“Le temo a muchas cosas, a ahogarme en un tsunami, a calcinarme en un incendio, a quedarme muda o ciega, a mis propios pensamientos cuando no puedo dormir, a mí cuando me enojo. Pero hay algo que me aterra, que me asusta como nada: aburrirme, existir sin sobresaltos, sin emociones ni experiencias. Me aterra no tener propósitos y sólo dedicarme a cumplir con las obligaciones, repetir lo mismo una y otra vez, sin novedades”. Karla Zárate, autora de Rímel, Llegada la hora y (De) mi piel y otros cuentos
[Una entrevista con ella, por Beatriz Pérez Pereda, en esta edición]
DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Karla Zárate
La Gualdra No.
Editorial
Juan Manuel es su nombre, si usted vive en Zacatecas quizá lo haya encontrado más de una ocasión en las calles de centro histórico con libros editados por su cartonera La Cecilia bajo el brazo, con carteles de poemas a punto de ser pegados en las paredes, o con grabados y pinturas para su próxima exposición. Él es alto en todos los sentidos, su figura portentosa se distingue en las multitudes, ataviado casi siempre con un saco negro y con una sonrisa que cambia de color según el día, franca, infatigable como todo él.
Juan Manuel es un gestor cultural encomiable, eso ya lo hemos dicho en otras ocasiones, pero hoy quiero reiterarlo: pocos como él han hecho, desde una postura totalmente independiente, para divulgar la literatura, las artes plásticas y a sus protagonistas en los lugares menos pensados: en los puentes, los callejones, los mercados, los locales de tacos envenenados, en las carnicerías y los viejos muros de esta ciudad.
Los muros de Zacatecas han sido intervenidos constantemente y desde hace años con sus creaciones, con calcomanías de La Cecilia, con carteles que nos hablan de poemas y sus autores, y con muestras de artes plásticas que ha montado -e inaugurado- en la Avenida Hidalgo; pero esto no ha sido todo, porque dentro de sus múltiples proyectos también ideó en algún momento homenajear a varios y selectos artistas dándoles su nombre a calles, callejones y puentes peatonales. Sus acciones generan alegría, hacen sonreír a las personas que pasan por esos lugares y ven en sus obras una especie de “Juan Manuel estuvo aquí”.
Él ha contado en diversas ocasiones que desde chico su mamá lo llevaba al teatro y a los museos, que de ella escuchó los primeros versos de que tenga memoria… y no fue actor de teatro, pero sí se convirtió en poeta; después de intentar estudiar medicina, decidió que ser médico no era lo suyo, que había otro tipo de enfermedades que requerían ser aliviadas y en cuya cura podría ser más útil, como la del hastío, la desesperanza, la abulia y la desmemoria, y empezó a escribir, a dibujar, a grabar, a pintar y a imaginar proyectos mediante los cuales se promovieran las cosas bellas de la vida.
La editorial cartonera La Cecilia fue fundada por él en 2010 y con ella ha publicado
decenas de libros de poetas y narradores con ilustraciones suyas y de otros autores; por esa misma época creó La Sala, una galería ubicada en un barrio del centro zacatecano y en la que exhibieron también decenas de artistas, cuando la Sala cerró decidió que había otros espacios en los que se podrían mostrar también obras de arte y entonces hizo las gestiones para llevar una pequeña prensa a las calles de manera que los niños -primordialmente- y los adultos hicieran sus propios grabados, para luego exhibirlos en los muros y donde se pudiera.
Con la convicción de que hay que llevar el arte a donde pueda ser disfrutado, también ha impulsado proyectos como el de las “Poecartas”, con el que se distribuían poemas en sobre cerrados a los transeúntes; luego hizo los proyectos de los Carteles poéticos y de Poesía visual e inundó las calles con imágenes y literatura. De manera más reciente, decidió que habría que hacer un directorio de artistas y se dio a la tarea de reunir las imágenes y los nombres de los zacatecanos que se dedican al arte y no sólo eso, sino que comenzó a entrevistar a muchos de ellos; con la ayuda de su celular y de las redes sociales, hizo todo para que viéramos en los últimos meses sus charlas y entrevistas.
Juan Manuel García Jiménez ha hecho mucho más por la difusión de la cultura y las artes que muchas personas que se dedican de manera institucional a hacerlo; con sus propios medios y con la ayuda de su familia y amigos ha realizado una exhaustiva y amorosa labor para que quienes aquí vivimos tengamos la posibilidad de conocer y valorar lo que los artistas realizan cotidianamente. Creo que por lo menos la calle donde vive debería de llevar su nombre.
Hace ya algunos meses que Juan Manuel no ha salido a la calle. Y se le extraña. Van desde aquí nuestros mejores deseos para que pronto regrese a hacer lo que más le gusta. Fuerza, Juan Manuel.
Que disfrute su lectura.
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Karla Zárate Por Beatriz Pérez Pereda
Camino Tierra Adentro, de Jorge Ismael Rodríguez Por Luis Rius Caso
Breve y azarosa crónica de un adiós Por Juan Carlos Macías Berumen
La Cocina, de Alonso Ruizpalacios Por Adolfo Núñez J.
Miguel Por Marlene Zertuche
Miguel
6 Por Marlene Zertuche
Se equivocaba con frecuencia. Pero no todo lo que estaba mal era culpa suya, Dios y el destino también metieron mano. Y lo empujaron o retuvieron según les convino. Él no lo sabía, pero no fue falta de esfuer-
zo. No fue mala suerte. No lo sabía pero el tiempo se le acabó antes de tiempo y no podrá remediar sus faltas. Tampoco le llegará la justicia. Todavía por la mañana, al prepararse para salir, repasó la lista de sus enmiendas pendientes y aunque el
fondo oscuro de su corazón custodiaba esa mala certeza, sonrió tratando de convencerse de otra cosa y se echó agua a la cara. Miguel, ¿qué canción sonaba en tu radio cuando te levantaron de la carretera?, ¿cuánto peso car-
gaste antes de darte por vencido?, ¿cuántos kilos de aluminio pasaron por tus manos?, ¿tuvo sentido tanta lucha?, y por sobre todo, ¿cómo habría sido tu muerte sin dolor?
Miguel. Dibujo de Juan Carlos Villegas de la exposición ¿Sienten nostalgia los muertos?, 2024.
El dibujo Miguel, de Juan Carlos Villegas, es parte de la exposición “¿Sienten nostalgia los muertos? Los que ya no están: el peso del recuerdo”, que se exhibe actualmente y hasta el 20 de diciembre de 2024, en el Instituto Cervantes de Lyon, Francia.
Literatura
Karla Zárate nació en la Ciudad de México. Estudió la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde le fue otorgada la Medalla Gabino Barreda. Cursó la Maestría en Literatura en la Universidad de California en los Ángeles, donde obtuvo la beca Chancellor´s Fellowship. Concluyó el Doctorado en Letras Modernas. Fue profesora adjunta de la materia de Teoría Litera-
Karla Zárate
6 Por Beatriz Pérez Pereda
ria, en la Licenciatura en Letras Hispánicas de la UNAM. Es articulista en distintas publicaciones periódicas, tiene una columna en el suplemento El Cultural del diario La Razón de México. Ha escrito y publicado las novelas Rímel y Llegada la hora , esta última fue traducida al alemán. Publicó recientemente (De) mi piel y otros cuentos. En 2022 concluyó su formación como psicoanalista en la Sociedad Freudiana de la Ciudad de México.
Beatriz Pérez Pereda: En una conferencia que escuché hace poco, Juan Villoro comentó que hoy en día a veces un libro es descartado porque es “muy literario”, es decir, que el mercado editorial parece preferir libros con ciertos temas sociales, de denuncia… una de las cosas que más me gustó de tu libro (De) mi piel, Editorial Gato Blanco 2023, es que es un libro que parece
creado para el placer, para la belleza, por el mero gusto de contar una historia y contarla bien, cuéntanos un poco sobre los detonantes creativos de este libro de cuentos:
Karla Zárate: Le temo a muchas cosas, a ahogarme en un tsunami, a calcinarme en un incendio, a quedarme muda o ciega, a mis propios pensamientos cuando no puedo dormir, a mí cuan-
do me enojo. Pero hay algo que me aterra, que me asusta como nada: aburrirme, existir sin sobresaltos, sin emociones ni experiencias. Me aterra no tener propósitos y sólo dedicarme a cumplir con las obligaciones, repetir lo mismo una y otra vez, sin novedades. No quiero vivir insatisfecha, sin riesgos. Lo cotidiano me parece algo muy difícil de tolerar. He pensado en irme a la playa para siempre, bucear todos los días con tiburones y ballenas, alimentarme de cocos, pescado e iguanas, que las manijas del reloj sean las puestas de sol y los amaneceres. También podría huir a las montañas, escalar peñascos, incansable, cazar águilas, comerme a sus crías, que los remolinos de las nubes me transporten a las cimas para observar inagotables perspectivas de mí misma y del mundo. Nada de esto va a pasar, la verdad es otra: tengo un horario al que debo ajustarme, me rige un calendario, una estructura, me levanto con despertador. Voy al banco, pago impuestos, uso las mismas rutas para transportarme. Es agobiante el ciclo interminable de acciones predecibles.
Escribir es la solución más efectiva para escapar de la monotonía, inven-
tar historias es la forma con la que escapo de la rutina y a las obligaciones diarias. Así me divierto, juego con la realidad y la ficción, confundo una con otra, tanto que a veces ya no las distingo. Cuando me encierro dentro de mi estudio, frente a la computadora, la imaginación es lo que marca el ritmo de mi creatividad y existencia. En (De) mi piel y otros cuentos narro anécdotas que confeccioné en la mente o que me pasaron, es lo mismo. En ellas, los personajes soy yo y yo soy ellos, mis posibilidades se vuelven más complejas e interesantes, la fantasía infinita. Los protagonistas dicen lo que yo no me atrevo a expresar, atraviesan por todas las pasiones humanas, hacen lo que quieren, vuelan, bucean, se convierten en lo que desean, en animales, en cosas, en David Bowie, Pizarnik o Madonna, en sustancias intangibles. Sobre eso escribo, es mi detonante. Por eso, no me preocupan los temas que el mercado favorece, si me detengo para complacerlo perdería espontaneidad. No estoy dispuesta a abandonar el placer de narrar lo que yo quiero y como quiero.
BPP: Vi una charla en línea que tuvis-
Karla Zárate
te con Andros Aguilera para la revista Irradiación, en ella comentaste aquello de que tal vez los escritores sólo cuentan una misma historia reiteradamente, cuál sería esa historia que tú persigues en cada libro:
KZ: La literatura es un monstruo cuyas mil cabezas van tomando distintas formas cada vez que leemos y escribimos. Estas mutaciones me mantienen viva. La historia que yo cuento en mis cuentos y novelas es la mía, pero es muchas. Busco distintos puntos de vista, como una especie de desdoblamiento donde me reencuentro una y otra vez conmigo y con las otras que soy. No me importa si lo que relato ha pasado o no, al escribirlas parecen más atractivas de lo que en realidad son. Me despliego, me reinvento. Disfruto recrear, exagerar y distorsionar los eventos; describir otros espacios paralelos y tiempos diferentes resulta entretenido, en la ficción puedo hacer todo sin arrepentimientos. Alguna vez afirmé que la brecha entre lo que sucede y se cuenta es muy delgada, y sostengo que es ahí donde yo vivo. Me reproduzco una y otra vez en mis temáticas, es la compulsión a la repetición, inevitable. Lo he dicho antes y lo reitero aquí: lo que me interesa es la locura, el juego del doble, lo violento, la piel, la ambigua condición del ser humano, la muerte, la sangre. El placer, las perversiones. Mis manías, lo que me perturba y fascina. La intuición, los sentidos y las sensaciones rigen mis relatos; la mirada, el tacto, el gusto, el olfato son también protagonistas. El hilo conductor de todo lo que escribo es, quizás, el cuerpo, su materialidad y cada parte que lo constituye, lo examino como unidad y en fragmentos. Porque el cuerpo es donde vivo y desde donde narro, es lo que más conozco y desconozco. Es en la ficción donde me proyecto y me manifiesto. Al escribir, tropiezo siempre con las experiencias que me han marcado, las que intento explicar y entender.
BPP: En Gato Blanco Editorial pronto saldrá un libro sobre cine, sobre las películas favoritas de un grupo de escritores, tú participas en este libro, cuéntanos un poquito sobre este proyecto y si puedes, adelanta a tus lec-
tores alguna de las películas sobre las que hablarás:
KZ: Tengo un espíritu cinematográfico. Creer que vivo en una película o en un libro es emocionante, hay misterio, drama, romances imposibles, intrigas familiares, saltos en el tiempo, ciencia ficción cuando integro mis sueños a los actos. Yo misma genero suspenso sobre qué es lo que me va a pasar todos los días, qué decisiones voy a tomar, con quién decido quedarme; cada momento es una escena, cada espacio un set, yo soy a la vez protagonista, productora, directora, la encargada de los efectos especiales, del maquillaje y vestuario. Me encargo, por supuesto, de la banda sonora. Despido a los personajes que no van bien con la trama, no hay dobles cuando se trata de aventuras arriesgadas, es a veces un documental donde los diálogos y las acciones son espontáneos. Le doy un tune up a mi existencia.
En unos días saldrá publicado Cinema Odyssey; la editorial Gato Blanco nos invitó a varios escritores a hablar sobre las diez películas que han marcado nuestras vidas. Fue difícil la elección. Lo que hice fue una especie de estampas de lo que me estaba pasando al momento de ver los largometrajes, en dónde estaba, qué pensaba, cómo me identifico con los actores, quienes como yo son diferentes, alienados, contestatarios,
polémicos, arriesgan todo frente a lo prohibido, fracasan y repiten sus errores. Algo similar a mi universo ocurre en la película de Sofia Coppola, The virgin suicides, una de las que hablo en Cinema Odyssey. Yo fui una virgen suicida, una high school lover, como las Lisbon. Usaba uniforme todos los días, falda azul marino arriba de la rodilla (en el dobladillo, con corrector, estaba escrito el nombre del niño que me gustaba), calcetines abajo, suéter amarrado a la cintura. Cargaba una mochila con libros, gomas de borrar con aroma a frutas, plumas de colores, lipsticks rosas, tampones. No ponía atención en clase, mascaba chicle todo el tiempo y hacía bombas, soñaba con que mi primera vez fuera en la noche de la fiesta de graduación. Lo mismo fui y sigo siendo una groupie que persigue a los rockstars, como Penny Lane en Almost Famous. Me enamoro de los vocalistas de las bandas, los sigo por todas sus giras alrededor del mundo, les enseño mis pechos a la mitad del concierto, entre el público, todo lo que pasa backstage se queda backstage. La vida es literatura. La vida es cine.
BPP: Por último, aparte de la escritura de tu obra, tienes una columna, has incursionado en la radio, tienes un club de lectura, etc., eres una escritora muy activa, qué otro proyecto se
te ha quedado en el tintero, qué otra actividad te has quedado con ganas de intentar o quieras abordar en el futuro:
KZ: Si no hago muchas cosas, me aburro. Quizás sea algo maniaco, pero no puedo concebir una vida pasiva, sin movimiento, no desear significa la muerte para mí. Además de estudiar un doctorado en literatura me formé como psicoanalista, una ventana más para asomarme y explorar la complejidad de la mente humana, sobre todo la mía. Ver a mis pacientes en el consultorio me mantiene activa, ávida por saber, por entender, por desenmarañar lo inconsciente. Desde hace varios años escribo una columna, “Ojos de perra azul”, en el suplemento El Cultural, de La Razón de México. Ahí plasmo lo que se me ocurre, lo que me sucede, es un espacio libre que a la vez me ha enseñado mucho sobre la disciplina del periodismo. Mi experiencia en la radio fue muy placentera, recomendar libros cada semana fue un buen ejercicio para transmitir al público el gusto por la literatura, lo mismo que mi reciente club de lectura. Llegada la hora, mi segunda novela, está en vías de pasar a la pantalla, al cine. He pensado que ahí puedo aventurarme en el guionismo, sería un gran reto. Viene una nueva novela el año entrante, y ya tengo en la cabeza otro libro de cuentos. Ya casi llego a un centenar de columnas, quiero recopilarlas en un tomo titulado Cien veces perra.
Confieso que mi mayor proyecto es vivir a tope como hasta ahora he hecho, no quedarme nunca quieta, con ganas de nada. Quiero seguir contando mi historia muchas veces, de distintas maneras y variantes, en novelas, cuentos y películas, incluso repitiéndome, experimentar más para nunca aburrirme. Encarnar en otros destinos paralelos, darle mil y un significados a mi existencia, inventar alternativas de ser y de estar, además del personaje me fue asignado, inquieto y cambiante. No sé cuál es mi verdadera historia, todas me ocurrieron, las que imagino y sueño, las que te platico, las que escribo aquí para La Gualdra, donde soy yo y muchas a la vez.
Literatura
Camino Tierra Adentro, de Jorge Ismael Rodríguez
6 Por Luis Rius Caso
Exposiciones
Camino tierra adentro es el título que enuncia un proyecto de Jorge Ismael Rodríguez que conecta a la Ciudad de México con Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas, la tierra de los ancestros y la tierra elegida por Jorge Ismael para “ser de ahí”. Es el viaje a la semilla, el viaje del eterno retorno, siempre insuficiente, siempre necesitado de reconfiguraciones emocionales y simbólicas. No es Pedro Páramo: la memoria de Jorge Ismael es feliz y permeable a las memorias de sus mayores. Es él y es también “el otro/ el otro de mi sangre y de mi nombre” (diría el gran escritor sobre su abuelo Borges), que perdió el terruño en la Revolución y que ganó, en cambio, la razón de ser de la tierra y la comarca.
Ser de tierra adentro. Ser como las personas que la habitan. Sentir y estar en el mundo de manera similar: “yo soy un ranchero”, suele decir Jorge Ismael. Trazar un camino y un recorrido. Tan importante éste como la meta: Zacatecas es la Ítaca de Constantino Kavafis; el final de un largo camino marcado por el aprendizaje y la plenitud.
Pero a diferencia de Kavafis, quien, de manera similar a Giorgio de Chirico, busca en Ítaca el origen
de la cultura occidental, el centro del mundo, Jorge Ismael busca su origen en la periferia, en el lugar apartado del centro que determina, justamente, su excentricidad. Desde ahí perfila su historia o, mejor dicho, su microhistoria.
Ser excéntrico, en el caso de este artista, es asumir un riesgo que a la vez deviene cualidad: estar y no estar en la narrativa perfilada desde el centro; estar en las orillas que relativizan la legitimidad del centro. Es una estrategia que permite entrar y salir; ser de la contemporaneidad, pero sin la grandilocuencia y las limitaciones del discurso homogeneizante; ser de Japón, Madrid, Nueva York, claro, ser un artista global, pero ser -repito- sobre todo, un artista marcado por la verdad de la tierra y la comarca.
Llegar a la contemporaneidad desde un camino propio, más largo y pleno que el de no pocos fundadores, a veces entrando de puntitas, sin hacer ruido; otras, abandonando la sala con la aburrición de que la película no empieza. Gran estrategia, no necesariamente planeada por el artista: el centro, para no borrarse, siempre se alimentará de lo que reconoce, pero no tiene; de lo que ha dejado fuera y ofrece nuevos sueños y esperanzas.
En los relatos de sus vivencias en Zacatecas, Jorge Ismael brinda indicios que perfilan su trayectoria, consumada en diversos foros mexicanos e internacionales. Ahora, en su camino tierra adentro, el artista ofrece objetos propiciatorios que marcan el regreso: flores de obsidiana que laten, lajas de la misma piedra que conforman un círculo que sostiene en el centro un prisma vertical, obras que combinan la monumentalidad pesada del bulto con la ligereza y la movilidad del péndulo en posición cenital; ritmos pendulares que establecen tres horizontes diferenciados pero ubicados en la misma ruta visual y simbólica. Estos magníficos objetos propiciadores confirman, con su contundencia, el afortunado viaje de ida y vuelta de este artista que me recuerda versos de un poeta que celebró ser de tierra adentro:
Roja simiente aventada en la llanura, al azar, el corazón grana, eterno, la eterna flor de esperar. Tierra adentro, compañera, me encontrarás. Tierra y cielo. El alma sabe su camino y su cantar
Jorge Ismael Rodríguez
Breve y azarosa crónica de un adiós
6 Por Juan Carlos Macías Berumen
Hay momentos en la vida en que cierta información se presenta de manera inesperada, como un espontáneo destello en la oscuridad que con la misma rapidez que aparece, se esfuma y se acepta de ese punto en delante como una verdad. Así, hace no más de una semana, al responder a una pregunta que ya no recuerdo con claridad diciendo que Paul Auster era quizás el mayor novelista norteamericano que aún escribe, me di cuenta de una verdad por demás incómoda: Paul Auster ya no escribe. Este momento de reconocimiento me llevó a un viaje que comenzó la primera vez que tuve El palacio de la luna entre las manos y culminó en el día en que leí “un adiós al escritor norteamericano Paul Auster” en el encabezado de una nota periodística que con menos de diez palabras pregonaba su partida. Pero Auster fue más que un escritor, me dije en ese momento, fue un cartógrafo del alma humana, un historiador del azar y un cronista de lo improbable. Auster no fue un novelista que afirmase o proclamara que algo debía ser dicho, sino uno que observaba y extraía del silencio las palabras, la luz de la oscuridad, el todo de la nada. El autor de La noche del oráculo escribía sobre lo que no puede planearse, sobre las piezas sueltas que, cuando menos se espera, encajan y nos dejan frente a una verdad innegable; que la vida se construye a través de accidentes y coincidencias, que no se trata de tramas complejas o planes elaborados en que cada engrane encaja a la perfección con el siguiente; se trata del azar que lleva a todos a perderse y a encontrarse, a descubrir en un segundo que “algo sucede y, desde
*UAEH-UAZ.
el momento en que empieza a suceder, nada puede volver a ser lo mismo”.i Y las consecuencias de un cambio ocasionado por el azar son imprevisibles. Tal como se relata en El cuaderno rojo que le sucedió a un scout de unos 13 o 14 años que tenía por nombre el de Paul Auster y como resultado de presenciar la muerte de uno de sus compañeros exploradores que fue alcanzado por un
rayo obtuvo una idea clara de cómo el azar determina la vida y la muerte de las personas y por ello, declara que se convirtió en novelista algunas décadas más tarde. Por ello, lo primero que emerge de la memoria cuando se piensa en su obra son los relatos anecdóticos contenidos en cada una de sus novelas, que nos acercan a su humanidad, trátese del joven escritor que vende sus
libros para pagar su colegiatura, el niño que se descubre huérfano o el lector que recuerda que uno de los grandes de su tiempo no escribirá más. Hoy, porque el azar así lo dispuso, se debe aceptar esta nueva verdad siendo quien escribe al mismo tiempo más y menos Marco, Stanley y Fogg de lo que fue hace una década.
i Auster, Paul, El cuaderno rojo, Barcelona, Anagrama, 1994, p. 9.
Paul Auster. Foto de Auggie Wrens Christmas
Paul Auster, Selected poems. Imagen de Biblioteca Centro Lincoln
La Cocina, de Alonso Ruizpalacios
6 Por Adolfo Núñez J.
Desde el estreno de Güeros (2014) su maravillosa ópera prima, Alonso Ruizpalacios ha cimentado su lugar como uno de los cineastas más interesantes dentro del panorama cinematográfico mexicano. Además de su inolvidable debut, cintas como Museo (2018) y Una película de policías (2021) dejan entrever a un realizador prolífico, con la capacidad de desenvolverse dentro de diferentes géneros, discursos y estilos, siempre manteniendo un sello particular, además de una gran creatividad e ingenio al momento de desarrollar las distintas historias que han conformado su filmografía.
La Cocina (2024) reafirma y solidifica la voz de Ruizpalacios como director de cine. Una voz que, en esta ocasión, se percibe caótica, enfurecida y desenfrenada. La cinta toma lugar dentro de un restaurante en el corazón de Times Square; un sitio que, como una Torre de Babel moderna, alberga todo tipo de idiomas. Se trata de un espacio donde habitan personas de diferentes países, la mayoría migrantes, todos con distintos anhelos y deseos, cada uno buscando su propia versión del sueño americano.
El filme no se detiene a retratar de manera detallada a cada uno de estos individuos, por el contrario, mantiene un hilo argumental bastante sencillo y directo, que gira alrededor de dos personajes principales. Por un lado, está Pedro (Raúl Briones), un indocumentado originario de México, a quien sus jefes acusan de haber robado una cantidad significativa de billetes de la caja registradora. Por el otro, se encuentra Julia (Rooney
Mara), una camarera que necesita dinero para un aborto. Entre ambos personajes se desenvuelve una relación romántica en medio del caos de
la cocina.
Adaptada de la obra de teatro homónima de Arnold Wesker, la película logra eludir los problemas re-
currentes al momento de trasladar una historia desde el medio teatral al cinematográfico. Para tal efecto, Ruizpalacios hace uso de una infinidad de recursos fílmicos, que van desde un montaje frenético, juegos de cámara desconcertantes, hasta enfoques difusos y abruptos cortes de escena; para pasar, finalmente, a envolventes planos secuencia y a un diseño de sonido inmersivo.
Como muestra del virtuosismo del realizador, la cinta cuenta con una secuencia de casi quince minutos, sin cortes, que toma lugar en plena hora del almuerzo. En esta escena, la cámara se mueve de un lado al otro, enfocándose en cada pequeño detalle, entre los fogones, las brasas, los ingredientes y la caja de comandas que no deja de imprimir órdenes. Ruizpalacios registra estas imágenes con un fervor desatado, casi como si estuvieran ocurriendo en un campo de batalla y no en la trastienda de un restaurante común y corriente. En ese sentido, La Cocina puede volverse una experiencia por momentos abrumadora, más cercana al thriller de suspenso que a un filme de ritmo más calmo y contemplativo. Ruizpalacios vuelve a el blanco y negro de su ópera prima, así como a la movilidad y la naturaleza por momentos coral de su puesta en escena. Todos estos elementos conforman un intenso retrato sobre la experiencia migrante en el país vecino, centrada en sus múltiples tribulaciones y altibajos. La Cocina es, al final, un ambicioso, potente y humano relato sobre las realidades aplastantes del capitalismo, y cómo el individuo se despersonaliza y desaparece bajo esa cadena de trabajo.