Nuestra América: vida y utopía de
José Martí Valentina Quaresma rodríguez
Entrevista con la poeta venezolana Y olanda P antini José Ángel Leyva
anna KaVan: jugar con hielo Eve Gil Hielo (fragmento) Anna Kavan
Secreto roto Agustín Monsreal
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 25 de febrero de 2018 ■ Núm. 1199 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
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25 de febrero de 2018 • Número 1199 • Jornada Semanal
La poesía indomabLe de entrevista con Yolanda Pantin José Ángel Leyva
NUESTRA AMÉRICA: VIDA Y UTOPÍA DE JOSÉ MARTÍ Fue en Nueva York, en el número de La Revista Ilustrada que apareció el 10 de enero de 1891, donde Nuestra
ESTA CONVERSACIÓN DEJA VER CON CLARIDAD EL PERFIL Y LA TRAYECTORIA DE UNA POETA CON SELLO DE AUTENTICIDAD, PERO TAMBIÉN EL CONTEXTO COMPLEJO Y PARADÓJICO, “DESCOYUNTADO” LO LLAMA, DE SU PAÍS, VENEZUELA. FUNDADORA EN SU JUVENTUD DE TRÁFICO, EL ÚLTIMO GRUPO DE POETAS VENEZOLANOS CON MANIFIESTO, ES AUTORA, ENTRE OTRAS OBRAS, DE LOS BAJOS SENTIMIENTOS, LA ÉPICA DEL PADRE Y EL HUESO PÉLVICO.
América, obra fundamental de José Martí, vio la primera luz editorial, y sólo veinte días después volvió a publicarse,
La poeta venezolana Yolanda Pantin (1954)
ahora en la revista mexicana El Partido
recibió el premio español Casa de América de
Liberal. Desde entonces, no sólo es uno
poesía 2017 por su obra Lo que hace el tiempo.
de los referentes fundamentales de la idea de una Latinoamérica unida estrechamente por sus múltiples lazos culturales, idiosincrásicos, políticos y económicos, sino un definitivo pilar intelectual en estos tiempos de neovasallaje trasnacional y ánimos ya entreguistas, ya resignados a ser,
Además de poeta, ensayista, editora y autora de libros para niños, ha publicado más de diez títulos. En 2014 la editorial Pre-textos publicó País, poesía reunida. Su libro Los bajos sentimientos fue traducido al francés por Henry Deluy y publicado con el título Les Bas Sentiments por la editorial Fourbis en Paris, en 1991. En México recibió, junto con Antonio Deltoro, el Premio Víctor Sandoval del encuentro
eternamente, el “patio trasero” de un país hoy gobernado por un individuo a quien palabras como “soberanía”, “respeto” y “derecho internacional” le suenan a nada. El ensayo de Valentina Quaresma pone de relieve la importancia de la vida y la obra del cubano universal, pero sobre todo de esa pieza hermosa e inteligente titulada Nuestra América. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
Poetas del Mundo Latino en el 2015.
-S
e tiene la percepción de que Venezuela vive un aislamiento cultural e intelectual con respecto a los demás países de América Latina. Se sabe y se conoce menos de la poesía y la literatura de Venezuela en estos primeros decenios del siglo xxi que a lo largo del siglo xx . ¿Tiene sentido esta apreciación? –No sólo es una percepción, sino algo que vivimos dentro del país como certeza. Somos un cuerpo incompleto, desarticulado, fragmentado. Es muy difícil que un cuerpo en esas condiciones salga a caminar. A mí me llama la atención cuando vas a ferias internacionales del libro, como me pasó cuando fui a la de Guadalajara, observar cómo los países sostienen su tradición literaria, con la exposición de autores y editoriales. Pareciera que en Venezuela no hay interés ni voluntad política, para
impulsar acciones culturales de mayor alcance, amplias y generosas. Es decir, más allá de lo ideológico uno debería ver una muestra de buenos autores y de buenos libros venezolanos, de las editoriales y de sus ofertas, de sus catálogos como fue alguna vez el catálogo de Monte Ávila; ver expuesta a toda la Biblioteca Ayacucho. Quiero decir que el proyecto político-ideológico no debería de estar enfrentado tal como está planteado ahora en la “batalla de las ideas”, no debería competir, digo, con el cuerpo de autores que hacen la tradición literaria venezolana. Son signos muy contradictorios, porque El Perro y la Rana, el sello del Estado, publica cientos de libros dando lugar a un fondo inmanejable. Pero creo que el gobierno mismo reconoce que algo no está funcionando bien en ese aspecto, entre editar, distribuir y promover a sus autores dentro y fuera de Venezuela. Mientras se publican esos libros que circulan sólo en las librerías del Estado se parte por la mitad el cuerpo literario de la nación. –Poetas como Juan Calzadilla y Ramón Palomares, que en paz descanse, por citar dos ejemplos de poetas identificados con el actual régimen, son casi desconocidos en México, ¿por qué? –Es parte de lo que digo. Hay un cuerpo nacional roto que ha sido absorbido, además, por la política y ahora con la estrechez económica, está siendo negado por las prioridades de las “misiones socialistas” y por la altísima inversión en la propaganda del gobierno. Ese cuerpo del país descoyuntado lo veo no como un fracaso del proyecto político, sino como el alma del país. –Esa división o esa fragmentación ¿aparece también en el panorama de la poesía venezolana actual? –¡Sí, claro! Quizás me equivoque pero los poetas cercanos al chavismo hacen una poesía sin arrojo, más “poética”, una poesía sin preguntas. ¿Y qué es la poesía sin interrogantes si la poesía es en sí la gran pregunta? Una
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Portada: Nuestro Martí Foto de Tania Victoria/ Secretaría de Cultura CDMX
La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
VOZ INTERROGADA
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yoLanda PanTin Foto: Pascual R. Borzelli
poesía casada con una ideología no puede dudar, no puede cuestionarse. La poesía no puede plantarse en otro terreno que no sea el de la libertad, en contra de todo dogmatismo que atente contra su naturaleza dialogante e inconforme. En los años ochenta, nosotros, los del grupo Tráfico, pasamos por esa infatuación del “populismo literario”. Hicimos un manifiesto. “Venimos de la noche y hacia la calle vamos”, decía su primera línea en alusión a la noche romántica. Era algo muy infantil y muy ingenuo, pues pretendíamos, siendo tan jóvenes, hacer comprensible la poesía a grandes públicos. No tengo nada en contra de eso, pero he descubierto con los años y me he convencido de que la poesía pertenece a un espacio íntimo, un espacio de complejidad que no puede ni debe simplificarse. Leer y escribir poesía es muy difícil y sin embargo, en esa intimidad que digo, en ese estar callados y solos, no en una plaza, puede ocurrir el milagro de la comprensión, también para los poetas, cuando el poema se abre. –Te iniciaste en las artes plásticas en Aragua. ¿Qué pasó con esa perspectiva y oficio? –Tuve dos pasiones en mi infancia y en mi adolescencia: los caballos y la pintura. Pasiones que fueron vocaciones y que están allí y que la escritura de alguna manera dio y permitió fluir, en mi trabajo aparecen con recurrencia los caballos y las referencias a la pintura son numerosas, cada vez más. –¿Cuál de los oficios que has ejercido, el periodismo, el editorial, el académico u otros has sentido más cercanos a tu quehacer literario-poético y por qué? –El editorial, sin duda, con el Fondo Editorial Pequeña Venecia que llevamos un grupo de amigos en los años noventa, cuando con los títulos publicados levantamos un mapa de escrituras de Latinoamérica, sobre todo, donde se cruzaban diversas propuestas con puentes a España, y con algunas traducciones. Hay en ese fondo de noventa y nueve títulos, una sensibilidad generacional que fue muy importante, que circuló en nuestros países, como circula la poesía, por debajo, una corriente poderosa que nos hizo sentir en compañía.
¿Y
Qué es la Poesía sin
interrogantes si la Poesía es en sí la gran Pregunta? una Poesía casada con una ideología no Puede dudar, no Puede cuestionarse.
la
Poesía no
Puede Plantarse en otro terreno Que no sea el de la libertad . –Hay tres títulos que me llaman mucho la atención en tu bibliografía poética: Los bajos sentimientos, La épica del padre y El hueso pélvico. Quizás porque son los que sugieren ya de entrada un mundo muy personal, orgánico, íntimo de la poeta y que conllevan además un cierto conflicto, no explícito, no obstante la palabra “épica”, es decir, un juego entre sus tan tivos y adjetivos. Háblame de esa relación entre títulos y obra. –El trabajo se completa con el título. Se completa y se comprende. El título de un conjunto de poemas viene como una orden que es una iluminación, y viene como un golpe de lenguaje en un solo movimiento, desde adentro, cuando se puede decir: por aquí es, o “está terminado”. No dejo nunca de escribir, escribo y guardo lo que escribo sin orden, sin saber lo que he hecho, un poema sobre otro, pero solamente cuando tengo el título entiendo lo que he estado haciendo. Entonces, en función del título comienzo a armar la estructura. Ha sido así siempre desde Casa o Lobo hasta Bellas ficciones. –¿Te enseñó el periodismo algo útil para la poesía? ¿Qué significó además de un ingreso económico y un trabajo?
–Durante muchos años trabajé en una revista de economía llevando la agenda cultural, para lo que tenía que entregar semanalmente catorce cuartillas. Eso me dio disciplina, oficio, y en ésas no me importaba tanto sobre qué escribía sino cómo podía escribirlo, así que lo mío eran pequeños ejercicios literarios, la única manera que podía tolerar tanta responsabilidad y asuntos que no me interesaban para nada sino como “pretextos”. Además, descubrí que podía escribir retratos aprendiendo a escuchar a las personas hablar, respetando la forma como se expresaban. Tuve como maestro y lector de mi segundo libro publicado al poeta uruguayo Carlos María Rodríguez, el jefe de redacción de esa revista –Número se llamaba–, quien muchas veces me devolvía los trabajos tachados de principio a fin con tinta roja. Fueron años de aprendizaje. –El temblor de la modernidad, arquitectónica, plástica y visual de Caracas y de Venezuela, ¿tuvo algún efecto en tu poesía? –Pienso que esa modernidad caraqueña tiene muy poco que ver con mi escritura. Aunque nací en Caracas, crecí en un pueblo donde me tocó vivir el boom petrolero con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez en los años setenta. La abundancia de dinero, entonces, comenzó a cambiar la imagen y la dinámica de los pueblos donde sólo se hablaba de progreso. Todo cambió y nos tocó a nosotros ver el derrumbe de los cascos centrales de nuestros pueblos, el desplome de nuestras casas maternas. Antes no lo entendía, pero al ver hoy a Caracas cómo está de herida, en ese hiriente abandono, entiendo con el cuerpo y no con la mente, entiendo cabalmente eso que se decía cuando se hablaba en el discurso teórico de “las ruinas” o del “fracaso de la modernidad”. –Tu poesía es justamente lo contrario de la velocidad trepidante de una ciudad como Caracas, se encuentra más en el ámbito de la reflexión y el diálogo con la naturaleza, con el alma humana. ¿Lo ves así? –Es interesante lo que dices. No sé si conociste al poeta venezolano Eleazar León. Asistimos al Taller sigue
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Calicanto y él me decía que tenía que aprender a soltar las riendas del poema. Pero como yo viví mi infancia y mi juventud en una hacienda (en Venezuela una hacienda es una finca pequeña, no como dicen ustedes en México), y amaba montar a caballo, y fui una buena jinete, sabía que uno debe siempre llevar el caballo con la rienda corta. De algún modo me veo como un cuerpo con el caballo, llevando a ese caballo, que es el poema, con la rienda corta, por donde sé que puede ir sin que sea peligroso o se haga daño; soy cauta, me aseguro de llegar a mi destino, no quiero que se desboque el animal. Quizás también por haber sido buena jinete respeto el miedo. Voy despacio y consciente de los peligros. –¿Qué poetas venezolanos fueron tus guías en el despliegue de tu potencial poético? –Sin duda, Luis Alberto Crespo, maestro y querido amigo entonces, no nos hemos vuelto a ver; Juan Sánchez Peláez, un autor imprescindible para nosotros, con Juan nos reunimos en su casa que quedaba justo frente a la casa de Luis Alberto, en Altamira; Eugenio Montejo era una presencia discreta y elegante, amada también por Juan y por todos; Rafael Cadenas, siempre presente, y bajo cuya sombra ahora por su fortaleza nos cobijamos, hermano y padre a la vez, de todos los poetas venezolanos, y Ramón Palomares, que era un poeta que me tocaba de manera muy particular por su poesía ligada a la naturaleza y por lo que recogía del habla de las gentes del campo, bellos y sabios. –¿Cómo surgió Tráfico? –Se creó a partir de una escisión del Taller Calicanto que conducía la poeta y narradora Antonia Palacios hacia finales de los años setenta, entrados los años ochenta. Nos reuníamos en su casa todos los lunes por la noche. La mecánica del taller era más o menos la misma de otros: se hacían rondas de lectura y comentarios con los participantes del taller que éramos muchos, unos diez o quince escritores de la misma edad, más o menos. Estando en Calicanto escribí los textos de mi primer libro, Casa o Lobo, que sometí al juicio del grupo, pero pronto me fui dando cuenta que esa poesía exaltada, muy de esos años, no recogía la experiencia cotidiana y eso comenzó a molestarme, me hizo sentir incómoda. Entonces, al darme cuenta, comencé a llevar poemas para molestar, para provocar. Antonia Palacios, que no estaba educada para eso, llegó realmente a irritarse ante la lectura de esos textos que eran muy banales. Entonces nos separamos. Hicimos tienda aparte un grupo de compañeros y salimos con un manifiesto que buscaba cortar cabezas. Antonia nunca entendió por qué habíamos hecho eso, cuando en realidad ella nos había cobijado generosamente. Los jóvenes pueden ser muy crueles. Hicimos mucho ruido por todo el país. Creo que fuimos el último grupo literario con manifiesto en Venezuela. Era una exigencia de aire, de oxígeno a la poesía, no nos interesaba el lenguaje lírico, el “hecho literario”, exigíamos “un gramo” de realidad. Pero al poco tiempo, al sentir el peso del dogma, junto con Igor, me separé del grupo. La poesía es indomable. –¿Tienes miedo de que tu poesía se contamine de la realidad política? –No, para nada. Tengo un radar para el panfleto por lo mismo que no tengo el privilegio insoportable de saber la verdad y menos del convencimiento de mi verdad. La realidad política, además, está sembrada en la paradoja y eso te obliga a pensarla como problema
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poemas Apenas Como la matica que está detrás de mi cabeza nos sostiene un alambre dulce muy fino.
Foto: Pascual R. Borzelli
Las mitades Van por dos caminos con sus cuerpos separados las mitades. Van sin verse hasta que una mitad pregunta y la otra
Saturación Si una comía lenguaje y buscaba lenguaje por los techos, a ver si pasaba en días o en meses, un lenguaje
desde su cauce seco le responde:
que tuviera la fuerza de bajar palabras,
¿En qué piensas? Así, como si no fuera con ella,
y hasta en los sueños todo era lenguaje,
la mitad de un cuerpo que tuvo su cabeza
los huesos, una masa de lenguaje,
sobre el tronco, se vuelve:
tromba o alud, hasta abrir
No te conozco ni siquiera sé quién eres…
un boquete por su fuerza, algo viene quieto desde adentro.
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reSeña y La CríTiCa LiTeraria José María Espinasa
DEFENSA DE UN GÉNERO LITERARIO QUE PARECE ESTAR EN VÍAS DE EXTINCIÓN A MANOS DE LA RAPIDEZ Y EL CONSUMO.
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s casi inevitable, cuando se es crítico y reseñista en algún género, hacer al final del año una lista de las diez mejores películas, exposiciones, obras de teatro, novelas o libros de poemas. Cuando fui editor de revistas las solicité con frecuencia y las hice yo mismo, me divertía leerlas y me parecía un buen termómetro de lo que el año había dado en novedades, y pensaba entonces que a los lectores también les atraían, ya fuera para contrastar con sus gustos y preferencias, ya para guiarse en un mar de ofertas de lectura o para enterarse de lo que le había pasado inadvertido. Y había en ellas, en las listas (desde los diez mejores libros del siglo hasta las del año que terminaba) un interesante morbo sobre lo que los críticos consideraban imprescindible. Recuerdo, por ejemplo, algunas muy polémicas publicadas en los años ochenta por la revista española Quimera. Pero de aquellos años para acá mucho ha cambiado en la manera de escoger nuestras preferencias de consumo cultural. Se ha dicho muchas veces que la labor del reseñista debe adaptarse a la época: ese guía que orientaba al lector fue desplazado por la sobreoferta de recomendaciones que el mercado, gracias a la web, emite cada día, y los suplementos y revistas adelgazaron sus espacios para las notas y reseñas. También contribuyó la pérdida de legitimidad que provocaba el club de elogios mutuos en que devinieron muchas de las secciones dedicadas a ello. Sin embargo, los lectores exi gentes siguen buscando las reseñas y siguen las recomendaciones de uno u otro crítico. Se tiene la sensación, sin embargo, de que es un género en extinción, abrumado por la prisa, la exigencia telegráfica y la falta de espacios. Para recordarlo recomiendo leer “reseñas” de Gabriel Zaid, verdaderas obras maestras y muestra de que la buena literatura, como la buena crítica, no depende de la novedad del calendario. No obstante, persona de costumbres, busqué las listas de costumbre en las secciones culturales de los diarios y, aparte de que se han vuelto escasas, tengo que expresar mi desconcierto. Una de las virtudes de las listas era dar en breves trazos un retrato del año. Por ejemplo, uno reconocía de inmediato 2015 y 2016 como los años de los dos primeros tomos de los Diarios de Emilio Renzi. No había duda: esos años los marcó ese ambicioso proyecto ensayístico-histórico-narrativo que ocupó los últimos años de vida del extraordinario escritor argentino Ricardo Piglia. Y 2017, año de su muerte, aparece el tercer tomo y final, de forma pós tuma. Y se le menciona, es verdad, pero como a regañadientes, como si en un corto lapso ese libro al que debemos volver una y otra vez los próximos años se hubiera vuelto viejo. Lo mismo ocurría con otras publicaciones, como si la muerte nos rebajara el entusiasmo, como ocurrió con el también heterodoxo texto Teoría novelada de mí mismo, de Sergio González Rodríguez, también póstuma. Cuando traté de explicarme lo poco satisfactorias que me resultaban las listas de este año, la reflexión me fue llevando por caminos no muy agradables. Si alguna vez esas enumeraciones representaron un gesto crítico, así fuera un poco trivial, hoy han perdido carácter al ser configuradas por una
especie de márquetin publicitario. Como si quien la elabora en lugar de plasmar su gusto, con el riesgo de no coincidir con el lector buscara, en cambio, querer adivinar lo que el lector quiere que se le diga, para no decepcionarlo. Entonces el retrato se desdibuja y nos deja una sensación de un año perdido. Me parece saludable que el crítico tenga conciencia de quienes lo leen, pero eso no significa que deba abjurar de su propio gusto, que es el que lo vuelve “crítico”, y es inevitable que éste sea minoritario. ¿Desde cuándo lo minoritario se volvió un defecto? Pero hay un problema mucho mayor en esa tendencia a hablar sólo de lo que se hablará, pues ya se tiene una idea previa de esos tópicos. El problema es que incluso esos tópicos han pasado a ser más que una oferta del mundo cultural, una oportunidad. Hace años, antes del video y el YouTube, los aficionados al cine perseguían las funciones a horas insólitas, en lugares extraños, una sola vez, si no querían perderse la película. Hoy, con el libro, pasa un poco lo mismo. Varias de las recomendaciones que leí y que no conocía no estaban en librerías importantes. Se me dirá que para eso está Amazon. Exactamente para eso: para no poder elegir sobre una mesa de novedades lo que se quiere leer. Si el reseñista parece una especie en extinción eso se debe a que el medio cultural está organizado de una manera en que su labor parece prescindible. Su lugar era el de ofrecer pistas para orientar la lectura; hoy es, si acaso, el de testigo. La consecuencia es muy nociva. Por ejemplo, está lo que ocurrió en el cine: la idea que se impuso de la reseña cinematográfica, hace dos décadas, fue la del boletín de prensa. Hoy, lo que antes se llamaba cinefilia prácticamente no existe. Algo similar puede ocurrir con la lectura, en donde el lector se ve sustituido por el consumidor y a la larga por el comprador que no lee el libro que compra. La literatura mexicana tiene además condiciones agravantes. Se quedó sin lectores de lo que se escribe; se publica mucho, pero esa cantidad es, en un alto porcentaje, invisible. Vean en los diarios el espacio que se dedica a promover libros. El noventa por ciento es literatura traducida, y del diez por ciento restante una parte mínima es literatura escrita por mexicanos. Y no ofrezco el ejemplo para escandalizarme por el nacionalismo perdido, sino en defensa de lo inmediato. En la mesa de novedades de la librería pasa lo mismo y en la lista que se hace como recuento de fin de año ídem. Esa invisibilidad no ha sido sustituida por una visibilidad distinta en la red. La consecuencia es que incluso si los críticos detectan la calidad a corto plazo y aciertan en su diagnóstico, eso ya no tiene incidencia. Los buenos libros, para un país con la realidad que tiene México, han dejado de ser importantes, ya no le interesan a ese monstruoso “nadie” que designa en las frases hechas a la sociedad. Pero si ya no son importantes son cada vez más necesarios, y el hecho debía servirnos de advertencia en un año de elecciones: la única esperanza es lo minoritario
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Ilustración de Huidobro
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uTiLidad y neCeSidad de La
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Eve Gil INTELIGENTE SEMBLANZA DE UNA ESCRITORA QUE MANDÓ TODO AL CARAJO PARA VOLVER DESPUÉS Y SER ELLA MISMA EN OTRA. Para Andrés Acosta
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AnnA KAvAn:
jugAr con hielo
ntes de los años treinta del siglo pasado, Helen Ferguson ni siquiera era la única Helen Ferguson: habían una actriz y otra escritora con el mismo nombre, aunque firmaría sus libros también como Helen Edmonds (el Ferguson lo tomó de su primer esposo, Donald Ferguson. Legalmente era Helen Edmonds, por su segundo marido). Autora de novelas rosas ambientadas en Home Counties, de los condados más ricos y conservadores de Gran Bretaña, con títulos como Un círculo encantado, Déjame sola y Sólo las ricas pescan un rico, publicadas entre 1929 y 1937. La verdadera obra maestra de Mrs. Ferguson era el jardín de dimensiones babilónicas de su mansión de los Chitterns, colinas próximas a Londres, que su dueña miraba verdecer como si la naturaleza se subordinase ante sus gélidos ojos azules. Cuenta el escritor Rhys Davies: “Podía tratar a uno de sus invitados con la mayor delicadeza, y luego, bruscamente, tirarle encima el pollo asado, refugiarse después en su ‘bazooka’ y ser finalmente descubierta en su cama leyendo una novela y comiendo bombones.” La “bazooka” a la que se refiere Davies es una jeringuilla de heroína que Helen alternaba con la comilona de malvaviscos rellenos que consumía sin engordar, gracias a las anfetaminas. Había adquirido habilidad para amarrarse el brazo sin dejar de hojear compulsivamente revistas de modas, ni retirarse la estola de mink y el collar de diamantes antes de enfundarse en
Anna Kavan. Fuente: www.annakavan.org.uk
Hielo (fragmento) L a encontré de casualidad, no muy lejos de allí, tendida boca abajo sobre las piedras. De su boca chorreaba un hilillo de sangre. Tenía el cuello torcido de un modo anormal; nadie que estuviera con vida podría haber girado la cabeza de ese modo: tenía el cuello roto. La habían arrastrado cogiéndola por el pelo, y las manos que se lo habían retorcido formando una especie de curda habían apagado sus brillos plateados. En algunos puntos de su espalda, la sangre aún estaba fresca, húmeda y brillante; en otras partes se había vuelto seca y dura sobre la carne blanca. Me llamó la atención un brazo, sobre el cual se veían claramente las marcas de unos dientes. Tenía rotos los huesos del antebrazo y los extremos puntiagudos del hueso sobresalían a la altura de la muñeca, atravesando el tejido desgarrado. Me sentí defraudado: yo sólo lo habría hecho con tierno amor, yo era el único que tenía derecho a causar heridas. Me incliné hacia adelante y toqué su piel fría. Fui a mirar a la ventana de la choza, con cuidado de no acercarme demasiado para que no me vieran desde el interior. Un montón de gente se apiñaba en una pequeña sala llena de humo y la lumbre parpadeaba sobre sus rostros, recordándome una escena medieval.
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Al principio no pude comprender lo que decían, hablaban todos al mismo tiempo. Reconocí a una mujer excepcionalmente alta, elegante e imponente; la había visto en la Gran Casa. Ahora estaba con un hombre al que llamaba padre, que se encontraba sentado justo al lado de la ventaba. Estaba tan cerca de mí que la suya fue la primera voz que entendí. Estaba relatando la leyenda del fiordo, y cómo cada año durante el solsticio de invierno una bella muchacha debía ser ofrecida como sacrificio al dragón que vivía en las profundidades. Las otras voces fueron apagándose poco a poco cuando él empezó a describir el rito. –La desatamos en cuanto la subimos a la roca. Ella debe luchar un poco, porque de lo contrario el dragón podría pensar que le hemos encajado a una chica muerta. Abajo, el agua hace espuma. Aparecen los enormes anillos escamosos del monstruo. Entonces derribamos a la muchacha. Todo el fiordo se convierte en un torbellino de sangre y espuma que saltan en todas direcciones. Se sucedió una animada discusión sobre el sacrificio en la que intervinieron varias personas. Cualquiera diría que estaban hablando de un partido de futbol entre su equipo y el de la ciudad rival. Alguien comentó:
Anna Kavan
–No nos sobran chicas bonitas. ¿Por qué tenemos que entregarle una al dragón? ¿Por qué no sacrificamos a una extranjera, alguna forastera que no signifique nada para ninguno de nosotros? El tono de voz sugería que estaba refiriéndose a una persona determinada cuya identidad era conocida por todos los presentes. El padre empezó a poner objeciones pero fue silenciado por su hija, que expresó su acuerdo a los gritos lanzando una violenta diatriba de la que sólo capté frases aisladas: –Pálidas niñas que parecen tan puras como si fueran de cristal… destrozarlas hasta hacerlas pedazos… Y yo la destrozaré–el final fue pronunciado a gritos–¡Yo misma la derribaré de la roca si ninguno de vosotros tiene agallas para hacerlo! Me alejé, disgustado. Esta gente era peor que los salvajes. Tenía la cara y las manos dormidas y me sentí casi congelado; no supe por qué me habría quedado tanto tiempo escuchando ese absurdo galimatías. Tuve la vaga sensación de que me pasaba algo, aunque no pude definirlo. Por un momento me resultó perturbador, pero luego lo olvidé. En el cielo brillaba una luna pequeña, fría y resplandeciente que mostraba claramente el paisaje. Reconocí el fiordo, pero no la escena.
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sus pantuflas. La razón por la que, dicen, inició su trayectoria adictiva, era que sufría unos terribles dolores espinales que sólo la heroína doblegaba. La entonces Helen Ferguson tenía una faceta, digamos, seria: fungió como asistente del exquisito crítico Cyril Connolly y había heredado la afición de su padre por la pintura, aunque no se dedicara a ello en forma profesional. Todavía no realizaba los autorretratos donde se dibuja como estilizada calavera con un par de cuencas vacías por ojos y una atildada melenita rubia. Cierto día, unos bulldogs salieron a dar la bienvenida a los visitantes en representación de su ama, quien sólo dejó un recado: nunca más escribiría historias de amor, se divorciaba de su segundo marido y mandaba a todos al carajo. La divertida anfitriona de las fiestas más chic de la campiña inglesa se transformó en una fortaleza. Sus lectores olvidaron paulatinamente sus novelas, perfectamente prescindibles ante la avalancha de Bárbara Cartlands y Danielles Steeles que se dejaría venir. Algunos años más tarde, en 1940, una enigmática autora de nombre Anna Kavan deslumbra a la crítica especializada con un primer libro titulado Asylum Piece. Pasarían varios años, a partir de la muerte de Mrs. Ferguson, antes de que descubrieran que esta escritora
que irrumpió violenta y poéticamente en la literatura inglesa con esta colección de relatos sobre su experiencia en hospitales psiquiátricos de Suiza e Inglaterra, tres intentonas de suicidio y un hijo muerto en servicio durante la segunda guerra mundial, era la mismísima Mrs. Ferguson.
HELEN Y ANNA
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elen Emily Woods nació en Cannes, Francia, el 10 de abril de 1901, hija de millonarios ingleses expatriados; la niña concluiría su exquisita educación en Inglaterra. Fue criada en el seno de un hogar de diletantes y condicionada a una serie de estrictas reglas que le impedían jugar, reír, patalear, ya no digamos llorar. Llorar irrita los ojos y despeina. Su única gran novela, Hielo, publicada en 1967 y premiada ese mismo año con el Premio Brian Aldiss al mejor libro de ciencia ficción, pareciera parodiar aquella imposición de congelar sus emociones en lo más recóndito de su ser: “De sus ojos brotaban enormes lágrimas como carámbanos.” El detonante, sin embargo, sería el suicidio del padre de Anna, contando ella trece años. ¿Qué princesa de hielo no se derrite alguna vez? Antes de dejarse poseer por Kafka, al que leyó compulsivamente durante su encierro voluntario, tras encontrar por casualidad un ejemplar de El proceso, Helen ensayaría en el manicomio no sólo una nueva forma de escribir, inspirada en aquel autor del que pidió todos sus libros, y leyó y releyó. Empezó a hacerse llamar Anna. No, no un pseudónimo. Agotaría recursos legales para asumir legalmente la identidad de Anna Kavan. Era como si huyera desesperadamente de la señora distinguida que escribía novelas rosas tras una ración de heroína y malvaviscos. Quería ser una escritora auténtica. Mancharse las manos de palabras genuinas. De Helen Ferguson únicamente conservaría aquel jardín abandonado. Allí y en la escritura se refugió del mundo
hostil que le daba pavor, haciéndose pasar por inquilina de Mrs Ferguson. Anna pasó a ser una paciente discriminada en la Seguridad Social, aferrada al pequeño bolso negro donde ocultaba la varita mágica que la ayudaba a entregarse compulsivamente a la escritura; compadecida por taxistas que la acompañaban en sus patéticas peregrinaciones. Helen Ferguson fue algo así como Gregor Samsa y Anna, el fabuloso bicho en que se transforma tras un dulce sueño. Hielo representaría el rompimiento total de la autora con su pasado, pero sobre todo con el presente. La crueldad alcanza niveles telúricos; un mundo como el que ella percibía desde su refugio: deshumanizado, acechando a niñas inocentes para entregarlas al dragón que vegeta al interior de un foso. El infierno en la nieve. La heroína de Hielo, objeto de la obsesión del narrador, carece de nombre como éste y como el captor de la niña y la hija de aquél. Más que deseable por su belleza, lo es por su fragilidad, hasta por el propio narrador que reconoce el apetito de destrucción agazapado en su pasión amorosa hacia la pequeña muchacha de cabello plateado y muñecas quebradizas, que muere una y otra vez para deleite de su verdugo y de su potencial salvador. Anna experimenta un extraño alivio en deformar imágenes convencionalmente poéticas, del mismo modo que parece haberlo experimentado al autorretratarse como una criatura vaciada de toda expresión. Cuando la policía encontró el cuerpo de la escritora el 5 de diciembre de 1968, no hallaron más documentos reveladores que unas pinturas espantosas, de seres colgados y mutilados, elaborados por ella misma: Anna se encargó de incinerar sus diarios y su correspondencia, lo que no impediría a David Callard escribir una biografía especulativa. Se ha dicho hasta el cansancio que murió a consecuencia de una sobredosis de heroína, aunque fuentes estimables aseguran que en realidad fue un infarto
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Anna Kavan, Autorretrato. Fuente: museumofthemind
Altas rocas se elevaban en línea perpendicular al agua, sujetando una roca plana y horizontal como una plataforma de salto de palanca. Aparecieron algunas personas arrastrando a la chica, que llevaba las manos atadas. Cuando pasó junto a mí, alcancé a ver su lastimero rostro blanco de niña-víctima, aterrorizada y traicionada. Di un salto hacia delante, intentando llegar a ella, que se alejaba. Me abalancé sobre el grupo gritando: –¡Asesinos! –antes de que pudiera alcanzarlos, arrastraban a la muchacha por la roca. Me encontraba cerca de ella, en la plataforma. Estábamos solos aunque una mezcla de vagos sonidos a mis espaldas me indicaba la presencia de numerosos mirones. No me importaban. Yo me hallaba totalmente concentrado en la temblorosa figura medio arrodillada, medio acurrucada en el extremo de la roca que sobresalía de las oscuras aguas. Su pelo relucía como cubierto de polvo de diamantes bajo la luna. Ella me miraba, pero yo no podía ver su rostro, siempre pálido pero ahora completamente desprovisto de color. Observé su extrema delgadez y pensé que con mis dos manos podría rodear todo su cuerpo, incluso el tórax que albergaba su corazón. Su piel parecía de raso blanco, desprovista de sombras bajo la brillante luz de la luna
[…] Me incliné hacia adelante y toqué su fría piel, el pequeño hueco de sus muslos. La nieve había caído entre sus pechos. Se acercaron unos hombres armados, me empujaron y la cogieron a ella de sus frágiles hombros. De sus ojos brotaban enormes lágrimas como carámbanos, como diamantes, pero permanecí impasible. No me parecían lágrimas de verdad. Ella misma no parecía del todo real. Estaba pálida y casi transparente, como la víctima que deleitaba mis sueños. La gente que estaba detrás de mí murmuraba, impaciente por la demora. Los hombres no esperaron más, la derribaron y tras ella cayó el último grito patético. Entonces la noche estalló como una bolsa de papel. Brotaron enormes chorros de agua; las olas rompían salvajes contra las rocas, reventando en cascadas de rocío. Apenas noté la lluvia glacial; miré atentamente el borde de la plataforma y vi que un círculo de anillos escamosos surgía de las agitadas aguas, en las que algo blanco luchaba frenéticamente ante el crujido de unas mandíbulas blindadas
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*Seix Barral, Editorial Planeta Venezolana, 1967, traducción del inglés de Elsa Mateo.
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8 25 de febrero de 2018 • Número 1199 • Jornada Semanal
Nuestra América: vida y utopía de
José
FIGURA IMPRESCINDIBLE DEL SIGLO XIX, FILÓ POLÍTICO, SUS IDEAS SOBRE LA UTOPÍA POSIB
EN SÓLO CUARENTA Y DOS AÑOS DE VIDA ASE POEMAS Y ENSAYOS, FUE EL FUNDADOR DEL Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es
a
hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender... José Martí, Carta a María Mantilla, Cabo Haitiano, 1895.
menudo, muy a menudo, José Martí hablaba con sus hijas sobre la naturaleza. Del correr del agua en el monte, de las hileras de hormigas cruzando la tierra. Les dibujaba las flores que veía, describía para ellas con minuciosa paciencia los paisajes que encontraba. Curiosamente, en esos paisajes, en el roce de las abejas en su boca, en el crecimiento del mundo en su cuerpo, siempre palpitaban otros cuerpos. Astrales, animales, humanos. Cuerpos que resonaban en una manera particular de enunciar, leer y vivir esos encuentros. De esos puntos de contacto Martí obtenía materia vital, aparente desorden, una desembocadura incierta en la que todo tenía cabida. Tanto el rumor de las hojas en medio de la selva, como el ruido de las bocinas automovilísticas en Nueva York; la lectura que con fruición hacía de los textos de Emerson y Withman como la de las cartas de sus hermanas; asistir a la exposición de los pintores impresionistas como escribir una crónica sobre ello; una tarde de conversación pícara con su amigo Manuel Mercado mientras veían pasar a las muchachas por la Alameda Central en México; los poemas de amor a María García Granados –su niña guatemalteca– y las cartas de ella en respuesta; las conversaciones brutales con el viejo Tomás, su amigo y guía en Caimito de la Habana, donde conoció de cerca la esclavitud y sus violencias; atestiguar la pobreza de los barrios marginales centroamericanos en sus rutas migratorias; la formación del Partido Revolucionario Cubano en Cayo Hueso junto a Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada; enamorarse de Carmen Millares en Nueva York, discutir con ella las resoluciones del Partido. Los cuarenta y dos años que vivió, siempre al borde de colapsos de salud graves, pueden medirse en el amplio trazo de sus viajes derramados por el mundo, en sus más de mil 500 cartas, en los cientos de crónicas periodísticas escritas en su peregrinaje por la tierra, en las miles de páginas políticas y afectivas con que armó un cuerpo de poesía, pero sobre todo, de utopía.
PENSAR LA VIDA
E
l sentido de utopía en Martí tiene todo que ver con su relación con la vida, así como con sus relaciones humanas. La utopía en Martí es siempre un mirar que se asombra con la belleza de la tierra y de los corazones humanos, que se duele por los horrores
Martí
é
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Valentina Quaresma rodríguez*
SOFO, CRONISTA Y POETA, AQUÍ SE RECUPERA CON ACIERTO PARTE ESENCIAL DE SU PENSAMIENTO BLE CONSTRUIDA DESDE LA VIDA DE TODOS Y TODOS LOS DÍAS.
EDIADA POR LAS ENFERMEDADES, VIAJÓ POR EL MUNDO, ESCRIBIÓ CIENTOS DE CARTAS Y CRÓNICAS, PARTIDO REVOLUCIONARIO CUBANO Y ORGANIZADOR DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE CUBA. cometidos en esa misma tierra. En ese balance de fuerzas, la comprensión martiana de la utopía se construye como una ética política y afectiva. Digamos: una poética estética, política y afectiva en consonancia. Al respecto señala lo siguiente Eugênio Rezende de Carvalho en su libro América para la humanidad: El americanismo universalista de José Martí (editado por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México, y traducido por Antonio Corbacho Quintela): En cuanto a Hispanoamérica, el diagnóstico de Martí fue el de una realidad caótica, fragmentada y conflictiva, la cual, en un esfuerzo por atribuirle una identidad, el discurso de Martí procuró ordenar y unir. Sin embargo, más importante que las unidades políticas y formales en el ámbito del continente americano era la unidad de alma y espíritu, una unidad en torno a los mismos valores universales y que respetase las diferencias, según él, útiles a la libertad.
Este americanismo universalista según Rezende de Carvalho, la utopía martiana, no tenía que ver con la homogeneización del territorio ni con la abstracción de valores identitarios nacionales. Por doloroso que fuera el pasado, por imposible que pareciera la comunión desde las diferencias, Martí pensó en Nuestra América como un encuentro humano en el que caben las historias concretas de la gente que habita todos los días el espacio. Continúa Rezende de Carvalho: El americanismo de Martí asumió una orientación universalista por vía del humanismo. Fue un americanismo que pretendió conciliar, por consiguiente, una perspectiva de identidad regional americana con determinados criterios de universalidad. Un americanismo que buscó un punto de equilibrio entre la individualidad de cada nación y su integración en una totalidad nuestramericana, o, en otro nivel, entre una individualidad nuestramericana y una totalidad universal.
En ese pensar universal que concilia muchos registros, el papel de la ética como principio estético resulta un referente fundamental para entender que en el ideario martiano, la utopía, como la vida, se construyen en congruencia con el pensamiento y la acción. Por este rasgo puede verse a Martí en sintonía armónica con su obra, como una realización de sí mismo: una parte del todo, que a su vez, es un todo completo.
UNA ÉTICA DE LA ESPERANZA
L
o que hace especial a José Martí no es sólo su trato humano, ni su insospechada capacidad para la ternura y la firmeza, sino esa rara luminosidad en la forma de hacer de su comprensión universal de mundo una experiencia terrenal capaz de compartirse con cualquiera que tenga la paciencia de entablar diálogo con todas las pequeñas cosas, pues son ellas quienes revelan la pertenencia –y a la vez, la autonomía– a un universo en el cual la libertad de decidir nos convierte
en los humanos que somos y, simultáneamente, en los que deseamos ser. El matiz de la esperanza martiana está en entender esta expresión de conocimiento, vinculadora de los saberes de la ciencia con los saberes del sentimiento, como un organismo vivo, en constante expansión y transformación; un conocimiento que se nutre de muchas fuentes, que se robustece conforme adquiere experiencias y atraviesa continuos procesos de transformación en los cuales (“conciliación paradójica”) hay lugar tanto para el cambio como para la permanencia. En la crónica titulada “Maestros ambulantes”, que publicó en la revista La América, en Nueva York, en mayo de 1884, Martí construye esta idea:
señala Susana Rotker en su libro Fundación de una escritura: Las crónicas de José Martí:
La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno universo.
Escribir en los periódicos significa tomar una decisión, una postura ante la difusión y el diálogo de la obra. Martí se suma a la sensibilidad autoral de época que construye en la crónica y el ensayo un laboratorio de ideas, un espacio para conversar, traspasar el papel, reconocer la grandeza vital de lo pequeño. Migrar. Continúa Rotker:
La experiencia literaria, ante este escenario, resulta en Martí no sólo un mecanismo de expresión, sino una pulsante necesidad vital de defender esa convicción formativa, de tener fe en que si el mundo puede ser un lugar mejor, lo será en la medida en que los seres que lo habitamos estemos dispuestos a ser mejores en consonancia. La literatura, para Martí, es la vida. En ella la literatura cobra forma; la misma Nuestra América es un ensayo. Para pensar la realidad política de su continente, Martí escribió un texto profundamente literario. Eligió esa forma maleable, porosa y viva que es el ensayo, como lugar para pensar lo híbrido, para tomar una postura ante la creación, la política, la estética.
Sus crónicas no fueron mero ejercicio estético o vehículo informativo; fueron, definitivamente, y sin por ello excluir a sus poemas o ensayos, su obra literaria. La crónica, por sus características, era exactamente la forma que requería la época. En ella se producía la escritura de la modernidad, según los parámetros martianos: tenían inmediatez, expansión, velocidad, comunicación, multitud, posibilidad de experimentar con el lenguaje que diera cuenta de las nuevas realidades y del hombre frente a ellas, eran parte del fenómeno del “genio que va pasando de lo individual a lo colectivo.”
PERIODISMO Y CRÓNICA: LA VIDA COMO MATERIA
E
n el contexto decimonónico en que Martí escribe, la gran polémica en torno al arte se concentraba en dos frentes aparentemente opuestos: las teorías del arte por el arte como ausencia de posición política y de cualquier mediación social en la obra, y el circuito de profesionalización de la labor del artista. En términos de escritura, esto último significaba que los autores escribieran para “ganar el sustento”, situación a menudo concebida como un “vender” (prostituir) el arte propio. Frente a esta disputa, Martí opta por una forma de hacer trabajo literario que renuncia a la contradicción aparente y a la fragmentación de los saberes. Elige la vida como materia fundamental del arte. Este guiño supone, entre otros movimientos, preferir géneros de publicación periódica como la crónica, no por verse obligado a trabajar en ello para sustentarse, sino por el convencimiento de que la prensa posibilita ampliar el espacio público de lo literario y, con ello, el encuentro dialógico entre voces y expresiones diversas. Como
Sólo el periódico permite la invasora entrada de la vida: es justamente la vida el único asunto legítimo en la cul tura finisecular. El periodismo fue una de las fuentes de aprendizaje natural para esta nueva sensibilidad que debía encontrar poesía en una cotidianidad invasora. Como dice [Martí] en el prólogo a Pérez Bonalde, en una afirmación que explica tanto el sistema de representación a través del símbolo y la analogía como el trabajo del cronista con una materia diaria y vulgar: “en la fábrica universal no hay cosa pequeña que no tenga en sí todos los gérmenes de las cosas grandes.”
De esa metáfora nace Nuestra América. De la palabra, la imaginación como un gesto crítico de interpretación de la realidad. Se imagina porque se resiste. Ante el pesimismo que a veces se filtra en el potencial político de las generaciones que vivimos la transición del siglo xx al xxi , el estudio de las propuestas de José Martí en sus constelaciones afectivas y redes de ideas, podría suponer un retorno a los mecanismos esperanzadores, dinámicos y activos a los que a menudo se renuncia frente a las distopías de la modernidad y postmodernidad. En ese sentido, recuperar la fe y reconstruir la esperanza se parece bastante a una lucha a muerte por la vida. La utopía para José Martí estaba en esa batalla, librada desde el amor como energía revolucionaria. La imaginación crítica de una tierra posible, Nuestra América. Nuestra América como el agua y el pan y las hormigas cruzando la tierra. Nuestra América como la vida. Como las personas
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*VALENTINA QUARESMA es autora, entre otros ensayos, de “Del taller, el trabajo periodístico y la creación en José Martí”; textos suyos han aparecido en la revista Reflexiones Marginales, así como en la Revista de Literaturas Populares.
Leer Leonora Carrington. Una vida surrealista, Joanna Moorhead, traducción de Laura Vidal, Turner Publicaciones, España, 2017.
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Leonora, la gran rebelde ELENA MÉNDEZ
L
eonora Carrington (Lancashire, 1917-Ciudad de México, 2011) fue una gran rebelde durante los casi cien años que duró su vida. Insumisa irredenta, su nombre era tabú dentro de la familia que abandonó en pos de la libertad y el amor. Ingobernable, supo desafiar cada encrucijada que se le presentó, a pesar del miedo. Tuvo la dignidad y entereza de sobreponerse a sus desgracias. Fue consecuente con sus deseos y siempre se obstinó en ser libre, en ser ella misma pese a los continuos desarraigos, en nadar a contracorriente si era preciso. Le dio un toque personalísimo al surrealismo, un aire “críptico-confesional”, lleno de misterios transparentes. Para homenajearla en el centenario de su natalicio, su prima Joanna Moorhead, periodista del diario británico The Guardian, ha lanzado la biografía Leonora Carrington. Una vida surrealista, donde revela aspectos muy íntimos sobre la afamada artista, despertando en el lector una profunda empatía hacia ella. Desde el principio, uno sabe que se encontrará ante una historia entrañable: “Se llamaba Prim y abandonó nuestra familia un día de otoño de 1937, cuando sólo tenía veinte años. Había sido una criatura imposible: una chiquilla indómita, una niña indescifrable, una joven que nunca se dejó gobernar y que, por fin, después de sembrar más caos del que habría sido concebible e cualquier familia, dio un portazo y se perdió en el horizonte.” Moorhead refiere las remotas murmuraciones sobre su lejana parienta, a quien recordó al conversar con una historiadora del arte durante un convivio informal. Saber lo importante que había llegado a ser la legendaria Prim –apodo familiar que significaba “primor”– la impulsó a contactarla. Narra las vicisitudes que pasó para dar con ella, quien, por fortuna, se dejó encontrar. Es así como, durante los últimos cinco años de vida de Carrington, entablaron una complicidad que cimbraría a la autora, pues tuvo el privilegio de asomarse a aquel universo creativo y vital, guardado tan celosamente. Pese a las dualidades en que se vio inmersa –intencionalmente o no–, Leonora procuró ser consecuente consigo misma. Osciló entre la precariedad y el mecenazgo, el reconocimiento y el anonimato, la locura y la lucidez. Alegorizó su infancia, sus temores, sus esperanzas, la mitología celta que se le transmitió por vía materna, creando un lenguaje inconfundible. Ante Carrington era imposible mostrarse indiferente, no sólo por su portentosa belleza física sino por su fuerte carácter y sus inquietantes creaciones artísticas, que abarcaban el performance –del que fue precursora–, la pintura, la escultura y la literatura. Como bien apunta su mecenas y amigo Edward James –artífice del palacio surrealista de Xilitla–, si bien en un principio Leonora le había resultado “una mujer altiva, frágil, ingeniosa pero ligeramente arrogante […] una intelectual inglesa despiadada que renegaba de la hipocresía de su país natal, de los miedos burgueses y de la falsa moral de su educación convencional e infancia protegida”, luego cambia de
Terra, Leonora Carrington
opinión: “es tímida (…) y tiene una gran humildad interior. Casi siempre anda escasa de dinero y sin embargo, su marido y ella siempre están dispuestos a ayudar a artistas en apuros”. El marido al que alude es el húngaro Chiki Weisz, padre de sus hijos Gabriel y Pablo. Él fue su remanso de paz tras sus tambaleantes relaciones con el surrealista alemán avecindado en Francia, Max Ernst, y el diplomático y poeta mexicano Renato Leduc. Otra presencia importante en la vida de Leonora fue la pintora española Remedios Varo, a quien conoció ya instalada en México y que llegó a ser, más que su anfitriona, su “hermana”. Aunque el público medianamente enterado suele confundir las obras de ambas, la diferencia fundamental estriba en que “si Remedios era una ilustradora, una intérprete, una pintora de la realidad –aunque en ocasiones esta fuera mágica–, Leonora era pasión desatada, libre de reglas, y su obra refleja el caos, las paradojas y contradicciones del universo hasta sus últimos confines”.
Para su hijo Gabriel era fascinante verla en pleno proceso creativo: “Diferentes objetos cobran vida como si siempre hubieran estado allí, habitando ese espacio con sus propias pasiones, mitos y leyendas, un lugar donde cualquier representación de nuestros cuerpos puede por fin existir, lejos de nuestro marco mortal y en un lugar inventado por la pintura misma.” Una anécdota pinta de cuerpo entero a una Leonora negada a la notoriedad. Como explica Moorhead: “Un día teníamos que ir a un almuerzo de relumbrón en el Centro Histórico de Ciudad de México; todos los grandes nombres del mundo del arte estarían allí y yo iría acompañando a Leonora. Me hacía ilusión; me compré ropa para el evento y llegué a su casa temprano. Me la encontré fumando un cigarrillo en la mesa de la cocina y con una sonrisa de oreja a oreja. ‘Buenas noticias’–me dijo–. Acaban de llamarme para decir que no tengo que ir. ¿Vamos al Sanborns?’” Carrington estuvo siempre inmersa en una búsqueda existencial rebosante de innumerables aventuras. La última de ellas, que asumió con gusto, fue la vejez. Se alegró de que quedara atrás su lozanía. “Su aspecto físico la había hecho destacar, atraer miradas cuando habría preferido ser anónima. La belleza, escribió, había sido ‘una responsabilidad más.” Su avanzada edad tenía la enorme ventaja de “la liberación de una etapa de la vida sin las complicaciones que trae consigo las relaciones amorosas […] estar enamorada también había resultado una carga. Las historias de amor eran absorbentes, exigentes, algo que distraía la atención; en ocasiones le servían de inspiración, en otras la limitaban”. Leonora Carrington. Una vida surrealista es un acercamiento a una mujer mágica que se las arregló siempre para honrar la libertad
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Jornada Semanal • Número 1199 • 25 de febrero de 2018
A rostro desnudo, Ramón López Castro, Editorial An.alfa.beta., México, 2017.
El ensayo, un corsario de la incertidumbre RICARDO GUZMÁN WOLFFER La incertidumbre es para los que no se adentran en mares ignotos. El ensayista es corsario de la incertidumbre.
R
Ramón López Castro
amón López Castro es uno de los mejores ensayistas de su generación: su Premio Alfonso Reyes de ensayo es una muestra de ello. En este libro reafirma su trayectoria y muestra a un escritor al que habrá que exigirle más producción con esta calidad. En esta colección de doce ensayos aborda algunas temáticas ya desarrolladas previamente, sin que ello signifique que se repita en los apuntes y las conclusiones: la ciencia ficción como fuente de comprensión de la realidad cotidiana y de la mexicanidad existente en el diseño de una ciudad o en la trama de una novela señera de la ciencia ficción, Eugenia, escrita en 1919 y que todavía resiste el paso de casi un siglo, por el tratamiento que le da a la eugenesia y por una inesperada libertad sexual que nos suena impropia de la época y del lugar donde se publicó este trabajo: Mérida, Yucatán. Escrita por Eduardo Urzaiz, Eugenia habla de una sociedad que podemos llamar racista por evadir lo imperfecto. Esta novela mexicana tiene, entre otras virtudes, además de adelantarse al tratamiento del mundo feliz de Huxley y Zamiatin, la de recordarnos esa extraña utopía del hombre perfecto, diseñado para
Cuentos de hadas para no dormir, Arturo j. Flores, Proyecto Literal, México, 2018.
su felicidad y la funcionalidad social; aspiración necesaria en estos tiempos de sobreinformación electorera. López Castro es uno de los tratadistas de la ciencia ficción nacional (con un ensayo al respecto obtuvo el citado Premio Alfonso Reyes) y aquí enfoca el análisis a diversas aristas, tales como el concepto de la ciudad como representación de la aspiración o del agobio social: los edificios y las sensaciones que permean entre las decenas de millones de mexicanos deben materializarse de algún modo, apunta. Probablemente de los ensayos más disfrutables es el relativo a Falstaff y Sancho Panza. López Castro contrapone al goloso y siempre errático Falstaff, siempre en busca del placer y su beneficio, con el mesurado y más honrado Sancho Panza; mientras aquél busca vino, mujeres y un opinable honor en ser comparsa de los poderosos, Panza tiene el honor de “atesorar las alegrías del hombre común”. Esta dupla que expone, junto con la locura del Quijote, los extremos de lo humano (la desmesura contra la virtud), podría entrar en muchos escenarios y el autor los coloca como extrapolación de la justicia y de la legalidad. Son conceptos que difícilmente pueden separarse pero, explica López, poco tienen en común. Mientras la justicia busca enfrentar molinos intangibles, la ley va detrás de esas ideas y propósitos, generalmente para tratar de arreglar los
problemas sociales que se causan en nombre de lo justo (suponiendo que hubiera un consenso de qué es lo justo: ya el derecho natural quedó atrás como referente universal y discursos como el de Trump, con muchos seguidores mexicanos, evidencian que la gula económica carece de moral y vergüenza). En países como México, donde brotan leyes y se modifica a capricho la Constitución federal, la legalidad es una lejana aspiración y la justicia una sombra que se menciona, pero no se detiene. Un libro notable que confirma a su autor como un ensayista imprescindible
Bestiario yonqui ELENA MÉNDEZ
A
l leer Cuentos de hadas para no dormir, de Arturo j . Flores (Ciudad de México, 1978), uno se queda con la sensación de hallarse ante un bestiario yonqui. El volumen, subtitulado La trilogía completa, reúne relatos de sus libros Martini para suicidas y otras historias eróticas de sangre, vampiras y rock and roll, Como una sombra vil. Macabras fantasías de muy altos decibeles, así como del libro de título homónimo. ¿Por qué un bestiario yonqui? Porque en muchas de las historias aparecen personajes que se transforman o identifican con animales e, incluso, animales que se comportan como humanos. Y porque eso ocurre, generalmente, mientras se hallan bajo los efectos de las drogas que alteran aún más sus vidas al límite. La variada fauna incluye –por citar algunos– un hombre-perro, dos mujeres-gato, una mujer-pájaro, diez mujeres-unicornio, un dragón con penas de amor. La apariencia y comportamiento de los personajes sirven para alegorizar lo que hay de salvaje, de primitivo en ellos. Así, se rigen por el instinto más que por la razón y son capaces de atacar si es preciso. La territorialidad es, también, una característica de estas singulares bestias. Pues el hombre-perro de “Como una sombra vil” descubre que ha sido desplazado y, a su manera, desafía a su rival. Pero también, aunque no exista una transfiguración de por medio, la territorialidad se manifiesta; es el caso
de “Sin sexo, ni drogas ni rock and roll”, donde la protagonista desvaría de celos al relacionar un tatuaje de su compañero sentimental con la guitarra que guarda y que lleva grabados, justamente, el mismo trébol y el mismo nombre: “Angélica”. Flores no sólo es narrador, sino también ejerce el periodismo musical (enfocado en el rock), hace stand-up comedy y funge como editor de la revista erótica más famosa del mundo. Por eso hay un humor negrísimo, música para viajarse, cachondeces y guarradas conviviendo con lo fantástico, lo insólito, lo inesperado. Esto último puede remitir al imaginario presente en Humo y espejos, obra cuentística de Neil Gaiman. Se plantea toda una “filosofía erótica”: “Las chicas que sienten repulsión por el esperma se asquean también del amor y todo lo que pueda echar raíces dentro de ellas”; “El único puente entre la vida y la muerte, entre la masturbación y el fin del mundo, es el orgasmo”, reflexiona el protagonista de “El exterminador de ángeles”. Este es uno de los mejores relatos del volumen, al igual que “Cónclave de unicornios”. En ellos, los protagonistas masculinos buscan en sus numerosas parejas algo que los rebasa y literalmente los hace “morir en el intento”. Además, en ambos textos se cuelan traviesos guiños a la personalidad del autor. Otros textos interesantes son “Las hijas de Dios también son d j ’s”, “Martini para un suicida” y
“Muerte blanca”. En el primero hay una asesina serial lésbica, embriagada en su narcisismo; en el segundo, un tipo “padrotea” a una groupie de la que está enamorado; y en el tercero es donde con mayor claridad se le hace justicia al título que engloba las treinta y nueve historias aquí reunidas. En él se subvierte lo que el lector común conoce como Blanca Nieves, dándole un giro tan terrible como el que el mencionado Gaiman le da precisamente a dicho tema en su “Nieve, cristal, manzanas”. Cuentos de hadas para no dormir: un divertimento delirante que se las ingenia para dejarlo a uno pensando
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25 de febrero de 2018 • Número 1199 • Jornada Semanal
Animal verdadero, Rafael Villegas, Ediciones B, México, 2017.
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El olvido, un arma de doble filo LOLA ANCIRA
E
sta es la primera novela del escritor e historiador
Esta novela ucrónica –o novela histórica alterna-
Rafael Villegas (Nayarit, 1981). Relatada en
tiva– nos permite echar un vistazo a lo que podría
primera persona, treinta y cinco capítulos y con un
suceder si China hiciera efectivas sus amenazas
estilo telegráfico de frases cortas y contundentes
contra Estados Unidos y lo derrotara en la siguiente
que demuestran su fuerza narrativa. Las profundas
guerra mundial. Los conflictos bélicos que reducen
reflexiones a las que llega a través del monólogo
a meras cifras a los hombres han configurado el curso
interior y los eficaces diálogos que agilizan la lectura
de la Historia, y Animal verdadero describe una
denotan la verdadera naturaleza de los personajes,
nación en perpetuo declive, con unos habitantes
revelan los conflictos que tienen consigo mismos y
transformados desde lo más íntimo, marcados por
exhiben diferentes aspectos de la trama y las intrin-
ambas catástrofes –la particular del tiroteo y la gene-
cadas circunstancias en las que se desarrolla la
ral de las bombas– que recuerdan que la animalidad,
historia.
nuestra esencia salvaje, superará la civilidad en cuan-
El lector accede a la mente del protagonista,
to se presente la oportunidad de liberar su ira ciega.
Luther Morán, cuando éste anuncia que acaba de
Villegas presenta a una nueva sociedad que arras-
realizar una masacre estudiantil, hecho que, como el
multihomicidio en una escuela momentos antes de
tra los vicios de la anterior: el fanatismo, el odio por
propio autor lo ha mencionado en entrevistas, “no es
que tres bombas atómicas se estrellen en suelo esta-
el otro y la violencia como único recurso para hacer-
spoiler, es la premisa de la novela”.
dunidense y trastoquen el futuro de aquella potencia
le frente a lo diferente, lo desconocido. Lo indispen-
y del mundo.
sable no es la figura de adoración o la finalidad del
La perversidad, al igual que la locura, oculta a las personas tras una máscara. En el caso de Morán, esto
Morán, adolescente homicida, adulto exmilitar y
culto, sino el fervor con que se satanice a los demás.
ocurrió literalmente: una cabeza artificial de perro
padre de familia, es un hombre de eternas renuncias
La música, el cine, la literatura, la cultura popular
fungió como el muro de contención tras el que se
en una fuga perpetua que lo único que quiere es libe-
y una fuerte y provocativa crítica política a Estados
convirtió en asesino, suceso que conmovió a toda la
rarse. Es el resultado de una sociedad alienada y de
Unidos y su cultura de violencia inundan el tiempo
comunidad en Wyoming poco antes de que el país
una familia nuclear rota, ausente. Vive en un presen-
de esta historia, que abarca de 1997 a 2024 y deviene
entero se estremeciera. Viajará a Hawái y después a
te perpetuo que anula el pasado y la memoria, crea
en una cronología subjetiva que mediante analepsis
México para finalmente regresar décadas después a
un “animal nuevo” que transforma a toda la sociedad
y prolepsis esclarece el pasado o muestra diferentes
Wyoming como un desconocido, y otra vez la catás-
e inaugura una comunidad con otras ideologías y
acciones en un tiempo fragmentado.
trofe, sombra constante detrás de él, lo alcanza y toca
jerarquías en la que “nadie sabe lo que ve cuando ve
Villegas nos ofrece una obra en la que presencia-
todo lo que lo rodea.
al otro”. Que esté constantemente rodeado de perso-
mos la trasformación de un antihéroe en una búsque-
El asesino vuelve siempre a la escena del crimen
nas –e incluso de apariciones, como Michael, una
da por la libertad que parece no tener fin, donde los
para evocar la excitación sexual, cerciorarse de no
especie de conciencia en forma de un “muchacho
fantasmas se comunican a través de una voz infantil
haber dejado rastro alguno o deleitarse con el esce-
pájaro… una invención, una idea”–, demuestra que
prestada, en la que las cicatrices y los objetos, como
nario. En el caso de Morán, regresar significa la posi-
es un misántropo que no le teme a la muerte pero sí a
la cabeza de perro y la propia cabeza marcada de
bilidad de descubrir una respuesta donde nunca la
la soledad, y ayuda a perpetrar la violencia incluso
Morán, actúan como símbolos o iconos que remiten
hubo, de encontrarse a sí mismo, a ése que escapó sin
aborreciéndola, lo que denota su propio carácter
a lo doloroso, a lo que se quiere dejar atrás, en el terre-
mirar atrás después de consumar su mortal plan, un
paradójico.
no del olvido
en nuestro próximo número
LAS TRES TRILOGÍAS DE ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO Luis Hernández Navarro
La Jornada Semanal
@JornadaSemanal
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Jornada Semanal • Número 1199 • 25 de febrero de 2018
Arte y pensamiento
PROSAISMOS orlando ortiz
A un perro que ha muerto Spiros Katsimis
Ahora que mi recuerdo prolonga tu pequeña vida la colina donde corrías aún está verde y floreada y los niños te llaman siguiendo mis pasos por los senderos del pueblo. Ahora espero a que salgas –después de una pausa oscura– de algún patio desierto o de un arbusto polvoso de algún sucio callejón o una casa en ruinas; y que las noches, desde el mismo rincón, observes curioso todos mis movimientos y me reveles mis propios secretos que aun yo desconozco. Ahora no tengo más alternativa en esta región destruida; encontré pasto en una “zona muerta” y dentro de mí con el perro juegan los niños.
Spiros Katsimis nació en Kérkira, en el Eptaneso, en 1933. Estudió Derecho en la Universidad de Atenas y trabajó como periodista en diarios atenienses, en revistas y en la televisión estatal. Ha colaborado en varias revistas literarias como El Árbol, Ensayo, Letras y Artes, La Palabra, etcétera. En su patria chica fue miembro del consejo de redacción del periódico El Primer Escalón, y responsable del programa Arte y cultura del Canal 1 estatal. Es autor de once libros de poemas y ha sido traducido al inglés, francés, alemán y polaco. También es pintor. Véase La Jornada Semanal, núm. 1147/ ii / 2017 Versión de Francisco Torres Córdova.
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Mis preguntas flotan en el viento
ARA LOS LLAMADOS SESENTEROS irredentos, “Blowin’ in the wind”, de Dylan –que transformaba en algo angelical Joan Baez–, nos sigue moviendo el tapete. La preguntas que lanzaba al viento eran recursos retóricos para motivar al mundo hacia la consecución de una utopía, para orientar hacia un cambio. ¿Se alcanzó la utopía?... Malo habría sido alcanzarla, porque las utopías no son para alcanzarse, sino para movernos a tratar de alcanzar ese lugar o mundo. Toda utopía conlleva su distopía. Habrá quienes digan que en lugar de alcanzar esa utopía que nos movía, alcanzamos su distopía. Es absurdo, pues al igual que la utopía, la distopia ¿es inalcanzable? “La respuesta está flotando en el viento”, es el estribillo que cerraba las preguntas que iba haciéndose Dylan en su canción. En este momento, que para mí es bastante significativo y decisivo para el país, me gustaría poder decir lo mismo, pero más que respuestas encuentro preguntas que me jalan al piso y por eso las lanzo al viento. Preguntas honestas, sin más intención que despertar a la reflexión y, espero, hacer pensar a la gente que votará en julio. No son pocos los que aventuran que la caballada (candidatos) está bastante flaca. Razones no faltan para tal aseveración, pues por el lado del partido oficial tendremos más de lo mismo; por la oposición, alianzas insólitas y como surgidas de una pieza de Ionesco. Por el otro lado, un comportamiento desconcertante (ya me he referido a él en ocasiones anteriores) y ofertas que seguramente provocan entusiasmo en multitudes pero son ¿utópicas?, ¿irracionales? Tal pregunta me hice cuando escuché que al llegar amlo a la Presidencia, todos los “ninis” serían becados y que nadie sería rechazado de las universidades. Quien haya dado clases sabe que no todos los que están en el aula desean estudiar y están ahí, a veces, porque los mandan sus padres o no tienen algo mejor que hacer, y esto se refleja en el índice de egresos y en el de titulación. (Ni siquiera en los regímenes socialistas, incluido Cuba, todos tiene acceso a estudios superiores, solamente los que demuestren tener capacidad y voluntad). En este momento habría que pensar en lo que nos cuesta (a los ciudadanos que pagamos impuestos) mantener a jóvenes que no quieren estudiar y ocupan un lugar en las universidades. Me pregunto, entonces, ¿qué, cómo, por qué? Por otro lado, Ricardo Anaya ofrece el salario universal o algo por el estilo, es decir, entregar a todos los mexicanos cierta cantidad de dinero, ¿así nomás? Porque no sería un seguro de cesantía, que además es temporal e implica haber trabajado y por lo tanto pagado impuestos, con los que amortizó ese seguro. Este dinero, ¿de dónde saldría, a quiénes se entregaría y por cuánto tiempo? Luego Meade sale con su padrón, que es otra manera de ofrecer dinero a cambio de nada, eso sí, con un planteamiento más cibernético y moderno, porque al parecer tanto él como Anaya están por “la modernización”, entendida ésta como el uso de máquinas y aparatos sofisticados porque son más eficaces que las personas (¿implica despidos?) y no son corruptas... lo que callan es que quienes las manejan sí pueden serlo, como se ha visto recientemente con la expedición de tarjetas para ayudar a quienes perdieron sus viviendas y a los damnificados por el sismo del 19 de septiembre del pasado año. Esta “eficiencia” en la administración del gasto e ingreso, como que no fue muy evidente cuando estuvo al frente de Hacienda, pues hasta después de dejar el cargo sigue viéndose que dejó todo armado para fregar a los “paganos” de impuestos, como es el caso del impuesto a la plusvalía de bienes inmuebles. ¿Se obtendrán los recursos necesarios para la “modernización” y tapar la debacle que dejan sus antecesores, cediendo a las reclamaciones e intereses de empresas extranjeras y del gobierno estadunidense? Los tres casos mencionados, ¿no equivalen a comprar votos? Estas son las puntas de la madeja de preguntas que me asaltan día con día. Por último, y sin propósitos alarmistas, hay señales que flotan en el viento, similares a presagios de cruentos arúspices: el partido en el poder está desesperado, pues sabe que si no logra permanecer en el poder, por las buenas o las malas, escuchará las golondrinas definitivas, y esto lo puede llevar a extremos peligrosos
Arte y pensamiento
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LA OTRA ESCENA
LAS RAYAS DE LA CEBRA
verónica murguía
#Epecho
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Para Humberto Mussachio
ICHEL DE MONTAIGNE, el padre del ensayo, tenía una medalla en la que había grabado su fecha de nacimiento y su lema: Epecho, una divisa griega usada originalmente por los escépticos y que se ajustaba perfectamente a la forma en la que este pensador se colocaba ante la vida. Epecho es prestar atención y también, abstenerse de actuar. Montaigne dedicó su vida y su trabajo a pensar por sí mismo y, según la medalla, a abstenerse. Confieso que no siempre comprendí lo que Epecho significaba, pero ahora quizás, por fin, lo he entendido. Ante el debate en el que se ha convertido el #MeToo he estado callada y atenta. Siempre me he considerado feminista y reivindico mi postura, pero algunas de las ideas expresadas a raíz del movimiento en el que se convirtió el hashtag me parecían todavía proteicas. La mayor parte de estas posturas fueron manifestadas, y lo recalco, por mujeres que no viven en este país y que militan y trabajan en atmósferas mucho más seguras: estadunidenses y europeas. Son aquellas que tacharon a Margaret Atwood, una escritora que ha hecho mucho más que cualquiera de sus detractoras por las mujeres y por el mundo, de ser machista. Esto porque Atwood defendió al también escritor Steven Galloway de una campaña que lo hacía ver como “un violador en serie” por haber tenido una relación amorosa con una alumna. La posición de Atwood era, me parece, razonable. No considerar culpable al acusado hasta que se demuestre que lo es. Como vivo en México, el país del “góber precioso”, donde miles de culpables de tráfico y violencia contra niñas y mujeres andan pavoneándose por la calle y algunos con
Michel de Montaigne
mil guaruras, esto se oye como algo sensato y, por desgracia, lejano. De nuevo me quedé callada pero todavía más incómoda porque hubo mexicanas contra Atwood. En México hay que movernos, pero en dirección de #Niunamás, pensé. Cuando el clamor digital obligó a Catherine Deneuve a retroceder y disculparse –aunque jamás justificó la violación– por haber escrito que hay que distinguir la torpeza en el cortejo con el acoso, me retraje para tratar de asimilar la ira que muchas mujeres manifestaron. Me sentí rebasada. Ya no entiendo, me dije. Creí que lo que se reclamaba era una nueva forma de relación, pero hasta donde se me alcanzaba, no veía qué cualidades debía tener. Justo por esos días apareció una crónica escrita por una mujer que firma como Grace, relatando una cita con el comediante Aziz Ansari y acusándolo de no haber sido sensible a su rechazo. Lo que recuerdo con más claridad de esta crónica era la queja de que Ansari no era un buen amante y que la mujer se molestó porque insistió en seguir fajando. No la asustó, ni la molestó. Simplemente a Grace
no le pareció un amante delicado. Y quería meter a Anzari en el mismo saco donde se pudre Harvey Weinstein. Ahí sí que me hice bolas. Para mí, la piedra sobre la que se erige esta demanda es la coerción. Esa coerción que deshace carreras y voluntades, pero que comparada con la violencia mortal que se ejerce todos los días en este país contra miles de mujeres, me parece un asunto digno de atención, pero menos urgente que meterle en la cabeza a un ejército de sicarios, entre los cuales hay, lamentablemente, personas que forman parte de la policía o el ejército, que la vida humana es sagrada. Y aquí sí, las mujeres llevamos las de perder en México lindo y machín. Los crímenes violentos contra mujeres van en aumento y casi todos son perpetrados por hombres. Ya en esos días la discusión estaba a tope. Platiqué con amigas y algunas estaban como yo, aunque había otras que se extrañaron por mi falta de entusiasmo: casi todas hemos tenido un #MeToo y son cosas horribles de vivir y recordar. Me aparté del asunto. Pero hace unos días Humberto Mussachio envió a sus amigas un artículo firmado por Marta Ferreyra titulado “Sanar después de la tormenta”. Mussachio pedía que lo leyéramos y opináramos. Pues resulta que Marta Ferreyra dice todo lo que yo deseaba expresar y más. En resumen: para que exista un #MeToo, tiene que haber vida de por medio. Y que eso pide #Niunamás. No se niega ninguno, pero para que exista el primero, debe antes darse el segundo. En el país de Ecatepec, de Ciudad Juárez, de Veracruz, hay que luchar por no permitir que la violencia de género se normalice todavía más. Recordemos que hay gobiernos, como el de esta ciudad, que no admiten que existe. Y de ahí partimos
miguel ángel quemain quemainmx@gmail.com
La testosterona feminizante de Sabina Berman
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L MONTAJE DE TESTOSTERONA, de Sabina Berman, bajo la dirección de Ana Francis Mor, con las actuaciones de Enrique Arreola y Cecilia Suárez, me pone a pensar en los distintos proyectos teatrales que, por lo menos en Ciudad de México, definen una cartelera muy rica en lo comercial, en ámbitos universitarios y otros dedicados a promover, discutir y establecer una conversación compleja y rica con un público que identifica la diversión con una alta dosis de compromiso, reflexión e inteligencia, un espectador al que no le pesa pensar. Me llama la atención que un teatro tan decididamente comercial forme parte de la programación del inba. Se trata de un montaje que, sin dificultad, podría formar la cartelera del Teatro Chapultepec, o de ese espacio que eufemísticamente se llama Centro Cultural Telmex, o del teatro del Centro Libanés. Decir “teatro comercial” no es un epíteto, sino que así se define una forma de producir teatro con un conjunto de características que a un público le permiten creer que ha invertido bien su dinero y paga por lo que recibe. Esto significa que, según el género, la inversión en la producción, escenografía, vestuario... tiene que tener calidad y verse lo más lejano a “la improvisación”, que un tipo de público todavía cree que es el signo de identidad de esa forma de producción que se da en llamar “teatro independiente” o “teatro universitario”. El llamado teatro comercial va dirigido a un buen número de espectadores que aplauden en cuanto sale a escena el actor que ven en las telenovelas y que en el teatro pueden tenerlo “así de cerquita”. Un Hamlet por ejemplo, con un vestuario punk, o un príncipe de Dinamarca con tatuajes y estoperoles o picos, sería resultado de una grosera imaginación sin recursos económicos para recons-
truir el mundo isabelino. Pero no: este teatro comercial dirigido por Ana Francis Mor tiene un poderoso sentido del ritmo, una armonía enorme con la escenografía e iluminación que elaboró Philippe Amand, un artista reconocido y riguroso que se apoya en el video de Pablo Corkido y Damián Walsdorf, con un diseño sonoro y musical impecable a cargo de Daniel Hidalgo. No me gusta la palabra, pero “ameno” es útil para definir esa manera de hacer transcurrir el tiempo sin obstáculos, con fluidez y facilidad similares a la de los actores para conducir su interpretación. Enrique Arreola y Cecilia Suárez conforman un dúo actoral de gran solvencia, experiencia y gracia, que se adueña de unos personajes que, si bien están construidos sobre estereotipos, ellos logran dotar de vida y complejidad emocional. El primero es el director de un periódico, soberbio sabelotodo, empoderado desde su oficina en un último piso de un “edificio inteligente”, y ella es su sometida y cínica “subdirectora de contenidos” que ese 24 de diciembre ha ido a comprarle los regalos para su familia
(“¿De qué sirve una subdirectora de contenidos si no es para comprar los regalos de la familia de su jefe?”): “El último modelo del iPhone, para el mayor. El último modelo de Wii, para el chico. Para las gemelas, un Scrabble y un diccionario.” En apariencia se trata de un texto que se propone salir del lugar común desde que Miky (Cecilia Suárez) entra en escena, así como descolocar la estabilidad de un género para proponer una mirada distinta: “”Siendo ésta una comedia romántica, cabe aclarar que no es el estereotipo femenino de ese género dramático: no es una belleza, pero le tiene sin cuidado y se comporta como si fuera dueña del mundo.” Cito la obra Testosterona gracias a la edición que hizo Ediciones El Milagro (en coedición con el todavía Conaculta y latr Books) de El narco negocia con dios, titulo homónimo de una de las dos obras que integra este volumen de la dramaturgia de Sabina Berman prologado por Stuart a . Day. El narco negocia con Dios fue dirigida también por Ana Francis Mor (con las actuaciones de Moisés Arizmendi, Haydeé Boetto, Itari Marta y Juan Carlos Vives), en 2012, en el Foro Shakespeare, como se documenta en esta edición que incluye las fotos de Roberto Blenda y la de portada por Paulina Chávez. Me parece que tanto la edición de las obras como los comentarios de su prologuista y el texto Testosterona, valen la pena de ser comentados en una siguiente entrega, en tanto se trata de un texto al parecer preocupado por ser políticamente correcto, dicho esto según el espíritu deleuziano que confía en el inconsciente de las obras y les adjudica una especie de responsabilidad histórica por su manera de articularse, sobrevivir o caducar según la fuerza de su anclaje en el presente del espectador teatral
CINEXCUSAS
BEMOL SOSTENIDO
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Jornada Semanal • Número 1199 • 25 de febrero de 2018
Arte y pensamiento
Alonso Arreola @LabAlonso
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ICE EL “CARISMÁTICO” José Antonio Meade que el muy “sangre liviana” Ricardo Anaya está bueno para otros oficios mas no para el de presidente. Lo señala tras preguntarle a una audiencia –“entusiasta” y “animada”– si la oferta del candidato enemigo, rostro de una alianza multicolor, es la adecuada. Así empieza su imitación de Anaya:“Yo sé hablar ingléeees.” Luego agrega ante lo que parece un jardín de niños: “Yo sé hablar francéeees, y yo sé de turismo.” Entonces pregunta:“¿Eso le alcanza para ser presidente?, ¿ustedes lo apoyarían?” La respuesta de la masa domesticada es inmediata: “Nooooooo.” Después, con ternura malograda y como quien olvida algo que ya es el “colmo”,“la gota que derramó el vaso”, dice: “Además… toca la guitaaaarra.” Lista la presa, según su estulticia, se tira a matar: “Como guía de turistas lo podría hacer muy bien.” Por su lado, el señor Sonrisa Natural Anaya, efectivamente, insiste en mostrarnos sus dotes idiomáticas y musicales con anuncios en los que: o expone a sus hijos al ridículo (“mamáaaa, hoy quiero decirte algoooo”), o forma parte de un bochornoso ensamble de garage cuya boba selección incluye “La bamba” y el “ado ” (allí el frontman es el también candidato a senador Juan Zepeda), o tañe miedosamente la jarana en Veracruz con un grupo de marisquería, o medio rasguea la guitarra con wirikutas entusiastas entre los que baila el niño Yuawi López –talentoso y sin culpa–, famoso por lo chocante y pegajoso de un tema que usufructúa groseramente su ingenuidad. Sí… insoltin an unacseptabol. En ambos casos, y aquí lo que nos motiva en este ojo de huracán llamado intercampañas, lectora, lector, es que tanto Meade como Anaya exudan una relación torpe e ignorante con artes y culturas, presumiendo –por descalificación o asunción– capacidades que efectivamente deberían darnos luz, pero que en el caso de sus personas
Musi Candi Datos terminan exhibiendo pobreza intelectual y oportunismo rampante, cosechas ambas de un sistema político basado en joder al adversario y maltratar la inteligencia colectiva, en desatender perennemente la esencia del México creativo. Músicos como somos, hemos pasado innumerables momentos tolerando la benévola ignorancia o el desprecio directo de quienes ven en nuestro oficio un estereotipo ligado al entretenimiento o la marginación, a la falta de preparación y desconexión con el mundo. Sea en reuniones familiares o presentaciones casuales, muchos esperan justificaciones que respalden su idea de éxito y que, al no llegar –hace mucho que las abandonamos– confirman el prejuicio. Acostumbrados como estamos, no deja de molestarnos que estas conductas maniqueas en torno a las artes y la cultura, en un sentido o en otro, se magnifiquen en campañas dando por hecho que hablar idiomas y saber tratar un instrumento musical son capacidades menores o, por el contrario, destellos excepcionales de la sensibilidad iluminada.
Y no. No es que apoyemos a amlo. Sin meternos en honduras, pensamos que la relación de López Obrador con la cultura también decepciona. Él apuesta por validar su proyecto “intelectual” con figuras de esplendor jurásico, con la historia de Benito Juárez y las pirámides por delante, pero no con locomociones actuales que lo vinculen con creadores nacientes que igualmente creen en transformar a México. Él apuesta por esporádicos encuentros con gente de convicción dudosa, por confiar de más en la histórica alianza de la izquierda con el arte de los rebeldes… Aunque entendemos y compartimos sus resortes, son otros tiempos. Ejemplo: parece anecdótico que en el documental Esto soy, de Epigmenio Ibarra, Andrés Manuel aparezca en un estudio profesional junto a su esposa, Beatriz Gutiérrez, mientras ella graba “El necio”, de Silvio Rodríguez. Pero hay otra lectura repasando la letra:“Para no hacer de mi icono pedazos, para salvarme entre únicos e impares, para cederme un lugar en su Parnaso, para darme un rinconcito en sus altares… Me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a indefinirme, me vienen a convidar a tanta mierda.” Algo tan desmesurado como: “Yo quiero seguir jugando a lo perdido. Yo quiero ser a la zurda más que diestro. Yo quiero hacer un congreso de lo unido [...] Dirán que la gente es mala y no merece. Mas yo seguiré soñando travesuras (acaso multiplicar panes y peces)”. ¿Así se mira el tabasqueño en su reflejo? Dicho esto, creemos que observar la relación de “nuestros” candidatos con la música –con las artes, con los animales, con los niños, con la igualdad de género, con los derechos de las minorías–, nos dice más de lo que son y de cómo se comportarían en la cumbre, que la inmensurable basura que sale de sus bocas alrededor de temas “prioritarios”. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos
Luis Tovar @luistovars
Normalidad y redención
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L PRÓXIMO FIN DE SEMANA, cuando los premios Oscar sean entregados, muy probablemente se cumplirá de nuevo una de las reglas no escritas de dicho reconocimiento: la que consiste en no galardonar algo de lo más –o sin el “algo de”: lo más– galardonable, confirmando así la percepción de que se le nominó porque no había de otra o, más claramente, porque ignorar en términos absolutos determinada película hubiera sido una chapucería demasiado grande, incluso para una academia cinematográfica de tan dudosas decisiones como siempre ha sido la estadunidense. La cinta en turno al respecto es Tres anuncios por un crimen, originalmente titulada Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, escrita, dirigida y coproducida por el Martin McDonagh. Inicialmente dramaturgo y director teatral, este realizador angloirlandés nacido en 1970 comenzó su trayectoria cinematográfica en tiempos relativamente recientes: apenas en 2005 filmó Six Shooter, con el que al año siguiente obtuvo el Oscar al mejor cortometraje, y hace poco menos de una década debutó en largoficción con In Bruges (2009), que también obtuvo numerosos reconocimientos.
Lo incómodo y Lo posibLe La narrativa y el enfoque dramático de McDonagh –quien antes de volverse cineasta ya gozaba la buena fama de ser un dramaturgo enemigo de la edulcoración, los ambages y las perífrasis emocionales– hacen de Tres anuncios por un crimen uno de los filmes más directos, diáfanos y honestos que este juntapalabras ha tenido la suerte de ver en los años recientes. Si de influencias reconocibles se tratara, es fácil identificar aquí la clara impronta del cine de los hermanos Cohen –aspecto en el que Frances McDor-
mand es naturalmente la primera prueba–, aunque ya no tanto la de Quentin Tarantino, cuyo trabajo McDonagh ha declarado admirar. Empero, más sencillo sería rastrear guiños provenientes del ámbito teatral, de donde el autor de El hombre almohada –su pieza más representada y premiada– ha sabido extraer elementos de forma y concepto que le dan a su cine un carácter distintivo y reconocible, totalmente ajeno por cierto a lo que suele denominarse “teatro filmado”. En consonancia con lo que sucede en su dramaturgia, de la que suele afirmarse amalgama el espíritu del inglés Harold Pinter con el del estadunidense David Mamet, Tres anuncios… es una pieza narrativa surgida de la mente de alguien que, no obstante ser angloirlandés, tiene una notable capacidad para captar y reflejar entera la que bien puede ser el alma profunda de Estados Unidos: Mildred Hayes –encarnada de modo insuperable por esa actriz extremadamente talentosa que es McDormand–, habitante de una pequeña ciudad en un estado que se sitúa en el corazón mismo de ese país diverso y contradictorio al norte del nuestro, de ningún modo quiere ser famosa sino sólo que su petición a las autoridades sea atendida como debe ser; no infringiría las reglas si nada ni nadie, ya sea por acto u omisión, la orilla a esos extremos; no quiere venganza sino justicia, y aunque no es algo que se diga explícitamente en el filme, su conducta se rige por el principio protestante de la decencia, expresable asimismo en ese lugar común que habla de “lo que es normal”. Es sólo que a principios del siglo xxi la normalidad ya no es lo que era… o tal vez todo lo contrario, pero alternándose una y otra normas de tal modo que a una persona como Mildred le resulta por completo inaceptable algo como la resignación.
Ebbing, la pequeña y aparentemente apacible ciudad en la que tiene lugar la historia, representa bien el conjunto del que se hace eco –es decir, Estados Unidos mismo–: en ella conviven el racismo, más o menos soterrado, más o menos sobrellevado; la prepotencia y la inefectividad de las autoridades, también más o menos aceptada y más o menos protestada; y lo mismo sucede con la criminalidad, la impunidad y el abandono emocional de los hijos pero al mismo tiempo con la dignidad personal y, sobre todas las cosas, una capacidad empática que alcanza inclusive para brindársela a quien sólo circunstancialmente se convirtió no en su enemigo sino en su antagonista. En el fondo, si no le dan el Oscar a Tres anuncios por un crimen poco importa en términos cinematográficos, por la simple razón de que el Oscar no es un premio importante cinematográficamente hablando. Mucho más relevante es que ese pueblo, el estadunidense, y con él todos los que tanto quieren parecérsele, tengan a la mano espejos como el que les ofrece esta historia de normalidades incómodas, pero también de redenciones posibles
Trers anuncios por un crimen
CUENTO
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l 1 7 d e n o v i e m b re d e 1960, allá en Crisanta, dos enamorados, Lisan‑ dro Méndez y Matilde Caballero, contrajeron matrimo‑ nio pese a la encarnizada oposi‑ c i ó n d e s u s f a m i l i a s ; e l a m o r, decían, lo vence todo. Luego de la boda los jóvenes se fueron a vivir en una casita fresca donde Matilde pasaba sola la mayor parte del tiempo, ya que su marido salía de casa poco antes de las siete de la mañana y volvía pasadas las nueve de la noche. Entonces Lisandro se ponía a practicar ejercicios gimnás‑ ticos y boxeo de sombra durante poco más de una hora. Había que estar en forma. Trabajaba como chofer repartidor en la cervecería de Crisanta, no obstante ser hijo de uno de los tres dueños de la compa‑ ñía, o quizá por serlo, y cuando concluía su turno iba a comer con su mamá y con ella permanecía hasta después de la cena. Los domin‑ gos, Matilde se sentía más sola que nunca. Su marido se levantaba antes del amanecer y se iba a la playa con sus papás y sus hermanos, como lo había hecho prácticamente toda la vida. Ella no podía acompañarlo porque en la familia de él no la querían, y tampoco podía ir a visitar a su propia familia porque él no le daba permiso. Creo que ella no lograba comprender bien a bien la situación. Imagínate, una chama‑ q u i t a d e e s c a s o s c a t o rc e a ñ o s y enamorada. Una noche, mientras contemplaban las estrellas y oían los cantos de los grillos y de los sapos y se balanceaban suavemente en sus mecedoras en el corredor que daba al patio, Matilde le dijo a su esposo que no entendía por qué, si él ya estaba casado, seguía pasando casi todo el tiempo con su mamá en vez de con su mujer. Se fueron a dormir sin que hubiera una respuesta, y a la mañana siguiente él comentó las
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palabras de Matilde con doña Rosaura, su madre, quien usaba un grueso bastón no para ayudarse a caminar sino para golpear a sus hijos en las espaldas si la desobedecían. Según sé, la contestación de doña Rosaura fue más o menos: “¿Ya ves cómo yo tengo razón? Lo único que quiere esa chiquilla abusiva es sepa‑ rarte de mí. Pero no lo voy a permi‑ tir, ¿me oyes? En este mismo instan‑ te vas a recoger tus cosas y se acabó.” Y él fue a recoger sus cosas y punto, se acabó. Tres días más tarde, acom‑ pañado –escoltado, mejor dicho– por su hermano Celso, que era un afamado bravucón, fue a decirle a Matilde que debía desalojar la casa porque sus padres ya la habían alquilado a otras personas. Ella sacó fuerzas de donde pudo y protes‑ tó: “No, ni creas que me voy a otro lado, esta es mi casa, de aquí no me salgo.” Y entonces, entre los dos, la sacaron a empujones, le botaron sus pertenencias a la calle, cerraron la casa con llave y se fueron. Matilde, avergonzada e indefen‑ sa, regresó con los suyos. Tenía dos hermanos: Enrique y Eduardo, y una hermana: Graciela. Los tres mayores que ella. Su madre había muerto joven, cuando Matilde aún n o c u m p l í a l o s c u a t ro a ñ o s ; s u padre, con el propósito de tener quien le cuidara los hijos, volvió a casarse, sólo que a la nueva esposa no le acomodó el papel de madras‑ tra y don Eduardo tuvo que buscar una casa aparte para sus hijos y los mandó a vivir con sus hermanas Adela, Conchita y Sofía, quienes hicieron las veces de mamás para los cuatro huérfanos, especialmen‑ te para las chiquitas. Matilde regre‑ só, pues, y por un lado la recibieron con mucho contento, y por el otro con las recriminaciones y las reservas de rigor porque todo el mundo le había advertido, en todos los tonos habidos y por haber, que iba
secreto roto Agustín Monsreal
su madre, quien usaba un grueso bastón no para ayudarse a caminar sino para golpear a sus h i j o s en l a s espalda s si l a desobedecían
a un fracaso seguro. Don Eduardo encontró en el regreso de Matilde un excelente pretexto para alejarse aún más de sus hijos, ya que su corazón y su dignidad estaban hechos pedazos por el comporta‑ miento de su hija menor. A todo esto, Matilde se encontraba emba‑ razada y, penas más, penas menos, aguardó con paciencia el día de dar a luz. Hasta donde me es posi‑ ble saberlo, su esposo no se había vuelto a acordar de ella. La madrugada del 28 de agosto de 1961, Matilde parió un niño de cuatro kilos y medio. Graciela, la hermana mayor, tenía un preten‑ diente llamado Fermín y éste fue el encargado de ir a darle la noticia al desentendido padre de la criatura. Un mes más tarde, entre arrepenti‑ do y orgulloso, acudió a conocer a su primogénito. Matilde y él habla‑ ron, reconocieron sus errores, se per‑ donaron cuanto tenían que perdo‑ narse, confesaron todo lo que se querían, hubo un principio de reconciliación y quince días después volvieron a vivir juntos, al parecer dichosos, amorosamente en paz. Cuando el chiquito cumplió cuatro meses de edad fue bautizado con el nombre de Lisandro. Esa misma noche, Matilde fue abandonada otra vez y para siempre. Su marido tenía al pequeño en brazos, cuando se aproximó doña Rosaura y le dijo, delante de todos: “Ese niño no es hijo tuyo.” A causa del disgusto tan tremen‑ do que le ocasionó la infamia de su suegra, y la cobardía de su esposo que no se atrevió siquiera a mirar‑ la de frente, a Matilde se le fue la leche y ya no pudo seguirme amamantando. Creo –lo digo y lo reconozco hoy, por primera vez en mi vida–, que a este destete prematuro se debe la desolación t a n p ro f u n d a q u e h e p a d e c i d o siempre
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