SUPLEMENTO CULTURAL
NO. 428 /// 20 DE ABRIL DE 2020 /// AÑO 9
DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Juan Carlos Villegas. Amparo y el gato. Acuarela. 19.5 x 20.5 cm. 2020.
El sábado 18 de abril, alrededor del medio día, cuando la luz del día entraba por su ventana, meditando a la orilla del sueño se quedó dormida y poco a poco dejó de respirar: murió en paz. La escritora zacatecana Amparo Dávila fue velada en su casa, su funeral fue sencillo y lleno del amor de su familia más cercana. Su cuerpo fue incinerado en la Ciudad de México, donde vivió la mayor parte de su tiempo, ese tiempo compartido con sus lectores a través de sus letras que permanecerán siempre vivas.
Amparo Dávila (1928-2020). In memoriam
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LA GUALDRA NO. 428 /// 20 DE ABRIL DE 2020 /// AÑO 9
La Gualdra No. 428
Editorial
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a noticia del fallecimiento de la maestra Amparo Dávila nos sorprendió y nos dolió mucho en Zacatecas. Este estado de la región centro norte del país es cuna de artistas, músicos, pintores y escritores de mucho talento; de ahí que los reconozcamos y los hayamos hecho parte de nuestra identidad. Hablar de Amparo Dávila es hablar de literatura, de belleza, aun de aquella que se encuentra en sus escenarios más oscuros narrados siempre con maestría. En La Gualdra, el suplemento cultural de La Jornada Zacatecas, preparamos esta edición en su memoria; aunque no es el primero que dedicamos a ella, sí es uno muy especial con colaboradores -zacatecanos en mayor parte- y de otras partes del país que se sumaron al homenaje en cuanto supieron la triste noticia de su fallecimiento el pasado sábado 18 de abril. La maestra Amparo, nació en el municipio de Pinos en febrero de 1928 -el mismo año que el maestro Manuel Felguérez-; ella salió de ahí cuando apenas era una niña, pero siempre estuvo en contacto con Zacatecas y recordaba con frecuencia su casa familiar; la nostalgia, esa pasión por un retorno que no se concretó de manera permanente, estuvo constantemente presente en sus letras, en sus cuentos y sus poema breves, como lo recuerda Juan Antonio Caldera quien afirma también que “es triste en tiempos aún más tristes que una persona tan querida muera. Creo que Amparo vivió una vida de plenitud, satisfacciones, esperanzas y creatividad”. Yo también lo creo, la maestra se supo querida y valorada por sus paisanos, como escritora, como una artista brillante y plena -más allá de haber sido la esposa de otro querido artista de la tierra, Pedro Coronel-; ella se ganó a pulso el reconocimiento y admiración de sus lectores. Carlos Hinojosa, quien también participa en este homenaje, dice que “En la ficción de Dávila, la ambigüedad parece permearlo todo. Algunas de sus historias más evocadoras, de hecho, poseen tal vigor psicológico que lo imaginado se siente inquietantemente real e inaplazable”. Con esa mirada el lector tiene más claros los escenarios de la escritora que llegó a evocar su casa de la infancia en cuentos como “El huésped”, una obra tan completa y
estrujante que fue retomada por Verónica Gerber B. en la XIII Bienal FEMSA celebrada en Zacatecas en 2018, con su pieza “La máquina distópica”, en la que involucró literatura, arte, ciencia y tecnología. En este número especial participan también Álvaro Octavio Lara Huerta, quien nos recuerda aquel Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila organizado en 2015; Simitrio Quezada aborda la presencia del terror en la obra de la maestra; Adriana Ventura, analiza la alteridad y lo fantástico en la obra y vida de la autora y nos comparte algunos datos biográficos poco conocidos; mientras que Eduardo Campech Miranda y Rebeca Mejía, por su parte, analizan el impacto de la obra de Amparo Dávila; coincidentemente, recuerdan algo muy importante: la ausencia de aquel prometido centro de lectura que llevaría el nombre de la escritora zacatecana. Pascual Borzelli Iglesias y Juan Carlos Villegas participan también en este número; el primero con fotografías y el último con la acuarela que aparece en portada. Como siempre, muy agradecida con todos ellos. En mayo de 2018 fue la última vez que nuestra querida escritora vino a Zacatecas, se le homenajeó en vida y el patio del Museo Zacatecano estuvo lleno de sus muchos admiradores; esa noche la vimos feliz, y aunque cansada, estuvo sonriendo dulcemente durante la velada. El último año estuvo en su casa, cada vez más débil, más frágil, pero lúcida, atendida día y noche por dos personas en cada turno y siempre en compañía de su hija Luisa Jaina. El sábado 18 de abril, alrededor del medio día, cuando la luz del día entraba por su ventana, meditando a la orilla del sueño se quedó dormida y poco a poco dejó de respirar: murió en paz. Fue velada en su casa, su funeral fue sencillo y lleno del amor de su familia más cercana. Ayer domingo su cuerpo fue incinerado en la Ciudad de México, donde vivió la mayor parte de su tiempo, ese tiempo compartido con sus lectores a través de sus letras que permanecerán siempre vivas. Nuestra solidaridad con Luisa Jaina y sus hijos, con Martín y con toda su familia. Buen camino, Amparo querida.
Directorio
Contenido
Amparo Dávila: inquietantemente real e inaplazable Por Carlos Hinojosa
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Amparo Dávila: entre la alteridad y lo fantástico Por Adriana Ventura El huésped [Fragmento] Por Amparo Dávila (1928-2020)
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Amparo Dávila: la palabra que huele a vida Por Alvaro Octavio Lara Huerta A manera de despedida: La sobrecogedora cotidianidad en los cuentos de Amparo Dávila Por Simitrio Quezada
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Amparo Dávila: un recuento personal Por Rebeca Mejía
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Sus miedos son nuestros miedos Por Eduardo Campech Miranda Amparo, un recuerdo Por Juan Antonio Caldera Rodríguez
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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
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Amparo Dávila: inquietantemente real e inaplazable Por Carlos Hinojosa
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or esa sagrada geometría del azar, como bien señala una canción de Sting,1 hace 12 años tuve la suerte de entrevistar a la genial escritora Amparo Dávila, en el lobby de un hotel situado enfrente de la Plaza de Armas de Zacatecas. Cabe señalar que dicho establecimiento ha cambiado de nombre varias veces con los años, aunque en un tiempo se llamó “Reina Cristina” y, durante su remodelación, en la década de los 80 del siglo pasado, surgió el rumor de que se había encontrado el cadáver de un vampiro en uno de sus sótanos. Mientras conversaba con nuestra autora, pensé que tal vez a ella le parecería un interesante juego del destino el encontrarse en un escenario con cierto “toque” sobrenatural, en virtud de la maestría con la que maneja dicho ámbito en sus relatos. Pero la charla era interesante y absorbente, sobre todo cuando salieron a relucir nombres como Alfonso Reyes, Julio Cortázar, Juan Rulfo y Juan José Arreola, por tanto, olvidé preguntarle si ella estuvo al tanto del revuelo causado por “El vampiro del Reina Cristina”. Por desgracia, el reciente fallecimiento de Amparo Dávila nos ha privado de cualquier oportunidad de hacerlo. Aunque, para fortuna de quienes amamos la literatura, nos quedan sus poemas e incomparables relatos sobre lo que esconde el lado oscuro de nuestra “realidad”. El 2020 está resultando un año intenso, por todo lo que está ocurriendo a la par de la pandemia del COVID–19, como el número estremecedor de autores que han fallecido, por ejemplo, Rubem Fonseca y Luis Sepúlveda. En este sentido, apenas el pasado 23 de marzo recibíamos la noticia de que Amparo Dávila había resultado ganadora del Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura que otorga la Universidad de Guanajuato, por su trayectoria destacada dentro del género del cuento. A este respecto, nuestro amigo Miguel Barragán Lárraga, notable periodista de la potosina Ciudad Valles, uno de los lectores más agudos y lúcidos que conozco, comentaba que dicho reconocimiento era más que merecido, ya que “la maestra es una joya, una grande del relato de horror, tiene cuentos verdadera-
/// Amparo Dávila. Fotografía de Pascual Borzelli Iglesias. 2011.
mente espeluznantes, como ese de ‘Alta Cocina’”.2 Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor. Aquellos gritos desgarradores no la conmovían, seguía atizando el fogón, soplando las brasas como si nada pasara. Desde mi cuarto del desván los oía chillar. Siempre llovía. Sus gritos llegaban mezclados con el ruido de la lluvia. No morían pronto. Su agonía se prolongaba interminablemente.3
Lo cierto es que leer los relatos de Amparo Dávila significa adentrarse al mundo de lo extraño, de lo que acecha en el umbral, Lovecraft dixit, donde se desdibujan los límites entre la fantasía y la realidad. En la ficción de Dávila, la ambigüedad parece permearlo todo. Algunas de sus historias más evocadoras, de hecho, poseen tal
vigor psicológico que lo imaginado se siente inquietantemente real e inaplazable. Dávila es una maestra a la hora de jugar y aprovecharse de los miedos de sus personajes, así como al desilusionarlos del mundo que les rodea. Incluso, podría decirse que hay una cierta brutalidad en la forma como ella los coloca en situaciones en las que están obligados a seguir soportando la locura en la que se encuentran, o a buscar liberarse de ella. Decía un teólogo español, horrorizado ante la propuesta fílmica de Luis Buñuel, que Lucifer solo habría podido surgir de un entorno tan beatífico como la morada de los ángeles, en el sentido de que la población donde nació el iconoclasta director ibérico, Calanda, es un lugar bastante apegado a sus tradiciones católicas, como su estremecedora procesión de tambores en Semana Santa. De la misma manera, es posible que una figura tan emblemática dentro de un género tan difícil de ejercer —el cuento fantástico—,
como Amparo Dávila, no pueda explicarse si no hubiera nacido en Pinos, Zacatecas, con un entorno donde es posible palpar un aura de misterio y encantamiento, donde las nubes que suelen cubrir sus cerros parecen ocultar secretos milenarios. Cuando escribí el cuento de El huésped,, pensé en la casa donde nací, porque en la que tenía el patio cuadrado viví después, cuando ya había muerto mi hermano. La vivienda descrita en el cuento tenía un patio lleno de macetas, plantas y flores, tal vez cuadrado o largo, eso no lo recuerdo, pero después tenía un huerto. Ahí fue donde recordé ciertas cosas y escribí El huésped. En la casa del patio cuadrado y los espantos ubiqué el cuento El patio cuadrado, precisamente. Ambos relatos están ubicados, podríamos decir, en las primeras casas donde viví.4
Recuerdo que, en 2015, con el
fin de brindarle un más que merecido reconocimiento, y fomentar la creatividad literaria en tal ámbito, se creó el Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila, el cual tuvo dos ediciones, hasta donde sabemos, bajo los auspicios del Ayuntamiento de Zacatecas, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes, certamen que vio publicada la antología de once relatos Andan sueltos como locos. Los organizadores comentan que la convocatoria tuvo una respuesta extraordinaria, lo cual nos habla de la vitalidad del género fantástico en nuestro país, escenario que mucho le debe a la vida y obra de nuestra Amparo Dávila. Descanse en paz.
1 https://www.latercera.com/ culto/2018/10/02/shape-of-my-heart-lametafora-perfecta-la-vida-sting/ 2 Comunicación personal a través de Facebook, 23 de marzo de 2018. 3 Amparo Dávila, Cuentos reunidos, Fondo de Cultura Económica, México, 2009, pp. 54–55. 4 Carlos Hinojosa, «La magia de una alquimia literaria», en Agenda Cultural, Instituto Zacatecano de Cultura, Junio de 2008, pp. 5-6.
Amparo Dávila. In memoriam
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Amparo Dávila. In memoriam
Amparo Dávila: entre la alteridad y lo fantástico t
Por Adriana Ventura
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l 19 de agosto de 1965, Amparo Dávila participó en el ciclo “Los narradores ante el público”, organizado por el Departamento de Literatura, actualmente Coordinación Nacional de Literatura, del Instituto nacional de Bellas Artes. El texto que la narradora zacatecana preparó para esta presentación se llamó Apuntes para un ensayo autobiográfico, texto que fuera publicado por el Instituto Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Pinos, Zacatecas en 2005. En este documento, Amparo Dávila nos relata su vida desde sus primeros recuerdos en su natal Pinos, un pueblo frío de callejones y torres, sin luz eléctrica que alumbrara las noches. Dado que no había muchos cementerios en los ranchos aledaños, era a Pinos donde la gente “iba a enterrar a sus muertos”, así fue como Amparo Dávila atestiguó las constantes procesiones funerarias que transitaban por las calles. Es un deleite leer los apuntes autobiográficos escritos de la propia mano de Dávila, pues, al igual que en sus cuentos, la genialidad de su escritura devela, como si de un cincel sobre el yeso se tratara, la luminosidad entre las sombras. En el mismo material, Amparo Dávila narra sus primeros acercamientos a los libros que encontró en la biblioteca de su abuelo y su padre. Dávila fue una niña enfermiza, tuvo que ausentarse con frecuencia de la escuela donde aprendió a leer. Cuando se quedaba en casa, pasaba las horas en la biblioteca de su padre donde la Divina comedia, ilustrada por los grabados de Doré marcaron para siempre su existencia. La atracción que Amparo sentía por los libros era compartida con su curiosidad hacia los experimentos de alquimia con los que se entretenía, como ella misma lo relata: “Mi primera afición fue la alquimia, tal vez por haber nacido en un pueblo de metales. Cuando no hacía frío me escapaba con mis perros hacia la montaña. Cortaba toda clase de flores y hierbas, juntaba pedernales y piedras que me parecían raras. Después pasaba días encerrada en una bodega vacía que había en la casa, llenando frascos con pétalos de flores y moliendo hojas de yedras y de ortigas. Los pedernales y las piedras los bañaba en aguas de colores. Estaba totalmente convencida de que el día menos pensado obtendría perfumes, venenos, oro y piedras preciosas”.
Me atrae este fragmento de sus notas autobiográficas. En otro orden de las cosas podemos decir que, con la alquimia
/// Amparo Dávila. Foto tomada de su muro de FB.
de su capacidad creativa, Amparo Dávila, efectivamente creó piedras preciosas, en forma de cuentos. Es el asombro ante lo extraordinario lo que destella en la obra de Amparo Dávila, desde sus primeras publicaciones, poemas místicos reunidos bajo tres títulos: Salmo bajo la luna (1950), Perfil de soledades (1954) y Meditaciones a la orilla del sueño (1954), en donde el tema predominante es la noche, ya puede notarse la fascinación por lo extraño que la perseguiría siempre. Para ejemplificar, me permito transcribir las primeras estrofas del poema “Lentamente caminamos”, donde pueden notarse los tempranos acercamientos al tema de la muerte, las sombras y lo desconocido a través del lenguaje. Lentamente caminamos, oscuros, pesados, mordiendo el polvo. intentando negarnos un descarnado dolor; de nosotros solo queda la cáscara —dolida sombra— lo demás, se ha ido. Recordad, ya lo dije: mis pasos son ecos milenarios, dejadme transplantada
en cualquier atardecer en cualquier calle triste, ¡Qué importa! Hay algo más allá de los endebles huesos, algo que no termina y solo dice su dolor Digo que sus cuentos son como perfumes disfrazados de venenos, porque es magia lo que encontramos en sus cuentos, la invitación abierta a que, como lectores, nos dejemos seducir por lo desconocido. Con lenguaje claro, sin demasiada experimentación narrativa, los personajes de Dávila llevan vidas ordinarias, es a partir de presencias que la misma rutina ordinaria proyecta cuando lo extraño se hace presente. En su literatura los espacios juegan un papel importante, así las descripciones de las casas, las habitaciones, las escaleras, los jardines, los pasillos que sobresalen en sus relatos. Me gustaría hacer notar la enorme consciencia que tenía Dávila sobre el espacio doméstico, algo que pocas veces se observa al analizar su obra. Para muestra, comparto un fragmento de su cuento “Fragmento de un diario”, texto escrito a manera de diario, en donde un
personaje se dedica a practicar diversos niveles de sufrimiento, pero antes de entregarse a sus aficiones nos dice, en una entrada: “Hoy puse un gran empeño en terminar pronto mis diarias tareas domésticas: arreglar el departamento, lavar la ropa interior, preparar la comida, limpiar la pipa…”. Predomina en su narrativa la experiencia femenina, como en el cuento “Alta cocina”, en donde la trama principal es la compleja preparación de algo que perturba a uno de los comensales. También tenemos el cuento más conocido de Dávila, “El huésped”, en donde una esposa narra los terribles tormentos que sufre ante la extraña presencia de un ser que el marido trajo a la casa. Por supuesto que lo siniestro guarda una conexión intrínseca con lo perturbador que resulta encontrar extrañeza en lo cotidiano, lo que debería ser conocido por ser habitual. En el estilo de Amparo Dávila, me atrevo a comentar que esa inquietud encuentra su línea medular la imposibilidad de asignar un nombre a lo extraño. No poder definir lo que nos perturba es aún más terrorífico que lo que creemos escuchar o ver, pues cuando nombramos cercamos en un halo de significados, entonces podemos combatirlo. Si no podemos nombrar y definir qué es lo extraño, se produce el miedo. Y el miedo quiebra. Esto pasa continuamente en los cuentos de Amparo Dávila, sus narradores se quiebran y nos quiebran como lectores. Algunos de los cuentos en donde se expone lo que comento son: “El huésped”, “Alta cocina”, “Señorita Julia”, “Moisés y Gaspar”, “Óscar”. 2 A los siete años, llevaron a Amparo Dávila a estudiar la primaria en el Colegio Motolinía en San Luis Potosí. Ahí Amparo se encaminó en la escritura. La secundaria la estudió en la Academia Inglesa Welcome, también en San Luis. La frágil salud de la narradora le impidió continuar con sus estudios, no obstante, su vocación como escritora se había desatado y en 1954 llegó a la Ciudad de México con la convicción de dedicarse a escribir. Amparo Dávila fue secretaria de Alfonso Reyes durante tres años. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores y recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1977. De su trabajo con el gran Alfonso Reyes, en la Capilla Alfonsina, Dávila confiesa: “Aprendí a ser libre y no guiada por algún grupo o círculo literario, o no tener más compromiso que conmigo misma y la literatura”. Amparo contrajo matrimonio con el pintor Pedro Coronel en 1958, nacieron sus hijas Luisa Jaina y Juana Lorenza. Se
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/// Amparo Dávila durante su homenaje en Zacatecas. 2018.
/// Matrimonio de Amparo Dávila y Pedro Coronel. Foto tomada del FB del Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila.
publicaron sus libros de cuentos: Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964) y Árboles petrificados (1977). En 1985 apareció una recopilación de sus dos primeros libros de cuento que se tituló Muerte en el bosque. El Fondo de Cultura Económica agregó en 2009, a sus Cuentos reunidos, el título inédito Con los ojos abiertos. Su independencia estética es una cualidad que convierta la obra de
Dávila en una narradora singular, creadora precisa y concentrada en crear sus propios universos. El trabajo que realizó solitariamente por años la reunió con autores que compartían intereses similares, con quienes pudo encontrarse en la distancia, es el caso de Julio Cortázar con quien sostuvo una amistad a través de cartas. Amparo Dávila vivió en la Ciudad de México hasta el día de
El huésped [Fragmento] Por Amparo Dávila (1928-2020) t
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unca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje. Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer. No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las personas. Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada supliqué a mi marido que no me condenara a la
tortura de su compañía. No podía resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. “Es completamente inofensivo” —dijo mi marido mirándome con marcada indiferencia. “Te acostumbrarás a su compañía y, si no lo consigues...”. No hubo manera de convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa. No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Solo mi marido gozaba teniéndolo allí. Desde el primer día mi marido le asignó el cuarto de la esquina. Era esta una pieza grande, pero húmeda y oscura. Por esos inconvenientes yo nunca la ocupaba. Sin embargo, él pareció sentirse contento con la habitación. Como era bastante oscura, se acomodaba a sus necesidades. Dormía hasta el oscurecer y nunca supe a qué hora se acostaba. Perdí la poca paz de que gozaba en la casona. Durante el día, todo marchaba con
aparente normalidad. Yo me levantaba siempre muy temprano, vestía a los niños que ya estaban despiertos, les daba el desayuno y los entretenía mientras Guadalupe arreglaba la casa y salía a comprar el mandado. La casa era muy grande, con un jardín en el centro y los cuartos distribuidos a su alrededor. Entre las piezas y el jardín había corredores que protegían las habitaciones del rigor de las lluvias y del viento que eran frecuentes. Tener arreglada una casa tan grande y cuidado el jardín, mi diaria ocupación de la mañana, era tarea dura. Pero yo amaba mi jardín. Los corredores estaban cubiertos por enredaderas que floreaban casi todo el año. Recuerdo cuánto me gustaba, por las tardes, sentarme en uno de aquellos corredores a coser la ropa de los niños, entre el perfume de las madreselvas y de las buganvilias. En el jardín cultivaba crisantemos, pensamientos, violetas de los Alpes, begonias y heliotropos. Mientras yo regaba las plantas, los niños se entretenían buscando gusanos entre
su muerte: 18 de abril de 2020. Día triste para las letras mexicanas. Desde aquí la despido, agradezco su convicción por la escritura, su mirada enigmática de hechicera nata. La despido, con la promesa de acudir a sus libros cuantas veces sea necesario, para seguir descubriendo la magia que dejó oculta entre piedras y frascos de flores, yedras y ortigas. 18 de abril de 2020
las hojas. A veces pasaban horas, callados y muy atentos, tratando de coger las gotas de agua que se escapaban de la vieja manguera. Yo no podía dejar de mirar, de vez en cuando, hacia el cuarto de la esquina. Aunque pasaba todo el día durmiendo no podía confiarme. Hubo veces que, cuando estaba preparando la comida, veía de pronto su sombra proyectándose sobre la estufa de leña. Lo sentía detrás de mí... yo arrojaba al suelo lo que tenía en las manos y salía de la cocina corriendo y gritando como una loca. Él volvía nuevamente a su cuarto, como si nada hubiera pasado. Creo que ignoraba por completo a Guadalupe, nunca se acercaba a ella ni la perseguía. No así a los niños y a mí. A ellos los odiaba y a mí me acechaba siempre. Cuando salía de su cuarto comenzaba la más terrible pesadilla que alguien pueda vivir. Se situaba siempre en un pequeño cenador, enfrente de la puerta de mi cuarto. Yo no salía más. Algunas veces, pensando que aún dormía, yo iba hacia la cocina por la merienda de los niños, de pronto lo descubría en algún oscuro rincón del corredor, bajo las enredaderas. “¡Allí está ya, Guadalupe!”, gritaba desesperada. Guadalupe y yo nunca lo nombrábamos, nos parecía que al hacerlo cobraba realidad aquel ser tenebroso. Siempre decíamos: —allí está, ya salió, está durmiendo, él, él, él... [Versión completa en la página ljz.mx]
Amparo Dávila. In memoriam
/// Amparo Dávila y su gato. Foto del FB de Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila.
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Amparo Dávila: la palabra que huele a vida Por Alvaro Octavio Lara Huerta
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a incertidumbre, lo desconocido, la magia y las fantasías son constantes en la obra de Amparo Dávila, una de las glorias de las letras zacatecanas y que tuvo un tremendo aporte a la literatura universal. En el año de 2015 impulsamos desde Zacatecas una plataforma de difusión que contribuyó a que su espléndida obra fuera redescubierta por el público. A continuación, comparto parte de un texto presentado en Palacio de Bellas Artes con motivo del lanzamiento del Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila. “La obra de la maestra Amparo Dávila llegó a mí, como llegan las cosas más maravillosas de esta vida, me encontró, era apenas un niño, conocí a la maestra de la mejor manera: a través de sus cuentos. Recuerdo perfectamente aquel momento en el que el misterio enigmático emanado de sus poderosas letras atrapó mi tiempo libre y muchas veces mi tiempo de escuela, lo mismo ‘Tiempo destrozado’ como ‘Árboles petrificados’ marcaron mi gusto y pasión por esa ‘realidad que tiene dos caras, esa, donde suceden cosas extrañas’. Después fui profesor universitario y disfrutaba compartir los fantasiosos
y fantásticos cuentos con mis alumnos siempre ocultando por un momento su autoría y haciendo dinámicas que constataban la vigencia e intensidad de las creaciones. Así fue como comenzó el sueño de que su trabajo fuera conocido y reconocido, con esa inquietud nocturna de un proyecto de divulgación permanente de la obra de Amparo Dávila que provocara de igual manera al lector como al escritor. Y me pasó lo que a la “Señorita Julia”, el insomnio de las pasiones me evitaba conciliar el
sueño, la ansiedad y necesidad no me dejaron en paz hasta encontrar la manera de hacer que esto sucediera. El reto fue generar un proyecto que impactara entre los creadores jóvenes y que respondiera al momento histórico en el que vivimos. Así comenzó el trayecto en el cual descubrimos que la obra de Amparo Dávila sigue derrochando magia pues hasta la fecha no ha habido nadie que no se sume a esta fabulosa complicidad que hoy vemos cristalizada. Palacio de Bellas Artes nos sirve de marco inmejorable, la fiesta de lo fantástico encarnada en el lanzamiento oficial de la convocatoria para el Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico, ofreciendo la bolsa más grande en su categoría (100,000.00 pesos) y la publicación impresa y difusión del texto ganador en distintos medios. Además de la divulgación de la sorprendente obra de nuestra homenajeada, el proyecto fomenta la producción y promoción de la obra de escritores emergentes situando a nuestro querido Zacatecas como un contexto artístico único en su tipo, territorio natural para lo fantástico. Para la Dirección de Arte y Cultura de Zacatecas es de suma importancia el impulso del patrimonio creativo, del cual Amparo Dávila es pieza fundamental y desde hoy se consolida como fuente inagotable de inspiración. La convocatoria fue pensada para romper con la idea de que tener un texto publicado en un libro impreso es casi imposible, generando un espacio
necesario de exploración literaria para escritores emergentes, el proceso de esta convocatoria, su promoción e interlocución está conceptualizado desde la accesibilidad. La maestra Amparo Dávila siempre nos orientó y acompañó en todo el proceso de producción (he de confesar que el gran acierto de un premio único fue idea de la maestra, quien sentenció: ‘Un cuento es bueno o no, no hay medias tintas’). Gracias, Amparo, por darnos motivos para que ‘la magia perdure, el pensamiento mágico, el sortilegio inasible de la palabra que huele a vida’ permanezca para siempre”.
Después de las dos exitosas (y lamentablemente únicas) ediciones del premio vinieron más merecidos reconocimientos, como la medalla Bellas Artes ese mismo año; la dedicatoria de la Feria Internacional del Libro de minería 2016; el homenaje en la Feria Nacional del Libro de León en 2017; el Festival Internacional Cervantino en 2018; y recientemente el Premio de Literatura Jorge Ibargüengoitia 2020, de la Universidad de Guanajuato, del cual afortunadamente pudo ser notificada antes que la contingencia pospusiera la entrega. Su legado es invaluable y es tarea de quienes nos dedicamos a la promoción de la cultura que se siga promoviendo, leyendo y escribiendo sobre lo fantástico que es el trabajo de la mejor escritora que ha dado nuestro Estado.
A manera de despedida: La sobrecogedora cotidianidad en los cuentos de Amparo Dávila t
Por Simitrio Quezada
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racias a Amparo Dávila supimos que lo sobrenatural no es siempre ultranatural ni monumental. Me explico: el terror no es un capítulo aparte ni un promontorio que se anuncia con espectacularidad. No es un especial de medianoche, no un apartado para los exquisitos. El terror, el pavor que acomete total o gradualmente y sin compasión, el que destruye en vida, el que de todo se adueña sin pedir permiso ni haber externado amenaza, se encuentra tan lejos como la orilla de nuestros dedos, de nuestra jornada, de nuestra pequeña y cotidiana y frágil esperanza. El terror está entre nosotros, entre nuestros días, entre nuestros objetos y afectos cotidianos, en la estola del clóset o la mascota recién traída a casa o el hermano con retraso mental o lo que se está cocinando. En efecto, somos todos la señorita Julia, invadida “de la nada” por esos ruidos, sin saber por qué, sin saber para qué, sin saber nada más que la imperiosa necesidad de entregarse a una tarea de con-
feccionar venenos y dejar que todo lo demás –vida familiar, trabajo, noviazgo, tranquilidad– se derrumbe. Todos somos la esposa del marido que llevó al huésped de grandes ojos amarillos, todos somos Guadalupe viendo a su hijo golpeado por la bestia, todos somos incluso el pequeño Martín que llora y llora en la acometida del animal alojado en el cuarto de la esquina. Todos somos eso y vivimos en el desvelo de cada cuento escrito por la sagaz pluma de la pinense y luego citadina Amparo. La sobrecogedora cotidianidad que sus cuentos nos muestra Amparo Dávila es más sutil que la que nos dejó Quiroga, el trágico maestro Quiroga, en sus fatídicas narraciones. Plasmada por mujer, además, con mujeres y su fragilidad bien administrada por los correctos y decentes machistas de mitad del siglo XX. O por tradicionales familias, como en el cuento “Óscar” que, aunque pudientes y honorables, no pueden salvarse del hijo agresivo e intolerante que vive en el sótano y es el verdadero dueño de la casa. Al respecto, escribe la cuentista, “La fatalidad se
imponía y eran sus víctimas, sus presas, no había salvación”. Como narradora, Amparo Dávila es, más que sutil, exquisita. No se detiene en la grandilocuencia: puede ser más apabullante, de hecho, la prosa sencilla. Los inicios de sus cuentos siguen esa línea: “Mi vecino el señor Rojas pareció sorprendido al encontrarme sentado en la escalera” (Fragmento de un diario), “Nunca olvidaré el día que vino a vivir con nosotros” (El huésped), “Dejó a los amigos que insistía en que se quedara con ellos y salió del club” (Un boleto para cualquier parte), “Había anochecido y Gabriel Valle estaba listo para salir” (La quinta de las celosías), “Estaba comprando el periódico de la tarde, cuando se vio pasar, acompañado de una rubia” (Final de una lucha). Desde lo cotidiano se llega lo atronador, sin señalamiento, sin preparación ni víspera, sin trompeta del Apocalipsis ni opaca nube o revelación en el firmamento. En el abril más cruel que muchos hayamos conocido, en una cuarentena tan asfixiante como cualquiera de sus cuentos, murió la maestra Amparo. Los homenajes se quedarán
/// Amparo Dávila (1928-2020).
cortos, el alto volumen servirá de nada. Solo resta el todo de su narrativa y su poesía, y la sencillez con la que supo conducirse en vida. Su enorme sutilidad nos es necesaria a varios de nosotros, su escritura continuará siendo escuela no para todos: solo para quienes frente a ella sepamos descalzarnos y de veras aprender. siquezada@hotmail.com
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Amparo Dávila: un recuento personal
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Por Rebeca Mejía
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onocí a Amparo Dávila el primer año de la licenciatura en historia de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), en la materia de “Introducción a las letras”. Nunca había oído hablar de ella, en cambio mis compañeros oriundos de la ciudad, afirmaron haber leído uno o dos de sus cuentos en una antología de la preparatoria. A pesar de esto, el (re) descubrimiento de la autora fue compartido. La tarea era leer un cuento para la próxima clase: “El huésped”. Nos llevamos la siguiente sesión en debatir intensamente quién o qué era aquella visita inesperada y desagradable que describía la historia. Hubo propuestas realmente terroríficas, desde pensar que no era humano sino bestial hasta decir que quizá solo era producto de la imaginación de la protagonista. El gran enigma para nosotros era descifrar qué simbolizaba. Después vinieron otros cuentos como “La señorita Julia”, “El Espejo” o “Moisés y Gaspar”, todos ellos pertenecientes a su libro Tiempo destrozado (1959). Sería hasta 2014 que la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica decidiera lanzar los Cuentos reunidos de Amparo Dávila, incluyendo sus relatos más recientes. Una edición que compilaba todos sus cuentos publicados en distintas colecciones como Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1961), Árboles petrificados (1977) y Con los ojos abiertos (2008).
Ese mismo año fue colocada la primera piedra del Centro de Lectura y Formación Lectora “Amparo Dávila Robledo”, por el entonces gobernador Miguel Alonso Reyes. Este centro contaría con catorce mil ejemplares de libros y prometía llegar a ser “referente nacional”. Se auguraba una “construcción de 815 metros cuadrados y una inversión de 7 millones de pesos”, el Centro contaría también con taller y sala de lectura, bebeteca, taller de pintura, audiovisual, galería para exhibiciones y servicios generales. La autora en su momento declaró sentirse honrada y habló de la importancia de la lectura en su vida, “pues los libros nunca nos dejan solos”. Sin embargo, el proyecto no prosperó con la justificación de que se presentaron “otras prioridades”. En 2015 la escritora visitó Zacatecas con motivo de la presentación de la convocatoria al Primer Premio Nacional de Cuento Fantástico “Amparo Dávila”, que resultaba ser una iniciativa creada en conjunto por el Municipio de Zacatecas, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes; cuyos objetivos eran dar visibilidad a la obra de la autora zacatecana y promover la creación literaria entre los escritores jóvenes de México. Todavía muy lúcida y contenta por estar en su tierra, la autora habló sobre la literatura fantástica y de terror; cómo entendía ambas y cómo había llegado inscribirse en ellas a través de sus propios miedos que cambiaban con la edad. Lo malo fue que casi no se escuchó nada de esta magnífica participación porque esa tarde
cayó una tormenta; truenos y relámpagos le daban a la escena un halo espeluznante, se trataba de un guiño de la naturaleza o una coincidencia hasta cierto punto graciosa. A la autora no parecía importarle, continuó su lectura y al final, cuando la lluvia amainó, el público pudo acercarse con ella a saludarla, pero hubimos algunos afortunados a quienes la escritora firmó su ejemplar de cuentos. Dávila regresó a la capital del estado en 2018 para la Feria Internacional del Libro en Zacatecas (FENALIZ), en donde se le rindió el último homenaje en vivo por su legado literario. En aquella ocasión la programación exploraba la literatura fantástica como temática principal, en resonancia con la obra de la escritora. Durante la presentación estuvo acompañada, como en cada una de sus apariciones en público, por su hija Luisa Jaina Coronel. La autora habló sobre el rigor estético en la literatura fantástica en términos más allá de la técnica. Ese mismo año el Fondo de Cultura Económica apostó por una “selección de los cuentos más incitantes y perturbadores de la autora mexicana Amparo Dávila en una edición ilustrada para jóvenes”. La magnífica propuesta visual corrió a cargo del artista argentino Santiago Caruso, quien en su obra plasma la influencia de la estética simbolista del siglo XIX y su dedicación al estilo fantastique. El libro fue bien recibido por las generaciones más jóvenes, obteniendo distintas y favorables reseñas en canales populares de BookTubers.
A inicios de 2020 la Poesía reunida (FCE, 2011) de Amparo Dávila me acompañaba en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. El libro se compone de cuatro poemarios: Salmos bajo la luna (1950), Perfil de soledades (1954), Meditaciones a la orilla del sueño (1954) y El cuerpo y la noche (19652007). Mi preferido fue Salmos bajo la luna, especialmente por las imágenes de un Zacatecas que aún se conserva; en su procesión del silencio, en sus laberintos, en sus inviernos fríos. Los poemas se leen mejor si se conoce la biografía de la autora, siendo notorios los que evocan su niñez en Pinos, Zacatecas o su vida adulta en la Ciudad de México; todos ellos compuestos por versos melancólicos que evocan constantemente la soledad y la noche. Personalmente prefiero a la Amparo Dávila cuentista, pero fue interesante explorar su lado poético. Cuando pienso en su muerte, la imagino como los versos de su poema “Retorno a Pinos”, uno de tantos dedicado a su pueblo natal: Volveré hasta el pueblo mío, como vuelve el ave errante; cansada de alturas y de espacios. […] Volveré hasta el pueblo mío, como vuelve el ave errante, a beberme la luna, en el atole de sus jarros. *Twitter @RbkGrafia
Amparo Dávila. In memoriam
/// Amparo Dávila. Foto de Pascual Borzelli Iglesias. 2011.
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LA GUALDRA NO. 428 /// 20 DE ABRIL DE 2020
Amparo Dávila. In memoriam
Sus miedos son nuestros miedos Por Eduardo Campech Miranda t
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Cuántas autoras y autores de literatura logran reunir voluntariamente a decenas de sus lectores?, ¿cuántos más pudieron disfrutar del reconocimiento en vida? Amparo Dávila puede contarse entre ellas. Hasta hace algunos años para leer sus relatos o poemas era necesario descubrir alguno de sus títulos en las librerías de uso, visitar una biblioteca pública (estoy casi seguro que en, al menos, 80% de ellas tienen alguno de sus libros). Afortunadamente el Fondo de Cultura Económica editó dos volúmenes que han propiciado que las letras de Amparo Dávila permeen en las nuevas generaciones y que sea arropada por nuevos lectores. Cuentos reunidos (2009) y El huésped y otros relatos siniestros (2018) son las dos obras mencionadas. El primero permite acompañar la trayectoria creativa, en el ámbito de la narrativa, de la pinense. El segundo, con unas extraordinarias ilustraciones de Santiago Caruso constantemente está agotado. No obstante, las Salas de Lectura (ya sea porque en el acervo se encuentra el ejemplar, ya sea porque quien media lo adquirió) han
Por Juan Antonio Caldera Rodríguez t
/// Amparo Dávila. Fotografía de Pascual Borzelli Iglesias. 2011.
sido un lugar de encuentro y descubrimiento de Dávila. ¿Qué ofrece la obra de Dávila a quien la lee? Un mundo fantástico que, si se está acostumbrado a historias lineales, puede causar desconcierto. Pero que no deja de disfrutarse y colocar al lector en una posición de constante revisión de sus hipótesis inferenciales. ¿Qué ser es “El huésped”?, ¿un perro, un felino, un mons-
truo, un sueño, la proyección de episodios de vida? En “Alta cocina”, vuelve la duda: ¿son frijoles? Pregunta más de un lector. En una dinámica de vida, en un mundo que privilegia la certeza, la ambigüedad es otro camino para encontrar, para encontrarnos al final de la vereda. Desde el rol de mediador que trabaja primordialmente con lectores incipientes, he descubierto que Dávila, por medio de sus pala-
Amparo, un recuerdo…
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e entero, simultáneamente, por Manuel González y Jánea Estrada, del deceso, tristísimo, de la maestra Amparo Dávila. Su vida fue una prolongación de efusiones y de misterios. Tengo en mente una primera charla que tuve con ella. Me habló de su solar, de su pueblo, Pinos… Me habló de su amplia casa, de sus corredores y piezas y de las sempiternas sombras y fantasmas. Tuve ocasión de conocer esa casa sita en el centro de Pinos y de pernoctar un par de días, muchos años antes de que yo supiera de Amparo o de siquiera conocerla. A la vuelta de los años retorné a esa casa para despedirme, una mañana fresca y luminosa, de Amparo. Pero recordaba una de las primeras charlas con ella. Me habló de su niñez y de sus afanes alquimistas, de esa fantasía que la llevaba a cortar flores de toda especie, machacarlas, ponerlas en pomos con alcohol y aceites para elaborar algún extraño perfume. Me habló de su fruición por el olor del barro de los jarros que modelaban las manos artesanas de Pinos, de su gusto por el atole de maíz y del chocolate, de sus recuerdos de las estampas de Doré en el libro paterno de la Comedia, de Dante. Hace ya veinte años de aquel 2000 en que fue organizada la primera feria del libro, en el antiguo templo de San Agustín. En esa ocasión fue ella una de las invitadas especiales, y su estancia fue por
///Amparo Dávila (1928-2020).
demás memorable. Yo había hablado antes con Amparo por teléfono, mejor dicho hablé varias veces con ella para detallar su visita a Zacatecas. No nos conocíamos. A su llegada a Zacatecas fue conducida al hotel y luego a San Agustín para su charla programada. La charla sería en el crucero del lado derecho, donde se habían dispuesto sillas y en donde ya había un buen número de concurrentes.
Ella, Amparo, iba por el pasillo, conducida por nuestra encargada de Relaciones Públicas, yo hablaba con alguien y de pronto escuché: Tú eres Juan Antonio, ya te reconocí la voz. Fue sorprendente verla ahí, elegante, con su voz melodiosa y su rostro iluminado por una sonrisa afable y generosa. Desde entonces tuve muchas ocasiones de charlar con ella, en México y en Zacatecas, en cafés y en su casa,
bras, lanza un anzuelo que traspasa el intelecto y emoción del lector. Sus miedos son nuestros miedos que negamos. Dávila los nombra sin definirlos. Al concluir la lectura invita a realizar otra porque la primera pregunta que surge se relaciona con la atención que pusimos en ella. Hacemos una segunda lectura, descubrimos aspectos que habían pasado desapercibidos y sin embargo, llegamos a la feliz conclusión que no hay una respuesta única, contundente; que no hay conclusión. Los espacios descritos en sus cuentos nos llevan lo mismo por las calles de su natal Pinos a la hora del crepúsculo, a la cocina de la abuela, al establecimiento que oferta perfumes, vajillas, mancuernillas y muñecas. Esos espacios, pareciera, están a nuestra espera. Es más, los hemos visitado en nuestros momentos de pavor. Hoy muchas voces personas expondrán sus sentidas y sinceras condolencias. Hoy muchas personas lamentamos su partida. Pero no olvidemos la tomadura de pelo que le jugó la pasada administración estatal al colocar la primera piedra de un proyecto inexistente (dicen los que saben, que no así el presupuesto para su ejecución). Estas voces y sus palabras volverán a ser arribistas y efímeras, antípodas de la obra de Dávila.
pletórica de gatos y de libros. Y tuve oportunidad de comentar su obra, sus reediciones recientes de poesía y narrativa. Todavía hace unos pocos meses me dijo por teléfono que seguía escribiendo poemas, sus tan queridos “poemas breves”. Recuerdo su gentileza, su magnífica memoria, su cariño que siempre me expresó. Una vez, para un comentario sobre su poesía, cita a María Zambrano… Terminado el evento, me dijo que ella quiso mucho a María Zambrano y la leyó. Te voy a mandar un libro. Tiempo después recibí ese libro: se trataba de la correspondencia entre Alfonso Reyes, su querido maestro, que había editado el FCE. Ahí está su firma en la dedicatoria que me puso en la primera página. Es triste en tiempos aún más tristes que una persona tan querida muera. Creo que Amparo vivió una vida de plenitud, satisfacciones, esperanzas y creatividad. Recuerdo que alguna vez me dijo que agradecía el que la hayamos invitado varias veces a nuestras ferias del libro… “Yo creía que estaba olvidada”, me externó una vez. Nunca, Amparo querida, tu obra y tu genio serán la fuerza de la imaginación para los días futuros. Tu obra será y es un sello único en nuestra vida y en nuestra literatura. Es y será el amuleto sempiterno al que habremos de volver una y otra vez. Serás, como dije en uno de mis textos, citando un verso del Cantar, libro que amaste: “un lirio entre los espinos”. Descansa en la paz del Altísimo, en quien siempre creíste.