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La niña que escucha

PARA QUIENES dudan que el verdadero amor existe y puede durar para siempre, les vendría de perlas conocer la historia de Juan, un anciano, exactivista estudiantil de los sesenta, que nunca dejó de visitar en el asilo, puntual, y hasta la muerte, a su novia de la juventud arrebatada por la esquizofrenia. Y no, no es una leyenda urbana, es una de las siete historias reales consignadas en el hermoso libro Villa Paraíso, de Selene Carolina Ramírez (Nitro/ Press, Instituto Sonorense de Cultura, 2022), que si bien obtuvo el premio en el género cuento del casi centenario Concurso del Libro Sonorense 2021, es en realidad una colección de crónicas que funcionan asimismo como una suerte de álbum de fotografías mentales y nostálgicas de un grupo de ancianos, dentro de un rango de edad no especificado que habitan un asilo ubicable para los originarios y/o habitantes de Hermosillo, Sonora, pero que dentro de esta ficcionalización recibe el nombre que da título al libro.

Esta obra puede analizarse desde múltiples vertientes. El espacio nos permite centrarnos en dos: la primera, recuperar la tradición del intercambio narrativo/ oral entre un joven y un viejo, como un retorno a la infancia en que los abuelos se encargaban de transmitirnos la tradición oral a partir de esbozos autobiográficos, en particular aquellos que vivieron alguna guerra o revolución. La segunda, esencial, visibilizar a ese sector de la población tan ignorado no sólo por la sociedad, sino también por la literatura. Perdón si omito el eufemismo “adulto mayor”, o el colmo del ridículo foxista, “jóvenes en plenitud”. Soy de la idea de que hay que dignificar el término “anciano (a)”; incluso “viejo”, que en otros países es pronunciado como una caricia, cargado de respeto. Nacida en Hermosillo en 1986, Selene solicitó permiso para visitar a los huéspedes de este asilo con la finalidad de hacerles compañía, pero también de tomar partes de sus historias de vida, con un resultado que involucra denuncia social y poesía en estado puro. Ya en anteriores colecciones de cuentos la autora sonorense nos ha deslumbrado con un manejo del lenguaje impecable pero no alienado, y este libro se caracteriza, además, por un proceso hasta cierto punto periodístico, así como una manifiesta capacidad de empatía que queda plasmada no sólo en la extraordinaria recreación de sus personajes, sino en la reproducción de sus conversaciones con ellos.

Tenemos acceso al rejuvenecimiento de los personajes, a través de nostalgias en sepia que la narradora pega con la pericia de un antiguo restaurador fotográfico, sin intervenciones que alteren la pureza del recuerdo, como también de sus condiciones actuales que explora sin cortapisa, sin darse permiso para pasar por alto úlceras, aromas, pliegues. La piel, en “Estudios socioeconómicos”, es admirablemente descrita, incluso sentida por la joven que confronta la vejez con un respeto más próximo a la veneración que al temor o la compasión: “Yo también fui poesía. Debajo de esa piel permanece atajada la memoria que habla desde el relieve. Todas las historias están contenidas dentro de los pliegues de cartón/piel.”

El último relato es también una recapitulación de cómo surgió la inquietud de abordar la vejez genérica a partir de múltiples experiencias. El instante en que la joven de larga cabellera, acarreando una guitarra con la que habrá de improvisar el fondo musical de un par de relatos, ingresa a un lugar que lo mismo puede ser moridero que el comienzo de una nueva (y digna) vida. Selene confiesa que, a diferencia de la gran mayoría, se preocupa de su “yo viejo” que en algún momento se manifestará, pero por lo pronto aprenderá a amarlo prestándose como “la niña que escucha”. Su majestuosa prosa es el producto de saber cómo y dónde escuchar y, en consecuencia, reconocer el mecanismo a través del que elegimos las historias que queremos contar: “La memoria no es aquello que recordamos, es aquello que queremos recordar” l

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