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Cayó de la gracia el chiste
from Semanal 26/03/2023
by La Jornada
ES IMPOSIBLE VER ¡Que viva México! (2022), el filme más reciente de Luis Estrada, separado de sus antecesoras, por varias razones más bien obvias. La primera tiene sustento en lo que el propio realizador ha declarado desde hace muchos años: que con La dictadura perfecta (2014), El infierno (2010), Un mundo maravilloso (2006) y La ley de Herodes (1999), su intención ha sido hacer una crítica, en clave satírico/paródica y de humor negro, del ejercicio del poder en México. En tono y género idénticos la estrenada recientemente se suma rematando, aunque quizá sólo prolongando algo que, sin ser en rigor una saga, sostiene una clara unidad estilística y de contenido. Cada una de dichas películas responde a un momento histórico específico: a La Ley… corresponde el penúltimo período presidencial priista; a Un mundo… el de la falsa alternancia foxista; a El infierno la pesadilla criminal de Felipe Calderón, y a La dictadura… la podredumbre corrupta de Peña Nieto. Por lo tanto, ¡Que viva México! sería la transposición satírica del sexenio que va corriendo, el de López Obrador. Vistos en conjunto y en función tanto de su eficacia argumental como de su contundencia satírica, los filmes dibujan una gráfica con ascensos y descensos: comienza en un punto muy alto que luego se confirmaría inalcanzable; después baja, aunque no demasiado, en el segundo punto; sube considerablemente en el tercero, aunque sin alcanzar a la primera; vuelve a bajar de manera sensible en el cuarto, y en este último acaba por desbarrancarse. La pregunta inevitable aquí sería: ¿por qué, si a los cinco filmes asisten idéntica intención, concepción, estilo, autor e incluso intérpretes principales, y si además los cinco tienen, ni cómo dudarlo, mucha tela de dónde cortar en cuanto a posibles críticas?
La respuesta está en el filme
CONCENTRADOS EN el último, ¡Que viva México!, la respuesta bien puede estar contenida en la propia pregunta: funciona peor que sus antecesoras precisamente por ser igual a ellas; dicho en otras palabras, por esforzarse en demostrar, sin lograrlo, que su actual objeto de crítica también sigue siendo el mismo, sólo que dicho objeto ya no sería el poder, conceptualmente hablando, sino el gobierno en términos subjetivos. Lo dice el propio Estrada en boca de su protagonista, hacia el final de la película: “Cómo me recuerda este gobierno a los anteriores.” Empero, si esa hubiera sido la intención –denostar al actual gobierno y ya–, faltaría considerar que la participación de dicho gobierno en la trama es periférica y no central: abre y cierra la historia, pero la nuez de ésta no consiste ni en el ejercicio del poder ni en su relación –justa o no, corrompida o no, diferente o no– con los gobernados, sino en la canibalización que entre ellos llevan a cabo, puesta en práctica por medio del sanguijuelismo material al que es sometido el protagonista: “único miembro de la familia que logró salir de la miseria vuelve a su pueblo sólo para que sus parientes lo empobrezcan y enloquezcan hasta conseguir que vuelva al redil y deje de creer que él es diferente”. En terminos cuatroté, ¡Que viva México! no es ninguna crítica al poder y ni siquiera al gobierno, sino un desmentido ridiculizante del “pueblo bueno”, que de trabajador y honrado tiene muy poco o de plano nada.
Sin duda todo lo anterior influye en que el filme no funcione como sus antecesoras, pero tampoco debe soslayarse un hecho que trasciende a las cinco: sencillamente las fórmulas se agotan, y más cuando se pretende su aplicación calcada a realidades que, así sea en mínima medida, no son exactamente iguales. Tampoco ayudan, sino todo lo contrario, gratuidades como la dilatación artificial de la trama y el claro regodeo en la parodización de aquel cine mexicano –intención evidente desde el título– salpicado secuencia tras secuencia de bailes y canciones.
Habrá que ver cómo le queda a Estrada la siguiente; por lo pronto, con este ¡Que viva México!, cayó de la gracia el chiste l