creación y vida
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El grupo de Palermo
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Diez enseñanzas de Danilo Cruz
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Si se usa mucho “se quema”
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Publicaciones
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Carlos Eduardo Marín no sabe quedarse callado
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CRÓNICA RECUERDOS DE LA ANTIGUA BOGOTÁ
El Grupo de En los 60 se reunían dentro del territorio del barrio “Palermo” estudiantes, poetas, artistas, juristas y políticos. En el Gimnasio se encontraban los devotos de la poesía, la política, el periodismo, la filosofía y la narrativa. En la década de 1970-1980, el grupo estuvo dominado por la figura intelectual de Luis Vidales. Cuatro décadas.
Palermo
José Luis Díaz-Granados* - Papel Salmón
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os grupos literarios y artísticos donde se forman los cultores de los distintos géneros, no se fundan deliberadamente. Se van conformando a medida que sus componentes van llegando a la mesa del café o a la tertulia de la revista o del periódico, para expresar sus puntos de vista estéticos, ideológicos o cotidianos, o discutirlos, o para controvertir los ya expuestos. Así, ni más ni menos se fue conformando, a partir de 1962, un conglomerado que aglutinaba estudiantes, poetas, artistas, juristas y políticos de diversas edades, y que se fue reuniendo en diferentes sitios durante más de cuarenta y cinco años, pero siempre dentro del territorio del barrio “Palermo”, al nororiente de Bogotá. Ese año de gracia de 1962, estudiábamos el bachillerato en el Gimnasio Boyacá -situado en la calle 45-A con carrera 27-, en los linderos de la Ciudad Universitaria. Allí, hacia el occidente, terminaba Palermo, barrio que para nosotros comenzaba arriba de la carrera séptima, hacia los Cerros Orientales. Al sur, el barrio nacía un poco angosto en los límites de la Iglesia de Santa Teresita, cuyo párroco, el padre José Miguel Mi-
Pedro Manuel Rincón, ‘Pemán R.’, Jotamario Arbeláez, José Luis Díaz-Granados, Federico Díaz-Granados y Augusto Pinilla en Casa de Citas, en Bogotá. Foto/Archivo personal/Papel Salmón
randa, también capellán del Gimnasio, bautizó, confirmó, confesó, dio la Primera Comunión y casó a la mayoría de los integrantes del grupo, muchos de nosotros, antiguos monaguillos de aquel templo. Y al norte, Palermo se perdía verde y febril sobre el parque “Guernica”, que luego, al desaparecer misteriosamente la piedra que conmemoraba a los mártires de aquel bombardeo nazi en la ciudad sagrada de los vacos, lo comenzamos a llamar sencillamente parque “Palermo”. Así también se denominaba la Clínica, seis cuadras más abajo del parque y el Teatro, seis cuadras más arriba. Pero el barrio tenía dos santo-y-señas inconfundibles: la calle 45 y el río Arzobispo. Este último nace en los Cerros Orientales, arriba del parque Nacional “Olaya Herrera”, toma la avenida 39, atraviesa el barrio “Palermo” y se pierde por el occidente capitalino hasta desembocar en el río Bogotá.
En la época estudiantil
En el Gimnasio, al ingresar en 1961, reencontramos amigos de la infancia como Álvaro Miranda y Camilo Silva Zárate, vecinos y conocidos, como Carlos Silva Pilonieta y Luis Alberto Saavedra, que había sido como yo, ayudantes del señor Amézquita en las misas dominicales de la Parroquia, y en cada Navidad, vestidos con túnicas rojas, llevábamos en andas al Divino Niño Jesús. El Gimnasio era regido por don Tito Tulio Roa, un letrado boyacense que no ocultaba bajo su conservatismo político y su catolicismo recalcitrante, una debilidad absoluta por las bellas letras. Nuestros profesores eran, en su mayoría, prohombres conservadores también amantes de la literatura. Recuerdo especialmente a Benigno Acosta Polo, Eduardo Isaza, Julio Luque Peña (profesor de Religión, caballero de la Orden Tercera y odontólogo que le había elaborado las
dentaduras postizas a Laureano Gómez, a Urdaneta Arbeláez y a mi abuelo el coronel José María Valdeblánquez, entre otros patriarcas godos), Ramón Bulla, Antonio José Rivadeneira, Hernando Bernal Alarcón, Hernando Lizarazo, José María Villarreal y Carlos Arturo Torres Poveda. Los dos últimos, exministros de Estado. No tardamos en descubrirnos, en los recreos de fumadores clandestinos, los devotos de la poesía, la política, el periodismo, la filosofía y la narrativa. El líder del grupo, una especie de iluminado a quien apodaban “El Filósofo”, era un joven enjuto, de bigotico mosqueteril y corbatín llamado Pedro Manuel Rincón Pabón, ‘Pemán R.’, en cuyo apartamento de El Campín presentamos por primera vez ante un “auditorio” nuestros poemas, bebimos nuestras primeras ginebras y leíamos en voz alta obras como La infancia de un jefe de Sartre. Alrededor de ‘El Filósofo’ fumábamos, pasando el cigarrillo de mano en mano y departíamos en cada recreo: Camilo Silva, Luis Fayad, Arcesio y Harold Zúñiga Dishington, Álvaro Miranda, Alberto Villamizar, Roberto Reyes Toledo, Dagoberto Mateus (quien ya había ganado dos o tres campeonatos nacionales de patinaje), Pacho Villate, Xavier Castrillón, Carlos y Nacho Silva Pilonieta, Nacho Suárez, Fernando Gómez Pedraza, Reynaldo Martínez Villamizar, Alejandro Arias, ‘Bigato’, Enrique Torres Forero, Hernando Molina Gracia, Jorge Enrique Garavito, Rigoberto Puentes Carreño, Luis Germán Páez, los hermanos Álvarez Villamizar, Edilberto Cepeda, Jaime ‘El Mono’ Pereira, Gustavo Posada, César Amaya Moreno, los hermanos Fonnegra Jaramillo, Alí y Farid Humar, Carlos Thompson y este cronista, además de otro montón de compañeros que entraban o salían del grupo cada día, cada hora, cada minuto. Al finalizar las clases, a las cinco de la tarde, algunos prologábamos la tertulia en una cafetería situada en la Calle 45 frente al río, llamada “La Giralda” y más tarde, en las noches, en un sitio más íntimo, denominado “El Cristal”, frente al Park Way de La Soledad, donde a veces alternábamos con Iván y Jaime Rincón
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CRÓNICA Pabón y Rubén Jaramillo Vélez.
En los años siguientes
El 7 de agosto de 1962 terminaba el gobierno de Alberto Lleras y comenzaba el de Guillermo León Valencia. Nuestros temas predominantes entonces eran literarios y políticos: el Frente Nacional, el MRL, la ANAPO, López Michelsen, Jorge Leyva, Rojas Pinilla, Laureano y Álvaro Gómez, Ospina... En los años subsiguientes, el grupo se incrementaba o se reducía, según iban llegando o yéndose sus miembros y nos reuníamos a beber aguardiente y cerveza en la “Tienda de Humberto” y en “La Cabaña” de Serafín Pisco, ambos establecimientos situados -y enfrentados diagonalmente- en la Calle 45 con Carrera 19, a pocas cuadras de la casa del General Alberto Ruiz Novoa, ministro de Guerra, a quien se le atribuían intentos de “cambiar las estructuras” con un golpe militar. Con frecuencia llegaban policías militares “volados de su puesto” a comprar cigarrillos, a tomar un tinto o una “Colombiana”o a comer un bocadillo o un pedazo de salchichón con arepa. En ambos sitios hablábamos de política, literatura y temas intrascendentes, oíamos música autóctona, boleros cubanos y a los “Trovadores del Cuyo” y a veces nos sorprendía el alba discutiendo de política o religión, con Ramón Fayad, Ernesto Castro Silva, el ‘Chato’ Rodero, Ernesto Castro García, Enrique Melgarejo Rojas, ‘Chucho’ Gómez, el educador Gustavo Quijano, el jurista Manuel José Porras o escuchando interesantes
disertaciones del poeta “piedracielista” y político liberal Darío Samper, del literato payanés Álvaro León Muñoz Cajiao, del poeta y jurista Jairo Caín, del poeta Guillermo García Niño y del abogado y capitán Enrique Valderrama. A veces salíamos del barrio y tomábamos sifón en los metederos de Chapinero: “La Piñata”, El Colonial”, el “Robin Hood” o en los cafés tradicionales: el “Linares”, el “Polo” o la “Taberna Alemana”. Cuando estábamos en vacaciones nos encontrábamos al mediodía en los cafés y bares del Centro de Bogotá: el “Bar de la 14”, el “Canciller”, el “Faraones”, el “Granada”, el “Pasaje” y “La Romana”, situados cerca y frente al Colegio del Rosario. Allí nos encontrábamos con Carlos Lemos Simmonds, Iáder Giraldo, Servio Tulio Martínez, Alfonso Molina, Gabriel Ulloa, Mario Rivero, José Stevenson, Mario Vélez Restrepo y Alfonso Monsalve Ramírez.
En la vida adulta
Se fue conformando el “Grupo de Palermo” o “La Tertulia de Palermo”. Al terminar la década del 60, con toda la gama de revoluciones triunfantes, iniciadas o frustradas, los más jóvenes eran ya universitarios, salvo este cronista que escogió el camino del empirismo periodístico y de la cultura autodidacta. La vida adulta nos fue dando carta de identidad diferente, pero siempre volvimos a encontrarnos -por lo general en cafés y mentideros de la Calle 45- y yo no solamente para hablar de los mismos temas, sino para elaborar proyectos culturales y políticos, y en la mayor parte de los casos, para realizarlos. En la década de 1970-1980, el grupo estuvo dominado por la figura intelectual de Luis Vidales. Luego de laborar en las respectivas empresas o de dictar las correspondientes cátedras o de hacer periodismo o simplemente de repasar el cotidiano vivir, visitábamos al autor de Suenan timbres en su aparta-
Luis Vidales, poeta, escritor, crítico de arte, profesor universitario, periodista y estadígrafo quien nació en Calarca (hoy Quindío) en 1900. Fotografía de prensa digitalizada por Carlos Vidales/Papel Salmón.
Luis Fayad, escritor colombiano que en la actualidad reside en Berlín (Alemania).
Foto/Colprensa-José Herchel/Papel Salmón
mento de Chapinero y disfrutábamos de las mejores clases de historia del arte, surrealismo, la Edad Media, estadística económica, política internacional, historia colombiana, el fenómeno OVNI y la poesía de siempre, mientras libábamos aguardiente o vodka en unas copas rusas de madera. En esos años felices en que no le fallamos al maestro ni siquiera en Navidades y Añonuevos, compartíamos tragos, cigarrillos y picadas con Germán Espinosa, Josefina Torres, Juan Manuel Roca, Luis Fayad, ‘Pemán R.’, Armando Orozco Tovar, Víctor Pérez, Santiago Carrasquilla, Héctor Castelblanco, Enrique MuñozMariño, Jaime Ruiz Londoño y su hermana María Elena. La esposa del maestro, Paulina Rivera, nos atendía con solicitud. Nos brindaba té con pan tostado untado de mayonesa o aguacate, con el fin de que evitáramos el trago. El día que cumplió 72 años el poeta, rodeado éste de una veintena de amigos que apenas cabíamos en la sala, Paulina le sirvió un plato de sopa de fideos. El maestro aducía que no la tomaba si no se les brindaba a todos, lo cual era imposible. Ante la insistencia de su esposa para que bebiera la sopa, el maestro sirvió en el plato la totalidad del vaso de whisky y sólo así consumió el contenido completo. Cuando los hijos mayores del viejo
poeta comunista, Carlos y Luz, llegaron a Bogotá huyendo de las jaurías de Pinochet en 1973, integraron fugazmente la tertulia. Ximena y su hija Paulette, y Leonardo -poeta, pintor y bailarín- fueron más constantes puesto que vivían con Luis y Paulina. La tertulia con Vidales, que se había iniciado en 1968, se prolongó ininterrumpidamente hasta su muerte, acontecida a mediados de 1990 en su apartamento de Teusaquillo. En la década del 90, los poetas Orozco, Martínez, Díaz-Granados y ‘Pemán R.’, conformaron una editorial que publicó lujosos volúmenes de poemas, denominada “DOM Edita”; Jaime Rincón Pabón fundó las Ediciones “Rueda Suelta” que imprimía una magnífica revista cultural y que luego se lanzó a la aventura de editar poemas de sus amigos en la novedosa forma de “carpetas”, y Federico Díaz-Granados fundó Altazor Editores, que alcanzó a publicar media docena de volúmenes de poesía.
Una tradición de cuatro décadas
Durante cuatro largas décadas -sesenta, setenta, ochenta y noventa- los integrantes del Grupo de Palermo leyeron poemas, dictaron conferencias y charlas literarias y políticas y presidieron eventos culturales en toda clase de auditorios de la capital de la república. Muchos se ausentaron del país, pero al volver retornaron de inmediato a la tertulia. Los “palermeños” dictaron clases en diversos centros docentes y en las principales universidades bogotanas; publicaron libros, folletos, artículos de prensa, presentaron programas radiales y de televisión. La presencia e influjo de la mayoría de los integrantes de la legendaria agrupación en el panorama cultural colombiano es indiscutible. Creemos justo, al terminar esta apretada y deshilvanada charla, solicitar a las autoridades distritales que apoyen la publicación de un libro donde se recoja una selección de textos, anécdotas, gracejos y poemas, como memoria y testimonio de unos intelectuales que en medio de su cátedra viva permanente y su bohemia, mantienen viva una tradición literaria que desde hace más de un siglo caracteriza de alguna manera a esa Bogotá que se fue, pero que perdura en la memoria cultural de Colombia PS *Escritor.
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CONVERSACIONES BIBLIOTECA COLOMBIANA
Diez enseñanzas de Danilo Cruz Vélez Fue para la filosofía colombiana lo que Aurelio Arturo fue para la poesía del país. Se preocupó tanto por la esencia de la filosofía como por su utilidad. No despreció ningún problema de la cultura sin examinarlo, ni invalidó autores sin contextualizar su obra y su vida. Integridad. Orlando Mejía Rivera* - Papel Salmón
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Él nos enseñó que conocer a un autor no es repetir su pensamiento, sino comprenderlo en su particular contexto histórico-filosófico y aplicarlo al nuestro.
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Leí Aproximaciones a la filosofía (1977) en mi último año de bachillerato. Estos ensayos de Cruz Vélez fueron iluminadores para ese adolescente que deseaba leerlo todo. ¿Por qué? Por su claridad conceptual, su estilo literario, su intención pedagógica, la ausencia de retórica y de jergas especializadas y herméticas. Una lección de escritura para cualquiera.
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Plutarco descubrió que existen vidas paralelas. Danilo Cruz Vélez fue a la filosofía del país, lo que Aurelio Arturo fue para la poesía colombiana. Imagino a los dos conversando en un café bogotano, sentados en una mesa del rincón, aislados del bullicioso ambiente de los habladores y los burócratas de la cultura. El filósofo y el poeta son singularidades en el contexto intelectual de la nación. Ambos comprendieron la responsabilidad de las palabras y el peso metafísico de los silencios. Además, está también el ejemplo de sus vidas, la coherencia entre lo que se piensa, lo que se escribe y cómo se actúa.
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Enseñó que el rigor está al servicio de la claridad, que la filología y la historia son herramientas para pensar y que se pueden utilizar categorías heidegerianas
invalidar la obra de Heidegger, ni tampoco disculpar al hombre.
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Otra lección: la ecuanimidad del pensador genuino, el contemporáneo de la postmodernidad que escribió en su ensayo La conciencia histórica y el problema de la filosofía que: “No hay filosofía, sino filosofías. Las filosofías se niegan las unas a las otras. Cada una comienza sin tener en cuenta las anteriores”. Gran lección para los dogmáticos y los epígonos de los grandes filósofos.
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El filósofo y escritor caldense Danilo Cruz Vélez falleció en Bogotá el 10 de diciembre de 2008. Foto/Cortesía Orlando Mejía Rivera/Papel Salmón
de pensamiento, sin abusar de retóricas vacías ni de simulaciones conceptuales.
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Supo combinar su preocupación por la esencia de la filosofía y también por su utilidad. Al lado de un libro como Filosofía sin supuestos, texto metafísico para pares académicos, ensayos como Tabula Rasa, El mito del rey filósofo y El misterio del lenguaje son libros dirigidos a un lector culto, pero sin formación filosófica. Allí, sin perder la profundidad, logró que los lectores entendiéramos, por ejemplo, el drama del filósofo y la política, y el sentido trágico que representó para la filosofía contemporánea la “caída” de Heidegger en las redes del nacionalsocialismo. Pero esto lo trató sin
Su obsesión por una “filosofía sin supuestos” lo llevó a no despreciar ningún problema de la cultura sin examinarlo, ni tampoco invalidó autores sin contextualizar su obra y su vida. Una buena muestra de lo anterior son sus ensayos sobre Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno y Francisco Romero. Por ejemplo, reconoce la importancia histórica que tuvo Ortega para modernizar la filosofía en español y su condición de precursor, en nuestro idioma, del lenguaje filosófico. Pero, a la vez, de manera impecable rectifica la interpretación que hizo el filósofo español de Hegel y sus Lecciones de filosofía de la historia, donde supuestamente el alemán había puesto al continente americano inmerso en la naturaleza y fuera de la historia universal. Que lejos se encuentra esta lectura crítica, con sus precisiones, de esa pose de muchos “filósofos profesionales” de habla hispana que descalifican la obra de Ortega y Gasset sin leerla. Una lección de honestidad intelectual que lucha contra la tradición heredada de los prejuicios culturales.
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En un país como Colombia, con una herencia cultural pervertida por la politiquería, donde los intelectuales han sido alcahuetas y melindrosos, o ávidos de
reconocimiento social farandulero e inmediatista, sobresalió la integridad del escritor Cruz Vélez y su persistencia en el oficio de pensar en soledad y escribir con autonomía. De ahí lo que le dijo a Rubén Sierra Mejía, en su libro La época de la crisis. Conversaciones con Danilo Cruz Vélez: “Lo decisivo para mí es haber intentado permanecer fiel a mí mismo. No olvidar el mandato de Píndaro: sé el que eres”.
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Su ensayo El ocaso de los intelectuales en la época de la técnica demuestra su lucidez y capacidad de interpretar la crisis del mundo actual. En una época dominada por la tecnología le corresponde a los humanistas afrontar un nuevo reto: pensar una nueva ética para la técnica, prepararse para la comprensión crítica que no deje sola a la “razón calculadora”. Acá se encuentra el ámbito de pensamiento de su maestro Heidegger, pero expresado de manera muy personal por Cruz Vélez. Otra lección: su juventud mental y su conexión con el “espíritu de los tiempos”.
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El trabajo filosófico de Danilo Cruz Vélez es, para nosotros, lo que él mismo señaló al citar la fábula de Simmel: “Se cuenta que un labriego, en trance de muerte, dice a sus hijos que en su tierra hay un tesoro escondido. Ahondan y revuelven sin encontrar nada. Pero la cosecha siguiente se triplica con la tierra así removida. Buen símbolo de las líneas que nosotros marcamos a la metafísica. No daremos con el tesoro, pero el mundo, removido por nosotros, será tres veces más fecundo para el espíritu”. La obra filosófica de Danilo Cruz Vélez ha fertilizado la tierra cultural y conceptual de Colombia PS *Escritor y docente de la Universidad de Caldas.
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CINE LA NUEVA PELÍCULA DE LOS HERMANOS COEN Luego del éxito el año pasado con Sin lugar para los débiles el dúo de directores vuelve con Quémese después de leerse. Una historia reforzada que no cierra del todo. Relativo. Santiago Mejía Orejarena* – Papel Salmón
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onfusa e irresoluta, pero no por eso una mala película. Con actores reconocidos y directores de culto, pero no por eso una buena película. Así es Quémese después de leerse, la nueva cinta de los hermanos Ethan y Joel Coen que, como es habitual en sus producciones, echa mano de un humor que no todo el mundo entiende y de una narrativa densa que el espectador tiene que completar. “La inteligencia es relativa”, dice el eslogan de la película. Y no es en vano, pues acompañados de figuras del cine independiente como John Malkovich y Frances McDormand así como por estrellas del Hollywood más comercial como Brad Pitt y George Clooney, los Coen vuelven y hacen lo que les da la gana en la pantalla con una historia absurda y un poco inverosímil pero a la vez llena de sarcasmo brillante y puntadas sutiles de humor negro. En la película, basada en la novela Burn before reading: presidents, CIA directors and secret intelligence, del ex jefe de la CIA Stansfield Turner, los directores ganadores del premio Oscar el año pasado por Sin lugar para los débiles (No country for old men) utilizan bases de comedia convertida en drama para mostrar lo peligroso que puede ser un inapropiado cruce de hechos en un momento determinado.
Si se usa mucho
“se quema”
Ambos, cegados por la oportunidad de obtener un dinero fácil, creen que la información del CD es valiosa e intentan chantajear a Cox, desencadenando así una serie de hechos que se les salen de las manos.
No cierra
Las actuaciones están bien. Malkovich como siempre convincente, en su rol de un alterado desempleado engañado; Clooney sin escaparse de su imagen de galán interpretando a un donjuán de internet; McDormand en una mezcla de inocencia y obsesión enfermiza; Swinton fría y mandona, como en la mayoría de sus papeles, y Pitt casi que burlándose de sí mismo haciendo de bonito y tonto. Pero a pesar de esto la película no convence del todo, pues los Coen, como lo hicieron en Sin lugar para los débiles, vuelven y apelan al final abierto en el que el espectador se queda sin saber qué pasa con la mayoría de personajes ni se justifican varias de sus acciones, y ése es un recurso que, como todo, si se usa mucho “se quema” PS
Por partes
Ozzie Cox (John Malkovich) es un desdichado agente de la CIA recién despedido quien decide dedicarse a escribir sus memorias, incluido su paso por la central de inteligencia. Su esposa Katie (Tilda Swinton, ganadora del Oscar a mejor actriz de apoyo el año pasado por su papel en Michael Clayton) mantiene una aventura con Harry Pfarrer, un agente del FBI interpretado por George Clooney. Katie planea divorciarse y su abogado le recomienda obtener todos los datos de cuentas bancarias y bienes de su marido, para lo cual la infiel esposa graba en un CD la información del computador de Cox, incluyendo sus “mémoires” de la CIA. Por accidente, el CD cae en manos de dos empleados de un gimnasio: Linda Litzke, una mujer solterona que busca el amor en internet y está obsesionada con
*Diseñador visual/Comunicador social y periodista.
FICHA TÉCNICA
hacerse un montón de cirugías plásticas (interpretada por Frances McDormand, quien trabajó con los Coen y ganó el Oscar a mejor actriz en la recordada Fargo, 1996), y Chad (Brad Pitt), un estúpido entrenador de ejercicios (valga la redundancia) con mentalidad de niño de ocho años.
Título original: Burn after reading Título en español: Quémese después de leerse Fecha de estreno: 03-10-08 Género: comedia-Drama Idioma: inglés con subtítulos en español Directores: Ethan Coen y Joel Coen Duración: 95 minutos País: Estados Unidos Reparto: John Malkovich, Frances McDormand, Brad Pitt, George Clooney, Tilda Swinton
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PUBLICACIONES en estanteria La comida de Italia
Este libro es un viaje por las cocinas regionales italianas, las fábricas de queso de Nápoles y los viñedos de Toscana. Se trata de un recorrido que le permitirá al lector conocer y preparar recetas con el sabor de las cocinas de Sicilia y de Bolonia, tanto de verduras como de carnes, embutidos, frutos del mar, panes, platos típicos y postres. Cada receta lleva su foto respectiva y está acompañada de útiles consejos sobre el método y los ingredientes. También hay secciones especiales con la elaboración de la pasta, la cultura del café con su principal exponente: el espresso y una guía sobre la historia del vino en Italia. VILLEGAS, María/BRAIMBRIDGE, Sophie. La comida italiana. Villegas Editores. Bogotá. 2008. Pp. 296. $98.000.
Un asunto pendiente
El vértigo y la intriga que produce este thriller, dividido en 12 grandes partes, impide que el lector cierre el libro antes de llegar al final. Cada capitulo termina en punta y es imposible resistir la tentación de iniciar el siguiente. Un asunto pendiente es un libro con los mismos elementos que han llevado al norteamericano John Katzenbach a ser considerado maestro del suspense psicológico, catapultando sus historias a las listas de los libros más vendidos de todo el mundo. KATZENBACH, John. Un asunto pendiente. Suma. Bogotá. 2008. Pp. 450. $45.000.
El secreto del Dorado
Este libro con un formato muy original es una cadena de sorpresas. Sus páginas narran las aventuras de Taicuache, un niño muisca que guiado por un verdadero deseo, logra atravesar la espiral del tiempo y encontrar respuestas en las aguas del Dorado o en el cofre donde los niños hallarán una máscara reveladora de poder, una pluma y una tableta mágica para grabar en oro los sueños, un enigmático librito, un juego de tarjetas de sabiduría y un talismán oculto. Es una invitación a los niños para que acompañen a Taicuache en su aventura y a que descubran con él los misterios que va encontrando y a familiarizarse con las leyendas de nuestra rica tradición indígena. VILLEGAS, María/Kent, Jennie. El secreto del Dorado. Villegas Editores. Bogotá. 2008. Pp. 22. $70.000.
Su casa es mi casa
El libro narra la historia de Martín Garrido, quien acaba de mudarse a un apartamento cerca de la universidad en la que estudia. Poco tiempo después de llegar, empieza a recibir una serie insistente de llamadas de una empresa de mensajería que intenta ubicar a Alejandro Villabona. Al principio, Martín ignora las llamadas pensando que es una broma de uno de sus amigos, pero los hechos le muestran que no se trata de ningún chiste. Martín descubre que Villabona era el inquilino que vivía en el apartamento antes que él y que su desaparición se debe a algo fuera de lo común. GARCÍA ÁNGEL, Antonio. Su casa es mi casa. Editorial Norma. Bogotá. 2008. Pp. 192. $32.000.
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Luis E. García* - Papel Salmón
El lenguaje del Tercer Reich Así titula en español la obra del filólogo judío-alemán Victor Klemperer donde expone de manera autobiográfica que “Así como se suele hablar del rostro de una época o de un país, la expresión de una época se define también por su lenguaje”, es este caso, el lenguaje de la ideología nazi, que se “introducía en la sangre y en la carne de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente por los alemanes… Las palabras pueden actuar como dosis ínfima de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico…”. La gente entonces no piensa con el lenguaje sino que el lenguaje termina pensando por la gente. La utilización política nazi del lenguaje incluía: repeticiones obsesivas de siglas, el uso de comillas para ironizar (por ejemplo, “ciencia” judía, “Estado mayor” bolchevique, “estrategia” rusa), los cambios conceptuales, como judío por enemigo, líder -Hitler- por salvador, invasión por conquista, exterminio por limpieza, indiferencia por hostilidad; la constante recurrencia a los románticos conceptos de “sangre” y “tierra” con todas sus implicaciones; los rituales -remedos del ritual religioso- como para sacralizar el movimiento, etc. La repetición continua convierte lo episódico en lo más natural (y eso logran los medios colombianos que para rellenar las horas de noticias repiten lo mismo hasta el cansancio). Esta lección de la historia no es nueva: antes que los nazis, los bolcheviques fueron maestros en embobar a los iletrados rusos con sus discursos. Para lograr la fiel adhesión de las masas la mejor herramienta es el lenguaje, “el medio de propaganda más potente, más público y secreto a la vez” (Klemperer). Así logran anular en los ciudadanos corrientes el sentido crítico, los tornan fanáticos, unidimensionales, orgullosos de pertenecer a un grupo elegido. La racionalidad y la lógica quedan restringidas a manipular los eslóganes simplistas del tirano de turno. Así, el lenguaje se apodera del sentimiento y obnubila la razón. Y si eso sucedió con los alemanes, un pueblo sin duda inteligente…¿qué esperar de Chávez y los suyos que manejan el mismo propósito y estilo? (Aunque no la misma sustancia). *precision_conceptual@yahoo.com
convocatoria Premio Lápiz de Acero En la 12 versión del Premio Lápiz de hacer pueden participar proyectos nacionales o internacionales de diseño con intervención de colombianos en su creación inaugurados, lanzados o relanzados al mercado entre el primero de enero y el 31 de diciembre de 2008. Las categorías son en las
áreas de producto, vestuario, digital, gráfica, espacio y concepto. La entrega de los proyectos debe hacerse antes del próximo 30 de enero en la oficina de la revista proyectodiseño, cra. 23 No. 86A-27, barrio Polo Club, Bogotá. No se aceptará material enviado por internet. Informes en la página web www.proyectod.com/lacero.php
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Director: Nicolás Restrepo Escobar Editora: Gloria Luz Ángel Echeverri Coordinadora: Victoria Eugenia Salazar Velásquez Diseño: Virgilio López Arce Circula con LA PATRIA todos los domingos Cra 20 No.46-35. Tel 878 1700 Impresión: Editorial LA PATRIA S.A E-mail: salmon@lapatria.com Portada: Carlos Eduardo Marín Ocampo Foto/Freddy Arango/Papel Salmón
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ESCRITORES CALDENSES Siempre le ha gustado oír las historias y anécdotas de las personas mayores. La tradición oral es la base de la literatura. No tiene ningún autor preferido y siente que nadie lo ha influenciado en su manera de escribir. También ha ejercido el periodismo. Sinceridad. Gloria Luz Ángel – Papel Salmón
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arlos Eduardo Marín Ocampo, escritor nacido en Manizales, se define primero que todo como independiente, sin compromisos de ningún tipo ni ideológico ni de partido. “Una de las vocaciones del intelectual es no matricularse sino simplemente ser él, auténtico y coherente consigo mismo no sólo a través de lo que dice sino de lo que escribe”. Sus obras son una versión historiada de la aristocracia manizaleña. A través de cuentos y de personajes trata desde el obispo hasta el bobo del pueblo. Y en verdad así es Marín Ocampo quien en sus cuentos y novelas y a través de sus personajes dice la verdad de la sociedad manizaleña sin tapujos, la que no se puede decir a viva voz. Es tanto que uno de sus libros le costó el puesto que ejerció alguna vez en la Industria Licorera de Caldas. “Senador cena Senador. El doctor Varillas (1985) me costó el puesto porque conté cómo se robaban a Caldas. Me inventé un senador que reunía en sí a tres, quien cuenta la historia. Una vez me preguntaron quién era y contesté que nadie en particular, pero que era todos en general.” Con su buen humor Carlos Eduardo Marín respondió a las preguntas de Papel Salmón: ¿Cómo se inició en las letras? Indudablemente la influencia de mi familia fue importantísima. Prácticamente nací en la biblioteca de mi papá (el exgobernador de Caldas Ramón Marín Vargas), entonces me familiarice desde muy pequeño con los libros. Nosotros le preguntábamos a mi padre qué libros podíamos leer y él nos iba indicando cuales según la edad que tuviéramos. Por eso, de tanto leer alguna vez pensé que también podía escribir. ¿Cuál fue el primer libro? El primer libro del que mi padre nos leyó algunos apartes y leímos fue Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. También leímos Los Hermanos Karamazov de Fedor Dostoyevskyi. Eso nos fue dando, no sólo a mí sino a mis hermanos, la posibilidad de tener otro conocimiento. A raíz
EL INTELECTUAL DEBE SER AUTÉNTICO
Carlos Eduardo Marín no sabe Carlos Eduardo Marín Ocampo asegura que la profesión de escritor es difícil, tanto que, como dicen por ahí, le sigue la de “luchar con cocodrilos”.
de eso me apasionó la geografía. Soñaba desde niño conocer el mundo y a través de las novelas que leía soñaba con visitar los sitios que allí se mencionaban, otras latitudes, entre ellas a Rusia a donde no me dejaron entrar una vez que quise ir, antes de la caída del bloque soviético. También leíamos literatura colombiana como La María de Jorge Isaac o La Vorágine de José Eustasio Rivera, libros que aún conservo. ¿El gusto por la geografía lo llevó a escribir literatura urbana? Es posible. Desde niño me ha gustado conversar con la gente mayor, con los viejos, oírles las anécdotas. Quería saber siempre todo, de dónde habían llegado, por qué se habían venido, conocer su vida familiar, su entorno. Le preguntaba a los viejos qué hacían, de qué vivían, por qué no vivían con la familia, por qué habían salido de la casa. Empecé a apuntar esas historias que la gente carga en su haber y a llevarlas a mis libros.
El primero, un compromiso
¿Cuál fue su primer libro? Fue un compromiso que tenía con la memoria de mi padre, Las mejores páginas de Ramón Marín Vargas (1972), lo publicó el Departamento siendo gobernador Óscar Salazar Chávez. Es una recopilación no sólo de sus escritos literarios sino de sus mejores editoriales de La Mañana, un diario que existió entre 1942 y 1951 y que era de mi papá y de mis tíos Ocampo Avendaño. Él era el director y los otros, el soporte económico. ¿Alguna vez le picó el bicho de la política? Sí me picó, pero me dieron mucho palo porque no sabía quedarme callado, sobre todo ante las injusticias y las arbitrariedades que le vi cometer a tanta gente cercana y a quien yo creía muy importante.
quedarse callado Empezaron los cuentos
¿Cuál fue su primer libro de cuentos? Hice una recopilación de cuentos titulada Erupción volcánica (1981). Yo nunca pensé que pudiera vender un libro y resulta que este me lo quitaron de las manos. Uno publicaba un libro era más para regalarlo y me aterró que la gente empezara a comprarlo, tanto que sólo tengo los originales, ni siquiera un ejemplar. Son cien cuentos cortos sobre personajes de Manizales, algunos vivos y otros no. Los vivos se molestaron mucho porque conté una serie de cosas que según la gente no se podían decir. ¿Por qué hay casi diez años entre un libro y otro? Me demoré una década porque no había decidido sentarme a escribir. Esa fue una
decisión que tomé ya después de leer mucho primero y de darme cuenta que era un escritor. ¿Cómo fue eso? Tenía fama de hacer muy buenos relatos y una vez una amiga en Bogotá me dijo que por qué no escribía todas las cosas que contaba. Por ella empecé y le dediqué el primer libro. ¿Cree en la tradición oral? Muchísimo, para mí es la base de la literatura, si no existiera la tradición oral se perderían muchos temas por eso me gustan más las versiones de la gente que las historias oficiales. Leí hace poco
Al escritor manizaleño Carlos Eduardo Marín Ocampo le hubiera gustado ser docente de literatura, pero piensa que tendrá que dejarlo para la próxima reencarnación porque “ya no tengo tiempo”.
que si un libro de historia merece respeto debe tener al menos una mentira. Uno le oye a la gente muchas versiones, por ejemplo Néstor Gustavo Díaz me contó una historia que dejé que me la contara y después le dije: “Néstor no me meta mentiras porque eso me pasó fue a mí.”
Otros cuentos
¿Después qué siguió? La novela corta Senador cena Senador y en ese mismo libro está El doctor Varillas (1985) que es la historia de Bernardo Vargas un tío de mi papá, un personaje especialísimo en Chinchiná. Él se fue a estudiar y apareció graduado de abogado y no sólo tenía esa profesión sino que era vidente y hacía brujería. Yo le oía relatos sobre sus antepasados a las tías de mi padre y me puse a escarbar esas historias para escribirlo. De lo que he escrito es lo que más me gusta. Después siguió Cuentos vernáculos. Versión para hipócritas (1996), una serie de cuentos sobre personajes de Manizales y le agregué que era una versión para hipócritas como una muletilla para crear interés. En todos se dicen verdades que no se pueden decir y por eso algunas personas me llamaron para quejarse. Mi papá viejo y otros relatos manizaleños es de 2001 y El águila sobre la aldea es de 2006. En la portada del primero está el General Ángel María Avendaño, que era mi bisabuelo, el personaje central de la historia, quien cuenta cómo se desarrolló no sólo su vida familiar sino la influencia que tuvo en la sociedad en los días que vivió en Manizales. Se refiere más o menos a la fundación de la ciudad. ¿Qué libros tiene pendientes? Leyendas urbanas, un libro de cuentos sobre arriería que es un tema que me gusta mucho. El
CENTRO DE ESCRITORES
Bonel Patiño gestó la idea del Centro de escritores de Manizales con Edgar González y Rafael Urrea. A raíz del Centro quisieron hacer un evento que tuviera alguna resonancia nacional y se ingeniaron los Juegos Florales a cuya segunda versión invitaron a Carlos Eduardo Marín Ocampo para que participara y se quedó. Lleva 17 años de los cuales dos ha sido presidente. El Centro ha contribuido a estimular a los escritores de Caldas y a darles oportunidades. ”Nos hemos aglutinado, pero el gremio de los escritores es muy voraz los unos con los otros. Por ahí dicen que la mejor forma en que se entiendan dos literatos es cruzando sus venenos. Pero a pesar de todo hemos seguido y nos ha convocado el evento de Los Juegos Florales que ya tiene un nombre en el país”, señala Marín Ocampo.
abuelo de mi mamá, era arriero y llegó a tener mil mulas, con las que hacía recorridos entre Manizales y Mariquita. Otro es Cascarero, una novela sobre la historia de la familia Ocampo. Cascarero era la finca de mis abuelos Ocampo Avendaño. En total tengo cinco libros de cuento, uno de ensayo: El alcalde de Manizales tras las rejas, sobre el caso de Jorge Enrique Rojas, y dos novelas.
Sin influencias
¿Cuáles son los autores que más lee? Leo todo lo que sea novela y sobre todo la histórica, me apasionan los personajes de la historia universal. También leo biografías y cuentos. No tengo ninguna predilección por algún autor en especial, pero me gusta Gustavo Álvarez Gardeazabal como novelista y cuentista. De los nuestros leo a Adalberto Agudelo Duque, Octavio Escobar Giraldo y Orlando Mejía Rivera y reconozco que hacen un buen trabajo. ¿Ha tenido influencias de algún autor? Personalmente no creo que tenga influencias de nadie. Ensayé mi método y creo que me ha funcionado y es contar las cosas simplemente como son sin buscarles muchos adornos literarios y otro tipo de artifugios. Contar el hecho sencillamente, sin ninguna técnica especial, como va saliendo, es una especie de narración oral. ¿Qué pasó con los escritores de su generación? Todos tienen poca divulgación por eso hemos tratado de invitarlos a través del Centro de Escritores de Manizales, de estimularlos para que vuelvan a publicar. No sé qué pudo haber pasado con la poca difusión de sus obras, hay un espacio oscuro en la literatura de la región, que también es bueno. Muchas veces pasa que los escritores son buenos después de que se mueren. Hay que esperar a que nos muramos para ver si de pronto tenemos algún renombre. También es posible que haya faltado una política cultural de estímulo por eso mucha gente se tuvo que ir como Jaime Echeverri, Eduardo García Aguilar o Ricardo Cuellar. A los jóvenes de hoy también hay que estimularlos y vincularlos con los medios para que se conozcan y propender por una política de que la gente sienta, oiga y lea a nuestros escritores.
También es periodista
¿Dentro del ejercicio del cuento y la novela, hizo crónica? Ensayé con la crónica, incluso tuve una columna en LA PATRIA cuando era estudiante. Un día que iba para Bogotá me encontré con el
“Creo que soy más cuentista que novelista porque soy muy preciso, breve para mis cosas, por eso no hago novela porque se me agota el tema ligero. Tengo la cualidad natural de la síntesis”, dice Carlos Eduardo Marín Ocampo. Fotos/Freddy Arango/Papel Salmón
doctor José Restrepo como compañero de silla, estuvimos conversando y me dijo: “por qué no escribe, usted debe tener sangre de escritor, su papá era periodista, ensaye que yo le doy un espacio.” Empecé y tuve una columnita que se llamaba Inquietudes que ahora me daría vergüenza volverla a ver. ¿Dónde estudió periodismo? Primero estudié Derecho en El Externado de Colombia, pero nunca lo ejercí porque la idea que tenía era trabajar con mi padre y él se murió cuando yo estaba empezando la carrera. El periodismo lo hice en la Universidad América de Bogotá y ese sí lo ejercí. Traté de refundar el periódico La Mañana y lo tuve dos años, pero lo sacaba cuando se podía. Eso fue en 1970 y 1971 y lo hacían en LA PATRIA. Era un salsipuedes. Lo utilizamos para la campaña política de López Michelsen cuando ganó la primera vez. Yo era del partido liberal y tenía cierta cercanía con el poder y conseguíamos avisos, pero cuando empezamos a decir verdades en el periódico, nos quitaron las pautas. Ese fue mi mayor contacto con el periodismo. Ser franco muchas veces trae muchos inconvenientes, pero a Carlos Eduardo Marín le ha servido para ser reconocido como uno de los mejores escritores caldenses, de aquellos que ya están por el sexto piso PS