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Tiempo de compensación
Desde entonces temo los últimos minutos de casi todo. Rafael Pérez Gay
t Por Alejandro Espinosa
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Por la cabeza de Raúl Márquez, entrenador de la selección mexicana de futbol, pasó el recuerdo de la batalla de Otumba. Quién sabe por qué. Imaginó la fanfarronada de Hernán Cortés gritando una tontería y robando el estandarte mexicano. Vio ondear la bandera americana en palacio de gobierno. Y temió con todo su corazón.
El tiempo oficial del partido había concluido y el árbitro auxiliar levanta la pantalla digital con la que exhibía el número de la agonía. Los tres minutos de compensación. El tiempo chicloso se alarga y se levanta como un monstruo que arrebata lo ganado. Es el boleto de lotería ganador ido porque el pantalón tiene un hoyo en la bolsa. Todo en contra, incluso los propios jugadores. Toda la concentración autoritaria se distorsiona, las piernas fallan, el oído se atrofia. El desorden subvierte las indicaciones precisas y la astucia estratégica. Los botones se cuatropean.
Nada le sale a los seleccionados mexicanos que trompican cometiendo penaltis, faltas desde donde cualquier tiro a portería es un peligro. El portero súbitamente experimenta sudoraciones que le producen una suerte de guantes de mantequilla. Todos estos síntomas pasan en el primer cuarto de minuto, es decir en los primeros quince segundos. Todos los mexicanos, incluyendo el cuerpo técnico tienen algo que contar de los fatídicos últimos momentos de un partido, porque son la otra orilla de la gloria. De aquel lado están los ganadores, de los que penden miles de preseas. Incluso los aficionados saben que Lista de objetos encontrados 3 aquello va demasiado bien, pero que en los últimos minutos cualquier cosa puede pasar. Hay quienes se tapan los ojos para no ver, quienes se salen del estadio antes del silbatazo final como aves de mal agüero.
Siempremente
El equipo contrario se da cuenta porque adelanta filas asfixiando a los ratones verdes que se sienten chiquitos, espectadores de un presagio que se cumplirá inevitablemente y contra su voluntad. ¿Cuántas oportunidades de tiros a gol se pueden crear en dos minutos?
Cronos devora a sus hijos mientras que la consistencia de los engranes tácticos se desmorona. Gol de último minuto. /// Leonora Carrington. El pescado de Virginia. Óleo / tela. Su autora falleció un 25 de mayo como hoy, pero de 2011. Así la recordamos en La Gualdra.
Le digo: más que quererte me pones, entonces ella se tiende desnuda sobre la cama como una raya de cocaína.
Memento Mori
t Por Edgar Khonde
Lo que ocurre es que ella, mujer con sombrero, va a atinar a coincidir en la página que él ha estado rondando sin atreverse a pisar todavía la palabra ausencia ni la palabra ladrón ni la palabra Turena ni la palabra amor. Él en realidad no ha iniciado la primera línea y ella ya conoce la historia. Por eso cuando él, anteojos y lingüista aficionado, le pide una instantánea de la magullada novela, -esa que relata la forma de sus ojos y el magnífico desastre de cabello que porta al despertarse-, ella exactamente dispara el párrafo y la página sin que él haya especificado nada. Ella ladrona de alguna forma con su espalda y sus muslos ha insinuado la escritura del texto titulado Los ladrones y él solo se ha percatado hasta que lo descubrió en su lengua y en el aroma de diciembre y de cuevas. Y de reyes como los que en las estrellas lo predicen todo: el tiempo, la extensión del universo, el sintagma, las perturbaciones sintácticas, los huesos, la estructura esquelética, el sonido, la velocidad del hemisferio y siempremente lo que sucede y origina el encuentro de dos cuerpos.
Entonces, comienzo de nuevo: ella encuentra una palabra mientras taciturna dibuja su silueta en el césped; la encuentra como se encuentran las hormigas y las mariquitas. La palabra anda por ahí como perdida, como si se hubiera escapado de un enunciado y no tuviera más intenciones de regresar. Ella la encuentra, la articula con sus labios, boca, lengua, nariz y se la regala al poeta. El poeta, que es su poeta, la finalmente inscribe en una hoja y la convierte en una línea. Y cíclicamente pasa: cada que ella encuentra, –roba-, un objeto, yo redacto un texto.
t Por Ronnie Camacho Barrón
Mi abuela solía decir que “La muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja”, nunca supo cuánta razón tenía, pues cuando ella murió, vi como el negro ángel de la muerte vino por su alma.
Fue así, que a sabiendas de que nada importaba y de que eventualmente mi destino sería el mismo, abandoné el rancho que por generaciones había pertenecido a mi familia y salí en busca de la gloría que nunca tuvimos.
A base de plomo y sangre, me hice de una reputación y pronto fui conocido como Javier “Tiro Certero” Murrieta, uno de los bandidos mexicanos más grandes del Salvaje Oeste, temido e idolatrado por todos los gringos a la vez.
Durante años y a lo largo de mis atracos volví a encontrarme con la muerte, la cual aparecía ante mí con cada hombre que mataba y aunque siempre intenté entablar una conversación con ella, la parca nunca me dijo nada, hasta hoy.
Hace poco, mientras dormíamos, un coordinado grupo de sheriffs y alguaciles se adentró sigilosamente en la guarida de mi banda y mató a todos mis hombres, yo no corrí con tanta suerte.
A mí me han aprendido y encerrado dentro de una jaula, tirada por caballos y rodeado por los cadáveres putrefactos de mis compañeros.
Llevamos horas de trayecto, apenas si resisto el aroma y desde que salimos de mi guarida, la muerte nos ha estado siguiendo sin dejar de recitar las siguientes palabras “Memento Mori, recuerda que morirás”.
Supongo que cuando lleguemos al pueblo, será el fin de mis aventuras.