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LA GUALDRA NO. 434 // 1 DE JUNIO DE 2020
Un número demasiado humano Noveno Aniversario Gualdreño
6 Por Javier Aranda Luna
S
i todo es información, todo es número. Los acordes de una canción de Charlie Monttana, los puntos de la divina proporción implementados por Leonardo en sus pinturas, los pixeles de una fotografía, los cuadros de una película, los capítulos de una serie (hasta La Biblia tiene un libro que se llama Números).
Estos días alterados por la pandemia del Covid, nos han recordado como pocas veces, el peso de los números: contamos a nuestros muertos cada día, nuestras semanas de confinamiento, nuestros ingresos y nuestras raciones, la temperatura de nuestros cuerpos y los inexistentes días en que todo vuelva a una normalidad distinta. Número es muchedumbre, nos dicen los textos medievales. Como sea, numeroso es lo que ya no podemos contar; la puerta
Nueve letras
*
6 Por Pilar Alba
M
e aferro a las nueve letras de tu nombre. Me refugio en cada una de ellas. Me levantan, me impulsan, me llenan de vida. Mueven las estructuras sobre las que estaba ferozmente aferrada. Su “R” me arrastra, me saca del letargo en el que a veces tan cómodamente me sumerjo. Mientras que, por el contrario, tus dos E’s me detienen cuando me desboco, cuando las fantasías me despegan los pies de la tierra. Se transforman y se vuelven onomatopeya: Eh, eh… me susurran para traerme otra vez al mundo. En las tres C’s viene la creencia que define tu nombre por completo. Entonces a pesar de lo adverso puedo construir otras realidades; creo en ti tres veces como en ellas. La “N” me acompaña en las horas de negatividad y angustia. La “I” de repente se me olvida, se me esconde, pero me gusta creer que se convierte en griega la que antes era latina, permitiéndose ser la pregunta por lo que continuará. Pero, sin duda, de las nueve para mí la “O” es la mejor de todas, porque en su circularidad me promete la idea de que lo nuestro puede llegar a ser infinito. Saboreo a cada momento las letras de tu nombre, las deletreo, las uno en sus tres sílabas de tres letras cada una. Indago en el diccionario el significado
de ellas convertidas en palabra: nombre propio masculino de origen latino en
de lo infinito. El nueve también lo es. Después de él las posibles combinaciones de los primeros números no tienen término. El nueve es el límite de lo mesurable, de lo que podemos contar sin dificultad. También es, al parecer, el número de los conocimientos humanos, pues nueve fueron las musas concebidas por Zeus. No parece casual de igual forma que nueve sean los círculos del Infierno descritos por Dante. Fueron nueve los planetas y, por la ve-
su variante en español. Proviene del latín Crescentius, derivado de crescens (creciente), sobrenombre que daban los romanos a Júpiter niño y a Diana como personificación de la luna. Entonces me da por creer que podermos ser el sol y la
leidad humana, tal vez vuelvan a serlo. A diferencia de otros animales, se gesta durante nueve meses en el vientre acuoso de la mujer, ese germen de vida que, cuando nazca, y solo entonces, se convertirá en persona, no antes. El nueve, al parecer, es el número de lo humano; la cifra de quienes ahora vivimos atenazados por la numeralia que nos impone el Covid y que no podemos imaginar siquiera lo que se acerca, lo que vendrá.
luna. Me aferro a tu nombre, a sus nueve letras, porque en este mundo de conspiraciones, pandemias e incertidumbre tú eres mi clavo ardiendo. * Para Chencho.
/// Susana Salinas. Un respiro en la memoria. Óleo sobre masonite. 22.5x30cm. 2020
El nueve en Velarde
6 Por Francisco Javier
González Quiñones
E
l 15 de junio de 1888, después de una espera de nueve meses y tal como lo marca el péndulo de la vida, el primogénito de los nueve hijos de José Guadalupe López Velarde y María de la Trinidad Berumen Llamas llegó a este mundo. El recién nacido recibió el nombre de Ramón Modesto. Nueve años después nació el poeta Carlos Pellicer, con quien Ramón López Velarde establecería una fraternal relación desde que se conocieron en el año de 1916. Entonces Ramón era maestro en
la Escuela Nacional Preparatoria y acumulaba una gran experiencia literaria, verbigracia, la adquirida en 1906 durante la edición de la revista literaria Bohemio, de la cual se publicaron nueve números. En su estancia en Venado, San Luis Potosí, a finales de 1911, López Velarde humedecía su cotidianidad entre dos habituales citas; la primera a la una de la tarde en la tienda La Favorita y la segunda “a las nueve de la noche en la cantina y los billares de don Miguel Mendoza, masonete impulsivo y boquiflojo”. En 1912 Ramón se traslada a la Ciudad de México, considera que la capital y los tiempos son propicios
para sus aspiraciones en el ejercicio público y la vida literaria. Así inicia nueve años de vicisitudes, pero también de crecimiento al lado de amigos y poetas como Xavier Villaurrutia y Carlos Pellicer, quienes lo acompañan hasta sus últimos momentos de vida. Ese periplo de nueve años ha sido trazado por el poeta y ensayista Ernesto Lumbreras, en su libro Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México, 1912-1921. Otro poeta, Juan Gelman, alguna vez confesó que tenía ocho o nueve años cuando escuchó por primera vez poemas de López Velarde. Poemas que han sido fuente de inspiración de varios artistas,
como Fermín Revueltas, quien realizó nueve dibujos a tinta para la primera edición de El son del corazón, libro publicado en 1932 como homenaje póstumo a nuestro poeta, por el Bloque de Obreros Intelectuales. La vida de Ramón López Velarde está cifrada en su obra, uno de sus estudiosos, Guillermo Sheridan, revela que en la novena estrofa del poema Ánima adoratriz, el más hermético de los poemas de Zozobra, el propio Velarde ofrece una clave sobre la enfermedad que probablemente lo llevó a su muerte. Fuensanta, esencia velardeana, es un jeroglífico de nueve letras.