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Ir contracorriente: Cristina Bello
Poesía
Ir contracorriente: Cristina Bello
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t Por Armando Salgado
Cristina Bello (Morelia, Michoacán, 1995) es egresada de la licenciatura en Literatura Intercultural de la ENES Unidad Morelia. Fue becaria del IX Curso de Creación Literaria para Jóvenes Escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana en la categoría de poesía, también participó en el Festival Cultural Interfaz Guanajuato-2018. Ha publicado sus poemas en medios digitales e impresos. Obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional Universitario de Poesía “Desiderio Macías Silva” (2017). Cristina Bello es parte de una generación de escritores jóvenes de centro occidente del país, quienes han articulado un diálogo fresco y diverso en Michoacán, permitiendo la inclusión y la apertura a otras fronteras poéticas. Particularmente la voz de Cristina es concisa y clara, y se suma a estos diálogos intergeneracionales para transitar desde este continuo asidero de la tradición y las vanguardias, hacia los nuevos paradigmas de este siglo.
Armando Salgado: Mucho se menciona sobre poetas radicados en el norte, en el centro y en el sur del país. Sin embargo, la región occidente levanta la mano y ha gestado una generación de jóvenes interesantes. A partir de lo anterior, ¿qué significa para ti vivir en Morelia?, ¿qué atmósfera en torno a la creación se respira en Michoacán? Cristina Bello: Considero que Morelia es una capital cultural, no solo por los festivales oficiales, también por las actividades de los artistas independientes a lo largo del año. Respecto a la creación, hay mucha gente generando literatura. Basta con acercarse a los cafés o bares que de repente parecieran lugares de invisibilidad, pero no, hay un esfuerzo e interés genuino por escribir y compartir con otros. Hay poetas de mi generación con quienes me siento acompañada como Isis Olaya, Fredy Villanueva, Jesús González Mendoza, Erik Moya, Luis Oseguera, Ivana Fauvet y Miguel Ángel Santos, quienes están justo levantando la mano para la literatura de occidente. En ese sentido, la producción literaria, no se ve reducida a los foros o mesas que organizan las instituciones.
AS: Las personas llegan a la literatura de formas distintas. ¿Cómo llegaste tú?, ¿qué opinión tienes sobre otras poéticas que transgreden el formato tradicional impreso?, ¿consideras que los tiempos actuales son ideales para escribir sin estereotipos? CB: Cuando era niña pasaba las tardes en casa de mis abuelos paternos y una vez
/// Cristina Bello. Foto de Miguel Ángel Santos.
que acababa los deberes y mis primos se iban de la casa, le decía a mi abuela que estaba aburrida y ella me respondía que en el estudio había muchos libros para leer. Así que primero fue por ocio. Después de manera más seria en la preparatoria, la maestra de Literatura me dio a leer Nocturna Palabra de Elías Nandino y como la prepa tenía un enfoque artístico, nos pedían llevar nuestros poemas y los tallereábamos en clase; ahí me di cuenta de que lo que me atrapaba de la poesía era su brevedad y la música que genera. Pienso que es importante tomar otras formas que no sean el papel o las mesas de literatura, en Michoacán está el Slam de Poesía para Morras quienes llevan un trabajo admirable, creo que cuando uno hace poesía se involucra todo; pones tu voz, tu mente y tu cuerpo en ello. Para mí escribir sin estereotipos acompaña a esta trasgresión, creo que siempre van a existir y a veces depende de los escritores y escritoras desmontarlos.
AS: Sabemos que no hay fórmulas exactas para hacer literatura. A partir de tu experiencia: ¿qué recomendaciones compartirías a quien se inicia en la escritura de poemas? CB: Yo también me siento amateur en esto, pero pienso que el camino de la escritura siempre va acompañado de la lectura, mi consejo sería leer lo doble de lo que uno escribe. Pienso que en mi experiencia universitaria evité quedarme solo con lo que las materias me dictaban que debía leer e incluso escribir. Muchas veces la vida académica y la escritura poética parecen dos fuerzas que tiran hacia lados contrarios, pero creo que la clave está en aprender a equilibrarlos y que la investigación no está peleada con la creación.
AS: ¿Cómo fomentar otros procesos de cohesión social desde la literatura, tomando en cuenta distintos problemas como la violencia de género y las alarmantes cifras de feminicidios en México? CB: Lo primero para mí es reconocer que la violencia de género existe, visibilizarla y a partir de ahí nombrarla desde la literatura. Ya se está haciendo un trabajo importante al respecto, pienso en Este cuerpo no soy, de Verónica G. Arredondo; o Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez. Otra cosa que considero importante es gestionar espacios donde se hable sobre la violencia y la creación de redes de apoyo ya sea a través de talleres de poesía, crónica u otros géneros. También propuestas como las técnicas de bordado que conjuntan la práctica y las letras me parecen ejercicios para apropiarnos y crear comunidad.
AS: ¿Crees que la literatura y los programas para fomentarla sean una vía que nos permita mejorar como personas? CB: No creo que la literatura te vuelva una buena persona o no siempre. Sin embargo, sí pienso en ella como un frente sensibilizador de los problemas que nos aquejan y mucho también tiene que ver con el fin de la literatura que le presentamos al lector. Los programas de fomento a la lectura y escritura para quienes nos dedicamos a ello, es más una manera de resistir junto a otros.
AS: ¿Qué hace Cristina Bello para no ser lo que otros esperan de ella? CB: En realidad, pienso que dejé de preocuparme un poco por eso desde hace años e intento ser lo que yo espero de mí, lo cual también pone mucha presión, pero es más llevadera definitivamente. Creo que desde la elección de estudiar letras ya fue ir contracorriente al menos en mi tradición familiar.
/// Cristina Bello. Foto de Miguel Ángel Santos.
Falda plisada
Aprendí el funcionamiento de las armas dispuestas a hacer pequeños cortes en la ropa, tracé las medidas sobre el papel, despegando el lápiz de la mesa o reteniéndolo en los dientes como retuve la granada colgando de mi esternón, esperando encontrar algo que teñir de rojo, no elegí la tela: tijeras, hilo, aguja, cinta métrica y alfileres.
Abuela me explica los colores y las telas dicen mucho, casi como los anillos que detectan sentimientos, azul para la tristeza rojo para la pasión verde para la envidia, Abuela elige una tela lisa y rosa, aún cree que soy una niña Mídete la cintura en tu parte más delgada, no quiero responder porque no sé si hallaré esa parte delgada en mi cuerpo, estoy frente al espejo, ella frente a mí y los alfileres están tan cerca, se encajan, me ciñen, a veces me pincho con ellos a veces disfruto pincharme las palmas de las manos con ellos, pero solo las manos porque el dolor es agudo, momentáneo, el dolor resultante de un metal no es frío, es más bien cálido, ojalá y yo fuera ese pedazo de metal incidiendo en la piel de otro ojalá.
La tela debe sobrepasar mi rodilla, el largo de la falda debe ocultar mis círculos verdes y morados, porque el verde les hará pensar que soy envidiosa o que mi piel lo es, y el morado en cambio les hará pensar que me creo mucho porque mis piernas son rollizas. Tomo la tela y me cubro, mido los centímetros para asegurarme que la granada no volverá, y que su pulpa rojiza encontró un sitio en alguna parte de mis costillas, la pulpa está clavada, ahí me crece otro corazón revienta me quedo casi desnuda delante de la máquina, la máquina de Abuela también revienta, no tendré una falda nueva ni mi lección de costura, habrá que esperar así, en estallido por alguien que venga a repararla.
Hay que cambiar el agua de las peceras cada cierto tiempo
Imaginaba nombres: María, Yunuén, Alejandra, los nombres salían desde la boca de mamá pero ninguno era mío, a veces pienso que mi nombre hallará otro cuerpo o su cauce que es lo mismo en algún río o en algún prado.
Entonces mamá me reconocería porque mi voz es queda, inaudible como nunca antes, porque tengo lunares que me distinguen o por la cicatriz en mi rodilla derecha cuando de niña caí, caí y seguí cayendo.
Deletreo mi nombre, largo… quisiera mejor no tenerlo / llamarme, por ejemplo, Anónimo y depositar el otro en un buzón de quejas y sugerencias, redactarían la carta y a los pocos días contestarían que sí que puedo cambiarlo ahora antes de primavera porque vendrán insectos a perforar sus propiedades o los peces de agua dulce comerían de él.
la escuela y las calles estarían plagadas de letreros y gis blanco de caligrafía ilegible, me enseñaron que los nombres llevan cargas, inventamos significados como también inventamos destinos, cuando supe el significado de mi nombre descubrí que debía alzar oraciones y besar los pies de una estatua porque mi nombre lo pedía, pensaba en las almas como humo contenido en cajitas de madera animales en cautiverio, un día quise ver una pero no contenía humo, contenía una carta tenía la palabra renuncia y estaba firmada por A.
hay que cambiar el agua de las peceras cada cierto tiempo, hay que cambiar la voz cada cierto tiempo, hay que inventarnos nombres escribirlos con gis blanco en el pizarrón, el gis blanco puede borrarse fácilmente, puede reescribirse en el prado el agua la costilla de mi padre.
Me presentaría en el salón al día siguiente, mi nombre es Anónimo, me gustan los peces y andar en bicicleta al salir tendría una amiga o dos, después las invitaría a casa para que escribieran sus nombres en pedacitos de papel y luego los olvidarían, no sabrían con qué letra empiezan ni el trazo del abecedario, todas seríamos Anónimo.
Anónimo caminaba sola por la calle Anónimo vestía una falda corta Anónimo tomó un taxi Anónimo bebió cerveza Anónimo salió de noche Corrí a casa con la carta en las manos mamá dijo que conoció a Anónimo un día un señor se la llevó en un taxi y después la encontraron desnuda en un prado o en un río.
El nombre de Anónimo salía de la boca de mamá y no era el humo que cabía en cajitas de madera o en un buzón de quejas y sugerencias ni en un pizarrón que se borra fácilmente.
Había un hueco, todavía no sé en qué parte pero lo había, quería enterrar mi cabeza ahí, llenarla de tierra y regarla, para que crecieran en ella azucenas, más tarde las cortaría y las pondría en un florero al que nunca le cambiaría el agua, dejaría a la casa hundirse en agua verde, los vecinos llamarían a emergencias y verían la casa de una suicida inundada la casa mi cuerpo enterrado en el hueco y se preguntarían: ¿cómo florecen las azucenas blancas? Mientras yo hablo con Dios y Dios me deja entrar porque a Dios le gustan las suicidas y las azucenas blancas, a Dios mi cuerpo enterrado en un jardín en el hueco enterrado flotar flotar flotar dentro del hueco flotar y la cabeza-tierra.