La Gualdra 428

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LA GUALDRA NO. 428 /// 20 DE ABRIL DE 2020

Amparo Dávila. In memoriam

Sus miedos son nuestros miedos Por Eduardo Campech Miranda t

¿

Cuántas autoras y autores de literatura logran reunir voluntariamente a decenas de sus lectores?, ¿cuántos más pudieron disfrutar del reconocimiento en vida? Amparo Dávila puede contarse entre ellas. Hasta hace algunos años para leer sus relatos o poemas era necesario descubrir alguno de sus títulos en las librerías de uso, visitar una biblioteca pública (estoy casi seguro que en, al menos, 80% de ellas tienen alguno de sus libros). Afortunadamente el Fondo de Cultura Económica editó dos volúmenes que han propiciado que las letras de Amparo Dávila permeen en las nuevas generaciones y que sea arropada por nuevos lectores. Cuentos reunidos (2009) y El huésped y otros relatos siniestros (2018) son las dos obras mencionadas. El primero permite acompañar la trayectoria creativa, en el ámbito de la narrativa, de la pinense. El segundo, con unas extraordinarias ilustraciones de Santiago Caruso constantemente está agotado. No obstante, las Salas de Lectura (ya sea porque en el acervo se encuentra el ejemplar, ya sea porque quien media lo adquirió) han

Por Juan Antonio Caldera Rodríguez t

/// Amparo Dávila. Fotografía de Pascual Borzelli Iglesias. 2011.

sido un lugar de encuentro y descubrimiento de Dávila. ¿Qué ofrece la obra de Dávila a quien la lee? Un mundo fantástico que, si se está acostumbrado a historias lineales, puede causar desconcierto. Pero que no deja de disfrutarse y colocar al lector en una posición de constante revisión de sus hipótesis inferenciales. ¿Qué ser es “El huésped”?, ¿un perro, un felino, un mons-

truo, un sueño, la proyección de episodios de vida? En “Alta cocina”, vuelve la duda: ¿son frijoles? Pregunta más de un lector. En una dinámica de vida, en un mundo que privilegia la certeza, la ambigüedad es otro camino para encontrar, para encontrarnos al final de la vereda. Desde el rol de mediador que trabaja primordialmente con lectores incipientes, he descubierto que Dávila, por medio de sus pala-

Amparo, un recuerdo…

M

e entero, simultáneamente, por Manuel González y Jánea Estrada, del deceso, tristísimo, de la maestra Amparo Dávila. Su vida fue una prolongación de efusiones y de misterios. Tengo en mente una primera charla que tuve con ella. Me habló de su solar, de su pueblo, Pinos… Me habló de su amplia casa, de sus corredores y piezas y de las sempiternas sombras y fantasmas. Tuve ocasión de conocer esa casa sita en el centro de Pinos y de pernoctar un par de días, muchos años antes de que yo supiera de Amparo o de siquiera conocerla. A la vuelta de los años retorné a esa casa para despedirme, una mañana fresca y luminosa, de Amparo. Pero recordaba una de las primeras charlas con ella. Me habló de su niñez y de sus afanes alquimistas, de esa fantasía que la llevaba a cortar flores de toda especie, machacarlas, ponerlas en pomos con alcohol y aceites para elaborar algún extraño perfume. Me habló de su fruición por el olor del barro de los jarros que modelaban las manos artesanas de Pinos, de su gusto por el atole de maíz y del chocolate, de sus recuerdos de las estampas de Doré en el libro paterno de la Comedia, de Dante. Hace ya veinte años de aquel 2000 en que fue organizada la primera feria del libro, en el antiguo templo de San Agustín. En esa ocasión fue ella una de las invitadas especiales, y su estancia fue por

///Amparo Dávila (1928-2020).

demás memorable. Yo había hablado antes con Amparo por teléfono, mejor dicho hablé varias veces con ella para detallar su visita a Zacatecas. No nos conocíamos. A su llegada a Zacatecas fue conducida al hotel y luego a San Agustín para su charla programada. La charla sería en el crucero del lado derecho, donde se habían dispuesto sillas y en donde ya había un buen número de concurrentes.

Ella, Amparo, iba por el pasillo, conducida por nuestra encargada de Relaciones Públicas, yo hablaba con alguien y de pronto escuché: Tú eres Juan Antonio, ya te reconocí la voz. Fue sorprendente verla ahí, elegante, con su voz melodiosa y su rostro iluminado por una sonrisa afable y generosa. Desde entonces tuve muchas ocasiones de charlar con ella, en México y en Zacatecas, en cafés y en su casa,

bras, lanza un anzuelo que traspasa el intelecto y emoción del lector. Sus miedos son nuestros miedos que negamos. Dávila los nombra sin definirlos. Al concluir la lectura invita a realizar otra porque la primera pregunta que surge se relaciona con la atención que pusimos en ella. Hacemos una segunda lectura, descubrimos aspectos que habían pasado desapercibidos y sin embargo, llegamos a la feliz conclusión que no hay una respuesta única, contundente; que no hay conclusión. Los espacios descritos en sus cuentos nos llevan lo mismo por las calles de su natal Pinos a la hora del crepúsculo, a la cocina de la abuela, al establecimiento que oferta perfumes, vajillas, mancuernillas y muñecas. Esos espacios, pareciera, están a nuestra espera. Es más, los hemos visitado en nuestros momentos de pavor. Hoy muchas voces personas expondrán sus sentidas y sinceras condolencias. Hoy muchas personas lamentamos su partida. Pero no olvidemos la tomadura de pelo que le jugó la pasada administración estatal al colocar la primera piedra de un proyecto inexistente (dicen los que saben, que no así el presupuesto para su ejecución). Estas voces y sus palabras volverán a ser arribistas y efímeras, antípodas de la obra de Dávila.

pletórica de gatos y de libros. Y tuve oportunidad de comentar su obra, sus reediciones recientes de poesía y narrativa. Todavía hace unos pocos meses me dijo por teléfono que seguía escribiendo poemas, sus tan queridos “poemas breves”. Recuerdo su gentileza, su magnífica memoria, su cariño que siempre me expresó. Una vez, para un comentario sobre su poesía, cita a María Zambrano… Terminado el evento, me dijo que ella quiso mucho a María Zambrano y la leyó. Te voy a mandar un libro. Tiempo después recibí ese libro: se trataba de la correspondencia entre Alfonso Reyes, su querido maestro, que había editado el FCE. Ahí está su firma en la dedicatoria que me puso en la primera página. Es triste en tiempos aún más tristes que una persona tan querida muera. Creo que Amparo vivió una vida de plenitud, satisfacciones, esperanzas y creatividad. Recuerdo que alguna vez me dijo que agradecía el que la hayamos invitado varias veces a nuestras ferias del libro… “Yo creía que estaba olvidada”, me externó una vez. Nunca, Amparo querida, tu obra y tu genio serán la fuerza de la imaginación para los días futuros. Tu obra será y es un sello único en nuestra vida y en nuestra literatura. Es y será el amuleto sempiterno al que habremos de volver una y otra vez. Serás, como dije en uno de mis textos, citando un verso del Cantar, libro que amaste: “un lirio entre los espinos”. Descansa en la paz del Altísimo, en quien siempre creíste.


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