La Gualdra 480

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SUPLEMENTO CULTURAL

NO. 480 /// 24 DE MAYO DE 2021 /// AÑO 10

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Pedro Coronel. Homenaje a Faustino. Óleo sobre tela. Museo Francisco Goitia-Secretaría de Cultura-INBAL.

Pedro Encarnación Coronel Arroyo falleció un 23 de mayo de 1985 en la Ciudad de México; originalmente fue sepultado en la capital del país, pero en 1986 se hicieron los trámites correspondientes para que sus restos mortales fueran trasladados a Zacatecas. Desde entonces, se encuentra en uno de los patios del museo que lleva su nombre, en el lugar que incluso había considerado para instalar un taller en el que pudiera seguir trabajando. Para recordarlo, compartimos con ustedes Homenaje a Faustino, una obra que puede ser apreciada en el Museo Francisco Goitia de la ciudad de Zacatecas.


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LA GUALDRA NO. 480 /// 24 DE MAYO DE 2021 /// AÑO 10

La Gualdra No. 480

Editorial

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edro Encarnación Coronel Arroyo falleció un 23 de mayo de 1985 en la Ciudad de México; originalmente fue sepultado en la capital del país, pero en 1986 se hicieron los trámites correspondientes para que sus restos mortales fueran trasladados a Zacatecas. Desde entonces, se encuentra en uno de los patios del museo que lleva su nombre, en el lugar que incluso había considerado para instalar un taller en el que pudiera seguir trabajando; sus planes eran muchos, pero la muerte lo sorprendió cuando tenía apenas 64 años. En su museo, actualmente podemos ver una obra inconclusa, que se exhibe en la exposición temporal que han montado para conmemorar los 100 años de su nacimiento; ese mismo cuadro se podía apreciar de manera permanente en su museo, pero quizá por razones de espacio decidieron guardarlo. Como quiera que sea, esta es una oportunidad para que vaya y pueda ver en un solo lugar varias de las piezas de su autoría: algunas serigrafías, La mujer caracol, y algunas de sus esculturas. En esta exposición se encuentran, además, varios documentos y fotografías de este artista zacatecano, entre los que podemos encontrar la invitación de su bautizo, celebrado en agosto de 1921, y que fue una de las primeras pistas que Martín, su hijo, encontró para poder afirmar que había sido en 1921 -y no en 1922 ni 1923- cuando Pedro Coronel había nacido. Ese documento dio pie para que nos dedicáramos a buscar en los archivos parroquiales el dato preciso de su natalicio: en la página 84 del libro de bautismos de la Parroquia de Zacatecas de 1919 a 1926 aparece el dato correcto, nació hace 100 años y el registro en libros se realizó el mes de agosto de 1921, fecha que coincide con el documento que hoy se exhibe en una de las vitrinas de la exposición mencionada. En ese mismo libro de registros bautismales se encuentra un dato que pudiera causar controversia, pues como fecha de su nacimiento se establece el mes de mayo y no el de marzo; esto puede ser atribuible a un error del escribano, pues en los datos sucesivos de otros niños bautizados, en la misma sección del libro, se sigue

estableciendo el mes de marzo. Otro dato que refuerza la suposición de que hubo un error de quien escribió los datos en el libro, y de que nació el mes de marzo y no en mayo, es el segundo nombre con que fue registrado: el de Encarnación. La virgen de la Encarnación es celebrada en el mes de marzo, justo el día 25, de ahí que probablemente sea esa la razón por la que haya sido nombrado así. Lo que sí es un hecho es que durante mucho tiempo se creyó que había sido más joven; incluso en su tumba, la placa dice “Pedro Coronel. 1922-1985”, pero este año finalmente se aceptó la fecha correcta. Dice Martín, su hijo, que tal vez la confusión durante tantos años, también se debiera a que su padre solía quitarse la edad, como lo hiciera también la maestra Amparo Dávila, con quien estuvo casado. Queda pendiente, en este año en que celebramos el centenario de su nacimiento, modificar la fecha en la placa de su tumba, que sigue teniendo la fecha errónea -de 1922-. Para recordarlo, compartimos con ustedes en portada de esta Gualdra 480, Homenaje a Faustino, una obra que puede ser apreciada en el Museo Francisco Goitia de la ciudad de Zacatecas. Sería magnífico que usted, querido lector, pudiera verla en próximos días; esta pieza, junto con otras más como La Lucha, El nacimiento del fuego, y Los apóstoles se encuentran en exhibición en las salas permanentes de ese museo ubicado en las cercanías del parque Sierra de Álica. También resulta muy recomendable ir al Museo Pedro Coronel a visitar la exposición mencionada, seguro se sorprenderá de ver, por ejemplo, las boletas de calificaciones de Coronel, cuando estudiaba en el Instituto de Ciencias; o el documento migratorio que le fue otorgado en su estancia en París. En la misma vitrina hay un biombo en miniatura, pintado por este artista zacatecano que tan generosamente permitió que su colección de arte universal permaneciera en Zacatecas para dicha de quienes vivimos aquí y de quienes nos visitan. Que disfrute su lectura.

Directorio

Contenido La bandera de “El doliente de Hidalgo” Por Frida Virginia Sánchez Reyes

El movimiento cultural mexicano: años veinte a cuarenta [Tercera parte] Por Mauricio Flores

El hacha y el árbol, Short Stories, de Christian Peña Por Beatriz Pérez Pereda Desgracia, de J.M. Coetzee Por Miguel Ángel de Ávila González

Adobe y desembarco Por Mariana Flores Lágrimas de Dios Por Pilar Alba

La Paloma y el Lobo, de Carlos Lenin Por Adolfo Nuñez J. Velvet y El último romántico: dos cortometrajes del CCC en el Festival Cultural Zacatecas Por Carlos Belmonte Grey

El rayo en la pestaña Por Guillermo Nemirovsky

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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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La bandera de “El doliente de Hidalgo”

Por Frida Virginia Sánchez Reyes* t

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as banderas son parte de la identidad nacional de un país, estos pedazos de tela cargados de símbolos y diferentes elementos iconográficos como el color, junto con el escudo e himno brindan una lectura del devenir histórico de una nación. Los mismos materiales utilizados para la elaboración de una bandera o un estandarte hablan de un contexto histórico, por ejemplo, en la época prehispánica los ejércitos mexicas del valle de México utilizaban diferentes banderolas, estandartes o paños de colores elaborados con plumas y armas hechas de oro para distinguir a los jefes militares según su jerarquía.

Asimismo, en la conquista de México se utilizaron materiales importados de Europa como el óleo que se usó para el estandarte de Hernán Cortés en 1519 con la imagen de la Virgen María y las armas reales de León y Castilla. Durante el virreinato en 1529 se utilizaron hilos de seda junto con óleo para la bandera con la cruz de Borgoña o San Andrés en donde el emblema de las aspas ya había sido utilizado en 1506 en la bandera española, el caso de la de Nueva España en cada extremo de las aspas se encuentra el escudo de la Ciudad de México. El periodo de Independencia no estuvo exento de banderas y estandartes, de hecho, son varias las que acompañaron al grupo de los insurgentes que buscaban la libertad y terminar con la explotación colonial. Si bien los españoles que habitaban

/// Bandera El doliente de Hidalgo, 1812. Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. Mediateca INAH.

en Nueva España contaban con su propia bandera (la de Borgoña o San Andrés), los criollos, mestizos e indígenas carecían de un símbolo que los representara, por lo que el 16 de septiembre de 1810, en la parroquia de Atotonilco, el cura Miguel Hidalgo tomó de la sacristía la imagen de la Virgen de Guadalupe y la usó como bandera en representación del movimiento insurgente. A la muerte de Hidalgo, suscitada en Chihuahua el 30 de julio de 1811, Ignacio López Rayón quedó al mando superior del movimiento insurgente, quien encomendó al teólogo zacatecano José María Cos la organización de un batallón que hiciera frente a las tropas de Félix María Calleja en Zitácuaro. Así se creó el “Batallón de la Muerte” y su insignia fue una bandera roja con una cruz negra y al centro una calavera, cruzada

/// Jefes militares mexicas, Códice Mendocino. Biblioteca Bodleiana, Universidad de Oxford, Gran Bretaña.

por dos tibias, en cada uno de los extremos de la cruz se encuentran dos triángulos de color blanco y rojo que forman una estrella, algunas investigaciones señalan que se trata del devenir de la masonería en México; en la parte superior de esta bandera se encuentra la leyenda “El doliente de Hidalgo” y en la parte inferior “De á 12.”. Algunas investigaciones señalan que esta insignia remite a un pasaje bíblico del profeta Isaías conocido como “El hombre de los dolores” en referencia a Miguel Hidalgo y al sacrificio que presagiaba una nueva realidad. Esta bandera se distingue al observar los colores que poco fueron utilizados en las banderas de la época: rojo, característico de la revolución y de los movimientos de izquierda, así como el negro y blanco. Pareciera que esta bandera hablase por sí sola, la muerte de Hidalgo no había puesto fin a la guerra de independencia, sino que solo fue parte de la primera etapa de este movimiento. Además, impresiona por el símbolo principal, el de la calavera, este símbolo de origen occidental que durante la Edad Media fungió como una igualadora y justiciera; y que se vuelve tan presente en la cultura popular de México ya que a lo largo de la historia política del país se ha caracterizado por los homicidios; es así como Claudio Lomnitz considera a la muerte “el tercer tótem nacional”, después de la Virgen de Guadalupe y Benito Juárez. El 2 de enero de 1812 los insurgentes fueron derrotados por los realistas en Zitácuaro; ante esta situación, Calleja envió “El doliente de Hidalgo” al virrey Francisco Venegas. Actualmente esta bandera forma parte de la colección Curaduría de documentos históricos y banderas en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. *Colaboradora del Área de Historia, C. INAH Zacatecas.

Ollin: Memoria en Movimiento

/// Bandera Cruz de Borgoña o San Andrés. Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.


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LA GUALDRA NO. 480

El movimiento cultural mexicano: años veinte a cuarenta Op. Cit.

[Tercera parte]

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Por Mauricio Flores*

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Novelística mposible soslayar la riqueza novelística que legó la Revolución Mexicana. Desde 1916 y hasta entrados los años cuarenta, la literatura mexicana se benefició con títulos que han trascendido los tiempos y conforman buena parte del canon más general. Un rápido recorrido por los títulos y sus fechas de publicación incluye Los de abajo (1916), de Mariano Azuela; La sombra del caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán; Ulises criollo (1935), de José Vasconcelos; Frontera junto al mar (1953), de José Mancisidor; Se llevaron el cañón para Bachimba (1931), de Rafael F. Muñoz; y El resplandor (1937), de Mauricio Magdaleno. Sin embargo, en Bibliografía literaria de la Revolución Mexicana, Fernando Tola de Habich registra cerca de mil títulos y ficha más de 500 relacionados “directamente” con el acontecimiento histórico. Al prolongar el entendimiento de “novela de la Revolución Mexicana”,1 Tola de Habich (apoyado en Ernest Moore) establece tres etapas de la novelística: “novelas que copian la vida de los soldados estoicos, de los indios libertados por la guerra, de las ciudades trastornadas por la bola que todo lo barre, que todo lo limpia, de los vínculos porfiristas”; “novelas ordenadas”; y “las del novelista intérprete”.2 Multiplicidad de estampas que no deja de reproducirse, la narrativa revolucionaria “revela todo lo que somos en un grave momento histórico, cuando hay que dar de sí todo lo que encierra el hombre — escribe Castro Leal—. En ellas aparece la

vida de México de las ciudades, la provincia y el campo; se muestra el pueblo mexicano en todos sus aspectos: devoción y apostolado, energía y heroísmo, crueldad y conmiseración, ira y violencia, anhelos y decepciones, arrebatos y cobardías, miedo y desastre, oprobio y muerte. Pero de todo lo vivido por el pueblo mexicano en aquellos duros años de prueba, violencia y redención, creo que queda un saldo favorable: la vida nueva que fuimos capaces de conquistar en la Revolución”.3 También apoyada en el género novelístico, otra narrativa de largo aliento irrumpiría en la literatura mexicana: la cristera, con José Guadalupe de Anda (1880-1950) y Los cristeros (1937), sin soslayar, claro está, a Jesús Goytortúa Santos (Pensativa), Antonio Estrada (Rescoldo) y Fernando Robles (La virgen de los cristeros).4 Como también, y paulatinamente,

la incorporación de grandes escritores y grandes obras, en muchas ocasiones vinculados a los movimientos populares y de izquierda: Ermilo Abreu Gómez, Juan de la Cabada, Ramón Rubín, José Revueltas, Rubén Salazar Mallén… Un primer rompimiento con esta tradición, quizás el más significativo, se daría con la publicación de Los muros de agua (1941), del escritor y militante del Partido Comunista Mexicano, y perteneciente a una de las familias más deslumbrantes de todos los tiempos mexicanos, José Revueltas, autoconsiderada como una “novela realista”. Los muros de agua cuenta la historia de un grupo de jóvenes comunistas que son trasladados a las Islas Marías. La experiencia militante y carcelaria sería explotada por el escritor duranguense en sus siguientes obras, específicamente en Los errores, que data de 1964, y que como otras de sus creaciones le trajo conflictos personales y con las dirigencias comunistas de esos años. “Lo importante de esta primera novela de Revueltas —escribe uno de sus más acuciosos biógrafos— es que fue el anuncio de los asuntos que le importaban: indagar profundizar en la debilidad del ser humano, en sus momentos límite. Para eso escogió comunistas, la cárcel, enfermos mentales, desviados sociales y moralmente, gente del subsuelo que a él lo apasionaba, seres para alimentar su mundo narrativo y literario, y su vida misma”.5 * Periodista y promotor cultural. Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde estudió Ciencias

Políticas y Administración Pública. Colabora en Milenio y otros medios nacionales. Fue miembro del Partido Comunista Mexicano desde 1978 y hasta su disolución. Ver primera y segunda parte de este artículo en: https://ljz.mx/2021/05/10/el-movimientocultural-mexicano-anos-veinte-a-cuarentaprimer-parte/ y https://ljz.mx/2021/05/18/ el-movimiento-cultural-mexicano-anosveinte-a-cuarenta-segunda-parte/

1 De acuerdo a Antonio Castro Leal, artífice de los célebres dos tomos de La Novela de la Revolución Mexicana, publicados en primera ocasión en 1960 por la editorial Aguilar, por esta se entiende “el conjunto de obras narrativas, de una extensión mayor que el simple cuento largo, inspiradas en las acciones militares y populares, así como en los cambios políticos y sociales que trajeron consigo los diversos movimientos (pacíficos y violentos) de la Revolución, que principia con la rebelión maderista el 20 de noviembre de 1910, y cuya etapa militar puede considerarse que termina con la caída y muerte de Venustiano Carranza, el 21 de mayo de 1920”. 2 Fernando Tola de Habich, Bibliografía literaria de la Revolución Mexicana, Factoría Ediciones, México, 2013, p. XV. 3 Antonio Castro Leal, Op. cit., p. 29. 4 “La novela cristera padece un curioso destino. Como literatura de fe nunca deja de atreverse a sospechar de la inutilidad de su cruzada. La denuncia de la barbarie de De Anda y (Fernando) Robles se transforma en el manicomio místico de Goytortúa y en la búsqueda que del padre perdido emprende Antonio Estrada. La marioneta cristera, sujeto de una historia violentamente disuelta, encarna la sangre sin llegar a la leyenda, pasando por la novela, atisbando la crítica al morir. Pero no podemos olvidar que de ese universo trágico e inútil tomaría Juan Rulfo parte sustancia de su inspiración”: Christopher Domínguez Michael, Antología de la Narrativa Mexicana del Siglo XX, I y II, FCE, México, 1989, p. 53. 5 Álvaro Ruiz Abreu, José Revueltas: Los muros de la utopía, Cal y Arena, México, 1992, p. 152.


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El hacha y el árbol, Short Stories, de Christian Peña

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a figura del padre en la poesía mexicana está situada en un péndulo entre el dolor y el rencor. La ausencia, el reclamo, la dicotomía amor/odio son las orillas en que se desarrollan varios de estos poemarios en México. El dolor por la pérdida está presente en ese faro de referencia que es Algo sobre la muerte del mayor Sabines, uno de los momentos más intensos de la poesía de Jaime Sabines; tenemos también ese canto que se debate entre la liberación del yugo paterno y el desgarramiento de la ausencia, que es El retorno de Electra, de Enriqueta Ochoa. Más recientemente, Esther M. García con La destrucción del padre, nos presenta un libro doloroso y fascinante sobre la violencia y abusos ejercidos por el patriarca en el núcleo familiar, la muerte real y metafórica de una figura omnipotente y asfixiante. En Short stories, poemario ganador del Premio Nacional de Poesía Juan Eulogio Guerra Aguiluz, en su primera edición en 2019, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa, Christian Peña nos presenta una voz que repasa la figura de un padre amado y presente, y el temor a la pérdida que se sabe cierta en un futuro no demasiado lejano. Para contarnos este amor filial recurre a la memoria, a aquellos momentos definitivos en la infancia, el recuerdo de la no perfección paterna, pero es justo

esa imagen no “retocada” con el filtro de la idealización, sino poetizada con bondad, aceptación y visitada desde compartida experiencia e identidad de ser padre (el ejercicio de la paternidad, un tema poco tratado en la poesía mexicana, en este caso, esa mirada bondadosa se vuelve incluso radical por inusitada), son algunos de los aciertos

de este poemario de tono íntimo y discurso narrativo según la consideración del jurado. Pero esta memoria también está en continuo diálogo con el presente, se recuerda al padre mientras se adormece al hijo propio, mientras se comparte la vida con la persona amada en el anillo de un planeta que lleva grabado un nombre como el vaho del in-

vierno, se evoca al padre en medio de una especie de recuento de qué ha sido la vida hasta ahora y el llegar a esa edad mítica, la de Cristo, los 33 años (el libro tiene 33 poemas) y preguntarse qué sigue, si es hora de tomar la estafeta en el devenir de la estirpe, como señala el acta del dictamen. The fairy feller’s master stroke, El golpe maestro del hada leñador, esa pintura de formato pequeño de Richard Dadd que ha causado fascinación entre escritores y motivo de varios poemas, el poeta la visita para, como en la escena pintada, detener el tiempo, la vida, para que no ocurra uno de los más grandes temores del hombre: la orfandad. Christian Peña se ha ejercitado en varios registros poéticos y temas, obsesiones, uno de ellos es la construcción de personajes, donde ha aprendido y ejecutado las lecciones que tan espléndidamente Francisco Hernández nos ha enseñado; en este libro los protagonistas, los personajes principales son las historias, lo que se cuenta, esos relatos aparentemente independientes y hasta inconexos al modo de Carver. Dividido en cuatro secciones, “El tránsito de Venus”, “Heredad”, “Lengua” y “AA”, este libro nos recuerda que también la poesía es esto: la mirada sosegada sobre la cotidianidad, todo lo que pasa mientras vemos caer, inevitablemente, el hacha sobre el árbol, la emoción contenida, justo antes de arder, que ningún tema está agotado porque la poesía es nueva cada vez que pasa por el tragaluz de la experiencia individual.

Desgracia, de J.M. Coetzee Por Miguel Ángel de Ávila González t

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avid, un profesor universitario de literatura, imparte sus clases en Ciudad del Cabo. Está divorciado, dar clase no le supone más que un monótono trámite y saciar su deseo es lo único capaz de motivarle. Así, se ve una vez por semana con una prostituta: Soraya. Sin embargo, hay un momento en el que ella se retira del oficio y eso supone un primer choque emocional. Esa ruptura no será la única. Dispuesto a resolver su problema con el sexo, David aprovecha el ascendiente que tiene sobre una alumna, Melanie, y la seduce con artimañas. Poco después, trascenderá por una denuncia de la propia alumna. Estalla el escándalo en la universidad y el profesor optará por renunciar a su cargo antes que ceder a la humillación de disculparse en público. David prefiere perder su puesto a reconocer el romance y, además, impulsado por la

preocupación por su hija Lucy, decide irse a vivir a las tierras que esta posee en el interior del país. La inseguridad del lugar en el que vive es la mayor preocupación del protagonista. Luego de unos días de estadía le tocará protagonizar, junto a su hija, un hecho de violencia despiadada después del cual nada volverá a ser como antes: un grupo de negros (dos hombres

y un adolescente) viola a Lucy. Ante esta situación que no pudo detener y el abismo generacional que hay entre él y su hija, acaba por volver a Ciudad del Cabo. Al llegar, encuentra su casa saqueada y destrozada. Su ropa ha desaparecido, al igual que sus discos y su pasado. La última adversidad vendrá con la llamada de Lucy, quien al quedar embarazada, ha decidido casarse con uno de sus violadores y también rechaza las tierras que poseía para irse con su futuro marido. En Desgracia, el autor aborda con maestría temas como el deseo, los prejuicios y el amor en los años de madurez; con ello consigue situarse en cuestiones que interrogan sobre el sentido profundo de la vida, expuesto en la economía de esplendores que ofrecen las sociedades occidentales a quienes van avanzando en edad, la imposibilidad de que dos seres humanos puedan realizarse debido a los escalofriantes prejuicios impuestos y heredados por una organización social que se postula

como libre y que, sin embargo, fomenta paraísos triviales fundados en antivalores (la mezquindad, el individualismo y la priorización del bienestar personal sobre el general) que terminan convirtiéndose en prisiones personales. Se trata de una mirada donde emerge lo peor de la condición humana y se manifiesta de una manera devastadora sobre víctimas y victimarios. El factor desencadenante de la locura y las atrocidades es la génesis de la dominación que se remonta a los tiempos de ocupación colonial y que se prolonga en métodos fundados en la segregación, el sometimiento y el odio a las mayorías étnicas por parte de quienes conservaron el poder económico y político cuando finalizó la etapa colonial. El mejor testimonio y acercamiento a la locura Coetzee lo lleva a cabo con esta novela que se atreve a mirar los rincones oscuros de la actualidad sudafricana. Desgracia es una gran novela con personajes bien definidos; una obra que desborda fuerza con toda su complejidad y carga existencial. Es conmovedora. *** John Maxwell Coetzee, Desgracia, Traducción de M. Martínez Lage, Mandadori, Barcelona, 2000.

Libros

Por Beatriz Pérez Pereda t


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Adobe y desembarco Río de palabras

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Por Mariana Flores*

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I iro las gotas de lluvia escurrir en la ventana. Veo tus pies golpeando el pavimento. Prisa. Se quiere alejar lo más posible. Ya no quiere comer paredes de adobe. La huida. Dieciséis años. Me pregunto si tenías miedo, si sabías a dónde llegar, si te sentiste sola. Calle Tacámbaro. Ciudad de México. Cada quién elige dónde comienza su historia. La mía nace en esa esquina. Raíces. Mapas. En el adobe y en un desembarco. Salió corriendo de una casa de adobe, azotó el portón de madera podrida. Corría y llovía. Se repetía a sí misma: No volveré, ya no quiero miseria, no quiero que me golpeen, no quiero sentir hambre, no quiero comer pasteles de lodo. Concepción no sabía a dónde iba. Sabía que no quería regresar. Se fue. Hizo una maleta con una blusa, una falda, un peine y una imagen de las ánimas del purgatorio. Caminó a la calle principal del pueblo de San Martín de Las Pirámides. Era el verano de 1938. El camión olía a una mezcla de incertidumbre, ocote y excremento de gallinas. Llegaría a la Ciudad de México, pediría trabajo como sirvienta o nana, y sería libre. Ya no se sentiría atrapada entre paredes de adobe. Llegó a su destino un día de junio. Llovía. Concepción salvaguardó las ánimas del purgatorio en su brasier. Caminó sobre la calle de Manzanillo, colonia Roma Sur, luego hacia Insurgentes hasta llegar a Alfonso Reyes, colonia Hipódromo-Condesa.

La ciudad. Dobló en la pequeña calle de Tacámbaro. Pies con ampollas. Roce del zapato remendado con el concreto caliente. Suspiró. No volveré al adobe. Mantra y viaje. Tocó a la puerta. Número 22. Reja negra, una casa pintada de rojo quemado. ¿Necesitan sirvienta?, preguntó con desgano. Sí, dijo la voz al otro lado, pasa. La señora Avilés instruyó a Concepción: Necesito que hagas la limpieza de toda la casa, cuides a los niños, te encargues de cocinar y hagas mandados. Será temporal, se dijo Concepción. Ya se las arreglaría para traerse hasta su nuevo mundo a Lucía, Francisca, Rogelio, Daniel,

Lágrimas de Dios t

Por Pilar Alba

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ñoro las tardes de lluvia, hoy que todo se muere por el calor y la sequía. Esas tardes en que el juego se interrumpía por el agua, donde el único entretenimiento era mirar a través de la ventana. Nos poníamos a ver televisión con el sonido de la lluvia como fondo. Dormíamos arrullados por los chorros de agua que salían por las canales. Despertábamos a jugar por las mañanas a brincar en los charquitos. Pero, sobre todo, veíamos llover por horas y horas que parecían interminables. La lluvia son lágrimas de Dios, me dijo un día mi abuela; obsesionada como

vivió siempre por los castigos divinos. Son las lágrimas que él llora por todos nuestros pecados. Me gustaría que mi abuela aún viviera para que me explicara ¿por qué ahora Dios no llora?, ¿por qué sus lágrimas de pronto se han secado? Hace un buen tiempo que no llueve por estos rumbos, los campos se están secando. Será que los hombres ya somos buenos, que ya no cometemos pecados. Cierro la puerta para evitar que entren los montones de tierra seca que el aire con sus remolinos arrastra. No, no es que seamos buenos, ante la ausencia de mi abuela, yo me respondo: es que ahora ve cómo nos estamos asando y se ríe de nuestro infierno adelantado.

sus hermanas y hermanos para que al menos terminaran la primaria. Superarse. Concepción se adaptó. Ciudad. El pueblo no lo extrañaba. Duró diez años trabajando en esa casa y en ese lapso pasaron dos de los eventos que modificarían su existencia y que fueron determinantes para que yo esté. Hoy. Conoció a mi abuelo y aprendió un oficio. En sus tardes libres mi abuela aprendió a zurcir medias. Para la época, las medias, un lujo. Las traían a México provenientes de Francia e Italia. Eran caras, resultaba tardado conseguirlas. Aprender a remedarlas sin que quedara rastro de

la sutura era una habilidad muy valiosa. Una tarde, en la cocina de la señora Avilés, Concepción descubrió a Rosa, quien era hija de la cocinera. Ella con rápidos movimientos arreglaba la carrera, es decir, regresaba a sus cauces el ritmo del hilado de seda para que así no quedara rastro de la ida de la por entonces muy usada y cara prenda femenina. Concepción miraba a la joven como hipnotizada. ¿Es difícil?, preguntó mi abuela. No, contestó la joven, ¿quieres aprender? Rosa instruyó a Concepción con el material que debía adquirir para comenzar a aprender la habilidad de reparar medias. Concepción aprendió las puntadas para la reparación de las medias. Se familiarizó con los materiales, los hilos, la seda, el grueso de las agujas y el ángulo para lograr un buen punto. Para principios de los cincuenta, Concepción había logrado alquilar un pequeño local. Mandó hacer un rótulo con una pierna vistiendo una media que decía “Reparadora de medias Guzmán” se reparan medias con zurcido invisible ¡Quedan como nuevas! Hasta sus últimos años mi abuela se sentía muy orgullosa de ese rótulo. Aún recordaba el adobe. Las medias de mi abuela y su adobe tejerían una historia con un desembarco en las costas de Veracruz. Y esa es otra historia. El ancla. Carlos. [Continuará…] *@LaMayaFlores Dra. en Ciencias Políticas y Sociales. Escritora y Profesora.


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La Paloma y el Lobo, de Carlos Lenin Por Adolfo Nuñez J.

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aloma (Paloma Petra) y Lobo (Armando Hernández) son una pareja que se encuentra en un momento complicado dentro de su relación. Los dos viven en algún lugar de Monterrey, donde todos los días se ven obligados a lidiar con algún conflicto, ya sea en sus respectivos trabajos o con el resto de los habitantes del lugar. Ambos viven, como almas errantes, con cierta nostalgia por su pasado y por los recuerdos de su pueblo, sitio que tuvieron que abandonar debido a la violencia provocada por el crimen organizado. Una violencia que, de nuevo, poco a poco, se va asentando en sus vidas, y de la que al parecer nunca lograrán escapar. En La Paloma y el Lobo (2019), ópera prima de Carlos Lenin, el director representa, dentro de un contexto donde imperan la violencia y la inseguridad, una historia de amor que tiene todo en su contra para mantenerse en pie, pero cuyos protagonistas realizan hasta lo imposible para hacerla florecer. El realizador utiliza una puesta en escena que se aprecia menos convencional y mucho más contemplativa. Así, en lugar de narrar un relato como tal, la película va mostrando una serie de viñetas que se van hilvanando una con otra y que están repletas de significado. Lenin, en colaboración con el director de fotografía Diego Tenorio, va armando dichas secuencias, en su

mayoría montadas a partir de planos largos y fijos (con un ocasional dolly o paneo), y que buscan capturar la cotidianeidad de ambos personajes. Al mismo tiempo, cada una de estas postales logra representar las emociones, frustraciones y, sobre todo, los temores de Paloma y Lobo. A primera vista, puede parecer que Lenin no sabe

cómo aterrizar las ideas de su historia, pero en realidad el cineasta apuesta, de manera deliberada, por un lenguaje fílmico cuyo principal objetivo es evocar las emociones de aquellos que han sido marcados por la violencia que azota a México. Como muchos otros, Paloma y Lobo viven en un purgatorio, más cercano al inframundo, y del que no son capaces de salir. Así, cada escena de la película se va estirando hasta el infinito, como una enorme prisión hecha a partir de cuadros dentro del cuadro. Dicha represión, emocional y de espacios, está trazada de manera excepcional en el primer plano de la película, donde se muestra a Lobo nadar, de manera casi desesperada, dentro de una presa hasta llegar a la orilla. El plano, que dura minutos, se va haciendo cada vez más largo, y así el protagonista se vuelve apenas una ínfima parte dentro de la enormidad del cuadro en el que se encuentra. A su vez, dicha secuencia hace juego con el cierre de la cinta, a manera de espejo y al mismo tiempo señalando su narrativa circular. En ese sentido, La Paloma y el Lobo es una película que apuesta por lo elemental. Si el agua en la que nadan Paloma y Lobo, casi a contracorriente, representa su búsqueda de redención y de una nueva vida, la violencia de su pasado se encuentra en el fuego que todo lo consume. El viaje de ambos es un acto de perseverancia y solidaridad dentro de un páramo desolado, una tierra de nadie. Un sitio donde el simple acto de amar se ha vuelto la única esperanza.

Desayuno en Tiffany’s, mon ku

Velvet y El último romántico: dos cortometrajes del CCC en el Festival Cultural Zacatecas Por Carlos Belmonte Grey t

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entro de la programación de la Cineteca Zacatecas enmarcada en el Festival Cultural Zacatecas 2021, en su versión online de mayo, aparece un programa de cortos facilitados por el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). No está por demás decir que se trata de una de las escuelas de cine más -quizás la más- importante de México. Este programa está centrado en el género cinematográfico conocido de coming-of-age (la maduración de la juventud). Es decir, filmes centrados en el tránsito de la pubertad a la adolescencia, situados entre los 12 y 20 años. El programa contó con las dos directoras de los cortometrajes, Paula Hopf y Natalia García Agraz: Velvet (15 minutos, 2018) de Paula Hopf es la historia de una joven que parece sufrir la ausencia de su mejor amigo y quizás primer amor. Construido a manera de relato fantás-

tico, desde los techos de edificios de la Ciudad de México, con el cielo como personaje, y una doble cámara, la de Paula y la del personaje que con su celular va filmando y recordando, Velvet se preocupa por el sentimiento de soledad que implica el dejar las primeras amistades. El relato nos lleva por la ambigüedad de comprender qué pasó con el amigo, murió, se fue, se suicidó… El último romántico (13 minutos, 2019) de Natalia García Agraz tiene una narración muy distinta al corto de Paula. Aquí, García Agraz

puso a sus personajes en la situación de un trabajo juvenil explotado (“al inicio buscaba que pasara todo en un McDonalds” comentó Natalia), un boliche de la Ciudad de México. El empleado modelo y futuro gerente está enamorado de la chica y compañera rebelde. Al final un ataque de celos le hará sacar su parte primitiva y más rebelde que podrá, quizás, hacer que ella ponga sus ojos en él. Este es un relato más clásico, lineal y explicativo para una historia que es la de muchos jóvenes. Al final de las proyecciones, Paula y Natalia

insistieron en la importancia de estos primeros trabajos hechos durante sus clases en el CCC y en la importancia de la técnica ahí aprendida, aunque también insistieron en señalar que el cineasta se va formando, va viendo cine, va leyendo y va tomando su estilo, pero no se crea por la sola técnica. Y también, remarcar que en México los cortometrajes no dan para comer. Ojalá que aquí, en México, también se forme la cultura de que la Cultura cuesta y se debe de pagar. La Cultura no es solo una bondad de artistas bohemios y sufridos.

Cine

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LA GUALDRA NO. 480 /// 24 DE MAYO DE 2021

El rayo en la pestaña Por Guillermo Nemirovsky*

Elucubraciones

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la distancia, uno siempre ve las cosas de manera imprecisa. Es una evidencia óptica que casi no merece ser debatida. Al mismo tiempo, alejarse de lo observado permite, a veces, descubrir detalles que solo el holismo es capaz de revelar. Si bien nunca dejé de contemplar a México desde la lejanía, no cesa de ser, para mí, una inagotable fuente de perplejidad. De niño, yo admiraba la épica revolucionaria mexicana, las virtudes democráticas y pedagógicas del muralismo, y una suerte de orgullo indigenista (por lo menos así lo percibía yo a través de su arte mural) del que carecía mi propio país. Más adelante, supe que México había sido gobernado, durante 70 años, por un solo partido; y las tres palabras que lo nombran constituyen, a mi entender, un puro oxímoron, agravado cínicamente por la duración de su reinado. A miles de kilómetros de distancia, hago esta afirmación, no por dar una opinión política, sino como una razonable observación semántica. Mi perplejidad creció drásticamente hace unas semanas, cuando se difundió en Francia una investigación sobre el asesinato de la periodista mexicana Regina Martínez (Projet Cartel), realizada por un equipo internacional de periodistas encargado de llevar a cabo, hasta el fin, las investigaciones impedidas por la muerte violenta de periodistas del mundo entero. En este reportaje me enteré, con absoluto estupor, que dos ex gobernadores de Veracruz (cuyos nombres prefiero callar), implicados en una tétrica trama de corrupción, invocaron el improbable pretexto de haber ganado, cada uno, dos veces la lotería, a modo de justificación de su opulenta y repentina fortuna. Primero, esto me dejó atónito, por el descaro del dispositivo retórico, que equivale a declarar que el rayo cayó cuatro veces sobre la misma pestaña, y luego me hizo reflexionar. Más allá de la desfachatez, e incluso de la culpabilidad o inocencia de los susodichos, ¿qué nos enseña su soberbio artilugio sobre el azar? Yo, por prudencia y por cobardía, siempre adopté en toda circunstancia una postura ultra pesimista. Considero que, sobre cualquier tema, basta

/// Juan Carlos Villegas. Sin título.

con sentarse a esperar un poco para que las cosas acaben mal. Y en definitiva, la Parca termina ineluctablemente dándome la razón. Pero como, habitualmente, no siempre sucede lo peor (no de entrada, por lo menos), voy recorriendo la existencia prácticamente a resguardo de la decepción. En este sentido, el pesimismo a ultranza me protege y, casi diría, me procura cierta felicidad (bueno, estas son palabras mayores, que merecerían una crónica entera). Alguien decía que el optimista es un imbécil feliz, y el pesimista un imbécil infeliz. A mí me consta que el pesimismo me da la impresión de ser yo tremendamente suertudo. Quizás no tanto como los dos gobernadores, pero eso está por verse. En más de una ocasión, me tocó vivir episodios tan improbables que serían descartados, sin miramientos, de cualquier relato

de ficción o película fantástica. Y sin embargo, sucedieron. El primer rayo me cayó un día en que fui a visitar, por primera vez, a unos nuevos conocidos. Cuando llego a un hogar, siempre me atrae mirar la biblioteca (cuando las hay). Es algo que me informa, inmediatamente, sobre posibles afinidades o desencuentros. En este caso, mi mano agarró, casi al azar, un libro que se distinguía de los demás porque parecía más desprolijo o, por lo menos, menos rutilante. Lo tomé distraídamente, prácticamente sin mirar el título, y lo abrí en una página cualquiera. Ahí leí, y juro por el dios de los ateos que es verdad: “Guillermo Nemirovsky opina que la lengua no debe ser objeto de analogías biológicas”. Durante un instante, breve pero infinito, me quedé como levitando en una nube de desconcierto. Sentí que ingresaba en una especie de realidad paralela en la cual un libro, un libro cual-

quiera abierto en cualquier página, tenía la facultad de explicarme a mí lo que yo pensaba. Confieso sin tapujos que se me aflojaron las rodillas, y que me puse a tartamudear algo ininteligible, como para alertar a mis huéspedes de la inminencia del desmoronamiento del universo. La explicación era, en cambio, asaz prosaica pero no menos improbable. Se trataba de un ejemplar, del que yo desconocía hasta la existencia, de las actas de un coloquio sobre la alteridad al que había asistido muchos años atrás, en el que me había empecinado en contradecir a un ponente, creo que por mera animadversión. Mi anfitriona lo había comprado, siendo tal vez la única compradora, lo había colocado en el estante y, acto seguido, lo había olvidado por completo. Esta fue, para decirlo en términos veracruzanos, la primera vez que me gané la lotería. Estoy convencido de que, si

uno examina su pasado, siempre encontrará episodios en los que el azar parece someter a la realidad, desmenuzando bajo su imperio el universo entero. Pero, a la diferencia de los dos gobernadores, en nuestras vidas, la casualidad no suele monetizarse. La realidad ya es, de por sí, un accidente de lo más improbable. Se mire donde se mire, toda la materia que la vista abarca fue forjada en el corazón de alguna estrella muerta. Saber que las partículas que componen cualquier objeto, por nimio que parezca, proceden de esos cataclismos cósmicos, me hace verlo como un prodigio de la historia universal. Cada átomo es una pestaña, y cada instante un rayo. ¿Habrán pensado en esto los insignes gobernadores? ¿O solamente confiaban en nuestro candor? *Traductor, profesor de la Universidad d’Evry-Universidad Paris-Saclay.


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