemente de ganas. El caso es que nunca le agarré el gusto a la mois.) El cigarro volvió a cobrar protagonismo en mi adolescencia. Tenía una radio jvc, con una pequeña televisión integrada, que escuchaba en mi cuarto por las noches, antes de conciliar el sueño. En el 590 de am daban un programa de rock en español, que conducía Fernanda Tapia. “Radio 590, la Pantera”, y en seguida un rugido, ¡¡¡Grrrrrr!!! Era inexplicable que en una estación como ésa, o que en una estación la que fuera, tocaran rock en español. Eran finales de los años ochenta y yo todavía tenía el cuerpo de un niño. El cuerpo mas no la mente; ni mucho menos el deseo...

De repente, en esa estación de radio se escuchaban cosas alucinantes. Recuerdo la soledad y el hastío, y la voz de Fernanda Tapia que de vez en cuando intervenía para anunciar lo que tocaría o comentar lo que habíamos escuchado. Se trataba, desde luego, de comentarios intrascendentes, de los cuales no guardo la más mínima memoria. Pero recuerdo las atmósferas que se generaban al instante mismo del contacto con la música y las letras en español de las canciones. Recuerdo canciones de esa época que nadie más recuerda. Algunos amigos me han dicho que eso se debe a que esas canciones no existieron más que en mi cabeza. Es decir, nuestras reminiscencias son invenciones, muy parecidas a los sueños. Porque nadie más que nosotros puede soñar nuestros sueños. Somos nuestros sueños, he leído en alguna parte. Quizá sea cierto. Recuerdo por ejemplo una de esas canciones (nunca he podido encontrarla en Youtube y por eso no pongo el título); en ella, un soldado republicano, durante la Guerra civil española, le escribía una carta a su novia. Escribía sobre el lienzo de la noche estrellada porque no parecía tener lápiz ni papel. Estaba seguro de que no volvería a verla, de que no regresaría de la guerra; o cuando volviera, ella no estaría más para él. Era conmovedora esa canción, que no he vuelto a escuchar en mi vida desde que tenía quince años. Ella se llamaba Mercedes, y entonces pensé que si tuviera una hija algún día le pondría Mercedes. En el edificio donde he vivido los últimos quince años tuve una vecina que se llamaba así, Mercedes. Era una mujer casada, con dos hijos. Cubana y bonita. No tenía más de treinta y seis años. Vivía en el departamento que se encuentra justo enfrente del mío. Su marido se parecía a José Martí, y José y Mercedes no se llevaban bien. Lo que más me gustaba de Mercedes no era su cabello rubio o su cuerpo abundante y sinuoso, sino su nombre en sí y la resonancia que ocasionaba en mi cerebro. Un día Mercedes, su marido, sus hijos y su perro Goldie agarraron sus cosas y se fueron. Nunca volví a saber de ellos. (Siempre imaginé que el marido trabajaba para el servicio secreto, no sé si cubano o de Estados Unidos; siempre me maravilló que siendo cubanos exiliados celebraran el Día de Acción de Gracias y... no sé... cuando hay teléfonos intervenidos, espionaje y cosas extrañas hay una vibración indefinible en la atmósfera que uno respira... y casi siempre, si no que siempre, las corazonadas son ciertas.) Una vez le pregunté a Ernesto si recordaba esa canción, la de Mercedes y la Guerra civil española que tanto me conmovía, y me dijo que lo más probable es que yo la hubiera inventado. Quizás.


LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

Había, en cambio, algo indefinible en Pedro y su grupo las Tortugas. (Luego me enteré de que el tal Pedro no existía y que el grupo, conformado por sólo dos personas, se llamaba así: Pedro y las Tortugas.) Fueron los dueños de un solo éxito, hasta donde tengo entendido. “A veces” se llama la canción, y ésta contaba la historia de un tipo indeciso, al que a veces le pasaban un cigarro que a veces fumaba y a veces no. Me imagino que el cigarro estaba hecho de algo prohibido y que en eso estaba encerrado el misterio de la letra. El personaje-narrador de la canción también tenía una novia, a la que a veces quería y a veces no. Le pasaban cosas: el cielo, el Metro y los sueños. Pero lo que predominaba era la indecisión, ese no saber si formaba parte o no de una trama donde lo único cierto era su protagonismo (resuelto en una percepción evanescente de las cosas). El otro día, en compañía de un amigo de aquella época –los años de la preparatoria en la Universidad La Salle–, nos acordamos de la canción y ¡oh sorpresa!: la encontramos en Youtube. A ambos nos conmovió tanto como entonces, quizá sobre todo por el hecho de tener un recuerdo compartido que era la constancia, o el testimonio, de que no habíamos inventado nada y que nuestro pasado había sido, en efecto, algo verificable, a través si se quiere de un solo dato. “A veces pasa el tiempo.../ a veces nos miramos.../ y a veces yo te quiero...” (en realidad, esto último sólo podría significar “todo el tiempo”, pero tendrían que pasar muchos años para que el verdadero protagonista de la historia lo supiera). Sigo pensando que hay algo conmovedor en la canción de Pedro y las Tortugas. Les mandé el link de Youtube a dos o tres amigos de hogaño, seguro de que sus ojos se arrasarían de lágrimas con sólo escuchar los primeros compases; pero nada: sus corazones permanecieron en blanco. Lo mismo que sus recuerdos. De ahí la necesidad de elaborar un poco más; de ahí la necesidad, por ejemplo en Lampedusa, de escribir una novela para envolver dentro de una atmósfera intelectual a personas ajenas a un sentimiento significativo o conmovedor pero no en sí mismo... Con esto quiero decir que los recuerdos requieren de autores para ser compartibles o resultar, en ese orden de ideas, significativos. Nunca he disfrutado la mota. La he fumado por compromiso, con amigos aferrados que se empeñan en compartirme su vicio. Y yo, por decencia o por cortesía, he aceptado. Pero nada más. No obstante, esa canción que tiene como eje el cigarro y la sensación zen de que nada importa en realidad siempre me ha conmovido. Ahora empiezo a comprender por qué l

7

Teoría del instante Gustavo Ogarrio

P

or ejemplo: el julio amargo en el que a mi abuelo se le ocurrió salir por última vez al patio —cojeando y detenido por su bastón de brocados negros— para intentar el baño de sol y de lluvia que lo cubrieron hasta la eternidad desde ese instante, el del mayor peligro, el de la última vez; ya sin fuerzas para manejar con destreza el bastón o para al menos mirar el ocaso de las cosas del mundo de ese mismo patio que iban muriendo en él: la mesa de sus herramientas, el portón de madera que años después también moriría en nombre del acero; el árbol incómodo sembrado en medio del patio y que también sería ejecutado en nombre del concreto, de la modernización de las casas y de la bienvenida a los automóviles nuevos. Por ejemplo: el momento en el que a mi madre se le desordenan todos sus recuerdos y encubre, con una sonrisa hermosa y un poco extraviada, esa lucha en su cabeza pelirroja por acordarse que había nacido en la calle Violeta, que las hermanas brincaban sobre la cama antes de dormir y que dormían peinadas para que a la mañana siguiente Ana no perdiera el tiempo desenmarañando la cabeza de cada una de sus hijas y así evitar la batalla contra los rizos acerbos y los alaciados imposibles. Por ejemplo: las jirafas elásticas que vi por primera vez desde los hombros de mi padre; la murmuración de los niños al pie de las jaulas; los lobos marinos en su tristeza de acuario; teoría de las conspiraciones contra la libertad y contra el peluquero del león hambriento. Por ejemplo: la pesadilla que tuve hace veinte años en una casa de huéspedes en Antigua –mientras me reponía de la subida al volcán Pacaya– y en la que se caían los dientes del guía cuando nos daba instrucciones; otro caminante se volteaba y me decía: “Yo soy tú…yo soy tú y no llegarás jamás a ver las explosiones nocturnas del volcán” l


LA JORNADA SEMANAL

8 24 de marzo de 2019 // Número 1255

EL NUEVO ANALFABETISMO: descuido y deterioro en el uso del lenguaje

La vieja y no por casualidad vigente discusión entre el uso y la norma en nuestro idioma es asunto de este ensayo que plantea claramente la necesidad de proteger y mantener el sistema que nos permite comunicarnos y entendernos, antes de que sea demasiado tarde y acabemos siendo, en más de un sentido “los nuevos analfabetos” (Pedro Salinas dixit).

Juan Domingo Argüelles ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

D

octor en lingüística, filólogo, investigador y académico experto en el estudio de la lengua española, el mexicano José G. Moreno de Alba (1940-2013) precisó la razón más importante para defender el buen uso de la lengua: su unidad. Esta “unidad”, en el sentido de “unión o conformidad”, propicia una mejor comunicación y un mayor entendimiento entre los hablantes y escribientes. Explicó el lingüista y lexicógrafo mexicano: Una de las más evidentes ventajas de contar con una normatividad lingüística, aceptada por todos, es la unidad del idioma. Y quizá donde esto se manifiesta con mayor claridad es en la ortografía. Así se trate, en su mayoría, de reglas arbitrarias, las normas ortográficas garantizan, en este nivel, la unidad de la lengua.

Si hoy son evidentes y palpables los atentados a la lengua española es porque se reflejan, sobre todo, en la falta de ortografía, sin que sean menos importantes, por supuesto, la incapacidad sintáctica, la precariedad de vocabulario, el uso y el abuso de anglicismos y el desconocimiento del significado de las palabras y de su uso adecuado para expresar ideas. Estos problemas no son nue-

vos, pero se agravaron a partir de la segunda mitad del siglo xx, cuando las instancias oficiales de normar y proteger, justamente, la “unidad de la lengua”, fueron renunciando, poco a poco, a su función normativa, para entregarse a una muy cómoda y despreocupada labor descriptiva. Que la gente hable y escriba a su capricho no quiere decir que tenga razón. La tendrá, únicamente, cuando su capricho sea compartido por la generalidad de los hablantes y escribientes de su lengua, ya que entonces se convertirá en norma para todos. En esto consiste la evolución del idioma, impuesta siempre por la realidad. Incluso el arte literario más ficticio tiene como asidero la realidad, y a veces se da el lujo, y la licencia, de transformar el idioma, pero salvo algún neologismo afortunado, muy poco influye dicho arte en el uso cotidiano del idioma, a partir de sus “vanguardismos” y “novedades” (falta de puntuación, ausencia de mayúsculas, etcétera) que muy pronto se vuelven antiguallas. En los poemas de Pablo Neruda, por ejemplo, seguirán apareciendo (quién sabe hasta cuándo) sus preguntas y sus exclamaciones sin los signos iniciales de interrogación y admiración, como calco del inglés. Pero ello no modificó ni el uso ni la norma de escribir, en español, las preguntas entre dos signos interrogativos (¿?) y las exclamaciones entre dos admirativos (¡!): “¿Quién ha mentido?” y no “Quién ha mentido?”, “¡Azul fortificado!” y no “Azul fortificado!”. Con Neruda, el idioma español ganó muchísimo, pero no por cierto con estas ingenuidades caprichosas. Lo mismo hay que decir de la “j” que Juan Ramón Jiménez impuso en su poesía para homologarla con el uso simple de la “g” ante “e” e “i”: “antolojía” en lugar de “antología”, “elejía” en lugar de “elegía”, “lijera” en lugar de “ligera”, “májico” en lugar de “mágico”, etcétera. Nada ganaron con ello ni la poesía ni la lengua. Pero el capricho del poeta español sigue en sus libros, y ahí seguirá, hasta que un editor sensato decida eliminar dicho anacronismo. Y que el “vanguardismo” lleve incluso a escribir el nombre de un poeta estadunidense (Edward Estlin Cummings) sin puntuación y con minúsculas (e e cummings) es otra licencia poética extrema que no modifica en absoluto a la lengua inglesa y que, en el caso del español, únicamente los editores poco sensatos obedecen al pie de la letra, pues para todos los demás el nombre correcto de este

Collage digital: Rosario Mateo Calderón


LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

poeta es e. e. Cummings, tal como aparece hasta en las mejores ediciones estadunidenses e inglesas en los últimos años. Quiere esto decir que ni siquiera los grandes escritores, por muy grandes que sean, pueden imponer (más allá de los límites de sus obras) sus usos particulares y sus códigos personales al idioma en general. Son los hablantes (a veces, ni siquiera los escribientes) los que modifican el idioma, y esto a lo largo de mucho tiempo, en una lenta evolución que nada tiene que ver ni con licencias literarias ni con caprichos políticos, moralismos, ideologías y presiones de sectores que alteran, sólo por un instante y por motivos ajenos a la lengua, la lógica del idioma, de cualquier idioma cuyo poder de resiliencia lo devuelve, más pronto que tarde, a la “normalidad”, esto es, a su cualidad o condición de normal, pero también a su forma que sirve de norma o regla, pues un idioma sin reglas, sin normas, simplemente deja de ser un sistema, ¡y no hay idiomas así!

Disparate vs. norma CUANDO LOS HABLANTES y escribientes evitan las normas o ni siquiera las conocen, lo que tenemos son disparates, barbarismos, errores ortográficos, fallas de ortoepía (capacidad de articular una pronunciación correcta partiendo de la forma escrita) y demás maleza en el idioma. Y debemos señalarlos por el bien de la comunicación y de la lógica gramatical y lingüística, pero, especialmente, para consolidar la unidad del idioma y, con ello, el patrimonio cultural que nos sirve para entendernos claramente, evitando en todo lo posible la ambigüedad, la confusión, la incomunicación. Los hábitos y los vicios se afianzan a tal grado en nosotros que eliminarlos resulta muy difícil. En el uso del lenguaje, hábitos y vicios son aún más empecinados por su carácter cotidiano, por su frecuencia. Hoy no son muchas las personas

9

que saben qué es una anfibología y, por tanto, no comprenden que no es lo mismo decir y escribir “Rock en tu idioma sinfónico” que “Rock sinfónico en tu idioma”. Parece lo mismo, pero no lo es. En el primer caso, lo sinfónico es el idioma, en el segundo, lo sinfónico es el rock. Pero así hablamos hoy y así escribimos, y no nos damos por enterados de si expresamos lo contrario de lo que queremos dar a entender. Antes de ocupar la dirección de la Academia Mexicana de la Lengua, Moreno de Alba sentenció: En aspectos ortográficos la Academia no debe limitarse a comprobar costumbres o hábitos, sino que debe fijar reglas claras; o, en todo caso, después de la comprobación debe decidirse por una norma, voz que aquí tiene el significado de “regla que obliga por igual” a todos los que escriban en español. En otras palabras, una regla ortográfica no puede, por definición, ser potestativa, pues en tal caso pierde precisamente su carácter de regla. [...] Si una regla obligatoria tiene como resultado la unidad lingüística, una regla potestativa ocasiona precisamente lo contrario.

Si una academia de la lengua únicamente sirve para “registrar”, “consignar” y “describir” los usos del habla y la escritura y no para guiar al hablante y al escribiente, entonces que cierre sus puertas y que sus integrantes se dediquen a otra cosa; al cabo que cada cual tiene la potestad de escribir como se le pegue la gana, aunque contribuya a empobrecer, cada vez más, el idioma y socave la unidad lingüística.

Treinta y cinco palabras PERO ¿CUÁNDO EMPEZÓ este deterioro del idioma que hoy llega a grados patológicos, esto es, a enfermedad de la lengua? Podemos estar seguros de que hasta la primera mitad del siglo xx las personas se esforzaban en hablar y en escribir con corrección, no sólo para darse a entender mucho mejor, sino porque la materia del idioma era indispensable desde la educación básica, y por eso había médicos que escribían bien, abogados que escribían bien, ingenieros que escribían bien, profesores que escribían bien, etcétera, pero hoy no escriben bien ni siquiera los graduados en Letras y, muchas veces, ni siquiera los escritores celebrados y galardonados. La evidencia más notoria del uso incompetente del idioma no está en los individuos que no pasaron por la universidad, sino en los profesionistas, de las más diversas carreras, que incluso han alcanzado doctorados y postdoctorados y no saben utilizar, con competencia, el idioma. Entre los primeros estudios e investigaciones para constatar este problema está el del lingüista español José Polo, recogido en la primera parte de su libro Ortografía y ciencia del lenguaje (1974). En 1970, el doctor Polo dirigió un curso experimental con quinientos alumnos del primer año de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, de Madrid. Una parte del curso incluyó ortografía y ejercicios de puntuación y separación silábica. Lo revelador vino cuando se les dictó, para que escribieran, treinta y cinco palabras, “escogidas con vista a posibles errores”. He aquí la lista: 1=desahuciar, 2=exhausto, 3=exuberancia, 4=ilación, 5=hibernación, 6=bovino, 7=víbora, 8=bóveda, 9=verbena, 10=vendaval, 11=lavabo, 12=breva,


LA JORNADA SEMANAL

10 24 de marzo de 2019 // Número 1255

13=brebaje, 14=toalla, 15=exégesis, 16=para ti, 17=sintaxis, 18=superfluo, 19=Feijoo, 20=aljibe, 21=berenjena, 22=objeción, 23=ictericia, 24=vestigio, 25=absorber, 26=ábside, 27=gavilla, 28=exhibe, 29=prohíbe, 30=cónyuge, 31=tenue, 32=ahuyentar, 33=expectativa, 34=zahúrda, 35=eccema. El examen no incluyó la definición o el significado aproximado de dichas palabras, sino sólo la ortografía. Entre esos quinientos alumnos del primer año de Filosofía y Letras, ninguno escribió correctamente las treinta y cinco palabras, pero hubo uno (el más aventajado) que sólo cometió un error, y, después de él, siete con cuatro errores, que constituyeron la élite. “El grueso de los estudiantes osciló entre 15 y 24 palabras mal; es decir, que hubo algunos casos extremos –o “más extremos”– hasta con 28 y 30 errores”. Entre las formas erróneas escritas por estos estudiantes de Filosofía y Letras, Polo consigna algunas: histericia, esausto, ivernación, verengena, berbena, breba, auyentar, hauyentar, vovino, bívora, hexégesis, exibir, iptericia, escema, esuverancia, ténue, sintáxis, espectativa, exema, algive, deshauciar, excema, objección, supérfluo, exséjeci, para tí, ilacción, adsorver, exáhusto, exsuberancia, vóbeda, tohalla, eshibe, exérgesis, hictericia, intericia, conyuge. Queda claro, con los resultados de este ejercicio, que muchos de los quinientos estudiantes universitarios escribían por primera vez algunas de estas palabras, no sabían ni su ortografía ni mucho menos su significado y no las habían visto escritas jamás debido a una falta alarmante de lectura, ¡tratándose incluso de estudiantes de Filosofía y Letras! Pero faltaba lo peor. Escribe el doctor Polo: “En el curso 1970-71 hicimos el mismo experimento con alumnos a un año de distancia de acabar la especialidad de Lingüística Hispánica dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de la mencionada universidad madrileña. Se les dictó 50 palabras de cultura general para el contexto del estudiante. Resultados: de esas 50 palabras, 30 fueron mal escritas por un alumno; 26/1, 24/1, 21/1, 20/1, 19/2, 17/4, 15/2, 14/2, 13/2, 11/1, 9/4, 8/2, 7/1, 6/5, 1/1”. La conclusión de José Polo no puede ser otra: No estará de más advertir que en estos mismos estudiantes aparecían, en trabajos hechos fuera de clase, gran variedad de errores de puntuación, acentuación, etc., aparte, naturalmente, de los más graves, sintácticos y léxicos. También hemos contemplado tales bellezas en tesis de Licenciatura y de Doctorado; digamos que, incluso en esta clase de trabajos coronadores del paso por la Madre Nutricia, lo normal es encontrar errores ortográficos netos (no los discutibles) de puntuación y de acentuación. A la vista de los resultados –todo un señor doctor–, deberá pensarse que esas cuestiones de la ortografía más sistematizable (puntuación y acentuación) son normalmente tan complejas, que habremos de crear cursillos posdoctorales para proveer a la gente con tan sibilinas herramientas, casi “ciencias ocultas”. Muchos de los profesores de Lengua Española (diremos sólo de enseñanza media por si acaso) no son conscientes ellos mismos de su deficiente ortografía, por más que les parezca increíble que todo lo “narrado” en este capítulo pueda ser verdad (ajena). Habrá ocasión de mostrar más explícitamente esta idea, que ahora, dicha así, podría escandalizar. Como preparación remota a la misma, acabaremos este epígrafe con las siguientes palabras de Américo Castro: “Las Facultades de Letras son fundamentalmente ágrafas. Se puede salir de ellas con el título de doctor, escribiendo con los pies e incluso con faltas de ortografía.”

Collage digital: Juan Gabriel Puga

Pero este ejemplo no es privativo de España. Por lo menos desde las últimas tres décadas del siglo xx (cuando las academias y las universidades descuidaron y descarrilaron la normativa del idioma por una falsa idea de libertad “democrática” de expresión), el español, en todos los países donde es lengua nativa, sufre una involución cuyas causas son múltiples, pero, entre las principales, hay tres señaladas por la doctora Hilda Basulto: Aumento de los medios de difusión audiovisuales, que tienden a evitar esfuerzos de análisis en la escritura; disminución (comparativamente) de la costumbre de leer por entretenimiento o vocación las buenas obras, constructivas idiomáticamente; y sustitución de lecturas de fondo por historietas y fotonovelas, que descuidan absolutamente el esfuerzo de la corrección expresiva en aras del argumento.

Tal como ironiza José Polo, estamos instalados ya (¡y desde cuándo!) en la era de “los nuevos analfabetos”, para decirlo con la atinada expresión de Pedro Salinas. Más aún, vivimos en una sociedad que no entiende, ni le interesa

Son los hablantes (a veces, ni siquiera los escribientes) los que modifican el idioma, y esto a lo largo de mucho tiempo, en una lenta evolución que nada tiene que ver con licencias literarias

entender, por qué es importante la defensa de la lengua frente a la corrupción que la agobia. Ignorar las normas idiomáticas es socavar nuestra cultura de la comunicación, pero también de la creación estética. En cuanto a la ortografía, particularmente, que es, como afirmó Moreno de Alba, donde se manifiesta con mayor claridad la exigencia de la unidad lingüística, digamos con José Polo que vivimos en una sociedad disortográfica, sin conciencia de la función social de expresarnos correctamente, en gran medida porque hoy, y desde hace al menos medio siglo, “no existe presión social para enderezar el entuerto” ni siquiera en las universidades donde, por el contrario, el idioma se politiza, se ideologiza y se deforma por razones ajenas a la lógica. Obviamente, no se mejora, pues la corrección idiomática se menosprecia, se infravalora, en tanto que se sobrevalora la corrección política. Todo ello conduce a una pobreza intelectual cada vez más acentuada. En 1974, José Polo estimaba que si uno de los requisitos para ingresar a la carrera universitaria fuese un examen de ortografía, probablemente el noventa y ocho por ciento de los estudiantes sería rechazado. Y concluía que, ante el conformismo (y muchas veces el cinismo) de los licenciados, maestros y doctores que se preguntan para qué deben aprender a escribir bien si eso lo resuelven, a fin de cuentas, los especialistas y editores que han de enfrentarse a sus galimatías, y ante el fracaso de los pasos previos de la educación del español, debería ser la universidad la que se haga cargo de enseñarles lo que no aprendieron en la primaria, el ciclo medio y el bachillerato. De otro modo, concluye el lingüista, lo coherente sería suspender o reprobar a quienes, aunque hayan asimilado el contenido de una carrera o de un curso, no sepan expresar, con corrección ortográfica y sintáctica, eso que supuestamente asimilaron. Parece rigorista y hasta impiadoso, pero lo otro es más bien absurdo: tener profesionistas más o menos “competentes” en su campo, pero, al mismo tiempo, “incompetentes” en su idioma l


Leer

LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

11

UNA VEJEZ SALVAJE Nada de nada, Hanif Kureishi, traducción de Mauricio Bach, Anagrama, España, 20188.

Eve Gil ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

BERTOLUCCI, Fellini, Coppola… podría ser prácticamente cualquiera, pero quienes le rodean no se dirigen a él por su ilustre apellido, sino por su nombre de pila. Waldo es un legendario director de cine que ha envejecido mal –quizá debido a sus excesos de juventud– y a los ochenta se encuentra retirado y postrado en una silla de ruedas. No obstante, hay tres cosas que conserva intactas, las mismas que hicieron de él un cineasta aclamado: la libido, la imaginación y la agudeza. En su más reciente novela, Nada de nada, Hanif Kureishi (1954), autor inglés de origen paquistaní, nos permite ingresar a esa especie de estudio cinematográfico rodante que es la silla de Waldo, para quien su vida cotidiana es una especie de plató donde se desarrolla la que será su última película, realizable con las nuevas tecnologías a su alcance y a las que saca todo el jugo posible, mientras todos a su alrededor lo suponen inútil y medio sordo. Conserva casi intactos los sentidos de la vista y del oído; este último le permite advertir que su abnegada esposa, veintitantos años menor que él, Zee, mantiene una aventura con quien considera –o se considera a sí mismo– su mejor amigo, pese a ser todavía más joven que ella, y quien ocasionalmente se hospeda con ellos: El crítico de cine Eddie (que tampoco tiene apellido). Enamorado aun de Zee, quien no sólo lo cuida devotamente sino además complace su lubricidad lo mejor que puede, Waldo opta por tomarse las cosas con calma y llevar un seguimiento de la aventura, lo que incluye grabar los sonidos del acto sexual que traspasan su pared. Lo más importante es exhibir de cuerpo entero a Eddie, quien, intuye, guarda demasiados trapos sucios. Su mejor amiga, la leal Anita, que sigue siendo un sex symbol y musa pese a su relación platónica, opta por ayudarlo en su pesquisa con la mejor de las intenciones. Cosa curiosa: lo más sórdido sobre el pasado de Eddie le es revelado por la propia Zee cuando la aventura apenas comienza, quizá como una forma de quitarse un cargo de conciencia, pero Zee no cuenta con que habrá de terminar locamente enamorada

de un gigoló y probable asesino, ni que su esposo pretenda exponer, a su manera, la verdad sobre quién es en verdad el respetado crítico de cine y socialité. Nada de nada posee todos los ingredientes de una antigua comedia italiana de enredos sexuales pero es, ante todo, una honda reflexión sobre lo que significa ser artista, condición que no varía ni termina con la enfermedad o la vejez, tal vez ni con la muerte. Prácticamente no solté el lápiz durante la lectura, subrayando frases de Waldo sobre el quehacer artístico que, supongo, terminarán siendo frases célebres atribuidas a Hanif Kureishi: “la imaginación es el lugar más peligroso de la tierra”, “El narcisismo es nuestra religión. El palo de selfie, nuestra cruz…”. Ya antes de descubrir la traición de su esposa y su amigo, el Maestro ha empezado a filmar escenas de la vida cotidiana que se despliegan ante él a través de la ventana, donde suele saciar su voyeurismo sirviéndose de unos binoculares, resuelto a editarlas hasta conformar algo semejante a una historia… pero la vida le proporciona un argumento más sólido y sórdido, y él no tiene empacho en hacer de su dolor y de su decadencia un material óptimo, una especie de señal dirigida a quienes lo han convertido en un santón apostado en un nicho de seda púrpura. “El sufrimiento pierde su carga de horror si la víctima encuentra un modo de disfrutar de él.” Pese a su brevedad, esta novela expone de manera muy completa aspectos de la vida (y un poco de la obra) de Waldo, narrados por el propio Waldo con lúdico y muy negro sentido del humor, y una implacable capacidad de autocrítica que se adquiere cuando es posible poner distancia entre lo que se es y el joven que se fue, si bien no parece arrepentirse de nada, ni siquiera de haberle “robado” a Zee a su primer esposo. Con ese lenguaje llano que emplea en la mayoría de sus novelas, donde sus narradores encaran su propia realidad sin reservas, Kureishi se nos revela, una vez más, agudo observador y admirable insuflador de almas…como el propio Waldo 


12

Leer

LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

EVOCACIONES ERÓTICAS DE LA ADOLESCENCIA Los maridos de mi madre, Joel Flores, Paraíso Perdido, México, 2018.

Carlos Martín Briseño ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

NO ES LA PRIMERA vez que afirmo que a los narradores de nuestro país les hace falta despojarse un tanto de ese tono solemne que los caracteriza. Distanciarse del legado emocional proveniente de la canción mexicana y los filmes de la época de oro no parece ser cosa fácil. Y si bien es cierto que en las últimas décadas ha surgido una generación de nuevos escritores con una voz fresca cargada de ironía (Antonio Ortuño, Juan Pablo Villalobos, Adrián Curiel Rivera), la violencia, el dolor y la tragedia siguen siendo eternos invitados a la mesa de los cuentistas mexicanos. Por eso celebro que Joel Flores, autor de Rojo semidesierto (Premio Sor Juana Inés de la Cruz, 2012) y de Nunca más su nombre (Premio Juan

Rulfo, 2012), haya tenido la valentía de distanciarse de los temas que lo caracterizan para experimentar en Los maridos de mi madre, su tercer libro de cuentos, con relatos tragicómicos inspirados en las vicisitudes de la niñez y las evocaciones eróticas de la adolescencia. Y digo valentía porque no es fácil abandonar la vertiente con la que uno ha probado el éxito para incursionar en otra que, de entrada, lleva implícita la mirada inquisidora de la crítica. “Quería buscar una temática más ligera”, dice Joel en una entrevista a propósito de este libro, como anticipándose al reclamo de aquellos que, al acercarse a este volumen de seductor título almodovariano, descubran que el conjunto de historias que lo conforma se aleja de los violentos repasos fronterizos a los que nos tenía acostumbrados. Y para que a nadie le quepa duda, Flores abre esta colección con “El amor dura”, un relato muy ibargüengoitiano que provoca empatía y conmiseración entre los lectores del gremio masculino. ¿Cómo no solidarizarse con el protagonista que, por calenturiento, termina como el perro de las dos tortas? Narrados en primera persona por un preadolescente, los cuentos siguientes –“El poeta del barrio”, “En otro idioma” y “Los maridos de mi madre”– están destinados a desfogar las desventuras de la infancia perdida. Un tío alburero y cholo que dirige una pandilla y se masturba delante de sus sobrinos, un abuelo alcohólico orgulloso de tener un nieto gringo y una madre viuda, ávida de boda, a la que no le importa mucho la suerte que corra su único vástago, constituyen los personajes clave en estas historias ambientadas en el poblado de Guadalupe, Zacatecas, el mismo donde pasó sus primeros años de vida el autor. Aquí la familia, lejos de ser el páramo de seguridad indispensable para el desarrollo emocional, aparece como el ente responsable de futuros traumas psicológicos. En los tres casos la sublimación del american way of life domina el destino de los protagonistas. Imposible imaginar la felicidad sin evocar las cualidades excepcionales atribuidas a los gringos. Para muestra basta un párrafo de “En otro idioma”, relato que

a mi juicio, por su mezcla de inocencia y humor negro, constituye el mejor del trío, y acaso de todo el libro: “El nombre de mi primo Alex era Brian Alexander Ornelas Esparza. Era el más chico de los nietos y le decíamos Gringo. Nació en San Diego años después de que el tío Rodrigo y la tía Vero se fueron a California en los ochentaitantos, cuando podía cruzarse del otro lado sin la amenaza del doble muro.” En “La gravedad de los enamorados”, el único cuento referido por una voz femenina, una joven tijuanense busca su lugar en el mundo y utiliza como pretexto su amor al rock para contarnos una historia de abuso sexual. El final esperanzador sirve como contrapeso para disfrutar de su confesión. Tengo la impresión de que el texto final, “Sedán 84”, lo escribió el autor con una sonrisa fija en los labios. Esa “mirada del púber ávido de tragarse el mundo a tarascadas” a la que se refiere Salinas Basave en la contraportada, es mucho más enérgica en esta historia. Y aunque el desenlace es previsible, “Sedán 84” está lleno de pasajes luminosos, como aquel donde el mejor amigo del protagonista intenta aprovecharse de la confusión para explorar otras sexualidades: “Acostado, entre el sueño y la vigilia, mis problemas empezaron a desvanecerse. En mi nuca nació un calor relajante y una respiración placentera. Después sentí la humedad de una lengua en mi cuello y una mano queriéndose meter entre mis pantalones. Desperté sorprendido y giré mi cuerpo para saber qué pasaba. Descubrí a Álvaro detrás de mí con los ojos cerrados.” Los cuentos que conforman Los maridos de mi madre están llenos de emotividad y valentía. Conviene leerlos porque son un extraordinario registro de la forma en que transcurre la vida entre los adolescentes de provincia en el nuevo siglo. “Parecía que una voz de la niñez me susurraba al oído cada una de las historias”, confiesa el autor. Una voz cínica a la que debemos agradecer que nos permita conocer una vertiente distinta del trabajo de Joel Flores 

En nuestro próximo número

Feminismo neoliberal vs. feminismo del 99 por ciento

Entrevista con Nancy Fraser


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

13

Las rayas de la cebra Verónica Murguía

Les doy mi palabra a René Roquet ANTES QUE NADA, debo advertir que este artículo no es imparcial. Como muchos artistas de todos los géneros, le debo mucho al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca): desde la publicación de mi primera novela, hasta la porción medular de mi biblioteca. Le debo todo, como dicen en las telenovelas. Mi vida profesional ha estado vinculada estrechamente con los programas del Fondo; los apoyos que me han dado me han permitido escribir, investigar, traducir e ilustrar. Por supuesto y, esta es la parte esencial de mi argumento, no soy la única. Pertenezco a la comunidad artística de este país: un país violento y empobrecido por la corrupción donde, a pesar de todo, se escribe poesía, se compone música, se baila, se trabaja en las artes visuales, en los medios alternativos, etcétera. Mucho de esto ocurre gracias al Fonca. El Fonca permite que existan obras no comerciales aquí, donde la Secretaría de Educación Pública está rebasada por el discurso de Televisa y tv Azteca; donde el glamour brutal del narco no tenía más filtros que escasísimos espacios en la prensa escrita. Se necesitan las novelas, los poemas y los libros de ensayo para asistirnos en la reflexión, alejada del

morbo. El llorado Sergio González Rodríguez pertenecía al Sistema Nacional de Creadores de Arte, parte decisiva, del Fonca, y nadie en sus cabales podría negar la puntualidad, el rigor y el espacio moral que llenó su obra, sobre todo Huesos en el desierto. Los ensayos del poeta Javier Sicilia sobre los límites del lenguaje ante la violencia son obras gestadas con el apoyo del Sistema, libros que han cuestionado los hechos del gobierno. Recordé ahora a estos dos escritores, pero el número de artistas que se han encargado de dar voz a los muertos es muy grande. ¿Que el sistema tiene defectos? Sí los tiene, es una institución compuesta por individuos. Y cada vez que la falla se localizaba, se trataba de resolver. ¿Cómo lo sé? Porque pertenezco al Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus mecanismos de transparencia nos permiten saber a quiénes y por qué razones se conceden apoyos. Se ha dicho que las becas tienen un carácter asistencial. No es verdad: son un contrato como cualquier contrato de trabajo. Uno somete un proyecto a un jurado compuesto por artistas del mismo género.

Sergio González Rodríguez

Si el apoyo se concede, el becario está obligado a entregar pruebas de su avance. Si dicho avance no es satisfactorio, el apoyo se suspende. Punto. Fui tutora de jóvenes novelistas en tres ocasiones, labor en la que aprendí mucho. La mayor parte de las novelas que trabajé con los autores se publicaron, pues los becarios eran, generalmente, buenísimos. Otra acusación injusta que se ha hecho a los miembros del Sistema es que están divorciados de la realidad del país. No. La mayor parte de los escritores que conozco está casada con la realidad mexicana: su tema es la violencia. Hay otros, los menos, que escriben novelas más íntimas, porque también hay que recordar que México no es sólo la nota roja, el narco y la pobreza. Es un país cuya complejidad y variedad cultural son claves para su salvación: mi esperanza es que algún día los egresados de las escuelas de educación básica llenen los teatros, los museos, las bibliotecas. Que el público lector deje de lado los libros de autoayuda y lea, por ejemplo, poesía. El Fonca ayuda a que exista la parte del poeta, a que exista el poema. A la sep le toca crear al lector que desvíe la mirada del encabezado burlón de El Gráfico para ponerla sobre el poema. Desarticular el Fonca es herir el espíritu del país, contribuir al discurso opaco y bruto que nos anega el corazón. El arte no es un florero, ni el artista es un profeta que resuelve la pobreza. El arte no salva a quien participa de él, pero lo aleja de lo inhumano. Proteger la vida espiritual es tan esencial como amparar la vida física de las personas. El Fonca es esencial. Les doy mi palabra 

La otra escena Miguel Ángel Quemain

quemainmx@gmail.com

Dramaturgias colaborativas transfronterizas UN CONJUNTO DE artistas de experiencia probada coinciden a partir de esfuerzos institucionales que permiten la convergencia y colaboración: el Instituto Goethe, la Cátedra Bergman y una compañía joven pero de una admirable y fecunda constancia, Bola de Carne, visibilizan una historia artística que hace posible la puesta en escena de la obra titulada Desaparecer. Todo inició en 2018, cuando la compañía mexicana Teatro Bola de Carne y el dramaturgo austríaco Thomas Köck empezaron a colaborar en el marco de la Semana de las Nuevas Dramaturgias, antes Theaterwelt, dedicada a presentar dramaturgias en lengua alemana (Suiza-Austria-Alemania) a través de “semimontajes” realizados por mexicanos. Teatro Bola de Carne puso el semimontaje Juegos del paraíso (Paradise Spielen), de Thomas Köck, con el objetivo de “materializar de forma dinámica los distintos y complejos niveles de lenguaje que se entremezclan en el trabajo de este multipremiado dramaturgo”. Les fue tan bien y se entendieron con tanta comodidad, que decidieron continuar con su colaboración. Optaron por una pieza original basada en la investigación conjunta del concepto “desaparecer” como punto de partida. Conformaron un primer equipo internacional compuesto por Teatro Bola de Carne (con

Micaela Gramajo y Bernardo Gamboa como codirectores artísticos e intérpretes), Thomas Köck como dramaturgo, Thomas Köck y Elsa-Sophie Jach como codirectores artísticos y Andreas Specht como músico. Desaparecer es un concepto que transcribo de su propia bitácora: “algo deja de existir o estar presente en un lugar. Indagamos las capas superficiales y las profundas del concepto, las sorpresivas y las dolorosas. Esta acción que deja siempre un espacio vacío, donde antes había algo a la vista, tiene una cara misteriosa, mágica, lúdica, también una cara puramente conceptual, su cara violenta y política es también evidente. ”En un espacio fantasmático en el que conviven lo simbólico y lo documental, se entretejen distintos niveles narrativos en la búsqueda de aquello que ha desaparecido, de aquello que ya no está. La búsqueda de aquello que parece ausente es posible gracias a aquellas huellas que han quedado tras su existencia en el espacio, el tiempo y la memoria. Se busca reconstruir fenómenos, rastrear personas, redescubrir sucesos que hoy son sólo marcas y huellas difíciles de descifrar.”

Desaparecer

Habría que hacer algunas presentaciones para entender la trascendencia de este encuentro. Kock llega en un momento personal importante, con una experiencia que permite un trabajo colaborativo que si bien existe en México, su formalidad está atomizada; en algunos territorios puede tener la forma de una secta, de una cofradía, de un trabajo casi secreto entre algunos artistas, y encuentra cuerpo en montajes que tienden a perderse de la memoria del espectador más ordinario, porque no entran en el campo de un repertorio. Pienso en trabajos que suelen presentar dramaturgos/ directores que tienen la hondura suficiente para asombrar y mostrar la esfericidad de una idea teatral en sus expresiones múltiples, como lo hacen David Olguín, Antonio Zúñiga, Rocío Carrillo, Raquel Araujo, Hilda Valencia, David Psalmon, Héctor Flores Komatsu y otros que sorprenden en algunos puntos del país, desde el Itsmo hasta Sinaloa, pasando por el Morelos de Mulato Teatro y el ltci de Mérida. No son todos. Thomas Kock (Estiria, Alta Austria, 1986) estudió música y filosofía en Viena, escritura escénica y cine en la Universidad de las Artes de Berlín. Trabajó como dramaturgo de planta en el Nationaltheater Mannheim. Es un autor que trabaja en lo interdisciplinario, como lo muestra su notorio drama distópico de audio en vivo en el espacio público titulado Strotter. No viene solo, se apoya en el trabajo de escritura escénica de la joven ElsaSophie Jach. Por su parte, Teatro Bola de Carne se enfoca a la investigación y experimentación en la actuación, dirección y escritura escénica. Es fundamental visibilizar esa exploración y ese trabajo escénico para hacer un recuento 


14

LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

Arte y pensamiento

Prosaísmos Orlando Ortiz

El Dr. Atl, un “contreras” de nacimiento UN DESCUIDO IMPERDONABLE me hizo cometer un error en mi anterior columna. Mencioné que el Dr. Atl había publicado “tres volúmenes de cuentos, dos novelas y ensayos...” Por fortuna anoté previamente: “Hasta donde sé...” Esa falla se debió a que las obras mencionadas son las que tengo en mi librero. Cuando me disponía a redactar esta páginas para comentar sus “dos novelas”, me enteré de que existe otro libro de relatos, Cuentos bárbaros, publicado en 1928 con un tiraje de cien ejemplares y dos o tres novelas más. Una puntualización conveniente: escribió numerosos folletos y artículos en periódicos y revistas, tanto cuando estuvo en Europa, como en nuestro país; no sólo de cuestiones estéticas o plásticas, creo que la gran mayoría de estos textos abordaban temas políticos, económicos, filosóficos, geológicos, históricos... en fin, era un hombre inquieto y “revolucionario”. Gentes profanas en el convento es, quizá, la más comentada de sus ¿novelas? Los signos de interrogación se deben a que tal vez para algunos no sea novela, sino biografía, para

otros sea novela biográfica, o biografía novelada, o nada de eso sino apuntes para redactar sus memorias mezcladas con algo de fantasía e imaginación. Para mí, eso es lo de menos, el caso es que el libro es seductor, interesante de principio a fin, y en ella se encuentran páginas que son verdaderas crónicas para documentar esos años y darnos una idea de la excentricidad de Atl, de sus valores y convicciones, de su pensamiento, así como de las situaciones adversas por las que atravesó después de haber estado en la batalla de Aljibes (en la que fueron destrozadas las tropas de Carranza), ser prisionero, salvarse de ser fusilado, estar en prisión y escapar para rondar por las calles cercanas de La Merced, “con el pantalón ensangrentado de un muerto y la blusita color de rosa de su viuda...”, en fin, es un libro intenso que expone de manera vigorosa a un personaje contradictorio, o como encabecé esta columna: “contreras”, pues en este caso, primero fue contrario a Carranza y cuando éste va perdiendo, se hace carrancista. Sus amores y temores también queda expuestos: “cartas de amor encontradas, en una tumba del claustro mercedario”, escribe en el prólogo el mismo Dr. Atl. Añádanse sus encuentros con fantasmas y ángeles, su convivencia con chicos de la calle que subsisten con lo que encuentran

en la basura del mercado... todo esto y más hay en Gente profana en el convento. En El Padre Eterno, Satanás y Juanito García, con prosa irreverente, sarcástica, humorismo y sutil cinismo, el Dr. Atl cuestiona asuntos eclesiásticos, de la Biblia misma y de la humanidad. El narrador es un “bienaventurado” cuyas virtudes ejercidas en el “Departamento de Investigaciones de la Jefatura de Policía del cual yo era jefe... “ causa que al llegar a la Gloria su ángel de la guarda lo conduzca al “Department for Interuniversal Researchs...” y gran parte de su tiempo, cuando no está investigando a quienes pretenden ingresar al Cielo, se la pasa a lado de San Pedro, conversando de lo que ocurre y ha ocurrido allá y también en la tierra, donde las cosas no se ven del todo bien. Tantas guerras, tanta hambre, tantos odios... en fin. Y para colmo de males, El Padre Eterno aparentemente ya está cansado y no se entera de las cosas, al grado de que se queda dormido y Satanás, con sus huestes diabólicas, intenta tomar por asalto el Paraíso. Baste decir que muchas otras cosas suceden allá en la alturas, entre ellas un golpe de Estado y la celebración de un parlamento y... En síntesis, El Padre Eterno toma conciencia de que la Tierra y sus habitantes no son lo que él quería que fueran y decide regresar para componer el mundo y queda un “encargado de despacho” —diría un político de hoy. Las descripciones que hace del Cielo son geniales. El desenlace también es maravilloso y con una sorna deslumbrante, que seguramente nada gustó a los católicos de entonces, y tal vez tampoco gustaría a los de ahora 

Monólogos compartidos Francisco Torres Córdova ftorrescordova@gmail.com

Y la palabra dónde OTRA VEZ la misma noche vertical, plomiza su distancia y cargada por la fuerza al soplo de la luz; la noche hundida poco a poco en el insomnio por las plantas de los pies y las venillas de las sienes; la vigilia y vigilancia que no cesan, el temor y sus temblores imbricados en el suelo, los techos y azoteas de las casas, y desiertos los parques y las plazas al filo de la tarde, crispada de cercos y bloqueos la ciudad, el campo y sus caminos. Todavía la misma noche hace años cada día; él en uno de ésos su secuestro, ella en otro nunca más su paradero, los dos ya tantos arrancados de las letras de su nombre, atados sus tobillos al palo de la muerte, atrapados en el hoyo de la ausencia, ceñida afuera en la zozobra la familia. Los días del país ahí metidos ya como si nada, embotado el silencio en la conciencia, la palabra rota antes y después de la promesa. Calle sin nombre, casa sin número en la puerta, puerta sin patio que la alumbre, patio sin pelota si lo hubiera, territorio de nadie por todos en disputa. Quién el cuchillo, el cuchillero, la navaja, el navajante que sale de la sombra de Juan Gelman

su esquina y se adelanta y corta, y luego limpia y guarda su aparejo con plena parsimonia, si acaso sólo la garganta un poco seca; cómo el sicario, el gatillero, el tirador se enjuaga el rostro y se acicala con saliva ante el frío del espejo las cejas y el peinado; cuándo el colgador, el asfixiante, el que ahoga y acogota pone a tiempo su reloj y cuelga en la alcayata de la entrada de su casa la cuerda que se acorta un instante como un péndulo a la espera de su pesa; quién el muchacho o el viejo de la pala y el pico que una a una en todas partes hace una sola fosa de la tierra, la cadena de oro que relumbra en su cuello corto y sudoroso, y el que tuerce y disloca y atormenta y su tormenta de

tijeras, punzones y electrodos, con qué hilo zurce su camisa desgarrada en su labor, qué agua le salva las manos de su huella, cuál su compañía y a qué mesa se sientan a comer el pan de la merienda. Y los ojos del que mira a un lado, ceñudo centinela a la sombra de un encino, o el otro, el del hacha, el azadón o la maza que rebana dedos, orejas, senos o narices, o revienta en el aire solemnes juramentos, códigos y leyes, a qué suena su risa en la taberna, en el club o en el bar con los amigos, qué sueña su cansancio o anhela su fastidio de consumo. Quiénes son ellos en nosotros, en el país al acecho de nosotros. De qué silencio viene su estridencia. De qué vacío o hartazgo hasta la náusea o la miseria viene su silencio. Por qué se quedan o se van inmunes, intactos, intocables y sosiegos sin carga de sí mismos y vuelven a lo suyo altivos y orondos en su paso. Tantas son las herramientas cotidianas al alcance del horror. Así la noche vertical en los días del país cada vez más sin geografía a salvo del país. Y la palabra entre nosotros dónde y qué si se oye todavía. Y el poema antes o después si acaso entonces cómo: “La palabra que/ cruzó el horror, ¿qué hace?/ ¿Pasa los campos del delirio/ sin protección?/ ¿Se amansa? ¿Se pudre?/ ¿No quiere tener alma?/ ¿Amora todavía, torturada y violada,/ tiene figuras remotas/ donde un niño de espanto calla?/ La palabra/ que vuelve del horror, /¿lo nombra/ en el infierno de su inocencia?” (“Regresos” en Valer la pena, Juan Gelman.) 


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

15

Bemol sostenido Alonso Arreola @LabAlonso

Música en la World Wild Web ESTE AÑO la World Wide Web cumple tres décadas de existencia. Reflejo de su naturaleza, la “reflexión” colectiva ha sido intermitente y, si bien genera algunas revisiones noticiosas, no alcanza profundidad en el usuario común. ¡Y no se preocupe, lectora, lector!, que tampoco la intentaremos en este espacio. Estamos lejos de comprender las implicaciones que tan monstruosa metamorfosis ocasiona a lo largo de su anchura… o viceversa. Si hoy tocamos el asunto es porque llevamos días pensando sobre la manera como la música quedó atrapada en esa Gran Telaraña, urdimbre que intercambia expansión a cambio de una inmovilización matemática. “Estoy muy preocupado por la indecencia y la propagación de la desinformación”, dijo hace dos semanas Tim Berners-Lee, considerado el padre de internet. Hablamos del científico que el 12 de marzo de 1989 envió un mensaje a sus jefes de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (cern), ubicada en Ginebra, Suiza, planteando un esquema de conectividad global para que sus colegas pudieran compartir información con instituciones del mundo entero. “Cuando se destapó el caso de Cambridge Analytica –continuó Berners-Lee en conferencia de prensa– la gente se dio cuenta de que las elecciones se pueden manipular usando datos que ellos mismos han proporcionado.”

Imaginemos lo que significa para don Tim que su invento, originado en la necesidad de compartir el fruto –el conocimiento– de estudios basados en métodos científicos, se esté convirtiendo justo en el opuesto: un vehículo para la manipulación a través de la mentira y el cinismo o, lo que resulta peor, para el oscuro modelado de preferencias “individuales”, íntimas, en ambientes que parecen de “libre albedrío” pero que en realidad son escenarios acotados ante una “rebeldía” incapaz de cuestionar estructuras de flujo, que renuncia a su decisión inicial muy pocos minutos después del primer clic a una canción. Y no. No somos ingenuos. No pensamos que los mentados científicos buscaran igualdad o verdad necesariamente. Tampoco soslayamos las enormes bondades que ha ocasionado esta fuente de dispersión de maravillas a través de la cual encuentra más obstáculos la injusticia otrora oculta. Lo que nos pone atentos es la posibilidad de un futuro en donde sólo unos pocos manejen los delgadísimos hilos de las marionetas. Como decía un amigo recientemente: “Es muy posible que los algoritmos de internet te lleven de una composición de Derek Bailey a una de Maluma en menos de diez minutos, pero nunca al revés.” (Bailey es un guitarrista experimental, extremo y portentoso, cuya obra es de asimilación difícil. Maluma… bueno, no hay que gastar tinta en ciertas aclaraciones.)

Entidades como Alexa (inteligencia artificial de Amazon) están mostrando justo eso: la próxima ruta del mercadeo digital. Esto, sumado al rastro de la Big Data –oro de nuestro tiempo–, está propiciando ambiciones en las que el neuromarketing, verbigracia, prospera sin límites legales. Las implicaciones de lo que menciona Berners-Lee son tan poderosas que, las artes en general y la música en particular, se rezagarán cada vez más quedando a merced de quienes mejor muevan sus ejércitos en los terrenos de las altas matemáticas. Volviendo a la historia, piense en esto: el cern lanzó el primer sitio web (next), en 1990. Siete años después nació wifi. En 1998 nace Google. En 2004 Facebook. En 2005 se sube el primer video a Youtube. En 2006 se publicaba el primer mensaje en Twitter. Así, hoy más de la mitad de la población mundial tiene internet y Facebook cuenta con dos mil doscientos millones de usuarios activos… Y ¿qué con todo ello? Se ha replicado el mundo material en un mundo virtual que traslada sus mismos privilegios. Ejemplos de músicos que triunfan en las redes hay muchos, cierto, pero también los hubo en las oficinas de discográficas trasnacionales o independientes, años atrás. Pareciera que la proporción no cambia aunque los números aumenten. En fin. Sin propuestas en los labios brindamos por los treinta años del océano que nos separa, conectándonos… diariamente. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos 

Cinexcusas Luis Tovar

@luistovars

Guadalajara 34 (ii de iii) LA PROPUESTA DEL FICG 34 en materia de cine documental fue diversa y rica, como de hecho suele ser el género en México desde hace mucho. A continuación, van breves comentarios acerca de algunos filmes.

La recuperación de la memoria El poder en la mirada (México, 2018), de José Ramón Mikelejáuregui, auténtico prodigio de rescate histórico, consiste en la restauración y digitalización de lo que otrora fuera conocido simplemente con el nombre de “tomas”, en este caso, de una enorme cantidad de las realizadas en México entre 1919 y 1927, en la ciudad capital sobre todo. Pensadas originalmente, en ciertos casos, para registrar esta o aquella actividad de algún personaje prominente de la política –ahí Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, por ejemplo–, o bien sencillamente para dar cuenta de la vida cotidiana, Mikelejáuregui tuvo la muy atinada idea de estructurar con todas ellas un relato histórico, adecuadamente apoyado en subtítulos pero, en particular, por una espléndida partitura musical ad hoc para la época en que las imágenes fueron creadas. El resultado en conjunto, sin exagerar, es una joya para la memoria histórica mexicana en particular, así como para la Historia y la cinematografía mundiales.

La fugacidad de la belleza Con Poetas del cielo (México-Brasil, 2018), el mexicano Emilio Maillé cumplimentó un sueño añejo, nacido cuando fue testigo, hace décadas, de una peculiar celebración sevillana en la que los fuegos artificiales son protagonistas. Fascinado por la belleza fugaz de tales artificios luminosos, Maillé registra lo mismo esa fiesta en Sevilla que la celebración del año nuevo en Río de Janeiro, pero también las tradiciones mexicana, japonesa y francesa al respecto. En todos los casos va más allá del esplendor, ciertamente poético, de la pólvora y el color en el cielo nocturno, y acompaña los preparativos, el día a día, el modo de ser y pensar de toda suerte de coheteros: desde el semitaciturno francés que iluminara la torre Eiffel al principio del milenio, hasta los jóvenes japoneses que eligen y preparan su propio tronco de bambú para confeccionar la suerte de bazuka desde la cual los artificios habrán de surgir, cierto día muy especial.

Los tiros del arte Lo que Rodrigo Hernández Tejero y Elpidia Nikou logran con Disparos (México-España, 2018) es muchísimo más que dar cuenta de la historia personal del

joven fotógrafo y periodista gráfico mexicano Jair Cabrera, quien tuvo que salir del país en busca de refugio debido a las experiencias vividas y las amenazas recibidas por ejercer su oficio. Los comienzos de Jair, en la violenta Iztapalapa, explican a la perfección el título del filme: entre los de un arma de fuego y los de una cámara fotográfica, él prefirió los segundos disparos, guiado inicialmente por su colega Jesús Villaseca, impartidor de talleres de fotografía en el Faro de Oriente. Los alcances del documental crecen hasta convertirlo en un amplio retrato de la violencia y la inseguridad contemporáneas, del oficio periodístico y sus riesgos, así como de la posibilidad venturosa de fracturar, por la vía del arte, lo que por momentos pareciera una espiral imparable.

El corrido de Chunky Sánchez Traducido como “Cantando hacia la libertad”, Singing Our Way to Freedom (EU, 2018), de Paul Espinosa, es la biografía, narrada con una ortodoxia que le favorece, del compositor y cantante chicano Ramón Chunky Sánchez, un hijo de campesinos que migraron a Estados Unidos en la primera mitad del siglo pasado. Aparentemente destinado a la pizca en los sembradíos californianos, Chunky trascendió esa fatalidad acompañado, primero, de una simple guitarra, y más tarde por su conjunto musical, Los Alacranes Mojados. Músico predilecto del mítico líder chicano César Chávez, Chunky incluyó en su amplísimo repertorio lo mismo temas vernáculos tradicionales que “música de protesta”, en este caso de temática chicana. Singing Our Way… es el retrato cálido y cercano de un personaje cuyo carácter generoso y alegre exigía precisamente ese tratamiento  (Continuará.)

Cantando hacia la libertad


16

LA JORNADA SEMANAL 24 de marzo de 2019 // Número 1255

Ensayo Roberto Garza

Ilustración de Juan Gabriel Puga

Internet mató a la estrella del cd

(réquiem por mis compactos) Ahora que todo ocurre tan aprisa, el cd, que acaso fue símbolo de una época, está en vías de extinción. Esta es la ardua y detallada crónica de un coleccionista que se desprendió de ellos, al final, con precio unitario por lote.

E

l año pasado decidí vender mi colección de discos compactos. Unos 2 mil cds originales que junté con mucha pasión a lo largo de la vida. Los empecé a comprar desde su lanzamiento en 1982 hasta hace unos diez años más o menos, cuando abandoné el formato definitivamente. En 2011 me mudé de Ciudad de México a Cholul, Yucatán, y los empaqué en cajas de cartón bien selladas con cinta adhesiva, mismas que mi madre me hizo el favor de guardar un tiempo en su casa. Al cabo de dos años en el Mayab, regresé a la ciudad y me instalé en un departamento donde apenas caben los vinilos y algunos libros importantes. Así que durante más de un lustro me olvidé por completo de mis cedés, hasta que me llamó mi madre para saber cuándo pensaba llevarme “esas cajas”. Poco después pasé por ellos y los llevé a casa. ¿Qué hacer con tanto cd si no tengo espacio? ¿Donarlos? ¿Venderlos? ¿A quién? Tras darle algunas vueltas decidí anunciarlos vía Twitter para luego organizar una venta en mi casa. El plan tenía sus riesgos pero decidí correrlos. Primero los acomodé en unos contenedores de plástico con capacidad para unos cien compactos por pieza. Luego los revisé uno por uno, los limpié, les tomé fotos, los respaldé en un disco

duro, escribí algo breve sobre ellos y en el lomo les pegué una etiqueta con el precio. Desde 20 pesos hasta 150 los más caros. La gran mayoría a 50. La depreciación del cd es mortal. Discos importados y ediciones especiales por las que pagué más de 500 varos a sólo 150. Ni modo. A esos precios se consiguen usados en Amazon y conforme pase el tiempo cada vez costarán menos. Así me lo dijo José Luis Garnica, quien lleva décadas en el negocio de la compra y venta de discos. Más adelante regresaré con él. El punto es que, durante los dos meses que duró la preventa, redacté y publiqué por lo menos 500 tuits promocionales sobre ciertos discos o grupos de discos. Por ejemplo, los de Pink Floyd aparecen juntos en una sola imagen con una breve reflexión como pie de foto. Pero hubo compactos, en su gran mayoría soundtracks, que ameritaron foto y tuit solos: Easy Rider, Repo Man, Until the End of the World, Fear & Loathing in Las Vegas, Control, The Velvet Goldmine, I’m Not There, 24 Hour Party People, Almost Famous, entre muchos. Mi colección se distinguía por la presencia de una buena cantidad de soundtracks, en particular de cine rocanrolero, que fui adquiriendo desde que tuve mi primer programa radiofónico en la naciente Radio Ibero de los años noventa. Se llamaba BandaSonora y era sobre soundtracks. Si bien el cine era una afición que traía desde la temprana juventud, con la radio me volví un clavado de los soundtracks y del cine rock en particular, gusto que luego llevé a mis chambas en la Cineteca Nacional, el Instituto Mexicano de la Radio y actualmente en la legendaria Rock 101. Más de veinte años de cazar bandas sonoras con mira telescópica. Tenía unos 250 soundtracks, hasta de las películas de Aki Kaurismäki. Y cada uno tenía su historia, que a su vez era parte de mi propia historia. El ritual de revisarlos, limpiarlos, respaldarlos, tomarles la foto, escribir una breve reflexión y

ofrecerlos en Twitter lo experimenté como el lento proceso de desapego y desprendimiento de algo material pero a la vez profundamente ligado a mi experiencia de vida. Vía Twitter le puse fecha y hora a la venta e invité por mensaje directo a unas ochenta personas que mostraron un genuino interés durante la promoción en línea. También le pedí a mi compa Alex Sánchez que le cayera con su mezcladora de cedés para amenizar el evento. Llegó el día. Fue un viernes por la tarde en mi departamento. Conseguí unas mesas y coloqué en ellas los contenedores con los discos. Los que no cupieron los puse en el piso debajo de las mesas para que no estorbaran el paso. Poco a poco le cayó la banda, unas cincuenta personas en total, que la neta vieron mucho y compraron poco. Se vendieron 239 cedés, apenas el doce por ciento del total. Me quedé con una colección toda pellizcada que ocupaba el sesenta por ciento del espacio de mi casa. La verdad le dediqué un montón de energía al asunto para no malvenderlos y, ni modo, tuve que aplicar el plan b: ofrecerlos por lote. Aquí es cuando reaparece José Luis Garnica en esta historia. Poco después de la venta, fui al mercado cultural El Chopo a ver cómo estaba el jale para ofrecerlos. Entre puesto y puesto llegué al espacio de Garnica. Vi que tenía varias cajas con cedés usados. Lo miré a los ojos y le dije: “Tengo un lote de unos mil 700 cds, ¿te interesa verlos?” Hubo buena química desde el intercambio de miradas y su respuesta fue contundente: “Sí, ¿cómo le hacemos?” Me dio su número y una semana después le cayó a mi casa. Revisó los discos y sin mucho estira y afloja de por medio acordamos un precio unitario de venta: 30 pesos. Unos días después llegó en una camioneta, me pagó en efectivo y se llevó completa mi colección de compactos. “Es buen momento para venderlos, ya casi no se mueven”, me dijo. Y remató: “Dentro de cinco años no los vendes ni a 10 pesos.” 


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.